Mi?rcoles, 17 de octubre de 2012

 Guión litúrgico para celebración en Semana contra la Pobreza a celebrar desde el 14 al 20 de Octubre de 2012, publicado y enviado por Caritas Nacional a la parroquia.

Este guion nos ha ayudado a prepararlo Monseñor Tomas Kaboré, obispo de la Diócesis de Kaya, en Burkina Faso. Sus palabras nos invitan a reflexionar ya rezar sobre el Objetivo del Milenio 1: erradicar el hambre y la pobreza durante lo que queda de 2012 Y en 2013. Pero os invitamos a utilizarlo, especialmente, durante la Semana contra la Pobreza, del 14 al20 de octubre, con la esperanza de que la Palabra de Dios nos mueva por dentro y nos lleve a planteamos otra forma de vida más sencilla y que incluya a todas las personas del mundo, hermanos y hermanas en Cristo.

 

Monición de entrada

¡Queridos hermanos y hermanas!

En cada Eucaristía el Señor reúne a su pueblo y se hace presente entre nosotros, como ocurrió después de su resurrección. Hoy nos reúne en el mundo entero en la Jornada Mundial de la Alimentación y nos confía la misión de luchar contra la pobreza en el mundo. Si la tierra está llena de riquezas es porque están destinadas a todas las criaturas. Dios ha concebido los bienes para que todas se beneficien de ellos, para que todas las personas sean felices y lo alaben.

Por ello, nuestra misión consiste en reorganizar la creación según el Espíritu que nuestro salvador Jesucristo nos ha dado. ¿Por dónde comenzar? Pobres o ricos, todos tenemos que empezar por nosotros mismos, cada cual tiene que corregir su propia relación con las posesiones, con el dinero y con los bienes.

En la Eucaristía de hoy, pidamos por nuestra propia conversión, por la conversión de los espíritus y de los corazones, para que, siendo más dóciles a la enseñanza de Cristo, podamos poner en práctica la Doctrina Social de la Iglesia; construyamos la nueva Jerusalén, convirtiéndonos en piedras vivas en Cristo Jesús.

Preparación Penitencial

Señor Jesús, por tu pasión y muerte tú nos has liberado de la esclavitud del infierno

Señor, ten piedad

Cristo Salvador, Tú que has sanado nuestras enfermedades, mira todas las enfermedades y sufrimientos originados por el amor a las riquezas y los bienes de la tierra.

Cristo, ten piedad

Señor, Tú que has vencido el pecado y la muerte con tu resurrección, mira nuestra resistencia a derribar las estructuras de pecado que contribuimos a consolidar.

Señor, ten piedad

Oración del Celebrante

Dios nuestro Padre, tú que nos has enviado a tu Hijo para que sea el pan de vida eterna, haz que,
saciados de este pan, seamos la sal de la tierra y la luz del mundo. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor! Amen

Monición a la primera lectura

Dios nos llena sin medida. Pero El nos advierte que hay un acosa que no tolera y que será para nosotros una fuente de desgracia. Escuchadme viven y comprenderéis lo que Dios nos quiere decir.

Lectura 1: Deut 8, 12-20

Monición a la segunda lectura

Escuchad y ved la obra que Dios ha realizado y la obra de la cual nos hace participar. Dios ha empezado la reunificación de la humanidad reconciliada con todos lo que participamos en la Eucaristía. Supalabra es verdad, escocemos y comprendamos.

Lectura 2: 2 Act 2, 41-47

HOMILÍA

Introducción

Las Naciones Unidas han instituido el 16 de octubre como Jornada Mundial de la Alimentación para alertar de que existen todavía una multitud de personas que padecen hambre, a pesar de vivir en una época de abundancia.

Un grupo de presión en Internet ha promovido una iniciativa para eliminar esta lacra y nos invita a seguirla.

En uno de sus anuncios afirman: Mil millones de personas padecen hambre crónica. En lo que dura este video, dos niños habrán muerto de hambre. Y nos invitan a adherirnos a la iniciativa de firmar la siguiente petición: "Presionad a los responsables políticos para eliminar el hambre. Firmad una petición y promoved acciones allá adonde estéis. Mediante la voz de las Naciones Unidas exhortamos a los gobernantes a dar prioridad absoluta a la erradicación del hambre en el mundo hasta alcanzar este objetivo".

