ZENIT? nos ofrece la homil?a pronunciada hoy por el Papa Benedicto XVI con motivo de la Santa Misa celebrada hoy en la Bas?lica de San Pedro, en la que han sido ordenados 14 nuevos presb?teros de la di?cesis de Roma.
Queridos hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,
Querid?simos ordenandos,
Queridos hermanos y hermanas
Como obispo de esta di?cesis estoy particularmente contento de acoger en el presbyterium romano a catorce nuevos sacerdotes. Junto con el cardenal vicario, los obispos auxiliares y todos los presentes, doy las gracias al Se?or por el don de estos nuevos pastores del Pueblo de Dios. Quisiera dirigiros un saludo particular a vosotros, querid?simos ordenandos: hoy est?is en el centro de la atenci?n del Pueblo de Dios, un pueblos simb?licamente representado por la gente que llena esta Bas?lica Vaticana: la llena de oraci?n y de cantos, de afecto sincero y profundo, de conmoci?n aut?ntica, de alegr?a humana y espiritual. En este Pueblo de Dios tienen un lugar particular vuestros padres y familiares, los amigos y compa?eros, los superiores y educadores del Seminario, las distintas comunidades parroquiales y las diferentes realidades de la Iglesia de las que proced?is y que os han acompa?ado en vuestro camino, y a las que vosotros mismos ya hab?is servido pastoralmente. Sin olvidar la singular cercan?a, en este momento, de tant?simas personas, humildes y sencillas pero grandes ante Dios, como por ejemplo las monjas de clausura, los ni?os, los enfermos. Ellos os acompa?an con el don precios?simo de su oraci?n, de su inocencia y de su sufrimiento.
Es, por tanto, toda la Iglesia de Roma la que hoy da gracias a Dios y reza por vosotros, que pone tanta confianza y esperanza en vuestro ma?ana, que espera frutos abundantes de santidad y de bien del ministerio sacerdotal. S?, la Iglesia cuenta con vosotros, ?cuenta much?simo con vosotros! La Iglesia os necesita a cada uno de vosotros, consciente como es de los dones que Dios os ofrece y, al mismo tiempo, de la absoluta necesidad del coraz?n de cada hombre de encontrarse con Cristo, ?nico y universal salvador del mundo, para recibir de ?l la vida nueva y eterna, la verdadera libertad y la alegr?a plena. Nos sentimos, por tanto, todos invitados a entrar en el ?misterio?, en el acontecimiento de gracia que se est? realizando en vuestros corazones con la Ordenaci?n presbiteral, dej?ndonos iluminar por la Palabra de Dios que se ha proclamado.
El Evangelio que hemos escuchado nos presenta un momento significativo del camino de Jes?s, en el que pregunta a los disc?pulos qu? piensa la gente de ?l y c?mo le juzgan ellos mismos. Pedro responde en nombre de los Doce con una confesi?n de fe, que se diferencia de forma sustancial de la opini?n que la gente tiene sobre Jes?s; ?l, de hecho, afirma: T? eres el Cristo de Dios (cfr Lc 9,20). ?De d?nde nace este acto de fe? Si vamos al inicio del pasaje evang?lico, constatamos que la confesi?n de Pedro est? ligada a un momento de oraci?n: ?Jes?s oraba a solas y sus disc?pulos estaban con ?l?, dice san Lucas (9,18). Es decir, los disc?pulos son involucrados en el ser y hablar absolutamente ?nico de Jes?s con el Padre. Y se les concede de este modo ver al Maestro en lo intimo de su condici?n de Hijo, se les concede ver lo que otros no ven; del ?ser con ?l?, del ?estar con ?l? en oraci?n, deriva un conocimiento que va m?s all? de las opiniones de la gente, alcanzando la identidad profunda de Jes?s, la verdad. Aqu? se nos da una indicaci?n bien precisa para la vida y la misi?n del sacerdote: en la oraci?n, ?l esta llamado a redescubrir el rostro siempre nuevo del Se?or y el contenido m?s aut?ntico de su misi?n. Solamente quien tiene una relaci?n intima con el Se?or viene aferrado por ?l, puede llevarlo a los dem?s, puede ser enviado. Se trata de un ?permanecer con ?l? que debe acompa?ar siempre el ejercicio del ministerio sacerdotal; debe ser la parte central, tambi?n y sobre todo en los momentos dif?ciles, cuando parece que las ?cosas que hacer? deben tener la prioridad. Donde estemos, en cualquier cosa que hagamos, debemos ?permanecer siempre con ?l?.
Un segundo elemento quisiera subrayar del Evangelio de hoy. Inmediatamente despu?s de la confesi?n de Pedro, Jes?s anuncia su pasi?n y resurrecci?n y hace seguir a este anuncio una ense?anza en relaci?n al camino de los disc?pulos, que es un seguirlo a ?l, el Crucificado, seguirlo por el camino de la cruz. Y agrega despu?s -con una expresi?n parad?jica ? que ser disc?pulos significa ?perderse a si mismo?, pero para reencontrarse plenamente a uno mismo (Cfr. Lc 9,22-24). ?Qu? significa esto para cada cristiano, pero sobre todo qu? significa para un sacerdote? El seguimiento, pero podr?amos tranquilamente decir: el sacerdocio, no puede jam?s representar un modo par alcanzar seguridad en la vida o para conquistar una posici?n social. El que aspira al sacerdocio para un aumento del propio prestigio personal y el propio poder entiende mal en su ra?z el sentido de este ministerio. Quien quiere ante todo realizar una ambici?n propia, alcanzar ?xito propio ser? siempre esclavo de si mismo y de la opini?n p?blica. Para ser considerado deber? adular; deber? decir aquello que agrada a la gente; deber? adaptarse al cambio de las modas y de las opiniones y, as?, se privar? de la relaci?n vital con la verdad, reduci?ndose a condenar ma?ana aquello que hab?a alabado hoy. Un hombre que plantee as? su vida, un sacerdote que vea en estos t?rminos su propio ministerio, no ama verdaderamente a Dios y a los dem?s, sino solo a si mismo y, parad?jicamente, termina por perderse a si mismo. El sacerdocio -record?moslo siempre- se funda sobre el coraje de decir s? a otra voluntad, con la conciencia, que debe crecer cada d?a, de que precisamente conform?ndose a la voluntad de Dios, ?inmersos? en esta voluntad, no solo no ser? cancelada nuestra originalidad, sino, al contrario, entraremos cada vez m?s en la verdad de nuestro ser y de nuestro ministerio.
