Carta pastoral de monseñor Jorge Casaretto, obispo de San Isidro y de monseñor Oscar Ojea, obispo coadjutor, para la Cuaresma 2010. (AICA)
EN CAMINO HACIA LA PASCUA
Queridos Amigos:
Esta carta pastoral de Cuaresma es una carta especial: es la primera que escribimos juntos, Mons. Oscar Ojea y yo, Jorge Casaretto. Marca el inicio de una nueva etapa en el peregrinar de nuestra Iglesia diocesana, etapa que iniciamos con mucha alegría y esperanza, porque estamos seguros que la presencia de Mons. Ojea entre nosotros es un don de Dios para todos.
Por medio de la liturgia, la Iglesia nos vuelve a proponer la celebración de la Pascua del Señor y con ella, el camino que hacia allí nos conduce, la Cuaresma. Este camino nos hace pensar que nuestra vida, es un itinerario hacia el encuentro con el Señor resucitado. Encuentro que se da, ya ahora y que culminará con nuestra propia resurrección.
Nuestra existencia, como la cuaresma, es un camino en el que no faltan las dificultades, pero donde abunda la esperanza, alimentada por la fe, en la definitiva manifestación del amor de Dios en nosotros y en toda la humanidad.
La Cuaresma es un itinerario, un viaje y como tal, tiene etapas. Queremos proponerles aquí cuatro etapas, que, como se dan cuenta, son también cuatro momentos que tienen mucho que ver con nosotros.
1. Jesús es tentado y nosotros también
Los evangelios sinópticos, después del bautismo de Jesús nos hablan de las tentaciones del Señor (este año tomamos el Evangelio de Lucas 4, 1-12). Son relatos que nos quieren enseñar acerca de la humanidad de Jesús y de qué manera Él estuvo sujeto a las mismas alternativas que cualquier otro ser humano.
Este es el evangelio que se nos propone meditar en el primer domingo de cuaresma. Las tentaciones a las que el demonio somete a Jesús, nos muestran las actitudes que pueden hacer fracasar el proyecto del Reino de Dios que el Señor vino a anunciar.
Jesús no cederá ante ninguna, pero se vio sometido a ellas, por lo tanto nosotros también estamos sometidos a muchas tentaciones a lo largo de nuestras vidas.
En la primera tentación, el demonio le propone a Jesús: “Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan”.
Pero Jesús le respondió: “Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan”.
(Lc 4, 3-4)
¿En qué consiste esta tentación?: en hacer uso de cualidades y poderes en beneficio propio, olvidando el plan de Dios. Es una forma de ateísmo, que consiste en negar en la práctica a Dios. Es un camino que parece directo para resolver un problema concreto, pero no es lo que está en la voluntad del Señor.
La segunda tentación que trae el evangelio de Lucas, apunta al tema del poder:
“Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra y le dijo: "Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero. Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá". Pero Jesús le respondió: "Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto".” (Lc 4, 5-8)
¿Cuál es la propuesta? : Darle toda la gloria, o lo que es lo mismo, la riqueza y el poder religioso, político y económico, etc. Todos se postrarán ante él, se asegurará el triunfo, el dinero y el esplendor humano; será aceptado por todos y sólo con una condición: “que me rindas homenaje”.
Es otro tipo de tentación, muy difícil de combatir, consiste en el dominio universal en todos los aspectos. Es atrayente; el hombre se deja arrastrar por el esplendor del poder. Quien tiene poder tiene el éxito asegurado. Esta tentación representa de algún modo todas las veces en las que se nos ofrece el resultado fácil por el camino indebido, frente a la dificultad de hacer las cosas bien. Por ejemplo: una persona trabaja mucho, en un empleo sacrificado. Le cuesta llegar a fin de mes, hay dificultades económicas y le gustaría darle cosas buenas a su familia, a las que sabe que no tendrá acceso. Entonces viene alguien y le ofrece por ejemplo, tener droga en su casa y ganar por día lo que esa persona gana en un mes… Es sólo un ejemplo, seguramente alguna vez (o varias) nos hemos enfrentado a situaciones similares, en la que una solución “mágica” pero mentirosa, nos induce a tomar un camino fácil pero equivocado, que finalmente nos perjudica a nosotros y a nuestros seres queridos.
En la tercera tentación tal como la trae Lucas, se pone a prueba, algo muy humano, el deseo de “demostrar” quiénes somos y lo que podemos:
“Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: "Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: El dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden.
Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra".
Pero Jesús le respondió: "Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".
