Desde la oficina de prensa del obispado de Tenerife se nos remite Carta de la Congregaci?n para el Clero para nuestro estudio y reflexi?n. (Introducci?n y n?meros 1 y 2)
Carta de la Congregaci?n para el Clero
La identidad misionera del presb?tero en la Iglesia?
INTRODUCCI?N
Ecclesia peregrinans natura sua missionaria est.
?La Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misionera puesto que toma su origen de la misi?n del Hijo y de la misi?n del Esp?ritu Santo, seg?n el designio de Dios Padre? [1].
El Concilio Ecum?nico Vaticano II, en la l?nea de la ininterrumpida Tradici?n, es muy expl?cito al afirmar la misionaridad intr?nseca de la Iglesia. La Iglesia no existe por s? misma y para s? misma: tiene su origen en las misiones del Hijo y del Esp?ritu; la Iglesia est? llamada, por su naturaleza, a salir de s? misma en un movimiento hacia el mundo, para ser signo del Emmanuel, del Verbo hecho carne, del Dios-con-nosotros.
La misionaridad, desde el punto de vista teol?gico, est? comprendida en cada una de las notas de la Iglesia y est? particularmente representada tanto por la catolicidad como por la apostolicidad. ?C?mo cumplir fielmente con la funci?n de ser ap?stoles, testigos fieles del Se?or, anunciadores de la Palabra y administradores aut?nticos y humildes de la gracia, si no a trav?s de la misi?n, entendida como verdadero y propio factor constitutivo del ser Iglesia?
La misi?n de la Iglesia, adem?s, es la misi?n que ella ha recibido de Jesucristo con el don del Esp?ritu Santo. Es ?nica, y ha sido confiada a todos los miembros del pueblo de Dios, que han sido hechos part?cipes del sacerdocio de Cristo mediante los sacramentos de la iniciaci?n, con el fin de ofrecer a Dios un sacrificio espiritual y testimoniar a Cristo ante los hombres. Esta misi?n se extiende a todos los hombres, a todas las culturas, a todos los lugares y a todos los tiempos. A una ?nica misi?n corresponde un ?nico sacerdocio: el de Cristo, del que participan todos los miembros del pueblo de Dios, aunque de forma diversa y no s?lo por el grado.
En dicha misi?n, los presb?teros, en cuanto son los colaboradores m?s inmediatos de los Obispos, sucesores de los Ap?stoles, conservan ciertamente un papel central y absolutamente insustituible, que les ha sido confiado por la providencia de Dios.?
1. CONCIENCIA ECLESIAL DE LA NECESIDAD?DE UN RENOVADO COMPROMISO MISIONERO
La misionaridad intr?nseca de la Iglesia se funda din?micamente en las misiones trinitarias mismas. Por su naturaleza, la Iglesia est? llamada a anunciar la persona de Jesucristo muerto y resucitado, a dirigirse a toda la humanidad, seg?n el mandato recibido del mismo Se?or: ?Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creaci?n? (Mc 16,15); ?Como el Padre me envi?, tambi?n os env?o yo? Jn 20,21). En la misma vocaci?n de San Pablo, hay un env?o: ?Ve, porque yo te enviar? lejos, a los gentiles? (Hch 22,21).
Para realizar esta misi?n, la Iglesia recibe el Esp?ritu Santo, enviado por el Padre y por el Hijo en Pentecost?s. El Esp?ritu que descendi? sobre los Ap?stoles es el Esp?ritu de Jes?s: hace repetir los gestos de Jes?s, anunciar la Palabra de Jes?s (cf. Hch 4,30), recitar de nuevo la oraci?n de Jes?s (cf. Hch 7,59s.; Lc 23,34.46), perpetuar, en la fracci?n del pan, la acci?n de gracias y el sacrificio de Jes?s y conserva la unidad entre los hermanos (cf. Hch 2,42; 4,32). El Esp?ritu confirma y manifiesta la comuni?n de los disc?pulos como nueva creaci?n, como comunidad de salvaci?n escatol?gica y los env?a en misi?n: ?Ser?is mis testigos [...] hasta los confines de la tierra? (Hch 1,8). El Esp?ritu Santo impulsa la Iglesia naciente a la misi?n en todo el mundo, demostrando de esta forma que ?l ha sido derramado sobre ?todo mortal? (cf. Hch 2,17).
