Discurso del Papa Francisco con miles de participantes al Congreso Internacional sobre la Catequesis (Roma, 26- 28 de septiembre de 2013) sobre el tema: “El catequista, testimonio de la fe”, promovido y organizado con ocasión del Año de la fe.
Queridos catequistas, ¡buenas tardes! Me alegra que en el Año de la f e se lleve a cabo para ustedes este encuentro: la catequesis es una columna para la educación de la fe, y ¡se necesitan buenos catequistas! Gracias por este servicio a la Iglesia y en la Iglesia. También a veces puede ser difícil, se trabaja tanto, se empeña y no se ven los resultados deseados, ¡educar en la f e es bello! Es quizás la mejor herencia que podemos dar: ¡la fe!
Educar en la fe, para que esta crezca.Ayudar a los niños, a los muchachos, a los jóvenes, a los adultos a conocer y a amar cada vez más al Señor, es una de las aventuras educativas más bellas, ¡se construye la Iglesia!
¡“Ser” catequistas! No trabajar como catequistas, ¡eh! ¡Eso no sirve! Yo trabajo como catequista porque me gusta enseñar... pero tú no eres catequista, ¡no sirve!¡No serás fecundo!¡No serás fecunda!Catequista es una vocación: “ser catequista”, esa es la vocación; no trabajar como catequista. Entiendan bien, no he dicho “hacer” el catequista, sino “serlo”, porque envuelve la vida. Se guía al encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el testimonio. Recuerden aquello que Benedicto XVI nos ha dicho: “la Iglesia no crece por proselitismo. Crece por atracción”.
Y eso que atrae es el testimonio. Ser catequista significa dar testimonio de la fe; ser coherente con la propia vida. Y esto no es fácil. ¡No es fácil! Nosotros ayudamos, nosotros guiamos hacia el encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el testimonio. Me gusta recordar aquello que San Francisco de Asís decía a sus frailes: “prediquen siempre el Evangelio y si fuese necesario también con las palabras”. Pero antes el testimonio: que la gente vea en sus vidas el Evangelio, pueda leer el Evangelio.
Y “ser” catequistas requiere amor, amor a Cristo cada vez más f uerte, amor a su pueblo santo. Y este amor no se compra en las tiendas; no se compra ni siquiera aquí en Roma. ¡Este amor viene de Cristo! ¡Es un regalo de Cristo! ¡Es un regalo de Cristo! Y si viene de Cristo parte de Cristo y nosotros debemos volver a partir desde Cristo, de este amor que no da. Para un catequista, para ustedes, también para mí, porque también yo soy catequista ¿qué cosa significa este volver a partir de Cristo? ¿Qué cosa significa?
1.- Ante todo hablare de tres cosas: uno, dos, tres, como hacían los viejos jesuitas... ¡uno, dos y tres! Antes que nada volver a partir desde Cristo signif ica tener f amiliaridad con Él. Tener esta f amiliaridad con Jesús. Jesús lo recomienda con insistencia a los discípulos en la Última Cena, cuando se disponen a vivir con Él el don más alto de amor, el sacrificio de la Cruz. Jesús utiliza la imagen de la vid y de los sarmientos y dice: permanezcan en mi amor, permanezcan unidos a mí, como el sarmiento está unido a la vid.
Si estamos unidos a Él podemos dar fruto, y ésta es la familiaridad con Cristo. ¡Permanecer en Jesús! Es un permanecer apegado a Él, dentro de Él, con Él, hablando con Él: pero, permanecer en Jesús.
La primera cosa, para un discípulo, es estar con el Maestro, escucharlo, aprender de Él. Y esto vale siempre, ¡es un camino que dura toda la vida, eh! Recuerdo, tantas veces en la diócesis, en la otra diócesis que tenía antes, de haber visto al final de los cursos en el seminario catequístico, a los catequistas que salían: “!tengo el título de catequista!”. Eso no sirve, no tienes nada: ¡has hecho un camino pequeñito, eh! ¿Quién te ayudará? ¡Esto vale siempre! No es un título, es una actitud: ¡estar con Él y dura toda la vida! Es un estar en presencia del Señor, dejarse mirar por Él. Yo les pregunto: “¿cómo están ustedes en presencia del Señor?” Cuando vas al Señor, miras el Tabernáculo, ¿qué cosa haces? Sin palabras... “Pero yo digo, digo, pienso, medito, siento...” ¡Muy bien! ¿Pero tú te dejas mirar por el Señor? ¡Dejarse mirar por el Señor! El nos mira y esta es una forma de rezar. ¿Te dejas mirar por el Señor? “pero ¿cómo se hace?”. Mira el Tabernáculo y déjate mirar... ¡Es simple! “Es un poco aburrido, me duermo...”. ¡Duérmete! ¡Duérmete! Él te mirará lo mismo.
Él te mirará lo mismo. ¡Pero estate seguro que Él te mira! Y esto es más importante que el título de catequista: es parte del ser catequista. Esto enardece el corazón, tiene encendido el fuego de la amistad con el Señor, te hace sentir queÉl te mira verdaderamente, te es cercano y te quiere. En una de las salidas que he hecho, aquí en Roma, en una misa, se me acerco un señor, relativamente joven, y me dijo: “Padre, un gusto conocerlo. ¡Pero yo no creo en nada! ¡No tengo el don de la fe!”. Entendía que era un don... “¡No tengo el don de la f e! ¿Usted qué cosa me dice?”. “¡No te desconsueles. Él te quiere. Déjate mirar por Él! Nada más”. Y esto se los digo a ustedes. ¡Déjense mirar por el Señor! Entiendo que para ustedes no es tan fácil: especialmente para quien está casado y tiene hijos, es difícil encontrar un largo tiempo de calma.
Pero, gracias a Dios, no es necesario, no es necesario que todos lo hagan de la misma manera, en la Iglesia hay variedad de vocaciones y variedad de formas espirituales; lo importante es encontrar la manera adecuada para estar con el Señor; y esto se puede, es posible en todo estado de vida. En este momento cada uno puede preguntarse: ¿cómo vivo yo este “estar” con Jesús? Esta es una pregunta que les dejo: “¿cómo vivo yo este estar con Jesús? ¿Este permanecer en Jesús?” ¿Tengo momentos en los que permanezco en su presencia, en silencio, me dejo mirar por Él? ¿Dejo que su fuego enardezca mi
corazón? Si en nuestro corazón no existe el calor de Dios, de su amor, de su ternura, ¿cómo podemos nosotros, pobres pecadores, enardecer el corazón de los demás? ¡Piensen en esto, eh!
2. El segundo elemento es éste. Segundo: volver a partir de Cristo significa imitarlo en el salir de sí mismo e ir al encuentro del otro. Ésta es una experiencia hermosa, y un poco paradójica. ¿Por qué? Porque nos coloca al centro de la propia vida ¡Cristo se descentraliza! Mientras más te unes a Jesús y Él se vuelve el centro de tu vida, más Él te hace salir de ti mismo, te descentraliza y te abre a los otros. Este es el verdadero dinamismo de amor, ¡éste es el movimiento de Dios mismo! Dios es el centro, pero es siempre don de sí mismo, relación, vid que se comunica... Así nos transformamos si permanecemos unidos a Cristo, Él nos hace entrar en este dinamismo del amor. Pero siempre es don de si, relación, vida que se comunica.Así también nosotros no convertimos, si permanecemos unidos a Cristo, Él nos hace entrar en este dinamismo del amor. Donde hay verdadera vida en Cristo, hay apertura hacia el otro, hay salida de sí para ir al encuentro del otro en el nombre de Cristo. Y este es el trabajo del catequista: salir continuamente de sí por amor, para testimoniar a Jesús y hablar de Jesús, predicar a Jesús. Pero esto es importante porque lo hace el Señor: es precisamente el Señor que nos empuja a salir.
El corazón del catequista vive siempre este movimiento de “sístole – diástole”: unión con Jesús – encuentro con el otro. Son las dos cosas: yo me uno a Jesús y salgo al encuentro con los demás. Si falta uno de estos dos movimientos el corazón no late más, no puede vivir. Recibe como don el kerigma, y a su vez lo ofrece como don. Esta palabrita: don. El catequista es consciente que ha recibido un don, el don de la f e, y lo da como don a los otros. Y esto es hermoso... y por esto no se saca un porcentaje, ¿eh? ¡Todo lo que recibe lo, da! ¡Esto no es un negocio! ¡No es un negocio!
Es don puro: don recibido y don transmitido. Y el catequista está allí, en este cruce de dones. Es así en la naturaleza misma del kerigma: es un don que genera misión, que empuja siempre más allá de nosotros mismos. San Pablo decía: «El amor de Cristo nos empuja», pero aquel “nos empuja” se puede traducir también “nos posee”. Y así: el amor te atrae y te envía, te toma y te dona a los demás. En esta tensión se mueve el corazón del cristiano, en particular el corazón del catequista. Preguntémonos todos: ¿es así que late mi corazón de catequista: unión con Jesús y encuentro con el otro? ¿Con este movimiento de “sístole y diástole”? Se alimenta en la relación con Él, pero ¿para llevarlo a los demás y no para retenerlo? Les digo una cosa: no entiendo como un catequista pueda quedarse quieto, sin este movimiento. ¡No entiendo!
3. Y el tercer elemento -tres- se encuentra siempre en esta línea: volver a partir de Cristo significa no tener miedo de ir con Él a las periferias.Aquí me viene a la mente la historia de Jonás, una figura verdaderamente interesante, especialmente en nuestros tiempos de cambios y de incertidumbres. Jonás es un hombre pío, con una vida tranquila y ordenada, esto lo lleva a tener sus esquemas bien claros y a juzgar todo y a todos con estos esquemas, de manera rígida. Tiene todo claro, la verdad es esta... ¡Es rígido!
Por eso cuando el Señor lo llama y le dice ir a predicar a Nínive, la gran ciudad pagana, Jonás se siente capaz. “¡Ir allá! ¡Pero si yo tengo toda la verdad aquí! No se siente capaz... Nínive está fuera de sus esquemas, está en la perif eria de su mundo. Y entonces escapa, huye, se va a España, se embarca en una nave que va por esos lados. ¡Vuelvan a leer el Libro de Jonás! Es breve, pero es una parábola muy instructiva, especialmente para nosotros que estamos en la Iglesia.
¿Qué cosa nos enseña? Nos enseña a no tener miedo de salir de nuestros esquemas para seguir a Dios, porque Dios va siempre más allá. Pero ¿saben una cosa? ¡Dios no tiene miedo! ¿Sabían esto ustedes? ¡No tiene miedo! ¡Esta siempre más allá de nuestros esquemas! Dios no tiene miedo de las perif erias. Por eso, si ustedes van a las periferias lo encontraran allí.
Dios es siempre f iel, es creativo. Pero por f avor, no se entiende un catequista que no sea creativo. Y la creatividad es como la columna del ser catequista. Dios es creativo, no es cerrado, y por esto jamás es rígido, ¡Dios no es rígido! Nos acoge, nos viene al encuentro, nos comprende. Para ser f ieles, para ser creativos, es necesario saber cambiar. Saber cambiar. ¿Y por qué debo cambiar? Es para adecuarme a las circunstancias en las que debo anunciar el Evangelio. Para permanecer con Dios en necesario saber salir, no tener miedo de salir. Si un catequista se deja llevar por el miedo, es un cobarde; si un catequista se está ahí tranquilo termina por ser una estatua de museo: ¡y tenemos tantas eh! ¡Tenemos tantas!¡Por favor, ninguna estatua de museo! Si un catequista es rígido se vuelve acartonado y estéril. Les pregunto: ¿alguno de ustedes quiere ser cobarde, estatua de museo o estéril? ¿Alguno lo quiere? (catequistas ¡No!) ¿No? ¿seguro?
¡Bien! Pero lo que les diré ahora lo he dicho tantas veces. Pero me viene del corazón decirlo. Cuando nosotros cristianos estamos cerrados en nuestro grupo, en nuestro movimiento, en nuestra parroquia, en nuestro ambiente, permanecemos cerrados y nos pasa lo que le pasa a todo aquel que es cerrado: cuando una habitación está cerrada empieza el olor de humedad... y si una persona está encerrada en ese cuarto , ¡se enf erma! Cuando un cristiano esta cerrado en su grupo, en su parroquia, en su movimiento está cerrado, se enferma. Si un cristiano sale por las calles en las periferias, puede pasarle aquello que sucede a cualquier persona que va por la calle: un accidente... Tantas veces hemos visto accidentes... pero les digo: ¡prefiero mil veces una iglesia accidentada y no una iglesia enferma! ¡Una iglesia, un catequista que tenga el valor de arriesgar para salir y no un catequista que sabe todo, pero cerrado siempre y enfermo. Y a veces enfermo de la cabeza…
Pero ¡atención! Jesús no dice: vayan, arréglenselas. ¡No! ¡No dice eso! Jesús dice: ¡vayan, estoy con ustedes! Ésta es nuestra belleza y nuestra fuerza: si nosotros vamos, si nosotros salimos a llevar su Evangelio con amor, con verdadero espíritu apostólico, con parresia, Él camina con nosotros, nos precede, nos “primerea”. ¡El Señor siempre nos primerea!
Ya han aprendido el sentido de esta palabra. ¡Y esto lo dice la Biblia eh! No lo digo yo. La Biblia dice, el Señor dice en la Biblia: “yo soy como la flor del almendro”. ¿Por qué? Porque es la primera flor que florece en la primavera. Él es siempre “primero”. ¡Él es primero! Esto es fundamental para nosotros: ¡Dios siempre nos precede! Cuando pensamos ir lejos, en una perif eria extrema, y quizás tenemos un poco de temor, en realidad Él ya está allá: Jesús nos espera en el corazón de aquel hermano, en su carne herida, en su vida oprimida, en su alma sin fe.Pero ustedes saben, una de las periferias que me hace tanto mal, que siento dolor -lo vi en la diócesis que tenía antes-, es aquella de los niños que no saben hacerse la señal de la cruz. En Buenos Aires hay tantos niños que no saben hacerse el signo de la cruz. Esta es una periferia ¡eh! Se necesita ir ahí.
Y Jesús está allí, te espera para ayudar a ese niño a hacerse el signo de la cruz. Él nos precede siempre. Queridos catequistas, los tres puntos terminaron... ¡siempre volver a partir de Cristo! Les digo gracias por aquello que hacen, pero sobre todo porque están en la Iglesia, en el Pueblo de Dios en camino. Permanezcamos con Cristo, permanecer en Cristo, busquemos cada vez más de ser una cosa sola con Él; sigámoslo, imitémoslo en su movimiento de amor, en su ir al encuentro del hombre; y salgamos, abramos las puertas, tengamos la audacia de trazar nuevas vías para el anuncio del Evangelio. Que el Señor los bendiga y la Virgen los acompañe.
¡Gracias!
Al finalizar la santa misa celebrada en el Sagrado de la Basílica Vaticana por la Jornada de los Catequistas en ocasión del Año de la Fe, el santo padre ha dirigido la oración del Ángelus. 29 de Septiembre de 2013. (Zenit.org).
Queridos hermanos y hermanas,
antes de concluir esta celebración, quiero saludaros a todos y daros las gracias por vuestra participación, especialmente a los catequistas venidos de tantas partes del mundo.
Un saludo particular a su beatitud Youhanna X, patriarca greco ortodoxo de Antioquía y de todo Oriente. Su presencia nos invita a rezar aún una vez más por la paz en Siria y en Oriente Medio.
Saludo a los peregrinos venidos desde Asís a caballo; como también al Club Alpino Italiano, en el 150º aniversario de su fundación.
Saludo con afecto a los peregrinos de Nicaragua, recordando que los pastores fieles de esa querida nación celebran con alegría el centenario de la fundación canónica de la provincia eclesiástica.
Con alegría recordamos que ayer, en Croacia, ha sido proclamado beato Miroslav Bulesic, sacerdote diocesano, muerto mártir en 1947. Alabamos al Señor, que da a los indefensos la fuerza del último testimonio.
Nos dirigimos ahora a María con la oración del Ángelus
Homilía del santo padre en la eucaristía de la Jornada de los Catequistas en la mañana del domingo 29 de Septiembre de 2013,con ocasión del Año de la Fe, en la plaza de San Pedro. (Zenit.org)
1. «¡Ay de los que se fían de Sión,... acostados en lechos de marfil!» (Am 6,1.4); comen, beben, cantan, se divierten y no se preocupan por los problemas de los demás.
Son duras estas palabras del profeta Amós, pero nos advierten de un peligro que todos corremos. ¿Qué es lo que denuncia este mensajero de Dios, lo que pone ante los ojos de sus contemporáneos y también ante los nuestros? El riesgo de apoltronarse, de la comodidad, de la mundanidad en la vida y en el corazón, de concentrarnos en nuestro bienestar. Es la misma experiencia del rico del Evangelio, vestido con ropas lujosas y banqueteando cada día en abundancia; esto era importante para él. ¿Y el pobre que estaba a su puerta y no tenía para comer? No era asunto suyo, no tenía que ver con él. Si las cosas, el dinero, lo mundano se convierten en el centro de la vida, nos aferran, se apoderan de nosotros, perdemos nuestra propia identidad como hombres: mirad bien, el rico del Evangelio no tiene nombre, es simplemente «un rico». Las cosas, lo que posee, son su rostro, no tiene otro.
Pero intentemos preguntarnos: ¿Por qué sucede esto? ¿Cómo es posible que los hombres, tal vez también nosotros, caigamos en el peligro de encerrarnos, de poner nuestra seguridad en las cosas, que al final nos roban el rostro, nuestro rostro humano? Esto sucede cuando perdemos la memoria de Dios. 'Ay de los que se fían de Sion', decía el profeta. Si falta la memoria de Dios, todo queda comprimido en el yo, en mi bienestar. La vida, el mundo, los demás, pierden consistencia, ya no cuentan nada, todo se reduce a una sola dimensión: el tener. Si perdemos la memoria de Dios, también nosotros perdemos la consistencia, también nosotros nos vaciamos, perdemos nuestro rostro como el rico del Evangelio. Quien corre en pos de la nada, él mismo se convierte en nada, dice otro gran profeta, Jeremías (cf. Jr 2,5). Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, no a imagen y semajanza de las cosas, no de los ídolos.
2. Entonces, mirándoles a ustedes, me pregunto: ¿Quién es el catequista? Es el que custodia y alimenta la memoria de Dios; la custodia en sí mismo y sabe despertarla en los demás. Qué bello es esto: hacer memoria de Dios, como la Virgen María que, ante la obra maravillosa de Dios en su vida, no piensa en el honor, el prestigio, la riqueza, no se cierra en sí misma. Por el contrario, tras recibir el anuncio del Ángel y haber concebido al Hijo de Dios, ¿qué es lo que hace? Se pone en camino, va donde su anciana pariente Isabel, también ella encinta, para ayudarla; y al encontrarse con ella, su primer gesto es hacer memoria del obrar de Dios, de la fidelidad de Dios en su vida, en la historia de su pueblo, en nuestra historia: «Proclama mi alma la grandeza del Señor... porque ha mirado la humillación de su esclava... su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (cf. Lc 1,46.48.50). María tiene memoria de Dios. En este cántico de María está también la memoria de su historia personal, la historia de Dios con ella, su propia experiencia de fe. Y así es para cada uno de nosotros, para todo cristiano: la fe contiene precisamente la memoria de la historia de Dios con nosotros, la memoria del encuentro con Dios, que es el primero en moverse, que crea y salva, que nos transforma; la fe es memoria de su Palabra que inflama el corazón, de sus obras de salvación con las que nos da la vida, nos purifica, nos cura, nos alimenta. El catequista es precisamente un cristiano que pone esta memoria al servicio del anuncio; no para exhibirse, no para hablar de sí mismo, sino para hablar de Dios, de su amor y su fidelidad. Hablar de transmitir todo aquello que Dios ha revelado, es decir, la doctrina de su totalidad, sin quitar ni añadir. San Pablo recomienda a su discípulo y colaborador Timoteo sobre todo una cosa: Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, a quien anuncio y por el que sufro (cf. 2 Tm 2,8-9). Pero el Apóstol puede decir esto porque él es el primero en acordarse de Cristo, que lo llamó cuando era un perseguidor de los cristianos, lo conquistó y transformó con su gracia.
El catequista, pues, es un cristiano que lleva consigo la memoria de Dios, se deja guiar por la memoria de Dios en toda su vida, y la sabe despertar en el corazón de los otros. Esto requiere esfuerzo. Compromete toda la vida. El mismo Catecismo, ¿qué es sino memoria de Dios, memoria de su actuar en la historia, de su haberse hecho cercano a nosotros en Cristo, presente en su Palabra, en los sacramentos, en su Iglesia, en su amor? Queridos catequistas, les pregunto: ¿Somos memoria de Dios? ¿Somos verdaderamente como centinelas que despiertan en los demás la memoria de Dios, que inflama el corazón?
3. «¡Ay de los que se fían de Sión», dice el profeta. ¿Qué camino se ha de seguir para no ser «superficiales», como los que ponen su confianza en sí mismos y en las cosas, sino hombres y mujeres de la memoria de Dios? En la segunda Lectura, san Pablo, dirigiéndose de nuevo a Timoteo, da algunas indicaciones que pueden marcar también el camino del catequista, nuestro camino: Tender a la justicia, a la piedad, a la fe, a la caridad, a la paciencia, a la mansedumbre (cf. 1 Tm 6,11).
El catequista es un hombre de la memoria de Dios si tiene una relación constante y vital con él y con el prójimo; si es hombre de fe, que se fía verdaderamente de Dios y pone en él su seguridad; si es hombre de caridad, de amor, que ve a todos como hermanos; si es hombre de «hypomoné», de paciencia y perseverancia, que sabe hacer frente a las dificultades, las pruebas y los fracasos, con serenidad y esperanza en el Señor; si es hombre amable, capaz de comprensión y misericordia.
Pidamos al Señor que todos seamos hombres y mujeres que custodian y alimentan la memoria de Dios en la propia vida y la saben despertar en el corazón de los demás. Amén.
Comentario al evangelio del Domingo 26º del T.O./C por Jesús Álvarez SSP (Zenit.org)
Maldita riqueza y bendita pobreza
"Jesús propuso esta parábola: Había un hombre rico que se vestía con ropa finísima y comía regiamente todos los días. Había también un pobre, llamado Lázaro, todo cubierto de llagas, que estaba tendido a la puerta del rico. Pues bien, murió el pobre y fue llevado por los ángeles al cielo junto a Abrahán. También murió el rico, y lo sepultaron. Estando en el infierno, en medio de los tormentos, el rico levantó los ojos y vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro con él en su regazo. Entonces gritó: "Padre Abrahán, ten piedad de mí, y manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me atormentan estas llamas." Abrahán le respondió: "Hijo, recuerda que tú recibiste tus bienes durante la vida, mientras que Lázaro recibió males. Ahora él encuentra aquí consuelo y tú, en cambio, tormentos”. El otro replicó: "Entonces te ruego, padre Abrahán, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, a mis cinco hermanos: que vaya a darles su testimonio para que no vengan también ellos a parar a este lugar de tormento." Abrahán le replicó: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, aunque resucite uno de entre los muertos, no se convencerán" (Lc. 16,19-31).
Jesús le da un nombre al pobre, mas no al rico. Al revés de lo que pasa en este mundo: los ricos tienen nombre y renombre; los pobres no tienen nombre ni voz. Lázaro, al morir, encuentra amigos y felicidad eterna. ¡Cuántos ricos de hoy y de siempre ignoran a Lázaro e ignoran lo que les espera después de la muerte: el fracaso total de su vida. No se llevarán ni un centavo.
En el mundo hay muchas formas de pobreza y mucha hambre, pero no solo de pan, sino de justicia, de verdad, paz, cultura, salud, amor, fe, esperanza, respeto, dignidad, perdón, compasión, comprensión, sonrisa...
Hoy podemos encontrar a Lázaro donde menos se espera: cartoneros, enfermos, hambrientos, violadas-os, prostitutas, drogadictos, vagabundos, incrédulos, alcohólicos, madres solteras, desocupados, encarcelados… No podemos pasar de largo, pues “todo lo que hagan con uno de éstos, conmigo lo hacen” (Mt. 25, 40). Y “quien no está conmigo, está contra mí” (Lc. 11, 23).
Todos tenemos a nuestro alcance alguna de esas formas de pobreza para socorrer y así merecer la invitación de Jesús: “Vengan, benditos de mi Padre, a poseer el reino.” (Mt 25, 34-36). Pero también podemos ser cómplices camuflados de diversas formas de pobreza y de hambre. Nos jugaríamos el reino eterno.
Quienes dejando a millones de Lázaros en la desocupación, en el hambre –usada incluso como arma por el poder-, suprimirían a quien intentara señalarles su error, y no harían caso aunque les hablara un muerto resucitado.
Si bien el dinero mal ganado y malgastado es una gran maldición, el dinero empleado para crear puestos de trabajo, promover la salud y la educación, aliviar a los necesitados..., se vuelve una gran bendición para quien así lo usa y para los socorridos.
El rico epulón, que idolatró sus riquezas poniéndolas en lugar de Dios y del prójimo, terminó en la máxima pobreza y ruina. Escarmentemos en cabeza ajena para no perdernos.
Reflexiones del obispo de San Cristóbal de Las Casas monseñor Felipe Arizmendi Esquivel (Zenit.org)
Salir, salir, salir
SITUACIONES
Cuando era obispo en Tapachula (1991-2000), considerando que muchos católicos eran poco practicantes, asumimos como prioridad la pastoral de los alejados. No era una opción que yo impusiera, sino un acuerdo de asamblea diocesana. Un párroco, sin embargo, me objetaba: No nos damos abasto para atender a los practicantes, y usted quiere que vayamos a buscar a los alejados… Nos cuesta salir de nuestros esquemas, de lo conocido, de lo que acostumbramos hacer.
Algunos tenemos nuestras agendas bien programadas, con la atención sacramental bien definida, con reuniones pastorales periódicas, con presencia más o menos constante en la oficina parroquial o diocesana, con celebraciones de todo tipo que nos solicitan los fieles, pero casi no llegamos a muchos ambientes, como a los universitarios, profesores, agentes de la salud, pandillas, alejados, drogadictos, etc. Sí atendemos presos, migrantes y enfermos.
Después de Aparecida, que nos lanzó a intensificar la misión, propusimos a unas parroquias que programaran visitas pastorales a las casas, a las familias, con la ayuda de laicos. Ofrecimos esquemas para prepararlos. Sólo una que otra asumió el reto y lo hicieron una sola vez. Es más cómodo hacer lo que de por sí ya llena nuestro tiempo, y nos justificamos de muchos modos para no salir a buscar a la oveja perdida.
ILUMINACION
El Papa Francisco nos ha insistido mucho en salir: “Seguir a Jesús quiere decir aprender a salir de nosotros mismos para salir al encuentro de los demás, para ir hasta las periferias de la existencia, ser nosotros los primeros en movernos hacia nuestros hermanos y hermanas, especialmente los que están más alejados, los olvidados, los que están más necesitados de comprensión, de consuelo y de ayuda. ¡Hay tanta necesidad de llevar la presencia viva de Jesús misericordioso y lleno de amor! Es entrar en la lógica del Evangelio. No debemos contentarnos con permanecer en el recinto de las noventa y nueve ovejas, debemos salir, buscar con Él a la oveja perdida, a la más lejana. Recuerden bien: salir de nosotros, como Jesús, como Dios salió de sí mismo en Jesús, y Jesús salió de sí mismo para todos nosotros” (27-III-2013).
“Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar la dulce y confortadora alegría de evangelizar (25-III-2013).
