Homilía de monseñor Domingo Salvador Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, para el 32º domingo durante el año (6 de noviembre de 2011) (AICA)
PELIGROSO DESABASTECIMIENTO
Mateo 25, 1-13
Peligroso desabastecimiento. La vida necesita un alimento nutritivo apropiado. Se cuida con particular esmero un aspecto de la misma, que ciertamente tiene su importancia, pero, subordinado a otros. ¡Cuánto nos preocupamos en resguardar nuestra supervivencia biológica en desmedro, con frecuencia, de los valores superiores del espíritu! Aún, presumiblemente asistidos por la fe, adoptamos los criterios de la incredulidad y nos dejamos regir por ellos. Advertimos que se produce un peligroso desabastecimiento de la energía que alimenta los valores del espíritu. La parábola de Jesús, relatada por San Mateo, posee una incomparable actualidad. La lámpara de nuestra vida dejará de arder e iluminar sin el aceite espiritual que la alimente. El Papa Benedicto XVI, al decidir la celebración del Año de la fe afirma: “Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo” (“Porta fidei” nº 8).
Descuido del alimento genuino. Si permanecemos en la superficie, que recibe su estímulo de un nocivo comportamiento general, perdemos el aprecio por los valores que Dios ha depositado en nuestra naturaleza humana. El materialismo, en sus diversas y múltiples vertientes, domina los espacios principales de nuestro desarrollo. Me refiero a las edades del hombre, desde su concepción a su extinción natural; a las expresiones de su interioridad y de su cultura, de sus relaciones personales y de su religiosidad. Quizás no se nieguen abiertamente esos valores; se los enfría en contacto con las manifestaciones en boga de algunos contaminantes culturales o se los arrincona entre trastos considerados inservibles y desechables. El Evangelio sale al encuentro y les devuelve su original esplendor. Las jóvenes imprudentes de la parábola constituyen el estado actual de una gran parte de la sociedad. Pocas son las prudentes. El descuido generalizado del alimento genuino de los valores espirituales pone en peligro la buena disposición para el encuentro con Dios y con la verdad necesaria que Él ofrece.
Sin valores no se llega a la verdad. No se llega a la verdad sin los valores fundamentales, debidamente robustecidos con los genuinos alimentos del espíritu y, para quienes se profesan cristianos, con los de su fe. A raíz de un forzado debate, sobre la despenalización del aborto, se escuchan contradicciones espantosas por parte de varios autocalificados “católicos”. Tales afirmaciones equivalen al absurdo de negar la existencia de Dios y pretender reivindicarse como “fervientes creyentes”. ¿Dónde está la falla? En una fe raquítica o absolutamente muerta. Se ha producido cierta desconexión entre la profesión de fe y su necesaria alimentación. Es fácil comprobarlo con un examen honesto de la desproporción existente entre lo formal y lo real. El porcentaje ínfimo de católicos, que nutre su fe en las fuentes auténticas dela Palabrade Dios y de los Sacramentos, indica el desfasaje producido, entre la fe y la vida, en la mayoría restante. Los responsables de la evangelización debemos autoexaminarnos.
El valor de la fe y su alimento. Volviendo al simbolismo de la parábola advertimos que, llegada la hora de la verdad, muchos “seres imprudentes” no están preparados para encender sus lámparas y disipar las densas tinieblas. Más aún, son devorados por el error y la incoherencia y, obviamente, convertidos en sus naturales personeros. La orientación profética de Benedicto XVI aparece oportunamente: “es preciso intensificar la reflexión sobre la fe”. Para ello se requiere que se la anuncie en público y se la muestre, con todo su esplendor, en el “testimonio de santidad” de todos y cada uno de los cristianos.
Mons. Domingo Salvador Castagna, arzobispo emérito de Corrientes