Hoy, ante las nuevas condiciones de la presencia y de la actividad de la Iglesia en el panorama mundial, se renueva la urgencia misionera, no s?lo adgentes, sino en la grey misma, ya constituida, de la Iglesia.
Durante las ?ltimas d?cadas, el Magisterio Pontificio ha expresado autorizadamente, con tonos cada vez m?s fuertes y firmes, la urgencia de un renovado compromiso misionero. Baste pensar en Evangelii nuntiandi de Pablo VI, o en Redemptoris missio y en Novo milennio ineunte de Juan Pablo II, [2] hasta llegar a las numerosas intervenciones de Benedicto XVI. [3]
No es menor la preocupaci?n del Papa Benedicto XVI por la misi?n ad gentes, como lo demuestra su constante solicitud. Se ha de subrayar y alentar cada vez m?s la presencia, a?n hoy, de muchos misioneros enviados ad gentes. Naturalmente no son suficientes. Adem?s, se va delineando un fen?meno nuevo: misioneros africanos y asi?ticos que ayudan a la Iglesia, por ejemplo, en Europa.
Es necesario alegrarse tambi?n, y dar gracias a Dios, por tantos nuevos Movimientos y Comunidades eclesiales, incluso laicales, que viven la misionaridad, tanto en la propia regi?n ? entre los cat?licos que, por diversos motivos, no viven su pertenencia a la comunidad eclesial ?, como ad gentes.?
2. ASPECTOS TEOL?GICO-ESPIRITUALES? DE LA MISIONARIDAD DE LOS PRESB?TEROS
No podemos considerar el aspecto misionero de la teolog?a y de la espiritualidad sacerdotal, sin explicitar la relaci?n con el misterio de Cristo. Como se ha destacado en el n. 1, la Iglesia encuentra su fundamento en las misiones de Cristo y del Esp?ritu Santo: as? cada ?misi?n? y la dimensi?n misionera de la Iglesia misma, intr?nseca a su naturaleza, se fundamentan en la participaci?n en la misi?n divina. El Se?or Jes?s es, por antonomasia, el enviado del Padre. Con intensidad mayor o menor, todos los escritos del Nuevo Testamento ofrecen este testimonio.
En el Evangelio de Lucas, Jes?s se presenta como aquel que, consagrado con la unci?n del Esp?ritu, ha sido enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva (cf. Lc 4,18; Is 61,1-2). En los tres Evangelios sin?pticos, Jes?s se identifica con el Hijo amado que, en la par?bola de los vi?adores homicidas, es enviado por el due?o de la vi?a al final, despu?s de los siervos (cf. Mc 12,1-12; Mt 21,33-46; Lc 20,919); en otros momentos habla de la propia condici?n de enviado (cf. Mt 15,24). Tambi?n aparece en Pablo la idea de la misi?n de Cristo por parte de Dios Padre (cf. Ga 4,4; Rm 8,3).
Pero es sobre todo en los textos de Juan donde aparece con mayor frecuencia la ?misi?n? divina de Jes?s. [4] Ser ?el enviado del Padre? pertenece ciertamente a la identidad de Jes?s: ?l es aquel que el Padre ha consagrado y enviado al mundo, y este hecho es expresi?n de su irrepetible filiaci?n divina (cf. Jn 10,36-38). Jes?s ha llevado a t?rmino la Obra salvadora, siempre como enviado del Padre y como aquel que realiza las obras de quien lo ha enviado, en obediencia a su voluntad. Solamente en el cumplimiento de esta voluntad, Jes?s ha ejercido su ministerio de sacerdote, profeta y rey. Al mismo tiempo, s?lo en cuanto enviado del Padre, ?l env?a, a su vez, a los disc?pulos. La misi?n, en todos sus diferentes aspectos, tiene su fundamento en la misi?n del Hijo en el mundo y en la misi?n del Esp?ritu Santo. [5]
Jes?s es el enviado que, a su vez, env?a (cf. Jn 17,18). La ?misionaridad? es, en primer lugar, una dimensi?n de la vida y del ministerio de Jes?s y, por tanto, lo es de la Iglesia y de cada uno de los cristianos, seg?n las exigencias de la vocaci?n personal. Veamos c?mo ?l ha ejercido su ministerio salv?fico, para el bien de los hombres, en las tres dimensiones, ?ntimamente entrelazadas, de ense?anza, santificaci?n y gobierno; o, con otras palabras, m?s directamente b?blicas, de profeta y revelador del Padre, de sacerdote, de Se?or, rey y pastor.
Aunque Jes?s, en su proclamaci?n del Reino y en su funci?n de revelador del Padre, se ha sentido especialmente enviado al pueblo de Israel (cf. Mt 15,24; 10,5), no faltan episodios en su vida, en los que se abre el horizonte de universalidad de su mensaje: Jes?s no excluye de la salvaci?n a los gentiles, alaba la fe de algunos de ellos, por ejemplo la del centuri?n, y anuncia que los paganos llegar?n de los confines del mundo, para sentarse a la mesa con los patriarcas de Israel (cf. Mt 8,1012; Lc 7,9); lo mismo dice a la mujer cananea: ?Mujer, ?grande es tu fe! Que te suceda como deseas? (Mt 15,28; cf. Mc 7,29). En continuidad con su misma misi?n, Jes?s resucitado env?a a sus disc?pulos a predicar el Evangelio a todas las naciones, una misi?n universal (cf. Jn 20,21-22; Mt 28,19-20; Mc 16,15; Hch 1,8). La revelaci?n cristiana est? destinada a todos los hombres, sin distinciones.
La revelaci?n de Dios Padre, que Jes?s trae, se fundamenta en su uni?n irrepetible con el Padre, en su conciencia filial; s?lo partiendo de ?sta puede ejercer su funci?n de revelador (cf. Mt 11,12-27; Lc 10,21-22; Jn 18; 14,6-9; 17,3.4.6). Dar a conocer al Padre, con todo lo que este conocimiento implica, es el fin ?ltimo de toda la ense?anza de Jes?s. Su misi?n de revelador est? tan arraigada en el misterio de su persona, que tambi?n en la vida eterna continuar? su revelaci?n del Padre: ?Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguir? dando a conocer, para que el amor con que t? me has amado est? en ellos y yo en ellos? (Jn 17,26; cf. 17,24). Esta experiencia de la paternidad divina debe impulsar a los disc?pulos al amor hacia todos, en el cual consistir? su ?perfecci?n? (cf. Mt 5,45-48; Lc 6,35-36).
El ministerio sacerdotal de Jes?s no se puede entender sin la perspectiva de la universalidad. Partiendo de los textos del Nuevo Testamento, es clara la conciencia de Jes?s de su misi?n, que lo lleva a dar la vida por todos los hombres (cf. Mc 10,45; Mt 20,28). Jes?s, que no ha pecado, se pone en el puesto de los pecadores, y se ofrece al Padre por ellos. Las palabras de la instituci?n de la Eucarist?a manifiestan la misma conciencia y la misma actitud; Jes?s ofrece su vida en el sacrificio de la Nueva Alianza en favor de los hombres: ??sta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos? (Mc 14,24; cf. Mt 26,28; Lc 22,20; 1 Co 11,24-25).