“No podemos quedarnos enclaustrados en la parroquia, en nuestra comunidad, en nuestra institución diocesana, cuando tantas personas están esperando el Evangelio. No es un simple abrir la puerta para que vengan, sino salir por la puerta para buscar y encontrar. Pensemos con decisión en la pastoral desde la periferia, comenzando por los que están más alejados, los que no suelen frecuentar la parroquia. Ellos son los invitados VIP” (27-VII-2013).
Con ocasión de la beatificación del Pbro. José Gabriel Brochero (1840-1914), escribió: “Me hace bien imaginar hoy a Brochero párroco en su mula malacara, recorriendo los largos caminos áridos y desolados de los 200 kilómetros cuadrados de su parroquia, buscando casa por casa, para preguntarles si necesitaban algo y para invitarlos a hacer los ejercicios espirituales. Conoció todos los rincones de su parroquia. No se quedó en la sacristía a peinar ovejas” (14-IX-2013).
COMPROMISOS
Pidamos al Espíritu Santo que nos ilumine y nos mueva el corazón, para asumir la urgencia pastoral de salir y ofrecer el Evangelio, el amor del Padre en Cristo, a tantas personas y lugares que requieren la luz de fe y el consuelo fraterno. Que no seamos pastores de oficina, sino inquietos y creativos para arriesgar e ir donde haga falta Dios.
Texto de las palabras del Papa Francisco en la Audiencia General del miércoles 25 de Septiembre de 2013 (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
En el «Credo» decimos «Creo en la Iglesia, una», profesamos por lo tanto que la Iglesia es única, y que esta Iglesia es en sí misma unidad. Pero si miramos a la Iglesia católica en el mundo descubrimos que abarca a cerca de tres mil diócesis repartidas en todos los continentes: ¡muchas lenguas, muchas culturas! Aquí están obispos de diferentes culturas, de muchos países. Está el obispo de Sri Lanka, el obispo de Sudáfrica, un obispo de la India, hay muchos aquí ... Obispos de América Latina. ¡La Iglesia está dispersa por todo el mundo! Y más aún, las miles de comunidades católicas constituyen una unidad. ¿Cómo puede suceder esto?
1 . Una respuesta concisa la encontramos en el (Compendio del) Catecismo de la Iglesia Católica, que afirma: la Iglesia católica extendida en todo el mundo "tiene una sola fe, una sola vida sacramental, una sucesión apostólica única, una esperanza común, la misma caridad" (n. 161). Es una hermosa definición, clara, nos orienta bien. Unidad en la fe, en la esperanza, en la caridad; unidad en los sacramentos, en el Ministerio: son como pilares que apoyan y mantienen unidos el único gran edificio de la Iglesia.
Dondequiera que vayamos, incluso en la parroquia más pequeña en el último rincón de la tierra, está la única Iglesia; nosotros estamos en casa, estamos en familia, estamos entre hermanos y hermanas. ¡Y esto es un gran regalo de Dios! La Iglesia es una sola para todos. No hay una iglesia para los europeos, una para los africanos, una para los americanos, una para los asiáticos, una para los que viven en Oceanía, no, es la misma en todas partes. Es como en una familia: se puede estar muy lejos, esparcidos por todo el mundo, pero los profundos lazos que unen a todos los miembros de la familia permanecen intactos sea la que sea la distancia. Pienso, por ejemplo, en la experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro: en esa inmensa multitud de jóvenes en la playa de Copacabana, se podía oír hablar muchos idiomas, se veían rasgos muy diferentes entre sí, se encontraron diferentes culturas, y sin embargo había una profunda unidad, se formaba una única Iglesia, se estaba unido y se sentía.
Preguntémonos todos: yo como católico, ¿siento esta unidad? Yo como católico, ¿vivo esta unidad de la Iglesia? ¿O no me importa, porque estoy encerrado en mi grupo pequeño y en mí mismo? ¿Soy de aquellos que "privatizan" la Iglesia para su propio grupo, su nación, sus amigos? Es triste encontrar una Iglesia "privatizada" por este egoísmo y esta falta de fe. ¡Es triste! Cuando oigo que tantos cristianos en el mundo están sufriendo, ¿soy indiferente, o es como si sufriera uno de mi familia? Cuando pienso u oigo decir que muchos cristianos son perseguidos y hasta dan la vida por su fe, ¿esto toca mi corazón o no me llega? ¿Estoy abierto a aquel hermano o hermana de la familia que está dando su vida por Jesucristo? ¿Oramos los unos por los otros? Déjenme preguntarles, pero no respondan en voz alta, sino solo en el corazón: ¿cuántos de ustedes están orando por los cristianos que son perseguidos? ¿Cuántos? Cada uno responda en el corazón. ¿Rezo por aquel hermano, por aquella hermana que está en problemas, por confesar y defender su fe? ¡Lo importante es mirar más allá de su propio espacio, sentirse Iglesia, una sola familia de Dios!
2. Vayamos un poco más allá y preguntémonos: ¿hay heridas a esta unidad? ¿Podemos herir esta unidad? Lamentablemente, vemos que en el curso de la historia, incluso ahora, no siempre vivimos la unidad. A veces surgen malentendidos, conflictos, tensiones, divisiones, que la hieren, y entonces la Iglesia no tiene el rostro que nos gustaría, no manifiesta el amor, aquello que Dios quiere. ¡Somos nosotros los que creamos las heridas! Y si nos fijamos en las divisiones que aún existen entre los cristianos, católicos, ortodoxos, protestantes... sentimos el esfuerzo de mantener plenamente visible esta unidad. Dios nos da la unidad, pero a menudo tenemos dificultades para vivirla. Hay que buscar, construir comunión, educar a la comunión, a superar malentendidos y divisiones, comenzando por la familia, desde las realidades eclesiales, también en el diálogo ecuménico. Nuestro mundo necesita unidad, es un momento en el que todos necesitamos unidad, tenemos necesidad de reconciliación, de comunión y la Iglesia es la Casa de la comunión. San Pablo decía a los cristianos de Éfeso: "Los exhorto, pues, yo, prisionero por el Señor, a que vivan de una manera digna de la vocación con que han sido llamados, con toda humildad , mansedumbre y paciencia, soportándose unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz" (4, 1-3 ).
¡Humildad, dulzura, nobleza, amor para mantener la unidad! Estos son los caminos, los verdaderos caminos de la Iglesia. Escuchémoslo una vez más. Humildad contra la vanidad, contra el orgullo; humildad, mansedumbre, paciencia, amor para mantener la unidad. Y Pablo continuaba: un solo cuerpo, el de Cristo que recibimos en la Eucaristía; un solo Espíritu, el Espíritu Santo que anima y continuamente recrea la Iglesia; una sola esperanza, la vida eterna; una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios, Padre de todos (cf. vv. 4-6). ¡La riqueza de lo que nos une! Y esta es la verdadera riqueza: lo que nos une, no lo que nos divide. ¡Esta es la riqueza de la Iglesia! Que cada uno se pregunte hoy: ¿hago crecer la unidad en la familia, en la parroquia, en la comunidad, o soy un hablador, una habladora. ¿Soy motivo de división, de malestar? ¡Ustedes no saben el mal que le hace a la Iglesia, a las parroquias, a las comunidades, el chisme! ¡Hacen daño! Los chismes hacen daño. ¡Un cristiano antes de chismear tiene que morderse la lengua! ¿Sí o no? Morderse la lengua: esto nos hará bien, porque la lengua se hincha y no pueden hablar y no pueden chismear. ¿Tengo la humildad de recomponer con paciencia, con sacrificio, las heridas a la comunión?
3. Finalmente, un último paso más en profundidad. Y, esta es una buena pregunta: ¿quién es el motor de esta unidad de la Iglesia? Lo es el Espíritu Santo que todos hemos recibido en el Bautismo y también en el sacramento de la Confirmación. Es el Espíritu Santo. Nuestra unidad no es principalmente el resultado de nuestro acuerdo, o de la democracia dentro de la Iglesia, o de nuestro esfuerzo para estar de acuerdo, sino que viene de Él que hace la unidad en la diversidad, porque el Espíritu Santo es armonía, siempre crea la armonía en la Iglesia. Es una unidad armoniosa en medio de tanta diversidad de culturas, lenguas y pensamiento. Y el Espíritu Santo es el motor. Por esta razón, es importante la oración, que es el alma de nuestro compromiso de hombres y mujeres de comunión, de unidad. La oración al Espíritu Santo, para que venga y realice la unidad en la Iglesia.
Pidamos al Señor: Señor, concédenos estar cada vez más unidos, de no ser nunca instrumentos de división; haz que nos comprometamos, como dice una bella oración franciscana, en llevar el amor donde haya odio, a llevar el perdón donde haya una ofensa, a llevar la unión donde hay discordia. Que así sea.
Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.
Reflexión a las lecturas del domingo veintiséis del Tiempo Ordinario - C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DIA DEL SEÑOR"
Domingo 26º del T. Ordinario C
¡Cómo cambia la escena! El rico Epulón “se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba”. De repente, aparece la muerte y cambia por completo la escena: “Se murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico y lo enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tormentos…”
¿Qué ha pasado? ¿Qué ha hecho aquel rico para ir a los tormentos del infierno? Sencillamente, no preocuparse del pobre Lázaro. ¿Nada más que eso? ¡Todo eso! Y habrá gente que diga hoy al leer o escuchar este texto del Evangelio: “Pero ¿por qué? ¡Si no le ha hecho ningún mal…!” Es lo que diría también alguno de aquellos fariseos a quienes se dirige la parábola. “Un fariseo” de nuestros tiempos diría: “Yo ni robo ni mato ni hago mal a nadie…”
¡Pero Jesús no enseña eso! Enseña a hacer el bien y evitar el mal. Las dos cosas. Y La Ley y los Profetas se resumen en la doble forma de amar: a Dios y a los hermanos. Y el mandamiento nuevo es “la señal” de nuestro ser o no ser cristiano.
Enseguida recordará alguno: “¡Los pecados de omisión!” Sí. Que pueden ser las pequeñas cosas que no hacemos cada día y las grandes cosas que dividen la tierra en cuatro mundos. Mientras “los perros –animales impuros según la Ley- se acercaban a lamerle las llagas”. Parece como si los perros tuvieran “un corazón” mejor que el del rico.
Por tanto, esta doctrina no es un invento reciente. La hemos aprendido los cristianos desde el principio: Ya los apóstoles y los S. Padres hablaban con firmeza sobre este asunto: Los bienes del mundo son para todos. No pueden acaparar unos lo que necesitan otros. Uno de los Santos Padres, S. Basilio, decía: “Alimenta al que muere de hambre, porque si no lo alimentas, lo matas”. ¿Lo mato? ¿Cómo? ¡Cuánto despiste en este tema!
Modernamente, ha escrito Juan Pablo II: "los bienes que poseemos, están gravados con una hipoteca social”. Y en un lugar de África, decía: “¿Cómo juzgará la historia a esta generación que deja morir a sus hermanos de hambre, pudiendo evitarlo?”.
En nuestros tiempos, la primera escena de la parábola ha adquirido una dimensión mundial. El Papa Pablo VI escribía, hace ya tiempo, una encíclica muy importante sobre el desarrollo de los pueblos: “Populorum Progressio”. En ella se valía de esta parábola, para presentar la situación en que se encontraba la humanidad: Por un lado, los países desarrollados representan al rico Epulón. Por otro, los países pobres, al mendigo Lázaro.
Mientras tanto, Dios observa y espera con paciencia y misericordia. Por este camino, los países ricos y los países pobres tendrán el mismo desenlace de la parábola. Pues llegará un día en el que se cerrará la puerta y se dirá, como hemos escuchado en la primera lectura: “Se acabó la orgía de los disolutos”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 26º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
La Palabra de Dios de este Domingo continúa hablándonos del uso de los bienes materiales.
En la primera Lectura las palabras del profeta son duras, fuertes y claras: Todos aquellos que llevan una vida de lujo y derroche sin compadecerse de los pobres, irán al destierro.
SALMO
Cantemos ahora al Señor que está a favor de los pobres y quiere salvarlos.
SEGUNDA LECTURA
S. Pablo anima a su discípulo Timoteo a guardar el Mandamiento, es decir, todo el contenido de la fe cristiana, hasta la venida del Señor.
TERCERA LECTURA
La parábola del rico Epulón nos enseña, con crudeza y claridad, que una vida de goce egoísta e insolidario, separa de Dios para siempre.
COMUNIÓN
Nos acercamos a comulgar. Pero se trata de una doble comunión: “con Cristo y entre nosotros, que en Él nos hacemos y somos hermanos”.
Por eso, recibir a Jesucristo en la Comunión y desentenderse de los demás, no es una auténtica comunión.
Hay que demostrar con obras de caridad, piedad y apostolado lo que se recibe por la fe y el sacramento.
Homilía monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el XXV domingo durante el año (22 de septiembre de 2013) (AICA)
“Educar con el ejemplo”
En estos días hemos tenido especialmente presente a nuestros maestros y profesores. El 17 de este mes celebramos el día de los profesores. Fecha elegida en recordación de un gran hombre de nuestra historia, José Manuel Estrada, en su fecha de fallecimiento que fue el 17 de septiembre de 1894. “Estrada fue profesor, historiador puntilloso y católico practicante. Escritor, periodista y político, todo lo cual lo transformó en uno de los más fieles exponentes del pensamiento argentino en los inicios de la modernidad de nuestra Nación”. Muchas veces reflexionamos sobre el rol del laico y la necesidad del compromiso entre fe y vida, criterios, y cultura. En Estrada y otros tantos hombres y mujeres de ayer y de hoy, podemos encontrar testimonios que nos indican que fundamentalmente desde el compromiso de la gente podemos tener esperanza.
Pero también es cierto, y debemos señalar que en este inicio del siglo XXI nos encontramos con la necesidad de superar las causas que provocan las tantas rupturas entre la fe y piedad de los cristianos y el compromiso de vida y criterios cotidianos. Lamentablemente esto trae serios problemas a la acción evangelizadora de la Iglesia. Algunas de esas causas las encontramos en planteos erróneos de espiritualidad. No son pocos los cristianos que encierran la dimensión religiosa en la sola práctica de actos de piedad y en la vida diaria se sienten liberados a obrar de cualquier manera, sin ningún criterio ético. Desde ya que esto es una visión errónea e incluso ritualista y pagana de la religiosidad.
Los cristianos debemos saber que la espiritualidad necesita de la piedad, de la oración personal, comunitaria y de la vida sacramental, pero todo esto debe llevarnos a captar cual es la voluntad de Dios y ponerla en práctica en nuestro obrar cotidiano.
Nos puede ayudar el texto del Profeta Amós que leemos este domingo (Am. 8,4-7). El profeta enumera un listado de infidelidades e injusticias que el pueblo elegido cometía, violando la Alianza hecha con Dios: “Ustedes dicen ¿Cuándo pasará el novilunio para que podamos vender el grano, y el sábado, para dar salida al trigo? Disminuiremos la medida, aumentaremos el precio, falsearemos las balanzas para defraudar, compraremos a los débiles con dinero y al indigente por un par de sandalias, y venderemos hasta los deshechos del trigo”. El Señor lo ha jurado por el orgullo de Jacob: Jamás olvidaré ninguna de sus acciones” (Am. 8,5-7).
La espiritualidad cristiana necesita que la fe esté “encarnada” en la vida como nos dice Santiago en su carta: “Pongan en práctica la Palabra y no se contenten solo con oírla, de manera que se engañen a ustedes mismos” (Sant. 1,22). Si bien la espiritualidad nos implica a todos los bautizados, en nuestros días es fundamental la comprensión de este desafío por parte del laicado que es la gran mayoría del pueblo de Dios. Evangelizar la cultura implicará poner en práctica la voluntad de Dios en la familia, el trabajo, la política, la escuela o bien los medios de comunicación.
Es importante recordar un texto de las conclusiones del documento de Aparecida, en donde se señalaba: “Su misión propia y específica se realiza en el mundo, de tal modo que, con su testimonio y su actividad, contribuyan a la transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio. “El ámbito propio de su actividad evangelizadora es el mismo mundo vasto y complejo de la política, de la realidad social y de la economía, como también el de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los mass media, y otras realidades abiertas a la evangelización, como son el amor, la familia, la educación de los niños y adolescentes, el trabajo profesional y el sufrimiento” (EN). Además, tienen el deber de hacer creíble la fe que profesan, mostrando autenticidad y coherencia en su conducta” (210).
En este contexto y en la necesidad de Evangelizar la cultura, adquieren especial relieve figuras ejemplares como José Manuel Estrada. No dudamos en que nuestra Patria se fue construyendo con hombres y mujeres con ideales. La mediocridad del pragmatismo que siempre es materialista, es una de las causas de la crisis en que estamos.
El Evangelio de este domingo (Lc. 16,1-13), nos dice que “ningún servidor puede servir a dos señores. No se puede servir a Dios y al dinero”. Los cristianos debemos tener a Dios en nuestro corazón y también sus enseñanzas, asumiendo la vida cotidiana, como lo hacemos, pero evitando servir a ídolos.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (XXV domingo durante el año, 22 de septiembre de 2013) (AICA)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho. Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien? Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes? Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero". (San Lucas 16, 1-13)
El Señor nos habla de la administración y que todos nosotros tenemos que ser administradores y no patrones. El administrador recibe, tiene que ser responsable y también tiene que dar cuentas. Si no sabe dar cuentas es porque no hay claridad o está ocultando algo y así está siendo infiel. Es un administrador infiel.
Es importante explicar, dar razones, porque todas las responsabilidades que hemos recibido también tenemos que devolverlas a la comunidad, ya que esa representatividad la hemos recibido de la comunidad.
Decía San Basilio “¿no eres tú un ladrón, que de las riquezas que has recibido en gestión, te has apropiado de ellas?, ¿te olvidas que eres administrador y no patrón?” por eso es importante tener esa responsabilidad ya que, todo cargo que tenemos en la sociedad y en la Iglesia, siempre tiene que ir en atención al bien común y a ello tenemos que responder.
Si no sabemos dar respuesta, o si no queremos darla, o si no podemos y ocultamos, hay algo que no funciona bien. Por eso quiero que desterremos de nuestro pensamiento y de nuestras actitudes aquello que mucha gente suele decir: “en Argentina hay mucha gente corrupta, la corrupción es algo endémico, algo que ya está instalado y que ya es parte de nuestra idiosincrasia” ¡No, no, por favor!, ¡no es parte de nuestra idiosincrasia!
No nos resignemos a decir que “porque está instalado” está todo bien. No. ¡Hay cosas que están muy bien y hay cosas que están muy mal! Por eso es importante ser honestos en lo pequeño y también en lo grande -como dice este Evangelio-. No estamos actuando para que los demás nos vean, o para que nos aplaudan. Pero hay una razón, primera y fundamental, que cada uno de nosotros no debe olvidar: es la conciencia y es la responsabilidad.
Yo no obro para que la gente me aplauda o me rechace. En primer lugar debo estar de acuerdo a mi conciencia y a Dios; después vendrá la explicación a los demás, al consentimiento o al rechazo, pero primero a mi conciencia.
Tenemos que recurrir al interior de nuestra vida, como un viaje hacia adentro, a lo más profundo de nuestra vida, hacia nuestra conciencia. Ella es el sagrario íntimo de Dios y de nosotros mismos, en el que nadie puede entrar pero donde sí cada uno puede resolver, discernir, pensar y responder.
Que seamos buenos administradores en lo pequeño y en lo grande; en lo público y en lo privado; en la Iglesia y en la sociedad.
Que siempre tengamos amor al bien común y sobre todo a Dios, que es la causa primera y la razón de toda nuestra justicia.
Les dijo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Mons. Rubén Oscar Frassia, Obispo de Avellaneda-Lanúsctuar.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del dominjgo veintitrés del Tiempo Ordinario - C.
ROMPER LA INDIFERENCIA
Según Lucas, cuando Jesús gritó “no podéis servir a Dios y al dinero”, algunos fariseos que le estaban oyendo y eran amigos del dinero “se reían de él”. Jesús no se echa atrás. Al poco tiempo, narra una parábola desgarradora para que los que viven esclavos de la riqueza abran los ojos.
Jesús describe en pocas palabras una situación sangrante. Un hombre rico y un mendigo pobre que viven próximos el uno del otro, están separados por el abismo que hay entre la vida de opulencia insultante del rico y la miseria extrema del pobre.
El relato describe a los dos personajes destacando fuertemente el contraste entre ambos. El rico va vestido de púrpura y de lino finísimo, el cuerpo del pobre está cubierto de llagas. El rico banquetea espléndidamente no solo los días de fiesta sino a diario, el pobre está tirado en su portal, sin poder llevarse a la boca lo que cae de la mesa del rico. Sólo se acercan a lamer sus llagas los perros que vienen a buscar algo en la basura.
No se habla en ningún momento de que el rico ha explotado al pobre o que lo ha maltratado o despreciado. Se diría que no ha hecho nada malo. Sin embargo, su vida entera es inhumana, pues solo vive para su propio bienestar. Su corazón es de piedra. Ignora totalmente al pobre. Lo tiene delante pero no lo ve. Está ahí mismo, enfermo, hambriento y abandonado, pero no es capaz de cruzar la puerta para hacerse cargo de él.
No nos engañemos. Jesús no está denunciando solo la situación de la Galilea de los años treinta. Está tratando de sacudir la conciencia de quienes nos hemos acostumbrado a vivir en la abundancia teniendo junto a nuestro portal, a unas horas de vuelo, a pueblos enteros viviendo y muriendo en la miseria más absoluta.
Es inhumano encerrarnos en nuestra “sociedad del bienestar” ignorando totalmente esa otra “sociedad del malestar”. Es cruel seguir alimentando esa “secreta ilusión de inocencia” que nos permite vivir con la conciencia tranquila pensando que la culpa es de todos y es de nadie.
Nuestra primera tarea es romper la indiferencia. Resistirnos a seguir disfrutando de un bienestar vacío de compasión. No continuar aislándonos mentalmente para desplazar la miseria y el hambre que hay en el mundo hacia una lejanía abstracta, para poder así vivir sin oír ningún clamor, gemido o llanto.
El Evangelio nos puede ayudar a vivir vigilantes, sin volvernos cada vez más insensibles a los sufrimientos de los abandonados, sin perder el sentido de la responsabilidad fraterna y sin permanecer pasivos cuando podemos a
Mensaje del santo padre por la Jornada Mundial del emigrante y del refugiado para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado que se celebrará el próximo 19 de enerode 2014: Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor.
'Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor'
Queridos hermanos y hermanas:
Nuestras sociedades están experimentando, como nunca antes había sucedido en la historia, procesos de mutua interdependencia e interacción a nivel global, que, si bien es verdad que comportan elementos problemáticos o negativos, tienen el objetivo de mejorar las condiciones de vida de la familia humana, no sólo en el aspecto económico, sino también en el político y cultural. Toda persona pertenece a la humanidad y comparte con la entera familia de los pueblos la esperanza de un futuro mejor. De esta constatación nace el tema que he elegido para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado de este año: Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor.
Entre los resultados de los cambios modernos, el creciente fenómeno de la movilidad humana emerge como un "signo de los tiempos"; así lo ha definido el Papa Benedicto XVI (cf. Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2006). Si, por un lado, las migraciones ponen de manifiesto frecuentemente las carencias y lagunas de los estados y de la comunidad internacional, por otro, revelan también las aspiraciones de la humanidad de vivir la unidad en el respeto de las diferencias, la acogida y la hospitalidad que hacen posible la equitativa distribución de los bienes de la tierra, la tutela y la promoción de la dignidad y la centralidad de todo ser humano.
Desde el punto de vista cristiano, también en los fenómenos migratorios, al igual que en otras realidades humanas, se verifica la tensión entre la belleza de la creación, marcada por la gracia y la redención, y el misterio del pecado. El rechazo, la discriminación y el tráfico de la explotación, el dolor y la muerte se contraponen a la solidaridad y la acogida, a los gestos de fraternidad y de comprensión. Despiertan una gran preocupación sobre todo las situaciones en las que la migración no es sólo forzada, sino que se realiza incluso a través de varias modalidades de trata de personas y de reducción a la esclavitud. El "trabajo esclavo" es hoy moneda corriente. Sin embargo, y a pesar de los problemas, los riesgos y las dificultades que se deben afrontar, lo que anima a tantos emigrantes y refugiados es el binomio confianza y esperanza; ellos llevan en el corazón el deseo de un futuro mejor, no sólo para ellos, sino también para sus familias y personas queridas.
¿Qué supone la creación de un "mundo mejor"? Esta expresión no alude ingenuamente a concepciones abstractas o a realidades inalcanzables, sino que orienta más bien a buscar un desarrollo auténtico e integral, a trabajar para que haya condiciones de vida dignas para todos, para que sea respetada, custodiada y cultivada la creación que Dios nos ha entregado. El venerable Pablo VI describía con estas palabras las aspiraciones de los hombres de hoy: «Verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de hombres; ser más instruidos; en una palabra, hacer, conocer y tener más para ser más» (Cart. enc. Populorum progressio, 26 marzo 1967, 6).
Nuestro corazón desea "algo más", que no es simplemente un conocer más o tener más, sino que es sobre todo un ser más. No se puede reducir el desarrollo al mero crecimiento económico, obtenido con frecuencia sin tener en cuenta a las personas más débiles e indefensas. El mundo sólo puede mejorar si la atención primaria está dirigida a la persona, si la promoción de la persona es integral, en todas sus dimensiones, incluida la espiritual; si no se abandona a nadie, comprendidos los pobres, los enfermos, los presos, los necesitados, los forasteros (cf. Mt 25,31-46); si somos capaces de pasar de una cultura del rechazo a una cultura del encuentro y de la acogida.
Emigrantes y refugiados no son peones sobre el tablero de la humanidad. Se trata de niños, mujeres y hombres que abandonan o son obligados a abandonar sus casas por muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener, pero sobre todo de ser "algo más". Es impresionante el número de personas que emigra de un continente a otro, así como de aquellos que se desplazan dentro de sus propios países y de las propias zonas geográficas. Los flujos migratorios contemporáneos constituyen el más vasto movimiento de personas, incluso de pueblos, de todos los tiempos. La Iglesia, en camino con los emigrantes y los refugiados, se compromete a comprender las causas de las migraciones, pero también a trabajar para superar sus efectos negativos y valorizar los positivos en las comunidades de origen, tránsito y destino de los movimientos migratorios.
Al mismo tiempo que animamos el progreso hacia un mundo mejor, no podemos dejar de denunciar por desgracia el escándalo de la pobreza en sus diversas dimensiones. Violencia, explotación, discriminación, marginación, planteamientos restrictivos de las libertades fundamentales, tanto de los individuos como de los colectivos, son algunos de los principales elementos de pobreza que se deben superar. Precisamente estos aspectos caracterizan muchas veces los movimientos migratorios, unen migración y pobreza. Para huir de situaciones de miseria o de persecución, buscando mejores posibilidades o salvar su vida, millones de personas comienzan un viaje migratorio y, mientras esperan cumplir sus expectativas, encuentran frecuentemente desconfianza, cerrazón y exclusión, y son golpeados por otras desventuras, con frecuencia muy graves y que hieren su dignidad humana.
La realidad de las migraciones, con las dimensiones que alcanza en nuestra época de globalización, pide ser afrontada y gestionada de un modo nuevo, equitativo y eficaz, que exige en primer lugar una cooperación internacional y un espíritu de profunda solidaridad y compasión. Es importante la colaboración a varios niveles, con la adopción, por parte de todos, de los instrumentos normativos que tutelen y promuevan a la persona humana. El Papa Benedicto XVI trazó las coordenadas afirmando que: «Esta política hay que desarrollarla partiendo de una estrecha colaboración entre los países de procedencia y de destino de los emigrantes; ha de ir acompañada de adecuadas normativas internacionales capaces de armonizar los diversos ordenamientos legislativos, con vistas a salvaguardar las exigencias y los derechos de las personas y de las familias emigrantes, así como las de las sociedades de destino» (Cart. enc. Caritas in veritate, 19 junio 2009, 62). Trabajar juntos por un mundo mejor exige la ayuda recíproca entre los países, con disponibilidad y confianza, sin levantar barreras infranqueables. Una buena sinergia animará a los gobernantes a afrontar los desequilibrios socioeconómicos y la globalización sin reglas, que están entre las causas de las migraciones, en las que las personas no son tanto protagonistas como víctimas. Ningún país puede afrontar por sí solo las dificultades unidas a este fenómeno que, siendo tan amplio, afecta en este momento a todos los continentes en el doble movimiento de inmigración y emigración.
