Lunes, 22 de octubre de 2012

Texto del micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT9 (20 de octubre de 2012). (AICA)

Este domingo celebramos el Día de la Madre. Pocas personas ocupan un lugar tan propio en el afecto y consideración de todos. Es una referencia que pertenece a esa realidad fundante de nuestra vida. No estamos ante una creación social o cultural, sino ante una realidad que nos habla de nuestra identidad e historia. Para ellas, la maternidad es un don que las llena de gozo y una tarea que las tiene como protagonistas en el camino de sus hijos. No valorar la figura personal de la madre en el misterio de la trasmisión de la vida, es empobrecer al mismo hombre. Destacar, en cambio, su dimensión humana y espiritual es un signo que eleva el nivel cultural de una comunidad. En la maternidad se expresa tanto la condición única y personal de la mujer, como el sentido de filiación que da sentido y confianza a nuestra vida.

¡Qué distinto es que una mujer quiera ser madre, para lo cual está preparada física y psicológicamente, de esa otra realidad que se define como "voluntad procreativa" de los adultos! El camino, el alquiler de vientre, es técnicamente posible. ¿Pero lo es éticamente y como base de una cultura? ¡Cuánta cosificación y degradación de la mujer por un lado, pero también, qué falta de respeto al derecho que tiene el niño al conocimiento de su identidad! El deseo, la libertad y el poder del adulto, parecería que no tiene límites. Frente a esto, sólo la existencia de leyes justas puede dar el marco jurídico que oriente y proteja los derechos de las personas. Una ley justa no puede tener como única fuente mi deseo y libertad, aunque se lo pueda presentar con fines altruistas, sino la realidad de la misma naturaleza de las cosas y el bien superior de las personas, en este caso del niño por nacer. Esta es la noble y necesaria tarea del legislador en una comunidad. No hay que temer al límite que pueda imponer una ley cuando cumple su función de proteger los derechos. Este tema, que hoy está en el Congreso, reviste una importancia que no siempre es valorada ni tenida en cuenta en su real dimensión personal, social y cultural.

Hoy nos toca celebrar su día y agradecerles su generosidad en la participación y cuidado del don de nuestra vida. Esta actitud es de justicia, pero también de nobleza. Justicia y gratitud se complementan para expresarles, en este día, nuestro reconocimiento. Cada uno guardará un recuerdo especial de esa mujer que hace a nuestra historia e identidad. Ella, decíamos, pertenece a la realidad de lo dado. No pensamos en ser hijos, somos hijos. Celebrar el Día de la Madre es, además, un signo que manifiesta nuestra madurez. Amar lo que somos es asumirnos como protagonistas de una historia que siempre será nueva, pero que reconoce raíces que nos dan certeza. Muchos en este día podrán acercarse a su madre para expresarle su amor y reconocimiento; otros, tal vez por la distancia, se tendrán que contentar con un llamado, y algunos, finalmente, lo haremos con el recuerdo y la oración. Pero todos, nos sentiremos deudores agradecidos de su presencia. Esto nos hace bien y será, para ellas, nuestro mejor regalo.

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús y María Santísima, Nuestra Madre de Guadalupe.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


Publicado por verdenaranja @ 17:53  | Hablan los obispos
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