Comentario al evangelio del domingo de la Santísima Trinidad – C, publicado en Diario de Avisos el domingo 30 de Mayo de 2010 bajo el epígrafe “DOMINGO CRISTIANO”.
Elegir la mejor parte
Daniel Padilla
No deja de sorprender que la Igle- sia nos proponga un día para rezar por los que rezan: pro orántibus. ¡Si ellos son el acumulador de energías para los demás, la palanca del cuerpo místico, ¿qué necesidad tienen de nuestra oración? ¡Es como echar agua al mar! Quizá los maliciosos piensen: "Es para que vuelvan al buen camino; para que dejen la contemplación y vengan a la acción, que es lo que hace falta, ya que la mies es mucha y los obreros pocos". ¡Suele mezclarse la ligereza cuando hablamos de los contemplativos! ¡O el desconocimiento de ser cristiano! Pensamos, al evocarlos, que son seres huidizos, inútiles, equivocados, con una visión unilateral y desenfocada en el modo de implantar el reino. Somos nosotros seguramente los que necesitamos rumiar profundamente las palabras de Jesús: "Muchas cosas me quedan por decirles. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, les guiará a la verdad plena". Y concretando más: "Todo lo que tiene el Padre es mío. Y el Espíritu tomará de lo mío y se lo anunciará". Eso son los contemplativos. Seres que han leído muy atentamente estas palabras y en ese empeño viven. Seres que tratan de beber, en la interior bodega del Espíritu, todo lo que a Jesús le faltaba por decir, y que, a él se lo había comunicado el Padre. Miembros vivos, entroncados en el Misterio de la Trinidad. Esta es, ya, la fiesta que celebramos.
Los contemplativos no son hombres y mujeres que se han buscado su cueva para sobrevivir, como los hombres de las cavernas. Al menos para un sobrevivir meramente terreno. Ellos van tras otra supervivencia. La que, como un manantial, llega hasta la vida eterna. San Agustín lo explicaba, asombrado de sí mismo: "Tú estabas, Señor, dentro de mí y yo estaba fuera de mí mismo y te buscaba fuera. Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo: Tú me llamabas y, al fin, tu grito forzó mi sordera. ¡Tarde te amé, hermosura, siempre antigua y siempre nueva!" El contemplativo contempla. No como hacemos los demás, tangencial y epidérmicamente. El contemplativo busca la raíz de las cosas, el manantial. El contemplativo entra en diálogo con el omnipresente. Y, mientras nosotros hablamos de Dios a los hombres, él habla de los hombres a Dios. Necesitamos, sí, a los contemplativos. Nosotros tenemos el peligro de hacer un mundo muy tecnificado, pero de piezas sueltas, disgregadas, desprovistas de una conjunción y de un espíritu interior que dé sentido. Ellos son la secreta savia vivificante y lubrificante que ponga en marcha y haga posible el engranaje y el movimiento de todo el material moderno por nosotros acumulado. Vivimos con la tentación de hacer y hacer cosas. Los contemplativos andan tratando de amistad con Dios, para que todas esas cosas nuestras se muevan y no queden oxidadas en el montón de chatarra. Por eso, debemos rezar pro orántibus. Para que, en su tarea de diálogo permanente con el pmnipotente y el absoluto, no se detengan nunca. Para que no se dejen ganar por el hastío.