¡Sin ninguna duda hay que hacer algo! Pero ¿Qué? ¿Qué hay que hacer? ¡Esta es la cuestión!

Como se trata de cambiar el mundo, pensamos enseguida en los gobernantes. Según nuestra mentalidad moderna, pensamos en seguida en poner en marcha nuestros medios jurídicos y políticos: o sea nuestros medios humanos, sin pensar en Dios. Nuestras sociedades ya no viven en la fe. Pensamos que los políticos pueden cambiar la marcha de los acontecimientos. Que legislen para poner fin a las hambrunas. Pero, ¿cómo podrán hacer unas leyes que todo el mundo considere justas? Y, aunque pudiesen hacer leyes justas, ¿podrán los
gobiernos aplicarlas y hacerlas respetar? ¿De qué forma podrán hacer aplicar esas leyes, si los ciudadanos tienen motivaciones injustas? Aquí está el verdadero problema: la disposición interior de cada persona. Si hay mucha gente que se complace con las estructuras injustas, dominadas por el afán de beneficio, y la sed de bienes materiales, ¿qué podrán hacer las leyes7

Erradicar el hambre en el mundo no es una cuestión de legislación de los mandatarios. Se trata más bien de promover la justicia, de cambiar nuestro mundo y para eso es preciso cambiar nuestros corazones y mentalidades. Y esto está por encima de los poderes humanos. Por eso hemos de dirigirnos a Dios.

Vivir en la fe significa aceptar, hacer sitio a Dios en mi universo. Vivir en la fe significa vivir con Dios, escucharlo, conocerlo, hablar con Él. iY no vivir como si Él no contara' Como si Él no tuviera importancia alguna, como si no nos hiciera falta acatar sus leyes, aunque nos las proponga.

La fe nos dice que Dios es el primero en querernos y en querer nuestro bien. Respecto a nuestra preocupación actual, Él está dispuesto a ayudarnos a erradicar el hambre; Él nos da sus bienes en abundancia y quiere nuestra felicidad. Es lo que nos enseña su palabra que acabamos de escuchar.

La primera lectura nos enseña: Dios ha puesto a nuestra disposición una buena tierra, llena de recursos naturales. Para aprovechar esta abundancia, solo nos advierte de una condición:

«Cuídate de no olvidarte del Señor tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre» (Deut. 8, 11-14).

Nuestros métodos y costumbres consisten en excluir a Dios de nuestra vida diaria. Hoy en día denominamos esta actitud como secularización: ¿Qué tiene que ver Dios con el hambre en la tierra? ¿Produce Él los cereales? ¿Trabaja Él con las cooperativas que abastecen a los grandes almacenes? Y es así como nosotros vamos construyendo nuestro mundo, nuestra economía, nuestra política. Sin Él, sin Dios.

El resultado es que, una vez realizadas estas obras hechas solo con nuestras manos, las encontraremos apagadas y vacías, incapaces de garantizar la justicia, la paz y la felicidad. De esta forma estamos edificando un mundo lleno de riquezas y de abundancia, pero que está también lleno de tristeza. Nuestro mundo es un mundo triste y sin alegría. Le falta la sal de Dios. Nuestros mandatarios, responsables e instituciones no pueden darnos esta alegría.

En el Evangelio, Jesús da de comer en abundancia a una multitud de personas: panes y peces, sobrando 12 cestas. Cuando nos dirigimos a Dios, Él responde con generosidad. Su principal generosidad, lo sabemos muy bien, es Jesucristo en persona. Él se define como el pan que ha descendido del cielo y que da la vida, es decir, que da la felicidad y la alegría.

Él nos ha traído la sal de Dios, para dar el sabor a nuestras obras e instituciones; con Él, nosotros podemos realizar lo que los mandatarios del mundo no pueden hacer: compartir de
forma equitativa, dar sabor y alegría a la vida.

