Viernes, 31 de agosto de 2012

Reflexión a las lecturas del domingo veintidós del Tiempo Ordinario B, ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo eol epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

 Domingo 22º del T. Ordinario B 

De nuevo volvemos a S. Marcos. Lo habíamos dejado cinco domingos, para acercarnos a escuchar, a reflexionar y a contemplar el Discurso del Pan de Vida, que recoge S. Juan en el capítulo 6º de su Evangelio. El texto de este domingo (que conviene leer sin los recortes litúrgicos) trata de resolver y realmente lo hace, el tema que llamamos nosotros de la pureza o impureza legal, que nos encontramos a cada paso en la S. Escritura. Uno de los objetivos del creyente de cualquier religión es, precisamente, agradar a Dios, ser puro e irreprochable en su presencia, servirle con un corazón limpio… Pero éste no era el sentido que tenía para los fariseos y escribas: Para ellos todo se reducía a una pureza externa, ritual, legal. Estos se acercan a Jesucristo para hacerle una pregunta muy concreta: “¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras (es decir, sin el lavado ritual de manos) y no siguen la tradición de los mayores?”. Jesús les responde, citando a Isaías, que había profetizado sobre ellos, diciéndoles:

* Que no practican la verdadera religión de Moisés, porque honran a Dios sólo con los labios, mientras  su corazón está lejos de Él…

* Porque el culto que le dan está vacío pues han dejado la Ley Santa de Dios (1ª Lectura) y la han cambiado por preceptos humanos.

Y concluye: “Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres”

¡Qué importante esta reflexión para tantas ocasiones en que, en la existencia cristiana, se le da más importancia a esta o aquella tradición o costumbre que a los auténticos valores cristianos. Y el evangelista, que quiere resolver de una vez el problema, alude a otra ocasión en que Jesús trata  el mismo tema, y dice:  Nada  que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón sino en el vientre y se echa en la letrina”. (“Con esto declaraba puros todos los alimentos”).

El corazón, por tanto, es la clave. Y añade: “Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro”.

Jesucristo ha venido al mundo, precisamente, para arrancar al hombre de toda impureza y de todo pecado y para llevarle al culto verdadero del Dios vivo (Hb 9,14) y a la práctica de la verdadera religión, que radica en el corazón del hombre. Y Él es el modelo, el prototipo y el camino de todo hombre que quiere vivir así.

La primera Lectura nos presenta  los preceptos que Dios dio a Moisés y que constituyen el camino para practicar la verdadera religión y el verdadero culto y para conseguir la verdadera pureza interior…

El salmo responsorial es un diálogo precioso entre el salmista y la asamblea eucarística que va preguntando: “¿Señor quién puede hospedarse en tu tienda?” Y el salmista va respondiendo: “El que procede honradamente y practica la justicia…” etc.

Santiago, en la segunda lectura, nos advierte: “La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo”.

         “Oh Dios crea en mi un corazón puro”.

Esta podría  ser la súplica de este Domingo. 

¡Buen Verano! ¡Feliz Día del Señor!


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DOMINGO 22º DEL TIEMPO ORDINARIO B

MONICIONES

 

 PRIMERA LECTURA

         A punto de entrar en la Tierra Prometida, Moisés recuerda al pueblo la alianza que ha hecho con el Señor, hablándoles de los mandamientos que debe cumplir. 

SEGUNDA LECTURA

         Comenzamos hoy a leer la Carta de Santiago. La actitud religiosa auténtica –nos dirá- lleva consigo el cumplimiento de la Palabra de Dios, no limitándonos a escucharla; y en la solidaridad y ayuda efectiva  a los más necesitados. 

TERCERA LECTURA

Volvemos de nuevo al Evangelio de S. Marcos, después de haber escuchado, durante cinco domingos, el capítulo sexto de S. Juan.

Jesús nos enseña hoy en qué consiste la verdadera práctica de la religión.

(Pero antes de escuchar el Evangelio, cantemos de pie el aleluya). 

OFRENDAS

         Hoy, primer domingo de mes, la colecta es para los pobres. Recordemos ahora lo que nos decía Santiago en la segunda Lectura: “La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo”. 

COMUNIÓN

         En la Comunión recibimos la luz y la fuerza que necesitamos para  seguir cada vez mejor a Jesucristo, maestro y modelo en el  cumplimiento de los mandatos del Señor. Que Él nos  dé un corazón limpio de donde nunca salga el mal, sino siempre el bien.


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Jueves, 30 de agosto de 2012

Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el vigésimo primer domingo durante el año (26 de agosto de 2012) . (AICA)

En Alem este domingo se está realizando el encuentro Diocesano de catequistas. Desde hace algún tiempo en consonancia con el Documento de Aparecida y “las Orientaciones Pastorales” de nuestro 1º Sínodo Diocesano en el 2007, estaremos revisando y buscando caminos de evangelización adecuados en este inicio del Siglo XXI. La dimensión misionera, nuestras comunidades y pueblos, nuestros jóvenes, sobre todo los más necesitados y víctimas de la pobreza y el consumismo de adicciones son aquellos a quienes queremos considerar en nuestro corazón pastoral. En la Catequesis continuamos nuestro camino de revisión para la iniciación de la vida Cristiana, los contenidos y métodos de la transmisión de la fe en nuestra Diócesis.

Como observación necesaria tenemos que afirmar que nuestro pueblo realmente tiene una gran religiosidad, pero esta no siempre es suficientemente cristiana, y por lo tanto debemos buscar caminos para evangelizarla. En el documento de la Conferencia Episcopal Argentina, “Navega mar adentro”, se señala la necesidad de evangelizar “la búsqueda de Dios”. Si bien “el secularismo actual concibe la vida humana, personal y social, al margen de Dios y se constata incluso una creciente indiferencia religiosa. No obstante se percibe una difusa exigencia de espiritualidad que requiere canales adecuados para promover el auténtico encuentro con Dios” (29)

El texto del Evangelio de este domingo (Jn. 6,60-69), puede ayudarnos a entender que no todos los caminos promueven un auténtico encuentro con Dios. Es más, a muchos les cuesta comprender la fe que Jesucristo nos enseña. El texto de San Juan, capítulo seis, se sitúa al final de una larga enseñanza del Señor sobre el pan de vida: “Yo Soy el pan de vida bajado del cielo. El que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan, que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo” (51). Esto escandalizó a muchos de sus discípulos que lo abandonaron porque decían “esta doctrina es inadmisible”. Jesús les preguntó a “los doce”, ustedes también me van a abandonar y Pedro tomando la iniciativa, le dijo a Jesús: “Señor ¿a quién iremos? tu tienes palabras de vida eterna…” (69).

Todos debemos sentir la necesidad de asumir este camino de discipulado o de formación permanente. Debemos agradecer que nuestra gente tenga una fuerte religiosidad y deseos de búsqueda de Dios. Pero es cierto que la religiosidad si no asume un camino de maduración en la fe puede quedar anclada en meras devociones, promesas de un mundo feliz, ligth, que solo son burbujas engañosas, o bien rituales vaciados de compromisos con la vida y hasta con el riesgo de generar desequilibrios afectivos y sicológicos. La fe que nos enseña Cristo, como nos lo dice el texto bíblico de este domingo es una enseñanza y un camino exigente. La fe para los cristianos está ligada al misterio de la Encarnación y de la Pascua. Entre las tantas propuestas religiosas podemos percibir que no son un camino adecuado para un auténtico encuentro con Dios, aquello que nos señala el documento Navega mar adentro: “Además, existen grupos seudo religiosos y programas televisivos que proponen una religión diluida, sin trascendencia, hecha a la medida de cada uno, fuertemente orientada a la búsqueda de bienestar y sin experiencia de que significa adorar a Dios. Ocurre, por lo general, que sorprendidos en su buena fe, y poco formados por la Iglesia, algunos cristianos entran en círculos difíciles de abandonar cuando la desilusión o la mentira quedan en evidencia” (31). Lamentablemente no temen manipular la religiosidad genuina utilizando para su promoción, o venta del producto, a personas ejemplares como la Madre Teresa de Calcuta o el Papa Juan Pablo II, de quienes no dicen que ellos estaban convencidos y amaban a Jesucristo y a su Iglesia, y que se oponían a posturas donde todo se mezcla, “la biblia y el calefón”, “la encarnación y la reencarnación”…

La maduración en la fe nos enseña a actuar con responsabilidad con ese don de Dios y buscar caminos para formarnos, a orar, a asumir valores, como la justicia, la libertad, la paz, la solidaridad… Sobre todo a vivir el misterio Pascual y la fe eclesial, de tal manera que tengamos una espiritualidad que nos permita ser cristianos en la vida cotidiana. Es importante recordar que la fe que no se “encarna” en la vida, termina siendo una religiosidad vacía y superficial. Lamentablemente estas formas de religiosidad terminan siendo la antesala del secularismo, o provocando la indiferencia de la fe.

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas


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ZENIT nos ofrece el texto del discurso que Benedito XVI dirigió a fieles y peregrinos llegados para la Audiencia General el miércoles 29 de Agosto de 2012, en la plaza de la Libertad, frente al Palacio Apostólico de Castel Gandolfo.

Queridos hermanos y hermanas:

En este último miércoles de agosto, es la memoria litúrgica del martirio de San Juan Bautista, el precursor de Jesús. En el calendario romano, es el único santo del cual se celebra tanto el nacimiento, 24 de junio, como la muerte producida a través del martirio. Esta de hoy es una memoria que se remonta a la dedicación de una cripta de Sebaste en Samaria, donde, a mediados del siglo IV, se veneraba su cabeza. El culto se extiende después a Jerusalén, en las Iglesias de Oriente y en Roma, con el título de la Decapitación de San Juan Bautista. En el Martirologio Romano se hace referencia a un segundo hallazgo de la preciosa reliquia, transportada para la ocasión, a la iglesia de San Silvestre en Campo Marzio, en Roma.

Estas pocas referencias históricas nos ayudan a entender cuán antigua y profunda es la veneración de Juan el Bautista. En los evangelios se destaca muy bien su papel en relación con Jesús. En particular, san Lucas narra el nacimiento, la vida en el desierto, la predicación, y san Marcos nos habla de su trágica muerte en el Evangelio de hoy. Juan el Bautista comenzó su predicación en el periodo del emperador Tiberio, en el año 27-28 d.c., y la clara invitación que dirige a las personas que acudían a escucharlo, es preparar el camino para acoger al Señor, para enderezar las sendas torcidas de la vida a través de un cambio radical del corazón (cf. Lc. 3, 4). Pero el Bautista no se limita a predicar la penitencia, la conversión, sino que, reconociendo a Jesús como el "Cordero de Dios" que vino a quitar el pecado del mundo (Jn. 1, 29), tiene la profunda humildad de mostrar a Jesús como el verdadero Mensajero de Dios, haciéndose a un lado para que Cristo pueda crecer, ser escuchado y seguido.

Como nota final, el Bautista testifica con la sangre su fidelidad a los mandamientos de Dios, o sin ceder o darle la espalda, cumpliendo hasta el final su misión. San Beda, monje del siglo IX, en sus Homilías dice: San Juan por [Cristo] dio su vida, a pesar de que no recibió la orden de renegar de Jesucristo, le fue ordenado solo callar la verdad. (Cf. Om 23:. CCL 122, 354). Y no calló la verdad y por eso murió por Cristo, quien es la Verdad. Justamente, por el amor a la verdad, no reduce su compromiso y no tiene temor a dirigir palabras fuertes a aquellos que habían perdido el camino de Dios.

Vemos en esta gran figura, esta fuerza en la pasión, en la resistencia contra los poderosos. Preguntamos: ¿de dónde viene esta vida, esta interioridad tan fuerte, tan recta, tan coherente, gastada así completamente por Dios, y preparar el camino para Jesús? La respuesta es simple: de la relación con Dios, de la oración, que es el hilo conductor de toda su existencia. Juan es el don divino por mucho tiempo invocado por sus padres, Zacarías e Isabel (cf. Lc. 1,13); un don inmenso, humanamente inesperado, porque ambos eran de edad avanzada y Isabel era estéril (cf. Lc. 1,7); pero nada es imposible para Dios (cf. Lc. 1,36). El anuncio de este nacimiento se produce en el lugar de la oración, en el templo de Jerusalén, es más, sucede cuando a Zacarías le toca el gran privilegio de entrar en el lugar santísimo del templo para quemar incienso al Señor (cf. Lc. 1, 8-20). También el nacimiento de Juan el Bautista estuvo marcado por la oración: el canto de gozo, de alabanza y de acción de gracias que Zacarías eleva al Señor, y que recitamos cada mañana en los Laudes, el "Benedictus", exalta la acción de Dios en la historia y muestra proféticamente la misión de su hijo Juan: preceder al Hijo de Dios hecho carne, para preparar sus caminos (cf. Lc. 1,67-79). Toda la existencia del Precursor de Jesús es alimentada por una relación con Dios, especialmente el tiempo de permanencia en el desierto (cf. Lc. 1,80); las regiones desérticas que son lugar de la tentación, pero también es el lugar donde el hombre siente la propia pobreza, porque, debido a la falta de apoyo y seguridad material, comprende cómo el único punto de referencia sólido es Dios mismo. Pero Juan el Bautista no sólo es un hombre de oración, de contacto constante con Dios, sino también una guía en esta relación. El evangelista Lucas, refiriéndose a la oración que Jesús enseña a sus discípulos, el "Padre Nuestro", narra que la solicitud viene hecha por los discípulos con estas palabras: "Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos" (cf. Lc. 11, 1).

Queridos hermanos y hermanas, celebrar el martirio de san Juan Bautista nos recuerda también a nosotros, cristianos de este tiempo, que no se puede descender a componendas con el amor a Cristo, a su Palabra, a la Verdad. La Verdad es Verdad, no hay componendas. La vida cristiana requiere, por así decirlo, el "martirio" de la fidelidad diaria al Evangelio, el valor para dejar que Cristo crezca en nosotros y sea Cristo quien dirija nuestro pensamiento y nuestras acciones. Pero esto puede suceder en nuestras vidas solo si es sólida la relación con Dios.

La oración no es una pérdida de tiempo, no es robar espacio a las actividades, incluidas las apostólicas, sino es exactamente lo contrario: solo si somos capaces de tener una vida de oración fiel, constante, segura, Dios mismo nos dará la fuerza y la capacidad de vivir de un modo feliz y sereno, superar las dificultades y testimoniarlo con valor. San Juan Bautista interceda por nosotros, para que sepamos mantener siempre la primacía de Dios en nuestras vidas. Gracias.

Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.

©Librería Editorial Vaticana


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Mi?rcoles, 29 de agosto de 2012

Reflexión de José Antonio Pagola alevangelio del domingo veintidos del Tiempo Ordinario.

LA QUEJA DE DIOS 

        Un grupo de fariseos de Galilea se acerca a Jesús en actitud crítica. No vienen solos. Los acompañan algunos escribas, venidos de Jerusalén, preocupados sin duda por defender la ortodoxia de los sencillos campesinos de las aldeas. La actuación de Jesús es peligrosa. Conviene corregirla.

        Han observado que, en algunos aspectos, sus discípulos no siguen la tradición de los mayores. Aunque hablan del comportamiento de los discípulos, su pregunta se dirige a Jesús, pues saben que es él quien les ha enseñado a vivir con aquella libertad sorprendente. ¿Por qué?

        Jesús les responde con unas palabras del profeta Isaías que iluminan muy bien su mensaje y su actuación. Estas palabras con las que Jesús se identifica totalmente hemos de escucharlas con atención, pues tocan algo muy fundamental de nuestra religión. Según el profeta, esta es la  queja Dios.

        "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí". Este es siempre el riesgo de toda religión: dar culto a Dios con los labios, repitiendo fórmulas, recitando salmos, pronunciando palabras hermosas, mientras nuestro corazón "está lejos de él". Sin embargo, el culto que agrada a Dios nace del corazón, de la adhesión interior, de ese centro íntimo de la persona de donde nacen nuestras decisiones y proyectos.

        "El culto que me dan está vacío". Cuando nuestro corazón está lejos de Dios, nuestro culto queda sin contenido. Le falta la vida, la escucha sincera de la Palabra de Dios, el amor al hermano. La religión se convierte en algo exterior que se practica por costumbre, pero donde faltan los frutos de una vida fiel a Dios.

        "La doctrina que enseñan son preceptos humanos". En toda religión hay tradiciones que son "humanas". Normas, costumbres, devociones que han nacido para vivir la religiosidad en una determinada cultura. Pueden hacer mucho bien. Pero hacen mucho daño cuando nos distraen y alejan de la Palabra de Dios. Nunca han de tener la primacía.

        Al terminar la cita del profeta Isaías, Jesús resume su pensamiento con unas palabras muy graves: "Dejáis de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres". Cuando nos aferramos ciegamente a tradiciones humanas, corremos el riesgo de olvidar el mandato del amor y desviarnos del seguimiento a Jesús, Palabra encarnada de Dios. En la religión cristiana lo primero es siempre Jesús y su llamada al amor. Solo después vienen nuestras tradiciones humanas por muy importantes que nos puedan parecer. No hemos de olvidar nunca lo esencial.       

José Antonio Pagola 

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
 2 de septiembre de 2012
22 Tiempo ordinario (B)
Marcos 7, 1-8.14-15.21-23


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Palabras de Monseñor Oscar Vicente Ojea, obispo de San Isidro, en el Encuentro Diocesano de Catequesis (Colegio Marín, 20 de agosto de 2012). (AICA)

“En comunidad vivamos, hoy la alegría del encuentro con Jesús”


Dice el Papa, que este año pueda iluminar de un modo más claro y renovado el entusiasmo y la alegría de la fe. Yo querría remarcar estas dos características. La fe como el encuentro con Cristo. La alegría y el entusiasmo del encuentro con Cristo. La alegría que es fruto de la Pascua. Fruto de vivir la vida en Cristo, de resucitar con él. La alegría que, necesariamente, en un momento en que parecemos con falta de motivación, desalentados, con tanta palidez en tantos aspectos de la iglesia, el Señor es capaz de renovar incesantemente la alegría con la novedad de su amor. El Señor siempre es capaz de sorprendernos. Y esta alegría que es fruto de la Pascua, es la característica, yo diría esencial del catequista. El catequista necesariamente tiene que transmitirla, comunicarla, contagiarla. La alegría se brinda verdadera, la alegría auténtica, la alegría que se comunica y que se transmite, que no puede callarse, ese fruto de ese encuentro con Jesús. La alegría de una vida que ha sido alcanzada primero, que ha sido transformada por el encuentro con Jesús.

Entusiasmo. La palabra entusiasmo viene de estar adentro de Dios, estar como adentro de Dios, en la energía de Dios. Entonces es el motivo, ese espíritu que me mueve a esta tarea, tan particular como la de la catequesis. Cuando Pablo habla del Espíritu como transmisor de la fe, a veces se compara como una madre. En la Carta a los tesalonicenses dice Pablo “hemos sido tan condescendientes con ustedes como una madre que cuida, que nutre a su hijo, que ha acudido a comunicarles no solamente la Buena Noticia sino a darles nuestra propia vida, entregarles nuestra propia vida. Y Pablo se identifica con la madre que se entrega. Yo diría que el catequista desarrolla esta misión maternal de la iglesia, no en cuanto a engendrar, porque nosotros no entregamos la, la fe se engendra en la iglesia madre, la pila bautismal. La fe se engendra en el seno profundo de la iglesia madre por el Espíritu Santo, esa agua que viene como a regar la tierra seca del alma para sembrar la semilla de la fe, para florecer nuestra tierra seca.

La función maternal nuestra es la de cuidar, proteger, acompañar, como cuando uno en una plantita que ya tiene su vida, deja que entre el sol, el aire, o trata de que crezca derechita y la ayuda y la acompaña.

El catequista es como un creador de climas para que la persona se encuentre con Jesús, como un mediador, también un provocador de ese encuentro, o un facilitador. Es quien sirve a un encuentro que está más allá de uno, porque el misterio del otro con Dios es un misterio insondable, el encuentro con la fe, con lo cual esa persona caminará el camino de su vida y desentrañará finalmente el misterio de su propio nombre.

Nosotros servimos a ese misterio, con la alegría de haber sido alcanzados nosotros por Cristo Jesús, con el entusiasmo de haber experimentado ese encuentro luminoso con Jesús que cambió nuestra vida, que iluminó toda la vida, pero tomando esta función maternal de cuidar, de acompañar, de tener corazón de madre acompañando a la madre iglesia a nutrir y a alentar esa fe que el Espíritu Santo quiso sembrar en ese corazón.

Que podamos ser este año particular en que el santo padre nos invita a volver a nuestras fuentes, las fuentes recientes de la expresión de nuestra fe, inclusive el Concilio Vaticano II, el Catecismo de la Iglesia Católica. El Papa ha querido aprovechar esta circunstancia para invitarnos a recomenzar. Utiliza palabras parecidas a las que hemos escuchado de Juan Pablo hace algunos años, “pasar por la puerta de la fe” “abrir la puerta” “abran las puertas a Cristo”.

Nosotros también tenemos que tratar de abrir esa puerta de la fe siendo muy cercanos a nuestros hermanos. Abrir la puerta para que todos puedan entrar. Y no comparar sino agregar luz y agradecer, allí donde el Señor pone nuestra comunidad.

Dar gracias a Dios y celebrar con aquellos con quienes podemos trabajar y acompañar, sin añorar tiempos mejores, sin dejarnos llevar por el desaliento, sin dejar que penetre el mal espíritu que nos desanima, sino renovar la alegría y el entusiasmo del encuentro con Jesús.

Que el Señor nos lo conceda a todos por la intercesión de San Pío X.

Mons. Oscar Vicente Ojea, obispo de San Isidro


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Martes, 28 de agosto de 2012

Mensaje de monseñor Martín de Elizalde OSB, obispo de en Nueve de Julio en el Encuentro Catequístico Diocesano (ENCADI), Carlos Casares, 25 de agosto de 2012. (AICA)

Los escenarios de la Catequesis: la familia y la vida cristiana

Queridos sacerdotes, religiosas y religiosos,
queridos catequistas:

Con mucha alegría volvemos a encontrarnos, como lo hacemos cada año, en esta Jornada especialmente dedicada a quienes colaboran tan esforzada y eficazmente con la obra apostólica de la Iglesia, los catequistas. Nos disponemos a comenzar el próximo 11 de octubre la celebración del Año de la Fe al que nos ha convocado el Santo Padre. Él nos propone hacerlo renovando nuestro compromiso con la Revelación divina y acudiendo a las fuentes necesarias e inexcusables que son los documentos del Concilio Vaticano II y el instrumento derivado de aquellos que es el Catecismo de la Iglesia Católica. Coincidentemente, se reunirá en Roma el Sínodo de los obispos, en su XIII Asamblea General Ordinaria, para reflexionar sobre la Nueva evangelización, y ofrecer a los pastores y a los fieles de la Iglesia las orientaciones que nos lleven a hacer más ardiente y generoso el esfuerzo que nos permita cumplir con nuevo ardor, nuevos métodos y nueva expresión la misión de los discípulos de Jesucristo. No se trata de introducir conceptos diferentes y originales, ajenos a la tradición evangélica. Este llamado de la Iglesia se incorpora en todas las instancias de la acción pastoral, y la catequesis no puede permanecer ajena a ella. Le confiere a nuestra tarea una particular gravedad y urgencia, que necesita un mayor compromiso personal; estamos seriamente invitados a profundizarlo a la luz del Evangelio frente a las condiciones y necesidades del mundo de hoy.

Recientemente tuvo lugar el IIIº Congreso Catequístico, celebrado en Morón, y que significó un movimiento muy importante por la participación de numerosos catequistas, llegados de toda la República, que se unieron con ardor e inteligencia en una reflexión sobre la situación actual de la catequesis y adelantaron propuestas; ellas serán evaluadas por los obispos de la Argentina para elaborar las acciones futuras. En este ENCADI se han retomado algunas expresiones de los logros y las dificultades que encuentran los catequistas, y que deben encarar en y desde la catequesis, para que el anuncio de la fe y su práctica inicial puedan tener el desarrollo y la eficacia que esperamos. Pero sobre todo el propósito debe ser este año renovarnos espiritualmente para cumplir mejor la misión de catequistas, a partir de la fe recibida, para que reflexionando sobre ella, aprovechemos – como dice el Papa Benito XVI -:

“la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo, en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre” (Carta apostólica Porta fidei, 8)

La catequesis
Para ayudarnos en este camino les sugiero una reflexión que, a partir de la naturaleza del anuncio evangelizador, que continúa la obra del Redentor, Nuestro Señor Jesucristo, que se realiza en la Iglesia bajo la conducción de los Pastores, tenga en cuenta los diferentes aspectos que se incluyen en él, y que constituyen la estructura de la catequesis: 1º) la evangelización y la formación (primer anuncio y profundización por la adhesión de la inteligencia); 2º) la celebración del misterio cristiano (la liturgia); 3ª) el testimonio de la vida en Cristo (afianzamiento y expresión de la fe por la comunión en el compromiso), y 4º) la espiritualidad (la oración). Son las cuatro partes que comprende el Catecismo de la Iglesia Católica, recogiendo la tradición.

Dice el Beato Juan Pablo II en la exhortación apostólica Catechesi tradendae:

Muy pronto se llamó catequesis al conjunto de esfuerzos realizados por la Iglesia para hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios, a fin de que, mediante la fe, ellos tengan la vida en su nombre (cfr Jn 20, 31), para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo de Cristo (B. Juan Pablo II; Exhortación apostólica Catechesi tradendae, n. 1).                       


En este breve pasaje tenemos todos los elementos que permiten comprender el sentido y el alcance de esta, que según el Papa, es una de las “tareas primordiales” de la Iglesia. Se trata de la Iglesia, depositaria de la misión que Jesús confió a sus discípulos; ella debe anunciar a Jesucristo, el Hijo de Dios, para que los hombres crean, y por la fe reciban la vida sobrenatural y den testimonio en el mundo, en la comunión del Cuerpo de Cristo.

Es la Iglesia la que evangeliza: lo hace a través de sus pastores, los sucesores de los apóstoles, de los ministros sagrados, presbíteros y diáconos, de todo bautizado a quien se confía una misión, de todo fiel. No es una mera iniciativa personal, sino que hay un mandato; no se transmite ninguna sabiduría humana ni la interpretación que individualmente o en grupo pudiera hacerse del mensaje del Señor Resucitado. Porque es la obra de la Iglesia, y el catequista, como todo evangelizador, tiene que expresar con fidelidad el depósito de la fe, a la vez que incorpora esta condición en su propia vida y conducta, para acompañar con sus acciones lo que expresa de palabra.

Proponer la fe
“La puerta de la fe (cfr Hech 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cfr Rom 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cfr Jn 17, 22)” (Porta fidei, 1)

Es el párrafo inicial de la Carta apostólica del Santo Padre Benito XVI Porta fidei (La puerta de la fe). Por la fe somos salvados: el creyente entra en la comunión con Dios, es recibido en la Iglesia por el bautismo y emprende un itinerario que dura toda la vida y conduce a la eternidad. El conocimiento de la verdad lleva a expresar en la conducta aquello que hemos recibido. La ocasión para esta celebración extraordinaria que es el Año de la Fe la ofrece el 50º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y se une a ello el 20º aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica. Este documento, dice el Santo Padre, “con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe, ... instrumento al servicio de la catequesis”, propone de una manera sistemática cuanto el cristiano debe creer y la manera como debe vivir, mostrando que la adhesión de fe se ha de expresar en sus acciones y palabras.

La primera parte del Catecismo desarrolla la presentación de cuanto creemos a partir del Símbolo de la fe, el Credo. La fe, que recibimos en el bautismo, tiene que ser explicitada, confesada, aplicada en la vida del cristiano, y este es el objeto de la catequesis. El Concilio Vaticano II hace este solemne encargo a los obispos de la Iglesia:

“Vigilen para que se dé con diligente cuidado la instrucción catequética, cuyo fin es que la fe, ilustrada por la doctrina, se torne viva, explícita y activa tanto a los niños y adolescentes como a los jóvenes y también a los adultos; que al darla se observen el orden debido y el método acomodado no sólo a la materia de que se trate, sino también al carácter, aptitudes, edad y condiciones de vida de los oyentes, y que dicha instrucción se funde en la Sagrada Escritura, en la Tradición, Liturgia, Magisterio y vida de la Iglesia.”

A continuación se expresan las condiciones requeridas en el catequista:

“Cuiden también (los obispos) que los catequistas se preparen de la debida forma para su función, de suerte que conozcan con claridad la doctrina de la Iglesia y aprendan teórica y prácticamente las leyes psicológicas y las disciplinas pedagógicas.” (Decreto Christus Dominus, sobre el oficio pastoral de los obispos en la Iglesia, 13)

La preparación y competencia necesarias son un medio para la transmisión de la doctrina, pero es fundamental que preceda una adhesión sincera y profunda a la Revelación recibida en Jesucristo:

“Cuando Dios revela, el hombre tiene que someterse con la fe (cfr Rom 16, 26; comp. Rom 1, 5; 2 Cor 10, 5-6). Por la fe el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece ‘el homenaje total de su entendimiento y voluntad’ (Conc. Vaticano I, Const. Dei Filius, c. 3), asintiendo libremente a lo que Dios revela. Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu, y concede ‘a todos gusto en aceptar y creer la verdad’ (Conc. Araus. II, can. 7; Conc. Vaticano I, cit.)” (Const. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 5).

La centralidad de la fe en la recepción del mensaje de Cristo tiene que encontrarse de manera clara y explícita en el catequista, cuya misión es la de formar en la fe a quienes les han sido confiados. No basta saber, conocer, tener método y condiciones pedagógicas; es fundamental vivir con sincera adhesión la fe recibida. El Papa Benito XVI nos dice:

“Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica” (Porta fidei, 11).

Liturgia
La segunda parte del Catecismo lleva por título: “La celebración del misterio cristiano”.

“Es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia y celebra en su liturgia a fin de que los fieles vivan de él y den testimonio del mismo en el mundo: En efecto, la liturgia, por medio de la cual ‘se ejerce la obra de nuestra redención’, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye mucho a que los fieles, en su vida, expresen y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza genuina de la verdadera Iglesia (Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 2)” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1068)

La participación de los fieles en la liturgia, ocasión de encuentro con Dios y canal de la gracia, podemos decir que, en el ámbito catequístico, se realiza en tres planos, todos ellos necesarios:

a) es propio del bautizado la comunión con los misterios de la redención, para afirmarse en la fe y profesarla, para crecer en la santidad por los sacramentos y la oración, para dar testimonio de la presencia de la vida de Cristo en la suya. Por eso, todo fiel en su formación catequística tiene que ser instruido en este importante aspecto y acompañado y estimulado para comprometerse en la celebración litúrgica, de manera que la incorpore consciente y fructuosamente en su propia experiencia cristiana;

b) el catequista y las personas, niños, jóvenes y adultos, que le han sido confiados durante su itinerario formativo establecen entre ellos una relación, que no es solamente la de maestro-discípulo (en sentido escolar), sino que es una comunión espiritual que tiene que consolidarse y conducirlos a la comunión mayor que es la Iglesia. Ahora bien, esta vive en su liturgia, de manera que no puede haber catequesis que no introduzca vivencialmente en la liturgia, por lo que su práctica frecuente es fundamental para que la fe recibida se exprese en la alabanza y en la adoración y se sostenga y desarrolle con el alimento espiritual de los sacramentos y de la Palabra;

c) no hay que descuidar el valor de la participación litúrgica en el catequista, ya que no puede introducir en el misterio a los que catequiza si él mismo no lo vive profundamente. La ayuda que esto representa para su servicio eclesial es considerable, pues afirma en el encuentro con Dios lo que se transmite de palabra y con las obras, y lo pone y mantiene en contacto íntimo con el Misterio.

El Papa Benito XVI, en su carta apostólica, lo resume así, aplicándolo al programa que propone en el Año de la Fe:

“Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza. Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es ‘la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza’ (Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 10). Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada (cfr B. Juan Pablo II, Const. apostólica Fidei depositum, 11 octubre 1992), y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe hacer propio, sobre todo en este Año” (Porta fidei, 9).

Hacer pública la confesión de fe por el testimonio: discípulos y misioneros
En la misma Carta apostólica, el Papa Benito XVI pide que, “en esta perspectiva, el Año de la Fe (sea) una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados” (cfr Hech 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida: ‘Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva’ (Rom 6, 4). Gracias a la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La `fe que actúa por el amor’ (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cfr Rom 12, 2; Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29; 2 Cor 5, 17)” (Porta fidei, 6)

La situación de nuestra sociedad, los parámetros morales y de conducta vigentes, tanto en lo social como en lo privado, la crisis de las familias, la desorientación de la juventud y la dificultad para promover entre ellos los valores de la vida cristiana e incluirla en las instancias que tenemos en la Iglesia, se ven agravadas por la orientación dominante en el sistema educativo, en la transmisión de contravalores que se hace en el seno mismo del hogar, en la agresiva y creciente invasión con propuestas culturales y de nuevos modelos sociales favorecida por el Estado y las corrientes de opinión vigentes, que cuentan con acceso irrestricto a los medios. Por eso, la catequesis tiene que ofrecer una presentación clara de los principios evangélicos y del estilo de vida que Cristo nos invita a llevar adelante. Una apertura cordial a los hermanos, que busca ayudarlos en su búsqueda y proponerles la palabra que da vida y viene de Dios, no puede abstenerse de recordar la verdad, aplicando los medios más aptos para ello, consolidando en el principio y en la práctica las instituciones y las actitudes apropiadas, para que sean apreciadas y deseadas. Es muy importante apoyar a las personas que, fieles al Evangelio, buscan perseverar en su vocación de familia cristiana, estimularlas para que profundicen su fe, cultiven la espiritualidad, sean asiduos en la oración, para comprender siempre más que es por este camino que podrán instruir y ejercitar a sus hijos en la vida en Cristo por el ejemplo y la enseñanza, y ellos mismos alcanzarán la felicidad verdadera en esta vida, y recibirán la eterna.

La familia es irremplazable en este ámbito, y el catequista tiene que aprovechar todas las oportunidades que se ofrecen para relacionarse con los padres, fomentando su interés y compromiso con la fe, sugiriendo y apoyando aquellas acciones que pueden darse en el hogar, para consolidar el encuentro con Dios de niños y jóvenes.

“En la catequesis es importante destacar con toda claridad el gozo y las exigencias del camino de Cristo (cfr B. Juan Pablo II, Exhortación apostólica Catechesi tradendae, 29). La catequesis de la `vida nueva’ en Él (Rom 6, 4) será:
una catequesis del Espíritu Santo...

una catequesis de la gracia ...
una catequesis de las bienaventuranzas ...
una catequesis del pecado y del perdón ...
una catequesis de las virtudes humanas ...
una catequesis de las virtudes cristianas
de fe, esperanza y caridad ...
una catequesis del doble mandamiento de la caridad ...
una catequesis eclesial ... 


La referencia primera y última de esta catequesis será siempre Jesucristo que es ‘el camino, al verdad y la vida’ (Jn 14, 6)” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1697-1698).

Dice el Papa:

“... la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración” (Porta fidei, 11).

La oración, sustento de la espiritualidad
La cuarta parte del Catecismo tiene como objeto la Oración, centrando su desarrollo en la Oración del Señor, el Padre nuestro, que es modelo y escuela de oración. En la catequesis se incluye el aprendizaje de la oración y se debe favorecer que esta actitud de fe se vuelva habitual.

Así como la fe es una gracia que inmerecidamente recibimos, perseverar y dar frutos por ella es también un don divino, que debemos pedir en la oración. El catequista no solo enseña a orar, sino que se une en la oración con los que son formados por su servicio y realiza de este modo una comunidad de esperanzas y de propósitos, que ofrece a Dios la adoración y la acción de gracias, pide la misericordia que llega por el amor del Padre y presenta sus súplicas. Hay que orar juntos. Pero también, en el tiempo de la catequesis los responsables de la misma tienen que asumir un particular compromiso para rogar por aquellos hermanos que les son confiados, a la vez que los introducen en la escuela de la oración, por medio de la Palabra de Dios, la liturgia, el ofrecimiento de una vida fiel al Evangelio, la dedicación a los hermanos en la caridad y el apostolado, los ejemplos de los santos.

Los escenarios de la nueva evangelización
Ya en el primer documento preparatorio para el Sínodo de Obispos. los Lineamenta, se mencionan los escenarios de la nueva evangelización, que son reiterados en el documento ofrecido para el trabajo sinodal, el Instrumentum laboris. Son estos: como escenario cultural de fondo, la secularización, el fenómeno migratorio, con las alteraciones sociales; la economía; la política; la investigación científica y tecnológica; las comunicaciones. Se agregó en el segundo documento un séptimo escenario: el religioso, con estas palabras que merecen atenta consideración:

“... no se esconde, sin embargo, una preocupación relacionada con el carácter, en parte ingenuo y emotivo, de este retorno del sentido religioso. Más que debido a una lenta y compleja maduración de las personas en la búsqueda de la verdad, este retorno del sentido religioso se presenta, en más de un caso, con los rasgos de una experiencia religiosa poco liberadora. Los aspectos positivos del redescubrimiento de Dios y de lo sagrado se han visto empobrecidos y oscurecidos por fenómenos de fundamentalismo, que no pocas veces manipula la religión para justificar la violencia e incluso el terrorismo ... Este es el cuadro en el cual ha sido colocado por muchas respuestas el problema urgente de la proliferación de nuevos grupos religiosos, que asumen la forma de secta ... En presencia de estos grupos religiosos es necesario, por otra parte –afirman siempre las respuestas–, que las comunidades cristianas refuercen el anuncio y el cuidado de la propia fe” (Instrumentum laboris, 65-66).

Si las condiciones del mundo moderno suscitan nuevos problemas y situaciones, se comprende fácilmente la urgencia para comprometernos en una nueva evangelización. Sin entrar en más vastos problemas, para la catequesis esta situación se encuentra ya en el contacto con las familias. Es preciso mantenerse en una adhesión lúcida y coherente con la fe de la Iglesia para poder ilustrar estos nuevos espacios con la Palabra de Dios. Apenas lo menciono, pero podríamos detenernos mucho en ello, y ustedes lo sacarán a colación muchas veces, supongo, en su debate de esta tarde, y por eso se los quiero dejar como pregunta y como preocupación: en este contexto ¿cómo involucrar positivamente a la familia en la catequesis del niño y joven? Evidentemente no se puede aceptar el sincretismo religioso, una fe confusa, una moral subjetiva. ¿Cómo recorrer con fruto el camino tan rico de la iniciación en la fe por los sacramentos? En este contexto, a la luz de cuanto hemos expuesto antes con los testimonios autorizados de la Iglesia, la conclusión es que lo que nos propone la nueva evangelización no puede seguir postergándose, y pide aplicación inmediata y coherente.

Concluyamos con palabras del Santo Padre, Benito XVI:

“Llegados sus últimos días, el apóstol Pablo pidió al discípulo Timoteo que ‘buscara la fe’ (cfr 2 Tm 2, 22) con la misma constancia de cuando era niño (cfr 2 Tm 3, 15). Escuchemos esta invitación como dirigida a cada uno de nosotros, para que nadie se vuelva perezoso en la fe. Ella es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin” (Porta fidei, 15).

Mons. Martín de Elizalde, obispo de Nueve de Julio


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Texto del micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT 9 (25 de agosto de 2012) .  (AICA)

El encuentro con Jesús y el cambio de vida


Un hecho constante en el evangelio es el encuentro con Jesús y el cambio de vida. Podríamos decir que el cambio, en la óptica del evangelio, supone el encuentro con Alguien que da un sentido nuevo a todo. Se trata de un salto cualitativo. Lo de siempre, a partir de este encuentro, adquiere una dimensión nueva. Hablaría de un cambio en la continuidad de una misma vida.

Es pasar de una vida gris en la que todo parecía igual, a una vida que tiene como rasgo distintivo la alegría, el compromiso y la esperanza. Esta necesidad de renovar el encuentro con Cristo vale, especialmente, para quienes nos sentimos cerca de él. Nuestra mayor amenaza como cristianos, nos decía el Cardenal Ratzinger es: “ese gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad” (Ap. 12).

En el evangelio de este domingo leemos la respuesta de san Pedro a la pregunta de Jesús, de si ellos también lo abandonarían: “Señor, ¿a quién iremos? Sólo Tu tienes palabras de Vida eterna”, le dice Pedro (Jn. 6, 68). En esta simple respuesta vemos la consecuencia de ese encuentro con Jesús que le ha cambiado la vida. Todo sigue igual, pero ya nada es igual. Este encuentro es el inicio de algo nuevo.

Aparecida, retomando el pensamiento de Benedicto XVI, lo dice de una manera clara y bella: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Ap. 243). Este es, por otra parte, el testimonio constante de quienes han tenido la experiencia de un encuentro profundo con Jesucristo. Empezando por la experiencia de los primeros discípulos que nos habla el evangelio, hasta esa larga lista de santos de todos los tiempos.

Creo que para avanzar en este tema es necesario preguntarnos por el lugar o nivel de este encuentro, para que sea causa de un real cambio de vida. Esto significa preguntarnos cuándo se dio y cómo se vive este encuentro con Jesucristo. Estamos acostumbrados a tener en la vida encuentros tangenciales, diría superficiales, que tienen poca profundidad. Son pasajeros, participan de cierta cultura del “zapping”, ocupan un tiempo pero enseguida necesitamos algo nuevo, diría que no tienen profundidad, no echan raíces.

Esto vale para nuestra relación con Jesús. Si mi encuentro con él es superficial, no tiene profundidad, o se queda a nivel de una idea más junto a otras, no llegaré a la experiencia de ese cambio que se dio en san Pedro y fue el comienzo de una vida nueva. Cuando este encuentro se da, en cambio, en ese nivel profundo donde el otro pasa a ser único, entonces es posible hablar de un horizonte nuevo en mi vida. No debemos temer a este encuentro, aunque es exigente, Él no viene a ocupar el lugar de nadie, sí a dar sentido e iluminar el lugar de todos en nuestra vida.

Reciban de su obispo, junto a mis oraciones y afecto, mi bendición en el Señor Jesús que vive a la espera de un encuentro vivo con cada uno de nosotros.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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Lunes, 27 de agosto de 2012

(zenit) nos ofrece el texto completo de mensaje enviado por el cardenal Stanislaw Rylko, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, a la 34 Jornada nacional de la Juventud de Uruguay.

'¡Abran verdaderamente sus corazones a Cristo!'
Mensaje del cardenal Stanislaw Rylko a la 34 Jornada Nacional de la Juventud de Uruguay

Excelencias,

Queridísimos sacerdotes,
Queridísimos responsables de pastoral juvenil,

Queridísimos jóvenes,

Ante todo quisiera felicitar a todos los que han colaborado en la preparación de la 34a Jornada Nacional de la Juventud de Uruguay, para los días 1 y 2 de septiembre 2012, especialmente a Su Excelencia, Monseñor Arturo Fajardo, presidente de la Comisión Nacional de Pastoral Juvenil y a Su Excelencia, Monseñor Rodolfo Wirz Kraemer, obispo de Maldonado-Punta del Este, que acoge este encuentro. Quisiera saludar además a los numerosos jóvenes presentes y a sus animadores, sacerdotes, religiosos y laicos.

En todo el mundo la Iglesia presta particular atención a la juventud y muchos jóvenes encuentran en la Iglesia un lugar privilegiado donde vivir y crecer. En las parroquias, en los movimientos y comunidades, los jóvenes encuentran verdaderos amigos y aprenden juntos a descubrir el sentido de la vida. Todo esto es fruto del encuentro con Cristo en la Iglesia; porque, como ha escrito el Papa Benedicto: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.» (Deus Caritas Est, 1) Esta persona es Jesús a quien reconocemos como Cristo, es decir, como Salvador. Solo el encuentro con El nos abre a un futuro nuevo.

Es por eso que me alegra profundamente que como tema para su encuentro nacional hayan escogido: “Encontráte con Cristo, tu vida cambiará”. ¡Abran verdaderamente sus corazones a Cristo! ¡Escuchen su Palabra! Él es el Buen Pastor que los guiará a vivir una vida buena y útil. Acepten convertirse diariamente para seguirlo mejor, Él nunca los decepcionará. Tengan confianza en Él y en los pastores que les ha mandado: sus obispos y sacerdotes, sus responsables de pastoral juvenil.

Como todos saben, el Santo Padre ha invitado a los jóvenes de todo el mundo a las Jornadas Mundiales de la Juventud en Río de Janeiro en julio del 2013. Espero de todo corazón que también los jóvenes de Uruguay puedan participar en este momento de gracia. Los invito a prepararse a esta próxima JMJ meditando en sus grupos el tema “Vayan y hagan discípulos de todas las naciones” (Mt 28, 19). Los obispos de América Latina reunidos en Aparecida, Brasil en 2007 lanzaron a toda la Iglesia a una misión continental. Ustedes, jóvenes, son los misioneros del Evangelio para los demás jóvenes de su país. La Iglesia los envía en misión en nombre de Cristo. ¿Quién mejor que ustedes puede anunciar el amor de Cristo a sus contemporáneos? Oren y busquen juntos como mejor responder a esta misión. Y recibirán la inmensa alegría de ver surgir y crecer entre sus amigos nuevos discípulos de Jesús.

Les deseo, entonces, que esta Jomada Nacional de la Juventud sea para cada uno de los participantes un tiempo de encuentro con Cristo para que a partir de Él puedan dar testimonio de la alegría de la fe con mucho entusiasmo en los diversos ambientes en los que se encuentran.

Reciban mi bendición.

Stanislaw Card. Rylko
Presidente

Fuente: http://iglesiacatolica.org.uy/


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zenit nos ofrece el artículo de nuestro colaborador, el obispo de San Cristóbal de las Casas, México, que esta vez aborda las desigualdades en el país y se pregunta por su causas.

Un orden que es desorden
Que los nuevos gobernantes de México se planteen qué pueden hacer por los pobres

+ Felipe Arizmendi Esquivel

HECHOS

Para muchas personas están terminando las vacaciones de verano; sin embargo, muchísimas otras nunca descansan y no tienen recursos para pasear y conocer otros lugares, ni siquiera de su propio municipio, región o provincia; si no trabajan diariamente, no tienen con qué comer. ¿Por qué este contraste?

Andando en comunidades chiapanecas que me corresponde visitar pastoralmente, duele en el alma ver casas malhechas con láminas, cartones, nylon, tablas, por donde entran el aire, la lluvia, los ratones y demás bichos del campo. Es obvia y retadora la pobreza de sus habitantes, que según cifras oficiales ha disminuido, pero que persiste como una llamada de atención a nuestra conciencia. Paso por la capital del país hacia Toluca, por Santa Fe, donde orgullosamente resaltan edificios y tiendas de un sector muy privilegiado económicamente, y me pregunto la causa de estas enormes diferencias entre unos y otros.

Hay creyentes que quisieran que no habláramos de estos temas. No falta quien diga que abordarlos es meternos en política y en asuntos que no nos corresponden, que nada tienen que ver con la Palabra de Dios. Sin embargo, la actitud de Jesús ante estos hechos es una invitación a no pasar como el sacerdote y el levita del templo de Jerusalén, que ni siquiera se acercaron a ver, mucho menos a atender, al herido que estaba al borde del camino.

CRITERIOS

Traigo a colación algo que el papa Benedicto XVI dijo en su Exhortación Apostólica Africae munus, y que se aplica no sólo a Africa, sino a todo el mundo: “Invito a todos los miembros de la Iglesia a trabajar y abogar por una economía atenta a los pobres, oponiéndose resueltamente a un orden injusto que, bajo el pretexto de reducir la pobreza, ha contribuido tantas veces a incrementarla. Dios ha dado a Africa importantes recursos naturales. Ante la pobreza crónica de sus poblaciones, víctimas de la explotación y de malversaciones locales y extranjeras, la opulencia de ciertos grupos hiere a la conciencia humana. Constituidos para crear riqueza en sus propios países, y a menudo con la complicidad de quienes ejercen el poder, estos grupos aseguran con demasiada frecuencia sus propias operaciones en detrimento del bienestar de la población local.

En colaboración con los demás componentes de la sociedad civil, la Iglesia debe denunciar el orden injusto que impide a los pueblos consolidar sus economías y desarrollarse de acuerdo con sus características culturales. También es deber de la Iglesia luchar para que cada nación sea ella misma la principal artífice de su progreso económico y social y tome parte en la realización del bien común universal, como miembro activo y responsable de la sociedad humana, en condición de igualdad con otros pueblos” (No. 79).

PROPUESTAS

¿Qué podemos hacer tú y yo? A veces nos quedamos en una indiferencia pasiva, como si nada pasara, o nada pudiéramos hacer. Pero, si no podemos revertir todo un desorden institucional y estructural de los sistemas políticos, económicos y sociales, sí podemos y debemos tratar a los pobres con la dignidad que se merecen, sin desprecios ni olvidos, sin racismos inhumanos. Ellos valoran que se les respete, que se les tome en cuenta, que se les trate con atención y delicadeza, más que les regalen dinero o cosas. Podemos también compartirles algo de lo que tenemos, pues si todos compartimos algo, alcanza y sobra para los que no tienen.

Son necesarias las críticas y denuncias al sistema que se nos ha impuesto, pero no nos quedemos en eso. Cada quien veamos qué podemos hacer por los prójimos más próximos. Jesús no resolvió el hambre y la enfermedad de todo el mundo, sino de algunos cercanos en quienes volcó su amor misericordioso. Si tú y yo hacemos algo por quienes tenemos más cerca, este mundo será mejor.

Que los nuevos legisladores y gobernantes se planteen qué pueden hacer por los pobres, qué nuevas leyes y acciones pueden implementar, cómo pueden revertir el desorden sistémico. Que no sólo diseñen estrategias para escalar un nuevo puesto, sino que desgasten sus capacidades en construir una sociedad más justa y fraterna.


Publicado por verdenaranja @ 23:45  | Hablan los obispos
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Domingo, 26 de agosto de 2012

ZENIT nos  ofrece las palabras que dijo  Benedicto XVI al introducir la oración mariana del Angelus a los fieles y a los peregrinos presentes desde el balcón del patio interno del Palacio Apostólico de Castel Gandolfo el domingo 26 de AGosto de 2012.

¡Queridos hermanos y hermanas!

En el domingo pasado, hemos meditado el discurso sobre el "pan de vida" que Jesús pronunció en la sinagoga de Cafarnaúm después de alimentar a miles de personas con cinco panes y dos peces. Hoy, el evangelio nos presenta la reacción de los discípulos a ese discurso, una reacción que fue el mismo Cristo, de manera consciente, quien lo provocó. En primer lugar, el evangelista Juan --que estaba presente junto con los demás apóstoles--, refiere que "desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él" (Jn 6,66). ¿Por qué? Debido a que no creyeron en las palabras de Jesús cuando dijo: Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que come mi carne y bebe mi sangre vivirá para siempre (cf. Jn 6,51.54); ciertamente que eran palabras difíciles de aceptar en ese momento. Esta revelación fue incomprensible para ellos, porque la entendían en sentido material, cuando en esas palabras se preanunciaba el misterio pascual de Jesús, mediante el cual Él se entregaría por la salvación del mundo: la nueva presencia en la Sagrada Eucaristía.

Al ver que muchos de sus discípulos se iban, Jesús le dijo a los Apóstoles: "¿También ustedes quieren marcharse?" (Jn. 6,67). Como en otros casos, es Pedro quien responde en nombre de los Doce: "Señor, ¿a quién vamos a ir? --También nosotros podemos reflexionar: ¿a quién iremos?-- Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn. 6,68-69).

Sobre este pasaje tenemos un bellísimo comentario de san Agustín, que dice: "¿Ven cómo Pedro, por la gracia de Dios, por inspiración del Espíritu Santo, entendió? ¿Por qué sucedió? Debido a que ha creído. Tú tienes palabras de vida eterna. Tú, que nos das la vida eterna, ofreciéndonos tu cuerpo (resucitado) y tu sangre (a Tí mismo). Y nosotros hemos creído y conocido. Él no dice: hemos conocido y después creído, sino, hemos creído y después conocido.

Hemos creído para poder conocer; Si, en efecto, hubiéramos querido conocer antes de creer, no hubiéramos sido capaces ni de conocer ni de creer. ¿Qué cosa hemos creído y qué cosa hemos conocido? Que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, por tanto, tú eres la misma vida eterna, y en la carne y en la la sangre nos das de lo que tú mismo eres" (Comentario al Evangelio de Juan, 27, 9). Así lo dijo san Agustín en esta prédica a sus fieles.

Por último, Jesús sabía que incluso entre los doce apóstoles había uno que no creía: Judas. También Judas pudo haberse ido, como lo hicieron muchos discípulos; es más, tendría que haberse ido si hubiese sido honesto. En cambio, se quedó con Jesús. Permaneció no por fe, no por amor, sino con la secreta intención de vengarse del Maestro. ¿Por qué? Debido a que Judas se sintió traicionado por Jesús, y decidió que a su vez lo iba a traicionar. Judas era un zelote, y quería un Mesías triunfante, que guiase una revuelta contra los romanos. Jesús había decepcionado las expectativas. El problema es que Judas no se fue, y su fallo más grave fue la mentira, que es la marca del diablo. Por eso Jesús dijo a los Doce: "Uno de ustedes es un diablo" (Jn. 6,70).

Pidamos a la Virgen María, que nos ayude a creer en Jesús, como san Pedro, y a ser siempre honestos con Él y con todos.

Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.

©Librería Editorial Vaticana


Publicado por verdenaranja @ 22:52  | Habla el Papa
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ZENIT nos ofrece el comentario al evangelio de este domingo del padre paulino Jesús Álvarez.

¿A quién iremos?
Comentario al evangelio del Domingo 21° del T.O./B

P. Jesús Álvarez SSP

Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían:«¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?» Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?» Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios».(Jn. 6, 60-69).

La mayoría del auditorio se “escandaliza” ante la promesa del Pan de Vida, y no acepta el lenguaje desconcertante de Jesús, un pobre carpintero del pueblo; y la mayoría opta por lo más fácil: abandonar. Este alejarse de Cristo, Pan de Vida, sigue repitiéndose a través de la historia: casi todas las iglesias separadas y las sectas no admiten la Eucaristía, y sus adeptos no acceden al don más grande de Dios para sus hijos: Cristo Pan de Vida eterna.

Pero lo que más “escandaliza” es que la mayoría de los mismos católicos, una vez que han hecho la primera comunión, abandonan la Eucaristía y la Iglesia. Además, ni siquiera comulgan todos los que van a misa, porque, quizás, no creen lo suficiente en Cristo resucitado, presente en la Eucaristía.

Más aún: Incluso una buena parte de los que comulgan, no creen ni aman a Quien reciben. Se contentan con el rito, e ignoran a Cristo presente. Prefieren una vida cómoda, sin el esfuerzo sincero para acoger e imitar a Jesús, el único que puede llevarnos a disfrutar de la vida y la gloria eterna con Él. Quien no cree en Cristo resucitado presente en la Eucaristía, ¿cómo podrá reconocerlo y acogerlo cuando se le presente al final de su vida?

La catequesis eucarística falla por la base cuando se preocupa más de la doctrina y del rito, que de guiar al catequizando en el encuentro personal con Cristo resucitado presente en la Eucaristía y en su vida. Hay hambre de Cristo, pero también anemia espiritual por falta de real experiencia de Jesús resucitado en la Eucaristía.

La Eucaristía sin fe y sin amor a Cristo y al prójimo, es un fatal contrasentido. Como el beso hipócrita de Judas. Al respecto afirma san Pablo: “Se tragan la propia condena”. ¡Dios nos libre de tan grande e irremediable desgracia! Urge, pues, verificar nuestra fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, y suplicarle con insistencia que aumente nuestra fe y amor hacia él: Yo creo, te amo y en ti espero, mas aumenta mi fe, mi amor y mi esperanza.“Señor mío y Dios mío”.

Repitamos con Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Sólo tú tienes palabras de vida eterna”. Creemos más allá de las apariencias, somos felices por creer y amar sin ver, y asociamos nuestras cruces a la Cruz de Cristo, que nos merecerá la resurrección para la vida eterna. Sabemos que, además de palabras de vida eterna, nuestro Salvador tiene sobre todo hechos de vida eterna.

Jesús es nuestra luz, alegría, paz y salvación; creemos y vivimos en su presencia y su amistad infalible: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.


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S?bado, 25 de agosto de 2012

Texto completo de la declaración hecha pública el miércoles, 22 de Agosto de 2012, al término de la 162ª reunión de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina. (AICA)

El Código Civil y nuestro estilo de vida

"Que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los soberanos y por todas las autoridades, para que podamos disfrutar de paz y de tranquilidad, y llevar una vida piadosa y digna" (1Tim. 2, 1-3).

1. El compromiso ciudadano
“Queremos ser Nación”, es lo que venimos rezando juntos, porque somos conscientes de que el Señor nos ha regalado un inmenso don: nuestra Patria; y nos ha dejado una tarea: la construcción de nuestra Nación. Hoy los obispos deseamos hacer un llamado a renovar nuestro compromiso ciudadano colaborando en el debate por la reforma del Código Civil. Queremos contribuir a tener una mejor legislación para todos.

2. Importancia de la Reforma
Ésta, como otras reformas legislativas recientes o en curso, afecta nuestra cultura y nuestra vida cotidiana; proyecta cambios que nos tocan de cerca. Según el Código Civil que resulte sancionado se contestarán preguntas como: ¿Cuándo comienza un ser humano a tener el derecho de llamarse persona? ¿Cuál es el sentido de constituir legalmente una familia? ¿Con qué respeto hemos de considerar a las mujeres, especialmente a las más vulnerables? ¿Qué pueden dejar los padres a sus hijos al morir? ¿Tendrán derecho a la identidad los hijos concebidos en laboratorios? ¿Podrán ser concebidos hijos de personas muertas?

3. Función y efectos del Código Civil
En el Código Civil se regulan derechos vinculados a la vida personal, matrimonial, familiar, social, económica, de todos nosotros. En él se expresa de alguna manera la forma y el estilo de vida que como sociedad queremos promover. Tiene, por eso, una función pedagógica y efectos de muy largo plazo. Podríamos afirmar: dime cómo legislas y te diré qué sociedad deseas. La sanción de un nuevo Código Civil y Comercial es seguramente la reforma legislativa más importante de las últimas décadas por la variedad de cuestiones implicadas y por la entidad de algunos de los cambios propuestos. Por eso coincidimos con el reclamo de academias, colegios profesionales, universidades, iglesias y otras personas e instituciones que con toda razón vienen pidiendo que a la discusión en el Congreso se le otorgue todo el tiempo que sea necesario. Sería conveniente, además, la realización de audiencias públicas en cada provincia.

4. Principales cuestiones en juego
La reforma propuesta contiene aspectos positivos; sin embargo necesitamos reiterar la preocupación acerca de algunas cuestiones de fundamental importancia.

El modelo de familia proyectado por estas normas expresa una tendencia individualista y se opone a los criterios evangélicos y también a valores sociales fundamentales, como la estabilidad, el compromiso por el otro, el don sincero de sí, la fidelidad, el respeto a la vida propia y ajena, los deberes de los padres y los derechos de los niños.

Si se aprueba sin modificaciones este proyecto, algunos seres humanos en gestación no tendrán derecho a ser llamados “personas”. La maternidad y la paternidad quedarán desfiguradas con la denominada “voluntad procreacional”; se legitimará, por un lado, la promoción del “alquiler de vientres” que cosifica a la mujer y por otro, el congelar embriones humanos por tiempo indeterminado, pudiendo ser éstos descartados o utilizados con fines comerciales y de investigación. Se discriminará, en su derecho a la identidad, a quienes sean concebidos por fecundación artificial, porque no podrán conocer quién es su madre o su padre biológico. Los cónyuges que se unan en matrimonio, no tendrán obligación jurídica de fidelidad ni tampoco de convivir bajo un mismo techo; los lazos afectivos matrimoniales quedarán debilitados y desvalorizados.
Queremos una sociedad en la cual se fomenten los vínculos estables y en donde se dé prioridad a la protección de los niños y de los más indefensos. Los deseos de los adultos, aunque parezcan legítimos, no pueden imponerse a los derechos esenciales de los niños. Como adultos, tenemos más obligaciones que derechos. Es necesario que reconozcamos y demos protección jurídica a toda vida humana desde la concepción, y que recordemos que no todo lo científicamente posible es éticamente aceptable.

5. El papel de la fe religiosa en el debate político
Benedicto XVI ha enseñado repetidas veces que la justicia de las leyes y de las acciones de gobierno tiene su fundamento en valores objetivos, que el hombre puede conocer guiado por su razón. El papel de la fe religiosa es ayudar a la razón para que descubra con claridad esos principios morales y los aplique rectamente. Es por ello que los católicos tenemos no sólo el derecho, como todo ciudadano, sino también la obligación de hacer nuestro aporte al debate público. Queremos proponer y ser escuchados.

