Domingo, 11 de abril de 2010

Comentario al evangelio del domingo segundo de Pascua, publicado en Diario de Avisos el domingo 11 de Abril de 2010 bajo el epígrafe DOMINGO CRISTIANO.

Tomás de carne y hueso

Daniel Padilla

Estando los discípulos encerrados en una casa, sin abrir puertas ni ventanas, apareció Jesús en medio de ellos y les dijo: "Paz a Ustedes". Como Tomás no estaba con ellos, en cuanto llegó, le espetaron entusiasma­dos: "Hemos visto al Maestro". No quiero ocultar, amigos, que, por lo que tiene de humano, siempre he sido admirador de Tomás y he tratado de comprenderlo. Por eso, aquí presento su pliego de descargo: Hay que ponerse en el lugar de las dos partes. Primeramente, en la de los albo­rozados apóstoles. ¿Cómo iban a ser capaces de medir sus palabras con una noticia de tal calibre? Con noticias mucho más pequeñas solemos salir por ahí, sacando pecho. Pues, eso: a Tomás le pasaron la miel por los labios con verda­dero regodeo. Por eso, es comprensible la actitud de Tomás: "Si no meto mis dedos en las llagas de sus manos, si no meto mis manos en su costado... no lo creo'. No. era un alarde de incredulidad. Era la pataleta de alguien que renegaba contra su mala suerte. Como si dijera: "¡Vaya, hombre, cinco minutos que salgo fuera y entonces tenía que venir!". Sí, era una comprensible rabieta. Lo que sucedió a Tomás nos enseña una cosa. Que la vida suele ser así. Unas veces, "noche oscura del alma". Y otras, "abrazo de abandono en el Amado". Tomás vivió las dos expe­riencias sucesivamente: la profunda sole­dad de quien pierde al Señor a quien amaba, y el contacto sensible de la pre­sencia del Resucitado: "Mete tus manos en mi costado". Es decir, las mayores consolaciones, incluidas las de los sentidos. Nunca debe olvidarlo el cristiano. Porque todas las pruebas de nuestro peregrinaje suelen terminar en luminosos amanece­res: "Dentro de un poco no me verán, pero dentro de otro poco volverán a verme". Y a Tomás hay que agradecerle muchas cosas. Porque, a sus dudas y obje­ciones debemos las más espléndidas acla­raciones de Jesús. Así, cuando Jesús afirmó que sus apóstoles le seguirían a donde él iba, Tomás preguntó ingenua­mente: "¿Cómo te seguiremos si no sabe­mos el camino?". Y es entonces cuando Jesús manifestó: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida". Del mismo modo, cuando Jesús, ya resucitado, le invitó a "meter sus manos en su costado", Tomás hizo el más bello acto de fe, la más amplia oración de adoración: "¡Señor mío y Dios mío!". Lo dijo quizá confuso y avergon­zado. Pero lo dijo. Tuvo, además, detalles de verdadera voluntad comprometida. Recuerden: cuando Jesús anunció que iba a Jerusalén a morir, Tomás se ade­lantó en un gesto que le honra: "Vayamos también nosotros y muramos con él". Con que, no me condenen a Tomás, por favor, amigos. Trátenmelo siempre bien. Él era simplemente un hombre de carne y hueso. Y como no quería ni pensar que el Jesús que habían visto los apóstoles fuera un fantasma, es decir, alguien "que no tiene ni carne ni huesos", por eso precisamente exigía meter los dedos en las llagas de las manos y la mano en el costado de Jesús. Era como si hubiera dicho: "Den­tro de tus llagas, escóndeme y mándame ir a ti". Y miren el detalle. Mientras a la Magdalena Jesús le dijo: "No quieras tocarme, porque aún no he subido a mi Padre", a Tomás, sí. A Tomás le dijo: "Mete tus manos, Tomás, en mi costado". Y, seguramente, tirándole suavemente de las orejas, le añadió: "Y no seas incrédulo, sino creyente".


Publicado por verdenaranja @ 9:26  | Espiritualidad
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