Homilía de la misión pronunciada por monseñor Antonio Marino, obispo auxiliar de La Plata (Capilla San Martín de Porres, Villa Catela, Ensenada, 18 de diciembre de 2009). (AICA)
“¡Vengan, hay lugar para todos
en la Casa de Dios!”
Queridos hermanos y hermanas, de esta comunidad de San Martín de Porres:
En la cercanía de la Navidad, este vecindario de Villa Catela recibe durante esta semana la visita de un grupo numeroso de seminaristas platenses, acompañados por sacerdotes formadores. En colaboración con las Hermanas Haydée e Isabel, han tomado a su cargo la más noble y la más hermosa de las tareas: anunciar a Jesucristo como el Salvador de los hombres.
Los misioneros han recorrido las calles y las casas de este barrio. Ellos saben que son enviados por el propio Jesús: “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes” (Jn 20,21). Se sienten felices de anunciar el Evangelio, la Buena Noticia. Han venido a recordarles que Jesús es el Hijo eterno de Dios, que existía desde siempre como Dios igual al Padre. Para salvarnos del pecado y de la muerte eterna, se hizo hombre como nosotros en el seno purísimo de la Virgen María, por obra del Espíritu Santo. Y murió por nosotros y resucitó de la muerte al tercer día para darnos la gloria y la dignidad de ser hijos de Dios.
Acabamos de recorrer en procesión las calles de este barrio. Ha sido una manera de simbolizar que toda nuestra vida la debemos vivir como un camino hacia el Cielo. Es también el modo de seguir despertando las conciencias, de seguir llamando a los que están alejados de Jesús, de la Iglesia y de los sacramentos; de seguir invitando a los chicos y chicas que surcaban las calles con sus bicicletas, y a las personas que miraban desde la vereda o desde sus casas: “¡Vengan, hay lugar para todos en la Casa de Dios!”
Todos los bautizados debemos ser discípulos y misioneros de Jesús; lo que hemos recibido de Él como alumnos por medio de las enseñanzas de la Iglesia, debemos entregarlo a los demás como anunciantes, para que muchos otros sientan la alegría de ser cristianos, de pertenecer a la Iglesia Católica, la única fundada por el mismo Cristo.
Esta iniciativa misionera debe ser el comienzo para una renovación espiritual de este barrio. Debe ser un impulso para seguir creciendo. En Jesús, el Hijo de Dios nacido de la Virgen, se encuentra la respuesta verdadera a los problemas más serios que tenemos los hombres.
Él no desprecia a nadie y quiere recibir a todos. Es bueno con el pecador arrepentido, compasivo con el enfermo, con el pobre, con el que está triste; es misericordioso con el que se ha equivocado mucho, paciente con el débil. Él llama a cada cual por su nombre. A todos quiere perdonar, a todos quiere llevar por el camino verdadero de la felicidad verdadera. A todos trata con paciencia y amor. A todos llama a cambiar de vida y a convertirnos en hombres y mujeres de mucha fe, de mucha esperanza, de mucho amor.
Dentro de una semana estaremos celebrando la Navidad. Es la más enternecedora de las fiestas del Señor. Debemos prepararnos para recibir bien a Jesús, imitando a la Virgen y a San José. Cuando ellos llegaron a Belén, la Virgen estaba por dar a luz, y no encontraron un sitio para que Jesús naciera. Fueron entonces a refugiarse en un establo, y en pesebre, que es un lugar donde comen los animales, la Virgen recostó al Niño, envuelto en pañales.
Lo sucedido entonces, en la noche de la Navidad del Señor, se repite a lo largo de los siglos. El Señor Jesús quiere nacer espiritualmente en nuestras almas y no siempre encuentra sitio. Pero Él se complace en seguir naciendo en corazones bien dispuestos, aun en medio de nuestros problemas. Lo mismo que la Virgen María debemos confiar ciegamente en la Providencia de Dios y adorar con fe al Dios que nace en medio de nuestra pobreza, en medio de la oscuridad de la noche y del frío. Lo mismo que San José debemos ponernos a trabajar, limpiando el lugar del nacimiento y acomodando las pajas del pesebre de nuestro corazón.
Dios eligió a los pobres de este mundo como primeros destinatarios de su mensaje de salvación y de paz. Eso eran María y José; eso eran los pastores de Belén: pobres y privilegiados al mismo tiempo. Aun careciendo de bienes, tenían al Niño Jesús, el Salvador de todos los hombres de la historia, el regalo más grande que Dios Padre podía entregarnos. Tenían la única riqueza verdadera.
Si los hombres tuviéramos todos los bienes de este mundo y no tuviéramos a Jesús con nosotros, de nada valdrían todos nuestros bienes, pues carecerían de sentido. Pero si lo tenemos a Jesús con nosotros y le hablamos como a un amigo, aunque nos faltaran todos los bienes y estuviéramos en la indigencia y en la pobreza, nuestra vida estaría llena de esperanza y de riqueza.
Queridos hermanos y hermanas, el Señor nos llama a la conversión. Los sacerdotes estamos al servicio de ustedes. Las Hermanas de esta comunidad, los seminaristas que los visitan, quieren hacerles sentir la felicidad que hay en nuestro corazón cuando hacemos lugar para que nazca Cristo.
Hace unos años, en mis primeras visitas a esta comunidad, los fieles pedían con insistencia, de palabra y por escrito, una atención pastoral más estable. El Padre del cielo que es el dueño del campo de la Iglesia, los ha escuchado. Desde hace un tiempo, dos religiosas consagran aquí sus vidas y transcurren su tiempo en la alabanza divina, en la catequesis y en otros servicios pastorales. Los primeros frutos son manifiestos y deseo agradecerles. El P. Julio Britos les asegura la Santa Misa semanal. Además, como todos podemos ver, el lugar se ha transformado, ¡y cuánto!, aun manteniendo características de sencillez y sobriedad, y se ha convertido en un lugar de culto muy digno, del que pueden sentirse orgullosos. Vuelvo a agradecer a la arquitecta Diana Maggi por el desinterés con que prestó sus servicios.
Ustedes ven a muchos jóvenes seminaristas, que están aquí presentes. Es una alegría verlos juntos, y ustedes pueden pensar que son muchos. Pero nuestra arquidiócesis tiene muchos lugares sin suficiente atención pastoral o bien donde esta presencia es casi nula. Esto nos recuerda el pedido que hacía Jesús: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha” (Lc 10,2).
A todos les deseo una feliz Navidad, a todos les dejo mi bendición.
Mons. Antonio Marino, obispo auxiliar de La Plata