Domingo, 14 de marzo de 2010

Comentario al evangelio del domingo cuarto de cuaresma – c, publicado en Diario de Avisos el domingo 14 de Marzo de 2010 bajo el epígrafe DOMINGO CRISTIANO. 

Viaje de ida y vuelta

La palabra cuaresma tiene relación con la palabra conversión. La pala­bra conversión supone la palabra dispersión, separación. La separación empieza a equivaler a pecado. La palabra pecado lleva a la palabra vacío. Vacío rima con hambre y con sed. Las palabras hambre y sed están anunciando ya vuelta a casa. O, si quieren, volver a la casa del Padre. O sea, la cuaresma es completar un viaje completo de ida y vuelta. Desde la casa del Padre hasta la casa del Padre pasando por todas esas estaciones que he enumerado y que ahora voy a deletrear un poco, con la vista puesta en el Hijo pró­digo. Sirva ese viaje de escarmiento y enmienda. Casa del Padre o estación de salida. El cristiano es alguien que vive bien, y no me refiero al confort material. Me refiero a lo que decía Pablo: "Los que hemos sido bautizados en Cristo, nos hemos revestido de él" y "tenemos una vida nueva". Y "no solo de palabra nos lla­mamos hijos de Dios, sino que de verdad lo somos". Con todo lo que esto supone. Pero la parábola de hoy nos da a entender que los hijos de Dios tendemos a... la dis­persión. Con esa herencia que Dios da a cada uno, salimos por ahí a dilapidar la hacienda. Cada cual ha de examinar su conciencia y analizar en qué consiste su personal malversación de fondos. Porque creo que nadie puede librarse de recono­cer: tengo siempre presente mi pecado. Porque el pecado es eso justamente: aver­sión a Dios, apartarse de la casa del Padre, de esa monotonía que supone hacer su voluntad en la tierra como en el cielo y empezar a tener otras preferencias, gene­ralmente espejismos que, de momento, deslumbran y aturden. Menos mal que, tarde o temprano, esos brillos desapare­cen y, al fin, dejan... Un vacío. Es el desam­paro. La soledad. La impotencia. La cons­tatación de que somos muy débiles y menesterosos. El convencimiento, además, de que no es de oro todo lo que reluce. La vergüenza de comprobar que uno está deseando comer las bellotas de los cerdos y nadie se las dada nada. Y, en esa nada, brota, primero, la luz. Y, des­pués: el hambre y la sed. Uno empieza a pensar: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre viven satisfechos, mientras que yo?. Es el moribundo que empieza otra vez a vivir. Es el desengaño, darse cuenta de que había vivido engañado. Es empezar a entender otra vez que "más vale un día en tus atrios, Señor, que mil años en las tien­das de los enemigos". Se empieza a elegir un salmo que retrate nuestro estado de ese momento "El gorrión ha encontrado su casa y la golondrina su nido: tus alta­res, Dios de los Ejércitos". Es el momento de la salvación. El enfermo dice: "Volveré a la casa de mi Padre y le diré...". El retorno. No hay página más bonita en la historia de la literatura. El padre salía todos los días... El hijo, roto, pero curado, viene repitiendo su mejor verso: "He pecado contra el cielo y contra ti". Por eso Jesús, aunque ya no hacía falta, solía aña­dir: "Hay más alegría en el cielo cuando un pecador se convierte, que cuando noventa y nueve justos hacen penitencia".

Daniel Padilla


Publicado por verdenaranja @ 9:42  | Espiritualidad
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