Es importante subrayar además cómo esta colaboración comienza ya con el esfuerzo que cada país debería hacer para crear mejores condiciones económicas y sociales en su patria, de modo que la emigración no sea la única opción para quien busca paz, justicia, seguridad y pleno respeto de la dignidad humana. Crear oportunidades de trabajo en las economías locales, evitará también la separación de las familias y garantizará condiciones de estabilidad y serenidad para los individuos y las colectividades.
Por último, mirando a la realidad de los emigrantes y refugiados, quisiera subrayar un tercer elemento en la construcción de un mundo mejor, y es el de la superación de los prejuicios y preconcepciones en la evaluación de las migraciones. De hecho, la llegada de emigrantes, de prófugos, de los que piden asilo o de refugiados, suscita en las poblaciones locales con frecuencia sospechas y hostilidad. Nace el miedo de que se produzcan convulsiones en la paz social, que se corra el riesgo de perder la identidad o cultura, que se alimente la competencia en el mercado laboral o, incluso, que se introduzcan nuevos factores de criminalidad. Los medios de comunicación social, en este campo, tienen un papel de gran responsabilidad: a ellos compete, en efecto, desenmascarar estereotipos y ofrecer informaciones correctas, en las que habrá que denunciar los errores de algunos, pero también describir la honestidad, rectitud y grandeza de ánimo de la mayoría. En esto se necesita por parte de todos un cambio de actitud hacia los inmigrantes y los refugiados, el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación –que, al final, corresponde a la "cultura del rechazo"- a una actitud que ponga como fundamento la "cultura del encuentro", la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor. También los medios de comunicación están llamados a entrar en esta "conversión de las actitudes" y a favorecer este cambio de comportamiento hacia los emigrantes y refugiados.
Pienso también en cómo la Sagrada Familia de Nazaret ha tenido que vivir la experiencia del rechazo al inicio de su camino: María «dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada» (Lc 2,7). Es más, Jesús, María y José han experimentado lo que significa dejar su propia tierra y ser emigrantes: amenazados por el poder de Herodes, fueron obligados a huir y a refugiarse en Egipto (cf. Mt 2,13-14). Pero el corazón materno de María y el corazón atento de José, Custodio de la Sagrada Familia, han conservado siempre la confianza en que Dios nunca les abandonará. Que por su intercesión, esta misma certeza esté siempre firme en el corazón del emigrante y el refugiado.
La Iglesia, respondiendo al mandato de Cristo «Id y haced discípulos a todos los pueblos», está llamada a ser el Pueblo de Dios que abraza a todos los pueblos, y lleva a todos los pueblos el anuncio del Evangelio, porque en el rostro de cada persona está impreso el rostro de Cristo. Aquí se encuentra la raíz más profunda de la dignidad del ser humano, que debe ser respetada y tutelada siempre. El fundamento de la dignidad de la persona no está en los criterios de eficiencia, de productividad, de clase social, de pertenencia a una etnia o grupo religioso, sino en el ser creados a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26-27) y, más aún, en el ser hijos de Dios; cada ser humano es hijo de Dios. En él está impresa la imagen de Cristo. Se trata, entonces, de que nosotros seamos los primeros en verlo y así podamos ayudar a los otros a ver en el emigrante y en el refugiado no sólo un problema que debe ser afrontado, sino un hermano y una hermana que deben ser acogidos, respetados y amados, una ocasión que la Providencia nos ofrece para contribuir a la construcción de una sociedad más justa, una democracia más plena, un país más solidario, un mundo más fraterno y una comunidad cristiana más abierta, de acuerdo con el Evangelio. Las migraciones pueden dar lugar a posibilidades de nueva evangelización, a abrir espacios para que crezca una nueva humanidad, preanunciada en el misterio pascual, una humanidad para la cual cada tierra extranjera es patria y cada patria es tierra extranjera.
Queridos emigrantes y refugiados. No perdáis la esperanza de que también para vosotros está reservado un futuro más seguro, que en vuestras sendas podáis encontrar una mano tendida, que podáis experimentar la solidaridad fraterna y el calor de la amistad. A todos vosotros y a aquellos que gastan sus vidas y sus energías a vuestro lado os aseguro mi oración y os imparto de corazón la Bendición Apostólica.
Texto completo de la homilía con las improvisaciones del Papa Francisco en Cagliaripronunciada el 22 de Septiembre de 2013. (Zenit.org)
'Sa paghe ‘e Nostru Segnore siat sempre chin bois'. (Gracias y que el Señor esté siempre con ustedes).
y prosiguió:
“Hoy se realiza este deseo que les había anunciado en la plaza de San Pedro, antes del verano, de poder visitar el Santuario de Nuestra Señora de Bonaria.
He venido para compartir con ustedes las alegrías y esperanzas, fatigas y empeños, ideales y aspiraciones de vuestra isla, y para confirmarles en la fe. También aquí en Cágliari como en toda Cerdeña, no faltan las dificultades,hay tantos,problemas y preocupaciones: pienso en particular a la falta de trabajo y a su precariedad, así como la incerteza por el futuro.
Cerdeña, esta vuestra bella región, sufre desde hace mucho tiempo muchas situaciones de pobreza, acentuadas por su condición insular. Es necesaria la colaboración leal por parte de todos, con el empeño de los responsables de las instituciones,también la Iglesia,para asegurar a las personas y a las familias los derechos fundamentales y hacer crecer una sociedad más fraterna y solidaria. Asegurar el derecho al trabajo para llevar el pan a casa ganado con el trabajo.
Les estoy cerca, les recuerdo en mis oraciones, y les doy coraje para que perseveren en el testimonio de los valores humanos y cristianos tan profundamente radicados en la fe y en la historia de este territorio y de su población. ¡Mantengan siempre encendida la luz de la esperanza!
He venido medio de ustedes para ponerme con ustedes a los pies de la Virgen que nos da a su hijo. Se bien que María, nuestra Madre está en vuestro corazón, como testimonia este Santuario en el cual muchas generaciones de sardos subieron y continuarán a subir, para invocar la protección de la 'Madonna di Bonaria', patrona Máxima de la Isla. Aquí ustedes traen sus alegrías y los sufrimientos de esta tierra, de sus familias y también de los hijos que viven lejos, que muchas veces debieron partir con gran dolor y nostalgia para buscar un trabajo y un futuro para sí y para sus seres queridos.
Hoy todos nosotros aquí reunidos queremos agradecer a María porque siempre nos está cerca, queremos renovar a ella nuestra confianza y nuestro amor.
La primera lectura que hemos escuchado nos muestra a María en oración en el Cenáculo, junto a los apóstoles, esperando la efusión del Espíritu Santo. María reza, reza junto a la comunidad y a los discípulos, y nos enseña a tener plena confianza en Dios, en su misericordia. ¡Esta es la potencia de la oración!
¡No nos cansemos de golpear a la puerta de Dios. Llevemos al corazón de Dios, a través de María, toda nuestra vida, cada día!
El en evangelio vemos sobre todo la última mirada de Jesús hacia su madre. Desde la cruz Jesús mira a su madre y le confía al apóstol Juan diciendo: 'Este es tu hijo'. En Juan estamos todos, también nosotros, y la mirada de amor de Jesús nos confía a la custodia materna de la Madre. María habrá recordado otra mirada de amor cuando era una joven: la mirada de Dios Padre que había mirado su humildad, su pequeñez. María nos enseña que Dios no nos abandona, puede hacer cosas grandes a pesar de nuestra debilidad. ¡Tengamos confianza en Él! Llamenos a la puerta de su corazón.
Y el tercer pensamiento: hoy he venido en medio de ustedes, más aún, hemos venido todos juntos para mirar hacia la mirada de María, porque allí está como que el reflejo de la mirada del Padre, que ha hizo Madre de Dios, y la mirada del Hijo desde la cruz, que la hizo Madre nuestra. Y con esa mirada hoy María nos mira, Necesitamos su mirada de ternura, de su mirada materna que nos conoce mejor que cualquier otro, de su mirada llena de compasión y de atención.
María, hoy queremos decirte: ¡Madre, danos tu mirada! Tu mirada nos lleva a Dios, tu mirada es un don del Padre bueno, que nos espera a cada giro de nuestro camino, es un don de Jesucristo en la cruz que carga sobre sí nuestros sufrimientos, nuestras fatigas, nuestro pecado. Y para encontrar a este Padre lleno de amor hoy le decimos: ¡Madre dónanos tu mirada!
Digámos todos juntos: Madre dónanos tu mirada, Madre dónanos tu mirada.
Pero en el camino que muchas veces es difícil, no estamos solos, somos muchos, somos un pueblo, y la mirada de la Virgen nos ayuda a mirarnos entre nosotros de manera fraterna. ¡Mirémonos de manera más fraterna! María nos enseña a tener aquella mirada que busca acoger, acompañar, proteger. ¡Aprendamos a mirarnos los unos a los otros bajo la mirada materna de María! Hay personas que consideramos instintivamente menos y que en cambio tienen más necesidad de nosotros: los más abandonados, los enfermos, los que no tienen de que vivir, los que no conocen a Jesús, los jóvenes que están en dificultad. Los jóvenes que no encuentran trabajo.
No tengamos miedo de salir y mirar a nuestros hermanos y hermanas con la mirada de la Virgen. Ella nos invita a ser verdaderos hermanos. Y no permitamos que algo o alguna cosa se interponga entre nosotros y la mirada de la Virgen. ¡Madre dónanos tu mirada!
Nadie nos lo esconda. Nuestro corazón de hijos sepa defenderlo de tantos charlatanes que prometen ilusiones; de quienes tienen una mirada ávida de vida fácil, de promesas que no se pueden cumplir. No nos roben la mirada de María que está lleno de ternura, que nos da fuerza y que nos vuelve solidarios entre nosotros.Todos digamos: ¡Madre, dónanos tu mirada!¡Madre, dónanos tu mirada! ¡Madre, dónanos tu mirada!
Y en sardo concluyó: Nostra Segnora ‘e Bonaria bos acumpanzet sempre in sa vida. (Nuestra Señora del Buen Aire les acompañe siempre en su vida)
Palabras del Papa Francisco a la plenaria del Pontificio Consejo de la Comunicación Social reunida tres días del 19 al 21 de septiembre de 2013 en Roma para entender los nuevos desafíos en este sector estratégico. (Septiembre 2013) (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas:
Saludo a todos y les doy las gracias por el servicio que prestan en un campo tan importante como es el de la comunicación. Agradezco a Mons. Claudio Celli las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Quisiera compartir con ustedes algunas ideas:1. La primera: la importancia de la comunicación para la Iglesia. Este año se cumple el 50 aniversario de la aprobación del Decreto conciliar Inter mirifica. No se trata sólo de una conmemoración; ese documento expresa el interés de la Iglesia por la comunicación y por sus instrumentos, importantes también en una dimensión evangelizadora. En los últimos decenios los medios de comunicación se han desarrollado mucho, pero esta solicitud continúa, asumiendo nuevas sensibilidades y nuevas formas. El panorama comunicativo se ha convertido poco a poco para muchos en un “ambiente vital”, una red donde las personas se comunican, amplían el horizonte de sus contactos y de sus relaciones (cf. Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales 2013). Subrayo, sobre todo, estos aspectos positivos, aunque todos somos conscientes de que también hay límites y elementos nocivos.2. En este contexto –y ésta es la segunda idea– nos tenemos que preguntar: ¿Qué papel tiene que desempeñar la Iglesia con sus medios operativos y comunicativos? En cualquier situación, más allá de la puramente tecnológica, creo que el objetivo ha de ser lograr inserirse en el diálogo con los hombres y mujeres de hoy, para comprender sus expectativas, sus dudas, sus esperanzas. Son hombres y mujeres a veces un poco desilusionados con un cristianismo que les parece estéril, que tiene dificultades precisamente para comunicar incisivamente el sentido profundo que da la fe. En efecto, precisamente hoy, en la era de la globalización, estamos asistiendo a un aumento de la desorientación, de la soledad; vemos difundirse la pérdida del sentido de la vida, la incapacidad para tener una “casa” de referencia, la dificultad para trabar relaciones profundas. Es importante, por eso, saber dialogar, entrando también, aunque no sin discernimiento, en los ambientes creados por las nuevas tecnologías, en las redes sociales, para hacer visible una presencia, una presencia que escucha, dialoga, anima. No tengan miedo de ser esa presencia, llevando consigo su identidad cristiana cuando se hacen ciudadanos de estos ambientes. ¡Una Iglesia que acompaña en el camino, sabe ponerse en camino con todos!3. Es un reto que afrontamos todos juntos, en este contexto de la comunicación, y la problemática no es principalmente tecnológica. Nos tenemos que preguntar –y ésta es la tercera idea–: ¿somos capaces, también en este campo, de llevar a Cristo, de llevar al encuentro con Cristo? ¿Somos capaces de comunicar el rostro de una Iglesia que es “casa” de todos? Se trata de hacer descubrir, también a través de los medios de comunicación social, además de en el encuentro personal, la belleza de todo lo que constituye el fundamento de nuestro camino y de nuestra vida, la belleza de la fe, del encuentro con Cristo. También en el contexto de la comunicación es necesario que la Iglesia consiga llevar calor, que enardezca los corazones. ¿Nuestra presencia, nuestras iniciativas responden a esta exigencia? Tenemos un tesoro precioso que transmitir, un tesoro que da luz y esperanza. ¡Son tan necesarias! Pero todo esto requiere una cuidada y cualificada formación, de sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos, también en este campo. El gran continente digital no es simplemente tecnología, sino que está formado por hombres y mujeres que llevan consigo lo que tienen dentro, sus experiencias, sus sufrimientos, sus anhelos, la búsqueda de la verdad, de la belleza, de la bondad. Es necesario saber indicar y llevar a Cristo, compartiendo estas alegrías y esperanzas, como María que llevó a Cristo al corazón del hombre; es necesario saber entrar en la niebla de la indiferencia sin perderse; es necesario bajar también a la noche más oscura sin verse dominados por la oscuridad y perderse; escuchar las ilusiones de muchos, sin dejarse seducir; acoger las desilusiones, sin caer en la amargura; palpar la desintegración ajena, sin dejarse disolver o descomponer en la propia identidad (cf. Discurso al episcopado de Brasil, 27 julio 2013, 4).Queridos amigos, es importante la atención y la presencia de la Iglesia en el mundo de la comunicación, para dialogar con el hombre de hoy y llevarlo al encuentro con Cristo, siendo conscientes, no obstante, de que nosotros somos medios y que el problema de fondo no es la adquisición de sofisticadas tecnologías, aunque sean necesarias para una presencia actual y significativa. Que nos quede siempre claro que creemos en un Dios apasionado por el hombre, que quiere manifestarse mediante nuestros medios, aunque siempre son pobres, porque es Él quien obra, transforma, salva la vida del hombre.Pidamos al Señor que enardezca nuestro corazón y nos sostenga en la misión fascinante de llevarle al mundo. Me encomiendo a sus oraciones y les imparto de corazón mi Bendición.
Texto de la sala de prensa de la Santa Sede publicado por El Sismógrafo
Consideraciones del obispo de San Cristóbal de Las Casas, Felipe Arizmendi Esquivel (Zenit.org)
La mujer en la Iglesia
Por Felipe Arizmendi Esquivel
SITUACIONES
Con frecuencia se oyen veces pidiendo más participación de la mujer no sólo en la vida eclesial ordinaria, sino en ministerios jerárquicos, con la posibilidad de la ordenación sacerdotal, como lo hacen algunas confesiones no católicas. Cerrarles esta puerta es juzgado como una discriminación, una cerrazón a los nuevos tiempos, un machismo que ya debería ser superado.
Es verdad que, en general, son las mujeres quienes más participan en las celebraciones, en las catequesis, en las diversas áreas de la pastoral social. Son quienes más se acercan al sacramento de la reconciliación. Son las más disponibles para muchas de las iniciativas parroquiales. Su presencia siempre ha sido significativa. Sin embargo, no es esto lo que se pide. Se exige la ordenación no tanto para el diaconado, sino para el presbiterado y el episcopado. No faltó algún despistado sacerdote, seducido por su propaganda mediática, que dijo que llegará el tiempo en que habrá una mujer como Papa.
Que las mujeres siempre han desarrollado variados servicios, todos lo constatamos. Mi abuela fue líder religiosa en mi pueblo, durante mi infancia. Una tía fue la única catequista del lugar. Sin ellas no habría vida y movimiento en muchas de nuestras parroquias. Todavía falta camino para avanzar en algunas poblaciones indígenas, pero poco a poco los varones van reconociendo que ellas también valen, que son inteligentes y que pueden servir en muchas tareas pastorales, indispensables para el crecimiento de la vida cristiana en las comunidades.
ILUMINACION
Al respecto, dijo el Papa Francisco en su vuelo de Brasil a Roma: “Una iglesia sin las mujeres es como el Colegio Apostólico sin María. El papel de la mujer en la Iglesia no es sólo la maternidad, sino que es más fuerte: es como el icono de la Virgen, Nuestra Señora; ¡aquella que ayuda a crecer a la Iglesia! ¡Piensen que Nuestra Señora es más importante que los Apóstoles! ¡Es más importante! La Iglesia es femenina: es Iglesia, es esposa, es madre. No se puede entender una Iglesia sin las mujeres, pero mujeres que estén activas en la Iglesia, con sus perfiles, que llevan adelante. En la Iglesia, debemos pensar en la mujer en esta perspectiva de opciones arriesgadas, pero como mujeres. Esto se debería explicar mejor. Creo que no hemos hecho todavía una profunda teología de la mujer.
No se puede limitar al hecho de que haga de monaguillo, o sea la presidenta de Cáritas, la catequista... ¡No! Tiene que haber más, más profundamente, incluso más a nivel místico. Y, en relación con la ordenación de mujeres, la Iglesia ha hablado y dice: "No". Lo ha dicho Juan Pablo II, y con una declaración definitiva. Aquella puerta está cerrada, pero sobre esto quiero decir algo. Ya lo he dicho, pero lo repito. Nuestra Señora, María, era más importante que los apóstoles, que los obispos, los diáconos y presbíteros. La mujer, en la Iglesia, es más importante que los obispos y los presbíteros. ¿Cómo? Es lo que debemos tratar de explicar mejor, porque creo que falta una explicación teológica de esto”.
COMPROMISOS
Pastores y fieles debemos revisar nuestra apertura a esta mayor participación de las mujeres en los consejos parroquiales, en los centros de formación teológica, en la preparación de los futuros sacerdotes, en cargos pastorales no sólo parroquiales, sino también diocesanos e internacionales, etc.
Lamentamos que haya mujeres que se resisten a recibir la comunión eucarística de manos de una mujer, incluso de una religiosa, sino sólo de manos de un sacerdote. Con paciencia y comprensión, hemos de educarles y educarnos en el plan de Dios para la mujer, que de ninguna manera es discriminatorio, aunque sí distribuye los servicios en forma diferenciada. Sólo a las mujeres confió la gran dignidad y el enorme servicio de ser madres.
En definitiva, como recordaba Juan Pablo II, "el único carisma superior que debe ser apetecido es la caridad (cf. 1 Cor 12-13). Los más grandes en el Reino de los cielos no son los ministros, sino los santos" (22-V-1994). A ser santos hemos de aspirar todos, y es más santo quien más ama, quien más sirve a los demás.
Reflexión a las lecturas del domingo veinticinco del Tiempo Ordinario ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DIA DEL SEÑOR"
Domingo 25º del Tiempo Ordinario C
¿Quién duda de que el dinero y los bienes materiales son buenos y necesarios?
Tenemos la obligación de trabajar para conseguir los medios que necesitamos para nosotros mismos y para nuestra familia y, además, para compartir con los que no tienen o tienen menos. Especialmente ahora, en esta época de crisis, a cuántas personas y familias se les hace muy difícil o casi imposible encontrar lo necesario.
Pero con el dinero y los bienes materiales sucede como con todo: que se puede usar bien o mal.
El Señor nos advierte en el Evangelio que no podemos servir a Dios y al dinero.
Los cristianos a los que se dirigía el Evangelio, entre los que había amos y esclavos, entendían perfectamente que un siervo no podía servir a dos amos.
El apego excesivo a los bienes materiales nos hace esclavos, nos incapacita para muchas cosas y nos destruye. Y podemos llegar incluso a convertirlos en un dios. San Pablo nos invita a huir de “la avaricia, que es una idolatría” (Col 3, 5). Todos hemos conocido personas que no piensan sino en tener, tener, tener más, que viven obsesionadas con el dinero. Es “la fiebre del oro”. Y se ha dicho que “poderoso caballero es don dinero”.
Cuando esto sucede, para el Señor, “el amo del Cielo”, no tenemos tiempo... Ni tampoco interesa mucho “porque esas cosas no dan de comer”. Los demás llegan a convertirse en objetos de explotación, como nos enseña Amós en la primera lectura de este domingo: aquellos ricos abusan sin compasión de los pobres y viven obsesionados por tener más.
Por este camino llegamos a ser insensibles ante el sufrimiento de los demás y ante otros valores que no sean lo materiales.
¡Pensemos en la inteligencia y en la astucia del administrador de la parábola!
Y en realidad, ¡cuánto esfuerzo, cuánto, trabajo, cuánta ilusión…, ponemos a veces, en cosas que nos dan una seguridad engañosa, porque pasan! Y ¡qué poco interés, y qué poco entusiasmo ponemos, tantas veces, en las cosas de Dios!
Cuánta verdad y sabiduría contienen aquellas palabras del Señor: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás vendrá por añadidura”. (Mt 6, 33).
! FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 25º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
En la primera Lectura constatamos cómo el amor desordenado al dinero endurece el corazón del hombre, le cierra al sufrimiento de los demás y le lleva a cometer injusticias, incluso con los más pobres.
SEGUNDA LECTURA
Orar por los que gobiernan y por todos los hombres es la recomendación que hace S. Pablo en esta lectura que vamos a escuchar.
TERCERA LECTURA
En el Evangelio el Señor nos habla de nuestra relación con el dinero y los bienes materiales, y del uso que debemos a hacer de él. Acojamos con alegría su enseñanza, cantando el aleluya.
COMUNIÓN
Para el cristiano Dios es su mayor riqueza y la fuente de todo bien. Sus mandatos son “más preciosos que el oro, más que el oro fino, más dulces que la miel de un panal que destila”, como leemos en los salmos.
Por todo ello, se fía plenamente de su palabra: "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás vendrá por añadidura.
San Pedro Nolasco, Fundador de la Orden de los Mercedarios (1189-1258)
Fiesta: 29 de Enero
Nace en Barcelona, España, 1189.
A los 15 años sufre la muerte de su padre y se dispone a repartir santamente sus muchos bienes a lo que su madre asiente.
Años mas tarde, estando en edad de casarse, peregrina a Monserrat. Allí, a los pies dela Virgen, pudo comprender mejor el vacío de las vanidades mundanas y el tesoro que es la vida eterna. Prometió entonces ala Virgen mantenerse puro y dedicarse a su servicio.
Eran tiempos en que los musulmanes saqueaban las costas y llevaban a los cristianos como esclavos al Africa. La horrenda condición de estas víctimas era indescriptible. Muchos por eso perdían la fe pensando que Dios les había abandonado. Pedro Nolasco era comerciante. Decidió dedicar su fortuna a la liberación de el mayor número posible de esclavos. Recordaba la frase del evangelio: "No almacenen su fortuna en esta tierra donde los ladrones la roban y la polilla la devora y el moho la corroe. Almacenen su fortuna en el cielo, donde no hay ladrones que roben, ni polilla que devore ni óxido que las dañe" Mt 6,20.
En 1203 el laico San Pedro Nolasco iniciaba en Valencia la redención de cautivos, redimiendo con su propio patrimonio a 300 cautivos. Forma un grupo dispuesto a poner en común sus bienes y organiza expediciones para negociar redenciones. Su condición de comerciantes les facilita la obra. Comerciaban para rescatar esclavos. Cuando se les acabó el dinero forman grupos -cofradías- para recaudar la "limosna para los cautivos". Pero llega un momento en que la ayuda se agota. Pedro Nolasco se plantea entrar en alguna orden religiosa o retirarse al desierto. Entra en una etapa de reflexión y oración profunda.
Intervención de la Virgenpara la fundación
La noche del 1 al 2 de agosto del año 1218, la Virgen se le apareció a Pedro Nolasco. La Virgen María movió profundamente el corazón de Pedro Nolasco para fundar la orden de la Merced y formalizar el trabajo que el y sus compañeros hacían ya por 15 años. El 10 de agosto de 1218 en el altar mayor de la Catedral de Barcelona, en presencia del rey Jaime I de Aragón y del obispo Berenguer de Palou, se crea la nueva institución. Pedro y sus compañeros vistieron el hábito y recibieron el escudo con las cuatro barras rojas sobre un fondo amarillo de la corona de Aragón y la cruz blanca sobre fondo rojo, titular de la catedral de Barcelona. Pedro Nolasco reconoció siempre a María Santísima como la auténtica fundadora de la orden mercedaria. Su patrona esLa Virgen dela Merced. "Merced" significa "misericordia.
La nueva orden fue laica en los primeros tiempos. Su primera ubicación fue el hospital de Santa Eulalia, junto al palacio real. Allí recogían a indigentes y a cautivos que regresaban de tierras de moros y no tenían donde ir. Seguían la labor que ya antes hacían de crear conciencia sobre los cautivos y recaudar dinero para liberarlos. Eran acompañados con frecuencia de ex-cautivos, ya que, cuando uno era rescatado, tenía obligación de participar durante algún tiempo en este servicio. Normalmente iban cada año en expediciones redentoras. San Pedro continuó sus viajes personalmente en busca de esclavos cristianos. En Argelia, Africa, lo hicieron prisionero pero logró conseguir su libertad. Aprovechando sus dones de comerciante, organizó con éxito por muchas ciudades colectas para los esclavos.
Los frailes hacían, además de los tres votos de la vida religiosa, pobreza, castidad y obediencia, un cuarto: dedicar su vida a liberar esclavos. Al entrar en la orden los miembros se comprometían a quedarse en lugar de algún cautivo que estuviese en peligro de perder la fe, en caso que el dinero no alcanzara a pagar su redención. Entre los que se quedaron como esclavos está San Pedro Ermengol, un noble que entró en la orden tras una juventud disoluta. Este cuarto voto distinguió a la nueva comunidad de mercedarios.
El Papa Gregorio IX aprobó la comunidad y San Pedro Nolasco fue nombrado Superior General.
Antes de morir, a los 77 años, pronunció el Salmo 76: "Tú, oh Dios, haciendo maravillas, mostraste tu poder a los pueblos y con tu brazo has rescatado a los que estaban cautivos y esclavizados".
Su intercesión logró muchos milagros y el Sumo Pontífice lo declaró santo en 1628.
Los mercedarios cumplieron con la promesa hecha y en su historia constan, perfectamente documentadas, 344 redenciones y más de 80.000 redimidos.
La misión redentora la continúa hoy la familia mercedaria a través de sus institutos religiosos y asociaciones de laicos. Es también la misión de todo buen cristiano.
¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?" Y el Rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis." Mateo 25:39-40
Comentario al evangelio del Domingo 25º del T.O./C por Jesús Álvarez SSP. (Zenit.org)
Buenos administradores
Por Jesús Álvarez SSP
«Dijo Jesús a sus discípulos: "El que es digno de confianza en cosas de poca importancia, será digno de confianza también en las importantes; y el que no es honrado en las cosas mínimas, tampoco será honrado en las cosas grandes. Por lo tanto, si ustedes no son dignos de confianza en manejar el sucio dinero, ¿quién les va a confiar los bienes verdaderos? Y si no se han mostrado dignos de confianza con cosas ajenas, ¿quién les confiará los bienes que son realmente suyos? Ningún siervo puede servir a dos señores, porque necesariamente rechazará a uno y amará al otro, o bien será fiel a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al dinero"» (Lucas 16, 10-13).
Los bienes materiales: dinero, posesiones, carrera, puesto de trabajo, cualidades, capacidades, familia, salud… son bienes mínimos frente a los bienes eternos. Los bienes temporales valen cuanto vale el amor con que se administran, se gozan y se comparten, ya que así se gozarán eternamente, multiplicados y mejorados al infinito.
Se dice que con dinero se puede comprar todo. ¡Pues no es cierto! Con dinero se puede comprar una casa, pero no el calor de un hogar; un placer, pero no el amor; una compañía, pero no una amistad; un libro, pero no la sabiduría; una droga, pero no la paz; la comida, pero no la vida; un reloj, pero no el tiempo; una golosina, pero no el aire que respiramos; una luz, pero no el sol; una imagen, pero no la fe; una tumba en el cementerio, pero no un puesto en el cielo; un amuleto o un ídolo, pero no al Dios vivo y verdadero.
Los más grandes bienes y la verdadera felicidad no se compran con dinero. Y Dios nos regala cada día eso que no podemos comprar, y que tal vez ni se lo agradecemos, olvidando que agradecer y compartir es la mejor manera de que Dios nos dé el ciento por uno en esta vida y luego la vida eterna.
Pero el dinero se convierte en ídolo sucio y destructor cuando se busca por sí mismo y para sí mismo, excluyendo a otros -personas y pueblos- en la pobreza y el hambre. La inmensa multitud de pobres evidencia el fracaso de los sistemas económicos y militares, de la falsa solidaridad y de la globalización egoísta de la riqueza.
San Juan Bosco decía: “Quien nada en la abundancia, pronto se olvida de Dios”. Es hipócrita el rico que se cree religioso porque se inclina ante Dios, pero no se inclina ni abre el corazón ante el sufrimiento de los hijos de Dios y hermanos suyos.
“Quien tiene mucho, es rico; quien necesita poco, es más rico; quien comparte, es el más rico”. Nacimos para compartir, para ser felices haciendo felices a los demás, compartiendo con los ellos incluso sus sufrimientos y los nuestros.
La felicidad que se pretende encontrar en el lujo y en la abundancia, sólo se consigue en el compartir. Se perderá todo lo que se haya disfrutado por puro egoísmo.
Quien comparte sus riquezas materiales, humanas y espirituales, es acreedor a la bienaventuranza de Jesús: “Felices los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5, 3).
Que Dios nos conceda la bendición de saber si estamos sirviéndolo a Él o al dinero, y nos conceda la valentía de servirle a Él, poniendo el dinero al servicio del bien, de la vida y de la felicidad ajena, para así conquistar la felicidad temporal y eterna.
Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (XXIV domingo durante el año, 15 de septiembre de 2013) (AICA)
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos". Jesús les dijo entonces esta parábola: "Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido". Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse". Y les dijo también: "Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido". Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte" (San Lucas 15, 1-10)
El Señor nos está hablando de la presencia y la permanencia, pero también nos habla de la pérdida y del encuentro. Muchas veces, en nuestra vida, tenemos presencia y permanencia pero luego uno se puede ir distanciando, alejándose de Dios, alejándose de uno mismo, alejándose de la familia, alejándose de los compromisos, alejándose de la Iglesia, porque a uno empieza a tornarse cada vez más pesada el alma, más pesado el andar, más torpe también y recurre a indebidas compensaciones. Es el pecado que va anestesiando a la persona, opacándola en sus diversos aspectos.
Es así que llega el Señor y nos vuelve a encontrar, como en el relato del Padre con el Hijo pródigo donde con su misericordia resuelve la miseria de su hijo menor, alejado, perdido y reencontrado. Aquí es el mismo significado de reencontrar a la “oveja perdida” como las “dracmas perdidas”.
Esto quiere decir que Dios nos sigue buscando y tiene misericordia sobre nosotros, pero también nosotros, una vez encontrados por Dios, no seamos ingratos ni olvidadizos; ya que tenemos que llevar ese mensaje de encuentro, de gozo, de alegría y de paz a los demás.
Es cierto aquello que decía el Papa Juan Pablo II que “el camino de la Iglesia es el hombre”, además la Iglesia tiene que estar donde está cada hombre, cada hermano nuestro. Por eso nuestra Iglesia tiene que ser misionera, de puertas abiertas, tiene que salir de verdad a todos lados.
No se trata deponerse un vestido, un estandarte o un signo externo para decir “¡vamos a misionar!” La actitud de toda la Iglesia, y nuestra actitud, tiene que ser de testimonio y que -como cristianos, como creyentes- con nuestra vida hagamos la Iglesia más creíble, más presente. Y que la gente vea en nosotros personas convencidas y no personas “ocasionales”, “de situación”, “de posturas”
Que Dios siga teniendo misericordia de nosotros y que nosotros, con alegría, tengamos la actitud misionera para con todos nuestros hermanos. Les dijo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
Zenit nos ofrecelas palabras del Papa Francisco en la Audiencia General del miércoles 18 de Septiembre de 2013.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy vuelvo a la imagen de la Iglesia como madre. Me gusta mucho esta imagen de la Iglesia como madre. Es por eso que he querido volver a ella, porque me parece que esta imagen nos dice no sólo cómo es la Iglesia, sino también cuál es el rostro que debería tener cada vez más la Iglesia, nuestra Madre Iglesia.
Permítanme destacar tres cosas, siempre viendo a nuestras madres, a todo lo que hacen, cómo viven, lo que sufren por sus hijos, continuando con lo que dije el miércoles pasado. Me pregunto: ¿qué hace una madre?
1. En primer lugar, nos enseña a caminar por la vida, nos enseña a ir bien por la vida, sabe cómo orientar a los niños, busca siempre de mostrar el camino correcto en la vida para crecer y convertirse en adultos. Y lo hace con cariño, siempre con amor, incluso cuando trata de enderezar nuestro camino porque nos desviamos un poco en la vida o tomamos rumbos que conducen hacia un acantilado. Una madre sabe lo que es importante para que un niño camine bien en la vida, y no lo ha aprendido de los libros, sino que lo aprendió del propio corazón. ¡La Universidad de las madres es su propio corazón! Allí aprenden cómo sacar adelante a sus propios hijos.
La Iglesia hace lo mismo: orienta nuestra vida, nos da lecciones para caminar bien. Pensemos en los Diez Mandamientos: nos indican un camino que es necesario recorrer, para madurar, tener algunos puntos fijos en la forma en que nos comportamos. Y son el resultado de la ternura, del amor mismo de Dios, que nos lo ha donado. Ustedes me pueden decir: ¡pero son mandatos! Son un conjunto de ¡"no"!
Me gustaría invitarlos a leerlos --tal vez los han olvidado un poco--, y luego pensarlos en positivo. Verán que se relacionan con la forma en que nos comportamos en relación a Dios, con nosotros mismos y con los demás, justamente lo que nos enseña una madre para vivir bien. Nos invitan a no hacernos ídolos materiales que luego nos esclavizan, a recordarnos de Dios, a respetar a los padres, a ser honestos, a respetarnos unos a otros... Traten de verlos así, y considerarlos como si fueran las palabras, las enseñanzas que da la madre para ir bien en la vida. Una madre nunca enseña lo que es malo, lo único que quiere es el bien de los hijos, y así también lo hace la Iglesia.
2 . Me gustaría decirles una segunda cosa: cuando un niño crece, se convierte en un adulto, toma su camino, se asume sus responsabilidades, camina con sus piernas, hace lo que quiere y, a veces, también sucede que se sale del camino, ocurre algún accidente. La mamá siempre, en todas las situaciones, tiene la paciencia para seguir acompañando a sus hijos. Lo que la impulsa es el poder del amor; una madre sabe cómo seguir con discreción, con ternura el camino de los hijos, e incluso cuando se equivocan siempre encuentra la manera de entender, para estar cerca, para ayudar. Nosotros, en mi tierra, se dice que una madre sabe "dar la cara". ¿Qué quiere decir esto? Esto significa que una madre sabe "poner la cara" por los propios hijos, por lo que está lista a defenderlos siempre.
Pienso en las madres que sufren por sus hijos en la cárcel o en situaciones difíciles: no preguntan si son culpables o no, siguen amándolos aunque a menudo sufran la humillación, pero no tienen miedo, no dejan de entregarse.
La Iglesia es así, es una madre misericordiosa, que entiende, que siempre trata de ayudar, de alentar incluso a sus hijos que estaban equivocados; no cierra jamás las puertas de la casa; no juzga, sino que ofrece el perdón de Dios, ofrece su amor que invita a retomar el camino, incluso a aquellos hijos que han caído en un profundo abismo, la Iglesia no tiene miedo de entrar en su noche para darles esperanza; ¡la Iglesia no tiene miedo de entrar en nuestra noche, en la oscuridad del alma y de la conciencia, para darnos esperanza! ¡Porque la Iglesia es madre!
3 . Una última reflexión. Una madre sabe también pedir, tocar todas las puertas para sus hijos, sin calcular, y lo hace con amor. Y pienso en cómo las madres saben también, y por encima de todo ¡tocar a la puerta del corazón de Dios! Las madres rezan mucho por sus hijos, especialmente por los más débiles, por los que más lo necesitan, por los que en la vida han seguido caminos peligrosos o equivocados. Hace unas semanas, he celebrado en la iglesia de San Agustín, aquí en Roma, donde se conservan las reliquias de su madre, santa Mónica. ¡Cuántas oraciones ha elevado a Dios esa santa madre por su hijo, y cuántas lágrimas ha derramado! Pienso en ustedes, queridas madres: ¡cuánto rezan por sus hijos, sin cansarse! Contínuen orando, ¡a confiar a sus hijos a Dios: Él tiene un gran corazón! Llamen a la puerta del corazón de Dios con la oración por los niños.
Y lo mismo ocurre con la Iglesia: pone en las manos del Señor, con la oración, todas las situaciones de sus hijos. Confiamos en el poder de la oración de la Madre Iglesia: el Señor no permanece insensible. Siempre sabe cómo sorprendernos cuando menos lo esperamos. ¡La Madre Iglesia lo sabe!
Estos eran los pensamientos que quería decirles hoy: veamos en la Iglesia a una buena madre que nos muestra el camino a seguir en la vida, que sabe ser siempre paciente, compasiva, misericordiosa, y que sabe cómo ponernos en las manos de Dios.
Traducido del original italiano por José A. Varela V.
Reflexión de josé Antonio Pagola al evangelio del domingo veinticinco del Tiempo Ordinario - C
No solo crisis económica
“No podéis servir a Dios y al Dinero”. Estas palabras de Jesús no pueden ser olvidadas en estos momentos por quienes nos sentimos sus seguidores, pues encierran la advertencia más grave que ha dejado Jesús a la Humanidad. El Dinero, convertido en ídolo absoluto, es el gran enemigo para construir ese mundo más justo y fraterno, querido por Dios.
Desgraciadamente, la Riqueza se ha convertido en nuestro mundo globalizado en un ídolo de inmenso poder que, para subsistir, exige cada vez más víctimas y deshumaniza y empobrece cada vez más la historia humana. En estos momentos nos encontramos atrapados por una crisis generada en gran parte por el ansia de acumular.
Prácticamente, todo se organiza, se mueve y dinamiza desde esa lógica: buscar más productividad, más consumo, más bienestar, más energía, más poder sobre los demás… Esta lógica es imperialista. Si no la detenemos, puede poner en peligro al ser humano y al mismo Planeta.
Tal vez, lo primero es tomar conciencia de lo que está pasando. Esta no es solo una crisis económica. Es una crisis social y humana. En estos momentos tenemos ya datos suficientes en nuestro entorno y en el horizonte del mundo para percibir el drama humano en el que vivimos inmersos.
Cada vez es más patente ver que un sistema que conduce a una minoría de ricos a acumular cada vez más poder, abandonando en el hambre y la miseria a millones de seres humanos, es una insensatez insoportable. Inútil mirar a otra parte.
Ya ni las sociedades más progresistas son capaces de asegurar un trabajo digno a millones de ciudadanos. ¿Qué progreso es este que, lanzándonos a todos hacia el bienestar, deja a tantas familias sin recursos para vivir con dignidad?
La crisis está arruinando el sistema democrático. Presionados por las exigencias del Dinero, los gobernantes no pueden atender a las verdaderas necesidades de sus pueblos. ¿Qué es la política si ya no está al servicio del bien común?
La disminución de los gastos sociales en los diversos campos y la privatización interesada e indigna de servicios públicos como la sanidad seguirán golpeando a los más indefensos generando cada vez más exclusión, desigualdad vergonzosa y fractura social.
Los seguidores de Jesús no podemos vivir encerrados en una religión aislada de este drama humano. Las comunidades cristianas pueden ser en estos momentos un espacio de concienciación, discernimiento y compromiso. Nos hemos de ayudar a vivir con lucidez y responsabilidad. La crisis nos puede hacer más humanos y más cristianos.
José Antonio Pagola
25 Tiempo ordinario (C)
Lucas 16, 1-13
El siguiente escrito no es un artículo sino una guía de exposición de diversos aspectos sobre el tema “La concepción del presbítero que presenta Aparecida”. Además de las cosas explícitas que el Documento dice sobre el presbítero se recurre, para explicarlo mejor, a categorías válidas para todos los discípulos misioneros.
EL MENSAJE DE APARECIDA A LOS PRESBÍTEROS
1. Dentro de una comunidad de discípulos y misioneros (203, 316, 324) Aparecida busca lo específico (200-285) de la espiritualidad sacerdotal en orden a la vida en J.C. para nuestros pueblos (vida desafiada en su identidad, en su cultura, en sus estructuras, en sus procesos de formación y vínculos cfr. 192-195; 197). No deja de llamar la atención esta referencia a los desafíos, que desarrolla ampliamente; significa que lo específico del presbítero “está en tensión”. En otras palabras, Aparecida renuncia a una descripción estática de la especificidad presbiteral. Esta existencia tensionada excluye desde el vamos cualquier concepción del presbiterado como “carrera eclesiástica” con sus pautas de progreso, escalafón, retribuciones etc.
2. Sobre este trasfondo define la IDENTIDAD del PRESBÍTERO respecto a la comunidad con dos rasgos. En primer lugar como don (193,326) en contraposición a delegado o representante (193). En segundo lugar destaca la fidelidad en la invitación del Maestro contraponiéndola a la gestión (372). La iniciativa viene siempre de Dios: la unción del Espíritu Santo, la especial unión con Cristo cabeza, invitación a la imitación del Maestro. El hecho de subrayar la iniciativa divina coloca al presbítero en la dimensión de elegido-enviado, es decir dentro de un horizonte, permítaseme la palabra, “pasivo”, en el cual el protagonista principal es el Señor. En este sentido también se condiciona tanto la autonomía personal como su actividad pues, al ser un elegido-enviado, su identidad en la actividad será la de un “pastor conducido” o, dicho de un modo más plástico, la de un “conductor conducido”.
3. Conviene no olvidar que IDENTIDAD dice a PERTENENCIA; se es en la medida en que se pertenece. El presbítero pertenece al pueblo de Dios, del que fue sacado y al que es enviado y del que forma parte. Aparecida subraya esta pertenencia eclesial para todos los discípulos misioneros en el n. 156, que es clave en este sentido: se habla de CON-VOCACIÓN a la comunión en la Iglesia, y se afirma que “la fe en Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Católica”. Y señala la situación existencial de quien no entra en esta pertenencia comunional: el aislamiento del yo. La conciencia aislada de la marcha del pueblo de Dios es uno de los mayores daños a la persona del presbítero porque afecta a su identidad en cuanto está disminuida parcial o selectivamente su pertenencia a ese pueblo. Se podrían buscar, en el texto de Aparecida, ejemplos de situaciones de conciencia aislada que, en los hechos, niegan la afirmación comunional del n. 156, pero aquí la clave es: “una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta, en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y de comunión con los sucesores de loa apóstoles y con el Papa”. Nótese que dice “comunidad concreta”, es decir Iglesia particular o comunidades más acotadas dentro de la Iglesia particular (p.ej. la parroquia) y no una comunidad “espiritualizada” sin raigambre concreto. Lo que en definitiva le confiere identidad al presbítero es su pertenencia al pueblo de Dios concreto, y lo que le quita o confunde su identidad es precisamente el aislamiento de su conciencia respecto de ese pueblo y su pertenencia a cualquier convocatoria de tipo gnóstico o abstracto, es decir la tentación de ser cristiano sin Iglesia. “El ministerio sacerdotal que brota del Orden Sagrado tiene una “radical forma comunitaria” (195)
4. Al hablar del celibato también el Documento de Aparecida se refiere a esta dimensión comunitaria en la base misma: “el celibato pide asumir con madurez la propia afectividad y sexualidad, viviéndolas con serenidad y alegría en un camino comunitario” (196, y cfr. también 195).
5. El realizador de esta comunión y, por tanto, de esta pertenencia comunional del presbítero al pueblo de Dios es el Espíritu Santo. Dado que él “impregna y motiva todas las áreas de la existencia, entonces también penetra y configura la vocación específica de cada uno. Así se forma y desarrolla la espiritualidad propia de presbíteros, de religiosos y religiosas, de padres de familia, de empresarios, de catequistas, etc. Cada una de las vocaciones tiene un modo concreto y distintivo de vivir la espiritualidad, que da profundidad y entusiasmo al ejercicio concreto de sus tareas (285). Es decir, el Espíritu Santo es el autor de las diferencias en la Iglesia, y la vida presbiteral es una de las realidades de esta variedad... pero no se trata de una variedad estática porque es el mismo Espíritu quien impulsa y armoniza todo: él no nos cierra “en una intimidad cómoda sino que nos convierte en personas generosas y creativas, felices en el anuncio y el servicio misionero” (285) Y va más allá todavía la acción del Espíritu: “nos vuelve comprometidos con los reclamos de la realidad y capaces de encontrarle un profundo significado a todo lo que nos toca hacer por la Iglesia y por el mundo” (285). Resumiendo: la comunión eclesial de la que participa el presbítero está realizada por el Espíritu Santo quien, por su parte, crea las diferencias y, por otra las “vocaciona”, i.e. las pone en movimiento al servicio del anuncio misionero, las sensibiliza y compromete a los reclamos de la realidad. El Espíritu diferencia y armoniza, en esta armonía se da la vocación presbiteral, la identidad presbiteral (armonía de diferencias, pero armonía comunional). Nada que ver con la conciencia aislada de la autopertenencia solitaria o de grupos selectivos (la “intimidad cómoda” la llama el Documento) (285). El Espíritu Santo, además nos introduce en el Misterio (cfr. Ju. 16:13) y será también quien impulse a la misión (cfr. Hech. 2: 1-36). En este sentido protege la integridad de la Iglesia y la salva de dos caricaturas. Sin el Espíritu Santo corremos el riesgo de desorientarnos en la comprensión de la fe y termina en una propuesta gnóstica; y también corremos el riesgo de no ser “enviados” sino de “salir por las nuestras” y terminar desorientados en mil y una formas de autorreferencialidad. Al introducirnos en el Misterio, Él nos salva de una Iglesia gnóstica; al enviarnos en misión nos salva de una Iglesia autorreferencial.
La imagen del Buen Pastor
6. En la identidad del presbítero el Documento de Aparecida subraya la imagen del Buen Pastor. Refiriéndose al párroco y a los sacerdotes que están al servicio de las parroquias les pide “actitudes nuevas” (201). “ La primera exigencia es que el párroco sea un auténtico discípulo de Jesucristo, porque solo un sacerdote enamorado del Señor puede renovar una parroquia. Pero, al mismo tiempo, debe ser un ardoroso misionero que vive el constante anhelo de buscar a los alejados y no se contenta con la simple administración” (201). Aquí aparece nuevamente la antinomia don-gestión: al concebir el ministerio como un don se supera el planteo del funcionalismo, exitista o no, y se concibe el trabajo apostólico, en este caso la parroquia, desde la óptica discípulo- misionero.
7. De esta proposición tomo solamente dos aspectos: la imagen del Buen Pastor ad intra implica discípulos enamorados y ad extra apunta a ardorosos misioneros (201), servidores de la vida (199).
- Discípulos enamorados: se destaca la fidelidad (dentro de una vida espiritual centrada en la escucha de la Palabra de Dios, en la celebración diaria de la Eucaristía: mi Misa es mi vida y mi vida es una Misa prolongada” (S. Alberto Hurtado) (191).
Para configurarse con el Maestro (199) es necesario asumir la centralidad del mandamiento del amor (138). “En el seguimiento de Jesucristo aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del Reino, el estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor y obediencia filial al Padre, su compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta el don de su vida” (139). (Recuerdo que la fidelidad sacerdotal está subrayada también en el Mensaje final y en el Discurso del Papa al final del rezo del Rosario, punto 3).
-Ardorosos misioneros (201) servidores de la vida (199). Ya se mencionó el n. 195 y la plenitud de vida afectiva en la caridad pastoral que expresa. Este aspecto de ardoroso misionero comprende nutrir a las ovejas por medio de la Eucaristía (176-177), la Palabra y la formación. Al respecto nótese que la formación es concebida como acompañamiento de los discípulos (cfr. 6.2.2.4). Sobre esta categoría de acompañamiento habría que volver más adelante. Además de nutrir las ovejas se habla de curarlas: la reconciliación (177), misericordia y caridad pastoral especialmente con la vida vulnerable y vulnerada; violencia e inseguridad (197).
Ardorosos misioneros
8. Continuando con este aspecto (el ardor misionero) los adjetivos que califican la misión son fuertes: “ardorosos misioneros” (199), “entrega apasionada a su misión pastoral” (195) “sacerdote enamorado del Señor” (2001). Evidentemente que se quiere subrayar algo más que un buen trabajo de anuncio. Hay un compromiso afectivo- existencial en esta misión, que lleva a “cuidar” del rebaño a ellos confiado” (199). La acción de cuidar implica dedicación esforzada y ternura; también entraña una valoración personal y situacional del rebaño: se cuida lo que es frágil, lo que es valioso, lo que puede estar en peligro... Y el origen de este cuidar ardoroso y apasionado nace y echa raíces en la misma “conciencia de pertenencia a Cristo” (145). Cuando ésta crece “en razón de la gratitud y alegría que produce, crece también el ímpetu de comunicar a todos el don de ese encuentro. La misión no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad y de la Iglesia a todos los continentes del mundo” (145)
9. Ligado al tema del sacerdote ardoroso misionero Aparecida invita a “la conversión pastoral” la cual “exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Así será posible que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera” (370) Por razones de tiempo no voy a extenderme más en el tema de la conversión pastoral aunque en el Documento de Aparecida tenga una importancia capital. Baste aquí señalar que la conversión pastoral está íntimamente unida al ardor misionero, al celo apostólico.
10. Este ardor misionero es obra del Espíritu Santo; “se basa en la docilidad al impulso del Espíritu, a su potencia de vida que moviliza y transfigura todas las dimensiones de la existencia. No es una experiencia que se limita a los espacios privados de la devoción, sino que busca penetrarlo todo con su fuego y su vida. El discípulo y misionero, movido por el impulso y el ardor que proviene del Espíritu, aprende a expresarlo en el trabajo, en el diálogo, en el servicio, en la misión cotidiana” (284) Ya, en el umbral de la exhortación final, el Documento vuelve a señalar el protagonismo misionero del Espíritu Santo: “Llevemos nuestras naves mar adentro, con el soplo potente del Espíritu Santo, sin miedo a las tormentas, seguros de que la Providencia de Dios nos deparará grandes sorpresas” (551).
11. Para concluir este punto del ardor misionero quiero referirme a la exhortación final (552). Llama la atención que, en su redacción, Aparecida allí pegue un salto treinta años atrás hacia uno de los más bellos y vigorosos Documentos del Magisterio: la Evangelii Nuntiandi, y su última frase sea “Recobremos el valor y la audacia apostólicos”. En la cita de Evangelii Nuntiandi se destacan dos cosas: 1) la descripción del fervor espiritual como dulce y confortadora alegría de evangelizar, como ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir y 2) la idiosincrasia del apóstol en sentido negativo y positivo: “no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo”. La connotación negativa en la personalidad del apóstol se refiere a lo que, en el inicio del mismo número 80 de la Evangelii Nuntiandi, Pablo VI señalaba como “obstáculos” a la Evangelización que perduran en nuestro tiempo: “la falta de fervor tanto más grave cuanto que viene de dentro. Dicha falta de fervor se manifiesta en la fatiga y desilusión, en la acomodación al ambiente y en el desinterés, y sobre todo en la falta de alegría y esperanza”.
Servidores y llenos de misericordia
12. La actitud de servicio es una de las características que Aparecida pide a los sacerdotes. Nace de la doble dimensión: discípulos enamorados y ardorosos misioneros, y -de manera especial– se subraya para con los más débiles y necesitados. Cuando, en el n. 199, dice que el Pueblo de Dios siente necesidad presbíteros-discípulos configurados con el corazón del Buen Pastor y de presbíteros-misioneros, señala el principal trabajo de estos presbíteros: “cuidar del rebaño a ellos confiados y buscar a los más alejados”; pide que sean “presbíteros-servidores de la vida: que estén atentos a las necesidades de los más pobres, comprometidos en la esfera de los derechos de los más débiles y promotores de la cultura de la solidaridad. También de presbíteros llenos de misericordia, disponibles para celebrar el sacramento de la reconciliación”.
13. Que la opción por los pobres es “preferencial” significa que “debe atravesar todas nuestras estructuras y prioridades pastorales” (396). Iglesia “compañera de camino de nuestros hermanos más pobres, incluso hasta el martirio” (396). Se invita a hacerse amigos de los pobres” (257), a una “cercanía que nos hace amigos” (398), ya que hoy “defendemos demasiado nuestros espacios de privacidad y disfrute, y nos dejamos contagiar fácilmente por el consumo individualista. Por eso, nuestra opción por los pobres corre el riesgo de quedarse en un plano teórico o meramente emotivo sin verdadera incidencia en nuestros compartimientos y en nuestras decisiones” (397). Con sano realismo Aparecida reclama “dedicar tiempo a los pobres” (397). Así se dibuja el perfil de un sacerdote que “sale” hacia las periferias abandonadas reconociendo en cada persona “una dignidad infinita” (388). Esta opción por volverse cercano no tiene el sentido de “procurar éxitos pastorales, sino de la fidelidad en la imitación del Maestro, siempre cercano, accesible, disponible para todos, deseoso de comunicar vida en cada rincón de la tierra” (372)
14. Junto a este acercarse a y comprometerse con los pobres en todas las periferias de la existencia, Aparecida señala la experiencia espiritual de la misericordia como necesaria en el presbítero. La misericordia del Dios de la Alianza rico en misericordia (23). “Nos reconocemos como comunidad de pobres pecadores, mendicantes de la misericordia de Dios...” (100 h) y necesitados de abrirnos a “la misericordia del Padre” (249). Esta conciencia de pecador es fundamental en el discípulo y más si es presbítero. Nos salva de ese peligroso deslizarse hacia una habitual (y hasta diría normal) situación de pecado, aceptada, acomodada al ambiente, que no es otra cosa sino corrupción. Presbítero pecador sí, corrupto no.