El sacerdocio de Cristo ha sido profundizado sobre todo en la Carta a los Hebreos, en la que se destaca que ?l es el sacerdote eterno, que posee un sacerdocio que no se acaba (cf. Hb 7,24), es el sacerdote perfecto (cf. Hb 7,28). Ante la multiplicidad de sacerdotes y de sacrificios antiguos, Cristo se ha ofrecido a s? mismo, una sola vez y de una vez para siempre, en un sacrificio perfecto (cf. Hb 7,27; 9,12.28; 10,10; 1 P 3,18). Esta unicidad de su persona y de su sacrificio confiere tambi?n al sacrificio de Cristo un car?cter ?nico y universal; toda su persona y, en concreto, el sacrificio redentor que tiene un valor para la eternidad, lleva el sello de lo que no pasa y es insuperable. Cristo, sumo y eterno Sacerdote, en su condici?n de glorificado, sigue a?n intercediendo por nosotros ante el Padre (cf. Jn 14,16; Rm 8,32; Hb 7,25; 9,24, 10,12; 1 Jn 2,1).
Jes?s, enviado por el Padre, aparece tambi?n como Se?or en el Nuevo Testamento (cf. Hch 2,36). El acontecimiento de la resurrecci?n hace reconocer a los cristianos el se?or?o de Cristo. En las primeras confesiones de fe aparece este t?tulo fundamental relacionado con la resurrecci?n (cf. Rm 10,9). No falta la referencia a Dios Padre en muchos de los textos que nos hablan de Jes?s como Se?or (cf. Flp 2,11). Por otra parte, Jes?s, que ha anunciado el Reino de Dios, especialmente vinculado a su persona, es rey, como ?l mismo dice en el Evangelio de Juan (cf. Jn 18,33-37).Y tambi?n al final de los tiempos, ?cuando entregue a Dios Padre el Reino, despu?s de haber destruido todo Principado, Dominaci?n y Potestad? (1 Co 15,24).
Naturalmente, el dominio de Cristo tiene poco que ver con el dominio de los grandes de este mundo (cf. Lc 22,25-27; Mt 20,25-27; Mc 10,42-45), porque, como ?l mismo afirma, su reino no es de este mundo (cf. Jn 18,36). Por eso, el dominio de Cristo es el del buen pastor, que conoce todas sus ovejas, que ofrece la vida por ellas y que quiere reunirlas a todas en un solo reba?o (cf. Jn 10,14-16). Tambi?n la par?bola de la oveja perdida habla, indirectamente, de Jes?s, buen pastor (cf. Mt 18,12-14; Lc 15,4-7). Jes?s es, adem?s, el ?pastor supremo? (1 P 5,4).
En Jes?s se realiza, de forma eminente, todo lo que la tradici?n del Antiguo Testamento hab?a dicho sobre Dios, pastor del pueblo de Israel: ?Las apacentar? en buenos pastos y su majada estar? en los montes de la excelsa Israel [...]. Yo mismo conducir? mis ovejas y yo las llevar? a reposar, or?culo del Se?or Yahv?. Buscar? la oveja perdida, tornar? a la descarriada, curar? a la herida, confortar? a la enferma; pero a la que est? gorda y robusta la exterminar?; las pastorear? con justicia? (Ez 34,14-16). Y m?s adelante: ?Yo suscitar? para pon?rselo al frente un solo pastor que las apacentar?, mi siervo David. ?l las apacentar? y ser? su pastor. Yo, Yahv?, ser? su Dios?. (Ez 34,23-24; cf. Jr 23,1-4; Za 11,15-17; Sal 23,1-6). [6]
S?lo partiendo de Cristo tiene sentido la reflexi?n tradicional sobre los tria mu?era que configuran el sagrado ministerio de los Sacerdotes. No podemos olvidar que Jes?s se considera presente en sus enviados: ?Quien acoja al que yo env?o, me acoge a m?, y quien me acoja a m?, acoge a aquel que me ha enviado? (Jn 13,20; cf. tambi?n Mt 10,40; Lc 10,16). Hay una serie de ?misiones?, que encuentran su origen en el misterio mismo del Dios Uno y Trino, que quiere que todos los hombres sean part?cipes de su vida. El arraigo trinitario, cristol?gico [7] y eclesiol?gico del ministerio de los Sacerdotes es el fundamento de la identidad misionera. La voluntad salv?fica universal de Dios, la unicidad y la necesidad de la mediaci?n de Cristo (cf. 1 Tm 2,4-7; 4,10) no permiten trazar fronteras a la obra de evangelizaci?n y de santificaci?n de la Iglesia. Toda la econom?a de la salvaci?n tiene su origen en el designio del Padre de recapitular todo en Cristo (cf. Ef 1,3-10) y en la realizaci?n de este designio, que tendr? su cumplimiento final con la venida del Se?or en la gloria.
