Nota editorial del Periódico de CONSUDEC por Pbro. Lic. Alberto A. Bustamante, presidente de Consejo Superior de Educación Católica (AICA)
(Noviembre de 2009)
FORMACIÓN DOCENTE:
INSUMOS PARA “SER ROSTRO”
Y EVITAR MÁSCARAS
“No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas. El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.” (Lucas 6, 43-45)
Comienzo con una anécdota de consejo paterno en lenguaje claro, directo y campechano: “yo le dije a mi hija cuando se puso de novia, antes de concretar algo hacelo hablar mucho, preguntale mucho, muchas cosas.
Cuando ella me preguntó por qué; le dije, hija, porque si es un caballo tarde o temprano relincha. Nadie puede disimular para siempre lo que es. Tarde o temprano salta y se nota”.
Jesús dirá lo mismo con su sencillez evangélica: “…de la abundancia del corazón habla la boca”.
El mensaje es claro; podré intentar disimilar lo que soy, fingir lo que no soy, podré hacer de mi vida un desfile de máscaras, pero tarde o temprano, inexorablemente se hará patente mi rostro; mi auténtico rostro; lo que soy
Y lo que soy tiene mucho que ver con los insumos que uso para mi vida.
Claramente podemos decir que uno en la vida termina siendo “lo que come y lo que toma”.
Tomo frivolidad, seré frívolo,
Como superficialidad, seré superficial.
Me expongo a las banalidades, será banal.
Como chabacanerías, seré chabacán.
Vivo de los chismes, seré chismoso.
De esta elemental “ley gastronómica del alma” no se salva nadie. Ni siquiera nosotros, argentinos especialistas en anomalías, licenciados en violar leyes, doctorados en la transgresión, obesos en lograr los propios derechos canibalescamente comiéndonos los ajenos. Ni nosotros con nuestra capacidad para violar leyes podemos evitar esta inevitable consecuencia vital: soy lo que como y tomo.
Estas consideraciones son fundamentales para tenerlas en cuenta si consideramos todo lo que la Iglesia, a la luz de una Sabiduría acuñada a lo largo de siglos de rumiar el evangelio ,nos dice sobre lo que somos los docentes.
Educadores llamados por Dios:
· para contribuir a la formación integral del hombre,
· para comunicar la verdad y guiar a los alumnos a profundizar en la fe ,
· para enriquecer e iluminar el saber humano con la fe,
· para revelar el misterio cristiano no solo con las palabras, sino con nuestras mismas actitudes y comportamientos.
· para desempeñar una misión humana y evangelizadora redescubriendo y profundizando el sentido pastoral de nuestro trabajo en la escuela.
· para esforzarnos por alcanzar una sólida formación profesional que abarca un amplio abanico de competencias culturales, psicológicas y pedagógicas; prestando una constante atención al entorno socio-cultural, económico y político de la escuela. Sólida formación que hay que mantener, elevar y actualizar.
· Para vivir por vocación la urgencia de auto educarnos y que ese perfeccionamiento permanente se asuma como un llegar a ser cada vez mejor para servir mejor.
· Para saber que se educa más por lo que se es que por aquello que se dice y se hace y que por eso nuestras palabras no son mero adjetivo añadido a la persona, sino propio de personalidades rica en valores.
· Para estar convencidos de que no somos mera asistencia funcional, sino presencia humana personalizante y que por eso mismo nuestra profesión es una vocación vital que nos lleva a saber prudentemente desvivirnos para que otros tengan vida.
Lo sabemos bien, “no puede ser un buen educador quien se conforma con ser mediocre."(EPV 87)
Son todas estas exigencias misionales las que nos deben llamar a preguntarnos:
Cuáles son los insumos de nuestra vida docente. Cuáles deberían ser.
Como educadores, qué estamos “comiendo y tomando”, qué deberíamos “tomar” y comer”, para responder fielmente a nuestro ser, a nuestra misión; para que no nos pase lo de aquel profesor del cual los alumnos me decían, “Padre, el profe tal, cuando apenas entra al aula tiene una cara de mas ganas de que toque el timbre de salida que nosotros”.Qué habrá estado comiendo o qué habrá dejado de comer para tener semejante cara. Y esta realidad se complica si tenemos en cuenta la cantidad de docentes con licencia por stres.
Por eso, porque más que nunca hoy necesitamos “comer y beber” realidades profundas, y sin ninguna pretensión de agotar “los insumos gastronómicos espirituales”, les sugiero y me sugiero dos que son fundantes:
El silencio
Georges Bernanos, aquel gran novelista, ensayista y dramaturgo francés, decía que “guardar silencio es una expresión paradójica, porque cuando uno guarda silencio el silencio lo guarda a uno”.
¡Cuánto necesitamos de ese silencio que nos acoga en “la soledad sonora” de la que nos habla Juan de la Cruz y en la que escuchamos la voz del amado Jesucristo que nos abriga y acaricia. Lo decía Romano Guardini, “sólo tiene palabras significativas quien primero tiene silencios significativos”. Sin lugar a dudas como docentes estamos llamados a tener palabras significativas, mejor, a ser palabra significativa, las cuales se cultivan al rescoldo del silencio fecundo. Silencio para la escucha, silencio para la lectura, silencio para la preparación de clases, silencio para la formación.
La escucha de la Palabra de Dios
Nos decían los Obispos en el mensaje final del sínodo sobre la Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia:
“Hagamos ahora silencio para escuchar con eficacia la Palabra del Señor y mantengamos el silencio luego de la escucha porque seguirá habitando, viviendo en nosotros y hablándonos. Hagámosla resonar al principio de nuestro día, para que Dios tenga la primera palabra y dejémosla que resuene dentro de nosotros por la noche, para que la última palabra sea de Dios.”
No es lo mismo ir a dar clases amaneciendo con Dios que nos da “la primera caricia de los buenos días”, que con “la voz de la radio” que no comunica el primer asesinato.
No es lo mismo irse a descansar con la voz de Dios que nos da “el beso de la buenas noches”, que con la última imagen vulgar de la televisión.
La Palabra de Dios, en efecto, es «más dulce que la miel, más que el jugo de panales» (Sal 19, 11), es «antorcha para mis pasos, luz para mi sendero» (Sal 119, 105), pero también «como el fuego y como un martillo que golpea la peña» (Jr 23, 29). Es como una lluvia que empapa la tierra, la fecunda y la hace germinar, haciendo florecer de este modo también la aridez de nuestros desiertos espirituales (cf. Is 55, 10-11).
Pero también es «viva, eficaz y más cortante que una espada de dos filos. Penetra hasta la división entre alma y espíritu, articulaciones y médulas; y discierne sentimientos y pensamientos del corazón» (Hb 4, 12).
¡Cuánto necesitamos en esta compleja hora de la vida nuestra Patria y de nuestra siembra educativa , que muchas veces nos agobia y desborda, esta palabra miel, esta palabra luz para nuestros senderos educativos alterados e irregulares!
¡Cuánto tenemos que cultivarnos!, ¡Cuánto que cuidarnos!, simplemente para no “relinchar”
El Señor nos de la gracia de alimentar, cuidar y cultivar nuestra vida docente con insumos que nos permitan ser totales y no parciales, profundos y no banales, veraces y no simuladores.
Con insumos que nos eviten vivir con máscaras y “ser rostros”.
Pbro. Lic. Alberto Bustamante, Presidente de Consudec
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