(Lc 4, 9-12)
Ni Jesús ni el demonio necesitan ninguna demostración acerca de la identidad del Hijo de Dios. El demonio le pide a Jesús que manifieste públicamente su poder y prestigio, que todos vean lo que es capaz de hacer; es la tentación del “figurar”, de la “apariencia”. Por otro lado, el malo muestra una imagen de Dios que infantiliza al hombre. Invita esta tentación a renunciar a la reflexión y a la propia responsabilidad. Esa actitud lo que intenta es poner a prueba al Señor (por eso Jesús recuerda el mandamiento: “no tentarás al Señor tu Dios”) exigiéndole que intervenga en situaciones comprometidas que han sido creadas por la irresponsabilidad del hombre. Pero para Jesús el hombre es siempre el responsable tanto de su historia personal como de la historia del mundo. El Señor siempre rechazará esta tentación de dar señales prodigiosas (Mc 8,11-13). Nos dice Jesús, con ese “No tentarás...”, que el plan de Dios para el hombre sigue siendo el mismo: Dios no trabaja sin el hombre, y el hombre no puede construir sin Dios.
Por otra parte, a esta tentación la podemos relacionar con la desesperación, fijémonos lo que hace y dice el demonio: “lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: "Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo”, es el abismo del sinsentido, son los momentos de la vida en los que nos vemos sin salida… ¡Cuántos son los jóvenes que al inicio de su existencia ya ven cerradas las posibilidades de realización! Muchos, convencidos de que la vida no vale nada, se entregan a la droga o al delito… Son los nuevos abismos que nos tientan a la desesperación. Si no hay otra perspectiva, es grande la tentación de dejarse caer. Por eso hoy es tan importante redescubrir el sentido de la vida. Así lo recordábamos los obispos en el documento del bicentenario: “La nueva cuestión social, abarca tanto las situaciones de exclusión económica como las vidas humanas que no encuentran sentido y ya no pueden reconocer la belleza de la existencia…”[1] El evangelio es un camino para descubrir esa belleza y la felicidad que puede dar a una persona el hecho de tener una misión o propósito para su vida.
Las respuestas de Jesús a las tentaciones muestran los rasgos de los que siguen a Jesús:
La fidelidad a Dios, la entrega a los hermanos, la reflexión y la responsabilidad personales en el servicio a los demás y la ausencia de todo afán de dominio. Así pues, el reinado de Dios, se funda sobre la solidaridad y en la justicia, y no se va a implantar mediante la violencia o la manipulación.
2. Dios quiere transformar nuestro corazón
“Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar.
Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". El no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor.
Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: "Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo".
Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.” (Lc 9, 28-36)
El segundo domingo de cuaresma nos trae para nuestra meditación, el misterio de la transfiguración. El texto comienza hablando de “ocho días más tarde”, son ocho días después del primer anuncio de la pasión. Entre ese anuncio y la pasión, en camino a Jerusalén, tiene lugar la Transfiguración. Se trata de una manifestación de la identidad de Jesús como Hijo de Dios y su revelación como plenitud de la “Ley y los Profetas”, representados por Moisés y Elías. La nube y el monte, signos de la manifestación de Dios en el Antiguo Testamento, nos hablan claramente de la gloria de Dios, revelada en Jesús, Hijo de Dios.
¿Cuál es el propósito de este episodio? Confortar a los discípulos ante el anuncio de la Pasión y frente a la Pasión misma. Como sucederá en el monte de los Olivos, los discípulos se duermen, y no acaban de entender el sentido de lo que sucede, ni cómo tienen que reaccionar…
Aquí también nosotros entendemos nuestra Cuaresma 2010 y nuestra vida, como un camino hacia la pascua, y para recordarnos la Gloria de la resurrección, recibimos la Palabra de la transfiguración. Tal vez la estemos necesitando en este momento de nuestra vida, oprimidos por algún dolor o dificultad. Ciertamente la precisamos hoy en nuestro país y en el mundo, mientras contemplamos las guerras y el terremoto de Haití.
La transfiguración nos recuerda y nos anuncia nuestro destino eterno junto a Dios, y cómo Él puede transformar totalmente nuestra vida y nuestra historia. La cuaresma nos pone en ese camino, el camino de la transformación del corazón. En este viaje hacia la pascua hay algún paso concreto que podemos dar, para iniciar o continuar nuestra conversión personal o comunitaria. La gracia de Dios puede obrar cambios impensados en nuestro corazón, pero necesita de nuestra apertura y disponibilidad. Este es el tiempo propicio para abrirnos a la acción del Espíritu Santo.
3. “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu” (Lc 23, 46)
Seguramente todos ustedes se pueden dar una idea de lo que significa la muerte en Cruz. La cruz la tomaron los romanos de alguno de los pueblos dominados, quizás de los fenicios. Pero el que inventó la cruz, inventó un modo de morir horrible, porque hasta ese momento, no se había logrado una manera de morir lentamente y hacer sufrir a la víctima mientras se va muriendo. La tortura de la muerte en cruz es algo terrible.
