Martes, 16 de marzo de 2010

Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús en la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes. (AICA
(11 de febrero de 2010)


Nuestra Señora de Lourdes 

Queridos hermanos y hermanas,
Queridos sacerdotes, diáconos,
Querido pueblo fiel:

En este hermoso día vinimos para honrar a la Virgen, Nuestra Señora de Lourdes, adhiriéndonos al Santo Padre que ha celebrado esta jornada en Roma y también nos unimos a la Gruta de la Virgen, allí en Francia, por medio de la fe a esta única celebración. Para nosotros la presencia de la Virgen es, una vez más, la ternura de Dios.

Dios tiene ternura sobre nosotros; nos quiere, nos ha creado y ha enviado a su Hijo eligiendo a la Virgen para que fuera la Madre del Verbo, la Inmaculada Concepción y Ella nos entrega lo mejor que tiene: a Jesucristo. El es el camino, es la verdad y es la vida, y nos dice cómo tenemos que caminar, qué referencias tenemos que tener y por dónde tenemos que encaminar nuestra vida.

Pero los seres humanos, que somos tan ingratos, que somos tan falibles y a veces somos tan superficiales y mediáticos, nos olvidamos de las cosas importantes y de las cosas fundamentales. A veces, hasta tenemos la tentación de acostumbrarnos a Cristo en la cruz y acostumbrarnos a Cristo en la resurrección.

Por eso, no teniendo obligación de creer en la aparición de Lourdes, podemos expresar nuestra fe sabiendo que la aparición de la Virgen en Lourdes es, de nuevo, una ternura más de Dios para recordarnos que todos nosotros tenemos que vivir como hijos de Dios y tratarnos entre nosotros como hermanos.

Pero resulta que el peso de la vida y de la historia, de los años y de los pecados, van gravitando y opacando el corazón del hombre. ¡Van lastimando a nuestra humanidad! Violencia, inseguridad, robos, drogas, mentiras, corrupciones, infidelidades, indiferencia, falta de verdad, falta de compromiso, donde cada uno hace lo que quiere hacer y vive de una manera egoísta, individual, que pretende a veces -como hace el consumismo- llenarnos de todo, vaciarnos de nada ¡porque no nos deja nada!; ¡no tenemos nada!; ¡vacía el alma!; ¡vacío el espíritu!

Hoy venimos a la Gruta de Lourdes a pedirle a la Virgen María, la Inmaculada Concepción: ¡queremos volver a vivir el sentido de nuestra vida cristiana!, ¡queremos volver a vivir la pureza en nuestro corazón!, ¡queremos volver a tener la limpieza en nuestra mirada!, ¡queremos volver a tender nuestra mano y que sea un cálido saludo fraternal!, ¡que no sea una mano falluta y que clave por atrás un puñal!, ¡queremos vivir como Dios nos ha creado!, ¡queremos vivir como Cristo nos ha redimido!, ¡y queremos vivir con tu ayuda Virgen Madre para que podamos vivir como hijos y tratarnos entre nosotros como hermanos!

Sabemos que se hace difícil y a veces ¡el mal pesa tanto!, ¡el daño pesa tanto!, pero sin embargo sabemos que ¡el mal se vence a fuerza de bien!, ¡con el bien se vence el mal! Con la oración, con la entrega, con la fidelidad, con la confianza y con el compromiso podemos vivir una vida nueva, una vida distinta.

¡Que no tengamos excusas! ¡Que no pensemos “sí, es imposible, el mundo no va a cambiar, el país o va a cambiar, las cosas no van a cambiar, la familia no va a cambiar”! Porque con ese rosario de calamidades justificamos también nuestra derrota y nuestra falta de controles.

Hermanos, cuando uno vive en Dios, cuando uno cree en Dios, cuando uno confía en la Virgen, aquello que parece imposible se puede hacer posible. ¡No vivamos como derrotados! ¡Sí vivamos como personas que tenemos viva la esperanza y la confianza puesta en el Señor y ayudados por la Madre!

La Virgen nos pide “Hijos míos, hay que convertirse, hay que cambiar de vida” Y nunca tengamos esa costumbre de “mirar” a los demás; que es una costumbre muy argentina o muy humana: siempre echarle la culpa a los demás. Uno tiene que preguntarse “¿Y yo qué?”, “¿En qué cosas tengo que cambiar?” “¿En qué cosas debo modificar mi actitud, mi vida, mi comportamiento, mi palabra, mis gestos, mi presencia?” ¡Cada uno de nosotros tiene que hacerse esas preguntas pero, por favor, hay que encontrar las respuestas!

La Virgen nos ayuda. Somos hijos de Dios y somos hijos de María Virgen. ¡No hagamos inútil la fuerza de la Virgen, de Cristo Jesús, en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestra sociedad y en la Iglesia toda!

En su Mensaje para este 11 de febrero, el Papa nos habla de algo muy especial: de los sacerdotes, en este Año Sacerdotal, y les pide que se ocupen de los enfermos porque esta tarea es extraordinaria. Nos invita a rezar por nuestros sacerdotes.

El Concilio Vaticano II decía, cuando se dirige a los pobres, a los enfermos y a los que sufren: “ustedes que sienten más el peso de la cruz, ustedes que lloran, ustedes los desconocidos del dolor, tengan ánimo; ustedes son los preferidos del Reino de Dios, el Reino de la esperanza, de la bondad y de la vida; ustedes son los hermanos de Cristo sufriente y por Él, si quieren, salvan al mundo!” El mundo necesita ser salvado, ¿y saben cómo se lo salva?, con amor, con oración, con entrega, con paciencia, con sacrificio y con dedicación a los hermanos que sufren.

Agradezco de corazón a las personas que cada día realizan su servicio para con los que están enfermos y los que sufren; haciendo que el apostolado de la Misericordia de Dios al que se dedica, responda cada vez mejor a las nuevas exigencias.

Queridos hermanos, les pido que recen y ofrezcan sus sufrimientos por los sacerdotes. Para que puedan mantenerse fieles a su vocación, y su ministerio sea rico en frutos espirituales para el bien de toda la Iglesia.

Le pedimos a la Virgen de Lourdes, Ella que nos consuela y que nos indica dónde esta Jesús, por el mundo del dolor, por los que están enfermos; por los que trabajan por los enfermos y especialmente le pedimos que respetemos la vida desde el inicio hasta el término natural de la existencia humana

Cuando uno tiene fe todo lo poco que haga es una eternidad: un gesto, una palabra, una mano, un oído que uno pone para escuchar; un estar en silencio ante el silencio del otro. Compartir una imposibilidad es una obra de apostolado extraordinaria.

Pidámosle a la Virgen que nos consuele, que nos de fuerzas para que nosotros consolemos también a nuestros hermanos. Y lo demás es lo demás. Al Hijo de Dios, e Hijo de la Virgen, no le hagamos inútil su sacrificio. ¡No perdamos el tiempo en cosas que no son de Dios ni de los hermanos!

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús

 


Publicado por verdenaranja @ 22:08  | Homil?as
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