Jueves, 14 de enero de 2010

Estudio pastoral para la Infancia Misionera 2010, publicado en la revista ILUMINARE, nº 378 - ENERO 2010, que se recibió en la parroquia con los materiales para la celebración el 24 de Enero.

UN ENCUENTRO ACTUAL CON JESÚS

Atrévete. Coge tu Evangelio, invoca al Espíritu Santo y ábrelo en busca de un pasaje que ilumine tu vida. ¿Qué has hallado? Casi puedo asegurarlo: un encuentro con el Señor. A Jesús, que se encuentra con un hombre o una mujer, con un enfermo o un pecador y le dirige una palabra de consuelo; o quizás a Jesús saliendo al encuentro de la gente y anunciándoles el Reino; quizás el encuentro ha sido con un personaje: la samaritana, uno de los apóstoles, Zaqueo, Bartimeo, el buen ladrón... Quizás has encontrado a Jesús en brazos de María en Belén, cuando por primera vez, los hombres “encontramos a Jesús”. ¡Es la buena noticia, Jesucristo que, hecho hombre, sale al encuentro de cada persona!

Hay aún algo más, pues cada página del Evangelio es un encuentro que continua siendo actual. El teólogo Von Balthasar escribió: “Unos pocos fueron los interlocutores de Jesús en la vida terrena, y quizás envidiamos su suerte… pero allí estaban donde podríamos haber estado otros, o mejor, donde realmente estamos otros. En la samaritana estaba desde luego ella misma, y a ella le habló Jesús, pero estaba también toda pecadora y todo pecador. Jesús, cansado, no se sentó sólo en el brocal del pozo por ella… Sería muy poco si en los diálogos y encuentros del Evangelio viéramos solo ejemplos. Hay una actualidad real en aquellas palabras que dijo a los que salieron a su paso en los caminos de Palestina y les dijo: «Tú sígueme», «Vete y no peques más»”. (La oración contemplativa, Madrid, Encuentro, 1985, pp. 11-12). Merecía la pena esta hermosa cita para comprender nuestros encuentros con Jesús.

Abro el Evangelio (Lc 8,27). Cura al geraseno endemoniado: “Al saltar a tierra, un hombre de la aldea, que estaba endemoniado, le salió al encuentro…”. ¡Qué hermoso! Le salió al encuentro. Jesús le pregunta, te pregunta, cómo te llamas. Le acoge, le cura, es decir, te acoge, te cura, y le otorga una misión: cuéntaselo a todos. De este encuentro entresacamos: Jesús quiere conocer tu nombre, y en el nombre, lo que eres y sientes, lo que vives y sufres… No hay encuentro con el Señor que no sea salvador y en el que Jesús no otorgue una misión. La misión de este hombre curado es la misión de todo cristiano: dar testimonio allí donde vive, entre los suyos.

Tomo de nuevo el Evangelio. Rezo (Jn 1, 29-34). Juan el Bautista se encuentra con Jesús: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. No podríamos hablar de los encuentros con Jesús sin hablar de Juan el Bautista, el precursor, el que allanaba los caminos para el encuentro. ¡Qué hermosa misión para un hombre, preparar el encuentro con el Señor! Y de nuevo, ¡qué lección para nosotros! No hay encuentro con Jesús que no acabe en una confesión de fe y en una alabanza: ¡doy testimonio de que Este es el Hijo de Dios!

Y a continuación vienen los encuentros con los apóstoles y, en el primero de ellos, Jesús dice una palabra provocativa, su “venid y lo veréis” a Juan y Andrés, discípulos del Bautista. ¿Quién no hubiera querido estar en aquel encuentro, ver donde vivía el Maestro y quedarse con Él? Pero ya hemos aprendido que en aquellos discípulos estamos nosotros encontrando al Señor. ¿Cómo? Lo encontramos cada vez que escuchamos la voz del Señor en su Palabra proclamada en la Iglesia, cada vez que vamos donde vive el Señor y en la oración pasamos las horas con Él en silencio. Lo hacemos cuando le vemos hoy viviendo en las casas de los más necesitados y les dedicamos nuestra atención. Lo encontramos en la Eucaristía, pues podemos afirmar que aquel “venid y veréis” lo vivimos hoy en el misterio de la Eucaristía, que es la presencia de Jesús entre nosotros, el lugar de nuestro encuentro y donde debemos permanecer. Y quien permanece con el Señor se convierte en testigo. Así ocurre en el Evangelio. Andrés lleva al encuentro con Jesús a Simón y a Felipe, que, por su parte, lo hace con Natanael. El encuentro con Jesús pide ser transmitido y esta es la finalidad de la misión: llevar a otros al encuentro con Jesús.