Una de las grandes razones que tuvo Jesús para morir en la cruz fue la de hacer posible que todos, absolutamente todos, pudiéramos sentirnos acompañados por Él en nuestros dolores y en nuestra propia muerte. El hombre que haya llevado la peor vida y que muere en la más terrible soledad si tiene un crucifijo adelante en un momento de lucidez puede decir: "Este sufrió más que yo".
A los que se descubren semejantes a Él y aceptan compartir su suerte, Él se convierte, para el mudo, en la palabra; para quien no sabe, en la respuesta; para el ciego, en la luz; para el sordo, en la voz; para el cansado, en el descanso; para el desesperado, en la esperanza; para el inquieto, en la paz. Con Él, las personas se transforman y lo absurdo del dolor adquiere sentido.
El problema de la vida humana es el dolor. Cualquier tipo de dolor, por más terrible que sea, sabemos que Jesús lo ha hecho suyo y transforma en amor.
El tema del sufrimiento nos dice algo a todos: a los mayores porque la vida nos ha dado la oportunidad de pasar por circunstancias difíciles y sentimos en nuestro cuerpo el paso del tiempo y con él, la proximidad del fin de nuestra vida aquí. Los jóvenes ven siempre lejana la muerte pero eso no quiere decir que no tengan sufrimientos. Todos los jóvenes saben lo que significa el dolor de un amor no correspondido, las cruces que hay que sobrellevar para abrirse camino en la vida, el sufrimiento de una timidez que no se supera, de una humillación que se recibe, de alguien que nos pisó la cabeza y consiguió el trabajo al que nosotros aspirábamos, el dolor de la fealdad física o el de la incomunicación en la familia, o el de la soledad que es uno de los más terribles dolores que se puede padecer.
En Jesús tenemos a alguien que es capaz de conocer todos los dolores y compadecerse de cada uno de nosotros, sea cual sea nuestro dolor. Este que muere en la cruz fue humillado, fue degradado moralmente, tratado como loco, castigado físicamente y sobre todo padeció el desprecio de todos los que lo rodeaban, el desprecio de los que fueron sus enemigos y la soledad y el abandono de sus amigos.
La muerte de Jesús sigue siendo hoy el único consuelo para tantos hombres y mujeres excluidos de la sociedad. A pesar de los avances científicos y tecnológicos, los hombres no hemos podido encontrar los caminos para lograr sociedades más justas. Todas esas masas pueden ver en la Cruz de Jesús la expresión de sus propios dolores. Sus palabras en la cruz adquieren hoy la dimensión profética de interpretar el grito de tantos excluidos que claman por mayor amor y justicia.
La cruz de Jesús es consuelo para los afligidos, pero también sigue siendo un grito de advertencia para llamar la atención de las sociedades opulentas e injustas. El clamor del Jesús doliente es hoy representativo del clamor de los pobres y marginados que nos interpelan.
La cruz del Señor nos ayuda a sobrellevar nuestras propias cruces. Nos recuerda que siempre el dolor aparecerá en nuestras vidas y necesitamos integrarlo como un aspecto fundamental de nuestra existencia. Nos da también lucidez y fortaleza para acompañar a quienes llevan cruces mayores que las nuestras.
4. “Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!” Lc 24, 34.
Los Evangelios dicen con toda claridad que Jesucristo una vez muerto en la cruz y sepultado, al tercer día resucitó. Durante su vida Jesús había resucitado a algunas personas; y algún tiempo antes de su muerte resucitó a su gran amigo Lázaro, pero a todas estas personas no las resucitó definitivamente. Todos ellos volvieron a la vida pero después murieron.
Cuando hablamos de la resurrección de Jesucristo estamos hablando de un hecho absolutamente singular. La resurrección de Lázaro significó para él volver a esta vida, la de Jesucristo tiene un sentido completamente distinto: vuelve a una vida nueva, los Evangelios nos muestran que tiene un cuerpo espiritualizado. Transfigurado, pero cuerpo verdadero en el cual están marcadas las cicatrices de los clavos y de la lanza que impactó en su costado. Un cuerpo capaz de atravesar paredes y entrar en lugares cerrados. Es cuerpo verdadero, pero cuerpo espiritual.
¿Qué hace Jesucristo después de resucitar? Se apareció a sus discípulos. Esas apariciones tuvieron un doble objetivo. Por un lado reconfortar, y despertar la fe en Él: al aparecer resucitado les muestra que no los había engañado y que el Reino que había predicado no era una mentira.