15. Al considerarse vivencialmente como pecador el presbítero se hace, “a imagen del Buen Pastor,... hombre de la misericordia y la compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos” (198): crece en “el amor de misericordia para con todos los que ven vulnerada su vida en cualquiera de sus dimensiones, como bien nos muestra el Señor en todos sus gestos de misericordia” (384). Aparecida le pide al presbítero “una espiritualidad de la gratitud, de la misericordia, de la solidaridad fraterna” (517) y que tenga, como Jesús, una particular misericordia con los pecadores (451) y entrañas de misericordiaen la administración del sacramento de la reconciliación (177). La postura del sacerdote en este sacramento y en general ante la persona pecadora ha de ser precisamente ésta: la de entrañas de misericordia. Suele suceder que muchas veces nuestros fieles, en la confesión, se encuentran con sacerdotes laxistas o sacerdotes rigoristas. Ninguno de los dos logra ser testigo del amor de misericordia que nos enseñó y nos pide el Señor porque ninguno de los dos se hace cargo de la persona; ambos –elegantemente- se los sacan de encima. El rigorista lo remite a la frialdad de la ley, el laxista no lo toma en serio y procura adormecer la conciencia de pecado. Sólo el misericordioso se hace cargo de la persona, se le hace prójimo, cercano, y lo acompaña en el camino de la reconciliación. Los otros no saben de projimidad y prefieren sacarle el cuerpo a la situación, como lo hicieron el sacerdote y el levita con el apaleado por los ladrones en el camino de Jerusalén a Jericó.
Sacerdotes enamorados del Señor
16. En el párrafo 7 decía que la imagen del Buen Pastor suponía, para Aparecida, dos dimensiones: una ad intra, la de losdiscípulos enamorados del Señor y otra ad extra, la de ardorosos misioneros. Si bien ambas van juntas, desde el punto de vista lógico la dimensión misionera nace de la experiencia interior del amor a Jesucristo. Retomo, pues, esta dimensión dediscípulos enamorados que solamente había esbozado en el n. 7. En la base de la experiencia de discípulo misionero aparece, como indispensable, el encuentro con Jesucristo: “Hoy, también el encuentro de los discípulos con Jesús en la intimidad es indispensable para alimentar la vida comunitaria y la actividad misionera” (154). La categoría de encuentro(n.21,28) es probablemente la categoría antropológica más utilizada y referenciada en Aparecida (cfr. indice temático, p.261). Ser cristiano no es el fruto de una idea sino del encuentro con una persona viva. Ya en el discurso inaugural del Papa aparece fuertemente y señala una real prioridad sobre la misión: “Ser discípulos y misioneros de Jesucristo y buscar la vida “en Él” supone estar profundamente enraizados en Él...”, y se cuestiona: “Ante la prioridad de la fe en Cristo y de la vida ‘en él’, formulada en el título de esta V Conferencia, podría también surgir otra cuestión: Esta prioridad, ¿no podría ser acaso una fuga hacia el intimismo, hacia el individualismo religioso, un abandono de la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales, políticos de América Latina y del mundo, y una fuga de la realidad hacia un mundo espiritual?” (n.3). Luego de una enjundiosa explicación, concluye: “Discipulado y misión” son como dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo él nos salva (cfr. Hch. 4:12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro” (ibid).
17. El presbítero, como discípulo, se “encuentra” con Jesucristo, da testimonio de que “no sigue a un personaje de la historia pasada, sino a Cristo vivo, presente en el hoy y el ahora de sus vidas” (Benedicto XVI, Discurso inaugural, 4). El presbítero, en sí mismo, es un receptor del kerigma y –por ello- tiene “una profunda experiencia de Dios” (199) y en su vida “el kerigma es el hilo conductor de un proceso que culmina en la madurez del discípulo de Jesucristo (278 a), un proceso que lleva al presbítero a “cultivar una vida espiritual que estimula a los demás presbíteros” (191), a “ser un hombre de oración, maduro en su elección de vida por Dios, que hace uso de los medios de perseverancia, como el Sacramento de la confesión, la devoción a la Santísima Virgen, la mortificación y la entrega apasionada a su misión pastoral” (195).
Desafíos al presbítero y reclamos del pueblo de Dios.
18. Como dije en el n. 1, Aparecida se refiere a situaciones que afectan y desafían la vida y el ministerio de nuestros presbíteros (192). Entre otras, menciona la identidad teológica del ministerio presbiteral, su inserción en la cultura actual y situaciones que inciden en su existencia. Las desarrolla en los párrafos anteriores. Las podemos leer allí. Aquí quiero detenerme en los reclamos del pueblo de Dios a sus presbíteros tal como los enumera el n. 199. Son 5 rasgos: a) que tengan profunda experiencia de Dios configurados con el corazón del Buen Pastor, dóciles a las mociones del Espíritu, que se nutran de la Palabra de Dios, de la Eucaristía y de la oración b) que sean misioneros movidos por la caridad pastoral que los lleve a cuidar del rebaño a ellos confiados y a buscar a los más alejados... c) en profunda comunión con su Obispo, los presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas y laicos, d) servidores de la vida, que estén atentos a las necesidades de los más pobres, comprometidos en la defensa de los derechos de los más débiles y promotores de la cultura de la solidaridad, e) llenos de misericordia, disponibles para administrar el Sacramento de la reconciliación. Para conservar y hacer crecer esta identidad presbiteral se pide “una pastoral presbiteral que privilegie la espiritualidad específica y la formación permanente e integral de los sacerdotes” (200).
19. Detrás de estos reclamos explícitos está el ansia implícita que tiene nuestro pueblo fiel: nos quiere pastores de pueblo y no clérigos de Estado, funcionarios. Hombres que no se olviden que los sacaron de “detrás del rebaño”, que no se olviden “de su madre y de su abuela” (2Tim. 1:5), que se defiendan de la herrumbre de la “mundanidad espiritual” que constituye “el mayor peligro, la tentación más pérfida, la que siempre renace –insidiosamente- cuando todas las demás han sido vencidas y cobra nuevo vigor con estas mismas victorias...” “Si esta mundanidad espiritual invadiera la Iglesia y trabajara para corromperla atacándola en su mismo principio, sería infinitamente más desastrosa que cualquiera otra mundanidad simplemente moral. Peor aun que aquella lepra infame que, en ciertos momentos de la historia, desfiguró tan cruelmente a la Esposa bienamada, cuando la religión parecía instalar el escándalo en el mismo santuario y, representada por un Papa libertino, ocultaba la faz de Jesucristo bajo piedras preciosas, afeites y espías... La mundanidad espiritual “es aquello que prácticamente se presenta como un desprendimiento de la otra mundanidad, pero cuyo ideal moral, y aun espiritual, sería en lugar de la gloria del Señor, el hombre y su perfeccionamiento. La mundanidad espiritual no es otra cosa que una actitud antropocéntrica... Un humanismo sutil enemigo del Dios Viviente –y, en secreto, no menos enemigo del hombre- puede instalarse en nosotros por mil subterfugios” (De Lubac, Meditaciones sobre la Iglesia, Desclée, Pamplona 2ª. ed., pp.367-368).
20. El pueblo fiel de Dios, al que pertenecemos, del que nos sacaron y al que nos enviaron tiene un especial olfato originado en el sensus fidei para detectar cuando un pastor de pueblo se va convirtiendo en clérigo de Estado, en funcionario. No es lo mismo que el caso del presbítero pecador: todos lo somos y seguimos en el rebaño. En cambio el presbítero mundano entra en un proceso distinto, un proceso –permítaseme la palabra- de corrupción espiritual que atenta contra su misma naturaleza de pastor, lo desnaturaliza, y le da un status diferenciado del santo pueblo de Dios. Tanto el Profeta Ezequiel como San Agustín en su “De Pastoribus” lo describe en la figura del que se aprovecha del rebaño: usufructúa su leche y su lana. Aparecida en todo su mensaje a los presbíteros, apunta a esa identidad genuina de “pastor de pueblo” y no a la adulterada de “clérigo de Estado”.
Brochero, 11 de septiembre de 2008.
Card. Jorge Mario Bergoglio s.j.
Quien manda hoy es el dinero. ¿Qué sucede, entonces? ¿Cómo comportarse? Una reflexión del obispo de San Cristobal de las Casas (Zenit.org)
El protagonismo del dinero
Por Felipe Arizmendi Esquivel
SITUACIONES
El dicho de “tanto vales cuanto tienes” refleja la forma de pensar y de actuar de mucha gente, y se transmite de unos a otros. Los padres que no quieren que sus hijos sufran las carencias que ellos sufrieron, les dan dinero y cosas para que de nada carezcan y no se sientan menos que otros, aunque no les den lo más importante: cariño, tiempo, atención personal, unidad familiar. Hay personas cuya máxima ilusión es llegar a tener un vehículo mejor que el del vecino, del pariente o del compañero de trabajo. O ir de vacaciones a lugares de los que puedan presumir ante los demás. O tener la mejor ropa, la mejor casa, el mejor teléfono móvil, la tableta más moderna.
Los países económicamente poderosos se sienten dueños del mundo, con la posibilidad de hacer una guerra a otros países, con el plausible pretexto de defender la democracia, pero muchas veces en el fondo lo que les mueve son sus propios intereses económicos: deben gastar su armamento almacenado, pues de lo contrario sus fábricas productoras se paran y se afectaría la economía nacional. Empresas trasnacionales, con tal de ganar más dinero, destruyen el medio ambiente y en particular contaminan las aguas, con cierta connivencia de autoridades locales; lo que les importa es generar ganancias, a cualquier costo. Los dedicados al gran negocio del narcotráfico corrompen con dinero a medio mundo, y sólo así pueden operar con cierta libertad; compran a jóvenes y adolescentes, quienes se sienten atraídos por el dinero fácil y rápido, y se encadenan a estas redes, siendo casi imposible salirse de ellas, con peligro para sus vidas.
ILUMINACION
El Papa Francisco, en una entrevista que concedió a una emisora brasileña, durante su estancia allá por la jornada mundial de la juventud, dijo: “Este mundo actual que estamos viviendo en la feroz idolatría del dinero, se da en una política mundial, mundial, muy impregnada del protagonismo del dinero. Quien manda hoy es el dinero. Esto significa una política mundial de tipo economicista sin ética que la controle; un economicismo autosuficiente y que va organizando las pertenencias sociales de acuerdo a estas conveniencias. ¿Qué sucede, entonces? Cuando reina este mundo de la feroz idolatría del dinero, se concentra mucho en el centro; las puntas de la sociedad, los extremos (ancianos y jóvenes), son mal atendidos, son descuidados y son descartados… Hoy día urge la ‘projimidad’ la salida de sí mismo para solucionar los tremendos problemas mundiales que hay. Creo que las religiones, las diversas confesiones, no pueden irse a dormir tranquilas mientras haya un solo chico que muera de hambre, un solo chico sin educación, un solo joven o anciano sin servicio de salud… No nos va a servir nada hablar de nuestras teologías, si no tenemos la ‘projimidad’: salir a ayudar”.
COMPROMISOS
¿Cómo educarnos para ser libres ante el dinero? No es fácil, pues el medio ambiente nos jala mucho a consumir, a gastar sin necesidad, a comprar sólo para sentirnos que valemos, a no quedarnos atrás de los otros. Liberarnos de esta esclavitud es aprender a vivir en una cierta austeridad, a prescindir de cosas que no son tan necesarias, a administrar lo que tenemos para no exponernos a la bancarrota. Recuerda que vales por tus convicciones, por tu responsabilidad en tus deberes, por tu honestidad a toda prueba, por tu solidaridad constante con los menos favorecidos, por tu fe en Dios. No te creas valer más por lo que compras, por la ropa que te pones, por las joyas que luces, por los viajes que haces, por tus perfumes o tu nuevo peinado…
Padres de familia y educadores: enseñen a los niños, con sus palabras y sobre todo con su propio comportamiento, que lo definitivo en la vida y lo que nos hace plenamente felices, como dijo Jesús, no depende de la abundancia de bienes que alguien posea, sino de su capacidad de amar, de trabajar, de servir, de superarse, de liberarse de su mal carácter y de otras cadenas, como el alcohol, las drogas, la pereza, el resentimiento, la indolencia, la mediocridad. La fe cristiana nos ilumina para dar el verdadero valor a las cosas, sobre todo al dinero.
Zenit nos ofrece las palabras que el Papa Francisco dirigió antes del rezo de la oración mariana del Angeles a los fieeles congregados en la plaza de San Pedro el 15 de Septiembre de 2013.
Queridos hermanos y hermanas. ¡Buenos días!
En la Liturgia de hoy se lee el capítulo 15 del Evangelio de Lucas, que contiene las tres parábolas de la misericordia: la de la oveja perdida, la de la moneda perdida, y después la más amplia de todas las parábolas, típica de san Lucas, la del padre de los dos hijos, el hijo “pródigo” y el hijo que se cree justo. Que se cree santo.
Todas estas tres parábolas hablan de la alegría de Dios. Dios es gozoso, es interesante esto, Dios es gozoso, y ¿cuál es la alegría de Dios? La alegría de Dios es perdonar, ¡la alegría de Dios es perdonar! Es la alegría de un pastor que encuentra a su ovejita; la alegría de una mujer que encuentra su moneda; es la alegría de un padre que vuelve a recibir en casa al hijo que se había perdido, que estaba como muerto y ha vuelto a la vida. Ha vuelto a casa.
¡Aquí está todo el Evangelio, aquí, eh, aquí está todo el Evangelio, está el Cristianismo! ¡Pero miren que no es sentimiento, no es “ostentación de buenos sentimientos”! Al contrario, la misericordia es la verdadera fuerza que puede salvar al hombre y al mundo del “cáncer” que es el pecado, el mal moral, el mal espiritual. Sólo el amor llena los vacíos, los abismos negativos que el mal abre en el corazón y en la historia. Sólo el amor puede hacer esto. Y ésta es la alegría de Dios.
Jesús es todo misericordia, Jesús es todo amor: es Dios hecho hombre. Cada uno de nosotros, cada uno de nosotros es esa oveja perdida, esa moneda perdida, cada uno de nosotros es ese hijo que ha desperdiciado su propia libertad siguiendo ídolos falsos, espejismos de felicidad, y ha perdido todo.
Pero Dios no nos olvida, el Padre no nos abandona jamás. Pero es un Padre paciente, nos espera siempre. Respeta nuestra libertad, pero permanece siempre fiel. Y cuando volvemos a Él, nos acoge como hijos, en su casa, porque no deja jamás, ni siquiera por un momento, de esperarnos, con amor. Y su corazón está de fiesta por cada hijo que vuelve. Está de fiesta porque es alegría. Dios tiene esta alegría, cuando uno de nosotros, pecadores, va a Él y pide su perdón.
¿Cuál es el peligro? Es que nosotros presumimos que somos justos, y juzgamos a los demás. Juzgamos también a Dios, porque pensamos que debería castigar a los pecadores, condenarlos a muerte, en lugar de perdonar. ¡Entonces sí que corremos el riesgo de permanecer fuera de la casa del Padre! Como ese hermano mayor de la parábola, que en lugar de estar contento porque su hermano ha vuelto, se enoja con el padre que lo ha recibido y hace fiesta. Si en nuestro corazón no hay misericordia, la alegría del perdón, no estamos en comunión con Dios, incluso si observamos todos los preceptos, porque es el amor el que salva, no la sola práctica de los preceptos. Es el amor por Dios y por el prójimo lo que da cumplimiento a todos los mandamientos. Y esto es el amor de Dios, su alegría, perdonar. Nos espera siempre. Quizá alguien tiene en su corazón algo grave, pero he hecho esto, he hecho aquello, Él te espera, Él es Padre. Siempre nos espera.
Si nosotros vivimos según la ley del “ojo por ojo, diente por diente”, jamás salimos de la espiral del mal. El Maligno es astuto, y nos hace creer que con nuestra justicia humana podemos salvarnos y salvar al mundo. En realidad, ¡sólo la justicia de Dios nos puede salvar! Y la justicia de Dios se ha revelado en la Cruz: la Cruz es el juicio de Dios sobre todos nosotros y sobre este mundo. ¿Pero cómo nos juzga Dios? ¡Dando la vida por nosotros! He aquí el acto supremo de justicia que ha vencido de una vez para siempre al Príncipe de este mundo; y este acto supremo de justicia es precisamente también el acto supremo de misericordia. Jesús nos llama a todos a seguir este camino: “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso” (Lc. 6, 36).
Yo les pido una cosa ahora. En silencio, todos, pensemos, cada uno piense en una persona con la que no estamos bien, con la cual estamos enojados y que no la queremos. Pensemos en esa persona y en silencio en este momento oremos por esta persona. Y seamos misericordiosos con esta persona.
Invoquemos ahora la intercesión de Maria Mater Misericordiae.
Texto traducido por Radio Vaticana
Zenit nos ofrece el texto íntegro de la carta que el papa dirigió al presidente de la Conferencia Episcopal Argentina con ocasión de la multitudinaria ceremonia de beatificación del presbítero José Gabriel Brochero (1840-1914), celebrada el sábado 14 de Septiembre de 2013 en la Villa Cura Brochero en Córdoba, por el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.
Excmo. Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe
Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina
BUENOS AIRES.-
Querido hermano:
Que finalmente el Cura Brochero esté entre los beatos es una alegría y una bendición muy grande para los argentinos y devotos de este pastor con olor a oveja, que se hizo pobre entre los pobres, que luchó siempre por estar bien cerca de Dios y de la gente, que hizo y continúa haciendo tanto bien como caricia de Dios a nuestro pueblo sufrido.
Me hace bien imaginar hoy a Brochero párroco en su mula malacara, recorriendo los largos caminos áridos y desolados de los 200 kilómetros cuadrados de su parroquia, buscando casa por casa a los bisabuelos y tatarabuelos de ustedes, para preguntarles si necesitaban algo y para invitarlos a hacer los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola. Conoció todos los rincones de su parroquia. No se quedó en la sacristía a peinar ovejas.
El Cura Brochero era una visita del mismo Jesús a cada familia. Él llevaba la imagen de la Virgen, el libro de oraciones con la Palabra de Dios, las cosas para celebrar la Misa diaria. Lo
invitaban con mate, charlaban y Brochero les hablaba de un modo que todos lo entendían porque le salía del corazón, de la fe y el amor que él tenía a Jesús.
José Gabriel Brochero centró su acción pastoral en la oración. Apenas llegó a su parroquia, comenzó a llevar a hombres y mujeres a Córdoba para hacer los ejercicios espirituales con los padres jesuitas. ¡Con cuánto sacrificio cruzaban primero las Sierras Grandes, nevadas en invierno, para rezar en Córdoba capital! Después, ¡cuánto trabajo para hacer la Santa Casa de Ejercicios en la sede parroquial! Allí, la oración larga ante el crucifijo para conocer, sentir y gustar el amor tan grande del corazón de Jesús, y todo culminaba con el perdón de Dios en la confesión, con un sacerdote lleno de caridad y misericordia. ¡Muchísima misericordia!
Este coraje apostólico de Brochero lleno de celo misionero, esta valentía de su corazón compasivo como el de Jesús que lo hacía decir: «¡Ay de que el diablo me robe un alma!», lo movió a conquistar también para Dios a personas de mala vida y paisanos difíciles. Se cuentan por miles los hombres y mujeres que, con el trabajo sacerdotal de Brochero, dejaron el vicio y las peleas. Todos recibían los sacramentos durante los ejercicios espirituales y, con ellos, la fuerza y la luz de la fe para ser buenos hijos de Dios, buenos hermanos, buenos padres y madres de familia, en una gran comunidad de amigos comprometidos con el bien de todos, que se respetaban y ayudaban unos a otros.
En una beatificación es muy importante su actualidad pastoral. El Cura Brochero tiene la actualidad del Evangelio, es un pionero en salir a las periferias geográficas y existenciales para llevar a todos el amor, la misericordia de Dios. No se quedó en el despacho parroquial, se desgastó sobre la mula y acabó enfermando de lepra, a fuerza de salir a buscar a la gente, como un sacerdote callejero de la fe. Esto es lo que Jesús quiere hoy, discípulos misioneros, ¡callejeros de la fe!
Brochero era un hombre normal, frágil, como cualquiera de nosotros, pero conoció el amor de Jesús, se dejó trabajar el corazón por la misericordia de Dios. Supo salir de la cueva del «yome-mi-conmigo-para mí» del egoísmo mezquino que todos tenemos, venciéndose a sí mismo, superando con la ayuda de Dios esas fuerzas interiores de las que el demonio se vale para encadenarnos a la comodidad, a buscar pasarla bien en el momento, a sacarle el cuerpo al trabajo.
Brochero escuchó el llamado de Dios y eligió el sacrificio de trabajar por su Reino, por el bien común que la enorme dignidad de cada persona se merece como hijo de Dios, y fue fiel hasta el final: continuaba rezando y celebrando la misa incluso ciego y leproso.
Dejemos que el Cura Brochero entre hoy, con mula y todo, en la casa de nuestro corazón y nos invite a la oración, al encuentro con Jesús, que nos libera de ataduras para salir a la calle a buscar al hermano, a tocar la carne de Cristo en el que sufre y necesita el amor de Dios. Solo así gustaremos la alegría que experimentó el Cura Brochero, anticipo de la felicidad de la que goza ahora como beato en el cielo.
Pido al Señor les conceda esta gracia, los bendiga y ruego a la Virgen Santa que los cuide.
Afectuosamente,
FRANCISCO
Vaticano, 14 de septiembre de 2013
Subsidio litúrgico para el envío de los catequistas al empezar el curso 2013-2014 ofrecido por la Delegación Diocesana de Catequesis de la diócesis de Tenerife.
MONICIÓN DE ENTRADA
Todos los domingos en torno al altar nos reunimos para celebrar el misterio de la muerte y resurrección del Señor. Este domingo queremos que nuestra comunidad reflexione y profundice sobre una actividad muy importante y fundamental que tiene nuestra comunidad. LA CATEQUESIS.
La catequesis nace con la misión de Jesús de Nazaret: anunciar la Buena Noticia y que transmitió después a sus discípulos: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda criatura”
Los catequistas desempeñan esta tarea, propia de la Iglesia y en nombre de nuestra comunidad.
Hoy, solemnemente y en esta celebración, vamos a nombrar, acoger y enviar, a todos, en nombre de Dios y de su Iglesia
Nuestra Comunidad Diocesana celebra el Día de la Catequesis bajo el lema: “DISCÍPULOS Y MISIONEROS DE LA PALABRA DE DIOS”. Es nuestro objetivo preferente para este año en el plan diocesano de pastoral, ser Testigos de la Buena Noticia del Amor de Dios a todos los hombres y mujeres de este mundo. Comencemos cantando
ORACIÓN COLECTA
Dios Padre, que has confiado a tu Iglesia la misión de anunciar el evangelio de Jesucristo a todos los hombres de todos los tiempos, envía tu Espíritu sobre estos catequistas, a fin de que todos ellos sean fieles dispensadores de la Palabra de la verdad, desempeñando a la perfección su ministerio.
Infunde en sus corazones el amor y el celo de tu reino, pon en sus labios tu Palabra de salvación y concédeles la alegría de poder colaborar al crecimiento de tu Iglesia. Por Jesucristo nuestro Señor. AMÉN.
MONICIÓN LECTURAS
Dios a lo largo de toda la historia siempre ha salido al encuentro del hombre. Hoy sale a tu encuentro, quiere comunicarte su Palabra de amor como Padre que ama a sus hijos. Por eso, preparemos el corazón para escucharle
PRESENTACIÓN DE CATEQUISTAS
Sacerdote:
Queridos hermanos: En primer lugar, me dirijo a ustedes, madres y padres, que tienen a sus hijos en catequesis. Son muchas las dificultades que lleva consigo esta labor. Por eso, les pido que acompañen a los catequistas en la formación cristiana de sus hijos y ayuden a sus hijos a dar los primeros pasos en la vida de la fe.
En segundo lugar, ustedes, catequistas, alégrense de la tarea que les ha encomendado la Iglesia. Los catequizandos les necesitan, pero nosotros también. Por eso, les agradecemos vuestra generosidad y vuestro trabajo.
Somos conscientes de las dificultades que van a tener, pero saben que Dios no les abandona y que la parroquia pone a su disposición todo lo que necesitan para realizar lo mejor posible vuestra labor.
Hermanas y hermanos catequistas, hoy estáis aquí en la presencia de Dios, en medio de esta asamblea, porque quieren renovar su compromiso de continuar la noble y sacrificada tarea de seguir sirviendo a Dios y a la Iglesia como catequistas, y también para ser enviados. Dios les ha llamado a trabajar en su viña. Ustedes han respondido con generosidad y alegría. La Iglesia les envía a realizar el mandato, que ha recibido del mismo Señor, Jesús: “id por todo el mundo y anunciad la Buena Nueva”. Por eso, antes de ir a cumplir esta misión, les pregunto:
*Les pregunto a todos
¿Creen en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra? --Si, creo ¿Creen en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que nació de Santa María Virgen, murió, fue sepultado, resucitó de entre los muertos y está sentado a la derecha del Padre?
--Sí, creo
¿Creen en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia Católica, en la comunión de los Santos, en el perdón de los pecados, en la resurrección de los muertos y en la vida eterna?
--Sí. creo Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús, Señor nuestro. --Amén
*Les pregunto a los catequistas ¿Quieren, por tanto, ser testigos de esta fe de la Iglesia que todos han recibido? --Sí, quiero
¿Se comprometen a transmitir la fe de la Iglesia, que hemos proclamado juntos, y a educarla en los miembros de nuestra comunidad? --Si, me comprometo
Que el Espíritu de Dios Padre y de Jesucristo, el Señor, les fortalezca y les guíe en el ejercicio de esta tarea y de esta responsabilidad que han contraído ante la Iglesia. –Amén
(Se acerca de uno en uno y les entrega el Nuevo Testamento, mientras le dice…) Sacerdote a cada catequista:
Recibe La Palabra de Dios, profundiza lo que en ella se te enseña, para que puedas vivir aquello que luego inicies con tus catequizandos.
Oración del Sacerdote:
“Oh Dios fuente de toda luz y origen de todo bien,
que enviaste a tu Hijo único, Palabra de vida,
para revelar a las mujeres y los hombres
el misterio escondido de tu amor.
Bendice + a estos hermanos nuestros,
elegidos para el servicio de la catequesis.
Concédeles que al meditar asiduamente tu Palabra,
se sientan penetrados y transformados por ella y
sepan anunciarla con toda fidelidad a sus hermanos.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
ORACIÓN DE LOS FIELES
Por la Iglesia: para que en la fidelidad evangélica y en la búsqueda continua de la voluntad del Padre, se comprometa a renovarse a sí misma para así ofrecer al mundo un testimonio de vida nueva en Cristo, roguemos al Señor.
Por el Papa, los Obispos, los Presbíteros, los Diáconos y demás ministros de la Palabra, para que sean fieles transmisores de la misma y testigos de su fuerza salvadora, roguemos al Señor.
Por todos los catequistas de la Diócesis: para que en la escucha de la Palabra de Dios descubran el sentido de su servicio, y vivan su misión en el mundo y entre los hermanos como verdaderos misioneros del Evangelio, roguemos al Señor.
Por todos los que han de ser catequizados, para que el Espíritu Santo los ilumine y los asista, roguemos al Señor.
Por todos los que nos hemos reunido, para que el Señor despierte y sostenga en nosotros el sentirnos Iglesia, roguemos al Señor.
