Domingo, 31 de marzo de 2013

Reflexión a las lecturas del domingo de Resurrección ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR".

 Domingo de Resurrección C

 

¡Por fin hemos llegado a la Pascua! Hemos venido por el camino de la Cuaresma que es el mejor camino, el único camino conduce hasta aquí. Gracias a Dios, un año más lo hemos encontrado y recorrido. Es lógico que estemos contentos. Jesucristo ha resucitado, es decir, ha pasado de la muerte a vida, de la cruz a la resurrección. Ya Jesús nos ha enseñado con toda claridad y firmeza que el sufrimiento y la muerte no son el fin, no terminan en sí mismos, sino que son camino, paso, pascua.    ¡Pues esta es la Pascua!

Celebramos hoy la solemnidad de la Resurrección de Señor. Y eso nos llena de una inmensa alegría… ¡Es la noticia! La gran noticia que cada año conmueve al mundo, desde el núcleo mismo de su existencia. ¡El sufrimiento y la muerte han sido vencidos! El momento culminante de esta victoria es la Vuelta gloriosa del Señor: “Primero Cristo como primicia, después, cuando Él venga, todos los que son de Cristo”.

¡Todo ha cambiado de sentido! Pero no tenemos prisa por decirlo todo hoy. Tenemos la Octava de Pascua. Y luego todo el Tiempo Pascual Son, en total,  50 días de celebración, de alegría, de fiesta… El problema, nos dicen los entendidos en estas cosas, es mantener el clima de alegría y de fiesta durante tanto tiempo. Se ha llamado “la cuaresma de la alegría”. No hay fiesta como esta en el mundo: 40 días de preparación y 50 de celebración.

El Evangelio de este año C nos presenta a las mujeres olvidadas de  la resurrección, camino del Sepulcro. Ellas, como los discípulos, no entendían nada de eso. Y van al Sepulcro con los aromas para embalsamar el cuerpo del Señor… ¡Y había resucitado! Y se les presentan dos ángeles que les aclaran el misterio: “Acordaos de los que os dijo estando todavía en Galilea: el Hijo del Hombre tiene que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar”. Claro que se acordaron. Y temblaban de alegría… y se fueron corriendo a comunicarlo a los apóstoles “y a los demás”, que estaban con ellos… Pero éstos lo tomaron por “cosa de mujeres”, “un delirio, y no las creyeron”. Pedro fue el único que salió corriendo al sepulcro…

Hoy, como entonces, tenemos que anunciar enseguida este acontecimiento, aunque lo tomen también por un delirio y no crean. ¡Son tantas y tan grandes las consecuencias de este acontecimiento! Ya tendremos tiempo, el Tiempo Pascual, para irlas desgranando.

El Bautismo es el primer sacramento por el que participamos de esta grandeza. Lo recordábamos anoche en la Vigilia: muertos al pecado y vivos sólo para Dios, sólo para el bien.

                    ¡Es la vida de los resucitados con Cristo!

Pertenecen a una humanidad nueva: ¡la civilización del amor!

 

                                                                               ¡Felices Pascuas! ¡Aleluya!


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          DOMINGO DE RESURRECCIÓN

MONICIONES 

PRIMERA LECTURA

          Durante el Tiempo Pascual la primera Lectura se toma del Libro de los Hechos de los Apóstoles, que recoge el testimonio de los discípulos acerca de la Resurrección.

          Escuchemos ahora el testimonio de S. Pedro, con ocasión del bautismo del Centurión Cornelio.

 

SALMO

          El salmo 117  ha sido hecho por la Iglesia un salmo eminentemente pascual. Respondamos a la primera lectura con este salmo.

 

SEGUNDA LECTURA

          En la segunda Lectura escucharemos algunas consecuencias prácticas del hecho de nuestra participación, por el sacramento del Bautismo, en la Muerte y  de la Resurrección del Señor.

 

SECUENCIA

          La Secuencia es un himno antiguo y precioso en torno a la Resurrección del Señor.

 

TERCERA LECTURA

          En el Evangelio nos acercamos al hecho que hoy gozosamente celebramos: la Resurrección del Señor.

          Pero antes, de pie, cantemos con alegría la aclamación pascual del aleluya.

 

COMUNIÓN

          En la Comunión nos encontramos con Jesucristo vivo, resucitado, que ha querido hacernos a nosotros partícipes de su victoria.

          Pidámosle la luz y la fuerza que necesitamos para vivir de acuerdo con el mensaje de Cristo resucitado y ser testigos de su Resurrección en el mundo.

 

Escuchemos en el Evangelio la conmoción que se produce en la comunidad de los discípulos el día de la Resurrección y que les lleva a comprender que Él tenía que resucitar de entre los muertos.

          Pero antes, de pie, cantemos con alegría la aclamación pascual del aleluya


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S?bado, 30 de marzo de 2013

ZENIT nos ofrece la predicación del Viernes Santo 2013 en la Basílica de San Pedro, por el padre Raniero Cantalamessa

Justificados gratuitamente por medio de la fe en la sangre de Cristo

 

"Por cuanto todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención cumplida en Cristo Jesús. Él fue puesto por Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre [...] para mostrar su justicia en el tiempo presente, siendo justo y justificado a los que creen en Jesús (Rom. 3, 23-26).

Hemos llegado a la cumbre del Año de la fe y a su momento decisivo. ¡Esta es la fe que salva, "la fe que vence al mundo" (1 Jn. 5,5)! La fe –apropiación por la cual hacemos nuestra la salvación obrada por medio de Cristo, y nos revestimos con el manto de su justicia. Por un lado está la mano extendida de Dios que ofrece su gracia al hombre; por otro lado, la mano del hombre que se estira para acogerla mediante la fe. La "nueva y eterna alianza" está sellada con un apretón de manos entre Dios y el hombre.

Tenemos la capacidad de asumir, en este día, la decisión más importante de la vida, aquella que abre las puertas de la eternidad: ¡creer!

¡Creer que "Jesús murió por nuestros pecados y ha resucitado para nuestra justificación" (Rom. 4, 25)! En una homilía pascual del siglo IV, un obispo pronunció estas palabras excepcionalmente modernas y existenciales: "Para todos los hombres, el principio de la vida es aquello, a partir de lo cual Cristo se sacrificó por él. Pero Cristo se sacrificó por él cuando él reconoce la gracia y se vuelve consciente de la vida adquirida por aquella inmolación"1

Este Viernes Santo, celebrado en el Año de la fe y en presencia del nuevo sucesor de Pedro, podría ser, si se quiere, el principio de una nueva vida. El obispo Hilario de Poitiers, que se convirtió al cristianismo en edad adulta, mirando hacia atrás antes de convertirse, dijo: "Antes de conocerte, yo no existía" y habla a Jesús “Antes de conocerte yo no existía”.

Lo que se requiere es que nos pongamos solo del lado de la verdad, que reconozcamos que tenemos necesidad de ser justificados; que no nos auto-justifiquemos. El publicano de la parábola subió al templo e hizo una breve oración: "Oh Dios, ten piedad de mí, pecador". Y Jesús dice que aquel hombre fue a su casa "justificado", es decir, hecho justo, perdonado, hecho criatura nueva, quizáscantando alegremente en su corazón (Lc. 18,14).

***

Al igual que quien escala una pared de montaña, después de superar un paso peligroso se detiene un momento para recuperar el aliento y admirar el nuevo panorama que se abre ante él, así lo hace también el apóstol Pablo al inicio del capítulo 5 de la Carta a los Romanos, después de haber proclamado el gran mensaje de la justificación gratuita por la fe en Cristo: "Justificados, entonces, por la fe, nosotros estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Jesucristo nuestro Señor, por medio del cual tuvimos también por la fe, el acceso a esta gracia (paz, fe, gracia) en la cual estamos firmes y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.

Más aún, nos gloriamos hasta de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación produce paciencia, la paciencia experiencia, la experiencia esperanza. Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado" (Rom. 5, 1-15).

Hoy en día se hacen desde los satélites artificiales, fotografías infrarrojas de regiones enteras de la tierra y de todo el planeta. ¡Qué diferente se ve el paisaje visto desde arriba, a la luz de los rayos, en comparación con lo que vemos con la luz natural! Recuerdo una de las primeras fotos de satélite difundidas en el mundo; reproducía toda la península del Sinaí. Los colores de los relieves y de las depresiones eran muy diferentes, más evidentes. Es un símbolo. Incluso la vida humana, vista desde los rayos infrarrojos de la fe, desde las alturas del Calvario, es diferente de lo que se ve "a simple vista".

"Todo –dijo el sabio, el Qohelet, en el Antiguo Testamento-- le pasa también al justo y al impío ... He visto algo más bajo el sol: en lugar del derecho,está la maldad; y en lugar de la justicia, la iniquidad" (Ecl. 3, 16, 9, 2). De hecho, en todos los tiempos se ha visto a la maldad triunfante y a la inocencia humillada. Pero para que no se crea que en el mundo hay algo fijo y seguro, notaba Bossuet, que a veces se ve lo contrario, es decir la inocencia en el trono y la iniquidad en el patíbulo. ¿Pero qué concluía el Qohelet, el sabio sobre todo esto? "Así que pensé: Dios juzgará al justo y al malvado, porque allá hay un tiempo para cada cosa" (Ecl. 3, 17). Encontró el punto de observación justo.

Aquello que el Qohelet no podía saber y que nosotros más bien sí sabemos es que este juicio ya se ha dado: "Ahora dice Jesús --caminando hacia su pasión--, ha llegado el juicio de este mundo, ahora será echado fuera el príncipe de este mundo, y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí "(Jn. 12, 31-32).

En Cristo muerto y resucitado, el mundo ha llegado a su destino final. Y si se necesita la fe para creerlo. El progreso de la humanidad avanza hoy a un ritmo vertiginoso, y la humanidad ve desarrollarse ante sí nuevos e inesperados horizontes fruto de sus descubrimientos. Aún así, puede decirse que ya ha llegado el final de los tiempos, porque en Cristo, subido a la diestra del Padre, la humanidad ha llegado a su meta final. Ya han comenzado los cielos nuevos y la tierra nueva.

A pesar de todas las miserias, las injusticias y la monstruosidad existentes sobre la tierra, en Él se ha abierto ya el orden definitivo del mundo. Lo que vemos con nuestros ojos puede sugerirnos otra cosa, más aún, a la mayoría de los hombres le sugiere lo contrario, pero el mal y la muerte son realmente derrotados para siempre. Sus fuentes se han secado; la realidad es que Jesús es el Señor. El mal ha sido realmente vencido por la redención que Él trajo.

Una cosa sobretodo se ve diferente, vista a través de los ojos de la fe: ¡la muerte! Cristo ha entrado en la muerte como se entra en una oscura prisión; pero salió por la pared opuesta. No ha regresado de donde había venido, como Lázaro que vuelve a a la vida para morir de nuevo. Abrió una brecha hacia la vida que nadie podrá cerrar jamás a esa brecha. La muerte ya no es un muro contra el que se estrella toda esperanza humana; se ha convertido en un puente, quizás un "puente de los suspiros", tal vez porque a nadie le gusta morir, pero un puente, ya no más un abismo que todo cae y se precipita. "El amor es fuerte como la muerte", dice el Cantar de los Cantares (8,6). ¡Pero en Cristo ha sido más fuerte que la muerte!

En su "Historia eclesiástica del pueblo inglés", Beda el Venerable narra cómo la fe cristiana hizo su ingreso en el norte de Inglaterra. Cuando los primeros misioneros llegaron de Roma el rey del lugar tenía dudas y convocó a un consejo de dignatarios para decidir si se les debía permitir o no, a difundir el nuevo mensaje. Algunos de los presentes se mostraron a favor, otros en contra. En cierto momento, un pájaro salió de un agujero de la pared, sobrevoló asustado un rato por la sala, afuera estaba la tempestad, la sala estaba caliente y luego desapareció por un agujero en la pared opuesta.

Entonces se levantó uno de los presentes y dijo: "Señores, nuestra vida en este mundo es como ese pájaro. Venimos de la oscuridad, no sabemos de dónde venimos, por un poco de tiempo gozamos de la luz y del calor de este mundo, y luego desaparecemos de nuevo en la oscuridad, sin saber a dónde vamos. Si estos hombres son capaces de revelarnos algo del misterio de nuestras vidas, debemos escucharlos".

Y quizás la fe cristiana podría retornar a nuestro continente y en el mundo secular por la misma razón por la que hizo su entrada: como la única doctrina que puede dar una respuesta seria sobre la muerte.

***

La cruz separa a los creyentes de los no creyentes, porque para algunos es un escándalo y una locura, y para los otros es el poder de Dios y la sabiduría de Dios (cf. 1 Co. 1, 23-24); pero en un sentido más profundo, la Cruz une a todos las hombres, creyentes y no creyentes. "Jesús tenía que morir [dice el evangelio de San Juan] no solo por la nación, sino para reunir a todos los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11, 51 s.). Los nuevos cielos y la tierra nueva pertenecen a todos y son para todos: porque Cristo murió por todos.

La urgencia que deriva de todo esto es evangelizar: "El amor de Cristo nos apremia, al pensar que uno murió por todos" (2 Cor. 5,14). ¡Nos impulsa a la evangelización! Anunciamos al mundo la buena nueva de que "ya no hay condena para aquellos que viven unidos a Cristo Jesús. Porque la ley del Espíritu, que da la Vida, me libró, en Cristo Jesús, de la ley del pecado y de la muerte" (Rom 8, 1-2).

(Y padre Cantalamesa repite esta última frase en varios idiomas)

Hay una historia del judío Franz Kafka que es un fuerte símbolo religioso y adquiere un significado nuevo, casi profético, escuchado el Viernes Santo. Se llama "Un mensaje imperial". Habla de un rey que, en su lecho de muerte, llama junto a sí un súbdito y le susurra un mensaje al oído. Es tan importante aquel mensaje que se lo hace repetir al oído para estar seguro que lo haya escuchado bien. Luego despide con un gesto al mensajero que se mete en camino. Pero oigamos directamente del autor lo que sigue de la historia, marcada por el tono onírico y casi de pesadilla típico de este escritor:

"Avanzando primero un brazo, luego el otro, se abre paso a través de la multitud como ninguno. Pero la multitud es muy grande; sus alojamientos son infinitos. ¡Si ante él se abriera el campo libre, cómo volaría! En cambio, qué vanos son sus esfuerzos; todavía está abriéndose paso a través de las cámaras del palacio interno, de los cuales no saldrá nunca. Y si lo terminara, no significaría nada: todavía tendría que luchar para descender las escaleras. Y si esto lo consiguiera, no habría adelantado nada: tendría que cruzar los patios; y después de los patios la segunda cerca de palacios circundante. Y cuando finalmente atravesara la última puerta --aunque esto nunca, nunca podría suceder--, todavía le faltaría cruzar la ciudad imperial, el centro del mundo, donde se amontonan montañas de su escoria. Allí en medio, nadie puede abrirse paso a través de ella, y menos aún con el mensaje de un muerto. Tú, mientras tanto, te sientas junto a tu ventana y te imaginas tal mensaje, cuando cae la noche". Hasta aquí el mensaje de Kafka.

Desde su lecho de muerte, Cristo confió a su Iglesia un mensaje: "Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura" (Mc. 16, 15). Todavía hay muchos hombres que están junto a la ventana y sueñan, sin saberlo, con un mensaje como aquel. Juan, acabamos de oírlo, dice que el soldado traspasó el costado de Cristo en la cruz "para que se cumpliese la Escritura que dice: «Mirarán al que traspasaron»" (Jn. 19, 37). En el Apocalipsis añade: "He aquí que viene entre las nubes, y todo ojo le verá, mismo aquellos que le traspasaron; y por él todos los linajes de la tierra harán lamentación" (Ap. 1,7).

Esta profecía no anuncia la venida final de Cristo, cuando ya no será el momento de la conversión, sino del juicio. En su lugar describe la realidad de la evangelización. En ella se verifica una misteriosa, pero real venida del Señor que les trae la salvación. Lo suyo no será un grito de desesperación, sino de revisión y de consuelo. Es este el significado de la escritura profética que Juan ve realizada en el costado traspasado de Cristo, y por lo tanto, de Zacarías 12, 10: "Y derramaré sobre la casa de David y sobre los moradores de Jerusalén, un espíritu de gracia y de súplica; y mirarán hacia mí, al que ellos traspasaron".

La evangelización tiene un origen místico; es un don que viene de la cruz de Cristo, de aquel lado abierto, de aquella sangre y de aquel agua. El amor de Cristo, como aquel Trinitario, que es la manifestación histórica, es "diffusivum sui", tiende a expandirse y alcanza a todas las criaturas especialmente a las más necesitadas de su misericordia. La evangelización cristiana no es conquista, no es propaganda; es el don de Dios para el mundo en su Hijo Jesús. Es dar al Jefe la alegría de sentir la vida fluir desde su corazón hacia su cuerpo, hasta hacer vivificar a sus miembros más alejados de su cuerpo.

Tenemos que hacer todo lo posible para que la Iglesia se parezca cada vez menos a aquel castillo complicado y sombrío descrito por Kafka, y el mensaje pueda salir de él tan libre y feliz como cuando comenzó su carrera. Sabemos cuáles son los impedimentos que puedan retener al mensajero: los muros divisorios, partiendo de aquellas que separan a las distintas iglesias cristianas, la excesiva burocracia, los residuos de los ceremoniales, leyes y controversias del pasado, aunque se han convertido ya en detritos.

En el Apocalipsis Jesús dice que está en la puerta y llama. A veces, como ha observado nuestro papa Francisco, no golpea para entrar, sino desde adentro porque quiere salir hacia las periferias existenciales del pecado, del dolor, de la injusticia, de la ignorancia, de la indiferencia religiosa, de toda forma de miseria.

Ocurre como con algunos edificios antiguos. A través de los siglos, para adaptarse a las necesidades del momento, se les llenas de divisiones, escaleras, de habitaciones y cubículos pequeños. Llega un momento en se ve que todas estas adaptaciones ya no responden a las necesidades actuales, sino que son un obstáculo, y entonces hay que tener el coraje de derribarlos y llevar el edificio a la simplicidad y la sencillez de sus orígenes. Fue la misión que recibió un día un hombre que estaba orando ante el crucifijo de San Damián: "Ve, Francisco y repara mi Iglesia".

"¿Quién está a la altura de este encargo?", se preguntaba aterrorizado el apóstol Pablo frente a la tarea de ser en el mundo "el perfume de Cristo", y he aquí su respuesta que vale también hoy: "No porque podamos atribuirnos algo que venga de nosotros mismos, ya que toda nuestra capacidad viene de Dios, quien nos ha dado el don para que seamos los ministros de un nuevo pacto, no de la la letra, sino en el Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida (2 Cor. 2, 16; 3, 5-6).

Que el Espíritu Santo, en este momento en que se abre para la Iglesia un tiempo nuevo, lleno de esperanza, reavive en los hombres que están en la ventana a la espera del mensaje, y en los mensajeros, la voluntad de hacérselo llegar, incluso a costa de la vida.

1 Homilía pascual del año 387 (SCh 36, p. 59 s.).

Traducción del original italiano por José Antonio Varela V. y controlado con el discurso hecho en la basílica


Publicado por verdenaranja @ 19:46  | Espiritualidad
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ZENIT  nos ofrece las palabras del santo padre al concluir la Via Crucis en el Coliseo, viernes santo 29 de Marzo de 2013.

Queridos hermanos y hermanas.

Les agradezco por vuestra numerosa participación a este momento de intensa oración, agradezco también a quienes se unieron a nosotros a través de los medios de comunicación, en particular las personas enfermas y ancianas.

No quiero agregar muchas palabras, porque en esta noche tiene que quedar una sola palabra, que es la misma Cruz, la Cruz de Jesús es la palabra con la que Dios respondió al mal en el mundo.

A veces nos parece que Dios no le responde al mal y que se queda en silencio. En realidad Dios ha hablado y ha respondido y su respuesta es la Cruz de Cristo. Una a palabra que es amor, misericordia, perdón.

Y también Juicio. Dios nos juzga amándonos, Dios nos juzga amándonos, si acojo su amor estoy salvado, si lo rechazo estoy condenado, no por Él, sino por mi mismo, porque Dios no condena sino que ama y salva.

La palabra de la Cruz es la respuesta de los cristianos al mal que sigue actuando en nosotros y entorno de nosotros. Los cristianos tienen que responder al mal con el bien tomando sobre sí la Cruz como Jesús.

Esta noche hemos escuchado el testimonio de nuestros hermanos del Líbano, fueron ellos quienes compusieron estas bellas meditaciones, les agradecemos por este servicio y sobre todo por este testimonio que nos dieron, hemos visto cuando el papa Benedicto fue al Líbano, hemos visto la belleza y la fuerza de la comunión de los cristianos de esa tierra y de la amistad de tantos hermanos musulmanes y de tantos otros.

Fue un signo para Medio Oriente y para el mundo entero. Un signo de esperanza. Entonces continuemos esta Vía Crucis en la vida de todos los días, caminemos juntos en la vía de la Cruz, caminemos llevando en el corazón esta palabra de amor y de perdón, caminemos esperando la resurrección de Jesús que nos ama tanto, que es todo amor.


Publicado por verdenaranja @ 19:40  | Habla el Papa
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Viernes, 29 de marzo de 2013

Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del Domingo de Resurrección - C.

ENCONTRARNOS CON EL RESUCITADO 

        Según el relato de Juan, María de Magdala es la primera que va al sepulcro, cuando todavía está oscuro, y descubre desconsolada que está vacío. Le falta Jesús. El Maestro que la había comprendido y curado. El Profeta al que había seguido fielmente hasta el final. ¿A quién seguirá ahora? Así se lamenta ante los discípulos: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".

        Estas palabras de María podrían expresar la experiencia que viven hoy no pocos cristianos: ¿Qué hemos hecho de Jesús resucitado? ¿Quién se lo ha llevado? ¿Dónde lo hemos puesto? El Señor en quien creemos, ¿es un Cristo lleno de vida o un Cristo cuyo recuerdo se va apagando poco a poco en los corazones?

        Es un error que busquemos "pruebas" para creer con más firmeza. No basta acudir al magisterio de la Iglesia. Es inútil indagar en las exposiciones de los teólogos. Para encontrarnos con el Resucitado es necesario, ante todo, hacer un recorrido interior. Si no lo encontramos dentro de nosotros, no lo encontraremos en ninguna parte.

        Juan describe, un poco más tarde, a María corriendo de una parte a otra para buscar alguna información. Y, cuando ve a Jesús, cegada por el dolor y las lágrimas, no logra reconocerlo. Piensa que es el encargado del huerto. Jesús solo le hace una pregunta: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?".

        Tal vez hemos de preguntarnos también nosotros algo semejante. ¿Por qué nuestra fe es a veces tan triste? ¿Cuál es la causa última de esa falta de alegría entre nosotros? ¿Qué buscamos los cristianos de hoy? ¿Qué añoramos? ¿Andamos buscando a un Jesús al que necesitamos sentir lleno de vida en nuestras comunidades?

        Según el relato, Jesús está hablando con María, pero ella no sabe que es Jesús. Es entonces cuando Jesús la llama por su nombre, con la misma ternura que ponía en su voz cuando caminaban por Galilea: "¡María!". Ella se vuelve rápida: "Rabbuní, Maestro".

        María se encuentra con el Resucitado cuando se siente llamada personalmente por él. Es así. Jesús se nos muestra lleno de vida, cuando nos sentimos llamados por nuestro propio nombre, y escuchamos la invitación que nos hace a cada uno. Es entonces cuando nuestra fe crece.

        No reavivaremos nuestra fe en Cristo resucitado alimentándola solo desde fuera. No nos encontraremos con él, si no buscamos el contacto vivo con su persona. Probablemente, es el amor a Jesús conocido por los evangelios y buscado personalmente en el fondo de nuestro corazón, el que mejor puede conducirnos al encuentro con el Resucitado.       

José Antonio Pagola 

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
 31 de marzo 2013
Domingo de Resurrección (C)
Juan 20, 1-9


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Jueves, 28 de marzo de 2013

ZENIT  nos ofrece el texto de la homilía del Papa Francisco en la Misa Crismal 2013, en la Basílica del San Pedro.

 

Queridos hermanos y hermanas:
Celebro con alegría la primera Misa Crismal como Obispo de Roma. Os saludo a todos con afecto, especialmente a vosotros, queridos sacerdotes, que hoy recordáis, como yo, el día de la ordenación.

Las Lecturas nos hablan de los «Ungidos»: el siervo de Yahvé de Isaías, David y Jesús, nuestro Señor. Los tres tienen en común que la unción que reciben es para ungir al pueblo fiel de Dios al que sirven; su unción es para los pobres, para los cautivos, para los oprimidos... Una imagen muy bella de este «ser para» del santo crisma es la del Salmo: «Es como óleo perfumado sobre la cabeza, que se derrama sobre la barba, la barba de Aarón, hasta la franja de su ornamento» (Sal 133,2). La imagen del óleo que se derrama, que desciende por la barba de Aarón hasta la orla de sus vestidos sagrados, es imagen de la unción sacerdotal que, a través del ungido, llega hasta los confines del universo representado mediante las vestiduras.

La vestimenta sagrada del sumo sacerdote es rica en simbolismos; uno de ellos, es el de los nombres de los hijos de Israel grabados sobre las piedras de ónix que adornaban las hombreras del efod, del que proviene nuestra casulla actual, seis sobre la piedra del hombro derecho y seis sobre la del hombro izquierdo (cf. Ex 28,6-14). También en el pectoral estaban grabados los nombres de las doce tribus de Israel (cf. Ex 28,21). Esto significa que el sacerdote celebra cargando sobre sus hombros al pueblo que se le ha confiado y llevando sus nombres grabados en el corazón. Al revestirnos con nuestra humilde casulla, puede hacernos bien sentir sobre los hombros y en el corazón el peso y el rostro de nuestro pueblo fiel, de nuestros santos y de nuestros mártires, que en este tiempo son tantos.

De la belleza de lo litúrgico, que no es puro adorno y gusto por los trapos, sino presencia de la gloria de nuestro Dios resplandeciente en su pueblo vivo y consolado, pasamos a fijarnos en la acción. El óleo precioso que unge la cabeza de Aarón no se queda perfumando su persona sino que se derrama y alcanza «las periferias». El Señor lo dirá claramente: su unción es para los pobres, para los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos. La unción, queridos hermanos, no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite... y amargo el corazón.

Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo, esto es una prueba clara. Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría se le nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena noticia. Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como el óleo de Aarón hasta los bordes de la realidad, cuando ilumina las situaciones límites, «las periferias» donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe.

Nos lo agradece porque siente que hemos rezado con las cosas de su vida cotidiana, con sus penas y alegrías, con sus angustias y sus esperanzas. Y cuando siente que el perfume del Ungido, de Cristo, llega a través nuestro, se anima a confiarnos todo lo que quieren que le llegue al Señor: «Rece por mí, padre, que tengo este problema...». «Bendígame padre» y «rece por mí» son la señal de que la unción llegó a la orla del manto, porque vuelve convertida en petición, petición del pueblo de Dios. Cuando estamos en esta relación con Dios y con su Pueblo, y la gracia pasa a través de nosotros, somos sacerdotes, mediadores entre Dios y los hombres.

Lo que quiero señalar es que siempre tenemos que reavivar la gracia e intuir en toda petición, a veces inoportunas, a veces puramente materiales, incluso banales – pero lo son sólo en apariencia – el deseo de nuestra gente de ser ungidos con el óleo perfumado, porque sabe que lo tenemos. Intuir y sentir como sintió el Señor la angustia esperanzada de la hemorroisa cuando tocó el borde de su manto. Ese momento de Jesús, metido en medio de la gente que lo rodeaba por todos lados, encarna toda la belleza de Aarón revestido sacerdotalmente y con el óleo que desciende sobre sus vestidos. Es una belleza oculta que resplandece sólo para los ojos llenos de fe de la mujer que padecía derrames de sangre.

Los mismos discípulos – futuros sacerdotes – todavía no son capaces de ver, no comprenden: en la «periferia existencial» sólo ven la superficialidad de la multitud que aprieta por todos lados hasta sofocarlo (cf. Lc 8,42). El Señor en cambio siente la fuerza de la unción divina en los bordes de su manto.