Dirigirnos a Dios no es solamente rezar y tener buenas ideas. Es también trabajar concretamente en una obra que existe desde hace tiempo. Jesús, después de su resurrección, ha puesto en marcha una obra que nosotros estamos buscando: la ciudad de la paz. Y esta ciudad se está edificando. Él ha sido su impulsor con sus enseñanzas. Después de su resurrección, la fe de sus discípulos ha hecho brotar de la tierra una ciudad nueva de fraternidad:

«Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo.» (Act. 2,42-45).

Esta es la ciudad de justicia, amor y alegría que estamos buscando. Esta ciudad está en marcha y todos nosotros estamos invitados a trabajar en ella. El texto continua diciendo «y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos». Nosotros somos los que el Señor ha ido añadiendo a la comunidad de los salvados. Esta ciudad no es una ficción del espíritu ni un sueño. Es una comunidad que ha crecido hasta nosotros: la Iglesia. En ella Dios ha reunido a todos los hombres del mundo entero en la justicia, la paz y la alegría. En ella Él ha puesto el corazón y el espíritu nuevo. Si existen mil millones de personas que aún padecen hambre, ciertamente tenemos algo que hacer. Lo primero es cambiar nuestra mentalidad. Debemos mirar hacia adentro y dejarnos penetrar por un Espíritu nuevo.

Las personas necesitan una nueva sabiduría para construir un mundo más justo. ¿Dónde encontrar esta nueva sabiduría? Nosotros, que somos sus discípulos y que _seguimos comunicándonos con Él en la Eucaristía, tenemos la convicción de que, a menos que nos
dejemos llenar del espíritu de Cristo, de sus enseñanzas, y trabajemos en cualquier lugar donde estemos según su Espíritu no habrá justicia ni alegría en la tierra, ni paz entre las naciones. Él es la única sabiduría y la única salvación.

Lo mejor que nosotros podemos hacer de verdad es transformarnos en sal de la tierra en Cristo Jesús, para llevar su sabor allá adonde estemos. Anunciaremos así con nuestra vida y testimonio la buena nueva: ¡la obra de la justicia está en marcha! Esta es nuestra esperanza: itrabajemos por la justicia!

Para cambiar el mundo hay que cambiar a las personas, porque todos los males que padecemos tienen raíces en nuestros corazones.

A nuestro Señor y Salvador Jesucristo que nos ha invitado a trabajar por una ciudad santa sea todo honor y alabanza por los siglos de los siglos. Amén. 

Oración de los Fieles

1. Por el Pueblo de Dios y sus Pastores, el Papa, los obispos, los sacerdotes y diáconos, para que sus enseñanzas iluminen a los cristianos en sus diferentes compromisos de modo que, con su palabra y su vida, sean fuente de riquezas espirituales y morales para nuestro mundo.

2. Por los dirigentes de las naciones para que, inspirados por el Espíritu Santo que vive en los
cristianos y les conduce, se dediquen al bien común de sus pueblos, se preocupen de los pobres y abandonados y les sirvan con abnegación.

3. Por todos los que sufren: pedimos para todos la gracia de creer que Dios les ama a pesar de sus sufrimientos y para que, reconfortados, sean animados por la caridad y den testimonio de alegría y fraternidad sin límite.

4. Por todos los pobres que no tienen lo necesario para curarse, que no tienen nada para comer, que no tienen la posibilidad de enviar a sus niños a la escuela, para que Dios suscite almas generosas que acudan en su ayuda y de esta forma se extienda sobre la tierra la alegría y la fraternidad universal.

5. Por nuestra Asamblea y por todos nuestros hermanos cristianos reunidos en Cristo por la eucaristía en este día, para que seamos, mediante los diferentes compromisos de esta semana, un signo y un medio de concordia y de paz a nuestro alrededor.

Oración después de la comunión:

iSeñor Jesucristo! ¡Tú has hecho de nosotros piedras vivas de la nueva Jerusalén! Danos a los que acabamos de recibir te el don de continuar la obra empezada por los Apóstoles, para dar a los hombres a los que nos envías una ciudad de paz y de alegría. Tú que estás con nosotros hasta el fin de los siglos. Amén


Publicado por verdenaranja @ 17:58  | Liturgia
 | Enviar