El Concilio Vaticano II alude claramente al ejercicio de los tria mu?era de Cristo, por parte de los presb?teros, como colaboradores del orden episcopal: ?Participando, en el grado propio de su ministerio del oficio ?nico Mediador, que es Cristo (cf. 1 Tm 2,5), anuncian a todos la divina palabra. Pero su oficio sagrado lo ejercitan, sobre todo, en el culto o asamblea eucar?stica, donde, representando la persona de Cristo, y proclamando su misterio, unen las oraciones de los fieles al sacrificio de su Cabeza y hacen presente y aplican en el sacrificio de la Misa, hasta la venida del Se?or (cf. 1 Co 11,26), el ?nico Sacrificio del Nuevo Testamento, a saber, el de Cristo que se ofrece a s? mismo al Padre, una vez por todas, como hostia inmaculada (cf. Hb 9,14-28). [...]. Ejerciendo, en la medida de su autoridad, el oficio de Cristo, Pastor y Cabeza, re?nen la familia de Dios como una fraternidad, animada con esp?ritu de unidad y la conducen hasta Dios Padre por medio de Cristo en el Esp?ritu. En medio de la grey le adoran en esp?ritu y en verdad (cf. Jn 4,24)?. [8]
En virtud del sacramento del Orden, que confiere un car?cter espiritual indeleble, [9] los presb?teros son consagrados, es decir, segregados ?del mundo? y entregados ?al Dios viviente?, tomados ?como su propiedad, para que, partiendo de ?l, puedan realizar el servicio sacerdotal por el mundo?, para predicar el Evangelio, ser pastores de los fieles y celebrar el culto divino, como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento (cf. Hb 5,1). [10]
El Sumo Pont?fice Benedicto XVI, en la alocuci?n que dirigi? a los participantes en la Asamblea Plenaria de la Congregaci?n para el Clero, afirm? que: ?La dimensi?n misionera del presb?tero nace de su configuraci?n sacramental a Cristo Cabeza, la cual conlleva, como consecuencia, una adhesi?n cordial y total a lo que la tradici?n eclesial ha reconocido como la apostolica vivendi forma. ?sta consiste en la participaci?n en una 'vida nueva' entendida espiritualmente, en el 'nuevo estilo de vida' que inaugur? el Se?or Jes?s y que hicieron suyo los Ap?stoles. Por la imposici?n de las manos del Obispo y la oraci?n consagratoria de la Iglesia, los candidatos se convierten en hombres nuevos, llegan a ser 'presb?teros'. A esta luz, es evidente que los tria munera son en primer lugar un don y s?lo como consecuencia un oficio; son ante todo participaci?n en una vida, y por ello una potestas?. [11]
El decreto Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y la vida sacerdotal, ilustra esta verdad cuando se refiere a los presb?teros ministros de la palabra de Dios, ministros de la santificaci?n con los sacramentos y la eucarist?a, y gu?as y educadores del pueblo de Dios. La identidad misionera del presb?tero, aunque no es objeto expl?cito de gran desarrollo, est? claramente presente en estos textos. Se subraya expresamente el deber de anunciar a todos el Evangelio de Dios siguiendo el mandato del Se?or, con expl?cita referencia a los no creyentes y remitiendo a la fe y a los sacramentos, por medio de la proclamaci?n del mensaje evang?lico. El sacerdote, ?enviado?, que participa en la misi?n de Cristo enviado del Padre, se encuentra implicado en una din?mica misionera, sin la cual no puede vivir verdaderamente la propia identidad. [12]
Tambi?n en la Exhortaci?n apost?lica post-sinodal Pastores dabo vobis se afirma que, aunque insertado en una Iglesia particular, el presb?tero, en virtud de su ordenaci?n, ha recibido un don espiritual que lo prepara a una misi?n universal, hasta los confines de la tierra, porque ?cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misi?n confiada por Cristo a los Ap?stoles?. [13] Por eso, la vida espiritual del sacerdote se ha de caracterizar por el fervor y el dinamismo misionero; en sinton?a con el Concilio Vaticano II, se indica que los sacerdotes deben formar la comunidad que les ha sido confiada, para convertirla en una comunidad aut?nticamente misionera. [14] La funci?n de pastor exige que el fervor misionero se viva y comunique, porque toda la Iglesia es esencialmente misionera. De esta dimensi?n de la Iglesia proviene, de forma decisiva, la identidad misionera del presb?tero.