Así hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las «periferias» donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones. No es precisamente en autoexperiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al Señor: los cursos de autoayuda en la vida pueden ser útiles, pero vivir nuestra vida sacerdotal pasando de un curso a otro, de método en método, lleva a hacernos pelagianos, a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás; a dar la poca unción que tengamos a los que no tienen nada de nada.

El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco – no digo «nada» porque gracias a Dios nuestra gente nos roba la unción se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor.

Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su paga», y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón. De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes, sacerdotes tristes y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con «olor a oveja», y esto os pido, sed pastores con olor a oveja, pastores en medio de su rebaño, y pescadores de hombres.

Es verdad que la así llamada crisis de identidad sacerdotal nos amenaza a todos y se suma a una crisis de civilización; pero si sabemos barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en nombre del Señor y echar las redes. Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que somos por gracia se muestra claramente como pura gracia, en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unción – y no la función – y resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien nos hemos fiado: Jesús.

Queridos fieles, acompañad a vuestros sacerdotes con el afecto y la oración, para que sean siempre Pastores según el corazón de Dios.

Queridos sacerdotes, que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de Santidad con que hemos sido ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de tal manera que la unción llegue a todos, también a las «periferias», allí donde nuestro pueblo fiel más lo espera y valora. Que nuestra gente nos sienta discípulos del Señor, sienta que estamos revestidos con sus nombres, que no buscamos otra identidad; y pueda recibir a través de nuestras palabras y obras ese óleo de alegría que les vino a traer Jesús, el Ungido. Amén.


Publicado por verdenaranja @ 23:55  | Habla el Papa
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ZENIT nos  ofrece el habitual artículo de nuestro colaborador, el obispo de San Cristóbal de Las Casas, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, sobre el tiempo litúrgico que vivimos.

Un mundo sin Cruz y sin Dios

Por Felipe Arizmendi Esquivel

SITUACIONES

Estamos en Semana Santa, en un país donde el 84% se declara católico, en un continente de mayoría católica, en un ancho mundo donde más de mil doscientos millones se confiesan miembros de esta religión, más otros varios millones que se consideran creyentes en Cristo. Entre todos estos, muchísimos se esfuerzan por seguir con fidelidad los pasos del Señor y son realmente santos, héroes, ejemplos a seguir. No sólo están bautizados, meditan la Palabra de Dios, oran y practican los ritos religiosos, sino que luchan por vivir acordes con el Evangelio: sirven a los pobres, combaten la injusticia, alientan la solidaridad social, generan fuentes de trabajo y de desarrollo, defienden la vida y la familia, promueven leyes justas, combaten la corrupción, animan la defensa de la creación.

Sin embargo, muchos oficialmente creyentes, se suman a quienes prescinden de Dios y viven en estos días como si El no existiera. Sólo les interesa descansar, divertirse y pasear; algunos pretenden desestresarse u olvidarse de sus frustraciones por medio de abusos inmorales. Otros no niegan su fe, pero no aceptan la Cruz de Cristo; quisieran una religión light, a su medida, sin esfuerzos por cambiar sus criterios y actitudes contrarias al Evangelio; sólo tienen a Dios como recurso a quien acudir en momentos duros y difíciles. Otros no negamos la Cruz de Cristo, pero no la asumimos en todas sus exigencias. Es tiempo de analizar la coherencia de nuestra vida diaria, con la fe que profesamos.

ILUMINACION

Dios no es enemigo del ser humano; no es una carga insoportable; no nos amarga la existencia; no coarta nuestra libertad. Quien esto afirme, es porque no lo conoce. Dios nos ha creado para que seamos felices, para que gocemos la bienaventuranza que El es, tiene y comparte. En la medida en que lo conocemos y aceptamos el camino que nos ofrece, nos realizamos más y más como personas, como hombres y como mujeres, como niños, jóvenes y adultos. Si no aceptas esto, sólo te invito a que hagas la prueba y verás cuán bueno es el Señor.

Al respecto, dice el Papa Francisco: “Por encima de todo, debemos mantener viva en el mundo la sed de absoluto, no permitiendo que prevalezca una visión de la persona humana de una sola dimensión, según la cual el hombre se reduce a lo que produce y lo que consume: se trata de una de las trampas más peligrosas de nuestro tiempo. Sabemos cuánta violencia ha desencadenado en la historia reciente el intento de eliminar a Dios y a lo divino del horizonte de la humanidad, y advertimos el valor de dar testimonio en nuestras sociedades de la apertura originaria a la transcendencia que está grabada en el corazón del ser humano” (20-III-2013).

Y nos advierte de la tentación de querer prescindir de la cruz: “El mismo Pedro que confesó a Jesucristo, le dice: ‘Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo’. Yo te sigo, pero no hablemos de Cruz. Te sigo con otras posibilidades, sin la Cruz. Cuando caminamos sin la Cruz, cuando edificamos sin la Cruz y cuando confesamos a un Cristo sin Cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor. Yo querría que todos tengamos el coraje de caminar en presencia del Señor, con la Cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, que se ha derramado sobre la Cruz; y de confesar la única gloria: Cristo Crucificado. Y así la Iglesia irá adelante” (14-III-2013).

COMPROMISOS

Si tienes vacaciones, disfrútalas. Los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesús son el motivo real de que nuestro calendario los marque como no laborables. Cristo es la causa original de tu descanso, aunque ni en cuenta lo tomes. Si eres creyente, descansa y goza con tu familia, con tus sanas amistades, pero organiza tu tiempo para estar con El a solas; participa en alguna celebración; al menos, entra en una iglesia y platica con El ante el Sagrario. Verás que tu vacación es más plena.

Asumamos nuestra cruz de cada día, desde el levanto, el quehacer ordinario, el trabajo, hasta las enfermedades y los problemas, uniendo todo ello a la Cruz de Jesús: verás que todo tiene un nuevo sentido, incluso redentor.


Publicado por verdenaranja @ 23:48  | Hablan los obispos
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Mi?rcoles, 27 de marzo de 2013

ZENIT  nos ofrece las palabras que el Papa Francisco dirigió el miércoles 27 de Febrero de 2013 a los fieles reunidos por miles en la Plaza de San Pedro.

¡Hermanos y hermanas, buenos días!

Me alegra darles la bienvenida a mi primera Audiencia general. Con profunda gratitud y veneración tomo al "testigo" de las manos de mi amado predecesor Benedicto XVI. Después de Pascua vamos a reanudar las catequesis del Año de la fe. Hoy quisiera detenerme sobre la Semana Santa. Con el Domingo de Ramos comenzamos esta Semana - centro de todo el Año Litúrgico- en la que acompañamos a Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección.

Pero ¿qué puede significar para nosotros vivir la Semana Santa? ¿Qué significa seguir a Jesús en su camino del Calvario hacia la Cruz y la Resurrección?

En su misión terrenal, Jesús recorrió las calles de Tierra Santa; llamó a doce personas simples para que permanecieran con Él, compartieran su camino y continuaran su misión; las eligió entre el pueblo lleno de fe en las promesas de Dios. Habló a todos, sin distinción, a los grandes y a los humildes, al joven rico y a la pobre viuda, a los poderosos y a los débiles; trajo la misericordia y el perdón de Dios; curó, consoló, comprendió; dio esperanza; llevó a todos la presencia de Dios que se interesa de cada hombre y mujer, como hace un buen padre y una buena madre con cada uno de sus hijos. Dios no esperó a que fuéramos a Él, sino que es Él que se mueve hacia nosotros, sin cálculos, sin medidas. Dios es así: Él da siempre el primer paso, Él se mueve hacia nosotros.

Jesús vivió las realidades cotidianas de la gente más común: se conmovió delante de la multitud que parecía un rebaño sin pastor; lloró ante el sufrimiento de Marta y María por la muerte de su hermano Lázaro; llamó a un publicano como su discípulo; sufrió también la traición de un amigo. En Él, Dios nos ha dado la certeza de que Él está con nosotros, en medio de nosotros. «Los zorros - ha dicho Jesús - tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». (Mt. 8,20). Jesús no tiene hogar, porque su casa es la gente, somos nosotros, su misión es abrir a todos las puertas de Dios, ser la presencia amorosa de Dios.

En la Semana Santa nosotros vivimos el culmen de este camino, de este plan de amor que recorre a través de toda la historia de la relación entre Dios y la humanidad. Jesús entra en Jerusalén para cumplir el paso final, en el que resume toda su existencia: se entrega totalmente, no se queda con nada para sí mismo, ni siquiera con su vida. En la Última Cena, con sus amigos, comparte el pan y distribuye el cáliz "para nosotros". El Hijo de Dios se ofrece a nosotros, ofrece en nuestras manos su Cuerpo y su Sangre para estar siempre con nosotros, para habitar entre nosotros.

Y en el Huerto de los Olivos, al igual que en el juicio ante Pilato, no opone resistencia, se da; es el Siervo sufriente ya anunciado por Isaías, que se despoja de sí mismo hasta la muerte (cf. Is. 53,12).

Jesús no vive este amor que lleva al sacrificio de manera pasiva o como un destino fatal; desde luego no oculta su profunda perturbación humana frente a la muerte violenta, pero se entrega plenamente a la confianza del Padre. Jesús se entregó voluntariamente a la muerte para corresponder al amor de Dios Padre, en perfecta unión con su voluntad, para demostrar su amor por nosotros. En la cruz, Jesús "me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal. 2,20). Cada uno de nosotros puede decir: me amó y se entregó a sí mismo por mí. Cada uno puede decir este “por mí”.

¿Qué significa todo esto para nosotros? Significa que éste es también mi camino, el tuyo, nuestro camino. Vivir la Semana Santa, siguiendo a Jesús, no sólo con la conmoción del corazón; vivir la Semana Santa siguiendo a Jesús quiere decir aprender a salir de nosotros mismos - como dije el domingo pasado - para salir al encuentro de los demás, para ir hasta las periferias de la existencia, ser nosotros los primeros en movernos hacia nuestros hermanos y hermanas, especialmente los que están más alejados, los olvidados, los que están más necesitados de comprensión, de consuelo y de ayuda. ¡Hay tanta necesidad de llevar la presencia viva de Jesús misericordioso y lleno de amor!

Vivir la Semana Santa es entrar cada vez más en la lógica de Dios, en la lógica de la Cruz, que no es en primer lugar la del dolor y la muerte, sino la del amor y la de la entrega de sí mismo que da vida. Es entrar en la lógica del Evangelio. Seguir, acompañar a Cristo. Permanecer con Él requiere una "salir", salir.

Salir de sí mismos, de un modo de vivir la fe cansino y rutinario, de la tentación de ensimismarse en los propios esquemas que terminan por cerrar el horizonte de la acción creadora de Dios. Dios salió de sí mismo para venir en medio de nosotros, colocó su tienda entre nosotros para traer su misericordia que salva y da esperanza. También nosotros, si queremos seguirlo y permanecer con Él, no debemos contentarnos con permanecer en el recinto de las noventa y nueve ovejas, debemos "salir”, buscar con Él a la oveja perdida, a la más lejana. Recuerden bien: salir de nosotros, como Jesús, como Dios salió de sí mismo en Jesús, y Jesús salió de sí mismo para todos nosotros.

Alguien podría decirme: “Pero Padre no tengo tiempo", "tengo muchas cosas que hacer", "es difícil", "¿qué puedo hacer yo con mis pocas fuerzas, también con mi pecado, con tantas cosas?". A menudo nos conformamos con algunas oraciones, con una misa dominical distraída e inconstante, con algún gesto de caridad, pero no tenemos esta valentía de "salir" para llevar a Cristo. Somos un poco como San Pedro. Tan pronto como Jesús habla de la pasión, muerte y resurrección, de darse a sí mismo, de amor a los demás, el Apóstol lo lleva aparte y lo reprende. Lo que Jesús dice altera sus planes, le parece inaceptable, pone en dificultad las seguridades que él se había construido, su idea del Mesías. Y Jesús mira a los discípulos y dirige a Pedro quizá una de las palabras más duras del Evangelio: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres». (Mc. 8,33).

Dios piensa siempre con misericordia: no olviden esto. Dios piensa siempre con misericordia: ¡es el Padre misericordioso! Dios piensa como el padre que espera el regreso de su hijo y va a su encuentro, lo ve venir cuando todavía está muy lejos... ¿Esto que significa? Que todos los días iba a ver si el hijo volvía a casa: éste es nuestro Padre misericordioso. Es la señal que lo esperaba de corazón en la terraza de su casa.

Dios piensa como el samaritano que no pasa cerca del desventurado compadeciéndose o mirando hacia otra parte, sino socorriéndolo sin pedir nada a cambio; sin preguntar si era judío, si era pagano, si era samaritano, si era rico, si era pobre: no pide nada. No pide estas cosas, no pide nada. Va en su ayuda: así es Dios. Dios piensa como el pastor que da su vida para defender y salvar a las ovejas.

La Semana Santa es un tiempo de gracia que el Señor nos da para abrir las puertas de nuestro corazón, de nuestra vida, de nuestras parroquias, - ¡qué pena tantas parroquias cerradas! - de los movimientos, de las asociaciones, y "salir" al encuentro de los demás, acercarnos nosotros para llevar la luz y la alegría de nuestra fe ¡Salir siempre!

Y hacer esto con amor y con la ternura de Dios, con respeto y paciencia, sabiendo que ponemos nuestras manos, nuestros pies, nuestro corazón, pero que es Dios quien los guía y hace fecundas todas nuestras acciones.

Les deseo a todos que vivan bien estos días siguiendo al Señor con valentía, llevando en nosotros mismos un rayo de su amor a todos los que encontremos.

Texto traducido por Radio Vaticana


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 (Zenit.org)  nos ofrece el comentario al evangelio del Domingo de Resurrección/C por Jesús Álvarez SSP.  

La Resurrección, fundamento de nuestra fe

Por Jesús Álvarez SSP

"El primer día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio que la piedra que cerraba la entrada del sepulcro había sido removida. Fue corriendo en busca de Simón Pedro y del otro discípulo a quien Jesús amaba y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» Pedro y el otro discípulo salieron para el sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Al inclinarse, vio los lienzos en el suelo, pero no entró. Pedro llegó detrás, entró en el sepulcro y vio también los lienzos en el suelo. El sudario con que le habían cubierto la cabeza no estaba por el suelo como los lienzos, sino que estaba enrollado en su lugar. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero; vio y creyó. Pues no habían entendido todavía la Escritura: que él "debía" resucitar de entre los muertos". (Juan 20, 1-9)

Jesús, siempre que les hablaba de su muerte a los discípulos, les anunciaba también su resurrección; pero ellos no entendían eso de la resurrección. Sólo creyeron cuando vieron el sepulcro vacío, y luego lo vieron resucitado y pudieron tocarlo. “Miren mis manos y mis pies: Soy yo. Tóquenme y consideren que un espíritu no tiene carne ni huesos como ustedes ven que yo tengo”. Lc. 39-40.

La resurrección era una realidad tan maravillosa, que ni se atrevían a pensar en ella. Y esta actitud persiste hoy en gran parte de los creyentes, que acompañan las imágenes del crucificado en las procesiones, hasta que lo dan por muerto el Viernes Santo.

Pero si Cristo no hubiera resucitado, si no creemos de veras en su resurrección y en la nuestra, de nada nos valdrá su encarnación, nacimiento, vida y muerte. Así lo afirma san Pablo: “Si Cristo no está resucitado, y si nosotros no resucitamos, nuestra fe no tiene sentido, nuestra predicación es inútil..., y nuestros pecados no han sido perdonados”. 1 Cor. 15, 14-16.

Si no creemos en Jesús Resucitado presente, estamos prescindiendo de Él, que es quien nos habla en la predicación, perdona nuestros pecados, que instituyó y preside la Eucaristía y los demás sacramentos, y que es el destinatario de nuestra oración, de nuestra esperanza...

Ahí está la causa del triste “cristianismo sin Cristo”, o de un Cristo muerto, que no es Dios y no puede resucitar. La consecuencia es el ritualismo vacío, folklórico, paganizado. “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me rinden, de nada sirve”. Mc. 7, 6-7.

La verdadera fe en la resurrección es fe de amorosa adhesión a la Persona de Cristo resucitado, vivo, presente, actuante, y fe en nuestra propia resurrección.

La presencia de Jesús resucitado fundamenta nuestra fe y nuestra auténtica experiencia cristiana; enciende en nosotros el anhelo de vivir con él y el deseo de sufrir, morir y resucitar con él y como él. “Anhelen las cosas de arriba, donde está Cristo resucitado”, exhorta san Pablo. Col. 3, 1.

La muerte ya no es una fatalidad para quienes creen en Jesús resucitado presente, sino la puerta triunfal entre la existencia temporal y la resurrección para la gloria eterna.

Hay personas, realidades, situaciones, deleites y alegrías tan maravillosas ya en este mundo, que suscitan en nosotros el deseo de resucitar para gozarlas en el paraíso eterno. Perderlas para siempre sería la máxima y definitiva desgracia.

Nuestra tarea más indispensable es afianzar la fe y la experiencia de Cristo resucitado presente, y la consiguiente esperanza de resucitar.


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Martes, 26 de marzo de 2013

Texto completo de la homilía del Papa el Domingo de Ramos 2013.

1. Jesús entra en Jerusalén. La muchedumbre de los discípulos lo acompañan festivamente, se extienden los mantos ante él, se habla de los prodigios que ha hecho, se eleva un grito de alabanza: «¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto» (Lc 19,38).
Gentío, fiesta, alabanza, bendición, paz. Se respira un clima de alegría. Jesús ha despertado en el corazón tantas esperanzas, sobre todo entre la gente humilde, simple, pobre, olvidada, esa que no cuenta a los ojos del mundo. Él ha sabido comprender las miserias humanas, ha mostrado el rostro de misericordia de Dios, se ha inclinado para curar el cuerpo y el alma. Y ahora entra en la Ciudad Santa.
Es una bella escena, llena de luz, de alegría, de fiesta.
Al comienzo de la Misa, también nosotros la hemos repetido. Hemos agitado nuestras palmas, nuestros ramos de olivo, y hemos cantado: «¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!» (Antífona); también nosotros hemos acogido al Señor; también nosotros hemos expresado la alegría de acompañarlo, de saber que nos es cercano, presente en nosotros y en medio de nosotros como un amigo, como un hermano, también como rey, es decir, como faro luminoso de nuestra vida.

Y aquí nos viene la primera palabra: alegría. No sean nunca hombres, mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca se dejen dejéis vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús; de saber que, con él, nunca estamos solos, incluso en los momentos difíciles, aun cuando el camino de la vida tropieza con problemas y obstáculos que parecen insuperables..., y ¡hay tantos! Nosotros acompañamos, seguimos a Jesús, pero sobre todo sabemos que él nos acompaña y nos carga sobre sus hombros: en esto reside nuestra alegría, la esperanza que hemos de llevar en este mundo nuestro. Llevemos a todos la alegría de la fe.

2. Pero nos preguntamos: ¿Por qué Jesús entra en Jerusalén? O, tal vez mejor, ¿cómo entra Jesús en Jerusalén? La multitud lo aclama como rey. Y él no se opone, no la hace callar (cf. Lc 19,39-40). Pero, ¿qué tipo de rey es Jesús? Mirémoslo: montado en un pollino, no tiene una corte que lo sigue, no está rodeado por un ejército, símbolo de fuerza. Quien lo acoge es gente humilde, sencilla. Jesús no entra en la Ciudad Santa para recibir los honores reservados a los reyes de la tierra, a quien tiene poder, a quien domina; entra para ser azotado, insultado y ultrajado, como anuncia Isaías en la Primera Lectura (cf. Is 50,6); entra para recibir una corona de espinas, una caña, un manto de púrpura: su realeza será objeto de burla; entra para subir al Calvario cargando un madero.

Y, entonces, he aquí la segunda palabra: cruz. Jesús entra en Jerusalén para morir en la cruz. Y es precisamente aquí donde resplandece su ser rey según Dios: su trono regio es el madero de la cruz. Recordemos la elección del rey David: Dios no elige al más fuerte, al más valiente; elige al último, al más joven, uno con el que nadie había contado. Lo que cuenta no es el poder terrenal. Ante Pilato, Jesús dice: «Yo soy Rey», pero el suyo es el poder de Dios, que afronta el mal del mundo, el pecado que desfigura el rostro del hombre. Jesús toma sobre sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo, también el nuestro, y lo lava, lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de Dios. Miremos a nuestro alrededor: ¡cuántas heridas inflige el mal a la humanidad! Guerras, violencias, conflictos económicos que se abaten sobre los más débiles, la sed de dinero, de poder, la corrupción, las divisiones, los crímenes contra la vida humana y contra la creación. Y nuestros pecados personales: las faltas de amor y de respeto a Dios, al prójimo y a toda la creación. Jesús en la cruz siente todo el peso del mal, y con la fuerza del amor de Dios lo vence, lo derrota en su resurrección. Queridos amigos, con Cristo, con el Bien, todos podemos vencer el mal que hay en nosotros y en el mundo. ¿Nos sentimos débiles, inadecuados, incapaces? Pero Dios no busca medios potentes: es con la cruz con la que ha vencido el mal. No debemos creer al Maligno, que nos dice: No puedes hacer nada contra la violencia, la corrupción, la injusticia, contra tus pecados. Jamás hemos de acostumbrarnos al mal. Con Cristo, podemos transformarnos a nosotros mismos y al mundo. Debemos llevar la victoria de la cruz de Cristo a todos y por doquier; llevar este amor grande de Dios. Y esto requiere de todos nosotros que no tengamos miedo de salir de nosotros mismos, de ir hacia los demás. En la Segunda Lectura, san Pablo nos dice que Jesús se despojó de sí mismo, asumiendo nuestra condición, y ha salido a nuestro encuentro (cf. Flp 2,7). Aprendamos a mirar hacia lo alto, hacia Dios, pero también hacia abajo, hacia los demás, hacia los últimos. Y no hemos de tener miedo del sacrificio. Piensen en una mamá o un papá: ¡cuántos sacrificios! Pero, ¿por qué lo hacen? Por amor. Y ¿cómo los afrontan? Con alegría, porque son por las personas que aman. La cruz de Cristo, abrazada con amor, no conduce a la tristeza, sino a la alegría.

3. Hoy están en esta plaza tantos jóvenes: desde hace 28 años, el Domingo de Ramos es la Jornada de la Juventud. Y esta es la tercera palabra: jóvenes. Queridos jóvenes, los imagino haciendo fiesta en torno a Jesús, agitando ramos de olivo; los imagino mientras aclaman su nombre y expresan la alegría de estar con él. Ustedes tienen una parte importante en la celebración de la fe. Nos traen la alegría de la fe y nos dicen que tenemos que vivir la fe con un corazón joven, siempre, incluso a los setenta, ochenta años. Con Cristo el corazón nunca envejece. Pero todos sabemos, y ustedes lo saben bien, que el Rey a quien seguimos y nos acompaña es un Rey muy especial: es un Rey que ama hasta la cruz y que nos enseña a servir, a amar. Y ustedes no se avergüenzan de su cruz. Más aún, la abrazan porque han comprendido que la verdadera alegría está en el don de sí mismo y que Dios ha triunfado sobre el mal precisamente con el amor. Llevan la cruz peregrina a través de todos los continentes, por las vías del mundo. La llevan respondiendo a la invitación de Jesús: «Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos» (Mt 28,19), que es el tema de la Jornada Mundial de la Juventud de este año. La llevan para decir a todos que, en la cruz, Jesús ha derribado el muro de la enemistad, que separa a los hombres y a los pueblos, y ha traído la reconciliación y la paz. Queridos amigos, también yo me pongo en camino con ustedes, sobre las huellas del beato Juan Pablo II y Benedicto XVI. Ahora estamos ya cerca de la próxima etapa de esta gran peregrinación de la cruz de Cristo. Aguardo con alegría el próximo mes de julio, en Río de Janeiro. Les doy cita en aquella gran ciudad de Brasil. Prepárense bien, sobre todo espiritualmente en sus comunidades, para que este encuentro sea un signo de fe para el mundo entero.
Vivamos la alegría de caminar con Jesús, de estar con él, llevando su cruz, con amor, con un espíritu siempre joven.

Pidamos la intercesión de la Virgen María. Ella nos enseña el gozo del encuentro con Cristo, el amor con el que debemos mirarlo al pie de la cruz, el entusiasmo del corazón joven con el que hemos de seguirlo en esta Semana Santa y durante toda nuestra vida. Amén.


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Homilía del arzobispo de La Plata Héctor Aguer, que presidió la Santa Misa en la solemnidad de San José, en el Seminario Mayor San José de la capital bonaerense. (AICA)

El patrocinio de san José

La oración colecta de esta misa de la solemnidad presenta a san José como el custodio de los comienzos de la salvación humana; esta afirmación se refiere al misterio de la encarnación del Hijo de Dios y a la consiguiente redención del hombre. Lo que se pide es que, por intercesión del esposo de María, la Iglesia, en el ejercicio de su misión, lleve a su plenitud esa obra que se inició cuando el Verbo se hizo carne por la acción del Espíritu Santo y José asumió su virginal paternidad sobre Jesús para entroncarlo en la descendencia dinástica de David. Jesús –en el cumplimiento de las profecías– es hijo de David porque es hijo de José; así aparece en las genealogías del Señor registradas en los evangelios: en el de Mateo, cuya lista parte de Abraham, y en el de Lucas, que se remonta de José hasta Adán, pasando por David, Abraham y Noé.

A propósito de las genealogías bíblicas se pueden notar paralelismos muy significativos, sobre todo siguiendo para el Antiguo Testamento la traducción griega de los LXX. San Mateo abre su evangelio ofreciendo el libro de la génesis de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham; génesis equivale aquí a genealogía, que en hebreo se dice toledot.

En la conclusión del primer relato de la creación encontramos esta fórmula: éste es el libro de la génesis del cielo y de la tierra cuando fueron creados (Gén. 2, 4 a); y más adelante se apunta la serie de descendientes de Adán diciendo: éste es el libro de la génesis de los hombres (Gén. 5, 1). Estas expresiones aluden a un origen absoluto, a la intervención de Dios tanto en la primera creación cuanto en la nueva, que es irrupción de la gracia, de la salvación en Cristo.

El pasaje del evangelio que hemos escuchado hace un momento, traducido literalmente suena como sigue: la génesis de Jesucristo fue así (Gén. 1, 18); el relato se refiere a la misión de José, el hombre justo, esposo de María que mediante su obediencia a una desconcertante disposición de Dios debe religar la novedad absoluta de la concepción virginal de Jesús con el viejo tronco del linaje de David.

También en este caso hallamos un paralelismo, en el Antiguo Testamento, en la figura y la misión de Noé, de quien se dice asimismo que era un hombre justo. El anuncio del diluvio y el mandato de construir el arca se encabezan así: éstas son las génesis de Noé (Gén. 6, 9); quiere decir la genealogía, los descendientes, la historia de Noé –en hebreo es siempre toledot. La vinculación bíblica entre José y Noé no es arbitraria: Noé, de quien se dice que fue heraldo de la justicia (2 Pe. 2, 5) y que obró movido por la fe (Hebr. 11, 7), mediante su obediencia y sin conocer las intenciones de Dios, hizo posible la continuidad de las generaciones humanas, que a pesar del diluvio y a través de él, se abre a un mundo nuevo; José es justo por su fe, que acepta el designio misterioso de Dios y se convierte en patriarca al asumir una misión genealógica: introducir a Jesús en la descendencia mesiánica de David y recibir en custodia el misterio de la salvación. Él es cabeza de la genealogía cristiana, eclesial.

La misión de José

La misión de san José puede ilustrarse desde otra perspectiva. El Misal Romano introduce en la liturgia de esta solemnidad sendas referencias evangélicas en las antífonas de entrada y de comunión, que pueden pasar inadvertidas si no integran los cantos que se entonan en esos dos momentos. La primera está tomada de una pequeña parábola en la que se destaca la figura del administrador fiel y previsor a quien el Señor ha puesto al frente de su familia (Lc. 12, 42); de su servicio depende que la casa funcione: es el cuidado de la alimentación y la salud de los dependientes y el buen uso de las finanzas. Estos rasgos recuerdan al José del Antiguo Testamento, cuya sabiduría permitió a su gran familia superar los tiempos difíciles y sobrevivir; se proyectan también sobre los ministros a los que el Señor escoge para poner al frente de su pueblo. La otra referencia es una cita de la parábola de los talentos, el elogio del servidor bueno y fiel (Mt. 25, 21) que recibe la recompensa merecida: entrar en el gozo de su Señor. La liturgia aplica esos trazos laudatorios a san José que en el cuidado de Jesús y María ha protegido y fomentado la economía de la salvación con una presencia de amor y de servicio. Se entiende, por tanto, que la Iglesia lo haya declarado su patrono, que recurra a él y lo invoque como tal, ya que en la casa que gobernó José estaban los principios de la misma Iglesia. León XIII escribió, en la encíclica Quamquam pluries, que por ser esposo de María y padre de Jesucristo, ejerce sobre la Iglesia una autoridad en cierto modo paterna para cuidarla y defenderla. Así como la maternidad espiritual de María sobre los fieles y sobre la gran comunidad eclesial es una prolongación y un complemento de su maternidad natural sobre Jesús, así también la paternidad que José ejerció con Jesús se extiende a la Iglesia, que es el mismo Cristo extendido y perpetuado. Cien años después de la intervención de León XIII, el beato Juan Pablo II publicó la exhortación apostólica Redemptoris custos, en la que presenta a san José como singular depositario del misterio de Dios, el primero en participar de la fe de María. Este documento del gran pontífice nos ofrece una síntesis preciosa de la teología de san José y de lo que podríamos llamar una espiritualidad josefina.

Ministro de la salvación

Retomando una expresión de san Juan Crisóstomo –José entró al servicio de toda la economía– lo designa como salutis minister, ministro de la salvación. De allí su patrocinio sobre la Iglesia y sobre la misión salvífica de la Iglesia en el mundo. Cito un pasaje de ese texto de 1989 que sigue siendo de innegable actualidad: Este patrocinio debe ser invocado y es necesario actualmente a la Iglesia no sólo como defensa contra los peligros que surgen, sino también y sobre todo para fortalecer su renovado empeño de evangelización en el mundo y de reevangelización de aquellas regiones y pueblos donde la religión y la vida cristiana eran en un tiempo florecientes y que ahora son puestas a dura prueba.

Para llevar el primer anuncio de Cristo, o para proponerlo de nuevo allí donde ha sido descuidado u olvidado, la Iglesia necesita una especial fuerza de lo alto, que es un don del Espíritu Santo, del que no es ajena la intercesión y el ejemplo de los santos (Redemptoris custos, 30).

¿Con qué intenciones invocamos hoy el patrocinio de san José sobre la Iglesia? En primer lugar le encomendamos el ministerio petrino del Papa Francisco, iniciado con la celebración eucarística que tuvo lugar en Roma hace unas horas.

Intercesor ante Jesús

Que san José, por quien profesa una fervorosa devoción, le obtenga del Señor una sabiduría celestial y una fortaleza apostólica para ilustrar a la Iglesia con su enseñanza y presentar a todos los pueblos el rostro de Cristo salvador y el amor misericordioso del Padre.

Encomendémosle asimismo la obra de evangelización que se viene desarrollando en nuestra arquidiócesis, especialmente en los barrios periféricos; la buena andadura del seminario, corazón de la diócesis, y un aumento constante de las vocaciones sacerdotales. No olvidemos nunca que esta casa lleva su nombre. Presentémosle también las múltiples necesidades de las familias cristianas y los problemas que angustian a la sociedad argentina. La intercesión de los santos va unida a su bienaventuranza, al hecho de haber entrado en el gozo del Señor; la eficacia de dicha intercesión depende de la perfección de la caridad que hayan alcanzado, de su mayor unión con Dios y de los méritos que adquirieron en su vida terrena. Este principio teológico funda la confianza que ponemos en el patrocinio de san José, que en el espejo de la contemplación de Dios conoce las vicisitudes históricas de la Iglesia y ruega incesantemente por ella con encendido amor. Santa Teresa, en el capítulo 6 del Libro de la Vida, expone su experiencia sobre la intercesión universal de san José y se arriesga a decir con buen sentido católico: quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra –que como tenía nombre de padre siendo ayo, le podía mandar– así en el cielo hace cuanto le pide.


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Domingo, 24 de marzo de 2013
ZENIT nos  ofrece la habitual colaboración del obispo de San Cristóbal de Las Casas, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel que continúa sus comentarios sobre la novedad que está viviendo la Iglesia en este momento de gracia.
Primeros signos del papa Francisco
Una forma diferente de presidir la Iglesia

Por Felipe Arizmendi Esquivel

SITUACIONES

Gratas sorpresas nos ha dado el Espíritu Santo con la elección del cardenal Jorge Mario Bergoglio como 265 Sucesor de Pedro. Destacan los motivos para escoger el nombre de Francisco, y sus primeros cambios en los protocolos; no lo hace por pose publicitaria, sino que son su modo de ser. Reflejan el estilo pastoral de nuestra América Latina. No pretende romper costumbres y tradiciones sólo por romperlas, ni es acusación contra estilos de papas anteriores, sino que es una forma diferente de presidir la Iglesia.

¿Promoverá este Papa la anhelada reforma de la Iglesia? Esta ya empezó con el Concilio Vaticano II, hace cincuenta años, aunque falta continuarla en algunos puntos. Pero si algunos siguen suponiendo que dicha reforma implica cambiar las leyes y las actitudes de la Iglesia ante el celibato sacerdotal, ante el aborto, ante el sacerdocio femenino, ante la estructura jerárquica, se van a decepcionar.

ILUMINACION

El nuevo Papa ya nos empezó a trazar algunas líneas de lo que considera necesario tener en cuenta. Señalo sólo algunas. En primer lugar, su insistencia en que el centro de la Iglesia es Jesucristo, no el Papa: “Si no confesamos a Jesucristo, la cosa no va. Nos convertiremos en una ONG asistencial, pero no en la Iglesia, Esposa del Señor. Cuando no se confiesa a Jesucristo, me viene a la mente la frase de Léon Bloy: “Quien no reza al Señor, ora al diablo”. Cuando no se confiesa a Jesucristo, se confiesa la mundanidad del diablo, la mundanidad del demonio”.

Todos juntos, pastores y fieles, nos esforzaremos por responder fielmente a la misión de siempre: llevar Jesucristo al hombre y conducir al hombre al encuentro con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, realmente presente en la Iglesia y contemporáneo de cada hombre”. “Cristo es el Pastor de la Iglesia, pero su presencia en la historia pasa a través de la libertad de los hombres: entre estos, uno viene elegido para servir como su Vicario, Sucesor del Apóstol Pedro, pero Cristo es el centro, no el Sucesor de Pedro: es Cristo. Cristo es la referencia fundamental, el corazón de la Iglesia. Sin Él, Pedro y la Iglesia no existirían ni tendrían razón de ser. Como ha dicho en varias ocasiones Benedicto XVI, Cristo está presente y conduce a su Iglesia. En todo lo que sucede el protagonista es, en última instancia, el Espíritu Santo. Él ha inspirado la decisión de Benedicto XVI por el bien de la Iglesia; Él ha dirigido en la oración y en la elección a los cardenales”.

Cuando ponemos en el centroa Cristo, la cosa va…Pero algunos lo marginan, lo ocultan, lo presuponen, no lo consideran el punto central de referencia para asumir criterios y actitudes. Nos dejamos aprisionar por los criterios de este mundo…

En segundo lugar, la naturalidad con que da a los pobres la preferencia que Dios mismo les tiene: “¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!” Y entiende su servicio como “abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado”.

En tercer lugar, la conciencia ecológica: “Francisco de Asís es para mí el hombre de la pobreza, el hombre de la paz, un hombre que ama y cuida la creación. En este tiempo no tenemos una relación tan buena con la creación, ¿verdad? Custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos”.

Quisiera pedir, por favor, a todos: seamos «custodios» de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro”.

COMPROMISOS

La reforma espiritual y estructural depende de todos. Si nosotros, que somos la Iglesia, no nos renovamos y no nos convertimos más al Evangelio, es poco lo que un Papa puede hacer.


Publicado por verdenaranja @ 21:59  | Hablan los obispos
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ZENIT publica la homilía que el santo padre ha pronunciado después de la proclamación de la Pasión del Señor según Lucas, el domingo 24 de Marzo de 2013 al presidir en la plaza de San Pedro la solemne celebración litúrgica del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor.

 

Jesús entra en Jerusalén. La muchedumbre de los discípulos lo acompañan festivamente, se extienden los mantos ante él, se habla de los prodigios que ha hecho, se eleva un grito de alabanza: «¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto» (Lc 19,38). Gentío, fiesta, alabanza, bendición, paz. Se respira un clima de alegría. Jesús ha despertado en el corazón tantas esperanzas, sobre todo entre la gente humilde, simple, pobre, olvidada, esa que no cuenta a los ojos del mundo. Él ha sabido comprender las miserias humanas, ha mostrado el rostro de misericordia de Dios, se ha inclinado para curar el cuerpo y el alma. Este es Jesús. Este es su corazón que nos mira a todos, que mira nuestras enfermedades, nuestros pecados. Es grande el amor de Jesús. Y ahora entra en Jerusalén con este amor, y nos mira a todos. Es una bella escena, llena de luz, la luz del amor de Jesús, de alegría, de fiesta.

Al comienzo de la Misa, también nosotros la hemos repetido. Hemos agitado nuestras palmas. También nosotros hemos acogido a Jesús; también nosotros hemos expresado la alegría de acompañarlo, de saber que nos es cercano, presente en nosotros y en medio de nosotros como un amigo, como un hermano, también como rey, es decir, como faro luminoso de nuestra vida. Jesús es Dios y se ha rebajado a caminar con nosotros. Es nuestro amigo, nuestro hermano. Aquí nos ilumina en el camino. Y así hoy lo hemos acogido. Y esta es la primera palabra que quiero deciros: alegría. No seáis nunca hombres, mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca os dejéis vencer nunca por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino que nace de haber encontrado a una persona, Jesús; que está en medio a nosotros, nace del saber que, con él, nunca estamos solos, incluso en los momentos difíciles, aun cuando el camino de la vida tropieza con problemas y obstáculos que parecen insuperables y ¡hay tantos! Y en este momento viene el enemigo, el diablo enmascarado de ángel tantas veces e insidiosamente nos dice su palabra. No lo escuchéis, sigamos a Jesús. Nosotros acompañamos, seguimos a Jesús, pero sobre todo sabemos que él nos acompaña y nos carga sobre sus hombros: en esto reside nuestra alegría, la esperanza que hemos de llevar en este mundo nuestro. Y por favor, no os dejéis robar la esperanza, no os dejéis robar la esperanza que nos da Jesús.

Y la segunda palabra. ¿Por qué Jesús entra en Jerusalén? O, tal vez mejor, ¿cómo entra Jesús en Jerusalén? La multitud lo aclama como rey. Y él no se opone, no la hace callar (cf. Lc 19,39-40). Pero, ¿qué tipo de rey es Jesús? Mirémoslo: montado en un pollino, no tiene una corte que lo sigue, no está rodeado por un ejército, símbolo de fuerza. Quien lo acoge es gente humilde, sencilla. Que tiene el sentido de ver en Jesús algo más. Que dice este es el Salvador. Jesús no entra en la Ciudad Santa para recibir los honores reservados a los reyes de la tierra, a quien tiene poder, a quien domina; entra para ser azotado, insultado y ultrajado, como anuncia Isaías en la Primera Lectura (cf. Is 50,6); entra para recibir una corona de espinas, unacaña, un manto de púrpura: su realeza será objeto de burla; entra para subir al Calvario cargando un madero. Y, entonces, he aquí la segunda palabra: cruz. Jesús entra en Jerusalén para morir en la cruz. Y es precisamente aquí donde resplandece su ser rey según Dios: su trono regio es el madero de la cruz. Pienso en lo que Benedicto XVI decía a los cardenales: sois príncipes, pero de un Rey crucificado. Ese es el trono de Jesús. Jesús toma sobre él. ¿Por qué la cruz? Jesús toma sobre sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo, también el nuestro, el de todos nosotros y lo lava, lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de Dios. Miremos a nuestro alrededor: ¡cuántas heridas inflige el mal a la humanidad! Guerras, violencias, conflictos económicos que se abaten sobre los más débiles, la sed de dinero, que después ninguno lo puede llevar con sí, debe dejarlo. Mi abuela nos decía a nosotros niños, "el sudario no tiene bolsillos". Amor al dinero, poder, la corrupción, las divisiones, los crímenes contra la vida humana y contra la creación. Y también, cada uno de nosotros lo sabe y lo conoce, nuestros pecados personales: las faltas de amor y de respeto a Dios, al prójimo y a toda la creación. Jesús en la cruz siente todo el peso del mal, y con la fuerza del amor de Dios lo vence, lo derrota en su resurrección. Este es el bien que Jesús nos hace a todos nosotros sobre el trono de la cruz. La cruz de Cristo abrazada con amor nunca lleva la tristeza, sino la alegría, la alegría de ser salvados y de hacer un poco de lo que ha hecho Él el día de su muerte .

Hoy están en esta plaza tantos jóvenes: desde hace 28 años, el Domingo de Ramos es la Jornada de la Juventud. Y esta es la tercera palabra: jóvenes. Queridos jóvenes, os imagino haciendo fiesta en torno a Jesús, agitando ramos de olivo; os imagino mientras aclamáis su nombre y expresáis la alegría de estar con él. Vosotros tenéis una parte importante en la celebración de la fe. Nos traéis la alegría de la fe y nos decís que tenemos que vivir la fe con un corazón joven, siempre, incluso a los setenta, ochenta años. Con Cristo el corazón nunca envejece. Pero todos sabemos, y vosotros lo sabéis bien, que el Rey a quien seguimos y nos acompaña es un Rey muy especial: es un Rey que ama hasta la cruz y que nos enseña a servir, a amar. Y vosotros no os avergonzáis de su cruz. Más aún, la abrazáis porque habéis comprendido que la verdadera alegría está en el don de sí mismo y que Dios ha triunfado sobre el mal precisamente con el amor. Lleváis la cruz peregrina a través de todos los continentes, por las vías del mundo.La lleváis respondiendo a la invitación de Jesús: «Id y haced discípulos de todos los pueblos» (Mt 28,19), que es el tema de la Jornada Mundial de la Juventud de este año. La lleváis para decir a todos que, en la cruz, Jesús ha derribado el muro de la enemistad, que separa a los hombres y a los pueblos, y ha traído la reconciliación y la paz. Queridos amigos, también yo me pongo en camino con vosotros, desde hoy sobre las huellas del beato Juan Pablo II y Benedicto XVI. Ahora estamos ya cerca de la próxima etapa de esta gran peregrinación de la cruz. Aguardo con alegría el próximo mes de julio, en Río de Janeiro. Os doy cita en aquella gran ciudad de Brasil. Preparaos bien, sobre todo espiritualmente en vuestras comunidades, para que este encuentro sea un signo de fe para el mundo entero. Los jóvenes deben decirle al mundo: es bueno seguir a Jesús, es bueno ir con Jesús, es bueno el mensaje de Jesús, es bueno salir de sí mismo a las periferias del mundo y de la existencia para llevar a Jesús. Tres palabras: alegría, cruz, jóvenes.

Pidamos la intercesión de la Virgen María. Ella nos enseña el gozo del encuentro con Cristo, el amor con el que debemos mirarlo al pie de la cruz, el entusiasmo del corazón joven con el que hemos de seguirlo en esta Semana Santa y durante toda nuestra vida. Amén.


Publicado por verdenaranja @ 21:55  | Habla el Papa
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ZENIT  nos ofrece el discurso que el Papa Francisco dirigió  a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, con motivo del inicio de su ministerio petrino, a las 11 horas del 22 de Marzo de 2013, en la Sala Regia del Palacio Apostólico Vaticano.

Excelencias, señoras y señores:

Agradezco sinceramente a vuestro decano, el embajador Jean-Claude Michel, las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos, y os acojo con gozo en este intercambio de saludos, simple pero intenso al mismo tiempo, que quiere ser idealmente el abrazo del Papa al mundo. En efecto, por vuestro medio encuentro a vuestros pueblos, y así puedo en cierto modo llegar a cada uno de vuestros conciudadanos, con todas sus alegrías, sus dramas, sus esperanzas, sus deseos.

Vuestra numerosa presencia es también un signo de que las relaciones que vuestros países mantienen con la Santa Sede son beneficiosas, son verdaderamente una ocasión de bien para la humanidad. Efectivamente, esto es precisamente lo que preocupa a la Santa Sede: el bien de todo hombre en esta tierra. Y precisamente con esta idea comienza el Obispo de Roma su ministerio, sabiendo que puede contar con la amistad y el afecto de los países que representáis, y con la certeza de que compartís este propósito. Al mismo tiempo, espero que sea también la ocasión para emprender un camino con los pocos países que todavía no tienen relaciones diplomáticas con la Santa Sede, algunos de los cuales –se lo agradezco de corazón– han querido estar presentes en la Misa por el inicio de mi ministerio, o enviado mensajes como gesto de cercanía.

Como sabéis, son varios los motivos por los que elegí mi nombre pensando en Francisco de Asís, una personalidad que es bien conocida más allá de los confines de Italia y de Europa, y también entre quienes no profesan la fe católica. Uno de los primeros es el amor que Francisco tenía por los pobres. ¡Cuántos pobres hay todavía en el mundo! Y ¡cuánto sufrimiento afrontan estas personas! Según el ejemplo de Francisco de Asís, la Iglesia ha tratado siempre de cuidar, proteger en todos los rincones de la Tierra a los que sufren por la indigencia, y creo que en muchos de vuestros países podéis constatar la generosa obra de aquellos cristianos que se esfuerzan por ayudar a los enfermos, a los huérfanos, a quienes no tienen hogar y a todos los marginados, y que, de este modo, trabajan para construir una sociedad más humana y más justa.

Pero hay otra pobreza. Es la pobreza espiritual de nuestros días, que afecta gravemente también a los países considerados más ricos. Es lo que mi predecesor, el querido y venerado papa Benedicto XVI, llama la «dictadura del relativismo», que deja a cada uno como medida de sí mismo y pone en peligro la convivencia entre los hombres. Llego así a una segunda razón de mi nombre. Francisco de Asís nos dice: Esforzaos en construir la paz. Pero no hay verdadera paz sin verdad. No puede haber verdadera paz si cada uno es la medida de sí mismo, si cada uno puede reclamar siempre y sólo su propio derecho, sin preocuparse al mismo tiempo del bien de los demás, de todos, a partir ya de la naturaleza, que acomuna a todo ser humano en esta tierra.

Uno de los títulos del Obispo de Roma es «Pontífice», es decir, el que construye puentes, con Dios y entre los hombres. Quisiera precisamente que el diálogo entre nosotros ayude a construir puentes entre todos los hombres, de modo que cada uno pueda encontrar en el otro no un enemigo, no un contendiente, sino un hermano para acogerlo y abrazarlo. Además, mis propios orígenes me impulsan a trabajar para construir puentes. En efecto, como sabéis, mi familia es de origen italiano; y por eso está siempre vivo en mí este diálogo entre lugares y culturas distantes entre sí, entre un extremo del mundo y el otro, hoy cada vez más cercanos, interdependientes, necesitados de encontrarse y de crear ámbitos reales de auténtica fraternidad.

En esta tarea es fundamental también el papel de la religión. En efecto, no se pueden construir puentes entre los hombres olvidándose de Dios. Pero también es cierto lo contrario: no se pueden vivir auténticas relaciones con Dios ignorando a los demás. Por eso, es importante intensificar el diálogo entre las distintas religiones, creo que en primer lugar con el Islam, y he apreciado mucho la presencia, durante la Misa de inicio de mi ministerio, de tantas autoridades civiles y religiosas del mundo islámico. Y también es importante intensificar la relación con los no creyentes, para que nunca prevalezcan las diferencias que separan y laceran, sino que, no obstante la diversidad, predomine el deseo de construir lazos verdaderos de amistad entre todos los pueblos.

La lucha contra la pobreza, tanto material como espiritual; edificar la paz y construir puentes. Son como los puntos de referencia de un camino al cual quisiera invitar a participar a cada uno de los Países que representáis. Pero, si no aprendemos a amar cada vez más a nuestra Tierra, es un camino difícil. También en este punto me ayuda pensar en el nombre de Francisco, que enseña un profundo respeto por toda la creación, la salvaguardia de nuestro medio ambiente, que demasiadas veces no lo usamos para el bien, sino que lo explotamos ávidamente, perjudicándonos unos a otros.

Queridos embajadores, señoras y señores, gracias de nuevo por todo el trabajo que desarrolláis, junto con la Secretaría de Estado, para edificar la paz y construir puentes de amistad y hermandad. Por vuestro medio, quisiera reiterar mi agradecimiento a vuestros Gobiernos por su participación en las celebraciones con motivo de mi elección, con la esperanza de un trabajo común fructífero. Que el Señor Todopoderoso colme de sus dones a cada uno vosotros, a vuestras familias y a los Pueblos que representáis. Muchas gracias.


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Viernes, 22 de marzo de 2013

Reflexión a las lecturas del domingo de Ramos - c ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR".

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor C

El Domingo de Ramos es una celebración muy hermosa. En la primera parte, recordamos y revivimos la Entrada de Cristo en Jerusalén, que le recibe como Rey y Mesías. Nuestras aclamaciones y nuestros cantos se unen a los de aquella gente que le acogía de una manera tan extraordinaria, y también a los cristianos que a lo largo de los siglos han celebrado esta Fiesta.

Y el Domingo de Ramos es el pórtico de la Semana Santa. ¡Cuántas gracias debemos dar al Señor por este don tan grande que nos concede un año más: celebrar la Pascua, la fiesta más importante de los cristianos! Y hemos de acoger estos días santos con el mejor sentido de responsabilidad: “no podemos echar en saco roto la gracia de Dios”.

La segunda parte de la celebración es la Misa de Pasión. De este modo, la Cruz del Señor se convierte en el centro de la semana. La misma procesión, llena de colorido y de fiesta, prefigura la gloria de la resurrección, que celebraremos el próximo domingo.

Nuestra atención tiene que situarse en las celebraciones litúrgicas de estos días. Las procesiones, tantas y tan importantes, expresan y alimentan lo que conmemoramos.

Los sacramentos, que brotan de la Pascua del Señor, constituyen el núcleo de estos días: el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía,  sacramentos de la Iniciación Cristiana, que vamos a renovar la Noche Santa de la Pascua. Y la mejor manera de renovarlos es recibir el sacramento de la Penitencia o de la Reconciliación, tan propio de estas fechas. La Eucaristía está siempre presente como la forma principal e imprescindible de renovar los acontecimientos que celebramos.

El Papa S. León Magno decía que es propio de las fiestas pascuales, que toda la Iglesia goce del perdón de los pecados, tanto los que llegan nuevos a ella, como los que han tenido la dicha de haber recibido, desde hace mucho tiempo, la gracia incomparable del Bautismo.

          La Semana Santa la celebramos, por tanto, como cristianos, es decir, como personas que están experimentando y valorando constantemente en sus vidas, los frutos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, en constante acción de gracias y tratando de llevar y compartir con todos el mensaje gozoso de la Pascua del Señor. 

¡Buena Semana Santa! ¡Felices Pascuas!


Publicado por verdenaranja @ 23:41  | Espiritualidad
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ZENIT  nos ofrece el comentario al evangelio del Domingo de Ramos/C por Jesús Álvarez SSP.

¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!

Por Jesús Álvarez SSP

 «Jesús emprendió la subida hacia Jerusalén. Los discípulos trajeron entonces un burrito y le echaron sus capas encima para que Jesús se montara. La gente extendía sus mantos sobre el camino a medida que iba avanzando. Al acercarse a la bajada del monte de los Olivos, la multitud comenzó a alabar a Dios a gritos, con gran alegría, por todos los milagros que habían visto. Decían: "¡Bendito el que viene como rey en nombre del Señor! ¡Paz en la tierra y gloria en lo más alto de los cielos!" Algunos fariseos que se encontraban entre la gente dijeron a Jesús: "Maestro, reprende a tus discípulos." Pero él contestó: "Yo les aseguro que si ellos secallan, gritarán las piedras"». (Lc 19, 28-40)

El Domingo de Ramos y el Triduo Pascual nos invitan a tomar en serio nuestra vida cristiana, verificando si está realmente anclada en la persona de Cristo resucitado, o es una vida sin Cristo, o de un cristo muerto.

Muchos de los judíos que aclamaron a Jesús en el camino hacia Jerusalén: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!, a los pocos días pidieron su muerte: ¡Crucifícalo!

Así hoy: muchos aclaman a Cristo en las iglesias y procesiones, luego lo crucifican sin piedad en el prójimo, en el hogar, en la educación, en el trabajo, en los medios de comunicación social…

Es cómodo engrosar el grupo de quienes van a las iglesias solo para llevarse su ramo bendecido, al que atribuyen sentido mágico, pero luego ignoran a Cristo durante el Triduo Pascual, y no creen que ha resucitado y que está vivo entre nosotros para llevarnos la resurrección y a la vida eterna.

Pero también son muchos los que, en Semana Santa y todo el año, acompañan a Cristo, que hoy sigue sufriendo, muriendo y resucitando en los pobres, enfermos, marginados, encarcelados, víctimas de injusticias, de violencia, de violación, de hambre y muerte…

Y asimismo son muchos los cristos sufrientes que se asocian a la cruz de Cristo y se ofrecen voluntariamente por la salvación del prójimo y del mundo.

Por nuestra parte es urgente constatar si somos cómplices de los calvarios que se dan en nuestro entorno, tal vez en nuestro hogar. Jesús nos advierte en serio: “Con la misma medida que midieren, serán medidos” (Mt 7, 2).

Por otra parte, si tú mismo estás entre los crucificados, no pierdas esa maravillosa ocasión de compartir con Cristo tu calvario: asocia tu cruz a la suya por tu salvación, por la salvación de los tuyos y del mundo entero. Y si te encuentras con otros crucificados, revélales ese sentido y valor salvador de su cruz.

Que tu cruz no sea inútil e insoportable. Deja que Él la cargue contigo: Mi cruz es ligera, y así produzca mucho fruto de salvación. Recuerda al buen ladrón, que sufría en su cruz, pero gozaba con el perdón y la esperanza de la resurrección y la gloria: Hoy estarás conmigo en el paraíso. (Lc 23, 43).

La Semana Santa es de verdad santa sólo si creemos en Cristo muerto, resucitado y presente, y si a la vez creemos en nuestra resurrección, que Él nos ha merecido con su muerte.


Publicado por verdenaranja @ 23:35  | Espiritualidad
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ZENIT nos participa del discurso del papa Francisco a los delegados fraternales de Iglesias, Comunidades Eclesiales y Organismos Ecuménicos Internacionales, Representantes del pueblo hebreo y de religiones no cristianas, que vinieron a Roma para la celebración del inicio oficial de su ministerio de Obispo de Roma y sucesor de Apóstol Pedro, el 20 de Marzo de 2013.

Queridos hermanos y hermanas:

Lo primero de todo quiero dar las gracias de corazón por lo que mi hermano Andrea nos ha dicho. ¡Muchas gracias! ¡Muchas gracias!

Es motivo de particular alegría encontrarme hoy con vosotros, delegados de Iglesias Ortodoxas, de las Iglesias Ortodoxas Orientales y de las Comunidades eclesiales de Occidente. Os doy las gracias por haber querido formar parte de la celebración que ha marcado el inicio de mi ministerio de Obispo de Roma y Sucesor de Pedro.

Ayer por la mañana, durante la Santa Misa, a través de vosotros ha reconocido espiritualmente presentes las comunidades que representáis. En esta manifestación de fe se sentía todavía más fuerte la oración por la unidad entre los creyentes en Cristo y al mismo tiempo, se podía entrever de alguna manera su realización plena que depende del plan de Dios y de nuestra leal colaboración".

Inicio mi ministerio petrino durante este año que mi venerado predecesor, Benedicto XVI, con intuición verdaderamente inspirada, ha proclamado para la Iglesia católica Año de la fe. Con esta iniciativa, que deseo continuar y espero sea de estímulo para el camino de fe de todos, él ha querido marcar el 50º aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, proponiendo una especie de peregrinación hacia lo que para cada cristiano representa lo esencial: la relación personal y trasformadora con Jesucristo, Hijo de Dios, muerto y resucitado por nuestra salvación. Precisamente en el deseo de anunciar este tesoro perennemente válido de la fe a los hombres de nuestro tiempo, se encuentra en el corazón del mensaje conciliar.

Junto a vosotros no puedo olvidar cuánto el Concilio ha significado para el camino ecuménico. Me gusta recordar las palabras que el beato Juan XXIII, del que pronto recordaremos el 50º de su pérdida, pronunció en el memorable discurso de inauguración: "La Iglesia católica estima, por lo tanto, como un deber suyo, el trabajar con toda actividad para que se realice el gran misterio de aquella unidad que con ardentísima plegaria pidió Jesús al Padre celestial, estando inminente su sacrificio; ella goza de una paz suavísima, sabiendo que está íntimamente unida a Cristo en esas oraciones" (AAS 54 [1962], 793).

Sí, queridos hermanos y hermanas en Cristo, sintámonos todos íntimamente unidos a la oración de nuestro Salvador en la última cena con su invocación: ut unum sint. Pidamos al Padre misericordioso que podamos vivir plenamente la fe que hemos recibido como un regalo en el día de nuestro bautismo, y ser capaces de dar un testimonio alegre, libre y valiente de nuestra fe. Este será nuestra mejor servicio a la causa de la unidad de los cristianos; un servicio de esperanza para un mundo todavía marcado por la división, los contrastes y las rivalidades. Cuanto más fieles seamos a su voluntad, en los pensamientos, en las palabras y en las obras, más caminaremos real y sustamcialmente hacia la unidad.

“Por mi parte, deseo asegurar, en la estela de mis predecesores, mi firme voluntad de proseguir el camino del diálogo ecuménico y doy ya las gracias al Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, por la ayuda que continuará ofreciendo, en mi nombre, por esta noble causa. Y os pido que llevéis mi cordial saludo y la seguridad de mi recuerdo en el Señor Jesús a las Iglesias y comunidades cristianas que representáis aquí, y que recéis por mí para que pueda ser un Pastor según el corazón de Cristo.

Y ahora me dirijo a vosotros representantes del pueblo hebreo, al que nos une un muy especial vínculo espiritual, desde el momento que, como afirma el Concilio Vaticano II, la Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya, según el misterio divino de la salvación, en los Patriarcas, en Moisés y los Profetas. (Decl. Nostra aetate, 4). Os doy las gracias por vuestra presencia y confío que con la ayuda del Altísimo, proseguiremos provechosamente el diálogo fraterno que el Concilio deseaba (cfr ibid.) y que, se ha realizado efectivamente, dando no pocos frutos especialmente durante las últimas décadas.

Saludo también y doy las gracias cordialmente a todos vosotros, queridos amigos pertenecientes a otras tradiciones religiosas; en primer lugar a los musulmanes, que adoran a un único Dios, viviente y misericordioso, y lo invocan en la oración, y a todos vosotros. Aprecio mucho vuestra presencia: en ella veo un signo tangible de la voluntad de crecer en la estima recíproca y en la cooperación por el bien común de la humanidad.

La Iglesia católica es consciente de la importancia que tiene la promoción de la amistad y del respeto entre hombres y mujeres de diferentes tradiciones religiosas --esto quiero repetirlo: promoción de la amistad y del respeto entre hombres y mujeres de diferentes tradiciones religiosas- lo demuestra también el precioso trabajo que desarrolla el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. También es consciente de la responsabilidad que todos tenemos con nuestro mundo, con la creación entera que debemos amar y custodiar. Y podemos hacer mucho por el bien de los que son más pobres, de los más débiles, de los que sufren, para promover la justicia, para promover la reconciliación, para construir la paz. Pero, por encima de todo, debemos mantener viva en el mundo la sed de absoluto, no permitiendo que prevalezca una visión de la persona humana de una sola dimensión según la cual el hombre se reduce a lo que produce y lo que consume: se trata de una de las trampas más peligrosas de nuestro tiempo

Sabemos cuánta violencia ha desencadenado en la historia reciente el intento de eliminar a Dios y a lo divino del horizonte de la humanidad, y advertimos el valor de dar testimonio en nuestras sociedades de la apertura originaria a la transcendencia que está grabada en el corazón del ser humano. En esto, sentimos cerca de nosotros también a todos aquellos hombres y mujeres que, sin reconocerse en tradición religiosa alguna, se sienten, sin embargo, en búsqueda de la verdad, de la bondad y de la belleza; esta verdad, bondad y belleza de Dios, y que son nuestros aliados inapreciables en el compromiso para defender la dignidad del ser humano, en la construcción de una convivencia pacífica entre los pueblos y en la custodia amorosa de la creación.

Queridos amigos, gracias una vez más por vuestra presencia. A todos os dirijo mi cordial y fraterno saludo.


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Jueves, 21 de marzo de 2013

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

MONICIONES

 

PRIMERA LECTURA

En la Pasión, Jesús se nos presenta como el Siervo doliente del Padre, como se había profetizado en la Lectura que vamos a escuchar.

 

SALMO RESPONSORIAL

          El sufrimiento se considera muchas veces como un abandono de Dios. Sin embargo, el cristiano le invoca desde lo profundo de su alma, sabiendo que Él le escucha y le ama, y, después de la dificultad, llegará de nuevo la dicha y la alegría.

 

SEGUNDA LECTURA

          Escuchemos ahora con atención y con fe una síntesis preciosa de la vida de Cristo, que solemos recordar con frecuencia. Él no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se anonadó tomando la forma de siervo hasta la muerte. Por lo cual fue exaltado y glorificado por su Resurrección.

 

TERCERA LECTURA

          En el centro de nuestra asamblea de hoy, escuchamos ahora un fragmento del relato estremecedor de la Pasión de Jesús según San Lucas. El muere en un acto supremo de amor y de fidelidad. De su cruz nos viene la salvación y la vida. Por eso le aclamamos ahora, de pie, disponiéndonos a contemplar su entrega.

 

COMUNIÓN

En la Comunión recibimos a Jesucristo, aclamado hoy en la Ciudad Santa de Jerusalén. Abramos las puertas de nuestro corazón al Redentor, pobre, despreciado, crucificado un día, pero resucitado y glorioso ahora.

Pidámosle que nos ayude a aprovechar al máximo estos días santos.


Publicado por verdenaranja @ 23:50  | Liturgia
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Mi?rcoles, 20 de marzo de 2013

ZENIT nos  ofrece la homilía del papa Francisco  pronunciada em 19 de Marzo de 2013 en la solemne apertura de su ministerio petrino en la plaza de San Pedro.

 

Queridos hermanos y hermanas:

Doy gracias al Señor por poder celebrar esta Santa Misa de comienzo del ministerio petrino en la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal: es una coincidencia muy rica de significado, y es también el onomástico de mi venerado Predecesor: le estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud.

Saludo con afecto a los hermanos Cardenales y Obispos, a los presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos. Agradezco por su presencia a los representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, así como a los representantes de la comunidad judía y otras comunidades religiosas. Dirijo un cordial saludo a los Jefes de Estado y de Gobierno, a las delegaciones oficiales de tantos países del mundo y al Cuerpo Diplomático.

Hemos escuchado en el Evangelio que «José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer» (Mt 1,24). En estas palabras se encierra ya la la misión que Dios confía a José, la de ser custos, custodio. Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato Juan Pablo II: «Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo» (Exhort. ap. Redemptoris Custos, 1).

¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad y total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús.

¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio; y eso es lo que Dios le pidió a David, como hemos escuchado en la primera Lectura: Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu. Y José es «custodio» porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, salvaguardar la creación.

Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos. Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón. Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres. Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de Dios.

Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido. Por desgracia, en todas las épocas de la historia existen «Herodes» que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer.

Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos «custodios» de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro. Pero, para «custodiar», también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.

Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura.

Hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que comporta también un poder. Ciertamente, Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero ¿de qué poder se trata? A las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el amor, sigue la triple invitación: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas. Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la

caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar.

En la segunda Lectura, san Pablo habla de Abraham, que «apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza» (Rm 4,18). Apoyado en la esperanza, contra toda esperanza. También hoy, ante tantos cúmulos de cielo gris, hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor; es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza. Y, para el creyente, para nosotros los cristianos, como Abraham, como san José, la esperanza que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está fundada sobre la roca que es Dios.

Custodiar a Jesús con María, custodiar toda la creación, custodiar a todos, especialmente a los más pobres, custodiarnos a nosotros mismos; he aquí un servicio que el Obispo de Roma está llamado a desempeñar, pero al que todos estamos llamados, para hacer brillar la estrella de la esperanza: protejamos con amor lo que Dios nos ha dado.

Imploro la intercesión de la Virgen María, de san José, de los Apóstoles san Pedro y san Pablo, de san Francisco, para que el Espíritu Santo acompañe mi ministerio, y a todos vosotros os digo: Orad por mí. Amen.


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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo de Ramos - C

ANTE EL CRUCIFICADO

 

        Detenido por las fuerzas de seguridad del Templo, Jesús no tiene ya duda alguna: el Padre no ha escuchado sus deseos de seguir viviendo; sus discípulos huyen buscando su propia seguridad. Está solo. Sus proyectos se desvanecen. Le espera la ejecución.

        El silencio de Jesús durante sus últimas horas es sobrecogedor. Sin embargo, los evangelistas han recogido algunas palabras suyas en la cruz. Son muy breves, pero a las primeras generaciones cristianas les ayudaban a recordar con amor y agradecimiento a Jesús crucificado.

        Lucas ha recogido las que dice mientras está siendo crucificado. Entre estremecimientos y gritos de dolor, logra pronunciar unas palabras que descubren lo que hay en su corazón: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". Así es Jesús. Ha pedido a los suyos "amar a sus enemigos" y "rogar por sus perseguidores". Ahora es él mismo quien muere perdonando. Convierte su crucifixión en perdón.

        Esta petición al Padre por los que lo están crucificando es, ante todo, un gesto sublime de compasión y de confianza en el perdón insondable de Dios. Esta es la gran herencia de Jesús a la Humanidad: No desconfiéis nunca de Dios. Su misericordia no tiene fin.

        Marcos recoge un grito dramático del crucificado: "¡Dios mío. Dios mío! ¿por qué me has abandonado?". Estas palabras pronunciadas en medio de la soledad y el abandono más total, son de una sinceridad abrumadora. Jesús siente que su Padre querido lo está abandonando. ¿Por qué? Jesús se queja de su silencio. ¿Dónde está? ¿Por qué se calla?

        Este grito de Jesús, identificado con todas las víctimas de la historia, pidiendo a Dios alguna explicación a tanta injusticia, abandono y sufrimiento, queda en labios del crucificado reclamando una respuesta de Dios más allá de la muerte: Dios nuestro, ¿por qué nos abandonas? ¿no vas a responder nunca a los gritos y quejidos de los inocentes?

        Lucas recoge una última palabra de Jesús. A pesar de su angustia mortal, Jesús mantiene hasta el final su confianza en el Padre. Sus palabras son ahora casi un susurro: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu". Nada ni nadie lo ha podido separar de él. El Padre ha estado animando con su espíritu toda su vida. Terminada su misión, Jesús lo deja todo en sus manos. El Padre romperá su silencio y lo resucitará.

        Esta semana santa, vamos a celebrar en nuestras comunidades cristianas la Pasión y la Muerte del Señor. También podremos meditar en silencio ante Jesús crucificado ahondando en las palabras que él mismo pronunció durante su agonía. 

José Antonio Pagola

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
 24 de marzo 2013
Domingo de Ramos (C)
Lucas 22,14-23,56


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Martes, 19 de marzo de 2013

ZENIT nos ofrece la homilía de seis minutos pronunciada por el santo padre, centrada en el evangelio del perdón, pronunciada en la parroquia agustina de Santa Ana dentro de los muros vaticanos, el domingo 1º7 de Marzo de 3013

 

Es bello, esto: Primero Jesús sólo en el monte rezando, después se recoge en el Templo y todo el pueblo iba hacia Él. Jesús en medio al pueblo. Y al final lo dejaron solo con la mujer. La soledad de Jesús, pero una soledad fecunda, la de la oración con el Padre y aquella tan hermosa, la del mensaje de hoy de la Iglesia: el de su misericordia con esta mujer.

También hay una diferencia entre el pueblo; estaba el pueblo que iba a hacia Él, y Él sentado le enseñaba al pueblo que quería oír las palabras de Jesús. El pueblo de corazón abierto, necesitado de la palabra de Dios.

Habían otros que no escuchaban nada, no podían escuchar. Son aquellos quienes llevaron a esta mujer. "Oye maestro, esta es una tal por cual, tenemos que hacer lo que Moisés nos indicó de hacer con estas mujeres".

También nosotros, creo que somos este pueblo que por un lado quiere oir a Jesús pero por otro a veces nos gusta palear a los otros, condenar a los otros. El mensaje de Jesús es ese: la misericordia.

Para mí, lo digo humildemente, el mensaje más fuerte del Señor es la misericordia. Él mismo lo dijo: no vine por los justos. Ellos se justifican por ellos mismos, bendito el Señor, si tú puedes hacerlo yo no puedo hacerlo, pero ellos creen que pueden hacerlo. Yo vine por los pecadores.

Piensen en esa charla después de la vocación de Mateo: "pero este va con los pecadores". Y Él vino por nosotros, cuando reconocemos que somos pecadores. Pero si somos como aquel fariseo delante del altar: "te agradezco Señor porque no soy como todos los otros hombres y ni siquiera como aquel que está en la puerta, el publicano", no conocemos el corazón del Señor y no tendremos nunca la alegría de sentir esta misericordia.

No es fácil confiarse a la misericordia de Dios, porque eso es un abismo incomprensible, pero debemos hacerlo.

"Ah padre, si usted conociera mi vida no me hablaría así": ¿Por qué, qué has hecho...? "Las combiné gruesas". Mejor, ve donde Jesús, a él le gusta que le cuentes estas cosas. Él se olvida, Él tiene una capacidad de olvidarse. Es especial, se olvida y te besa y te abraza, y solamente te dice: "Tampoco yo te condeno, ve y de ahora en adelante no peques más". Solamente ese consejo te da.

Pero después de un mes estamos en las mismas... Volvamos donde el Señor; el Señor no se cansa nunca de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Pidamos la gracia de no cansarnos de pedir el perdón, porque Él nunca se cansa de perdonarnos. Pidamos esta gracia.

Traducido del original italiano por Sergio H. Mora


Publicado por verdenaranja @ 23:59  | Habla el Papa
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Como en años anteriores se ha recibido la carta del Comisario de Tierra Santa recordando colecta de Viernes Santo 2013 que este año aparececon el lema: "Tierra Santa, cuna de nuestra fe. ¡Vamos en su ayuda!"

COMISARÍA DE TIERRA SANTA

Sevilla, 01/03/2013

A los Sres. Párrocos, Rectores de Iglesias y Superiores de Casas Religiosas

Mi querido Hermano en Cristo: paz y bien.

VIERNES SANTO, DIA DE TIERRA SANTA

El Papa León XIII, en 1887, instituyó la Jornada de oración y ayuda en favor de la Custodia de los Santos Lugares y de la Iglesia presente en el País de Jesús. Se trataba de mostrar, cada Viernes Santo, la comunión de las iglesias de todo el mundo con la Iglesia de Jerusalén y de Tierra Santa.

El próximo 29 de marzo de 2013 será Viernes Santo, con el lema: "Tierra Santa, cuna de nuestra fe. ¡Vamos en su ayuda!"

Se pretende recordar que aquella tierra es geografía de nuestra historia de fe; la cuna de la revelación divina y de la historia de la salvación. Tierra de la Encarnación de Dios y en la que nació la Iglesia en Pentecostés, y desde la que se extendió la fe hasta el extremo de la Tierra. En ella, pues, "hemos nacido todos", en ella tenemos nuestra cuna: en el pesebre de Belén, en la sala del Cenáculo...

Pensar en nuestras raíces, acercarnos a la cuna de nuestra fe, fuerza a prestar atención a la actualidad de la Iglesia Madre. Como dicen los Obispos de aquella región, esta Iglesia se enmarca en una tierra que "sigue estando desgarrada por la violencia, la injusticia, la ocupación y la inseguridad... Los cristianos constituyen un pequeño rebaño en nuestra sociedad dominada por las tradiciones religiosas del islam y el judaísmo y sienten cada vez más la marginación. Muchos de nuestros hermanos y hermanas en la fe, han decidido emigrar dejando a nuestras comunidades más pobres y débiles".

Pero "este pequeño rebaño" es una Iglesia viva, con la vitalidad que suponen las obras benéficas que sostienen las instituciones religiosas a través de las escuelas, universidades, hospitales, orfanatos, residencias para ancianos o minusválidos... Todo, fruto de "la fe que actúa por el amor" (Ga 5,6), porque "la fe sin obras estaría muerta" (St 2,26).

El Papa Benedicto XVI dice en su carta apostólica "Porta Fidei" que "El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad" (PF 14).

Pues bien, los hermanos de Tierra Santa, que viven en pobreza y dificultad, reclaman un año más nuestra ayuda. A todos los cristianos y hombres de buena voluntad se nos pide encarecidamente, como signo de caridad, la oración y la colaboración económica para su sostenimiento. ¡Vamos en su ayuda!

De antemano mi agradecimiento a Usted y su Comunidad por la solicitud y preocupación por los Santos lugares y por la Iglesia presente en el País de Jesús, nuestro Señor.

Me permito recordarle que pueden entregar la Colecta y otras limosnas para Tierra Santa en:

-Curia Diocesana.

-Convento de San Buenaventura. C/Carlos Cañal, 15. 41001 SEVILLA.

-Banco Popular. Cuenta: 0075-0327-01-0700864992

-Caja de Extremadura. Cuenta: 2048-1023-26-3400003773

(Rogamos a los encargados de hacer los ingresos en los bancos que pongan con la mayor claridad posible en nombre de la Parroquia, Iglesia, Institución, etc. a la que corresponda la donación y la localidad de la citada Institución)

Con mi estima fraterna y afecto sincero,                       

Comisario de Tierra Santa
Fdo. : Fray Alfonso García Araya, O.F.M.

 

Carlos Cañal, 15 - Teléfono 954 22 15 90 - 41001 SEVILLA
Residencia del Comisario: Fraternidad Franciscana. C/. Sinceridad, 15 - 41006 SEVILLA. Teléf. 954 51 49 81 - E-mail: ofmalfonso©terra.es


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Lunes, 18 de marzo de 2013

ZENIT nos ofrece el texto íntegro del santo padre durante la oración mariana del Angelus, el 17 de Marzo de 2013, el primer domingo de su pontificado, a los cerca de 150.000 fieles venidos hasta la plaza de San Pedro para escucharlo y verlo.

Hermanos y hermanas, ¡Buenos días! Después del primer encuentro del miércoles pasado, ¡hoy puedo dirigirles de nuevo mi saludo a todos!

Y estoy feliz de que sea en domingo, ¡en el día del Señor! Esto es bello e importante para nosotros los cristianos: encontrarnos en el domingo, saludarnos, hablarnos como ahora aquí, en la plaza. Una plaza que, gracias a los medios de comunicación, tiene el tamaño del mundo.

En este quinto domingo de Cuaresma, el evangelio nos presenta el episodio de la mujer adúltera (cf. Jn. 8,1-11), que Jesús salva de la condena a muerte. Conmueve la actitud de Jesús: no escuchamos palabras de desprecio, no escuchamos palabras de condena, sino solo palabras de amor, de misericordia, que invitan a la conversión. "Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más" (v. 11).

¡Eh!, hermanos y hermanas, el rostro de Dios es la de un padre misericordioso, que siempre tiene paciencia. ¿Han pensado en la paciencia de Dios, la paciencia que Él tiene con cada uno de nosotros? Esa es su misericordia. Siempre tiene paciencia, paciencia con nosotros, nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos si sabemos volver a él con el corazón contrito. "Grande es la misericordia del Señor", dice el salmo.

En estos días, he podido leer un libro del cardenal Kasper, un gran teólogo, sobre la misericordia. Y me ha hecho tanto bien ese libro, ¡pero no crean que le hago publicidad a los libros de mis cardenales! ¡No es así! Pero me ha hecho tanto bien, tanto bien…

El cardenal Kasper dice que al escuchar misericordia, esta palabra cambia todo. Es lo mejor que podemos escuchar: cambia el mundo. Un poco de misericordia vuelve al mundo menos frío y más justo. Tenemos necesidad de entender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso que tiene tanta paciencia...

Recordemos al profeta Isaías, quien dice que así nuestros pecados fueran como rojo escarlata, el amor de Dios los volverá blancos como la nieve. ¡Es hermoso, esto de la misericordia!

Recuerdo que apenas era obispo, en 1992, llegó (la imagen) de Nuestra Señora de Fátima a Buenos Aires y se celebró una gran misa para los enfermos. Fui a confesar a aquella misa. Y casi al final, me levanté, porque debía administrar una confirmación. Pero vino una anciana, humilde, muy humilde, octogenaria. La ví y le dije: "Abuela --porque así le decimos a las personas ancianas: abuela--, ¿quiere confesarse?". "Sí", me dijo. "Pero si usted no ha pecado ...". Y ella dijo: "Todos tenemos pecados ...".

"Pero tal vez el Señor no la perdona...". "El Señor perdona todo", me dijo. "¿Segura? ¿Pero cómo lo sabe usted, señora?". "Si el Señor no perdona todo, el mundo no existiría." Sentí ganas de preguntarle: "Dígame, señora, ¿usted estudió en la Gregoriana?", Porque esa es la sabiduría que da el Espíritu Santo: la sabiduría interior ante la misericordia de Dios.

No nos olvidemos de esta palabra: Dios nunca se cansa de perdonar, ¡nunca! "Y, padre, ¿cuál es el problema?". Bueno, el problema es que nos cansamos, no queremos, nos cansamos de pedir perdón. Él nunca se cansa de perdonar, pero nosotros, a veces, nos cansamos de pedir perdón. ¡No nos cansemos nunca, no nos cansemos nunca! Él es un Padre amoroso que siempre perdona, que tiene un corazón de misericordia para todos nosotros.

Y aprendamos a ser misericordiosos con todos. Invoquemos la intercesión de la Virgen que tuvo entre los brazos la Misericordia de Dios hecha hombre.

Ahora rezamos todos el Ángelus: [se reza el Ángelus]

Dirijo un cordial saludo a todos los peregrinos. Gracias por su acogida y por sus oraciones. Recen por mí, se los pido.

Renuevo mi abrazo a los fieles de Roma y lo extiendo a todos ustedes, y les extiendo a todos ustedes que han venido de varias partes de Italia y del mundo, así como a aquellos que se unen a nosotros a través de los medios de comunicación. Elegí el nombre del santo patrono de Italia, san Francisco de Asís, y esto refuerza mi conexión espiritual con esta tierra, de donde --como ustedes saben--, es el origen de mi familia.

Pero Jesús nos ha llamado a ser parte de una nueva familia: su Iglesia, en esta familia de Dios, caminando juntos por el camino del evangelio. Que el Señor los bendiga, que la Virgen los proteja. No se olviden de esto: ¡el Señor no se cansa de perdonar! Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón.

Traducción de original italiano por José Antonio Varela V.


Publicado por verdenaranja @ 21:39  | Habla el Papa
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ZENIT nos ofrece el texto íntegro del discurso del santo padre, pronunciado en el Aula Pablo VI, el sábado 16 de Marzo de 2013,  ante cerca de seis mil personas: profesionales de la comunicación que trabajan en la Santa Sede, así como a periodistas y comunicadores sociales que vienen cubriendo las últimas actividades en el Vaticano.

Queridos amigos: Estoy feliz, al inicio de mi ministerio en la Sede de Pedro, de encontrarme con ustedes, que han trabajado aquí en Roma en este momento tan intenso, el cual comenzó con el anuncio sorprendente de mi venerado predecesor, Benedicto XVI, el 11 de febrero pasado. Los saludo a cada uno de ustedes.

El papel de los medios de comunicación ha ido creciendo en los últimos tiempos, tanto es así que se ha convertido en algo esencial para contar al mundo los acontecimientos de la historia contemporánea. Dirijo un agradecimiento especial a todos ustedes por su cualificado servicio en los últimos días --¡han trabajado, eh! ¡han trabajado!--, durante los cuales los ojos del mundo católico, y no solo, se dirigieron a a la Ciudad Eterna, en particular a este territorio que tiene como "centro de gravedad" la tumba de san Pedro. En las últimas semanas han tenido que hablar de la Santa Sede, de la Iglesia, de sus ritos y tradiciones; de su fe y, en particular, el papel del papa y su ministerio.

Vaya un agradecimiento especial a quienes han sido capaces de observar y presentar estos eventos de la historia de la Iglesia, teniendo en cuenta la perspectiva más justa en la cual deben ser leídos, en aquella de la fe. Los acontecimientos de la historia casi siempre exigen una lectura compleja, que a veces también puede incluir la dimensión de la fe. ¡Los acontecimientos eclesiales no son ciertamente más complicados que los políticos o económicos! Ellos sin embargo, tienen unas características de fondo particular: responden a una lógica que no es principalmente aquella de las categorías, por así decirlo, mundanas, y es por esta razón, que no es fácil interpretarlas y comunicarlas a un público amplio y variado. La Iglesia, de hecho, al ser sin duda también una institución humana, histórica, con todo lo que conlleva, no tiene una naturaleza política, sino esencialmente espiritual: es el Pueblo de Dios, el Santo Pueblo de Dios, que camina hacia el encuentro con Jesucristo. Solo poniéndose en esta perspectiva, se puede tener plenamente sentido sobre cómo actúa la Iglesia católica.

Cristo es el Pastor de la Iglesia, pero su presencia en la historia pasa a través de la libertad de los hombres: entre estos, uno viene elegido para servir como su Vicario, Sucesor del Apóstol Pedro, pero Cristo es el centro, no el Sucesor de Pedro: es Cristo. Cristo es la referencia fundamental, el corazón de la Iglesia. Sin Él, Pedro y la Iglesia no existirían ni tendrían razón de ser. Como ha dicho en varias ocasiones Benedicto XVI, Cristo está presente y conduce a su Iglesia. En todo lo que sucede el protagonista es, en última instancia, el Espíritu Santo. Él ha inspirado la decisión de Benedicto XVI por el bien de la Iglesia;Él ha dirigido en la oración y en la elección a los cardenales.

Es importante, queridos amigos, tomar en cuenta este horizonte interpretativo, esta hermenéutica, para centrarse en el corazón de los acontecimientos de estos días. De aquí nace un renovado y sincero agradecimiento por los esfuerzos de estos días particularmente difíciles, pero también una invitación a conocer más y más la verdadera naturaleza de la Iglesia, y también su camino en el mundo, con sus virtudes y sus pecados, y conocer las motivaciones espirituales que la guían y que son los más auténticos para entenderla.

Tengan la seguridad de que la Iglesia, por su parte, reserva una gran atención a su valioso trabajo; ustedes tienen la capacidad de recoger y expresar las expectativas y las exigencias de nuestro tiempo, de proporcionar los elementos para una lectura de la realidad. Su trabajo requiere estudio, sensibilidad, experiencia, al igual que muchas otras profesiones, pero implica una especial atención de frente a la verdad, a la bondad y a la belleza; y esto nos hace especialmente cercanos, porque la Iglesia existe para comunicar justamente esto: la Verdad, la Bondad y la Belleza "en persona".

Debe verse claramente que estamos todos llamados, no a comunicarnos a nosotros mismos, sino esta tríada existencial que conforman la verdad, la bondad y la belleza.

Algunos no sabían por qué el Obispo de Roma ha querido llamarse Francisco. Algunos pensaban en Francisco Javier, en Francisco de Sales, hasta en Francisco de Asís. Les contaré la historia. En la elección, estaba junto a mí el arzobispo emérito de São Paulo y también prefecto emérito de la Congregación para el Clero, el cardenal Claudio Hummes: ¡un gran amigo, un gran amigo! Cuando la cosa se hizo un poco peligrosa, él me confortaba.

Y cuando los votos subieron hasta dos tercios, vino el aplauso de costumbre, porque había sido elegido el papa. Y él me abrazó, me besó y me dijo: “¡No te olvides de los pobres!” Y esa palabra entró aquí (señala la cabeza -ndr): los pobres, los pobres. Luego, inmediatamente, en relación con los pobres pensé en Francisco de Asís. Después pensé en las guerras, mientras que el escrutinio continuaba, hasta llegar a todos los votos. Y Francisco es el hombre de la paz. Y así nació el nombre en mi corazón: Francisco de Asís. Es para mí el hombre de la pobreza, el hombre de la paz, un hombre que ama y cuida la creación; en este tiempo no tenemos una relación tan buena con la creación, ¿verdad? Es el hombre que nos da este espíritu de paz, el hombre pobre... ¡Ah, cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!

Después de eso, algunos han hecho varias bromas. "Pero, debiste llamarte Adriano, porque Adriano VI fue un reformador, se debe reformar ...". Y otro dijo: "No, no, tu nombre debe ser Clemente". "Pero, ¿por qué?". "Clemente XV: y así tomas represalias en contra de Clemente XIV que suprimió la Compañía de Jesús". Son bromas ...

Los quiero mucho, les agradezco por todo lo que han hecho. Y pienso en su trabajo: quiero que trabajen con calma y con frutos, y que conozcan cada vez mejor el evangelio de Jesucristo y la realidad de la Iglesia.

Los encomiendo a la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Estrella de la Evangelización. Y les deseo lo mejor a ustedes y a sus familias, a cada una de sus familias. Les imparto de corazón a todos la bendición. Gracias.

...Les dije que les daba de corazón la bendición. Como muchos de ustedes no pertenecen a la Iglesia católica, otros no son creyentes, de corazón doy esta bendición en silencio, a cada uno de ustedes, respetando la conciencia de cada uno, pero sabiendo que cada uno de ustedes es hijo de Dios. ¡Que Dios los bendiga!

Traducción del original italiano por José Antonio Varela V.


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Domingo, 17 de marzo de 2013

Zenit.org publica las palabras que el papa Francisco ha dirigido al colegio cardenalicio reunido en audiencia esta mañana en la Sala Clementina.

Hermanos cardenales:

Este periodo dedicado al Cónclave ha estado cargado de significado no sólo para el Colegio Cardenalicio, sino también para todos los fieles. En estos días hemos sentido casi sensiblemente el afecto y la solidaridad de la Iglesia universal, como también la atención de tantas personas que, aún no compartiendo nuestra fe, miran con respeto y admiración a la Iglesia y a la Santa Sede. Desde todos los rincones del mundo se ha elevado férvida y coral la oración del Pueblo cristiano por el nuevo papa, y cargado de emoción ha sido mi primer contacto con la gran muchedumbre en la Plaza de San Pedro. Con esta imagen sorprendente del pueblo orante y alegre todavía grabada en mi mente, deseo manifestar mi sincero reconocimiento a los obispos, a los sacerdotes, a las personas consagradas, a los jóvenes, a las familias, a los ancianos, por su cercanía espiritual, tan co_nMovedora y ferviente.

Siento la necesidad de expresar mi más viva y profunda gratitud a todos vosotros, venerados y queridos hermanos cardenales, por la inmediata colaboración a la conducción de la Iglesia durante la sede vacante. Dirijo a cada uno un saludo cordial, empezando por el decano del colegio cardenalicio, el señor cardenal Angelo Sodano, al que doy gracias por las expresiones de devoción y por las calurosas felicitaciones que me ha dirigido en vuestro nombre. Con él doy gracias al señor cardenal Tarcisio Bertone, camarlengo de la santa romana Iglesia, por su trabajo cuidado en esta fase delicada de transición, y también al querido cardenal Giovanni Battista Re, que ha hecho de nuestro jefe en el cónclave: ¡muchas gracias! Mi pensamiento va con afecto particular a los venerado cardenales que, a causa de la edad o de la enfermedad, han asegurado su participación y su amor a la Iglesia a través del sufrimiento y de la oración. Y quería deciros que anteayer el cardenal Mejía tuvo un infarto cardiaco: ingresó en la Pío XI. Pero se cree que su salud sea estable y nos ha mandado sus saludos.

No puede faltar mi agradecimiento también a los que, en las diferentes tareas, han trabajado activamente en la preparación y en el desarrollo del cónclave, favoreciendo la seguridad y la tranquilidad de los cardenales en este periodo tan importante para la vida de la Iglesia.

Un pensamiento lleno de gran afecto y de profunda gratitud dirigido a mi venerado predecesor Benedicto XVI, que en estos años de pontificado ha enriquecido y vigorizado la Iglesia con su magisterio, su bondad, su guía, su fe, su humildad y su mansedumbre. ¡Permanecerá como patrimonio espiritual para todos! El ministerio petrino, vivido con total dedicación, ha tenido en él un intérprete sabio y humilde, con la mirada siempre fija en Cristo, Cristo resucitado, presente y vivo en la Eucaristía. Lo acompañarán siempre nuestra ferviente oración, nuestro incesante recuerdo, nuestro afecto y gratitud imperecedera. Sentimos que Benedicto XVI ha encendido en lo profundo de nuestros corazones una llama: ésta continuará ardiendo porque será alimentada de su oración, que sostendrá aún la Iglesia en su camino espiritual y misionero.

Queridos hermanos cardenales, este encuentro nuestro quiere ser casi una prolongación de la intensa comunión eclesial experimentada en este periodo. Animados del profundo sentido de responsabilidad y apoyados por un gran amor por Cristo y por la Iglesia, hemos rezado juntos, compartiendo fraternalmente nuestros sentimientos, nuestras experiencias y reflexiones. En este clima de gran cordialidad ha crecido así el recíproco conocimiento y la mutua apertura; y esto es bueno, porque nosotros somos hermanos. Alguno me decía: los cardenales son los sacerdotes del Santo Padre. Esa comunidad, esa amistad, esa cercanía nos hará bien a todos. Y este conocimiento mutuo ha facilitado la docilidad a la acción del Espíritu Santo. Él, el Paráclito, es el supremo protagonista de toda iniciativa y manifestación de fe. Es curioso: a mi me hace pensar esto. El Paráclito hace todas las diferencias en las Iglesias, y parece que sea un apóstol de Babel. Pero por otra parte, es Él el que hace la unidad en estas diferencias, no en la "igualdad", sino en la armonía. Yo recuerdo que un Padre de la Iglesia lo definía así: "Ipse harmonia est". El Paráclito que da a cada uno de nosotros carismas diferentes, nos une en esta comunidad de Iglesia, que adora al Padre, al Hijo y a Él, el Espíritu Santo.

Precisamente partiendo del auténtico afecto colegial que une al colegio cardenalicio, expreso mi voluntad de servir al Evangelio con amor renovado, ayudando a la Iglesia a ser cada vez más en Cristo y con Cristo, la vida fecunda del Señor. Estimulados también por la celebración del Año de la Fe, todos juntos, pastores y fieles, nos esforzaremos por responder fielmente a la misión de siempre: llevar Jesucristo al hombre y conducir al hombre al encuentro con Jesucristo Camino, Verdad y Vida, realmente presente en la Iglesia y contemporáneo de cada hombre. Tal encuentro lleva a convertirse en hombres nuevos en el misterio de la Gracia, suscitando en el ánimo esa alegría cristiana que es el céntuplo donado por Cristo a quien lo acoge en la propia existencia.

Como nos ha recordado tantas veces en sus enseñanzas y, por último, con el gesto valiente y humilde, el papa Benedicto XVI, es Cristo quien guía a la Iglesia por medio de su Espíritu. El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia con su fuerza vivificante y unificante: de muchos hace un cuerpo solo, el Cuerpo místico de Cristo. No cedemos nunca al pensamiento, a esa amargura que el diablo nos ofrece cada día; no cedemos al pesimismo y al desaliento: tenemos la firme certeza de que el Espíritu Santo da a la Iglesia, con su aliento poderoso, el valor de perseverar y también de buscar nuevos métodos de evangelización, para llevar el Evangelio hasta a los extremos confines de la tierra (ctf. Hch 1, 8). La verdad cristiana es atrayente y persuasiva porque responde a la necesidad profunda de la existencia humana, anunciando de forma convincente que Cristo es el único Salvador de todo el hombre y de todos los hombres. Este anuncio es válido hoy como lo fue al inicio del cristianismo, cuando se obró la primera gran expansión misionera del Evangelio.

¡Queridos hermanos, ánimo! La mitad de nosotros estamos en edad avanzada: la vejez es -- me gusta decirlo así- la sede de la sabiduría de la vida. Los viejos tienen la sabiduría de haber caminado en la vida, como el viejo Simeón, la vieja Ana en el Templo. Es precisamente esa sabiduría la que les ha hecho reconocer a Jesús. Demos esta sabiduría a los jóvenes: como el buen vino, que con los años se hace más bueno, demos a los jóvenes la sabiduría de la vida. Me viene a la mente ese poeta alemán que decía de la vejez: "Es ist ruhig, das Alter, und fromm": es el tiempo de la tranquilidad y de la oración. Y también de dar a los jóvenes esta sabiduría. Volveréis ahora a vuestras respectivas sedes para continuar en vuestro ministerio, enriquecidos por la experiencia de estos días, así cargados de fe y de comunión eclesial. Esta experiencia única e incomparable, nos ha permitido recoger en profundidad toda la belleza de la realidad eclesial, que es una reverberación del esplendor de Cristo Resucitado: ¡un día miraremos ese rostro bellísimo de Cristo Resucitado!

A la poderosa intercesión de María, nuestra Madre, Madre de la Iglesia, confío mi ministerio y vuestro ministerio. Bajo su mirada materna, que cada uno de nosotros pueda caminar feliz y dócil a la voz de su Hijo divino, reforzando la unidad, perseverando en la oración y testimoniando la fe en la presencia continua del Señor. Con estos sentimientos --¡son verdaderos!- con estos sentimientos, os imparto de corazón la Bendición Apostólica, que extiendo a vuestros colaboradores y a las personas confiadas a vuestra cuidado pastoral.

Traducido del italiano por Rocío Lancho García


Publicado por verdenaranja @ 21:23  | Habla el Papa
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ZENIT publica las palabras que el papa Francisco ha dirigido al colegio cardenalicio reunido en audiencia esta mañana

Hermanos cardenales:

Este periodo dedicado al Cónclave ha estado cargado de significado no sólo para el Colegio Cardenalicio, sino también para todos los fieles. En estos días hemos sentido casi sensiblemente el afecto y la solidaridad de la Iglesia universal, como también la atención de tantas personas que, aún no compartiendo nuestra fe, miran con respeto y admiración a la Iglesia y a la Santa Sede. Desde todos los rincones del mundo se ha elevado férvida y coral la oración del Pueblo cristiano por el nuevo papa, y cargado de emoción ha sido mi primer contacto con la gran muchedumbre en la Plaza de San Pedro. Con esta imagen sorprendente del pueblo orante y alegre todavía grabada en mi mente, deseo manifestar mi sincero reconocimiento a los obispos, a los sacerdotes, a las personas consagradas, a los jóvenes, a las familias, a los ancianos, por su cercanía espiritual, tan co_nMovedora y ferviente.

Siento la necesidad de expresar mi más viva y profunda gratitud a todos vosotros, venerados y queridos hermanos cardenales, por la inmediata colaboración a la conducción de la Iglesia durante la sede vacante. Dirijo a cada uno un saludo cordial, empezando por el decano del colegio cardenalicio, el señor cardenal Angelo Sodano, al que doy gracias por las expresiones de devoción y por las calurosas felicitaciones que me ha dirigido en vuestro nombre. Con él doy gracias al señor cardenal Tarcisio Bertone, camarlengo de la santa romana Iglesia, por su trabajo cuidado en esta fase delicada de transición, y también al querido cardenal Giovanni Battista Re, que ha hecho de nuestro jefe en el cónclave: ¡muchas gracias! Mi pensamiento va con afecto particular a los venerado cardenales que, a causa de la edad o de la enfermedad, han asegurado su participación y su amor a la Iglesia a través del sufrimiento y de la oración. Y quería deciros que anteayer el cardenal Mejía tuvo un infarto cardiaco: ingresó en la Pío XI. Pero se cree que su salud sea estable y nos ha mandado sus saludos.

No puede faltar mi agradecimiento también a los que, en las diferentes tareas, han trabajado activamente en la preparación y en el desarrollo del cónclave, favoreciendo la seguridad y la tranquilidad de los cardenales en este periodo tan importante para la vida de la Iglesia.

Un pensamiento lleno de gran afecto y de profunda gratitud dirigido a mi venerado predecesor Benedicto XVI, que en estos años de pontificado ha enriquecido y vigorizado la Iglesia con su magisterio, su bondad, su guía, su fe, su humildad y su mansedumbre. ¡Permanecerá como patrimonio espiritual para todos! El ministerio petrino, vivido con total dedicación, ha tenido en él un intérprete sabio y humilde, con la mirada siempre fija en Cristo, Cristo resucitado, presente y vivo en la Eucaristía. Lo acompañarán siempre nuestra ferviente oración, nuestro incesante recuerdo, nuestro afecto y gratitud imperecedera. Sentimos que Benedicto XVI ha encendido en lo profundo de nuestros corazones una llama: ésta continuará ardiendo porque será alimentada de su oración, que sostendrá aún la Iglesia en su camino espiritual y misionero.

Queridos hermanos cardenales, este encuentro nuestro quiere ser casi una prolongación de la intensa comunión eclesial experimentada en este periodo. Animados del profundo sentido de responsabilidad y apoyados por un gran amor por Cristo y por la Iglesia, hemos rezado juntos, compartiendo fraternalmente nuestros sentimientos, nuestras experiencias y reflexiones. En este clima de gran cordialidad ha crecido así el recíproco conocimiento y la mutua apertura; y esto es bueno, porque nosotros somos hermanos. Alguno me decía: los cardenales son los sacerdotes del Santo Padre. Esa comunidad, esa amistad, esa cercanía nos hará bien a todos. Y este conocimiento mutuo ha facilitado la docilidad a la acción del Espíritu Santo. Él, el Paráclito, es el supremo protagonista de toda iniciativa y manifestación de fe. Es curioso: a mi me hace pensar esto. El Paráclito hace todas las diferencias en las Iglesias, y parece que sea un apóstol de Babel. Pero por otra parte, es Él el que hace la unidad en estas diferencias, no en la "igualdad", sino en la armonía. Yo recuerdo que un Padre de la Iglesia lo definía así: "Ipse harmonia est". El Paráclito que da a cada uno de nosotros carismas diferentes, nos une en esta comunidad de Iglesia, que adora al Padre, al Hijo y a Él, el Espíritu Santo.

Precisamente partiendo del auténtico afecto colegial que une al colegio cardenalicio, expreso mi voluntad de servir al Evangelio con amor renovado, ayudando a la Iglesia a ser cada vez más en Cristo y con Cristo, la vida fecunda del Señor. Estimulados también por la celebración del Año de la Fe, todos juntos, pastores y fieles, nos esforzaremos por responder fielmente a la misión de siempre: llevar Jesucristo al hombre y conducir al hombre al encuentro con Jesucristo Camino, Verdad y Vida, realmente presente en la Iglesia y contemporáneo de cada hombre. Tal encuentro lleva a convertirse en hombres nuevos en el misterio de la Gracia, suscitando en el ánimo esa alegría cristiana que es el céntuplo donado por Cristo a quien lo acoge en la propia existencia.

Como nos ha recordado tantas veces en sus enseñanzas y, por último, con el gesto valiente y humilde, el papa Benedicto XVI, es Cristo quien guía a la Iglesia por medio de su Espíritu. El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia con su fuerza vivificante y unificante: de muchos hace un cuerpo solo, el Cuerpo místico de Cristo. No cedemos nunca al pensamiento, a esa amargura que el diablo nos ofrece cada día; no cedemos al pesimismo y al desaliento: tenemos la firme certeza de que el Espíritu Santo da a la Iglesia, con su aliento poderoso, el valor de perseverar y también de buscar nuevos métodos de evangelización, para llevar el Evangelio hasta a los extremos confines de la tierra (ctf. Hch 1, 8). La verdad cristiana es atrayente y persuasiva porque responde a la necesidad profunda de la existencia humana, anunciando de forma convincente que Cristo es el único Salvador de todo el hombre y de todos los hombres. Este anuncio es válido hoy como lo fue al inicio del cristianismo, cuando se obró la primera gran expansión misionera del Evangelio.

¡Queridos hermanos, ánimo! La mitad de nosotros estamos en edad avanzada: la vejez es -- me gusta decirlo así- la sede de la sabiduría de la vida. Los viejos tienen la sabiduría de haber caminado en la vida, como el viejo Simeón, la vieja Ana en el Templo. Es precisamente esa sabiduría la que les ha hecho reconocer a Jesús. Demos esta sabiduría a los jóvenes: como el buen vino, que con los años se hace más bueno, demos a los jóvenes la sabiduría de la vida. Me viene a la mente ese poeta alemán que decía de la vejez: "Es ist ruhig, das Alter, und fromm": es el tiempo de la tranquilidad y de la oración. Y también de dar a los jóvenes esta sabiduría. Volveréis ahora a vuestras respectivas sedes para continuar en vuestro ministerio, enriquecidos por la experiencia de estos días, así cargados de fe y de comunión eclesial. Esta experiencia única e incomparable, nos ha permitido recoger en profundidad toda la belleza de la realidad eclesial, que es una reverberación del esplendor de Cristo Resucitado: ¡un día miraremos ese rostro bellísimo de Cristo Resucitado!

A la poderosa intercesión de María, nuestra Madre, Madre de la Iglesia, confío mi ministerio y vuestro ministerio. Bajo su mirada materna, que cada uno de nosotros pueda caminar feliz y dócil a la voz de su Hijo divino, reforzando la unidad, perseverando en la oración y testimoniando la fe en la presencia continua del Señor. Con estos sentimientos --¡son verdaderos!- con estos sentimientos, os imparto de corazón la Bendición Apostólica, que extiendo a vuestros colaboradores y a las personas confiadas a vuestra cuidado pastoral.

Traducido del italiano por Rocío Lancho García


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Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú para el cuarto domingo de Cuaresma (10 de marzo de 2013). (AICA)

“Gusten y vean qué bueno es el Señor. Felices los que en Él se refugian”

La proximidad de la Pascua nos hace volver la mirada, en medio de la cuaresma, al tema de la misericordia del Señor. La Pascua está rubricada por la reconciliación del hombre con Dios y nos hace mirarlo con un corazón lleno de deseos de reconciliación.

La primera lectura nos presenta al pueblo elegido, el cual después de peregrinar durante cuarenta años por el desierto -una peregrinación llena de caídas- llega finalmente a la Tierra Prometida y celebra jubiloso su primera Pascua. Dios ha perdonado sus infidelidades, le da a Israel una patria en la que podrá levantarle un Templo. La segunda lectura nos dice que: “lo antiguo ha pasado y lo nuevo ha comenzado” (2ª Cor. 5,17) y nos presenta una gran novedad: Cristo ha sido inmolado para reconciliar a los hombres con Dios. Cristo es la novedad y la nueva Pascua, es la nueva alianza. Es la alianza de la gran reconciliación del hombre con Dios, es el gran gesto de la misericordia de Dios con el hombre.

Esta es la gran novedad: ya no es la sangre del cordero que se ofrece ni el rito de la circuncisión o la ofrenda de los frutos de la tierra, lo que hace agradables ante Dios. Ahora es el mismo Dios quien se compromete en la salvación de la humanidad dando a su Hijo Unigénito: “Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuenta de sus pecados” (Ib.19). Sólo el amor de Dios podía tomar esta iniciativa, sólo su amor podía inspirarla, sólo su misericordia podía realizarla. La humanidad se verá libre de sus culpas, las que ahora caen sobre los hombros de Aquél que no tenía pecado y al que Dios hizo expiar nuestros pecados para que nosotros unidos a Él recibamos la salvación de Dios. Así, la cuaresma nos invita a mirar la misericordia de Dios revelada en el misterio pascual, por el que el hombre se hace en Cristo una criatura nueva.

De dos parábolas se sirve Jesús para hacernos comprender la misericordia de Dios. El Pastor que deja el rebaño para ir en búsqueda de la oveja perdida “y una vez que la encuentra la pone sobre sus hombros (Lc.15,5). La oveja perdida es el pecador que se ha alejado del rebaño y que el amor de Dios en Jesucristo la busca y la lleva consigo. Todo pecador es buscado por Cristo para ponerlo sobre sus hombros y llevarlo a una vida mejor, a la vida de la gracia y del amor junto al rebaño creyente. El otro ejemplo es el del hijo pródigo que ha abandonado la casa del padre y malgastado su herencia, quien -tocado por la gracia- vuelve a la casa paterna y el Padre amorosamente sale a su encuentro y hace para él una fiesta. Dios es el Padre que espera sin cansancio a los hijos que le han abandonado y los toca con su gracia y los incita a regresar permitiendo que les hiera el aguijón del desengaño y de los remordimientos y cuando los ve venir corre a su encuentro permitiendo que se haga más rápida la reconciliación y ofreciéndole el beso del perdón. Es notorio que en la parábola, aquellos que han permanecido junto al Padre son incapaces de comprender esta infinita actitud de amor del Padre.

Todos nosotros, pecadores, somos tocados por la gracia para volvernos a Dios Padre, que nos espera con el beso del perdón en su misericordia. Todos estamos llamados a volver a Dios y la cuaresma se hace un camino maravilloso para la conversión. La gracia de Dios está tocándonos constantemente la interioridad de nuestro corazón para que cambien nuestras costumbres, nuestros gestos y actos humanos. Sepamos que la misericordia de Dios es infinita y que su amor nos está esperando. Su Hijo hecho Pascua nos está esperando, para hacernos gustar del amor del Padre, ese amor que hace que el que ha caído se levante y el que está en medio del camino se ponga a caminar con la esperanza de una vida nueva en el amor.

La Iglesia nos invita en este domingo a gustar de esa inmensa misericordia de Dios Padre, a no quedarnos caídos en medio del camino. Pone en nuestro corazón la necesidad de reconciliarnos con Él, de convertirnos cada vez más al amor de Dios y de los hermanos. Toca con su gracia la dureza de nuestro corazón llamándonos a la conversión y a gustar de su infinita misericordia.

Que la Virgen María, madre de la misericordia viviente, nos aliente y nos allane el camino de conversión hacia la misericordia de Dios Padre.


Mons. Marcelo Raúl Martorell, Obispo de Puerto Iguazú


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S?bado, 16 de marzo de 2013

Reflexión a las lecturas del domingo quinto de Cuaresma - C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR".

Domingo 5º de Cuaresma C 

          El Evangelio de Jesucristo es un mensaje y un camino de liberación verdadera, como contemplamos en la Liturgia de este domingo. ¡Una mujer sorprendida en adulterio! Según la Ley de Moisés tenía que morir apedreada. Pero los fariseos y escribas aprovechan la ocasión para tender una trampa al Señor: “la ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. ¿Tú qué dices?”   Ante su insistencia responde: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra…”   Entonces “se fueron  a escabullendo uno a uno,  comenzando por los más viejos”.  ¡Son sinceros! Se reconocen pecadores y comienzan a marcharse.    Pero tantos cristianos que hoy dicen que no tienen pecados, ¿qué harían? ¿Le tirarían la primera piedra?  

Cuando se han marchado todos, se queda Jesús solo con la mujer. Jesús es el único que puede tirar la primera piedra a aquella mujer porque Él sí que está libre de pecado. Pero Él le dice: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante, no peques más”.

          Jesús no niega el pecado de aquella mujer. Sólo que no la condena.  Por eso, su liberación es verdadera. Le libera del pecado y la reintegra en la vida social y religiosa de Israel. Y la mujer recobra la dignidad perdida y vuelve a su casa liberada y dignificada.

Algo parecido contemplábamos en domingo pasado, cuando el padre de la parábola mandaba que a su hijo, que vuelve arrepentido, le vistan con el mejor traje, le pongan un anillo en la mano y sandalias en los pies.

La primera lectura de hoy es un mensaje de liberación del pueblo de Dios desterrado en Babilonia. La segunda, nos presenta el testimonio de un liberado por Cristo, S. Pablo, que nos dice: “por Él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en Él…”

Lógico que en el salmo proclamemos todos: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”. 

¡BUENA CUARESMA! ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 13:41  | Espiritualidad
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DOMINGO 5º DE CUARESMA C  

  MONICIONES

 

PRIMERA LECTURA

          Durante el tiempo de Cuaresma hemos venido escuchando, en la primera lectura, los grandes acontecimientos de la Historia de la salvación, en favor del pueblo de Israel. Hoy escuchamos al profeta Isaías que, en medio del destierro, les anuncia, con un lenguaje lleno de poesía, la buena noticia de su liberación

 

SALMO

          El salmo 125 es el canto de liberación del pueblo de Israel, que se prepara para el retorno del destierro a su tierra.

Este acontecimiento prefigura la gran liberación que se realizará por Jesucristo, nuestro Salvador. Por eso proclamamos todos ahora: "El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres".        

 

SEGUNDA LECTURA

          El descubrimiento de Jesucristo como valor supremo que realiza      S. Pablo, es lo que explica y da contenido a toda su vida y a toda su actividad. Escuchemos ahora su testimonio impresionante. Constituye también un reto para nosotros.

 

TERCERA LECTURA

          "El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra".

Jesucristo, liberando a la mujer adúltera de la muerte y perdonándole su pecado, anuncia la llegada de la liberación cristiana. Aclamémosle ahora antes de escuchar el Evangelio.

 

COMUNIÓN

          "Anda y, en adelante, no peques más" es  la exhortación de Jesucristo a la mujer del Evangelio y a nosotros cuando nos perdona por el sacramento de la Reconciliación.

          En la Comunión nos encontramos con ese Cristo que nos ofrece fuerza sobreabundante para poder cumplir su mandato


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Viernes, 15 de marzo de 2013

ZENIT nos ofrece el comentario al evangelio del Domingo V de Cuaresma/C de Jesús Álvarez SSP.

No vuelvas a pecar
Comentario al evangelio del Domingo V de Cuaresma/C

Por Jesús Álvarez SSP

 «Los maestros de la Ley y los fariseos le presentaron a Jesús una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La colocaron en medio le dijeron: "Maestro, esta mujer es una adúltera y ha sido sorprendida en el acto. En un caso como este, la Ley de Moisés ordena matar a pedradas a la mujer. Tú, ¿qué dices?" Le hacían esta pregunta para ponerlo en dificultades y tener algo de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Como ellos insistían en preguntarle, se enderezó y les dijo: "Aquél de ustedes que no tenga pecado, que le arroje la primera piedra." Se inclinó de nuevo y siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos, hasta que se quedó Jesús solo con la mujer, que seguía de pie ante él. Entonces se enderezó y le dijo: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado?" Ella contestó: "Ninguno, Señor." Y Jesús le dijo: "Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no vuelvas a pecar"». (Jn 8,1-11)

Quienes acusan y condenan, lo hacen porque se consideran mejores que los demás y pretenden ocultar los pecados propios condenando los ajenos. Además, quienes acusaban a la mujer adúltera ante Jesús, ocultaban una intención perversa bajo pretexto de interés por la Ley de Dios: poner a Jesús en un aprieto legal, religioso y político para deshacerse de él.

Si consiente en apedrear a la adúltera, perderá su prestigio de salvador mesiánico, y además será denunciado a los romanos, que prohíben a los judíos aplicar la pena de muerte. Y si se pronuncia en contra de la Ley, que manda apedrear a las adúlteras, lo denunciarán ante los jefes religiosos.

Los acusadores están seguros de que la trampa no va a fallar. Jesús no les responde. En silencio se pone a escribir en el suelo con el dedo, probablemente los pecados de los acusadores. Y de repente los encara: “Quien esté sin pecado, que tire la primera piedra”. Jesús les niega el derecho a erigirse en jueces y a la vez se niega a condenar a la mujer, dándoles así una doble lección de misericordia y de justicia.

Abochornados, se retiran uno tras otro. Empezando seguro por los adúlteros presentes, que merecían la misma condena que pedían para la adúltera. Los acusadores se ven acusados y acosados.

¿No es frecuente, también entre tantos católicos de misa y comunión –pecadores como los demás- la misma bochornosa escena? Es más: ¿quién no ha sido cómplice alguna vez de tanto cinismo hipócrita? ¿Cómo se puede rezar el Padrenuestro y pedir perdón, asistir a misa y comulgar con una conciencia tan farisaica?

Jesús no condena la conducta de la adúltera, pero tampoco la aprueba, sino que le pide que se convierta, que deje de hacerse daño a sí misma y a otros. Y seguro que con aquella delicadeza y aquella mirada de misericordia, se sintió curada para siempre. Ya no tendría nunca más necesidad de llenar con pecados y pecadores el vacío de su vida. ¡Buen ejemplo!

Los cristianos estamos llamados a ser testigos al estilo de Jesús. El perdón es la única medicina contra el pecado y contra la discordia. No es cristiano --seguidor de Cristo--, quien condena al pecador y deja de luchar contra el pecado propio y ajeno.

Es cristiano verdadero quien, con el ejemplo, la oración, el sufrimiento asociado a la cruz de Cristo, con la palabra, el perdón contribuye a la conversión del pecador y de sí mismo.

Es hora de abandonar para siempre esa antigua actitud: juzgar y condenar los pecados ajenos para zafarse de los propios. Ya no se arrojan piedras con la mano, pero se escupe fango y veneno con la lengua.

¡Cuánta necesidad de convertirse y dedicarse a promover la cultura pascual del amor, de la misericordia y del perdón! Es el mejor servicio al mundo, a la sociedad, a la familia, al pecador, a sí mismo y a Dios… ”¡No vuelvas a pecar!”


Publicado por verdenaranja @ 22:57  | Espiritualidad
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ZENIT publica la homilía que pronunció el Papa Francisco, en la Capilla Sixtina, el 14 de Marzo de 2913, al celebrar la Santa Misa pro Ecclesia (por la Iglesia) con los cardenales electores que han participado en el Cónclave.

En estas Lecturas veo que hay algo en común: es el movimiento. En la Primera Lectura el movimiento en el camino; en la Segunda Lectura, el movimiento en la edificación de la Iglesia; en la tercera, en el Evangelio, el movimiento en la confesión. Caminar, edificar, confesar.

Caminar. «Casa de Jacob, venid, caminemos en la luz del Señor» (Is 2,5). Esta es la primera cosa que Dios ha dicho a Abrahan: Camina en mi presencia y se irreprensibile. Caminar: nuestra vida es un camino y cuando nos detenemos, la cosa no va. Caminar siempre, en presencia del Señor, a la luz del Señor, tratando de vivir con aquella irreprensibilidad que Dios pedía a Abrahan, en su promesa.

Edificar. Edificar la Iglesia. Se habla de piedras: las piedras tienen consistencia; pero piedras vivas, piedras ungidas por el Espíritu Santo. Edificar la Iglesia, la Esposa de Cristo, sobre aquella piedra angular que es el mismo Señor. He aquí otro movimiento de nuestra vida: edificar.

Tercero, confesar. Podemos caminar todo lo que queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, la cosa no va. Nos convertiremos en una ONG asistencial, pero no en la Iglesia, Esposa del Señor. Cuando no se camina, uno se detiene. Cuando no se edifica sobre piedras ¿qué sucede? Sucede lo que ocurre a los niños en la playa cuando hacen castillos de arena, todo se viene abajo, no tiene consistencia. Cuando no se confiesa a Jesucristo, me viene a la mente la frase de Léon Bloy: “Quien no reza al Señor, ora al diablo”. Cuando no se confiesa a Jesucristo, se confiesa la mundanidad del diablo, la mundanidad del demonio.

Caminar, edificar-construir, confesar. Pero la cosa no es tan fácil, porque en el caminar, en el construir, en el confesar, a veces hay sacudidas, hay movimientos que no son precisamente movimientos del camino: son movimientos que nos tiran para atrás.

Este Evangelio prosigue con una situación especial. El mismo Pedro que confesó a Jesucristo, le dice: Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Yo te sigo, pero no hablemos de Cruz. Esto no tiene nada que ver. Te sigo con otras posibilidades, sin la Cruz. Cuando caminamos sin la Cruz, cuando edificamos sin la Cruz y cuando confesamos a un Cristo sin Cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor.

Yo querría que todos, tras estos días de gracia, tengamos el coraje, precisamente el coraje de caminar en presencia del Señor, con la Cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, que se ha derramado sobre la Cruz; y de confesar la única gloria: Cristo Crucificado. Y así la Iglesia irá adelante.

Yo auguro a todos nosotros que el Espíritu Santo, por la oración de Nuestra Señora, nuestra Madre, nos conceda esta gracia: caminar, edificar, confesar a Jesucristo Crucificado. Así sea.

Traducido del original italiano por Nieves San Martín


Publicado por verdenaranja @ 21:19  | Habla el Papa
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Jueves, 14 de marzo de 2013

Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo quinto de Cuaresma.

TODOS NECESITAMOS PERDÓN 

        Según su costumbre, Jesús ha pasado la noche a solas con su Padre querido en el Monte de los Olivos. Comienza el nuevo día, lleno del Espíritu de Dios que lo envía a "proclamar la liberación de los cautivos...y dar libertad a los oprimidos. Pronto se verá rodeado por un gentío que acude a la explanada del templo para escucharlo.

        De pronto, un grupo de escribas y fariseos irrumpe trayendo a "una mujer sorprendida en adulterio". No les preocupa el destino terrible de la mujer. Nadie le interroga de nada. Está ya condenada. Los acusadores lo dejan muy claro: "La Ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices?

        La situación es dramática: los fariseos están tensos, la mujer angustiada, la gente expectante. Jesús guarda un silencio sorprendente. Tiene ante sí a aquella mujer humillada, condenada por todos. Pronto será ejecutada. ¿Es esta la última palabra de Dios sobre esta hija suya?

        Jesús, que está sentado, se inclina hacia el suelo y comienza a escribir algunos trazos en tierra. Seguramente busca luz. Los acusadores le piden una respuesta en nombre de la Ley. Él les responderá desde su experiencia de la misericordia de Dios: aquella mujer y sus acusadores, todos ellos, están necesitados del perdón de Dios.

        Los acusadores sólo están pensando en el pecado de la mujer y en la condena de la Ley. Jesús cambiará la perspectiva. Pondrá a los acusadores ante su propio pecado. Ante Dios, todos han de reconocerse pecadores. Todos necesitan su perdón.

        Como le siguen insistiendo cada vez más, Jesús se incorpora y les dice: "El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra". ¿Quiénes sois vosotros para condenar a muerte a esa mujer, olvidando vuestros propio pecados y vuestra necesidad del perdón y de la misericordia de Dios?

        Los acusadores "se van retirando uno tras otro". Jesús apunta hacia una convivencia donde la pena de muerte no puede ser la última palabra sobre un ser humano. Más adelante, Jesús dirá solemnemente: "Yo no he venido para juzgar al mundo sino para salvarlo".

        El diálogo de Jesús con la mujer arroja nueva luz sobre su actuación. Los acusadores se han retirado, pero la mujer no se ha movido. Parece que necesita escuchar una última palabra de Jesús. No se siente todavía liberada. Jesús le dice "Tampoco yo te condeno. Vete y, en adelante no peques más".

        Le ofrece su perdón, y, al mismo tiempo, le invita a no pecar más. El perdón de Dios no anula la responsabilidad, sino que exige conversión. Jesús sabe que "Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva". 

José Antonio Pagola 

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
17 de marzo de 2013
5 Cuaresma (C)
Juan 8, 1-11


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Mi?rcoles, 13 de marzo de 2013

Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (4º domingo de Cuaresma, 10 de marzo de 2013). (AICA)

Cuaresma: emprender el camino de regreso al padre

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos". Jesús les dijo entonces esta parábola: Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de herencia que me corresponde Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'. Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'. Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso. Él le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'. Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'. Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado' (San Lucas 15, 1-3.11-32).

                       

En algún momento somos el “hijo mayor” de esta parábola y en otro momento somos el “hijo menor” ¿verdad? Pero veamos que tanto un hijo como el otro, los dos, tienen ciertos intereses mezquinos. El mayor no entiende al padre; el hijo menor, el que dilapidó sus bienes con una vida inmoral, regresa no tanto por el amor al padre sino porque estaba pasando hambre, es decir que no la estaba pasando bien.

En la vida hay que acostumbrarse a reconocer que no siempre todas son claras, y no siempre todas las cosas son, de entrada, de una buena intención. En el camino se va purificando. En el camino se va cambiando. En el camino se va madurando. En el camino uno va desarrollándose. Por lo tanto, la misericordia invencible de Dios siempre nos espera y siempre nos permite regresar a Él; en ese regresar uno se va dando cuenta, paulatinamente, de lo tonto que ha sido ya que muchas veces uno ha buscado una libertad ilusoria, buscando fuera lo que uno tenía dentro, perdiendo el tiempo en un montón de cosas, en una quimera de ilusiones que terminan en la nada y en el vacío.

En esta Cuaresma todos tenemos que regresar, como el Hijo Pródigo, al Padre. Y todos tenemos que cambiar esa actitud del “hermano mayor”, que cree que tiene derechos o que puede pensar que no tiene necesidades; o puede decir “yo no me confieso porque no tengo pecados” y ¡ese es el pecado mayor!: creer que no tenemos pecados.

En esta Cuaresma hay que emprender el camino de la conversión, el camino del retorno. El que retorna al Padre, se encuentra; el que se aleja, se destruye a sí mismo. Que volvamos a los brazos amorosos de Dios, nuestro Padre.

Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


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Carta Pastoral de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el cuarto domingo de cuaresma (10 de marzo de 2013). (AICA

Catolicismo popular y secularismo

Catolicismo popular y secularismo. En esta reflexión cuaresmal sobre la “Fe”, solo señalaremos algunos desafíos que considero que deberemos tener en cuenta en el contexto de nuestra realidad social y cultural.

En los documentos del Episcopado Argentino de los años 90 “Líneas Pastorales”, se señalaba el problema del secularismo como un desafío en la tarea evangelizadora, y en este inicio de siglo, en “Navega Mar Adentro” se señaló el desafío de evangelizar la búsqueda de Dios que tiene la gente.

Es cierto que en nuestra realidad encontramos la convivencia de estos dos aspectos. En toda América Latina es fuerte la búsqueda de Dios en nuestra gente y esto se expresa en las grandes manifestaciones de religiosidad popular. Nosotros somos testigos en la Diócesis, así como en nuestra patria de importantes manifestaciones de fe, que constituye en nuestra cultura un fuerte componente de un “catolicismo popular” que perdura desde hace siglos en nuestra historia.

Aún cuando la religiosidad popular es parte de nuestra cultura, también asistimos a un importante avance del secularismo que plantea una sociedad que omite a Dios, y presenta solo un modelo consumista donde la persona sólo es un objeto. El secularismo que se transforma en un ambiente, en parte crece por las estructuras mercantiles y consumistas que manejan un poder económico, político y comunicacional, e inciden sobre todo en la cultura y educación. Basta hacer un rato “zapping” en la televisión para ver que la mayoría de las propuestas en programas de diversión, novelas y películas hacen propuestas que silencian a Dios y omiten valores esenciales como la vida, familia, justicia y la solidaridad. Muchas veces para defender sus propuestas materialistas y consumistas ridiculizan lo religioso, y a la misma Iglesia tratando de dañarla, por ejemplo subrayando debilidades personales de algunos de sus miembros, y silenciando a tantos que dan su vida en obras de caridad y justicia, o bien, tergirversando algunas de sus enseñanzas, desde prejuicios casi dogmáticos, y escondiendo las verdades de dichas enseñanzas.

Consolidar algunos ejes pastorales. En realidad debemos señalar que cada tiempo tiene sus desafíos y el nuestro será “Consolidar” la evangelización profundizando nuestro discipulado y misión.

En la última Asamblea Diocesana realizada en junio de 2012, señalaba que ingresábamos en un tiempo en el que tenemos que consolidar varias iniciativas que fueron claves para la evangelización en estos años en nuestra Diócesis (reflexiones sobre el camino Evangelizador de la Diócesis: Asamblea junio 2012). La palabra consolidar implica necesariamente tomar en serio y en profundidad el “Año de la Fe”, el asumir el camino de discipulado y misión, consolidando y madurando la fe como “Don y tarea”.

La Fe y la Vida. Lamentablemente observamos que muchos cristianos padecen una ruptura entre la fe y el estilo de vida, criterios y opciones que realizan. Esto revela la necesidad de realizar un camino discipular y misional. Esta realidad que se da en todos los niveles culturales y sociales, se hace más grave cuando se da en aquellos cristianos que tienen responsabilidades sociales por el ejercicio de poder que poseen, e ignoran el compromiso que la fe conlleva en todos los ámbitos de la vida social, política y cultural. Algunos creen erróneamente cumplir como cristianos participando de alguna celebración ocasional, o bien, realizando algún gesto solidario aislado. La vida de fe para un cristiano debe impregnar todos sus actos, debe ser un estilo de vida, implicando también sus criterios y opciones personales.

Les envío un saludo cercano y hasta el próximo domingo.

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas


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Martes, 12 de marzo de 2013

Texto del micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT9 (9 de marzo de 2013). (AICA

El camino de la conversión

En el camino de conversión al que nos invita el tiempo de Cuaresma, es necesario mirar nuestra vida y sus relaciones. Es un momento de sinceridad en el que debemos cuidarnos de buscar justificativos que nos alejan de la verdad y, por lo mismo, de una auténtica conversión. Es difícil, por otra parte, ser jueces y parte al examinar nuestra vida. Tampoco debemos quedarnos como meros espectadores, la conversión busca orientar un camino y tomar una decisión que puede incluir un cambio.

Al introducirnos en nuestro interior es importante que nos ilumine algo objetivo, algo que sea una instancia que no la maneje yo sino que sea ella la que me juzgue. Esto me permite introducir el tema de la Palabra de Dios como una realidad viva, objetiva y actual, que sea esa luz que necesito para acercarme y ver en toda su profundidad mi propia vida.

La Palabra de Dios nos presenta, en la parábola del Hijo pródigo, los elementos centrales de un camino de auténtica conversión. Al examinarnos y reconocer en nosotros aspectos que deben cambiar, actitudes que debemos corregir, o incluso la conciencia de haber pecado gravemente, el primer signo de conversión es reconocerlo y arrepentirnos. Pero es necesario tener en cuenta, además, que para que la conciencia de pecado no nos lleve a la desesperación, o a ocultarnos, el arrepentimiento debe dirigirse a la misericordia de Dios.

Aquí adquiere toda su importancia la imagen de Dios como Padre, que es el centro de la revelación de Jesucristo. Él ha venido a revelarnos, precisamente quién es Dios, quién es el hombre y quién es él, como enviado del Padre para enseñarnos y comunicarnos su Vida como camino. Por ello, en el encuentro con Jesucristo, como Palabra definitiva de Dios al hombre, encontramos esa luz que necesitamos para introducirnos con confianza en la intimidad de nuestra vida.

Este camino de conversión es el que nos presenta Jesús en la parábola del “hijo pródigo”, cuyo centro es la imagen del “padre misericordioso” (Lc 15, 11-24). Transcribo, a modo de comentario, la reflexión que hace el Catecismo de la Iglesia Católica de este texto, en el relato aparece, dice: “la fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria en que el hijo se encuentra…. la humillación profunda de verse obligado a comer las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión sobre los bienes perdidos; el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, y el camino del retorno; la acogida generosa del padre y su alegría.

Todos éstos son rasgos propios del proceso de conversión. El mejor vestido y el banquete son símbolos de esta vida nueva, pura, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Sólo el corazón de Cristo, concluye, que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena simplicidad y belleza” (C. I. C. 1439).

Les recomiendo una lectura pausada y meditada de este hermoso pasaje del evangelio para descubrir, desde la misericordia del Padre que siempre nos espera y que se alegra con el encuentro de su hijo, el sentido y la grandeza de nuestra vida. Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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Homilía del cardenal Angelo Sodano, decano del Colegio Cardenalicio, en la misa pro eligendo pontífice (Basílica de San Pedro, 12 de marzo de 2013)

¡Queridos concelebrantes, distinguidas autoridades, hermanos y hermanas en el Señor!

"Cantaré eternamente las misericordias del Señor" es el canto que una vez más ha resonado en la tumba del Apóstol Pedro, en esta hora importante de la historia de la Santa Iglesia de Cristo. Son las palabras del salmo 88 que han florecido en nuestros labios para adorar, agradecer y suplicar al Padre que está en los Cielos. "Las misericordias del Señor eternamente cantaré": es el bello texto en latín que nos ha introducido en la contemplación de Áquel que siempre vigila con amor, con misericordia, sobre su Iglesia, sosteniéndola en su camino a través de los siglos y vivificándola con su Santo Espíritu.

También nosotros hoy con tal actitud interior queremos ofrecer con Cristo al Padre que está en los Cielos, agradecerle por la amorosa asistencia que siempre reserva a su Santa Iglesia, y en particular por el luminoso Pontificado que nos ha concedido con la vida y las obras del amado y venerado Pontífice Benedicto XVI, al cual en este momento renovamos toda nuestra gratitud.

Al mismo tiempo queremos implorar del Señor que a través de la solicitud pastoral de los Padres Cardenales, quiera pronto conceder otro Buen Pastor, a su Santa Iglesia. Cierto, nos sostiene en esta hora la fe en la promesa de Cristo sobre el carácter indefectible de su Iglesia. Jesús en efecto dijo a Pedro: "Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Cfr. Mt.16, 18).

Hermanos míos, las lecturas de la Palabra de Dios que acabamos de escuchar, nos pueden ayudar a comprender mejor la misión que Cristo ha confiado a Pedro y a sus Sucesores.

1. El mensaje del amor
La primera lectura nos ha vuelto a proponer un celebre oráculo de la segunda parte del libro de Isaías, aquella parte llamada "el Libro de la consolación" (Isaías 40,66). Es una profecía dirigida al pueblo de Israel destinado al exilio en Babilonia. Para ellos Dios anuncia el envío de un Mesías lleno de misericordia, un Mesías que podrá decir "El espíritu del Señor Dios está sobre mí… me ha enviado a traer el feliz anuncio a los pobres, para vendar los corazones rotos, a proclamar la libertad a los esclavos, la excarcelación de los prisioneros, a promulgar el año de misericordia del Señor" (Isaías 61,1-3)

El cumplimiento de tal profecía se ha realizado plenamente en Jesús, venido al mundo para hacer presente el amor del Padre hacia los hombres. Es un amor que se hace particularmente notar en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza, con todas las fragilidades del hombre, sea físicas que morales. Es conocida al respecto la célebre encíclica del Papa Juan Pablo II "Dives in misericordia", que añadía: "el modo en el cual se manifesta el amor de Dios es a propósito denominado en el lenguaje bíblico ‘misericordia’." (Ibid. n.3).

Esta misión de misericordia ha sido luego confiada por Cristo de forma particular a los pastores de su Iglesia. Es una misión que compromete a cada sacerdote y obispo, pero compromete aún más al Obispo de Roma, Pastor de la Iglesia universal. A Pedro, en efecto, Jesús dijo: "Simón de Juan ¿me amas tú más que éstos? … Apacienta mis ovejas" (Juan 21,15). Es conocido el comentario de san Agustín a estas palabras de Jesús: "sea por lo tanto tarea del amor apacentar la grey del Señor"; "sit amoris officium pasceré dominucum gregem" (In Iohannis Evangelium,123,5;PL 35,1967).

En realidad hermanos y hermanas en el Señor, es este amor que empuja a los Pastores de la Iglesia a desarrollar su misión de servicio a los hombres de cada tiempo, del servicio caritativo más inmediato hasta el servicio más alto, áquel de ofrecer a los hombres la luz del Evangelio y la fuerza de la gracia.

Así lo ha indicado Benedicto XVI en el Mensaje para la Cuaresma de este año (Cfr.n3). Leemos en efecto en tal mensaje estas palabras profundas: "A veces se tiende en efecto a circunscribir el término ‘caridad’ a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. Es importante, en cambio recordar que la máxima obra de caridad es precisamente la evangelización, o sea el ‘servicio de la Palabra’. No hay una acción más benéfica y por tanto caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la más alta e integral promoción de la persona humana. Como escribe el Siervo de Dios Papa Pablo VI en la Encíclica: Populorum progressio: es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo (Cfr. n.16)".

2. El mensaje de la unidad
La segunda lectura sacada de la Carta a los Efesios, escrita por el Apóstol Pablo propiamente en esta ciudad de Roma durante su primer encarcelamiento (años 62-63 d.C.) según los históricos. Es una carta sublime en la cual Pablo presenta el misterio de Cristo y de la Iglesia. Mientras la primera parte es más doctrinal (cap. 1-3), la segunda, donde se introduce el texto que hemos escuchado, es de tono más pastoral (cap. 4-6). En esta parte Pablo enseña las consecuencias prácticas de la doctrina presentada antes y empieza con una fuerte llamado a la unidad eclesial: "Los exhorto pues yo, el prisionero del Señor, a comportarse de manera digna de la vocación que han recibido, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándose recíprocamente con amor, tratando de conservar la unidad del espíritu a través del vínculo de la paz (Ef. 4,1-3).

Es bonito reflexionar sobre estas palabras hoy en esta basílica. San Pablo explica luego que en la unidad de la Iglesia existe una diversidad de dones, según la multiforme gracia de Cristo, pero esta diversidad está en función de la edificación del único cuerpo de Cristo: "Es él el que ha establecido a algunos como apóstoles, otros como profetas, otros como evangelistas, otros como pastores y maestros, para hacer idóneos a los hermanos para cumplir el ministerio, a fin de edificar el cuerpo de Cristo" (cfr. 4,11-12).

Es propiamente por la unidad de su Cuerpo Místico que Cristo ha enviado luego su Santo Espíritu y al mismo tiempo ha establecido a sus Apóstoles, entre los cuales Pedro sobresale como el fundamento visible de la unidad de la Iglesia.

En nuestro texto san Pablo nos enseña que también todos nosotros tenemos que colaborar para edificar la unidad de la Iglesia, diciendo que para realizarla es necesaria "la colaboración de cada articulación, según la energía propia de cada miembro" (Ef 4,16). Todos nosotros, pues, somos llamados a cooperar con el Sucesor de Pedro, para obtener esta unidad en la Santa Igleisa.

3. La misión del Papa
Hermanos y hermanas en el Señor, el Evangelio de hoy nos reconduce a la última cena, cuando el Señor les dijo a sus Apóstoles: "Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado" (Jn 15,12). El texto también conduce a la primera lectura del profeta a Isaías sobre el actuar del Mesías, para recordarnos que la actitud fundamental de los Pastores de la Iglesia es el amor. Es aquel amor que nos empuja a ofrecer la misma vida por los hermanos. Nos dice, en efecto, Jesús: "nadie tiene un amor más grande que éste: dar la vida por los propios amigos"(Jn 15,12).

La actitud fundamental de cada buen Pastor es pues dar la vida por los otros (cfr. Jn 10,15). Esto vale sobre todo para el Sucesor de Pedro, Pastor de la Iglesia universal. Porque cuánto más alto y más universal es el oficio pastoral, tanto más grande tiene que ser el amor del Pastor. Por esto en el corazón de cada Sucesor de Pedro resuenan siempre las palabras que el Divino Maestro dirigió un día al humilde pescador de Galilea: "Diligis me plus his? Pasce agnos meos… pasce oves meas"; ¿me quieres más que éstos? Apacienta mis corderos… ¡apacienta mis ovejas! (cfr. Jn 21,15-17).

En el surco de este servicio de amor hacia la Iglesia y hacia la humanidad entera, los últimos pontífices también han sido artífices de muchas iniciativas benéficas hacia los pueblos y la comunidad internacional, promoviendo la justicia, la paz, el orden mundial. Rogamos para que el futuro Papa pueda continuar esta incesante obra a nivel mundial.

Del resto, este servicio de caridad es parte de la naturaleza íntima de la Iglesia. Lo ha recordado el Papa Benedicto XVI diciéndonos: "también el servicio de la caridad es una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia y es expresión irrenunciable de su misma esencia" (Carta apostólica en forma de Motu proprio Intima Ecclesiae natura, el 11 de noviembre de 2012, proemio; cfr. Carta Encíclica Deus caritas est, n. 25).

Es una misión de caridad que es propia de toda la Iglesia, y de modo particular es propia del pastor de la Iglesia, de toda la Iglesia de Roma, que, según la bella expresión de S. Ignacio de Antioquía, es la Iglesia que "preside en la caridad"; "praesidet caritati" (cfr. Ad Romanos, praef.; Lumen gentium, n. 13).

Mis hermanos, oremos para que el Señor nos conceda a un Pontífice que desarrolle con corazón generoso tal noble misión. Se lo pedimos por intercesión de María Santísima, Reina de los Apóstoles, y de todos los Mártires y los Santos que en el curso de los siglos han hecho gloriosa esta Iglesia de Roma. ¡Amén!

Cardenal Angelo Sodano, decano del Colegio Cardenalicio


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Lunes, 11 de marzo de 2013

Texto del micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT9 (9 de marzo de 2013) (AICA)

Matrimonio igualitario: ¿Sólo la Iglesia se opone?

Ustedes saben que, en muchos países, en los últimos años, se han discutido y aprobado leyes que tienen que ver con la estructura misma de la familia, con el matrimonio, con la filiación, con problemas que atañen a cuestiones esenciales del ser humano.

En esas situaciones -lo hemos vivido aquí en la Argentina- pareciera que la Iglesia es la única que se opone. Aceptemos que se diga: se opone, aunque en realidad alerta acerca de lo que significan ciertos cambios, defiende la verdad sobre el hombre, y por eso propuestos como una conquista de la civilización, como un logro de igualdad, como el triunfo sobre la discriminación, pero que constituyen un desmedro de la auténtica humanidad del hombre.

Muchas veces la voz de la Iglesia, especialmente de nosotros los obispos, queda un tanto aislada en un coro de gente desafinada que dice todo lo contrario. Esa circunstancia sirve como de argumento para afirmar que la Iglesia vive anclada en el pasado, que no entiende las conquistas de la sociedad actual, que siempre se opone al progreso, y que la suya es la única voz discordante.

Hace poco, en Francia, se discutió la cuestión de la apertura de la institución matrimonial a las parejas homosexuales. En esa discusión, que incluyó manifestaciones públicas importantes a favor y en contra del cambio de la legislación, ha habido un aporte que se ha destacado por la profundidad y por la seriedad filosófica del planteo. Es el del Gran Rabino de Francia, Gilles Bernheim, que ha mostrado cómo el reconocer como matrimonio la convivencia de parejas homosexuales en nombre de la igualdad, es un verdadero despropósito.

Quiero citar exactamente los términos del Doctor Bernheim. Dice: “no es porque la gente se ama que tiene sistemáticamente el derecho de casarse, sean homosexuales o heterosexuales”. Y pone estos ejemplos: “una mujer no se puede casar con dos hombres, aunque ame a los dos. Y por otra parte un padre no puede casarse con la hija, aun cuando tiene un amor paternal por su hija, y así en otros casos”.

Continúa: “en nombre de la tolerancia, de la igualdad, de la lucha contra la discriminación y de tantos otros principios, no se puede otorgar el derecho de casamiento a todos los que se aman. Porque aquí no está en juego la sinceridad del amor, sino otra cosa muy distinta”.

“El matrimonio para todos, afirma el Gran Rabino, es únicamente un slogan. Y ese argumento que se propone en nombre de la justicia, de la igualdad, de la tolerancia, oculta dos visiones diversas de lo que es el matrimonio: o el matrimonio es simplemente el reconocimiento de un amor o es aquella alianza que articula al hombre y a la mujer en la sucesión de las generaciones. Ahí esta la cuestión. Su postura se refiere a una tradición multisecular fundada en el orden natural de las realidades humanas. Explica, al respecto que el matrimonio, es un acto fundamental en la construcción y en la estabilidad, tanto de los individuos cuanto de la sociedad. Matrimonio para todos es una sustitución, una institución cargada de sentido jurídicamente, culturalmente y simbólicamente sería remplazada por un objeto jurídico asexuado. Así se estaría cavando una fosa para enterrar los fundamentos del individuo y de las familias”.

En cuanto al problema de la adopción de niños por una pareja homosexual que quedaría legalizada en el matrimonio, dice también el Gran Rabino de Francia algo muy interesante: “Amar a un niño es una cosa, amarlo con un amor estructurante es otra muy diversa”. Y añade: “El rol de los padres no consiste únicamente en el afecto que le brindan a sus hijos. El vínculo parental no se reduce a sus facetas afectivas o educativas, sino que es un vector psíquico fundamental para el sentimiento de identidad del niño”.

Es decir, el padre y la madre, los dos, influyen en la identidad del niño y éste tiene que saber de dónde viene, necesita saber cuál es su origen, su origen paterno y materno porque de allí salen los niños, de la unión de un varón y una mujer, aunque hoy día se manipulen gametos en un laboratorio. Ese hecho originario es estructurante de la personalidad y permite que el niño se sitúe en la cadena de las generaciones, que sepa de dónde viene.

El Papa Benedicto XVI citó amplios párrafos de ese trabajo del Gran Rabino de Francia en su discurso a la Curia Romana en diciembre pasado. El Santo Padre muestra, siguiendo ese mismo hilo de argumentación, que lo que está en juego en estas cosas es en definitiva una idea del hombre. Es la idea del hombre como creatura, como creatura de Dios.

Aquí coincidimos con el judaísmo en la referencia al relato bíblico de la creación. Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer lo creó. El ser varón o el ser mujer no es una elección voluntaria, libre, no es un fenómeno que depende de los cambios culturales, es una realidad anclada en la corporeidad humana. Porque el hombre no es solo espíritu y libertad, es también cuerpo y nuestro ser corpóreo pertenece a nuestra misma naturaleza”.

Me parece interesante ver como aún fuera del ámbito confesional, digamos así, hay mucha gente estudiosa, sería, que advierte lo que está en juego en estas cosas, que muchas veces los políticos en general y los legisladores en particular tratan con ligereza. Así se va cambiando la legislación sin tomar en cuenta qué es lo que realmente está en juego.

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata


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Domingo, 10 de marzo de 2013

ZENIT  nos ofrece el habitual artículo de nuestro colaborador el obispo de San Cristóbal de las Casas, México, Felipe Arizmendi Esquivel, esta vez sobre el gran acontecimiento que se espera en estos días.

¿Un papa más moderno?
la Iglesia no es dueña de la Palabra de Dios

Por Felipe Arizmendi Esquivel

SITUACIONES

Se vierten infinidad de opiniones sobre qué tipo de Papa necesitamos hoy. Es verdad que debe responder a los retos del mundo contemporáneo, con sus luces y sombras. En lo que hay una gran divergencia es en qué entendemos por mundo. Si queremos decir que esté atento a la realidad actual, que conozca y comprenda lo que pasa hoy, muy distinto al ayer, ¡de acuerdo! Eso han hecho los papas, no sólo desde Juan XXIII, que convocó el Concilio para que entraran nuevos aires a renovar la Iglesia, sino incluso desde León XIII, a fines del siglo XIX, hasta Benedicto XVI. Quien diga que éste no entendió el mundo moderno, no sabe lo que dice.

Pero si lo que se pide es que el nuevo Papa se amolde a los criterios dominantes, contrarios al Evangelio, ¡no saben lo que piden! La Iglesia no es dueña de la Palabra de Dios, para cambiarla, sino su servidora.

ILUMINACION

Jesucristo nos dio criterios muy claros del camino que debe seguir su Iglesia, para que seamos fieles al proyecto del Reino de Dios. Pidió a su Padre que los suyos se encarnaran en el mundo, pero que no se amoldaran a sus criterios, aunque sufrieran por ello persecuciones.

El Papa Benedicto, antes de concluir su servicio al frente de la Iglesia, nos lo recordó varias veces: “Hoy en el mundo los cristianos son el grupo más perseguido, porque no son conformistas, porque están contra las tendencias del egoísmo, del materialismo, de todas estas cosas… Los cristianos se encuentran en una situación de extrañeza; pero esto pertenece también a nuestra vida: es la forma de ser con Cristo crucificado, viviendo no según el mundo en el que viven todos, sino viviendo -o tratando al menos de vivir- según su Palabra, en una gran diversidad respecto a lo que dicen todos. Y precisamente esto es característico para los cristianos. Todos dicen: ‘Todos hacen así; ¿por qué yo no?’ No, yo no, porque quiero vivir según Dios” (8-II-2013).

Y en forma más explícita, dijo: “Las pruebas a las que la sociedad actual somete al cristiano, son muchas y tocan la vida personal y social. No es fácil ser fieles al matrimonio cristiano, practicar la misericordia en la vida cotidiana, dejar espacio a la oración y al silencio interior; no es fácil oponerse públicamente a opciones que muchos consideran obvias, como el aborto en caso de embarazo indeseado, la eutanasia en caso de enfermedades graves, o la selección de embriones para prevenir enfermedades hereditarias. La tentación de dejar de lado la propia fe está siempre presente y la conversión es una respuesta a Dios que debe ser confirmada varias veces en la vida” (13-II-2013).

Vivimos en “una sociedad que considera a menudo pasados de moda y extemporáneos a quienes viven de la fe en Jesús” (13-I-2013). “Quien vive y anuncia la fe de la Iglesia, en muchos puntos no está de acuerdo con las opiniones dominantes en nuestro tiempo. El agnosticismo hoy ampliamente imperante tiene sus dogmas y es extremadamente intolerante frente a todo lo que pone en tela de juicio y cuestiona sus criterios. Por eso, el valor de contradecir las orientaciones dominantes, es hoy especialmente acuciante”. Se requiere valor para “dejarse golpear y enfrentarse a los criterios de las opiniones dominantes. También los sucesores de los Apóstoles han de esperar ser constantemente golpeados, de manera moderna, si no cesan de anunciar de forma audible y comprensible el Evangelio de Jesucristo. La aprobación de las opiniones dominantes no es el criterio al que nos sometemos. El criterio es el mismo: el Señor. Si defendemos su causa, conquistaremos siempre a personas para el camino del Evangelio. Pero seremos también inevitablemente golpeados por aquellos que, con su vida, están en contraste con el Evangelio, y entonces daremos gracias por ser juzgados dignos de participar en la Pasión de Cristo” (6-I-2013).

COMPROMISOS

Pidamos al Espíritu Santo que ilumine a los cardenales, para que elijan a un Papa que sea muy fiel a Jesucristo, muy fiel a su Iglesia y muy fiel servidor de cuantos vivimos en este mundo; que nos oriente y nos confirme con la Verdad del Evangelio sobre las cuestiones más acuciantes de estos tiempos.


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S?bado, 09 de marzo de 2013

Comentario al evangelio del Domingo 4° de Cuaresma/C

Misericordia sin límites

Por Jesús Álvarez SSP

ROMA, 08 de marzo de 2013 (Zenit.org) - “Jesús les dijo esta parábola: «Había un hombre que tenía dos hijos. El menor dijo a su padre: ‘Dame la parte de la hacienda que me corresponde.’ Y el padre repartió sus bienes entre los dos. El hijo menor juntó todos sus haberes, y unos días después se fue a un país lejano. Allí malgastó su dinero llevando una vida desordenada. Cuando ya había gastado todo, sobrevino en aquella región una escasez grande y comenzó a pasar necesidad. Fue a buscar trabajo y se puso al servicio de un habitante del lugar, que lo envió a su campo a cuidar cerdos. Hubiera deseado llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos, pero nadie le daba algo. Finalmente recapacitó y se dijo: ‘¡Cuántos asalariados de mi padre tienen pan de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre! Tengo que hacer algo: volveré donde mi padre y le diré: Padre, he pecado contra Dios y contra ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Trátame como a uno de tus empleados’. Se levantó, pues, y se fue donde su padre. Estaba aún lejos, cuando su padre lo vio y sintió compasión; corrió a echarse a su cuello y lo besó. Entonces el hijo le habló: ‘Padre, he pecado contra Dios y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre ordenó a sus servidores: ‘¡Rápido! Traigan el mejor vestido y pónganselo. Colóquenle un anillo en el dedo y traigan calzado para sus pies. Traigan el ternero gordo y mátenlo; comamos y hagamos fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y comenzaron la fiesta»”. (Lc 15, 1-3. 11-32)

Esta página, la más bella de toda la literatura universal, sólo podía salir de la boca de la misma Sabiduría de Dios, Jesús, pues sólo Él conoce bien el corazón de su Padre y el corazón del hombre. Ningún otro podría hablar de esa forma sobre el inmenso amor misericordioso de Dios. En ninguna otra religión se habla así de la infinita misericordia divina.

La misericordia de Dios es su capacidad irresistible de enternecerse, compadecerse, co_nMoverse, perdonar, estar cercano a nosotros, al mirarnos envueltos en nuestros pecados, debilidades, limitaciones, resistencias…

El padre no perdonó al hijo pródigo solo por lo que este le dijo, sino porque era hijo suyo muy querido, y porque manifestaba su conversión regresando a casa. Dios goza perdonándonos porque somos sus hijos queridos, a quienes el pecado pone en manos de su enemigo y enemigo nuestro, pero nos recupera con nuestra conversión y con su perdón.

Por eso no podemos esperar a poder confesarnos para dar a Dios la gran alegría de perdonarnos y darnos a nosotros el gozo de sentirnos perdonados.

Dios concede infaliblemente el perdón a quien se lo pide y se convierte de verdad, sin más condiciones. Como perdona cuando nosotros perdonamos de corazón: Si ustedes perdonan, también el Padre celestial les perdonará (Mt 16. 14-15).

E igual perdona a quienes hace obras de misericordia: Tuve hambre y sed; estaba desnudo, en la cárcel, enfermo..., y ustedes me socorrieron: vengan, benditos de mi Padre, a poseer el reino preparado para ustedes desde el principio del mundo (Mt 25, 31-46).

Solo puede impedir el perdón de Dios quien lo rechaza; quien no reconoce ni detesta las ofensas hechas directamente a Dios, o indirectamente en el prójimo o en la propia persona. También se cierra al perdón de Dios quien no echa mano de los medios para salir del pecado y evitarlo.

Si Jesús nos pide que perdonemos setenta veces siete por día, quiere decir que el Padre nos perdona siempre que pedimos perdón con sinceridad. Jesús dijo a santa Josefina Kowalska: “Cuanto más grande sea el pecador, tanto más derecho tiene a mi misericordia”. Paradójico, incomprensible, pero es la pura verdad.

La absolución sacramental es necesaria antes de comulgar, si se han cometido pecados mortales. Pero sí podemos hacer la comunión espiritual, tan venida a menos, y que consiste en ponernos, arrepentidos, en brazos de Cristo como el hijo pródigo, suplicando: “Señor, yo no soy digno de llamarme cristiano, mas ven a mi corazón y a mi vida, a mis penas y alegrías, a mi trabajo y a mi familia. No te merezco, pero te necesito”.


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Oración por el Cónclave

 

Jesús, Camino, Verdad y Vida,

junto con María, Madre de la Iglesia,

te imploramos:

 

Envía tu Espíritu Santo

sobre los pastores reunidos

junto a la tumba del Apóstol Pedro.

 

Manifiesta a ellos tu voluntad,

para que elijan, con sabiduría y esperanza,

a quien tú quieres por Obispo de Roma

y pastor común de tu Iglesia.

 

Concédenos a todos una mirada de fe,

para reconocer en él a tu representante,

seguirlo y colaborar con él

en la misión evangelizadora

de todos los pueblos de la tierra.

 

Amén


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Viernes, 08 de marzo de 2013

Reflexión a las lecturas del domingo cuarto de Cuaresma - C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR".

Domingo 4º de Cuaresma C

 

Nunca reflexionaremos bastante sobre este misterio: cuando Dios se hace hombre, es criticado porque  anda  con publicanos y pecadores y come con ellos. Nos parece más lógico que fuera de otra manera. El refranero popular dice: “Dime con quién andas y te diré quién eres”.

Los fariseos y escribas están disgustados porque Jesús está con gente de mala fama y come con ellos… Y a ellos va dirigida la parábola del evangelio de hoy. Quiere explicarles por qué actúa así.

Sencillamente, porque es el Hijo del Padre, que está representado en el de la parábola. El hijo menor representa a los publicanos y pecadores, el hijo mayor, a los escribas y fariseos.

La descripción que se hace del pecado y de la conversión es admirable.

El pecado se presenta como una ruptura con el padre y con su casa; como un derroche, como una degradación, como una muerte.

La conversión es recapacitar y volver a la casa del Padre, que le recibe no como uno de los jornaleros, sino como un verdadero hijo: hay que vestirle como un hijo y hay que hacer fiesta porque estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y se le ha encontrado.

Los fariseos y escribas, quedan retratados en el hijo mayor. Ellos no tienen el corazón de un verdadero hermano. Y no entienden a Jesús, porque no conocen verdaderamente al Padre del Cielo. En efecto, Jesucristo ha venido a revelarnos, con obras y palabras, el verdadero rostro y el corazón del Padre del Cielo y, por eso, busca a los que se han alejado y los llama a la conversión.

¡Él es el verdadero hermano mayor!

Y  la parábola va hoy por nosotros. A todos nos enseña algo. Y, en definitiva, ¿quién puede decir que no tiene nada de cada uno de los hijos?

En la segunda lectura, S. Pablo nos habla del servicio de la reconciliación con Dios, que la Iglesia ha recibido y que es   no sólo mensaje y  buena noticia, sino también realización de la misma.

La Iglesia siempre ha manifestado su preocupación por los que se han alejado. Ha sido constante, a lo largo de los siglos, su oración “por los pecadores” y su esfuerzo por reconciliarles con el Padre.

Hoy la preocupación por los alejados es uno de los signos de los tiempos.

El Concilio nos enseña que la Iglesia ayuda a los que vuelven “con caridad, ejemplos y oraciones” (L. G. 11).

El domingo pasado acogíamos la llamada a la conversión que el Señor nos hace siempre, pero, especialmente en este tiempo de Cuaresma.

Por eso esta parábola está de actualidad.

          En la comunión con Dios y con los hermanos, que obtenemos por el sacramento de la Reconciliación tiene su raíz más profunda la alegría cristiana a la que nos invita este Domingo de Cuaresma, Domingo que, desde antiguo, se llama “Laetare” porque se acerca ya la Pascua.

 


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DOMINGO IV DE CUARESMA C

 MONICIONES

 

 

PRIMERA LECTURA

          Las lecturas  del Antiguo Testamento nos hacen revivir durante este tiempo cuaresmal,  las grandes intervenciones de Dios a favor de su Pueblo, Israel. Hoy se nos presenta, por fin, la llegada del pueblo a la Tierra prometida y la celebración de la primera Pascua.

 

SALMO

          Con la llegada del pueblo de Israel a la Tierra prometida  reconocemos que el Señor es bueno y fiel a sus promesas ayer, hoy y siempre. Por eso proclamamos en el salmo: "Gustad y ved qué bueno es el Señor".

 

SEGUNDA LECTURA

          S. Pablo nos urge a reconciliarnos con Dios a través de la Iglesia, a quien Cristo ha confiado el mensaje de la reconciliación y el servicio de reconciliar. Escuchemos con atención.

 

TERCERA LECTURA

          Los fariseos criticaban a Jesús porque trataba con los pecadores y los acogía. Jesús les responde con varias parábolas, entre ellas, ésta que vamos a escuchar.

 

COMUNIÓN

La Eucaristía es el banquete al que el Padre invita a sus hijos, reconciliados con Él  y donde nos ofrece como comida el Cordero pascual inmolado por nuestra salvación.

          Ojalá que siempre sepamos corresponder a la invitación que el Señor nos hace a participar activa, consciente y fructuosamente en estos santos misterios.

 

                                      


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Jueves, 07 de marzo de 2013

Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo cuarto de Cuaresma - C.

CON LOS BRAZOS SIEMPRE ABIERTOS 

          Para no pocos, Dios es cualquier cosa menos alguien capaz de poner alegría en su vida. Pensar en él les trae malos recuerdos: en su interior se despierta la idea de un ser amenazador y exigente, que hace la vida más fastidiosa, incómoda y peligrosa.

          Poco a poco han prescindido de él. La fe ha quedado "reprimida" en su interior. Hoy no saben si creen o no creen. Se han quedado sin caminos hacia Dios. Algunos recuerdan todavía "la parábola del hijo pródigo", pero nunca la han escuchado en su corazón.

          El verdadero protagonista de esa parábola es el padre. Por dos veces repite el mismo grito de alegría: "Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado". Este grito revela lo que hay en su corazón de padre.

          A este padre no le preocupa su honor, sus intereses, ni el trato que le dan sus hijos. No emplea nunca un lenguaje moral. Solo piensa en la vida de su hijo: que no quede destruido, que no siga muerto, que no viva perdido sin conocer la alegría de la vida.

          El relato describe con todo detalle el encuentro sorprendente del padre con el hijo que abandonó el hogar. Estando todavía lejos, el padre "lo vio" venir hambriento y humillado, y "se conmovió" hasta las entrañas. Esta mirada buena, llena de bondad y compasión es la que nos salva. Solo Dios nos mira así.

          Enseguida "echa a correr". No es el hijo quien vuelve a casa. Es el padre el que sale corriendo y busca el abrazo con más ardor que su mismo hijo. "Se le echó al cuello y se puso a besarlo". Así está siempre Dios. Corriendo con los brazos abiertos hacia quienes vuelven a él.

          El hijo comienza su confesión: la ha preparado largamente en su interior. El padre le interrumpe para ahorrarle más humillaciones. No le impone castigo alguno, no le exige ningún rito de expiación; no le pone condición alguna para acogerlo en casa. Sólo Dios acoge y protege así a los pecadores.

          El padre solo piensa en la dignidad de su hijo. Hay que actuar de prisa. Manda traer el mejor vestido, el anillo de hijo y las sandalias para entrar en casa. Así será recibido en un banquete que se celebra en su honor. El hijo ha de conocer junto a su padre la vida digna y dichosa que no ha podido disfrutar lejos de él.

          Quien oiga esta parábola desde fuera, no entenderá nada. Seguirá caminando por la vida sin Dios. Quien la escuche en su corazón, tal vez llorará de alegría y agradecimiento. Sentirá por vez primera que en el misterio último de la vida hay Alguien que nos acoge y nos perdona porque solo quiere nuestra alegría. 

José Antonio Pagola 

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
10 de marzo de 2013
4 Cuaresma (C)
Lucas 15, 1-3. 11- 32


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Mi?rcoles, 06 de marzo de 2013

Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (3º domingo de Cuaresma, 3 de marzo de 2013) (AICA)

Dios da sentido a nuestra vida

En cierta ocasión se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. Él les respondió: "¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera". Les dijo también esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: 'Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?'. Pero él respondió: 'Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás'". (San Lucas 13,1-9)  


Las palabras del Señor nos enseñan que, en primer lugar, todos tenemos dificultades, problemas, dramas, tragedias; pero estos sufrimientos algunas veces se pueden evitar, pero otras tantas veces no son evitables porque suceden, acontecen. Es allí cuando uno se pregunta “¿por qué a mí?”: “¿por qué a mí tal enfermedad, tal problema?; ¿por qué a mí, que soy tan bueno, que hago esto, que hice lo otro, que siempre fui fiel?

Queridos hermanos, Dios nunca nos quita el sufrimiento; lo que Dios da es sentido al sufrimiento. Dios Padre, en su amor infinito, no le quitó el sufrimiento a su Hijo Jesucristo al morir en la cruz. Pero en esa cruz, en ese acto de amor, nos dio sentido a todo, nos consiguió la salvación.

Por lo tanto, no perdamos el tiempo preguntando “¿por qué a mí?” o “¿por qué me toca esto?”; digamos más bien “¿qué cosas puedo ofrecer?, ¿qué cosas el Señor me está indicando, sugiriendo, enseñando?, ¿qué cosas puedo ofrecer para el bien de la Iglesia y de los demás?”

En segundo lugar, toda nuestra vida tiene que dar frutos, ¡tenemos que dar frutos! Tenemos una vocación, una misión; tenemos que desarrollar un trabajo espiritual y a veces, por nuestras perezas o por nuestros egoísmos o por nuestros pecados, no hacemos lo que tenemos que hacer.

Debemos darnos cuenta que el árbol tiene raíces profundas, sí, pero tiene que dar frutos también. Nuestra vida tiene que tener raíces profundas y también dar frutos. Y a veces no damos frutos porque nos desenganchamos de las raíces, porque perdemos la formación, porque no estamos atentos a la continuidad de nuestro desarrollo humano, psíquico, espiritual, moral, ético, de responsabilidad. A veces, entonces, nos desenganchamos; hacemos un “clic” negativo.

En su mensaje de Cuaresma, al hablar de la fe y la caridad, el Papa dice que la fe es un don de Dios y un conocimiento, y la caridad es vivir la verdad del amor. Por la fe sabemos que Dios nos ama, pero por la caridad tenemos que aprender a saber amarlo a Él y saber amar a nuestros hermanos. Si un árbol no da frutos, es un árbol infecundo. Si nosotros nos quedamos solamente en la fe y no vivimos en la caridad, no damos los frutos correspondientes. Y luego, la paciencia que Dios nos tiene, ¡pero no abusemos de ella!

Que en esta Cuaresma especialísima recemos por el futuro Santo Padre, y que vivamos este momento de conversión.

Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén


Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


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Texto del micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT9 (3 de marzo de 2013) (AICA)

El Deseo de conversión es signo de la presencia del Espíritu


El evangelio de este 3° domingo de Cuaresma nos habla de la conversión, como de una actitud necesaria en el camino de nuestro crecimiento espiritual. La conversión no es cambiar por cambiar, esta puede ser una actitud que carece de consistencia y que tiene, incluso, algo de superficial, un cambio de “look”. La verdadera conversión tiene un objetivo y una mirada al interior de la persona, como lugar donde nacen las motivaciones e intenciones que definen el nivel y rectitud de una vida.

Frente a la preocupación de los fariseos por lo exterior, Jesús les dice: “Es del interior, del corazón de los hombres, de dónde provienen las malas intenciones, los robos y homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el orgullo…. Todas esta cosas, concluye, provienen del interior y son las que manchan al hombre” (Mc. 7, 21-23). El Año de la Fe es una invitación, nos dice el Santo Padre: “a una auténtica y renovada conversión al Señor” (P. F. 6).

Ahora bien, es importante saber cómo nos acercamos a nuestro interior, con qué ideales y valores vamos a revisar nuestra vida. No hay conversión posible si no partimos de un proyecto de vida en el cual creemos y lo aceptamos como un camino a seguir. Una de las mayores crisis, y que tiene graves consecuencias en la vida humana, cultural como espiritual del hombre, es la ausencia de valores e ideales que la orienten y le den sentido. Esta situación genera su mayor orfandad. ¿Cuál es la fuente de nuestros proyectos e ideales, en última instancia de nuestra verdad? ¿Dónde descubrimos el sentido de nuestra vida?

Llegados a este punto debemos preguntarnos con sinceridad: ¿qué significa para mí hoy Jesucristo y su evangelio? ¿Es él una referencia central para mi vida o sólo alguien más? El camino de la conversión cristiana pasa, necesariamente, por un encuentro y una decisión ante él y su Palabra. Si no llegamos a decirle: Si, Señor, tú eres mi camino, mi verdad y mi vida, corremos el peligro de hacer de él un referente más, pero que no ha llegado a ocupar un lugar único y decisivo en mi vida.

Para san Pablo la conversión es: “despojarse del hombre viejo que se va corrompiendo y revestirse del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en justicia y santidad” (Ef. 4, 22-24). Estas palabras del apóstol marcan el contenido de la vida y la vocación cristiana. Ante todo, diría, debe estar el anhelo, el deseo de ser un “hombre nuevo”. Esto no lo podemos presuponer, cuántas veces nos acostumbramos a nuestros defectos, incluso nos podemos sentir seguros con ellos y justificarlos. Luego es necesaria una auténtica disposición de cambio para librarnos de las ataduras del “hombre viejo”. A esta disposición san Pablo la expresa diciendo: “Señor, dime qué quieres, que yo lo haré”.

Esto habla de esa madura “fluidez” que nos permite una auténtica conversión; ello no se opone a la solidez y estabilidad de una vida, sino que es expresión de una profunda continuidad. En este sentido la “fidelidad” es una continua respuesta a la verdad y valores alcanzados, y no el cómodo conservadurismo que es más una actitud de pereza interior al cambio. En la tarea de nuestra conversión el grado de fluidez es, por ello, un signo claro de la presencia del Espíritu Santo, que viene a completar e interiorizar en nosotros la obra del hombre nuevo en Jesucristo.

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.


Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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Martes, 05 de marzo de 2013

Editorial de monseñor José Vicente Conejero Gallego, obispo de Formosa para el suplemento diocesano “Peregrinamos”, órgano de difusión de la diócesis (Marzo de 2013). (AICA)

Benedicto XVI, servidor de la verdad

El lunes, 11 de febrero, memoria de Nuestra Señora de Lourdes, Jornada Mundial de los Enfermos, y a dos días del inicio de la Cuaresma, una noticia sorprendió al mundo: La renuncia del Papa a su ministerio petrino. Dimisión pensada y libre que se efectivizó el pasado jueves, día 28. Hemos sido testigos de un hecho histórico que no acontecía desde hacía siglos.

El mismo pontífice explicó la razón: Me faltan las fuerzas. Esta grave decisión la ha tomado pensando en el bien de la Iglesia; y su renuncia no significa apartarse de la Iglesia, sino amarla y servirla, a partir de ahora, desde el silencio, la oración y la meditación, modos más adecuados a su edad y situación personal. ¡Qué ejemplo de humildad y sabiduría! Ciertamente el Espíritu del Señor está sobre él.

Ante la pregunta formulada por varios: ¿Qué piensa de la renuncia del Papa? Esta es mi opinión: Respeto a su libre decisión, admiración por su humildad y valentía, y agradecimiento por su amor y servicio a la Iglesia y al mundo. Este modo de pensar es propio y común de quienes tenemos fe, pertenecemos y amamos a la Iglesia, y también la opinión generalizada de los hombres de buena voluntad.
No han faltado, sin embargo, quienes han hecho lecturas e interpretaciones equivocadas, que no dejan sino traslucir la animosidad y hasta el odio que sienten por la Iglesia; desagrado, hasta llegar a expresar el deseo del fin y desaparición de la Iglesia. ¡Qué necios e ingenuos! No saben o quieren desconocer la promesa de Jesús a Pedro: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella” (Mt 16, 18).

Benedicto XVI ha sido y es un hombre de corazón sensato. Cuántas veces habrá rezado con el salmista: Señor, enséñanos a calcular nuestros años, para que nuestro corazón alcance sabiduría. (Salmo 89,12). Y Dios ha escuchado su oración, cuando ante Él y su conciencia, ha tenido que tomar esta grave decisión. Cuánto debemos, por tanto, aprender de él, no sólo de cuanto nos ha enseñado con sus encíclicas, discursos, catequesis y mensajes, tan claros y diáfanos; sino, con su testimonio de humildad y valentía, su ejemplo de entrega y generosidad a la Iglesia y al hombre del mundo de hoy. Benedicto XVI ha tenido el coraje de decir, repetidas veces, a nuestra generación, que Dios no quita nada al hombre, que la ausencia o negación de Dios falsea la realidad de la vida, y ha instado a colocar, sin vueltas, en el origen, el centro y el fin de la persona humana y de la sociedad, el misterio amoroso y salvífico de Dios, revelado por Jesucristo.

¿Cómo no admirar a este nuevo Pablo de nuestro tiempo; enamorado de Jesús, apóstol, maestro y teólogo de todos, que no ha hecho sino servir a la verdad? Con san Pablo puede bien afirmar: No tenemos poder alguno contra la verdad, sólo a favor de la verdad (2Cor 13, 8), servidor de la verdad, de la Verdad que nos hace libres, Cristo Jesús. Si por la acción del Espíritu del Señor, reflejamos como en un espejo, y somos transfigurados a su propia imagen con un esplendor cada vez más glorioso (2Cor 3, 18): dichoso tú, Benedicto XVI, bendecido de Dios –qué bien elegiste tu nombre-, porque reflejas en tu persona el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios, Jesucristo, la Palabra hecha carne, la grandeza en la humildad, la fuerza en la debilidad.

En el Año de la Fe, agradezcamos a Dios por la vida y el ministerio de Benedicto XVI, que ha sabido defender la verdad de la fe y de la razón, ha sabido asumir la realidad con humildad, que no es otra cosa que la verdad. Y pidamos al Espíritu Santo, que es quien conduce a la Iglesia, nos conceda un nuevo Sucesor de Pedro, según el corazón de Cristo, Buen Pastor.

Mons. José VicenteConejero Gallego, obispo de Formosa


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Lunes, 04 de marzo de 2013

Carta pastoral del cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, con ocasión de la próxima Semana Santa (25 de febrero de 2013). (AICA)

Semana Santa 2013. Pascua es Cristo vivo

A los párrocos y responsables de comunidades educativas:
Hace años que todos trabajamos por lograr que la iglesia esté en la calle tratando que se manifieste más la presencia de Jesús vivo. Es el esfuerzo de vivir aquello que rezamos tantas veces en la Misa “que todos los miembros de la Iglesia sepamos discernir los signos de los tiempos y crezcamos en la fidelidad al Evangelio; que nos preocupemos de compartir en la caridad las angustias y las tristezas, las alegrías y las esperanzas de los hombres, y así les mostremos el camino de la salvación” (1) En mayor o menor medida muchas comunidades aceptaron ese desafío. Aparecida confirmó el camino y nos mostró que, para que no sea un chispazo, necesitábamos una conversión pastoral. La necesitamos continuamente porque muchas veces tenemos la tentación de volver a las cebollitas de Egipto. Todos sabemos que la realidad de nuestras parroquias resulta acotada en relación a la cantidad de personas que hay y a las que no llegamos. La Iglesia que nos llama constantemente a una nueva evangelización nos pide poner gestos concretos que manifiesten la unción que hemos recibido. La permanencia en la unción se define en el caminar y en el hacer. Un hacer que no sólo son hechos sino un estilo que busca y desea poder participar del estilo de Jesús. El “hacerse todo a todos para ganar a algunos para Cristo” va por este lado. (2)

Salir, compartir y anunciar, sin lugar a dudas, exigen una ascesis de renuncia que es parte de la conversión pastoral. El miedo o el cansancio nos pueden jugar una mala pasada llevándonos a que nos quedemos con lo ya conocido que no ofrece dificultades, nos da una escenografía parcial de la realidad y nos deja tranquilos. Otras veces podemos caer en el encierro perfeccionista que nos aísla de los otros con excusas tales como: “Tengo mucho trabajo”, “no tengo gente”, “si hacemos esto o aquello ¿quién hace las cosas de la parroquia?”, etc.

Igual que en el año 2000 quisiera decirles: [/c]Los tiempos nos urgen. No tenemos derecho a quedarnos acariciándonos el alma. A quedarnos encerrados en nuestra cosita... chiquitita. No tenemos derecho a estar tranquilos y a querernos a nosotros mismos…Tenemos que salir a hablarle a esta gente de la ciudad a quien vimos en los balcones. Tenemos que salir de nuestra cáscara y decirles que Jesús vive, y que Jesús vive para él, para ella, y decírselo con alegría... aunque uno a veces parezca un poco loco.

Cuántos viejitos están con la vida aburrida, que no les alcanza, a veces, el dinero ni para comprar remedios. A cuántos nenes les están metiendo en la cabeza ideas que nosotros recogemos como gran novedad, cuando hace diez años las tiraron a la basura en Europa y en los Estados Unidos, y nosotros se las damos como gran progreso educativo.

Cuántos jóvenes pasan sus vidas aturdiéndose desde las drogas y el ruido, porque no tienen un sentido, porque nadie les contó que había algo grande. Cuántos nostálgicos, también los hay en nuestra ciudad, que necesitan un mostrador de estaño para ir saboreando grapa tras grapa y así ir olvidando.

Cuánta gente buena pero vanidosa que vive de la apariencia, y corre el peligro de caer en la soberbia y en el orgullo.

¿Y nosotros nos vamos a quedar en casa? ¿Nos vamos a quedar en la parroquia, encerrados? ¿Nos vamos a quedar en el chimenterío parroquial, o del colegio, en las internas eclesiales? ¡Cuando toda esta gente nos está esperando! ¡La gente de nuestra ciudad! Una ciudad que tiene reservas religiosas, que tiene reservas culturales, una ciudad preciosa, hermosa, pero que está muy tentada por Satanás. No podemos quedarnos nosotros solos, no podemos quedarnos aislados en la parroquia y en el colegio. [/c] (3)

La Semana Santa se nos presenta como una nueva oportunidad para desinstalar un modelo cerrado de experiencia evangelizadora que se reduce a “más de lo mismo” para instalar la Iglesia que es de “puertas abiertas” no porque sólo las abre para recibir sino que las tiene abiertas para salir y celebrar, ayudando a aquellos que no se acercan.

Con estos pensamientos miro la próxima celebración de Ramos, es la fiesta del andar de Jesús en medio de su pueblo siendo bendición para todos los que se encontraban a su paso. Les ruego que no privaticemos la fiesta que es para todos y no para algunos. La Arquidiócesis ha hecho la opción de celebrarla. misioneramente el sábado por la tarde desde las columnas y puestos misioneros en las distintas Vicarías. Sin embargo la adhesión es todavía muy pobre. Por eso les pido a los Párrocos y a los responsables de los Colegios que convoquen y movilicen sus comunidades para ese momento fuerte de fe y anuncio con la certeza de que la vida de nuestros fieles se renueva cuando experimentan la belleza y alegría de acercarse a los hermanos para compartir la fe: "es imposible que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia". (4)

Les agradezco desde ya todo lo que hagan en este sentido.

Con paternal afecto

Card. Jorge Mario Bergoglio SJ, arzobispo de Buenos Aires
25 de febrero de 2013.

Notas

(1) P. E. V c
(2) Misa Crismal 2012
(3) EAC 2000
(4) Evangelii nuntiandi 24


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El Delegado Diocesano de misiones de la diócesis de Tenerife das las gracias por la implicación de las parroquias en las actividades misioneras y presenta la próxima Jornada de Hispanoámerica 2013 a celebrar en en nuestra diócesis el 10 de Marzo.

DELEGACIÓN DIOCESANA DE MISIONES
OBISPADO DE TENERIFE

La Laguna, 18 de febrero de 2013 

Un saludo cordial en nombre propio y del equipo de voluntarios que formamos el Consejo de Misiones. 

En este Año de la Fe estamos llamados a dinamizar todas sus dimensiones y entre ellas el hecho de comunicarla a los demás pues "la fe se fortalece dándola". Las jornadas misioneras que se desarrollan a lo largo del curso pastoral favorecen este objetivo. 

Te doy las gracias por tu sensibilidad misionera, especialmente por animar el Domund, Sembradores de Estrellas y la Infancia Misionera. Como sabrás nos reunimos en Candelaria en torno a 2700 participantes en la Marcha Misionera y que se celebra siempre el cuarto sábado de enero. Debemos seguir cuidando la identidad de este encuentro para no convertirlo en un día de excursión o un encuentro de niños; todo debe estar impregnado por la dimensión misionera: "implicar a pequeños y mayores en la actividad misionera de la Iglesia, que hace posible la expansión del Evangelio y la implantación de la justicia y el amor". Este evento se debe preparar con bastante antelación y cuyo preámbulo está en la Jornada de Sembradores de Estrellas, próxima a la Navidad. Debemos seguir haciendo un esfuerzo por divulgar las revistas Gesto, Supergesto y Misioneros del Tercer Milenio, son uno recurso formativo y pedagógico con una experiencia demostrada. 

La próxima fecha misionera la tendremos el próximo 10 de marzo, será el Día de Hispanoamérica con el lema: "América, puerta abierta a la misión"; para lo cual te adjuntamos el material informativo necesario. Sabemos de los vínculos que unen a nuestra "tierra canaria" con América, prueba de ello es la aportación económica (15.000 €) enviada a la Conferencia Episcopal Española así como el servicio pastoral que prestan algunos sacerdotes de nuestra Iglesia Diocesana, además algunos laicos han realizado alguna experiencia misionera en tierras americanas. Creo que debemos seguir colaborando con generosidad ya que, como cristianos, nos sentimos hermanos y solidarios con las necesidades de estas iglesias que necesitan de nuestra ayuda. 

En tiempos de Nueva Evangelización debemos mirar siempre a los misioneros que constantemente viven el ardor misionero con obras y palabras. Para animarnos en la dimensión misionera de la fe es siempre un acicate implantar un grupo misionero parroquial o escolar que sirva de fermento en medio de la comunidad, para ello puedes contar con nuestra ayuda. 

Sin otro particular quedamos a tu disposición para ayudarte en la animación misionera de tu comunidad y estamos abiertos a cualquier sugerencia no nos quieras comunicar.

Juan Manuel Yanes Marrero

Delegado de Misiones


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Domingo, 03 de marzo de 2013

Alocución del arzobispo Héctor Aguer de La Plata, Argentina,  en el programa televisivo “Claves para un Mundo Mejor”. (AICA)

 

Hace muchos años ya, leí la “Historia de los Papas”, de Ludwig von Pastor, una obra monumental que en la edición española llega a 39 tomos, y me llamó la atención, sobre todo en el estudio que allí se hace de la época del Renacimiento y en los siglos XVI y XVII, cómo en los Cónclaves para elección del Sumo Pontífice se ejercían presiones e influencias tremendas, especialmente por parte de las potencias de entonces.

Los embajadores de los Príncipes, como se los llamaba, trataban de introducirse mediante mensajes y mensajeros en las deliberaciones, con riesgo de violar el secreto en el Cónclave para satisfacer los propósitos también de sus mandantes. Era, sobretodo, tradicional la disputa entre el emperador y el rey de Francia competían en influir en la elección del Papa porque uno y otro pensaban que un Papa favorable a su respectiva política europea podría satisfacer sus ambiciones de hegemonía.

Ese problema se ha presentado muchas veces en la historia de la Iglesia y de una manera, muy distinta, pero también efectiva, se hace notar hoy.

Hace poco, el 23 de febrero pasado, la Secretaría de Estado de la Santa Sede publicó un comunicado que se refiere precisamente a la libertad de los Cardenales que, en el Cónclave, tendrán que elegir al sucesor del Benedicto XVI.

En el texto se decía “si en el pasado eran las denominadas potencias, es decir los estados, los que intentaban hacer valer sus condicionamientos en la elección del Papa ahora se intenta poner en juego el peso de la opinión pública, a menudo sobre la base de evaluaciones que no reflejan el aspecto típicamente espiritual del momento que la Iglesia está experimentando.

El peso de la opinión pública. Ustedes lo habrán notado tanto en los comentarios de los expertos en cuestiones religiosas, de los datos que trasmiten los corresponsales a sus agencias o a sus periódicos.

También se nota el mismo afán en las expresiones que circulan en las redes sociales, en las cuales se difunde una especie de charlatanería enfermiza. Se trata de una democratización de la cátedra, podríamos decir con Discépolo: “lo mismo un burro que un gran profesor”. Todo el mundo se expresa y muchas veces lo hace opinando sobre personas o situaciones con una ligereza, con una irresponsabilidad sorprendente. Parece que quisieran influir de algún modo en la elección del Papa. Y al próximo ya se le escribe la agenda. La opinión pública que se crea ejerce cierto tipo de presión; aunque de hecho no pueda influir, lo intenta. Se trata de crear opinión en favor de tal tipo o tal otro tipo de Papa; se descartan presuntos candidatos, etc. Pero como lo advertía el comunicado de la Secretaría de Estado, no se reconoce el momento espiritual que la Iglesia está viviendo.

Es que, efectivamente, el Cónclave es un momento espiritual en la vida de la Iglesia. La Iglesia quiere tutelar siempre la libertad de los Cardenales mediante el secreto en sus deliberaciones para que los criterios que se pongan en juego en la elección sean lo más objetivos posible. Y, por otra parte, porque en ese ejercicio de opinión y de libertad de los Padres Cardenales también se manifiesta la intención de Dios y la guía con la cual el Espíritu Santo conduce a la Iglesia a través de las vicisitudes de la historia. La secular regulación de los cónclaves, periódicamente ajustada, tiende precisamente a salvaguardar la libertad de los electores y su apertura al discernimiento de la voluntad de Dios.

Los que desean influir desde afuera no lograrán nada, porque en la Capilla Sixtina se juega otra cosa, intervienen otros factores; ese es un momento espiritual y otros parámetros los que los electores tienen en cuenta, más allá de las elucubraciones políticas que hacen los expertos en cuestiones religiosas que, me atrevo a señalar, a veces entienden bastante poco del tema porque no perciben la realidad misteriosa de la Iglesia.

Lo decíamos hace una semana en esta columna televisiva: ¿quién puede entender la naturaleza y la misión de la Iglesia fuera de la fe? No se puede entender. También al Cónclave hay que mirarlo con los ojos de la fe.

¿Y que nos toca hacer a nosotros? A nosotros nos toca rezar, porque esa elección no es como una elección política cualquiera. Se hace en un clima de profunda oración y comienza con una invocación al Espíritu Santo. Se canta el Veni Creator mientras los Cardenales entran en la Capilla Sixtina. Por eso nosotros nos ponemos a tono con ese nivel propiamente espiritual de la situación que estamos viviendo. Es una hora importante para la vida de la Iglesia pero también llena de confianza. Confianza en qué: en que es el Señor el Pastor Supremo de la Iglesia y que es el Espíritu Santo quien la guía.


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ZENIT nos ofrece la habitual colaboración del obispo de San Cristóbal de las Casas, México, Felipe Arizmendi Esquivel, que analiza la actual situación de una Iglesia que se encuentra en sede vacante.

La Iglesia moribunda o siempre nueva

Por Felipe Arizmendi Esquivel

SITUACIONES

Comentaristas sin fe, o ignorantes de nuestra religión, aventuran que la Iglesia Católica, por la renuncia del Papa Benedicto XVI, ha entrado en un colapso que indica su próximo fin, su extinción.

En un programa dominical de radio que tengo desde hace más de cinco años, alguien mandó un mensaje en que dice que esto es anuncio de la llegada del “Anticristo”… ¡Cuánta estulticia, o mala fe!

Otro ha dicho que ya llegó el tiempo de prescindir de un Papa, que es un ser humano, y quedarnos sólo con Jesucristo. Es decir, un Cristo sin Iglesia. ¡Qué fácil sería una religión sin Iglesia! Cada quien haría la religión a su medida, sin depender de nadie, considerándose dios. Si esa hubiera sido la decisión de Jesús, la asumiríamos; pero es claro que El quiso establecer la mediación de una Iglesia, para hacernos llegar su Palabra y su Vida, sobre todo en los sacramentos.

ILUMINACION

Los papas se suceden en la historia, como es normal; pero la Iglesia, que es de Cristo, continúa su identidad y misión. Cambian los tiempos y los estilos, pero el Evangelio no cambia. Jesucristo sigue siendo el único Señor y Mediador, el único Salvador, quien estableció su Iglesia no como una instancia de poder político, o como una empresa económica, sino un medio, un instrumento sacramental, para que la obra de la Redención, culminada en la cruz y la resurrección, llegue a todas las épocas y a toda la humanidad. Nuestros pecados ensombrecen el rostro de Cristo en la Iglesia y la hacen menos creíble, pero, por obra de Dios, no sucumbe.

Ha dicho el Papa Benedicto XVI: “El árbol de la Iglesia no es un árbol moribundo, sino el árbol que crece siempre de nuevo. Por lo tanto, tenemos motivo para no dejarnos persuadir por los profetas de desventuras, que dicen: La Iglesia es un árbol nacido del grano de mostaza; creció en dos milenios; ahora tiene el tiempo tras de sí; ahora es el tiempo en el cual muere. ¡No! La Iglesia se renueva siempre, renace siempre. Un falso pesimismo dice: el tiempo del cristianismo se acabó. ¡No! Comienza de nuevo. El futuro es nuestro. Hay caídas graves, peligrosas, y debemos reconocer con sano realismo que así no funciona, no funciona donde se hacen cosas equivocadas. Pero también debemos estar seguros de que si aquí y allá la Iglesia muere por causa de los pecados de los hombres, al mismo tiempo, nace de nuevo. El futuro es realmente de Dios: esta es la gran certeza de nuestra vida, el grande y verdadero optimismo que conocemos. La Iglesia es el árbol de Dios que vive eternamente y lleva en sí la eternidad y la verdadera herencia: la vida eterna” (8-II-2013).

El miércoles de ceniza, mencionó unas realidades pecaminosas que desfiguran el rostro de la Iglesia, como “las culpas contra la unidad, las divisiones en el cuerpo eclesial, individualismo y rivalidades, hipocresía religiosa, el comportamiento que quiere aparentar, las actitudes que buscan el aplauso y la aprobación”. Ante esta realidad de pecado, nos invitó a convertirnos: “Muchos están listos para rasgarse las vestiduras frente a escándalos e injusticias --naturalmente cometidas por los demás--, pero pocos parecen dispuestos a actuar sobre el propio corazón, sobre la propia conciencia y sobre las propias intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta”. Esta conversión es un proceso en que todos estamos implicados: “El camino penitencial no lo afronta uno solo, sino junto a muchos hermanos y hermanas, en la Iglesia”. Nos pide reflexionar en “la importancia del testimonio de fe y de vida cristiana de cada uno de nosotros y de nuestras comunidades, para manifestar el rostro de la Iglesia” (13-II-2013).

COMPROMISOS

Más que dejarnos impresionar por especulaciones, convirtámonos todos al Evangelio, al estilo de vida de Jesús, y renovemos todos, jerarquía y fieles, nuestra vida cristiana y eclesial. La Iglesia no depende sólo de una persona, ni siquiera del Papa, de los obispos o sacerdotes; es obra de Dios y obra nuestra. Nosotros pasamos; Dios no pasa. Hagamos lo que nos corresponde y el Espíritu Santo hará su trabajo, para que nuestra Iglesia siempre se renueve.


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S?bado, 02 de marzo de 2013

Texto del micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT9 (23 de febrero de 2013). (AICA)

La transfiguración del Señor y la dignidad de la persona

Este domingo leemos el evangelio de la Transfiguración del Señor en presencia de los apóstoles Pedro, Juan y Santiago. ¿Qué significa este hecho que vieron los apóstoles? Ante todo es una revelación de la divinidad de Jesús que se les manifiesta, pero también un anticipo para ellos, y para nosotros, de la verdad del hombre como ser creado con un destino de eternidad.

Estamos llamados a participar de su misma condición gloriosa, como nos dice san Pablo: “Él transformará nuestro pobre cuerpo mortal haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso” (Flp. 3, 21). La vida de Jesucristo no es ajena a la vida y destino del hombre, por el contrario, es revelación de su dignidad. En Cristo descubrimos el sentido y plenitud de nuestra vida. La vida eterna, es decir, la vida más allá de la muerte ya no es una utopía, sino una realidad desde Jesucristo.

Ser cristiano, por ello, no es sólo creer en Dios como un principio superior, sino creer en lo que Jesucristo nos ha revelado y ya participar de su vida. Su misión, precisamente, es hacernos conocer nuestra condición de hijos de Dios y, al mismo tiempo, ser el camino que nos conduce a nuestra plena realización. Con claridad nos dice el Concilio Vaticano II: “el misterio del hombre sólo se esclarece a la luz de Jesucristo” (G. S. 22). Esto significa que lo que acontece en Cristo es verdad y fundamento para el hombre.

En su transfiguración él nos muestra la apertura y la vocación del hombre a la trascendencia. El hombre es peregrino de lo absoluto, tiene sed de Dios. Por otro camino, algunos filósofos ateos decían que el hombre es un ser absurdo, porque tiene, en cuanto ser espiritual, una apertura a lo trascendente, a Dios, y ello no existe. El hombre es como una pregunta, concluyen, sin respuesta.

Esto significa que el hombre no se confunde con la naturaleza, no es una planta o un animal; es un ser único e irrepetible con un horizonte trascendente. Existe como: “un yo capaz de autocomprenderse, autoposeerse y autodeterminarse” (C.I.C. 131). Esto, que fundamenta su grandeza y dignidad exige respeto, especialmente de las instituciones políticas y sociales, e implica su promoción y desarrollo integral.

En este sentido, el cuidado por su dimensión espiritual no es una concesión generosa de la sociedad, sino un acto de verdad y de justicia para con el hombre. Sólo es justa, por lo mismo, una sociedad cuando tiene en cuenta la dignidad integral de la persona humana, que incluye su dimensión espiritual y religiosa. La transfiguración del Señor al revelarnos el sentido último del hombre, ilumina el presente y compromete una actitud.

Reciban de su obispo en este camino de la Cuaresma, mi cercanía y afecto, junto a mis oraciones y bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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Viernes, 01 de marzo de 2013

Reflexión a las lecturas del domingo tercero de Cuaresma - C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR".

Domingo 3º de Cuaresma C 

                                       Ya sabemos que la Cuaresma es tiempo de conversión, de cambio de vida... En mucho o en poco; pero todos tenemos que convertirnos para ser capaces de celebrar la Pascua con todas sus consecuencias prácticas, centradas fundamentalmente, en la renovación de nuestro Bautismo, es decir, de nuestra adhesión a Cristo, de nuestro seguimiento del Señor, de nuestra condición de muertos al pecado y vivos sólo para el bien, sólo para Dios y los hermanos (Rom 6, 11).

                                       Pero siempre es tiempo de conversión. El Señor comienza su Vida Pública, diciendo: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios, convertíos y  creed la Buena Noticia”  (Mc 1, 15).

                                       Tenemos que convertirnos porque el Reino de los Cielos que Jesús viene a inaugurar en la tierra, es completamente distinto a las realidades terrenas. ¡Y tan distinto!

                                       El Evangelio de este domingo es una fuerte llamada a  la conversión: “Os digo que si no os convertís todos pereceréis de la misma manera”. ¡La urgencia de la conversión!

                                       Con todo, hay muchos cristianos que no se sienten llamados a ese cambio contInuo de vida. Dicen que ya hacen el bien, que no tienen pecados... ¡La conversión es para los malos!

                                       Por eso es tan importante la segunda parte del texto, cuando Jesucristo nos presenta la parábola de la higuera. Ésta no hacía nada malo, pero no daba fruto. ¿Qué mayor mal queremos?

                                       El agricultor es muy paciente, pero también muy exigente. Por eso,  el dueño -en la parábola- le dice al viñador: “Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera y lo no encuentro. Córtala ¿Para qué va ocupar terreno en balde?”

                                       El Señor nos advierte: “Yo soy la vid y mi Padre es el viñador a todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca y a todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto” (Jn 15, 1-2).

                                       ¡Dar fruto, dar más fruto!

                                       Pero el viñador intercede por la higuera: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás”.

                                       ¿Quién no ve aquí una imagen de nuestra vida cristiana, incluso, del Tiempo de Cuaresma?  ¿Nos esforzaremos entonces por dar fruto?  ¿No será éste el mayor y mejor exponente de nuestra verdadera conversión? En concreto, ¿nos preguntaremos, en esta Cuaresma, qué fruto estamos dando? Y también: ¿por qué no damos más fruto? S. Agustín decía: “Temo a Dios que pase y que no vuelva”.   ¡Y ésta será la última Cuaresma para muchos cristianos!  Pero no tenemos que agobiarnos porque la conversión es un don de Dios. Por eso en la Sagrada Escritura leemos: “Conviértenos, Señor, y nos convertiremos a ti” (Lm 5, 21).

                                       Por tanto, nadie puede convertirse  si Dios no le da ese don. Pero suele decirse  que “al que hace lo que está de su parte, Dios no le niega la gracia”.

                                                                                       ¡BUENA CUARESMA! ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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zenit nos ofrece las palabras de Benedicto XVI al despedirse de los cardenales en la Sala Clementina del Palacio Apostólico vaticano, el último día de pontificado, 28d e Febrero de 2013.

Venerados y queridos hermanos. Con gran alegría acojo y presento a cada uno de ustedes mi cordial saludo. Agradezco al cardenal Angelo Sodano que, como siempre, ha sabido hacerse intérprete de los sentimientos de todo el Colegio, cor ad cor loquitur. Gracias eminencia, de corazón.

Y quiero decirles tomando como referencia la experiencia de los discípulos de Emmaús, que también para mi fue una alegría caminar con ustedes, estos años a la luz de la presencia del Señor Resucitado.

Como dije ayer delante de miles de fieles, que llenaron la plaza de San Pedro, su cercanía y su consejo fueron de gran ayuda en mi ministerio.

En estos ocho años hemos vivido con fe momentos bellísimos de luz radiante en el camino de la Iglesia, junto a momentos en los que alguna nube se volvió densa en el cielo. Hemos buscado servir a Cristo y a su Iglesia, con amor profundo y total que es el alma de nuestro ministerio. Hemos dado esperanza, aquella que nos viene de Cristo, el único que puede iluminar el camino.

Juntos podemos agradecer al Señor que nos hizo crecer en la comunión y juntos rezarle para que les ayude a crecer aún más en esta unidad profunda, de manera que el colegio de cardenales sea como una orquesta donde la diversidad, expresión de la Iglesia universal, lleve siempre a la superior concorde armonía.

Querría dejarles un pensamiento simple que llevo en el corazón, un pensamiento sobre la Iglesia, sobre su misterio, que es para todos nosotros, podemos decir la razón y la pasión de la vida.

Me ayudo con una expresión de Romano Guardini, escrita justamente en el año en el Concilio Vaticano II, aprobaba la constitución Lumen Gentium. Un último libro con una dedicatoria personal para mí, por lo que estas palabras en este libro me son muy queridas.

Decía: “La Iglesia no es una institución elucubrada y construida calculadamente. Es una realidad viviente, ella vive a lo largo del curso del tiempo para evolucionar, como cada ser viviente, transformándose, y aún así en su naturaleza permanece siempre la misma, y su corazón es Cristo.

Era, me parece, nuestra experiencia de ayer en la plaza, ver que la Iglesia es un cuerpo vivo, animado por el Espíritu Santo, que vive realmente de la fuerza de Dios. Ella está en el mundo pero no es del mundo. Es de Dios, de Cristo, del Espíritu Santo. Lo hemos visto ayer.

Por ello es verdadera y elocuente otra expresión de Guardini: 'La Iglesia se despierta en las almas'. La Iglesia vive crece y se despierta en las almas que como la de la Virgen María acogen la palabra de Dios y la conciben por obra del Espíritu Santo. Ofrecen a Dios su propia carne y justamente en su pobreza y humildad se vuelven capaces de generar a Cristo hoy en el mundo.

A través de la Iglesia el misterio de la Encarnación permanece presente por siempre. Cristo sigue caminando a través de los tiempos y en todos los lugares.

Permanezcamos unidos queridos hermanos en este misterio. En la oración, especialmente en la eucaristía cotidiana, y así sirvamos a la Iglesia y a toda la humanidad. Esta es nuestra alegría que nadie nos puede quitar.

Antes de despedirles personalmente, deseo decirles que estaré cerca de ustedes con la oración, especialmente en los próximos días, para que sean enteramente dóciles a la acción del Espíritu Santo para la elección del nuevo papa. Que el Señor les muestre la que es su voluntad.

Entre ustedes, en el Colegio de Cardenales, está también el futuro papa al que ya hoy prometo mi incondicional reverencia y obediencia.

Por todo esto con afecto y reconocimiento les imparto la bendición apostólica.


Publicado por verdenaranja @ 21:15  | Habla el Papa
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