¿QuIén es un secretario de estado? El brazo derecho del papa, el número uno del principal ministerio: la Secretaría de Estado. (Zenit).
Por H. Sergio Mora
El secretario de estado es el primer colaborador del papa y es el jefe de la Secretaría de Estado, el dicasterio más importante de la Curia Romana, que organiza, hace los nombramientos y dirige las actividades de los otros dicasterios o ministerios.
El papa está por encima de la Curia, por lo tanto secretario de estado es el número uno de este órgano de gobierno. Hasta el 15 de octubre será ejercido por el cardenal Tarcisio Bertone, y después asumirá el arzobispo Pietro Parolín.
El número dos de la Secretaría de Estado es el 'sustituto', Mons. Angelo Becciu', y el número tres, el 'secretario de las Relaciones con los Estados', Mons. Dominique Mambertí (o ministro de exteriores). En la administración ordinaria lo que el secretario de estado firma tiene efecto de ley.
Cada día estos dos ministros (el sustituto y el secretario de las Relaciones con los Estados) van a la primera 'logia' en donde se reúnen con el secretario de estado y le presentan todos los problemas que surgieron. Si son asuntos de orden administrativo ellos definen como resolverlos, en cambio si son hechos nuevos y es necesario interpretar como proceder, entonces el secretario de estado lo consulta directamente con el papa Francisco. El secretario de estado encuentra al papa unas tres veces por semana, según la agenda, y claramente cada vez que el santo padre le llama.
El secretario de estado además es jefe de la Curia Romana y por lo tanto preside las reuniones que se realizan con los jefes de los dicasterios, a no ser que el papa quiera estar en estas reuniones personalmente, como lo hizo muchas veces Juan Pablo II. Dichas reuniones no tienen fecha fija y se realizan cuando son convocadas, unas dos o tres veces cada año.
La Secretaría de Estado, durante la sede vacante es responsable de las relaciones de la Santa Sede y su secretario de estado, que decae del cargo con la muerte del papa, asume algunas funciones de jefe de Estado como parte de una comisión temporánea.
“Parolín es un gigante, un buen sacerdote, muy fino en diplomacia, rico en humanidad y una persona de vida interior. No es un carrerista, es un hombre de Dios” le comentó a ZENIT un prelado que prefirió no ponerse en luz. Y precisó que “el papa Francisco lo conocía bien porque estaba como nuncio en Venezuela y por lo tanto participaba en las reuniones de los obispos latinoamericanos”.
Reflexión a las lecturas del domingo veintidos del Tiempo Ordinario - C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DIA DEL SEÑOR".
Domingo 22º del Tiempo Ordinario C
Por el camino hacia Jerusalén, el Señor nos habla este domingo de la humildad. A primera vista, sus palabras pueden parecer unas lecciones de cortesía o unas tácticas para ocupar los primeros puestos sin peligro de perderlos. Pero enseguida, nos damos cuenta de que se trata de unos ejemplos que pone el Señor, Maestro supremo, para que entendamos la importancia y la necesidad de vivir en humildad: "El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido", es la conclusión. Ésta no es una virtud de personas débiles, enfermizas…, que andan siempre diciendo que no sirven para nada... La humildad no puede ser eso, porque la humildad es una virtud. Ésta consiste en ocupar nuestro puesto con dignidad, sea el primero o el último. El Papa ocupa el primer puesto y también tiene que practicar la humildad.
Ocupar nuestro puesto supone “andar en verdad”, como diría Santa Teresa.
Y ¿qué es la verdad?
La verdad consiste en darnos cuenta de que somos seres llenos de bienes en el orden de la naturaleza y de la gracia, pero bienes que son dones. "¿Qué tienes que no hayas recibido?”, dice S. Pablo. “Y si lo has recibido, ¿A qué tanto orgullo como si no lo hubieras recibido?” (1 Co 4, 7).
Un ejemplo de verdadera humildad es este testimonio del mismo apóstol: "Yo no soy digno de llamarme apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios, pero, por la gracia de Dios, soy lo que soy y su gracia no ha sido estéril en mí. Más bien, he trabajado más que todos ellos (los demás apóstoles), pero no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo" (1 Co, 15, 9-10).
La humildad se distingue de la soberbia en que en ésta nos enorgullecemos de las cosas que tenemos como si fueran exclusivamente nuestras.
Todo esto puede parecernos algo pasado, propio de otros tiempos, de un sentido distinto de la vida y de las cosas. Pero es fácil darnos cuenta de que una verdadera humildad es imprescindible a la hora de dar un paso adelante en la vida cristiana. Si no somos humildes, es decir, si no nos sentimos pobres, frágiles, necesitados de Dios, no tenemos nada que hacer en el Reino de Dios. “Él resiste a los soberbios para dar su gracia a los humildes", escribe S. Pedro. (1 Pe 5,5) "A los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió vacíos", proclama La Virgen María en su célebre cántico (Lc 1, 53).
Toda la vida del Señor es considerada por S. Pablo como un acto continuado de humildad: "Cristo, siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos..." "Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el "Nombre sobre todo nombre..." (Fil 2, 6-11).
Una mala inteligencia de esta virtud y de otras semejantes, en tiempos pasados, hizo a muchos tropezar en la fe. Les parecía que la religión alienaba a la gente, que les inutilizaba para la lucha y el progreso y llegaron a considerarla "opio del pueblo". A esta actitud, propia del marxismo, trató de responder el Concilio Vaticano II en algunos documentos.
La virtud de la humildad, en fin, hace al hombre un ser equilibrado, agradable..., aún en el orden humano. La primera lectura de este domingo nos dice: "Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios y revela sus secretos a los humildes".
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 22º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
La primera lectura de hoy nos ofrece unas reflexiones en torno a la virtud de la humildad. En el Evangelio también el Señor nos hablará hoy de la humildad. Escuchemos con atención.
SALMO
Con las palabras del salmista aclamemos a Dios que ama y salva a los justos y desvalidos.
SEGUNDA LECTURA
La segunda Lectura nos ayuda a reflexionar sobre la experiencia del pueblo de Israel al pie del Sinaí y a compararla con la situación de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios, que, de algún modo, ha sido introducido ya en el Cielo, junto con Cristo, los ángeles y los santos.
TERCERA LECTURA
En el Evangelio Jesús nos exhorta a vivir en la humildad, la sencillez, el desinterés. Escuchemos con atención. Pero antes, aclamemos al Señor con el canto del aleluya
COMUNIÓN
En la Comunión recibimos a Jesucristo modelo perfecto de humildad y desinterés. Recordemos ahora aquellas palabras del Evangelio: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo veintidos del Tiempo ordinario.
SIN EXCLUIR
Jesús asiste a un banquete invitado por “uno de los principales fariseos” de la región. Es una comida especial de sábado, preparada desde la víspera con todo esmero. Como es costumbre, los invitados son amigos del anfitrión, fariseos de gran prestigio, doctores de la ley, modelo de vida religiosa para todo el pueblo.
Al parecer, Jesús no se siente cómodo. Echa en falta a sus amigos los pobres. Aquellas gentes que encuentra mendigando por los caminos. Los que nunca son invitados por nadie. Los que no cuentan: excluidos de la convivencia, olvidados por la religión, despreciados por casi todos. Ellos son los que habitualmente se sientan a su mesa.
Antes de despedirse, Jesús se dirige al que lo ha invitado. No es para agradecerle el banquete, sino para sacudir su conciencia e invitarle a vivir con un estilo de vida menos convencional y más humano: “No invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes ni a los vecinos ricos porque corresponderán invitándote... Invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.
Una vez más, Jesús se esfuerza por humanizar la vida rompiendo, si hace falta, esquemas y criterios de actuación que nos pueden parecer muy respetables, pero que, en el fondo, están indicando nuestra resistencia a construir ese mundo mas humano y fraterno, querido por Dios.
De ordinario, vivimos instalados en un círculo de relaciones familiares, sociales, políticas o religiosas con las que nos ayudamos mutuamente a cuidar de nuestros intereses dejando fuera a quienes nada nos pueden aportar. Invitamos a nuestra vida a los que, a su vez, nos pueden invitar. Eso es todo.
Esclavos de unas relaciones interesadas, no somos conscientes de que nuestro bienestar solo se sostiene excluyendo a quienes más necesitan de nuestra solidaridad gratuita, sencillamente, para poder vivir. Hemos de escuchar los gritos evangélicos del Papa Francisco en la pequeña isla de Lampedusa: “La cultura del bienestar nos hace insensibles a los gritos de los demás”. “Hemos caído en la globalización de la indiferencia”. “Hemos perdido el sentido de la responsabilidad”.
Los seguidores de Jesús hemos de recordar que abrir caminos al Reino de Dios no consiste en construir una sociedad más religiosa o en promover un sistema político alternativo a otros también posibles, sino, ante todo, en generar y desarrollar unas relaciones más humanas que hagan posible unas condiciones de vida digna para todos empezando por los últimos.
José Antonio Pagola
Red Evangelizadora BUENAS NOTICIAS
1 de Septiembre de 2013
22 del Tiempo Ordinario C
Lc 14, 7 - 14
Zenit nos ofrece las palabras del Papa Francisco en la oración mariana del Angelus, el domingo 25 de Agosto de 2013, ante una plaza de San Pedro repleta como no se veía desde el inicio del verano.
“¡Queridos hermanos y hermanas! El evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre el tema de la salvación. Jesús iba desde Galilea hacia la ciudad de Jerusalén y a lo largo del camino un tal -cuenta en evangelista Luca- se le acerca y le pregunta “¿Señor son pocos quienes se salvan?”.
Jesús no responde directamente a la pregunta: no es importante saber cuantos se salvan, sino más bien saber cuál es el camino de la salvación. Y entonces Jesús a la pregunta responde diciendo: 'Esfuércense de entrar por la puerta estrecha, porque muchos intentarán entrar pero no lo lograrán'. ¿Qué nos quiere decir Jesús? ¿Cuál es la puerta por la que tenemos que entrar? ¿Por qué Jesús habla de una puerta angosta?
La imagen de la puerta retorna varias veces en el evangelio y nos evoca aquella de la casa, del hogar en donde encontramos seguridad, amor, calor. Jesús dice que es una puerta que nos hace entrar en la familia de Dios, en el calor de la casa de Dios, de la comunión con Él. Aquella puerta es el mismo Jesús.
Él es el camino a la salvación, Él nos conduce al Padre. Y la puerta que es Jesús nunca está cerrada, está abierta siempre a todos sin distinción, sin exclusión, sin privilegios.
Porque saben, Jesús no excluye a nadie. Alguien podrá decir, 'Padre seguramente yo estoy excluido porque soy un gran pecador, he hecho cosas feas, tantas en la vida'. No, no estás excluido, justamente eres el preferido, porque Jesús prefiere a los pecadores, siempre, para perdonarlos, amarlos. Jesús te está esperando para abrazarte, para perdonarte. No tengas miedo, Él te espera. Anímate, toma coraje para entrar por su puerta.
Todos están invitados a entrar por ésta puerta, a entrar por la puerta de la fe, a entrar en su vida y a hacerlo entrar en nuestra vida, de manera que Él la transforme, la renueve, de dones, de gozo pleno y duradero.
Hoy en día pasamos delante de tantas puertas que nos invitan a entrar, prometiéndonos una felicidad y después nos damos cuenta que dura un instante, que se acaba en si misma y no tiene futuro. Pero yo les pregunto ¿Nosotros por cuál puerta queremos entrar? ¿Y a quién queremos hacer entrar por la puerta de nuestra vida?
Querría decir con fuerza: no tengamos miedo de entrar por la puerta de la fe en Jesús, de dejarlo entrar siempre más en nuestra vida, de salir de nuestros egoísmos, de nuestros cierres, de nuestras indiferencias hacia los demás.
Porque Jesús ilumina nuestra vida como una luz que no se apaga más, no es como un fuego de artificio, no es un flash, es una luz tranquila que dura siempre, y nos da paz. Así es la luz que encontramos si entramos por la puerta de Jesús.
Claro, la de Jesús es una puerta angosta, no porque sea una sala de tortura, no por ello, sino porque nos pide abrir nuestro corazón a Él, de reconocernos pecadores, necesitados de su salvación, de su perdón, de su amor, de tener la humildad de acoger su misericordia y hacernos renovar por Él.
Jesús en el evangelio nos dice que ser cristianos no es tener una etiqueta. Yo les pregunto a ustedes, ¿Ustedes son cristianos de etiqueta o de verdad? Y cada uno se responda dentro. Eh... Nunca cristianos de etiqueta, cristianos de verdad y de corazón. Ser cristiano es vivir y testimoniar la fe en la oración, en las obras de caridad, en la promoción de la justicia, cumpliendo el bien. Por la puerta angosta que es Cristo tiene que pasar toda nuestra vida.
A la Virgen María, Puerta del Cielo, pedimos que nos ayude a entrar por la puerta de la fe y a dejar que su Hijo trasforme nuestra existencia como ha trasformado la suya para llevar a todos la alegría del evangelio”.
A este punto el papa Francisco reza la oración del ángelus, da la bendición y a continuación hace un apelo por Siria.
“Con gran sufrimiento y preocupación estoy siguiendo la situación de Siria. El aumento de la violencia en una guerra entre hermanos, con la multiplicación de masacres y actos atroces que todos hemos podido ver también en las terribles imágenes de estos días, me lleva nuevamente a levantar la voz para que se detenga el ruido de las armas.
No es el choque que ofrece perspectivas de esperanza para resolver los problemas, pero la capacidad de encuentro y de diálogo.
Desde lo profundo de mi corazón, querría manifestar mi cercanía con la oración y la solidaridad a todas las víctimas de este conflicto, a todos los que sufren, especialmente a los niños, e invitar a tener siempre encendida la esperanza de paz.
Hago un apelo a la comunidad internacional para que se muestre más sensible hacia aquella trágica situación y ponga todo su empeño para ayudar a la querida nación siria a encontrar una solución a una guerra que siembra destrucción y muerte.
Todos juntos recemos a la Virgen Reina de la Paz: María Reina de la Paz ruega por nosotros. Todos: María Reina de la Paz ruega por nosotros.
Saludo con afecto a todos los peregrinos presentes: a las familias, a los numerosos grupos, a la Asociación Albergoni.
En particular saludo a las monjas Maestras de San Dorotea, a los jóvenes de Verona, Siracusa, Nave, Módica y Trento; a los que reciben la Confirmación en la Unidad Pastoral de Angano y Val Liona; a los seminaristas y a los sacerdotes del Pontifical North American College; a los trabajadores de Cúneo y a los peregrinos de Verrua Po, San Zeno Naviglio, Urago d’Oglio, Varano Borghi y San Pablo de Brasil. Para muchos, estos días marcan la finalización de las vacaciones de verano. Les deseo a todos un retorno sereno y empeñado a la normal vida cotidiana, mirando al futuro con esperanza.
A todos les deseo un buen domingo, una buena semana, un buen almuerzo y 'arrivederci'”.
Zenit nos ofrece el artículo de monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas.
La doctrina de la Iglesia no cambia
Sobre las palabras del papa al regreso de la JMJ, sobre los homosexuales
Por Felipe Arizmendi Esquivel
SITUACIONES
Gran revuelo causaron algunas declaraciones del Papa Francisco, en la entrevista que dio a los periodistas durante su regreso de Brasil a Roma, sobre todo en cuanto a su postura ante los homosexuales, llamados gay. Algunos dijeron que, por fin, la Iglesia se abría en este asunto y que aplaudían el cambio.
Por otra parte, es frecuente que grupos que se consideran católicos, sin serlo de verdad, nos urjan que debiéramos caminar más acordes con los tiempos actuales, y no seguir condenando el aborto, la homosexualidad, el libertinaje sexual, el divorcio, etc. ¿Esto es modernidad, o dejarse llevar por la corriente? ¿Cuándo han visto ustedes que la corriente de un río vaya para arriba? Siempre las corrientes van para abajo. Dejarse llevar por la corriente de la sociedad, es exponerse a degradar el Evangelio.
ILUMINACION
¿Qué dijo el Papa sobre los homosexuales? Textualmente respondió a una pregunta que le hicieron: “Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buenas intenciones, ¿quién soy yo para juzgarla? El Catecismo de la Iglesia Católica explica de modo tan hermoso esto, y dice: "no hay que marginar a estas personas por esto, deben ser integradas en la sociedad". El problema no es tener esa tendencia, no, tenemos que ser hermanos... El problema consiste en hacer lobby por esta tendencia. Este es el problema más grave para mí”. Hacer lobby significa presionar en forma organizada para que se vea como algo normal, unirse a otros de la misma tendencia, por ejemplo, para que se les permita unirse en matrimonio y adoptar niños.
