Comentario al Evangelio del Domingo de Ramos – c publicado en el Diario de Avisos el domingo 28 de Marzo de 2010 bajo el epígrafe DOMINGO CRISTIANO.
¿Repican o doblan las campanas?
Daniel Padilla
Sí, este es un día en que uno no sabe exactamente a qué carta quedarse. La liturgia del día, en un revuelo de palmas y hosannas, vestida de fiesta, rememora aquella entrada triunfal de Jesús en la ciudad santa de Jerusalén. Y hoy como ayer, hasta por las calles aclamamos "al que viene en el nombre del Señor". Sabemos, por tanto, por quién repican las campanas. Pero, unos minutos después, bruscamente y sin paños calientes, la misma liturgia nos narra la Pasión del Señor y nos dice: "Miren cómo muere el Justo". Tampoco preguntamos nada, porque sabemos muy bien por quién doblan las campanas. Pero uno no puede quedarse ahí, en la mera contemplación de este cara y cruz, en esa externa contemplación -¿únicamente folclórica?- de este ambivalente Domingo de Ramos. Tienen que calarnos varias ideas. La primera es: ¡cuán presto se va el placer!. El mundo en el que vivimos, y de una acusada manera nuestra época, busca frenéticamente un objetivo: la consecución y el disfrute del placer. Hacia eso van nuestros afanes, luchas y quebraderos de cabeza. Paradójicamente, mientras buscamos ese placer, la verdad es que nos desgastamos, nos peleamos y sufrimos, a veces hasta enfermamos. La segunda es: este paradójico Jesús que, mientras es aclamado, piensa: "he aquí que subo a Jerusalén, donde se cumplirán las cosas dichas por los profetas"; esta liturgia que, al instante de recordarnos el triunfo de Jesús, nos lee su fracaso y su Pasión, nos está ofreciendo muy a las claras otro enfoque muy distinto de la dicha, otra manera de caminar hacia la verdadera felicidad. Y es éste: que el Jesús aclamado y triunfal del día de Ramos es, en realidad, el "siervo doliente de Yavéh", el que "cargó sobre sí nuestras dolencias y borró nuestros pecados", el que, en una palabra, concibió su aventura humana en la tierra como una entrega y un servido. Consciente de que, por ahí, se llega a la verdadera glorificación. La tercera es: Domingo y viernes, retrato del hombre. Los hombres somos así: una rara mezcla de Domingo de Ramos y Viernes Santo. Un extraño brebaje de palmas y pitos. Un constante emparedado de estas dos frases: "No puedo vivir sin ti" y "No puedo vivir contigo". Somos el tiovivo incesante del amor y el olvido, el amor y el odio. Somos monedas de cara y cruz, moneda de curso muy corriente. Nuestro patrono es Pedro. El mismo día que decía: "Aunque sea necesario morir contigo, yo no te abandonaré", ese mismo día negaba a Jesús tres veces, tres. Dime, Pedro, ¿por quién doblaba el gallo aquella noche su kikirikí? Y Pedro nos contesta: "Atención, hermanos, porque nuestro enemigo el diablo anda alrededor de nosotros buscando a quien devorar". Sí, amigos, atención. Porque las campanas, ya se sabe, unas veces repican y otras doblan. A nosotros nos toca luchar para evitar que, de nosotros se pregunte: ¿por quién doblan las campanas?