ZENIT? nos ofrece una versi?n no oficial al espa?ol del Motu proprio Ubicumque et semper, con el que se anuncia la creaci?n del Consejo Pontificio para la Promoci?n de la Nueva Evangelizaci?n, que ha sido presentado el martes 12 de Octubre de 2010 en la Santa Sede.
CARTA APOST?LICA
en forma de MOTU PROPRIO
UBICUMQUE ET SEMPER
del Sumo Pont?fice
BENEDICTO XVI
CON LA QUE SE INSTITUYE EL CONSEJO PONTIFICIO
PARA LA PROMOCI?N DE LA NUEVA EVANGELIZACI?N
La Iglesia tiene el deber de anunciar siempre y en todas partes el Evangelio de Jesucristo. ?l, el primer y supremo evangelizador, en el d?a de su ascensi?n al Padre mand? a los Ap?stoles: ?Id, y haced que todos los pueblos sean mis disc?pulos, bautiz?ndolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Esp?ritu Santo, y ense??ndoles a cumplir todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20). Fiel a este mandato la Iglesia, pueblo que Dios se adquiri? para que proclame sus obras admirables (cfr 1Pe 2,9), desde el d?a de Pentecost?s, en el que recibi? en don el Esp?ritu Santo (cfr Hch 2,14), nunca se ha cansado de dar a conocer al mundo entero la belleza del Evangelio, anunciando a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, el mismo ?ayer, hoy y siempre? (Hb 13,8), que con su muerte y resurrecci?n realiz? la salvaci?n, llevando a cumplimiento la antigua promesa. Por tanto, la misi?n evangelizadora, continuaci?n de la obra querida por el Se?or Jes?s, es para la Iglesia necesaria e insustituible, expresi?n de su misma naturaleza.
Esta misi?n ha asumido en la historia formas y modalidades siempre nuevas seg?n los tiempos, las situaciones y los momentos hist?ricos. En nuestro tiempo, uno de sus rasgos singulares ha sido confrontarse con el fen?meno del alejamiento de la fe, que se ha manifestado progresivamente en sociedades y culturas que desde hac?a siglos parec?an impregnadas por el Evangelio. Las transformaciones sociales a las cuales hemos asistido en las ?ltimas d?cadas tienen causas complejas, que hunden sus ra?ces lejos en el tiempo y que han modificado profundamente la percepci?n de nuestro mundo. Pi?nsese en los gigantescos progresos de la ciencia y de la t?cnica, en la ampliaci?n de las posibilidades de vida y de los espacios de libertad individual, en los profundos cambios en el campo econ?mico, en el proceso de mezclas de etnias y culturas causado por fen?menos migratorios masivos, en la creciente interdependencia entre los pueblos. Todo ello no ha sucedido sin consecuencias tambi?n para la dimensi?n religiosa de la vida del hombre. Y si por un lado la humanidad ha conocido innegables beneficios de estas transformaciones y la Iglesia ha recibido ulteriores est?mulos para dar raz?n de la esperanza que lleva (cfr 1Pe 3,15), por el otro se ha verificado una preocupante p?rdida del sentido de lo sagrado, llegando incluso a poner en cuesti?n esos fundamentos que parec?an indiscutibles, como la fe en un Dios creador y providente, la revelaci?n de Jesucristo ?nico salvador, y la com?n comprensi?n de las experiencias fundamentales del hombre como el nacer, el morir, el vivir en una familia, la referencia a una ley moral natural.
Aunque todo ello ha sido saludado por algunos como una liberaci?n, bien pronto se ha advertido el desierto interior que nace all? donde el hombre, queriendo se el ?nico art?fice de su propia naturaleza y de su propio destino, se encuentra privado de lo que constituye el fundamento de todas las cosas.
Ya el Concilio Ecum?nico Vaticano II asumi? entre las tem?ticas centrales la cuesti?n de la relaci?n entre la Iglesia y este mundo contempor?neo. Tras las huellas de la ense?anza conciliar, mis Predecesores han reflexionado ulteriormente sobre la necesidad de encontrar formas adecuadas para permitir a nuestros contempor?neos escuchar a?n la Palabra viva y eterna del Se?or.