Y así recorreríamos los encuentros de Jesús en el Evangelio, tomaríamos su sentido y acogeríamos sus palabras. Recórrelas en la oración y llévalas a la vida:  

  • Lc 17,11-19. Un encuentro que salva a la persona y rehace la vida: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros”… Y Jesús dice al único que volvió para darle gracias: “Levántate, vete, tu fe te ha salvado”.
  • Lc 19,1-10. Un encuentro que, de un cruce de miradas, lleva a la conversión y al servicio. A Zaqueo le cambia el corazón, se hace generoso y Jesús afirma: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”.
  • Mc 10,46-52. Un encuentro a partir de un grito que Jesús atiende. El camino nos conduce del grito: “Ten compasión de mí”, repetido incesantemente, al gesto y la palabra misericordiosa de Jesús: “Anda, tu fe te ha curado”.
  • Mt 9,20-22. Un encuentro que provoca en Él un tierno amor y la curación, no solo física, sino también interior: “Hija, tu fe te ha curado, queda en paz y sana de tu tormento”.
  • Jn 4,1ss. Un encuentro para estar cerca de quien lo necesita y llevar libertad a la vida. En el brocal del pozo, en el dialogo provocador y salvador, Jesús se revela: “Soy Yo, el que habla contigo”; y la alegría brota contagiosa de la mujer, que corre a decírselo a todos: “He encontrado al Mesías”.
  • Jn 8,1-11. Un encuentro que lleva a ser salvada de la muerte. Las palabras de Jesús no necesitan comentario: “Tampoco yo te condeno, vete y en adelante no peques más”.  

¿Qué estamos dispuestos a hacer ante estas mismas palabras de Jesús dirigidas a nosotros hoy? 

Los encuentros con María

Y cómo no hablar de la Virgen María. De Ella los Evangelios nos muestran algunos encuentros con su Hijo que nos hacen pensar en la intimidad continua entre Jesús y María, entre el Hijo y la Madre.  

  • Lc 1,39-56. Ella, en la visita a Isabel, propició el primer encuentro de Jesús con los hombres. Juan y Jesús se encuentran en el seno de sus madres. Isabel proclama: “La criatura saltó de alegría en mi vientre”. El encuentro con Jesús hace saltar de gozo y llena de alegría a Juan y a cada uno de nosotros. Y María proclama desde entonces la presencia del Señor en el mundo saliendo al encuentro de los pequeños, de los pobres, de los hambrientos, y derramando su misericordia.  
  • Lc 2,15-17. Ella, en la noche de Belén, mostró a Jesús a los pastores, pues esa era la señal, encontrar a Jesús en brazos de María. Es también nuestra forma de encuentro con Jesús, al que siempre encontraremos si nos dirigimos a María.
  • Jn 2,1-12. Ella nos enseña a encontrarlo en el día a día por el camino de la obediencia a su palabra, pues nos continúa diciendo, como en Caná: si queréis encontrar a Jesús en vuestra vida, “haced lo que Él os diga”.
  • Jn 19,26-27. Ella nos dice con su vida que no debemos desfallecer y que el encuentro que un día provocó en nosotros la conversión, la alegría, la libertad, la misión, debe mantenerse hasta el final; como Ella, que llegó hasta el Calvario, para que la mirada de su Hijo la encontrara firme al pie de la cruz.  

Con la Iglesia en África,
al encuentro de Jesús

El lema de Infancia Misionera de este año nos sitúa, no solo ante el encuentro con Jesús, sino también en un lugar concreto de nuestro mundo: África. Ahora nos corresponde, con nuestros niños y equipos misioneros, profundizar en él. Pensar en la actualidad de los encuentros con Jesús en nuestra vida, y abrirnos a la realidad de la evangelización en este continente, tan cercano en el espacio, pues se encuentra a pocos kilómetros de nuestras costas, y tan cercano a través de personas que viven entre nosotros y que proceden de allí. Ellos traen a nuestra vida cotidiana la realidad de esas naciones, su sufrimiento y su esperanza, la riqueza de su cultura y, en muchas de nuestras comunidades cristianas, el aliento de su fe, tantas veces más viva que la nuestra.

De África ha afirmado la Iglesia en los últimos años: “Este continente vive hoy lo que puede definirse un signo de los tiempos, un momento propicio, un día de salvación... Parece llegada la «hora de África», una hora favorable que invita con insistencia a los mensajeros de Cristo a bogar mar adentro y echar las redes” (Ecclesia in Africa, 6).

