S?bado, 09 de octubre de 2010

Homil?a de monse?or H?ctor Aguer, arzobispo de La Plata, en la celebraci?n del 85? aniversario del Consudec y entrega de la distinci?n ?Divino Maestro? (Buenos Aires, 24 de septiembre de 2010). (AICA)

EDUCAR EN LIBERTAD, PARA LA LIBERTAD CRISTIANA

La memoria lit?rgica de Nuestra Se?ora de la Merced, que hoy celebramos, y la advocaci?n mariana que le dio origen, expresan la participaci?n de Mar?a en el misterio de la redenci?n como estrech?sima colaboradora de Cristo. Merced equivale a gracia; el t?rmino designaba la d?diva que un se?or otorgaba a sus s?bditos y m?s precisamente la misericordia y el perd?n. La fiesta fue extendida a toda la Iglesia a fines del siglo XVIII y hab?a sido instituida a instancia de la Orden Mercedaria, que durante siglos se dedic? al rescate de los cristianos cautivos en los reinos hispano-musulmanes, a fin de que no perdieran la fe. Esa circunstancia hist?rica refleja la realidad universal del g?nero humano, rescatado de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna por el sacrificio pascual del Redentor. Seg?n el designio providente de Dios, Mar?a cooper? de modo enteramente singular a la obra de su Hijo con obediencia, fe, esperanza y ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Como lo recuerda el Concilio Vaticano II, ella es nuestra madre en el orden de la gracia (LG. 61). Madre de la gracia, de la misericordia, del perd?n, del rescate con el cual hemos sido agraciados al precio de la sangre de Cristo; Redentora de cautivos la ha llamado la tradici?n mercedaria. La liturgia de la fiesta la presenta como administradora de la redenci?n, dispensadora de sus tesoros: Ella cuida siempre con amor materno a los hermanos de su Hijo que se hallan en necesidad, para que rotas las cadenas de toda cautividad, alcancen la plena libertad del cuerpo y del esp?ritu. As? se proclama hoy en el prefacio de la plegaria eucar?stica.

Los Padres de la Iglesia, los doctores cat?licos y la tradici?n lit?rgica, han registrado en el Antiguo Testamento una tipolog?a mariana en correspondencia con la tipolog?a cristol?gica y as? descubrieron los rasgos de Mar?a en algunas figuras de la historia de Israel. Eva, la madre de los vivientes; la profetisa D?bora; Yael, la esposa del quenita J?ber; la reina Ester y Judit, la mujer valiente que obtuvo la libertad para su pueblo oprimido. En la primera lectura escuchamos el elogio dispensado a Judit, que ha resonado desde hace siglos como alabanza de Mar?a en la liturgia cat?lica, y un fragmento del canto de aquella hero?na israelita en el cual podemos entrever un esbozo del Magnificat, el c?ntico de la Servidora del Se?or, que tambi?n celebra el triunfo de los d?biles sobre los poderosos de este mundo. En el Evangelio hemos contemplado a Mar?a asoci?ndose maternalmente al sacrificio del Unig?nito, consistiendo con su amor y su dolor a la inmolaci?n de la v?ctima que ella misma hab?a engendrado (cf. LG. 58). Fue all?, al pie de la cruz, donde hemos sido entregados a ella como hijos y donde ella nos fue dada como madre.

Esta advocaci?n mariana de la Merced es entra?able para nosotros, los argentinos. El 24 de septiembre de 1812 las armas patriotas alcanzaron la victoria en Tucum?n, jal?n importante de la guerra de la independencia. El parte de la batalla enviado al gobierno por el general Belgrano comenzaba as?: La patria puede gloriarse de la completa victoria que han obtenido sus armas el d?a 24 del corriente, d?a de Nuestra Se?ora de las Mercedes, bajo cuya protecci?n nos pusimos. A ella le entreg? el jefe triunfador su bast?n de mando y en adelante la llam? siempre nuestra Generala.

