Lectio divina para el domingo primero de Adviento - B, ofrecida por la Delegación Diocesana de Liturgia de la Diócesis de Tenerife.
Lectura:
“Marcos 13, 3337”
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡velad!
Meditación:
“¡Velad!”
Comenzamos el adviento, tiempo que denominamos de esperanza. Y ¡cómo la necesitamos! Pero la esperanza no es algo que nos viene encima, sin más. La esperanza se gana, se cuida, se trabaja, se desea, se espera… activamente, como el que vela atento. No se puede velar dormido, ni sentado en un sofá leyendo un libro. Se vela activo, expectante, incluso, en ocasiones, ilusionado; siempre preparado para poder responder a lo que está por venir.
Y ahí entiendo tu llamada, tu mandato ¡velad! No es una palabra que entendamos como actitud de vida. La entendemos como situación especial, ante momentos o circunstancias concretas, y así nos va.
Tu llamada es apremiante porque apremiante es la realidad que vivimos, aunque la queramos superficializar. En el mundo y en los corazones todavía hay demasiado dolor y a veces lo queremos olvidar viviendo superficialmente, sin darnos cuenta de que con ello no arreglamos, ni escondemos, sólo nos engañamos y dejamos que las cosas se degraden.
No me quiero poner trágico ante este tiempo que nos regalas y que, precisamente, quiere ofrecernos lo contrario, sentido. Sentido de la vida, de la existencia, de nosotros mismos, de nuestras actitudes. Sentido del presente y del futuro. Sentido de nuestra historia, que a veces parece absurda y sin horizonte. Un sentido que no nos podemos dar nosotros, que sólo nos puedes dar tú, y en el que nos invitas a colaborar. Tú venida, la que ya hiciste y queremos actualizar; y la próxima, la última, cuando quieras culminar la historia, no son anuncios de tragedia, sino de vida y de plenitud, y a eso quieres ayudarnos a vivir, ya desde ahora con nuestra vela activa, ilusionada, preparando, de la mejor manera posible, nuestra casa, mi casa, nuestro mundo, nuestra vida, mi vida. Ayúdame.
Oración:
“En vela”
Sí, Señor, ayúdame a estar en vela. No parado sino dando lo mejor de mí. Ayúdame a embellecer mi vida, mis gestos. Ayúdame a encontrar sentido en la búsqueda de todo lo que construye humanidad. Vivimos tiempos complejos. Palpamos las consecuencias de nuestros egoísmos. Que aprenda, Señor, contigo y desde ti, a salir de mí, a mirar a mi alrededor y descubrir que juntos podemos construir un mundo mejor para todos. Sé que tengo que trabajar mucho en mí, pero merece la pena y, si tú me ayudas, todo es posible. Gracias, Señor.
Contemplación:
“Tú, velas”
Sigues viniendo,
sigues estando,
sigues esperando
y amando.
Duermo y tú velas.
Velas para que despierte,
abra los ojos y los sentidos,
y me abra a la vida,
a tu vida,
Para que contigo, Señor,
vele.