PRESENTACIÓN DEL PAN Y VINO
(Dos catequistas acercan el pan y el vino al altar)
Este pan y vino, Señor, serán tu Cuerpo y tu Sangre. Siempre nos prometiste estar junto a nosotros en cada momento de nuestra vida. Nosotros, catequistas, sólo ponemos hoy en tu altar la ilusión y el esfuerzo de nuestro trabajo para que Tú, Jesús, lo transformes en buen alimento: en encuentro contigo, en camino de fe y alegría, en vida nueva para toda la Parroquia.
ORACIÓN FINAL DE LOS CATEQUISTAS
Señor,
nuevamente me llamas por mi nombre,
me convocas a tu comunidad
y me invitas a desatar,
para todos mis hermanos y hermanas,
la Palabra de la vida
que siembras, día a día, en mis entrañas.
Que tu Espíritu me acompañe,
en todo momento y circunstancia,
para que mis labios y mi corazón
te anuncien, con alegría y ternura,
como la buena noticia de la liberación
en este mundo que anhela y busca.
Que con mi palabra y testimonio
salga urgentemente al encuentro
de los que buscan una vida más digna,
de todos los que ansían y necesitan cercanía,
salud y trabajo, justicia y paz,
diálogo y fraternidad, vida...
Que les ofrezca, gratis, las primicias de tu Reino
desde la compañía respetuosa y fiel,
desde la historia y experiencia que Tú me has dado,
y desde la memoria de tu vida
que convence y llena.
Gracias, Señor, por tu elección y llamada
para anunciarte, hoy, a todos los que Tú amas.
SUGERENCIAS DE CANTOS
ENTRADA:
“Iglesia Peregrina” (C. Gabaráin); “Vamos cantando al Señor” (Espinosa); “Juntos como hermanos” (C. Gabaráin); “Somos un pueblo que camina” (Vicente Mateu); “En el nombre del Señor, nos hemos reunidos” (Salmo de la Comunidad).
CANTO INTERLECCIONAL:
“Anunciaremos tu Reino, Señor” (Halffter); “Tu palabra me da vida” (Espinosa); “Siempre confío en mi Dios” (Espinosa).
CANCIÓN DEL ENVÍO:
“Id y enseñad” (“Sois la semilla...”: Gabaráin); “Canción del Testigo” (Espinosa).
OFERTORIO:
“Este pan y vino” (Erdorzain). “Te presentamos el vino y el pan” (Espiosa); “Te ofrecemos, Señor” (Espinosa);
COMUNIÓN:
“Te conocimos, Señor, al partir el pan” (Madurga); “Quédate con nosotros” (Teulé); “Arriésgate” (Erdozaín); “¿Le conocéis?” (Olivar-Manzano); “Cerca está el Señor” (Erdozaín).
DESPEDIDA:
“Demos gracias” (Pentecostales”; Gracias, Señor” (Gabaráin);”Himno de la alegría” (M. Ríos- Beethoven).
CANTO A MARÍA:
“Madre de nuestra alegría”, “Madre de los jóvenes” (Gabaráin).
La justa preocupación de los papás y educadores no debe cerrarlos a las inquietudes de ellos (Zenit.org)
Escuchar a los jóvenes
Por Felipe Arizmendi Esquivel
En un programa dominical de radio que tengo, una señora me envió este mensaje: Le pido una oración por mi hijo porque ha tenido una relación muy dañina y le está costando mucho dejarla. Llevo años pidiéndole a Dios por su conversión, pero parece que Dios no me escucha. Yo me pregunto quién no escucha a quién: ¿Es Dios, es la mamá que no escucha al hijo, o éste que no toma en cuenta a su mamá? Lo más difícil en la vida es aprender a escuchar, siendo que Dios nos dio una sola boca y dos oídos.
Es frecuente quejarnos de que los jóvenes son inestables, llegan tarde, son irresponsables, no se les pueden confiar cargos, se dejan llevar por las modas y los nuevos aires del mundo, etc. No tenemos valor y tiempo para darles cariño y escucharles con paciencia y comprensión, para que nos abran su corazón.
En nuestra diócesis, preocupados por los signos de los tiempos que interpelan nuestra pastoral, dedicamos una asamblea de una semana a analizar el fenómeno juvenil, dando oportunidad a que algunos de diversos estratos nos compartieran su experiencia vital. Nos sentimos interpelados por sus cuestionamientos y retados para promover una mejor pastoral juvenil, que vemos se va fortaleciendo. Hemos dedicado otras asambleas a la familia, la pastoral de la tierra, los cambios culturales, etc.
ILUMINACION
El Papa Francisco nos recomendó en Brasil: “Ayudemos a los jóvenes, pongámosle la oreja para escuchar sus ilusiones. Necesitan ser escuchados, para escuchar sus logros, escuchar sus dificultades. Es estar sentado, escuchando quizá el mismo libreto pero con música diferente, con identidades diferentes. La paciencia de escuchar, eso se lo pido de todo corazón, en el confesionario, en la dirección espiritual, en el acompañamiento. Sepamos perder el tiempo con ellos. Sembrar cuesta y cansa, cansa muchísimo y es mucho más gratificante gozar de la cosecha, todos gozamos más con la cosecha. Pero Jesús nos pide que sembremos en serio. No escatimemos esfuerzos en la formación de los jóvenes. Ayudar a nuestros jóvenes a redescubrir el valor y la alegría de la fe, la alegría de ser amados personalmente por Dios, esto es muy difícil pero cuando un joven lo entiende, un joven lo siente con la unción que le da el Espíritu Santo, este ser amado personalmente por Dios, lo acompaña toda la vida después” (27-VII-2013).
En una entrevista a una emisora brasileña, expresó: “Un joven que no protesta, a mí no me gusta, porque el joven tiene la ilusión de la utopía… Un joven tiene más frescura, menos experiencia de la vida… A veces la experiencia de la vida nos frena; el joven tiene más frescura para decir sus cosas. Un joven es esencialmente un disconforme, y eso es muy lindo. Hay que escuchar a los jóvenes; hay que darles sitio de expresión y cuidarlos para que no sean manipulados. ¡Cuidado con la manipulación de los jóvenes! Al joven siempre hay que escucharlo. En una familia, un padre, una madre, que no escuchan a su hijo joven, lo aíslan, le crean tristeza en el alma y no se enriquecen ellos. Siempre hay que escucharlos y defenderlos de manipulaciones extrañas de tipo ideológico, de tipo sociológico. Escucharlos, darles lugar de escucha”.
COMPROMISOS
Padres de familia y educadores: Para no sólo lamentar que la juventud se está perdiendo, que va por malos caminos, que es incontrolable, aprendamos a escucharles con respeto, atención, paciencia y amor. No es fácil, porque se requiere serenidad y humildad, pues a veces nos reprochan fallas que no nos gusta reconocer. Algunos papás piensan que con gritos, golpes e insultos deben educar a los hijos, porque quizá ellos eso vivieron y sufrieron. Esto es contraproducente. Algunos hijos se aguantan, pero otros se rebelan y se van de casa.
Agentes de pastoral: Pongamos en práctica los compromisos que hicimos en nuestra asamblea: Fortalecer la estructura diocesana de pastoral juvenil y su respectiva área; salir a donde están ellas y ellos para escucharlos partiendo de lo que creen; dentro de la opción preferencial por los pobres, priorizar a los jóvenes; crear un plan de formación tomando en cuenta la palabra de los jóvenes.
Reflexión de José Antonio pagolaal evangelio del domingo veinticuatro del Tiempo ordinario C.
EL GESTO MÁS ESCANDALOSO
El gesto más provocativo y escandaloso de Jesús fue, sin duda, su forma de acoger con simpatía especial a pecadoras y pecadores, excluidos por los dirigentes religiosos y marcados socialmente por su conducta al margen de la Ley. Lo que más irritaba era su costumbre de comer amistosamente con ellos.
De ordinario, olvidamos que Jesús creó una situación sorprendente en la sociedad de su tiempo. Los pecadores no huyen de él. Al contrario, se sienten atraídos por su persona y su mensaje. Lucas nos dice que “los pecadores y publicanos solían acercarse a Jesús para escucharle”. Al parecer, encuentran en él una acogida y comprensión que no encuentran en ninguna otra parte.
Mientras tanto, los sectores fariseos y los doctores de la Ley, los hombres de mayor prestigio moral y religioso ante el pueblo, solo saben criticar escandalizados el comportamiento de Jesús: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. ¿Cómo puede un hombre de Dios comer en la misma mesa con aquella gente pecadora e indeseable?
Jesús nunca hizo caso de sus críticas. Sabía que Dios no es el Juez severo y riguroso del que hablaban con tanta seguridad aquellos maestros que ocupaban los primeros asientos en las sinagogas. El conoce bien el corazón del Padre. Dios entiende a los pecadores; ofrece su perdón a todos; no excluye a nadie; lo perdona todo. Nadie ha de oscurecer y desfigurar su perdón insondable y gratuito.
Por eso, Jesús les ofrece su comprensión y su amistad. Aquellas prostitutas y recaudadores han de sentirse acogidos por Dios. Es lo primero. Nada tienen que temer. Pueden sentarse a su mesa, pueden beber vino y cantar cánticos junto a Jesús. Su acogida los va curando por dentro. Los libera de la vergüenza y la humillación. Les devuelve la alegría de vivir.
Jesús los acoge tal como son, sin exigirles previamente nada. Les va contagiando su paz y su confianza en Dios, sin estar seguro de que responderán cambiando de conducta. Lo hace confiando totalmente en la misericordia de Dios que ya los está esperando con los brazos abiertos, como un padre bueno que corre al encuentro de su hijo perdido.
La primera tarea de una Iglesia fiel a Jesús no es condenar a los pecadores sino comprenderlos y acogerlos amistosamente. En Roma pude comprobar hace unos meses que, siempre que el Papa Francisco insistía en que Dios perdona siempre, perdona todo, perdona a todos..., la gente aplaudía con entusiasmo. Seguramente es lo que mucha gente de fe pequeña y vacilante necesita escuchar hoy con claridad de la Iglesia.
José Antonio Pagola
Red Evangelizadora Buenas Noticias
15 de Sptiembre de 2013
24 iempo Ordinario C
Lc 15, 1-32
Reflexión a las lecturas del domingo veinticuatro del Tiempo Ordinario - C pfrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DIA DEL SEÑOR"
Domingo 24º del T. Ordinario C
Es impresionante constatar que, cuando Dios viene hasta nosotros, no anda con la gente buena, que la había, ni con la gente de cultura, ni siquiera con la gente más religiosa…, sino que anda con gente de mala fama: publicanos y pecadores de todo tipo… ¡Nunca reflexionaremos bastante sobre este misterio! Es lógico que los fariseos y escribas se extrañen y murmuren entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Pero Jesucristo tiene una misión concreta: viene “a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10). De este modo, nos revela el rostro de Dios Padre, que tiene un corazón bueno, misericordioso, compasivo…, que en el pecado, da lugar siempre al arrepentimiento. ¡Con Él siempre se puede comenzar de nuevo! ¡Comenzar de cero! Viene también a traer y anunciar el Reino de los Cielos, es decir, la forma de ser y de vivir que hay en el Cielo, de modo que la tierra sea una antesala de la Casa del Padre.
El Evangelio de este domingo nos recuerda que el Cielo no está tan lejos de nosotros como a veces pensamos. Que hay una relación entre la tierra y el Cielo. Que lo que pasa en la tierra tiene repercusión en la Casa del Padre: “Os digo que así también habrá más alegría en el Cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”. La Carta a los Hebreos nos enseña que el Cielo contempla a la tierra: “Una nube ingente de espectadores nos rodea…” (Hb 12, 1).
Los fariseos y escribas no son capaces de acoger este mensaje del Señor, porque no tienen un corazón de buen pastor ni de una buena ama de casa, ni de un padre… Y, sobre todo, no tienen la experiencia de ser perdonados.
¡Qué importante, mis queridos amigos, es tener un corazón agradecido, en deuda permanente con el Señor…!
Sólo así se tiene capacidad para acoger el perdón de Dios y para vivir como verdaderos hijos de Dios, a semejanza de Jesucristo, el Hijo único del Padre: abiertos a la compasión, la misericordia, el perdón…, verdaderos constructores de “la civilización del amor”.
Este es el camino de la Iglesia, que tiene que mostrar, como Jesucristo, el verdadero rostro de Dios, que es rico en misericordia.
Es la enseñanza de la encíclica “Dives in Misericordia” de Juan Pablo II.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
Comentario al evangelio del Domingo 24° del T.O./C por Jesús Álvarez SSP (Zenit.org)
Misericordia sin límites
Por Jesús Álvarez SSP
"Jesús propuso esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos. El menor dijo a su padre: 'Dame la parte de la propiedad que me corresponde'. Y el padre les repartió la herencia. Pocos días después el hijo menor reunió todo lo que tenía, partió a un país lejano y allí malgastó su dinero en una vida desordenada. Cuando lo había gastado todo, sobrevino en aquella región una gran escasez y él empezó a pasar necesidad. Se puso entonces al servicio de un habitante de aquel lugar, quien lo envió a sus campos a cuidar animales. Y hubiera deseado llenar su estómago con la comida de los chanchos, pero no se lo permitían. Recapacitando entonces, pensó: '¡Cuántos trabajadores de mi padre tienen pan de sobra, y yo aquí me muero de hambre! Me pondré en camino hacia mi padre y le diré: - Padre, pequé contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros'. Partió, pues, de vuelta donde estaba su padre. Cuando estaba todavía lejos, su padre lo reconoció y se conmovió, corrió a echarse a su cuello y lo abrazó. Entonces el hijo le habló: 'Padre, pequé contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo'. Pero el padre dijo a sus servidores: 'En seguida, traigan la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero más gordo y mátenlo; comamos y alegrémonos, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, lo había perdido y lo he encontrado'»" (Lucas. 15, 11-32).
Ésta es sin duda una de las páginas más bellas y consoladoras de la Biblia, que refleja el inmenso amor y misericordia de Dios hacia el hombre pecador. Amor plasmado en el perdón sin límites y sin más condiciones que la de reconocer el pecado y volverse hacia Dios pidiéndole perdón sinceramente, convencidos de que ya no merecemos llamarnos hijos suyos.
Hemos de reconocer que en todos nosotros hay un hijo pródigo egoísta, que abandona fácilmente a su verdadero Padre Dios y su hogar, para malgastar con abuso los bienes que nos ha dado: vida, salud, tiempo, inteligencia, libertad, capacidad de amar, cuerpo, bienes, naturaleza...
Pero Dios, ante la ofensa, no reacciona con desprecio, enojo, venganza, desconfianza, condena, enemistad… Dios reacciona con amor, acogida, misericordia y perdón. Solo un Dios omnipotente e infinitamente misericordioso puede obrar así.
Sin embargo, quien no reconoce su pecado ante Dios, se cierra al perdón. Y también se hace incapaz de perdón quien no perdona las ofensas recibidas de su prójimo. “Si ustedes no perdonan, tampoco serán perdonados” (Mt. 6, 14-15).
Pero el hombre no solo es pecador, sino también víctima del pecado. A Jesús le dolían y le duelen los pecadores, y por eso se mezclaba –y se mezcla hoy- con los pecadores, no para aprobar su pecado, sino para arrancarlos del pecado. Y se entrega por los pecadores.
Como el padre del hijo pródigo exulta de gozo al recuperar a su hijo vivo, y organiza una gran fiesta, así se goza Dios cuando un pecador, hijo suyo, vuelve a él arrepentido. Jesús mismo lo declara: “Hay más fiesta en el cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve que no necesitan conversión” (Lc. 15,10).
Dios nos ama tanto como verdaderos hijos suyos que somos, y le duele inmensamente que no regresemos a él, nos perdamos y lo perdamos para siempre. Alegremos el corazón de Dios nuestro Padre y démosle motivos de fiesta, cuando le hemos dado motivo de tristeza con el pecado, que es volverle la espalda y abandonarlo.
DOMINGO 24ª C DEL TIEMPO ORDINARIO
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Escucharemos en la primera lectura cómo el pueblo de Israel, apenas establecida la alianza con Dios en el monte Sinaí, peca gravemente contra Él. El Señor quiere exterminar al pueblo y comenzar de nuevo, pero la mediación de Moisés consigue el perdón. Escuchemos.
SALMO
También nosotros necesitamos el perdón de Dios, también hemos quebrantado su alianza. Por eso expresamos en el salmo, nuestra voluntad de acogernos a su misericordia.
SEGUNDA LECTURA
Durante algunos domingos escucharemos, en la segunda lectura, fragmentos de las cartas que S. Pablo escribe a su discípulo Timoteo, responsable de la Iglesia de Éfeso. Hoy expresa su ánimo agradecido al Señor que se ha mostrado con él rico en misericordia.
TERCERA LECTURA (Antes del Evangelio)
Acojamos con el canto del aleluya la buena noticia que Jesús nos trae: hay mucha alegría en el Cielo por la vuelta a Dios Padre de un pecador arrepentido.
COMUNIÓN
En la Comunión recibimos a Jesucristo, que fue criticado porque acogía a los pecadores y comía con ellos.
Ojalá que nosotros, tantas veces perdonados por Él, imitemos su misericordia y su generosidad, compadeciéndonos y preocupándonos de todos los que padecen alguna necesidad, especialmente, la de no conocer a Jesucristo, y su mensaje de paz y de alegría.
Texto completo de la carta del papa al director del diario 'La Repubblica', publicada el 11 de Septiembre de 2013 por este importante cotidiano italiano y traducida al idioma español (Zenit.org)
Apreciado doctor Scalfari:
Es con profunda cordialidad que al menos a grandes líneas quisiera tratar de responder a la carta que, desde las páginas de La Repubblica, se ha querido dirigir a mi el 7 de julio con una serie de reflexiones personales, que luego ha enriquecido en las páginas del mismo diario el 7 de agosto. Le agradezco, en primer lugar, por la atención con la que leyó la encíclica Lumen Fidei. La cual en la intención de mi amado predecesor, Benedicto XVI, que la concibió y escribió gran parte, y la que con gratitud, heredé, se dirige no solo a confirmar en la fe en Jesucristo a aquellos que en aquella ya se reconocen, sino también para despertar un diálogo sincero y riguroso con los que, como Usted, se define "un no creyente por muchos años, interesado y fascinado por la predicación de Jesús de Nazaret".
Por lo tanto, creo que es muy positivo, no solo para nosotros individualmente, sino también para la sociedad en la que vivimos, detenernos para dialogar de algo tan importante como es la fe, que se refiere a la predicación y a la figura de Jesús. Creo que hay, en particular, dos circunstancias que hacen que este diálogo sea hoy sea un deber y algo valioso.
Como se sabe, uno de los principales objetivos del Concilio Vaticano II, querido por el papa Juan XXIII y por el ministerio de los papas, es la sensibilidad y contribución que cada uno desde entonces hasta ahora ha dado según el patrón establecido por el Concilio. La primera de las circunstancias --como se recuerda en las páginas iniciales de la Encíclica-- deriva del hecho que a lo largo de los siglos de la modernidad , se produjo una paradoja: la fe cristiana, cuya novedad e incidencia sobre la vida del hombre desde el principio han sido expresados precisamente a través del símbolo de la luz, a menudo ha sido calificada como la oscuridad de la superstición que se opone a la luz de la razón. Así entre la Iglesia y la cultura de inspiración cristiana, por una parte, y la cultura moderna de carácter iluminista, por la otra, se ha llegado a la incomunicación. Ahora ha llegado el momento, y el Vaticano II ha inaugurado justamente la estación, de un diálogo abierto y sin prejuicios que vuelva a abrir las puertas para un serio y fructífero encuentro.
La segunda circunstancia, para quien busca ser fiele al don de seguir a Jesús en la luz de la fe, viene del hecho de que este diálogo no es un accesorio secundario de la existencia del creyente: es en cambio una expresión íntima e indispensable. Permítame citarle una afirmación en mi opinión muy importante de la Encíclica: visto que la verdad testitimoniada por la fe es aquella del amor –subraya-- «está claro que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; por el contrario, la verdad lo hace humilde, consciente de que, más que poseerla nosotros, es ella la que nos abraza y nos posee. Lejos de ponernos rígidos, la seguridad de la fe nos pone en camino, y hace posible el testimonio y el diálogo con todos» ( n. 34 ). Este es el espíritu que anima las palabras que le escribo.
La fe, para mí, nace de un encuentro con Jesús. Un encuentro personal, que ha tocado mi corazón y ha dado una dirección y un nuevo sentido a mi existencia. Pero al mismo tiempo es un encuentro que fue posible gracias a la comunidad de fe en la que viví y gracias a la cual encontré el acceso a la sabiduría de la Sagrada Escritura, a la vida nueva que como agua brota de Jesús a través de los sacramentos, de la fraternidad con todos y del servicio a los pobres, imagen verdadera del Señor.
Sin la Iglesia –créame--, no habría sido capaz de encontrar a Jesús , mismo siendo consciente de que el inmenso don que es la fe se conserva en las frágiles odres de barro de nuestra humanidad. Y es aquí precisamente, a partir de esta experiencia personal de fe vivida en la Iglesia, que me siento cómodo al escuchar sus preguntas y en buscar, junto con Usted, el camino a través del cual podamos, quizás, comenzar a hacer una parte del camino juntos.
Perdóneme si no sigo paso a paso los argumentos propuestos por usted en el editorial del 7 de julio. A mí me parece más fructífero --o por lo menos es más agradable para mí-- ir de una determinada manera al corazón de sus consideraciones. No entro ni siquiera en el modo de exposición seguida por la Encíclica, en la que Usted advierte la falta de una sección dedicada específicamente a la experiencia histórica de Jesús de Nazaret.
Observo únicamente, para empezar, que un análisis de este tipo no es secundario. Se trata de hecho, siguiendo después la lógica que guía el desarrollo de la encíclica, de centrar la atención sobre el significado de lo que Jesús dijo e hizo, y así, en última instancia, de lo que Jesús fue y es para nosotros. Las cartas de Pablo y el evangelio de Juan, a los que se hace especial referencia en la Encíclica, se construyen, de hecho, en el sólido fundamento del ministerio mesiánico de Jesús de Nazaret, que llegan a su auge resolutivo en la pascua de muerte y resurrección. Así es que, es necesario confrontarse con Jesús, diría yo, en la realidad y la rudeza de su historia, así como se nos relata sobre todo en el Evangelio más antiguo, el de Marcos.
Observamos entonces que el «escándalo» que la palabra y la práctica de Jesús causan alrededor de él, derivan de su extraordinaria «autoridad»: una palabra, esta, atestiguada desde el Evangelio de Marcos, pero que no es fácil reportar bien en italiano. La palabra griega es «exousia», que literalmente se refiere a lo que «viene del ser», de lo que es. No se trata de algo externo o forzado, sino de algo que emana de su interior y que se impone por sí mismo. Jesús realmente golpea, confunde, innova --como él mismo dice-- a partir de su relación con Dios, llamado familiarmente Abbà, lo que le da a esta «autoridad» para que él la emplee a favor de los hombres.
Así, Jesús predica «como quien tiene autoridad», cura, llama a sus discípulos a seguirle, perdona... cosas todas que en el Antiguo Testamento, son de Dios y solo de Dios. La pregunta que más retorna en el Evangelio de Marcos es: «¿Quién es este que ...?» , y que tiene que ver con la identidad de Jesús, nace de la constatación de una autoridad diferente a la del mundo, una autoridad que no tiene la intención de ejercer el poder sobre los demás, sino para servir , para darles la libertad y la plenitud de la vida. Y esto al punto de jugarse la propia vida, hasta experimentar la incomprensión, la traición, el rechazo; hasta ser condenado a muerte, hasta caer en el estado de abandono sobre la cruz.
Pero Jesús se mantuvo fiel a Dios hasta el final. Y es precisamente entonces --como exclama el centurión romano al pie de la cruz, en el Evangelio de Marcos--, cuando Jesús se muestra, paradójicamente, ¡como el Hijo de Dios! Hijo de un Dios que es amor y que quiere, con todo su ser, que el hombre, cada hombre, se descubra y viva también él como su verdadero hijo. Esto, para la fe cristiana, está certificado por el hecho de que Jesús ha resucitado: no para demostrar el triunfo sobre aquellos que lo han rechazado, sino para dar fe de que el amor de Dios es más fuerte que la muerte, que el perdón de Dios es más fuerte que todo pecado , y que vale la pena emplear la propia vida, hasta el final, para dar testimonio de este gran regalo.
La fe cristiana cree que esto: que Jesús es el Hijo de Dios que vino a dar su vida para abrir a todos el camino del amor. Por lo tanto tiene razón, querido doctor Scalfari , cuando ve en la encarnación del Hijo de Dios la piedra angular de la fe cristiana. Tertuliano escribía: «caro cardo salutis», la carne (de Cristo) es la base de la salvación. Porque la encarnación, es decir, el hecho de que el Hijo de Dios haya venido en nuestra carne y haya compartido alegrías y tristezas, triunfos y derrotas de nuestra existencia, hasta el grito de la cruz, experimentando todo en el amor y en la fidelidad al Abbà, testimonia el increíble amor que Dios tiene respecto a cada hombre, el valor inestimable que le reconoce. Cada uno de nosotros, por lo tanto, está llamado a hacer suya la mirada y la elección del amor de Jesús, para entrar en su manera de ser, de pensar y de actuar. Esta es la fe, con todas las expresiones que se describen puntualmente en la Encíclica.
Siempre en el editorial del 7 de julio, Usted me pregunta también cómo entender la originalidad de la fe cristiana, ya que esta se basa precisamente en la encarnación del Hijo de Dios, en comparación con otras creencias que giran en trono a la absoluta trascendencia de Dios. La originalidad, diría yo, radica en el hecho de que la fe nos hace partícipes, en Jesús, en la relación que Él tiene con Dios, que es Abbà y, de este modo, en la la relación que Él tiene con todos los demás hombres, incluidos los enemigos, en signo del amor.
En otras palabras, la filiación de Jesús, como ella se presenta a la fe cristiana, no se reveló para marcar una separación insuperable entre Jesús y todos los demás: sino para decirnos que , en Él, todos estamos llamados a ser hijos del único Padre y hermanos entre nosotros. La singularidad de Jesús es para la comunicación, y no para la exclusión. Por cierto, de aquello se deduce también --y no es poca cosa--, aquella distinción entre la esfera religiosa y la esfera política, que está consagrado en el «dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César», afirmada claramente por Jesús y en la que, con gran trabajo, se ha construido la historia de Occidente.
La Iglesia, por lo tanto, está llamada a diseminar la levadura y la sal del Evangelio, y por lo tanto, el amor y la misericordia de Dios que llega a todos los hombres, apuntando a la meta ultraterrena y definitiva de nuestro destino, mientras que a la sociedad civil y política le toca la difícil tarea de articular y encarnar en la justicia y en la solidaridad, en el derecho y en la paz, una vida cada vez más humana. Para los que viven la fe cristiana, eso no significa escapar del mundo o de la investigación de cualquier hegemonía , pero al servicio de la humanidad, a todo el hombre y a todos los hombres, a partir de la periferia de la historia y suscitando el sentido de la esperanza que impulsa a hacer el bien a pesar de todo y mirando siempre más allá.
Usted me pregunta también, al término de su primer artículo, qué debemos decirle a nuestros hermanos judíos sobre la promesa hecha a ellos por Dios: ¿acaso quedó en el vacío? Es esta –créame-- una pregunta que nos desafía radicalmente, como cristianos, ya que con la ayuda de Dios, especialmente a partir del Concilio Vaticano II, hemos descubierto que el pueblo judío sigue siendo para nosotros, la raíz santa de la que germinó Jesús. También yo, en la amistad que he cultivado a lo largo de todos estos años con nuestros hermanos judíos, en Argentina, muchas veces me cuestioné ante Dios en la oración, sobre todo cuando la mente se iba al recuerdo de la terrible experiencia de la Shoah. Lo que puedo decirle, con el apóstol Pablo, es que nunca ha fallado la fidelidad de Dios a su alianza con Israel y que, a través de las pruebas terribles de estos siglos, los judíos han conservado su fe en Dios. Y por esto, con ellos nunca seremos lo suficientemente agradecidos como Iglesia, sino también como humanidad. Ellos justamente perseverando en la fe en el Dios de la alianza los invitan a todos, también a nosotros cristianos, al estar siempre a la espera, como los peregrinos, del regreso del Señor y que por lo tanto, siempre debemos estar abiertos a Él y nunca cerrarnos ante lo que ya hemos alcanzado.
