Mi?rcoles, 20 de enero de 2010

Mensaje de monseñor Ramón Alfredo Dus, obispo de Reconquista, para la Navidad 2009. (AICA)


EL ÁRBOL Y EL NIÑO 

El árbol de Navidad ya está iluminado y cubierto de decoraciones brillantes que son como otros tantos frutos maravillosos. Este árbol ha dejado su ropa oscura por una explosión luminosa. Ha sido transfigurado, convirtiéndose en portador de una luz que no es la suya sino que da testimonio de la verdadera Luz que viene a este mundo. Evoca así las palabras proféticas de Isaías: “el pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en un país de sombras ha brillado una luz” (Is 9,1).

El destino de este árbol es comparable al de los pastores, quienes velando en las tinieblas de la noche, fueron iluminados por el mensaje de los ángeles. Este árbol manifiesta, a su manera, la presencia del gran misterio presente entre nosotros: “porque un Niño nos ha nacido; un Hijo nos ha sido dado (…)”, como dijo también el profeta (Is 9,5).

A los habitantes de nuestra ciudad, y a todos los que pasan, el árbol de Navidad les proclama la venida del Hijo de Dios. Y a través de él, la fe de las comunidades cristianas de nuestra Región saludan al Niño-Dios, cuyos nombres anunciados son: “Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz” (Is 9,5).

Es así que la Navidad nos envuelve en un clima especial, como siempre, porque este misterio de Amor tiene algo de enigmático y paradójico a la vez.  Es paradójico el hecho que Dios se hace hombre, que una Virgen que es Madre sin intervención humana, que nuestra humanidad sea capaz de contener la Presencia del Dios vivo.

Esta fiesta nos hace presentir una lógica distinta de convivencia, a la que nos estamos habituados, pero que asume e ilumina nuestros enigmas y las paradojas cotidianas.

Así por ejemplo, si bien sabemos que la riqueza no garantiza la felicidad, ni el dinero alarga la vida, Navidad es el don un Niño pobre, que nos hace ricos, que nos libera de la lógica del tener, y nos da la seguridad del amor de un Padre.

Si cuesta ponernos de acuerdo para cuidar y custodiar nuestro ambiente global porque vamos camino a la destrucción de pueblos y culturas, el Niño de Belén nos hace sabios; aún sin hablar es “Consejero maravilloso” (Is 9,5), pues su sola presencia nos desafía a superar la lógica de indiferencia hacia los excluidos, los niños y los pobres.

Si bien sucumbimos tantas veces a la tentación del poder como dominio cuando detentamos un puesto de autoridad, Navidad es un Niño débil que nos hace fuertes: es

la presencia del “Dios fuerte” (Is 9,5), que nos ofrece la alegría del servicio y de sentirnos solidarios.

Si tantas veces vivimos presos de un individualismo egoísta, el Niño de Navidad se llama también “Padre para siempre”. Él nos desafía a la comunión y a construir el “nosotros” social y comunitario.

Y porque hay tanta necesidad de Paz en el mundo, y a veces hasta justificamos la guerra y la carrera armamentista, Navidad significa la soberanía del “Príncipe de la paz” (Is 9,5), que nos hermana con todos los hombres del mundo y revela nuestra vocación por la justicia.

Navidad hace así presente el Amor paradójico de Dios por la humanidad. Amor que ilumina y ofrece sentido a superar nuestras contradicciones pues tantas veces “queremos hacer el bien, y es el mal que nos sale” (cf. Rom 7,19). Solo el Amor las supera porque justamente el Amor verdadero existe, cuando se dona, cuando no vive para sí. Y la fe en el Amor que profesamos también tiene algo de paradójico: pues creemos en lo que no vemos, y por ella tenemos garantía de lo que esperamos (cf. Heb 11,2). 

Esta es la gracia que celebramos con el signo del árbol de Navidad. Nuestro destino y suerte son también como la de este árbol: estamos llamados a dar frutos de luz, y a indicar que el mundo ha sido verdaderamente visitado por Dios, en el Hijo de María, y rescatado de sus males.

Feliz navidad  2009!
Mons. Ramón Alfredo Dus, obispo de Reconquista


Publicado por verdenaranja @ 22:34  | Hablan los obispos
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