Queridos ordenandos, quisiera proponer a vuestra reflexi?n un tercer pensamiento, estrechamente ligado a este apenas expuesto: la invitaci?n de Jes?s de ?perderse a s? mismo?, de tomar la cruz, remite al misterio que estamos celebrando: la Eucarist?a. A vosotros hoy, con el sacramento del Orden, ?os viene dado presidir la Eucarist?a! A vosotros se os conf?a el sacrificio redentor de Cristo; a vosotros se os conf?a su cuerpo entregado y su sangre derramada. Ciertamente, Jes?s ofrece su sacrificio, su donaci?n de amor humilde y completo a la Iglesia su Esposa, sobre la Cruz. Es sobre ese le?o donde el grano de trigo dejado caer por el Padre sobre el campo del mundo muere para convertirse en fruto maduro, dador de vida. Pero, en el dise?o de Dios, esta donaci?n de Cristo se hace presente en la Eucarist?a gracias a aquella potestas sacra que el sacramento del Orden os confiera a vosotros, presb?teros. Cuando celebramos la santa misa tenemos en nuestras manos el pan del Cielo, el pan de Dios, que es Cristo, grano partido para multiplicarse y convertirse en el verdadero alimento para la vida del mundo. Es algo que no puede sino llenar vuestro coraz?n de ?ntimo estupor, de viva alegr?a y de inmensa gratitud: el amor y el don de Cristo crucificado pasan a trav?s de vuestras manos, vuestra voz, y vuestro coraz?n. ?Es una experiencia siempre nueva de asombro ver que en mis manos, en mi voz, el Se?or realiza este misterio de Su presencia!
?C?mo no rezar por tanto al Se?or, para que os d? una conciencia siempre vigilante y entusiasta de este don, que est? puesto en el centro de vuestro ser sacerdotes! Para que os de la gracia de saber experimentar en profundidad toda la belleza y la fuerza de este servicio presbiteral y, al mismo tiempo, la gracia de poder vivir este ministerio con coherencia y generosidad, cada d?a. La gracia del presbiterado, que dentro de poco os ser? dada, os unir? ?ntimamente, estructuralmente, a la Eucarist?a. Por eso, os pondr? en contacto en lo profundo de sus corazones con los sentimientos de Jes?s que ama hasta el extremo, hasta el don total de s?, a su ser pan multiplicado para el santo banquete de la unidad y la comuni?n. Esta es la efusi?n pentecostal del Esp?ritu, destinada a inflamar vuestro camino con el amor mismo del Se?or Jes?s. Es una efusi?n que, mientras habla de la absoluta gratuidad del don, graba dentro del mismo ser una ley indeleble, la ley nueva, una ley que os empuja a insertaros y a hacer surgir en el tejido concreto de las actitudes y de los gestos de vuestra vida de cada d?a el amor mismo de donaci?n de Cristo crucificado. Volvemos a escuchar la voz del ap?stol Pablo, es m?s, en esta voz reconocemos aquella potente del Esp?ritu Santo: ?Cuantos hab?is sido bautizados en Cristo, hab?is sido revestidos de Cristo? (Gal 3,27) Ya con el Bautismo, y ahora en virtud del Sacramento del orden, vosotros os revest?s de Cristo. Que al cuidado por la celebraci?n eucar?stica acompa?e siempre el empe?o por una vida eucar?stica, es decir, vivida en la obediencia a una ?nica gran ley, la del amor que se dona totalmente y sirve con humildad, una vida que la gracia del Esp?ritu Santo hace cada vez m?s semejante a la de Jesucristo, Sumo y eterno Sacerdote, siervo de Dios y de los hombres.
Queridos, el camino que nos indica el Evangelio de hoy es el camino de vuestra espiritualidad y de vuestra acci?n pastoral, de su eficacia e incisividad, incluso en las situaciones m?s fatigosas y ?ridas. Es m?s, este es el camino seguro para encontrar la verdadera alegr?a. Mar?a, la sierva del Se?or, que conform? su voluntad a la de Dios, que engendr? a Cristo don?ndolo al mundo, que sigui? el Hijo hasta los pies de la cruz en el supremo acto de amor, os acompa?e cada d?a de vuestras vidas y de vuestro ministerio. Gracias al afecto de esta madre tierna y fuerte, podr?is ser felizmente fieles a la consigna que como presb?teros hoy os es dada: la de conformaros a Cristo Sacerdote, que supo obedecer a la voluntad del Padre y amar a los hombres hasta el extremo.??
?Am?n!
[Traducci?n del italiano por Inma ?lvarez
? Copyright 2010 - Libreria Editrice Vaticana]