Con visi?n de futuro, el Siervo de Dios Pablo VI observaba que el compromiso de la evangelizaci?n ?se demuestra igualmente cada vez m?s necesario, a causa de las situaciones de descristianizaci?n frecuentes en nuestros d?as, para multitud de personas que recibieron el bautismo pero que viven completamente fuera de la vida cristiana, para gente sencilla que tiene una cierta fe pero que conoce mal sus fundamentos, para intelectuales que sienten la necesidad de conocer a Jesucristo en una luz distinta de las ense?anzas recibidas en su infancia, y para muchos otros? (Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, n. 52). Y, con el pensamiento dirigido a los alejados en la fe, a?ad?a que la acci?n evangelizadora de la Iglesia ?debe buscar constantemente los medios y el lenguaje adecuados para proponerles o volverles a proponer la revelaci?n de Dios y la fe en Jesucristo? (Ibid., n. 56). El Venerable Siervo de Dios Juan Pablo II hizo de esta comprometida tarea uno de los puntos cardinales de su vasto Magisterio, sintetizando en el concepto de "nueva evangelizaci?n", que ?l profundiz? sistem?ticamente en numerosas intervenciones, la tarea que espera a la Iglesia hoy, en particular en las regiones de antigua cristianizaci?n. Una tarea que, si bien se refiere directamente a su forma de relacionarse hacia el exterior, presupone sin embargo ante todo una constante renovaci?n interior, un continuo pasar, por as? decirlo, de evangelizada a evangelizadora. Baste recordar lo que se afirmaba en la Exhortaci?n postsinodal Christifideles Laici: "Enteros pa?ses y naciones, en los que en un tiempo la religi?n y la vida cristiana fueron florecientes y capaces de dar origen a comunidades de fe viva y operativa, est?n ahora sometidos a dura prueba e incluso alguna que otra vez son radicalmente transformados por el continuo difundirse del indiferentismo, del secularismo y del ate?smo. Se trata, en concreto, de pa?ses y naciones del llamado Primer Mundo, en el que el bienestar econ?mico y el consumismo ?si bien entremezclado con espantosas situaciones de pobreza y miseria? inspiran y sostienen una existencia vivida 'como si no hubiera Dios'. Ahora bien, el indiferentismo religioso y la total irrelevancia pr?ctica de Dios para resolver los problemas, incluso graves, de la vida, no son menos preocupantes y desoladores que el ate?smo declarado. Y tambi?n la fe cristiana ?aunque sobrevive en algunas manifestaciones tradicionales y ceremoniales? tiende a ser arrancada de cuajo de los momentos m?s significativos de la existencia humana, como son los momentos del nacer, del sufrir y del morir. [...] En cambio, en otras regiones o naciones todav?a se conservan muy vivas las tradiciones de piedad y de religiosidad popular cristiana; pero este patrimonio moral y espiritual corre hoy el riesgo de ser desperdigado bajo el impacto de m?ltiples procesos, entre los que destacan la secularizaci?n y la difusi?n de las sectas. S?lo una nueva evangelizaci?n puede asegurar el crecimiento de una fe l?mpida y profunda, capaz de hacer de estas tradiciones una fuerza de aut?ntica libertad. Ciertamente urge en todas partes rehacer el entramado cristiano de la sociedad humana. Pero la condici?n es que se rehaga la cristiana trabaz?n de las mismas comunidades eclesiales que viven en estos pa?ses o naciones" (n. 34).
Haci?ndome por tanto cargo de la preocupaci?n de mis venerados Predecesores, considero oportuno ofrecer respuestas adecuadas para que la Iglesia entera, dej?ndose regenerar por la fuerza del Esp?ritu Santo, se presente al mundo contempor?neo con un empuje misionero capaz de promover una nueva evangelizaci?n. ?sta hace referencia sobre todo a las Iglesias de antigua fundaci?n, que sin embargo viven realidades muy diferenciadas, a las que corresponden necesidades distintas, que esperan impulsos de evangelizaci?n distintas: en algunos territorios, de hecho, a pesar del progreso del fen?meno de la secularizaci?n, la pr?ctica cristiana manifiesta a?n una buena vitalidad y un profundo arraigo en el alma de poblaciones enteras; en otras regiones, en cambio, se nota una m?s clara toma de distancia de la sociedad en su conjunto hacia la fe, con un tejido eclesial m?s d?bil, aunque no privado de elementos de vivacidad, que el Esp?ritu no deja de suscitar; conocemos tambi?n, por desgracia, zonas que parecen completamente descristianizadas, en las que la luz de la fe se conf?a al testimonio de peque?as comunidades: estas tierras, que necesitan un renovado primer anuncio del Evangelio, parecen ser particularmente refractarias a muchos aspectos del mensaje cristiano.
