Reflexión a las lecturas del domingo décimo cuarto del Tiempo Ordinario - B, ofrecido por el sacerdote Dopn Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR".
Domingo 14º del T. Ordinario B
¡Es el drama de la Encarnación!
Para hablarnos, para darnos sus dones, su salvación…, Dios ha querido tener necesidad de la fragilidad de lo humano, hasta llegar a hacerse hombre como nosotros. Y así, en su pueblo de Nazaret, no le acogen como al Mesías, al Hijo de Dios vivo, al que tenía que venir… Se quedan en lo humano… Por eso, “no pudo hacer allí ningún milagro”, porque les faltaba fe. Y Jesús “se extrañó de su falta de fe”, nos dice el Evangelio. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando. Pero sus paisanos de Nazaret se quedaron sin nada… Y es que la condición humana de Jesús revela su condición divina. Es verdad. Pero también la oculta. A este hecho lo llamo yo el “Drama de la Encarnación”. Aquella gente que escucha a Jesucristo en la sinagoga, por un lado, “se asombran” y por otro “desconfían de Él”. Y comienzan a pensar y a decir: “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y sus hermanas no viven con nosotros aquí?”.
Estas cosas que para los otros pueblos constituían pruebas de su grandeza, para los de Nazaret se convirtieron en obstáculos… Y no son capaces de recapacitar y de abrirse a la fe. ¡Y no se trata sólo de la envidia de los pueblos pequeños! ¡Es el peligro de todos los que sabemos mucho de Jesús! Y esto hace que siempre tengamos excusas para no creer! Es todo tan frágil, tan sencillo, tan simple, tan humano, que hace falta, a cada paso, recordar “el Misterio”
Si la palabra de Dios viniera envuelta en un resplandor celestial, si en los sacramentos cambiaran de color los signos, si los profetas y enviados parecieran extraterrestres, si hubiera algún tipo de conversación telefónica para poder preguntar alguna cosa…, pero no existe… Y es todo tan simple, tan “normal”, que, a veces, no nos parece que se trate de algo divino. De ahí que avivar nuestra fe a cada paso, resulte imprescindible. Y si, encima, somos “testarudos y obstinados”, como dice la primera lectura, la cosa se agrava. Y si los propios enviados tenemos alguna “espina en la carne”, algún emisario de Satanás que “nos apalea” todavía peor. Es lo que sucede a S. Pablo (2ª Lect.). Rechazar los dones de Dios porque vienen envueltos en la fragilidad de lo humano es algo terrible, dramático. Por eso llamo a este Misterio el “El Drama de la Encarnación”.
Y todo esto que comentamos de Jesús, sucede también en la vida de la Iglesia. “El Drama de la Encarnación” está también presente en ella. ¡No hacen falta grandes análisis para comprobar su debilidad y su fragilidad! Y eso en todo: En sus instituciones, sus signos, sus recursos, su historia, las personas que pertenecemos a ella…
Pero, a pesar de eso, nos advierte el Vaticano II: “… Así como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como de instrumento vivo de salvación, unido indisolublemente a Él, de modo semejante la articulación social de la Iglesia sirve al Espíritu Santo, que la vivifica, para el acrecentamiento de su Cuerpo. Ésta es la única Iglesia de Cristo que, en el Símbolo, confesamos como una, santa, católica y apostólica…” (L. G. 8).
Tantas veces nos gustaría que todo fuera de otro modo, que la Iglesia fuera más perfecta y más pura, pero Dios ha preferido otro camino…
¿Y por qué?
Nos enseña S. Pablo que “llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros” (2Co 4, 7).
Y en la segunda lectura de hoy, el mismo Pablo nos presenta la “la regla de oro” que regula la existencia del Misterio: “La fuerza se realiza en la debilidad”.
¡FELIZ DOMINGO! ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!