6. Una oportunidad para actuar todos en bien de la Nación
Por eso, la hora nos reclama a los cristianos el testimonio personal y comunitario de Jesucristo para que resplandezca en medio de los hombres el amor de Dios, que es el verdadero fundamento y modelo de las relaciones humanas. Las reformas propuestas, junto con otras ya producidas o en curso de tratamiento legislativo, interpelan fuertemente a la Iglesia. A nosotros como pastores. A las madres y los padres de familia, a quienes corresponderá vivir su matrimonio aún más comprometidamente y formar a sus hijos en los valores evangélicos y en la verdad sobre la persona, con mirada lúcidamente crítica sobre lo que nos rodea. A los sacerdotes, diáconos, consagrados y catequistas, que deben comunicar estos contenidos y compromisos vitales con su palabra y testimonio. A las escuelas y docentes, llamados a acompañar y apoyar a los padres en esta difícil tarea con coherencia y valentía. A los profesionales de la salud, quienes pueden verse enfrentados a situaciones en que tengan que decidir en conciencia. A los abogados y jueces, llamados a defender la justicia y el bien de la persona en todas las situaciones que se les presenten.

7. Exhortación particular a los legisladores
Hacemos un particular llamado a los legisladores para que asuman en plenitud sus responsabilidades, estudien a fondo las reformas propuestas, sean fieles a la herencia y a las tradiciones patrias y estén abiertos a escuchar todas las voces que tienen algo que decir al respecto. Y finalmente, que no dejen de escuchar a la voz de su conciencia, evitando que las legítimas pertenencias partidarias los lleven a votar en contra o al margen de aquella.

8. Convocatoria a la oración y la reflexión
Invitamos a las comunidades parroquiales, educativas, instituciones y movimientos a organizar en las próximas semanas alguna jornada de oración y reflexión. En comunidad podremos orar a Dios, Padre de todo bien, a Jesucristo el Señor, y al Espíritu Santo, Señor y dador de vida. Pidamos que bendiga a nuestra Patria e ilumine a nuestros legisladores y gobernantes, concediéndoles la sabiduría necesaria para trabajar por la paz, la amistad social y la defensa de todas las personas, privilegiando a los más pobres y débiles. Hagámoslo a semejanza de la primera comunidad cristiana, íntimamente unidos, dedicados a la oración y la reflexión, en compañía de María, la madre de Jesús y madre nuestra de Luján.

Los Obispos de la 162º Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina
Buenos Aires, 22 de agosto de 2012


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ZENIT nos ofrece el texto íntegro de las palabras del papa en la Audiencia General del miécoles 22 de Agosto de 2012 donde se encontró con los fieles y peregrinos reunidos, en el patio interior del Palacio Apostólico de Castel Gandolfo.

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy es la fiesta de la Santísima Virgen invocada con el título de "Reina". Es una celebración de reciente creación, aunque sea antiguo el origen y la devoción: fue establecida por el Venerable Pío XII, en 1954, al final del Año Mariano, fijando la fecha en el 31 de mayo (cf. Carta Encíclica Ad caeli Reginam, 11 octubre 1954: AAS 46 [1954], 625-640). En esta ocasión, el papa dijo que María es Reina más que cualquier otra criatura por la elevación de su alma y por la excelencia de los dones recibidos. Ella nunca deja de otorgar todos los tesoros de su amor y su preocupación por la humanidad (cf. Discurso en honor a María Reina, 1 de noviembre 1954).

Ahora, después de la reforma postconciliar del calendario litúrgico, se colocó a ocho días de la solemnidad de la Asunción para hacer hincapié en la estrecha relación entre la realeza de María y su glorificación en cuerpo y alma junto a su Hijo. En la Constitución sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II, leemos lo siguiente : "Maríafue asunta a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal, con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo" (Lumen Gentium, 59).

Es esta es la raíz de la fiesta de hoy: María es Reina porque está asociada de modo único a su Hijo, tanto en el camino terreno, como en la gloria del cielo. El gran santo de Siria, Efrén el Sirio, dice, acerca de la realeza de María, que viene de su maternidad: ella es la Madre del Señor, el Rey de reyes (cf. Is. 9,1-6) y nos muestra a Jesús como vida, salvación y esperanza nuestra. El Siervo de Dios Pablo VI recordaba en la Exhortación apostólica Marialis Cultus: "En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de El: en vistas a El, Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como Madre toda santa y la adornó con dones del Espíritu Santo que no fueron concedidos a ningún otro." (n. 25).

Pero ahora nos preguntamos: ¿qué significa María Reina? ¿Es solo un título junto a los otros?, la corona, ¿un ornamento como los demás? ¿Qué quiere decir? ¿Qué es esa realeza? Como ya se ha indicado, es una consecuencia de su ser unida al Hijo, de su estar en el cielo, es decir, en comunión con Dios; Ella participa en la responsabilidad de Dios por el mundo y del amor de Dios por el mundo.

Hay una idea corriente, común, sobre el rey o la reina: que sería una persona con poder y riqueza. Pero este no es el tipo de la realeza de Jesús y de María. Pensemos en el Señor: la realeza y el ser rey en Cristo, está tejido de humildad, de servicio, de amor: es sobre todo servir, ayudar, amar. Recordemos que Jesús fue proclamado rey en la cruz con la siguiente inscripción escrita por Pilato: "rey de los Judíos" (cf. Mc. 15,26). En ese momento sobre la cruz se demuestra que Él es rey; ¿y cómo es rey?, sufriendo con nosotros, por nosotros, amando hasta el final, y así gobierna y genera verdad, amor, justicia. O pensemos también en otro momento: en la Última Cena se inclina para lavar los pies de los suyos.

Por lo tanto, el reino de Jesús no tiene nada que ver con el de los poderosos de la tierra. Es un rey que sirve a sus siervos; así lo ha demostrado en toda su vida. Y lo mismo vale para María: es reina en el servicio a Dios, a la humanidad, es la reina del amor que vive el don de sí misma a Dios para entrar en el plan de salvación del hombre. Al Ángel le dice: He aquí la esclava del Señor (cf. Lc. 1,38), y canta en el Magnificat: Dios ha puesto los ojos en la humildad de su sierva (cf. Lc. 1,48). Nos ayuda. Es reina justamente amándonos, ayudándonos en nuestras necesidades; es nuestra hermana, sierva humilde.

Y así hemos llegado al punto: ¿cómo ejercita María esta realeza de servicio y de amor? Velando por nosotros, sus hijos: los hijos que se dirigen a Ella en la oración, para agradecerle o para pedirle su maternal protección y su ayuda celestial, tal vez después de haber perdido el camino, oprimidos por el dolor o la angustia por las tristes y agitadas vicisitudes de la vida. En la serenidad o en la oscuridad de la existencia, nos dirigimos a María, encomendándonos a su continua intercesión, para que podamos obtener toda la gracia y misericordia necesarias para realizar nuestra peregrinación por los caminos del mundo.

A Aquel que gobierna el mundo y que tiene el destino del universo en sus manos, nos dirigimos con confianza, por medio de la Virgen María. A Ella, desde siglos, se le invoca como celestial Reina de los cielos; ocho veces, después de la oración del santo Rosario, es implorada en las Letanías lauretanas como Reina de los Ángeles, de los Patriarcas, de los Profetas, de los Apóstoles, de los Mártires, de los Confesores, de las Vírgenes, de todos los Santos y de las Familias. El ritmo de estas antiguas invocaciones y oraciones diarias como la Salve Regina, nos ayudan a comprender que la Virgen Santísima, cual Madre nuestra al lado de su Hijo Jesús en la gloria del cielo, está siempre con nosotros, en el devenir diario de nuestra vida.

El título de reina entonces, es título de confianza, de alegría, de amor. Y sabemos que aquella que tiene en sus manos en parte, el destino del mundo, es buena, nos ama y nos ayuda en nuestras dificultades.

Queridos amigos, la devoción a la Virgen es un elemento importante de la vida espiritual. En nuestra oración no dejemos de acudir confiados a Ella. María no dejará de interceder por nosotros ante su Hijo. Contemplándola a Ella, imitemos la fe, la plena disponibilidad al amoroso plan de Dios, la generosa acogida a Jesús. Aprendemos a vivir de María. María es la Reina del cielo cerca de Dios, pero es también la madre cercana a cada uno de nosotros, que nos ama y escucha nuestra voz. Gracias por su atención.

Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.

©Librería Editorial Vaticana


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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el vigésimo domingo durante el año (19 de agosto de 2012). (AICA)

El Evangelio de este domingo (Jn. 6,51-59), nos sigue relatando la multiplicación de los panes con una significación eminentemente eucarística. En realidad este capítulo seis de San Juan fundamenta el maravilloso don y milagro que realizamos en cada Misa que celebramos, donde el pan y el vino ofrecido se hacen el mismo Cuerpo y Sangre del Señor, actualizando lo que el mismo Señor realizó en la última Cena, “La Misa de todas las misas” que celebramos. El Señor dice: “Yo Soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo… El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (Jn. 6,51.54a).
“La Misa”, la eucaristía no es solo un acto devocional o solo un precepto que hay que cumplir, sino que culmina, plenifica y alimenta el llamado que todos los cristianos tenemos de vivir la virtud de “la caridad”. “La Misa” es el amor donado de Jesucristo, el Señor, en la Pascua. Por eso nosotros junto al pan y el vino, en la ofrenda de la Misa, ofrecemos nuestra propia vida. Ese amor implica amar a Dios y al hermano. La Escritura respalda este llamado en muchos textos: “Si alguno dice: “amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn.4, 20).

En el contexto de nuestro tiempo la palabra amor la utilizan mucho, pero la mayoría de las veces se la vacía de sentido, y lo que es llamado amor es “solo” una expresión de sentimientos pasajeros y mera posesión de algo o alguien. El Papa en su encíclica “Deus caritas est” (Dios es amor), señala la necesidad de realizar un camino o itinerario del amor. Esto es un servicio indispensable para este inicio del siglo XXI donde el individualismo y la fragmentación fundamentalmente mercantilista, deshumanizan y ensombrecen nuestra cultura y sociedad. El Papa señala en su encíclica que es Dios el que inicia el encuentro de amor con el hombre. Dios nos ha amado primero, dice la carta de Juan (1 Jn. 4,10). “En el desarrollo de este encuentro se muestra también claramente que el amor no es solamente un sentimiento, los sentimientos van y vienen. Pueden ser una maravillosa chispa inicial, pero no son la totalidad del amor. Al principio hemos hablado del proceso de purificación y maduración mediante el cual el eros llega a ser totalmente el mismo y se convierte en amor en pleno sentido de la palabra. Es propio de la madurez del amor que albergue todas las potencialidades del hombre e incluya, por así decirlo, al hombre en su integridad” (17). Es por eso que reitero aquello que el Papa nos pide que tengamos en cuenta en nuestras comunidades, y se liga al texto bíblico de la multiplicación de los panes de este domingo: “Nuestras comunidades cuando celebran la Eucaristía han de ser cada vez más conscientes de que el Sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse “pan partido” para los demás, y por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno… En verdad la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo” (88).

La caridad, el amor bien entendido, es el fundamento al reclamo legítimo de nuestro tiempo de comprometernos por la inclusión de tantísimos hermanos que por distintas razones están marginados; de una comprensión integral de todos los derechos humanos, también de los niños por nacer que en general gravemente son olvidados por los abortistas; de la misma dignidad humana ausente en los productores de programaciones mediáticas que lesionan y perjudican a nuestros adolescentes y jóvenes, así como tantas propuestas nocturnas marcadas con la convivencia del alcohol y la droga. La virtud de “la caridad” y el amor inmerso en los sistemas sociales siempre generan un humanismo con valores, y un horizonte de esperanza.

En esta reflexión dominical quiero agradecer la solidaridad espontanea de nuestra gente que aún con limitaciones materiales y situaciones de dolor, tienen un plato mas para el que necesita. O tantos que tienen disponibilidad económica y ante pedidos claros saben responder con gran generosidad. La solidaridad no es muchas veces noticia, pero el amor solidario y la caridad hacen consistente una cultura y sociedad.

¡Les envío un saludo cercano y hasta el próximo domingo!

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas


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Viernes, 24 de agosto de 2012

Reflexión a las lecturas del domingo veintiuno del Tiempo Ordinario - B, ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 21º del T. Ordinario B 

El Discurso del Pan de la Vida concluye con un desenlace inesperado. A lo largo de la exposición,  le van presentando al Señor toda una serie de objeciones, pero nadie se esperaba que al llegar al final, muchos discípulos dijeran: “Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?”  Y que “desde entonces muchos discípulos suyos se echaran para atrás y no volvieran a ir con Él”.

El Evangelio distingue tres tipos de oyentes: La gente, los discípulos y los Doce. Aquí se trata de discípulos de Jesús, de gente un tanto adentrada en su seguimiento. Y Jesús no tiene miedo de que le dejen solo, porque Él es el Hijo de Dios y sabe que lo que Él enseña es la verdad; que muy pronto lo llevará a cabo en la Última Cena y lo entregará a  los Apóstoles, a la Iglesia, para que lo hagan en conmemoración suya. Y todos contemplarán, estupefactos,  “el Misterio”. Por eso, les dice a los Doce. “¿También vosotros queréis marcharos?”  Simón Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”. Pedro habla en nombre de los Doce.  Y el objeto de su fe no es la Eucaristía sino Jesucristo. Hace profesión  de fe en el Señor. Todo lo demás, incluso, la Eucaristía, es consecuencia.

Por tanto,    La Eucaristía no es una celebración de amigos, admiradores o simpatizantes de Jesús, que tienen que dedicar un tiempo a visitarle y a estar con Él…, sino de gente que ha hecho una opción por Cristo y la tienen que expresar y alimentar en la Eucaristía.

La primera lectura nos enseña que, al llegar a la tierra prometida, Josué hace una parada, manda a buscar a los representantes de Israel y le presenta esta alternativa: “Escoged a quien servir: Al Señor o a los otros dioses. Yo y mi casa serviremos al Señor”.  Y el pueblo contesta: “Nosotros serviremos al Señor, porque Él es nuestro Dios”. De esta forma, el Señor será el Dios de aquella tierra nueva y ellos serán su pueblo, que le obedece y le ama.

Qué necesidad tenemos los cristianos tantas veces, de hacer un stop en nuestra vida y plantearnos una alternativa parecida. De este modo, seremos verdaderos creyentes que, en el cruce de caminos de la vida, hemos hecho una opción por Cristo firme y definitiva.

Al llegar aquí, constatamos, una vez más, como la Eucaristía siempre ha venido envuelta en contradicciones a lo largo de los siglos, desde que Jesús la anuncia en este Discurso, hasta nuestros días, en que la Santa Misa se designa muchas veces como “el problema del domingo” y donde grandes masas de cristianos han dejado la Iglesia y se han alejado del Pan de la Vida.

¡Siempre la dificultad! ¡Siempre la contradicción, ¡siempre, el misterio!  ¡Siempre una fe que no da para más...!

         Otros, en medio de nuestras limitaciones, trataremos de seguir adelante; y con el salmo responsorial de estos domingos, diremos hoy  al Señor, con un espíritu renovado: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”.

Al terminar este Discurso, cuántas gracias debemos darle al Señor que nos ha concedido, en este verano, el don de escuchar y de reflexionar sobre el Misterio central de nuestra fe. Y qué provechoso sería que hiciéramos un esfuerzo para retener y meditar en nuestro corazón tantas cosas como nos ha venido diciendo, especialmente, aquellas que hemos contemplado con una luz especial. 

¡Buen verano!  ¡Feliz Día del Señor!


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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo veintiuno del Tiempo Ordinario - B.

PREGUNTA DECISIVA 

         El evangelio de Juan ha conservado el recuerdo de una fuerte crisis entre los seguidores de Jesús. No tenemos apenas datos. Solo se nos dice que a los discípulos les resulta duro su modo de hablar. Probablemente les parece excesiva la adhesión que reclama de ellos. En un determinado momento, "muchos discípulos suyos se echaron atrás". Ya no caminaban con él.

         Por primera vez experimenta Jesús que sus palabras no tienen la fuerza deseada. Sin embargo, no las retira sino que se reafirma más: "Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen". Sus palabras parecen duras pero transmiten vida, hacen vivir pues contienen Espíritu de Dios.

         Jesús no pierde la paz. No le inquieta el fracaso. Dirigiéndose a los Doce les hace la pregunta decisiva: "¿También vosotros queréis marcharos?". No los quiere retener por la fuerza. Les deja la libertad de decidir. Sus discípulos no han de ser siervos sino amigos. Si quieren pueden volver a sus casas.

         Una vez más Pedro responde en nombre de todos. Su respuesta es ejemplar. Sincera, humilde, sensata, propia de un discípulo que conoce a Jesús lo suficiente como para no abandonarlo. Su actitud puede todavía hoy ayudar a quienes con fe vacilante se plantean prescindir de toda fe.

         "Señor, ¿a quién vamos a acudir?". No tiene sentido abandonar a Jesús de cualquier manera, sin haber encontrado un maestro mejor y más convincente: Si no siguen a Jesús se quedarán sin saber a quién seguir. No se han de precipitar. No es bueno quedarse sin luz ni guía en la vida.

         Pedro es realista. ¿Es bueno abandonar a Jesús sin haber encontrado una esperanza más convincente y atractiva? ¿Basta sustituirlo por un estilo de vida rebajada, sin apenas metas ni horizonte? ¿Es mejor vivir sin preguntas, planteamientos ni búsqueda de ninguna clase?

         Hay algo que Pedro no olvida: "Tú tienes palabras de vida eterna". Siente que las palabras de Jesús no son palabras vacías ni engañosas. Junto a él han descubierto la vida de otra manera. Su mensaje les ha abierto a la vida eterna. ¿Con qué podrían sustituir el Evangelio de Jesús? ¿Dónde podrán encontrar una Noticia mejor de Dios?

         Pedro recuerda, por último, la experiencia fundamental. Al convivir con Jesús han descubierto que viene del misterio de Dios. Desde lejos, a distancia, desde la indiferencia o el desinterés no se puede reconocer el misterio que se encierra en Jesús. Los Doce lo han tratado de cerca. Por eso pueden decir: "Nosotros creemos y sabemos". Seguirán junto a Jesús. 

José Antonio Pagola 

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
26 de agosto de 2012
21 Tiempo ordinario (B)
Juan 6,60-69


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ZENIT nos ofrece un artículo de José Antonio Benito, historiador, de la Universidad Católica Sedes Sapientiae de Lima, en el que destaca la relación espiritual entre la santa peruana y santa Catalina de Siena, con motivo de la celebración el 23 de agosto de la fiesta litúrgica de Santa Rosa de Lima.

Santa Rosa de Lima, la Catalina de América
El mundo celebra su fiesta el 23 de agosto

Por José Antonio Benito

A medida que avanza el mes de agosto, se incrementan las visitas de los devotos de santa Rosa al santuario dedicado a ella, como patrona de América en la avenida Tacna de Lima. En la presente nota quiero compartirles el vínculo de Rosa con santa Catalina de Siena, la primera doctora de la Iglesia.

Fue el papa Pío XII, quien en su radiomensaje del 27 de octubre de 1940 para el Congreso Eucarístico en Arequipa exclamó: “¿No despuntó y se abrió en el jardín de Lima, cual flor primera de santidad de toda la América, cándida como azucena y purpúrea como rosa, la admirable Rosa de Santa María, que en el retiro y entre las espinas de la penitencia, emuló el ardor de una Catalina de Siena?”.

En el proceso de beatificación, su hermano Hernando declaró: “Era devotísima de cantar “Deus in adjutorium meum intende; Domini, ad adjuvandum me festina” (¡Ven, oh Dios, en mi ayuda. Señor, date prisa en socorrerme!) y le preguntó a este testigo le dijese que quería decir. Y le preguntó este testigo que por qué lo pedía y pretendía más saber aquel verso que otro, lo satisfizo con decirle que su madre santa Catalina de Siena lo repetía muy a menudo y pues es mi madre y la quiero imitar. Y así cantaba muy de ordinario, muchísimas veces al día, este dicho verso en voz alta, estando en su labor, con que ponía devoción a todos los que la oían”.

Dos vidas, una sola pasión por la Cruz

Podemos ver un gran paralelismo entre las dos: En primer lugar hay que señalar que las dos nacieron en el mes de abril, de familia numerosa (Catalina, 25 hermanos; Rosa 13) y muy feliz. En segundo lugar vivieron gozosamente la cruz, convirtiendo el amor a la cruz en el nervio de la pedagogía de Catalina. Tercero: pasión total por Cristo sin entrar en un convento. Cuarto: las dos son apóstoles y madres de apóstoles que lanzan a la acción. La santa de Siena se siente madre de hijos que ha engendrado en la fe y en el amor. Ellos reconocen esa maternidad y la llaman la dolce mamma, la dulce mamá. De igual manera Rosa ejercerá pronto un liderazgo espiritual sobre las jóvenes limeñas que pronto ingresarán en conventos con el fin de seguir de cerca a Jesús, tras los pasos de Rosa.

Quinto, fidelidad a la Iglesia. Las dos serán contemplativas pero muy activas. Catalina se moverá entre papas y obispos, príncipes y gobernantes, y favorece a pobres y enfermos. Habla en el Consistorio a los cardenales, escribe centenares de cartas a personas influyentes. Suspira por la reforma de la Iglesia. Con igual ímpetu, Rosa vive su entrega a la Iglesia, dispuesta a morir en su defensa ante el ataque del pirata en 1615, dado que Jorge Spilbergen penetró en el Pacífico con cuatro bajeles armados, presentándose a la vista del Callao, víspera del 22 de julio. Cundió el pánico en la ciudad. Parece que el pirata se contentó con disparar dos de sus piezas contra el recinto del puerto, levó anclas e izando las velas se alejó rumbo al norte.

Por último, cabe señalar el apostolado epistolar misionero. Catalina, en sus casi cuatrocientas Cartas, en el Diálogo de la Divina Providencia, o en las Oraciones, brilla siempre un carisma misterioso de sabiduría y ciencia. De lo poco que conservamos de los escritos de Rosa, cabe destacar que en el Monasterio de Santa Rosa se guarda como reliquia una deliciosa carta, en que responde a la ayuda generosa concedida por doña María de Uzátegui, esposa del contador de Cruzada, don Gonzalo de la Maza.

Lo que declaran los testigos del proceso de canonización da respuesta a la pregunta número nueve del cuestionario del Proceso de Beatificación[1] “y tenía asimismo a la gloriosa virgen Santa Catalina de Siena por madre y maestra, y en todo en cuanto se ofrecía, la servía como a tal, deseando fervorosísimamente fundar un convento en esta ciudad de santa Catalina de Siena, su madre, y de ella recibió grandes favores y mercedes.”

De los 30 testimonios que hablan específicamente de esta relación, podemos concluir:

1.- Que leyó con avidez la vida de santa Catalina, se propuso imitarla en todo y la llamaba “Madre”.

2.- Con motivo de su fiesta, adornaba su imagen y los miembros de la hermandad de santa Catalina se la dejaban porque sabían el gozo que le proporcionaban.

3.- Deseó ser monja de santa Catalina y declinó la invitación de las Clarisas en espera que se aprobase o simplemente para imitar más fielmente a la santa. Siempre llevó el hábito de terciaria dominica y fue enterrada con él. De hecho fray Juan Miguel, lego del convento de Santo Domingo, declara que “la bendita Rosa hizo grande instancia con este testigo para que le trajesen las reglas de la dicha gloriosa santa y este testigo escribió al Cuzco a un religioso su amigo que se las enviase; el cual lo hizo. Y este testigo se las dio a la dicha santa Rosa y supo que la guardaba con grande puntualidad.”

4.- Algunas de sus compañeras terciarias dominicas rescatan no pocas mercedes, como la sanación de la mano de la propia Rosa, el hacer brotar unas clavelinas blanquinegras para adornar la imagen de Catalina, hacer resplandecer el rostro de la imagen de Catalina, evitar daño a una terciaria por una explosión de cohetes.

5.- A tanto llegaba su identificación con la santa de Siena que cualquier dificultad por ardua que fuese la superaba pensando que Catalina lo había logrado.

En conclusión, la vida de Rosa fue un trasunto de la de Catalina. Vive lo que repetía tantas veces san Ignacio de Loyola, al leer el “Flos sanctorurm” (vidas de santos): “si ellos lo hicieron, yo lo tengo que hacer”. Y Rosa lo hizo, tal como nos advierten los testigos del proceso de su beatificación.

Concluyo citando al actual papa, cardenal Ratzinger, quien en su visita al Perú en 1986 destacó tres puntos esenciales en la vida de santa Rosa: “la oración, el amor a Cristo en los más pobres y la conciencia de una misión.”

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[1] Primer Proceso Ordinario para la Canonización de Santa Rosa de Lima, 1617. Transcripción, introducción y notas del P. Dr. Hernán Jiménez Salas, O.P. (Monasterio de Santa Rosa de Santa María de Lima, Lima, 2003, 604 pp.)

Puede seguirse a la santa en: www.facebook.com/santarosadelima y obtener más información en: www.arzobispadodelima.org/santarosadelima


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Jueves, 23 de agosto de 2012

Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (18 de agosto de 2012) . (AICA)

En 1991, poco después del derrumbe de la Unión Soviética y de la caída de los regímenes comunistas en los países satélites de la Europa oriental, el Papa Juan Pablo II planteaba una cuestión fundamental. Se preguntaba si el capitalismo era, entonces, el camino, el modelo, que había que presentar a los países en vía de desarrollo para alcanzar esa meta tan deseada. Establecía como respuesta una cuidadosa distinción.

De hecho, a partir del estallido de esa crisis en Estados Unidos, en Europa luego, con repercusiones en todo el mundo, se ha suscitado una discusión acerca de las posibles, y necesarias, reformas del capitalismo. Este debate entraña un problema ético y cultural, como el Papa señalaba muy bien.

La discusión está en curso e intervienen en ella importantes estudiosos, en todo el mundo, acerca de la marcha de la economía en el futuro inmediato, sobre la suerte del sistema económico occidental y sus consecuencias globales. La investigación apunta sobre todo a los excesos del sistema financiero que han llevado a la entera organización del crédito en el mundo al borde de la liquidación. El predominio abusivo de las finanzas ha suscitado mecanismos anormales de enriquecimiento y distorsiones en el sistema retributivo cada vez más inaceptables, sobre todo a medida que las sociedades occidentales han ido sufriendo un progresivo empobrecimiento.

Si por “capitalismo” se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios productivos, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta es ciertamente positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de “economía de empresa”, “economía de mercado” o simplemente de “economía libre”. Pero si por “capitalismo” se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa.

                       
Esta distinción tan lúcida tiene una proyección extraordinaria sobre la situación actual de la economía del mundo, de lo que suele designarse la crisis financiera internacional.

De hecho, a partir del estallido de esa crisis en Estados Unidos, en Europa luego, con repercusiones en todo el mundo, se ha suscitado una discusión acerca de las posibles, y necesarias, reformas del capitalismo. Este debate entraña un problema ético y cultural, como el Papa señalaba muy bien.

La discusión está en curso e intervienen en ella importantes estudiosos, en todo el mundo, acerca de la marcha de la economía en el futuro inmediato, sobre la suerte del sistema económico occidental y sus consecuencias globales. La investigación apunta sobre todo a los excesos del sistema financiero que han llevado a la entera organización del crédito en el mundo al borde de la liquidación. El predominio abusivo de las finanzas ha suscitado mecanismos anormales de enriquecimiento y distorsiones en el sistema retributivo cada vez más inaceptables, sobre todo a medida que las sociedades occidentales han ido sufriendo un progresivo empobrecimiento.

Los efectos se han notado especialmente en los países anglosajones. Hay un enorme resentimiento provocado por la desigual distribución del rédito, verificada en los últimos 30 años. El contraste entre las estancadas condiciones de vida de la clase media y el incremento fabuloso de las ganancias del 1% más rico de la población constituye una injusticia clamorosa. Este desequilibrio tiene que ver no tanto, como dicen los estudiosos, con el sistema capitalista en cuanto tal, sino con el mal uso de la libertad, con un abuso de la misma inspirado en una insaciable codicia. Habría que recordar a propósito una frase del Apóstol San Pablo que dice que “el amor al dinero es la raíz de todos los males (1 Tim. 6, 10).

Hoy día hay economistas serios, con estudios académicos aquilatados, que destacan precisamente cómo el imperio de las finanzas sobre el conjunto de la economía se ha configurado como una especie de poder ultra estatal que hace imposible el desarrollo equilibrado de la vida económica y se impone sobre las decisiones que deberían tomar los estados. El Papa Pío XI había denunciado ya en 1931 al imperialismo internacional del dinero.

Estos planteos que proceden del campo académico, sociológico o político coinciden con la interpretación de Juan Pablo II acerca de la suerte del capitalismo y con las líneas que indica la Doctrina Social de la Iglesia. Esta enseñanza reconoce las virtudes del mercado y sus posibilidades, pero al mismo tiempo destaca la función rectora de la política y la subordinación tanto de la economía, y por tanto de la libertad de mercado, como de la política respecto del orden moral.

Juan Pablo II planteó la necesidad una reforma del sistema económico y financiero internacional y Benedicto XVI en la En cíclica “Caritas In Veritate” nos habla de los principios éticos fundamentales que debieran inspirar los cambios necesarios. El Papa se ha referido al principio de la gratuidad y a la oportunidad de introducir en la economía de mercado la lógica del don. Son cuestiones de carácter ético que hacen al correcto funcionamiento de los procesos económicos y se refieren a la verdad sobre el hombre y las relaciones sociales.

Es interesante notar entonces cómo la problemática secular, académica, científica, acerca de la crisis financiera internacional coincide con los planteos que desde hace tanto tiempo viene sosteniendo la Doctrina Social de la Iglesia. ¡Ojalá estos planteos sean tenidos en cuenta!.

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata


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DOMINGO  21º  B 

MONICIONES

 

PRIMERA LECTURA

         Después de su larga peregrinación por el desierto, el pueblo de Israel llegó a la Tierra Prometida y se estableció allí. Empezaba una nueva etapa de su historia. Y en esta nueva etapa los israelitas deben escoger qué camino van a seguir. Escuchemos.

 

SALMO

         El salmo nos invita un domingo más a admirar y alabar la bondad de Dios que nos da el Pan del Cielo. Cantamos (decimos): "Gustad y ved qué bueno es el Señor".

 

SEGUNDA LECTURA

         La unión del hombre y la mujer en el matrimonio cristiano es fuerte y profunda. S. Pablo la compara con la que existe entre Jesucristo y la Iglesia. En este contexto han de entenderse sus expresiones.

 

TERCERA LECTURA

         Terminamos hoy la Lectura del capítulo 6º de S. Juan que hemos venido escuchando durante los últimos domingos. Contemplemos hoy la distinta reacción que producen sus palabras en aquellos que le escuchan.

 

COMUNIÓN

         La Comunión de hoy es una invitación a dar gracias a Dios, nuestro Padre, porque nos ha concedido la gracia de llegar hasta Cristo, Pan de vida, de conocerle  y de permanecer con Él. Ojalá que también nosotros podamos decirle como S. Pedro: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios".  


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Mi?rcoles, 22 de agosto de 2012

Homilía de monseñor José Luis Mollaghan, arzobispo de Rosario por el Día del Catequista (20 de agosto de 2012). (AICA)

Queridos hermanos:

Hoy celebramos el día del catequista, conmemorando la fiesta de San Pio X, el 21 de agosto. Por eso nos reunimos con alegría esta tarde, invitados por la Junta de Catequesis de la Arquidiócesis, por lo que deseo saludar a todos los catequistas en su día. Al mismo tiempo, también saludo a la nueva Junta de Catequesis, que ha asumido la tarea en este trienio; a la vez que agradezco a todos los que trabajaron en la Junta durante el período precedente, así como a los que participaron en el reciente Congreso de Catequesis.

“Con el corazón se cree”
La primera lectura que escuchamos nos dice que: “con el corazón se cree,… y con la boca se confiesa” (Rom.10, 10). Es el camino que señala San Pablo, y que se resume en el anuncio de la predicación y de la la profesión de fe: “si confiesas con la boca que Jesús es el Señor, si crees de corazón que Dios lo resucitó de la muerte, te salvarás” (Rom. 10, 9). Esta enseñanza se contrapone a lo que decía el profeta Isaías: “este pueblo se me acerca con la boca pero su corazón está lejos de mi” (Is. 29, 13); y a la vez nos ilumina para vivir como creyentes.

Para seguir a Jesucristo, necesitamos recibir el anuncio de la Palabra de Dios, y creer con el corazón. Por eso el Papa Benedicto XVI, al convocarnos a celebrar el año de la Fe, que comenzará el 11 de octubre, nos dice que se cruza el umbral de la puerta de la fe “cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma” (Porta Fidei, 1).

Necesitamos que el corazón, “auténtico sagrario de la persona”, esté abierto por la gracia para aceptar y comprender la Palabra de Dios (cfr. ibidem, 10), y asimilarla en nuestra vida.

De esta manera, hoy pedimos como los Apóstoles: auméntanos la fe “(Lc.1,17); sabiendo que «La obra de Dios es ésta: que crean en el que Él ha enviado» (Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es el camino para llegar a la salvación; gustando el alimento de la Palabra de Dios, transmitida por la Iglesia, y recibiendo el Pan de la vida, ofrecido como el sustento de cada día (cf. Jn 6, 51) (cfr. Ib. 3).

También para evangelizar es indispensable la fe, es necesario que nos encontremos con Él (Dios es caridad, 1), y como la mujer samaritana del Evangelio, lo podamos dar a conocer. Esta es la misión de la Iglesia: evangelizar y “transmitir la fe”; anunciar a Jesucristo, como Señor y Salvador, Redentor de los hombres.

El hombre de hoy tiene necesidad de escuchar el mensaje de Jesús
El hombre de hoy tiene necesidad de escuchar el mensaje de Jesús, tiene necesidad, frecuentemente oculta, de escuchar sus palabras, como en el pozo de Jacob, cuando dijo: “si conocieras el don de Dios” (Jn 4,10) (XIII, As. Sínodo, I.L, nº 33). Por esto nos urge evangelizar, más aún, como dice San Pablo: “anunciar el Evangelio …es una obligación” (1 Co 9,16).

La catequesis es uno de los pasos fundamentales de la evangelización; porque contribuye a madurar la fe inicial y educa a cada discípulo mediante el conocimiento de la persona y del mensaje del Señor (cfr. Cath Tradendae, 19). Pero además, la catequesis también, con la ayuda de la gracia, suscita la fe, abre el corazón, prepara a quienes están aún “en el umbral de la fe”. (ibidem).

De este modo, la misión de los catequistas –en sus diferentes niveles– es ser educadores de la fe, tanto de los niños, de los jóvenes y de los adultos, con el fin de iniciarlos en la vida cristiana, madurar en el camino de la fe (cfr. ibidem, 18). Esta es la tarea que la Iglesia les encomienda a ustedes, queridos catequistas, ya sea en la catequesis de iniciación o permanente.

Hoy agradecemos a Dios por nuestros catequistas, y queremos afianzar todo lo que ustedes realizan en las parroquias, capillas y colegios de nuestra iglesia arquidiocesana, donde colaboran junto a mi y con los sacerdotes, enseñando y acompañando de cerca el crecimiento del tesoro de la fe y transmitiendo la verdad de Jesucristo.

Como dijimos, el Santo Padre convocó a toda la Iglesia a celebrar el Año de la Fe, al cumplirse cincuenta años del inicio del Concilio Vaticano II y veinte de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. Por eso vamos a celebrar con gozo este Año; particularmente sabiendo que formamos un solo cuerpo, como pide el Señor en el Evangelio que proclamamos, y que nos une en la comunión:: “que todos sean uno, como Tú Padre, estás en mi y Yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea”. Unidos en la Trinidad: con “el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación”; con “Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo”; y con “el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor” (Porta Fidei,1).

Confío que la convocatoria del Santo Padre al Año de la Fe nos va a ayudar a afianzar y renovar el entusiasmo de esta misión; y por eso lo vamos a vivir a través de las orientaciones que nos va a ofrecer la Iglesia.

Ahondar el conocimiento del Catecismo de la Iglesia Católica
En este Año particularmente nos proponemos ahondar el conocimiento del Catecismo de la Iglesia Católica, que nos permite formarnos en profundidad de los contenidos de la fe.

Este compromiso no disminuye la importancia del acontecimiento y del encuentro con Jesús, al contrario es una ayuda para conocerlo más, particularmente, para quienes se preocupan por la formación de los cristianos y los programas de la catequesis de iniciación, así como un verdadero instrumento de apoyo a la fe y para preparar la celebración de los sacramentos; sin dejar de tener presente para profundizar el primer anuncio entre quienes no conocen a Jesús o se han olvidado de Él.

Deseo agradecer a los catequistas por su entrega generosa del tiempo, por sus esfuerzos, y por el acompañamiento en la transmisión de la fe, particularmente para recibir los sacramentos y vivir como cristianos.

Puesto que San Pío X nos enseñó que “cuantas veces se nos anuncia la gracia que vamos a alcanzar, nuestro Salvador aparece junto a su Madre” (S.Pio X, “Ad diem illud laetissimum, nº 6), confiemos particularmente a la Santísima Virgen del Rosario, la misión catequística de nuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, y de cada uno de ustedes, con quienes contamos, y de todos nuestros catequistas.

Mons. José Luis Mollaghan, arzobispo de Rosario


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Carta del cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, a los Catequistas de la Arquidiócesis (21 de agosto de 2012). (AICA)

“En aquellos días,
María partió y fue sin demora
a un pueblo de la montaña de Judá.
Entró en la casa de Zacarías
y saludó a Isabel…” (Lc. 1, 39)                       


Queridos catequistas:

Ya es costumbre de muchos años que, ante la proximidad de la fiesta de San Pío X, les escriba una carta. Por medio de ella quiero saludarlos en su día, agradecerles el trabajo silencioso y fiel de cada semana, la capacidad de hacerse samaritanos que hospedan desde la fe, siendo rostros cercanos y corazones hermanos que permiten trasformar, de alguna manera, el anonimato de la gran ciudad.

Este año, el día del catequista nos encuentra ante un acontecimiento de gracia que ya empezamos a gustar. Dentro de dos meses comenzará el Año de la Fe que nuestro Papa Benedicto XVI ha convocado para “iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo…” (Carta Apostólica Porta Fidei, PF 2)

Será ciertamente un año jubilar. De ahí la invitación que el mismo Papa nos hace a atravesar la “Puerta de la Fe”. Atravesar esta puerta es un camino que dura toda la vida pero que en este tiempo de gracia todos estamos llamados a renovar. Por esto me nace en este año exhortarlos, como pastor y como hermano, a que se animen a transitar el tiempo presente con la fuerza transformadora de este acontecimiento.

Todos recordamos la invitación tantas veces repetidas del Beato Juan Pablo II: “Abran las puertas al Redentor”. Dios nos exhorta nuevamente: Abran las puertas al Señor: la puerta del corazón, las puertas de la mente, las puertas de la catequesis, de nuestras comunidades… todas las puertas a la Fe.

En este abrir la puerta de la fe hay siempre un sí, personal y libre. Un sí que es respuesta a Dios que toma la iniciativa y se acerca al hombre para entablar con él un diálogo, en que el don y el misterio se hacen siempre presentes.

Un sí que la Virgen Madre supo dar en la plenitud de los tiempos, en aquella humilde aldea de Nazareth, para que se empezara a entretejer la alianza nueva y definitiva que Dios tenía preparada, en Jesús, para la humanidad toda.

Siempre nos hace bien volver nuestra mirada a la Virgen. Más a quienes, de una u otra manera, se nos confía la tarea de acompañar la vida de muchos hermanos, y así juntos, poder decirle sí a la invitación de creer.

Pero la catequesis se vería seriamente comprometida si la experiencia de la fe nos dejara encerrados y anclados en nuestro mundo intimista o en las estructuras y espacios que con los años hemos ido creando. Creer en el Señor es atravesar siempre la puerta de la fe que nos hace salir, ponernos en camino, desinstalarnos... No hay que olvidar que la primera iniciación cristiana que se dio en el tiempo y en la historia culminó en misión... que tuvo las características de visitación. Con toda claridad nos dice el relato de Lucas: María se puso en camino con rapidez y llena del Espíritu.

La experiencia de la Fe nos ubica en Experiencia del Espíritu signada por la capacidad de ponerse en camino... No hay nada más opuesto al Espíritu que instalarse, encerrarse. Cuando no se transita por la puerta de la Fe, la puerta se cierra, la Iglesia se encierra, el corazón se repliega y el miedo y el mal espíritu “avinagran” la Buena Noticia. Cuando el Crisma de la Fe se reseca y se pone rancio el evangelizador ya no contagia sino que ha perdido su fragancia, constituyéndose muchas veces en causa de escándalo y de alejamiento para muchos.

El que cree es receptor de aquella bienaventuranza que atraviesa todo el Evangelio y que resuena a lo largo de la historia, ya en labios de Isabel: “Feliz de ti por haber creído”, ya dirigida por el mismo Jesús a Tomás: “¡Felices los que creen sin haber visto!”

Es bueno tomar conciencia de que hoy, más que nunca, el acto de creer tiene que trasparentar la alegría de la Fe. Como en aquel gozoso encuentro de María e Isabel, el Catequista debe impregnar toda su persona y su ministerio con la alegría de la Fe. Permítanme que les comparta algo de lo que los Obispos de la Argentina escribimos hace unos meses en un documento en el que bosquejamos algunas orientaciones pastorales comunes para el trienio 2012-2015:

“La alegría es la puerta para el anuncio de la Buena Noticia y también la consecuencia de vivir en la fe. Es la expresión que abre el camino para recibir el amor de Dios que es Padre de todos. Así lo notamos en el Anuncio del ángel a la Virgen María que, antes de decirle lo que en ella va a suceder, la invita a llenarse de alegría. Y es también el mensaje de Jesús para invitar a la confianza y al encuentro con Dios Padre: alégrense. Esta alegría cristiana es un don de Dios que surge naturalmente del encuentro personal con Cristo Resucitado y la fe en él”.


Por eso me animo a exhortarlos con el Apóstol Pablo: Alégrense, alégrense siempre en el Señor… Que la catequesis a la cual sirven con tanto amor esté signada por esa alegría, fruto de la cercanía del Señor Resucitado (“los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor”, Jn. 20,20), que permite también descubrir la bondad de ustedes y la disponibilidad al llamado del Señor…
Y no dejen nunca que el mal espíritu estropee la obra a la cual han sido convocados. Mal espíritu que tiene manifestaciones bien concretas, fáciles de descubrir: el enojo, el mal trato, el encierro, el desprecio, el ninguneo, la rutina, la murmuración, el chismerío…

La Virgen María en la visitación nos enseña otra actitud que debemos imitar y encarnar: la cercanía.
Ella literalmente se puso en camino para acortar distancias. No se quedó en la noticia de que su parienta Isabel estaba embarazada. Supo escuchar con el corazón y por eso conmoverse con ese misterio de vida. La cercanía de María hacia su prima implicó un desinstalarse, no quedarse centrada en ella, sino todo lo contrario. El sí de Nazaret, propio de toda actitud de fe, se transformó en un sí que se correspondió en su actuar… Y la que por obra del Espíritu Santo fue constituida Madre del Hijo, movida por ese mismo Espíritu se transformó en servidora de todos por amor a su Hijo. Una fe fecunda en caridad, capaz de incomodarse para encarnar la pedagogía de Dios que sabe hacer de la cercanía su identidad, su nombre, su misión: “y lo llamará con el nombre de Emanuel”

“El Dios de Jesús se revela como un Dios cercano y amigo del hombre. El estilo de Jesús se distingue por la cercanía cordial. Los cristianos aprendemos ese estilo en el encuentro personal con Jesucristo vivo, encuentro que ha de ser permanente empeño de todo discípulo misionero. Desbordado de gozo por ese encuentro, el discípulo busca acercarse a todos para compartir su alegría. La misión es relación y por eso se despliega a través de la cercanía, de la creación de vínculos personales sostenidos en el tiempo. El amigo de Jesús se hace cercano a todos, sale al encuentro generando relaciones interpersonales que susciten, despierten y enciendan el interés por la verdad. De la amistad con Jesucristo surge un nuevo modo de relación con el prójimo, a quien se ve siempre como hermano. (CEA, Orientaciones pastorales para el trienio 2012-2015)


Cercanía que, me consta, se hace presente muchas veces en los encuentros catequísticos de Ustedes, en la diversas edades en que les toca acompañar los procesos de fe (niños-jóvenes-adultos). Pero siempre se nos puede filtrar el profesionalismo distante, la desubicación de creernos los “maestros que saben”, el cansancio y fatiga que nos baja las defensas y nos endurece el corazón... Recordemos aquello tan hermoso de la 1° Carta de Pablo a los cristianos de Tesalónica: “…fuimos tan condescendientes con ustedes, como una madre que alimenta y cuida a sus hijos. Sentíamos por ustedes tanto afecto, que deseábamos entregarles, no solamente la buena noticia de Dios, sino también nuestra propia vida: tan queridos llegaron a sernos.” (1Tes. 2, 7-8)

Pero además, les pido que, no vean reducido su campo evangelizador a los catequizandos. Ustedes son privilegiados para contagiar la alegría y belleza de la Fe a las familias de ellos. Háganse eco en su pastoral catequística de esta Iglesia de Buenos Aires que quiere vivir en estado de misión.
Miren una y mil veces a la Virgen María. Que ella interceda ante su Hijo para que les inspire el gesto y la palabra oportuna, que les permita hacer de la Catequesis una Buena Noticia para todos, teniendo siempre presente que la “Iglesia crece, no por proselitismo, sino por atracción”.

Soy consciente de las dificultades. Estamos en un momento muy particular de nuestra historia, incluso del país. El reciente Congreso Catequístico Nacional realizado en Morón fue muy realista en señalar las dificultades en la transmisión de la fe en estos tiempos de tantos cambios culturales. Quizás en más de una oportunidad el cansancio los venza, la incertidumbre los confunda e incluso lleguen a pensar que hoy no se puede proponer la fe, sino solamente contentarse con transmitir valores…

Por eso mismo, nuestro Papa Benedicto XVI nos invita a atravesar juntos la puerta de la Fe. Para renovar nuestro creer y en el creer de la Iglesia seguir haciendo lo que ella sabe hacer, en medio de luces y sombras. Tarea que no tiene origen en una estrategia de conservación, sino que es raíz de un mandato del Señor que nos da identidad, pertenencia y sentido. La misión surge de una certeza de la fe. De esa certeza que, en forma de Kerygma, la Iglesia ha venido trasmitiendo a los hombres a lo largo de dos mil años.
Certeza de la fe que convive con mil preguntas del peregrino. Certeza de la fe que no es ideología, moralismo, seguridades existenciales… sino el encuentro vivo e intransferible con una persona, con una acontecimiento, con la presencia viva de Jesús de Nazareth.

Por eso, me animo a exhortarlos: vivan este ministerio con pasión, con entusiasmo.

La palabra entusiasmo (ενθουσιασμός) tiene su raíz en el griego “en-theos”, es decir: “que lleva un dios adentro.” Este término indica que, cuando nos dejamos llevar por el entusiasmo, una inspiración divina entra en nosotros y se sirve de nuestra persona para manifestarse. El entusiasmo es la experiencia de un “Dios activo dentro de mí” para ser guiado por su fuerza y sabiduría. Implica también la exaltación del ánimo por algo que causa interés, alegría y admiración, provocado por una fuerte motivación interior. Se expresa como apasionamiento, fervor, audacia y empeño. Se opone al desaliento, al desinterés, a la apatía, a la frialdad y a la desilusión.

El “Dios activo dentro” de nosotros es el regalo que nos hizo Jesús en Pentecostés, el Espíritu Santo: “Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto.” (Lc 24, 49). Se realiza así lo anunciado por los profetas, “les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes.” [c] (Ez. 36, 26) (CEA, Orientaciones pastorales para el trienio 2012-2015)

 

El entusiasmo, el fervor al cual nos llama el Señor, bien sabemos que no puede ser el resultado de un movimiento de voluntad o un simple cambio de ánimo. Es gracia... renovación interior, transformación profunda que se fundamenta y apoya en una Presencia, que un día nos llamó a seguirlo y que hoy, una vez más, se hace camino con nosotros, para transformar nuestros miedos en ardor, nuestra tristeza en alegría, nuestros encierros en nuevas visitaciones…

Al darte gracias de corazón por todo tu camino de catequista, por tu tiempo y tu vida entregada, le pido al Señor que te dé una mente abierta para recrear el diálogo y el encuentro entre quienes Dios te confía y un corazón creyente para seguir gritando que El está vivo y nos ama como nadie. Hay una estampa de María Auxiliadora que dice: [c]“Vos que creíste, ayudame!” Que Ella nos ayude a seguir siendo fieles al llamado del Señor…

No dejes de rezar por mí para que sea un buen catequista. Que Jesús te bendiga y la Virgen Santa te cuide. Afectuosamente

Card. Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires
Buenos Aires, 21 de Agosto de 2012


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Martes, 21 de agosto de 2012

Texto del micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT 9 (18 de agosto de 2012). (AICA)

El evangelio de este domingo nos presenta una de las verdades más profundas de la fe cristiana. Me refiero a la presencia de Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía, que es el modo que él ha elegido para quedarse con nosotros: “Este es el sacramento de nuestra fe”, exclamamos con gozo en la celebración de la Misa.

Estamos ante el testamento del Señor, que san Pablo lo vive y lo trasmite diciendo: “Lo que yo recibí del Señor, y mi vez les he trasmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, dio gracias, lo partió y dijo: Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía” (1 Cor. 11, 23). Esta verdad es lo que celebramos en la Santa Misa. Por ello, el Concilio Vaticano II define a la celebración de la Eucaristía, como: “fuente y cumbre de la vida cristiana y de la Iglesia” (S.C. 10).

Las verdades de fe en cuanto se viven en un hombre concreto, necesitan de una base o contexto cultural en el que poder expresarse. La fe en Dios, revelada por Jesucristo, no es algo intimista o sólo espiritual sino que es sacramental, visible, y la celebramos como fuente de vida. Así lo ha querido el Señor. Es cierto que la fe cristiana es independiente de una cultura determinada, prueba de ello es el testimonio de tantos hombres y mujeres que llegan, incluso, al martirio por su fe.

Pero es cierto, también, que la fe se vive y trasmite en el ámbito de una cultura, precisamente por su condición sacramental. Este es un desafío para la fe cristiana. Ella vive en lo concreto de una cultura en la que se encarna y la enriquece desde el Evangelio. Esto se debe a que la fe se vive y asume el tiempo de nuestra historia en la que se encarna, pero no queda encerrada en sus límites, sino que nos abre a una esperanza que la trasciende y que es la vocación última del hombre. La fe nos purifica y libera de toda esclavitud.

Estas reflexiones me permiten valorar el significado de la Misa Dominical como la importancia de ser un día Festivo, tanto para la vida de la fe como de un tiempo dedicado a la familia, al encuentro, la amistad y a las obras de caridad. Es importante recrear una cultura del Domingo como día Festivo. En esto tiene mucho valor el compromiso de la fe que, al conocer la dimensión espiritual del hombre y el significado celebrativo de la fe, le permite mostrar a la sociedad la necesidad de recrear una cultura que no deje al hombre encerrado en un mundo que se defina sólo en términos de comercio.

En este sentido la fe, al rescatar la dimensión humana y espiritual del hombre, le recuerda un deber a la sociedad. Cuando se pierde el significado del Domingo se empobrece el marco que sostiene una cultura de valores que cuida y eleva al hombre. En esto tienen mucha responsabilidad el Estado como las diversas Cámaras de Comercio. Jerarquizar la semana no es una pérdida para nadie, por el contrario, es signo de madurez política y de una cultura que pone al hombre en el centro.

Reciban de su obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor que nos invita a santificar el Domingo.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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ZENIT nos ofrece el artículo de nuestro colaborador habitual monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas, México. Esta vez aborda en interesante tema del acercamiento de la Palabra de Dios a las lenguas autóctonas americanas como el náhuatl.

Traducciones al náhuatl
El idioma de la Virgen con Juan Diego

+ Felipe Arizmendi Esquivel

HECHOS

Según el censo de 2010, en el país hay 1.544,968 mexicanos que declararon hablar el náhuatl, que no es un dialecto, como dicen quienes no conocen esta cultura ancestral, sino un verdadero idioma, que ha configurado mucho de nuestra identidad nacional. Con dolor y vergüenza constatamos que no hay una traducción náhuatl católica de la Biblia y de los textos litúrgicos, que haya sido aprobada por la Conferencia del Episcopado Mexicano y la Santa Sede; en cambio, hay varias protestantes, con varios errores culturales y doctrinales.

Es el idioma que habló la Virgen de Guadalupe con Juan Diego. En 16 diócesis se habla y algunas están haciendo esfuerzos aislados para lograr estas traducciones; conviene compartir sus esfuerzos y coordinarlos en la medida de lo posible.

Del 6 al 9 de agosto, en el auditorio de la Basílica de Guadalupe, ciudad de México, se llevó a cabo un Taller de Cultura Náhuatl, organizado por las Dimensiones de Pastoral Bíblica, Pastoral Litúrgica, Doctrina de la Fe, Pastoral de la Catequesis, Pastoral Indígena y Pastoral de la Cultura, del Episcopado Mexicano. Los objetivos fueron: Compartir criterios bíblicos, teológicos, litúrgicos, antropológicos y pastorales para hacer traducciones bíblicas y litúrgicas; coordinar esfuerzos y llegar a posibles acuerdos de ayuda mutua.

Participaron 56 personas, sacerdotes, religiosas y laicos, casi todos hablantes del náhuatl, de las arquidiócesis de México, Puebla y Tulancingo, y de las diócesis de Huejutla, Ciudad Valles, Cuernavaca, Orizaba, Tuxpan, Tlapa, Texcoco, Tehuacán, San Andrés Tuxtla y Huautla. Faltaron de Papantla, Coatzacoalcos y Chilapa-Chilpancingo. San Cristóbal de las Casas compartió su experiencia del proceso que siguió para el tseltal y el tsotsil. Mons. Juan Manuel Sierra, de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, de Roma, expuso los criterios litúrgicos de la Iglesia y el proceso a seguir. Se compartieron experiencias y materiales.

CRITERIOS

En fidelidad a Jesucristo, que se encarnó en una cultura marginal, y al camino que siguió la Virgen de Guadalupe para una evangelización perfectamente inculturada, en Aparecida dijimos: “Como Iglesia, que asume la causa de los pobres, alentamos la participación de los indígenas y afroamericanos en la vida eclesial. Vemos con esperanza el proceso de inculturación discernido a la luz del Magisterio. Es prioritario hacer traducciones católicas de la Biblia y de los textos litúrgicos a sus idiomas” (DA 94).

El Papa Benedicto nos ha dicho: “Si la inculturación de la Palabra de Dios es parte imprescindible de la misión de la Iglesia en el mundo, un momento decisivo de este proceso es la difusión de la Biblia a través del valioso trabajo de su traducción en las diferentes lenguas. A este propósito, se ha de tener siempre en cuenta que la traducción de las Escrituras comenzó ya en los tiempos del Antiguo Testamento, cuando se tradujo oralmente el texto hebreo de la Biblia en arameo (Ne 8,8.12) y más tarde, por escrito, en griego. Una traducción, en efecto, es siempre más que una simple trascripción del texto original. El paso de una lengua a otra comporta necesariamente un cambio de contexto cultural: los conceptos no son idénticos y el alcance de los símbolos es diferente, ya que ellos ponen en relación con otras tradiciones de pensamiento y otras maneras de vivir. Durante los trabajos sinodales se ha debido constatar que varias Iglesias locales no disponen de una traducción integral de la Biblia en sus propias lenguas. Cuántos pueblos tienen hoy hambre y sed de la Palabra de Dios, pero, desafortunadamente, no tienen aún un «fácil acceso a la sagrada Escritura», como deseaba el Concilio Vaticano II. Por eso, el Sínodo considera importante, ante todo, la formación de especialistas que se dediquen a traducir la Biblia a las diferentes lenguas. Animo a invertir recursos en este campo” (Verbum Domini, 115).

PROPUESTAS

Demos la importancia que merece a la traducción bíblica y litúrgica a las diversas etnias originarias; es un derecho que tienen y una obligación pastoral de nuestra parte.


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Lunes, 20 de agosto de 2012

ZENIT nos ofrece el mensaje de monseñor Francisco Gil, arzobispo de Burgos, que, en medio de un laicismo y un relativismo que afecta a continentes enteros como Europa, y a pocas semanas para la inauguración de la Asamblea especial de los Obispos sobre la Nueva Evangelización,  reflexiona sobre este fenómeno sacando a la luz casos que son un verdadero retorno al tema de Dios.

Dios está de moda
El arzobispo de Burgos analiza cómo algunos salen del letargo en Europa

+ Francisco Gil Hellín

Alguien podía pensar que la historia de los grandes conversos es agua pasada. La realidad es muy distinta. Las letras francesas, por ejemplo, siguen las huellas de Paul Claudel, Péguy o Mauriac y cada vez son más frecuentes las novelas y ensayos que tienen como protagonista la fe cristiana. Siguiendo el sendero de escritores de tanta talla como Tournier o Decoin, está surgiendo una nueva generación de autores creyentes, cuyas obras literarias y filosóficas buscan la concordancia con el mensaje evangélico.

Más aún, autores como Sylvie Germain, están viendo que sus obras comienzan a seducir en la laica Francia y más allá de las fronteras galas, según recogía recientemente el diario italiano Avvenire. En las páginas de Le Figaro, Francois Tallandier, otro talentoso escritor de la nueva literatura francesa, ha explicado las razones de su silenciosa conversión al catolicismo, tras largos años de profundo escepticismo. «Quizás por el esplendor de Bourges, que daba alas a Stendhal para ser cristiano. Quizás por la modesta dulzura de la iglesia románica de Ennezat. Quizás porque un día, oyendo pronunciar la palabra ‘católico’ con el desprecio de quien no necesita más razones, me he cansado y he dicho abiertamente: ‘Soy católico’».

El itinerario creativo de F. Hadjadj es también una referencia en la cultura francesa. Este escritor e intelectual judío, se ha convertido al catolicismo después de una larga fase de ‘nihilismo’. En un ensayo analiza con ironía y pasión su indiferencia hacia la muerte de las sociedades de Occidente, mientras llama a la alegría fundada en las razones que aporta la fe. El mismo Dactec, intelectual excéntrico y controvertido, se ha atrevido a gritar en público que «no hay futuro para la humanidad fuera de Cristo».

Son algunos ejemplos de ese cada vez más numeroso grupo de conversos que están llegando al catolicismo y -lo que quizás llama aún más la atención- que no tienen ningún complejo para declararlo. Ellos me traen a la mente personajes históricos de tanto relieve como Tertuliano, el más brillante abogado de Cartago; san Cipriano, igualmente brillante abogado convertido en plena madurez; y el sin igual san Agustín. Más próximos a nosotros, la italiana Alexandra Borghese y la española María Nájera.

Sin que sea una conversión en sentido estricto, no deja de llamar la atención el caso de Akiko Tamura. Tiene treinta y siete años y una brillante carrera a sus espaldas como cirujana torácica en la Clínica Universitaria de la Universidad de Navarra. Tras hacer sus primeras prácticas en la Universidad de Harvard y ampliar su especialidad en el Hospital de Massachussets, aterrizó en Pamplona y alcanzó un gran prestigio profesional. El último Jueves Santo –lo ha contado ella misma en una entrevista al diario ABC- «iba en mi coche tan tranquila y de repente, en medio de mi corazón noté claramente que Dios me pedía ser carmelita descalza. Ni oí voces ni visiones, sólo sentí una paz y un amor de Dios bestial». Nunca se me hubiera ocurrido «meterme monja en un convento», añade, pero «es el plan de Dios». Efectivamente, acaba de ingresar como carmelita descalza en el convento de Zarautz.

Sin salir de nuestra diócesis, las religiosas de Iesu Communio podrían contarnos muchos casos parecidos. No pocas han dejado su profesión de ingenieras, arquitectas o médicos y locas de contento vistiendo un tosco y sencillo hábito. Sin entrar en los muros de un convento, cuántos profesionales de prestigio, estudiantes de primero de carrera, amas de casa o chicos y chicas han descubierto en medio de la calle –donde siguen- la verdad de lo que decía con convicción santa Teresa de Jesús: «Sólo Dios basta». En el fondo, ésta es la razón por la que vienen a la fe tantos profetas y apóstoles del nihilismo o el escepticismo, o salen del letargo religioso tantos creyentes tibios, convirtiéndose en verdaderos creyentes y apóstoles.


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ZENIT  nos ofrece las palabras del papa al introducir la oración mariana del Angelus, el domingo 19 de Agosto de 2012, desde el balcón del patio interior del Palacio Apostólico de Castel Gandolfo a los fieles y peregrinos presentes.

¡Queridos hermanos y hermanas!