Cuando se habla de misi?n, se ha de tener necesariamente presente que el enviado, en este caso el presb?tero, se encuentra en relaci?n tanto con quien lo env?a, como con aquellos a los que es enviado. Examinando su relaci?n con Cristo, el primer enviado del Padre, es necesario subrayar el hecho de que, teniendo en cuenta los textos del Nuevo Testamento, es el mismo Cristo quien env?a y constituye a los ministros de su Iglesia, mediante el don del Esp?ritu Santo derramado en la ordenaci?n sacerdotal; ?stos no pueden ser considerados sencillamente elegidos o delegados de la comunidad o del pueblo sacerdotal. El env?o viene de Cristo; los ministros de la Iglesia son instrumentos vivos de Cristo, ?nico mediador. [15] ?El presb?tero encuentra la plena verdad de su identidad en ser una derivaci?n, participaci?n espec?fica y una continuaci?n del mismo Cristo, sumo y eterno sacerdote de la Nueva Alianza; es una imagen viva y transparente de Cristo Sacerdote?. [16]
Tomando como punto de partida esta referencia cristol?gica, emerge claramente la dimensi?n misionera de la vida del sacerdote: Jes?s ha muerto y resucitado por todos los hombres, a los que quiere reunir en un solo reba?o; ?l deb?a morir para reunir en uno a todos los hijos de Dios que estaban dispersos (cf. Jn 11,52). Si en Ad?n todos mueren, en ?l todos vuelven a la vida (cf. 1 Co 15,20-22), en ?l Dios reconcilia consigo el mundo (cf. 2 Co 5,19), y ordena a los ap?stoles predicar el Evangelio a todas las gentes. Todo el Nuevo Testamento est? impregnado de la idea de la universalidad de la acci?n salv?fica de Cristo y de su ?nica mediaci?n. El presb?tero, configurado a Cristo profeta, sacerdote y rey, no puede dejar de tener el coraz?n abierto a todos los hombres y, en concreto, sobre todo a los que no conocen a Cristo y no han recibido todav?a la luz de su Buena Nueva.
