Domingo, 20 de diciembre de 2009

Comentario al Evangelio del domingo cuarto de Adviento – C, publicado en el Diario de Avisos el domingo 20 de Diciembre de 2009 bajo el epígrafe DOMINGO CRISTIANO

Causa de nuestra alegría

Daniel Padilla

 No hay cosa más bella en el mundo que comunicar alegría. "¡Bastantes penas tiene la vida!", solemos decir. Cuando alguien consigue contagiar alegrías a los demás, hacerle esbozar una sonrisa, arrancarle una buena carcajada, tengo para mí que algún nuevo lucero se ha encendido en el fir­mamento nocturno de la Humanidad. Contar un buen chiste, hacer un comen­tario inocentemente jocoso a su tiempo, aliviar con humor una pena, es aumentar en los hombres el caudal de la esperanza. Todo el evangelio es alegría porque todo él es esperanza. Por eso se llama "buena noticia". Y, si no, que se lo pregunten al ciego, al mudo, al paralítico, a los lepro­sos, a la samaritana, a la adúltera. Estoy seguro que ellos, por toda respuesta, nos contestarían: "El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres". Pues, bien, vean a María en el Evangelio de hoy. Acaba de recibir la visita del ángel que le ha traído la buena noticia: "Concebirás y darás a luz un hijo, le pondrás por nom­bre Emmanuel, será grande y se llamará Hijo de Dios...". Ella se dio cuenta de que la larga esperanza de Israel podía conver­tirse en realidad, si ella se comprometía a aquellos planes. No podían traerle una alegría mayor. Y se abandonó en el abismo de Dios: ¡Sea! Pero, ¡ojo! Que ella no se guardó la alegría en el paladeo per­sonal de la maravilla. Ella, tan intimista y amiga de "guardarlo todo en su corazón", se desbordó. Consciente de que la ale­gría, como el bien, es difusiva, se fue a la montaña de Ain-Karín, a casa de su prima. Y aquel encuentro fue el triángulo de la alegría, un sin par "aleluya, a tres voces": el Niño "dio saltos de gozo en sus entrañas"; Isabel no pudo menos que can­tar: "Bendita tú entre las mujeres y ben­dito el fruto de tu vientre". Y María... ¡Bueno! María salmodió la Oda de la Ale­gría por excelencia: "Mi alma glorifica al Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvado?'. Andando el tiempo, San Pablo dirá: "Estén alegres en el Señor...". Y es natural. Una vez que "el Verbo se hizo carne", con todo lo que esto supone, y que "pasó por la vida haciendo el bien", la tris­teza no puede tener cabida en el cristiano. "Un santo triste es un triste santo", decía dolorosamente Santa Teresa. Por eso, como oro en paño, guardan aún sus mon­jas, en el convento de San José, unas alpargatas, unas castañuelas y unas chiri­mías, con las que la santa bailaba para alegrar su "conventico". Ejemplos como los de la castiza santa castellana echan por tierra los ataques de todos los Nietzs­ches que han afirmado que el cristia­nismo es "una religión pesimista que entenebrece el mundo con su tristeza". ¡Mentira! Hombre, no podemos negar que ha solido haber aguafiestas que han confundido santidad con sequedad. Sé yo que, en seminarios y noviciados, se dudaba de la vocación de quienes eran "demasiado abiertos, joviales, dichara­cheros". Pero esas posturas no pasaron de ser desenfoques del verdadero evan­gelio que, lo repito, es alegría. Óiganme una cosa. las tres virtudes teologales son cuatro: fe, esperanza, caridad y alegría.


Publicado por verdenaranja @ 9:47  | Espiritualidad
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