Manuel Belgrano era un educador nato; el Padre Furlong dice que fue como el pedagogo de la Revoluci?n. En 1813 compuso un reglamento de 22 art?culos para las escuelas de Tarija, Jujuy, Tucum?n y Santiago del Estero, aprobado de inmediato por el gobierno. Su contenido era inequ?vocamente religioso. Se ense?ar? en estas escuelas ?prescrib?a? a leer, escribir y contar; la gram?tica castellana, los fundamentos de nuestra Sagrada Religi?n y Doctrina Cristiana por el Catecismo Astete, Fleury, y el compendio de Pouget? Pero adem?s: misa diaria, a la que los ni?os deb?an concurrir conducidos por sus maestros, letan?as a la Virgen a la tarde al concluir las lecciones, teniendo por Patrona a Nuestra Se?ora de las Mercedes, y el s?bado rezo de un tercio del Rosario. En el art?culo 18 se indicaba: el maestro procurar? con su conducta y en todas sus expresiones y modos inspirar a sus alumnos amor al orden, respeto a la Religi?n, moderaci?n y dulzura en el trato, sentimientos de honor, amor a la virtud y a las ciencias, horror al vicio. En este molde quisieron fraguar la patria nuestros mejores hombres.

La doble referencia religiosa y patri?tica que hemos se?alado, nos ofrece un marco de excepci?n para conmemorar el 85? aniversario de la creaci?n del Consejo Superior de Educaci?n Cat?lica y para manifestar nuestro reconocimiento a un buen n?mero de educadores que han consagrado su vida a la formaci?n integral de las nuevas generaciones de argentinos. Dicha referencia nos permite recordar que la nuestra es una tarea eminentemente eclesial y al mismo tiempo un servicio social de primer orden, dimensi?n b?sica de la consolidaci?n y transmisi?n de la cultura nacional.

La educaci?n, en su acepci?n humanista y cristiana, no se limita a la transmisi?n de los saberes ni promueve solamente la asimilaci?n cr?tica de la cultura, sino que se propone como meta el desarrollo de la personalidad del educando en todas sus dimensiones y el reconocimiento de la propia vocaci?n: se trata de aprender a ser. El documento Educaci?n y proyecto de vida, de cuya publicaci?n se han cumplido recientemente veinticinco a?os lo explica en un brev?simo p?rrafo: el logro consistente y definitivo de la educaci?n no puede ser sino el sentido mismo de la vida, el para qu? ?ltimo de la existencia, que es el encuentro plenificante con Dios, del cual venimos y al cual estamos destinados como Suprema Verdad, Suprema Belleza y Supremo Bien (28). El proceso educativo en la escuela cat?lica se verifica a la luz de la fe, implica el conocimiento de las verdades de la revelaci?n divina transmitidas por la Iglesia y el intento de una s?ntesis sapiencial que integre las diversas disciplinas humanas en una visi?n del mundo y de la historia que tenga a Cristo por centro y cima. La pastoral educativa ofrece adem?s el aporte vital del acompa?amiento catequ?stico, el itinerario sacramental y la orientaci?n espiritual que faciliten el encuentro con el misterio del Dios Uno y Trino y la intimidad personal de la oraci?n. As? se hace posible el reconocimiento aut?ntico de la realidad y el ejercicio de una verdadera libertad.

El sistema educativo eclesial traicionar?a su esencia si perdiera el sentido del fin, aun cuando cumpliera puntillosamente con los requisitos curriculares, con los aspectos formales de la vida escolar y las exigencias administrativas. ?Qui?n ha de poseer, como luz de la inteligencia y calidez del coraz?n, el sentido del fin? El maestro cristiano. Lo llamamos as?, como corresponde, en referencia insoslayable al Divino Maestro, aunque se haya impuesto corrientemente la gen?rica apelaci?n de docente ?t?rmino que designa sin m?s a alguien que ense?a? y aun cuando se lo sindicalice como trabajador de la educaci?n. Necesitamos maestras y maestros cristianos; los necesita la Iglesia, el pa?s, el mundo. En muchos pa?ses se habla de crisis de la educaci?n, m?s todav?a, se reconoce una crisis de la ense?anza elemental; los mejores pedagogos se?alan que lo que est? en crisis es el maestro, o la maestra, como ?figura de referencia? para los ni?os de hoy. El verdadero maestro, en cualquiera de los niveles de la ense?anza, es aquel capaz de transmitir desde el ?ngulo de su propia disciplina una cosmovisi?n que llame al asombro, a la acogida, a la adhesi?n, a trav?s del encuentro que ha de ser cada clase o lecci?n; un encuentro en el cual tiene lugar un intercambio de experiencias y un di?logo entre generaciones.

