Presentación de Mons. Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia, en ocasión del 25º aniversario de la firma del Tratado de Paz y Amistad entre las Repúblicas de Argentina y Chile. (AICA)
(Auditorio Juan Pablo II, Edificio San José de la UCA, 26 noviembre 2009)
EL TRATADO DE PAZ Y AMISTAD ENTRE LA ARGENTINA Y CHILE
CÓMO SE GESTÓ Y PRESERVÓ LA MEDIACIÓN DE JUAN PABLO II
1. El 12 de diciembre de 1980, el Papa Juan Pablo II, al entregar su Propuesta como Mediador, dijo a las delegaciones chilena y argentina: “En aquellos días de finales de 1978 y comienzo de 1979 – tan nerviosos y tensos para vosotros y para todos vuestros conciudadanos y también tan preocupantes para mi recién estrenado corazón de Pastor común- Dios, Padre de todos, me impulsó a llevar a cabo un gesto de paz no fácil y sí audaz, arriesgado, comprometedor, también esperanzador”.
2. En verdad, gesto audaz, arriesgado, comprometedor
Pero ¿cuáles fueron los medios de los que Dios se valió para impulsar al Papa a tal gesto? Sólo Dios los conoce todos. Pero, en su bondad, nos concede verificar algunos. Como dice el Cardenal Jorge M. Bergoglio, en el prólogo del libro que presento, la mediación papal “no cayó del cielo por arte de magia. Si el cuerpo no puede trabajar sin la cabeza, tampoco la cabeza (se refiere al Papa) puede hacerlo sin el cuerpo”. Hubo muchas mediaciones que procuraron persuadir al Papa de la necesidad de su intervención. De los dos episcopados: argentino y chileno. De las dos Nunciaturas Apostólicas. De los dos gobiernos. Del gobierno de los Estados Unidos. Quizá de otros gobiernos. Pero, de acuerdo al estudio que llevé adelante, especialmente en el Archivo de la Conferencia Episcopal Argentina, la acción decisiva fue realizada por el Cardenal Raúl Francisco Primatesta, arzobispo de Córdoba y Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina. Sin su santa obstinación en motivar al Papa a intervenir, muy probablemente la guerra habría estallado, y todavía hoy estaríamos llorando sus desastrosas consecuencias.
3. El libro, que les presento, “El tratado de paz y amistad entre Argentina y Chile”, consta de dos partes: 1ª) un estudio, “Alejar el fantasma de la guerra y promover la amistad entre la Argentina y Chile” (pp. 19-60), en doce breves capítulos, donde se aprecian, al pie de página, numerosas notas documentarias, entresacadas especialmente del Archivo mencionado; 2ª) una sección de 24 documentos (pp. 63-197): de los dos episcopados, de los Papas Juan Pablo I y II, la Propuesta del Mediador y el Tratado de Paz y amistad., cuyo 25º aniversario hoy celebramos.
4. En un primer momento, me había propuesto estudiar y documentar sólo los pasos dados por los Episcopados argentino y chileno en favor de una intervención papal, desde el día mismo de la elección de Juan Pablo I, el 26 agosto 1978, hasta el 22 de diciembre de ese año, día en que Juan Pablo II decidió enviar a un representante suyo especial. Ésa era la parte más desconocida de la historia de la mediación.
Advertí luego que, de esa manera, quedaban afuera pasos muy importantes que hubieron de ser dados después por los dos episcopados para preservar la mediación papal ante la opinión pública y crearle un clima favorable para que pudiese ser llevada a cabo. Y, a la vez, quedaban afuera los magistrales discursos de Juan Pablo II. Por ello agregué unos breves capítulos (VIII-XI). Y toda la documentación que ahora se encuentra desde el Anexo VIII hasta el XXIV.
5. Es probable que, en una eventual segunda edición, el estudio deba ser completado consultando sobre todo con más detenimiento las fuentes eclesiásticas chilenas. Pero estimo que, en su estado actual, este volumen logra dos propósitos: a) devela los esfuerzos realizados desde fuera de la misma mediación para que ésta se concretase y preservase de no pocos peligros, y se lograse mantener el inestimable don de la paz; b) ofrece en forma compendiada los principales discursos de Juan Pablo II relativos a la cuestión, que constituyen una cátedra de alta política internacional, y también los principales documentos de ambos episcopados.
6. En el libro no entro en las cuestiones propias de la mediación, ni sabría hacerlo. Tampoco entro a estudiar los obstáculos puestos desde fuera, por parte de ambientes militares y civiles, tanto durante los años de la Dictadura, cuanto durante los primeros meses de la Democracia restaurada, que demoraron durante seis largos años llegar a buen puerto. Estimo que sería conveniente hacer ese estudio, pues si bien se aprende de los aciertos, también se aprende de los errores cuando son reconocidos con humildad.
7. Confieso que he gozado estudiando esta cuestión, y he deducido varias lecciones que deseo compartirles. Primero, al constatar la tenacidad de un hombre humilde y parco en palabras, como el Cardenal Primatesta, obstinado en transitar el único camino que quedaba abierto para evitar la guerra: la mediación papal. “No importa que el Papa fracase, con tal que sea por la paz”, les dijo a los Obispos de la Comisión Permanente el 19 de diciembre de 1978, cuando la maquinaria bélica ya estaba en marcha. Segundo, imaginando al Cardenal Samoré que estudiaba minuciosamente todos los aspectos del problema, y atendía con infinita paciencia los argumentos de las partes. De la contemplación de las figuras de estos dos hombres, brota una primera gran lección: para lograr una meta difícil nada mejor que la humildad, la paciencia y la constancia.
He gozado, sobre todo, al leer los discursos de Juan Pablo II a las delegaciones argentina y chilena. Algunos son de capital importancia, pues establecen principios permanentes de alta política, que resumo así:
1º) la guerra es un medio arcaico que, en vez de solucionar, agrava los conflictos, y ha de ser desechado definitivamente por las naciones civilizadas;
2º) siempre es posible hallar soluciones justas, equitativas y honrosas a los problemas internacionales más complicados mediante negociaciones diplomáticas conducidas de buena fe y buscando el bien común;
3º) los conflictos entre países han de ser superados definitivamente adoptando la colaboración e integración entre ellos.
8. Y, todavía, me queda una última lección: la necesidad de una persistente catequesis social por parte de la Iglesia para que los argentinos superemos una cierta mentalidad deportiva, que aflora con relativa frecuencia cuando planteamos los problemas de la convivencia política, sea internacional, sea nacional. En la verdadera política no se trata de ganarle al otro, sino de convivir con el otro y sumarlo al propósito de pensar y realizar junto con él, sea la colaboración e integración internacional, sea un proyecto de país para todos los argentinos.
De este modo, el Tratado de Paz y Amistad es mucho más que un tratado jurídico que sepultó en el pasado una contienda internacional. Es fuente inspiradora en el presente para una convivencia social y política en una Nación que juramos republicana, representativa y federal.
Mons. Carmelo Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia
Buenos Aires, 26 de noviembre de 2009.