¿Qué dice explícitamente el Catecismo de la Iglesia Católica? “La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gén 19,1-29; Rom 1,24-27; 1 Cor 6,9-10; 1 Tim 1,10), la Tradición ha declarado siempre que los ‘actos homosexuales son intrínsecamente desordenados’. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.
Un número apreciable de hombres y mujeres presenta tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.
Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana” (Nos. 2357-2359).
En otras palabras, se condena el pecado, no al pecador. Jesucristo es muy claro: recuerda y urge que se cumplan los mandamientos, que incluyen el sexto, pero ama al que va por otros caminos, le invita a la conversión, le perdona, le levanta y no lo deja en la misma situación. Pero no empieza por condenar y excluir, sino por acercarse y amar. Este es el camino de la Iglesia.
COMPROMISOS
No puede ser otro nuestro proceder humano y pastoral. A quienes tienen tendencias homosexuales, les hemos de escuchar, atender, comprender, respetar y ayudarles a descubrir la raíz de su situación. Hemos de invitarles a vivir en castidad, pues pueden llegar a ser santos y hacer mucho bien a su alrededor. Pero no podemos afirmar que todo se vale, que cada quien sea como quiera y haga lo que le dé la gana. Esto no es conforme con el Evangelio. El amor pastoral siempre debe ir conforme a la verdad de lo que Dios quiere.
Comentario al evangelio del 21° Domingo del T.O./C por Jesús Álvarez SSP (Zenit.org)
Y yo, ¿me salvaré?
Por Jesús Álvarez SSP
"Alguien preguntó a Jesús: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?» Jesús respondió: «Esfuércense por entrar por la puerta estrecha, porque les digo que muchos intentarán entrar y no lo conseguirán. Cuando el amo de casa se levante y cierre la puerta, ustedes se quedarán fuera y gritarán golpeando la puerta: “¡Señor, ábrenos!” Pero él les contestará: “No sé quiénes son ustedes”. Entonces comenzarán a decir: “Nosotros hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero él les dirá: “No sé de dónde son ustedes. ¡Aléjense de mí todos los malhechores!”»" (Lc 13, 22-27).
La primacía absoluta de la salvación la pone en evidencia el mismo Salvador, Jesús, diciendo: “¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo? ¿Qué dará para rescatarse a sí mismo?” (Mt 16, 26). La perdición eterna consiste justo en perderse para siempre a sí mismo y de todo lo que se ha ganado y se ha gozado en este mundo.
“¿Son pocos los que se salvan?” es una pregunta ociosa que siguen haciéndose muchos hoy. Pero la pregunta seria y válida, es la del joven rico: “¿Qué tengo que hacer para salvarme?” (Mc. 10,17). ¿Cómo tengo que vivir y obrar?
A esta pregunta sí responde Jesús, que exhorta a un compromiso esforzado por la salvación propia y ajena. La salvación eterna no se puede merecer ni pagar con nada. Es un don gratuito que Dios concede a quienes lo acogen, lo aman y valoran su oferta de salvación.
Pero no bastan las palabras o prácticas externas, sino que se debe pasar por la puerta estrecha de la bondad, de la justicia, de la honradez, del amor a Dios y al prójimo, del perdón, de la escucha de la Palabra de Dios para hacerla vida, de la oración, los sacramentos, la cruz cotidiana asociada a la de Cristo.
Muchos tratan de conseguir “por rebajas” la salvación, como aquellos que pretendían que el amo les abriera las puertas del cielo. Hoy dirían: “Fuimos a misa, llevamos hábito y escapulario, hicimos novenas y procesiones, rezamos rosarios, leímos la Biblia, pusimos tu imagen en casa, admiramos al Papa, somos católicos, apostólicos y romanos, sacerdotes, religiosos, catequistas…” Y la respuesta será la misma: “No los conozco. ¡Aléjense de mí, malvados!” (Lc. 13, 27). Pues todo eso, “si no lo hago por amor, de nada me sirve”, dice san Pablo (1 Cor. 13, 3).
¿Cómo se explica? Pues que se contentaban con prácticas externas, sin espíritu, sin amor y sin vida, y con ellas encubrían injusticias, indiferencias ante el prójimo necesitado y ante el amor de Dios, y nadaban en abundancia y placeres, a costa del sufrimiento ajeno, incluso en el propio hogar.
Jesús condiciona la salvación al “sacramento del prójimo” necesitado, con quien él se identifica: “Tuve hambre, estuve desnudo, enfermo, en la cárcel... y ustedes me socorrieron…; vengan, benditos de mi Padre, a poseer el reino…” (Mt. 25, 34).
Mas a las necesidades físicas se suman también las necesidades morales y espirituales: respeto, perdón, amor, buen ejemplo, formación, fe, ayuda en el camino de la salvación... “No de solo pan vive el hombre” (Mt. 4, 4).
La puerta estrecha se identifica con el mismo Cristo, quien dijo: “Yo soy la puerta…; quien entra por mí, encontrará pastos abundantes” (Jn. 10, 9). “Quien está unido a mí, produce mucho fruto” (Jn. 15, 5).Frutos de salvación propia y ajena, se entiende.
Reflexión a las lecturas del domingo veintiuno del Tiempo Ordinario - C ofrecida por el sacerdote don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 21º del T. Ordinario C
Tal vez nos habremos hecho alguna vez la misma pregunta que le hacen hoy a Jesús, camino de Jerusalén: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?” Sí. Al final, a la hora de la verdad, ¿cómo terminará todo eso? Se trata de la salvación final: entrar en el Cielo para siempre. Ya sabemos que la salvación que Cristo nos obtuvo en la Cruz, llega a nosotros en el Bautismo, y ahí comienza la tarea, la lucha, la aventura maravillosa de nuestra salvación que se anuncia cada día de Oriente a Occidente, como Buena Noticia. Hoy la mayoría de los cristianos no harían esta pregunta porque, o no creen que exista “algo después de la muerte” o, en caso de que existiera, irían todos al Cielo.
Jesús no contesta directamente a la pregunta, como es lógico, no nos da una cifra. Nos dice, sencillamente, que “muchos intentarán entrar y no podrán”. Y que hay que esforzarse por “entrar por la puerta estrecha”.
S. Mateo es más explícito. (Mt 7, 13-14). Jesús advierte a aquellos que le escuchan que van a quedar fuera y no valdrá entonces recurrir a que han comido juntos (han sido amigos suyos) y que Él ha enseñado en sus plazas, porque les replicará: “no sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados”. No basta con ser “hijos de Abrahán”. Hace falta escuchar la Palabra de Jesucristo y cumplirla porque se reconoce que Él es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y comenzará la condenación eterna para ellos. Entonces verán a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios y ellos, echados fuera. “Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios”.
¡Impresionante! Y si eso termina así ¿de qué nos habrá servido todo?
Los santos, es decir, aquellos que han comprendido y vivido mejor estas cosas, han sacado de esta doctrina dos consecuencias fundamentales: trabajar por la propia salvación con temor y temblor (Fil 2, 12) y luchar y esforzarse por la salvación de los demás.
Podemos recordar la reacción de los niños videntes de Fátima, cuando la Virgen les enseñó el Infierno. ¡Cómo se preocupaban, cómo se esforzaban por evitar que los pecadores fueran allí!
Un misionero tan grande como S. Antonio María Claret, nos cuenta que, siendo muy pequeño y de poco dormir, se pasaba algún tiempo durante la noche, pensando en el Infierno y, a partir de ahí, se fue fraguando su vocación misionera.
Se trata, mis queridos amigos, de anunciar “el mensaje completo” (2Tim 4, 17). Hay que recordar aquella sentencia: “acuérdate de tus Novísimos y no pecarás” La Iglesia ora en la Plegaria Eucarística I diciendo: “líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos”.
¡FELIZ DOMINGO! ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 21º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
La primera lectura expresa en términos llenos de colorido, el proyecto de Dios de congregar a todos los hombres para mostrarles su salvación y su gloria.
SALMO
En el salmo manifestamos nuestro deseo de que todos los pueblos conozcan y alaben al Señor.
SEGUNDA LECTURA
La Carta a los Hebreos exhorta a aquellos cristianos, que habían sido perseguidos, a soportar su prueba como una purificación a la que les invita el Señor.
TERCERA LECTURA
El Señor nos dice en el Evangelio que todos los hombres, sin excepción, están llamados a vivir con Él eternamente, para lo cual hay que entrar por “la puerta estrecha” que Él nos ha señalado.
Aclamémosle ahora con el canto del aleluya
COMUNIÓN
En la Comunión se realiza la unión más íntima y profunda que puede realizar el hombre con Dios en esta vida y que es anticipo de la que se realizará en el Cielo.
Que el Señor no permita que los que ahora nos unimos a Él de una manera tan profunda, vayamos a encontrarnos lejos de Él por toda la eternidad.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo 21 del Tiempo Ordinario.
CONFIANZA,SÍ.FRIVOLIDAD,NO
La sociedad moderna va imponiendo cada vez con más fuerza un estilo de vida marcado por el pragmatismo de lo inmediato. Apenas interesan las grandes cuestiones de la existencia. Ya no tenemos certezas firmes ni convicciones profundas. Poco a poco, nos vamos convirtiendo en seres triviales, cargados de tópicos, sin consistencia interior ni ideales que alienten nuestro vivir diario, más allá del bienestar y la seguridad del momento.
Es muy significativo observar la actitud generalizada de no pocos cristianos ante la cuestión de la “salvación eterna” que tanto preocupaba solo hace pocos años: bastantes la han borrado sin más de su conciencia; algunos, no se sabe bien por qué, se sienten con derecho a un “final feliz”; otros no quieren recordar experiencias religiosas que les han hecho mucho daño.
Según el relato de Lucas, un desconocido hace a Jesús una pregunta frecuente en aquella sociedad religiosa: “¿Serán pocos los que se salven?” Jesús no responde directamente a su pregunta. No le interesa especular sobre ese tipo de cuestiones estériles, tan queridas por algunos maestros de la época. Va directamente a lo esencial y decisivo: ¿cómo hemos de actuar para no quedar excluidos de la salvación que Dios ofrece a todos?
“Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. Estas son sus primeras palabras. Dios nos abre a todos la puerta de la vida eterna, pero hemos de esforzarnos y trabajar para entrar por ella. Esta es la actitud sana. Confianza en Dios, sí; frivolidad, despreocupación y falsas seguridades, no.
Jesús insiste, sobre todo, en no engañarnos con falsas seguridades. No basta pertenecer al pueblo de Israel; no es suficiente haber conocido personalmente a Jesús por los caminos de Galilea. Lo decisivo es entrar desde ahora en el reino Dios y su justicia. De hecho, los que quedan fuera del banquete final son, literalmente, “los que practican la injusticia”.
Jesús invita a la confianza y la responsabilidad. En el banquete final del reino de Dios no se sentarán solo los patriarcas y profetas de Israel. Estarán también paganos venidos de todos los rincones del mundo. Estar dentro o estar fuera depende de cómo responde cada uno a la salvación que Dios ofrece a todos.
Jesús termina con un proverbio que resume su mensaje. En relación al reino de Dios, “hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos”. Su advertencia es clara. Algunos que se sienten seguros de ser admitidos pueden quedar fuera. Otros que parecen excluidos de antemano pueden quedar dentro.
José Antonio Pagola
Red Evangelizadora BUENAS NOTICIAS
25 de Agosto de 2013
21 Tiempo Ordinario - C
Lucas 13, 22-30
El arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor". (AICA)
El sexo casual y su consecuencias para los jóvenes
“Probablemente ustedes han escuchado críticas a la Iglesia como que durante mucho tiempo ella habría estado obsesionada con los pecados contra el sexto y el noveno mandamiento y que habría puesto en su transmisión de la moral cristiana un tinte oscuro sobre la problemática conyugal o sexual, sobre la vida afectiva, etc.
Bueno esa crítica es absolutamente infundada. En realidad, pienso que se nos quieren infundir una especie de complejo de culpa sobre este campo. Y es un complejo de culpa que ha dado resultado, porque muchas veces no se habla, aún en la predicación o en la catequesis, de esa área de la vida moral.
No es la más importante, y no es la única evidentemente, pero se ha desplazado el foco de atención a otros ámbitos morales como, por ejemplo, las relaciones de justicia. La justicia es evidentemente una virtud fundamental, pero también hay otras virtudes que hacen a la constelación moral del cristiano; todas tienen, además, su base en una concepción acerca de la persona humana.
¿A qué viene este prólogo? He leído que se han hecho recientemente estudios en universidades norteamericanas acerca del sexo casual, y de las consecuencias que de ese comportamiento se siguen para los jóvenes y, especialmente, para las mujeres jóvenes.
Uno de esos estudios refiere que cuatro mil universitarios han sido investigados por diez universidades norteamericanas acerca de las consecuencias del sexo casual, impensado, imprevisto, sin compromiso emocional ni expectativas de futuro. Las conclusiones tratan de vincular ese tipo de relaciones con la problemática de la salud mental con consecuencias emocionales muy serias, como decía antes, especialmente en las mujeres jóvenes. Dice el estudio que provoca stress, sentimiento de culpa, arrepentimiento y displacer en las jóvenes después de un encuentro sexual con un desconocido.
Se indica además que el contacto sexual con extraños es más habitual en quienes tienen baja autoestima. Y sigo mencionando datos que han aportado estos estudios: los estudiantes universitarios que habían participado en encuentros sexuales casuales presentaron niveles más bajos de autoestima, de satisfacción y de felicidad que aquellos estudiantes que no habían tenido relaciones ocasionales. El sexo casual también fue asociado con angustia, ansiedad y depresión.
Se refieren estos datos a la relación sexual irresponsable, sin vínculo afectivo estable y sin una perspectiva de futuro, que para nosotros, cristianos, es obviamente el matrimonio y la fundación de una familia.
Dicen que sobre todo ocurre eso en los jóvenes asociado al consumo social de alcohol y de drogas que especialmente se combinan en las “previas”, en las que los jóvenes consumen en exceso, y que en ese estado es previsible que se descontrolen. Al otro día se acuerdan de lo que pasó, se enteran por el relato de otros y se sienten mal.
Los psicólogos que intervienen en este tipo de estudios y de apreciaciones brindan algunos consejos que tienen una buena cuota de razonabilidad, pero que son también muy imperfectos y, desde el punto de vista de una antropología completa e integral, son deficientes. Están proponiendo que el camino hacia la madurez sexual implica el fortalecimiento de la autoestima, el autocuidado con el control de los impulsos, el diálogo entre padres e hijos, el diálogo con la pareja y la protección adecuada.
Ellos llaman protección adecuada a tratar de evitar el embarazo no deseado y la transmisión de una enfermedad de las que se propagan por vía de la relación sexual, pero no dicen nada del verdadero cuidado que tiene que ver también con la autoestima y con la madurez plena de la personalidad: es la virtud de la castidad, una de las virtudes del ámbito de la templanza. Implica que el hombre es un ser racional, y que por tanto tiene que orientar, y orientar desde dentro, hacia un orden acorde con su naturaleza y con su condición de persona, los impulsos básicos fundamentales.
Como decía al principio, nos han acomplejado con que siempre estamos hablando de la castidad y puede ser que haya habido en otras épocas algunas tintas fuertes y excesos en ese campo, pero ahora no se habla de la castidad, como si hubiera desaparecido de la constelación de las virtudes humanas y cristianas. Pero de eso se trata: ¿cómo se llega a la madurez personal sin autocontrol, sin una disciplina personal, sin la búsqueda de un orden, sin que la razón, en todo caso, oriente los impulsos más básicos y los haga servir a la plena realización del hombre?
Nosotros sabemos, por otra parte, por la predicación cristiana, por los mandamientos de la Ley de Dios, que la relación sexual tiene su pleno sentido y su justificación moral en el matrimonio. Aquí estamos hablando del extremo opuesto, precisamente, a lo que llaman sexo casual, que habría que llamar de modo apropiado “promiscuidad”.
Desgraciadamente, parece que esta conducta es frecuente entre los jóvenes en todo el mundo, pero estos estudios que relacionan este descontrol sexual con problemáticas psicológicas muy concretas y con una alteración y un detenimiento del proceso de maduración de una personalidad, es muy significativo desde el punto de vista de la educación.
