Comentario al evangelio del domingo Segundo de Cuaresma - C, publicado en Diario de Avisos el domingo 28 de Febrero de 2010 bajo el epígrafe DOMINGO CRISTIANO
Amada en el amado transformada
Daniel Padilla
El hombre se debate, a lo largo de su vida, en su constante anhelo de transformación. El niño quiere ser joven, el joven quiere llegar a mandar. El alevín de ciclista sueña en ser campeón del mundo. El solista del colegio se ve siendo un divo de la ópera. Y todos quisiéramos irnos transformando en aquella figura que admiramos. El evangelio de hoy nos cuenta cómo Pedro, Santiago y Juan vivieron y participaron en aquella "transfiguración" de Jesús. No cabe duda que el suceso les impactó, ya que Pedro, en nombre de ellos, quiso perpetuar la escena: "¡Qué bien estamos aquí! ¡Hagamos tres tiendas!". Pero, más que hacer elucubraciones sobre el hecho, yo quiero subrayar un detalle: "Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió". Eso es: mientras oraba. En nuestro siglo pragmático, eficacista y dinámico, ¿qué aprecio se hace de la oración? El hombre que corre de aquí para allá de la mañana a la noche, en una rueda de activismo imparable, ¿qué piensa de eso que llamamos orar? Es más, quienes nos podemos considerar profesionales, o casi, de la evangelización, a la hora de la verdad, ¿qué lugar asignamos a la oración dentro de nuestro variopinto y apretado organigrama de reuniones, charlas, conferencias y anteproyectos de proyectos? El hombre que se recoge en reflexión está en el buen camino. Está poniendo las premisas del clásico y provechoso método del ver, juzgar y actuar. La ascética y la mística cristiana nos ha llevado siempre a ese terreno, conscientes de que verse a sí mismo, en la presencia de Dios y ante el modo inigualable de Jesús, desembocará necesariamente en un juzgar saludable. En efecto, la palabra de Dios, filtrándose lentamente en mi interior, nos iluminará, nos interpelará y nos ayudará a juzgar. Y ese juzgar, a su vez, de no ser muy inconscientes e inconsecuentes, nos llevará a actuar. El examen de conciencia, suele llevar al dolor de corazón. Y el dolor de corazón al propósito de enmienda. No estaba hecha a tontas y a locas aquella distribución de las horas del día que solíamos tener en nuestros seminarios y centros de formación. Por la mañana, a primera hora, meditación. Al mediodía examen particular de conciencia, sobre una virtud a conseguir o un defecto a extirpar. Lectura espiritual, a media tarde, de libros sesudos y ascéticos. Y, por la noche, antes de dormir, examen general de conciencia. No eran simples modos de cubrir huecos en un horario yen una época poco propicios a la variedad. Eran convencimiento de la necesidad de tener encuentros con Dios y con uno mismo, a través de la reflexión. En épocas posteriores hemos descubierto la riqueza de la liturgia como fuente de espiritualidad. Pero la oración, como constante ejercicio de búsqueda de Dios, puede llevarnos, como quería Teresa de Jesús, en su Castillo interior, a escalar las "más altas moradas". O a "transformarnos en él", como cantaba Juan de la Cruz en su Noche oscura: "Amada en el amado transformada".