Por parte de los hombres, a los que la Iglesia debe anunciar el Evangelio, [17] y a los que, por consiguiente, el presb?tero es enviado, es necesario poner de relieve que el Concilio Vaticano II ha hablado repetidamente de la unidad de la familia humana, fundada en la creaci?n de todos a imagen y semejanza de Dios y en la comuni?n de destino en Cristo: ?Todos los pueblos forman una comunidad, tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el g?nero humano sobre el haz de la tierra y tienen tambi?n el mismo fin ?ltimo, que es Dios, cuya providencia, manifestaci?n de bondad y designios de salvaci?n se extienden a todos?. [18] Esta unidad est? llamada a lograr su cumbre en la recapitulaci?n universal de Cristo (cf. Ef 1,10). [19]
A esta recapitulaci?n final de todo en Cristo, que constituye la salvaci?n de los hombres, se dirige toda la acci?n pastoral de la Iglesia. Al estar llamados todos los hombres a la unidad en Cristo, ninguno puede ser excluido de la solicitud del presb?tero a ?l configurado. Todos esperan, aunque de forma inconsciente (cf. Hch 17,23-28), la salvaci?n que puede venir s?lo de ?l: esa salvaci?n que es la inserci?n en el Misterio Trinitario, en la participaci?n en su filiaci?n divina. No se pueden realizar discriminaciones entre los hombres, los cuales tienen un mismo origen y comparten el mismo destino y la ?nica vocaci?n en Cristo. Establecer l?mites a la ?caridad pastoral? del presb?tero ser?a completamente contradictorio con su vocaci?n, marcada por la peculiar configuraci?n con Cristo, cabeza y pastor de la Iglesia y de todos los hombres.
Los tria munera, ejercidos por los sacerdotes en su ministerio, no se pueden concebir sin su esencial relaci?n con la persona de Cristo y con el don del Esp?ritu. El presb?tero est? configurado a Cristo mediante el don del Esp?ritu recibido en la ordenaci?n. As? como los tria mu?era aparecen esencialmente entrelazados en Cristo, y no se pueden separar de ninguna manera, y los tres reciben luz de la identidad filial de Jes?s, el enviado del Padre, tambi?n el ejercicio de estas tres funciones en los sacerdotes es inseparable. [20]
El presb?tero est? en relaci?n con la persona de Cristo, y no solamente con sus funciones, que brotan y reciben pleno sentido de la persona misma del Se?or. Esto significa que el sacerdote encuentra la especificidad de la propia vida y de su vocaci?n viviendo la propia configuraci?n personal con Cristo; siempre es un alter Christus. El sacerdote experimentar? la dimensi?n universal, y por tanto misionera, de su identidad m?s profunda, siendo consciente de ser enviado por Cristo, como ?l lo es por el Padre, para la salus animarum.?
Vaticano, 29 de junio de 2010, Solemnidad de San Pedro y San Pablo?
? Card. Cl?udio Hummes, Prefecto
? Mauro Piacenza, Secretario
NOTAS?
1) Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, 2; cf. 5-6 y 9-10; Const. dogm. Lumen gentium, 8; 13; 17; 23; Decr. Christus Dominus, 6.
2) Cf. Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 2; 4-5; 14; Juan Pablo II, Carta Enc. Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 1; Id., Carta ap. Novo millenio ineunte (6 de enero de 2001), 1; 40; 58.
3) Benedicto XVI, hablando a los obispos alemanes durante la Jornada Mundial de la Juventud (2005), afirm?: ?Sabemos que siguen progresando el secularismo y la descristianizaci?n, que crece el relativismo. Cada vez es menor el influjo de la ?tica y la moral cat?lica. Bastantes personas abandonan la Iglesia o, aunque se queden, aceptan s?lo una parte de la ense?anza cat?lica, eligiendo s?lo algunos aspectos del cristianismo. Sigue siendo preocupante la situaci?n religiosa en el Este, donde, como sabemos, la mayor?a de la poblaci?n est? sin bautizar y no tiene contacto alguno con la Iglesia y, a menudo, no conoce en absoluto ni a Cristo ni a la Iglesia. Reconocemos en estas realidades otros tantos desaf?os, y vosotros mismos, queridos hermanos en el episcopado, hab?is afirmado [...]: 'Nos hemos convertido en tierra de misi?n' [...]. Deber?amos reflexionar seriamente sobre el modo como podemos realizar hoy una verdadera evangelizaci?n, no s?lo una nueva evangelizaci?n, sino con frecuencia una aut?ntica primera evangelizaci?n. Las personas no conocen a Dios, no conocen a Cristo. Existe un nuevo paganismo y no basta que tratemos de conservar a la comunidad creyente, aunque esto es muy importante; se impone la gran pregunta: ?qu? es realmente la vida? Creo que todos juntos debemos tratar de encontrar modos nuevos de llevar el Evangelio al mundo actual, anunciar de nuevo a Cristo y establecer la fe? (A los obispos de Alemania en el Piussaal del Seminario de Colonia, 21 de agosto de 2005). Ante el Clero de Roma, Benedicto XVI, al inicio de su pontificado, subray? la importancia de la Misi?n ciudadana, ya en curso (cf. Discurso al Clero de Roma, 13 de mayo de 2005). En su viaje a Brasil, en el mes de mayo de 2007, para inaugurar la V Conferencia General del Episcopado de Am?rica Latina y del Caribe, cuyo tema era ?Disc?pulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en El tengan vida?, el Papa alent? a los Obispos brasile?os a una verdadera ?misi?n?, dirigida a quienes, aunque bautizados por nosotros, no han sido suficientemente evangelizados por diversas circunstancias hist?ricas (cf. Discurso a los Obispos de Brasil en la 'Catedral da S?' en Sao Paulo, 11 de mayo de 2007).
