ZENIT nos?ofrece el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigi? el viernes 17 de Septiembre, durante su visita a Lambeth Palace, al reverendo Rowan Williams, arzobispo de Canterbury, y a los obispos anglicanos y cat?lico-romanos presentes.
Vuestra Gracia:
Me complace poder corresponder a la cortes?a de las visitas que me ha hecho en Roma con una visita fraterna aqu?, en su residencia oficial. Le doy las gracias por su invitaci?n y por la hospitalidad que tan generosamente me ha brindado. Saludo tambi?n a los Obispos anglicanos llegados de diferentes partes del Reino Unido, a mis hermanos Obispos de las Di?cesis Cat?licas de Inglaterra, Gales y Escocia, y a los asesores ecum?nicos presentes.
Vuestra Gracias se ha referido al hist?rico encuentro que tuvo lugar en la catedral de Canterbury, hace casi treinta a?os, entre dos de nuestros predecesores, el Papa Juan Pablo II y el arzobispo Robert Runcie. All?, en el mismo lugar donde Santo Tom?s de Canterbury dio testimonio de Cristo con el derramamiento de su sangre, rezaron juntos por el don de la unidad entre los seguidores de Cristo. Continuamos hoy orando por este don, conscientes de que la unidad que Cristo dese? fervientemente para sus disc?pulos s?lo llegar? en respuesta a la oraci?n, a trav?s de la acci?n del Esp?ritu Santo, que renueva sin cesar a la Iglesia y la conduce a la plenitud de la verdad.
No es mi intenci?n hablar hoy de las dificultades que el camino ecum?nico ha encontrado y sigue encontrando. Dichas dificultades son bien conocidas por todos los presentes. M?s bien, quiero unirme a ustedes en acci?n de gracias por la profunda amistad que ha crecido entre nosotros y por el notable progreso llevado a cabo en muchos ?mbitos del di?logo durante los cuarenta a?os transcurridos desde que la Comisi?n Internacional Anglicano-Cat?lica comenz? su labor. Encomendemos los frutos de ese trabajo al Se?or de la mies, confiando en que bendiga nuestra amistad con un crecimiento significativo adicional.
El contexto del di?logo entre la Comuni?n Anglicana y la Iglesia Cat?lica ha evolucionado de forma espectacular desde la reuni?n privada entre el Papa Juan XXIII y el Arzobispo Geoffrey Fisher en 1960. Por un lado, la cultura que nos rodea se distancia cada vez m?s de sus ra?ces cristianas, a pesar de una profunda e intensa hambre de espiritualidad. Por otro lado, la creciente dimensi?n multicultural de la sociedad, especialmente marcada en este pa?s, trae consigo la oportunidad de encontrar otras religiones. Para los cristianos, esto nos abre la posibilidad de explorar, junto a los miembros de otras tradiciones religiosas, formas de dar testimonio de la dimensi?n trascendente de la persona humana y de la vocaci?n universal a la santidad, poniendo en pr?ctica la virtud en nuestra vida personal y social. La cooperaci?n ecum?nica en esta tarea sigue siendo esencial, y ciertamente dar? frutos en la promoci?n de la paz y la armon?a en un mundo que, con tanta frecuencia, corre el riesgo de fragmentarse.
Al mismo tiempo, los cristianos nunca debemos vacilar en proclamar nuestra fe en la unicidad de la salvaci?n que nos ha ganado Cristo, y en explorar juntos una comprensi?n m?s profunda de los medios que ?l nos ha dado para alcanzar dicha salvaci?n. Dios ?quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad? (1 Tim 2,4), y la verdad no es otra que Jesucristo, Hijo eterno del Padre, quien reconcili? consigo todas las cosas con la fuerza de su Cruz. Fieles a la voluntad del Se?or, tal como se expresa en este pasaje de la Primera Carta de San Pablo a Timoteo, reconocemos que la Iglesia est? llamada a ser inclusiva, pero nunca a expensas de la verdad cristiana. En esto radica el dilema que afrontan cuantos est?n sinceramente comprometidos con el camino ecum?nico.
En la figura de John Henry Newman, que ser? beatificado el domingo, celebramos a un pastor, cuya visi?n eclesial creci? con su formaci?n anglicana y madur? durante sus muchos a?os como ministro ordenado en la Iglesia de Inglaterra. ?l nos ense?a las virtudes que exige el ecumenismo: por un lado, segu?a su conciencia, aun con gran sacrificio personal; y por otro, el calor de su constante amistad con sus antiguos compa?eros le condujo a investigar con ellos, con un esp?ritu verdaderamente conciliador, las cuestiones sobre las que difer?an, impulsado por un profundo anhelo de unidad en la fe.
Vuestra Gracia, con ese mismo esp?ritu de amistad, renovemos nuestra determinaci?n de buscar la unidad en la fe, la esperanza y la caridad, de acuerdo con la voluntad de Jesucristo, nuestro ?nico Se?or y Salvador.
Con estos sentimientos, me despido de vosotros. Que la gracia del Se?or Jesucristo, el amor de Dios y la comuni?n del Esp?ritu Santo est?n con todos vosotros (cf. 2 Co 13,13).
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