Viernes, 28 de enero de 2011

ZENIT? nos ofrece la homil?a que Benedicto XVI pronunci?el jueves, 6 de Enero de 2011,?por la ma?ana tras la proclamaci?n del Evangelio y el anuncio del d?a de la Pascua, durante la misa de la solemnidad de la Epifan?a del Se?or, celebrada en la Bas?lica vaticana.

Queridos hermanos y hermanas,

en la solemnidad de la Epifan?a la Iglesia contin?a contemplando y celebrando el misterio del nacimiento de Jes?s salvador. En particular, el aniversario de hoy destaca el destino y el significado universal de este nacimiento. Haci?ndose hombre en el seno de Mar?a, el Hijo de Dios vino no s?lo para el pueblo de Israel, representado por los pastores de Bel?n, sino tambi?n para toda la humanidad, representada por los Magos. Y es precisamente sobre los Magos y sobre su camino en b?squeda del Mes?as (cf. Mt 2,1-12) sobre lo que la Iglesia nos invita hoy a meditar y a rezar. En el Evangelio hemos escuchado que ellos, llegados a Jerusal?n desde el Oriente, preguntan: ??D?nde est? el rey de los Jud?os que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella al oriente y venimos a adorarle? (v. 2). ?Qu? tipo de personas eran, y que especie de estrella era aquella? Ellos eran probablemente sabios que escrutaban el cielo, pero no para buscar ?leer? en los astros el futuro, eventualmente para recaudar un dinero; eran m?s bien hombres ?en b?squeda? de algo m?s, en b?squeda de la verdadera luz, capaz de indicar el camino que recorrer en la vida. Eran personas seguras de que en la creaci?n existe lo que podemos definir como la ?firma? de Dios, una firma que el hombre puede y debe intentar descubrir y descifrar. Quiz?s el modo para conocer mejor a estos Magos y acoger su deseo de dejarse guiar por los signos de Dios es detenernos a considerar lo que ellos se encuentran, en su camino, en la gran ciudad de Jerusal?n.

En primer lugar se encontraron al rey Herodes. Ciertamente ?l estaba interesado en el ni?o del que hablaban los Magos; sin embargo no con el objetivo de adorarlo, como quiere dar a entender mintiendo, sino para suprimirlo. Herodes es un hombre de poder, que s?lo logra ver en el otro a un rival a combatir. En el fondo, si reflexionamos bien, tambi?n Dios le parece un rival, m?s bien, un rival especialmente peligroso, que querr?a privar a los hombres de su espacio vital, de su autonom?a, de su poder; un rival que indica el camino que recorrer en la vida e impide, as?, hacer todo lo que se quiere. Herodes escucha de sus expertos en las Sagradas Escrituras las palabras del profeta Miqueas (5,1), pero su ?nico pensamiento es el trono. Entonces Dios mismo debe ser ofuscado y las personas deben reducirse a simples peones que mover en el gran tablero de ajedrez del poder. Herodes es un personaje que no nos resulta simp?tico y que instintivamente juzgamos negativamente por su brutalidad. Pero debemos preguntarnos: ?quiz?s hay algo de Herodes tambi?n en nosotros? ?Quiz?s tambi?n nosotros, a veces, vemos a Dios como una especie de rival? ?Quiz?s tambi?n nosotros somos ciegos ante sus signos, sordos a sus palabras, porque pensamos que pone l?mites a nuestra vida y no nos permite disponer de la existencia a nuestro gusto? Queridos hermanos y hermanas, cuando vemos a Dios as? acabamos por sentirnos insatisfechos y descontentos, porque no nos dejamos guiar por Aquel que es el fundamento de todas las cosas. Debemos eliminar de nuestra mente y de nuestro coraz?n la idea de la rivalidad, la idea de que dar espacio a Dios es un l?mite para nosotros mismos; debemos abrirnos a la certeza de que Dios es el amor omnipotente que no quita nada, no amenaza, sino que es el ?nico capaz de ofrecernos la posibilidad de vivir en plenitud, de experimentar la verdadera alegr?a.

Los Magos se encuentran despu?s con los estudiosos, los te?logos, los expertos que lo saben todo sobre las Sagradas Escrituras, que conocen las posibles interpretaciones de ellas, que son capaces de citar de memoria cualquier pasaje y que por tanto son una preciosa ayuda para quien quiere recorrer el camino de Dios. Pero, afirma san Agust?n, ellos quieren ser gu?as para los dem?s, indican el camino, pero no caminan, permanecen inm?viles. Para ellos las Escrituras se convierten en una especie de atlas que leer con curiosidad, un conjunto de palabras y de conceptos por examinar y sobre los que discutir doctamente. Pero nuevamente podemos preguntarnos: ?no est? tambi?n en nosotros la tentaci?n de considerar las Sagradas Escrituras, este tesoro riqu?simo y vital para la fe de la Iglesia, m?s como un objeto para el estudio y la discusi?n de los especialistas que como el Libro que nos indica el camino para llegar a la vida? Pienso que, como he indicado en la Exhortaci?n apost?lica Verbum Domini, deber?a nacer siempre de nuevo en nosotros la disposici?n profunda a ver la palabra de la Biblia, le?da en la Tradici?n viva de la Iglesia (n. 18) como la verdad que nos dice lo que es el hombre y c?mo puede realizarse plenamente, la verdad que es el camino por recorrer cotidianamente, junto a los dem?s, si queremos construir nuestra existencia sobre roca y no sobre arena.