Entonces, aquí, la conclusión es que hay que volver a considerar las virtudes humanas y cristianas y, entre ellas, en el lugar que corresponde, también la virtud de la castidad que hace que las fuerzas que Dios ha puesto en el varón y en la mujer estén orientadas a aquello para lo cual lo pensó el Creador: la pareja estable, consagrada en el matrimonio, que es un bien social y el ámbito adecuado para la comunicación de la vida humana.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata
El Vaticano dio a conocer el programa de la jornada del 12 y 13 de octubre en Roma en la que el papa Francisco consagrará el mundo al Inmaculado Corazón de María, ante la imagen de Nuestra Señora de Fátima. (ZENIT)
La Jornada Mariana que hace parte del Año de la Fe, ha sido anunciada dentro de la “celebración del día mariano con la presencia de todas las asociaciones marianas y con el tema “Feliz eres Tú Que creíste!”. El papa Francisco añadió este nuevo evento dentro de la jornada y el 13 de mayo pasado pidió que el el santuario de Fátima, fuera consagrado su pontificado y la Jornada Mundial de la Juventud que se realizó en Río de Janeiro en el mes de julio.
SÁBADO 12 DE OCTUBRE
8.00 a.m. – 12.00 m. Peregrinación a la tumba del apóstol Pedro
9.00 a.m. – 12.00 m. Adoración eucarística y celebración del sacramento de la reconciliación en algunas iglesias cercanas a la Basílica de San Pedro
5.00 p.m. Plaza San Pedro. Acogida de la estatua original de la Virgen de Fátima por parte del papa Francisco
Catequesis mariana
Desde las 7.00 p.m. Estadía de la estatua de la Virgen de Fátima en el Santuario romano del Divino Amor e inicio del momento de oración “Con María, más allá de la noche”*, el cual está organizado en dos momentos especiales:
a) Recitación del Santo Rosario en unión con algunos santuarios marianos del mundo (ore 7:00 p.m.)
b) Vigilia de oración (Desde las 10.00 p.m.)
DOMINGO 13 DE OCTUBRE
8.00 a.m. Llegada a la Plaza San Pedro
10.00 a.m. Recitación del Santo Rosario
10.30 a.m. Santa Misa presidida por el papa Francisco
Zenit nos ofrece la oración mariana del Papa Francisco desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano, a la multitud reunida en la plaza de San Pedro, el domingo 18 de Agosto de 2013.
“Queridos hermanos y hermanas:
¡Buen día!
En la liturgia de hoy escuchamos estas palabras de la Carta a los Hebreos: “Corramos con perseverancia en la carrera que tenemos por delante, con la mirada fija en Jesús, quien da origen a la fe y la lleva a su cumplimiento”.
Es una expresión que debemos subrayar en particular en este Año de la Fe. También nosotros durante todo este año, tengamos la mirada fija en Jesús, porque la fe que es muestro sí, a la relación filial con Dios, nos llega desde Él: es Él el único mediador de esta relación entre nosotros y nuestro Padre que está en el cielo. Jesús es Hijo y nosotros somos hijos en Él.
Pero la palabra de Dios, este domingo contiene también una palabra de Jesús que nos pone en crisis, y que hay que explicarla, contrariamente puede generar malentendidos.
Jesús le dice a los discípulos: ¿Piensan que yo he venido a traer paz en la tierra? No, en cambio yo les digo, división. ¿Qué significa esto? Significa que la fe no es una cosa decorativa, ornamental. No es decorar la vida con un poco de religión, como si fuera una torta que la decoramos con crema chantilly.
¡No!, la fe comporta elegir a Dios como criterio base de la vida, y ¡Dios no es el vacío ni es neutro. Dios es siempre positivo, Dios es amor positivo.
Después que Jesús vino al mundo no se puede hacer como si a Dios no le conociéramos. Dios tiene un rostro y un nombre: Dios es misericordia, es fidelidad, es vida que se dona a todos nosotros. Por esto cuando Jesús dice: he venido a traer división, no es que Jesús quiera dividir a los hombres entre ellos. Al contrario: ¡Jesús es nuestra paz, es nuestra reconciliación!
Pero esta paz no es la paz de los sepulcros, no es neutralidad, Jesús no trae la neutralidad. Esta paz no es un compromiso a cualquier costo. Seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo y es elegir el bien, la verdad, la justicia, mismo cuando pide sacrificio y renuncia a los propios intereses. Este sí, divide, lo sabemos, divide también las relaciones más estrechas. Pero atención: ¡no es Jesús el que divide! Él pone el criterio: o vivir para si mismos, o vivir para Dios y para los otros; hacerse servir o servir; obedecer al propio yo u obedecer a Dios. En este sentido es “signo de contradicción”.
Por lo tanto esta palabra del evangelio no autoriza de hecho el uso de la fuerza para difundir la fe. Es justamente lo contrario: la verdadera fuerza del cristiano es la fuerza de la verdad y del amor, que comporta renunciar a la violencia. ¡Fe y violencia son incompatibles. Fe y violencia son incompatibles!
En cambio la fe y el amor van juntos. El cristiano no es violento, es fuerte, y con qué fortaleza: ¡con la fortaleza de la mansedumbre y del amor!
Queridos amigos, también entre los parientes de Jesús existieron quienes a un cierto punto no compartieron su modo de vivir y de predicar, nos lo dice el evangelio. Pero su madre lo siguió siempre fielmente, teniendo fija la mirada de su corazón en Jesús, el Hijo del Altísimo, y en su ministerio. Y al final -gracias también a la fe de María- los familiares de Jesús entraron a formar parte de la primera comunidad cristiana.
Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a tener la mirada bien fija en Jesús y a seguirlo siempre y mismo cuando nos cueste”.
A continuación el papa rezó el ángelus y dirigió las siguientes palabras:
“Acuérdense de esto: seguir a Jesús no es neutro, seguir a Jesús significa comprometerse, no es algo decorativo, es la fuerza del alma.
Queridos hermanos y hermanas, les saludo a todos con afecto: romanos y peregrinos, a las familias, a los grupos parroquiales, a los jóvenes...
Quiero pedir una oración por las víctimas del naufragio del ferry en las Filipinas y por sus familias tan adoloradas.
Sigamos también rezando por la paz en Egipto: María Reina de la Paz, ruega por nosotros. Todos: María Reina de la Paz, ruega por nosotros.
Saludo al grupo folclórico polaco proveniente de Edmonton, Canadá. Un saludo especial dirijo a los jóvenes de Brenvila: !Les veo, les veo bien! Y bendigo la flama que llevarán hasta su país. Y saludo también a los jóvenes de Altamura”.
El santo padre concluyó: “Y les deseo a todos que tengan un buen domingo y un buen almuerzo. Arrivederci”.
Mensaje integro de Mons. René Sándigo para la Semana de la Caridad (Zenit)
“Caritas es la caricia de la Iglesia a su pueblo”
A nuestros Sacerdotes, Religiosos y Religiosas, agentes de pastoral social y Cáritas, pueblo católico, hermanos en la fe cristiana, nicaragüenses, hombres y mujeres de buena voluntad:
1. La Conferencia Episcopal de Nicaragua, fiel al deseo y mandato de Jesucristo, en su estructura Pastoral tiene un apartado denominado “Área social”, en el que a su vez, la parte caritativa es esencial ya que “la Iglesia ha sido consciente de que esta tarea ha tenido una importancia constitutiva para ella desde sus comienzos.” (Deus Cáritas Est 20)
2. Precisamente, para fortalecer la dimensión caritativa en Nicaragua, hace más de cincuenta años los Obispos crearon la “CARITAS DE NICARAGUA”, de modo que forma parte de los logros de la Provincia Eclesiástica en sus cien años. Por tal razón, también la pastoral social Càritas vive su Jubileo con un encuentro este 17 de Agosto en la Catedral metropolitana, contando con la participación del Presidente de Caritas Latino Americana, Obispos de Nicaragua y nuestros agentes de las caritas Diocesanas.
3. Que jubilo siente, en efecto, la Iglesia y sus miembros de Cáritas al rememorar la entrega caritativa de sus miembros a los menos favorecidos en estos años de existencia. Cada acción de caridad hacia sus hermanos pobres ha sido una caricia de la Iglesia hacia ellos, por eso el lema de este jubileo es la frase del Papa Francisco dicha a los miembros de caritas internacional: “Caritas es la caricia de la Iglesia a su pueblo”. Lema que expresa figurativamente una realidad profunda de amor, bien representada en el afiche elegido para esta ocasión: Es la Iglesia como una barca que no para de navegar con sus miembros diversos acariciando con obras concretas de caridad a sus más pequeños, puesto que “en la comunidad de los creyentes no debe haber una forma de pobreza en la que se niegue a alguien los bienes necesarios para una vida decorosa.” (D.C.E 20)
4. La caridad no debe ser ocasional sino permanente, de modo que la celebración del Jubileo, el 17 de Agosto, es también un momento y acto de apertura de la Semana de la Caridad en todas las Diócesis de Nicaragua, que irá del 18 al 25 del presente mes. Un afiche ya descrito, la catequesis preparada con base en el mensaje del Papa Francisco, el lema son parte de las herramientas que utilizaremos en las variadas actividades que haremos en estos días, como la Eucaristía de apertura en las catedrales y parroquias, las jornadas de oración por los pobres, el hablatón Nacional el día 23 y la colecta en todas las parroquias el 25 tal como lo ha instituido la Conferencia Episcopal de Nicaragua.
5. Sin embargo, podemos avanzar más, con este evento queremos despertar un compromiso en todos los sectores para hacer algo o mucho de manera permanente por amortiguar la pobreza hasta crear condiciones de desarrollo estable e integral. Y de manera particular, en este año de la fe y de la caridad, estamos llamados a fortalecer el aspecto práctico social de la misma, considerada muerta por el Apostol si no tiene proyecciones en las obras buenas concretas (St. 2,14-26). La fe nos abre al otro para manifestar el amor de Dios: En la fe, el « yo » del creyente se ensancha para ser habitado por Otro, para vivir en Otro, y así su vida se hace más grande en el Amor. En esto consiste la acción propia del Espíritu Santo. El cristiano puede tener los ojos de Jesús, sus sentimientos, su condición filial, porque se le hace partícipe de su Amor, que es el Espíritu. Y en este Amor se recibe en cierto modo la visión propia de Jesús. (Lumen Fidei 21).
6. Es un año en el que, por nuestra condición de hombres y mujeres de fe, debemos replantearnos una serie de preguntas ligadas al nivel de pobreza en nuestra provincia eclesiástica de Nicaragua: Cuáles son las raíces de la pobreza en Nicaragua?, Qué está generando la pobreza en nuestro País?, Quien es responsable de la Pobreza?, Cuales son los sectores sociales más empobrecidos en nuestra Nación?, Qué estamos haciendo para disminuir el nivel de pobreza en el campo y la ciudad?, Estamos dando a conocer la Doctrina Social de la Iglesia? Tenemos una estructura eclesial estable y fuerte que atienda a los pobres en nuestras parroquias?. Sin duda, el Jubileo de la caridad, la semana de la caridad en el año de la fe y la caridad es una gran oportunidad para empezar o seguir dando respuesta a estas y más preguntas planteadas por las circunstancias mismas de nuestro País.
7. Al igual que otros años la semana Nacional de la caridad será animada desde caritas Nacional y desarrollada por las caritas Diocesanas en sus caritas parroquiales y, cuya colecta es destinada a proyectos caritativos parroquiales (40%), Diocesanos (40%) y Nacionales (20%).
8. Confiamos en el corazón generoso de tantos hermanos que desde su fe expresarán con sus oraciones, acciones y aportaciones la convicción cristiana, haciendo posible que la Iglesia siga acariciando a los pobres de nuestro pueblo.
9. Ponemos en manos de nuestra Madre, la Santísima Virgen María, discípula misionera, la obra caritativa de la Iglesia en Nicaragua.
Dado en nuestra Sede de Cáritas Nacional de Nicaragua a los diez y seis días del mes de Agosto del año de la fe y la caridad, 2013.
+ Mons. Sócrates René Sándigo Jirón
Obispo de Juigalpa
Presidente de Caritas de Nicaragua
Reflexión a las lecturas del domingo veinte del Tiempo Ordinario ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 20º del T. Ordinario C
Pueden sorprendernos las palabras de Jesús de este domingo:
He venido a prender fuego en el mundo…
Tengo que pasar por un bautismo...
No he venido a traer paz, sino división.
En la familia todos estarán divididos….
Pero, por poco que reflexionemos, comprendemos enseguida lo que significan: Cristo viene a traer la paz, pero la paz verdadera, la que se basa en la verdad, la justicia, la libertad, el amor, como explicaba el papa Juan XXIII en la encíclica “Pacem in terris”. Una paz que es el resultado de una relación adecuada con Dios, con los hermanos, con nosotros mismos, con toda la creación. Una paz que nace de ese “bautismo” del que hoy nos habla el Señor y que tiene su sede y su fundamento en el corazón. “Él es nuestra paz” decía S. Pablo (Ef 2, 14).
La paz es un don. Para el israelita piadoso la paz era el conjunto de todos los bienes. Muchas veces la paz que tenemos o que queremos no es la verdadera paz. Hay muchas clases de paz. También hay una paz que se llama “la del cementerio”. La verdadera paz choca con muchos intereses egoístas, con formas de pensar y actuar que se oponen a la verdad y al bien, pero que, tal vez, nos agradan más. Y entonces se produce la lucha a la que se refiere el Evangelio de hoy.
¿Y dónde comienza la lucha?
En los que están más cerca, también en la propia familia. Una lucha que radica dentro y fuera de nosotros. ¡Eh ahí, por tanto, el reino del bien y el reino del mal! Pero el reino el bien, la paz verdadera, no se consigue por la fuerza ni por los poderes de este mundo.
Contemplamos en la primera lectura cómo es perseguido y condenado injustamente, el profeta Jeremías, porque busca la verdadera paz. El profeta prefigura a Cristo, signo de contradicción (Lc 2, 34).
La segunda lectura nos exhorta a correr en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en Jesús. El problema es que la mayoría de los cristianos no están acostumbrados a tener dificultades por su vida religiosa, a sufrir por el Evangelio, porque, normalmente, se huye de la dificultad o del compromiso, se disimula la verdad, se pacta con el mal… Sin embargo, el Señor y los apóstoles nos advirtieron con toda claridad: “Todo el que quiera vivir piadosamente en Cristo Jesús será perseguido” (2 Tim 3,12).
En resumen, este es el fuego que Cristo vino a traer a la tierra y que quiere ver siempre ardiendo.
¡BUEN VERANO! ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 20º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
En la primera Lectura contemplamos al profeta Jeremías perseguido por anunciar la Palabra de Dios y como signo de contradicción: mientras unos le condenan, otros le salvan.
SALMO
Con las palabras del salmo nos unimos al profeta Jeremías que alaba al Señor porque lo ha escuchado y lo ha salvado de la muerte.
SEGUNDA LECTURA
El cristiano ha de tener en su vida el temple de un campeón de carrera, fijos los ojos en el ejemplo de Jesús y de los santos.
TERCERA LECTURA
El Evangelio nos presenta unas palabras de Jesús que, a primera vista, pueden parecernos extrañas. Escuchemos con atención.
COMUNIÓN
En la Comunión Jesucristo nos ofrece la ayuda y la fuerza que necesitamos para superar las dificultades que nos puedan ocasionar nuestra pertenencia al Señor… Y para vivir nuestra existencia cristiana de una manera auténtica como Él nos enseñó.
Comentario al evangelio del Domingo 20º del T.O./C por Jesús Álvarez SSP. (Zenit)
Fuego, guerra, paz
Por Jesús Álvarez SSP
"Dijo Jesús: He venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Pero también he de recibir un bautismo y ¡qué angustia siento hasta que no se haya cumplido! ¿Creen ustedes que he venido para establecer la paz en la tierra? Les digo que no; más bien he venido a traer división. Pues de ahora en adelante hasta en una casa de cinco personas habrá división: tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra del hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra" (Lc. 12, 49-53).
El fuego que Jesús trae a la tierra es fuego de amor, purificación, renovación, juicio. Es el fuego del reino de Dios que lleva en sí una fuerza destructora del pecado, del mal y de la muerte. Jesús es el portador del fuego de Dios, que purifica lo que es bueno y destruye lo perverso. Él desea que la voluntad de Dios se cumpla, pero a la vez siente la angustia en la espera del desenlace: su pasión y muerte, puerta de la resurrección y de la gloria.
Pero los poderosos, amigos de la paz falsa construida sobre la opresión de los pobres y los débiles, no pueden soportar el lenguaje de Jesús y planean el “bautismo” de sangre: la pasión del Hijo de Dios. Por eso el mismo Príncipe de la paz dice que no ha venido a traer la paz, sino la guerra, porque quien esté con él y con sus planteamientos, tendrá la guerra declarada por parte de quienes están en contra de la verdad, del amor y la paz.
Quienes trabajan por la verdad, deberán enfrentarse con quienes viven de la mentira. Los que medran a fuerza de injusticias, entran en conflicto con quienes luchan por la justicia. Y eso puede pasar incluso en el seno de una familia, en las comunidades cristianas y hasta en la misma Iglesia...