4) Entre los textos sobre la misi?n, encontramos: Jn 3,14; 4,34; 5,23-24.30.37; 6,39.44.57; 7,16.18.28; 8,18.26.29.42; 9,4; 11,42; 14,24; 17,3.18; 1 Jn 4,9.14.
5) Cf. Catecismo de la Iglesia Cat?lica, 690.
6) Cf. tambi?n Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 de marzo de 1992), 22.
7) Cf. ib?d., 12: ?La referencia a Cristo es la clave absolutamente necesaria para la comprensi?n de las realidades sacerdotales?.
8) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 28.
9) Cf. Catecismo de la Iglesia Cat?lica, 1582.
10) Cf. Benedicto XVI, Homi?a en la Santa Misa del Crisma (9 de abril de 2009); Juan Pablo II, Exhort. Apost. postsinodal Pastores dabo vobis (25 de marzo de 1992), 12; 16.
11) Benedicto XVI, Discurso a los participantes en la Asamblea Plenaria de la Congregaci?n para el Clero (16 de marzo de 2009). Ciertamente, el Bautismo es lo que hace a todos los fieles ?hombres nuevos?. El sacramento del Orden, pues, si por una parte especifica y actualiza cuanto los presb?teros tienen en com?n con todos los bautizados, por otra, revela cu?l es la naturaleza propia del sacerdocio ordenado, es decir, la de ser totalmente relativa a Cristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia, la de servir a la nueva creaci?n que emerge del ba?o bautismal: Vobis enim sum episcopus ? afirma Agust?n ? vobiscum sum christianus.
12) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 4-6. Sobre los tria munera se detiene tambi?n ampliamente Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 de marzo de 1992), 26.
13) Ib?d, 32.
14) Cf. ib?d., 26; Juan Pablo II, Carta. enc. Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 67.
15) Cf. A. Vanhoye, Pr?tres anciens, pr?tre nouveau selon le Nouveau Testament, Par?s 1980, 346.
16) Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 de marzo de 1992), 12.
17) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, 1
18) Conc. Ecum. Vat. II, Declar. Nostra aetate, 1; cf. Const. past. Gaudium et spes 24; 29; 22; 92.
19) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 45.
20) Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores gregis (16 de octubre de 2003), 9: ?En efecto, se trata de funciones relacionadas ?ntimamente entre s?, que se explican rec?procamente, se condicionan y se esclarecen. Precisamente por eso el Obispo, cuando ense?a, al mismo tiempo santifica y gobierna el Pueblo de Dios; mientras santifica, tambi?n ense?a y gobierna; cuando gobierna, ense?a y santifica. San Agust?n define la totalidad de este ministerio episcopal como amoris officium?. Lo que aqu? se dice de los obispos, se puede aplicar tambi?n, con las debidas distinciones, a los presb?teros.
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