Y llegamos as? a la estrella. ?Qu? tipo de estrella era aquella que los Magos vieron y siguieron? A lo largo de los siglos esta pregunta ha sido objeto de discusiones entre los astr?nomos, Kepler, por ejemplo, consideraba que se trataba de una ?nova? o una ?supernova?, es decir de una de esas estrellas que normalmente emiten una luz d?bil, pero que pueden tener de manera improvisada una violenta explosi?n interna que produce una luz excepcional. S?, cosas interesantes, pero que no nos gu?an a lo que es esencial para entender esa estrella. Debemos volver al hecho de que esos hombres buscaban las huellas de Dios; buscaban leer su ?firma? en la creaci?n; sab?an que ?los cielos narran la gloria de Dios? (Sal 19,2); estaban seguros, de que Dios puede vislumbrarse en lo creado. Pero, como hombres sabios, sab?an sin embargo que no es con un telescopio cualquiera, sino con los ojos profundos de la raz?n en b?squeda del sentido ?ltimo de la realidad y con el deseo de Dios movido por la fe, como es posible encontrarlo, incluso se hace posible que Dios se acerque a nosotros. El universo no es el resultado de la casualidad, como algunos quieren hacernos creer. Contempl?ndolo, estamos invitados a leer en ?l algo profundo: la sabidur?a del Creador, la inagotable fantas?a de Dios, su infinito amor por nosotros. No debemos dejarnos limitar la mente por teor?as que llegan siempre s?lo hasta un cierto punto y que -si miramos bien- no est?n de hecho en contradicci?n con la fe, pero no logran explicar el sentido ?ltimo de la realidad. En la belleza del mundo, en su misterio, en su grandeza y en su racionalidad no podemos dejar de leer la racionalidad eterna, y no podemos menos que dejarnos guiar por ella hasta el ?nico Dios, creador del cielo y de la tierra. Si tenemos esta mirada, veremos a Aquel que ha creado el mundo y Aquel que naci? en una cueva en Bel?n y contin?a habitando en medio de nosotros en la Eucarist?a, son el mismo Dios vivo, que nos interpela, nos ama, quiere conducirnos a la vida eterna.

Herodes, los expertos en las Escrituras, la estrella. Pero sigamos el camino de los Magos que llegan a Jerusal?n. Sobre la gran ciudad la estrella desaparece, ya no se ve. ?Qu? significa? Tambi?n en este caso debemos leer el signo en profundidad. Para aquellos hombres era l?gico buscar al nuevo rey en el palacio real, donde se encontraban los sabios consejeros de la corte. Pero, probablemente con asombro, debieron constatar que aquel reci?n nacido no se encontraba en los lugares del poder y de la cultura, aunque en aquellos lugares se les ofrec?an preciosas informaciones sobre ?l. Se dieron cuenta, en cambio, de que, a veces, el poder, incluso el del conocimiento, barra el camino al encuentro con el Ni?o. La estrella les gui? entonces a Bel?n, una peque?a ciudad; les gui? entre los pobres, entre los humildes, para encontrar al Rey del mundo. Los criterios de Dios son diferentes a los de los hombres; Dios no se manifiesta en el poder de este mundo, sino en la humildad de su amor, ese amor que pide a nuestra libertad ser acogido para transformarnos y hacernos capaces de llegar a Aquel que es el Amor. Pero tambi?n para nosotros las cosas no son tan diferentes como lo eran para los Magos. Si se nos preguntara nuestra opini?n sobre c?mo Dios deber?a haber salvado el mundo, quiz?s responder?amos que deber?a haber manifestado todo su poder para dar al mundo un sistema econ?mico m?s justo, en el que cada uno pudiera tener todo lo que quisiera. En realidad, esto ser?a una especie de violencia sobre el hombre, porque lo privar?a de elementos fundamentales que lo caracterizan. De hecho, no involucrar?an ni nuestra libertad, ni nuestro amor. El poder de Dios se manifiesta de manera totalmente diferente: en Bel?n, donde encontramos la aparente impotencia de su amor. Y es all? donde nosotros debemos ir, y es all? donde reencontramos la estrella de Dios.

As? nos aparece bien claro tambi?n un ?ltimo elemento importante del acontecimiento de los Magos: el lenguaje de lo creado nos permite recorrer un buen tramo de camino hacia Dios, pero no nos da la luz definitiva. Al final, para los Magos fue indispensable escuchar la voz de las Sagradas Escrituras: s?lo ellas pod?an indicarles el camino. Es la Palabra de Dios la verdadera estrella, que, en la incertidumbre de los discursos humanos, nos ofrece el inmenso esplendor de la verdad divina. Queridos hermanos y hermanas, dej?monos guiar por la estrella, que es la Palabra de Dios, sig?mosla en nuestra vida, caminando con la Iglesia, donde la Palabra ha plantado su tienda. Nuestro camino estar? siempre iluminado por una luz que ning?n otro signo puede darnos. Y podremos tambi?n nosotros convertirnos en estrellas para los dem?s, reflejo de esa luz que Cristo ha hecho resplandecer sobre nosotros. Am?n.


[Traducci?n del original italiano por Patricia Navas
?Libreria Editrice Vaticana]


Publicado por verdenaranja @ 21:12  | Habla el Papa
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