Los mismos que nos llamamos cristianos podemos ser extintores del fuego con que Jesús vino a incendiar la tierra. Extender el fuego y la paz de Jesús supone entrar en un camino de oposiciones y sufrimientos, a los que solemos resistirnos, pero es el único camino de la paz, de la alegría verdadera y de la salvación eterna.
Siempre es útil cuestionarse, como personas, familia, comunidad, Iglesia, si realmente se está a favor del fuego y de la paz de Jesús, o se entra en componendas con los enemigos de Jesús. Pobre de la persona, familia cristiana, comunidad o Iglesia que se cierra a la autocrítica, dando por supuesto que ya está totalmente de parte de Jesús.
O se opta radicalmente por Cristo o se entra en complicidad con este mundo injusto. “Quien no está conmigo, está contra mí. Quien conmigo no recoge, desparrama” (Mt. 12, 30). “A quien se ponga a mi favor ante los hombres, yo lo defenderé ante mi Padre; y a quien me niegue ante los hombres, yo lo negaré ante mi Padre” (Mateo 10, 32-33) ¡No bastan las apariencias!
La lectura leal y reflexiva del Evangelio para llevarlo a la vida, con la ayuda del Espíritu Santo, nos harán transparencia de Cristo, que nos defenderá ante el Padre.
Zenit nos presenta la homilía del papa Francisco, con los añadidos fuera del texto orficial, durante la misa celebrada en Castel Gandolfo en la festividad de la Asunción de María, 15 de Agosto de 2013
Queridos hermanos y hermanas
El Concilio Vaticano II, al final de la Constitución sobre la Iglesia, nos ha dejado una bellísima meditación sobre María Santísima. Recuerdo solamente las palabras que se refieren al misterio que hoy celebramos. La primera es ésta: «La Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo» (n. 59). Y después, hacia el final, ésta otra: «La Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo» (n. 68). A la luz de esta imagen bellísima de nuestra Madre, podemos considerar el mensaje que contienen las lecturas bíblicas que hemos apenas escuchado. Podemos concentrarnos en tres palabras clave: lucha, resurrección, esperanza.
Lucha, resurrección, esperanza.
El pasaje del Apocalipsis presenta la visión de la lucha entre la mujer y el dragón. La figura de la mujer, que representa a la Iglesia, aparece por una parte gloriosa, triunfante, y por otra con dolores. Así es en efecto la Iglesia: si en el Cielo ya participa de la gloria de su Señor, en la historia vive continuamente las pruebas y desafíos que comporta el conflicto entre Dios y el maligno, el enemigo de siempre. En esta lucha que los discípulos de Jesús han de sostener, María no les deja solos; la Madre de Cristo y de la Iglesia está siempre con nosotros. siempre, camina con nosotros.
Y también María participa, en cierto sentido, de esta doble condición. Ella, naturalmente, ha entrado definitivamente en la gloria del Cielo. Pero esto no significa que esté lejos, que se separe de nosotros; María, por el contrario, nos acompaña, lucha con nosotros, sostiene a los cristianos en el combate contra las fuerzas del mal. La oración con María, en especial el rosario.Y escuchen bien: el rosario ¿Ustedes rezan el rosario todos los días? No lo sé, ¿seguro?
La oración con María,en particular el rosario, también tiene esta dimensión «agonística», es decir, de lucha, una oración que sostiene en la batalla contra el maligno y sus cómplices.El rosario nos sostiene también en la batalla.
La segunda lectura nos habla de la resurrección. El apóstol Pablo, escribiendo a los corintios, insiste en que ser cristianos significa creer que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos. Toda nuestra fe se basa en esta verdad fundamental, que no es una idea sino un acontecimiento. También el misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma se inscribe completamente en la resurrección de Cristo.
La humanidad de la Madre ha sido «atraída» por el Hijo en su paso a través de la muerte. Jesús ha entrado definitivamente en la vida eterna con toda su humanidad, la que había tomado de María; así ella, la Madre, que lo ha seguido fielmente durante toda su vida, lo ha seguido con el corazón, ha entrado con él en la vida eterna, que llamamos también cielo, paraíso, Casa del Padre.
María ha conocido también el martirio de la cruz: ha vivido la pasión del Hijo hasta el fondo del alma. Ha estado completamente unida a él en la muerte, y por eso ha recibido el don de la resurrección. Cristo es la primicia de los resucitados, y María es la primicia de los redimidos, la primera de «aquellos que son de Cristo».
Es nuestra madre, pero podemos también decir que es nuestra representante, nuestra hermana, primera hermana, la primera de los redimidos que llegó al cielo.
El evangelio nos sugiere la tercera palabra: esperanza. Esperanza es la virtud del que experimentando el conflicto, la lucha cotidiana entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal, cree en la resurrección de Cristo, en la victoria del amor.
Hemos escuchado el canto de María, el magnificat. Es el cántico de la esperanza, el cántico del Pueblo de Dios que camina en la historia. Es el cántico de tantos santos y santas, algunos conocidos, otros, muchísimos, desconocidos, pero que Dios conoce bien: mamás, papás, catequistas, misioneros, sacerdotes, religiosas, jóvenes, también niños, abuelos, abuelas, yestos han afrontado la lucha por la vida llevando en el corazón la esperanza de los pequeños y humildes.
María dice: «Proclama mi alma la grandeza del Señor», así canta hoy la Iglesia en todo el mundo. Este cántico es especialmente intenso allí donde el Cuerpo de Cristo sufre hoy la Pasión.
Donde está la cruz, para nosotros los cristianos está la esperanza. Si no está la esperanza nosotros no somos cristianos. Por eso me gusta decir: no se dejen robar la esperanza. Que no nos roben la esperanza porque esta fuerza es una gracia, un don de Dios, mirando al cielo.
Y María está allí, cercana a esas comunidades, a esos hermanos nuestros, camina con ellos, sufre con ellos, y canta con ellos el Magnificat de la esperanza.
Queridos hermanos y hermanas, unámonos también nosotros, con el corazón, a este cántico de paciencia y victoria, de lucha y alegría, que une a la Iglesia triunfante con la peregrinante, nosotros.que une el cielo y la tierra, la historia y la eternidad,hacia la cual caminamos. Que así sea.
Palabras de monseñor Bernardo Alvarez Afonso, obispo de Tenerife, a los fieles de Pedro Álvarez en la pueblo de Tegueste con motivo de los 25 años de su templo parroquial
AÑOS DE UNA IGLESIA PARA UNA PARROQUIA
Queridos hermanos en la fe y en el amor del Señor:
Con estas breves líneas quiero expresarles mi más cordial felicitación por los “Veinte y Cinco Años” de la Consagración de vuestra Iglesia Parroquial del Sagrado Corazón de Jesús, en la localidad de Pedro Álvarez del municipio de Tegueste.
No es poco que un barrio tenga “su iglesia propia” para reunirse y dar culto a Dios. Podéis estar orgullosos de vuestra hermosa iglesia. Pero más importante aún es que la vecindad de Pedro Álvarez tenga la categoría de parroquia, pues eso significa que hay un número suficiente de personas que practican habitualmente su fe y son capaces de transmitirla a otros. En medio de las casas de los vecinos, “la iglesia parroquial” es el hogar común, una casa de familia fraternal y acogedora donde los fieles se congregan para celebrar su fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
La parroquia, ante todo, son los cristianos de un determinado lugar que, bajo la guía de un párroco, forman una comunidad de fieles en la que se predica el evangelio, se celebra la fe, se práctica el amor fraterno y se comparte con los más pobres. Toda parroquia deber contar con una “iglesia” o lugar de culto, suficientemente amplio y digno donde todos fieles pueden reunirse para las celebraciones religiosas. Lo primero es que haya cristianos y para ellos se edifica la iglesia. Cuando el Obispo, consagra una iglesia, en este caso del Sagrado Corazón fue mi antecesor D. Damián Iguacen Borau, es porque en ese lugar ya había fieles cristianos que necesitaban un lugar de culto.
La razón de ser de una “iglesia parroquial” es reunir, como una sola familia, a los fieles de un territorio o una vecindad, sin distinción de origen, status social o edad. Los hijos de Dios, por ser diferentes, fácilmente se podrían dispersar, pero la parroquia los reúne constituyendo una comunidad cristiana en la que todos somos hijos de un mismo Dios y Padre y, en consecuencia, hermanos los unos de los otros. El edificio de la iglesia, con su arquitectura singular, es un signo visible de que en ese lugar hay una comunidad cristiana.
Cuando se dice “la parroquia es casa todos”, normalmente sólo se piensa en el “edificio de la iglesia”, puesto que es el signo físico más visible de la parroquia, pero una casa no es “un hogar” si no está habitado por personas que se quieren, que conviven y se ayudan, personas que forman una familia. Lo mismo pasa con la parroquia. Por muy grande y bonito que sea el templo parroquial, por si sólo, sin cristianos, no es una parroquia. Lo más importante no es el edificio, sino las personas que allí se congregan.
También decimos que la parroquia es “cosa de todos”, porque la formamos todos y la vamos haciendo entre todos en la medida que vivimos una auténtica vida cristiana. Esa vida cristiana que se aprende y fortalece participando en la vida parroquial y que practicamos en la vida familiar, en el trabajo y en las relaciones sociales. En la medida que los fieles participan en la vida de la comunidad, se podrá hablar de una parroquia grande o pequeña.
“25 Años de una iglesia para una parroquia” y muchos más que seguiremos. La parroquia como cualquier familia nunca se acaba. Siempre se incorporan nuevos miembros, otros se van muriendo… y, sobre todo, siempre podemos ser mejores hijos de Dios y mejores hermanos entre nosotros. Este 25 aniversario es una gran ocasión para renovar nuestro compromiso de trabajar, cada día más y bajo la guía del párroco, para hacer del Sagrado Corazón de Pedro Álvarez “una gran parroquia”.
Al cumplirse el 25 aniversario de la Consagración de la iglesia parroquial del Sagrado Corazón, pido a Dios que les bendiga con toda clase de bienes y les conceda a todos vivir en paz y armonía. Que bendiga al párroco D. Francisco, junto con sus colaboradores y colaboradoras más inmediatos, y les fortalezca en el desempeño de su misión al servicio de todos los feligreses.
Con todo afecto, les bendice en el Señor,
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense
Carta de monseñor Bernardo Álvarez AFonso, obispo de Tenerife, a los diocesanos con motivo de la Semana Santa 2013.
“La vida la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”
—Semana Santa 2013—
Queridos diocesanos:
De nuevo “la Semana Santa”. ¿Qué sentido tiene celebrarla cada año? ¿Para qué estar repitiendo siempre las mismas celebraciones y procesiones? ¿Merece la pena tanto esfuerzo? ¿Qué queremos expresar y qué buscamos con todo ello?
En el culmen de la Semana Santa, la Vigilia Pascual, al renovar las promesas del bautismo se nos pregunta: ¿Renunciáis a creer que ya estáis convertidos del todo; a quedaros en las cosas, medios, instituciones, métodos, reglamentos, y no ir a Dios? Se nos pide esta renuncia porque siempre necesitamos "ir a Dios", es decir, acercarnos personalmente a Dios para obtener de Él la redención, el perdón de los pecados. “Buscad al Señor y vivirá vuestro corazón”, nos dice el salmo 69. No podemos quedarnos en “hacer” ritos litúrgicos y procesiones. Tenemos que “celebrar” con alma, corazón y vida, el amor de Dios manifestado en Cristo nuestro Señor y Salvador. Tenemos que ir a Dios.
En las celebraciones que a lo largo del año se realizan en la vida de la Iglesia, se van desplegando los distintos aspectos de la salvación que, por medio de su Hijo Jesucristo, Dios ha realizado en favor de la humanidad. En efecto, los cristianos creemos que "tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo", no para condenarlo y destruirlo, sino para que el mundo se salve por Él (cf. Jn. 3,16-17).
En la Liturgia celebramos los acontecimientos más significativos de la vida de Cristo, no como un mero recuerdo o representación teatral de unos hechos pasados, sino como el medio por el cual participamos en los “frutos de la redención” que Él nos ha conseguido con su vida, muerte y resurrección. Todo lo acontecido en la vida de Jesucristo tiene que ver con nosotros, con nuestra vida actual y con nuestro destino futuro. Todo lo hizo “por nosotros y por nuestra salvación”.
En la Navidad hemos celebrado que, por nosotros y por nuestra salvación, “Dios envió a su Hijo nacido de una mujer”; lo hemos contemplado en la fragilidad de un niño recién nacido, “envuelto en pañales y recostado en un pesebre” y, sin embargo, presentado por los ángeles como “el Salvador, el Mesías, el Señor”. Así lo reconocen los Magos que se postran ante Él y lo adoran; así lo reconoce, a los cuarenta días de su nacimiento, el anciano Simeón cuando al ver el niño con María, su madre, bendice a Dios por permitirle ver “al Salvador..., luz para alumbrar a las naciones”.
También, como Salvador, lo reconoce y presenta Juan el Bautista, cuando ya Jesús es adulto, diciendo de Él: “Es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Y como Salvador se presentó Jesús a sí mismo, tanto por sus acciones, pues pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal, como con sus palabras, afirmando que vino a “buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc. 19,10).
Ahora, nosotros, con las celebraciones de Semana Santa, nos disponemos a proclamar y celebrar nuestra fe en Jesucristo, “Hijo único de Dios, que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo… y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día” (palabras del Credo). Es lo que llamamos el Misterio Pascual de Cristo: muerte y resurrección. El paso (=pascua) de Cristo de la muerte a la vida. Como proclamamos en la liturgia de la misa: “Él mismo se entregó a la muerte y resucitando restauró la vida”. Todo ello, por nosotros y por nuestra salvación.
En uno de los pasos procesionales de la Semana Santa, contemplamos a Jesús en brazos de María su madre. No ya niño, sino adulto y muerto, después de ser bajado de la cruz en la que entregó su vida “en rescate por todos”. Cada uno de nosotros, como hizo el anciano Simeón cuando Jesús fue llevado al templo, debemos bendecir a Dios dándole gracias por haber conocido y creído en el amor que Él nos tiene y que nos ha manifestado en la entrega de su Hijo Jesucristo en la cruz; pues, como nos dice San Pablo, “la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rom. 5,8); y, con la carta a los Hebreos, creemos que “Jesús se ha manifestado para destruir el pecado por el sacrificio de sí mismo” (Heb. 9,26), por eso, con gratitud le decimos: “Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo”.
En la Semana Santa, con la liturgia, las procesiones y otros actos de piedad, celebramos la “memoria viva” de los últimos días de la existencia histórica de Jesucristo, es decir, los días de su pasión salvadora, de su muerte y sepultura y de su gloriosa resurrección. Decimos “memoria viva”, porque no se trata de un mero recuerdo o representación estética de aquellos sucesos, sino de la meditación y contemplación de los mismos “cómo si presente me hallase” pues, para un corazón creyente, recordar la vida de Jesucristo es entrar en relación personal con Él.
Con la Semana Santa lo que buscamos no es una puesta en escena, cada vez más bonita, de las celebraciones litúrgicas y de las procesiones. Todo eso, aun siendo importante y necesario, no son sino "medios" para algo infinitamente superior: "Ir a Dios". Lo más importante de la Semana Santa es que cada uno nosotros, en la actual situación de nuestra vida -con su luces y sombras- pongamos los ojos en Jesucristo y nos aprovechemos de todo lo que Él nos ofrece: de su palabra, de su amor, de su perdón, de su fortaleza, de su paz, de su mansedumbre, de su paciencia, de su compasión, de su gracia santificadora… Cristo es el manantial de donde brota la salvación y la plenitud de la vida para los seres humanos.
Celebrar la Semana Santa es "ir a Dios" y para ello es necesario acercarse a Cristo, la “fuente de agua viva”, y “sacar agua con gozo de la fuente de la salvación” para limpiarnos por dentro y llegar a ser hombres nuevos. “Beber de Cristo" para crecer y madurar como cristianos, para hacer posible, cada vez más, que en adelante ya no vivamos para nosotros mismos, sino para Él que por nosotros murió y resucitó.
El mismo Jesucristo dijo: “Quien tenga sed que venga a mí y beba” y, también, “a todo el que venga a mí yo no lo echaré fuera”. Por eso la mejor forma de celebrar la Semana Santa es tener un encuentro personal con Jesucristo, que está allí donde dos o más se reúnen en su nombre: en celebraciones litúrgicas, en las vigilias de oración y la “hora santa”, en los “via crucis” y en las procesiones. Encontrarnos con Jesucristo y “beber” de Él allí dónde se proclama su palabra, allí donde se celebran los sacramentos, allí donde se reza. Encontrarnos, también, con Cristo en el amor y servicio a todas las personas que sufren por cualquier causa, especialmente en los que viven en la pobreza, en los enfermos y los necesitados de atención especial, en los que son víctimas de la injusticia; con todos ellos se identifica Cristo: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).