Llego así a las tres preguntas que me pone en el artículo del 7 de agosto. Me parece que, en los dos primeros, lo que le su corazón quiere es entender la actitud de la Iglesia hacia los que no comparten la fe de Jesús.
En primer lugar, me pregunta si el Dios de los cristianos perdona a los que no creen y no buscan la fe. Teniendo en cuenta que --y es la clave-- la misericordia de Dios no tiene límites si nos dirigimos a Él con un corazón sincero y contrito, la cuestión para quienes no creen en Dios es la de obedecer a su propia conciencia. El pecado, aún para los que no tienen fe, existe cuando se va contra la conciencia. Escuchar y obedecerla significa de hecho, decidir ante lo que se percibe como bueno o como malo. Y en esta decisión se juega la bondad o la maldad de nuestras acciones.
En segundo lugar, Ud. me pregunta si el pensamiento según el cual no existe ningún absoluto, y por lo tanto ninguna verdad absoluta, sino solo una serie de verdades relativas y subjetivas, se trate de un error o de un pecado. Para empezar, yo no hablaría, ni siquiera para quien cree, de una verdad «absoluta», en el sentido de que absoluto es aquello que está desatado, es decir, que sin ningún tipo de relación. Ahora, la verdad, según la fe cristiana, es el amor de Dios hacia nosotros en Cristo Jesús. Por lo tanto, ¡la verdad es una relación! A tal punto que cada uno de nosotros la toma, la verdad, y la expresa a partir de sí mismo: de su historia y cultura, de la situación en la que vive, etc. Esto no quiere decir que la verdad es subjetiva y variable, ni mucho menos. Pero sí significa que se nos da siempre y únicamente como un camino y una vida. ¿No lo dijo acaso el mismo Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida»? En otras palabras, la verdad es en definitiva todo un uno con el amor, requiere la humildad y la apertura para ser encontrada, acogida y expresada. Por lo tanto, hay que entender bien las condiciones y, quizás, para salir de los confines de una contraposición... absoluta, replantear en profundidad el tema. Creo que esto es hoy una necesidad imperiosa para entablar aquel diálogo pacífico y constructivo que deseaba desde el comienzo de esta mi opinión.
En la última pregunta me interroga si, con la desaparición del hombre sobre la tierra, desaparecerá también el pensamiento capaz de pensar en Dios. Es verdad, la grandeza del hombre está en ser capaz de pensar en Dios. Y por lo tanto, en el poder vivir una relación consciente y responsable con Él.
Pero la relación es entre dos realidades. Dios --este es mi pensamiento y esta es mi experiencia, ¡y cuántos, ayer y hoy lo comparten!--, no es una idea, aunque sea un alto fruto del resultado del pensamiento del hombre. Dios es una realidad con la «R» mayúscula. Jesús lo revela --y tiene una relación viva con Él--, como un Padre de infinita bondad y misericordia. Dios no depende, por lo tanto, de nuestra forma de pensar. Y de otro lado, mismo cuanto terminará la vida del hombre sobre la tierra – y para la fe cristiana de todos modos, este mundo así como lo conocemos está destinado a tener un fin-- el hombre no acabará de existir, y en una manera que nosotros no sabemos, tampoco el universo que fue creado con él. La Escritura habla de «cielos nuevos y tierra nueva» y afirma que, al final, en el dónde y en el cuándo, que está más allá de nosotros, pero hacia el cual, en la fe tendemos con deseo y espera, Dios será «todo en todos».
Estimado doctor Scalfari, concluyo así mis reflexiones, suscitadas por lo que ha querido decirme y preguntarme. Acójalas como una respuesta tentativa y provisional, pero sincera y confiada, con la invitación que le hice de andar una parte del camino juntos. La Iglesia, créame, a pesar de todos los retrasos, infidelidades, errores y pecados que haya cometido y todavía pueda cometer en los que la componen, no tiene otro sentido ni propósito que no sea vivir y dar testimonio de Jesús: Él que fue enviado por el Abbà «para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc. 4, 18-19).
Con fraternal cercanía,
Francesco
Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.
Reflexión del sacerdote Don Juan Pérez Piñero ante la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz
FIESTAS DEL CRISTO DE LA LAGUNA
LA EXALTACION DE LA SANTA CRUZ
Estos días, en La Laguna, son las Fiestas del Stmo. Cristo. Y en toda la Iglesia, el día más importante, el sábado día 14, es también fiesta, porque se trata de La Exaltación de la Santa Cruz.
Pero, ¿cómo podemos exaltar una cruz, instrumento muy antiguo de muerte, de vergüenza, de afrenta?
S. Pablo nos dirá que “Cristo por nosotros se hizo un maldito. Porque está escrito: Maldito el que cuelga de un madero” (Gál 3, 13)
¡He ahí la cruz, signo de muerte y de infamia!
Sin embargo, está escrito: “Para los que aman a Dios todo les sirve para el bien” (Rom 8, 28)
Del sufrimiento, del mal, y de la misma muerte, puede extraerse algún bien. Ya dice el refrán: “No hay mal que por bien no venga”.
Por eso en la hora del sufrimiento, tendríamos que preguntarnos: ¿Y qué bien querrá el Señor que saque de este mal?
¡Jesucristo es el cumplimiento de la Palabra escrita!
Por eso ¡Nadie como Él ha sabido sacar bien del mal!
“¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo…!” (Lc 23, 21), gritaban los judíos en el Pretorio.
Desde entonces el Señor es “El Crucificado” por excelencia.
Pero, por su Pasión y Muerte, terrible e ignominiosa, y por su Resurrección gloriosa, obtiene para todo el mundo los bienes de la salvación. Salvación que significa liberación del pecado, de la muerte y del mal y de sus consecuencias. Que es un torrente de vida, de dicha y de felicitad para todos, en el tiempo y en la eternidad. Que es anuncio de liberación integral para todo hombre oprimido por cualquier tipo mal.
¡Desde aquel día la cruz cambió de significado!
Después de la muerte de Cristo no se abolió la crucifixión, pero la cruz quedó ya herida de muerte. Porque la misma cruz, como decía antes, había cambiado de sentido: vida, salvación, dicha verdadera… Raíz y fundamento de toda esperanza, estimulo y aguijón del amor que se entrega.
Por eso se han hecho cantos, himnos, poemas, a la “Santa Cruz”. Y hay una fiesta en la que se exalta la Santa Cruz. Es la que celebramos estos días. Y a la luz de esta fiesta, se celebran en toda la Isla de Tenerife las fiestas de “los cristos”.
Es ésta una fiesta muy antigua. Su luz bienhechora ha cruzado, radiante, toda la historia de la Cristiandad. Está vinculada a la Dedicación en Jerusalén de dos basílicas: La del Gólgota y la de la Resurrección.
Era, en efecto, el 13 de Septiembre del año 335. Al día siguiente, es decir, el día 14, se exponía a la veneración de los fieles “la verdadera cruz del Señor”, que había sido encontrada por Santa Elena, la madre del Emperador Constantino, un 14 de Septiembre.
¡Era la exaltación de la Santa Cruz! ¡Nacía una nueva fiesta cristiana!
Cantemos, por tanto, al árbol de la Cruz por el que Cristo, el Señor, no cesa de proclamar, especialmente en la Celebración Eucarística, dónde se encuentran las fuentes de la salvación y de la vida.
¡Salve, Cruz! ¡Esperanza de un mundo sediento, y atormentado por tantas cruces que aún persisten! ¡En ti contemplamos y exaltamos el origen y el fundamento de nuestra salvación, de nuestra victoria!
¡FELICES FIESTAS!
Zenit publica las palabras del santo padre en la audiencia del miércoles 11 de septiembre de 2013
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Retomamos hoy las catequesis sobre la Iglesia en este "Año de la fe". Entre las imágenes que el Concilio Vaticano II ha elegido para hacernos entender mejor la naturaleza de la Iglesia, está la de "madre": la Iglesia es nuestra madre en la fe, en la vida sobrenatural (cfr. Cost. dogm. Lumen gentium, 6.14.15.41.42). Es una de las imágenes más usadas por los Padres de la Iglesia en los primeros siglos y creo que pueda ser útil también para nosotros. Para mí es una de las imágenes más bellas de la Iglesia: ¡la Iglesia madre! ¿En qué sentido y en qué forma la Iglesia es madre? Partamos de la realidad humana de la maternidad: ¿qué hace una madre?
1. En primer lugar una madre genera la vida, lleva en su vientre durante nueve meses al propio hijo y después lo abre a la vida, generándolo. Así es la Iglesia: nos genera en la fe, por obra del Espíritu Santo que la hace fecunda, como la Virgen María. La Iglesia y la Virgen María son madres, ambas; ¡lo que se dice de la Iglesia se puede decir también de la Virgen y lo que se dice de la Virgen se puede decir también de la Iglesia! Cierto la fe es un acto personal: "yo creo", yo personalmente respondo a Dios que se hace conocer y quiere entrar en amistad conmigo (cfr Enc. Lumen fidei, n. 39). Pero la fe yo la recibo de otros, en una familia, en una comunidad que me enseña a decir "yo creo", "nosotros creemos". ¡Un cristiano no es una isla! Nosotros no nos hacemos cristianos en laboratorio, solos y con nuestras fuerzas, sino que la fe es un don de Dios que nos viene dado por la Iglesia a través de la Iglesia. Y la Iglesia nos da la vida de fe en la bautismo: ese es el momento en que nos hace nacer como hijos de Dios, el momento en el que nos dona la vida de Dios, nos genera como madre.
Si ustedes van al Batisterio de San Juan de Letrán, dentro hay una inscripción en latín que dice más o menos así: "Aquí nace un pueblo de estirpe divina, generado por el Espíritu Santo que fecunda estas aguas, la Madre Iglesia da a luz a sus hijos en estas olas". Esto nos hace entender algo importante: nuestro formar parte de la Iglesia no es un hecho exterior y formal, no es rellenar una carta que nos dan, sino que es un acto interior y vital: no se pertenece a la Iglesia como se pertenece a una sociedad, a un partido o a cualquier otra organización. La unión es vital, como la que se tiene con la propia madre, porque, como afirma san Agustín, "la Iglesia es realmente madre de los cristianos" (De moribus Ecclesiae, I,30,62-63: PL 32,1336). Preguntémonos ahora: ¿cómo veo yo la Iglesia? ¿Agradezco también a mis padres porque me han dado la vida, agradezco a la Iglesia porque me ha generado en la fe a través del bautismo? ¿Cuántos cristianos recuerdan la fecha de su bautizo?
Quisiera hacer esta pregunta aquí a vosotros, pero que cada uno responda en su corazón: ¿cuántos de ustedes recuerdan la fecha de su bautizo? Algunos levantan las manos, pero ¡cuantos no la recuerdan! Pero la fecha del bautizo es la fecha de nuestro nacimiento a la Iglesia, ¡la fecha en la que nuestra madre Iglesia nos ha dado a luz! Y ahora os dejo una tarea para casa. Cuando hoy ustedes vuelvan a casa, vayan a buscar bien cuál es la fecha del bautismo, y esto para festejarlo, para dar gracias al Señor por este don ¿Lo harán? ¿Amamos la Iglesia como se ama a la propia madre, sabiendo también comprender sus defectos? Todas las madres tienen defectos, todos tenemos defectos, pero cuando se habla de los defectos de la madre nosotros los cubrimos, los amamos así. Y la Iglesia tiene también sus defectos: ¿la amamos así como a la madre, la ayudamos a ser más bella, más auténtica, más según el Señor? Les dejo estas preguntas, pero no se olviden de la tarea: buscar la fecha del bautismo para tenerla en el corazón y festejarla.
2. Una madre no se limita a dar la vida, si no que con gran cuidado ayuda a sus hijos a crecer, les da la leche, les alimenta, enseña el camino de la vida, les acompaña siempre con sus atenciones, con su afecto, con su amor, también cuando son mayores. Y en esto sabe también corregir, perdonar, comprender, saber estar cerca en la enfermedad, en el sufrimiento. En una palabra, una buena madre ayuda a los hijos a salir de sí mismos, a no quedarse cómodamente bajo las alas maternas, como una cría de pollo que está bajo las alas de la gallina. La Iglesia como buena madre hace lo mismo: acompaña nuestro crecimiento transmitiendo la Palabra de Dios, que es una luz que nos indica el camino de la vida cristiana; administrando los sacramentos. Nos alimenta con la eucaristía, nos lleva el perdón de Dios a través del sacramento de la reconciliación, nos sostiene en el momento de la enfermedad con la unción de enfermos. La Iglesia nos acompaña en toda nuestra vida de fe, en toda nuestra vida cristiana. Podemos hacernos entonces otras preguntas: ¿qué relación tengo con la Iglesia? ¿La siento como madre que me ayuda a crecer como cristiano? ¿Participo en la vida de la Iglesia, me siento parte de ella? ¿Mi relación es formal o es vital?
3. Un tercer breve pensamiento. En los primeros siglos de la Iglesia, estaba bien clara una realidad: la Iglesia, mientras es madre de los cristianos, mientras "hace" los cristianos, está también "hecha" de ellos. La Iglesia no es algo distinto de nosotros mismos, pero vista como la totalidad de los creyentes, como el "nosotros" de los cristianos: yo, tú, nosotros somos parte de la Iglesia. San Jerónimo escribía: "La Iglesia de Cristo no es otra cosa si no las almas de los que creen en Cristo" (Tract. Ps 86: PL 26,1084). Por tanto, la maternidad de la Iglesia la vivimos todos, pastores y fieles.
A veces escucho: "yo creo en Dios pero no en la Iglesia... He oído que la Iglesia dice...los curas dicen..." Pero una cosa son los sacerdotes, pero la Iglesia no está formada solo de sacerdotes, ¡la Iglesia somos todos" Y si tú dices que crees en Dios y no crees en la Iglesia, estás diciendo que no crees en ti mismo; y esto es una contradicción. La Iglesia somos todos, desde el niño recién bautizado hasta los obispo, el papa; todos somos Iglesia y todos somos iguales a los ojos de Dios! Todos estamos llamados a colaborar al nacimiento de la fe de nuevos cristianos, todos estamos llamados a ser educadores en la fe, y anunciar el Evangelio. Cada uno que se pregunte: ¿qué hago yo para que otros puedan compartir la fe cristiana? ¿Soy fecundo en mi fe o cerrado? Cuando repito que amo una Iglesia no cerrada en su recinto, pero capaz de salir, de moverse, también con algún riesgo, para llevar a Cristo a todos, pienso a todos, a mí, a ti, ¡a cada cristiano! Todos participamos de la maternidad de la Iglesia, para que la luz de Cristo alcance los extremos de los confines de la tierra. ¡Y viva la Santa Madre Iglesia!
A los peregrinos de lengua española les ha dirigido estas palabras:
Queridos hermanos y hermanas:
Retomamos hoy las catequesis sobre el misterio de la Iglesia, en este Año de la fe, con la imagen de la "Madre". El Concilio Vaticano II dice que la Iglesia es nuestra madre en la fe, en la vida sobrenatural.
Ante todo, la Iglesia es madre porque engendra nuevos cristianos. Por el Bautismo, los hace nacer a la vida divina y establece con ellos un vínculo vital, interior, como el de una madre con sus hijos.
Además, como buena madre, los ayuda a crecer y a ser responsables, los alimenta, los educa, los cuida con ternura a lo largo de su vida. Así, la Iglesia nos anuncia la Palabra de Dios como luz para el camino, nos nutre con la Eucaristía, nos procura el perdón divino, nos sostiene en los momentos de sufrimiento y dificultad.
Y, finalmente, como todos formamos la Iglesia, su maternidad incluye también la solicitud de los unos por los otros. Todos, pastores y fieles, estamos llamados a colaborar en la transmisión de la fe, en el anuncio del Evangelio, en la atención a los necesitados… para hacer fecunda a la Iglesia.
Preguntémonos: ¿Honro a la Iglesia como madre? ¿Participo en los sacramentos, escucho la Palabra de Dios en comunidad? Y sobre todo, ¿comparto su cuidado maternal por mis hermanos?
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, México, El Salvador, Venezuela, Paraguay, Colombia, Argentina y los demás países latinoamericanos. Invoquemos juntos al Espíritu Santo, para que conceda fecundidad a la Iglesia, no le permita que se cierre en sí misma, y salga a llevar la luz de Cristo hasta los confines de la tierra. Muchas gracias.
Traducido del italiano por Rocío Lancho García
El domingo 8 de setiembre de 2013 con una misa solemne ha iniciado la conmemoración de los 500 años de la erección de la primera diócesis en tierra firme americana: Santa María la Antigua en Panamá.
Un acto que cerró todo un período de preparación, que incluyó el peregrinaje durante un año de la venerada imagen de la Virgen María, que fuera bendecida en octubre de 2012 en el Vaticano por el papa Benedicto XVI.
Con tal motivo, monseñor José Domingo Ulloa Mendieta, OSA, arzobispo metropolitano de Panamá, presidente de la Conferencia Episcopal Panameña y del Secretariado Episcopal Centroamericano, pronunció la homilía. (Zenit.org)
Queridos hermanos en el episcopado:
Monseñor Andrés Carrascosa, Nuncio Apostólico en Panamá
Mons. Audilio Aguilar, Obispo de la Diócesis de Santiago y Administrador de la Diócesis de Colón – Kuna Yala.
Mons. Uriah Ashley, Obispo de la Diócesis de Penonomé.
Mons. Pedro Hernández Cantarero, Obispo del Vicariato Apostólico de Darién.
Mons. José Luis Lacunza, Obispo de la Diócesis de David
Mons. Pablo Varela Server, Obispo Auxiliar de Panamá
Mons. José Dimas Cedeño Delgado, Arzobispo Emérito de la Arquidiócesis de Panamá
Mons. Fernando Torres Durán, Obispo Emérito de la Diócesis de ChitréMons. Oscar Mario Brown Jiménez, Obispo Emérito de la Diócesis de Santiago
Queridos sacerdotes, religiosas, seminaristas y fieles en general:
Con gozo hemos llegado hasta el atrio de la Catedral Metropolitana, luego de participar de la procesión acuática, que nos ha recordado cómo nos llegó la fe bajo la advocación de Santa María la Antigua, a través del mar.
Hemos caminado por la Cinta Costera rezando y alabando a nuestra Madre Celestial, como peregrinos que caminan hacia el encuentro del Señor. Y ahora aquí nos congregamos entorno a la mesa eucarística, para celebrar la XLII Cita Eucarística, que este año se reviste de una particularidad muy especial: Hace 500 años -el 9 de septiembre de 1513- la fe cristiana católica llegó oficialmente a este pequeño Istmo Panameño, mediante un acto jurídico de la Suprema autoridad de la Iglesia Católica en la persona de Su Santidad el Papa León Décimo, quien firmó la Bula Pontificia, con la que creó la Diócesis de Santa María la Antigua del Darién, la primera en tierra firme.
Si bien es cierto que en 1511 se habían creado las tres primeras diócesis del Continente (Santo Domingo, la Vega y Puerto Rico), éstas se encontraban en islas del Caribe.
Al fundarse el primer asiento de los españoles en tierra firme americana, en los territorios del cacique Cémaco, el rey Fernando V pidió al Papa León Décimo que creara allí un obispado, para iniciar desde ese lugar la gran tarea de anunciar a Jesucristo al resto de las poblaciones de este gran continente, cuya forma y extensión se ignoraban.
Cuando el primer Obispo, Fray Juan de Quevedo, llegó al pequeño poblado llamado Santa María la Antigua [en honor a la Santísima Virgen venerada en Sevilla], es recibido con alegría y esperanza por el grupo de moradores indígenas y españoles, y encabezados por el Alcalde mayor Vasco Núñez de Balboa, cantan el TEDEUM en el rancho – capilla dedicado a Santa María la Antigua, ya convertida en la primera Catedral de tierra firme, abriéndose así una nueva página para la historia civil y eclesiástica del Continente recién descubierto.
Esa misma sede, se autorizó para que fuese trasladada el 1 de diciembre de 1521, al lugar que conocemos como Panamá la Vieja. Luego fue pasada, el 21 de enero de 1673, a la nueva ciudad de Panamá, donde el entonces obispo Antonio de León señaló el sitio donde debía erigirse la nueva Catedral, en cuyo atrio estamos celebrando esta gran Cita Eucarística.
Esta Iglesia particular de Santa María la Antigua empezó a multiplicarse cuando se crearon otras diócesis: el 2 de septiembre de 1530 la diócesis de Méjico; el 21 de junio la de Coro-Venezuela; el 13 de noviembre de 1543 la de León, Nicaragua; el 18 del mismo año se creó la de Guatemala. De esta manera fueron naciendo las casi dos mil Iglesias que existen actualmente en América.
El 9 de septiembre es una fecha importante para todos los panameños, porque tenemos la dicha y el honor inmerecido de pertenecer a esta Iglesia que nació bajo la protección de Santa María la Antigua hace 500 años.
Patrona de la Arquidiócesis y de todo Panamá́
La devoción a Santa María la Antigua ha sido recuperada e impulsada en nuestro país gracias a la tenacidad y al celo apostólico del Arzobispo Emérito de Panamá, Mons. José Dimas Cedeño Delgado, que nos acercó a la verdad histórica de los acontecimientos que rodearon la creación de la primera diócesis en tierra firme.
Usted Monseñor José Dimas, ha hecho posible despertar la conciencia histórica de las raíces de nuestra identidad católica, como intuyeron Mons. Tomás Alberto Clavel Méndez, al designar la primera Universidad Católica con el nombre de Santa María la Antigua; y Mons. Marcos Gregorio McGrath al erigir la primera parroquia con el nombre de Santa María la Antigua.
También debemos reconocer el empeño en propagar la devoción a Santa María la Antigua, por parte del P. Rafael del Valle y de quien fue su gran devoto Pedro Chávez. Y también de muchos historiadores por mencionar solo unos: el Rvdo. P. Alfredo Morín, y el Dr. Alberto Osorio entre otros.
Estando al frente de la Arquidiócesis Mons. José́ Dimas Cedeño Delgado proclamó el 9 de septiembre de 1999, oficialmente a Santa María la Antigua, Patrona de la Arquidiócesis de Panamá́.
En el año 2000, el Gobierno Nacional, presidido por la Presidenta Mireya Moscoso, y la Conferencia Episcopal Panameña, la proclaman oficialmente Patrona de la Republica de Panamá́.
Nuestro amor a la Virgen María
En el contexto de la celebración de estos 500 años de la llegada del evangelio a tierra firme, hemos querido que el pueblo católico tuviese ese encuentro con su Patrona. Es así que la imagen de la Virgen Peregrina recorrió las diócesis del país, lo que permitió que los fieles pudiesen reencontrarse con su historia y fortalecer su amor a la Santísima Virgen María.
Santa María no es una devoción extraña, siempre estuvo ahí en nuestra historia y cultura, basta preguntarles a nuestros hermanos de El Real de Santa María del Darién, que cada año celebran su fiesta con mucho fervor y reverencia. Lo mismo pueden decir nuestros hermanos de la Parroquia Santa María la Antigua, única parroquia con el nombre de esta advocación.
La Virgen en la identidad panameña
Sin saberlo, la primera advocación que llegó a América, Santa María la Antigua, fue penetrando en la cultura panameña en su esencia misma, de allí ese amor a la Virgen María, que se ha convertido en parte fundamental de nuestra identidad religiosa y católica.
Somos cristianos católicos que expresamos nuestro amor a la Madre de Dios de distintas maneras. No hay rincón en el país, donde no encontremos barriadas, comunidades, establecimientos que lleven su nombre. Y si llegamos a asomarnos dentro de los hogares, no faltará la imagencita que nos recuerda a nuestra Madre Santísima. Tanto es así que el Día de la Madre en Panamá fue elegido para que coincidiera con el día de la Inmaculada Concepción.
Lo sagrado de nuestra Madre Celestial
Recordemos que el Papa Pablo VI, el 21 de noviembre de 1964, al finalizar la tercera sesión del Concilio Vaticano II, llama a María “Madre de la Iglesia”. Cuando hizo esta proclamación se oyó en la Asamblea Conciliar la ovación más larga de todo el Concilio.
El llamar a María “Madre” no es metáfora, estamos expresando una realidad. María es nuestra Madre por muchas razones. Sabemos que Dios pudo encarnarse sin ayuda alguna, pero de hecho no aconteció así. Según la verdad revelada, Dios entró en la humanidad por el cauce normal de un proceso biológico, a partir de un embrión humano. Por eso se habla de maternidad divina. Este es el significado del primer dogma mariano proclamado con tanto júbilo en Efeso en el año 431, muchísimo antes que surgieran las sectas fundamentalista.
Si María es Madre de Cristo y Cristo es cabeza del Cuerpo Místico, y nosotros somos el Cuerpo Místico de Cristo, la que es madre de la cabeza es madre del cuerpo. María es Madre de la cabeza del Cuerpo Místico.
También María es nuestra Madre, porque el mismo Cristo tal como hemos escuchado en el evangelio, estando en la cruz, nos la dejó como Madre. Cuando Él le dice a Juan: “Aquí tienes a tu Madre”. En Juan estamos simbolizados todos nosotros, toda la humanidad. Al hacer esto Jesucristo quiso darle un significado especial a la Virgen en nuestra vida: para que acudamos a Ella. ¡Cuanto más amemos a María, más contento está Jesús! que, como todo hijo bien nacido, disfruta viendo a su Madre agasajada, honrada y amada.
Es curioso que en la historia todas las piedades que han dejado a María bajo el pretexto de ir más directamente a Cristo, hayan terminado dejando a Cristo. Quien tiene a María, tiene a Cristo. Quien deja a María, termina por dejar a Cristo.
Tenemos que pedirle a la Virgen, que engendró en su seno a Cristo, que lo engendre también en nuestro corazón. “Sin miedo pidámosle a Jesús que haga que nuestra vida con María esté cercada de espinas para que cuando nos alejemos de Ella nos duela”.
Por estas razones, un auténtico cristiano católico no puede decir que lo es, si no ama a María y cuando se ama, no podemos permitir bajo ninguna circunstancia, que un grupo o persona no creyentes -que no quieren aceptar la maternidad Virginal de María- la menosprecie o quiera rebajar su figura dentro del Proyecto de Salvación. ¡A la madre se le respeta!
Hoy nos urge ser coherentes con lo que decimos profesar. No podemos “utilizar” las Sagradas Escrituras ni el Magisterio de la Iglesia Católica, si no hemos acogido a María en nuestro corazón. Porque vivir el evangelio no es una opción filosófica sino una opción de vida, y una vida al estilo de Jesús, el gran Maestro. Lo demás es hipocresía y demagogia.
Nos encontramos personas que utilizan la Biblia para ajustarla a sus pareceres y “verdades torcidas”, a fin de argumentar sus posturas para desacreditar a la Iglesia. Se han convertido en especialistas de una fe que no profesan, en usar las palabras del Papa Francisco, para pedir a la Iglesia acciones en esa línea, pero que no son capaces de asumirlas en sus propias vidas. La revelación de Dios no debe ser usada como una pila de argumentos para tratar de minar la imagen de la Iglesia, la Iglesia de Jesucristo, en la que reconocemos que por estar constituida de seres humanos es pecadora, pero que por estar cimentada en Cristo, es Santa.
