Viernes, 30 de agosto de 2013

Reflexión a las lecturas del domingo veintidos del Tiempo Ordinario - C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe  "ECOS DEL DIA DEL SEÑOR".          

Domingo 22º del Tiempo Ordinario C 

Por el camino hacia Jerusalén, el Señor nos habla este domingo de la humildad. A primera vista, sus palabras pueden parecer unas lecciones de cortesía o unas tácticas para ocupar los primeros puestos sin peligro de perderlos. Pero enseguida, nos damos cuenta de que se trata de unos ejemplos que pone el Señor, Maestro supremo, para que entendamos la importancia y la necesidad de vivir en  humildad: "El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido", es la conclusión. Ésta no es una virtud de personas débiles, enfermizas…, que andan siempre diciendo que no sirven para nada... La humildad no puede ser eso, porque la humildad es una virtud. Ésta consiste en ocupar nuestro puesto con dignidad, sea el primero o el último. El Papa ocupa el primer puesto y también tiene que practicar la humildad.

Ocupar nuestro puesto supone “andar en verdad”, como diría Santa Teresa.

Y ¿qué es la verdad?

La verdad consiste en darnos cuenta de que somos seres llenos de bienes  en el orden de la naturaleza y de la gracia, pero bienes que son dones. "¿Qué tienes que no hayas recibido?”, dice S. Pablo. “Y si lo has recibido, ¿A qué tanto orgullo como si no lo hubieras recibido?” (1 Co 4, 7).

Un ejemplo de verdadera humildad es este testimonio del mismo apóstol: "Yo no soy digno de llamarme apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios, pero, por la gracia de Dios, soy lo que soy y su gracia no ha sido estéril en mí. Más bien, he trabajado más que todos ellos (los demás apóstoles), pero no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo" (1 Co, 15, 9-10).

La humildad se distingue de la soberbia en que en ésta nos enorgullecemos de las cosas que tenemos como si fueran exclusivamente nuestras.

Todo esto puede parecernos algo pasado, propio de otros tiempos, de un sentido distinto de la vida y de las cosas. Pero es fácil darnos cuenta de que una verdadera humildad es imprescindible a la hora de dar un paso adelante en la vida cristiana. Si no somos humildes, es decir, si no nos sentimos pobres, frágiles, necesitados de Dios, no tenemos nada que hacer en el Reino de Dios. “Él resiste a los soberbios para dar su gracia a los humildes", escribe S. Pedro. (1 Pe 5,5) "A los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió vacíos", proclama La Virgen María en su célebre cántico (Lc 1, 53).

Toda la vida del Señor es considerada por S. Pablo como un acto continuado de humildad: "Cristo, siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos..." "Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el "Nombre sobre todo nombre..." (Fil 2, 6-11).

Una mala inteligencia de esta virtud y de otras semejantes, en tiempos pasados, hizo a muchos tropezar en la fe. Les parecía que la religión alienaba a la gente, que les inutilizaba para la lucha y el progreso y llegaron a considerarla "opio del pueblo". A esta actitud, propia del marxismo, trató de responder el Concilio Vaticano II en algunos documentos.

La virtud de la humildad, en fin, hace al hombre un ser equilibrado, agradable..., aún en el orden humano. La primera lectura de este domingo nos dice: "Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios y revela sus secretos a los humildes".  

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 18:41  | Espiritualidad
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