El evangelio de este domingo (cf. Jn 6,51-58) es la parte final y culminante del discurso pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, después de que el día anterior había dado de comer a miles de personas con solo cinco panes y dos peces. Jesús revela el significado de ese milagro, es decir, que el tiempo de las promesas se ha cumplido: Dios Padre, que con el maná había alimentado a los israelitas en el desierto, ahora lo envió a Él, el Hijo, como verdadero Pan de vida, y este pan es su carne, su vida, ofrecida en sacrificio por nosotros. Se trata, por lo tanto, de acogerlo con fe, no escandalizándose de su humanidad; y de lo que se trata es de "comer su carne y beber su sangre" (cf. Jn. 6,54), para tener en sí mismo la plenitud de la vida.

Está claro que este discurso no tuvo la intención de atraer consensos. Jesús lo sabe y lo pronuncia intencionalmente; y de hecho aquel fue un momento crítico, un punto de inflexión en su misión pública. Las personas, y los propios discípulos, estaban entusiasmados con él cuando realizaba señales milagrosas; e incluso la multiplicación de los panes y de los peces fue una clara revelación que Él era el Mesías, tanto así que después la multitud habría querido aclamar triunfalmente a Jesús y proclamarlo rey de Israel. Pero esta no era la voluntad de Jesús, quien justamente, con ese largo discurso reduce los entusiasmos y causa muchos desacuerdos. Él, de hecho, explicando la imagen del pan, afirma de haber sido enviado a ofrecer su propia vida, y que los que quieran seguirlo, deben unirse a Él en forma personal y profunda, participando en su sacrificio de amor.

Por eso Jesús instituirá en la Última Cena el sacramento de la Eucaristía: para que sus discípulos puedan tener en sí mismos su caridad, --esto es decisivo--, y, como un único cuerpo unido a Él, extender en el mundo su misterio de salvación. Al escuchar este discurso la multitud comprendió que Jesús no era un Mesías como querían, que aspirase a un trono terrenal. No buscaba consensos para conquistar Jerusalén; más bien, quería ir a la Ciudad santa para compartir la suerte de los profetas: dar la vida por Dios y por el pueblo. Aquellos panes, partidos para miles de personas, no querían provocar una marcha triunfal, sino pre-anunciar el sacrificio de la Cruz, en la que Jesús se vuelve Pan, cuerpo y sangre ofrecidos en expiación. Así es que Jesús dio ese discurso para desengañar a las multitudes y, sobre todo, para provocar una decisión en sus discípulos. De hecho, muchos de ellos, desde allí, no lo siguieron más.

Queridos amigos, dejémonos también nosotros sorprender nuevamente por las palabras de Cristo: Él, grano de trigo arrojado en los surcos de la historia, es la primicia de la nueva humanidad, liberada de la corrupción del pecado y de la muerte. Y redescubramos la belleza del sacramento de la Eucaristía, que expresa toda la humildad y la santidad de Dios: el hacerse pequeño, Dios se hace pequeño, fragmento del universo para reconciliar a todos en su amor. La Virgen María, que dio al mundo el Pan de la vida, nos enseñe a vivir siempre en profunda unión con Él.

Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.

© Librería Editorial Vaticana


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S?bado, 18 de agosto de 2012

ZENIT nos ofrece el comentario al evangelio del domingo por el padre Jesús Álvarez, paulino.

Pan y vino de vida eterna
Comentario al evangelio del Domingo 20° del T.O./B

Jesús Álvarez, SSP

“Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre; y el pan que yo les voy a dar, es mi carne por la vida del mundo». Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.»” (Juan 6, 51-59).

Las palabras de Jesús sobre el Pan de Vida eterna resultan inaceptables para la mayoría de sus oyentes. Por eso lo abandonan, menos los Doce. Y Jesús los interpela también a ellos, poniéndolos con firmeza ante la alternativa de creerle o de irse.

Mientras Jesús hace curaciones, multiplica y reparte alimentos, todos lo admiran y quieren estar a su lado. Pero aceptar la oferta del Pan espiritual de Vida eterna, que vale infinitamente más, compromete sus seguridades, sus costumbres y su misma religión de ritos externos, sin compromiso de vida.

¿Han cambiado las cosas? ¡Cuántas veces se comulga la hostia!, pero no se comulga con Cristo Resucitado presente en la hostia, en su Palabra, en el prójimo, en la vida cotidiana, en el hogar, en el sufrimiento, en las alegrías, en el trabajo, e incluso en la oración.

Así Jesús resulta un “don nadie”, excluido de la vida… Y entonces no se pueden cumplir sus promesas: “Quien coma de este pan, vivirá para siempre”, “Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí yo en él”. La promesa de Jesús de identificarse con nosotros mediante la Comunión, se hace una realidad tan maravillosa, misteriosa y feliz, que hasta se nos puede volver increíble, inaceptable. Y así es humanamente. Mas para el Amor omnipotente de Dios, nada hay imposible.

Dos preguntas para llegar predispuestos a la proclamación de este evangelio dominical:¿Me contento con recibir la hostia, sin interés alguno de estar con Cristo, amarlo, imitarlo? ¿Me uno a Él, que se hace presente en mi persona, le dirijo la palabra y lo escucho?


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Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (12 de agosto de 2012). (AICA)

Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: "Yo soy el pan bajado del cielo". Y decían: "¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: 'Yo he bajado del cielo'?" Jesús tomó la palabra y les dijo: "No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo". (San Juan 6,41-51)

                  


Es interesante destacar aquí, la presencia de Dios siempre al lado de su pueblo en el camino del desierto. Es decir que todos nosotros estamos caminando por un desierto. Un desierto que a veces es ausencia de personas; o un desierto que está colmado de personas pero en el que, también a veces, el ser humano se encuentra solo y con angustia.

Hay un “pan venido del cielo” y el agua que “surgirá de la roca”; dos signos vitales, el pan y el agua que necesitamos para vivir. No son sólo signos indicativos sino también eficaces; signos del Señor que nos va comunicando el alimento vital para nuestra propia vida.

La fe en Jesús es en primer plano, siempre; pero esta fe tiene que estar unida a los sacramentos de la fe. Son inseparables, tanto la fe como los sacramentos. Vemos que la fe exige el sacramento y el sacramento es incomprensible sin la fuerza de la fe. De allí la importancia que nuestro trato, nuestra relación y vinculación con Cristo y con la Iglesia sea a través del ámbito de la fe.

El Santo Padre, Benedicto XVI, nos invita para el próximo mes de octubre a iniciar el Año de la Fe para revitalizarla, fortalecerla, purificarla, tomando más conciencia de aquello que nos une y saber que Jesucristo no es una ideología sino que es la Persona Viva, en Él y en la Iglesia. Porque en la Iglesia encontramos a Cristo y Cristo se nos da a través de la Iglesia. Es el único que sacia plenamente y “quien lo come no muere y tiene la vida.”

Pidamos al Señor que fortalezca nuestra fe; que sepamos que ha sido querido por le Padre y el Padre envió a Cristo, y por medio de Cristo nosotros conocemos al Padre. Por eso “el que cree tiene vida eterna”, el que cree en Jesús es lo máximo, es el mejor conocimiento. Así como nosotros tenemos que conocer muchísimas cosas, sería incompleto si no nos abrimos a la trascendencia. Y la fe es un verdadero conocimiento que no puede faltar al hombre, porque si le falta fe, es incompleto; si le falta fe, está mutilado; si le falta fe, no tiene plenitud de vida.

Que el Señor purifique nuestra fe para reconocerlo a Él como verdadero Pan, como verdadera Agua; dos signos vitales que el ser humano no puede prescindir de ellos porque se muere. Como no podemos prescindir de Cristo porque si prescindimos de Cristo, también nosotros nos agotamos y nos morimos. Porque quien lo come no muere.

Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


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Reflexión a las lecturas del domingo veinte del Tiempo Ordinario - B, ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR".

Domingo 20º del T. Ordinario B 

Hace tiempo, aprendí que de los contenidos de la fe sólo podemos conocer “el que”, es decir, el objeto de la fe.  No siempre podemos conocer el “cómo” (cómo se hace) Necesitaríamos ser tan sabios como Dios. Cuando unos científicos que estudian un posible milagro,  se limitan a decir, en su caso, que aquel hecho no tiene ninguna explicación científica. Me acordé de eso cuando leía y releía el Evangelio de este domingo. Decía: “Disputaban los judíos entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”. Y sin embargo, con qué facilidad lo resuelve el Señor: Su cuerpo, sabe a pan; su sangre sabe a vino. ¡Asombrosa transformación! ¡Inefable Misterio! Por eso el Señor se limita a decir: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”.

Ciertamente, si hay algo que todo el mundo entiende es que sin alimento no hay posibilidad de vida en un ser humano. A eso nos referíamos el domingo pasado cuando constatábamos que creer en Jesucristo es tener vida eterna; y que el alimento principal e imprescindible es el Pan de la Vida, la Eucaristía. Por eso dice el Señor: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.  Por tanto, nadie puede sentirse excluido ni dispensado de recibir con frecuencia este sacramento admirable.

No podemos olvidar que, en los primeros tiempos, cuando se celebraba la Eucaristía, se daba la comunión a todos los presentes que se encontraban dispuestos; y los diáconos llevaban la Eucaristía a los ausentes. De ahí la costumbre de llevar la comunión a los enfermos e impedidos. El enfermo, en efecto,  está dispensado de la Santa Misa, pero no puede dispensarse, por largo tiempo, como tantas veces sucede, del alimento de la Eucaristía.

Y Jesús continúa diciendo: “El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él”. ¡Qué grandeza!

Pero sucede algo distinto de lo que pasa con el alimento natural, que el organismo trata de asimilar para convertirlo en algo suyo. En la Eucaristía es Jesucristo el que nos une a Él, el que nos convierte en Él. ¡Se trata de una unión muy grande, inefable! ¡Nuestro ser queda “empapado” de Dios!  Es toda una corriente invisible de vida divina que procede del Padre: “El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí”. Tomamos parte de la misma vida de la Santísima Trinidad, es decir, de aquella por la que existe Dios desde siempre y para siempre.

Pero hay más. La Comunión nos une también a los hermanos, con los que formamos un solo Cuerpo. Podemos recordar aquí las palabras del Papa Pablo VI en la Solemnidad del Corpus del año 1969, cuando decía: “¿Cómo llama el pueblo cristiano a la Eucaristía? Comunión. Está bien, es verdad, ¿pero comunión con quién? Aquí el horizonte se abre, se ensancha, se alarga hasta perder sus límites. Se trata de una doble comunión: Con Cristo y entre nosotros, que en  Él somos y nos hacemos hermanos”. También nuestro cuerpo, tantas veces, morada de la Divinidad e instrumento del quehacer cristiano, tiene que participar de la gloria de la resurrección. Dice el Señor: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”.

Verdaderamente, la Eucaristía es el Pan de la Vida… En plenitud.

Y después de comulgar, hay que “demostrar con obras de caridad, piedad y apostolado, lo que se ha recibido por la fe y el sacramento”. Con la Misa, por tanto, con la Comunión, no termina todo. Sucede lo contrario. La Eucaristía es  alimento y tiene que producir sus frutos. El parásito es el que come y vive sin trabajar. Al que recibe el Pan del Cielo, con razón, se le exigen “obras de caridad, piedad y apostolado”.

Termino brindándoles esta conocida antífona eucarística: “Oh Sagrado Banquete, en el que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su Pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda (anticipo) de la gloria futura”.

Nos vendrá bien recordarla, repetirla, repensarla alguna vez. 

¡Buen Verano! ¡Feliz Día del Señor!


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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo veinte del Tiempo Ordinario - B.

ALIMENTARNOS DE JESÚS 

         Según el relato de Juan, una vez más los judíos, incapaces de ir más allá de lo físico y material, interrumpen a Jesús, escandalizados por el lenguaje agresivo que emplea: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?". Jesús no retira su afirmación sino que da a sus palabras un contenido más profundo.

         El núcleo de su exposición nos permite adentrarnos en la experiencia que vivían las primeras comunidades cristianas al celebrar la eucaristía. Según Jesús, los discípulos no solo han de creer en él, sino que han de alimentarse y nutrir su vida de su misma persona. La eucaristía es una experiencia central en sus seguidores de Jesús.

         Las palabras que siguen no hacen sino destacar su carácter fundamental e indispensable: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida". Si los discípulos no se alimentan de él, podrán hacer y decir muchas cosas, pero no han de olvidar sus palabras: "No tenéis vida en vosotros".

         Para tener vida dentro de nosotros necesitamos alimentarnos de Jesús, nutrirnos de su aliento vital, interiorizar sus actitudes y sus criterios de vida. Este es el secreto y la fuerza de la eucaristía. Solo lo conocen aquellos que comulgan con él y se alimentan de su pasión por el Padre y de su amor a sus hijos.

          El lenguaje de Jesús es de gran fuerza expresiva. A quien sabe alimentarse de él, le hace esta promesa: "Ese habita en mí y yo en él". Quien se nutre de la eucaristía experimenta que su relación con Jesús no es algo externo. Jesús no es un modelo de vida que imitamos desde fuera. Alimenta nuestra vida desde dentro.

         Esta experiencia de "habitar" en Jesús y dejar que Jesús "habite" en nosotros puede transformar de raíz nuestra fe. Ese intercambio mutuo, esta comunión estrecha, difícil de expresar con palabras, constituye la verdadera relación del discípulo con Jesús. Esto es seguirle sostenidos por su fuerza vital.

         La vida que Jesús transmite a sus discípulos en la eucaristía es la que él mismo recibe del Padre que es Fuente inagotable de vida plena. Una vida que no se extingue con nuestra muerte biológica. Por eso se atreve Jesús a hacer esta promesa a los suyos: "El que come este pan vivirá para siempre".

         Sin duda, el signo más grave de la crisis de la fe cristiana entre nosotros es el abandono tan generalizado de la eucaristía dominical. Para quien ama a Jesús es doloroso observar cómo la eucaristía va perdiendo su poder de atracción. Pero es más doloroso aún ver que desde la Iglesia asistimos a este hecho sin atrevernos a reaccionar. ¿Por qué?

José Antonio Pagola

 

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
 19 de agosto de 2012
20 Tiempo ordinario (B)
Juan 6, 51-58


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VIGÉSIMO DOMINGO B     

MONICIONES

 PRIMERA LECTURA

         La Lectura del Antiguo Testamento que vamos a escuchar nos invita a comer y beber el pan y el vino de la Sabiduría divina. Para los cristianos la Sabiduría del Padre es Jesucristo, a quien estos domingos contemplamos como el Pan del Cielo.

 

SALMO

         El salmo nos invita un domingo más a admirar y alabar la bondad de Dios que nos da el Pan del Cielo. Decimos: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”.

 

SEGUNDA LECTURA

         La fe, cuando es auténtica, tiene consecuencias prácticas muy concretas en la vida de los cristianos. S. Pablo nos habla de ellas en estos domingos. Escuchemos la lectura de hoy.

 

EVANGELIO

         En el Evangelio Jesucristo continúa hablándonos del Pan de vida. Sin comida no hay vida, nos dice hoy.

(Dispongámonos a escuchar su Palabra cantando el aleluya).

 

COMUNIÓN

         Al acercarnos a comulgar recordemos la palabra escuchada: “Mi carne es verdadera comida, mi sangre es verdadera bebida”. A este respecto dice el Concilio de Florencia: “Todos los efectos que el alimento y la bebida material producen en la vida del cuerpo, como son: el sustento, el crecimiento, la restauración y el gusto, los opera este sacramento en cuanto a la vida del espíritu”.

Ojalá lo recibamos siempre bien y con frecuencia. 


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Jueves, 16 de agosto de 2012

Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el décimo noveno domingo durante el año (12 de agosto de 2012). (AICA)

El Evangelio de este domingo (Jn. 6, 41-51), nos sigue relatando la multiplicación de los panes. Por un lado la preocupación del Señor “por el gentío que acudía a él” porque no tenían para comer. Pero también este relato tiene una referencia directa al tema eucarístico y es en este texto de San Juan que el Señor nos dice: “Yo Soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo les voy a dar, es mi carne para la vida del mundo…” (51). En la raíz del relato está la mirada compasiva del Señor a la multitud porque estaban como ovejas sin Pastor. Es una mirada que parte del Amor. La eucaristía y toda la realidad que implica el pan compartido y la solidaridad social necesitan fundamentarse en una comprensión correcta del amor. El Papa Benedicto XVI tanto en su primera encíclica “Dios es Amor”, como en otras reflexiones coloca el tema de la caridad, como una clave para responder a los desafíos de la evangelización en este inicio del siglo XXI. En la primera sesión de la V Conferencia de América Latina y el Caribe, realizada en Aparecida, el Papa dice que América Latina no tiene que ser solo el Continente de la Esperanza, sino también el Continente de la Caridad.

La acción evangelizadora de la Iglesia, desde la caridad, el amor donado y Pascual de Jesucristo, el Señor, se interesa e implica en toda la realidad humana, y por lo tanto en la cuestión social. El Papa en su última encíclica “Caritas in Veritate” (La caridad en la verdad), señala esto en la introducción: “La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia. Todas las responsabilidades y compromisos trazados por esta doctrina provienen de la caridad que, según enseña Jesús, es la síntesis de toda la ley (Mt. 22,36-40). Ella da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo; no es solo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas…” (2).

El pasado 7 de agosto hemos celebrado a “San Cayetano”. Fiesta tan querida por nuestro pueblo y que expresa la valoración del trabajo que tiene nuestra gente, porque desde un trabajo digno se puede ganar el pan de cada día, y esto ayuda a tener paz en las familias y en la sociedad. Ante esto no es extraño que la doctrina social de la Iglesia acentúe y priorice “el trabajo como clave de la problemática económica y genuino generador del capital. Así como la preocupación en la expresión de la Iglesia, cuando señala el “flagelo de la pobreza” especialmente causada por la desocupación o bien, la precariedad laboral, donde tantos viven con changas pasajeras y sin cobertura social alguna.

El documento de Aparecida señala algunas de las causas que generaron la actual crisis en la que aún estamos sumergidos y nos señala también la responsabilidad de la empresa en una sociedad que busque madurar la responsabilidad social. El texto de mayo de 2007 nos dice: “La actual concentración de rentas y riquezas se da principalmente por los mecanismos de sistemas financieros. La libertad concedida a las inversiones financieras favorece al capital especulativo, que no tiene incentivos para inversiones productivas de largo plazo, sino que busca el lucro inmediato en los negocios con títulos públicos, monedas y derivados. Sin embargo, según la Doctrina Social de Iglesia, “el objeto de la economía es la formación de la riqueza y su incremento progresivo, en términos no solo cuantitativos, sino cualitativos: todo lo cual es moralmente correcto si está orientado al desarrollo global y solidario del hombre y de la sociedad en la que vive y trabaja. El desarrollo, en efecto, no puede reducirse a un mero proceso de acumulación de bienes y servicios. Al contrario, la pura acumulación, aún cuando fuese en pro del bien común, no es una condición suficiente para la realización de una auténtica felicidad humana”. La empresa está llamada a prestar una contribución mayor en la sociedad, asumiendo la llamada responsabilidad social-empresarial desde esa perspectiva” (69).

En este domingo que hace referencia al texto bíblico de la multiplicación de los panes, nos permite recordar el consejo del Papa en la encíclica Sacramentum Caritatis: “Nuestras comunidades cuando celebran la Eucaristía han de ser cada vez más conscientes de que el Sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse “pan partido” para los demás, y por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno… En verdad la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo” (88).

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas


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Palabras de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, al Honorable Concejo Deliberante en la Fiesta de la Asunción de María Virgen (15 de agosto de 2012). (AICA)

Quiero agradecer en primer lugar a este Honorable Concejo Deliberante, a su presidente Don Armando Bertolotto, y a todos sus integrantes, que representan a la Comunidad de Avellaneda, la cordial recepción que me brindan como Obispo Diocesano para esta Sesión que cada año nos reúne para ofrecer nuestro homenaje a María de la Asunción, Patrona de nuestra Ciudad y de nuestra Diócesis. Saludo en particular y agradezco la presencia del Sr. Intendente Municipal, Ing. Jorge Ferraresi y a todo su equipo de conducción.

La Fiesta de la Asunción a la gloria del cielo de María, en alma y cuerpo, es decir, en todo su ser humano, en la integridad de su persona nos concede la gracia de renovar nuestro amor a la Virgen, de admirarla y alabarla por las “maravillas” que el Todopoderoso hizo por ella y obró en ella. Al contemplar a la Virgen María se nos da otra gracia: la de poder ver en profundidad también nuestra vida. Si, porque también nuestra existencia diaria, con sus problemas y sus esperanzas recibe luz de la Madre de Dios, de su itinerario espiritual, de su destino de gloria, un camino y una meta que pueden y deben llegar a ser, de alguna manera, nuestro mismo camino y nuestra misma meta. Allí donde está la madre, también estaremos nosotros, sus hijos.

María, nos anima a vivir en la esperanza. Los cristianos tenemos un futuro: aunque no conozcamos los pormenores de lo que nos espera, sabemos que la vida, en conjunto no acaba en el vacío. Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente. Por lo tanto, el mensaje cristiano no es solo “informativo” sino “performativo”. Esto significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par.

Quien tiene esperanza vive de otra manera, se le ha dado una vida nueva. (cf. Benedicto XVI, Carta Encíclica Spes Salvi, nª 2).

Estas Fiestas Patronales se celebran en el marco de un acontecimiento eclesial universal, el 50 aniversario del inicio del Concilio Vaticano II. Este fue convocado e iniciado por el Beato Juan XXIII, el 11 de octubre de 1962 y tuvo como cierre el 8 de diciembre de 1965, bajo el Pontificado del querido Papa Pablo VI.

Nos decía el Concilio, en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, nº 3. “El Concilio, testigo y expositor de la fe de todo el Pueblo de Dios, congregado por Cristo, no puede dar prueba mayor de solidaridad, respeto y amor a toda la familia humana que la de dialogar con ella acerca de todos estos problemas, aclarárselos a la luz del Evangelio y poner a disposición del género humano el poder salvador que la Iglesia, conducida por el Espíritu Santo, ha recibido de su Fundador. Es la persona humana que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es por consiguiente, el hombre, pero el hombre entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad, quien centrará las explicaciones que van a seguir”

El Concilio, quiere proclamar la altísima vocación del hombre y la presencia en él de un germen divino y ofrecer a la humanidad una cooperación sincera, que instaure la fraternidad universal que responda a esa vocación. No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar bajo el Espíritu Santo, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no juzgar, para servir y no para ser servido (Jn. 3,17).

María sube en cuerpo y alma, la mujer entera, esto celebramos. El Concilio nos decía hay que trabajar por el hombre entero, cuerpo y alma. Tenemos que pensar nuestra realidad en el horizonte de lo trascendente. Al comenzar la Edad Moderna dijo alguien que deberíamos vivir como si Dios no existiera. Esto ha ocurrido, y a la vista tenemos las consecuencias. Nuestra regla debe ser exactamente la contraria: vivir en todo instante dando como supuesto que Él existe, y conforme a lo que Él es, porque por fuerza es lo que es. Este vivir significa dar oído a su Palabra y a su Voluntad, sintiéndonos mirados por Sus ojos. De este modo, sentiremos que pesa más nuestra responsabilidad; pero, en compensación, se hará más fácil y más humana nuestra vida. Mas fácil, porque nuestros errores, fracasos, privaciones y pérdidas jamás nos parecerán definitivos y fatales, sabiendo como sabemos que detrás de todo ello existe siempre un sentido, y que nada esta perdido para siempre. Desde esta perspectiva, nos aparece en primer plano el lado bueno de las cosas. Ciertamente, con mirar hacia el Cielo no impedimos que lo ingrato siga siéndolo; pero su peso habrá menguado, porque todo será para nosotros penúltimo. No nos rebelaremos cuando las cosas no resulten como quisiéramos, o se frustren nuestros propósitos: porque sabemos que, en el fondo, hay algo bueno en ello, toda vez que Dios es bueno. (Cf. Card. J. Ratzinger. Homilía sobre la Asunción).

Es en este espíritu que intento esbozar y sugerir algunas cuestiones que considero de vital importancia.

Hoy se constata, que en este cambio de época, con la influencia que tiene la globalización y una cultura relativista y consumista, exaltando el individualismo, se ha ido debilitando el valor de la verdad y de la objetividad. Podríamos dar muchos ejemplos que avalan esta afirmación. Todo es subjetivo: “solo por hoy” y el famoso “sálvese quien pueda” está llevándonos a un individualismo peligroso y nocivo, horadando las virtudes sociales que deberían ser las convicciones más profundas para nuestra querida Nación. Nos decía, el beato Juan Pablo II, en su Encíclica Fides et Ratio, (nº 90), “la alta responsabilidad de mantener despierta la sensibilidad ante la verdad y el bien recae sobre cualquiera que desempeñe el papel de guía en el campo religioso, político o cultural, cada uno según su modo propio. Juntos debemos comprometernos en la lucha de la libertad y en la búsqueda de la verdad: ambas van juntas, mano a mano, o juntas perecen miserablemente”

La verdad y la objetividad son valores que no dependen de la interpretación subjetiva. Son verdades universales y que nunca deberían ser eclipsadas por intereses particulares, por muy importantes que sean, porque ello conduciría únicamente a nuevos casos de fragmentación social o discriminación, que precisamente esos grupos de interés o de presión declaran que quieren superar. Nos dice Benedicto XVI. “Los individuos, las comunidades y los estados sin la guía de verdades morales objetivas, serían egoístas y sin escrúpulos, y el mundo sería un lugar peligroso para vivir” (Disc. Chipre, 5 de junio de 2010)

Mi pensamiento va hoy hacia los jóvenes y los niños: cómo los preparamos, qué les dejamos, cómo los acompañamos, como ellos con nosotros y nosotros con ellos construimos una nueva civilización. Debemos salir de la trampa de lo mediático. No le tengo miedo al juicio de hoy, sino a la verdad que me juzgará mañana. Por la misma fuerza de la verdad, se verá en todos los ordenes, personales, familiares, sociales y políticos si hemos caminado en la verdad, en la justicia, en la libertad y en el amor, procurando así sostener y construir el hermoso puente de la paz.

Es necesario detenerse y levantar la mirada hacia el futuro concretándolo en este presente. El futuro cierto se amasa en el concreto presente del hoy. Debemos tener decisiones con coraje y con clarividencia a favor de la verdad y de la paz. Este camino es también de los jóvenes.

La educación es fundamental, tema crucial para todas las generaciones, puesto que de la educación depende el sano desarrollo de cada persona, para el futuro de toda la Sociedad.

Hay que pensar en la familia: ella es anterior al Estado y éste debe cuidarla y protegerla. Debemos reconocer que todo es docencia, hasta cuando comemos, hablamos y dialogamos. Hasta cuando vemos un partido de futbol. Nada es indiferente y nada es insignificante. Estamos en tiempos de cambios, pero estos deben ser tomados y vividos en el reconocimiento de la dignidad inalienable de toda persona humana y de sus derechos fundamentales. El respeto de la persona debe ser el centro de las Instituciones y de las Leyes. La familia debe ser valorizada y no combatida. Son necesarias políticas que valoricen y que ayuden a la cohesión social y al diálogo respetuoso entre todos.

Le pedimos hoy al Señor que nos ayude a vivir dando razones de nuestra esperanza, ya que la vida no termina en el vacío, que su destino definitivo no es la corrupción, sino la inmortalidad. Porque está claro el fin, debemos implementar muy bien y de forma concreta los medios. Como nos dice, el Señor, “he venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10,10).

La Virgen María, asunta al cielo, en estas celebraciones cívicas y patronales, nos fortalezca, nos ilumine y nos entusiasme a seguir trabajando y buscando infatigablemente el bien común. Que bendiga nuestras familias, nuestra Ciudad de Avellaneda, este Honorable Concejo y a cada uno de los presentes.

Dios los bendiga y la Virgen los proteja. Muchas gracias.

Mons. Rubén O.Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
Avellaneda, 15 de agosto de 2012


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Mi?rcoles, 15 de agosto de 2012

Reflexión de mosneñor Oscar Vicente Ojea, obispo de San Isidro (Miércoles 15 de agosto de 2012). (AICA)

Celebramos con inmensa alegría el día de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos.

Vamos a reflexionar un poquito en la figura de nuestra madre.

Dios es el único que pudo elegir a su madre. Nosotros no elegimos a nuestra madre. Tenemos la madre que tenemos, la queremos, la que Dios nos regaló. Pero él pudo elegir a su madre. Y eligió a la más humilde de todas las criaturas. En esto radica la belleza de la Virgen, en su humildad. Nadie como María sabía que era nada delante de Dios, cero delante de Dios. El Señor captó esa realidad, desde toda la eternidad, entonces la eligió para poder habitar entre nosotros.

María abrió su corazón y abrió su seno para poder entregarnos a Jesús, para que Jesús habitara en ella, Jesús se encarnara y pudiera caminar con nosotros el camino de la vida. Hacer con nosotros el camino de la vida.

Entonces, el día de la Asunción qué significa. Significa que Jesús le quiere agradecer a su mamá como lo recibió a él en la tierra. Entonces él la recibe gozoso en su casa del cielo.

Como si le dijera “mamá, abro mis brazos para recibirte, para agradecerte todo lo que hiciste por mí. ahora vení conmigo, este mundo te pertenece”.

Celebramos con alegría a María, que es la primera de los resucitados.

Ella por los méritos de la pasión de Jesús, de antemano actúan esos méritos y hacen que la Virgen, desde allí, pueda ejercer una tarea extraordinaria para con nosotros.

María se va pero no nos deja. María es más madre que nunca. María fue madre cuando acompañó a Jesús, fue más madre al pie de la cruz, porque allí nos recibió, nos adoptó como hijos. Y es plenamente madre, ahora desde el cielo, junto a su hijo, de la casa del cielo, porque está intercediendo por nosotros. María se preocupa, como se preocupó en las bodas de Caná, de cada detalle, de los que nos pasa y todo eso que nos pasa, en el corazón y en el cuerpo, se lo transmite a su hijo, se lo presenta a su hijo. Toda esa mediación de María es extraordinaria para poder llegar a su hijo. Así como ella nos trajo a su hijo, nos acercó a Jesús, así también ahora ella acerca a Jesús aquellas cosas que ella sabe, que ella conoce. Y la sabe por experiencia propia, porque María es criatura. María es lo mejor de nuestra creación. María es como nuestro representante más noble que tenemos en el cielo. María es de nuestra estirpe, de nuestra raza, de nuestro linaje y por eso mismo sabe cómo presentarle a Jesús aquellas cosas que duelen y aquellas cosas que espera el corazón humano.
Que tengan un feliz Día de La Asunción. Compartamos con gozo este camino de María que hoy se abraza para siempre con Jesús en el cielo, no para desentenderse de nosotros sino para estar cada vez más cerquita ejerciendo su maternidad.