Dios quiera que, en este Año de la Fe, al celebrar la Semana Santa, se haga más fuerte nuestra confianza y relación con Cristo, el Señor. Solo en Él tenemos la seguridad necesaria para mirar al futuro con esperanza y la garantía de un amor auténtico y duradero que nunca defrauda. Aunque seamos infieles, Él permanece fiel. Por eso, su amor infinito es fuente inagotable de salvación para cuantos creen en Él. La Semana Santa es una ocasión preciosa para una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, ha revelado en plenitud el amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Benedicto XVI, Porta fidei, 6).
Aunque hayamos dado la espalda a Dios y nuestros pecados sean rojos como la grana, siempre podemos volvernos confiadamente hacia Él con la seguridad de que no seremos rechazados. Por la fe, sabemos que esto ocurre en el sacramento del perdón de los pecados: nos presentamos ante el sacerdote, que representa a Cristo, le confesamos nuestros pecados y por su mano recibimos el perdón de Dios. Se cumple plenamente lo que dice el salmo 31: “Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: confesaré al Señor mi culpa, y tú perdonaste mi culpa y mi pecado”.
Dios quiera que todos nosotros, como San Pablo, podamos proclamar: “la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal. 2,20) y esto hasta el punto de poder decir “no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal. 2,20).
De todo corazón, esto es lo que pido a Dios para vosotros y para mí.
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense
Zenit publica las palabras que el santo papa Francisco ha escrito al cardenal Norberto Rivera Carrera, en ocasión del Jubileo por los 200 años de la finalización de los trabajos de la Catedral Metropolitana de la capital mexicana, que se celebra el próximo 15 de agosto, en la solemnidad de la Asunción de la Virgen María, patrona precisamente de la Catedral.
Al Señor Cardenal
Norberto Rivera Carrera
Arzobispo de México
Querido Hermano,
Con tu carta del 4 del presente mes has tenido la bondad de indicarme que el próximo día 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María a la gloria del Cielo, se iniciarán las celebraciones para conmemorar el doscientos aniversario del fin de la construcción de la Catedral de esa Arquidiócesis Primada de México.
En esta significativa circunstancia, a través de tus buenos oficios, deseo hacer llegar, a cuantos se gozan con esta efeméride, mi saludo cordial y la seguridad de que me uniré a todos los pastores y fieles de esa Iglesia particular en la acción de gracias a Dios por los dones recibidos. Esta conmemoración es ocasión para mirar al pasado, robustecer el presente y vislumbrar el futuro.
De la historia de este templo podemos sacar lecciones para nuestra vida cristiana. ¡Cuántas personas lo habrán visitado para encontrarse con el Señor! Sus piedras son testigos silenciosos de tantos como han entrado en él para abrir su corazón a Dios, pedirle perdón, suplicarle favores, alabarlo y bendecirlos por todo el amor que cada día nos manifiesta. Recojamos lo mejor de esa herencia espiritual y continuemos elevando nuestros corazones al cielo en esta casa, que es la de Dios y la de todos los que forman la gran familia diocesana.
Pero no se trata sólo de volver la vista atrás. Una oportunidad como ésta ha de convertirse en un fuerte estímulo espiritual para asumir con alegría la gran tarea que todo bautizado tiene hoy de ser discípulo y misionero de Jesucristo. En la Catedral, corazón de la diócesis, el Obispo lleva a cabo la acción más venerada y santa que se puede realizar: la Eucaristía, memorial de la Muerte, Pasión y Resurrección de Nuestro Señor. Participemos en ella con devoción, y saquemos de la Mesa del Señor fuerzas para dar testimonio por doquier del amor que Dios nos tiene, en cualquier ambiente donde nos encontremos y con todos los que nos rodeen, en especial los más desfavorecidos.
Asumamos también el reto de mirar al futuro con esperanza. ¡Que nadie nos robe la esperanza! Alimentémosla, en cambio, viniendo al primer templo diocesano. La Palabra de Vida que resuena en la Catedral Primada de México ha de prolongarse en el porvenir, ha de arraigar en el corazón de los niños, de los adolescentes y jóvenes. Ellos son una ventana abierta a la ilusión y al entusiasmo. A ellos hemos de darles lo mejor que tenemos: a Cristo, Salvador y Amigo que nunca falla. Esto compete, ante todo, a los padres y madres de familia, que tienen en la educación cristiana de sus hijos el mayor de sus cometidos, del cual no pueden cansarse, y que han de llevarlo a cabo no sólo contando con sus energías sino, sobre todo, apoyados en la oración.
Encomiendo todos estos buenos deseos al materno amparo de Nuestra Señora de Guadalupe, nuestra Madre del cielo. Que Ella sea para toda la Arquidiócesis de México brújula y estrella que conduzca a Cristo, fruto de su vientre. Que Ella custodie con su protección y mantenga fieles en el camino de la santidad a todos los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y fieles de esa comunidad arquidiocesana.
Querido Hermano, te pido, por favor, que reces y hagas rezar por mí en esa Catedral. Mucho lo necesito.
Con estos sentimientos, imparto de corazón la Bendición Apostólica, prenda de copiosos favores divinos.
Fraternalmente,
Francisco
Zenit publica las palabras del papa al introducir la oración mariana del Angelus el domingo 11 de Agosto de 2013 asomado a la ventana del estudio en el Palacio Apostólico Vaticano.
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El Evangelio de este domingo (Lc 12, 32-48) nos habla del deseo del encuentro definitivo con Cristo, un deseo que nos hace estar siempre preparados, con el espíritu despierto, porque esperamos este encuentro con todo el corazón, con todo nuestro ser. Esto es un aspecto fundamental de la vida. Hay un deseo que todos nosotros, sea explícito sea escondido, tenemos en el corazón. Todos nosotros tenemos este deseo en el corazón.
También esta enseñanza de Jesús es importante verla en el contexto concreto, existencial en la que Él la ha transmitido. En este caso, el evangelista Lucas nos muestra Jesús que está caminando con sus discípulos hacia Jerusalén, hacia su Pascua de muerte y resurrección, y en este camino les educa confiándoles lo que Él mismo lleva en el corazón, las actitudes profundas de su alma.
Entre estas actitudes están el desapego de los bienes terrenos, la confianza en la providencia del Padre y, también, la vigilancia interior, la espera activa del Reino de Dios. Para Jesús es la espera de la vuelta a la casa del Padre. Para nosotros es la espera de Cristo mismo, que vendrá a cogernos para llevarnos a la fiesta sin fin, como ya ha hecho con su Madre María Santísima, que la ha llevado al Cielo con Él.
Este Evangelio quiere decirnos que el cristiano es uno que lleva dentro de sí un deseo grande, un deseo profundo: el de encontrarse con su Señor junto a los hermanos, a los compañeros de camino. Y todo esto que Jesús nos dice, se resume en un famoso dicho de Jesús: "Dónde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón" (Lc 12, 34). El corazón que desea, todos nosotros tenemos un deseo. La pobre gente que no tiene deseos, deseo de ir hacia adelante, hacia el horizonte. Para nosotros cristianos este horizonte es el encuentro con Jesús, el encuentro precisamente con Él, que es nuestra vida, nuestra alegría, lo que nos hace felices. Yo os haría dos preguntas: la primera, todos vosotros, ¿tenéis un corazón deseoso, un corazón que desea? Pensad y responded en silencio en vuestro corazón. Tú, ¿tienes un corazón que desea o tienes un corazón cerrado, un corazón dormido, un corazón anestesiado por las cosas de la vida? El deseo, ir adelante al encuentro con Jesús. Y la segunda pregunta: ¿dónde está este tesoro, lo que tú deseas? Porqué Jesús nos ha dicho que donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón. Y yo pregunto: ¿dónde está tu tesoro? ¿cuál es para ti la realidad más importante más preciosa, la realidad que atrae a mi corazón como un imán? ¿qué atrae tu corazón? ¿puedo decir que es el amor de Dios? ¿que es el querer hacer bien a los demás? ¿de vivir por el Señor y nuestros hermanos? ¿puedo decir esto? Cada uno responde en su corazón.
Pero alguno puede decirme: Padre, pero yo trabajo, tengo familia, para mí la realidad más importante es sacar adelante mi familia, el trabajo. Cierto, es verdad, es importante ¿pero cuál es la fuerza que mantiene unida la familia? Es precisamente el amor, ¿y quién sembra el amor en nuestros corazones? Dios, el amor de Dios. Es precisamente el amor de Dios que da sentido a los pequeños compromisos cotidianos y también ayuda a afrontar las grandes pruebas. Esto es el verdadero tesoro del hombre. Ir adelante en la vida con amor, con ese amor que el Señor ha sembrado en el corazón, con el amor de Dios. Y esto es el verdadero tesoro. Pero, ¿el amor de Dios qué es? No es algo vago, un sentimiento genérico; el amor de Dios tiene un nombre y un rostro: Jesucristo. Jesús. El amor de Dios se manifiesta en Jesús. Porque nosotros no podemos amar el aire. Pero amamos el aire, amamos el todo, no, no se puede. Amamos personas y la persona a la que amamos es Jesús, el don del Padre entre nosotros. Y es un amor que da valor y belleza a todo lo demás. Un amor que da fuerza a la familia, al trabajo, al estudio, a la amistad, al arte, a toda actividad humana. Y da sentido también a las experiencias negativas, porque nos permite este amor de ir más allá de estas experiencias, de ir más allá, de no permanecer prisioneros del mal, sino que nos hace ir más allá, nos abre siempre a la esperanza. Así es, el amor de Dios y Jesús siempre se abre a la esperanza, ese horizonte de esperanza, al horizonte final de nuestro peregrinaje. Así también las fatigas y las caídas encuentran un sentido. También nuestros pecados encuentran un sentido en el amor de Dios, porque este amor de Dios en Jesucristo nos perdona siempre, nos ama tanto que nos perdona siempre.
Queridos hermanos, hoy en la Iglesia hacemos memoria de santa Clara de Asís, que sobre las huellas de Francisco dejó todo para consagrarse a Cristo en la pobreza. Santa Clara nos da un testimonio muy bonito de este Evangelio de hoy: que nos ayude ella, junto con la Virgen María, a vivirlo también nosotros, cada uno según su vocación.
[Rezo del Ángelus]
Queridos hermanos y hermanas, recordamos que el próximo jueves es la solemnidad de la Asunción de María. Pensamos en nuestra madre que ha llegado al Cielo con Jesús, y ese día hacemos fiesta a ella.
Quisiera dirigir un saludo a los musulmanes de mundo entero, nuestros hermanos, que hace poco han celebrado la conclusión del mes del Ramadán, dedicado de forma particular al ayuno, a la oración y a la limosna. Como he escrito en mi mensaje para esta ocasión, deseo que cristianos y musulmanes se comprometan para promover el respeto recíproco, especialmente a través de la educación de las nuevas generaciones.
Saludo con afecto a todos los romanos y los peregrinos presentes. También hoy tiene la alegría de saluda algunos grupos de jóvenes: en primer lugar a los venidos desde Chicago, en peregrinaje a Lourdes y Roma; y después a los jóvenes de Locate, de Predore y Tavernola Bergamasca, y los Scout de Vittoria. Os repito también a vosotros las palabras que han sido el tema del gran encuentro de Río: "Id y haced discípulos entre todas las naciones".
¡A todos vosotros, a todos, os deseo un feliz domingo y buen provecho! ¡Hasta luego!
Traducido del italiano por Rocío Lancho García
Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, Obispo de Puerto Iguazú para el XVIII Domingo durante el año (4 de agosto de 2013) (AICA)
“Vengan y aclamen al Señor, que es la roca que nos salva”
Hoy la liturgia nos sitúa en el tema de las realidades terrenas: vida, trabajo, dolor, alegrías, pobreza, riquezas y otras y frente al comportamiento del cristiano frente a ellas. En la primera lectura (Eclo.1,2; 2,21-23) el Señor declara que las realidades terrenas son “vanidad”. Estas son inconsistentes y pasan con la fugacidad del viento: ”vanidad de vanidades y todo es vanidad”. La vida es breve, su trabajo y sabiduría pueden a lo más procurarle un buen pasar, especialmente si se trata de gozos y riquezas, pero un día todo esto pasará ya que la vida del hombre es breve y está destinada a la muerte. Nadie puede quedarse en la tierra eternamente y por eso los bienes terrenos deben ser considerados como pasajeros, como pasajera es nuestra vida.
El hombre está destinado a trabajar, a esforzarse por crecer y hacer de su vida una vida más digna. Su trabajo y su patrimonio pueden a lo más procurarle un buen pasar en la tierra; pero un día se verá obligado a abandonarlo todo. Cabe preguntarnos entonces ¿Para qué sirven el agobio, las preocupaciones y el dolor, que conlleva el trabajo? El libro del Eclesiástico nos hace observar que la vida terrena vivida sin Dios y sin estar dirigida a un fin superior es totalmente vana e inútil. Tengamos presente que el Antiguo Testamento nos habla de la inmortalidad del hombre. Sobre todo el Libro de la Sabiduría nos da una respuesta a este problema. Pero sólo el Nuevo Testamento nos da la respuesta definitiva: todas las realidades terrenas tienen un valor en relación a Dios y por lo tanto deben ser empleadas según el orden querido por Él.
San Pablo nos dice: “ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba…aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Col 3,1-2). El cristiano sabe que su destino no está solamente en esta tierra, que todas las cosas de la tierra tienen un valor en relación a Dios y que aún atendiendo a los deberes de la vida presente, su corazón debe estar dirigido al fin último: la vida eterna en la eterna comunión con Dios. Los bienes terrenos no pueden darle al hombre la felicidad eterna y que sólo en Dios puede hallar. Por consiguiente en el uso de los bienes terrenos deberá ser moderado, caritativo y sabrá mortificarse en sus pasiones, en sus deseos desordenados, en su codicia, (Ib. 5). Esto ciertamente es necesario para morir al pecado que lo aparta de Dios y para vivir “con Cristo en Dios.
El Evangelio (Lc.12,13-21) nos aclara el sentido de la vida cristiana, cuando Cristo rechaza intervenir en la partición de una herencia. El ha venido a dar la Vida Eterna y no a ocuparse de bienes transitorios que no pueden dar el sentido definitivo a la existencia del hombre. “Mirad, dice Jesús, guardaos de toda clase de codicia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas” (Ib. 15). Y propone la parábola acerca de un hombre necio que tuvo tan buena cosecha que ya no tenía silos para almacenarla y se propuso construir nuevos graneros y gozar de sus bienes. En ese momento es llamado por Dios y oye que le dice: “¿lo que has almacenado, para quien será?. El hombre se había dicho a sí mismo: ”hombre túmbate, come bebe, y date buena vida”. Se puede apreciar claramente que Dios está ausente completamente de su vida y de sus planes y lejos de depender de Él pone toda su seguridad en sus bienes. El pecado de este hombre está en haber acumulado riquezas con el objeto único de gozarlas egoístamente, sin pensar en las necesidades del prójimo, ni en sus deberes para con Dios. Se decía a si mismo: “tienes bienes acumulados para muchos años” (Ib. 19), pero aquella misma noche le fue quitada la vida y se encontró ante Dios con las manos vacías, carente de obras buenas, válidas para la eternidad. Y la parábola concluye: “así sucederá con el que amasa riquezas para sí y no es rico ante los ojos de Dios” (Ib. 21).
La vida cristiana nos enseña que todo lo que tenemos le pertenece en alguna medida a Dios, pues por su intermedio se consiguen los bienes tanto de la tierra como los del cielo. Pero todo lo que se consigue en esta tierra está destinado al servicio de la caridad y del bien común. La codicia de bienes terrenos y el egoísmo en su utilización no entran en los planes de Dios. Dios da y Dios quita según sus planes. Pero no olvidemos que cuando Dios da lo hace para que tengamos siempre presente la caridad en nuestra relación con el prójimo y el amor desinteresado frente a las necesidades del hermano.
María, Madre de la Iglesia y Madre nuestra, danos sabiduría para saber utilizar bien los bienes de la tierra y así poder gozar de los bienes del cielo.