Por otro lado, también se presentó a sus apóstoles para confirmarlos en la misión que Él ya les había predicho antes de morir. Los envía por todo el mundo para que prediquen el Reino de Dios, para que vayan por toda la tierra y testimonien que él ha resucitado y que lo que ha dicho es verdad, para que anuncien a todos los hombres de todas las generaciones que la vida tiene un sentido, que Dios nos ha regalado este don de la vida y que no estamos en la tierra porque sí, sino para cumplir una misión. Que terminado el curso de nuestra vida, habiendo cumplido esa misión, Jesucristo resucitado está junto a su Padre en el cielo esperándonos para resucitarnos también a nosotros.
Esta es la fuerza de la resurrección. Como Dios es amor no pudo haber pensado nuestra vida para que terminara en un abismo o en la nada; por el contrario, nos invita a adherirnos a ese amor suyo de modo tal que nuestra vida crezca día a día y vayamos adquiriendo mayor dignidad como personas. Nuestra resurrección final no será sino la consecuencia de vivir intensamente en el amor aquí en la tierra para que Dios nos dé la plenitud de la vida en la eternidad.
La resurrección de Jesucristo es lo que funda nuestra esperanza. Todos en la vida queremos crecer y ser más. El materialismo consumista que nos rodea nos quiere hacer pensar que para ser más, tenemos que tener muchas cosas. Los santos, nos dan un ejemplo completamente distinto, más bien se desprendieron de sus bienes materiales y crecieron en los bienes espirituales. Y ese camino de crecimiento personal se ha plenificado en la vida eterna que ellos han conseguido: ese es nuestro destino, para eso nos creó Dios, para eso resucitó Jesucristo: Para que tengamos plenitud y una plenitud que no termina nunca (Cfr. Jn. 10, 10).
Queridos Amigos, esta pascua 2010, es la que marca el comienzo de la celebración del Bicentenario de la Patria. Seguramente, habrá muchos festejos y conmemoraciones. Como cristianos, nuestro modo de agradecer por nuestra Patria debe ser profundizar en el diálogo, en la justicia y en la solidaridad, impregnando nuestros ámbitos de los valores del Evangelio. Nuestra Argentina, que conoce el anuncio de la Buena Noticia de Jesús desde sus orígenes nacionales, en estos tiempos no logra encarnar estos valores que están, sin embargo, en nuestras raíces culturales. Apelemos a esos valores dormidos y retomemos el sentido profundo de nuestra vocación. Éste será nuestro aporte a la vida concreta de nuestra sociedad.
Que María de Luján, Madre de los Argentinos, nos enseñe a vivir y a compartir como hermanos, en camino al bicentenario de la Patria,
¡Muy feliz pascua de Resurrección!
Mons. Jorge Casaretto, obispo de San Isidro
Mons. Oscar Ojea, obispo coadjutor de San Isidro
Nota:
[1] HB n°25.
GUÍA DE TRABAJO
Aquí dejamos una serie de preguntas que nos ayudarán a interiorizar los contenidos de la CARTA PASTORAL. No se trata de encontrar la "respuesta correcta", sino de preguntarnos acerca de lo que estamos reflexionando, para ver qué repercusión tienen estas realidades en la vida de cada uno de nosotros. Sería bueno que escribamos las respuestas, ya que el ejercicio de escribir nos ayuda a concentrarnos y a ponernos en contacto con nuestro interior. Si queremos, después podemos compartir lo que hemos reflexionado, con nuestra familia o comunidad.
Aquí van las preguntas:
¿Cómo me encuentro al comenzar esta cuaresma? ¿Me siento con deseos de iniciar un camino de conversión?
Jesús es tentado y nosotros también. ¿Cuál es la tentación más fuerte que tengo en este momento de mi vida?
Respecto de las tentaciones que relata el Evangelio de San Lucas:
- ¿Sé poner mis dones al servicio de los demás? ¿En qué situaciones o momentos podría hacerlo?
- ¿Cómo vivo las situaciones en las que tengo algún poder sobre otros? (en mi familia, en el trabajo, en alguna actividad en el club, el barrio, la parroquia, etc.) ¿Vivo el poder como servicio?
- Frente a situaciones realmente difíciles ¿Me he sentido tentado/a de desesperanza? ¿Cuándo?
La Transfiguración del Señor me recuerda que Dios puede transformar mi corazón ¿Qué le pediría a Jesús que me ayude a cambiar en esta cuaresma?
La cruz de Jesús ilumina la nuestra ¿Qué situación de mi vida en este momento es una “cruz” para mí?
¿Creo en la resurrección del Señor? ¿De qué modo afecta mi vida el hecho de creer o no en la resurrección?
Hago una oración al Señor, pidiéndole por alguna persona, familia o grupo que esté sufriendo mucho en este momento. Le pido al Señor que se manifiesta a ellos con la fuerza de su resurrección. Si es posible, le/les manifiesto mi cercanía y solidaridad.