Abramos nuestro corazón a ella y pongamos delante todo lo que somos para que ella lo bendiga, lo asuma y lo presente al corazón de Jesús.

Que la Virgen los bendiga y la Virgen los cuide y los proteja.

Mons. Oscar Vicente Ojea, obispo de San Isidro


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Mensaje de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, para la solemnidad de la Asunción de la Virgen María a los Cielos (15 de agosto de 2012). (AICA)

El 15 de Agosto celebramos la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María a los Cielos, que también se la conoce como la Fiesta del Tránsito de María o su Dormición, para expresar que ella no ha sufrido los signos propios de la muerte. La devoción a la Virgen María tiene en las Sagradas Escrituras y en la Tradición de la Iglesia, su fundamento más sólido. No podemos hablar de ella si no es a partir del plan de Dios, esto la hace una devoción profundamente bíblica. Al mismo tiempo, la presencia de María acompañando a los apóstoles en el nacimiento de la Iglesia hizo de ella una referencia única en el pueblo cristiano. Es, también, una devoción profundamente eclesial. Es más, la certeza de su maternidad divina, ella es la Madre del Hijo de Dios, sirvió al Concilio de Éfeso (430) como garantía para definir la naturaleza divina de Jesucristo. Ella no era la madre de un hombre, sino la Madre de Dios. La devoción a la Virgen María es, por ello, expresión de una madura espiritualidad bíblica y eclesial. Así lo ha vivido la tradición del pueblo cristiano.

El evangelio del día nos habla de este lugar de María en el plan de Dios, primero en su visita a Isabel y luego en su Cántico de Acción de Gracias. En el saludo de Isabel se resume la esperanza del pueblo elegido: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!”, para concluir con el mayor elogio que María recibió: “Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor” (Lc. 1, 42-44). Sólo en este contexto comprendemos quién es la Virgen María; cuando la sacamos del proyecto de Dios, en el que todo se orienta a Jesucristo, desconocemos el sentido de su elección y su misión. Ella misma se encargará desde el evangelio en orientar nuestra mirada a su Hijo: “Hagan todo lo que él les diga” (Jn. 2, 5). Una auténtica devoción a María nos debe llevar, por lo mismo, a imitar su actitud de fe, para descubrirnos en el proyecto de Dios y a encontrar, en Jesucristo, el sentido de nuestra vida. El encuentro con Cristo es la plenitud de la devoción a la Santísima Virgen.

En su Magnificat nos habla, también, del proyecto de Dios y es para nosotros una catequesis. Comienza por un reconocimiento de la grandeza del Señor, que es causa de gozo y gratitud. Cuando Dios ocupa su lugar el hombre alcanza su verdad de hijo, y en él recupera su libertad y confianza. La auténtica fe en Dios nos libera de toda esclavitud. En esta actitud de fe ella descubre la primera nota del amor de Dios que es su bondad: “miró con bondad mi pequeñez” (Lc. 1, 48), nos dice. Continuando, y en el marco de la experiencia del Pueblo de Dios, nos va a hablar de su misericordia: “que se extiende de generación en generación”. La misericordia en Dios, lejos de ser un sentimiento de lástima con el que sufre, es fruto de su amor personal que sana y eleva a sus hijos. Como hija predilecta de Dios nos enseña a relacionarnos con él en un clima de confianza y gratitud. Es consciente que el amor personal de Dios hacia ella implica un llamado, una misión, y lo vive con la alegría y la humildad de la verdad. Hoy nosotros somos testigos de aquella palabra profética, cuando exclama: “En adelante todas las generaciones me llamarán feliz”. Sí, hoy la llamamos feliz y queremos renovar nuestra devoción a su condición de Madre y Catequista de nuestro caminar. Que Ella nos enseñe a descubrirnos en el plan de Dios, al que estamos llamados y en el que tenemos una misión única y personal.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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Martes, 14 de agosto de 2012

Palabras introductorias de la Señora Alcaldesa de La Guancha en el Programa de las Fiestas Patronales 2012 en honor de Ntra. Sra. y Madre de La Esperanza.

De nuevo nos acercamos a una de las fechas más señaladas para todos los guancheros: la celebración de las Fiestas Patronales en honor a Nuestra Señora La Virgen de la Esperanza. 

Y es que a pesar de los momentos que atravesamos, en nuestra tarea diaria seguimos teniendo muy presente nuestra cultura, nuestras costumbres y nuestras tradiciones y tenemos que seguir apostando por nuestras fiestas, ese momento del año en el que honramos a nuestra patrona.

Así que en los próximos días, en ese ambiente festivo que se nos presenta, nos prepararemos una vez más para escuchar un poquito de nuestra historia, a través del pregonero de las fiestas, Don Agustín Yanes, un maestro guanchero que a buen seguro tiene muchas cosas que contamos. Pero también nos disponemos a sacar del armario los trajes tradicionales de toda la familia para disfrutar de nuestra popular Bajada de las Hayas. Llegará también nuestro particular homenaje a la agricultura con la Fiesta de la Cosecha y su elección de reina. Y protagonistas serán una vez más los momentos de fe que viviremos junto a nuestra patrona la Virgen de la
Esperanza, tanto dentro del templo parroquial, como fuera de él. Además, nuestra Iglesia del Dulce Nombre de Jesús, en este año 2012, nos brinda una nueva imagen en la fachada principal. Se ha recuperado el viejo torrejón de su fachada, unos trabajos que han devuelto a uno de los edificios más representativos del municipio su imagen original, otro atractivo más para los que aprecian el cuidado y el respeto en la acertada tarea de recuperación y rehabilitación de nuestro patrimonio. En este sentido tenemos que destacar la incansable labor de nuestro párroco Don Sebastián García, que llegó hace más de treinta años a este pueblo y que encontró el templo en un estado ruinoso y ha logrado con su enorme empeño y la colaboración de todos, convertirlo en lo que hoyes la Iglesia del Dulce Nombre de Jesús, motivo por lo que ha sido propuesto para convertirse en Hijo Adoptivo de La Guancha.

Quiero finalmente, animarles a todos a participar de los actos programados y les deseo de todo corazón, que las fiestas en honor a Nuestra Señora la Virgen de la Esperanza se conviertan en inolvidables para todos.

Elena Luis Dominquez
Alcaldesa de La Guancha

 


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Palabras introductorias del párroco al programa de las Fiestas Patronales a Ntra. Sra. de La Esperanza 2012 en el municipio de La Guancha.

LA ESPERANZA, ANCLA DE SALVACIÓN

Estimados feligreses

En la bella imagen de Ntra. Sra. de la Esperanza que se venera en nuestro templo, la Santísima Virgen tiene en una mano a su Hijo y en la otra un ancla. ¿Qué significa el ancla colgando de la mano de María?  Es una pregunta  que muchas veces  he escuchado durante estos largos años de permanencia entre vosotros.

El ancla es un instrumento náutico que permite a un barco fijar su posición en el mar sin tener que preocuparse de la corriente, oponiéndose a la fuerza de la marea. El ancla ha sido considerada desde la antigüedad como un símbolo de seguridad. Este instrumento, indispensable en la navegación, puede parecer en tiempos de bonanza un objeto inútil y un peso muerto en la carga del navío. Sin embargo, su presencia en cubierta garantiza la estabilidad de la barca e infunde a los marineros la confianza necesaria para proseguir la navegación y para realizar las faenas de la pesca.

He aquí que la iconografía católica representa la Esperanza con un ancla, siguiendo lo dispuesto en la Carta a  los Hebreos, que nos dice que «tenemos como segura y sólida un ancla de nuestra alma, que penetra hasta más allá del velo del santuario, donde entró por nosotros como precursor Jesús» (Hb 6, 17-20). El fundamento de esta esperanza es precisamente el hecho de que «en estos últimos tiempos Dios nos ha hablado por medio del Hijo».  El ancla representa ese objeto con el que nos aferramos a la esperanza de la salvación. Los cristianos al adoptar el ancla como un símbolo de esperanza en una existencia futura, simplemente dieron un nuevo y superior significado a un emblema que les era familiar. Es un símbolo a través del que se expresa que la esperanza es seguridad para la frágil barca de la Iglesia. Cristo es la esperanza que nunca falla para aquellos que creen en Él. El don del Hijo es prenda y garantía de todo y, en primer lugar, de la vida eterna. Si el Hijo es «heredero de todo»  (Hb 1,2), nosotros somos sus «coherederos» (Rm 8,17).

Volvamos a nuestra imagen de  la Esperanza: Nos muestra en sus manos el Niño y el ancla. Nos está diciendo: Nuestra esperanza, Jesús, es ancla de salvación. Nosotros imploramos a María como «esperanza nuestra», porque nos ha mostrado a Jesús y transmitido las grandezas que Dios ha hecho y hace con la humanidad. Así ha visto a María la Iglesia de todos los tiempos, que la alaba por habernos dado a Jesús, y se confía a ella por ser la Madre que su Hijo nos dejó desde la cruz.

¡Qué bellas palabras escribió San Bernardo para  los momentos de prueba!   “En los peligros, en las angustias, en las incertidumbres, piensa en María, invoca a María. Ella no se aleje nunca de tus labios, no se aleje nunca de tu corazón; y para que tú obtengas el auxilio de su oración, no te olvides nunca el ejemplo de su vida. Si tú la sigues, no puedes desviarte; si le rezas, no puedes desesperarte; si piensas en ella, no puedes equivocarte. Si Ella te sostiene, no caes; si Ella te protege, no tienes qué temer; si Ella te guía, no te cansas; si Ella te es propicia, llegarás a la meta…”

Durante las fiestas de este año 2012  seremos convocados a participar en diversos actos y tendremos de nuevo la oportunidad de dar gracias a Dios por María “esperanza nuestra”.

Sebastián García Martín


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Lunes, 13 de agosto de 2012

Homilía de monseñor José María Arancibia, arzobispo de Mendoza, en la celebración en la parroquia Nuestra Señora de Luján de Cuyo (Fiesta de San Lorenzo Mártir, 10 de agosto de 2012) (AICA)

1. Este año, la diócesis está echando una mirada de fe sobre su marcha de comunidad peregrina, cristiana y apostólica. Desde el lema bíblico "somos siembra de Dios", hemos procurado suscitar en las familias y comunidades una revisión sincera de su propio camino, abriendo el corazón a la Palabra de Dios. Así lo hemos recordado y aplicado en fiestas patronales, charlas, retiros y mensajes. Estoy seguro que los diáconos también han recibido y pensado esta propuesta: para sí mismos, para su familia, y su servicio en la comunidad.

2. Los diáconos han estado siempre cercanos al ministerio del Obispo, aunque en su mayoría son colaboradores inmediatos de los párrocos y sacerdotes.

Como Arzobispo de Mendoza, entonces, ¿cómo no voy a dar gracias a Dios, que en los últimos 15 años nos ha permitido ordenar 48 diáconos permanentes? Pronto se sumarán a ellos otros 3, admitidos para la ordenación del próximo 20 de agosto. En ese tiempo, no demasiado largo, los diáconos de esta Iglesia se han multiplicado por cuatro. De este manera, por la imposición de las manos y las palabras consecratorias del obispo, el Espíritu Santo los ha marcado para siempre. Reconozco en sus corazones una riqueza de gracia, que no sólo santifica su persona y la capacita para el servicio pastoral, sino que engrandece a toda la Iglesia, que en ustedes y por ustedes, puede ser hoy más santa y más servidora.

3. Es, pues, un deber de gratitud, reconocer la siembra generosa que Dios hace por iniciativa suya, más allá de disposición, a veces escasa. El sembrador esparce la semilla de su Palabra, a manos llenas; y ese grano lleva consigo un dinamismo propio y escondido, como la semilla que crece mientras el agricultor duerme, y que de pequeña se convierte en árbol frondoso y acogedor.

Una especial acción de gracias tengo que elevar esta noche:

- por sus familias y comunidades, donde seguramente escucharon el llamado del Señor a pertenecerle y a servirle;

- por la generosidad de su respuesta a esa vocación, que seguramente el mismo Señor va haciendo madurar todavía en sus corazones;

- por la Escuela Arquidiocesana de Ministerios, que les ofreció la formación necesaria, con la mejor dedicación que le fue posible, en cada etapa vivida por la diócesis;

- por sus familiares y amigos, por los párrocos y sacerdotes que los acompañan y alientan, no sólo en los momentos alegres y fáciles, sino también en los más arduos y costosos;

- sobre todo, por su triple ministerio cumplido: con la predicación de la Palabra de Dios; con la santificación que brindan al pueblo, por la oración, la bendición y los sacramentos; y con la edificación de los fieles, por la caridad, en la comunión eclesial;

- por último, gracias por el testimonio que, como hombres consagrados y clérigos de la Iglesia, tienen que dar no sólo en la comunidad cristiana, sino en ambientes no siempre comprensivos, ni deseos de las cosas del Señor, y que hasta se vuelven hostiles a Él.

4. Además de dar gracias, pienso en las dificultades de tantas situaciones, que desafían la paciencia y la perseverancia de los enviados por Dios, para sembrar la Palabra en el mundo. Quisiera alentarlos con la misma Palabra de Dios. Para ello, recurro a 7 imágenes bíblicas, ya que 7 fueron los primeros diáconos de la Iglesia.

- Cuando se sientan solos y sin fuerza, recuerden que el Señor los manda a cosechar lo que no sembraron, en el campo donde Él y el Padre trabajan siempre (cf Jn ,35-38; Jn 5,17).

- Al constatar su propia pobreza, mantengan y renueven la confianza, porque Dios ofrece su Palabra creadora y poderosa, como lluvia de lo alto, que siempre cumple su misión (cf Is 55,10-11).

- Si en verdad, continúan siendo pocos, no olviden que el Señor sigue convocando obreros a su viña, desde la primer ahora hasta la última del día (cf Mt 20,1-16).

- Recuerden que la seguridad de tener éxito, no se apoya en sus propios méritos, ni en la habilidad personal, sino en que son simples servidores del Señor, y no más que eso (cf Lc 17,10)

- Quizás los desanime la cizaña que otro siembra en medio del trigo; no pretendan erradicar el mal del todo; más bien, aguarden con paciencia el juicio divino (cf Mt 13,24-30.37-43).

- Para afianzar siempre más la confianza y la alegría de servir, permanezcan unidos a Jesús, como las ramas a la vid verdadera; porque así lograrán los frutos prometidos por Él, aunque deban ser podados, cuando llega ese tiempo a cada uno (cf Jn 15, 1-11).

- En los ambientes más resistentes al Evangelio, imiten la paciencia del dueño de la viña, que no sólo manda otros enviados al campo, sino que permite abonar la higuera sin frutos, para que produzca lo esperado (cf Lc 13,6-9)

5. Las lecturas de la fiesta de san Lorenzo, diácono y mártir, iluminan esta reflexión. Como saben, Pablo se empeñó en motivar a las comunidades cristianas, para que ayudaran a los hermanos de Jerusalén (2 Cor 9,6-10). Comparó entonces sus donativos con una siembra, que podía ser mezquina o generosa, y producir pocos o muchos frutos; por supuesto, no sólo en dinero, sino en aumento de gracia. "Dios ama al que da con alegría", les decía. Él quiere colmarlos de dones, porque así como provee de semilla al sembrador, les da semilla abundante, para al sembrarla crezcan en santidad de vida. Queridos diáconos, así se enriquece el camino de cada uno, cuando de algún modo imitamos la generosa siembra de Dios en medio nuestro.

El Evangelio invita a renovar la fe en Jesucristo, que en su Pascua se hizo grano enterrado y muerto, para surgir lleno de vida (Jn 12,14-16). En Él se cumplió la antigua promesa de un germen anunciado por los profetas, para renovar a la humanidad y a toda la creación, como sólo Dios puede hacerlo.

La imagen ilumina el ejemplo del mártir san Lorenzo, que por la fe en el Señor soportó la prueba. El grano es ante todo el mismo Jesús: el hijo del hombre, que padeció y se entregó a la muerte, para redimir al mundo del pecado. Éste es el camino de los discípulos del Señor, que deben aceptar renuncias y formas de muerte. Ustedes conocen de cerca las exigencias de la vida cristiana, en su familia, en el trabajo en el ministerio. Los animo a reconocer con gratitud la llamada del Señor, a ser discípulos y servidores Suyos. Renovemos la alegría de la entrega generosa y abnegada. Aceptemos las dificultades del propio camino, como parte de la ofrenda de vida que hacemos a Jesús. Servir y seguir a Jesús, son parte de la misma respuesta (Jn 12,26a). Todo servidor se goza de compartir la suerte de Su Señor, aunque deba pasar por momentos de prueba. Pero nadie le podrá quitar el consuelo de sentir el abrazo amoroso de Dios, ahora y siempre, porque Jesús promete que el Padre reconoce y honra, al buen servidor (cf Jn 12,26b).

6. Completo mi saludo agradecido y afectuoso a todos los diáconos de Mendoza, acompañándolos en esta revisión de vida, cargada de fe y esperanza, e luminada por la Palabra. Dios los bendiga y reconforte. Esta Iglesia sigue confiando y esperando mucho de ustedes, y sobre todo de la gracia poderosa del Señor, que actúa en ustedes y por medio suyo. El año de la fe que pronto comenzaremos, será una oportunidad providencial para crecer en adhesión al Señor, diácono y servidor del Padre, y en entrega generosa a la Iglesia, que necesita de ustedes.

Mons. José María Arancibia, arzobispo de Mendoza


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Columna de opinión de monseñor Jorge Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, publicada en diario Crónica el 12 de agosto de 2012. (AICA)

La vida es hermosa. En mis años de sacerdote me ha tocado bendecir a las mamás durante el embarazo; ¡cuánta ilusión en esas miradas y esas manos que acarician la vida que va creciendo! Y cómo nos alegra y emociona la llegada de los niños en una familia. El momento del parto introduce en el mundo una vida nueva, y eso hace que se experimenten sentimientos y deseos nobles y hondos de alma.
Esos momentos de los primeros meses y años en la vida de una criatura nos conmueven y, en muchos casos, modifican radicalmente el rumbo y las opciones familiares y personales. La Palabra de Dios varias veces acude a esas experiencias para comunicarnos su mensaje: “Señor, mi corazón no es ambicioso,/ ni mis ojos altaneros;/ no pretendo grandezas/ que superan mi capacidad;/ sino que acallo y modero mis deseos,/ como un niño en brazos de su madre” (Salmo 130).
Los niños son frágiles y necesitados de:

  • Familia y ternura. El estímulo que brota del corazón que le ama, le ayuda a crecer con seguridad y cobijo.
  • Relaciones filiales y fraternas que le liberen del egoísmo e individualismo que tanto nos esclavizan hoy.
  • Alimento, salud, el pan necesario para su desarrollo corporal.
  • Educación, el pan de la cultura, que promueva una verdadera inclusión social.
  • Buenos ejemplos que sean modelo de conductas éticas. Ante la coima, la impunidad, el odio, la violencia, la mentira: “eso es caca, nene”.
  • Una sociedad amiga que piense en ellos en términos de presente y futuro. ¿Qué planeta, qué geografía queremos dejarles?

Como sociedad debemos garantizar el ejercicio de sus derechos hoy y en los años venideros. Ojalá no tengan que conocer los glaciares por foto, por decirlo de una manera clara. Esto está en nuestras manos y decisiones.
Lo mejor que podemos darles es la fe, hacerlos hijos de Dios y hermanos de todos. Enseñarles a rezar desde chiquitos, para que sepan confiar en el amor de Dios. Que aprendan desde el vamos a ayudar a los más débiles, a compartir sus cosas, a ser justos.
Jesús nos enseñó que para entrar en el Reino de los cielos hay que hacerse como niños. El camino de la “infancia espiritual” nos llama a ser sencillos, evitar ser rebuscados, lo contrario a tener “más vueltas que una oreja”.
En esta etapa de la vida necesitan del aliento y estímulo especialmente de la familia. Conversando con adolescentes, varios me cuentan de lo mal que les hizo y las secuelas que les quedaron de algunos malos tratos físicos, o de frases como “sos un inútil” o “siempre el mismo tarado”. Son muy sensibles a nuestra manera de dirigirnos a ellos.
Ellos sufren las consecuencias de la injusticia e inequidad de la sociedad. Algunos dan su primer grito con varios gramos menos de lo esperado porque su mamá no se alimentó adecuadamente. La conjunción edad-peso-estatura será una lucha desigual según el lugar de vivienda. Mientras muchos llevan el apelativo de “nativos digitales”, otros tendrán el fantasma de la desnutrición encima. Pensemos en quienes miran la fiesta desde afuera, apoyando “la ñata contra el vidrio”. Por eso, en este día del niño quiero recordar con gratitud a tantos hombres y mujeres que se dedican a tareas solidarias para la infancia. El apoyo escolar para que no se retrasen en la escuela y evitar la repitencia, los centros de salud para evitar enfermedades, los centros de capacitación y promoción de una nutrición adecuada….
Hace poco leí un poema de Armando Tejada Gómez. Te comparto unos versos: “Si alguien te preguntara cómo entiendo / la vida y el amor, has de decirle / que no creo en la muerte / que hace mucho / salí a besar la frente de niños”.
Dios nos regale un corazón capaz de besar la frente de los niños. De todos los niños.
Mons. Jorge Lozano, obispo de Gualeguaychú


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Viernes, 10 de agosto de 2012

Reflexión  a las lecturas del domingo diecinueve del Tiempo Ordinario - B, ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR".

Domingo 19º del T. Ordinario B 

Nos volvemos a encontrar con “el drama de la Encarnación”: La humanidad de Cristo manifiesta su divinidad, pero también la oculta. Los de Cafarnaún, como un día los de Nazaret, se quedan en lo humano: “… ¿Cómo dice ahora que ha bajado del Cielo?”.

Pero Jesús les responde con tres afirmaciones:

1.- El encuentro con Cristo y la fe en el  Hijo es obra del Padre.

2.- En Él se cumple los que anunciaron los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”. ¿No es el Hijo de Dios el que habla?

3.- El es el que “ha visto al Padre”.

Desde esta triple perspectiva, les enseña algo verdaderamente trascendental: “El que cree tiene vida eterna”. Esto es original del Evangelio: Si yo conozco a alguien importante, si le admiro, si soy su amigo, si le aprecio mucho…, no puedo, sin embargo, recibir en mi interior nada que pertenezca a su ser, a su naturaleza humana.  Es algo puramente exterior, por intenso que sea… Pero con Jesucristo sucede de modo distinto: El que cree en Él, el que le sigue, cambia por dentro: Posee la misma vida de Dios. Así nos lo enseña S. Juan: “Vino a su casa y los suyos no le recibieron, pero a cuantos le recibieron les da poder para ser hijos de Dios…” (Jn 1, 12).

La fe nos lleva al Bautismo, que es un nacimiento nuevo, que nos da la vida de Dios. ¡Impresionante! Y a esta vida nueva, ¿No habrá que cuidarla, alimentarla, hacerla crecer, recuperarla incluso? ¿Y cuál y cómo será esa comida? ¿Dónde estará? ¿Dónde tendremos que ir a buscarla? ¿A lo más alto de los Cielos? No, porque el Pan del Cielo ha bajado a la tierra. Es Jesús de Nazaret, el que habla en la Sinagoga. Por eso, nos dice: “Yo soy el Pan de la Vida”. “Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: Este es el pan que baja del cielo para que el hombre coma de él y no muera”. Y también: “El que coma de este Pan vivirá para siempre…”

Pero no se puede confundir la muerte biológica con la muerte de la vida divina. Cuando un cristiano muere, no, por eso, muere la vida de Dios en él. Son dos realidades distintas. Precisamente, porque tenemos la vida de Dios, podemos entrar, después de la muerte,  en el Cielo, que es la Casa de Dios y, por tanto, de los hijos de Dios.   Lo que hace morir la vida de Dios en nosotros es sólo el pecado mortal. Y concluye: “El Pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.

         El Pan de la Eucaristía, por tanto, no es un simple “pan bendito” que se reparte a todos los que quieran… No. Es la “Carne de Cristo” que sólo puede recibir el que tiene la vida de Dios en él.

El que no tiene la vida de Dios ¿cómo va a alimentar una vida que no existe? ¿Para qué, entonces,  recibir la Comunión?  ¿No sería comulgar “sin darle su valor” como enseña S. Pablo? (1Co11, 27)

         En el Universo no hay un alimento más grande, más importante que éste, que nos llena de Dios y nos transforma en Cristo.          Si aquel pan misterioso que comió Elías fue suficiente para caminar cuarenta días y cuarenta noches, hasta el Monte de Dios, ¡qué fuerza no recibirá el que se alimenta con Cristo, Pan de Vida! Ya San Juan Crisóstomo exclamaba: “Salimos de esa Mesa como leones espirando llamas, haciéndonos temibles hasta el mismo diablo”. Esta es la fuerza que necesitamos para construir cada día, desde nuestro entorno, “la civilización del amor”. Para no entristecer al Espíritu Santo y “vivir en el amor” como nos enseña S. Pablo en la segunda lectura de hoy. Si no, ¿En qué se va a notar que somos cristianos? ¿Sólo en que participamos de la Eucaristía? 

¡Feliz Domingo! ¡Feliz Día del Señor! ¡Buen Verano!


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Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (5 de agosto de 2012). (AICA)

Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban en el lugar donde el Señor había multiplicado los panes, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo llegaste?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello”. Ellos le preguntaron: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?”. Jesús les respondió: “La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado”. Y volvieron a preguntarle: “¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo". Jesús respondió: "Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo". Ellos le dijeron: "Señor, danos siempre de ese pan". Jesús les respondió: "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed."(San Juan 6, 24-35)                       


El Evangelio nos dice que Jesús es el Pan de Vida, es la Eucaristía, es la presencia viva de Dios. Este Dios, este Cristo, el resucitado, se nos presenta como un alimento imperecedero, que no caduca, que no se gasta, que de alguna manera no se consume, que SI es para nosotros pero que nosotros nos transformamos en él y no ese alimento se transforma en nosotros.

La presencia de Cristo es un signo de su presencia permanente, para dar a la humanidad de cada tiempo el verdadero Pan de Vida, por eso decimos que Cristo nos alimenta y es actual, es vigente; nos alimentó en el siglo V, nos alimentó en el siglo XVI, nos alimentó en el siglo XX y nos sigue alimentando y robusteciendo en este siglo XXI. Así, entre luces y sombras, ante complicaciones, dificultades y problemas, siempre el Señor está presente para abastecer las necesidades últimas y fundamentales de cada ser humano y de toda la humanidad.

La Iglesia es el lugar donde Dios obra y la Eucaristía es el momento privilegiado donde se descubre la potencia de Cristo y se alcanza la capacidad de repetir el prodigio por Él cumplido, por Él realizado: “Yo soy el Pan vivo bajado del cielo, quien me coma no tendrá hambre, quien me beba no tendrá sed”

Vemos una relación que no es reductiva sino que se relaciona, se inter-comunica: el Pan Espiritual, no excluye al pan material; pero el pan material no tiene la última palabra sino que tiene que ser trascendido por el Pan Espiritual, por la presencia de Dios, por su Palabra, por la oración, por el reconocimiento de su cercanía, porque es Dios capaz de saciar nuestra alma, nuestro apetito de infinito, de absoluto. No podemos vivir reductivamente solo al consumo, solo a lo experimental, solo a lo de hoy.

De aquí la importancia de saber que nosotros tenemos que trascender. “Vengan a mi -dice Jesús- escuchen y vuestra alma tendrá vida.” Es vital saber que fuimos comprados a un gran precio, pero siempre Dios nos dice “mi yugo es suave y el peso liviano” y, como dice San Pablo, “nadie podrá separarme jamás del amor de Cristo”. Pero para poder luchar, para poder superar la fatiga, para poder reposar ante tanto cansancio, para poder ser renovado, fortalecido, está la Eucaristía.

Cuando entra Cristo, Dios, en nuestra vida, nos robustece y va alejando de nosotros todo signo y todo vestigio de pecado. Seamos conscientes de lo que recibimos y responsables de aquello que entregamos. Nadie nos podrá separar del amor de Cristo Jesús. ¡Jesús, Pan de Vida, aliméntanos con tu Palabra, aliméntanos con tu Eucaristía!

Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


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Homilía de monseñor José Luis Mollaghan, arzobispo de Rosario, en la Fiesta de San Cayetano (7 de agosto de 2012). (AICA)

Queridos hermanos:

Con alegría y con fe hicimos la procesión en honor a San Cayetano, nuestro santo patrono y amigo, Patrono del pan y del trabajo, que cada año nos reúne en este lugar; y comenzamos ahora la celebración de la S. Misa, que es el sacrificio de la cruz, el mejor encuentro con Dios, por medio de Jesucristo

Venimos a pedir y agradecer .Pero son muchos los peregrinos que dicen que vienen más a agradecer, que a pedir. Y esto, porque han visto los frutos en sus vidas, y reconocen que la fe mueve montañas, y que Dios, a través de San Cayetano, les mostró que los ama inmensamente.

San Cayetano nos invita a creer y a encontrarnos con Jesucristo
La vida de San Cayetano nos muestra que Él no guardó la llama de la fe para si mismo, sino que la transmitió a los demás. Y por eso la fe que tuvo San Cayetano, nos invita a seguir a Jesucristo.

No podríamos comprender esta fe en la vida de San Cayetano ni su influjo tan grande entre nosotros, si no fuera porque se alimentó con la Palabra de Dios; porque amó profundamente la Eucaristía, y porque rezó mucho, por él y por todos, particularmente por los más necesitan.

Por eso, la vida de san Cayetano nos invita a renovar nuestra fe. La fe cristiana es creer en Dios; es una profunda adhesión a Él, y debe estar en el centro de nuestra vida. La fe nos invita a conocer a Cristo, que nos ha salvado y redimido del mal. San Cayetano tuvo esta fe viva, y por medio de su intercesión nos ayuda a creer; porque a través suyo, vemos la bondad de Dios, que está cerca nuestro.

Hoy le pedimos a San Cayetano aumentar nuestra fe, la fe verdadera, –que no es una mezcla de creencias sueltas, o de algunas supersticiones–, sino que es un encuentro con Jesucristo vivo, y una confianza puesta en su amor y en su Reino. Que esta fe la vivamos como familia de Jesús, que es la Iglesia, un cuerpo unido, un organismo vivo, que crece cuando amamos como Cristo nos amó. Lo que pedimos especialmente para el Año de la Fe, convocado por el Papa, para octubre de este año

Necesitamos voluntarios y voluntarias que amen y sirvan como san Cayetano
Justamente el Evangelio que acabamos de escuchar nos dice: “El Padre de ustedes ha querido darles el Reino”. El Reino de Dios, que San Cayetano nos enseña a pedir, no es solo un Reino para el futuro, es el Reino de Dios que ya comenzó, y se hace visible donde hay amor.