La diversidad de las situaciones exige un atento discernimiento; hablar de "nueva evangelizaci?n" no significa, de hecho, deber elaborar una ?nica f?rmula igual para todas las circunstancias. Y, con todo, no es dif?cil darse cuenta de que de lo que tienen necesidad todas las Iglesias que viven en territorios tradicionalmente cristianos es de un renovado empuje misionero, expresi?n de una nueva generosa apretura al don de la gracia. De hecho, no podemos olvidar que la primera tarea ser? la de hacerse d?ciles a la obra gratuita del Esp?ritu del Resucitado, que acompa?a a cuantos son portadores del Evangelio, y que abre el coraz?n de quienes escuchan. Para proclamar de forma fecunda la Palabra del Evangelio, es necesario ante todo que se haga una profunda experiencia de Dios.
Como afirm? en mi primera Enc?clica Deus caritas est: "No se comienza a ser cristiano por una decisi?n ?tica o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientaci?n decisiva" (n. 1). De forma parecida, en la ra?z de toda evangelizaci?n no hay un proyecto humano de expansi?n, sino el deseo de compartir el don inestimable que Dios ha querido hacernos, haci?ndonos part?cipes de su misma vida.
Por tanto, a la luz de estas reflexiones, tras haber examinado con cuidado todo y haber pedido el parecer de personas expertas, establezco y decreto cuanto sigue:
Art. 1.
? 1. Se constituye el Consejo Pontificio para la Promoci?n de la Nueva Evangelizaci?n, como Dicasterio de la Curia Romana, en el sentido de la Constituci?n apost?lica Pastor bonus. ? 2. El Consejo persigue su propia finalidad tanto estimulando la reflexi?n sobre los temas de la nueva evangelizaci?n, como individuando y promoviendo las formas y los instrumentos adecuados para realizarla.
Art. 2.
La acci?n del Consejo, que se lleva a cabo en colaboraci?n con los dem?s Dicasterios y Organismos de la Curia Romana, en el respeto de sus relativas competencias, est? al servicio de las Iglesias particulares, especialmente en esos territorios de tradici?n cristiana donde con mayor evidencia se manifiesta el fen?meno de la secularizaci?n.
Art. 3.
Entre las tareas espec?ficas del Consejo se se?alan: 1?. profundizar en el significado teol?gico y pastoral de la nueva evangelizaci?n; 2?. promover y favorecer, en estrecha colaboraci?n con las Conferencias Episcopales interesadas, que podr?n tener un organismo ad hoc, el estudio, la difusi?n y la realizaci?n del Magisterio pontificio relativo a las tem?ticas conectadas con la nueva evangelizaci?n; 3?. hacer conocer iniciativas ligadas a la nueva evangelizaci?n ya en acto en las diversas Iglesias particulares y a promover su realizaci?n de nuevo, implicando activamente tambi?n los recursos presentes en los Institutos de Vida Consagrada y en las Sociedades de Vida Apost?lica, como tambi?n en las agregaciones de fieles y en las nuevas comunidades; 4?. estudiar y favorecer la utilizaci?n de las modernas formas de comunicaci?n, como instrumentos para la nueva evangelizaci?n; 5?. promover el uso del Catecismo de la Iglesia Cat?lica, como formulaci?n esencial y completa del contenido de la fe para los hombres de nuestro tiempo.
Art.4
? 1. El Consejo est? dirigido por un Arzobispo Presidente, coadyuvado por un Secretario, por un Subsecretario y por un adecuado n?mero de Oficiales, seg?n las normas establecidas por la Constituci?n apost?lica Pastor bonus y por el Reglamento General de la Curia Romana. ? 2. El Consejo tendr? Miembros propios y puede disponer de Consultores propios.
Todo lo que ha sido deliberado con el presente Motu proprio, ordeno que tenga valor pleno y estable, a pesar de cualquier cosa contraria, aunque sea digna de menci?n particular, y establezco que sea promulgado mediante la publicaci?n en el diario L'Osservatore Romano y que entre en vigor el d?a de la promulgaci?n.
Dado en Castel Gandolfo, el d?a 21 de septiembre de 2010, Fiesta de san Mateo, Ap?stol y Evangelista, a?o sexto de mi Pontificado.
BENEDICTUS PP. XVI
[Traducci?n del italiano por Inma ?lvarez
?Libreria Editrice Vaticana]