Mons. Marcelo Raúl Martorell, Obispo de Puerto Iguazú
Texto completo de la homilía en la Fiesta de San Cayetano de Liniers orinunciada por el arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, monseñor Mario Aurelio Poli en el santuario de San Cayetano, del barrio porteño de Liniers. (AICA)
7 de Agosto 2013 Año de la Fe
En este clima de fiesta, la palabra de Dios nos está advirtiendo que estamos rodeados por una verdadera nube de testigos, porque nos ha convocado la fe en Jesús el Hijo de Dios, el que nos vuelve a mostrar San Cayetano en sus brazos; miremos a nuestro alrededor y contagiémonos de la fe de los devotos, tantos no podemos equivocarnos, dijo un vecino de Mataderos. Nos hace bien encontrarnos el 7 de agosto, como todos los siete, con tantos amigos fieles al Santo del Pan y del Trabajo. Creo que el sacrificio de la vigilia, el madrugón y la distancia que tuvieron que padecer muchos de Uds., valen la pena, porque seguramente pensaban en este momento en que nos íbamos a encontrar para alimentar nuestra fe, para recuperar la luz que ilumine nuestros días y nos mantenga de pie a pesar de las dificultades, la que nos devuelve la alegría ante las amarguras de de la vida, nos saca el miedo y no nos deja caer los brazos, renovándonos las fuerzas para seguir caminando.
Al mirar la imagen de San Cayetano, el nos vuelve a decir: tengan confianza, vuelvan la mirada a Jesús, el amigo fiel que soportó la cruz pensando en nosotros.
Piensen en aquel que cargó con nuestros pecados y no se dejen abatir por el desaliento. El Santo conoció muchas pruebas en su vida cristiana, y aprendió a superar las tinieblas del camino con la luz de la fe. Ha de ser por eso que cada visita que hacemos al Santuario se nos invita a renovar la fe con alegría; alegría verdadera y de la buena, la que dura, la que nos deja serenos, porque sabemos que Dios providente nos ama con un amor inmenso y cuida de nosotros como a sus hijos más queridos. San Cayetano decía:”aunque todos te abandonasen, Dios siempre estará atento a tus necesidades”.
La fe del Santo sacerdote nos enseña a confiar en la providencia divina, porque, cuando se cierran las puertas, una tras otras, Dios abre la puerta del Santuario y de la esperanza. Entonces es posible seguir adelante. Cuantas veces vinimos desanimados y regresamos a casa convencidos de que Dios nos ha escuchado. Y vienen a darnos una mano nuestros amigos, los Santos del cielo, porque su misión es la de interceder por nuestras necesidades, las grandes y aún las pequeñas, y son ellos que nos alcanzan las gracias materiales y espirituales que necesitamos para el camino de la fe. Ellos, con el testimonio de su vida y su fidelidad hasta el final, nos enseñan a poner confiados nuestra causa en las manos de Dios.
Cada uno de nosotros podemos decir con el Salmo: “Inclina tu oído, Padre, respóndeme, porque soy pobre y miserable; protégeme, porque soy uno tus fieles, salva a tu servidor que confía en ti.” También podemos agregar,” mirá que soy amigo y devoto de San Cayetano”.
El Evangelio nos trajo un pasaje en la vida de Jesús que nos sorprende. Imagínense que el Señor quisiese pasar por intermedio de Uds, y apretándolo de todos lados, alguien se acerca para tocarlo por detrás. Así pasó con aquella anciana enferma y desahuciada, lo vio pasar a Jesús y pensó que si al menos lograba tocar su manto, iba a sacarle la salud que necesitaba para su vida. Y así pasó. Jesús sintió, entre tantos apretujones alguien lo había tocado como ninguno de la multitud la había hecho. La mujer que había quedado curada al instante, lo había tocado con el amor y convicción de su fe, y Jesús advirtió que una fuerza había salido de él. “Con la fe, nosotros podemos tocarlo, y recibir su gracia” -1-
Uds. hacen lo mismo cuando extienden o ponen sus manos sobre el Santito. Son las manos de la fe de los devotos las que llegan y tocan el corazón de San Cayetano.
Así pasa cuando le pedimos algo a Dios y a los Santos en el cielo, hay que acercarse con la fe de aquella viejita del Evangelio, la que estaba convencida de que Jesús pasaba haciendo el bien. De lo contrario muchos se acercan como aquella multitud se agolpaba en torno a Jesús, pero no lo rozan con el toque personal de la fe, porque sólo el corazón creyente lo toca a Jesús. -2- “Con humildad, nuestra oración primero tiene que dejarse tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe.” -3-. Dios, en el bautismo nos regaló este don, y tan poderosa es la virtud de la fe, que cuando le pedimos algo a Dios, él se siente tocado por el amor de sus hijos. San Cayetano enseñaba a sus pobres: “si quieres que Cristo te ame y te ayude, ámalo tú a él y procura someter tu voluntad a la suya”. La luz de la fe nos da la certeza de que Dios se ha hecho muy cercanos a nosotros, y nadie nos conoce mejor que él. Al reconocerlo a él como al Padre común de todos los hombres, no perdemos la esperanza de construir una Patria de hermanos.
Se que Uds. Estaban acostumbrados a escuchar al Cardenal en esta fiesta, como el lo hizo durante tantos años. Hoy es el Papa Francisco y para que no lo extrañen, él mismo quiso estar presente con un mensaje que durante todo el día escucharán los peregrinos al Santuario que ahora les comparto:
i Encíclica Lumen Fidei del Papa Francisco,33
ii ídem
iii Cfr.60+
Zenit nos ofrece el vídeomensaje que el Papa Francisco envió a los fieles reunidos en el santuario de san Cayetano en Buenos Aires
¡Buenas tardes!
Como todos los años, después de recorrer la fila, hablo con ustedes. Esta vez la fila la recorrí con el corazón. Estoy un poquito lejos y no puedo compartir con ustedes este momento tan lindo. Este momento en que ustedes están caminando hacia la imagen de san Cayetano. ¿Para qué? Para encontrarse con él, para encontrarse con Jesús. Pero hoy, el lema de esta peregrinación, lema elegido por ustedes, seleccionado entre tantas posibilidades, hoy el lema habla de otro encuentro, y dice: "Con Jesús y san Cayetano, vayamos al encuentro de los más necesitados". Habla del encuentro de las personas que necesitan más, de aquellos que necesitan que les demos una mano, que los miremos con cariño, que compartamos su dolor o sus ansiedades, sus problemas. Pero lo importante no es mirarlos de lejos, o ayudarlos desde lejos. ¡No, no! Es ir al encuentro. ¡Eso es lo cristiano! Eso lo que nos enseña Jesús: Ir al encuentro de los más necesitados. Como Jesús que iba siempre al encuentro de la gente. Él iba a encontrarlos. Salir al encuentro de los más necesitados.
A veces yo le pregunto a alguna persona:
- ¿Usted da limosnas?
Me dicen: "Sí, padre".
- "Y cuando da limosnas, ¿mira a los ojos de la gente que le da las limosnas?"
- "Ah, no sé, no me di cuenta".
- "Entonces no lo encontró. Le tiró la limosna y se fue. Cuando usted da limosna, ¿toca la mano o le tira la moneda?"
- "No, le tiro la moneda"
"Y no lo tocaste, y si no lo tocaste, no te encontraste con él".
Lo que Jesús nos enseña es primero a encontrarnos, y en el encuentro, ayudar. Necesitamos saber encontrarnos. Necesitamos edificar, crear, construir, una cultura del encuentro. Tantos desencuentros, líos en la familia, ¡siempre! Líos en el barrio, líos en el trabajo, líos en todos lados. Y los desencuentros no ayudan. La cultura del encuentro. Salir a encontrarnos. Y el lema dice, encontrarnos con los más necesitados, es decir, con aquellos que necesitan más que yo. Con aquellos que están pasando un mal momento, peor que el que estoy pasando yo. Siempre hay alguien que la pasa peor, ¿eh? ¡Siempre! Siempre hay alguien. Entonces yo pienso, estoy pasando un mal momento, vengo a la cola para encontrarme con san Cayetano y con Jesús, y después salgo a encontrarme con los demás, porque siempre hay alguien que la pasa peor. Con esos, es con quienes nos debemos encontrar.
Gracias por escucharme, gracias por venir aquí hoy, gracias por todo lo que llevan en el corazón. ¡Jesús los quiere mucho! ¡San Cayetano los quiere mucho! Solamente les pide una cosa: ¡Que se encuentren! ¡Que vayan y busquen y encuentren al que más necesita! Pero solos no. ¡Con Jesús, con San Cayetano! ¿Voy a convencer a otro que se haga católico? ¡No, no, no! ¡Vas a encontrarlo, es tu hermano! ¡Eso basta! Y lo vas a ayudar, lo demás lo hace Jesús, lo hace el Espíritu Santo. Acordate bien: Con san Cayetano, los necesitados, vamos al encuentro de los más necesitados. Con Jesús, los necesitados, los que más necesitan, vamos al encuentro de los que más necesitan. Y ojalá Jesús te vaya marcando camino para encontrarte con quien necesita más.
Tu corazón, cuando te encuentres con aquél que más necesita, ¡se va a empezar a agrandar, agrandar, agrandar! Porque el encuentro multiplica la capacidad del amor. El encuentro con otro, agranda el corazón. ¡Anímate! "Sólo no se cómo hacer". ¡No, no, no! ¡Con Jesús y con san Cayetano!
Que Dios te bendiga y que termines bien el día de san Cayetano. Y por favor, no te olvides de rezar por mí. Gracias
Carta monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el 18º domingo durante el (4 de agosto de 2013) (AICA)
“50 años del Seminario”
Este domingo 4 de agosto reviste una especial solemnidad para nuestra Diócesis ya que nuestro Seminario Diocesanos “Santo Cura de Ars” cumple sus Bodas de Oro, 50 años de existencia. El lema elegido es “50 años promoviendo vocaciones, 10 años, formando Sacerdotes”. Esta indicación es porque durante 40 años fue fundamentalmente seminario menor, un lugar donde los jóvenes eran acompañados en su vocación y algunos concluían su colegio secundario. Hace 10 años se inició el seminario mayor en su formación en todas las etapas tanto en la filosofía como en la teología, continuando con la tarea del acompañamiento vocacional y pre-seminario.
Queremos hacer memoria de tanta gente que rezó y acompañó de diferentes maneras por el seminario que la Iglesia señala como el corazón de la Diócesis. Sacerdotes, laicos y tantos que revelan su amor a la Iglesia haciendo aquello que el Señor pidió, para que oremos que envíe operarios a su mies porque hay mucho por hacer en la evangelización de la Iglesia, que es la razón de ser de la misma.
Nuestro seminario cuenta con 26 seminaristas mayores, 21 de la Diócesis de Posadas y 5 de la Diócesis de Oberá. El Seminario en estos 10 años de formación en todas sus etapas dio 10 sacerdotes como fruto. El Pueblo de Dios en esta porción de la Iglesia acompaña con cercanía esto que es un lugar de esperanza en la tarea evangelizadora de la Iglesia.
Nuestra Diócesis cuenta con el 50% de la población de Misiones, con alrededor de 600.000 habitantes y estos números van en ascenso por el rápido crecimiento demográfico. La diócesis cuenta con unos 70 sacerdotes, muchos de ellos de edad muy avanzada. Conformado con unos 35 sacerdotes religiosos y 35 diocesanos que están incardinados. En la Diócesis hay parroquias de 50.000 habitantes que están atendidos por 1 o 2 sacerdotes y parroquias del interior que tienen 1 o 2 sacerdotes para 25 capillas. A esto se suman casi 40 escuelas, movimientos y comisiones laicales, áreas pastorales que requieren el acompañamiento de los sacerdotes y la vida consagrada. De hecho necesitamos armar nuevas parroquias sobre todo en la ciudad de Posadas donde se multiplican rápidamente nuevos barrios.
Tenemos que ser agradecidos a Dios porque el clero Diocesano aumentó en estos años. Esto hace que en proporción su promedio de edad sea de 36 años, siendo el más joven del país, así como la necesidad del acompañamiento del clero de nuestra Diócesis. Necesariamente también tenemos que subrayar la esperanza de nuestros seminaristas que serán parte de este presbiterio. No obstante el número sigue siendo insuficiente y sabemos que nuestros sacerdotes están recargados de responsabilidades con una realidad pastoral altamente demandante.
En esta carta quiero agradecer especialmente a los formadores del seminario los de antes y los de ahora, que tienen la responsabilidad de acompañar este llamado del Señor a nuestros seminaristas, en la oración, el diálogo y el discernimiento. Nuestros seminaristas son llamados en nuestro tiempo como los nuevos Pedro, Juan y Santiago… idénticamente como Jesús llamó y amó a sus Apóstoles para enviarlos a evangelizar. Llamados a ser amigos e íntimos del Señor. Pedimos en estas Bodas de Oro a Dios por nuestro Seminario y agradecemos a tantos que ayer y hoy son parte de esta obra de Dios.
Les envío un saludo cercano, y hasta el próximo domingo.
Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas
Zenit nos ofrece las palabras del papa Francisco al introducir la oración mariana del Angelus el domingo 4 de AGosto de 2013, asomado a la ventana del estudio en el Palacio Apostólico.
¡Queridos hermanos y hermanas! ¡buenos días!
El domingo pasado estaba en Río de Janeiro. Concluía la santa misa y la Jornada Mundial de la Juventud. Creo que debemos todos juntos dar gracias al Señor por el gran don que ha sido este encuentro, por Brasil, por América Latina y por el mundo entero. Ha sido una nueva etapa en el peregrinaje de los jóvenes a través de los continentes con la Cruz de Cristo. No debemos olvidar que la Jornada Mundial de la Juventud no son "fuegos artificiales", momentos de entusiasmo que terminan en sí mismos; son etapas de un largo camino, iniciado en 1985, por iniciativa del papa Juan Pablo II. Él confió la Cruz y dijo: ¡Id y yo iré con vosotros! Y así ha sido; y este peregrinaje de los jóvenes ha continuado con el papa Benedicto y gracias a Dios también yo he podido vivir esta maravillosa etapa en Brasil. Recordamos siempre: los jóvenes no siguen al papa, siguen a Jesucristo, llevando su Cruz. Y el papa les guía y les acompaña en este camino de fe y de esperanza. Doy gracias por todos vosotros jóvenes que habéis participado, también a costa de sacrificios. Y doy gracias al Señor también por los encuentros que he tenido con los pastores y el pueblo de ese gran país que es Brasil, como también con las autoridades y voluntarios. Que el Señor recompense a todos los que han trabajado por esta gran fiesta de la fe. También quiero subrayar mi agradecimiento, un muchas gracias a los brasileños. ¡Buena gente esta de Brasil! Un pueblo de gran corazón. No olvido su calurosa acogida, sus saludos. Mucha alegría, un pueblo generoso. Pido al Señor que les bendiga mucho.
Quisiera pediros que recéis conmigo para que los jóvenes que han participado en la Jornada Mundial de la Juventud puedan traducir esta experiencia en su camino cotidiano, en el comportamiento de todos los días; y que puedan traducirlo también en elecciones de vida importantes, respondiendo a la llamada personal del Señor. Hoy en la Liturgia resuena la palabra provocadora de Eclesiastés: "vanidad de vanidades ... todo es vanidad" (1, 2). Los jóvenes son particularmente sensibles al vacío de significado y de los valores que a menudo les rodean. Y lamentablemente pagan las consecuencias. Sin embargo el encuentro con Jesús vivo, en su gran familia que es la Iglesia, llena el corazón de alegría, porque lo llevan de verdadera vida, de un bien profundo, que no pasa y no se marchita: lo hemos visto sobre los rostros de los jóvenes en Río. Pero esta experiencia debe afrontar la vanidad cotidiana, el veneno del vacío que se insinúa en nuestras sociedades basadas en el beneficio y en el haber, que engañan a los jóvenes con el consumismo. El Evangelio de este domingo nos llama la atención precisamente sobre lo absurdo de basar la propia felicidad en el haber. El rico se dice a sí mismo: "Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, como, bebe y date buena vida". Pero Dios le dijo: "Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?" (Lc 12, 19-20). Queridos hermanos y hermanas la verdadera riqueza es el amor de Dios, compartido con los hermanos. Ese amor que viene de Dios y hace que lo compartamos y nos ayudamos entre nosotros. Quién experimenta esto no teme a la muerte, y recibe la paz del corazón. Confiamos esta intención, esta intención de recibir el amor de Dios y compartirlo con los hermanos, a la intercesión de la Virgen María.
Después del Ángelus el papa ha saludado:
Queridos hermanas y hermanos,
os saludo a todos y os doy las gracias por vuestra presencia, a pesar del calor.
Estoy contento de saludar en particular a algunos grupos juveniles: la juventud carmelitana de Croacia, los jóvenes de Sandon y Fossò, diócesis de Verona; los de Mozzanica, diócesis de Cremona; los de Moncalieri, que han hecho una parte del camino a pie; y los de Bérgamo, que han venido en bicicleta. ¡Gracias a todos!