Acercamos nuestro corazón a África profundizando en tres hechos significativos: 

1. El niño Jesús vivió en África

“Es, en cierto sentido, la «segunda patria» de Jesús de Nazaret, el cual como niño pequeño encontró refugio precisamente en África contra la crueldad de Herodes” (EAf 142). Por ello los niños de África deben sentirse especialmente protegidos por Jesús, bendecidos por Él. A nuestros niños podemos invitarles a que recen para que Jesús bendiga a los niños de África. Ante la crueldad de tantos acontecimientos a los que están sometidos –guerras, miseria y sufrimiento–, no pueden sentirse abandonados. Sin duda que nuestros niños de Infancia Misionera serán sensibles ante esta realidad y rezarán por esos niños con palabras de la Escritura: “El Señor es mi fuerza, en Él confía mi corazón” (Sal 28).  

2. El primer anuncio del Evangelio
    llegó muy pronto a África

Así lo cuentan los Hechos de los Apóstoles y lo comenta la exhortación apostólica postsinodal sobre África: “Como al inicio del cristianismo, el alto funcionario de Candace, reina de Etiopía, feliz de haber recibido la fe mediante el bautismo, prosiguió su camino llegando a ser testigo de Cristo, del mismo modo hoy la Iglesia en África, llena de alegría y gratitud por la fe recibida, debe proseguir su misión evangelizadora, para atraer a los pueblos del continente al Señor” (EAf 6).

Una vez más se destaca la alegría como nota distintiva de la evangelización. Es la alegría que, como hemos visto, acontece en cada encuentro con Cristo y que transforma a los hombres en testigos alegres y esperanzados. Innumerables misioneros a lo largo de los siglos han dado testimonio de esta alegría por medio de una heroica y desinteresada dedicación. “La tierra bendita de África está sembrada de tumbas de valientes heraldos del Evangelio… La semilla esparcida a su tiempo ha producido frutos abundantes” (EAf 35-36). 

3. La gran historia de santidad
    de la Iglesia en África hasta hoy

Dejémonos interpelar, sin más, por el siguiente texto y disfrutemos con el nombre y la historia de todos aquellos que, a lo largo de los siglos, se encontraron con Cristo y por quienes la fe en África llega hasta el día de hoy: “Pensamos en la pléyade innumerable de santos, mártires, confesores y vírgenes que pertenecen a [las Iglesias cristianas de África]… Nos vienen a la memoria los nombres de los grandes doctores y escritores, como Orígenes, San Atanasio, San Cirilo, lumbreras de la escuela alejandrina, y en la otra parte de la costa mediterránea africana, Tertuliano, San Cipriano y, sobre todo, San Agustín, una de las luces más brillantes de la cristiandad. Recordemos a los grandes santos del desierto, Pablo, Antonio, Pacomio, primeros fundadores del monaquismo… Y las santas Felicidad y Perpetua, Santa Mónica y Santa Tecla. Estos luminosos ejemplos, como también las figuras de los santos Papas de origen africano Víctor I, Melquíades y Gelasio I, pertenecen al patrimonio común de la Iglesia”.

O este otro: “África respondió muy generosamente a la llamada de Cristo... Verdaderamente el crecimiento de la Iglesia en África, de cien años a esta parte, es una maravilla de la gracia de Dios… La serie de santos que África da a la Iglesia continúa creciendo. Cómo no mencionar, entre los más recientes, a Clementina Anwarite, virgen y mártir de Zaire, a Victoria Rasoamanarivo, de Madagascar, y a Josefina Bakhita, de Sudán. Y cómo no recordar al beato Isidoro Bakanja, mártir de Zaire... Ante el formidable crecimiento de la Iglesia en África durante los últimos cien años, ante los frutos de santidad alcanzados, hay una sola explicación posible: todo eso es don de Dios, ya que ningún esfuerzo humano habría podido realizar una obra semejante en un período tan breve relativamente”. 

Oración por África a María, Madre de la Iglesia

Ponemos todo el deseo de que el encuentro con Cristo se siga dando entre los hombres y mujeres, niños y niñas de África, y para ello invocamos a María: 

¡Oh María!, Madre de Dios
y Madre nuestra...

La Iglesia en África se dirige a ti
y contigo implora:
que la efusión del Espíritu Santo
haga de las culturas africanas
lugares de comunión en la diversidad,
transformando a los habitantes
de este gran continente en generosos
hijos de la Iglesia, que es
Familia del Padre, Fraternidad del Hijo,
Imagen de la Trinidad.


Por Juan Ignacio Rodríguez Trillo
Director del Secretariado de la Subcomisión Episcopal de Catequesis


Publicado por verdenaranja @ 22:32  | Misiones
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