Este amor, cuando es verdadero, se manifiesta más en las obras que en las palabras. Por eso el amor, no es una palabra vacía; sino que se traduce en servir, como nos enseñó Jesús, que no vino a ser servido, sino a servir. Porque servir sin amar, no es el servicio cristiano que nos pide el Evangelio. Amar sin servir, tampoco es verdadero amor. Para el cristiano, amar y servir siempre están unidos.

Por este motivo a quienes confían en San Cayetano los invito a amar y servir a quienes están sufriendo más y formar parte de algún trabajo solidario.

El voluntariado es un servicio hecho con amor; y encontramos voluntarios en muchas obras a lo largo de todo el año; y es significativa su disponibilidad y perseverancia

Hoy son muchos los que más nos necesitan, son muchos los que sufren. Por eso quiero pedir y agradecer por los voluntarios de nuestras parroquias, y también de la sociedad.

El voluntariado es un servicio hecho con amor; y encontramos voluntarios en muchas obras a lo largo de todo el año; y es significativa su disponibilidad y perseverancia.

Gracias, queridos voluntarios, que imitan la caridad de San Cayetano. Gracias porque contamos con cientos de voluntarios en nuestras Caritas, en los proyectos asistenciales, en los micro emprendimientos y en los comedores. Gracias por su ayuda en otros lugares, como Sol de Noche, donde colaboran tantos jóvenes en las noches de frío; gracias porque surgen nuevos ofrecimientos, como “Manos a la obra” donde se crean obras nuevas de amor y solidaridad.

Aún donde haya mayor organización y justicia en la sociedad, siempre serán necesarios los voluntarios.

Quienes son víctimas de las adicciones sienten desmoronada su libertad.
En este día del patrono de pan y del trabajo, y mirando a nuestro alrededor, podríamos hacer una larga lista de necesidades y necesitados; cada uno conoce, por ejemplo nuestros queridos ancianos y ancianas.

Pero también hoy encontramos un sector muy vulnerable en la sociedad; que cada vez preocupa más, y son quienes son víctimas de las adicciones y sienten desmoronada su libertad. Particularmente, me refiero a quienes padecen el infierno de la droga, muchos que llegaron a esta condición sin imaginarse las consecuencias, y otros que están atrapados, como también sus familias, que muchas veces no saben qué hacer en estas situaciones.

Hoy, queridos hermanos, comprobamos que la droga no reconoce fronteras, entra en todos los estamentos, y es como una mancha de aceite que invade todo. Lamentablemente el adicto a la droga se aleja de su familia, y enfrenta este mal generalmente mal acompañado.

“La droga nunca se vence con la droga”
Por esto “drogarse nunca es una solución» y la invitación a la droga es un fraude, que pretende dañar a una juventud ansiosa de felicidad y orientación. Como decía el Beato Juan Pablo II, podemos afirmar seguros, que “la droga nunca se vence con la droga”.

Queridos hermanos, el consumo de drogas ha crecido. El llamado “paco” hace estragos entre los más pobres, y ya empieza a ser consumido en otros sectores de la sociedad. Como buenos samaritanos, necesitamos y queremos prevenir este mal; buscar una acción eficaz de prevención y rehabilitación, a las que debe unirse toda la sociedad.

Seguramente que este pedido que le hacemos hoy a San Cayetano pensando en el bienestar de todos, lo deben llevar adelante en primera instancia quienes conducen el destino de la sociedad, y ante la urgencia del momento, ofrecer los medios para prevenir y los recursos para rehabilitar a todas sus víctimas; así como erradicar la droga, cuya comercialización se ha hecho algo cotidiano debido a los enormes intereses económicos en torno a ella.

Pero también nosotros podemos hacer algo. En varias ocasiones me escucharon hablar de la necesidad de espiritualidad. Y permítanme que lo vuelva a repetir. Sin espiritualidad el hombre experimenta un gran vacío; y las adicciones, frecuentemente intentan llenarlo. Pero en realidad producen una desconexión mayor, tanto en el interior de cada uno, como mirando a una vida trascendente.

Necesitamos avivar la llama de la fe y renovar la fuerza de una espiritualidad cristiana
Por ello necesitamos avivar la llama de la fe y renovar la fuerza de una espiritualidad cristiana, que no es otra que la del amor, centrada en el Evangelio, y en los sacramentos. Necesitamos también afianzar la vida de familia, en cuanto comunidad de vida y amor (FC, nº 50); necesitamos contar con la comunidad parroquial, así como fortalecer el valor inestimable de la amistad.

Gracias a Dios, en nuestra Iglesia, así como en otras confesiones e instancias de la sociedad, se está trabajando para recuperar a los adictos en comunidades terapeúticas; y sabemos que cuanto mayor énfasis se ponga en la vida espiritual y religiosa, con un tratamiento multidisciplinario, mayor esperanza tendrá la rehabilitación. Como nos enseñaba el Papa Benedicto XVI, deseamos que quienes sufren la adicción no solo se liberen de la droga y del alcohol; sino que se encuentren con Dios y participen activamente en una comunidad de fe y amor, como es la vida cristiana (cfr. Benedicto XVI, Fazenda Esperanza, 12.V.2007), abriéndose así un camino de recuperación.

Este debe ser un mensaje de confianza en la providencia, y también de esperanza, inclusive para alcanzar una mejor convivencia y seguridad en la sociedad; y a la vez es un llamado al servicio fraterno, a fin de que lleguemos al corazón de este camino de vuelta. Cuando el que padece una adicción se da cuenta de que no está solo, de que no lo ha perdido todo, sino en cambio, de que Cristo lo ama, y lo amará; que tiene una familia, y una comunidad que lo recibe, que es nuestra Iglesia; esta convicción no sólo va a superar paulatinamente su mal, sino que le abrirá el camino de una nueva vida.

Que San Cayetano renueve nuestra fe, que alcancemos lo que pedimos, y que la Santísima Virgen del Rosario nos bendiga a todos.

Mons. José Luis Mollaghan, arzobispo de Rosario


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Jueves, 09 de agosto de 2012

Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo décimo noveno del Tiempo Ordinario - B.

EL CAMINO PARA CREER EN JESÚS 

         Según el relato de Juan, Jesús repite cada vez de manera más abierta que viene de Dios para ofrecer a todos un alimento que da vida eterna. La gente no puede seguir escuchando algo tan escandaloso sin reaccionar. Conocen a sus padres. ¿Cómo puede decir que viene de Dios?

         A nadie nos puede sorprender su reacción. ¿Es razonable creer en Jesucristo? ¿Cómo podemos creer que en ese hombre concreto, nacido poco antes de morir Herodes el Grande, y conocido por su actividad profética en la Galilea de los años treinta, se ha encarnado el Misterio insondable de Dios.

         Jesús no responde a sus objeciones. Va directamente a la raíz de su incredulidad: "No critiquéis". Es un error resistirse a la novedad radical de su persona obstinándose en pensar que ya saben todo acerca de su verdadera identidad. Les indicará el camino que pueden seguir.

         Jesús presupone que nadie puede creer en él si no se siente atraído por su persona. Es cierto. Tal vez, desde nuestra cultura, lo entendemos mejor que aquellas gentes de Cafarnaún. Cada vez nos resulta más difícil creer en doctrinas o ideologías. La fe y la confianza se despiertan en nosotros cuando nos sentimos atraídos por alguien que nos hace bien y nos ayuda a vivir.

         Pero Jesús les advierte de algo muy importante:"Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado". La atracción hacia Jesús la produce Dios mismo. El Padre que lo ha enviado al mundo despierta nuestro corazón para que nos acerquemos a Jesús con gozo y confianza, superando dudas y resistencias.

         Por eso hemos de escuchar la voz de Dios en nuestro corazón y dejarnos conducir por él hacia Jesús. Dejarnos enseñar dócilmente por ese Padre, Creador de la vida y Amigo del ser humano: "Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí".

         La afirmación de Jesús resulta revolucionaria para aquellos hebreos. La tradición bíblica decía que el ser humano escucha en su corazón la llamada de Dios a cumplir fielmente la Ley. El profeta Jeremías había proclamado así la promesa de Dios: "Yo pondré mi Ley dentro de vosotros y la escribiré en vuestro corazón".

         Las palabras de Jesús nos invitan a vivir una experiencia diferente. La conciencia no es solo el lugar recóndito y privilegiado en el que podemos escuchar la Ley de Dios. Si en lo íntimo de nuestro ser, nos sentimos atraídos por lo bueno, lo hermoso, lo noble, lo que hace bien al ser humano, lo que construye un mundo mejor, fácilmente no sentiremos invitados por Dios a sintonizar con Jesús. Es el mejor camino para creer en él.

José Antonio Pagola 

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
12 de agosto de 2012
19 Tiempo ordinario (B)
Juan 6, 41-51


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DOMINGO DECIMONOVENO B

MONICIONES

PRIMERA LECTURA

Prestemos atención a la primera Lectura de este domingo. El profeta Elías defiende la alianza con Dios frente a la idolatría; y la reina Jezabel lo persigue para matarlo. Elías escapa al desierto y se siente desfallecer hasta desear la muerte… Pero Dios sale a su encuentro en y le alimenta con un pan misterioso… 

SALMO

Como Elías, también todo creyente puede andar su camino confiando en el Señor y alimentado con el Pan del Cielo.  "Gustad y ved que bueno es el Señor", diremos ahora con el salmista. Cantemos con alegría la bondad del Señor. 

SEGUNDA LECTURA

         De la segunda Lectura acojamos sobre todo la invitación del Apóstol a ser imitadores de Dios y vivir en el amor a ejemplo de Cristo. Escuchemos atentamente. 

EVANGELIO

         En el Evangelio continuamos escuchando las enseñanzas de Cristo sobre la Eucaristía: La vida de Dios que en el Bautismo se infunde en nosotros necesita ser alimentada con el Pan de vida.

         (Pero antes de escuchar el Evangelio aclamemos a Cristo con el canto del Aleluya). 

COMUNIÓN

         Nosotros, como el profeta Elías, caminamos en medio de muchas dificultades hasta llegar "al Monte del Señor", que es el Cielo. Por eso, tenemos necesidad de alimentarnos con el Pan de la Eucaristía para que no desfallezcamos por el camino. Pidamos al Señor que acreciente nuestra hambre de ese Pan.

 


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Mi?rcoles, 08 de agosto de 2012

Homilía de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, en la Fiesta de San Cayetano (7 de agosto de 2012) (AICA)

Como todos los años el 7 de agosto, Fiesta de San Cayetano, se nos presenta el tema del Pan y el Trabajo como una realidad que hace a la vida y dignidad del hombre. Se trata de una propuesta que orienta, en su virtuosa unidad, la equidad y el desarrollo integral del hombre en la sociedad.

Se acostumbra decir, con un dejo de sabiduría popular, que no llegue el pan a tu mesa sin el esfuerzo del trabajo y, por otra parte, que el trabajo te alcance para llevar el pan a la mesa de tu familia. Ciertamente, el pan se refiere a esa posibilidad real de alcanzar el pleno desarrollo del hombre y su familia, y no sólo a su subsistencia; así, cuando se habla del trabajo, se lo considera como expresión de la dignidad y libertad del hombre. Esta riqueza, sabemos, no proviene de cualquier trabajo.

Sólo cuando se alcanza o valora el significado ideal del pan y del trabajo, podemos decir que nos encontramos en camino hacia una cultura que supera la dádiva como el trabajo precario. Como a todo ideal siempre lo estamos construyendo, pero es necesario decirlo y hacer docencia, para sentirnos en camino. La repetición de una verdad nos ayuda a crecer, porque profundiza su significado.
En un sentido es como la oración, que en su repetición nos ayuda a ahondar la verdad de la fe, permanecer en Dios y crecer en la vida espiritual. Cuando la gente se acerca a san Cayetano, sea para agradecer o pedir a Dios por su intermedio, lo que hace es actualizar en la oración su conciencia de hijo de Dios y su confianza en él. La oración hace a nuestra verdad.

¿Cuáles son los ámbitos primeros de conocimiento, aprendizaje y docencia de esta cultura del trabajo? Creo que la primera respuesta la debemos buscar en lo simple y cercano, por ello les hablaría de la familia y la escuela. Con todo lo que tiene de verdad esta afirmación sería injusto, sin embargo, descargar sólo en ellas toda la responsabilidad, como si a la sociedad en su conjunto no le cabría parte en ella, responsabilidad, diría, que es sobre todo política. Creo que la realidad de la familia y de la escuela merece, por ello, una atención y una ayuda que no siempre reciben. Ante todo ser reconocidas y valoradas, como también prestarles todo el apoyo que necesitan.

Todo gasto en ellas es la mejor inversión. Me refiero tanto a su valoración social, espiritual y cultural, como a todo aquello que haga a su mejor desarrollo. En esto incluyo los bienes materiales que van desde la vivienda, con sus necesarias mejoras en los servicios, hasta los edificios escolares con su implementación educativa y mantenimiento. Adquiere un lugar único y de particular relieve la atención que se debe prestar a las personas, pienso en los padres como en los docentes. Estos primeros ámbitos de una cultura del trabajo son imprescindibles, pero no alcanzan. En una sociedad globalizada las influencias sociales que determinan una determinada cultura, reconoce otras fuentes.

En este sentido pienso que, a los medios de comunicación social con toda su riqueza y necesidad en el mundo de hoy, les cabe una gran responsabilidad respecto a los valores e ideales que hacen a la cultura del trabajo de un pueblo. Sería injusto, por otra parte, atribuirles a ellos todos los males, es la tentación fácil de quién delega responsabilidades, pero no sería correcto no tener en cuenta su influencia en la vida y cultura de la sociedad. Hay un inconsciente colectivo que se va formando y que determina actitudes, tanto en el mundo de lo ético como estético, del que no es ajena la presencia de los medios, es más, en algunos ambientes tienen un influencia mayor.

Desconocer su influencia o minimizar sus efectos no ayuda a plantear el problema, sería un acto de miopía social o política. Creo que en un mundo de libertad se hace necesario, en este campo, llamar a la responsabilidad de productores y anunciantes, como de las autoridades a quienes les cabe un rol institucional. Puede parecer que esto no tiene mucho que ver con la cultura del trabajo, por el contrario, todo tiene que ver con todo. Es peligroso para una sociedad cuando cada parte se siente independiente del todo y no responsable del conjunto.

Es necesaria la autonomía (actuar con su propia ley), pero no una independencia que nos aísla. Por ello, concluiría, que para recrear aquella cultura del Pan y del Trabajo, como ideal que moviliza a nuestra gente a san Cayetano, todos, como sociedad organizada, nos deberíamos sentir parte de un mismo bien común, donde el hombre en su desarrollo integral sea el centro.

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor, que nos ha dejado en san Cayetano la referencia de una figura que el pueblo cristiano la ha hecho su Patrono.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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Martes, 07 de agosto de 2012

Homilía del cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ, arzobispo de Buenos Aires en la fiesta de San Cayetano (Santuario de San Cayetano, Liniers, 7 de agosto de 2012). (AICA)

Al enterarse de eso, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: «Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos». Pero Jesús les dijo:
«No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos». Ellos respondieron:
«Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados». «Tráiganmelos aquí», les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños (Mt 14, 13-21).

San Cayetano, bendecí nuestra Patria con pan y trabajo para todos                       


Como todos los años, estamos de nuevo hoy aquí, para tener nuestro encuentro con el Santo amigo de Jesús y de su pueblo. Un encuentro de cercanía, de agradecimiento, de petición… ¡tantas cosas que traemos en el corazón! Y la petición que hacemos juntos este año es algo especial. No pedimos directamente “por favor, danos pan y trabajo”, sino “bendecinos con estos dones”. El pedido principal es una bendición: San Cayetano, bendecí nuestra Patria con pan y trabajo para todos.

A alguno quizá le parezca poca cosa hacer una cola tan larga para pedir sólo una bendición; y más todavía si el pedido es que nos bendiga con pan y trabajo. Es verdad que el trabajo está duro, cuesta conseguirlo; y el pan está caro (el más barato como a $7 el kilo). Pero hay algo más: si se fijan bien la bendición se agranda al comienzo y al final del pedido: donde decimos “nuestra patria” y “para todos”.

Así que venimos con un encargo importante, venimos en representación de todos a pedir la bendición grande que necesita nuestra patria. Hay gente que maldice “este país” o porque no le gustan algunas cosas o algunos de sus compatriotas. Nosotros no maldecimos. Puede ser que protestemos o que discutamos, pero no sólo no maldecimos sino que, como sentimos que nuestra bendición no basta, venimos a pedir la bendición de Dios: que bendiga nuestra Patria, en todos sus habitantes, en toda su historia y su geografía. Y a San Cayetano, que la bendiga con la bendición tan necesaria para una vida digna: con la bendición del pan y del trabajo para todos.

Para todos…El evangelio dice que Jesús alzó los ojos al Cielo, bendijo los cinco pancitos y los pescados, los partió, los repartieron y “todos comieron hasta saciarse”. Que el Padre nos dé el pan nuestro y el trabajo de cada día es una bendición. Pero no sólo es una bendición cuando lo tenemos en la mano; ya desearlo para todos es una bendición. Abrir el corazón y sentir presentes a todos, como hermanos, es una bendición.

Indignarnos contra la injusticia de que el pan y el trabajo no lleguen a todos es una parte de la bendición. Colaborar con otros, partiendo y repartiendo nuestro pan, es la otra parte de la bendición que pedimos.

San Cayetano, bendecí nuestra Patria con pan y trabajo para todos. ¿Y saben por qué es una bendición desear y luchar para que haya pan y trabajo para todos? ¿Saben por qué? Porque este buen deseo y esta lucha le hacen bien al corazón, lo alegran, lo ensanchan, lo hacen latir con felicidad. Jesús lo decía así: “Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”.

La justicia es la que alegra el corazón: cuando hay para todos, cuando uno ve que hay igualdad, equidad, cuando cada uno tiene lo suyo. Cuando uno ve que alcanza para todos, si es bien nacido, siente una felicidad especial en el corazón. Ahí se agranda el corazón de cada uno y se funde con el de los otros y nos hace sentir la Patria. La Patria florece cuando vemos “en el trono a la noble igualdad”, como bien dice nuestro himno nacional. La injusticia en cambio lo ensombrece todo. Qué triste es cuando uno ve que podría alcanzar perfectamente para todos y resulta que no.

Nuestro pueblo tiene en el corazón esta bendición del todo, que es la que nos hace patria. Esa bendición se ve incluso en la humildad para mantener el todo aunque sea en un restito, como cuando decimos “si no alcanza para todos, al menos que alcance para todos los chicos” y colaboramos en el comedor infantil… Decir “todos los chicos” es decir todo el futuro. Decir “todos los jubilados” es decir toda nuestra historia. Nuestro pueblo sabe que el todo es mayor que las partes y por eso pedimos “pan y trabajo para todos”. Qué despreciable en cambio el que atesora sólo para su hoy, el que tiene un corazón chiquito de egoísmo y sólo piensa en manotear esa tajada que no se llevará cuando se muera. Porque nadie se lleva nada. Nunca ví un camión de mudanza detrás de un cortejo fúnebre. Mi abuela nos decía: “la mortaja no tiene bolsillos”.

Jesús nos enseñó que cuando no nos sacamos el problema de encima y mandamos a cada uno a su casa, como querían los Apóstoles, sino que invitamos a que se sienten todos y partimos nuestro pan, nuestro Padre del cielo siempre nos bendice con el milagro de la multiplicación y alcanza para todos. Por eso venimos a pedir hoy esta bendición tan especial para nuestra patria. La necesitamos porque en la vida hay muchos que tiran cada uno para su lado, como si uno pudiera tener una bendición para él solo o para un grupo. Eso no es una bendición sino una maldición. Y fíjense qué curioso, el que tira para su lado y no para el bien común suele ser una persona que maldice: que maldice a los otros y que mal-dice las cosas: las dice mal, miente, inventa, dice la mitad…

Mientras caminamos en la fila, ensanchemos el alma con esta petición: “para todos”. Abramos el corazón para pedirla cuando toquemos al Santo y nos hagamos la señal de la cruz. Que San Cayetano nos convierta en personas que desean el bien para todos, personas que luchan y colaboran con Jesús para que esta bendición se haga realidad. Como los apóstoles, que se animaron a ensanchar el corazón cuando al principio querían que cada uno se fuera a su casa, y después colaboraron con el Señor en la tarea de repartir el pan y juntar lo que sobraba.

Le agradecemos a Jesús el haber traído esta bendición a nuestra tierra: él fue el primero en “desear el bien para todos”, sin exclusión de nadie. Fue el primero y asoció a muchos que hoy son nuestros santos, como San Cayetano, como nuestro Cura Brochero, santos porque no recortaron la bendición, gente de esa que “hace sentarse a todos” y “bendice y parte y reparte”. Que linda imagen: ser personas que bendicen y que parten y reparten. Y no ser de los que maldicen y juntan y juntan, y después no se van a poder llevar nada. Solamente nos llevamos lo que dimos, lo que repartimos, lo que compartimos.

San Cayetano, bendice nuestra patria con pan y trabajo para todos

Se lo pedimos también a la Virgen. Virgencita, bendecí nuestra patria con pan y trabajo para todos. Ella se da cuenta cuando falta algo. ¿Se acuerdan del casamiento en Caná?

Se lo pedimos a nuestro Padre del Cielo: Padre, danos hoy a todos nuestro pan de cada día y que todos aceptemos la invitación a trabajar en esta viña tuya que es nuestra querida Patria Argentina.

Card. Jorge Mario Bergoglio SJ, arzobispo de Buenos Aires
Buenos Aires, 7 de agosto de 2012


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Lunes, 06 de agosto de 2012

El jueves 2 de agosto, en la curia arzobispal de Buenos Aires, se realizó la sesión se clausura del proceso instructorio diocesano de la causa de canonización de la Sierva de Dios, Madre Eufrasia Iaconis, fundadora de las Hijas de la Inmaculada Concepción.

Con esta sesión, se dio por finalizada la fase diocesana, iniciada en Buenos Aires ya que aquí falleció la Sierva de Dios, el 2 de agosto de 1916, a los 48 años de edad, con una vida corta pero muy fecunda.

La Madre Eufrasia Iaconis nació en Casino (hoy Castelsilano), un pequeño pueblo del sur de Italia. En su adolescencia ingresó en un instituto religioso iniciado por su tía, Madre María Fabiano. En 1893, ante un pedido de Hermanas para el Hospital Italiano de Buenos Aires, fue trasladada a la Argentina. (AICA)

A partir de aquí se multiplicaron las tareas y obras que respondían a las necesidades del tiempo: asistencia a los enfermos, educación de la niñez, dedicación a los más pobres.

Mientras estas actividades prosperaban en la Argentina, serias dificultades amenazaban la continuidad del Instituto en Italia, hasta que por un decreto del año 1901, quedó disuelto. Sin embargo, los esfuerzos renovados de la Madre Eufrasia y su fe en el poder de la oración, lograron que la nueva Congregación se organizara, en 1904, bajo jurisdicción diocesana, con el apoyo del arzobispo de Buenos Aires, monseñor Mariano Antonio Espinosa.

En los años sucesivos, la familia religiosa de las Hijas de la Inmaculada Concepción continuó expandiendo sus obras en la Argentina. Además, la Madre Eufrasia fundó en Milán un noviciado y un colegio.

En 1914 se manifiesta su enfermedad, pero ella continuó trabajando en forma infatigable para consolidar la Congregación. Su vida es testimonio de caridad, servicio a la Iglesia y amor profundo a María Inmaculada.

El tribunal que presidió la sesión de clausura estuvo conformado por el arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ; el juez delegado, padre Luis Glinka OFM; el promotor de justicia, presbítero César Salvador Sturba, y la notaria, hermana Isabel Fernández. Además de las religiosas de la congregación, estuvieron presentes sacerdotes allegados y colaboradores (rama laica del Instituto).

Las pruebas documentales y testificales recogidas fueron colocadas en cajas, que se cerraron, sellaron y lacraron en esta sesión. Serán llevadas a Roma por la postuladora, hermana Nora Antonelli, Superiora General de la Congregación.

Por la tarde, se celebró una misa de acción de gracias en la capilla del Colegio Inmaculada Concepción (Mario Bravo 585), donde descansa la Sierva de Dios. Presidió la celebración monseñor Santiago Olivera, obispo de Cruz del Eje y Delegado para las Causas de los Santos de la Conferencia Episcopal Argentina.

Las Hijas de la Inmaculada Concepción
La Congregación de las Hijas de la Inmaculada Concepción de Buenos Aires (FIC), fue fundada el 24 de septiembre de 1904 en Buenos Aires, por la Sierva de Dios María Eufrasia Iaconis, con la finalidad de dedicarse a la educación cristiana de la infancia y juventud, a la asistencia a enfermos y ancianos y al apostolado parroquial, objetivos que cumple mediante su presencia en colegios, hogares de ancianos, hospitales, y actividades parroquiales.

En la actualidad la congregación cuenta en la Argentina con 14 casas o comunidades, entre las cuales, la Casa de Formación (Roque Pérez 2750, Buenos Aires), el Hospital Pirovano (Monroe 3555, Buenos Aires), la Casa Villa Inmaculada en Monte Grande (provincia de Buenos Aires), el Hogar de Ancianos Juan XXIII en Colonia Caroya (Córdoba); 3 colegios en Buenos Aires: Inmaculada Concepción (Mario Bravo 563), San José (Av. San Martín 6832), y Nuestra Señora del Carmen (Roque Pérez 2786), y 6 colegios en el interior del país: Nuestra Señora de Guadalupe (Santa Fe), La Inmaculada (Rosario), Sagrado Corazón (Roma 1153, Córdoba), Nuestra Señora de Nieva (Ayacucho 442, Córdoba), Sagrado Corazón (Concepción del Uruguay, Entre Ríos) y Virgen del Carmen de Cuyo (Maipú, Mendoza).

La Casa General está en Buenos Aires (Roque Pérez 2750, 1430 Buenos Aires), teléfono (011) 4542-4198, fax: (011) 4544-1557; correo electrónico: [email protected]: sitio web: www.fic.org.ar.+


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Texto del micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT 9 (4 de agosto de 2012) (AICA)

El 4 de agosto, Fiesta del Santo Cura de Ars, se celebra el día del Párroco. Siempre que hablamos del párroco se nos presenta como figura ideal la imagen de Jesucristo, el Buen Pastor (cfr. Jn. 10). Para hablar del sacerdote siempre debemos comenzar por hablar de Jesucristo. No se trata de una función creada por la Iglesia, sino de un ministerio instituido por el mismo Jesucristo, que lo define en términos de llamado y envío, para prolongar a través de ellos su presencia en la Iglesia. No somos sacerdotes desde nosotros, hechos a nuestra medida, sino desde Jesucristo. Se trata de una vocación que define una vida y que hace del sacerdote “otro Cristo”, es decir, que sin dejar de ser él mismo con su historia personal recibe, por el sacramento del “orden sagrado”, la potestad de actuar en la persona de Jesucristo. Comprender esto supone una mirada de fe en las palabras de Jesucristo que nos permita conocer su voluntad explícita, que se manifiesta en el llamado y la misión que les confiere a los apóstoles.

Esto, que hace del sacerdote “otro Cristo” se convierte, para él, en fuente de vida espiritual y de compromiso con la misión de Jesucristo. Esta misión tiene para el sacerdote el sentido de una entrega totalizante como lo fue para el Señor. Aquella respuesta de Jesús a sus padres. “¿no saben que yo debo ocuparme en las cosas de mi Padre? (Lc. 2, 49), es una referencia ideal que define la vida del sacerdote. Este “estar en las cosas de mi Padre” es, también para él, fuente que da sentido a su vida. Esta verdad en la vida de Jesucristo es para el sacerdote fuente y horizonte de una entrega total. Su misión no es para algo administrativo o por un tiempo, sino una vida para siempre. En esto veo, incluso, el significado del celibato sacerdotal como parte de esa entrega, que tiene en Jesucristo el modelo que da sentido a su entrega. El celibato necesita, por lo mismo, de una intimidad con el Señor que se hace disponibilidad plena al servicio de las “cosas de Dios”. Sin esta referencia a la vida y misión de Jesucristo el celibato sacerdotal perdería su sentido más profundo.

El Párroco es un sacerdote que la Iglesia pone como pastor al frente de una comunidad de fieles. ¿Cuál es su misión? Como ya dijimos, la primera mirada debe dirigirse a Jesucristo, el Buen Pastor. Como “otro Cristo” el párroco tiene, en la figura del Buen Pastor, su imagen ejemplar a la que siempre deberá contemplar y, desde ella, examinar su vida. Si tuviera que definir en algunas notas el perfil del párroco diría que: conoce, ama y sirve a los fieles de la comunidad que la Iglesia le ha confiado. En esta lenta tarea de entrega va creciendo y madurando su corazón de pastor. No es alguien más en la comunidad, él, en razón del sacramento del orden sagrado recibido en su ordenación, y de la misión encomendada por el Obispo, actúa “in persona Christi” y es vínculo de comunión en la vida de la Iglesia. El está llamado a presidir, desde la Palabra y la Eucaristía, la vida de la comunidad. Esto lo hace un referente para la comunidad en su relación con Dios, en el compromiso con la misión de Jesucristo, y en la comunión de la Iglesia. ¡Cuánta riqueza tenemos por esta presencia y entrega de nuestros párrocos! Quiero acompañarlos a ellos con mi oración, e invitarlos a ustedes a acercarse a sus pastores en este día.

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús, que nos ha dejado en el ministerio sacerdotal su presencia de Pastor.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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Domingo, 05 de agosto de 2012

zenit nos ofrece  el artículo de nuestro colaborador monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas, México, sobre la atención de la Iglesia a los jóvenes.

Iglesia joven con los jóvenes
'Habrá nuevos jóvenes si les anunciamos a Cristo vivo'

+ Felipe Arizmendi Esquivel

HECHOS

Con ocasión del proceso electoral en nuestro país, irrumpió una voz nueva en la sociedad, la de los jóvenes, sobre todo universitarios. Después de años de pasividad, indiferencia, apatía, comodidad, individualismo, de pensar sólo en modas, sexo y placeres, de estudiar para escalar puestos y ganar mucho dinero sin tanto esfuerzo, ahora salieron a la calle y expresaron sus inquietudes sobre las realidades sociales y políticas. Ojalá otros jóvenes también despierten y participen, sin dejarse manipular por quienes se cuelgan de cualquier movimiento contestatario y medran para su propio interés.

