Artículo del sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero que nos habla de las actitudes cristianas antela Navidad.
CÓMO CELEBRAR LA NAVIDAD
Cuando llegue la Navidad que ya está muy cerca, nos encontraremos con muchos cristianos que se esfuerzan por celebrarla de verdad.
Algunos, incluso, se preguntarán: “¿Lo que celebra la gente es Navidad? No lo entiendo… En adornos, felicitaciones, regalos…, y algún portal o árbol de Navidad, parece que se queda todo. Y eso solo es Navidad?”
Claro que no. Veamos:
Es el Año Litúrgico, el que, con su dinamismo interno, va colocando delante de nosotros los distintos acontecimientos de la vida del Señor… para que, de algún modo, nos pongamos en contacto con ellos y nos llenemos de la gracia de la salvación, que ellos contienen, nos enseña el Concilio.
Es, por tanto, el Año Litúrgico el que hace posible que estos acontecimientos entrañables de la Navidad puedan celebrarse. Por ello, son fiestas que tienen su centro en las celebraciones de la Iglesia y el corazón de cada cristiano.
De ahí la importancia y la necesidad de prepararnos adecuadamente en el Tiempo de Adviento. Sabemos, por experiencia, que las fiestas del pueblo o del barrio, si no se preparan, salen mal… ¿Cómo podemos celebrar la Navidad, sin aprovechar el tiempo de preparación que es el Adviento?
Y la preparación de Adviento culmina en el Sacramento de la Penitencia o, mejor, de la Reconciliación recibido a lo largo del Tiempo de Adviento o, mejor, unos días antes de la Navidad. Luego la Eucaristía de la Navidad hará de nuestro corazón algo muy parecido a un Portal de Belén”.
De este modo, se realiza en cada uno de nosotros, lo que expresa aquel villancico: “El Niño ha nacido en Belén. Aleluya. Aleluya. Quiere nacer en nosotros también. Aleluya, Aleluya”.
Este es el fundamento último de la alegría desbordante de la Navidad. Lo demás son manifestaciones externas, algunas magníficas, y ya tradicionales entre nosotros. Ellas expresan y alimentan ese gozo profundo del corazón.
Pero si lo reducimos todo a manifestaciones externas, es evidente que no celebramos de verdad la Navidad.
De esta forma, nos damos cuenta enseguida, que todos, sea cual sea la situación en que nos encontremos, podemos y debemos celebrar la Navidad. No podemos caer en la tentación de decirle a los amigos: “este año, se me estropeó la Navidad” o es que “éstas son para mí unas fiestas tristes”. Ya decía el Papa S. León Magno que “nadie queda excluido de la participación en este gran gozo…” (S. de Nav. I).
Para eso, tenemos que salir de nosotros mismos, para encontrarnos con el Señor que llega como Salvador de cada persona y que proyecta una luz nueva sobre cualquier situación adversa.
¡Este es, por tanto, el camino que lleva a Belén; a los distintos acontecimientos que celebramos, a la Navidad auténtica!
¡Dichosos nosotros, que lo hemos encontrarlo!