Pero, ¡hay muchos jóvenes hoy en la plaza. ¡Esto parece Río de Janeiro!
Quiero asegurar un recuerdo especial para los párrocos y para todos los sacerdotes del mundo, porque hoy es la memoria de su patrón: San Juan María Vianney. Queridos hermanos, estamos unidos en la oración y en la caridad pastoral. Mañana los romanos recordamos a nuestra madre, la Salus Populis Romani. Le pedimos a ella que nos cuide. Y ahora todos juntos la saludamos con un Ave María. Todos juntos. ("Dios te salve María....") Un saludo a nuestra madre, Salus Populis Romani, todos juntos un saludo a nuestra Madre. (Aplausos)
Me gusta también recordar la fiesta litúrgica de la Transfiguración, que será pasado mañana, con un pensamiento de profunda gratitud por el venerable papa Pablo VI, que dejó este mundo el noche del 6 de agosto de hace 35 años.
Queridos amigos, os deseo un feliz domingo y un buen mes de agosto y buen provecho. ¡Hasta luego!
Traducido del italiano por Rocío Lancho García
Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (3 de aosto de 2013) (AICA)
Jornadas Juveniles en Río junto al Papa Francisco
“Seguramente ustedes, queridos amigos televidentes, han seguido a través de los medios el desarrollo de la Jornada Mundial de la Juventud que se ha celebrado en Río de Janeiro. Y la habrán seguido también a través de “Claves”, que ha hecho su buena parte en esta difusión”.
“Acabo de leer precisamente la repercusión en la prensa gráfica brasileña y por supuesto, he seguido la Jornada desde aquí durante su desarrollo “en vivo”, podríamos decir, a la distancia y quiero hacerles un breve comentario en tres puntos”.
“El primero: ésta ha sido una gran celebración de la fe, una fiesta de la fe podríamos decir. Cuando se reúnen muchos jóvenes el ambiente es necesariamente festivo, pero aquí la motivación aún en las celebraciones litúrgicas, el fervor de la oración, los momentos de silencio, las expresiones todas constituían una manifestación de la alegría de la fe. Estimo que eso, en los corazones de los jóvenes significa una marca muy profunda. Los pastores de la Iglesia, según lo que hemos comentado con muchos sacerdotes en estos días, al respecto tenemos grandes esperanzas. El impulso que el Papa ha dado a los muchachos y chicas que han participado se va a multiplicar en aquellos que no pudieron ir, pero que ahora recibirán su testimonio”.
“El segundo punto se refiere al mensaje central del Papa Francisco. ¿Qué es lo que ha querido el Papa? Ha querido mover a los chicos y chicas a una participación más intensa, a un compromiso de vida y a un compromiso, sobre todo, misionero. Cuando hablamos de misión pensamos en algo muy organizado, pero tenemos que acostumbrarnos a algo que se viene viviendo en la Iglesia desde los orígenes: La misión fundamental es el testimonio de vida de los cristianos. Se trata, por tanto, de una misión ininterrumpida”.
“Imagínense ustedes el efecto de tantos millones de chicos reunidos si cada uno de ellos contagia esa alegría de la fe y la fortalece y la testimonia con su vida, con su manera de pensar, con su manera de decir y, sobre todo, con su amor, insertándose en las estructuras de la Iglesia y en los distintos ámbitos de la sociedad de los cuales participan. ¡Esto para la Iglesia es una gran esperanza pastoral!”.
“Y el tercer punto que quisiera remarcar es que allí se ha dado –me lo contaba uno de mis Obispos Auxiliares que participó- una muestra clara e indiscutible de la comunidad de la Iglesia, de la comunión de la Iglesia. Eso se veía en el amor con que recibían a los obispos, a los sacerdotes, a las religiosas en las calles de Río de Janeiro; el conjunto de esa participación eclesial tan variada, presidida nada menos que por el Papa, es una imagen concreta de la Iglesia, y podemos decir entonces, tanto para los pesimistas como para los contradictores, que se ve que la Iglesia tiene futuro, que el Cristianismo tiene futuro. Que así como se trasmiten de generación en generación tantas cosas, algunas buenas y otras no tanto, se trasmite y se puede trasmitir también la fe y el amor cristiano. Este pensamiento nos tiene que alentar a ir acompañando luego, y continuamente, en la vida ordinaria, a los jóvenes que participan en nuestras distintas comunidades”
“Estos grandes acontecimientos pueden ocurrir cada tanto, pero implican una especie de inyección de vitalidad, de entusiasmo, un aire nuevo en pulmones que tienen que respirar plenamente para proclamar lo que el Papa ha querido proclamar delante de los que fueron a Río: que Jesucristo es el Señor, que nos ama, que nos ha salvado y que Él es el camino no sólo para nosotros sino para toda la humanidad”.
“Por último: el punto aglutinante de esta gran comunión eclesial que se manifestó de un modo visible en Río de Janeiro ha sido, obviamente, el Papa Francisco. Pero él no atrajo la atención sobre sí, para que descansara definitivamente sobre sí. Si algo ha dicho y hecho el Papa Francisco ha sido remitir a esos jóvenes a Jesús; esto vale también para nosotros”.
Mons. Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata
Reflexión a las lecturas del domingo diecinueve del Tiempo Ordinario - C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 19º del T. Ordinario C
La Segunda Venida del Señor es un dato fundamental de nuestra fe. Lo profesamos en el Credo: “Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su Reino no tendrá fin”. Cada año lo recordamos y celebramos durante un tiempo largo: en las últimas semanas del Tiempo Ordinario y en las primeras semanas de Adviento. En diversas ocasiones, a lo largo del año, también el Señor nos recuerda esta verdad.
Sin embargo es este un tema desconocido para grandes sectores del pueblo cristiano. No sucede, por desgracia, como en el tiempo de los primeros cristianos, primera y segunda generación, cuando se vivía con una especial intensidad. ¿Y a qué viene el Señor? A consumar la Historia humana con la manifestación gloriosa de su Victoria, iniciada en su Resurrección y Ascensión. Y toda la Creación renovada y transformada, participará para siempre de la gloria de los hijos de Dios (Rom 8, 19-24). Entonces se acabará el sufrimiento y la muerte. “El último enemigo aniquilado será la muerte” (1 Co 15, 26).
Es también el día del Juicio Universal, en el que esperamos conseguir, por la misericordia de Dios, el premio de tantos trabajos y sufrimientos: los que hayan hecho el bien resucitarán “para una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio” (Jn 5, 28-29). “Y así, estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4, 18). Porque “su Reino no tendrá fin”. Por todo eso, los cristianos tenemos que vivir a la espera de este acontecimiento como el más importante y definitivo de la Historia.
Y con razón se nos dice que no sólo hemos de esperar sino de anhelar ese acontecimiento. Por eso lo primero que pedimos al Señor cuando viene al altar, en la Consagración de la Misa, es “Ven, Señor Jesús”.
El Evangelio de este domingo nos recuerda la necesidad de estar preparados: “ceñida la cintura y encendidas las lámparas”. Sobre todo, porque no sabemos cuándo será: “ni el día ni la hora”(Mt 25, 13).
En medio del verano, encontramos aquí una ocasión privilegiada para reflexión, para recordar las parábolas y demás enseñanzas del Señor y de los apóstoles sobre el tema y para revisar nuestra vida a la luz de esta gran verdad. Cuentan que S. Antonio Abad recomendaba a sus monjes vivir cada día como si fuera el último día.
¡FELIZ DOMINGO! ¡BUEN VERANO!
DOMINGO 19º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Un sabio israelita, inspirado por el Espíritu Santo, recuerda, con tono solemne, la liberación de los israelitas de Egipto. Aquella fue una noche de vigilia para el pueblo santo.
Los cristianos formamos el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, que, peregrina hacia la nueva tierra prometida, que es el Cielo, mientras aguarda la Vuelta gloriosa del Señor.
SEGUNDA LECTURA
Durante cuatro domingos escucharemos pasajes de la Carta a los Hebreos. El fragmento de hoy nos dice qué es creer y nos presenta el testimonio de la fe de los patriarcas, sobre todo el de Abrahán.
TERCERA LECTURA (Antes del aleluya)
En el Evangelio Jesús nos invita a pensar en lo que es definitivo y a estar preparados para su Venida gloriosa. El Señor declara dichosos a los que encuentre esperándole.
COMUNIÓN
En la Comunión recibimos al mismo Jesucristo que un día volverá, lleno de gloria, para juzgar a vivos y muertos.
Pidámosle que ese día no nos encuentre dormidos en el pecado, sino vigilantes, a la espera de su llegada, como unos criados buenos y fieles, que están a la espera de su señor “para abrirle, apenas venga y llame”, como nos dice el Evangelio de hoy.
Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (XVII domingo durante el año, 28 de julio de 2013) (AICA)
Oración: Tenemos la certeza de ser escucados
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos". El les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino; danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación". Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: 'Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle', y desde adentro él le responde: 'No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos'. Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan". (Lucas 11,1-13)
Este Evangelio, nos habla de la oración y de lo que significa que Jesús, el Hijo de Dios, nos enseñe a rezar el Padre Nuestro. Una oración extraordinaria donde cada frase está ligada a la fe. La oración, más que un pedido, es una respuesta nuestra a Dios.
Le respondo porque tengo fe, porque creo, porque sé que me va a escuchar, porque sé que me tiene en cuenta, porque sé que tengo que decirle cuáles son mis necesidades. Es una respuesta mía porque si yo supiera que no me va a escuchar, no le hablo; pero como sé que me va a escuchar, yo le hablo. Aunque no haga lo que yo le pida, porque una de las condiciones fundamentales del orante es hacer la voluntad de Él, no la voluntad de uno. Tenemos la certeza de que oramos, pedimos, porque somos escuchados. Pero somos escuchados para que se haga su voluntad y no la nuestra. Eso es lo más importante, que se haga su voluntad.
La oración es más vital que verbal, porque en ella está nuestra vida. Cuando uno está viviendo una situación, está dando la vida; no está diciendo frases o sólo palabras, como los paganos, aquellos que hablan mucho, o como los fariseos, porque no es el tema de vivir un misticismo eufórico, o vivir una cuestión casi sicológica, seudo religiosa de desahogo. No.
La oración es pedirle y presentarle al Señor, como acción de gracias, como súplica, ese pedido que nos lleva a una acción de gracias y que también nos lleva a cumplir con la misión.
Cuando entra en la vida, la oración es verdadera. Cuando se disocia, la oración es falsa. ¿Recuerdan aquel famoso refrán: “a Dios rogando, con el mazo dando”? Bueno, es lo mismo. Yo rezo, pero tengo que hacer la voluntad de Dios. Yo rezo, pero la oración me tiene que dar fuerza para hacer la voluntad de Dios. Yo rezo, pero tiene que prevalecer SU criterio y no mi criterio. Por eso, la oración tiene que ser verdadera y no falsa.
La vida y la oración no son separadas. Se enriquecen y se asumen mutuamente. Se reza con el corazón y con el intelecto. Hay que tener lucidez de corazón. Hay que perseverar. Perseverar en la oración no significa que van a cambiar las cosas que uno quiere que cambien. Por lo menos el Señor nos va a dar la luz para poder entender lo que racionalmente no entendemos.
Recemos, con el Padre Nuestro, para que hagamos SU voluntad, para que ÉL nos perdone, para que nosotros también perdonemos, que nos de el pan de cada día y que nos cuide para no caer en la tentación.
Les dijo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, Obispo de Puerto Iguazú para el XVII Domingo durante el año (28 de julio de 2013) (AICA)
“Señor, me respondiste cada vez que te invoqué”
La liturgia de este domingo nos adentra en el tema de la oración. En primer lugar se presenta en el libro del Génesis la conmovedora oración de Abrahán en favor de dos ciudades pecadoras, magnifica expresión de su confianza en Dios y de su afán de interceder en favor de los hombres. Dios le ha revelado a Abrahán la decisión de destruir a Sodoma y Gomorra pervertidas por el pecado. El patriarca busca detener el castigo de Dios pidiéndole tenga en consideración los justos que podrían habitar en esas ciudades. Pero desde la propuesta de cincuenta justos se ve obligado a bajar gradualmente hasta el exiguo número de diez justos en esa súplica de oración de intercesión que el Patriarca hace a Dios: “Que no se enoje mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si sólo se encuentran diez justos?” Ni la condescendencia de Dios, llena de bondad que va aceptando la reducción del número de los justos ni la cordial súplica de Abrahán, logran salvar las ciudades de la ira de Dios a causa de la corrupción reinante. Pero la oración de intercesión de Abrahán y la misericordia divina -que desciende a causa de esa oración- logran salvar a una familia, la de Lot. Esta escena del libro del Génesis queda como testimonio de las terribles consecuencias de la permanencia del mal de los hombres y la fuerza reparadora del bien, en donde si hubieran habido diez justos solamente, habrían podido impedir la ira del Señor. Abrahán ora y el Señor escucha y en ese diálogo se van desarrollando los acontecimientos, como sucede siempre en la oración. Es el diálogo entre el hombre y Dios frente a un acontecimiento cualquiera de real importancia. Es en la oración donde se muestra la humildad del hombre que ora y la misericordia de Dios que escucha.
El Nuevo Testamento es una maravillosa página de la misericordia de Dios que nos muestra que un solo justo, “el Siervo de Yavé” ya anunciado por los profetas, basta para salvar no solamente a dos ciudades ni una nación, sino a la humanidad entera. A través de la Pasión de Cristo y su muerte en la Cruz, Dios perdonó a toda la humanidad, como nos asegura el Apóstol Pablo en su carta a los Colosenses (Col. 2, 14).
El evangelio nos muestra a los discípulos pidiéndole a Jesús que les enseñe a orar. Jesús les responde enseñándoles el Padrenuestro: “cuando oréis, decid Padre santificado sea tu nombre, venga tu reino …”. Es de notar que Abrahán el “amigo del Señor” le llama a Dios “Señor”. Jesús, en cambio, nos enseña que Dios es nuestro “Padre”. Esta es la diferencia entre el Antiguo y Nuevo Testamento. La oración aquí es filial, ya no de servidor, sino del hijo que le abre el corazón a su Padre, exponiéndole sus necesidades en forma sencilla y espontánea. Así nos lo muestra la oración del Padrenuestro, oración que es el diálogo más profundo y completo que puede darse entre Dios y el hombre. Quien reza el Padrenuestro, glorifica a Dios, pide que la esperanza cristiana del encuentro pleno con Dios se cumpla, que se haga en nuestros corazones su voluntad y rompa todo egoísmo, que nos dé el pan que ganamos con el sudor de nuestra frente, que perdone nuestra debilidades y caídas y nos haga generosos en el perdón hacia nuestro prójimo y que la fuerza de su gracia no nos deje caer en las tentaciones de la vida y que el mal no nos despoje de su gracia y amor.
Por otra parte la parábola del amigo inoportuno, que sigue inmediatamente al texto de hoy, nos enseña a orar con perseverancia e insistencia –como lo hizo Abrahán- sin miedo a ser indiscretos frente a Dios que es nuestro Padre y Amigo: “pedid, buscad, llamad”. Dios no tiene horarios frente a la oración de un humilde hijo que le pide ayuda. “Quien pide recibe, quien busca halla y al que llama se le abre”, dice la Palabra de Dios. Pero no siempre encontramos lo que pedimos, pero es seguro que Dios escuchó y que por caminos misteriosos y de alguna manera -de cualquier otra forma- estará en su amor respondiendo a nuestro pedido. Frente a nuestras súplicas tenemos que saber leer dónde y de qué forma está respondiendo Dios a nuestras súplicas, tal vez será de un modo oculto y diferente al que esperamos. Tenemos que saber descubrir -en la misma oración- la respuesta oculta de Dios. No debe faltarnos la gracia de ser fieles a Dios cada día. Esta gracia está asegurada al que ora sin cansarse. “Si vosotros que sois malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos ¿cuánto más vuestro Padre Celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”. En el don del Espíritu Santo se incluyen todos los bienes sobrenaturales que Dios quiere dar a sus hijos. Los cristianos tenemos que tener la certeza de que el que pide recibe siempre, Dios nunca deja de dar a sus hijos lo que necesitan. Oremos por nuestra Patria. Debemos rezar mucho, con confianza y perseverancia para que el Señor cuide a sus hijos y para que seamos fieles a su camino y a su divina Voluntad.
Que la Virgen, la gran orante, nos haga crecer en la certeza de que Dios siempre nos escucha.
Mons. Marcelo Raúl Martorell, Obispo de Puerto Iguazú
Reflexión a las lecturas del domingo dieciocho del Tiempo Ordinario - C ofrecida por el sacerdote don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 18º del Tiempo Ordinario C
Trabajar, esforzarse por tener lo necesario es un bien, un deber. Y “vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno” (Gn 1, 31).
