Lectio divina para el viernes de Pascua 2010, ofrecida por la Delegación Diocesana de Liturgia de la Diócesis de Tenerife.
Viernes de Pascua
LECTURA: “Juan 21, 1‑14”
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar.» Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo.»
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?» Ellos contestaron: «No.» Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.»
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: «Es el Señor.»
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger.»
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice: «Vamos, almorzad.»
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
MEDITACIÓN: “¡Es el Señor!”
Hay muchos momentos en que el silencio es más expresivo que todas las palabras, afirmaciones y pruebas. No se trata de intuiciones sino de sintonía de corazones, y eso no engaña nunca. El amor hizo que el gesto dado y recibido valiese por todos los discursos. Y es que hasta en la lejanía física podemos experimentar la presencia y la cercanía real del que queremos. Así lo experimentó el discípulo que Jesús quería, y por eso Jesús no necesitó hablar, dejó hablar al corazón.
Así me hablas a mí y así siento tu cercanía, Señor. No necesito ni tus palabras, ni tú las mías, ya nos las sabemos todas. Qué te voy a contar y qué me vas a contar. Nos basta saber que nos queremos para sentir nuestra presencia mutua, yo en tu corazón y tú en el mío. El mío siempre pequeño y herido. Pero tú quieres caber en él y susurrarle a voces tu amor, sanar sus heridas o, sin más, dejando que el silencio, o la aparente distancia, me hagan hambrearte con la fuerza de quien necesita el calor del amigo.
Y tú, Señor, siempre vienes y estás, aunque haya momentos que me dejes experimentar mi soledad o tu silencio, pero dejando siempre vivo el rescoldo que me hace saber que estás. Y cuando no te siento en el tú a tú de nuestra intimidad, te me haces presente con toda tu fuerza en ese banquete diario que me brindas en la eucaristía. En ella, cada mañana te asomas a la orilla de mi vida, para que nuestras miradas se crucen y mi corazón de un vuelco de gozo, gritando en mi interior: “Sí, es el Señor”.
ORACIÓN: “Un corazón enamorado”
Señor, que no me retraigan las dificultades de la vida. Despierta siempre en mí esa mirada íntima y profunda que me permita descubrirte caminando conmigo, sosteniendo mi lucha, alentando mi camino.
Que sepa ser, Señor, en medio de mis hermanos los hombres, una voz y un corazón enamorado, que me permita gritar a todos, que abran los ojos, porque tú sales cada mañana a nuestro encuentro para invitarnos a caminar contigo. Y llevar tu voz, y tu presencia, a todos los rincones del mundo, convertida en gestos de solidaridad, de bondad, de paz.
CONTEMPLACIÓN: “Tu presencia”
Intuyo tu presencia, Señor,
siento el calor
de tu mirada.
El latido intenso
de tu corazón
me grita en silencio
tu amor.
Y una ola de ternura
y de compasión
me envuelve
y me adentra en Ti.