Texto del micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT9 (6 de octubre de 2012). (AICA)
Con motivo de cumplirse cincuenta años del inicio del Concilio Vaticano II y veinte de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, el Santo Padre nos ha convocado a celebrar el Año de la Fe. A este acontecimiento lo debemos vivir como un don llamado a renovar nuestra fe en Dios, como también a sentirnos responsables de esta misma fe ante nuestros hermanos. Ella es nuestra mayor riqueza, nuestra tarea es vivirla y trasmitirla. La fe cristiana se apoya en la Palabra que Dios ha dirigido al hombre, especialmente y de un modo definitivo por medio de su Hijo.
Esta Palabra tiene un contenido que debemos conocer, meditar y vivir. Ella es una fuente inagotable porque se apoya en Jesucristo que: “es el mismo ayer y hoy, y lo será siempre”, por ello, concluye el autor de la carta a los Hebreos: “No se dejen extraviar por cualquier clase de doctrinas extrañas” (Heb. 13, 8). ¡Cuántas manifestaciones seudo religiosas se ofrecen! Hoy más que nunca es necesario volver a la simple y profunda riqueza de la fe.
La fe que profesamos y vamos a celebrar es la fe de la Iglesia católica. Esto debe ser dicho con humildad, pero con la verdad de sentirnos parte de una comunidad que ha nacido y crecido sobre la fe de los apóstoles en comunión con Pedro, hoy Benedicto XVI. Esta fe católica nos ha dado una casa en la Iglesia y nos trasmitido, en Ella, la vida de Jesucristo a través de su Palabra y los Sacramentos. Esta verdad que hace a la identidad y santidad de la Iglesia, también necesita ser purificada. Debemos ser los primeros en reconocer que: “llevamos este tesoro en recipientes de barro” (2 Cor. 4, 7).
Somos hijos de esta Iglesia santa, pero también necesitada de purificación, decíamos recientemente: “Reconocemos que las incoherencias y pecados de sus mismos pastores y miembros han provocado desilusión en muchos creyentes y un debilitamiento de su fe” (Orientaciones Pastorales, 4). Una auténtica celebración del Año de la Fe debe, necesariamente, comenzar por un sincero espíritu de conversión.
La Fe nace del encuentro personal con Cristo. Por ello, el Santo Padre, ha querido dirigir nuestra mirada y atención eclesial: “al encuentro con Jesucristo y la belleza de la fe en él”. La fe es un don que si no se hace vida, deja de ser un principio que ilumina, da sentido y alegría a nuestra vida. Lo más triste para un cristiano es cuando su fe entra en “esa gris monotonía” que va adormeciendo el deseo de santidad, su vida de caridad y compromiso misionero.
La fe necesita ser fortalecida, para ello debemos recordar: “que la fe se alimenta y vigoriza en la celebración de la misma fe. Especialmente en la liturgia el Espíritu Santo nos pone en comunión con Cristo para formar su cuerpo” (Orientaciones Pastorales, 8). La fe cristiana no es un sentimiento vacío, sino respuesta y compromiso a una Palabra que se hace Vida en el encuentro con Jesucristo.
El próximo 11 de octubre estaré en Roma para iniciar, junto al Santo Padre y en nombre de la Iglesia en Argentina, este acontecimiento de conversión y de gracia que es el Año de la Fe. Unidos en la oración, reciban de su obispo mi bendición en el Señor Jesús y nuestra Madre de Guadalupe.
Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz