Martes, 30 de abril de 2013

Carta monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el 5º domingo de Pascua (28 de abril de 2013). (AICA)

Sobre la comunión y el diálogo

En el Evangelio de este domingo (Jn. 13,31-35) el Señor nos presenta un mandamiento nuevo: “ámense los unos a los otros, así como yo los he amado, ámense también ustedes… en esto reconocerán que ustedes son mis discípulos”[/n] (Jn. 13,34-35). Este pedido de Jesús sabemos que es exigente y que es un componente esencial para vivir la condición de cristianos, a tal punto que por la práctica de este mandamiento seremos reconocidos como discípulos de Jesús. Si somos sinceros, ante este pedido tan claro que nos hace el Señor, tendríamos que avergonzarnos, porque en nuestra sociedad, comunidades y familias a veces prevalece la práctica del “ojo por ojo y diente por diente”. Lo peor es que en muchos que se denominan rápidamente cristianos, ni siquiera existe este cuestionamiento. Al contrario lo normal como tipo social es el circuito del daño, totalmente distanciado del perdón y la reconciliación. No por casualidad en diversos documentos y mensajes reiteradamente se señala la necesidad de acentuar una eclesiología y espiritualidad de comunión.

El Evangelio de este domingo nos señala categóricamente: “ámense los unos a los otros”. Este es el fundamento de una comunión que todos debemos tener en cuenta en nuestro camino de discipulado. La realidad nos muestra que muchas veces la fe que tenemos como “don”, no llega a impregnar situaciones de la vida diaria donde terminan dominándonos aspectos negativos de nuestros afectos: enojos, celos, envidias, o cosas perores. Relaciones humanas que a veces tenemos con seres queridos y cercanos, laborales o de otros tipos que la vivimos sin evangelizarlas. Cuando pasa esto algunas enseñanzas cristianas quedan en el olvido, el perdonar de corazón, retomar el diálogo, buscar amar a los enemigos, o bien rezar por lo que nos persiguen. Dichas enseñanzas son una exigencia para que el cristiano viva su Fe como discipulado. Es una exigencia crucificante y liberadora. Cuando somos capaces de tomar una decisión de diálogo y perdón rompemos el circuito del odio y la venganza con el arma del amor. La fe que es un “don” de Dios madura en nuestra vida cotidiana cuando en algunas situaciones vividas o decisiones que tenemos que tomar asumimos al Evangelio, al Señor, que es la “Palabra”.

Hace pocos días en la “jornada de formación permanente del clero” junto a la mayoría de los sacerdotes y diáconos de nuestra Diócesis, compartimos y experimentamos un momento fuerte de comunión con Dios y entre nosotros. Al estar en el año de la fe, rezamos y reflexionamos sobre este don que recibimos en nuestra propia vocación y misión. También compartimos la necesidad de seguir profundizando durante este año 2013 esta búsqueda de ser comunidades más discípulas y misioneras tratando de seguir el pedido de nuestro Papa Francisco de “ir a las periferias geográficas, y existenciales del corazón”. Privilegiando a los que no están, a los más pobres y necesitados.

El testimonio de comunión y diálogo de los cristianos también es un servicio a nuestra sociedad y cultura en donde sobreabundan las ambiciones provocadas por la fama, el poder el dinero y la superficialidad… Esto lleva a la mezquindad, al buscar objetivos sin medir el daño que se puede provocar para lograrlos… negar o distorsionar la realidad desde posturas autoritarias llevan inexorablemente al “fracaso”. Los cristianos y gente de recta conciencia en este domingo estamos llamados por el Evangelio que leemos al diálogo y a la comunión. Sabemos que cuando empezamos a asumir compromisos en el camino del amor a Dios y a los hermanos, generamos un horizonte de “esperanza”.

Un saludo cercano y hasta el próximo domingo.

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas.


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Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (27 de abril de 2013) (AICA)

¿Comunicación total o relación humana?

“Hoy quiero comentarles algo que he leído recientemente en varios estudios y, aún, en artículos periodísticos en diarios del exterior. Es el cambio que las nuevas tecnologías aplicadas a la comunicación están produciendo sobre las relaciones humanas y, especialmente, sobre las relaciones afectivas.

Ya el teléfono es casi una antigüedad, el teléfono celular también, los mensajes de texto están pasando de moda y ahora con “skype”, el “twitter” o el “WhatsApp” cualquiera puede hacer una especie de seguimiento instantáneo de otras personas que supera las barreras del espacio y del tiempo. Esto crea ciertas dificultades, aunque no parezca, porque todos estamos encantados con esta posibilidad.

Pero fíjense lo que se viene estudiando ahora: se advierte que no es posible estar todo el tiempo siguiendo a alguien, que no es posible estar siempre conectados, siempre pegoteados -podríamos decir-, sino que también es importante la distancia, que tiene un valor la ausencia y que esa pausa permite una preparación adecuada para los encuentros.

Se está perdiendo un cierto aspecto que podríamos llamar “ritual de las relaciones interpersonales”. Uso a propósito la palabra “ritual” por una referencia al Principito. ¿Han leído ustedes el libro “El Principito”, de Antoine de Saint-Exupéry? Ahí hay una escena fantástica que es el encuentro del Principito con el Zorro. ¿Qué le dice el Zorro? Dice que los ritos son necesarios y le explica al chiquito de cabellos rubios, si tú vienes mañana a las cuatro, yo desde las tres estaré esperando y me estaré preparando para tu llegada. También en la música son importantes los silencios. Por eso es necesaria la distancia, una justa distancia, que hace mucho más sabroso el encuentro.

Se nota ahora que ya incluso los mensaje de texto en el celular son una antigualla, porque ellos todavía requieren una cierta expresión literaria. Si alguien quiere enamorar una chica o decirle algo lindo a un amigo, o lo que fuere, piensa muy bien cómo lo dice y el otro descubre en ese lenguaje el carácter de los sentimientos.

En cambio ahora esta comunicación inmediata y continua tiende a la banalización, a un bla bla que carece, por lo general, de contenidos. La intención es estar siempre, viendo lo que está haciendo el otro, comprobar si está conectado, o si no lo está; si me responde de inmediato, o no me responde.

Yo no quiero decir que hay que volver a establecer las pautas relacionales que eran propias de cuando no existía ni siquiera el teléfono, pero me dio la impresión, cuando leí estas cosas, que se está poniendo en juego algo muy importante, muy valioso. No sea cosa que por ser ultramodernos perdamos la calidad humana de ciertas realidades que, si bien van cambiando siempre en sus modos, conservan algo que es irremplazable, como el sentido profundamente humano de la relación y la conciencia que uno tiene de uno mismo y del otro en la relación.

Este valor se pierde por completo si desaparece esa cierta distancia y los necesarios momentos de ausencia que nos hacen pensar, que nos hacen evaluar cómo está desarrollándose la amistad y, que al mismo tiempo también, nos permiten desear y preparar el encuentro personal. Es decir nos llenan de esperanza, de alegría. Esa es la expectativa de la cual el Zorro le hablaba al Principito.

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata


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Lunes, 29 de abril de 2013

ZENIT  nos ofrece la colaboración habitual del obispo de San Cristóbal de Las Casas Felipe Arizmendi Esquivel, sobre la injusticia flagrante del hambre en un país rico en recursos como México.

Todos contra el hambre

Por Felipe Arizmendi Esquivel

SITUACIONES

Que en nuestro país haya, oficialmente, más de siete millones que pasan hambre, es una vergüenza injustificable, desde todos los puntos de vista. Eso no lo podemos tolerar. El gobierno está haciendo su parte, pero no podemos tranquilizarnos con lo que éste haga. Es un hecho que a todos nos implica, aunque muchos lo quieran ocultar y no darle la importancia que merece; prefieren encerrarse en sus comodidades y en sus lujos, y no son capaces de dar a los pobres lázaros de hoy ni las migajas de lo les sobra.

Un programa oficial siempre está expuesto a que se le use con fines propagandísticos, o que unos se roben los recursos. Los responsables de estos programas merecen un justo sueldo, pero en pagarles se queda mucho más de la mitad de lo disponible. Lo mismo pasa con algunas ONGs que trabajan por los pobres, pero en los salarios de su personal se consume la mayor parte del dinero. Esto no descalifica la lucha contra el hambre, pero sí debemos advertir que el pecado de la ambición está en todas partes y desde siempre.

A los migrantes que pasan entre nosotros, procuramos darles algo para que, al menos, coman. Pero a veces casi se nos quitan las ganas de hacerlo, porque algunos mienten mucho. A uno de ellos, lo escuché, le ayudé y otros también lo hicieron, pues quería seguir hacia el Norte; pero luego me enteré de que pedía dinero mientras la gente estaba en Misa y, cuando el sacristán le pidió que no lo hiciera en ese momento, sacó un puñal para amenazarlo. Con todo y esto, seguimos ayudando, por lo menos a que no pasen hambre. Y en eso están empeñados muchos en nuestras parroquias, que abren su corazón para darles alimento, o al menos una moneda.

ILUMINACION

Jesús nos dijo que cuando diéramos de comer a quien tiene hambre, lo hacemos a El. Es el ejemplo que nos dejó, pues varias veces dio de comer a multitudes. Alimentar a quien tiene hambre, pues, hágalo quien lo haga, es servir a Jesús y esto tiene una recompensa eterna. Pero a quienes lo seguían sólo por comer, les reprocha y les dice que deben dar un paso más, buscar otro alimento, que es creer en el Enviado por el Padre, para que no sólo coman un día, sino para que tengan una vida plena, en este mundo, y en la eternidad.

Desde el Sínodo para América en 1997, se propuso: “La Iglesia en América debe encarnar en sus iniciativas pastorales la solidaridad de la Iglesia universal hacia los pobres y marginados de todo género. Su actitud debe incluir la asistencia, promoción, liberación y aceptación fraterna. La Iglesia pretende que no haya en absoluto marginados” (EAm, 58).

Lo primero es la asistencia, pues es la más inmediata y concreta, que está al alcance de todos, incluso de los pobres. Es dar de comer, procurar la salud, dar ropa, una moneda, una tortilla, un pan, un vaso de agua. Es lo mínimo que podemos hacer. En el juicio final, lo que contará para la salvación es haber hecho algo por los necesitados.

El segundo paso es la promoción; es decir, lograr que los pobres sean capaces de valerse por sí mismos y no sean dependientes permanentes.

El tercer paso es la liberación, que es el “cambio de situaciones o estructuras injustas” (EAm 76). Los pobres son cada vez más numerosos, víctimas de determinadas políticas y de estructuras frecuentemente injustas” (Ib 56). Se trata no sólo de aliviar las necesidades más graves y urgentes mediante acciones individuales y esporádicas, sino de poner de relieve las raíces del mal, proponiendo intervenciones que den a las estructuras sociales, políticas y económicas una configuración más justa y solidaria” (Ib 18).

El cuarto paso es la aceptación fraterna. En efecto, como dice San Pablo, “aunque repartiera todos mis bienes..., si no tengo amor, de nada me sirve” (1 Cor 13,3). Este amor no es un sentimiento superficial, sino un compromiso de solidaridad hasta desgastarse para que otros tengan vida digna.

COMPROMISOS

Tú y yo, ¿qué podemos hacer para que al menos algunos no pasen hambre? No podemos remediar el hambre de todos, pero sí podemos ayudar a un vecino más pobre, a un anciano abandonado, a los recluidos en asilos y cárceles, a los migrantes y a quienes se han quedado sin trabajo.


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ZENIT nos ofrece la homilía del Papa Francisco  en misa por los confirmandos y confirmados de todo el mundo, junto con peregrinos de Roma en ocasión del Año de la Fe y administrando el sacramento de la confirmación a 44 de ellos, el domingo 28 de Abril de 2013, V domingo de Pascua.

Queridos hermanos y hermanas,

Queridos hermanos que vais a recibir el sacramento de la confirmación,

Bienvenidos:

Quisiera proponeros tres simples y breves pensamientos sobre los que reflexionar.

1. En la segunda lectura hemos escuchado la hermosa visión de san Juan: un cielo nuevo y una tierra nueva y después la Ciudad Santa que desciende de Dios. Todo es nuevo, transformado en bien, en belleza, en verdad; no hay ya lamento, luto… Ésta es la acción del Espíritu Santo: nos trae la novedad de Dios; viene a nosotros y hace nuevas todas las cosas, nos cambia. ¡El Espíritu nos cambia! Y la visión de san Juan nos recuerda que estamos todos en camino hacia la Jerusalén del cielo, la novedad definitiva para nosotros, y para toda la realidad, el día feliz en el que podremos ver el rostro del Señor, ese rostro maravilloso, tan bello del Señor Jesús. Podremos estar con Él para siempre, en su amor.

Veis, la novedad de Dios no se asemeja a las novedades mundanas, que son todas provisionales, pasan y siempre se busca algo más. La novedad que Dios ofrece a nuestra vida es definitiva, y no sólo en el futuro, cuando estaremos con Él, sino también ahora: Dios está haciendo todo nuevo, el Espíritu Santo nos transforma verdaderamente y quiere transformar, contando con nosotros, el mundo en que vivimos. Abramos la puerta al Espíritu, dejemos que Él nos guíe, dejemos que la acción continua de Dios nos haga hombres y mujeres nuevos, animados por el amor de Dios, que el Espíritu Santo nos concede. Qué hermoso si cada noche, pudiésemos decir: hoy en la escuela, en casa, en el trabajo, guiado por Dios, he realizado un gesto de amor hacia un compañero, mis padres, un anciano. ¡Qué hermoso!

2. Un segundo pensamiento: en la primera lectura Pablo y Bernabé afirman que «hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios» (Hch 14,22). El camino de la Iglesia, también nuestro camino cristiano personal, no es siempre fácil, encontramos dificultades, tribulación. Seguir al Señor, dejar que su Espíritu transforme nuestras zonas de sombra, nuestros comportamientos que no son según Dios, y lave nuestros pecados, es un camino que encuentra muchos obstáculos, fuera de nosotros, en el mundo, y también dentro de nosotros, en el corazón. Pero las dificultades, las tribulaciones, forman parte del camino para llegar a la gloria de Dios, como para Jesús, que ha sido glorificado en la Cruz; las encontraremos siempre en la vida. No desanimarse. Tenemos la fuerza del Espíritu Santo para vencer estas tribulaciones.

3. Y así llego al último punto. Es una invitación que dirijo a los que se van a confirmar y a todos: permaneced estables en el camino de la fe con una firme esperanza en el Señor. Aquí está el secreto de nuestro camino. Él nos da el valor para caminar contra corriente. Lo estáis oyendo, jóvenes: caminar contra corriente. Esto hace bien al corazón, pero hay que ser valientes para ir contra corriente y Él nos da esta fuerza. No habrá dificultades, tribulaciones, incomprensiones que nos hagan temer si permanecemos unidos a Dios como los sarmientos están unidos a la vid, si no perdemos la amistad con Él, si le abrimos cada vez más nuestra vida. Esto también y sobre todo si nos sentimos pobres, débiles, pecadores, porque Dios fortalece nuestra debilidad, enriquece nuestra pobreza, convierte y perdona nuestro pecado. ¡Es tan misericordioso el Señor! Si acudimos a Él, siempre nos perdona. Confiemos en la acción de Dios. Con Él podemos hacer cosas grandes y sentiremos el gozo de ser sus discípulos, sus testigos. Apostad por los grandes ideales, por las cosas grandes. Los cristianos no hemos sido elegidos por el Señor para pequeñeces. Hemos de ir siempre más allá, hacia las cosas grandes. Jóvenes, poned en juego vuestra vida por grandes ideales.

Novedad de Dios, tribulaciones en la vida, firmes en el Señor. Queridos amigos, abramos de par en par la puerta de nuestra vida a la novedad de Dios que nos concede el Espíritu Santo, para que nos transforme, nos fortalezca en la tribulación, refuerce nuestra unión con el Señor, nuestro permanecer firmes en Él: ésta es una alegría auténtica. Que así sea.


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S?bado, 27 de abril de 2013

Subsidio litúrgico para CAMPAÑA DEL ENFERMO 2013 a vcelebrar el VI Domingo de Pascua — 5 de Mayo — Pascua del Enfermo — 

SUBSIDIO LITÚRGICO
El Buen Samaritano

"Anda y haz tú lo mismo" (Lc 10, 37)

Sugerencias pastorales

En el clima propio de este tiempo pascual la Iglesia de España ha puesto la Pascua del Enfermo.

Ha de ser un día y una fecha especiales para expresar que los enfermos y sus familias tienen un lugar importante en la Comunidad, que están en su corazón como lo estuvieron en el corazón de Cristo.

La comunidad parroquial deberá movilizarse para facilitar la asistencia del mayor número posible de enfermos a la celebración.

El aprecio y cariño de la Comunidad por los enfermos pueden expresarse con gestos concretos, un sencillo objeto que sirva de recuerdo y ánimo, un mensaje de la comunidad para la situación personal... Pequeños detalles que se entregan al finalizar la Eucaristía, o se llevan al domicilio cuando el enfermo no ha podido participar en la celebración.

La celebración es un buen momento para destacar la importancia de quienes se ocupan de los enfermos en la comunidad, el equipo parroquial que anima y coordina, los ministros extraordinarios de la comunión, el testimonio y la preocupación de toda la comunidad por sus miembros enfermos... Se trata de un pequeño gesto de apoyo y agradecimiento a su entrega.

Monición de entrada

El amor de Dios manifestado en Cristo resucitado, sigue animando nuestra vida. Este domingo nos ofrece el modelo de una Iglesia que crece movida por el Espíritu Santo, tanto en conocimiento como en amor, en fortaleza y en comprensión.

Hoy los enfermos y sus familias, los profesionales de la salud, tienen un espacio especial en nuestra celebración: es la Pascua del Enfermo. Un día y una celebración para unirnos a tanto dolor y sufrimiento como hay en nuestro entorno parroquial, pero también para decirles que no están solos, que lo mismo que Jesús mostró su cercanía y su preocupación, lo hace la parroquia como cuerpo asistencial de Dios.

La celebración de hoy nos invita a reflexionar sobre nuestro amor a Jesús, su Palabra y su Espíritu y, como en la parábola del Buen Samaritano cuando Jesús es preguntado por "quién es mi prójimo", Jesús sigue dando la misma respuesta que se hace invitación: "Anda y haz tú lo mismo». Convencidos de que estamos aquí porque le amamos en los hermanos, comenzamos nuestra celebración pendientes de lo que Él quiere, pendientes de su Palabra.

Oración de los fieles

Llenos de gozo por la Resurrección y unidos a Cristo, que intercede siempre por nosotros, elevemos, nuestra oración al Padre.

 

Por la Iglesia universal, para que dé testimonio de la resurrección con su amor a Jesucristo y viva en el amor del Espíritu. Roguemos al Señor.

Por el Papa y los pastores de la Iglesia para que en su adecuada expresión y vivencia de la fe ayuden a llevar las cargas de los otros. Roguemos al Señor.

Por los enfermos para que se sientan bien tratados y aliviados y el Señor les sostenga en la fe y la esperanza por el camino de la vida. Roguemos al Señor.

Por las familias de los enfermos y cuantos se dedican a curar y cuidar a los enfermos para que lo hagan con profesionalidad y el cariño de sentirse "prójimos». Roguemos al Señor.

Por todos los que estamos aquí reunidos para que vivamos siempre atentos a las indicaciones del Espíritu, que nos guía hacia la fraternidad universal y enseña a hacernos prójimos de cuantos nos encontramos por el camino. Roguemos al Señor.

Señor y Dios nuestro, que has prometido hacer morada en aquel que escucha tu palabra y la guarda, escucha nuestra oración y envíanos el Espíritu Santo, para que nos recuerde lo que Cristo ha dicho y enseñado y nos haga capaces de dar testimonio de ello con nuestras obras y palabras. Por Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina, inmortal y glorioso, por los siglos de los siglos.

Oración de la Campaña del Enfermo 2013

Jesús, Buen Samaritano,

que viviste aliviando el sufrimiento

de quienes encontrabas en el camino,

como expresión de la misericordia del Padre.

Nuestro mundo arde en deseos de eternidad,

pero el camino de la vida es largo y tortuoso:

hay violencia, desgracia y desesperanza.

Nuestro mundo sufre.

Ayúdanos a bajar a lo profundo del corazón,

donde habitan las carencias

y se descubren las necesidades,

donde se escucha el grito del dolor,

la voz de quien sufre y necesita.

Danos entrañas de misericordia,

para que no demos rodeos ante los que sufren

y sepamos caminar con los ojos del corazón abiertos

para ayudar a quienes nos necesitan.

Haznos, Señor, buenos samaritanos

para que el mundo descubra en nuestra vida

el rostro misericordioso del Padre. Amén

Sugerencias para la homilía

La Pascua del Enfermo constituye una oportunidad para evocar algunas claves de referencia cristiana ante el sufrimiento, vivido en términos de acompañamiento o de experiencia propia del mismo. Jesús constituye siempre nuestro referente ético y pastoral para hacer bien al que sufre y hacer bien con el propio sufrimiento. El corazón del ser humano se mide por su capacidad para aliviar el sufrimiento, propio y ajeno.

"Anda y haz tú lo mismo" (Lc 10, 37) es una invitación al encuentro compasivo con la característica de una eficaz proximidad en comportamientos de tocar, ver, acercarse, dejarse afectar, comprometer la propia energía liberadora ante el sufrimiento.

Desde la tradición bíblica y a lo largo de la historia del cristianismo la compasión es misericordia y amor al prójimo, que viene del amor a Dios. Se expresa como un estremecimiento de las entrañas que comporta la misericordia y tiene diferentes momentos: ver, entrar en contacto con alguna realidad de sufrimiento mediante los sentidos; estremecerse, impulso interior o movimiento íntimo de las entrañas; y actuar, es decir, que mueve a la acción. Se trata, pues de una voluntad de "volver del revés el cuenco del corazón" y derramarse compasivamente sobre el sufrimiento ajeno sentido en uno mismo. Agustín de Hipona a la misericordia la llamó "el lustre del alma" que la enriquece y la hace aparecer buena y hermosa.

"Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana" (Spe Salvi 38). Se subraya así el potencial humanizador de la compasión ante el sufrimiento humano que se encarna, entre otras formas en la empatía que ha de caracterizar todo acompañamiento en el sufrir, con la ternura a la que nos ha invitado el Papa Francisco en sus primeras intervenciones.

La capacidad de silencio, de asombro y admiración, de contemplar y de discernir, de profundidad, de trascender, de conciencia de lo sagrado y de comportamientos virtuosos como el perdón, la gratitud, la humildad o la compasión son elementos propios de lo que entendemos por inteligencia y competencia espiritual, necesarias para la formación del corazón de los agentes de pastoral y profesionales de la salud (Deus Caritas Est 31).

En la parábola descubrimos al personaje del herido que se deja curar y cuidar por un extraño. Puede ser una provocación del Señor para preguntarnos a todos por nuestras propias vulnerabilidades y nuestra disposición a dejarnos querer, cuidar y ayudar, porque todos somos a la vez heridos y agentes de pastoral, sanadores heridos, en el fondo.


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Viernes, 26 de abril de 2013

Reflexión a las lecturas del domingo quinto de Pascua - c ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe  "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR".

Domingo 5º de Pascua C 

Cuando muere una persona querida, recordamos sus gestos, sus palabras y, sobre todo, sus encargos y recomendaciones  de despedida. Las palabras del Señor del Evangelio de hoy tienen acento de despedida. Se trata de un fragmento de la Última Cena, en la que el Señor nos deja el Mandamiento del Amor como su última recomendación, su último encargo: “Os  doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”. El  tiempo de Pascua  es muy apropiado para recordar y reflexionar sobre el Mandamiento Nuevo, porque al contemplar a Cristo, como el Resucitado, que se ha entregado hasta la muerte por nosotros, comprendemos mejor su contenido y su alcance. San Juan lo expresa con mucha claridad: “En esto hemos conocido el amor, en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos”.

Para el apóstol, el amor a los hermanos es una consecuencia y una exigencia del amor que Jesucristo nos ha tenido. Por tanto, por mucho que amemos a los demás, siempre nos queda un largo camino.

S. Agustín nos dice que, cuando alguien nos invite a una comida, tenemos que mirar bien lo que nos ponen delante, porque después, tendremos nosotros que corresponder… Esto lo refiere a la Eucaristía en la que se nos da el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Y nos enseña que los mártires han sido aquellos que lo han hecho con mayor perfección: han tomado de la Mesa la Sangre de Cristo y luego, han entregado la suya.

Pero tenemos que subrayar que el Señor nos ha dejado el  Mandamiento Nuevo como “la señal” de que somos discípulos suyos. Por tanto, marca el ser o no ser cristiano de cada uno.

¡Que importante es esto! Nos servirá para distinguir donde hay un cristiano y donde no.  Por tanto, no tenemos que fijarnos si hace esto o lo otro, si tiene muchas cualidades o pocas, si habla y se expresa bien o no. Resulta todo más sencillo: ¿Ama como Jesucristo? Es cristiano. ¿No ama? Que no se esfuerce por darnos razones de su identidad cristiana. Sencillamente, no es cristiano o ha dejado de serlo.

Bien lo entendió San Pablo cuando escribió lo que llamamos el himno de la caridad del cap. 13 de la primera Carta a los Corintios: ya podríamos hacer grandes cosas, si no tenemos amor, de nada nos sirve, de nada nos aprovecha….

En este Tiempo de Pascua, la primera lectura nos presenta la vida de las primeras comunidades cristianas, donde, a pesar de las deficiencias de todo lo humano, todos se amaban y  nadie pasaba necesidad. Y, como contemplamos en la lectura de hoy, eran comunidades misioneras, evangelizadoras. Y ya sabemos que el mayor gesto de amor que podemos hacer a otra persona es llevarla al conocimiento de Jesucristo como hacían Pablo, Bernabé y todos ellos.

Si lo hacemos así, nuestras comunidades se parecerán a la Iglesia del Cielo, de la que nos habla la segunda lectura, con dos imágenes atrayentes: una novia arreglada para su esposo y un hogar familiar feliz de donde ha desaparecido todo mal. 

¡FELIZ DOMINGO! ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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Jueves, 25 de abril de 2013

DOMINGO 5º DE PASCUA C 

MONICIONES

 

 PRIMERA LECTURA

        La Iglesia de Antioquía se nos presenta hoy como ejemplo de toda comunidad cristiana: comunidad viva y fervorosa, que recibe a Pablo y a Bernabé, a quienes había enviado al trabajo apostólico.

 

SEGUNDA LECTURA

        La segunda Lectura nos presenta a la Iglesia del Cielo con dos atractivas imágenes: como una recién casada, engalanada para su esposo y como una casa familiar feliz de la que está ausente todo mal.

 

TERCERA LECTURA

        El Evangelio nos presenta un pequeño fragmento de la última Cena. Jesús, en su despedida, nos deja el  mandamiento nuevo, como señal que nos identifica como discípulos suyos.

        Pero antes de escuchar el Evangelio, cantemos de pie el aleluya. 

 

COMUNIÓN

        La Eucaristía es signo y fuente de amor. Se trata de una doble comunión: con Cristo y con los hermanos. Al mismo tiempo, la Comunión es el alimento principal e indispensable para amar como Jesucristo nos amó. Por tanto, el que comulga ha de manifestar con su vida de amor, de entrega y de compromiso la fuerza extraordinaria de este sacramento.


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Mi?rcoles, 24 de abril de 2013

ZENIT nos ofrece el texto íntegro  de la catequesis del papa Francisco en la Audiencia General del miércoles 24 de Abril de 2013.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Credo profesamos que Jesús "de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos". La historia humana comienza con la creación del hombre y de la mujer, a imagen y semejanza de Dios, y concluye con el juicio final de Cristo. A menudo nos olvidamos de estos dos polos de la historia, y sobre todo la fe en el regreso de Cristo y el juicio final, a veces no es tan clara y fuerte en los corazones de los cristianos. Jesús, durante su vida pública, se ha centrado a menudo en la realidad de su venida final. Hoy me gustaría reflexionar sobre tres textos evangélicos que nos ayudan a entrar en este misterio: el de las diez vírgenes, de los talentos y aquel del juicio final. Los tres son parte del discurso de Jesús en los últimos tiempos, en el evangelio de san Mateo.

En primer lugar recordemos que, con la Ascensión, el Hijo de Dios ha llevado ante el Padre nuestra humanidad asumida por él, y quiere atraer a todos hacia sí, para llamar a todo el mundo para que sean recibidos en los brazos abiertos de Dios, y al final de la historia, toda la realidad sea entregada al Padre.

Está, sin embargo, este "tiempo inmediato" entre la primera venida de Cristo y la última, que es precisamente el momento que estamos viviendo. En este contexto del "tiempo inmediato", encontramos la parábola de las diez vírgenes (cf. Mt. 25,1-13). Se trata de diez muchachas que esperan la llegada del Esposo, pero este tarda y ellas se duermen. Ante el anuncio repentino de que el Esposo viene, todas se preparan para recibirlo, pero mientras que cinco de ellas, sabias, tienen aceite para alimentar sus lámparas, otras, necias, se quedan con las lámparas apagadas, ya que no lo tienen; y mientras buscan, el Esposo viene, y las vírgenes necias encuentran cerrada la puerta que conduce a la fiesta de bodas.

Tocan con insistencia, pero ya era demasiado tarde, el Esposo responde: no las conozco. El Esposo es el Señor, y el tiempo de espera de su llegada es el momento que Él nos da, a todos nosotros, con misericordia y paciencia, antes de su venida final; es un tiempo para vigilar; un tiempo en que debemos tener encendidas las lámparas de la fe, la esperanza y la caridad; en el cual tener abierto el corazón al bien, a la belleza y a la verdad; tiempo de vivir de acuerdo a Dios, porque no sabemos ni el día ni la hora del regreso de Cristo.

Lo que se pide de nosotros es estar preparados para el encuentro --preparados para un encuentro, para un encuentro bello, el encuentro con Jesús--, que significa ser capaz de ver los signos de su presencia, mantener viva nuestra fe con la oración, los sacramentos; estar atentos para no caer dormidos, para no olvidarnos de Dios. La vida de los cristianos dormidos es una vida triste, no es una vida feliz. El cristiano debe ser feliz, la alegría de Jesús. ¡No debemos dormirnos!

La segunda parábola, la de los talentos, nos hace reflexionar sobre la relación entre la forma en que usamos los dones recibidos de Dios y su retorno, de los cual se nos preguntará cómo los hemos utilizado (cf. Mt. 25,14-30). Conocemos bien la parábola: antes de la salida, el patrón entrega a cada siervo algunos talentos, para que sean bien utilizados durante su ausencia. Al primero, le entrega cinco, dos al segundo y uno al tercero. Durante el período de ausencia, los dos primeros siervos multiplican sus talentos --se trata de monedas antiguas--, mientras que el tercero prefiere enterrar el suyo y entregarlo intacto a su dueño. A su regreso, el maestro juzga su trabajo: alaba a los dos primeros, mientras que al tercero se le bota afuera en la oscuridad, porque ha mantenido escondido por temor el talento, cerrado sobre sí mismo.

Un cristiano que se cierra en sí mismo, que esconde todo lo que el Señor le ha dado, es un cristiano... ¡no es cristiano! ¡Es un cristiano que no agradece a Dios por todo lo que le ha dado! Esto nos dice que la espera de la venida del Señor es la hora de la acción --estamos en el momento de la acción--, un tiempo para sacar fruto de los dones de Dios, no para nosotros mismos, sino para Él, para la Iglesia, para los otros, un tiempo para tratar siempre de hacer crecer el bien en el mundo. Y especialmente en este tiempo de crisis, en la actualidad, es importante no cerrarse sobre sí mismo, enterrando el propio talento, las propias riquezas espirituales, intelectuales, materiales, todo lo que el Señor nos ha dado, sino abrirse, ser solidarios, estar atento con el otro.

En la plaza, he visto que hay muchos jóvenes, ¿es cierto eso? ¿Hay mucha gente joven? ¿Dónde están? A ustedes, que están en el comienzo del viaje de la vida, pregunto: ¿Han pensado en los talentos que Dios les ha dado? ¿Han pensado en cómo los pueden poner al servicio de los demás? ¡No entierren los talentos! Apuesten por grandes ideales, aquellos ideales que agrandan el corazón, aquellos ideales de servicio que harán fecundos sus talentos. La vida no se nos da para que la guardemos celosamente para nosotros mismos, sino que se nos da para que la donemos. Queridos jóvenes, ¡tengan un alma grande! ¡No tengan miedo de soñar cosas grandes!

Por último, una palabra sobre el pasaje del juicio final, que describe la segunda venida del Señor, cuando Él juzgará a todos los hombres, vivos y muertos (cf. Mt. 25,31-46). La imagen utilizada por el evangelista es la del pastor que separa las ovejas de las cabras. A la derecha se sitúan los que han actuado de acuerdo a la voluntad de Dios, socorriendo a quien estaba hambriento, sediento, al extranjero, al desnudo, al enfermo, a quien estaba en prisión --dije "extranjero": pienso en tantos extranjeros que están aquí en la diócesis de Roma: ¿que hacemos por ellos?--, mientras a la izquierda van los que no han socorrido al prójimo. Esto nos dice que seremos juzgados por Dios en la caridad, en la forma en que amábamos a los hermanos, especialmente a los más vulnerables y necesitados. Por supuesto, siempre hay que tener en cuenta que somos justificados, somos salvados por la gracia, por un acto libre de amor de Dios, que siempre nos precede; nosotros solos no podemos hacer nada. La fe es ante todo un don que hemos recibido. Sin embargo, con el fin de dar fruto, la gracia de Dios requiere siempre de nuestra apertura a Él, de nuestra respuesta libre y concreta. Cristo viene para traernos la misericordia de Dios que salva. Se nos pide que confiemos en él, de responder al don de su amor a través de una vida buena, compuesta por acciones animadas por la fe y el amor.

Queridos hermanos y hermanas, mirar al juicio final no debe darnos nunca miedo; nos empuja más bien a vivir mejor el presente. Dios nos ofrece con misericordia y paciencia este momento, a fin de que aprendamos cada día a reconocerlo en los pobres y en los pequeños, que nos comprometamos con el bien y estamos vigilantes en la oración y en el amor. Que el Señor, al final de nuestra existencia y de la historia, pueda reconocernos como siervos buenos y fieles. Gracias.

Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.


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Martes, 23 de abril de 2013

ZENIT nos ofrece un nuevo artículo del obispo auxiliar de Guadalajara, México, Miguel Romano Gómez, sobre la espiritualidad sacerdotal.

La vida espiritual del sacerdote
Renovar la conciencia de ser ministro de Jesucristo

Por Miguel Romano Gómez

La consagración sacerdotal supone una nueva configuración con Cristo, Cabeza y Pastor. Dice Pastores dabo vobis: “Es esencial (...) que el sacerdote renueve continuamente y profundice cada vez más la conciencia de ser ministro de Jesucristo, en virtud de la consagración sacramental y de la configuración con Él, Cabeza y Pastor de la Iglesia” (PDB 25). Esta nueva identidad añade dimensiones propias, exigencias propias y medios propios a la común espiritualidad cristiana, pero no la sustituye. Por eso, vamos a recorrer los cuatro puntos que hemos visto, añadiendo lo específico de la vocación sacerdotal.

1.1. La caridad sacerdotal (la generosidad y el don de sí)

El sacerdote tiene exigencias y modos propios de vivir la caridad con Dios y con el prójimo. Con Dios, puede sentir más intensamente la filiación divina. Como Cristo está llamado a cumplir con más amor y abnegación la voluntad del Padre: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34).

En cuanto a la caridad con los demás, el sacerdote está constituido ministro de la caridad. Como parte del munus regendi, le toca, primero, fomentar la caridad y la comunión dentro de la Iglesia. En primer lugar, la comunión radical en el Espíritu Santo; la comunión en la fe, en los sacramentos, y en el régimen. El sacerdote debe vivir la comunión con su obispo y sus hermanos en el presbiterio, con los fieles que tiene encomendados; y ser un apóstol de la comunión, constructor de unidad, según una verdadera “eclesiología de comunión”. No se trata de una cuestión teórica, sino de difundir el amor y la acción del Espíritu Santo.

Con el corazón de Cristo preocupado por las muchedumbres y las personas (Mc 6,34), el sacerdote debe cuidar a quienes tiene encomendados; abierto a todos los hombres; y de manera particular, a los más necesitados.

Esto, ciertamente, es mucho más de lo que se puede pedir a una persona. Hay que tenerlo presente en la formación. No es cuestión de esfuerzo, aunque hace falta esfuerzo para secundar los impulsos del Espíritu. Es cuestión de amor. De un amor que se recibe y que se acepta y al que se sirve. No basta el sentido de responsabilidad. Hace falta realmente ser movido por el Espíritu Santo. Y esto pertenece a lo más íntimo de la persona, a su trato con Dios. Desde fuera, sólo se puede proponer esa entrega, facilitar el ejemplo de los santos (y el propio testimonio) y también señalar lo que estorba. Esta donación de sí cuesta, pero, al mismo tiempo, llena de gozo y ayuda mucho a la perseverancia, porque permite gustar en esta tierra los dones del cielo.

Entre las muchas riquezas espirituales del celibato sacerdotal, está el que es una entrega “propter regnum caelorum”, para una mayor dedicación a las tareas de la Iglesia. Las energías y el cariño santo que un padre de familia pone en sacar adelante a los suyos, el sacerdote lo pone en la vida de la Iglesia y en la atención de los que tiene encomendados. A pesar de la fragilidad humana, es evidente el fruto que esta entrega de millones de personas, desde hace dos mil años, ha tenido en la vida de la Iglesia y en la historia de la humanidad. Hay que dar muchas gracias a Dios y velar por este don.

1.2. La conversión sacerdotal

El sacerdote debe convertirse moralmente en Cristo, como ha sido convertido sacramentalmente. Por una parte, es un hombre como los demás, con las mismas tentaciones de la concupiscencia de la carne, de la concupiscencia de los ojos y de la soberbia de la vida (cfr. 1 Jn 2,16). Por otra parte, tiene más motivos y más ayuda de la gracia para configurarse con Cristo.

Sus respuestas a la triple concupiscencia deben tener la radicalidad de las respuestas del Señor cuando fue tentado. Esa radicalidad es testimonio del Reino de Dios, que no es de este mundo. Así en la sobriedad, y en la pobreza, y también en la castidad vivida con el don del celibato, que ya hemos mencionado y que tiene exigencias propias, para cuidarlo como un don.

¿Y cómo se puede dar formación espiritual en este aspecto? Enseñando la teoría, proponiendo el ejemplo de los santos. También concretando, porque cada uno tiene que concretar su lucha, lo que tiene que adquirir y lo que tiene que dejar. Esto se puede y se debe enseñar en una dirección espiritual confiada; con una atención personal y continuada, especialmente en el periodo de formación. Pero es tarea de toda la vida.

Para su lucha espiritual y conversión en Cristo, el sacerdote tiene los mismos medios que los demás y algunos propios: confiar en la gracia de Dios, acudir a los sacramentos, examinar la conciencia para conocerse bien, huir de las tentaciones, practicar la sobriedad y dominio de sí; y, además, ser hombre de oración y de trabajo, como vamos a ver a continuación.

1.3. La oración sacerdotal

El sacerdote, como ministro de Cristo, y como intermediario entre Dios y su pueblo, está constituido, tiene que ser un hombre de oración. Preside la oración del pueblo cristiano a Dios; y reza en nombre de todos. Y se hace hombre de oración si vive auténticamente la Plegaria Eucarística y la Liturgia de las Horas.

Esto no sustituye sino que reclama la oración mental, como no dejan de recordar todos los textos citados, inspirándose en el ejemplo de Jesucristo sacerdote. Sin oración personal, la vida sacerdotal no madura: la caridad con Dios y con el prójimo se debilita, falta profundidad y exigencia para la propia conversión, y faltan luces para alimentar la catequesis y la predicación; para aconsejar y alentar a los demás cristianos; y para responder adecuadamente a los acontecimientos.

En particular, necesita meditar en la presencia de Dios la Palabra de Dios, de la que ha sido constituido heraldo y mensajero. Necesita hablar con Dios para poder hablar de Dios (PDB 26). Lo que predica y enseña debe venir del Señor. No debe predicarse a sí mismo sino al Señor. Por eso, todo lo que enseña y predica a otros, se lo enseña y predica también a sí mismo.

La vida de oración tiene otros medios. “Es necesario —dice el Directorio— que el sacerdote organice su vida de oración de modo que incluya: la celebración diaria de la eucaristía, con una adecuada preparación y acción de gracias; la confesión frecuente, y la dirección espiritual ya practicada en el Seminario; la celebración íntegra y fervorosa de la liturgia de las horas, obligación cotidiana; el examen de conciencia; la oración mental propiamente dicha; la lectio divina; los ratos prolongados de silencio y de diálogo, sobre todo, en ejercicios y retiros espirituales periódicos; las preciosas expresiones de devoción mariana como el Rosario; el Vía Crucis y otros ejercicios piadosos; la provechosa lectura hagiográfica”.

Dicho así, rápidamente, pueden parecer demasiadas cosas. Pero la formación espiritual consiste en integrar, poco a poco, estos medios, con su lógica propia, sobre todo en los candidatos al sacerdocio. Alentando la piedad, que es el amor de Dios que lo alimenta todo. Cuando se experimenta de qué manera ayudan y encienden, se usan con más facilidad y gusto.

1.4. El trabajo sacerdotal

Este aspecto puede parecer más propio de los laicos, pero no es así. El ministerio sacerdotal es más que un simple trabajo, pero también, en muchos aspectos, es un trabajo y hay que hacerlo al menos con el mismo sentido de responsabilidad, la misma dedicación, la misma competencia profesional, y la misma disciplina, con que los cristianos laicos sacan adelante sus responsabilidades familiares y sociales. Y también con el espíritu cristiano y el deseo de servir a Dios que mueve a los buenos cristianos.

El activismo es un frecuente defecto en la vida sacerdotal y es un peligro porque vacía, agota y mundaniza a los sacerdotes. Pero también puede ser un defecto la pereza y el desorden. Generalmente, el sacerdote depende sólo de sí mismo para la organización de su vida diaria. Esto es muy bueno, porque así tiene la elasticidad que necesita su ministerio. Pero también necesita una ascética y una entrega.

El sacerdote, como toda persona madura, necesita hábitos de disciplina y orden, para realizar una tarea eficaz. Según el servicio pastoral que se le haya encomendado, tendrá que repartir su tiempo y regular su actividad para poder atender las distintas tareas. Tendrá que acomodarse a un horario y poner orden en el régimen de su vida y de su actividad. Actividades como la predicación o la catequesis deben hacerse con el espíritu de Cristo, pero también con la preparación y la competencia necesarias; dedicando tiempo a aprender y mejorar, y aprovechando la experiencia de otros.

Todo este trabajo tiene una evidente dimensión ascética y también de caridad, porque se hace por amor de Dios y para servir a los demás y a toda la Iglesia. Por eso, es preciso realizarlo con la mayor perfección posible, pidiendo ayuda a Dios al comenzar y ofreciendo el esfuerzo y el fruto al terminar. Así el sacerdote santifica y se santifica en estas actividades, aunque no tengan relación directa con el culto; como puede ser la atención que hay que prestar a los edificios; o la organización de actividades lúdicas para jóvenes. Son cosas del Señor cuando se hacen “Por Cristo, con Él y en Él”.


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Reflexión de José Antonio Pagola al Evangelio del domingo quinto de Pascua - C.

AMISTAD DENTRO DE LA IGLESIA 

        Es la víspera de su ejecución. Jesús está celebrando la última cena con los suyos. Acaba de lavar los pies a sus discípulos. Judas ha tomado ya su trágica decisión, y después de tomar el último bocado de manos de Jesús, se ha marchado a hacer su trabajo. Jesús dice en voz alta lo que todos están sintiendo: "Hijos míos, me queda ya poco de estar con vosotros".

        Les habla con ternura. Quiere que queden grabados en su corazón sus últimos gestos y palabras: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que os conocerán todos que sois mis discípulos será que os amáis unos a otros". Este es el testamento de Jesús.

        Jesús habla de un "mandamiento nuevo". ¿Dónde está la novedad? La consigna de amar al prójimo está ya presente en la tradición bíblica. También filósofos diversos hablan de filantropía y de amor a todo ser humano. La novedad está en la forma de amar propia de Jesús: "amaos como yo os he amado". Así se irá difundiendo a través de sus seguidores su estilo de amar.

        Lo primero que los discípulos han experimentado es que Jesús los ha amado como a amigos: "No os llamo siervos... a vosotros os he llamado amigos". En la Iglesia nos hemos de querer sencillamente como amigos y amigas. Y entre amigos se cuida la igualdad, la cercanía y el apoyo mutuo. Nadie está por encima de nadie. Ningún amigo es señor de sus amigos.

        Por eso, Jesús corta de raíz las ambiciones de sus discípulos cuando los ve discutiendo por ser los primeros. La búsqueda de protagonismos interesados rompe la amistad y la comunión. Jesús les recuerda su estilo: "no he venido a ser servido sino a servir". Entre amigos nadie se ha de imponer. Todos han de estar dispuestos a servir y colaborar.

        Esta amistad vivida por los seguidores de Jesús no genera una comunidad cerrada. Al contrario, el clima cordial y amable que se vive entre ellos los dispone a acoger a quienes necesitan acogida y amistad. Jesús les ha enseñado a comer con pecadores y gentes excluidas y despreciadas. Les ha reñido por apartar a los niños. En la comunidad de Jesús no estorban los pequeños sino los grandes.

        Un día, el mismo Jesús que señaló a Pedro como "Roca" para construir su Iglesia, llamó a los Doce, puso a un niño en medio de ellos, lo estrechó entre sus brazos y les dijo: "El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí". En la Iglesia querida por Jesús, los más pequeños, frágiles y vulnerables han de estar en el centro de la atención y los cuidados de todos.       

José Antonio Pagola 

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
28 de abril de 2013
5 Pascua (C)
Juan 13,31-33a.34-35


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Lunes, 22 de abril de 2013

ZENIT  nos ofrece el texto de las palabras de agradecimiento que monseñor Rafael Llano Cifuentes, obispo emérito de la Diócesis de Nova Friburgo en Brasil expresó en la misa celebrada con motivo de los ochenta años de vida.

Un agradecimiento

La principal sensación que prevalece en mi octogésimo cumpleaños es un profundo agradecimiento a Dios.
La vocación con la que el Señor me ha beneficiado supera con mucho mis deseos y mis posibilidades. La entrega total me asustó. Yo quería ser un profesional competente, casarme y tener familia.

El Señor tenía otros planes, más elevados…

Sin embargo, desde el momento en que decidí seguirle sin reservas y sin condiciones, vino una luz y una fuerza tan grande y profunda que comprendí que no eran mías. Tengo que agradecer al Señor con toda mi alma que nunca haya tenido una duda sobre mi vocación. Gratias tibi, Deus, Gratias tibi! ¡Gracias, Señor!

Esta acción de gracias que hago ahora llega a muchos otros, empezando por mis padres- Antonio y Estela-: ellos me supieron dar una educación cristiana sólida y profunda. Considero a mi madre una mujer santa. Ella, con coraje cristiano, fortaleza y espíritu de sacrificio engendró y educó nueve hijos.

Mis hermanos, en su mayoría siguieron la misma vocación del Opus Dei, como miembros laicos. En ellos encontré un ejemplo sólido de las virtudes humanas y cristianas. Hacia ellos también se vuelve mi gratitud.

Mi experiencia al lado de San Josemaría Escrivá ha representado, sin embargo, el factor más importante de mi vocación. Los tres años que trabajé con él estrechamente han guiado el ritmo de mis pasos al lado de nuestro Señor. De San Josemaría recibí la invitación al sacerdocio y he encontrado el modelo de mi conducta.

Muchos hermanos en el episcopado ya me advirtieron acerca de la responsabilidad que tengo de haber convivido y haber sido el secretario del Fundador del Opus Dei, un santo canonizado, que es ahora – de forma más visible- ejemplo para millones de personas y miles de sacerdotes de los cinco continentes. Esta obligación representa un estímulo para mí que me impulsa y me anima en mi lucha por la santidad.

Espero que, al lado de la Trinidad del Cielo y de la tierra, a quien tanto amaba, San Josemaría acoja benignamente este agradecimiento que hago ahora, por tantos beneficios recibidos a través de él y que difícilmente podré devolver a la altura que se merece.

Además de estos reconocimientos habría que añadir muchos otros. Pongo de relieve el cariño fraterno de tantos y tantos miembros de la Prelatura del Opus Dei, con los que he convivido y que encuentra en el Obispo Prelado del Opus Dei, D. Javier Echevarría, la más alta significación y de otros hermanos que vi crecer a mi lado en este querido Brasil, que se ha convertido en mi Patria. Además de todos mis hermanos en el episcopado, aquí presentes, así como a los sacerdotes con los que he trabajado durante catorce años como Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de San Sebastián de Río de Janeiro, gracias especialmente a los queridos sacerdotes y diáconos de la diócesis de Nueva Friburgo que tanto me han ayudado y que sin ellos hubiera sido imposible realizar todo lo que he hecho. Gracias por vuestra a mistad y vuestro cariño.

No puedo dejar de recordar a las personas que trabajaron todo el día a mi lado, los asesores, los empleados y motoristas y singularmente, en mi oficina, a Elizabeth y Jonás. Gracias de modo especial a las Hermanas contemplativas, a la fidelidad de sus oraciones. Y a las Hermanas de la Toca de Asís, al afecto con el que acompañaron mi trabajo en la adoración diaria al Santísimo Sacramento.

La gratitud sin medida a las Hermanas del Buen Consejo que cuidaron con sumo extremo la residencia episcopal y el seminario diocesano. Este seminario de Nova Friburgo, que no podría haber sido construido sin la ayuda especial de Dios y sin la colaboración de todas las parroquias, es la alegría del Obispo. Allí se formaron los 12 sacerdotes que tuve la alegría de ordenar y allí viven los seminaristas, a los que continuamente recuerdo en mi corazón y en mis oraciones.

En la presente circunstancia no puedo dejar de nombrar y recordar a la persona del Santo Padre Benedicto XVI. A él dirijo mi más profundo sentimiento de gratitud y también oraciones por su salud y descanso.

Tengo que añadir que la vocación de entrega a Dios - algo que me parecía en mi juventud un gran sacrificio - es lo que se convirtió en la llave maestra de mi vida, y eso le dio el más alto sentido a mi existencia.

Puedo decir con toda convicción que, después de 51 años en la "Tierra de Santa Cruz" Dios me ha dado mucho más de lo que deseaba: el ciento por uno en los amores, sentimientos y afectos, familia, hermanos y hermanas, en las alegrías pastorales, y frutos apostólicos y de modo especial en un gran cariño a este bendito país: Dios cambió mi nacionalidad no sólo en el pasaporte de papel, sino también, y sobre todo, las fibras de mi corazón: amo a Brasil más que al país donde nací ... . Y la Diócesis de Nueva Friburgo, con sus diecinueve municipios, llegó a ser como la amada Iglesia, la pasión de mi vida. Siempre voy a seguir viviendo por ella y también por ella quiero morir.

El Señor me dio como gracia inigualable una felicísima fidelidad.

La fidelidad que para alguno puede ser como una carga pesada es, de hecho, el secreto de nuestra felicidad. Lo recordaba el beato Juan Pablo II en el Encuentro inmemorable e irrepetible con las familias en Río de Janeiro en octubre de 1997 en el Aterro de Flamengo, cuando nos decía: "¡Dios os llama a la santidad! Él mismo nos escogió por Jesús Cristo antes de la creación del mundo - nos dice san Pablo - para que seamos santos en su presencia (Ef 1, 4). Él te ama con locura, Él quiere tu felicidad, pero quiere que sepas siempre combinar la fidelidad con la felicidad, porque no puede haber uno sin lo otro”. La fidelidad y la felicidad son dos palabras muy parecidas que se confunden tanto en la manera de ser vocalizadas como en la realidad de la vida.

Y este binomio inseparable - tengo que reconocer con inmensa gratitud a Dios - es lo que forma la trama y la urdimbre de mi vida (...).
La vocación sacerdotal se construye sobre los diferentes estratos arqueológicos, las dificultades superadas, las desilusiones naturales de la vida, las caídas y los comienzos y los recomienzos... Así se construye - día a día, ladrillo a ladrillo, con un sacrificio unido a otro, con una renuncia vivida al lado de otra - una fidelidad que no es carga sino camino seguro para la verdadera felicidad. (...)
Digo esto no como algo que yo me gloríe, sino como algo que me hace clamar: gracias, Señor, muchas gracias! Yo no sabía que me ibas a dar tanto, por lo poco que te he entregado(...) Lo proclamo también para que nuestros queridos seminaristas y los sacerdotes que están comenzando su camino, comprendan que vale la pena, que nada más en el mundo vale tanto la pena como esta entrega que nos convierte en alter Christus, otros Cristos.

Además de estos reconocimientos, se deberían ampliar, los acorto para no ser aburrido, debería referirme a los sentimientos que experimento al pasar la línea de sombra que representa los ochenta años.

La proximidad del término hace más perceptible, pasajera y efímera la vida. Los acontecimientos parecen perder peso e importancia.
En el curso de la vida, la existencia, en el otoño, cuando no se rechaza el núcleo interior de la personalidad, se va haciendo cada vez más fuerte la conciencia de lo eterno, o para decirlo más claramente, la necesidad de Dios. Las cosas y los acontecimientos de la vida inmediata pierden su carácter perentorio. Lo que parecía ser de la mayor importancia deja de ser así, y lo que se consideraba insignificante cobra seriedad y luminosidad. La distribución de los pesos y los valores que se asignaron a cada una de las cosas, pueden a veces modificarse.

Esta toma de conciencia no conduce a una visión relativista, sino a dar luz a la creencia de que para alcanzar la madurez y superar el escepticismo uno debe renovarse. El idioma portugués es el único que identifica la palabra JOVEN con la palabra NUEVO. Los más jóvenes son más nuevos. Es muy significativa esa forma lingüística, porque realmente renovarse es rejuvenecer.

Renovar la vida es no caer en la rutina, este tipo de decepción decrépita de los que piensan que poco de nuevo, de diferente, le queda por vivir, que la curva del tiempo va declinando y en vez de crecer está descendiendo… Síntomas estos de lo que se viene llamando la crisis de la mediana edad..., de los 40 o 50 años. Una crisis que no debería suceder a ninguno de nosotros si realmente, en cada paso de nuestro viaje, supiéramos renovarnos. Es en ese sentido que los franceses dicen "renovarse o morir".

La vejez no es la situación de las personas que pierden su juventud. Tenemos que superar este infantilismo peligroso que lleva a pensar que este momento de la vida, que se llama juventud, es el que tiene valor para los seres humanos. A veces la vejez se reduce a aspectos negativos: las limitaciones, pérdida de elasticidad, la reducción del ímpetu de ciertas facultades... El anciano, de acuerdo con este punto de vista es un joven disminuido.

Es importante considerar en esta fase de la vida el valor de la experiencia adquirida a lo largo del camino y la madurez que se confunde con la sabiduría.

De hecho, la ancianidad tiene cualidades que la juventud no tiene, sobre todo la cualidad suprema que llamamos sabiduría. La vivencia profunda de que todo pasa, nos lleva a la necesidad vital de lo que no pasa, a lo eterno.

La sabiduría propia del hombre maduro, es algo muy diferente del ingenio, de la astucia. Es más capaz de distinguir entre lo importante y lo trivial, entre lo genuino y auténtico, entre lo transitorio y lo eterno, entre la fugacidad de la vida y la felicidad inconmensurable de poseer a Dios.

En esto radica el primer nivel de sabiduría: una experiencia profunda de que todo pasa, nos lleva a la necesidad vital de lo que no pasa, lo eterno.

La sabiduría da luz a una estabilidad serena, nueva y excelente, capaz de inspirar confianza a las personas de todas las condiciones y clases. Junto a ella parece que se sienta el impulso de exclamar: ¡qué bien que le he conocido, qué buena oportunidad poder vivir a su lado!. Confieso que esto es lo que sentí cuando tantas veces conversé con el beato Juan Pablo II, con su sucesor, Benedicto XVI, y numerosas oportunidades, con mi querido padre espiritual San Josemaría.

Dejo aquí su última confidencia, cariñosa, optimista, llena de esa madurez suave que proporciona una experiencia de vida y un elevado amor de Dios, hecha por él en su Jubileo de Oro Sacerdotal: "Cincuenta años, me siento como un niño que balbucea: Estoy comenzando y recomenzando en mi lucha interior de cada jornada. Y así hasta el fin de los días que me queden: siempre recomenzando. El Señor así lo quiere, para que en ninguno de nosotros haya motivos de soberbia ni de necia vanidad.”

¡Cuántas luchas, cuántos intentos frustrados, cuántos renovados esfuerzos, integran la vida de los amigos de Dios! Una de las cosas que veremos en el cielo será precisamente que la vida de los santos no será representada por una línea recta siempre ascendente, uniformemente acelerada sino por una curva sinuosa, ascendente y descendente, hecha de ánimos y lentitudes, emergencias y retrasos, aumentos y disminuciones… y de recomienzos vigorosos.

Conocer la sabiduría de un anciano es una bendición de Dios. Ahí remansa una larga vida: amó y fué amado, sufrió pero no perdió la alegría de vivir. Y todo esto se quedó impreso en su rostro sereno, con su voz suave, y tal vez, en su silencio elocuente, y aún más en su vida de oración: Romano Guardini hace hincapié en este sentido que "el núcleo de la vida de un anciano no puede ser otro que el de la oración".

Cuando el curso de nuestra vida sigue la voluntad de Dios, todo lo que vive se eterniza, aunque lo que se haga parezca banal: el Señor nunca olvidará las renuncias que hemos hecho para ser fieles a nuestra vocación, nunca se olvida de los pequeños sacrificios , las alegrías experimentadas por su trabajo y el amor, nunca se borrará la ayuda que damos a los demás, aunque fuera tan pequeña como la del Evangelio que se reduce a dar por amor un vaso de agua ... (Cf. Mt 10:42). Son las palabras, los gestos y obras esculpidas en el libro de la vida con caracteres de oro que no se desvanecen con el tiempo.

La sabiduría de la vejez, que pido al Señor me dé, no se consigue con melancólicos recuerdos, pero sí impregnando este "síndrome" del verdadero atleta que se esfuerza más y más cuando está llegando a la meta. Hillary, en un discurso pronunciado en el Parlamento británico después de su primer intento fallido de alcanzar la cima del Everest, mirando la fotografía de la cumbre, lanzó un reto: "Voy a ganar. Tú creciste todo lo que podías crecer y yo todavía estoy creciendo.”

Todavía estoy creciendo. Esta sabiduría no se deja vencer por la tentación de los recuerdos, continúa centrada en el futuro que le espera.
Todavía queda mucho por hacer, todavía queda mucho por construir, mejorar, muchas virtudes por obtener, muchos proyectos por realizar, muchas personas a quien hacer felices, hay todavía muchas almas para salvar... Y todavía tenemos la eternidad de Dios que nos espera junto a los seres queridos! Reflexionando así sobre las cosas, cómo es posible envejecer!

¿Alguna vez pensamos en el sonido fonético y psicológico que tiene la palabra “todavía “? “AINDA” Sigue siendo una de las palabras más bellas de nuestro léxico portugués. “Todavía” es el adverbio de esperanza y juventud.

La vida de un hombre que vive en este clima nunca deja de crecer hasta el último instante. Cada hora, cada día, cada año, cada dolor, cada alegría tiene un sentido de esperanza: no pasa para gastarlo, sino para construirlo definitivamente. La gran fuerza del renovado sentido de la vida, de la esperanza cristiana siempre presente, da una juventud perenne, eterna juventud, que está en la conciencia profunda y gozosa de que la vida en la tierra es un preludio de la vida eterna. Para aquellos que se abalanzan hacia adelante y corren hacia su felicidad eterna, siempre hay en el horizonte un más y más. Y al final de sus días en la tierra, este hombre puede decir, como el viejo Simeón, teniendo finalmente en los brazos al Salvador que anhelaban toda su vida: "Ahora, Señor, ya puedes dejar partir en paz a tu siervo" (Lucas 2: 9)... Estas palabras abren serenamente las puertas de la felicidad eterna.

Si la esperanza es el módulo para medir la juventud, ser joven es tener mucho futuro, un hombre en el ocaso de su vida - tal vez ya cercanos los noventa años - se puede sentir como un niño que se enfrenta a un futuro sin fin, un futuro eterno ... Es bonito que la iglesia denomine el día de la muerte dies natalis, el "día de nacimiento" ...

Queridos hermanos y hermanas, al final de esta celebración de acción de gracias, les pido que haya un nuevo florecimiento de vocaciones sacerdotales y religiosas, una mayor participación de los laicos en la construcción de una sociedad más justa y más cristiana, y al mismo tiempo debo repetir incansablemente: vale la pena, vale la pena! Gracias, Señor, muchas gracias! Es también por esta razón que puedo clamar en altavoz: Nuestra Señora de Guadalupe, mi querida madre, muchas gracias, muchas gracias por todo!

Río de Janeiro, 22 de febrero de 2013.

Mons. Rafael Llano Cifuentes
Obispo Emérito de la Diócesis de Nova Friburgo


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ZENIT  nos ofrece el artículo de nuestro colaborador habitual el obispo de San Cristóbal de Las Casas, México, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel.

Obispos por la vida del pueblo

Por Felipe Arizmendi Esquivel

SITUACIONES

Los obispos del país nos reunimos en asamblea plenaria, para programar el camino a seguir en este trienio. Escuchamos a expertos que nos ayudaron a tomar más conciencia de algunos problemas, como: La secularización de los cristianos, el racionalismo moderno, el necesario protagonismo de los laicos, la pobreza en el país, el lugar de la mujer, prepararse en ciencia y tecnología, las redes sociales, los cambios culturales de la globalización, los retos de la democracia, los jóvenes sin trabajo ni educación, pérdida de credibilidad, los alejados, los que han perdido el sentido de la vida, el retorno a lo religioso, debilidad del orden institucional, incapacidad de los gobernantes para atender los reclamos y necesidades del pueblo, falta de ética social, limitaciones del sistema de justicia, etc.

Ante estas realidades, nos propusimos este objetivo: “Fortalecer nuestra identidad como Iglesia, a la luz de la Palabra de Dios, de los Santos Padres y del Magisterio, para dinamizar la Misión Continental Permanente en el espíritu de la nueva evangelización, partiendo de la conversión personal y pastoral, y como discípulos misioneros, contribuir a la transformación de la realidad de México promoviendo la cultura cristiana”.

Decidimos dedicar nuestras próximas asambleas a la nueva evangelización en el contexto de un mundo secularizado y dominado por un relativismo ético; evangelización de la cultura,para potenciar el diálogo fe-razón; los medios de comunicación socialcomo instrumentos evangelizadores en el diálogo con la cultura emergente; los jóvenes, destinatarios prioritarios de la nueva evangelizaciónen el contexto de la sociedad postmoderna.

ILUMINACION

¿Por qué los obispos, a partir de nuestra identidad y misión, queremos contribuir a transformar la realidad del país? ¿No nos estamos metiendo en asuntos que son competencia sólo del Estado y de la sociedad civil? De ninguna manera: es nuestro deber seguir el camino de Jesús, quien siempre se compadeció de quienes sufren y nos encomendó trabajar por la vida digna de nuestro pueblo. Si no lo hiciéramos, nos pareceríamos a los clérigos del Antiguo Testamento, dedicados sólo a los ritos cultuales, y no seríamos buenos samaritanos.

En Aparecida, dijimos: “Los Obispos, como sucesores de los Apóstoles, junto con el Sumo Pontífice y bajo su autoridad, con fe y esperanza, hemos aceptado la vocación de servir al Pueblo de Dios, conforme al corazón de Cristo Buen Pastor. Como Pastores, servidores del Evangelio, somos conscientes de ser llamados a vivir el amor a Jesucristo y a la Iglesia en la intimidad de la oración, y de la donación de nosotros mismos a los hermanos y hermanas, a quienes presidimos en la caridad” (186). “Estamos llamados a ser maestros de la fe y, por tanto, a anunciar la Buena Nueva, que es fuente de esperanza para todos. Los Obispos hemos de ser testigos cercanos y gozosos de Jesucristo, Buen Pastor” (187). “Nos esforzamos por presentar al mundo un rostro de la Iglesia en la cual todos se sientan acogidos como en su propia casa. Para todo el Pueblo de Dios, buscamos ser padres, amigos y hermanos, siempre abiertos al diálogo” (188). “No podemos olvidar que el obispo es testigo de esperanza y padre de los fieles, especialmente de los pobres” (189).

El Papa Francisco nos ha pedido: “Esto os pido: sed pastores con olor a oveja, pastores en medio de su rebaño, y pescadores de hombres” (28-III-2013).

COMPROMISOS

Así como un Papa no puede, él solo, reformar la Iglesia y cambiar el mundo, así los obispos no podemos ni debemos abrogarnos el derecho y el deber de luchar por una vida más digna y plena para nuestro pueblo, en especial para jóvenes, mujeres, pobres, migrantes, presos, indígenas, familias y para la sociedad en general.

Eso sí: sacerdotes, religiosas y obispos debemos involucrar más en el trabajo pastoral a las mujeres, a los laicos y a los jóvenes. Nosotros solos no somos la Iglesia; la presidimos en la caridad y tenemos responsabilidades propias para asegurar la fidelidad al Evangelio, pero la Iglesia depende de todos los creyentes.


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ZENIT nos ofrece las palabras del santo padre Francisco dirigidas a los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro, el domingo 21 de Abril de 2013 al recitar el Regina Caeli.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Cuarto Domingo de Pascua se caracteriza por el evangelio del Buen Pastor --en el capítulo décimo de san Juan--, que se lee todos los años.

El pasaje de hoy narra estas palabras de Jesús: "Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno". (10, 27-30). En estos cuatro versículos está todo el mensaje de Jesús, y es el núcleo central de su Evangelio: nos llama a participar de su relación con el Padre, y esta es la vida eterna.

Jesús quiere establecer una relación con sus amigos que sea el reflejo de la que Él mismo tiene con el Padre: una relación de recíproca pertenencia y de confianza mutua, en íntima comunión. Para expresar esta profunda armonía, esta relación de amistad, Jesús utiliza la imagen del pastor con sus ovejas: él las llama, y estas reconocen su voz, responden a su llamada y le siguen. ¡Es hermosa esta parábola!

El misterio de la voz es fascinante: pensemos que desde el vientre de nuestra madre aprendemos a reconocer su voz, y la del papá; por el tono de una voz percibimos el amor o el desprecio, el afecto o la fraldad. ¡La voz de Jesús es única! Si aprendemos a distinguir, Él nos guía en el camino de la vida, una vía que va más allá del abismo de la muerte.

Pero Jesús, en un momento dado, dice, refiriéndose a sus ovejas: "El Padre, que me las ha dado..." (Jn. 10, 29). Esto es muy importante, es un profundo misterio, que no es fácil de entender: si me siento atraído por Jesús, si su voz enciende mi corazón, es gracias a Dios Padre, que ha puesto en mí el deseo de amor, de verdad, de vida, y de belleza... ¡y Jesús es todo esto en plenitud!

Esto nos ayuda a comprender el misterio de la vocación, sobre todo de la llamada a una consagración especial. A veces Jesús nos llama, nos invita a seguirlo, pero a lo mejor resulta que no nos damos cuenta de que es Él, así como le sucedió al joven Samuel.

Hay muchos jóvenes hoy aquí en la plaza. Son ustedes muchos, ¿verdad? Se ve, ¡eso sí! Son tantos los jóvenes hoy en la plaza... Déjenme preguntarles esto: ¿Han escuchado a veces la voz del Señor, que a través de un deseo, una inquietud, los invitaba a seguirlos más de cerca? ¿Lo han escuchado? ¡No escucho…! ¡Bien!

¿Han tenido algún deseo de ser apóstoles de Jesús? La juventud hay que “meterla en juego” en pos de nobles ideales. ¿Piensan en esto? ¿Están de acuerdo? Pregúntale a Jesús lo que quiere de ti ¡y sé valiente! ¡Pregúntale!

Detrás y delante de toda vocación al sacerdocio o a la vida consagrada, siempre está la fuerte e intensa oración de alguien: de una abuela, un abuelo, de una madre, un padre, de una comunidad...

Por eso Jesús dijo: "Rueguen, pues, al Dueño de la mies -es decir, Dios Padre--, que envíe obreros a su mies" (Mt. 9,38). Las vocaciones nacen en la oración y de la oración; y solo en la oración pueden perseverar y dar fruto.

Me gustaría insistir hoy, que es el "Día Mundial de Oración por las Vocaciones". A que oremos especialmente por los nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma, que he tenido la alegría de ordenar esta mañana. Eran diez jóvenes que dijeron sí a Jesús y han sido ordenados sacerdotes esta mañana.

E invoquemos la intercesión de María, que es la Mujer del "sí". Ella ha aprendido a reconocer la voz de Jesús, desde que lo llevaba en el vientre. Que María, nuestra Madre, ¡nos ayude a conocer cada vez mejor la voz de Jesús y a seguirla, para caminar en el camino de la vida!

Muchas gracias por el saludo... Pero también saluden a Jesús.

Griten: ¡Jesús, Jesús…!, ¡Fuerte!

Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.


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Domingo, 21 de abril de 2013

ZENIT  nos ofrece el texto íntegro de la homilía pronunciada por el Papa Francisco el Domingo del Buen Pastor, en que la Iglesia celebra la 50 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones.

Queridísimos hermanos y hermanas:

Estos hermanos e hijos nuestros han sido llamados al orden del presbiterado. Reflexionemos atentamente a cuál ministerio serán elevados en la Iglesia. Como bien saben, el Señor Jesús es el único Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento, pero en Él también todo el pueblo santo de Dios ha sido constituido pueblo sacerdotal.

Sin embargo, entre todos sus discípulos, el Señor Jesús quiere elegir algunos en particular para que, ejerciendo públicamente en la Iglesia en su nombre, el oficio sacerdotal en favor de todos los hombres, continúen su personal misión de maestro, sacerdote y pastor.

Así como en efecto, para ello Él había sido enviado por el Padre, del mismo modo Él envió a su vez al mundo, primero a los apóstoles y luego a los obispos y sus sucesores, a los cuales, finalmente, se les dio como colaboradores a los presbíteros, que --unidos a ellos en el ministerio sacerdotal--, están llamados al servicio del pueblo de Dios.

Después de una madura reflexión y oración, ahora estamos por elevar al orden de los presbíteros a estos hermanos nuestros, para que al servicio de Cristo, Maestro, Sacerdote y Pastor, cooperen en la edificación del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia como pueblo de Dios y Templo Santo del Espíritu Santo.

En efecto, ellos serán configurados en Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, es decir que serán consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento y con este título, que los une en el sacerdocio a su obispo, serán predicadores del evangelio, pastores del Pueblo de Dios y presidirán las acciones de culto, especialmente en la celebración del sacrificio del Señor.

En cuanto a ustedes, hermanos e hijos amadísimos, que están por ser promovidos al orden del presbiterado, consideren que ejerciendo el ministerio de la Sagrada Doctrina serán partícipes de la misión de Cristo, único Maestro. Dispensen a todos aquella Palabra de Dios que ustedes mismos han recibido con alegría. Recuerden a sus madres, a sus abuelitas, a sus catequistas, que les dieron la Palabra de Dios, la fe... ¡el don de la fe! Que les transmitieron este don de la fe.

Lean y mediten asiduamente la Palabra del Señor, para creer aquello que han leído, para enseñar lo que aprendieron en la fe, y para vivir lo que han enseñado. Recuerden también que la Palabra de Dios no es propiedad de ustedes: es Palabra de Dios. Y la Iglesia es la que custodia la Palabra de Dios.

Por lo tanto, que su doctrina sea alimento para el Pueblo de Dios; alegría y sostén para los fieles de Cristo, el perfume de sus vidas, por que con su palabra y ejemplo edifican la casa de Dios, que es la Iglesia.

Ustedes continuarán la obra santificadora de Cristo. Mediante su ministerio, el sacrificio espiritual de los fieles se hace perfecto, porque se une al sacrificio de Cristo, que por medio de sus manos, en nombre de toda la Iglesia, es ofrecido de modo incruento sobre el altar en la celebración de los santos misterios.

Reconozcan pues lo que hacen, imiten lo que celebren, para que participando en el misterio de la muerte y resurrección del Señor, lleven la muerte de Cristo en su cuerpo y caminen con Él en la novedad de la vida.

Con el Bautismo agregarán nuevos fieles al Pueblo de Dios. Con el Sacramento de la Penitencia redimirán los pecados en nombre de Cristo y de la Iglesia. Y hoy les pido en nombre de Cristo y de la Iglesia: por favor, no se cansen de ser misericordiosos.

Con el óleo santo darán alivio a los enfermos y a los ancianos: no se avergüencen de tener ternura con los ancianos. Celebrando los ritos sagrados, y elevando oraciones de alabanza y súplica durante las distintas horas del día, ustedes se harán voz del Pueblo de Dios y de la humanidad entera.

Conscientes de haber sido elegidos entre los hombres y constituidos en su favor para cuidar las cosas de Dios, ejerzan con alegría y caridad sincera la obra sacerdotal de Cristo, con el único anhelo de gustar a Dios y a no a ustedes mismos. Sean pastores, no funcionarios. Sean mediadores, no intermediarios.

En fin, participando en la misión de Cristo, Cabeza y Pastor, en comunión filial con su obispo, comprométanse en unir a sus fieles en una única familia, para conducirlos a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu Santo.

Tengan siempre ante sus ojos el ejemplo del Buen Pastor, que no ha venido para ser servido, sino para servir y para tratar de salvar lo que estaba perdido.

Traducción de ZENIT con los servicios de Radio Vaticano


Publicado por verdenaranja @ 22:55  | Habla el Papa
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Homilía de monseñor Mario Aurelio Poli, en la misa de toma de posesión como arzobispo de Buenos Aires (20 de abril de 2013). (AICA)

«Yo soy el Buen Pastor»

En el clima festivo de la Pascua de Resurrección, la liturgia de la Palabra nos lleva a contemplar la presencia del Resucitado bajo la imagen bella, bondadosa y cercana, que Jesús nos presenta de sí mismo: “Yo soy el Buen Pastor”. Sólo Dios puede llamarse “pastor” y así lo mencionan los salmos y profetas (cf. Salmo 22, Ez 34), pues Él es el único que se preocupa y ocupa de la vida de cada hombre y mujer que peregrinan en este mundo. Sólo Él cumple las promesas sin defraudar, y como verdadero pastor no quita la vida de nadie, ni se aprovecha de ella, sino que da generosamente lo que ningún otro puede dar: la Vida eterna, es decir, conocer y amar al único Dios verdadero, y a su Enviado, Jesucristo (Jn 17,3). Este pasaje revela la gran promesa del Señor: dar vida en abundancia.

Presentándose como verdadero Pastor, Jesús establece con su pueblo una relación cordial, amorosa y solícita por la integridad de su rebaño. Él nos enseña que es pastor de 100 ovejas (cfr. Lc 15), esto es, no se conforma con tener 99 en el corral, sino que las quiere todas, sale a buscar la que falta, para que no se pierda ni una sola de las que el Padre le ha dado. El inmenso rebaño de la humanidad está bajo su mirada y espera que reconozcan su voz.

En el corazón del Buen Pastor hay secretas intenciones que quedan reveladas cuando dice: «Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor» (Jn 10,16), y más claro todavía cuando les da el envío misionero a sus discípulos: «Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado» (Mt 28,19). Porque cuando entramos por la puerta de la fe (cf. 10,1), nadie ni nada puede arrebatarnos de las manos de Cristo y de las manos del Padre. El lenguaje de las manos de Dios nos recuerda de qué estamos hechos y quién es nuestro Creador. Nadie nos conoce tanto como Aquél que nos dio la vida y la impronta de su ser, porque somos su hechura y la obra de sus manos. El poder de su brazo nos reúne (Is 40) y la voz persuasiva del Pastor Santo nos invita a dejarnos abandonar en las manos de nuestro Padre Dios; y cuando eso sucede quedamos en buenas manos, con quien nos ama de verdad. Al conocerlo de algún modo ya le pertenecemos, y cuando lo amamos, lo reconocemos como nuestro Padre Fiel. Apacentar la grey es un “oficio de amor” dice San Agustín, y su objetivo es conducir al pueblo fiel a confiarse en las manos del Padre, porque su misericordia permanece para siempre (Salmo 99). Él es el que da fuerza y poder a su pueblo (Salmo 67).

Cómo no ver en este pasaje de San Juan la pasión misionera que el Pastor quiere inspirar en nosotros, sus pastores, pasión que devuelve a nuestra Iglesia de Buenos Aires la renovadora tarea de evangelizar. El desvelo del Pastor por su rebaño, a nosotros sacerdotes, nos vuelve a remover el óleo de la unción que nos consagró para el apasionante oficio de apacentar, mientras que a todos los bautizados, su pueblo fiel a quien guía, les vuelve a agitar el agua del bautismo para comprender mejor que en el corazón de Cristo sólo cabe un deseo: «Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.» (1°Tm 2,4).

Queridos sacerdotes, el llevar con alegría este bendito oficio de servir con amor pastoral −que recibimos como un don de su mano generosa−, nos invita a renovar el entusiasmo por darlo a conocer a nuestro pueblo, para que conociéndolo puedan amarlo y servirlo. El estilo cercano del Buen Pastor nos señala el camino y el modo de ser pastores.

Pueblo fiel, tanto nos ama Jesús Buen Pastor, que para alimentar en nosotros el deseo de la vida divina se ha hecho Cordero pascual, Pan partido para dar la vida al mundo. Nos ha dejado su bondad en el alimento que no perece. Él es el Pan bueno y verdadero. En la Misa, Él se convierte en el sustento del peregrino mientras camina hacia el lugar donde Él quiere llevarnos y compartir su Vida. Cada uno toma de esta fuente de amor eucarístico, lo que necesita para el camino cotidiano. Es el espacio sagrado donde escuchamos su Palabra y confesamos la fe con los hermanos. La Iglesia Madre tiende la mesa común y sin exclusión, invita a sus hijos a compartir el banquete.

Dios, el Supremo Pastor de las ovejas ha prometido darnos pastores según su corazón (cf. Jer 3, 15). Esa promesa se realiza plenamente en Jesús el Buen Pastor. En su divina pasión se ha manifestado el amor misericordioso que brota de su corazón traspasado. La caridad pastoral es aquella virtud cordial con la que nosotros pastores imitamos a Cristo en su entrega de sí mismo y en su servicio a los hombres. La caridad pastoral determina nuestro modo de ser pastores hoy, de pensar y de actuar, (PDV 23) nuestra presencia de estar y caminar con la gente, y hasta nuestra oración e intercesión, para que nuestro gozo sea hablar a Dios de los hombres y a los hombres de Dios (San Juan de Ávila, Tract. Sac.).

Esa cercanía que nos pone en la insustituible relación persona a persona, nos permite anunciar que “Cristo murió por todos, y que la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina.” Y que esa vocación se basa en que “Cristo resucitó; y con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: Abba!, ¡Padre!” (GS 22), para que nadie se sienta huérfano en esta vida, porque tenemos un Dios que es Padre y siempre nos escucha cuando lo invocamos. «Él secará toda lágrima de nuestros ojos.» (Ap 7,17; 21,4).

Al celebrar la figura del Buen Pastor en el comienzo de este nuevo servicio pastoral que me pide la Iglesia, recibo un gran consuelo y no puedo dejar de ver un signo de la Providencia que nos guía hacia un rumbo luminoso y esperanzador, para que, pastores y pueblo fiel hagamos juntos el camino de la evangelización. Con la elección del Papa Francisco, se nos ha contagiado la alegría de tener un argentino –tan cercano y querido-, en la Cátedra del Apóstol Pedro, y vimos cómo muchos compatriotas han renovado el gozo de pertenecer a la Iglesia. Al mismo tiempo, el Señor nos interpela a profundizar nuestro compromiso de discípulos y misioneros, para ofrecer la riqueza del Evangelio a los que viven, trabajan y pasan por nuestra Ciudad, de tal manera que conozcan a Dios Padre y sus dones de justicia, amor y paz. (cf. Carta al Pueblo de Dios, CEA, abril de 2013)

Que no me falte en este servicio el amor a los pobres, sufrientes y excluidos, que inspiró a nuestro patrono, el obispo San Martín de Tours, quien supo remover de su corazón toda indiferencia; y de Santa Rosa de Lima quien me acompañó en estos años. Invoco la presencia y protección amorosa de la Madre del Pastor de los pastores, y le ruego que camine con nosotros; que Ella sea en el firmamento de la Ciudad de Buenos Aires «estrella de la Evangelización siempre renovada» (EN 81).

Mons. Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires


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S?bado, 20 de abril de 2013

 Estudio Pastoral de Jornada 2013 de Oración por las Vocaciones de Mons. José Ángel Saiz Meneses,  Obispo de Terrassa y Presidente de la  Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades, publicado en la revista ILUMINARE - Nº 388 - ABRIL 2013, recibida en la parroquia con los materiales para su celebración.

CUESTIÓN DE CONFIANZA

 

El día 11 de abril de 1964, durante la celebración del Concilio Vaticano II, el siervo de Dios Pablo VI instituyó la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y emitió un radiomensaje exhortando a todo el pueblo cristiano a unirse en la plegaria por esta intención. Este año, el día 21 de abril, celebramos la quincuagésima Jornada y, con este motivo, Benedicto XVI nos ha ofrecido un mensaje que lleva por título “Las vocaciones, signo de la esperanza fundada sobre la fe”. Celebramos también, el día 28 de abril, la Jornada de Vocaciones Nativas, cuyo lema este año es “Vocaciones nativas, señal de esperanza”. Pedimos a Dios que aumente el número de quienes acogen la llamada de Cristo a seguirlo por el camino del sacerdocio y de la vida consagrada, especialmente en la misión.

La fidelidad de Dios, motor de la historia

Dios permanece siempre fiel: en la verdad de sus palabras, en la solidez de sus promesas, en sus obras de amor, que se mantienen perpetuamente. A lo largo de la historia de la salvación, la fidelidad divina perdura inalterable frente a la infidelidad del hombre. Los Salmos reflejan y alaban la fidelidad de Dios, fundamento de nuestra esperanza: “Señor, tu misericordia llega al cielo, tu fidelidad hasta las nubes” (Sal 35,6). En la misteriosa fidelidad de Dios se fundamenta la esperanza. Dios es fiel con su pueblo, no por los méritos de este, sino por la coherencia de amor del mismo Dios. Este amor fiel será siempre más fuerte que el pecado de los hombres y se convertirá en el motor de la historia.

El sentido de nuestra vida consiste en conocer el amor de Dios, experimentar ese amor y corresponder amándolo a Él y a los demás. De ahí la inquietud, el anhelo humano de buscar y encontrar el rostro del Señor. De ahí que, con el salmista, hombres y mujeres de todas las épocas y lugares puedan repetir: “Tu rostro buscaré, Señor” (Sal 26,8). San Agustín, después de una búsqueda larga y azarosa, lo expresa bellamente: “Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti”. Porque solo en el Señor se encuentra el descanso y la paz.

Dios quiere salvar a todos los hombres y hacerlos hijos suyos. Por eso, al llegar la plenitud de los tiempos, envía a su Hijo, que se ha encarnado, se ha hecho hombre, ha asumido la naturaleza humana haciéndose en todo igual a nosotros, excepto en el pecado. Por Cristo y en Cristo el ser humano es elevado a la dignidad de hijo de Dios. Él es el Redentor de todo el género humano y de cada persona. Por eso, con san Pablo, todo hombre puede decir: “Me amó y se entregó por mí” (Gál 2,20).

El encuentro personal con Cristo

Cristo sale al encuentro de todo ser humano para saciar su sed de felicidad, para llenar su existencia de sentido. Por eso hemos de propiciar en todas las personas el encuentro personal con Cristo, la experiencia de fe que transformará su vida y la comprometerá en totalidad. Un encuentro que le hará descubrir en Cristo la plenitud de sentido de su existencia. Como consecuencia, se iniciará un proceso de conversión que llevará a una identificación progresiva con Él y, en definitiva, a la santidad de vida.

Dicha conversión se produce en la persona que es receptiva al mensaje anunciado y da origen a una alegría incontenible, porque se ha encontrado lo más importante de la existencia. Un ejemplo claro de lo que significa el encuentro con Cristo lo tenemos en la experiencia de san Pablo. Un día, yendo hacia Damasco, el Señor resucitado se cruzó en su camino. Ese encuentro le cambió radicalmente la vida, le cambió el corazón. Pues bien: ya sea como una fuerte sacudida en un momento concreto o de un modo progresivo desde la infancia, la experiencia profunda de fe renueva la vida de la persona. A partir de esta experiencia pueden nacer las vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras.

Iniciativa de Dios

La celebración de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones a lo largo de 50 años ha ido creando en el pueblo cristiano una conciencia cada vez mayor de la importancia de las vocaciones y de la oración por ellas. Toda vocación cristiana es un don de Dios, y se fundamenta en su elección puramente gratuita. Y toda vocación cristiana siempre tiene lugar en la Iglesia y mediante ella, porque Dios ha querido santificar y salvar a los hombres constituyéndolos en su pueblo, que es la Iglesia. Por eso, las vocaciones se generan y se educan en la Iglesia, y son un don destinado a la edificación de la misma. Así, el decreto conciliar Ad gentes dice de las vocaciones al sacerdocio surgidas en los territorios de misión que “la Iglesia echa raíces cada vez más firmes en cada grupo humano cuando las varias comunidades de fieles tienen de entre sus miembros los propios ministros de la salvación en el Orden de los obispos, de los presbíteros y de los diáconos al servicio de los hermanos” (n. 16).

La historia de toda vocación al ministerio sacerdotal, a la vida consagrada y a la misión es la historia de un inefable diálogo entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios que llama y la libertad del hombre que responde. Este modelo de llamada y de respuesta aparece siempre en las escenas vocacionales a lo largo de la Sagrada Escritura y de la historia de la Iglesia. Ahora bien, hemos de subrayar que la iniciativa de la llamada pertenece a Dios. Esto queda bien reflejado en las palabras de Jesús a los apóstoles: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca” (Jn 15,16).

Importancia de la oración

La pastoral vocacional se sustenta sobre la oración, porque toda vocación es un don de Dios, que hay que pedir humildemente en la oración. La oración por las vocaciones va unida al testimonio que han de ofrecer las personas que ya han respondido a Dios por diferentes caminos, y también al discernimiento que se debe ir realizando desde la dirección espiritual y desde la formación que se va adquiriendo.

En los evangelios de san Mateo y san Lucas encontramos una recomendación explícita de Jesús para orar por las vocaciones: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies” (Mt 9,37-38; cf. Lc 10,2). La Obra Pontificia de San Pedro Apóstol promueve la oración constante por las vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio que el Señor suscita en los territorios de misión. Su formación y sostenimiento es responsabilidad de toda la Iglesia universal. Por eso, hemos de ser solidarios con estas Iglesias locales, que carecen de recursos para la formación de sus vocaciones nacientes. Solidarios y generosos en la colaboración material y económica. Solidarios y generosos en la oración, que es la principal actividad de pastoral vocacional.

Fuerza del testimonio

El testimonio personal de los que ya han respondido a la llamada del Señor en el ministerio sacerdotal y en la vida consagrada tiene gran importancia en la pastoral vocacional. Dios se vale del testimonio de los sacerdotes, religiosos y misioneros para suscitar vocaciones. Podemos subrayar tres aspectos que tienen una particular fuerza testimonial: la oración, la amistad con Cristo, y vivir con alegría el don de sí mismo a Dios y a los hermanos.

El beato Juan Pablo II, en la exhortación apostólica Pastores dabo vobis, señalaba el testimonio como el factor más determinante en la pastoral vocacional: “La vida misma de los presbíteros, su entrega incondicional a la grey de Dios, su testimonio de servicio amoroso al Señor y a su Iglesia –un testimonio sellado con la opción por la cruz, acogida en la esperanza y en el gozo pascual–, su concordia fraterna y su celo por la evangelización del mundo son el factor primero y más persuasivo de fecundidad vocacional” (n. 41).

El sacerdocio ministerial representa la garantía de la presencia sacramental de Cristo Redentor a lo largo de la historia, en los distintos tiempos y lugares. La vida y ministerio de los sacerdotes ha de ser continuación de la vida y de la acción de Cristo, y en consecuencia, han de seguir su estilo de vida y han de vivir sus actitudes. En eso consiste su identidad y ahí radica la fuente del gozo de la vida sacerdotal. La celebración de la Eucaristía será el momento privilegiado para expresar la unión con Cristo y la entrega a los hermanos.

Respecto a la importancia del testimonio, otro tanto podemos afirmar de la vida consagrada, ya que la vivencia profunda y consecuente de los consejos evangélicos es un ejemplo para todos los miembros de la comunidad cristiana y un impulso para responder a la propia vocación. Monjes y monjas, religiosos y religiosas de vida activa, misioneros, miembros de los institutos seculares; todos ellos ofrecen un admirable testimonio de entrega, de seguimiento radical de Cristo, de la primacía absoluta de Dios en su vida, de llevar a cabo su compromiso bautismal, cada uno según el carisma que ha recibido del Espíritu Santo.

El encuentro personal con Cristo

El Señor sigue llamando. También en las Iglesias de reciente evangelización. Benedicto XVI nos recuerda en su Mensaje para la L Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones que la respuesta positiva por parte de los que son llamados “ayuda a mirar con particular confianza y esperanza al futuro de la Iglesia y a su tarea de evangelización”. Nuestra misión consistirá en sembrar, acompañar el crecimiento y ayudar a discernir. Una siembra oportuna y confiada, abonada con la oración personal y con la oración de toda la Iglesia.

Tenemos la esperanza firme de que el dueño de la mies no permitirá que falten en la Iglesia segadores para sus campos. Suya es la iniciativa, y suyo es el interés principal. Por nuestra parte, hemos de colaborar con generosidad y acierto. Se trata de escuchar y acoger con confianza la palabra del Señor, que nos dice incesantemente: “No tengáis miedo”. Aquí y ahora, el Señor sigue llamando, y sigue cruzándose en el camino de muchos jóvenes para llenar de plenitud sus vidas a través de un seguimiento en totalidad de tiempo, de fuerzas y, sobre todo, de amor.

Las vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras son “señal de esperanza”, signo de la confianza que esas personas han puesto en Dios al responder positivamente a la llamada. Como se dice en el decreto Ad gentes, “la Iglesia agradece con inmenso gozo el don inestimable de la vocación sacerdotal que Dios ha concedido a tantos jóvenes entre los pueblos convertidos recientemente a Cristo” (n. 16). En esta Jornada de Vocaciones Nativas, recordamos, efectivamente, con gratitud, y sintiendo nuestra responsabilidad hacia ellas, a estas vocaciones surgidas de entre esos pueblos de los territorios de misión. A la vez, todas estas vocaciones son generadoras de esperanza en la comunidad cristiana. Nada hay que impulse más la esperanza en el pueblo cristiano que participar en una ceremonia de ordenación sacerdotal, en una profesión religiosa o en un envío misionero. María, Madre de la esperanza, Estrella de la Nueva Evangelización, interceda por nosotros y nos guíe en este camino.

 


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Mensaje del Director de  OMP en España don Anastasio Gil García para Jornada de Vocaciones nativas 2013 a celebrar el 28 de Abril, publicado en la revista ILUMINARE Nº 388, ABRIL 2013, recibida en la parroquia para su celebración.

SEÑAL DE ESPERANZA

Por D. Anastasio Gil García
Director Nacional de OMP

La celebración de la Jornada anual de Vocaciones Nativas, promovida por el Secretariado de la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol –una de las Obras Misionales Pontificias–, es una ocasión para volver la mirada, con admiración y agradecimiento, a las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada que Dios hace brotar en los territorios de misión. Esta iniciativa de Juana Bigard, que surgió en el año 1889, ha suscitado en la Iglesia universal el compromiso de ayudar a seminaristas y novicios, tanto en su formación, como mediante el equipamiento de seminarios y noviciados. Así lo manifestaba el beato Juan Pablo II con ocasión del centenario de esta Obra: “¡Qué bellas páginas de la historia de la Iglesia han escrito en los diversos continentes los socios de la Obra de San Pedro Apóstol! ¡Cuántos sacerdotes, religiosos y religiosas han tenido, gracias a esta Obra, la alegría de seguir su vocación!”.

La contemplación de esta floración de vocaciones para hacer presente el Reino de Dios es claramente motivo de esperanza. Así lo reconoció el Concilio Vaticano II: “La Iglesia agradece con inmenso gozo el don inestimable de la vocación sacerdotal que Dios ha concedido a tantos jóvenes entre los pueblos convertidos recientemente a Cristo. Porque la Iglesia echa raíces cada vez más firmes en cada grupo humano cuando las varias comunidades de fieles tienen de entre sus miembros los propios ministros de la salvación en el Orden de los obispos, de los presbíteros y de los diáconos, al servicio de los hermanos” (Ad gentes, 16). Este es el fundamento seguro de toda esperanza: “Dios no nos deja nunca solos y es fiel a la palabra dada” (Benedicto XVI, Mensaje para la L Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 2013), y alcanza siempre a aquellos que se dejan encontrar.

Juana Bigard y su madre, Estefanía

El “ayúdanos” que Pablo escuchó del macedonio (cf. Hch 16,9-10) viene a ser un símbolo de cómo el mundo, muchas veces de manera inconsciente, ansía que alguien le lleve una respuesta a sus necesidades y, sobre todo, al más profundo de sus anhelos: poder vivir conforme a la dignidad de hijos de Dios. Millones de personas esperan el Evangelio, y la Iglesia debe “dar el salto” para ofrecérselo, por medio de palabras y de gestos de caridad concreta que lo hagan visible. “Doquier nos apremia la urgente necesidad de procurar la salvación de las almas en la mejor forma posible; doquier surge la llamada «ayúdanos», que llega a nuestros oídos”, escribía el beato Juan XXIII en su encíclica misionera Princeps Pastorum (n. 3). Y también el decreto Ad gentes señalaba que hay que facilitar el que “todos y cada uno de los fieles conozcan plenamente la situación actual de la Iglesia en el mundo y escuchen la voz de las multitudes que claman: «Ayúdanos»” (n. 36).

La Obra de San Pedro Apóstol nació ante las necesidades de ayuda para el clero indígena planteadas por el obispo francés de Nagasaki, Mons. Jules-Alphonse Cousin, de la Sociedad de Misiones Extranjeras. Él se encontró en su diócesis de Japón con cristianos que, por miedo a las persecuciones, evitaban los auxilios espirituales de los misioneros extranjeros, pero que podían ser fácilmente atendidos por sacerdotes del país. Juana Bigard y su madre, Estefanía, en contacto epistolar con el obispo, se movilizaron poniendo en marcha en 1889 esta Obra de apoyo a las vocaciones nativas. Ellas, como Pablo, respondieron con generosidad y presteza al grito “¡ayúdanos!” que seguía resonando en el corazón de los evangelizadores, como sucede permanentemente en la historia personal y silenciosa de cada uno de los misioneros y misioneras que, dejándolo todo, pasa a la otra orilla.

Como señaló Juan Pablo II, Juana y Estefanía “comprendieron la llamada de Dios para consagrar sus recursos, sus energías y toda su vida a la promoción del Evangelio por medio de la formación de los sacerdotes, así como de hombres y mujeres consagrados, y supieron forjar con entusiasmo y tenacidad un instrumento apto para la realización de este noble propósito”.

En particular, Juana Bigard, que se había ofrecido a la voluntad de Dios, conoció, andando el tiempo, el misterio de la cruz que había presentido: “Sufriré mucho –escribía en 1903–, pero si a este precio la pequeña semilla de mostaza debe germinar y crecer, yo sería culpable si lo rechazara”. “Desde luego –añade Juan Pablo II–, su generoso sacrificio ha sido fecundo. La Obra de San Pedro Apóstol le debe mucho, pues ella pudo desempeñar su papel y favorecer realmente el crecimiento del número de las vocaciones en las Iglesias jóvenes”.

“Vocaciones nativas, señal de esperanza”

Este es el lema que la Dirección Nacional de Obras Misionales Pontificias propone a la Iglesia en España para vivir esta Jornada en el último domingo de abril, como establece la Conferencia Episcopal Española. El lema se inspira en el Mensaje de Benedicto XVI para la L Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que gira en torno al tema “Las vocaciones, signo de la esperanza fundada sobre la fe”. La celebración, por tanto, está en continuidad con la oración perseverante por las vocaciones vivida el domingo anterior. A su vez, la contemplación de tantas vocaciones en los territorios de misión es argumento para fortalecer la esperanza de que Dios continúa llamando en los lugares más insospechados. Desde esta visión, se ha de vencer la tentación del desaliento, para dar paso a la oración de gratitud.

Asomarse a los territorios de misión y contemplar la floración de estas vocaciones es, sí, un motivo de agradecimiento y esperanza. Dios sigue suscitando vocaciones en su Pueblo. Importa menos que estas broten de un sitio o de otro; lo que realmente vale es que Dios no ha abandonado a su Iglesia y mantiene las promesas de su alianza.

En efecto, en estos ámbitos geográficos donde es más visible que “la misión está aún en sus comienzos”, hay muchas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Este hecho se transforma en “señal de esperanza”. En la Biblia se recurre muchas veces al uso de una “señal”. Así, el ángel da a los pastores la señal para descubrir al Mesías, al Salvador, al Señor (cf. Lc 2,10); los fariseos piden a Jesús una señal que justifique la razón de sus milagros (cf. Mt 12,38ss); Tomás pone como condición para creer en el Resucitado ver la señal de los clavos (cf. Jn 20,25); Pablo certifica su comunión con la Iglesia al comprobar que Pedro, Juan y Santiago “nos dieron la mano en señal de comunión a Bernabé y a mí” (Gál 2,9); y, finalmente, el Apocalipsis presenta a la “mujer vestida del sol” como una señal del triunfo final (Ap 12,1). Ciertamente, la verificación de tantas vocaciones es una señal, como la que vieron los Magos o los pastores. Es preciso seguirla para encontrarse con el Señor.

Vocaciones necesitadas de ayuda

El proceso de discernimiento y formación de estas posibles vocaciones al sacerdocio o a la vida consagrada es largo y muy laborioso. Los obispos han de contar con personas preparadas y capacitadas para el acompañamiento de estos jóvenes. Sin duda, este es el principal reto de una Iglesia particular: tener los recursos humanos necesarios para la formación de quienes más tarde han de ser los principales colaboradores del pastor de la diócesis. Es verdad que algunos de ellos tienen la posibilidad de vivir esta formación en otros países con mayores recursos espirituales y académicos, pero en su mayoría han de permanecer en el país de origen, y es bueno que su formación se fragüe en estos ámbitos donde van a trabajar.

A esta escasez de medios humanos se suma la carencia de recursos económicos para el sostenimiento de estos jóvenes y el mantenimiento de los edificios donde reciben la formación. Juan Pablo II, en la carta que escribió con motivo del primer centenario de esta Obra Pontificia, decía: “El crecimiento del clero autóctono podría detenerse a causa de la insuficiencia de los recursos disponibles. Según el testimonio de numerosos obispos de los países de misión, más de una diócesis hoy día correría el peligro de ver reducida su esperanza de contar con un clero autóctono, si no gozara de la ayuda aportada por la Obra de San Pedro Apóstol. No cerremos nuestro corazón: ¡lo que hemos recibido de su bondad, démoslo también nosotros con alegría!”.

En nombre de tantas vocaciones que, con nuestra ayuda, pueden culminar sus procesos de formación y discernimiento vocacional, Obras Misionales Pontificias quiere hacer llegar su gratitud a los miles de cristianos anónimos que aportan su donativos para estos seminarios y noviciados. Uno de los medios que proponemos, a modo orientativo, son las “Becas” que una persona física o jurídica puede pagar para ayudar a estos seminaristas o novicios. Sirva como indicador del fruto de estas limosnas el testimonio de quien ahora es vicario general de la Archidiócesis de Lagos (Nigeria), Mons. Bernard Ayo Okodua: “Si no hubiera existido la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol, no habría sido sacerdote. Gracias a ella, el seminario pudo financiar mis estudios”.


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Viernes, 19 de abril de 2013

Reflexión a las lecturas del domingo cuarto de Pascua - C ofrecida porel scerdote don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígraqfe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 4º de Pascua C 

Una de las imágenes más hermosas y atrayentes de Jesucristo es la que nos lo presenta como Buen Pastor. Es lo que sucede cada año, el cuarto domingo de Pascua. En el tiempo pascual, esta imagen adquiere un especial relieve, porque nos presenta a Jesús como el Pastor, que ha entregado su vida por las ovejas y ha resucitado. Por eso este domingo proclamamos: “Ha resucitado el buen Pastor que dio  la vida por sus ovejas y se dignó morir por su grey. Aleluya”.

En el texto breve del Evangelio, Jesucristo nos presenta un resumen de su condición de Pastor: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano…” ¡Que hermoso! De este modo, encontramos nuestra seguridad en Él. No es vana aquella confianza de la que nos habla S. Pablo: “Bien sé de quien me he fiado…” (2Tim 1, 12). Se nos invita, por tanto, este domingo a reflexionar y a orar saboreando lo que proclamamos en el salmo responsorial: “Somos su pueblo y ovejas de su rebaño”. Y esto hemos de llevarlo a la práctica siendo ovejas buenas de tal Pastor, porque le escuchamos, le seguimos, le damos a conocer.

La segunda lectura nos enseña que el Buen Pastor está en el Cielo. Y, al mismo tiempo, quiere seguir siendo el Pastor de su pueblo peregrino en la tierra. Esto se realiza a través de su Cuerpo que es la Iglesia en el que  hay “diversidad de ministerios y unidad de misión”(A. A., 2). Todos tenemos que ayudar a Jesucristo a realizar esa tarea tan importante y decisiva, según la vocación de cada uno.

En la primera lectura contemplamos a Pablo y a Bernabé que realizan su misión, hablando y actuando en nombre de Cristo, en lugar de Cristo, en los distintos lugares por donde van pasando. ¡Y así tenemos que hacerlo todos! A esto puede ayudarnos la 50ª celebración de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se ha unido, desde el principio, a este Domingo del Buen Pastor.

¡Qué necesidad tenemos de que aumenten las vocaciones en nuestras Iglesias de antigua tradición cristiana! ¡Somos tan pocos!

Oración y acción es la respuesta. ¡Don y tarea, que decimos siempre!

Ante todo, la oración, porque la llamada viene de Dios y la respuesta se apoya en Él y en su gracia.

Pero hace falta la acción, porque Dios lo ha dispuesto así, como comentábamos antes. Solemos decir que Dios no tiene un teléfono u otros medios para hacer llegar sus llamadas en directo, sino que cuenta con las mediaciones humanas. Y cuantas más sean las mediaciones humanas, más serán las llamadas, las vocaciones…

Por tanto, ¡el que haya más o menos vocaciones también depende de nosotros!

Felicitémonos porque Cristo es nuestro Pastor y porque ha puesto en nuestras manos tanta responsabilidad.        

¡FELIZ DOMINGO! ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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Comentario al evangelio de Domingo 4º de Pascua/C Por Jesús Álvarez SSP  (Zenit.org)

Pastores como el Buen Pastor

Por Jesús Álvarez SSP

 "En aquel tiempo dijo Jesús: Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco. Ellas me siguen, y yo les doy vida eterna. Nunca perecerán y nadie las arrebatará jamás de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más fuerte que todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos una sola cosa". (Jn. 10,27-30)

Las ovejas de Jesús, sus verdaderos seguidores, conocen, aman, escuchan y obedecen al Buen Pastor, y lo siguen, como las ovejas escuchan y obedecen a su pastor. Y como las ovejas están seguras de que el pastor las llevará por buenos caminos y a buenos pastos, así los verdaderos cristianos saben que Cristo los llevará por caminos seguros a las praderas eternas.

Jesús aclara qué significa ser ovejas suyas: escuchar su voz, ser conocidos y amados por él, conocerlo con un conocimiento amoroso, y seguirlo como pastor y Maestro, Camino, Verdad y Vida. "Ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien Tú has enviado" (Jn 17, 3).

Seguir a Jesús es aceptar su forma de vida, sus sentimientos, sus criterios, su manera de ser, de pensar, de hacer y de amar. Es aceptarlo y acogerlo a él como Persona viva, amabilísima, presente y actuante, manteniendo con él una relación íntima, confiada, asidua, gozosa.

Pero nosotros, abusando de la libertad -don suyo-, podemos abandonar a nuestro Buen Pastor y extraviarnos con riesgo de perder la vida eterna y de arrastrar a otros a la perdición. ¡Qué tremenda responsabilidad!

El Buen Pastor ha querido la colaboración de otros “pastores”: el Papa, los obispos, los sacerdotes, misioneros, diáconos, catequistas, comunicadores, escritores, autoridades, profesores, padres de familia, amigos. Las ovejas oirán y seguirán a los pastores cuya voz y conducta reflejen al Buen Pastor. Y surgirán nuevos pastores que continúen su obra salvífica.

Solo el Buen Pastor resucitado y presente, puede dar eficacia de salvación a nuestra vida y muerte, alegrías, sufrimientos, oración, palabras, acciones, como él asegura: “Yo soy la puerta de las ovejas; quien entra por mí, encontrará pastos; pero quien entra por otra parte (con otros intereses), es ladrón y bandido” (Jn 10, 1.9). ¡Gran consigna también para la pastoral vocacional, hoy y siempre!

Por eso la primera tarea y compromiso primordial de los pastores consiste en estar unidos a Cristo, vivir en Cristo para engendrar a otros para la vida eterna. En eso consiste el éxito de la vida y misión de los pastores, pastoras y fieles. Hay que “oler a oveja” y a la vez“ser buen olor de Cristo”.

A cada uno de nosotros Dios nos ha asignado una “parcela de salvación”, para “pastorearla”, empezando por la propia familia, y colaborar con Cristo en su salvación, mediante la intimidad con Dios, la oración, el sufrimiento ofrecido, el testimonio, la palabra y la acción. Y que felices podamos orar: “Te doy gracias, Pastor bueno, porque me llamas a compartir tu misión redentora. Te suplico que las ovejas que pusiste a mi cuidado, compartan conmigo tu gloria eterna”.


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Jueves, 18 de abril de 2013

DOMINGO IV DE PASCUA C 

MONICIONES

 

PRIMERA LECTURA

       

En los domingos de Pascua, la primera Lectura nos va narrando relatos de los primeros tiempos de la Iglesia. Hoy contemplamos como, ante el rechazo de los judíos,  Bernabé y Pablo se deciden a anunciar el Evangelio a los gentiles.

Ya no cuenta ser judío o gentil. Todas las razas y culturas están llamadas a recibir la Buena Noticia del Evangelio.

Escuchemos con atención.

 

SALMO

        El salmo es una invitación a proclamar la universalidad de nuestra fe. Pablo y Bernabé anunciaron el Evangelio a los gentiles. Ahora nosotros invitamos a toda la tierra a aclamar al Señor por sus maravillas.

 

SEGUNDA LECTURA

        En la segunda Lectura de hoy se nos presenta a Cristo glorioso en el Cielo, donde recibe el culto de los santos y donde es el Pastor bueno que cuida y hace inmensamente felices a los que vienen de la gran tribulación.

 

TERCERA LECTURA

        Jesucristo es nuestro Pastor, nadie puede arrebatarnos de su mano ni de la del Padre. Aclamémosle ahora cantando el Aleluya.

 

COMUNIÓN

        En la Comunión nos encontramos con Jesucristo, el Pastor bueno, que alimenta a su rebaño con su propio Cuerpo.

        Que Él nos ayude a cumplir nuestro deber de fomentar las vocaciones con nuestra oración y nuestro trabajo apostólico.


Publicado por verdenaranja @ 23:57  | Liturgia
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Reflexión de José Antonio Pagola a  las lecturas del domingo tercero de pascua - C.

ESCUCHAR Y SEGUIR A JESÚS 

          Era invierno. Jesús andaba paseando por el pórtico de Salomón, una de las galerías al aire libre, que rodeaban la gran explanada del Templo. Este pórtico, en concreto, era un lugar muy frecuentado por la gente pues, al parecer, estaba protegido contra el viento por una muralla.

          Pronto, un grupo de judíos hacen corro alrededor de Jesús. El diálogo es tenso. Los judíos lo acosan con sus preguntas. Jesús les critica porque no aceptan su mensaje ni su actuación. En concreto, les dice: "Vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas". ¿Qué significa esta metáfora?

          Jesús es muy claro: "Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco; ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna". Jesús no fuerza a nadie. Él solamente llama. La decisión de seguirle depende de cada uno de nosotros. Solo si le escuchamos y le seguimos, establecemos con Jesús esa relación que lleva a la vida eterna.

          Nada hay tan decisivo para ser cristiano como tomar la decisión de vivir como seguidores de Jesús. El gran riesgo de los cristianos ha sido siempre pretender serlo, sin seguir a Jesús. De hecho, muchos de los que se han ido alejando de nuestras comunidades son personas a las que nadie ha ayudado a tomar la decisión de vivir siguiendo sus pasos.

          Sin embargo, ésa es la primera decisión de un cristiano. La decisión que lo cambia todo, porque es comenzar a vivir de manera nueva la adhesión a Cristo y la pertenencia a la Iglesia: encontrar, por fin, el camino, la verdad, el sentido y la razón de la religión cristiana.

          Y lo primero para tomar esa decisión es escuchar su llamada. Nadie se pone en camino tras los pasos de Jesús siguiendo su propia intuición o sus deseos de vivir un ideal. Comenzamos a seguirle cuando nos sentimos atraídos y llamados por Cristo. Por eso, la fe no consiste primordialmente en creer algo sobre Jesús sino en creerle a él.

          Cuando falta el seguimiento a Jesús, cuidado y reafirmado una y otra vez en el propio corazón y en la comunidad creyente, nuestra fe corre el riesgo de quedar reducida a una aceptación de creencias, una práctica de obligaciones religiosas y una obediencia a la disciplina de la Iglesia.

          Es fácil entonces instalarnos en la práctica religiosa, sin dejarnos cuestionar por las llamadas que Jesús nos hace desde el evangelio que escuchamos cada domingo. Jesús está dentro de esa religión, pero no nos arrastra tras sus pasos. Sin darnos cuenta, nos acostumbramos a vivir de manera rutinaria y repetitiva. Nos falta la creatividad, la renovación y la alegría de quienes viven esforzándose por seguir a Jesús.

José Antonio Pagola 

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
21 de abril de 2013
4 Pascua (C)
Juan 10, 27-30


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Mi?rcoles, 17 de abril de 2013

ZENIT  nos ofrece las palabras del santo padre , en la audiencia general del miércoles 17 de Abril de 2013 el papa, dirigidas a los  miles de fieles de muchas partes del mundo.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Credo, encontramos la afirmación de que Jesús "subió a los cielos y está sentado a la diestra del Padre". La vida terrenal de Jesús culmina con el evento de la Ascensión, que es cuando Él pasa de este mundo al Padre, y es alzado a su derecha. ¿Cuál es el significado de este evento? ¿Cuáles son las consecuencias para nuestra vida? ¿Qué significa contemplar a Jesús sentado a la diestra del Padre? Sobre esto,dejémonos guiar por el evangelista Lucas.

Partimos del momento en que Jesús decide emprender su última peregrinación a Jerusalén. San Lucas anota: "Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén" (Lc. 9,51). Mientras "asciende" a la Ciudad santa, donde se llevará a cabo su "éxodo" de esta vida, Jesús ve ya la meta, el Cielo, pero sabe bien que el camino que lo lleva de nuevo a la gloria del Padre pasa a través de la Cruz, a través de la obediencia al designio divino de amor por la humanidad. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que "la elevación en la Cruz significa y anuncia la elevación de la ascensión al cielo" (n. 661). También nosotros debemos tener claro, en nuestra vida cristiana, que entrar en la gloria de Dios exige la fidelidad cotidiana a su voluntad, incluso cuando esto requiere sacrificio, requiere a veces cambiar nuestros planes. La Ascensión de Jesús ocurre concretamente en el Monte de los Olivos, cerca del lugar donde se había retirado en oración antes de la pasión, para permanecer en profunda unión con el Padre: una vez más, vemos que la oración nos da la gracia de vivir fieles al proyecto Dios.

Al final de su evangelio, san Lucas narra el acontecimiento de la Ascensión de una manera muy sintética. Jesús llevó a los discípulos "cerca a Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de postrarse ante él, volvieron a Jerusalén con gran gozo. Y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios" (24,50-53); esto lo dice san Lucas. Quisiera destacar dos elementos de la narración. En primer lugar, durante la Ascensión Jesús cumple el gesto sacerdotal de la bendición y los discípulos seguramente expresan su fe con la postración, se arrodillan inclinando la cabeza. Este es un primer elemento importante: Jesús es el único y eterno Sacerdote, que con su pasión traspasó la muerte y el sepulcro, resucitó y ascendió a los cielos; está ante Dios Padre, donde intercede por siempre a favor nuestro (Cf. Hb. 9,24). Como afirma san Juan en su Primera Carta, Él es nuestro abogado.

¡Qué bello es escuchar esto! Cuando uno ha sido convocado por el juez o tiene un juicio, lo primero que hace es buscar a un abogado para que lo defienda. Nosotros tenemos uno que nos defiende siempre, nos defiende de las insidias del diablo, nos defiende de nosotros mismos, de nuestros pecados.

Queridos hermanos y hermanas, tenemos este abogado: ¡no tengamos miedo de acudir a él a pedir perdón, a pedir la bendición, a pedir misericordia! Él nos perdona siempre, es nuestro abogado: nos defiende siempre ¡No olviden esto! La Ascensión de Jesús al Cielo nos permite conocer esta realidad tan consoladora para nuestro camino: en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nuestra humanidad ha sido llevada ante Dios; Él nos ha abierto el camino; Él es como un guía cuando se sube a una montaña, que llegado a la cima, nos tira hacia él llevándonos a Dios. Si confiamos a Él nuestra vida, si nos dejamos guiar por Él estamos seguros de estar en buenas manos, en las manos de nuestro Salvador, de nuestro abogado.

Un segundo elemento: san Lucas menciona que los Apóstoles, después de ver a Jesús ascender al cielo, regresaron a Jerusalén "con gran alegría." Esto parece un poco extraño. Normalmente cuando nos separamos de nuestros familiares, de nuestros amigos, de una manera definitiva, y sobre todo debido a la muerte, hay en nosotros una tristeza natural, porque no vamos a ver nunca más su rostro, no vamos a escuchar su voz, no podremos disfrutar más de su afecto, de su presencia. En cambio, el evangelista destaca la profunda alegría de los Apóstoles. ¿Por qué? Porque, con la mirada de la fe, entienden que, aunque nos está ante sus ojos, Jesús permanece con ellos para siempre, no los abandona y, en la gloria del Padre, los sostiene, los guía e intercede por ellos.

San Lucas narra el hecho de la Ascensión también al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, para enfatizar que este evento es como el anillo que engancha y conecta la vida terrenal de Jesús con la de la Iglesia. Aquí san Lucas también menciona la nube que oculta a Jesús de la vista de los discípulos, los cuales permanecieron contemplando el Cristo que subía hacia Dios (cf. Hch. 1,9-10). Entonces aparecieron dos hombres vestidos de blanco, instándoles a no quedarse inmóviles. “Este Jesús que de entre ustedes ha sido llevado al cielo, volverá así tal como lo han visto marchar” (Cf. Hechos 1,10-11). Es precisamente una invitación a la contemplación del Señorío de Jesús, para tener de Él la fuerza para llevar y dar testimonio del Evangelio en la vida cotidiana: contemplar y actuar, ora et labora, nos enseña san Benito, ambas son necesarias en nuestra vida de cristianos.

Queridos hermanos y hermanas, la Ascensión no significa la ausencia de Jesús, sino que nos dice que Él está vivo entre nosotros de una manera nueva; ya no está en un preciso lugar del mundo tal como era antes de la Ascensión; ahora está en el señorío de Dios, presente en todo espacio y tiempo, junto a cada uno de nosotros. En nuestra vida nunca estamos solos: tenemos este abogado que nos espera, que nos defiende, No estamos nunca más solos: el Señor crucificado y resucitado nos guía; con nosotros hay muchos hermanos y hermanas que en el silencio y la oscuridad, en la vida familiar y laboral, en sus problemas y dificultades, en sus alegrías y esperanzas, viven cotidianamente la fe y llevan al mundo, junto con nosotros, el señorío del amor de Dios, en Cristo Jesús resucitado, subido al Cielo, nuestro abogado. Gracias.

Traducido por José Antonio Varela V.


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Martes, 16 de abril de 2013

Discurso íntegro del cardenal Rouco en la Plenaria en la CI Asamblea Plenaria del espiscopado español, Abril 2013.


Señores cardenales, arzobispos y obispos,
señor Nuncio, sacerdotes, consagrados y laicos colaboradores de esta Casa, amigos todos que nos seguís a través de los medios de comunicación, señoras y señores:

Doy cordialmente la bienvenida y las gracias a los Hermanos en el episcopado, que hacen el sacrificio de dejar por cinco días sus sedes, que cubren el mapa entero de España, para encontrarnos todos aquí, durante esta semana, en la centésimo primera Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española.

Es la tercera semana del tiempo de Pascua. Hace solo ocho días celebrábamos el domingo de la Octava, bajo el signo de la Divina Misericordia. Haciendo memoria de la liturgia de ese domingo, invocamos sobre nuestra Asamblea la gracia del Dios de misericordia infinita, para que, en esta Pascua y en este encuentro nuestro, se reanime en nosotros la fe y podamos ser instrumentos aptos del Evangelio de la misericordia en favor del Pueblo santo de Dios y de todo el mundo. Así lo deseaba ardientemente el beato Juan Pablo II al establecer la celebración de la Divina Misericordia en el segundo domingo de Pascua, y así lo propone también con renovado empeño el papa Francisco, reiterando su invocación de la misericordia en casi todas sus apariciones: desde el primer ángelus hasta el domingo pasado[1].

I Especial tiempo de gracia para la Iglesia: cambio de pontificado
Desde que, el pasado día 11 de febrero, el papa Benedicto XVI anunció su decisión de renunciar al ministerio petrino, la Iglesia ha vivido un especial tiempo de gracia, desde la nunca vista despedida pública de un papa ejerciendo su ministerio de pastor de la Iglesia universal, hasta la celebración del cónclave, en un clima de extraordinaria expectación mundial, crecida, si cabe todavía más, con la elección del papa Francisco.

1. No hay precedentes de una renuncia como la de Benedicto XVI. Pero esta mera constatación histórica, por llamativa que sea, no implica en modo alguno que el gran papa alemán haya introducido alguna ruptura en la vida de la Iglesia. La renuncia al oficio del obispo de Roma es un hecho no solo perfectamente posible desde el punto de vista teológico, sino también expresamente previsto en el ordenamiento jurídico canónico: «Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie»[2]

Al hacer uso de esta posibilidad teológica y canónica, el papa Benedicto explicó las razones que le movieron a actuar así: «En el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado»[3]

Más allá de tantas especulaciones acerca de los motivos de su renuncia, que no pasan de meros supuestos -en muchos casos claramente infundados- hay que atenerse a la limpia explicación dada por el mismo papa Benedicto. No tiene que extrañar demasiado que un anciano de ochenta y seis años, a quien hemos visto claramente disminuido en estos días en sus condiciones físicas, se considere incapaz de seguir ejerciendo el oficio de sucesor de Pedro. Él alude a las transformaciones experimentadas por el mundo y a los enormes desafíos que este presenta a la misión de la Iglesia. En efecto, tanto a causa de las condiciones objetivas de un mundo tan global e intercomunicado, que posibilita y exige a la vez atención continua a todo el orbe e incluso la presencia física en todas partes, como a causa de la perspectiva pastoral abierta por el concilio Vaticano II, que presenta al papa como testigo y maestro vivo y directo de la fe, la forma de ejercer el oficio del obispo de Roma ha experimentado en la última mitad del siglo XX, especialmente con Juan Pablo II, un cambio muy grande. Nunca hasta entonces se había visto al papa ejerciendo como liturgo en clave universal, con continuas celebraciones en Roma seguidas en tiempo real desde todo el mundo; nunca se le había visto ejercer con tanta frecuencia e implicación personal el ejercicio del magisterio y de la catequesis en esas mismas circunstancias; nunca se había visto al papa solicitado por reiterados y agotadores viajes, convocando y guiando a la Iglesia en los más variados escenarios del mundo, como acontece en el caso de las visitas pastorales a numerosas Iglesias particulares o de los Encuentros Mundiales de las Familias y de las Jornadas Mundiales de la Juventud.

En estas circunstancias tan nuevas, se comprende bien la novedad de la renuncia del papa Benedicto. No solo se comprende, sino que se admira como un gesto de excepcional virtud personal. No era fácil dar ese paso; era también un modo de permanecer junto a la cruz del ministerio, como él mismo explicó en su última audiencia pública, en la plaza de San Pedro: «Amar a la Iglesia significa también tomar decisiones difíciles (...). No abandono la cruz, permanezco de otro modo ante el Señor Crucificado»[4]. Era un gesto que implicaba la fortaleza de seguir con rectitud la propia conciencia, sin permanecer inmóvil por miedos o cálculos de ningún tipo; era un gesto que ponía de manifiesto un espíritu acostumbrado al desprendimiento, humilde y generoso, atento al bien de los demás, de la Iglesia y de toda la humanidad.

Al retirarse al silencio de la oración, expresando públicamente su obediencia al próximo papa, Benedicto XVI nos ha dejado a todos, en particular a los pastores, un ejemplo excepcional de virtud. Ha sido como una visibilización de lo que nos había enseñado de diversos modos y volvió a repetirnos en su última catequesis: «Siempre he sabido que en esa barca está el Señor, y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino suya»[5]. ¡Qué gran lección para la nueva evangelización, de la que somos instrumentos o testigos, pero no señores! Hoy, cuando los desafíos y las dificultades que el mundo presenta a la Iglesia, a sus pastores y a todos los fieles, son tan grandes -como el papa Benedicto recordaba en su Declaración del 11 de febrero- es más necesario que nunca no perder de vista esta verdad: la evangelización es una obra, ante todo del Señor mismo; es Él quien fortalece y guía a su Iglesia; es cierto: todos nosotros somos colaboradores del Evangelio, llamados por el Señor y muy queridos por Él, pero nuestras ideas y nuestros planes no son, en realidad, ni la forma ni el fondo de la evangelización, ni siquiera nosotros mismos somos indispensables.

Todo esto es lo que tratamos de explicar en el encuentro al que convocamos a los periodistas en esta Casa la tarde misma de aquel 11 de febrero. Era necesario prestar nuestra humilde colaboración para iluminar la nueva situación, tan aireada por los medios de comunicación, y para pacificar los espíritus. El encuentro me dio ocasión para leer la breve nota que había publicado por la mañana, manifestando la gratitud de todos nosotros, los obispos de España, por el impagable servicio prestado a la Iglesia por Benedicto XVI, al tiempo que expresando la pena y la filial reverencia con que acogíamos su decisión. «Estamos seguros -escribíamos- de que el Señor bendecirá el costoso paso que [el papa Benedicto] acaba de dar con gracias abundantes para el nuevo papa y para toda la Iglesia»[6].

2. El cónclave, reunido el martes 12 de marzo, fue sin duda la primera de las grandes gracias del Señor para su Iglesia tras la renuncia de Benedicto XVI. Se celebraba también en circunstancias novedosas y bajo la mirada escrutadora de prácticamente todos los medios de comunicación importantes del mundo entero. La situación de sede vacante se había producido esta vez sin el tiempo previo que las semanas o meses inmediatamente anteriores a la muerte del pontífice suelen conceder para la reflexión. A ello se añadía el ambiente de especulaciones que se creó con la renuncia del papa. Por eso, y por otros motivos, algunos pensaban, no sin cierta razón, que la elección del nuevo papa no iba a ser fácil. Sin embargo, el cónclave fue brevísimo: de solo dos días; y el papa Francisco solo necesitó una votación más que el papa Benedicto para salir elegido.

No se lo esperaban los medios de comunicación y muchos de sus comentadores. El nombre del cardenal Bergoglio no había aparecido en ninguna de sus previsiones. El efecto sorpresa, unido a la personalidad del nuevo romano pontífice, dio lugar a que el papa Francisco fuera acogido con juicios por lo general muy favorables por parte de aquellos mismos medios que no habían sido capaces de influir mínimamente en la elección del papa con sus opiniones, valoraciones y previsiones, como tampoco de dar a sus lectores una información suficientemente fundada acerca de la preparación del cónclave. Con todo, hay que agradecer el enorme esfuerzo y el extraordinario trabajo desplegado por los medios, que llevaron la imagen y el hecho de la Iglesia y del papa a la opinión pública de todo el mundo, de modo también nunca visto, como lo hizo el mismo papa Francisco en la memorable audiencia que les concedió el 16 de marzo. Hemos de dar gracias a Dios, en todo caso, por la libertad e independencia mostrada por los cardenales, al tiempo que aprovechamos la experiencia vivida sobre las virtudes y los límites de los medios en lo que se refiere a lo más íntimo y relevante de la vida de la Iglesia. Es ciertamente el Espíritu Santo quien la guía.

Muchos de los miembros de nuestra Conferencia conocimos y tratamos al papa Francisco cuando, como cardenal-arzobispo de Buenos Aires, tuvo la generosidad de venir a darnos los Ejercicios Espirituales, en enero de 2006[7]. Aquel mismo año, algunos tuvimos también la ocasión de gozar de su exquisita hospitalidad en una visita a Buenos Aires. Aquí, en Madrid, quedamos impresionados de la humildad de nuestro director de Ejercicios, al tiempo que vimos en él un jesuita poseído por el amor a la Iglesia, la Esposa de Jesucristo, y profundo conocedor del método ignaciano y del discernimiento de espíritus, que supo animarnos a largas horas de oración y adoración al Señor y a poner ante Él nuestras vidas, sacando a la luz del Amor crucificado todo lo que ha de ser sanado y enderezado en ellas, sin miedos, sin componendas.

En su sede bonaerense lo encontramos como pastor entregado en cuerpo y alma a su pueblo; como un obispo que, sin alardes ni concesiones a la opinión publicada, acompaña a sus fieles para llevarles el ungüento de la fe y del amor de Dios allí donde ellos se encuentran. Aquí y allá, siempre afable y atento, con una autenticidad que transparenta un espíritu libre, forjado en la libertad para la que Cristo nos ha liberado.

En estas primeras semanas de su pontificado lo hemos visto y oído invitando a toda la Iglesia a lo esencial. Muchos han subrayado cómo el papa Francisco apareció aquel 13 de marzo en el balcón de las bendiciones de San Pedro con una pequeña pero muy significativa novedad: orando e invitando a la oración; por su predecesor, por la Iglesia, por él mismo. El cardenal Bergoglio no se cansaba nunca de pedir que rezaran por él. Tampoco el papa se cansará de hacerlo. ¡Qué mejor augurio! El papa Benedicto nos dejó bien claro que la oración es tal vez la clave más importante para entender a fondo la figura de Jesús y el ser de la Iglesia[8].

Los días de la Semana de Pasión y de la Semana Santa le hemos oído al papa hablarnos con gran unción de lo esencial del Evangelio: que la Iglesia vive de la misericordia de Dios manifestada en la cruz y Resurrección del Señor y que su misión es llevar esa vida hasta los confines del mundo, hasta las «periferias» de la existencia humana. Que podemos vencer en la batalla de la vida cristiana y no dejarnos engañar por la amargura y la tristeza, obras del Diablo, porque la gracia del Señor es infinitamente más poderosa[9].

En la homilía de la concelebración con los cardenales nos dijo: «El mismo Pedro que ha confesado a Jesucristo, le dice: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Yo te sigo, pero ni hablar de cruz. Esto queda fuera. Te sigo con otras posibilidades, sin la cruz". Cuando caminamos con la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos a un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos; somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor»[10]. Es ponernos a los pastores, sin rodeos, ante el centro del Misterio de Cristo y de la Iglesia.

Luego, en la Misa del inicio del ministerio petrino del obispo de Roma, en la solemnidad de San José, inspirándose en el oficio de «Custodio» del patrono de la Iglesia universal, resumió con palabras sencillas y profundas el sentido de su ministerio: "Velar por Jesús, con María, velar por toda la creación, velar por toda persona -especialmente por los más pobres- velar por nosotros mismos: he aquí un servicio que el obispo de Roma está llamado a desempeñar; pero al que todos estamos llamados, para que resplandezca la estrella de la esperanza; ¡protejamos con amor lo que Dios nos ha dado!»[11]. Hay que notar que, por primera vez en la historia, había venido a Roma, para esta ocasión solemne, un patriarca de Constantinopla, Bartolomé I.
Fue muy bella la homilía de la Misa crismal, centrada en la «unción» de Cristo, simbolizada y anticipada en el ungüento que baja por barba de Aarón y alcanza los bordes de su ornamento (cf. Sal 133). La salvación de Dios ha de alcanzar, por los pastores, hasta «las periferias donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones». Después de pedirnos a todos ser «pastores con olor a oveja», el papa continuaba diciendo: «Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que somos por gracia se muestre claramente como pura gracia, en ese mar del mundo actual, donde solo vale la unción -y no la función- y resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquel de quien nos hemos fiado: Jesús»[12].

¡Qué hermosa manera de concretar espiritual y prácticamente el programa de la nueva evangelización en el que estamos empeñados! Damos gracias a Dios, porque este admirable cambio de pontificado ha sido y está siendo un momento de gracia y de presencia especial del Espíritu Santo para la Iglesia y para el mundo: desde la renuncia y despedida de Benedicto XVI hasta la elección y primeras semanas del pontificado del papa Francisco. Oremos por el papa y por la Iglesia.

II. Adelante con la nueva evangelización, en el Año de la fe
En esta Asamblea seguiremos tratando de diversas acciones previstas en el Plan Pastoral, que orienta el trabajo de la Conferencia Episcopal en orden a la dinamización de la nueva evangelización en cada una de las Iglesias diocesanas que el Señor nos ha encomendado.

1. Si Dios quiere, publicaremos un Mensaje explicando brevemente el hondo significado de la Beatificación del Año de la fe e invitando a fieles y comunidades a participar espiritualmente en ella y, a todos los que puedan, a acercarse a Tarragona, donde celebraremos esa gran fiesta el domingo 13 de octubre próximo. «Al convocar el Año de la fe -dice el vigente Plan Pastoral- el papa recuerda que "por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había transformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón de sus perseguidores". La Iglesia que peregrina en España ha sido agraciada con un gran número de estos testigos privilegiados del Señor, tan unidos a Él, que han compartido de modo muy especial su suerte, al dar la vida, unidos a su muerte salvadora.

Los mártires del siglo XX en España son un estímulo muy valioso para una profesión de fe íntegra y valerosa. También son grandes intercesores. Unos mil de ellos ha sido ya canonizados o beatificados»[13]. El próximo otoño, en el lugar y fecha mencionados, serán beatificados otro buen número de mártires de casi de toda España, previsiblemente unos quinientos. Ellos son eminentes testigos de la fe. Ese acto interdiocesano será para nosotros un hito importante del Año de la fe, cuando este ya se vaya acercando a su fin.

2. En el mismo contexto de la Tercera Parte del vigente Plan Pastoral, que subraya la «prioridad del encuentro con Cristo», viene por segunda vez a la consideración de los obispos un proyecto de catecismo destinado a niños y adolescentes, titulado Testigos del Señor, que es continuación del llamado Jesús es el Señor; este, implantado ya en casi todas las diócesis. La nueva evangelización implica profundamente a la catequesis, y esta ha de contar con el imprescindible instrumento que es el catecismo adecuado para cada etapa. «El Año de la fe -escribía el papa- deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica»[14]. Nuestra Conferencia sigue con su programa de publicar catecismos que adapten el mencionado "catecismo mayor" a las diversas edades y circunstancias; conscientes siempre de que «las dos dimensiones del acto de fe han de ser cultivadas equilibradamente en la acción catequética, si esta quiere contribuir con éxito a la transmisión de la fe: por un lado la dimensión volitiva, del amor que se adhiere a la persona de Cristo y, por otro, la dimensión intelectiva, del conocimiento que comprende la verdad del Señor»[15].

3. Naturalmente, la unión con Cristo a la que tiende la catequesis, tiene su culminación en la participación de la Mesa del Señor en la Eucaristía, la cual va íntimamente unida a la «Mesa de la Palabra». Así llama el Concilio a la proclamación litúrgica de la Sagrada Escritura, especialmente en la santa Misa. Seguimos con la preparación y aprobación de los nuevos Leccionarios del Misal Romano, renovados según la reciente traducción de la Sagrada Escritura. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. A esta Asamblea viene el Leccionario I, es decir, el dominical y festivo del Ciclo A.

4. «Existe una relación intrínseca -dice el Plan Pastoral- entre llamada a la santidad y misión evangelizadora. Todos los fieles cristianos, por el don de la vida nueva recibida en el bautismo, han recibido la vocación a una vida santa y apostólica». Viene de nuevo para su estudio un documento acerca de la vida consagrada en su relación con los pastores de la Iglesia. La llamada de todos a la santidad y al apostolado adquiere en el modo de vida de especial consagración unos acentos particulares, de especial relevancia para la nueva evangelización.

Escribiendo al prepósito general de la Compañía de Jesús, lo ponía de relieve recientemente el papa Francisco con unas palabras sencillas que, con las debidas adaptaciones, podrían entenderse como referidas a todos los consagrados: «Pido al Señor que ilumine y acompañe a todos los jesuitas, de modo que, fieles al carisma recibido y tras las huellas de los santos de nuestra amada Orden, puedan ser con la acción pastoral, pero sobre todo, con el testimonio de una vida enteramente entregada al servicio de la Iglesia, Esposa de Cristo, fermento evangélico en el mundo, buscando infatigablemente la gloria de Dios y el bien de las almas»[16].


III. Graves problemas del presente y responsabilidad de los católicos
1. Lamentablemente hemos de constatar que los problemas sociales a los que nos referíamos en la inauguración de la última Asamblea Plenaria siguen vivos. Persiste la crisis económica con su cortejo de paro -especialmente de desempleo juvenil- y de falta de medios para hacer frente a los compromisos contraídos en la adquisición de viviendas o a la debida atención a los ancianos y a los emigrantes. Persiste la desprotección legal del derecho a la vida de los que van a nacer y persiste una legislación sobre el matrimonio gravemente injusta. Persiste la ausencia de protección adecuada para la familia y la natalidad, en especial, para las familias numerosas. La calidad de la enseñanza sigue dejando mucho que se desear, siendo así que de ella depende en tan gran medida el futuro de la sociedad.

Los pasos dados en estos meses hacia la resolución de estos graves problemas resultan todavía muy insuficientes. En particular, no es fácil entender que todavía no se cuente ni siquiera con un anteproyecto de Ley que permita una protección eficaz del derecho a la vida de aquellos seres humanos inocentes que no por hallarse en las primeros estadios de su existencia dejan de gozar de ese básico derecho fundamental. Durante los años de vigencia de la actual legislación, que se basa en el absurdo ético y jurídico de que existe un derecho de alguien a quitarles la vida a los seres humanos que van a nacer, en contra de lo que falazmente se había afirmado, el número de abortos ha seguido creciendo hasta alcanzar cifras escalofriantes[17]. Es urgente la reforma en profundidad de la legislación vigente. Se ha de poner coto cuanto antes a este sangrante problema social de primer orden. No solo con medidas jurídicas proporcionadas a los bienes que se hallan en juego, sino también mediante la protección de la maternidad y el fomento de la natalidad. ¡España envejece y se debilita! Pero aunque no fuera así, una conciencia moral y cívica madura no puede permanecer impasible ante la conculcación legalmente amparada del derecho a la vida de un solo ser humano.

Hemos de reiterar también que es urgente la reforma de nuestra legislación sobre el matrimonio. No se trata de privar a nadie de sus derechos, ni tampoco de ninguna invasión legal del ámbito de las opciones íntimas personales. Se trata de restituir a todos los españoles el derecho de ser expresamente reconocidos por la ley como esposo o esposa; se trata de recuperar una definición legal de matrimonio que no ignore la especificidad de una de las instituciones más decisivas para la vida social; se trata de proteger adecuadamente un derecho tan básico de los niños como es el de tener una clara relación de filiación con un padre y una madre, o el de ser educados con seguridad jurídica como posibles futuros esposas o esposos. El legislador, también después de la sentencia del Tribunal Constitucional a este respecto, es libre de legislar de modo justo reconociendo esos derechos de los ciudadanos y, en particular, de los niños. No se trata de algo que supuestamente afectara solo a la vida privada de las personas. Está en cuestión la estructuración básica de la vida social. Sobre el gobierno y el legislador recae en este campo una grave responsabilidad propia y cierta, que no puede ser transferida ni eludida.

Se espera todavía una legislación más justa en lo que se refiere a la libertad de enseñanza y, en concreto, al efectivo ejercicio del derecho fundamental que asiste a los padres en la elección de la formación ética y religiosa que desean para sus hijos. El deterioro progresivo de la situación a este respecto, junto con la imposición de materias impregnadas de relativismo e ideología de género -imposición vulneradora del mencionado derecho fundamental- constituye, sin duda, una de las razones básicas del deterioro de la enseñanza en general y de que buena parte de la juventud se halle tan carente de la formación humana necesaria para afrontar con éxito la vida personal, laboral, social y política.

2. Ante la difícil situación económica por la que atravesamos, las tensiones sociales no parecen disminuir. Es verdad que la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos siguen mostrando un admirable espíritu cívico que se muestra en la disposición a asumir sacrificios y a colaborar en la solución de los problemas que sufren las administraciones públicas, las empresas y las familias. Sin embargo, es necesario vigilar para que el delicado equilibrio de la paz social no sufra graves alteraciones que tendrían consecuencias negativas para todos. En particular, hemos de estar atentos a que no padezcan detrimento los bienes de la reconciliación, la unidad y la primacía del derecho, que se han podido tutelar en estos años de un modo suficiente, al amparo de las instituciones y mecanismos previstos en la Constitución de 1978, y con notable beneficio para el bien común. Nadie debería aprovechar las dificultades reales por las que atraviesan las personas y los grupos sociales para perseguir ningún fin particular, por legítimo que fuere, que perdiera de vista los mencionados bienes superiores. Menos aún se podrá tolerar que tales conductas particularistas fueran realizadas por medios contrarios a los derechos fundamentales de nadie y a la legalidad vigente.

Los responsables de la acción política y social han de mantener el espíritu de lealtad, concordia y respeto de la ley -de la ley civil y de la ley moral- sin los cuales su insustituible aportación al bien común quedaría en entredicho. Los medios de comunicación han de ser fieles a la verdad de las cosas, sin ceder a la tentación de acentuar los problemas o de azuzar las diferencias, que una visión poco veraz y poco generosa podría alimentar en ellos, presionados tal vez por las dificultades económicas de las que también son víctimas. Los agentes de la vida económica en el mundo de las finanzas y de la empresa, pero también todos los ciudadanos, en cuanto tenemos responsabilidades económicas, deben ser conscientes de que es el momento de ajustar las conductas a un modo de vida acorde con nuestras verdaderas posibilidades, huyendo de la codicia y de la ambición desmedida, actuando siempre de acuerdo con los imperativos de la honradez y de la auténtica solidaridad.

Una de las formas de responder a la vocación cristiana y a la llamada universal a la santidad, particularmente en el caso de los fieles laicos, es la de la participación en la acción social y política. Hay incluso santos canonizados cuya principal actividad en el mundo ha consistido precisamente en una generosa dedicación a las actividades sociales, políticas y de gobierno. En este campo, la Iglesia declara que no es tarea suya formular soluciones concretas -y menos todavía soluciones técnicas- para los problemas de orden temporal. Por eso, es legítimo el pluralismo social y político entre los católicos. Sin embargo, el pluralismo legítimo no debe ser confundido con el relativismo. «La legítima pluralidad de opciones temporales mantiene íntegra la matriz de la que proviene el compromiso de los católicos en la política, que hace referencia directa a la doctrina moral y social cristiana. Los laicos católicos están obligados a confrontarse siempre con esa enseñanza para tener la certeza de que la propia participación en la vida política esté caracterizada por una coherente responsabilidad hacia las realidades temporales»[18].

Más en concreto, hay que recordar que «cuando la acción política tiene que ver con principios morales que no admiten derogaciones, excepciones o compromiso alguno, es cuando el empeño de los católicos se hace más evidente y cargado de responsabilidad»[19].

Naturalmente, la acción social y política no es el único medio por el que los católicos ejercitan la caridad social, es decir, la acción que brota de su compromiso de fe en favor del bien común. También se ejerce la caridad social a través del ejercicio honrado y laborioso del propio trabajo o profesión, de los deberes para con la familia y de la solidaridad práctica con los más desfavorecidos. En este último campo hemos de agradecer una vez más el trabajo de los voluntarios que dedican su tiempo a las obras por las que diversas instituciones de la Iglesia asisten a los necesitados y a los más afectados por al crisis, en primer lugar, en las diversas Cáritas parroquiales y diocesanas, así como en la federación de estas en Cáritas española; pero son muchas otras las instituciones de servicio de la caridad que promueven los miembros de la vida consagrada, las hermandades, cofradías, etc. Los obispos en sus sedes, presidentes natos de las Cáritas diocesanas y los párrocos, que lo son igualmente de Cáritas parroquial, trabajan y exhortan a todos a trabajar y colaborar con esta institución oficial de la Iglesia y con las demás que se dedican también a procurar la ayuda inmediata que se presta a los hermanos como al Señor mismo.

Conclusión
Vienen también a esta Asamblea las intenciones que nuestra Conferencia ha de confiar al Apostolado de la Oración para el próximo año. El papa Francisco es, sin duda, quien hoy nos recuerda de un modo más autorizado la necesidad de la oración en nuestra vocación personal y para el éxito de la nueva evangelización. Agradecemos su oración, de modo especial, a las comunidades contemplativas; la oración incesante de tantas comunidades ante Jesús sacramentado; la oración de las familias que rezan y alaban juntas al Señor; la oración de los jóvenes, que se preparan para la Jornada Mundial a la que el papa les ha convocado, después de Madrid, en Río de Janeiro; la oración de los enfermos y de los niños. Les encomendamos de nuevo a todos que oren por el papa y por la Iglesia; que oren por los gobernantes y por los que sufren las consecuencias de la crisis moral y económica; que oren por la unidad y la concordia en nuestra patria y por la paz en el mundo entero.
Ponemos en manos de la Virgen María nuestro trabajo de estos días. Que ella nos alcance de su Hijo la inmensa gracia de ser pastores del Pueblo santo de Dios, según el Corazón de Cristo. Muchas gracias.


Emmo y Rvdmo. Sr. D. Antonio Rouco Varela
Cardenal Arzobispo de Madrid y
Presidente de la Conferencia Episcopal Española

[1] Cf. papa Francisco, Ángelus del domingo 17 de marzo de 2013: «el cardenal Kasper dice que oír misericordia -esta palabra- lo cambia todo. Es lo mejor que podemos oír: cambia el mundo... Necesitamos comprender bien esta misericordia de Dios». Se refería el papa al libro: W. Kasper, La misericordia, clave del Evangelio y de la vida cristiana (2012), Santander 2013, en el que el cardenal y teólogo, inspirado por Juan XXIII, Juan Pablo II y Benedicto XVI, desarrolla el tema de la «cultura de la misericordia» como respuesta propia de la Iglesia al inmisericorde modo de vida dominante en el mundo occidental contemporáneo. Cf. también: papa Francisco, Mensaje "urbi et orbi", del domingo de Pascua, 31 de marzo; Alocución del "Regina Caeli" del lunes de Pascua, 1 de abril; y Homilía del Domingo de la octava de Pascua, el 7 de abril.
[2] Código de Derecho Canónico, canon 332, 2.
[3] Benedicto XVI, Declaratio del 11 de febrero de 2013.
[4] Benedicto XVI, Catequesis en la audiencia general del miércoles 27 de febrero de 2013.
[5] Ibíd.
[6] El presidente de la Conferencia Episcopal Española, Nota de agradecimiento al Santo Padre Benedicto XVI, 11 de febrero de 2013.
[7] Cf. Jorge Mario Bergoglio (papa Francisco), En Él solo la esperanza. Ejercicios Espirituales a los obispos españoles (15 al 22 de enero de 2006), BAC, Madrid 2013.
[8] Cf., por ejemplo, Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, II: «La oración sacerdotal de Jesús», 95ss, etc.
[9] Cf. papa Francisco, Discurso al Colegio Cardenalicio, el 15 de marzo de 2013.
[10] Papa Francisco, Homilía en la misa "Pro ecclesia", concelebrada con los cardenales en la Capilla Sixtina, el 14 de marzo de 2013.
[11] Papa Francisco, Homilía en la Misa del inicio del ministerio petrino del obispo de Roma, en la solemnidad de San José, el 19 de marzo de 2013.
[12] Papa Francisco, Homilía en la santa Misa crismal, el 28 de marzo de 2012.
[13] XCIX Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, La nueva evangelización desde la Palabra de Dios: "Por tu Palabra echaré las redes" (Lc 5, 5), Plan Pastoral 2011-2015 (26 de abril de 2012), n. 26. La cita del papa es de: Benedicto XVI, carta apostólica Porta fidei (11 de octubre de 2011), n. 13.
[14] Benedicto XVI, carta apostólica Porta fidei, n. 11, citado en: XCIX Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, La nueva evangelización desde la Palabra de Dios: "Por tu Palabra echaré las redes" (Lc 5, 5), Plan Pastoral 2011-2015(26 de abril de 2012), n. 25.
[15] XCIX Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, La nueva evangelización desde la Palabra de Dios: "Por tu Palabra echaré las redes" (Lc 5, 5), Plan Pastoral 2011-2015 (26 de abril de 2012), n. 25.
[16] Papa Francisco, Carta al prepósito general de la Compañía de Jesús, padre Adolfo Nicolás Pachón, 16 de marzo de 2013.
[17] No se ha quebrado la dramática línea ascendente del número de abortos, que en los últimos diez años ha crecido en un 70%, pasando de 69.857 en 2001 a 118.359 en 2011. Desde 1985 hasta 2011 los abortos contabilizados han sido casi 1.700.000, exactamente 1.693.366.
[18] Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, 24 de noviembre de 2002, n. 3.
[19] Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, 24 de noviembre de 2002, n. 4. Se mencionan aquí entre las acciones que tienen que ver con tales principios las referentes al aborto y la eutanasia; la protección del embrión humano; la tutela y promoción de la familia basada en el matrimonio entre un varón y una mujer; la tutela de los menores y la liberación de las víctimas de las modernas formas de esclavitud (por ejemplo de la droga y de la prostitución); la justa tutela del derecho de libertad religiosa; y el desarrollo de una economía al servicio de la persona, según los principios de subsidariedad y solidaridad.


Publicado por verdenaranja @ 23:31  | Hablan los obispos
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Lunes, 15 de abril de 2013

IV DOMINGO DE PASCUA

JORNADA MUNDIAL DE ORACION POR LAS VOCACIONES 2013

Subsidio litúrgico para el monitor

ANTIFONA DE ENTRADA

Reunido el pueblo, el sacerdote con los ministros va al altar, mientras se entona el canto de entrada. Si no hay canto de entrada, los fieles, o algunos de ellos, o un lector, recitarán la antífona de entrada (Sal 32, 5-6):

La misericordia del Senor llena la tierra, la palabra del Señor hizo el cielo. Aleluya.

MONICION DE ENTRADA

Tras el saludo inicial del sacerdote, el diácono, u otro ministro idóneo, hace la siguiente monición sobre el sentido de la jornada:

Nos reunimos fraternalmente para celebrar la fiesta de la Eucaristía, en este tiempo Pascual en el que proclamamos con gozo la certeza de que Jesús ha resucitado y se manifiesta en nuestra comunidad.

Desde hace algunos anos, en este día, cuarto domingo del tiempo pascual, celebramos en toda la Iglesia la Jornada Mundial de oración por las Vocaciones, de modo particular, a la vida consagrada y al sacerdocio ministerial. El tema que anima este ano la Jornada es: “Las vocaciones, don de la caridad de Dios”.

A la luz de la Palabra de Dios, que nos invitara a celebrar con gratitud a Cristo, Buen Pastor y Piedra angular de nuestra vida, en quien hemos sido hechos hijos de Dios, hagamos oración en esta fiesta por el regalo amoroso que hemos recibido de nuestra vocación y por el regalo que nos sigue haciendo de la vocación consagrada y sacerdotal.

Dispongamos el corazón e iniciemos nuestra celebración, trayendo a la memoria la historia de muchos hombres y mujeres que, siguiendo a Jesús, conocen y dan la vida al pueblo de Dios, que somos Iglesia de Jesús.

MONICION A LA PRIMERA LECTURA

En la primera lectura vemos como Pablo y Bernabé llevan la Buena Noticia del Evangelio a todas las naciones. La Buena Noticia de Jesús tenía que anunciarse primero a los judíos, pero la salvación de Dios alcanza a toda la tierra y no puede quedarse en un grupo. Pablo y Bernabé, a pesar de las dificultades, anuncian el evangelio a los gentiles, pues saben que Jesús es la Luz y la Salvación del mundo.

MONICION A LA SEGUNDA LECTURA

En esta segunda lectura vemos que el Cordero es el Pastor y que el rebano son todos los pueblos del mundo. Jesús es el pastor que ha entregado su vida por las ovejas para que estas tengan vida en abundancia.

Jesús nos invita a vivir la vida entregándola y a anunciar la alegría del Evangelio. MONICION AL EVANGELIO

Entre el pastor y las ovejas se establece una relación muy especial. El pastor conoce a cada oveja por su nombre y la oveja reconoce la voz del pastor y le siguen. Jesús es el Buen Pastor que nos llama por nuestro nombre, nos conoce personalmente y nos conduce a la plenitud de la vida, si queremos caminar con El.

ORACION UNIVERSAL

 Por los pastores de la Iglesia, por el Papa, los obispos, los presbíteros y diáconos, para que les fortalezcas en su tarea de acompañar y alentar la vida de fe de los creyentes. Roguemos al Señor.

_. Te rogamos, óyenos.

 Por la Iglesia, por la comunidad de creyentes, para que el testimonio vivo y comprometido de sus miembros contagie la alegría del seguimiento a Jesús. Roguemos al Señor.

_. Te rogamos, óyenos.

 Por los lideres, gobernantes y dirigentes de todos los países, para que, en este momento de crisis mundial - económica, social, moral, espiritual…-, sus decisiones estén orientadas a promover un mundo más justo y humano en el que todas las personas sean tenidas en cuenta sin exclusión. Roguemos al Señor.

 Por todas aquellas personas que pasan por situaciones de sufrimiento, enfermedad, guerra, conflicto…; para que sientan la fortaleza y el consuelo de Dios a través del cuidado y cercanía de quienes seguimos a Jesús. Roguemos al Señor.

_. Te rogamos, óyenos.

 Te suplicamos, Señor, que sigas llamando a más trabajadores a tu mies, desde el ministerio sacerdotal y la vida consagrada, para que con su vida anuncien la alegría del Evangelio, aviven la fe de los creyentes y cuiden de la vida en los lugares donde está amenazada. Roguemos al Señor.

_. Te rogamos, óyenos.


Publicado por verdenaranja @ 23:14  | Liturgia
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ZENIT   nos  ofrece el texto de la homilía del papa Francisco en la misa de su primera visita a la basílica de San Pablo Extramuros, el domingo 15 de Abril de 2013.

Queridos Hermanos y Hermanas:

Me alegra celebrar la Eucaristía con ustedes en esta Basílica. Saludo al Arcipreste, el Cardenal James Harvey, y le agradezco las palabras que me ha dirigido; junto a él, saludo y doy las gracias a las diversas instituciones que forman parte de esta Basílica, y a todos vosotros. Estamos sobre la tumba de san Pablo, un humilde y gran Apóstol del Señor, que lo ha anunciado con la palabra, ha dado testimonio de él con el martirio y lo ha adorado con todo el corazón. Estos son precisamente los tres verbos sobre los que quisiera reflexionar a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado: anunciar, dar testimonio, adorar.

En la Primera Lectura llama la atención la fuerza de Pedro y los demás Apóstoles. Al mandato de permanecer en silencio, de no seguir enseñando en el nombre de Jesús, de no anunciar más su mensaje, ellos responden claramente: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Y no los detiene ni siquiera el ser azotados, ultrajados y encarcelados. Pedro y los Apóstoles anuncian con audacia, con parresia, aquello que han recibido, el Evangelio de Jesús. Y nosotros, ¿somos capaces de llevar la Palabra de Dios a nuestros ambientes de vida? ¿Sabemos hablar de Cristo, de lo que representa para nosotros, en familia, con los que forman parte de nuestra vida cotidiana? La fe nace de la escucha, y se refuerza con el anuncio.

Pero demos un paso más: el anuncio de Pedro y de los Apóstoles no consiste sólo en palabras, sino que la fidelidad a Cristo entra en su vida, que queda transformada, recibe una nueva dirección, y es precisamente con su vida con la que dan testimonio de la fe y del anuncio de Cristo. En el Evangelio, Jesús pide a Pedro por tres veces que apaciente su grey, y que la apaciente con su amor, y le anuncia: «Cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras» (Jn 21,18). Esta es una palabra dirigida a nosotros, los Pastores: no se puede apacentar el rebaño de Dios si no se acepta ser llevados por la voluntad de Dios incluso donde no queremos, si no hay disponibilidad para dar testimonio de Cristo con la entrega de nosotros mismos, sin reservas, sin cálculos, a veces a costa incluso de nuestra vida. Pero esto vale para todos: el Evangelio ha de ser anunciado y testimoniado. Cada uno debería preguntarse: ¿Cómo doy yo testimonio de Cristo con mi fe? ¿Tengo el valor de Pedro y los otros Apóstoles de pensar, decidir y vivir como cristiano, obedeciendo a Dios? Es verdad que el testimonio de la fe tiene muchas formas, como en un gran mural hay variedad de colores y de matices; pero todos son importantes, incluso los que no destacan. En el gran designio de Dios, cada detalle es importante, también el pequeño y humilde testimonio tuyo y mío, también ese escondido de quien vive con sencillez su fe en lo cotidiano de las relaciones de familia, de trabajo, de amistad. Hay santos del cada día, los santos «ocultos», una especie de «clase media de la santidad», como decía un escritor francés, esa «clase media de la santidad» de la que todos podemos formar parte. Pero en diversas partes del mundo hay también quien sufre, como Pedro y los Apóstoles, a causa del Evangelio; hay quien entrega la propia vida por permanecer fiel a Cristo, con un testimonio marcado con el precio de su sangre. Recordémoslo bien todos: no se puede anunciar el Evangelio de Jesús sin el testimonio concreto de la vida. Quien nos escucha y nos ve, debe poder leer en nuestros actos eso mismo que oye en nuestros labios, y dar gloria a Dios. Me viene ahora a la memoria un consejo que San Francisco de Asís daba a sus hermanos: predicad el Evangelio y, si fuese necesario, también con las palabras. Predicar con la vida: el testimonio. La incoherencia de los fieles y los Pastores entre lo que dicen y lo que hacen, entre la palabra y el modo de vivir, mina la credibilidad de la Iglesia.

Pero todo esto solamente es posible si reconocemos a Jesucristo, porque es él quien nos ha llamado, nos ha invitado a recorrer su camino, nos ha elegido. Anunciar y dar testimonio es posible únicamente si estamos junto a él, justamente como Pedro, Juan y los otros discípulos estaban en torno a Jesús resucitado, como dice el pasaje del Evangelio de hoy; hay una cercanía cotidiana con él, y ellos saben muy bien quién es, lo conocen. El Evangelista subraya que «ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor» (Jn 21,12). Y esto es un punto importante para nosotros: vivir una relación intensa con Jesús, una intimidad de diálogo y de vida, de tal manera que lo reconozcamos como «el Señor». ¡Adorarlo! El pasaje del Apocalipsis que hemos escuchado nos habla de la adoración: miríadas de ángeles, todas las criaturas, los vivientes, los ancianos, se postran en adoración ante el Trono de Dios y el Cordero inmolado, que es Cristo, a quien se debe alabanza, honor y gloria (cf. Ap 5,11-14). Quisiera que nos hiciéramos todos una pregunta: Tú, yo, ¿adoramos al Señor? ¿Acudimos a Dios sólo para pedir, para agradecer, o nos dirigimos a él también para adorarlo? Pero, entonces, ¿qué quiere decir adorar a Dios? Significa aprender a estar con él, a pararse a dialogar con él, sintiendo que su presencia es la más verdadera, la más buena, la más importante de todas. Cada uno de nosotros, en la propia vida, de manera consciente y tal vez a veces sin darse cuenta, tiene un orden muy preciso de las cosas consideradas más o menos importantes. Adorar al Señor quiere decir darle a él el lugar que le corresponde; adorar al Señor quiere decir afirmar, creer – pero no simplemente de palabra – que únicamente él guía verdaderamente nuestra vida; adorar al Señor quiere decir que estamos convencidos ante él de que es el único Dios, el Dios de nuestra vida, el Dios de nuestra historia.

Esto tiene una consecuencia en nuestra vida: despojarnos de tantos ídolos, pequeños o grandes, que tenemos, y en los cuales nos refugiamos, en los cuales buscamos y tantas veces ponemos nuestra seguridad. Son ídolos que a menudo mantenemos bien escondidos; pueden ser la ambición, el “carrerismo”, el gusto del éxito, el poner en el centro a uno mismo, la tendencia a estar por encima de los otros, la pretensión de ser los únicos amos de nuestra vida, algún pecado al que estamos apegados, y muchos otros. Esta tarde quisiera que resonase una pregunta en el corazón de cada uno, y que respondiéramos a ella con sinceridad: ¿He pensado en qué ídolo oculto tengo en mi vida que me impide adorar al Señor? Adorar es despojarse de nuestros ídolos, también de esos más recónditos, y escoger al Señor como centro, como vía maestra de nuestra vida.

Queridos hermanos y hermanas, el Señor nos llama cada día a seguirlo con valentía y fidelidad; nos ha concedido el gran don de elegirnos como discípulos suyos; nos invita a proclamarlo con gozo como el Resucitado, pero nos pide que lo hagamos con la palabra y el testimonio de nuestra vida en lo cotidiano. El Señor es el único, el único Dios de nuestra vida, y nos invita a despojarnos de tantos ídolos y a adorarle sólo a él. Anunciar, dar testimonio, adorar. Que la Santísima Virgen María y el Apóstol Pablo nos ayuden en este camino, e intercedan por nosotros. Así sea.


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Domingo, 14 de abril de 2013

Texto completo de la alocución del Papa a los miembros de la Comisión Bíblica reciobidos el 12 de ABril de 2013.

Venerado Hermano, queridos miembros de la Pontificia Comisión Bíblica:

Me alegra acogerlos al término de su Asamblea plenaria anual. Agradezco al Presidente, el Arzobispo Gerhard Ludwig Müller, sus palabras de saludo y la concisa exposición del tema que ha sido objeto de atenta reflexión en el curso de sus trabajos. Se han reunido nuevamente para profundizar un argumento muy importante: la inspiración y la verdad de la Biblia. Se trata de un tema que atañe no sólo a cada creyente, sino a la Iglesia entera, puesto que la vida y la misión de la Iglesia se fundan en la Palabra de Dios, que es alma de la teología y, al mismo tiempo, inspiradora de toda la existencia cristiana.

Como sabemos, las Sagradas Escrituras son el testimonio en forma escrita, de la Palabra divina, el memorial canónico que atestigua el evento de la Revelación. La Palabra de Dios, por tanto, precede y excede la Biblia. Por esta razón nuestra fe no tiene en el centro sólo un libro, sino una historia de salvación y, sobre todo, a una Persona, Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne. Precisamente porque el horizonte de la Palabra divina abraza y se extiende más allá de la Escritura, para comprenderla adecuadamente es necesaria la constante presencia del Espíritu Santo que "guía toda la verdad" (Jn 16, 13). Es necesario colocarse en la corriente de la gran Tradición que, bajo la asistencia del Espíritu Santo y la guía del Magisterio, ha reconocido los escritos canónicos como Palabra que Dios dirige a su pueblo y jamás ha dejado de meditarlos y de descubrir sus inagotables riquezas. El Concilio Vaticano II lo reafirmó con gran claridad en la Constitución dogmática Dei Verbum: "Por que todo lo que se refiere a la interpretación de la Sagrada Escritura, está sometido en última instancia a la Iglesia, que tiene el mandato y el ministerio divino de conservar y de interpretar la Palabra de Dios" (n. 12).

Como nos recuerda también la mencionada Constitución conciliar, existe una unidad inseparable entre la Sagrada Escritura y la Tradición, porque ambas provienen de una misma fuente: "Así, pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma divina fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es la Palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la Sagrada Tradición transmite íntegramente a los sucesores de los Apóstoles la Palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo para que, con la luz del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y la difundan con su predicación; de donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad" (Ibíd., 9).

Se desprende por tanto que el exégeta debe estar atento a percibir la Palabra de Dios presente en los textos bíblicos colocándolo dentro de la misma fe de la Iglesia. La interpretación de las Sagradas Escrituras no puede ser sólo un esfuerzo científico individual, sino que debe ser siempre confrontada, inserida y autenticada por la tradición viva de la Iglesia. Esta norma es decisiva para precisar la correcta y recíproca relación entre la exégesis y el Magisterio de la Iglesia. Los textos inspirados por Dios han sido confiados a la Comunidad de los creyentes, a la Iglesia de Cristo, para alimentar la fe y guiar la vida de la caridad. El respeto de esta naturaleza profunda de las Escrituras condiciona la misma validez y la eficacia de la hermenéutica bíblica. Esto comporta la insuficiencia de toda interpretación subjetiva o sencillamente limitada a un análisis incapaz de acoger en sí ese sentido global que en el curso de los siglos ha constituido la Tradición del entero Pueblo de Dios, que "in credendo falli nequit" (Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 12).

Queridos Hermanos, deseo concluir mi intervención formulando a todos ustedes mi agradecimiento y animándolos en su valioso trabajo. Que el Señor Jesucristo, Verbo de Dios encarnado y divino Maestro que ha abierto la mente y el corazón de sus discípulos a la inteligencia de las Escrituras (Cfr. Lc 24, 45), guíe y sostenga siempre su actividad. Que la Virgen María, modelo de docilidad y obediencia a la Palabra de Dios, les enseñe a acoger plenamente la riqueza inagotable de la Sagrada Escritura no sólo a través de la investigación intelectual, sino en la oración y en toda su vida de creyentes, sobre todo en este Año de la fe, a fin de que su trabajo contribuya a hacer resplandecer la luz de la Sagrada Escritura en el corazón de los fieles. Deseándoles una fructuosa continuación de sus actividades, invoco sobre ustedes la luz del Espíritu Santo e imparto a todos mi Bendición Apostólica.


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ZENIT nos ofrece el habitual artículo de monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS

El papa Francisco y Aparecida

Por Felipe Arizmendi Esquivel

  

SITUACIONES

En sus primeras intervenciones, el nuevo Papa ha hecho significativas insistencias. Unos las consideran como el inicio de una ruptura con el pasado eclesial; yo pienso que son el reflejo de la sensibilidad latinoamericana, fruto de la exigencia postconciliar, que se empieza a asumir en Medellín, de esforzarnos por ser una Iglesia más sencilla y servidora, más cercana al pueblo.

El Papa ha insistido en la centralidad de Jesucristo, y éste crucificado; en la urgencia de salir y ser más misioneros; en la necesidad de ser una Iglesia pobre y para los pobres; en cuidar la creación. En esto, está en perfecta continuidad con Benedicto XVI, Juan Pablo II y demás papas. Cambia el estilo, no el fondo.

En sus palabras, he recordado varios pasajes de nuestro documento de Aparecida, donde el cardenal Bergoglio convivió durante tres semanas con quienes allí laboramos, presidiendo la Comisión Central de Redacción, junto con el cardenal Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga y Mons. Carlos Aguiar Retes. Fueron la columna vertebral que concentró nuestras aportaciones, para que llegáramos a una redacción final ampliamente consensuada.

ILUMINACION

El Papa ha hablado varias veces de la centralidad de Cristo. Al respecto, decimos en Aparecida: “Nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad. A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (12). “Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado” (18).

El Papa nos está lanzando a salir hacia las periferias existenciales. En Aparecida se dice: “Redescubramos la belleza y la alegría de ser cristianos. Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias. Éste es el mejor servicio –¡su servicio!– que la Iglesia tiene que ofrecer a las personas y naciones” (14). “La misión es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo” (145).

El Papa ha dicho que quiere una Iglesia pobre y para los pobres. En Aparecida se dice: “La opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza. Esta opción nace de nuestra fe en Jesucristo, el Dios hecho hombre, que se ha hecho nuestro hermano” (392). “Nos comprometemos a trabajar para que nuestra Iglesia siga siendo, con mayor ahínco, compañera de camino de nuestros hermanos más pobres, incluso hasta el martirio” (396).

El Papa ha pedido lo que urge Aparecida: “Evangelizar a nuestros pueblos para descubrir el don de la creación, sabiéndola contemplar y cuidar como casa de todos los seres vivos y matriz de la vida del planeta, a fin de ejercitar responsablemente el señorío humano sobre la tierra y los recursos, para que pueda rendir todos sus frutos en su destinación universal, educando para un estilo de vida de sobriedad y austeridad solidarias” (474).

COMPROMISOS

El Papa no puede lograr, él solo, los cambios que el Evangelio y los tiempos actuales requieren. Analicemos cada quién qué nos corresponde, y seamos esa Iglesia que Jesucristo anhela.


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ZENIT nos ofrece las palabras del papa al introducir la oración del mariana Regina Cæli el domingo 14 de Abril de 2013.  

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!:

Querría detenerme brevemente en la página de los Hechos de los Apóstoles que se lee en la Liturgia de este tercer domingo de Pascua. Este texto refiere que la primera predicación de los apóstoles en Jerusalén llenó la ciudad de la noticia de que Jesús verdaderamente había resucitado, según las Escrituras, y era el Mesías anunciado por los profetas. Los sumos sacerdotes y los jefes de la ciudad trataron de truncar nada más nacer a la comunidad de los creyentes en Cristo e hicieron apresar a los apóstoles, ordenándoles que no enseñaran más en su nombre. Pero Pedro y los otros Once respondieron: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús… lo ha elevado a su derecha como cabeza y salvador… Y de estos hechos somos tesigos nosotros y el Espíritu Santo" (Hechos 5,29-32). Entonces hicieron flagelar a los apóstoles y les ordenaron de nuevo que no hablaran más en el nombre de Jesús. Y ellos se fueron, como dice la Escritura, "contentos de haber sido juzgados dignos de sufrir ultrajes en el nombre de Jesús" (v. 41).

Yo me pregunto: ¿dónde encontraban los primeros discípulos la fuerza para este testimonio suyo? No solo: de dónde les venían la alegría y el coraje del anuncio, a pesar de los obstáculos y los malos tratos? No olvidemos que los apóstoles eran personas sencillas, no eran escribas, doctores de la ley, ni pertenecientes a la clase sacerdotal. ¿Cómo pudieron, con sus límites y perseguidos por las autoridades, llenar Jerusalén con su enseñanza (cfr Hechos 5,28)? Está claro que solo la presencia con ellos del Señor Resucitado y la acción del Espíritu Santo pueden explicar este hecho. El Señor que estaba con ellos y el Espíritu que les impulsaba a la predicación explican este hecho extraordinario. Su fe se basaba en una experiencia tan fuerte y personal de Cristo muerto y resucitado, que no tenían miedo de nada ni de nadie, e incluso veían las persecuciones como un motivo de honor, que les permitía seguir las huellas de Jesús y asemejarse a El, testimoniando con la vida.

Esta historia de la primera comunidad cristiana nos dice una cosa muy importante, que vale para la Iglesia de todos los tiempos, también para nosotros: cuando una persona conoce verdaderamente a Jesucristo y cree en El, experimenta su presencia en la vida y la fuerza de su Resurrección, y no puede dejar de comunicar esta experiencia. Y si esta persona encuentra incomprensiones o adversidades, se comporta como Jesús en su Pasión: responde con el amor y con la fuerza de la verdad.

Rezando juntos el Regina Caeli, pidamos la ayuda de María Santísima para que la Iglesia en todo el mundo anuncie con franqueza y coraje la Resurrección del Señor y dé válido testimonio de ella con signos de amor fraterno. El amor fraterno es el testimonio más cercano que podemos dar de que Jesús está con nosotros vivo, que Jesús ha resucitado. Oremos en modo particular por los cristianos que sufren persecución; en este tiempo hay tantos cristianos que sufren persecución, tantos, tantos, en tantos países: recemos por ellos, con amor, desde nuestro corazón. Que sientan la presencia viva y confortadora del Señor Resucitado.

Después de algunos saludos particulares, el papa deseó: "¡A todos vosotros buen domingo y buen almuerzo!"

Traducido del italiano por Nieves San Martín


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ZENIT  nos ofrece el comentario al evangelio del III Domingo de Pascua (Juan 21,1-19), de monseñor Faustimo Armendáriz, obispo de Querétaro, México.

Jesús nos acompaña en esas horas grises que a muchos nos abruman

Por Faustino Armendáriz Jiménez

El evangelio de hoy nos describe una nueva aparición de Cristo resucitado a sus discípulos y donde el evangelista describe la acción clave de la Iglesia, la evangelización; lo hace en tres momentos: la pesca milagrosa, la comida a orillas del lago y el diálogo con Pedro.

El domingo pasado leímos la narración de la aparición de Jesús en el cenáculo, con rasgos más celestiales; aquí, en la playa del mar de Galilea aparece un Jesús más humano, metido en los quehaceres ordinarios y preocupado de sus amigos que no tienen qué desayunar después de una noche extenuante y de fracaso, porque, como, expertos pescadores, habían lanzado las redes a los cuatro puntos cardinales y no habían pescado nada. Es Jesús que nos acompaña en esas horas grises que a muchos nos abruman. En los quehaceres del hogar, de la oficina, de las fábricas, de las minas… El que recibe las palabras, las súplicas y los sentimientos de nuestras gastadas oraciones. Un Jesús que vive y que nos ofrece lo que necesitamos en el momento justo y en toda circunstancia.

En esta narración de la pesca milagrosa el evangelista ha querido describir toda la tarea evangelizadora de la Iglesia; en la Barca se encuentran siete discípulos, algunos de los Doce, y que quieren significar que la tarea de la evangelización es una responsabilidad de toda la comunidad, hoy de todos los bautizados.

Esta tarea se tendrá que hacer incluso en las circunstancias más difíciles, tema que se aborda con la ubicación de la pesca en el Mar de Tiberiades, (nombre pagano del mar) y que hace alusión al mundo hostil en que se ha de llevar a cabo la misión; sin embargo los discípulos misioneros nunca estarán solos, porque allí está Jesús en la orilla que prepara la comida, la Eucaristía, alimento cotidiano del seguidor de Jesús para fortalecerse en esta labor que tiene que ser infatigable.

En esta labor misionera de la evangelización, los discípulos reconocen la voz del Señor que a ellos se dirige en el mandato misionero, y que les señala el camino para recoger una pesca abundante. Por ello les ordena que echen la red a la derecha. Es allí, en la abundancia de los frutos que recogen, donde se percatan con claridad que es el Señor resucitado que les acompaña.

Por ello, en la tarea de la Misión Permanente no tenemos margen para el pesimismo o para el fracaso, sino que tenemos la seguridad de resultados abundantes; es la Palabra de Dios la que nos dice cómo y dónde tirar las redes siempre. El fruto de la misión depende de la escucha y práctica de la Palabra de Jesús, la cual es el alimento, junto con la Eucaristía, para quien quiera lanzarse al mar, a afrontar los desafíos de la olas encrespadas que amenazan, pero no podrán evitar que la pesca se realice.

“Señor, como los discípulos, creemos que somos incapaces, pero contigo la vida se vuelve fecunda, la pesca se hace posible, la misión se lleva a cabo, porque tú estás allí para alimentarnos, para impulsar y custodiar la barca, tu barca”.


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Viernes, 12 de abril de 2013

Reflexión a las lecturas del domingo tercero de Pascua ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR".

Domingo 3º de Pascua C 

        En las apariciones de Cristo Resucitado  constatamos el interés que tiene el Señor de que los discípulos tengan la certeza, más allá de toda duda, de que Él ha resucitado y está vivo, de que todo eso estaba ya anunciado y que había que darlo a conocer en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra”. (Hch 1, 8).

        El Evangelio de este domingo nos presenta la tercera aparición de Jesucristo resucitado a los discípulos, que están iniciando su vida normal después de aquellos acontecimientos... En medio de la pesca, descubren la presencia de Cristo resucitado.  Ellos conocen, como nadie, el lago, han pescado toda la noche y ahora, de repente, y por indicación de un desconocido, se llenan las redes de peces. ¿Cómo es esto posible? ¿Qué ha pasado?  “¡Es el Señor!” dice Juan, el más clarividente de todos.

        Y es importante observar que durante la comida, “ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor”.

        Se ha cumplido, por tanto, el primer objetivo de las apariciones:  llevar al ánimo abatido de los discípulos la certeza de que el Señor había resucitado.

        Aquella comida es signo de la Eucaristía, el gran banquete de la Iglesia, y en el que “pregustamos y tomamos parte” del Banquete del Cielo, que nos presenta  Juan  en la segunda lectura.

Dice S. Jerónimo que 153 eran los peces conocidos entonces. Y  es posible que pueda  ser en  Juan,  un signo de la universalidad de la Iglesia, a la que todos  estamos llamados.

Y la Iglesia tendrá como cabeza visible a Pedro que, después de la comida, es examinado sobre el amor y confirmado en la misión que el Señor le había anunciado. ¡Hasta ese punto le perdona el Señor!

En la primera lectura comprobamos cómo se está cumpliendo también el tercer objetivo: dar testimonio en todas partes de Cristo resucitado con la luz y la fuerza del Espíritu Santo. En efecto, los apóstoles se presentan ante el Sanedrín como testigos de la Resurrección. Y formulan lo que nosotros conocemos como “la objeción de conciencia”: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Y, una vez azotados, “salen contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”.

        Y es particularmente importante lo que les dice el Sumo Sacerdote: “Habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre”.

        Queridos amigos: en nuestro tiempo en el que urge por todas partes el anuncio de esta Buena Noticia, sería muy importante retener esta expresión (“habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza”) y considerar hasta que punto es una realidad o no, en nuestros pueblos y ciudades.

¡Feliz Domingo! ¡Feliz día del Señor!


Publicado por verdenaranja @ 23:26  | Espiritualidad
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DOMINGO III DE PASCUA C  

MONICIONES

 

PRIMERA LECTURA

        El convencimiento firme de la Resurrección del Señor y la acción del Espíritu Santo constituyen la explicación de la valentía de los apóstoles para anunciar que Cristo había resucitado.

 

SEGUNDA LECTURA

        En la segunda Lectura S. Juan nos presenta, en medio del lenguaje propio del libro del Apocalipsis, la gloria y la alabanza que Jesús vivo, resucitado, recibe en el Cielo.

 

TERCERA  LECTURA

        En el Evangelio escuchamos lo que sucede en la tercera aparición de Jesucristo resucitado a los discípulos.

Pero antes de escuchar el Evangelio, proclamemos la alegría de este tiempo de Pascua con el canto del aleluya.

 

COMUNIÓN

        En la Comunión recibimos al mismo Cristo que fortaleció la fe de sus discípulos en su Resurrección.

        Que El nos dé la luz y la fortaleza que necesitamos para ser mensajeros convincentes e incansables de su Resurrección con palabras y obras.

 

 


Publicado por verdenaranja @ 23:21  | Liturgia
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El DEPARTAMENTO DE COMUNICACIÓN del Obispado de Tenerife nos participa las noticias generadas durante la última seman en la diócesis.

38201. La Laguna. Tenerife.
Tfno.922-25 86 40/ Extensión 8
e-mail: [email protected]

Boletín 512 

LAS NOTICIAS AMPLIADAS PUEDEN VERLAS ENTRANDO EN NUESTRO BLOG. Textos, sonidos, e imágenes los tienen en: http://www.comunicacionobispadodetenerife.blogspot.com/ 

El próximo sábado 13 de abril, a las11:00horas, en la Santa Iglesia Catedral, serán ordenados diáconos: Flavio Juan de Armas Hernández (parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, La Laguna) y David Socas Díaz (parroquia de Nuestra Señora de Candelaria, Icod de los Vinos).  

El 14 de abril en el municipio de Vallehermoso, se celebrará el Encuentro Insular de Pascua de La Gomera. En este tiempo que celebramos el Año de la fe, se ha querido desarrollar el encuentro en este enclave ya que la fe entró a la isla colombina en1412 através de lo que era el pescante de esta localidad. Las actividades previstas comenzarán a partir de las10:00horas. Además, se podrán desarrollar diferentes talleres, se celebrará la Eucaristía y se compartirá la mesa. El encuentro finalizará sobre las16:00horas. Todo ello bajo el lema “Después de 600 años, es el Señor”. 

Entre el ocho y el once de abril, el Hogar Escuela de la capital tinerfeña acoge las sextas jornadas de formación en la fe y en la acción pastoral que organiza la vicaría de Santa Cruz de Tenerife. La oferta contiene cinco talleres, a saber: la fe vivida y celebrada; la misa sencillamente: la vida como vocación; para entender el Concilio Vaticano II; y la relación pastoral de ayuda. El horario de las jornadas es de19.30a21.30horas. 

El domingo 14 de abril, a las11:00horas, en la Plaza de España, en Los Llanos de Aridane, se celebrará la Misa de la Coronación de la Virgen de Las Angustias. Una Eucaristía que estará presidida por el Obispo. Esta Coronación Canónica de la venerada imagen tiene lugar tras 500 años de fe y devoción a la Virgen María Madre de Dios. Ese mismo día, también se celebrará la Eucaristía a las19:00horas. Tras la misma, se desarrollará la procesión de la Coronación con la venerada imagen de la Virgen por las calles de la ciudad. 

El XXII Congreso "Diálogo Fe-Cultura" organizado por el Instituto de Teología Islas Canarias, tendrá lugar entre el 22 y el 26 de abril y abordará el tema: “Dios y la Ciencia”. El Paraninfo de la Universidad de La Laguna acogerá la sesión inaugural del congreso el 22 de abril, a las18:00horas. Tras la acogida y la presentación de las jornadas, el profesor Karl Willard disertará sobre “Dios y los oráculos de la ciencia”. 

La tradicional Rogativa de la Virgen de la Encarnación en Adeje tendrá lugar este domingo 14 de abril. La comitiva partirá a las9:00h., desde la iglesia de Santa Úrsula hasta llegar a la ermita de San Sebastián en La Calera, lugar que fue el primer hogar de la venerada imagen. Este acto se celebra todos los años, coincidiendo con el segundo domingo de la Pascua de Resurrección, y con él, la población del municipio cumple una vez más la promesa que hizo hace más de 300 años a la patrona. 

El 12 de abril todos los jóvenes están invitados a celebrar la Pascua. Para ello varios puntos de la Diócesis desarrollan vigilias. En la parroquia de Santa Isabel de Portugal, en El fraile será a las20:00horas. En La Orotava será a la misma hora, en la iglesia de San Diego de Alcalá. Por su parte, el colegio de las Dominicas de Vistabella acogerá otra vigilia de pascua con jóvenes a las20:30horas. 

También el 19 de abril, a las21:00horas en la parroquia de Santa Bárbara, en Icod de los Vinos, se celebrará una Vigilia Arciprestal de Pascua. 

Recordamos que la edición digital de la revista "Iglesia Nivariense" se puede leer entrando en www.obispadodetenerife.es y clicando en el icono de la columna de la derecha. Además, si lo prefieres puedes hacerlo también entrando en www.slideshare.net y poniendo en el buscador: "Iglesia Nivariense". En este mes de abril, la revista aborda, entre otras cuestiones, un especial sobre el Papa Francisco. 

El próximo 24 de abril, a las19h,tendrá lugar la concelebración solemne de la Eucaristía en el E.R. Cueva del Santo Hermano Pedro, presidida por el Obispo. Previamente, del día 15 al 23, tendrá lugar la celebración del Novenario en este mismo lugar, en el que tras el rezo de la Novena todos los días, tendrá lugar la celebración de la Eucaristía, ofrecida por las parroquias del Arciprestazgo de Granadilla.  

Asimismo, el sábado 20 de abril, tendrá lugar, por la mañana, la octava peregrinación desde Vilaflor hasta la Cueva, donde el Obispo presidirá también la eucaristía a la13:00horas. El ayuntamiento de Granadilla de Abona ha previsto un servicio de guaguas desde la Cueva hasta Vilaflor para los peregrinos que pueden inscribirse desde el 8 al 12 de abril en el Servicio de Atención al Ciudadano del Ayuntamiento.  

Por su parte, en la parroquia de Vilaflor, el día principal de la fiesta, en honor al Santo, será el domingo 28 de abril, con la misa a las cinco de la tarde y la posterior procesión, con la imagen del Santo Hermano Pedro, por las calles del casco del pueblo. 

La Conferencia Episcopal Española ha puesto en marcha la Campaña por la Vida 2013, que tiene como lema “Este soy yo… humano desde el principio”. En la línea de campañas anteriores, como por ejemplo “Es un tú en ti” o “Siempre hay una razón para vivir”, se ha creado un micrositio web (www.estesoyyo.com, que estará redireccionado con www.humanodesdeelprincipio.com). Allí se pueden ver todos los materiales y un vídeo en el que diferentes personas anónimas  cuentan quiénes son ellos. En el mismo se invita a participar en un original concurso. Más información en www.estesoyyo.com

Con motivo de la Campaña de la Renta 2012, Cáritas pone en marcha la campaña “Un gesto multiplica la ayuda”. La campaña informa sobre la posibilidad de marcar conjuntamente las casillas “Iglesia Católica” y “Fines Sociales” en tu declaración de la Renta. De este modo, estarás destinando un 0,7 % de tu cuota íntegra a “La Iglesia Católica” y, además, un 0,7 % a “Fines Sociales”. Si tu declaración es "a devolver" no se restará ningún porcentaje de esa cantidad y si es "a pagar" no te supondrá ningún incremento. 

El 28 de abril se celebra el Día de las Vocaciones Nativas. Este año bajo el lema: “Señal de Esperanza”. Todo el material para preparar y celebrar esta jornada se puede encontrar entrando en www.omp.es 

Durante los días 19, 20 y 21 de abril se desarrollará en la Casa de Espiritualidad Nuestra Señora de La Candelaria, en Santa Cruz de Tenerife, un cursillo sobre la asertividad impartido por la doctora en Psicología, Trine Nordby, el filósofo y teólogo, Guillermo Santomé y el teólogo y experto en counsellin, Aurelio Feliciano. El precio de la matrícula es de 30 Euros y para más información se puede llamar al número de teléfono: 922.222.440. 

Las organizaciones católicas de cooperación de la Diócesis de Tenerife han invitado a quien lo desee a la Vigilia de oración que tendrá lugar el próximo jueves, 18 de abril a las20:15horas, en la parroquia de la Cruz del Señor, en Santa Cruz de Tenerife. Una invitación en este Año de la fe para orar, reflexionar y compartir el servicio eclesial en el campo de la cooperación internacional. 

La artista Ángela Carrasco presentará el domingo 14 de abril, la iniciativa “Artistas por la cultura de la vida”. Será en el Real Casino de Santa Cruz, a las12:00horas. 

El próximo día 25 de abril las parroquias de San Roque en El Roque y San Esteban en Las Zocas, cumplirán su décimo aniversario desde que fueran creadas parroquias por parte del obispo Don Felipe Fernández. 

El cantautor cristiano Migueli ofrecerá un concierto en el colegio de las Dominicas de Vistabella, en La Laguna, el 30 de abril, a las19:30horas. Además, Migueli recorrerá varios colegios durante el 29 y el 30 de abril para compartir con los jóvenes su canto y su testimonio. Se trata de una iniciativa impulsada por la CONFER. 

El salón de plenos del Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma acoge el 11 de abril, a las20:00horas, la presentación del libro “Juan Bautista Cervera, de franciscano descalzo a obispo ilustrado” del investigador Julio Sánchez Rodríguez. Un acto enmarcado en el programa de actividades de la Real Sociedad Económica de Amigos del País en La Palma. 

El pasado Domingo II de Pascua, en el E.R. de la Cueva del Santo Hermano Pedro, la Pascua fue solemnizada, por primera vez, en este lugar, con un concierto de música sacra, a cargo del cuarteto de saxofones Ventus Quartet, dirigido por D. Guillermo Massanet. Los músicos integrantes de este grupo granadillero, hicieron una ambientación para la misa de la Octava de Pascua, que se celebró a continuación. 

Los consejos de los Scouts Católicos de Canarias y el consejo interdiocesano, se reunieron en Gran Canaria para valorar la marcha del curso así como para revisar el estado del censo de las diferentes asociaciones. Asimismo, se establecieron las próximas actividades a desarrollar. 


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Jueves, 11 de abril de 2013

Comentario al evangelio del Tercer Domingo de Pascua/C por Jesús Álvarez SSP (Zenit.org)

Echar las redes en nombre de Jesús

Por Jesús Álvarez SSP

“Estaban reunidos Simón Pedro, Tomás el Mellizo, Natanael de Caná de Galilea, los hijos del Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar». Contestaron: «Vamos también nosotros contigo». Salieron, pues, y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba parado en la orilla, pero los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo que comer?» Le contestaron: «Nada». Entonces Jesús les dijo: «Echen la red a la derecha y encontrarán pesca». Echaron la red, y no tenían fuerzas para recogerla por la gran cantidad de peces. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Simón Pedro: «¡Es el Señor!» Apenas Pedro oyó decir que era el Señor, se puso la ropa, pues estaba sin nada, y se echó al agua. Al bajar a tierra, encontraron fuego encendido, pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: «Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar»”. (Jn. 21,1-19).

Esta es una de las veces que Jesús resucitado se aparece a los apóstoles en el período de cuarenta días antes de la Ascensión. Todavía no tienen claro qué deben hacer, y Jesús no les da ninguna indicación. Por eso algunos vuelven a su oficio de pescadores, con Pedro a la cabeza, ya reconocido como guía del grupo.

Jesús aprovecha el fracaso en la faena para darles --y darnos--, una grande y decisiva lección, que les había dado ya de palabra: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí no pueden hacer nada”.

La unión entre los miembros de la Iglesia en torno a Pedro, es indispensable; pero solamente la presencia del Resucitado y la unión vital con él, produce frutos de vida eterna.

Cuando falta esta unión amorosa con Jesús resucitado presente, la catequesis, la predicación y la evangelización no llevan al encuentro con Cristo, sino más bien lleva al alejamiento de Él. ¡Tremenda responsabilidad!

Jesús les había preparado algo para desayunar; pero pide a los discípulos la colaboración humana con su obra divina de la salvación. ¡Gran honor y noble responsabilidad que nos alcanza a todos!

La acogida de Jesús resucitado presente y actuante es absolutamente indispensable para que sea fecunda la vida y la misión de los discípulos. Sin unión afectiva y efectiva con él es inevitable el fracaso evangelizador.

Solo Él puede dar fuerza salvífica a nuestra vida y obras. Nosotros solos no podemos salvar a nadie; pero Él nos pide colaboración para salvarnos y salvar a muchos otros.

Otra grande y decisiva lección se la da Jesús a Pedro, que se fía demasiado de sus fuerzas,  de su saber y de su lealtad a Cristo: le da a entender que solo quien ama a Jesús con humildad, puede ser constituido guía de sus hermanos para enseñarles a amar y a ser humildes seguidores del Maestro.

Necesitamos mentalizarnos a fondo de que la eficacia salvífica de toda obra evangelizadora, catequística, pastoral o misionera, solo puede darse si es fruto de la unión y del amor real a Jesús y a los hombres, por quienes él se encarnó, trabajó, murió, resucitó y subió al cielo.


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Mi?rcoles, 10 de abril de 2013

ZENIT  nos ofrece las palabras del papa en su audiencia general del miércoles 10 de Abril de 2013.  

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!:

En la última Catequesis, nos hemos centrado en el acontecimiento de la Resurrección de Jesús, en el que las mujeres tuvieron un rol particular. Hoy me gustaría reflexionar sobre su significado salvífico. ¿Qué significa la Resurrección para nuestra vida? ¿Y por qué sin ella es vana nuestra fe? Nuestra fe se basa en la muerte y resurrección de Cristo, así como una casa construida sobre los cimientos: si estos ceden, se derrumba toda la casa.

En la cruz, Jesús se ofreció a sí mismo tomando sobre sí nuestros pecados y, descendiendo al abismo de la muerte, es con la Resurrección que la vence, la pone a un lado y nos abre el camino para renacer a una nueva vida. San Pedro lo expresa brevemente al comienzo de su Primera carta, como hemos escuchado: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien por su gran misericordia, mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible" (1, 3-4).

El Apóstol nos dice que con la resurrección de Jesús llega algo nuevo: somos liberados de la esclavitud del pecado y nos volvemos hijos de Dios, somos engendrados por lo tanto a una vida nueva. ¿Cuando se realiza esto para nosotros? En el Sacramento del Bautismo. En la antigüedad, este se recibía normalmente por inmersión. El que sería bautizado, bajaba a una bañera grande del Baptisterio, dejando sus ropas, y el obispo o el presbítero le vertía por tres veces el agua sobre la cabeza, bautizándolo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

A continuación, el bautizado salía de la bañera y se ponía un vestido nuevo, que era blanco: había nacido así a una vida nueva, sumergiéndose en la muerte y resurrección de Cristo. Se había convertido en hijo de Dios. San Pablo en la Carta a los Romanos dice: "Ustedes han recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar:" ¡Abbá, Padre!" (Rm. 8,15).

Es el mismo Espíritu que hemos recibido en el bautismo que nos enseña, nos impulsa a decir a Dios: "Padre", o más bien, " Abbá", que significa "padre". Así es nuestro Dios, es un padre para nosotros. El Espíritu Santo suscita en nosotros esta nueva condición de hijos de Dios. Y esto es el mejor regalo que recibimos del Misterio Pascual de Jesús. Es Dios que nos trata como hijos, nos comprende, nos perdona, nos abraza, nos ama aún cuando cometemos errores. Ya en el Antiguo Testamento, el profeta Isaías dice que aunque una madre pueda olvidarse del hijo, Dios nunca nos olvida, en ningún momento (cf. 49,15). ¡Y esto es hermoso!

Sin embargo, esta relación filial con Dios no es como un tesoro que guardamos en un rincón de nuestras vidas, sino que debe crecer, debe ser alimentado cada día por la escucha de la Palabra de Dios, la oración, la participación en los sacramentos, especialmente de la Penitencia y de la Eucaristía, y de la caridad. ¡Podemos vivir como hijos!

Y esta es nuestra dignidad --tenemos la dignidad de hijos. ¡Comportémonos como verdaderos hijos! Esto significa que cada día debemos dejar que Cristo nos transforme y nos haga semejantes a Él; significa tratar de vivir como cristianos, tratar de seguirlo, a pesar de nuestras limitaciones y debilidades. La tentación de dejar a Dios a un lado para ponernos al centro nosotros, siempre está a la puerta y la experiencia del pecado daña nuestra vida cristiana, nuestra condición de hijos de Dios.

Por eso debemos tener la valentía de la fe y no dejarnos llevar por la mentalidad que nos dice: "Dios no es necesario, no es importante para ti", y otras cosas más. Es justamente lo contrario: solo comportándonos como hijos de Dios, sin desanimarnos por nuestras caídas, por nuestros pecados, sentiéndonos amados por Él, nuestra vida será nueva, inspirados en la serenidad y en la alegría. ¡Dios es nuestra fuerza! ¡Dios es nuestra esperanza!

Queridos hermanos y hermanas, antes que nada debemos tener bien firme esta esperanza, y debemos ser un signo visible, claro y brillante para todos. El Señor resucitado es la esperanza que no falla, que no defrauda (cf. Rm. 5,5). La esperanza no defrauda. ¡Aquella del Señor! ¡Cuántas veces en nuestra vida las esperanzas se desvanecen, cuántas veces las expectativas que llevamos en nuestro corazón no se realizan! La esperanza de nosotros los cristianos es fuerte, segura y sólida en esta tierra, donde Dios nos ha llamado a caminar, y está abierta a la eternidad, porque está fundada en Dios, que es siempre fiel.

No hay que olvidarlo: Dios es siempre fiel; Dios es siempre fiel a nosotros. Estar resucitados con Cristo por el bautismo, con el don de la fe, para una herencia que no se corrompe, nos lleva a buscar aún más las cosas de Dios, a pensar más en Él, a rezarle más. Ser cristiano no se reduce a seguir órdenes, sino que significa estar en Cristo, pensar como él, actuar como él, amar como Él; es dejar que él tome posesión de nuestra vida y que la cambie, la transforme, la libere de las tinieblas del mal y del pecado.

Queridos hermanos y hermanas, a los que nos piden razones de la esperanza que está en nosotros (cf. 1 P. 3,15), señalemos al Cristo Resucitado. Señalémoslo con la proclamación de la Palabra, pero sobre todo con nuestra vida de resucitados. ¡Mostremos la alegría de ser hijos de Dios, la libertad que nos da al vivir en Cristo, que es la verdadera libertad, la que nos salva de la esclavitud del mal, del pecado y de la muerte!

Miremos a la Patria celeste, tendremos una nueva luz y fuerza aún en nuestras obligaciones y en el esfuerzo cotidiano. Es un valioso servicio que le debemos dar a nuestro mundo, que a menudo ya no puede mirar a lo alto, que no es capaz de elevar la mirada hacia Dios.

Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.


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ZENIT reproduce el texto completode los obispos del Uruguay, a través del Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal Uruguaya,  alertando sobre los riesgos de una nueva ley que afectaría los principios del matrimonio.

DEFENDIENDO LA FAMILIA Y EL MATRIMONIO, GANAMOS TODOS

1. El Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal del Uruguay manifiesta su interés a la vez que su preocupación ante la inminente aprobación de la ley llamada de “matrimonio igualitario”, con todas sus implicancias. Se ha creado una confusión que tal vez escape a muchos sectores de nuestra sociedad, por lo que definir con la mayor claridad los valores que están en tela de juicio es una urgencia y bien mayor para todos. No cuestionamos la buena voluntad e intento de búsqueda de una mayor justicia por parte de nuestros legisladores, pero insistimos en la gravedad y consecuencias de lo que está en juego, más allá de lo que aparenta. Hemos manifestado siempre el debido respeto y apreciación por el trabajo legislativo, colaborando con las Comisiones respectivas siempre que fuimos invitados o solicitando ser escuchados, tanto como Conferencia Episcopal como a través de laicos cristianos especialistas en la materia.

2. Como lo afirmábamos hace menos de cinco meses respecto de la aprobación de la ley llamada de “interrupción voluntaria del embarazo”, entendemos que esta ley es un nuevo retroceso para nuestro ordenamiento jurídico, que ha fundado su existencia en el respeto y la defensa de la institución familiar, base constitucional de nuestra sociedad, núcleo de amor y solidaridad recíprocos, y abierta a la generación de la vida en su seno.

3. Quedó claro desde los comienzos que el objetivo perseguido no era la protección efectiva de los derechos de parejas homosexuales, ya regulada por ley, y con la existencia de proyectos alternativos de “uniones civiles” o similares que los aumentaban aún más, sino el asimilar estas situaciones de hecho al matrimonio. Llamar de manera igual a realidades desiguales, so pretexto de igualdad, no es justicia sino asimilaciones inconsistentes que sólo harán que se debilite todavía más el matrimonio. Constatar una diferencia real no es discriminar. Pretender “igualar” todo y todos, sin tomar en cuenta la realidad y los principios éticos y morales que la rigen, es equivalente a masificar, despersonalizar.

4. A los ojos de la razón, y con el loable propósito de una igualdad para todos y todas, más la justa reivindicación de combatir al máximo las discriminaciones en nuestra sociedad, se legisla siguiendo modelos provenientes del extranjero, a nuestro juicio sin el debido análisis antropológico y sin profundizar las consecuencias que las alteraciones legales conllevan para el conjunto de la sociedad uruguaya en el tema de la familia.

5. Consideramos que esta ley pone en riesgo derechos tan fundamentales como los del niño, que corre el riesgo de convertirse en un objeto, especialmente cuando se plantea la adopción plena como un derecho de todos los matrimonios, sin tener en cuenta que debe primar el interés del propio niño de crecer, en lo posible, con una clara referencia materna y paterna.

6. Nos vemos pues obligados a reiterar, mutatis mutandis, las mismas consideraciones que hacíamos respecto de la ley del aborto: no por haber sido aprobada esta ley es moralmente buena. La moralidad de los actos no depende de las leyes humanas. Recordamos el deber y el derecho de seguir las obligaciones de la ley natural inscritas en la propia conciencia.

7. No escapa a nadie que este tipo de leyes se está imponiendo en muchas partes del mundo, y podríamos interrogarnos sobre las razones de tal simultaneidad. Es por eso que quisiéramos terminar con las palabras que el actual Papa Francisco escribía a las Hermanas Carmelitas de Buenos Aires cuando todavía era arzobispo de Buenos Aires, poco tiempo antes de la aprobación de una ley similar en el vecino país:

“El pueblo argentino deberá afrontar, en las próximas semanas, una situación cuyo resultado puede herir gravemente a la familia. Se trata del proyecto de ley sobre matrimonio de personas del mismo sexo. Aquí está en juego la identidad y la supervivencia de la familia: papá, mamá e hijos. Está en juego la vida de tantos niños que serán discriminados de antemano privándolos de la maduración humana que Dios quiso se diera con un padre y una madre. Está en juego un rechazo frontal a la ley de Dios, grabada además en nuestros corazones.” (22 de junio de 2010).

8. Como declaraba el Papa Pablo VI en su célebre discurso ante la ONU, el 4 de octubre de 1965, la Iglesia se precia de ser “experta en humanidad”. Es por eso que es su deber acompañar con cercanía y afecto a toda persona que se acerque, de cualquier condición, y proponerle el ideal de vida que es la Buena Noticia de Jesús. Y es también nuestro deber como Obispos enseñar la doctrina y predicar el Evangelio a “tiempo y destiempo” (2 Timoteo 4,2). Invitamos una vez más a todas las mujeres y hombres uruguayos a unirnos en el esfuerzo en pro de una sociedad más justa y fraterna, en donde los valores del Evangelio puedan florecer en las familias y las futuras generaciones encontrar allí razones de fe y esperanza.

+ Carlos Collazzi, Obispo de Mercedes,
Presidente de la CEU

+ Rodolfo Wirz, Obispo de Maldonado-Punta del Este
Vicepresidente de la CEU

+ Heriberto Bodeant, Obispo de Melo
Secretario General de la CEU

Montevideo, 8 de abril de 2013


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Domingo, 07 de abril de 2013

ZENIT  nos ofrece las palabras del papa Francisco después de rezar el Regina Caeli desde la ventana de su estudio, dirigidas a los varios miles de personas presentes en la plaza de San Pedro, el domingo 7 de ABril de 2013.

¡Queridos hermanos y hermanas!

¡Buen día! En este domingo en el que concluye la octava de pascua, les renuevo mis mejores deseos de pascua con las mismas palabras de Jesús Resucitado: ¡Paz a ustedes!. No es un saludo y tampoco un simple deseo: es un don, más aún, un don precioso que Cristo le ofrece a sus discípulos después de haber pasado a través de la muerte y del infierno.

Nos da la paz, como había prometido: “Les dejo la paz, les doy mi paz. No como la da el mundo, yo la doy a ustedes”. Esta paz es el fruto de la victoria del amor de Dios sobre el mal, es el fruto del perdón. Y es exactamente así: la verdadera paz, aquella profunda, viene de la experiencia que uno tiene de la misericordia de Dios.

Hoy es el domingo de la Divina Misericordia -por voluntad del beato Juan Pablo II- que cerró los ojos en este mundo justamente en la vigilia de dicha fecha.

El Evangelio de Juan nos refiere que Jesús se apareció dos veces a los apóstoles reunidos en el Cenáculo: la primera, la noche misma de la Resurrección, cuando no estaba Tomás, quien dijo: si no veo y no toco, no creo.

La segunda vez, ocho días después, estaba también Tomás. Y Jesús se dirigió justamente a él, lo invitó a mirar las heridas y a tocarlas. Y Tomás exclamó: ¡Señor mío y Dios mío!.

Jesús entonces dijo: Porque me has visto tú has creído; ¡bienaventurados quienes no me han visto y han creído!.

¿Y quiénes eran estos que habían creído sin ver? Otros discípulos, otros hombres y mujeres de Jerusalén, que mismo no habiendo encontrado a Jesús resucitado, creyeron en el testimonio de los apóstoles y de las mujeres.

Esta es una palabra muy importante sobre la fe, podemos llamarla la bienaventuranza de la fe. Beatos aquellos que no vieron y creyeron, esta es la bienaventuranza de la fe.

En cada tiempo y lugar son bienaventurados quienes, a través de la palabra de Dios, proclamada en la Iglesia y testimoniada por los cristianos, creen que Jesucristo es el amor de Dios encarnado, la misericordia encarnada. ¡Y esto vale para cada uno de nosotros!

A los apóstoles Jesús les donó, junto con su paz, el Espíritu Santo, para que pudieran difundir en el mundo el perdón de los pecados, aquel perdón que solamente Dios puede dar, y que ha costado la Sangre del Hijo.

La Iglesia es mandada por Cristo resucitado a transmitir a los hombres la remisión de los pecados, para así hacer crecer el reino del amor, sembrar la paz en los corazones, para que se afirme también en la relaciones, en la sociedad y en las instituciones.

Y el Espíritu de Cristo Resucitado expulsa el miedo del corazón de los apóstoles, los empuja a salir del Cenáculo para llevar el Evangelio. ¡Tengamos también nosotros más coraje de dar testimonio de la fe en Cristo Resucitado! ¡No debemos tener miedo de ser cristianos y de vivir como cristianos!

!Nosotros debemos tener este coraje de ir y anunciar a Cristo resucitado, porque Él es nuestra paz. Él ha traído la paz con su amor, con su perdón, con su sangre y con su misericordia!

Queridos amigos. Hoy por la tarde celebraré la eucaristía en la basílica de San Juan de Letrán, que es la catedral del obispo de Roma. Recemos junto a la Virgen María para que nos ayude, obispo y pueblo, a caminar en la fe y en la caridad.

Confiando siempre en la misericordia del Señor, porque Él siempre nos espera, nos ama, nos ha perdonado con su sangre y nos perdona cada vez que vamos a Él a pedir perdón. Tengamos confianza en su misericordia.

Después de haber rezado el Regina Coeli

Dirijo un cordial saludo a los peregrinos que han participado a la misa presidida por el cardenal vicario de Roma en la iglesia de Santo Spirito in Sassia, centro de devoción a la Divina Misericordia. ¡Queridos hermanos y hermanas, sean mensajeros de la misericordia de Dios!

Tengo la también alegría de saludar a los numerosos miembros de movimientos y asociaciones presentes en este momento de oración, en particular a la comunidad neocatecumenal de Roma, que inicia hoy una misión especial en las plazas de la ciudad. E invito a todos a llevar la Buena Noticia, en cada ambiente de vida, con dulzura y respeto.

¡Vayan a las plazas y anuncien a Jesucristo nuestro salvador!

Saludo a todos los jóvenes y muchachos presentes, en particular a los alumnos del College Sain Jean de Passy de París y a los de la Escuela Giuseppe Mazzini de Marsala, como al grupo de administrantes de Taranto.

Saludo al Coro de la Basílica di Collemaggio, del Aquila; a los fieles de Campoverde de Aprilia, Verolanuova y Valentano, y a la comunidad de Scout Foulard Bianchi.

¡El Señor les bendiga y buen almuerzo!


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ZENIT nos ofrece las palabras del papa en la homilía de la misa en San Juan de Letrán, en la que tuvo lugar la ceremonia de toma de posesión de la cátedra del obispo de Roma, el domingo 7 de Abril de 2013.

Queridos hermanos y hermanas:

Con gran alegría celebro por primera vez la Eucaristía en esta Basílica Lateranense, catedral del Obispo de Roma. Saludo con sumo afecto al cardenal vicario, a los obispos auxiliares, al presbiterio diocesano, a los diáconos, a las religiosas y religiosos y a todos los fieles laicos.

Caminemos juntos a la luz del Señor resucitado. Celebramos hoy el segundo domingo de pascua, también llamado «de la Divina Misericordia». Qué hermosa es esta realidad de fe para nuestra vida: la misericordia de Dios. Un amor tan grande, tan profundo el que Dios nos tiene, un amor que no decae, que siempre aferra nuestra mano y nos sostiene, nos levanta, nos guía.

En el Evangelio de hoy, el apóstol Tomás experimenta precisamente esta misericordia de Dios, que tiene un rostro concreto, el de Jesús, el de Jesús resucitado. Tomás no se fía de lo que dicen los otros apóstoles: «Hemos visto el Señor»; no le basta la promesa de Jesús, que había anunciado: el tercer día resucitaré.

Quiere ver, quiere meter su mano en la señal de los clavos y del costado. ¿Cuál es la reacción de Jesús? La paciencia: Jesús no abandona al terco Tomás en su incredulidad; le da una semana de tiempo, no le cierra la puerta, espera. Y Tomás reconoce su propia pobreza, la poca fe: «Señor mío y Dios mío»: con esta invocación simple, pero llena de fe, responde a la paciencia de Jesús. Se deja envolver por la misericordia divina, la ve ante sí, en las heridas de las manos y de los pies, en el costado abierto, y recobra la confianza: es un hombre nuevo, ya no es incrédulo sino creyente.

Y recordemos también a Pedro: que tres veces reniega de Jesús precisamente cuando debía estar más cerca de él; y cuando toca el fondo encuentra la mirada de Jesús que, con paciencia, sin palabras, le dice: «Pedro, no tengas miedo de tu debilidad, confía en mí»; y Pedro comprende, siente la mirada de amor de Jesús y llora. Qué hermosa es esta mirada de Jesús, cuánta ternura.

Hermanos y hermanas, no perdamos nunca la confianza en la paciente misericordia de Dios. Pensemos en los dos discípulos de Emaús: el rostro triste, un caminar errante, sin esperanza. Pero Jesús no les abandona: recorre a su lado el camino, y no sólo. Con paciencia explica las Escrituras que se referían a Él y se detiene a compartir con ellos la comida.

Éste es el estilo de Dios: no es impaciente como nosotros, que frecuentemente queremos todo y enseguida, también con las personas. Dios es paciente con nosotros porque nos ama, y quien ama comprende, espera, da confianza, no abandona, no corta los puentes, sabe perdonar. Recordémoslo en nuestra vida de cristianos: Dios nos espera siempre, aun cuando nos hayamos alejado. Él no está nunca lejos, y si volvemos a Él, está preparado para abrazarnos.

A mí me produce siempre una gran impresión releer la parábola del Padre misericordioso, me impresiona porque me infunde siempre una gran esperanza. Pensad en aquel hijo menor que estaba en la casa del Padre, era amado; y aun así quiere su parte de la herencia. Se va, lo gasta todo, llega al nivel más bajo, muy lejos del Padre; y cuando ha tocado fondo, siente la nostalgia del calor de la casa paterna y vuelve.

¿Y el Padre? ¿Había olvidado al Hijo? No, nunca. Está allí, lo ve desde lejos, lo estaba esperando cada día, cada momento: ha estado siempre en su corazón como hijo, incluso cuando lo había abandonado, incluso cuando había dilapidado todo el patrimonio, es decir su libertad; el Padre con paciencia y amor, con esperanza y misericordia no había dejado ni un momento de pensar en él, y en cuanto lo ve, todavía lejano, corre a su encuentro y lo abraza con ternura, la ternura de Dios, sin una palabra de reproche: Ha vuelto. Esa es la alegría del padre, en el abrazo del hijo está toda la alegría.

Dios siempre nos espera, no se cansa. Jesús nos muestra esta paciencia misericordiosa de Dios para que recobremos la confianza, la esperanza, siempre. Romano Guardini decía que Dios responde a nuestra debilidad con su paciencia y éste es el motivo de nuestra confianza, de nuestra esperanza.

Es como un diálogo entre nuestra debilidad y la paciencia de Dios. Si existe este diálogo hay esperanza.

Quisiera subrayar otro elemento: la paciencia de Dios debe encontrar en nosotros la valentía de volver a Él, sea cual sea el error, sea cual sea el pecado que haya en nuestra vida. Jesús invita a Tomás a meter su mano en las llagas de sus manos y de sus pies y en la herida de su costado.

También nosotros podemos entrar en las llagas de Jesús, podemos tocarlo realmente; y esto ocurre cada vez que recibimos los sacramentos. San Bernardo, en una bella homilía, dice: «A través de estas hendiduras, puedo libar miel silvestre y aceite de rocas de pedernal, es decir, puedo gustar y ver qué bueno es el Señor».

Es precisamente en las heridas de Jesús que nosotros estamos seguros, ahí se manifiesta el amor inmenso de su corazón. Tomás lo había entendido. San Bernardo se pregunta: ¿En qué puedo poner mi confianza? ¿En mis méritos? Pero «mi único mérito es la misericordia de Dios. No seré pobre en méritos, mientras él no lo sea en misericordia. Y, porque la misericordia del Señor es mucha, muchos son también mis méritos». Esto es importante: el coraje de confiarme a la misericordia de Jesús, de confiar en su paciencia, de refugiarme siempre en las heridas de su amor.

San Bernardo llega a afirmar: «Y, aunque tengo conciencia de mis muchos pecados, si abundó el pecado, más desbordante fue la gracia». Tal vez alguno pudiese pensar: mi pecado es tan grande, mi lejanía de Dios es como la del hijo menor de la parábola, mi incredulidad es como la de Tomás; no tengo las agallas para volver, para pensar que Dios pueda acogerme y que me esté esperando precisamente a mí. Pero Dios te espera precisamente a ti, te pide sólo el coraje de regresar a Él.

Cuántas veces en mi ministerio pastoral me han repetido: «Padre, tengo muchos pecados»; y la invitación que he hecho siempre es: «No temas, ve con Él, te está esperando, Él hará todo». Cuántas propuestas mundanas sentimos a nuestro alrededor. Dejémonos sin embargo aferrar por la propuesta de Dios, la suya es una caricia de amor. Para Dios no somos números, somos importantes, más aún, somos lo más importante que tiene; aun siendo pecadores, somos lo que más le importa.

Adán después del pecado sintió vergüenza, se ve desnudo, siente el peso de lo que ha hecho; y sin embargo Dios no lo abandona: si en ese momento, con el pecado, inicia nuestro exilio de Dios, hay ya una promesa de vuelta, la posibilidad de volver a Él. Dios pregunta enseguida: «Adán, ¿dónde estás?», lo busca. Jesús quedó desnudo por nosotros, cargó con la vergüenza de Adán, con la desnudez de su pecado para lavar nuestro pecado: sus llagas nos han curado.

Acordaos de lo de san Pablo: ¿De qué me puedo enorgullecer sino de mis debilidades, de mi pobreza? Precisamente sintiendo mi pecado, mirando mi pecado, yo puedo ver y encontrar la misericordia de Dios, su amor, e ir hacia Él para recibir su perdón.

En mi vida personal, he visto muchas veces el rostro misericordioso de Dios, su paciencia; he visto también en muchas personas el coraje de entrar en las llagas de Jesús, diciéndole: Señor estoy aquí, acepta mi pobreza, esconde en tus llagas mi pecado, lávalo con tu sangre. Y he visto siempre que Dios lo ha hecho, ha acogido, consolado, lavado, amado.

Queridos hermanos y hermanas, dejémonos cubrir por la misericordia de Dios; confiemos en su paciencia que siempre nos concede tiempo; tengamos el valor de volver a su casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar su misericordia en los sacramentos. Sentiremos su ternura, tan bella, sentiremos su abrazo y seremos también nosotros más capaces de misericordia, de paciencia, de perdón y de amor.


Publicado por verdenaranja @ 22:46  | Habla el Papa
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S?bado, 06 de abril de 2013

ZENIT  nos  ofrece por su especial interés un artículo del obispo de Guadix-Baza, una de las diócesis más antiguas de España, en el corazón de Andalucía, al sur de Granada, publicado en el número de abril de la revista Palabra.

Cómo evangelizar en una diócesis rural
Diez líneas de actuación en el horizonte de la Nueva Evangelización

Por Ginés García Beltrán

Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16, 15). Con estas palabras Jesús, antes de ascender al cielo, encarga su misma misión a la Iglesia. “Como el Padre me envió a mí, así también os envío a vosotros” (Jn 20, 21). Esta es, por tanto, la vocación de la Iglesia. El mandato misionero que Jesús hace a sus discípulos sigue siendo un don y una exigencia para la Iglesia de hoy. La Iglesia existe para evangelizar, como nos recordaba el Papa Pablo VI en la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi (1975).

Nueva Evangelización. La situación del mundo actual se ha convertido en una apremiante, y siempre renovada, llamada a la Iglesia a anunciar a Jesucristo. El beato Juan Pablo II, en su Polonia natal, al poco tiempo de acceder a la Cátedra de Pedro, utilizó la expresión “Nueva Evangelización”, aunque la expresión se hizo más explícita en Haití, en 1983, al dirigirse a la Asamblea del CELAM. En aquella ocasión afirmó: “Una nueva evangelización. Nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión”.

A lo largo de su Pontificado, Juan Pablo II volvió sobre esta idea explicitándola y llenándola de sentido. El Papa Benedicto XVI ha dado un paso más al instituir el Consejo Pontificio para la promoción de la Nueva Evangelización (2010), y dedicar la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos al tema “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana” (2012). El mismo Año de la Fe que estamos celebrando es una invitación a profundizar, comprender y revitalizar la fe en un tiempo de secularización e increencia con vistas a transmitirla.

Nueva Evangelización

Pero, ¿qué es la nueva evangelización?, se preguntan muchos; ¿acaso hay que hacer algo diferente a lo que hemos hecho hasta ahora? Por nueva evangelización a menudo se ha entendido el funcionamiento dinámico, “el esfuerzo de renovación que la Iglesia está llamada a hacer para estar a la altura de los desafíos que el contexto sociocultural actual pone a la fe cristiana” (Lineamenta del Sínodo, n. 5). Esos desafíos se identifican con seis escenarios que en los últimos decenios interpelan a la Iglesia y exigen una respuesta adecuada para que también ellos se conviertan en lugares de testimonio de los cristianos, que están llamados a transformarlos con el anuncio del Evangelio. Sin embargo, la nueva evangelización es, y ha de ser, algo más. Leemos en los mismos Lineamenta estas palabras de gran profundidad y belleza: “La nueva evangelización es una actitud, un estilo audaz. Es la capacidad de parte del cristianismo de saber leer y descifrar los nuevos escenarios, que en estas últimas décadas han surgido dentro de la historia humana, para habitarlos y transformarlos en lugares de testimonio y de anuncio del Evangelio. Estos escenarios han sido identificados analíticamente y descritos varias veces; se trata de escenarios sociales, culturales, económicos, políticos y religiosos” (n. 6).

Carácter universal

Volviendo al mandato misionero del Señor, no puede pasar desapercibido su carácter universal, es decir, que el anuncio del Evangelio ha de llegar a todo hombre y hasta los confines del Orbe. Cada hombre, en cualquier lugar del mundo por pequeño que sea, es destinatario del designio de Dios, “que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4).

Interpelados por este encargo del Señor y convencidos de que Cristo es con mucho lo mejor, los cristianos ponemos las manos en el arado para anunciar el Evangelio, que es el mayor acto de amor a la humanidad. Cada uno lo hacemos allí donde el Señor nos ha puesto, y donde quiere que seamos testigos de su presencia.

No sólo en ciudades. Siguiendo las iniciativas y las acciones que están naciendo en el ámbito de la nueva evangelización, podría pensarse que están ideadas y destinadas para ambientes preferentemente urbanos. Algunos, hasta pueden tener la tentación de pensar que el futuro se juega en las grandes ciudades.

Atrio de los gentiles, congresos, exposiciones, programas universitarios y hasta la Misión Metrópolis, así parecen confirmarlo. Todas estas acciones son necesarias y oportunas, y darán muchos frutos sin duda. Sin embargo, la nueva evangelización es también una exigencia para las pequeñas Iglesias, Iglesias particulares que viven en zonas eminentemente rurales, a lo que van aparejadas pobreza, soledad y olvido. Sería injusto olvidar que de estas Iglesias han nacido creyentes que han dado mucha gloria a Dios y han escrito páginas muy hermosas de la historia de la Iglesia: sólo por citar algunos, san Isidro, un humilde labrador, el santo Cura de Ars, o el beato Juan XXIII. Desde esta realidad quiero mirar al horizonte de una evangelización renovada y siempre fiel al Evangelio y a la tradición de una comunidad viva que es la Iglesia.

Ambiente secularizante

En primer lugar, y aunque no lo parezca a primera vista, el ambiente secularizante llega a la zonas rurales de una forma particular, pero no menos real que en el resto de la sociedad. La transmisión más importante, y casi exclusiva, de la cultura ambiente llega a través de la televisión, y algo menos a través de la radio. Además, se recibe con un escaso juicio crítico hacia lo que se ve o se oye. Por su parte, los jóvenes han entrado de lleno en las redes sociales, como ocurre en ambientes urbanos.

El hombre rural siempre ha sentido cierta fascinación por lo urbano. Se mira a la ciudad y a su estilo de vida como modelo, con respeto y hasta con admiración. Sin embargo, también hay un sentimiento de desconfianza hacia lo que viene de fuera, hacia lo que no se conoce o no es cercano al ámbito de lo cotidiano.

Los hombres y las mujeres que viven en el ámbito rural son generosos y familiares, acogedores con los que vienen, solidarios en un sentido tradicional; pero al mismo tiempo son muy sensibles a lo que experimentan como aislamiento y necesidad de ser autosuficientes.

Acentos religiosos

En lo que hace referencia a lo religioso, en estas zonas todavía hay una simpatía natural hacia todo lo religioso, hacia la Iglesia y hacia los sacerdotes. Las actitudes críticas y de rechazo al hecho religioso y sus representantes son escasas. Se puede ser practicante o no de la fe, pero ésta es respetada y deseada, incluso como signo de identidad.

La religiosidad está muy basada en las tradiciones, muchas veces con poco sentido de fe. En los mayores, sin embargo, la fe está arraigada y es sincera, profesada y practicada. En los jóvenes se respira el mismo ambiente que el de cualquier joven; en esto se experimenta el hecho de la globalización.

Con el Mensaje del último Sínodo de los Obispos, podemos afirmar: “Conducir a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo hacia Jesús, al encuentro con él, es una urgencia que afecta a todas las regiones del mundo, tanto las de antigua como las de reciente evangelización. En todos los lugares se siente la necesidad de reavivar una fe que corre el riesgo de apagarse en contextos culturales que obstaculizan su enraizamiento personal, su presencia social, la claridad de sus contenidos y sus frutos coherentes”.

La evangelización es el anuncio de Jesús y su novedad está en proponer nuevamente el encuentro con el Señor, descubrir en él la belleza, la bondad, la verdad y el sentido de nuestra existencia, “la fe se decide toda en la relación que establecemos con la persona de Jesús, que sale a nuestro encuentro”. Un encuentro que cambia la vida del hombre, que provoca una verdadera conversión, y proporciona criterios que definen una nueva existencia en el creyente, como dice San Pablo: “El que es de Cristo es una criatura nueva” (2 Cor 5, 17).

Diez líneas de actuación

A la luz de todo lo dicho anteriormente, me atrevo proponer algunas líneas de reflexión acerca de lo que ha de constituir el ser y el hacer de una nueva evangelización en el contexto de una diócesis, fundamentalmente, rural. Estas convicciones nacen de mi experiencia de Pastor, con lo que esto tiene de fuerza y de debilidad al mismo tiempo.

1. El centro del anuncio ha de ser la persona de Cristo, presentada en toda su verdad y de un modo sencillo, con un lenguaje claro, asequible y testimonial. Es el Señor quien nos muestra el verdadero rostro del Padre y la acción del Espíritu Santo en nosotros.

2. Hemos de recuperar la celebración de los misterios de Cristo, especialmente la de los sacramentos, mediante una renovación no sólo de los ritos sino también de la participación activa y fructuosa de los fieles. Hemos de devolver a la celebración su espíritu, y hacerlo con sencillez y solemnidad.

3. Es importante evangelizar las tradiciones, en especial la piedad popular. Evitar el desprecio o el rechazo de estas tradiciones, por más vacías que hayan llegado a quedar. Es necesario llenarlas de Evangelio a través de la formación en los fundamentos de la fe cristiana y la propuesta de una piedad sencilla y sincera.

4. Es necesario crear la conciencia de que no estamos solos, que formamos parte de la Iglesia. Que son muchos los que en la diócesis o en la Iglesia universal profesan la misma fe. Es la comunión de y con la Iglesia.

5. En estas Iglesias es también muy importante la formación en la fe, la que piden y reciben con verdadero interés. Se ha de cuidar la catequesis.

6. La cercanía y el testimonio son fundamentales. En estas comunidades pequeñas las relaciones humanas son muy estrechas, y los gestos de cercanía muy valorados. Se puede conocer a todos. La visita a las casas, la atención a los enfermos, el acompañamiento en el duelo, son gestos que crean familia y unen para siempre.

7. No puedo olvidar la capacidad que la Iglesia ha tenido históricamente para colaborar en la creación del tejido social. Es esta una forma de evangelizar que se ha ido olvidando y que hemos de recuperar. La Iglesia ha de colaborar en la creación del tejido social a través de la educación, el desarrollo social y la caridad.

8. Es importante hacer de nuestro patrimonio un auténtico medio de evangelización. Son muchas las parroquias pequeñas que tienen un importante patrimonio histórico y artístico, expresión de la fe del pueblo. Se puede evangelizar utilizando ese patrimonio para el fin para el que fue creado.

9. En estas zonas la presencia es uno de los elementos esenciales de la evangelización. Cuando todos se van, el sacerdote o las religiosas permanecen, y viven con la gente y como ellos. Son parte esencial del pueblo, a los que se les respeta y quiere.

10. Finalmente, creo que hay que realizar una verdadera pastoral de la santidad. Son muchos los que llevan una vida auténticamente cristiana. A todos hay que invitarlos y ayudarlos a vivir en santidad.

La visita pastoral

Para terminar, en mi experiencia como Obispo, creo que la visita pastoral es un medio precioso de evangelización. El anuncio del Evangelio, la celebración de los misterios de Cristo, la vida de caridad y la cercanía a los que el Señor me ha encomendado, especialmente a los niños, a los jóvenes, a las familias, a los enfermos, son un encuentro en la fe del Pastor con su pueblo y del pueblo con el Pastor; en definitiva, un encuentro de gracia: eso es la evangelización.


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Viernes, 05 de abril de 2013

Reflexión a las lecturas del domingo segundo de Pascua - C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR".

Domingo 2º de Pascua C 

Hemos llegado a la Octava de Pascua. Durante esta semana hemos estado celebrando cada día, aunque fuera jornada laboral, la Solemnidad de la Resurrección del Señor. Ya sabemos que la Resurrección es un acontecimiento muy grande, con unas consecuencias prácticas muy notables, y no cabe en un solo día. Por eso son 50 los del Tiempo Pascual.  En cada Celebración se ha ido repitiendo el mismo esquema: en la primera lectura, del Libro de los Hechos, hemos escuchado algún testimonio de los apóstoles acerca de la Resurrección, después de Pentecostés. Y, en el Evangelio, alguna de las apariciones de Cristo resucitado a los discípulos (hombres y mujeres).  Lógico es que al llegar el día octavo se nos presente, en el Evangelio, la aparición de ese día…

          La primera lectura, en lugar del testimonio de un apóstol, nos presenta el de toda la primera comunidad cristiana: cómo vivían los primeros creyentes en la Resurrección. Y al ser domingo, se añade una segunda lectura, que es el comienzo del Libro del Apocalipsis...

          El Evangelio nos presenta en toda su crudeza el tema de la fe… Y sería fácil quedarnos con la conclusión de que Tomás era malo porque no creyó y nosotros, buenos, porque sí creemos… Y ya está…   Pero no sería lógico… Tendríamos que preguntarnos más bien cómo es nuestra fe: si es una fe formada, viva, activa, comprometida… Si conocemos los fundamentos de nuestra fe y si estamos capacitados para dar razón de nuestra esperanza…

          El Papa Pablo VI, en una célebre oración implorando el don de la fe, pedía al Señor una fe cierta: “por una exterior congruencia de pruebas y por un interior testimonio del Espíritu Santo…”

          El Evangelio de hoy nos enseña que “éstos (signos) se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre”.

          Por tanto, hay que conocerlos para llegar a la fe…

          Por algo se llama a la fe “obsequium rationabile”.

          Entonces, ¿dónde estuvo el error de Tomás?

          En exigir demasiado. Pide una experiencia física para creer. Y esa posibilidad no existe cuando se trata de hechos del pasado. De los hechos históricos sólo podemos tener conocimiento por el testimonio de los que los han tenido una relación directa con ellos. Por tanto, no nos podemos cerrar, como hace Tomás, al testimonio de los demás…

          De esta forma, el Evangelio de Juan establece el nexo de unión entre los cristianos que habían conocido al Señor y a los que tenían que “creer sin ver”, pero no sin razones, lo que los teólogos llaman “motivos de credibilidad”.

          Por todo lo expuesto, en estos días, en este tiempo de Pascua, no podemos dejar de proclamar, con el salmo responsorial de este “Domingo de la Misericordia”: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.

 

                              ¡FELICES PASCUAS! ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo sengundo de Pascua - C.

DE LA DUDA A LA FE 

          El hombre moderno ha aprendido a dudar. Es propio del espíritu de nuestros tiempos cuestionarlo todo para progresar en conocimiento científico. En este clima la fe queda con frecuencia desacreditada. El ser humano va caminando por la vida lleno de incertidumbres y dudas.

          Por eso, todos sintonizamos sin dificultad con la reacción de Tomás, cuando los otros discípulos le comunican que, estando él ausente, han tenido una experiencia sorprendente: "Hemos visto al Señor". Tomás podría ser un hombre de nuestros días. Su respuesta es clara: "Si no lo veo...no lo creo".

          Su actitud es comprensible. Tomás no dice que sus compañeros están mintiendo o que están engañados. Solo afirma que su testimonio no le basta para adherirse a su fe. Él necesita vivir su propia experiencia. Y Jesús no se lo reprochará en ningún momento.

          Tomás ha podido expresar sus dudas dentro de grupo de discípulos. Al parecer, no se han escandalizado. No lo han echado fuera del grupo. Tampoco ellos han creído a las mujeres cuando les han anunciado que han visto a Jesús resucitado. El episodio de Tomás deja entrever el largo camino que tuvieron que recorrer en el pequeño grupo de discípulos hasta llegar a la fe en Cristo resucitado.

          Las comunidades cristianas deberían ser en nuestros días un espacio de diálogo donde pudiéramos compartir honestamente las dudas, los interrogantes y búsquedas de los creyentes de hoy. No todos vivimos en nuestro interior la misma experiencia. Para crecer en la fe necesitamos el estímulo y el diálogo con otros que comparten nuestra misma inquietud.

          Pero nada puede remplazar a la experiencia de un contacto personal con Cristo en lo hondo de la propia conciencia. Según el relato evangélico, a los ocho días se presenta de nuevo Jesús. No critica a Tomás sus dudas. Su resistencia a creer revela su honestidad. Jesús le muestra sus heridas.

          No son "pruebas" de la resurrección, sino "signos" de su amor y entrega hasta la muerte. Por eso, le invita a profundizar en sus dudas con confianza: "No seas incrédulo, sino creyente". Tomas renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo sabe que Jesús lo ama y le invita a confiar: "Señor mío y Dios mío".

          Un día los cristianos descubriremos que muchas de nuestras dudas, vividas de manera sana, sin perder el contacto con Jesús y la comunidad, nos pueden rescatar de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, para estimularnos a crecer en amor y en confianza en Jesús, ese Misterio de Dios encarnado que constituye el núcleo de nuestra fe.

José Antonio Pagola 

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
 7 de abril de 2013
2 Pascua (C)
Juan 20, 19-31


Publicado por verdenaranja @ 22:53  | Espiritualidad
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Jueves, 04 de abril de 2013

DOMINGO II DE PASCUA C    

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

        Durante los domingos de Pascua la primera lectura es de los Hechos de los Apóstoles. La de hoy, nos pone en contacto con la primera comunidad creyente en Jesucristo resucitado. Escuchemos con atención.

 

SALMO

        El salmo 117  ha sido hecho por la Iglesia un salmo eminentemente pascual. Respondamos a la primera lectura cantando este salmo.

 

SEGUNDA LECTURA

        La segunda Lectura de este tiempo está tomada del libro del Apocalipsis. Es un anuncio de la victoria definitiva de Jesucristo sobre el pecado y la muerte.

 

TERCERA LECTURA

        El Evangelio centra nuestra atención en la aparición de Jesucristo resucitado a los Apóstoles al llegar al día octavo de la Resurrección, con especial referencia a fe de santo Tomás. Pero antes de escuchar el Evangelio, proclamemos la alegría de la Pascua con el canto del Aleluya. Todos de pie.

 

COMUNIÓN

        Nuestra fe nos hace descubrir bajo las apariencias de pan y de vino el Cuerpo y la Sangre del Señor Resucitado. Reconozcámosle como Santo Tomás, como nuestro Dios y Señor. Pidámosle que tengamos una fe cada vez más viva, más segura, más convincente. Y que estemos siempre pre-parados para dar razón de nuestra esperanza.

 


Publicado por verdenaranja @ 23:48  | Liturgia
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ZENIT nos ofrece el texto íntegro del papaFreanciso en su segunda Audiencia general, desarrollada en una Plaza de San Pedro abarrotada de fieles.

Queridos hermanos y hermanas:

¡Buenos días!

Hoy reanudamos las catequesis del Año de la Fe. En el Credo repetimos esta frase: "El tercer día resucitó según las Escrituras". Es propiamente el evento que estamos celebrando: la Resurrección de Jesús, el centro del mensaje cristiano, que ha resonado desde el principio y ha sido transmitido a fin de que llegue hasta nosotros. San Pablo escribe a los cristianos de Corinto: "Les transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce" (1 Cor. 15,3-5).

Esta breve confesión de fe proclama el misterio pascual mismo, con las primeras apariciones del Resucitado a Pedro y a los Doce: La muerte y la resurrección de Jesús son el corazón de nuestra esperanza. Sin esta fe en la muerte y en la resurrección de Jesús, nuestra esperanza será débil, incluso no habrá ninguna esperanza, porque solo la muerte y resurrección de Jesús son el corazón de nuestra esperanza. El apóstol dice: "Si Cristo no resucitó, su fe es vana; permanecen aún en sus pecados" (v. 17).

Por desgracia, a menudo se ha tratado de ocultar la fe en la resurrección de Jesús, e incluso entre los propios creyentes se han deslizado dudas. Un poco esa fe de "agua de rosas", como se dice, que no es la fe fuerte. Y esto debido a la superficialidad, a veces a la indiferencia, ocupados por miles de cosas que se consideran más importantes que la fe, o por una visión puramente horizontal de la vida. Pero es la misma Resurrección la que nos abre a una mayor esperanza, porque abre nuestra vida y la vida del mundo al futuro eterno de Dios, a la felicidad plena, a la certeza de que el mal, el pecado, la muerte pueden ser vencidos. Y esto nos lleva a vivir con más confianza las realidades cotidianas, afrontarlas con valentía y con compromiso. La resurrección de Cristo ilumina con una luz nueva de estas realidades cotidianas. ¡La resurrección de Cristo es nuestra fuerza!

Pero, ¿cómo se ha transmitido la verdad de la fe en la resurrección de Cristo? Hay dos tipos de evidencias en el Nuevo Testamento: algunas tienen la forma de profesión de fe, es decir, fórmulas sintéticas que indican el centro de la fe; mientras que otras tienen la forma de un relato de la Resurrección y de los eventos relacionados a la misma.

La primera, la forma de la profesión de fe, por ejemplo, es aquella que acabamos de escuchar, o la de la Carta a los Romanos en la que san Pablo escribe: "Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo" (10,9). Desde el comienzo de la Iglesia es clara y firme la fe en el misterio de la muerte y resurrección de Jesús.

Hoy, sin embargo, quisiera centrarme en la segunda, en los testimonios en forma de un relato, que encontramos en los evangelios. En primer lugar observamos que los primeros testigos de este evento fueron mujeres. Al amanecer, van al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús, y encontraron al primer signo: el sepulcro vacío (cf. Mc. 16,1). Esto es seguido por un encuentro con un mensajero de Dios que anuncia: Jesús de Nazaret, el crucificado, no está aquí, ha resucitado (cf. vv 5-6.). Las mujeres se sienten impulsadas por el amor y saben cómo acoger este anuncio con fe: creen, y de inmediato lo transmiten; no lo retienen para sí mismas, sino que lo transmiten. La alegría de saber que Jesús está vivo, la esperanza que llena su corazón, no se pueden contener.

Esto también debería suceder en nuestras vidas. ¡Sintamos la alegría de ser cristianos! ¡Creemos en un Resucitado que ha vencido el mal y la muerte! ¡Tengamos el valor de "salir" para llevar esta alegría y esta luz a todos los lugares de nuestra vida! La resurrección de Cristo es nuestra mayor certeza; ¡es el tesoro más preciado! ¿Cómo no compartir con otros este tesoro, esta certeza? No es solo para nosotros, es para transmitirlo, para dárselo a los demás, compartirlo con los demás. Es nuestro propio testimonio.

Otro elemento. En las profesiones de fe del Nuevo Testamento, como testigos de la Resurrección se recuerda solo a los hombres, a los Apóstoles, pero no a las mujeres. Esto se debe a que, de acuerdo con la ley judía de la época, las mujeres y los niños no podían dar un testimonio fiable, creíble. En los evangelios, sin embargo, las mujeres tienen un papel primordial, fundamental. Aquí podemos ver un elemento a favor de la historicidad de la resurrección: si se tratara de un hecho inventado, en el contexto de aquel tiempo, no hubiera estado ligado al testimonio de las mujeres. Los evangelistas sin embargo, narran simplemente lo que sucedió: las mujeres son las primeras testigos.

Esto nos dice que Dios no escoge según los criterios humanos: los primeros testigos del nacimiento de Jesús son los pastores, gente sencilla y humilde; los primeros testigos de la resurrección son las mujeres. Y esto es hermoso. ¡Y esto es un poco la misión de las madres, de las mujeres! Dar testimonio a sus hijos, a sus nietos, que Jesús está vivo, que es la vida, que resucitó.

¡Mamás y mujeres, adelante con este testimonio! Para Dios cuenta el corazón, el cuánto estamos abiertos a Él, si acaso somos como niños que se confían.

Pero esto también nos hace reflexionar sobre cómo las mujeres, en la Iglesia y en el camino de la fe, han tenido y tienen también hoy un rol especial en la apertura de las puertas al Señor, en el seguirlo y en el comunicar su Rostro, porque la mirada de la fe tiene siempre la necesidad de la mirada simple y profunda del amor. A los Apóstoles y a los discípulos les resulta más difícil creer. A las mujeres no. Pedro corre a la tumba, pero se detiene ante la tumba vacía; Tomás debe tocar con sus manos las heridas del cuerpo de Jesús. También en nuestro camino de fe es importante saber y sentir que Dios nos ama, no tener miedo de amarlo: la fe se confiesa con la boca y con el corazón, con la palabra y con el amor.

Después de las apariciones a las mujeres, les siguen otras: Jesús se hace presente de un modo nuevo: es el Crucificado, pero su cuerpo es glorioso; no ha vuelto a la vida terrenal, sino que lo hace en una condición nueva. Al principio no lo reconocen, y solo a través de sus palabras y sus gestos sus ojos se abren: el encuentro con Cristo resucitado transforma, da nuevo vigor a la fe, un fundamento inquebrantable. Incluso para nosotros, hay muchos indicios de que el Señor resucitado se da a conocer: la Sagrada Escritura, la Eucaristía y los demás sacramentos, la caridad, los gestos de amor que llevan un rayo del Resucitado.

Dejémonos iluminar por la Resurrección de Cristo, dejémonos transformar por su fuerza, para que también a través de nosotros en el mundo, los signos de la muerte den paso a los signos de la vida.

He visto que hay muchos jóvenes en la plaza. A ustedes les digo: lleven esta certeza: el Señor está vivo y camina con nosotros en la vida. ¡Esta es su misión! Lleven adelante esta esperanza: este ancla que está en los cielos; mantengan fuerte la cuerda, manténganse anclados y lleven la esperanza. Ustedes, testigos de Jesús, den testimonio de que Jesús está vivo y esto nos dará esperanza, dará esperanza a este mundo un poco envejecido por las guerras, por el mal, por el pecado. ¡Adelante, jóvenes!

Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.


Publicado por verdenaranja @ 23:44  | Habla el Papa
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Entresacado del folleto  "LA RENOVACIÓN DE LAS COFRADÍAS", editado por la diócesis de Tenerife

DIEZ FORMAS DE DESTRUIR UNA HERMANDAD 

 

  1. Culpar a la Junta de Gobierno de todos los males y criticar a los hermanos mayores en sus decisiones, por la espalda y ante terceros a los que para nada conciernen los conflictos de la Hermandad.
  2. Culpar de todos los males al sacerdote, publicando las desavenencias a los cuatro vientos y afirmando que en los estatutos, los cultos o Cáritas son cosas de curas, mientras que la Hermandad es cosa del pueblo.
  3. Entramparse hasta los ojos en gastos suntuarios de pura apariencia, bien por estética o por competir con otras Hermandades: con el dinero ajeno todos solemos ser muy generosos.
  4. Aislar a la Hermandad del resto de la Iglesia, sin participar en Cáritas ni en ningún servicio a los pobres ni en comedores sociales ni en ayuda a asociaciones que trabajan con marginados. Así las Hermandades seguirán siendo una especie de comisiones de festejos sacros … si es que son “sacros”.
  5. No tener en cuenta a la catequesis parroquial, para ayudar, por ejemplo, a las familias que no pueden comprar el libro de catequesis a sus hijos. Establecer el dogma absoluto de que la catequesis de adultos es para los “beatos”, porque los Hermanos ya conocen el Catecismo.
  6. Desconocer cualquier acto de culto que no sea la procesión, de manera que los miembros de la Hermandad sólo aparezcan la tarde de la procesión: ni Misa dominical, ni oración ni vida interior ni frecuencia en las celebraciones de lo sacramentos …¡Nosotros a llevar el paso y que nos aplaudan!
  7. Dividir la Hermandad en veteranos y nuevos: los veteranos intentando que nada cambie y los nuevos procurando cambiar todo. Ambos grupos intentando que el cura les dé la razón y se la quite a los otros.
  8. Competir con las demás Hermandades, desprestigiando sus logros y presumiendo de los propios, normalmente referidos a mantos, tronos, imágenes … descuidando gravemente la unidad de la Iglesia y apareciendo como desgarradores del Cuerpo de Cristo, que somos todos los cristianos.
  9. Buscar la legalización de la Hermandad como si fuera una entidad cultural, sin tener en cuenta su naturaleza eclesial, con el fin de poder recibir subvenciones de organismos oficiales, normalmente del Ayuntamiento. Para eso podríamos formar unas comisiones de festejos, cosa  muy digna, pero no Hermandades: cosa muy sagrada.
  10. No valorar ni la alabanza divina ni el amor fraterno; finalidades de la vida cristiana. Todo lo que ayude a amar a Dios y a los demás debe promoverse, y todo lo que estorbe es bueno desecharlo, pues de otro modo la Hermandades no serán reflejo del Evangelio.

 

(del folleto LA RENOVACIÓN DE LAS COFRADÍAS, editado por la diócesis de Tenerife)


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Mi?rcoles, 03 de abril de 2013

ZENIT  nos  ofrece la carta pastoral del obispo de San Sebastián José Ignacio Munilla, publicada este 31 de marzo, en la que afronta las teorías de la denominada "Nueva Era" que cuestionan el valor de las religiones para explicar el Misterio de Dios. El obispo sale al paso de estas teorías que valoran la espiritualidad frente a la religión.

El vaso, el agua y el elefante

Carta pastoral del obispo de San Sebastián sobre ''Nueva Era'' y el relativismo religioso

Por José Ignacio Munilla

La Iglesia Católica se encuentra en plena celebración del Año de la Fe. Los obispos hemos recibido el ministerio de guardar la integridad de la fe. Se trata de una encomienda que abarca tres niveles: Tener una fe coherente, predicar con pedagogía y rebatir los errores contrarios. Pues bien, tengo que confesar que me preocupa cómo se difunden en nuestros días algunas imágenes sobre la religiosidad y la espiritualidad, que son claramente incompatibles con nuestra fe católica. Me refiero en concreto a las dos siguientes: “El vaso y el agua”: Se pretende diferenciar entre la religión y la espiritualidad sirviéndose del referido símil. Las religiones serían como el vaso (hay muchos vasos); mientras que la espiritualidad sería como el agua. Se puede beber agua en diversos tipos de vasos o sin necesidad de ellos. Así ocurriría también con las religiones; todas ellas serían igualmente válidas para beber el agua de la espiritualidad.

“El elefante”: Se representa a un elefante rodeado de una serie de personajes vestidos con los atuendos típicos de diferentes religiones; todos ellos con los ojos totalmente vendados: Un obispo católico toca con sus manos la trompa; un monje budista palpa un colmillo del elefante; un imán acaricia una de las patas traseras; un rabino manosea una de las orejas del elefante… Y en la parte baja inferior de esta viñeta se puede leer: “Dios es mayor que lo que las religiones dicen sobre Él”. Es obvio que la conclusión a la que pretende hacernos llegar esta imagen del elefante es que todas las religiones se reducen a un intento infructuoso del hombre de alcanzar a Dios.

Alguien dijo que el relativismo es el ‘santo y seña’ más característico de la cultura occidental secularizada. Y sin lugar a dudas, la reflexión teológica no está al margen de este riesgo. La teoría del “pluralismo religioso” —es decir, la presentación de todas las religiones como igualmente verdaderas— no es sino la lectura del hecho religioso a la luz del relativismo. La Nueva Era ha resultado ser una aliada inestimable para la penetración del relativismo en el campo religioso. Lo que hoy en día se lleva es el sincretismo y el esoterismo, como distintivo de una espiritualidad que está abierta a “todo”, sin necesidad de creer en “nada” en concreto.

Sin embargo, quienes piensan que por este camino están descubriendo una espiritualidad moderna, están muy equivocados. En el fondo, nos encontramos ante una reedición del paganismo del Imperio Romano con el que se tuvo que enfrentar el cristianismo. Pongo un ejemplo ilustrativo muy concreto; el debate entre Simanco y San Ambrosio en el siglo IV: Un presidente del Senado romano, de nombre Simanco, colocó un “ara de la Victoria” en el aula del Senado. Cada uno de los senadores debía quemar incienso en ese altar, independientemente de sus creencias, porque a juicio de Simanco tanto el cristianismo como el paganismo eran igualmente válidos. En su opinión todas las religiones son igualmente válidas al tratarse de caminos de búsqueda de una realidad que nos supera y que nunca podremos alcanzar. Su disertación se resume en la siguiente frase: “A tan gran Misterio es imposible que se pueda llegar por un solo camino”.

Los cristianos se negaron en redondo a quemar incienso en ese altar pagano. San Ambrosio, obispo de Milán, fue el encargado de responder a Simanco: Ciertamente el misterio de Dios es inaccesible al ser humano por sus solas fuerzas, pero este misterio se nos ha hecho accesible por la Revelación de Dios. La religión cristiana no es el camino del hombre a Dios, sino el camino de Dios al hombre. Por lo tanto, en palabras de San Ambrosio, los caminos de acceso a Dios no son múltiples, sino uno solo: el camino por el que Dios se ha acercado al hombre.

El senador pagano Simanco —y con él, los defensores del pluralismo religioso en nuestros días— piensan que “a tan gran Misterio es imposible que se pueda llegar por un solo camino”. Sin embargo, San Ambrosio mantiene que el politeísmo es irracional, y que Dios nos ha librado de él gracias a la Revelación. A diferencia de otras religiones, la religión cristiana no es una gnosis, una salvación por el conocimiento, sino que nace del hecho histórico de la Encarnación, Muerte y Resurrección de Cristo, gracias a las cuales Dios nos ha abierto el camino de acceso a su Misterio de vida. Aquí reside la originalidad del cristianismo: El acontecimiento central de la historia humana ha sido la venida de Dios, quien en Cristo, ha salido al encuentro del hombre. La teoría del pluralismo religioso es totalmente incompatible con nuestra fe en la Encarnación. Las tendencias relativistas y sincretistas ligadas en mayor o menor medida a la Nueva Era, tienen muy poco de “nuevas”, ya que en el fondo son una reedición del paganismo romano, que no podía soportar que Jesucristo fuese presentado como el “único mediador entre Dios y los hombres” (1 Tm 2, 5). Y es que, después de dos mil años de historia, ¡es muy difícil inventar una herejía original!

Pasados cincuenta años, estamos ante una buena oportunidad de redescubrir el Concilio Vaticano II, en el que de una forma muy equilibrada, se afirma por una parte, que en las diversas religiones podemos encontrar semillas de verdad, e incluso una cierta preparación para el Evangelio (cfr. LG 16). Pero al mismo tiempo se recuerda que solamente en Cristo y en su Iglesia se pueden encontrar la Revelación de Dios y la plenitud de los medios de la salvación (cfr. UR 3).

En definitiva, Jesucristo no solo es el agua, sino que también es el vaso. Y es que, en el cristianismo no se puede distinguir entre religiosidad y espiritualidad; de la misma forma que en el ser humano no se pueden separar las venas de la carne, sin acabar con su vida.


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Martes, 02 de abril de 2013

ZENIT nos ofrece un artículo de nuestro colaborador el obispo castrense de España Juan del Río Martín para este tiempo de alegría pascual.

La alegría de vivir

Por Juan del Río Martín

La sociedad actual está repleta de deleites que dejan insatisfecho el corazón de la persona. Todo es tan artificial, que la vida se nos escapa y no descubrimos la felicidad que encierra el existir humano, a pesar de que caminemos por “cañadas oscuras” en estos tiempos de crisis. La gran pregunta del domingo de Pascua es: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” (Lc 24,5). A esto respondía el Papa Francisco, cuando era Cardenal de Buenos Aires (Argentina): “¡Cuántas veces necesitamos que esta frase nos rescate del ámbito de la desesperanza y de la muerte! Necesitamos que se nos grite esto cada vez que, recluidos en cualquier forma de egoísmos pretendemos saciarnos con el agua estancada de la autosuficiencia. Necesitamos que se nos grite esto cuando, seducidos por el poder terrenal que se nos ofrece, claudicamos de los valores humanos y cristianos y nos embriagamos con el vino de la idolatría de nosotros mismos que solo puede prometernos un futuro sepulcral” (2007).

Ante una cultura depresiva y descreída, es urgente que los cristianos de hoy recuperemos la frescura de los primeros discípulos que surgió porque no creían en un Dios de muertos, sino en un Dios de vivos, que había resucitado a su Hijo Jesucristo de “entre los muertos”, y ellos eran sus testigos. (cf. Hech 3,15).

La resurrección produjo en el corazón de la comunidad primitiva una explosión de indescriptible alegría: Dios ha cumplido su palabra, la muerte ha sido vencida y nuestro final no es la nada sino la plenitud del amor en el gran Viviente. ¿A qué es debido esto? Porque Dios no se ha desentendido de las criaturas, sino que se hizo hombre por nosotros, cargando con las miserias de la débil naturaleza humana, la cual se ha visto trasformada por la muerte y resurrección del Señor Jesús. Con ello ha abierto caminos de esperanza de que también tú y yo participaremos un día de su gloria divina. “Si nuestra esperanza en Cristo no va más allá de esta vida, somos los más miserables de todos los hombres. Pero no, Cristo ha resucitado de entre los muertos, como anticipo de quienes duermen el sueño de la muerte”. (1Cor 15,19).

La alegría cristiana está basada en la llamada a la vida eterna que significa la fe en la Resurrección. Todo aquel que la posee no tiene temor, ni angustia, ni ansiedad, sino que experimenta, ya aquí, los gozos que da la confianza en Dios. Con la mirada puesta en la eternidad vemos cómo las cosas de este mundo pasan y terminan, sin embargo Dios permanece. Así, viviendo en el mundo, nos alegramos ya en el Señor que ha vencido la muerte. Por eso mismo, cada Pascua en la Iglesia es un momento de gracia para renovarnos en la alegría permanente, pues como dice San Agustín: no es poca la alegría de la esperanza, que ha de convertirse luego en posesión (Sermón 21).

La alegría pascual marca el estado del alma del cristiano. Por muchas que sean las pruebas de la vida cotidiana, la fuerza de la fe supera las dificultades. Incluso en los momentos más oscuros contamos con la luz resplandeciente que dimana del Misterio Pascual. Esa alegría lleva a Dios y crea fraternidad entre los hermanos. Porque sembrar alegría es la mejor forma de hacer caridad y, a la vez, de anunciar la Buena Noticia del Evangelio.

¡Animo, pues! Con la alegría de tu corazón puedes hacer mucho bien a tu alrededor, en medio de una sociedad que vive de alegrías efímeras y que desconoce, o no quiere reconocer, que la alegría que nunca se acaba es la que nace en Dios y en Él tiene su fin. Por eso, viene bien repetir con la Iglesia este himno pascual: ¡Alegría!, ¡alegría, ¡alegría!/ La muerte, en huida/ ya va malherida./ Los sepulcros se quedan desiertos./ Decid a los muertos:/ ¡Renace la Vida,/ y la muerte ya va de vencida!

¡Feliz Pascua a todos!


Publicado por verdenaranja @ 23:34  | Hablan los obispos
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zenit  nos ofrece el texto de las palabras del santo padre enel rezo del Regina Coeli el Lunes de la Octava de Pascua, dirigidas a los miles de fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro.

Queridos hermanos y hermanas:

¡Buena Pascua a todos ustedes! Les agradezco que hayan venido también hoy en gran número, para compartir la alegría de la Pascua, misterio central de nuestra fe. Que la fuerza de la Resurrección de Cristo llegue a cada persona –especialmente a quien sufre– y a todas las situaciones más necesitadas de confianza y esperanza.

Cristo ha vencido al mal de modo pleno y definitivo, pero nos corresponde a nosotros, a los hombres de todos los tiempos, acoger esta victoria en nuestra vida y en las realidades concretas de la historia y de la sociedad.

Por esto me parece importante subrayar lo que hoy le pedimos a Dios en la liturgia: “Oh Padre, que haces crecer a tu Iglesia dándole siempre nuevos hijos, concede a tus fieles que expresen en su vida el sacramento que han recibido en la fe” (Oración Colecta del Lunes de la Octava de Pascua).

Es verdad, el bautismo que nos hace hijos de Dios, la Eucaristía que nos une a Cristo, deben convertirse en vida, es decir, traducirse en actitudes, comportamientos, gestos y elecciones. La gracia contenida en los sacramentos pascuales es un potencial de renovación enorme para la existencia personal, para la vida de las familias, para las relaciones sociales.

Pero todo pasa a través del corazón humano: si yo me dejo alcanzar por la gracia de Cristo resucitado, si le permito que me cambie en ese aspecto mío que no es bueno, que puede hacerme mal a mí y a los demás, yo permito a la victoria de Cristo que se afirme en mi vida, que extienda su acción benéfica. ¡Éste es el poder de la gracia! Sin la gracia no podemos hacer nada. Sin la gracia no podemos nada. Y con la gracia del Bautismo y de la Comunión eucarística puedo llegar a ser instrumento de la misericordia de Dios. De esa bella misericordia de Dios.

Expresar en la vida el sacramento que hemos recibido: he aquí, queridos hermanos y hermanas, nuestro empeño cotidiano, pero diría también ¡nuestra alegría cotidiana! ¡La alegría de sentirse instrumentos de la gracia de Cristo, como sarmientos de la vid que es Él mismo, animados por la linfa de su Espíritu!

Oremos juntos, en el nombre del Señor muerto y resucitado, y por intercesión de María Santísima, para que el Misterio pascual actúe profundamente en nosotros y en nuestro tiempo, para que el odio deje el lugar al amor, la mentira a la verdad, la venganza al perdón, la tristeza a la alegría”.

Después del rezo del Regina Coeli el papa saludó a todos los peregrinos, deseó a cada uno que pasara serenamente este “Lunes del Ángel”, en el que resuena con fuerza el anuncio gozoso de la Pascua: ¡Cristo ha resucitado! Y concluyó deseando “¡Buena Pascua a todos! ¡Buena Pascua a todos, y buen almuerzo!”.


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Lunes, 01 de abril de 2013

ZENIT  nos ofrece la homilía que el Papa Francisco pronunció durante la celebración eucarística de la Vigilia Pascual, 31 de Marzo de 2013

Queridos hermanos y hermanas:

1. En el Evangelio de esta noche luminosa de la Vigilia Pascual, encontramos primero a las mujeres que van al sepulcro de Jesús, con aromas para ungir su cuerpo (cf. Lc 24,1-3). Van para hacer un gesto de compasión, de afecto, de amor; un gesto tradicional hacia un ser querido difunto, como hacemos también nosotros. Habían seguido a Jesús. Lo habían escuchado, se habían sentido comprendidas en su dignidad, y lo habían acompañado hasta el final, en el Calvario y en el momento en que fue bajado de la cruz. Podemos imaginar sus sentimientos cuando van a la tumba: una cierta tristeza, la pena porque Jesús les había dejado, había muerto, su historia había terminado. Ahora se volvía a la vida de antes. Pero en las mujeres permanecía el amor, y es el amor a Jesús lo que les impulsa a ir al sepulcro.

Pero, a este punto, sucede algo totalmente inesperado, una vez más, que perturba sus corazones, trastorna sus programas y alterará su vida: ven corrida la piedra del sepulcro, se acercan, y no encuentran el cuerpo del Señor. Esto las deja perplejas, dudosas, llenas de preguntas: «¿Qué es lo que ocurre?», «¿qué sentido tiene todo esto?» (cf. Lc 24,4). ¿Acaso no nos pasa así también a nosotros cuando ocurre algo verdaderamente nuevo respecto a lo de todos los días? Nos quedamos parados, no lo entendemos, no sabemos cómo afrontarlo. A menudo, la novedad nos da miedo, también la novedad que Dios nos trae, la novedad que Dios nos pide. Somos como los apóstoles del Evangelio: muchas veces preferimos mantener nuestras seguridades, pararnos ante una tumba, pensando en el difunto, que en definitiva sólo vive en el recuerdo de la historia, como los grandes personajes del pasado. Tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Queridos hermanos y hermanas, en nuestra vida, tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Él nos sorprende siempre. Dios es así.

Hermanos y hermanas, no nos cerremos a la novedad que Dios quiere traer a nuestras vidas. ¿Estamos acaso con frecuencia cansados, decepcionados, tristes; sentimos el peso de nuestros pecados, pensamos no lo podemos conseguir? No nos encerremos en nosotros mismos, no perdamos la confianza, nunca nos resignemos: no hay situaciones que Dios no pueda cambiar, no hay pecado que no pueda perdonar si nos abrimos a él.

2. Pero volvamos al Evangelio, a las mujeres, y demos un paso hacia adelante. Encuentran la tumba vacía, el cuerpo de Jesús no está allí, algo nuevo ha sucedido, pero todo esto todavía no queda nada claro: suscita interrogantes, causa perplejidad, pero sin ofrecer una respuesta.

Y he aquí dos hombres con vestidos resplandecientes, que dicen: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24,5-6). Lo que era un simple gesto, algo hecho ciertamente por amor – el ir al sepulcro –, ahora se transforma en acontecimiento, en un evento que cambia verdaderamente la vida. Ya nada es como antes, no sólo en la vida de aquellas mujeres, sino también en nuestra vida y en nuestra historia de la humanidad. Jesús no está muerto, ha resucitado, es el Viviente. No es simplemente que haya vuelto a vivir, sino que es la vida misma, porque es el Hijo de Dios, que es el que vive (cf. Nm 14,21-28; Dt 5,26, Jos 3,10). Jesús ya no es del pasado, sino que vive en el presente y está proyectado hacia el futuro, Jesús es el «hoy» eterno de Dios. Así, la novedad de Dios se presenta ante los ojos de las mujeres, de los discípulos, de todos nosotros: la victoria sobre el pecado, sobre el mal, sobre la muerte, sobre todo lo que oprime la vida, y le da un rostro menos humano. Y este es un mensaje para mí, para ti, querida hermana y querido hermano. Cuántas veces tenemos necesidad de que el Amor nos diga: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Los problemas, las preocupaciones de la vida cotidiana tienden a que nos encerremos en nosotros mismos, en la tristeza, en la amargura..., y es ahí donde está la muerte. No busquemos ahí a Aquel que vive. Acepta entonces que Jesús Resucitado entre en tu vida, acógelo como amigo, con confianza: ¡Él es la vida! Si hasta ahora has estado lejos de él, da un pequeño paso: te acogerá con los brazos abiertos. Si eres indiferente, acepta arriesgar: no quedarás decepcionado. Si te parece difícil seguirlo, no tengas miedo, confía en él, ten la seguridad de que él está cerca de ti, está contigo, y te dará la paz que buscas y la fuerza para vivir como él quiere.

3. Hay un último y simple elemento que quisiera subrayar en el Evangelio de esta luminosa Vigilia Pascual. Las mujeres se encuentran con la novedad de Dios: Jesús ha resucitado, es el Viviente. Pero ante la tumba vacía y los dos hombres con vestidos resplandecientes, su primera reacción es de temor: estaban «con las caras mirando al suelo» – observa san Lucas –, no tenían ni siquiera valor para mirar. Pero al escuchar el anuncio de la Resurrección, la reciben con fe. Y los dos hombres con vestidos resplandecientes introducen un verbo fundamental: Recordad. «Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea... Y recordaron sus palabras» (Lc 24,6.8). Esto es la invitación a hacer memoria del encuentro con Jesús, de sus palabras, sus gestos, su vida; este recordar con amor la experiencia con el Maestro, es lo que hace que las mujeres superen todo temor y que lleven la proclamación de la Resurrección a los Apóstoles y a todos los otros (cf. Lc24,9). Hacer memoria de lo que Dios ha hecho por mí, por nosotros, hacer memoria del camino recorrido; y esto abre el corazón de par en par a la esperanza para el futuro. Aprendamos a hacer memoria de lo que Dios ha hecho en nuestras vidas.

En esta Noche de luz, invocando la intercesión de la Virgen María, que guardaba todos estas cosas en su corazón (cf. Lc 2,19.51), pidamos al Señor que nos haga partícipes de su resurrección: nos abra a su novedad que trasforma, a las sorpresas de Dios, tan bellas; que nos haga hombres y mujeres capaces de hacer memoria de lo que él hace en nuestra historia personal y la del mundo; que nos haga capaces de sentirlo como el Viviente, vivo y actuando en medio de nosotros; que nos enseñe cada día, queridos hermanos y hermanas, a no buscar entre los muertos a Aquel que vive. Amén.


Publicado por verdenaranja @ 23:04  | Habla el Papa
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ZENIT nos  ofrece el texto de las palabras pronunciadas por el santo padre, terminada la Misa del día por la Resurrección del Señor el 31 de Marzo de 2013, antes de impartir la Bendición Urbi et Orbi con el beneficio de la indulgencia plenaria.

 

Queridos hermanos y hermanas de Roma y de todo el mundo: ¡Feliz Pascua! ¡Feliz Pascua!

Es una gran alegría para mí poderos dar este anuncio: ¡Cristo ha resucitado! Quisiera que llegara a todas las casas, a todas las familias, especialmente allí donde hay más sufrimiento, en los hospitales, en las cárceles...

Quisiera que llegara sobre todo al corazón de cada uno, porque es allí donde Dios quiere sembrar esta Buena Nueva: Jesús ha resucitado, hay la esperanza para ti, ya no estás bajo el dominio del pecado, del mal. Ha vencido el amor, ha triunfado la misericordia. La misericordia de Dios siempre vence.

También nosotros, como las mujeres discípulas de Jesús que fueron al sepulcro y lo encontraron vacío, podemos preguntarnos qué sentido tiene este evento (cf. Lc 24,4). ¿Qué significa que Jesús ha resucitado? Significa que el amor de Dios es más fuerte que el mal y la muerte misma, significa que el amor de Dios puede transformar nuestras vidas y hacer florecer esas zonas de desierto que hay en nuestro corazón. Y esto lo puede hacer el amor de Dios.

Este mismo amor por el que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, y ha ido hasta el fondo por la senda de la humildad y de la entrega de sí, hasta descender a los infiernos, al abismo de la separación de Dios, este mismo amor misericordioso ha inundado de luz el cuerpo muerto de Jesús, y lo ha transfigurado, lo ha hecho pasar a la vida eterna. Jesús no ha vuelto a su vida anterior, a la vida terrenal, sino que ha entrado en la vida gloriosa de Dios y ha entrado en ella con nuestra humanidad, nos ha abierto a un futuro de esperanza.

He aquí lo que es la Pascua: el éxodo, el paso del hombre de la esclavitud del pecado, del mal, a la libertad del amor y la bondad. Porque Dios es vida, sólo vida, y su gloria somos nosotros: es el hombre vivo (cf. san Ireneo, Adv. haereses, 4,20,5-7).

Queridos hermanos y hermanas, Cristo murió y resucitó una vez para siempre y por todos, pero el poder de la resurrección, este paso de la esclavitud del mal a la libertad del bien, debe ponerse en práctica en todos los tiempos, en los momentos concretos de nuestra vida, en nuestra vida cotidiana. Cuántos desiertos debe atravesar el ser humano también hoy. Sobre todo el desierto que está dentro de él, cuando falta el amor de Dios y del prójimo, cuando no se es consciente de ser custodio de todo lo que el Creador nos ha dado y nos da. Pero la misericordia de Dios puede hacer florecer hasta la tierra más árida, puede hacer revivir incluso a los huesos secos (cf. Ez 37,1-14).

He aquí, pues, la invitación que hago a todos: Acojamos la gracia de la Resurrección de Cristo. Dejémonos renovar por la misericordia de Dios, dejémonos amar por Jesús, dejemos que la fuerza de su amor transforme también nuestras vidas; y hagámonos instrumentos de esta misericordia, cauces a través de los cuales Dios pueda regar la tierra, custodiar toda la creación y hacer florecer la justicia y la paz.

Así, pues, pidamos a Jesús resucitado, que transforma la muerte en vida, que cambie el odio en amor, la venganza en perdón, la guerra en paz. Sí, Cristo es nuestra paz, e imploremos por medio de él la paz para el mundo entero.

Paz para Oriente Medio, en particular entre israelíes y palestinos, que tienen dificultades para encontrar el camino de la concordia, para que reanuden las negociaciones con determinación y disponibilidad, con el fin de poner fin a un conflicto que dura ya demasiado tiempo. Paz para Iraq, y que cese definitivamente toda violencia, y, sobre todo, para la amada Siria, para su población afectada por el conflicto y los tantos refugiados que están esperando ayuda y consuelo. ¡Cuánta sangre derramada! Y ¿cuánto dolor se ha de causar todavía, antes de que se consiga encontrar una solución política a la crisis?

Paz para África, escenario aún de conflictos sangrientos. Para Malí, para que vuelva a encontrar unidad y estabilidad; y para Nigeria, donde lamentablemente no cesan los atentados, que amenazan gravemente la vida de tantos inocentes, y donde muchas personas, incluso niños, están siendo rehenes de grupos terroristas. Paz para el Este la República Democrática del Congo y la República Centroafricana, donde muchos se ven obligados a abandonar sus hogares y viven todavía con miedo.

Paz en Asia, sobre todo en la península coreana, para que se superen las divergencias y madure un renovado espíritu de reconciliación.

Paz a todo el mundo, aún tan dividido por la codicia de quienes buscan fáciles ganancias, herido por el egoísmo que amenaza la vida humana y la familia; egoísmo que continúa en la trata de personas, la esclavitud más extendida en este siglo veintiuno: la trata de personas es precisamente la esclavitud más extendida en este siglo ventiuno. Paz a todo el mundo, desgarrado por la violencia ligada al tráfico de drogas y la explotación inicua de los recursos naturales. Paz a esta Tierra nuestra. Que Jesús Resucitado traiga consuelo a quienes son víctimas de calamidades naturales y nos haga custodios responsables de la creación.

Queridos hermanos y hermanas, a todos los que me escuchan en Roma y en todo el mundo, les dirijo la invitación del Salmo: «Dad gracias al Señor porque es bueno, / porque es eterna su misericordia. / Diga la casa de Israel: / “Eterna es su misericordia”» (Sal 117,1-2).

Queridos hermanos y hermanas venidos de todas las partes del mundo y reunidos en esta plaza, corazón de la cristiandad, y todos los que estáis conectados a través de los medios de comunicación, os renuevo mi felicitación: ¡Buena Pascua!

Llevad a vuestras familias y vuestros Países el mensaje de alegría, de esperanza y de paz que cada año, en este día, se renueva con vigor.

Que el Señor resucitado, vencedor del pecado y de la muerte, reconforte a todos, especialmente a los más débiles y necesitados. Gracias por vuestra presencia y el testimonio de vuestra fe. Un pensamiento y un agradecimiento particular por el don de las hermosas flores, que provienen de los Países Bajos. Repito a todos con afecto: Cristo resucitado guíe a todos vosotros y a la humanidad entera por sendas de justicia, de amor y de paz.

© Libreria Editrice Vaticana


Publicado por verdenaranja @ 23:00
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