En mayo pasado, realizamos nuestra asamblea diocesana, con el objetivo de cuestionarnos cómo acompañar pastoralmente a los jóvenes. Participaron muchos de ellos, dando a nuestra reunión un toque alegre, participativo y jovial, pero también apremiante, exigiéndonos un cambio de nuestra parte. Se enunciaron los problemas de la juventud actual, pues la cultura globalizante llega hasta las comunidades indígenas; viven otro mundo, que a los adultos nos cuesta comprender y asumir; pero también resaltaron sus sueños y esperanzas.

CRITERIOS

Los jóvenes dijeron: Sueño salir de la pobreza, estudiar. Que mi familia me escuche y me dé mi lugar. Que la comunidad me acepte. Que los abuelos me valoren. Sueño con formar una familia y compartir con mis hijos la experiencia de servicio: La Iglesia como proyecto de vida. Descubrir qué quiere Dios de mí. Que los jóvenes que no tienen una razón para vivir, encuentren a Cristo como lo hemos encontrado nosotros, que estábamos perdidos e íbamos en la oscuridad, por mal camino. Soñamos que respeten nuestro ritmo de vida, que no nos impongan su forma de ver el mundo ni su ritmo; que podamos opinar sobre las decadencias de la comunidad y de la Iglesia, siendo escuchados con atención. Queremos comprometernos, ser agente transformador de la sociedad; ser referente en la formación de los demás jóvenes.

Habrá nuevos jóvenes si les anunciamos a Jesucristo vivo, amigo, libre, hermano, servidor, lleno de amor, cercano a quienes se sienten solos e incomprendidos, exigente y no acomodaticio al mundo de pecado.

PROPUESTAS

Los jóvenes pidieron a sacerdotes y religiosas: Un acompañamiento integral, que verdaderamente se nos incluya en las actividades de la Iglesia, que nuestra participación sea valorada y tomada en cuenta. Se necesita mucho testimonio. Que el acompañamiento sea con amor y no se sienta que es obligatorio el trabajo en esta pastoral. Que los acuerdos que nazcan de esta asamblea sean tomados con amor y como signo de esperanza, no como imposición.

Los padres de familia participantes en la asamblea se propusieron: Escuchar su palabra, demostrar amor a nuestros hijos jóvenes. Ser sus mejores amigos para escuchar qué fallos tenemos en familia, para que se animen a dialogar, con apertura y valoración a sus iniciativas. Acompañarles no con prepotencia e imposición de nuestros métodos y nuestra voluntad. Tener flexibilidad. Corregirlos a tiempo; desde niños saberlos guiar, dándoles un buen seguimiento, cuidando su libertad, sus juicios y actitudes. Que los ayudemos en sus derechos humanos y espirituales para poderse defender. Estar con ellos cuando nos necesiten y no cuando nosotros queremos. Hablarles de las drogas, el alcohol y la sexualidad. Brindarles nuestro poyo para salir del alcoholismo. Que todos los miembros de la parroquia se interesen en sus problemas y los acompañen, dándoles su espacio, teniendo paciencia para escucharlos y orientarlos en su caminar. Animarlos en su formación, en el crecimiento de la fe, con la palabra de Dios, motivándolos con la oración. Concientizarlos en el compromiso con Dios y sus pueblos.

Como asamblea diocesana, nos comprometimos a: Fortalecer la estructura diocesana de pastoral juvenil y su respectiva área en las parroquias. Salir a donde están ellas y ellos para escucharlos, partiendo de lo que creen. Dentro de la opción preferencial por los pobres, priorizar a los jóvenes. Crear un plan de formación, tomando en cuenta su palabra.


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Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (29 de julio de 2012) (AICA)

Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?". El decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan". Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: "Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?". Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran uno cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron. Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada". Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada. Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: "Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo". Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña. (San Juan 6, 1-15)                       


En este Evangelio el Señor nos habla de la Eucaristía, que es el amor de Dios en el amor para los pobres, para todas las personas, porque es un amor que llega a todos.

En la vida hay que saber que hay bienes materiales que, cuando se dan, materialmente se pueden perder; pero cuando esos bienes materiales se entregan, con espíritu y unidos a la caridad, no los pierde sino que los gana porque se convierten en un capital espiritual.

Nuestra vida no tiene que ser reducida a lo natural, o a lo biológico, o a lo material, porque ese reduccionismo hace mucho daño. Nuestra vida es una síntesis de materia y espíritu; de cuerpo, persona, inteligencia, voluntad y espíritu; es decir que somos una unidad sustancial pero ambas realidades tienen que estar presentes en nuestra vida. Concretamente en este Evangelio, el Señor se da cuenta de la necesidad de la gente, a su vez un colaborador dice “tenemos esto, que es muy poco”, y luego el Señor lo multiplica y lo da.

¿Qué necesitará el mundo hoy? La respuesta sería obvia: necesita comer. Hay muchos chicos desnutridos; infantes que si no tienen una buena alimentación en los primeros años de vida, compromete y enajena el futuro inmediato de esos mismos jóvenes.

Y a veces en nuestro país hay pobreza, hay gente que come una sola vez por día, come mal, se alimenta mal. Hay una mala distribución y una carencia muy grande de lo que significa poder responder a las necesidades. Que no es solamente la comida, también es el trabajo. Trabajo digno para que uno –dignamente– pueda alimentar con el pan a los suyos. Vemos cómo las cosas se relacionan, interactúan: pan, trabajo y tantas cosas que son importantes.

Pidamos al Señor, en esta reflexión, tener esa síntesis del pan material, del pan espiritual, la educación, la salud, la vivienda, ¡la familia!, que ordenaría todas las demás necesidades.

Hay un test de la caridad muy importante para cualquiera de nosotros, es el amor a los pobres y el amor a los enemigos: en la medida que uno ame a los pobres y ame a los enemigos, ese está lleno del amor de Dios y ese entendió lo que es el Evangelio. No quedarnos con una parte. Por eso la Iglesia siempre habla de amor, perdón, justicia, retribución, reconciliación; realidades que no son debilidades más bien son fortalezas.

Pidamos al Señor que nos siga alimentando el espíritu para que nosotros comprometamos nuestra vida y nuestra fe; y para que por medio de ella, nos comprometamos y seamos cada vez más solidarios con las realidades humanas, de las que tenemos que vivir y también rendir y dar cuentas. La fe en las obras y por las obras mostraremos que tenemos fe.

Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


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S?bado, 04 de agosto de 2012

Reflexión a las lecturas  del domingo dieciocho del Tiempo Ordinario - B,  ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuerl Peréz Piñero bajo el  epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR".

Domingo 18º del T. Ordinario B 

Después de la multiplicación de los panes, la gente estaba exaltada. “Este sí es el profeta que tenía que venir al mundo”. ¿Y qué haremos? Se preguntaban. Primero, proclamarlo rey. ¿Y después? Disfrutar del “pan” que nos da. Por eso lo andan buscando. Es lo mismo de siempre: un mesianismo regio, temporal, triunfal...

Jesús les habla de otro mesianismo, de otro quehacer: “Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.”  Y el trabajo que el Padre quiere consiste en creer en el que Él ha enviado. Por tanto, tienen que buscar otro pan, otro trabajo, otro Reino. Tienen que creer que Él es el Mesías.

Y terminan por decirle: “¿Y qué signo haces tú para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del Cielo les dio a comer”. (1ª Lect.).

Los judíos no le piden a Jesús otro milagro como el que acaban de ver, sino “el signo”, “la obra” que tiene que realizar… Como Moisés, como los profetas.

Y es impresionante constatar que “el gran signo”, “la gran obra de Jesús” es la Eucaristía, el misterioso Pan del Cielo, del que nos habla: “el Pan de Dios de Dios es el que baja del Cielo y da la vida al mundo”. Ellos entienden perfectamente que se trata de otro pan distinto al de Moisés. Y por eso le dicen: “Señor, danos siempre de este Pan”. Y Jesús les contesta: “Yo soy el Pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás”.

Por eso proclamamos en la Eucaristía: “Este es el Sacramento (o el Misterio) de nuestra fe”. Si Jesús es el verdadero Pan de la Vida, tenemos que continuar escuchando y meditando sus palabras en estos domingos para llegar a una mejor y mayor comprensión de “su obra” y podamos alimentarnos cada vez mejor y con frecuencia de ese Pan.


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DOMINGO 18º DEL T. ORDINARIO B 

MONICIONES

 

PRIMERA LECTURA

         Se nos narra en la primera lectura cómo Dios alimenta a su pueblo hambriento en el desierto, rumbo a la tierra prometida. El maná es figura de Cristo, verdadero Pan del Cielo. Escuchemos.

 

SEGUNDA LECTURA

         S. Pablo nos recuerda, en esta segunda lectura, algo fundamental: Ser cristiano es diferente… Es algo que nos diferencia del que no lo es; algo que tiene que notarse en nuestra  vida de cada día.

 

TERCERA LECTURA

         La gente, después de ser alimentada por el Señor, en la Multiplicación de los Panes, le busca. Y Él comienza a hablarles de otra comida, el Pan del Cielo.

         (Aclamémosle ahora todos juntos con el canto del aleluya).

 

OFRENDAS

         Hoy, primer domingo del mes de Agosto, mes para muchos de vacaciones, Cáritas nos invita a preocuparnos seriamente de los hermanos que pasan necesidad.

 

COMUNIÓN

         En la Comunión recibimos a Cristo, verdadero Pan del Cielo. Digámosle como aquella gente que le escuchaba: “Señor, danos siempre de ese Pan”.


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Jueves, 02 de agosto de 2012

Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo décimo octavo del Tiempo Ordinario.

PAN DE VIDA 

         ¿Por qué seguir interesándonos por Jesús después de veinte siglos? ¿Qué podemos esperar de él? ¿Qué nos puede aportar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo? ¿Nos va a resolver acaso los problemas del mundo actual? El evangelio de Juan habla un diálogo de gran interés, que Jesús mantiene con una muchedumbre a orillas del lago Galilea.

         El día anterior han compartido con Jesús una comida sorprendente y gratuita. Han comido pan hasta saciarse. ¿Cómo lo van a dejar marchar? Lo que buscan es que Jesús repita su gesto y los vuelva a alimentar gratis. No piensan en nada más.

         Jesús los desconcierta con un planteamiento inesperado: "Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el que perdura hasta la vida eterna". Pero ¿cómo no preocuparnos por el pan de cada día? El pan es indispensable para vivir. Lo necesitamos y debemos trabajar para que nunca le falte a nadie.

         Jesús lo sabe. El pan es lo primero. Sin comer no podemos subsistir. Por eso se preocupa tanto de los hambrientos y mendigos que no reciben de los ricos ni las migajas que caen de su mesa. Por eso maldice a los terratenientes insensatos que almacenan el grano sin pensar en los pobres. Por eso enseña a sus seguidores a pedir cada día al Padre pan para todos sus hijos.

         Pero Jesús quiere despertar en ellos un hambre diferente. Les habla de un pan que no sacia solo el hambre de un día, sino el hambre y la sed de vida que hay en el ser humano. No lo hemos de olvidar. En nosotros hay un hambre de justicia para todos, un hambre de libertad, de paz, de verdad. Jesús se presenta como ese Pan que nos viene del Padre, no para hartarnos de comida sino "para dar vida al mundo".

         Este Pan, venido de Dios, "perdura hasta la vida eterna". Los alimentos que comemos cada día nos mantienen vivos durante años, pero llega un momento en que no pueden defendernos de la muerte. Es inútil que sigamos comiendo. No nos pueden dar vida más allá de la muerte.

         Jesús se presenta como ese Pan de vida eterna. Cada uno ha de decidir cómo quiere vivir y cómo quiere morir. Pero, creer en Cristo es alimentar en nosotros una fuerza indestructible, empezar a vivir algo que no terminará con nuestra muerte. Seguir a Jesús es entrar en el misterio de la muerte sostenidos por su fuerza resucitadora.

         Al escuchar sus palabras, aquellas gentes de Cafarnaún le gritan desde lo hondo de su corazón: "Señor, danos siempre de ese pan". Desde nuestra fe vacilante, nosotros no nos atrevemos a pedir algo semejante. Quizás, solo nos preocupa la comida de cada día.

Y, a veces, solo la nuestra.                                                                                                                                                                                  

José Antonio Pagola 

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
5 de agosto de 2012
18 Tiempo ordinario (B)
Juan 6, 24-35


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Mi?rcoles, 01 de agosto de 2012

ZENIT nos ofrece la reflexión completa de monseñor Romero, responsable del Departamento de Catequesis de la Conferencia Episcopal del Uruguay, como preparación del Día Nacional de la Catequesis que se celebrará en el Uruguay el 19 de agosto.

Catequesis y liturgia

Desde los comienzos del siglo pasado se venía percibiendo la necesidad de renovar tanto la liturgia como la catequesis, despertada por la renovación de los estudios bíblicos, teológicos, del kerigma, de las ciencias auxiliares: la pedagogía, la metodología, la sociología, la psicología. Ya en el siglo XVI, en reacción a la teología protestante, la liturgia se centró en el clero, trayendo como consecuencia la reducción del papel de los seglares en la celebración litúrgica a simples espectadores mudos y extraños.

En la catequesis se fortaleció la claridad de los conceptos doctrinales por la institución del “catecismo” ya que la experiencia de vida cristiana tenía, todavía, los cauces normales de la familia y de la sociedad. Recordamos que, en nuestra niñez, el tiempo de la celebración era ocupado de parte de los fieles por el rezo del rosario, por las novenas u otras devociones, o por la prédica de otro sacerdote en el transcurso de toda la celebración eucarística.

En las décadas previas a la celebración del Concilio Vaticano II se fueron introduciendo pequeños misales traducidos para los fieles, las misas dialogadas, explicaciones sobre el desarrollo del rito de la misa. Por otra parte, se fueron suscitando experiencias en el compromiso de los laicos: la Acción Católica, particularmente la A.C. especializada; en la participación de la liturgia, etc. que favorecieron una recepción entusiasta de “volver a las fuentes” en la propuesta del Concilio Vaticano II. La Constitución sobre la Sagrada Liturgia fue el primer documento en ser aprobado por el Papa Pablo VI junto a los Padres Conciliares el 5 de diciembre de 1963.

1. La liturgia en la vida de la comunidad cristiana

Se puede decir: dime cómo celebra una comunidad y te diré qué tipo de comunidad es. La celebración litúrgica es el momento fuerte de una comunidad en la que se manifiesta todo lo que hay dentro, si no hay una comunidad viva, difícilmente se podrá celebrar algo vivo. La comunidad hace la liturgia, pero ésta construye, a su vez, a la comunidad. En este contexto se podrá fácilmente entender la relación entre liturgia y catequesis. Nos dice el Concilio: “La sagrada liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia, pues para que los hombres puedan llegar a la liturgia es necesario que antes sean llamados a la fe y a la conversión” (SC. 9); “no obstante, la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (SC. 10).

2. La celebración litúrgica en el proceso de la catequesis

La catequesis tiene como fin la educación de la fe hasta la maduración más plena, desarrollando de esta manera la fe inicial, promoviendo en plenitud y alimentando diariamente la vida cristiana de los fieles de todas las edades (ver CT, 20). La liturgia es expresión y celebración de la fe por lo que no puede estar al principio del proceso catequístico ya que presupone la fe.

La fe es previa a la celebración, pero la celebración interviene decisivamente en la maduración e integración de la fe misma. La fe no sobrevive sin ser expresada y celebrada, por eso es necesario tener en cuenta que la celebración litúrgica ocupa un lugar importante en el proceso de la catequesis.Se puede afirmar que la liturgia forma parte de la catequesis, si bien no se confunde con ella. Son muchos los catequistas que tienen que responsabilizarse, a lo largo de la catequesis, de las celebraciones del grupo al que imparten la catequesis. De esta manera el catequista tiene que hacer la función de animador litúrgico.

No hay vida plenamente cristiana sin participación en la celebración litúrgica. La catequesis precede a la celebración y conduce a ella estableciéndose una estrecha relación entre catequesis y liturgia. De lo contario se corre el riesgo que alerta el Papa Juan Pablo II: “La vida sacramental se empobrece y se convierte muy pronto en ritualismo vacío, si no se funda en un conocimiento serio del significado de los sacramentos. Y la catequesis se intelectualiza, si no cobra vida en la práctica sacramental” (CT.23).

3. Catequesis-liturgia:diferencia y complementariedad

La catequesis es, sobre todo, iniciación, instrucción; la liturgia es, sobre todo, celebración, acción, fiesta.En la catequesis se explica, se ilumina e ilustra la fe; en la liturgia se expresa y se celebra esa fe. En la catequesis se presenta y se penetra el misterio de Cristo; en la liturgia se hace memoria y se actualiza ese misterio. La catequesis principalmente evangeliza; la liturgia principalmente sacramentaliza. La catequesis anuncia la Palabra de Dios; la liturgia realiza de modo privilegiado esa misma Palabra. La catequesis tiene siempre una dimensión litúrgica que es preciso no omitir; y la liturgia tiene siempre una dimensión catequética que es preciso no olvidar.

A los 50 años de la “Convocatoria del Concilio Vaticano II”, a los 20 del “Catecismo de la Iglesia Católica”, sin duda, se nos plantea a los catequistas y animadores de la liturgia desafíos y exigencias en la trasmisión de la fe en una Nueva Evangelización .

+ Orlando Romero, Obispo Emérito de Canelones

Departamento de Catequesis


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ZENIT nos participa: San Francisco dijo: “¡Hermanos míos, quiero mandarles a todos al paraíso!”. Y nace así la Fiesta del Perdón, que el 1 y 2 de agosto se extiende a todas las iglesias franciscanas del mundo.

La Fiesta del Perdón
Antigua tradición creada por san Francisco de Asís

La Porciúncula en Asís, la pequeña iglesia dedicada a Santa María de los Ángeles, desde hace unos ocho siglos representa para cada fiel en Cristo una “puerta” para la vida eterna. En 1216 San Francisco tuvo en este significativo lugar una inspiración sobre la propia vocación, vio el inició de la Orden de los Frailes Menores, y recibió hace 800 años a la joven Clara de Asis a la vida consagrada.

Y aquí, en la iglesia que más quería, Francisco le pidió y obtuvo del Señor el mayor de sus dones: el perdón. No solamente para sí mismo pero para todos aquellos que lo hubieran pedido con corazón contrito y arrepentidos de los pecados cometidos.

La aprobación de la Madre Iglesia llegó con el papa Honorio III, permitiendo a Francisco de dar con regocijo el anuncio a todos los fieles reunidos, como está ilustrado en el cuadro del pintor Prete Ilario en el interior de la iglesia de la Porciúncula, con las palabras: “¡Hermanos míos, quiero mandarles a todos al paraíso!”.

Nació así el “Perdón de Asís”, que vio converger hacia la iglesita a una multitud siempre mayor de peregrinos, al punto que sugirió la construcción de una basílica adapta a recibirlos. Hoy es la actual basílica papal de Santa María de los Ángeles, que en su interior guarda como tesoro la pequeña Porciúncula.

En la Porciúncula actualmente es posible obtener diariamente la indulgencia plenaria, para si mismo o para los difuntos. Las condiciones son la confesión sacramental, comunión eucarística, recitación del Credo, del Padre Nuestro y de una oración por las intenciones del Santo Padre. Esta posibilidad está extendida del mediodía del 1 de agosto a todo el 2 de agostos, a todas las iglesias franciscanas esparcidas por el mundo. Y esto para que se pudiera realizar el sueño de San Francisco de Asís, de darle a todos la posibilidad de pasar el umbral del paraíso.

Los frailes franciscanos invitan también a las celebraciones por la clausura del Octavo centenario de la consagración de santa Clara, cuyo programa en italiano puede leerse en: news.assisiofm.it


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ZENIT nos ofrece el texto íntegro del  comunicado sobre la situación económica actual que los obispos, cuyas diócesis están ubicadas en la provincia eclesiástica de Tarragona, emitieron al término de su reunión ordinaria. 

 

En la carta pastoral ‘Al servicio de nuestro pueblo’, que los obispos de Cataluña publicamos en enero del año 2011, advertíamos que la crisis económica tan grave que sufríamos ya en aquel momento era uno de los retos más importantes que nuestra sociedad debía afrontar.

Lamentablemente, un año y medio más tarde de la publicación de aquel escrito, esta crisis global, lejos de disminuir, ha ido tomando unas dimensiones extraordinarias que afectan a la mayoría de los sectores económicos. Son muchas personas y familias, trabajadores, pequeños y medianos empresarios, autónomos y funcionarios los que sufren unas graves afectaciones que las medidas económicas recientes han hecho más dramáticas.

Asimismo, la crisis ha provocado que algunos ámbitos tan fundamentales como la atención sanitaria, la educación o los servicios sociales se hayan visto afectados por unos ajustes que, en bastantes casos, perjudican a muchas de las personas que son sus usuarias.

Cataluña, además, tiene una situación económica y un sistema de financiación que hacen muy difícil la reactivación del país, a pesar de los grandes sacrificios que la población se ve obligada a hacer, especialmente las personas que han quedado sin trabajo, los jóvenes y aquellos que disponen de rentas mínimas. Muchas son las voces que claman contra esta situación y, últimamente, se han hecho sentir en numerosas manifestaciones, donde se ha hecho patente el desencanto hacia la acción política y financiera, el rechazo ante la dudosa moralidad de algunas personas e instituciones, y un angustioso pesimismo sobre el posible resurgimiento de la situación.

Durante los últimos meses, la acción social de la Iglesia en nuestro país, realizada por Cáritas, Parroquias, instituciones dependientes de las Congregaciones Religiosas y de los diversos Movimientos y Asociaciones católicas, no sólo se ha mantenido, sino que se ha incrementado, tanto en lo referente a la atención material y espiritual a quienes se encuentran en situación de pobreza, como en la resolución de problemas más urgentes como la atención a los afectados por los desahucios o el paro juvenil.

Como Obispos de las Diócesis con sede en Cataluña, queremos agradecer el trabajo que hacen todas estas instituciones de Iglesia en colaboración con otras instituciones y con las Administraciones y, especialmente, la labor de los numerosísimos voluntarios, así como también el esfuerzo de tantas personas y familias que con su contribución económica hacen posible que se pueda llevar a cabo.

Asimismo, la acción social dela Iglesia Católicano queda relegada al interior de las fronteras de nuestras Diócesis ya que, pese a la crisis económica que sufrimos, seguimos atendiendo y financiando solidariamente un gran número de proyectos en el Tercer Mundo –que debe soportar una crisis endémica más intensa–, a cuyo frente se encuentran muchos misioneros sacerdotes, religiosas y religiosos, laicas y laicos católicos.

Benedicto XVI ha dicho recientemente: “No es deber de la Iglesia definir las vías para afrontar la crisis actual. Sin embargo, los cristianos tienen el deber de denunciar los males, de testimoniar y mantener vivos los valores en que se fundamenta la dignidad de la persona y de promover aquellas formas de solidaridad que favorecen el bien común, para que la humanidad se convierta en la familia de Dios” (Discurso a la Fundación Centesimus Annus, 17.10.2011). Por eso, hay que empapar de compromiso ético el mundo de la economía y las finanzas, para que la dignidad de la persona humana sea defendida y promovida siempre y para que se evite toda especulación que acaba provocando un verdadero desastre social. También hay que combatir decididamente los brotes de corrupción en el ámbito de las instituciones y administraciones. Y en concreto, debe ser una prioridad de toda nuestra sociedad la preocupación por el gran número de parados, por tantas familias que viven la angustia de una posible pérdida del trabajo, el interés por los jóvenes que se han de poder incorporar por primera vez al mundo laboral, así como también el compromiso por el mantenimiento de los puestos de trabajo, velando siempre para que tengan condiciones dignas.

Hay que analizar los errores cometidos estos últimos años, para no volver a caer más en ellos, y reconocer que quizás todos hemos intentado vivir por encima de las propias posibilidades. Se debería poder pedir responsabilidades, especialmente, a aquellos que han provocado desórdenes financieros y especulación. La sociedad, si quiere ser justa, debe poner las medidas necesarias para que los capitales tomen también responsabilidades en orden al bien común y al justo reparto de los beneficios.

En la carta Al servicio de nuestro pueblo, decíamos: “Es el momento, también, de mirar adelante y de trabajar más esforzadamente pensando en las generaciones futuras. Los obispos hacemos un llamamiento a todos los agentes sociales -autoridades, empresarios, dirigentes, trabajadores- a no decaer en el esfuerzo, a pesar de la dureza de las circunstancias, y a trabajar con esperanza, haciéndolo según los grandes valores humanos y cristianos” (4,f).

Como pastores de la Iglesia Católica, no podemos dejar de decir a todos que, en el fondo de esta actual crisis económica y financiera, hay una crisis de valores y de fe. Cuando el hombre abandona a Dios, se pierde a sí mismo. Cuando las personas quieren construir una sociedad sin Dios, acaban deshumanizándose, porque olvidan la gran pregunta de Dios a Caín, que atraviesa la historia humana: “¿Qué has hecho de tu hermano?” (Gn 4,9).

En estos momentos de incertidumbres y de dificultades, estamos convencidos de la capacidad de nuestro pueblo para afrontar y superar los retos que la crisis económica plantea. Así como en otros momentos históricos difíciles, nuestro país ha sabido enderezarse con nueva fortaleza, también ahora podremos salir adelante si mantenemos la confianza en nosotros mismos, si fortalecemos nuestra tradicional laboriosidad y espíritu de sacrificio, si los dirigentes saben conducirnos poniendo como prioritario el bien común, y si todos nos ayudamos y buscamos la verdadera solidaridad entre los pueblos de Europa y del mundo, iluminados por el Evangelio que siempre nos llama a la conversión.

Queremos colaborar a mantener la esperanza, y la pedimos a Dios. Juntos y con el esfuerzo de todos, con la voluntad de acuerdo y de colaboración de los Partidos políticos, de los Sindicatos y de las Patronales, podremos superar esta crisis tan dura. Necesitamos volver a los valores auténticos, a los que no se marchitan, y a un estilo de vida personal y familiar, institucional y eclesial, austero, generoso y responsable, sin dejar la solidaridad hacia los que tienen menos o tienen que soportar más cargas. Sólo una fe que se traduce en caridad hacia el prójimo se convierte en creíble y convincente.

Ciertamente, creemos que Cáritas –que es la institución eclesial de la caridad- acierta decisivamente cuando propone: Vive sencillamente, para que otros, sencillamente, puedan vivir. Por eso humildemente hacemos un llamamiento para que todos nos orientemos hacia una manera de vivir y de actuar más modesta y sencilla, que no esté por encima de nuestras posibilidades. Asimismo, reclamamos que todos hagamos un esfuerzo de ayudar y de compartir solidariamente con los más débiles de la sociedad, como ya están llevando a cabo, ejemplarmente, muchos cristianos y muchas otras personas de buena voluntad. Y finalmente invitamos a valorar y aplicar los principios fundamentales dela Doctrina Social de la Iglesia, ya que proponen orientaciones válidas para la construcción de una sociedad justa, libre y solidaria, especialmente si los ofrecemos en diálogo con todos aquellos que se preocupan seriamente por la persona humana y su mundo.

Para leer el texto en catalán: www.tarraconense.cat/index.php?inc=noticieDet&id=1591&total=11&paginaActual=1


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Texto del micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT 9 (29 de julio de 2012). (AICA)

San Pablo le decía a los Efesios: “Cristo es nuestra paz: él ha unido a los dos pueblos en uno solo, derribando el muro de enemistad que los separaba” (Ef. 2, 14). Este texto tiene una primera lectura referida al pueblo de la Antigua Alianza del cual provenía Jesús, pero también podemos hablar de la realidad de ese “muro de enemistad” como algo que compromete el valor de la paz. La enemistad como enfrentamiento acompaña al hombre a lo largo de historia.

La paz es un bien al que todos aspiramos como expresión ideal, sin embargo ella necesita de condiciones que la hagan posible, pertenece al ámbito de la cultura y se construye con nuestra libertad, opciones y educación. A la paz hay que crearla y cuidarla. Es bueno, en este sentido, recordar algunos lemas de la Jornada Mundial de la Paz, con los que la Iglesia ha querido acompañar este camino de docencia y testimonio.

Recuerdo algunos: si quieres la paz, trabaja por la justicia; combatir la pobreza es construir la paz; si quieres la paz, protege la creación, genera una cultura del trabajo, defiende la familia… A la Paz, como vemos, no se la puede decretar ni es consecuencia de nuestro voluntarismo; ella necesita y compromete decisiones que desde diversos ángulos la hagan posible. Esto implica, ante todo, tener ideales y valores claros, pero también estar dispuesto a una renovación sea en lo personal como social. Es común pensar la paz como un equilibrio de fuerzas, esta no es, ciertamente, la paz que derriba “el muro de enemistad”.

Menos, aquel: “si vis pacem, para bellum”, si quieres la paz prepara la guerra. Tampoco esa paz acomodaticia y superficial, que esconde rencores y busca pequeños intereses. El secreto siempre va a pasar por el interior del hombre que es donde se construyen las bases de una sociedad que avance en el camino de la paz. Siempre va a ser un ideal a alcanzar, es cierto, pero aceptemos que estamos lejos y que, por momentos, parece que nos alejamos. Vivimos una realidad de violencia e inseguridad, que es signo de una sociedad enferma.

Las declaraciones y marchas son necesarias, porque al tiempo que expresan repudio son un gesto de solidaridad con la víctima, y un signo de sensibilidad social y de aprecio por la vida; qué triste sería en estos casos la indiferencia. Pero ello ocupa un momento, intenso pero pasajero. ¿Cómo atacar las causas de este deterioro humano y social que nos empobrece? Vuelvo a repetir lo que en la Mesa del Diálogo Santafesino propusimos como principales áreas para elevar el nivel cultural e inclusivo de la sociedad, tan fragmentada y violenta.

Estas áreas son: Familia, Escuela y Trabajo. Veíamos en ellas lugares propios y de gran potencialidad para la formación y transmisión de valores e ideales, como base de una cultura que permita elevar las condiciones de vida de gran parte de la sociedad. Esto nos compromete a todos, pero especialmente a quienes tienen la capacidad y el mandato de generar políticas, a través de las cuales se oriente la inversión y acompañe a estas áreas.

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz. Que esta breve oración nos de fuerzas para derribar ese muro de la enemistad o discordia. Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oración mi bendición en el nombre de Jesucristo, Príncipe de la Paz.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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