Para ilustrar este punto valga una analog?a con otro ?mbito de la cultura. Hace poco le? en un peri?dico italiano un reportaje al cineasta Ermanno Olmi, un gran artista autor de esa obra maestra que se llam? ?El ?rbol de los zuecos?. Le preguntaban qui?nes han sido sus maestros. Si bien reconoc?a que ha tenido muchos, se descolg? con esta sorprendente confesi?n: la maestra que me ha introducido en el descubrimiento del mundo ha sido mi abuela materna. Fue ella la que me acompa?? paso a paso hacia el interior del mundo campesino, a trav?s de su vida ejemplar no s?lo de madre sino tambi?n de viuda, ya que hab?a perdido a su marido en la Gran Guerra. Todo lo que sab?a lo hab?a aprendido de la vida, en la cual logr? afrontar cada sufrimiento manteniendo siempre una orientaci?n a la alegr?a. En casa cantaba de continuo, y cuando no cantaba recitaba rosarios, como, por otra parte, se hac?a m?s bien normalmente en las casas de los campesinos. Se trata de una analog?a, pero bien elocuente, por cierto. El maestro es quien introduce en el descubrimiento del mundo; el maestro cristiano introduce en el conocimiento del mundo que se descubre a la luz de la fe. Desde la figura referencial de un aut?ntico maestro se comprende qu? significa educaci?n integral.

La advocaci?n de Nuestra Se?ora de la Merced nos habla del bien eximio de la libertad cristiana, para la cual, para vivir en ella, Cristo nos rescat?. La educaci?n cristiana es educaci?n para la libertad por la cual el hombre adhiere a la verdad y se ata gustosamente en el compromiso del amor. Ser libres del error, de los innumerables errores del mundo, ya vengan revestidos de presunto prestigio cient?fico y acad?mico, ya los arroje sobre las nuevas generaciones el torrente de vulgaridad de una subcultura degradada y con alto rating televisivo; ser libres del pecado, de los vicios que hoy d?a se proponen como opciones leg?timas y son recubiertas por una tolerancia general aliada del relativismo ?tico; libres de las m?ltiples cautividades revestidas con las galas de la libertad y que son su simulacro: es ?ste el bien excelente que ha de ofrecer como meta posible y dign?sima la escuela cat?lica a los ni?os, adolescentes y j?venes de hoy, mientras pone a su disposici?n progresivamente los saberes elementales, los caminos de iniciaci?n en las ciencias y en las artes, los tesoros de la cultura humana y de la tradici?n cristiana.

En la situaci?n actual de la Argentina debemos reivindicar serena y claramente la libertad de la Iglesia para transmitir en el ?nico sistema p?blico de educaci?n ?en el cual se ubica la escuela cat?lica? la integridad de la doctrina de la fe y la cosmovisi?n cristiana: la recta idea del hombre, su dignidad personal, sus derechos y deberes; la sacralidad de la vida humana desde la concepci?n hasta la muerte natural; la noci?n del matrimonio como uni?n estable de var?n y mujer; la constituci?n de la familia y el derecho inalienable de los padres a elegir para sus hijos una educaci?n que corresponda a sus convicciones morales y religiosas. Los padres de familia y los educadores cat?licos tienen derecho a resistir las imposiciones ideol?gicas del Estado si ?ste, contrariando el principio de subsidiariedad, se propone como primer educador y pretende homogeneizar el pensamiento y provocar un cambio de paradigmas a contrapelo de la tradici?n nacional. No basta una libertad de mercado educativo; hace falta una verdadera libertad de educaci?n. Nosotros debemos ejercerla a la vez con espontaneidad y argumentativamente, con plena convicci?n; sin temores, s?lo movidos por el santo temor de Dios.

Desde aquel momento, el disc?pulo la recibi? como suya (Jn. 19, 27). O en su casa, seg?n dice otra traducci?n. Nosotros la recibimos como propia, como madre nuestra, madre de los educadores, ya que fue ella, la humilde servidora del Se?or, el asiento de la Sabidur?a y la educadora de Jes?s, que aprendi? de su Madre, como todo ni?o, el primer bagaje de su ciencia adquirida. La recibimos con amor en la casa que es simb?licamente la escuela cat?lica y nos encomendamos con plena confianza a su merced.

Mons. H?ctor Aguer, arzobispo de La Plata?


Publicado por verdenaranja @ 23:15  | Homil?as
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