Reflexión a las lecturas del domingo quinto de pascua- B, ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 5º de Pascua B
Nos encontramos en la última Cena. Es el momento de la despedida. Y en las despedidas, especialmente la de la muerte, se hacen los encargos, las recomendaciones más importantes y que no se olvidan nunca. Una de las preocupaciones fundamentales de Jesucristo es que los discípulos lo dejen todo y se olviden de Él. Por eso, les dice: “Permaneced en mi y yo en vosotros…” En un texto tan breve como el Evangelio de este Domingo, Jesús emplea cinco veces esta misma idea… Es normal que ahora, en el Tiempo de Pascua recordemos y revivamos lo que se llama “el testamento espiritual de Jesús”. En éste, que es tiempo de resurrección y de vida en plenitud, en el que parece que, hasta la misma naturaleza, se asocia al espíritu de la Pascua.
Para explicarnos la necesidad de permanecer en Él, Jesucristo se vale de una imagen, de una comparación muy hermosa: la que existe entre la vid y los sarmientos: La vid -la sepa diríamos nosotros- es Cristo, el Padre es el labrador, los sarmientos somos nosotros. Con esta comparación, se entiende todo perfectamente: el sarmiento que no está unido a la sepa ni tiene vida ni puede dar fruto. Para el agricultor lo fundamental es que la viña dé fruto, más fruto, mejor fruto… Y el Señor nos dice: “A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, (el labrador) y a todo el que dé fruto lo poda, para que dé más fruto…” Y también: “Al que no permanece en mí lo tiran fuera como al sarmiento, y se seca; y luego los recogen y los echan al fuego y arden”. Y es que el agricultor es paciente pero, al mismo tiempo, muy exigente, especialmente, con un frutal como la viña que lleva tanta atención y tanto trabajo. Si no da fruto se abandona la viña…
El Bautismo es el sacramento que nos une a Cristo como un sarmiento a la sepa… Es el sacramento que nos da la vida de Dios, que es como la savia que da vida a la viña. Y luego vienen los demás alimentos de la vida de Dios en nosotros: la oración, la Palabra de Dios, los demás sacramentos, especialmente, la Eucaristía y el ejercicio de las buenas obras. El Señor nos lo explica todo con mucha claridad: “El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada”.
Y termina el texto diciendo: “Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos”.
Por eso la cuestión fundamental es ésta: ¿Estoy dando fruto? ¿Qué fruto? ¿Cuánto fruto? ¿Estaré como un sarmiento vivo, unido a la vid?
¿Y, en concreto, ¿Cuáles son esos frutos?
Me parece que la segunda lectura nos da la clave, cuando dice S. Juan: “Hijos míos no amemos de palabra y de boca, sino con obras y según la verdad…” Y precisa más cuando habla de guardar sus mandamientos y hacer lo que le agrada. Y añade: “Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó”. También el Señor nos transmite el mismo pensamiento, cuando dice: “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”.
Y todo esto, ¿Por qué? ¿Para qué? “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y mi alegría llegue a plenitud”.
¡Es la alegría desbordante de la Pascua!
Es lo que sucedía en la Iglesia primera, según nos la presenta la primera lectura: “Entretanto, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor y se multiplicada animada por el Espíritu Santo”.
¡FELIZ PASCUA! ¡FELIZ DOMINGO! ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!