Pero, como sucede con todas las cosas, los bienes materiales se pueden usar bien o mal.
Con frecuencia se hace del dinero un dios. La segunda lectura de este domingo nos previene de “la codicia que es una idolatría”, un dios ante el cual se sacrifica todo tantas veces, incluso, la propia conciencia y los valores más grandes y sagrados de la persona.
Muchas veces se vive encandilado por las cosas materiales, sin capacidad para valorar nada, más allá del dinero y de lo material.
La Palabra de Dios de este domingo ridiculiza esta actitud y nos ofrece la verdadera solución.
La primera Lectura nos dice que “hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto y tiene que legarle su porción al que no ha trabajado. También esto es vanidad y grave desgracia”. Y se pregunta: “Qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su tarea es sufrir y penar; de noche no descansa el corazón. También esto es vanidad”.
El Evangelio nos previene de toda clase de codicia. Pues, “aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Y concluye la parábola del rico insensato, presentándonos la verdadera solución: “Así es el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios”.
Por eso, el Señor nos invita a atesorar para el Cielo (Mt 6,19-20); y la segunda lectura de hoy nos recomienda buscar “los bienes de arriba…”
¡He ahí la cuestión fundamental: ser rico ante Dios!
Se trata, por tanto, de buscar lo necesario, pero sin hipotecar el corazón, sin dejarnos encandilar ni anular por nada.
El desorden del rico de la parábola no consiste en conseguir una buena cosecha, sino en su conclusión: “hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida”.
Constatamos aquí la importancia de aquella recomendación del Señor: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura”(Mt 6,33).
Es lógico que repitamos en el salmo responsorial: “Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación”.
¡FELIZ DOMINGO! ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo diecinueve del Tiempo Ordinario - C
Vivir en minoría
Lucas ha recopilado en su evangelio unas palabras, llenas de afecto y cariño, dirigidas por Jesús a sus seguidores y seguidoras. Con frecuencia, suelen pasar desapercibidas. Sin embargo, leídas hoy con atención desde nuestras parroquias y comunidades cristianas, cobran una sorprendente actualidad. Es lo que necesitamos escuchar de Jesús en estos tiempos no fáciles para la fe.
“Mi pequeño rebaño”. Jesús mira con ternura inmensa a su pequeño grupo de seguidores. Son pocos. Tienen vocación de minoría. No han de pensar en grandezas. Así los imagina Jesús siempre: como un poco de “levadura” oculto en la masa, una pequeña “luz” en medio de la oscuridad, un puñado de “sal” para poner sabor a la vida.
Después de siglos de “imperialismo cristiano”, los discípulos de Jesús hemos de aprender a vivir en minoría. Es un error añorar una Iglesia poderosa y fuerte. Es un engaño buscar poder mundano o pretender dominar la sociedad. El evangelio no se impone por la fuerza. Lo contagian quienes viven al estilo de Jesús haciendo la vida más humana.
“No tengas miedo”. Es la gran preocupación de Jesús. No quiere ver a sus seguidores paralizados por el miedo ni hundidos en el desaliento. No han de perder nunca la confianza y la paz. También hoy somos un pequeño rebaño, pero podemos permanecer muy unidos a Jesús, el Pastor que nos guía y nos defiende. El nos puede hacer vivir estos tiempos con paz.
“Vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino”. Jesús se lo recuerda una vez más. No han de sentirse huérfanos. Tienen a Dios como Padre. Él les ha confiado su proyecto del reino. Es su gran regalo. Lo mejor que tenemos en nuestras comunidades: la tarea de hacer la vida más humana y la esperanza de encaminar la historia hacia su salvación definitiva.
“Vended vuestros bienes y dad limosna”. Los seguidores de Jesús son un pequeño rebaño, pero nunca han de ser una secta encerrada en sus propios intereses. No vivirán de espaldas a las necesidades de nadie. Será comunidades de puertas abiertas. Compartirán sus bienes con los que necesitan ayuda y solidaridad. Darán limosna, es decir “misericordia”. Este es el significado original del término griego.
Los cristianos necesitaremos todavía algún tiempo para aprender a vivir en minoría en medio de una sociedad secular y plural. Pero hay algo que podemos y debemos hacer sin esperar a nada: transformar el clima que se vive en nuestras comunidades y hacerlo más evangélico. El Papa Francisco nos está señalando el camino con sus gestos y su estilo de vida.
José Antonio Pagola
11 de agosto de 2013
19 Tiempo ordinario(C)
Lucas 12, 32-48
Texto completo del mensaje del Papa Francisco para la Jornada Misionera Mundial n. 87, que se celebra este año el domingo 20 de octubre. (Agencia Fides)
Queridos hermanos y hermanas:
Este año celebramos la Jornada Mundial de las Misiones mientras se clausura el Año de la fe, ocasión importante para fortalecer nuestra amistad con el Señor y nuestro camino como Iglesia que anuncia el Evangelio con valentía. En esta prospectiva, quisiera proponer algunas reflexiones.
1. La fe es un don precioso de Dios, que abre nuestra mente para que lo podamos conocer y amar, Él quiere relacionarse con nosotros para hacernos partícipes de su misma vida y hacer que la nuestra esté más llena de significado, que sea más buena, más bella. Dios nos ama. Pero la fe necesita ser acogida, es decir, necesita nuestra respuesta personal, el coraje de poner nuestra confianza en Dios, de vivir su amor, agradecidos por su infinita misericordia. Es un don que no se reserva sólo a unos pocos, sino que se ofrece a todos generosamente. Todo el mundo debería poder experimentar la alegría de ser amados por Dios, el gozo de la salvación. Y es un don que no se puede conservar para uno mismo, sino que debe ser compartido. Si queremos guardarlo sólo para nosotros mismos, nos convertiremos en cristianos aislados, estériles y enfermos. El anuncio del Evangelio es parte del ser discípulos de Cristo y es un compromiso constante que anima toda la vida de la Iglesia. «El impulso mis ionero es una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial» (Benedicto XVI, Exhort. ap. Verbum Domini, 95). Toda comunidad es "adulta", cuando profesa la fe, la celebra con alegría en la liturgia, vive la caridad y proclama la Palabra de Dios sin descanso, saliendo del propio ambiente para llevarla también a las "periferia", especialmente a aquellas que aún no han tenido la oportunidad de conocer a Cristo. La fuerza de nuestra fe, a nivel personal y comunitario, también se mide por la capacidad de comunicarla a los demás, de difundirla, de vivirla en la caridad, de dar testimonio a las personas que encontramos y que comparten con nosotros el camino de la vida.
2. El Año de la fe, a cincuenta años de distancia del inicio del Concilio Vaticano II, es un estímulo para que toda la Iglesia reciba una conciencia renovada de su presencia en el mundo contemporáneo, de su misión entre los pueblos y las naciones. La misionariedad no es sólo una cuestión de territorios geográficos, sino de pueblos, de culturas e individuos independientes, precisamente porque los "confines" de la fe no sólo atraviesan lugares y tradiciones humanas, sino el corazón de cada hombre y cada mujer. El Concilio Vaticano II destacó de manera especial cómo la tarea misionera, la tarea de ampliar los confines de la fe es un compromiso de todo bautizado y de todas las comunidades cristianas: «Viviendo el Pueblo de Dios en comunidades, sobre todo diocesanas y parroquiales, en las que de algún modo se hace visible, a ellas pertenece también dar testimonio de Cristo delante de las gentes» (Decr. Ad gentes, 37). Por tanto, se pide y se invita a toda comunidad a hacer propio el mandato confiado por Jesús a los Apóstoles de ser sus «testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8), no como un aspecto secundario de la vida cristiana, sino como un aspecto esencial: todos somos enviados por los senderos del mundo para caminar con nuestros hermanos, profesando y dando testimonio de nuestra fe en Cristo y convirtiéndonos en anunciadores de su Evangelio. Invito a los obispos, a los sacerdotes, a los consejos presbiterales y pastorales, a cada persona y grupo responsable en la Iglesia a dar relieve a la dimensión misionera en los programas pastorales y formativos, sintiendo que el propio compromiso apostólico no está completo si no contiene el propósito de "dar testimonio de Cristo ante las naciones", ante todos los pueblos. La misionariedad no es sólo una dimensión programática en la vida cristiana, sino también una dimensión paradigmática que afecta a todos los aspectos de la vida cristiana.
3. A menudo, la obra de evangelización encuentra obstáculos no sólo fuera, sino dentro de la comunidad eclesial. A veces el fervor, la alegría, el coraje, la esperanza en anunciar a todos el mensaje de Cristo y ayudar a la gente de nuestro tiempo a encontrarlo son débiles; en ocasiones, todavía se piensa que llevar la verdad del Evangelio es violentar la libertad. A este respecto, Pablo VI usa palabras iluminadoras: «Sería... un error imponer cualquier cosa a la conciencia de nuestros hermanos. Pero proponer a esa conciencia la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo, con plena claridad y con absoluto respeto hacia las opciones libres que luego pueda hacer... es un homenaje a esta libertad» (Exhort, Ap. Evangelii nuntiandi, 80). Siempre debemos tener el valor y la alegría de proponer, con respeto, el encuentro con Cristo, de hacernos heraldos de su Evangelio, Jesús ha venido entre nosotros para mostrarnos el camino de la salvación, y nos ha confiado la misión de darlo a conocer a todos, hasta los confines de la tierra. Con frecuencia, vemos que lo que se destaca y se propone es la violencia, la mentira, el error. Es urgente hacer que resplandezca en nuestro tiempo la vida buena del Evangelio con el anuncio y el testimonio, y esto desde el interior mismo de la Iglesia. Porque, en esta perspectiva, es importante no olvidar un principio fundamental de todo evangelizador: no se puede anunciar a Cristo sin la Iglesia. Evangelizar nunca es un acto aislado, individual, privado, sino que es siempre eclesial. Pablo VI escribía que «cuando el más humilde predicador, catequista o Pastor, en el lugar más apartado, predica el Evangelio, reúne su pequeña comunidad o administra un sacramento, aun cuando se encuentra solo, ejerce un acto de Iglesia»; no actúa «por una misión que él se atribuye o por inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre» (ibíd., 60). Y esto da fuerza a la misión y hace sentir a cada misi onero y evangelizador que nunca está solo, que forma parte de un solo Cuerpo animado por el Espíritu Santo.
4. En nuestra época, la movilidad generalizada y la facilidad de comunicación a través de los nuevos medios de comunicación han mezclado entre sí los pueblos, el conocimiento, las experiencias. Por motivos de trabajo, familias enteras se trasladan de un continente a otro; los intercambios profesionales y culturales, así como el turismo y otros fenómenos análogos empujan a un gran movimiento de personas. A veces es difícil, incluso para las comunidades parroquiales, conocer de forma segura y profunda a quienes están de paso o a quienes viven de forma permanente en el territorio. Además, en áreas cada vez más grandes de las regiones tradicionalmente cristianas crece el número de los que son ajenos a la fe, indiferentes a la dimensión religiosa o animados por otras creencias. Por tanto, no es raro que algunos bautizados escojan estilos de vida que les alejan de la fe, convirtiéndolos en necesitados de una "nueva evangelización". A esto se suma el hecho de que a una gran parte de la humanidad todavía no le ha llegado la buena noticia de Jesucristo. Y que vivimos en una época de crisis que afecta a muchas áreas de la vida, no sólo la economía, las finanzas, la seguridad alimentaria, el medio ambiente, sino también la del sentido profundo de la vida y los valores fundamentales que la animan. La convivencia humana está marcada por tensiones y conflictos que causan inseguridad y fatiga para encontrar el camino hacia una paz estable. En esta situación tan compleja, donde el horizonte del presente y del futuro parece estar cubierto por nubes amenazantes, se hace aún más urgente el llevar con valentía a todas las realidades, el Evangelio de Cristo, que es anuncio de esperanza, reconciliación, comunión; anuncio de la cercanía de Dios, de su misericordia, de su salvación; anuncio de que el poder del amor de Dios es capaz de vencer las tinieblas del mal y conducir hacia el camino del bien. El hombre de nuestro tiempo necesita una luz fuerte que ilumine su camino y que sólo el encuentro con Cristo puede darle. Traigamos a este mundo, a través de nuestro testimonio, con amor, la esperanza que se nos da por la fe. La naturaleza misionera de la Iglesia no es proselitista, sino testimonio de vida que ilumina el camino, que trae esperanza y amor. La Iglesia lo repito una vez más no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría, compartir el mensaje de salvación que el Señor nos ha dado. Es el Espíritu Santo quién guía a la Iglesia en este camino.
5. Quisiera animar a todos a ser portadores de la buena noticia de Cristo, y estoy agradecido especialmente a los misioneros y misioneras, a los presbíteros fidei donum, a los religiosos y religiosas y a los fieles laicos cada vez más numerosos que, acogiendo la llamada del Señor, dejan su patria para servir al Evangelio en tierras y culturas diferentes de las suyas. Pero también me gustaría subrayar que las mismas iglesias jóvenes están trabajando generosamente en el envío de misioneros a las iglesias que se encuentran en dificultad no es raro que se trate de Iglesias de antigua cristiandad llevando la frescura y el entusiasmo con que estas viven la fe que renueva la vida y da esperanza. Vivir en este aliento universal, respondiendo al mandato de Jesús «Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones» (Mt 28,19) es una riqueza para cada una de las iglesias particulares, para cada comunidad, y donar misioneros y misioneras nunca es una pérdida sino una ganancia. Hago u n llamamiento a todos aquellos que sienten la llamada a responder con generosidad a la voz del Espíritu Santo, según su estado de vida, y a no tener miedo de ser generosos con el Señor. Invito también a los obispos, las familias religiosas, las comunidades y todas las agregaciones cristianas a sostener, con visión de futuro y discernimiento atento, la llamada misionera ad gentes y a ayudar a las iglesias que necesitan sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos para fortalecer la comunidad cristiana. Y esta atención debe estar también presente entre las iglesias que forman parte de una misma Conferencia Episcopal o de una Región: es importante que las iglesias más ricas en vocaciones ayuden con generosidad a las que sufren por su escasez.
Al mismo tiempo exhorto a los misioneros y a las misioneras, especialmente los sacerdotes fidei donum y a los laicos, a vivir con alegría su precioso servicio en las iglesias a las que son destinados, y a llevar su alegría y su experiencia a las iglesias de las que proceden, recordando cómo Pablo y Bernabé, al final de su primer viaje misionero «contaron todo lo que Dios había hecho a través de ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a los gentiles» (Hch 14,27). Ellos pueden llegar a ser un camino hacia una especie de "restitución" de la fe, llevando la frescura de las Iglesias jóvenes, de modo que las Iglesias de antigua cristiandad redescubran el entusiasmo y la alegría de compartir la fe en un intercambio que enriquece mutuamente en el camino de seguimiento del Señor.
La solicitud por todas las Iglesias, que el Obispo de Roma comparte con sus hermanos en el episcopado, encuentra una actuación importante en el compromiso de las Obras Misionales Pontificias, que tienen como propósito animar y profundizar la conciencia misionera de cada bautizado y de cada comunidad, ya sea reclamando la necesidad de una formación misionera más profunda de todo el Pueblo de Dios, ya sea alimentando la sensibilidad de las comunidades cristianas a ofrecer su ayuda para favorecer la difusión del Evangelio en el mundo.
Por último, me refiero a los cristianos que, en diversas partes del mundo, se encuentran en dificultades para profesar abiertamente su fe y ver reconocido el derecho a vivirla con dignidad. Ellos son nuestros hermanos y hermanas, testigos valientes aún más numerosos que los mártires de los primeros siglos que soportan con perseverancia apostólica las diversas formas de persecución actuales. Muchos también arriesgan su vida por permanecer fieles al Evangelio de Cristo. Deseo asegurarles que me siento cercano en la oración a las personas, a las familias y a las comunidades que sufren violencia e intolerancia, y les repito las palabras consoladoras de Jesús: «Confiad, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).
Benedicto XVI exhortaba: « Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero» (Carta Ap. Porta fidei, 15). Este es mi deseo para la Jornada Mundial de las Misiones de este año. Bendigo de corazón a los misioneros y misioneras, y a todos los que acompañan y apoyan este compromiso fundamental de la Iglesia para que el anuncio del Evangelio pueda resonar en todos los rincones de la tierra, y nosotros, ministros del Evangelio y misioneros, experimentaremos "la dulce y confortadora alegría de evangelizar" (Pablo VI, Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi, 80).
Vaticano, 19 de mayo de 2013, Solemnidad de Pentecostés
FRANCISCO
(Texto original: Italiano)