Presencia de la Iglesia en el pueblo
La Iglesia Católica en Panamá ha entretejido su historia con la historia del pueblo panameño. Requerimos levantar la mirada y ver los signos de la presencia de una fe que ha modelado nuestra nacionalidad, que ha influido en nuestra cultura, y en gran medida, nos ha hecho lo que somos. Solo hay que recorrer las páginas de la historia de nuestra nación para descubrir la íntima relación que tiene nuestra identidad nacional con nuestra identidad católica. La Iglesia a lo largo de estos 500 años ha caminado junto a su pueblo, ha vivido las alegrías, los dolores, las esperanzas, los proyectos, las aspiraciones y las necesidades del pueblo, especialmente del más necesitado.
Testimonio de todo recogidos en la historia eclesial y civil son las obras educativas, los hospicios, los hospitales; que reflejan la cercanía espiritual y solidaridad de muchos misioneros y misioneras. La Iglesia Católica, ha vibrado con su pueblo en su lucha por la independencia y la soberanía, e inclusive llegó a dar su aporte económico para contribuir alcanzarla. Todo esto ha sido ricamente expuesto en las recientes Jornadas Teológicas y el II Congreso de Historia Eclesiástica celebradas como preámbulo de esta gran celebración en la USMA en esta recién pasada semana.
En la actualidad, cientos de obras, entre las que se cuentan comedores, asilos, hogares para enfermos de VIH-sida, colegios, albergues para niños, jóvenes y adolescentes en riesgo social, y obras de voluntariado, que son regentadas por obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, y por un sinnúmero de fieles comprometidos con su fe y amor al prójimo.
Nuestra motivación es el mandamiento del amor, sin exclusión de nadie. Nuestra opción radical en la atención a los más necesitados e inclusive menospreciados. “Los desechados de la sociedad” son en la Iglesia la principal preocupación. Solo esto puede ser comprensible desde la fe en el Cristo que se entregó por nosotros y estamos llamados a hacer los mismo con nuestros hermanos, los empobrecidos.
Es esa fe la que celebramos en estos 500 años, y esta fe quedaría insípida si no se traduce en obras sociales hacia el prójimo. En consecuencia producto de este jubileo de los 500 años de la llegada de la fe, surgirán obras sociales como la Casa del Migrante, y el fortalecimiento de la Casa del Buen Samaritano, para quienes padecen el VIH-SIDA. También está el rescate de patrimonio histórico religioso en el Casco Antiguo, muy especialmente de nuestra Catedral.
Retos de la Iglesia Católica en Panamá
La Iglesia de Panamá, después de 500 años, sigue escuchando la Palabra de Dios, celebrando los sacramentos, practicando la caridad. Organizada y visible en sus parroquias, vicarías, comunidades religiosas, asociaciones de fieles, las curias diocesanas, la catequesis, la liturgia, la economía, la caridad, los pobres y olvidados, los misioneros... Pero también es consciente que debemos salir a la periferia, como nos ha animada el Documento de Aparecida, la Misión Permanente y más recientemente el Papa Francisco.
Aquí estamos llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo, como quiere la Iglesia latinoamericana y caribeña, impulsando una misión continental que llegue a la familia, a las personas, a la vida, a todos los pueblos y culturas (Cf. Documento final. Aparecida 2007, cap 7-10).
Asumimos este desafío con valentía porque como ha recalcado el Papa Francisco, "Prefiero una Iglesia accidentada por salir, que enferma por encerrarse".
Realidad Nacional
Permítanme ahora algunas palabras sobre el momento político que estamos viviendo en el país. Antes de hacerlo quisiera aclararles cuál es el rol de la Iglesia cuando habla y orienta, quiero hacerlo a través de las palabras del Papa Francisco.
Dice el papa Francisco: La Iglesia no debe ser como "una niñera que cuida al niño para que se duerma". Si así fuera, sería una "Iglesia adormecida". Quien ha conocido a Jesús tiene la fuerza y el coraje de anunciarlo. Del mismo modo, quien ha recibido el bautismo tiene la fuerza de caminar, de ir hacia adelante, de evangelizar. Y "cuando hacemos esto la Iglesia se convierte en madre que genera hijos", capaces de llevar a Cristo al mundo. (Papa Francisco abril del 2013).
Es así que Iglesia tampoco es un juez, que viene a juzgar las actuaciones de los funcionarios, de los políticos o de los ciudadanos. Como hemos expuesto la Iglesia, como Madre y Maestra, está llamada al anuncio de la Buena Noticia para que cada uno descubra su dignidad de hijos de Dios, y que en la libertad de los hijos de Dios puedan elegir el camino de Salvación o el de la perdición.
Como obispo de la Iglesia, reitero que el Pacto Ético Electoral tiene como único propósito brindar una herramienta para que se desarrolle un proceso electoral cívico y en paz, inspirado en el servicio para construir el bien común, que es la gran preocupación de los Obispos Panameños, especialmente cuando nos ubican como un país rico, pero con inequidades que mantienen a grandes sectores de la población en la marginación y pobreza.
El Pacto Ético no es un tema religioso, es un tema que le compete a toda la sociedad que quiera sobrevivir a la corrupción, a la injusticia social, y que aspira lograr un desarrollo que tenga como centro la dignidad humana de cada uno de los que habitamos este territorio panameño.
Cuando se viola el Pacto Ético no podemos conformarnos escuchando lo que decimos los Obispos. Esto exige de cada uno de los ciudadanos acciones concretas ante quienes actúan mal. El ciudadano debe rechazar, repudiar todo aquello que está fuera de la ética. No podemos seguir reproduciendo, retuitiando mensajes que no ayudan a edificar una cultura democrática y de paz.
Son esas pequeñas acciones que realizadas por todos, harán que aquellos políticos que recurren a las campañas sucias y a estrategias bajas cambien su manera de hacer política, que al final se convierte en politiquería.
Son ustedes ciudadanos, los que deben madurar en su opción política. No podemos ponderar lo malo, debemos ponderar todo aquello que edifique. En esto nos pueden ayudar los medios de comunicación; sigan informando, pero valoren lo realmente noticioso y reportando hechos, que realmente contribyan a crear un ambiente democrático y de paz. No dejen de informar, solo que dosifiquemos el tiempo que le dedicamos a las notas sensacionalistas, a los enfrentamientos estériles.
Debemos levantar una alianza por la paz e impedir que la inmadurez política destruya las bases de una sociedad que intenta consolidar su democracia.
Le corresponde a cada panameño, en su compromiso ciudadano, identificar claramente la campaña sucia, el ataque a la intimidad, al buen nombre, a la familia y rechazar todo lo que no aporte a la formación de propuestas sociales posibles, equitativas y transparentes.
Es hora que discernamos qué clase de gobernantes aspiramos tener para el próximo período, es una decisión histórica que afectará no solo nuestra vida individual sino de toda la sociedad.
La Iglesia, como Madre y Maestra, les pide hoy a todos los que están atrapados en esta red de insultos y golpes bajos, que busquen el bien y no el mal, que construyan en lugar de destruir; que iluminen la vida nacional, en lugar de sembrar oscuridades.
Hacen falta propuestas, y estas incluyen el qué hacer y cómo hacerlo. No más promesas. Ideas sí, proyectos realizables sí, con la persona humana como centro, con la intención de lograr su desarrollo integral y sostenible.
Proyecto en honor a Santa María la Antigua
En el marco de la celebración de los 500 de la llegada del evangelio al Istmo panameño y la presencia de la Iglesia Católica, resurgió la idea de hacer una imagen, que pudiese manifestar el don de la fe donada a los panameños y decidimos resaltar la imagen de la Patrona de Panamá. Esta idea no es nueva, ya años atrás se había evaluado.
Siempre ha sido un proyecto religioso y cultural de la Iglesia Católica. Su intención no es ostentar poder. La idea fundamental es dejar constancia de lo que es nuestra identidad católica en Panamá, como un legado a las presentes y futuras generaciones, para que propios y extraños puedan encontrarse con parte de nuestra historia.
Naturalmente, no faltaron las habituales críticas de quienes aprovechan cualquier oportunidad para atacar a la Iglesia.
Como pastor de esta Iglesia Católica quiero dejarles claro lo siguiente:
-Nunca hemos pretendido que este proyecto supusiera un olvido o afrenta para quienes pasan necesidad económica; eso contradice lo que es la opción evangélica de la Iglesia de Jesucristo. El proyecto no tiene comprometido recursos del Estado y mucho menos de las obras sociales de la Iglesia.
- Reiteramos que este proyecto de la Virgen es una iniciativa de la Iglesia Católica, por eso ha sido presentada inicialmente a nuestros colaboradores más cercanos –sacerdotes, diáconos, religiosas, seminaristas, laicos, con la finalidad de animar desde el seno eclesial la “suscripción popular”, para que libremente el pueblo católico panameño –individual o colectivamente- pueda dar su aporte para su confección, como ya lo han hecho. Solo bajo esta premisa es que se construirá esta imagen.
Los católicos no adoramos imágenes
También quiero decirles a los grupos que acusan falsamente a la Iglesia Católica de adorar imágenes, que los católicos no adoramos como dioses las imágenes de los santos o de la Virgen María. Sólo adoramos a Jesucristo, nuestro único Dios y Salvador, que con el Padre y el Espíritu Santo merece adoración, honor y gloria en la Trinidad Santa.
A la virgen y a los santos los veneramos, como todo pueblo recuerda con amor y gratitud a sus mejores antepasados, y los toma como ejemplo de vida. Y sabemos que las imágenes o pinturas religiosas son solamente una ayuda para ese recuerdo, y un alimento para nuestra piedad, como la fotografía de la madre difunta o de un heroico personaje histórico que nos ayuda a recordarles, porque merecen nuestro respeto. Insistir en que los católicos adoramos imágenes es una necedad.
Los verdaderos ídolos que hoy nos apartan del Señor y de nuestros hermanos no son precisamente estatuas de madera o de piedra, sino el afán egoísta de poder, el tener más que el ser. Es a partir de esto que nacen las injusticias, la corrupción, la violencia, el irrespeto a las personas y la familia. De esos ídolos tenemos que preocuparnos, y la Iglesia católica siempre denunciará sin miedo y con decisión, como lo hacía Jesús de Nazaret, estos actos pecaminosos que mantienen a gran sector de la población en la miseria y la pobreza.
Finalmente, hermanos y hermanas: no temamos en decirle a María que la amamos, que Ella es la llena de Gracia, porque de Ella nos viene la salvación. Agradezcamos a Dios el don de tener una Madre. Por experiencia lo sabemos, la madre es la que le da sentido a nuestra vida. Ella es la fuente de nuestra inspiración para ser mejores hijos y mejores ciudadanos.
Por eso sin miedo, sin complejos, agradezcamos a Dios, el regalado de vivir nuestra fe en el seno de nuestra Madre la Iglesia Católica, la que nos ofrece la seguridad en estos cinco puntos:
Apostolicidad: Francisco sucesor 266 de Pedro. Este servidor, sucesor 47 de Fray Juan de Quevedo, primer Obispo de la primera diócesis en tierra firme.
Los sacramentos: como alimento espiritual para nuestro caminar en la fe.
María: De la que nos vino la Salvación. Nuestra Madre y Mediadora
La Santidad: A la que debemos aspirar todos los que creemos en Jesucristo.
El cielo: La meta de todo creyente, porque si aquí en la tierra está bueno, allá arriba está mejor.
Hermanos y hermanas: No podemos amar a Jesús sin amar a María.
Frente al llamado del Santo Padre Francisco
Estamos convencidos de que nada se consigue con la guerra; de que la violencia sólo genera más violencia; por eso ningún país tiene la legitimidad para erigirse por sí solo como juez del mundo, y una injusticia no se remedia cometiendo otra peor. Como lo ha dicho el Santo Padre, sólo una cultura del encuentro, del diálogo, es el único camino hacia la paz.
No nos olvidemos Cristo enseñó a usar "las armas de la oración y el ayuno para arrojar al demonio, el homicida desde siempre y padre de la mentira. Usemos, pues, estos preciosos instrumentos para hacernos constructores de paz, la paz verdadera que es un don de Dios y que nace primeramente en el corazón de cada uno de nosotros; si tenemos paz, seremos dadores y constructores de paz, esa que tanto necesita el mundo y nuestra patria, esa que nace del amor y del perdón".
Que Nuestra Señora de la Antigua interceda "por nosotros, por el pueblo de Siria, y que nuestras oraciones y ayuno nos alcancen la paz para Panamá y el mundo, por la misericordia de Dios, que es un Dios de paz". Que el Señor los bendiga a todos…
Domingo 8 de septiembre de 2013
+ José D. Ulloa Mendieta, OSA
Arzobispo Metropolitano de Panamá
Presidente de la Conferencia Episcopal Panameña
y del Secretariado Episcopal Centroamericano
Palabras del papa durante la visita al Centro jesuita Astalli de Roma. 10 de septiembre de 2013 (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenas tardes!
Saludo en primer lugar a todos ustedes, refugiados y refugiadas. Hemos escuchado a Adam y a Carol: gracias por sus grandes testimonios. Cada uno de ustedes, queridos amigos, trae consigo una historia de vida que nos habla de los dramas de las guerras, de los conflictos, a menudo vinculados a las políticas internacionales.
Pero sobretodo cada uno de ustedes trae una riqueza humana y religiosa, una riqueza para acogerla, y no para temerla. Muchos de ustedes son musulmanes, de otras religiones; han venido de diferentes países, de situaciones diversas. ¡No debemos tener miedo de las diferencias! La fraternidad nos hace descubrir que son un tesoro. ¡Son un regalo para todos! ¡Vivamos la fraternidad!
¡Roma! Después de Lampedusa y de los otros lugares de llegada, para muchas personas nuestra ciudad es la segunda etapa. A menudo, como hemos escuchado, es un viaje difícil, agotador, incluso violento aquello que se ha afrontado; pienso especialmente en las mujeres, en las madres, que soportan esto con el fin de asegurar un futuro para sus hijos y la esperanza de una vida diferente para ellos y para su familia. Roma debe ser la ciudad que le permita encontrar una dimensión humana, para empezar a sonreír. ¿Cuántas veces, sin embargo aquí, como en otras partes, muchas personas que llevan escrito "protección internacional" en su permiso de residencia, se ven obligadas a vivir en situaciones difíciles, a veces con un trato degradante, ¡y sin la posibilidad de iniciar una vida digna, o a pensar en un nuevo futuro!
Gracias por ello, a los que, como este Centro y otros servicios eclesiales, públicos y privados, se ocupan en acoger a todas estas personas con un proyecto. Gracias al padre Giovanni y a los hermanos; a ustedes, trabajadores, voluntarios, benefactores, que no solo donan algo o su tiempo, sino que tratan de entrar en relación con los solicitantes de asilo y refugiados, a quienes reconocen como personas, comprometiéndose a encontrar respuestas concretas a sus necesidades. ¡Mantengan siempre viva la esperanza! ¡Ayuden a recuperar la confianza! Demostrar que con la acogida y la hermandad se puede abrir una ventana en el futuro; más de una ventana, diría una puerta, ¡y más aún si se puede tener un futuro!
Y es hermoso que en el trabajo a favor de los refugiados, junto con los jesuitas, hayan hombres y mujeres, cristianos e incluso no creyentes o de otras religiones, unidos en el nombre del bien común, que para nosotros los cristianos es una expresión del amor del Padre en Cristo Jesús. San Ignacio de Loyola deseaba que hubiera un espacio para dar cabida a los más pobres en el local donde tenía su residencia en Roma; y el padre Arrupe, en 1981, fundó el Servicio Jesuita para los Refugiados, y quiso que la sede romana se ubicara en esos espacios, en el corazón de la ciudad. Pienso ahora en aquella despedida espiritual del padre Arrupe en Tailandia, justamente en un centro de refugiados...
Servir, acompañar, defender: las tres palabras que son el programa de trabajo de los jesuitas y sus colaboradores.
Servir. ¿Qué quiere decir esto? Servir significa dar cabida a la persona que llega, con cuidado; significa agacharse hasta quien tiene necesidad y tenderle la mano, sin cálculos, sin miedo, con ternura y comprensión, así como Jesús se inclinó para lavar los pies de los apóstoles. Servir significa trabajar al lado de los más necesitados, estableciendo con ellos en primer lugar relaciones humanas, de cercanía, vínculos de solidaridad. Solidaridad, esta palabra que da miedo al mundo más desarrollado. Tratan de no decirla. Es casi un insulto para ellos. ¡Pero es nuestra palabra! Servir significa reconocer y acoger las exigencias de justicia, de esperanza y buscar juntos las vías, los caminos concretos de liberación.
Los pobres son también maestros privilegiados de nuestro conocimiento de Dios; su fragilidad y sencillez ponen al descubierto nuestros egoísmos, nuestras falsas certezas, nuestras pretensiones de autosuficiencia y nos guían a la experiencia de la cercanía y de la ternura de Dios, para recibir en nuestra vida su amor, la misericordia del Padre que, con discreción y paciente confianza, cuida de nosotros, de todos nosotros.
Desde este lugar de acogida, de encuentro y de servicio, quisiera que surgiera una pregunta para todos, para todas las personas que viven aquí en la diócesis de Roma: ¿Me inclino sobre quien está en problemas, o tengo miedo de ensuciarme las manos? ¿Estoy encerrado en mí mismo, en mis cosas, o me percato de los que necesitan ayuda? Me sirvo solo a mí mismo, o sé servir a los demás como Cristo, que vino a servir hasta dar su vida? ¿Miro a los ojos de los que buscan la justicia, o dirijo la mirada hacia el otro lado? ¿Acaso para no mirar a los ojos?
Acompañar. En los últimos años, el Centro Astalli ha hecho un camino. Al inicio ofrecía servicios de primera acogida: un comedor, una cama, ayuda legal… Después aprendió a acompañar a las personas en busca de trabajo y en la inserción social. Y luego también propuso actividades culturales, para contribuir al desarrollo de una cultura de la acogida, una cultura del encuentro y de la solidaridad, a partir de la protección de los derechos humanos. La sola acogida no es suficiente. No basta dar un sándwich si no va acompañado de la oportunidad de aprender a caminar sobre sus propios pies. La caridad que deja a los pobres así como están, no es suficiente. La misericordia verdadera, aquella que Dios nos da y nos enseña, pide justicia, pide que el pobre encuentre su camino para dejar de serlo. Pide --y nos lo pide a nosotros como Iglesia, a nosotros ciudad de Roma, a las instituciones--, pide que ninguno tenga ya la necesidad de un comedor público, de un alojamiento temporal, de un servicio de asistencia legal para ver reconocido su propio derecho a vivir y a trabajar, a ser plenamente persona.
Adam dijo : "Nosotros, los refugiados tenemos el deber de hacer todo lo posible para ser integrados en Italia". Y este es un derecho: ¡la integración! Y Carol dijo: "Los sirios en Europa sienten la gran responsabilidad de no ser una carga, queremos ser parte activa de una nueva sociedad". ¡Esto también es un derecho! Esta responsabilidad es la base ética, es la fuerza para construir juntos. Me pregunto: ¿acompañamos este viaje?
Defender. Servir, acompañar, también significa defender, significa tomar partido por los más débiles. Cuántas veces levantamos la voz para defender nuestros derechos, pero ¡cuántas veces somos indiferentes a los derechos de los demás! ¡Cuántas veces no sabemos o no queremos dar voz a la voz de quien --como ustedes-- han sufrido y sufren; a quienes han visto pisotear sus propios derechos, a quien ha sufrido tanta violencia, que se ha reprimido incluso el deseo de tener justicia!
Para toda la Iglesia es importante que la acogida del pobre y la promoción de la justicia no sean confiadas solo a los "especialistas", sino que sea una atención de todo el trabajo pastoral, de la formación de los futuros presbíteros y religiosos, del compromiso normal de todas las parroquias, los movimientos y grupos eclesiales.
En particular --y esto es importante y lo digo desde el corazón--, en particular, me gustaría invitar a los institutos religiosos a leer en serio y con responsabilidad este signo de los tiempos. El Señor nos llama a vivir con más coraje y generosidad la acogida en las comunidades, en las residencias, en los conventos vacíos...
Queridos religiosos y religiosas, los conventos vacíos no le sirven a la Iglesia para transformarlos en albergues y ganar dinero. Los conventos vacíos no son nuestros, son para la carne de Cristo, que son los refugiados. El Señor nos llama a vivir con generosidad y valentía la acogida en los conventos vacíos. Desde luego, no es algo simple, se necesita criterio, responsabilidad, pero también se necesita coraje. Hacemos tanto, pero tal vez estamos llamados a hacer más, acogiendo y compartiendo con decisión lo que la Providencia nos ha dado para servir. Superar la tentación de la mundanidad espiritual para estar cerca de la gente común, y sobre todo de los últimos. ¡Necesitamos comunidades solidarias que vivan el amor de manera práctica !
Todos los días, aquí y en otros centros, muchas personas, especialmente jóvenes, hacen fila por una comida caliente. Estas personas nos recuerdan el sufrimiento y las tragedias de la humanidad. Pero esa fila también nos dice que hagamos algo, ahora, todos, es posible. Simplemente basta llamar a la puerta , y tratar de decir: "Yo estoy aquí. ¿Cómo puedo ayudar?".
Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.
Reflexiones del obispo de San Cristobal de las Casas (Zenit.org)
¿Liberalización de las drogas?
Por Felipe Arizmendi Esquivel
SITUACIONES
En distintos foros se discute si es conveniente permitir la libre venta y el controlado consumo de todo tipo de estupefacientes, o al menos de la mariguana, para evitar que su comercialización genere grandes negocios para los narcotraficantes, así como para no seguir la guerra declarada de nuestras autoridades en su contra e impedir la muerte de muchas personas ajenas a este trasiego. Se aduce el ejemplo de la venta y consumo del alcohol, o lo que han hecho otros países con las drogas. Se argumentan conveniencias económicas y políticas, sin entrar en los corazones de quienes sufren estas adicciones, ni profundizar más en sus raíces morales y familiares.
Poner como ejemplo la venta y el uso del alcohol, es no advertir la gravedad del sufrimiento que causa el alcoholismo, en los que padecen esta enfermedad y en su familia. Hay varias comunidades que han decidido controlar su venta, estableciendo una ley seca, lo que les ha reportado muchos beneficios de toda índole, también económicos y sociales. Hay personas que andan cambiando de religión en religión, con la ansiedad de encontrar un remedio a su padecimiento. Ciertamente se eliminó el gran negocio de otros tiempos que significaba su contrabando a grande escala, pero hoy sigue pasando lo mismo en menor escala.
Quienes proponen que haya libertad para vender y consumir drogas, no se han puesto la mano en el corazón para comprender el embrutecimiento que sufren tanto los negociantes como los consumidores, sobre todo sus familias. Si esto pasa ahora con el cierto control legal que hay, ¡qué sucederá cuando se tenga libertad para vender y consumir! Las leyes son para proteger a la sociedad, para que las libertades personales no dañen a los demás, no para legitimar un abuso que destruye personas y familias.
ILUMINACION
El Papa Francisco dijo en Brasil: “No es la liberalización del consumo de drogas, como se está discutiendo en varias partes de América Latina, lo que podrá reducir la propagación y la influencia de la dependencia química. Es preciso afrontar los problemas que están a la base de su uso, promoviendo una mayor justicia, educando a los jóvenes en los valores que construyen la vida común, acompañando a los necesitados y dando esperanza en el futuro… Con la cruz, Jesús está junto a tantas madres y padres que sufren al ver a sus hijos víctimas de paraísos artificiales, como la droga”.
Y arremetió contra los narcotraficantes: “¡Cuántos «mercaderes de muerte» que siguen la lógica del poder y el dinero a toda costa! La plaga del narcotráfico, que favorece la violencia y siembra dolor y muerte, requiere un acto de valor de toda la sociedad”.
COMPROMISOS
El mismo Papa nos recomendó: “Tendamos la mano a quien se encuentra en dificultad, al que ha caído en el abismo de la dependencia, tal vez sin saber cómo, y decirle: «Puedes levantarte, puedes remontar; te costará, pero puedes conseguirlo si de verdad lo quieres». Yo diría a cada uno de ustedes, pero especialmente a tantos otros que no han tenido el valor de emprender el mismo camino: «Tú eres el protagonista de la subida, ésta es la condición indispensable. Encontrarás la mano tendida de quien te quiere ayudar, pero nadie puede subir por ti». Pero nunca están solos. La Iglesia y muchas personas están con ustedes. Miren con confianza hacia delante, su travesía es larga y fatigosa, pero miren adelante, hay un futuro cierto, que se sitúa en una perspectiva diversa de las propuestas ilusorias de los ídolos del mundo, pero que da un impulso y una fuerza nueva para vivir cada día. Quisiera repetirles a todos ustedes: No se dejen robar la esperanza. Pero también quiero decir: No robemos la esperanza, más aún, hagámonos todos portadores de esperanza.
Y quisiera repetir a todos los que luchan contra la dependencia química, a los familiares que tienen un cometido no siempre fácil: la Iglesia no es ajena a sus fatigas, sino que los acompaña con afecto. El Señor está cerca de ustedes y los toma de la mano. Vuelvan los ojos a él en los momentos más duros y les dará consuelo y esperanza. Y confíen también en el amor materno de María, su Madre”.
Zenit publica las palabras que el papa Francisco pronunció, el domingo 8 de Septiembre de 2013, asomado a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
en el Evangelio de hoy Jesús insiste en las condiciones para ser sus discípulos: no anteponer nada al amor por Él, llevar la propia cruz y seguirlo. Mucha gente, de hecho, se acercaba a Jesús, quería ser parte de sus seguidores; esto sucedía especialmente después de algún signo prodigioso, que lo acreditaba como Mesías, el Rey de Israel. Pero Jesús no quiere engañar a nadie. Él sabe bien qué le espera en Jerusalén, cuál es el camino que el Padre le pide recorrer: es el camino de la cruz, del sacrificio de sí mismo para el perdón de nuestros pecados. ¡Seguir a Jesús no significa participar en una procesión triunfal! Significa compartir su amor misericordioso, entrar en su gran obra de misericordia para cada hombre y para todos los hombres. Es una obra de misericordia, de perdón, de amor, es tan misericordioso. Y este perdón universal pasa a través de la cruz. Pero Jesús no quiere compartir esta obra solo: quiere implicarnos también a nosotros en la misión que el Padre le ha confiado. Después de la resurrección dirá a sus discípulos: "Como el Padre me ha amado, yo también os mando a vosotros... A los que perdonéis los pecados, les serán perdonados" (Jn 20, 21-22). El discípulo de Jesús renuncia a todos los bienes porque ha encontrado el Él el Bien más grande, en el que cualquier otro bien recibe su pleno valor y significado: las uniones familiares, las otras relaciones, el trabajo, los bienes culturales y económicos, etc. El cristiano se desapega de todo y encuentra todo en la lógica del Evangelio, la lógica del amor y del servicio.
Para explicar esta exigencia, Jesús usa dos parábolas: la de la torre a construir y la del rey que va a la guerra. Esta segunda parábola dice así: "¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz" (Lc 14, 31-32). Aquí Jesús no quiere afrontar el tema de la guerra, es solo una parábola. Pero, en este momento en el que estamos rezando fuertemente por la paz, esta Palabra del Señor nos toca de forma viva, y en esencia nos dice: ¡hay una guerra más profunda que debemos combatir, todos! Es la decisión fuerte y valiente de renunciar al mal y a sus seducciones y de elegir el bien, preparados a pagar en persona: he aquí el seguir a Cristo, ¡he aquí el tomar la propia cruz! Esta guerra profunda contra el mal ¿De qué sirve hacer guerras, tantas guerras si tu no eres capaz de hacer esta guerra profunda contra el mal? No sirve, no funciona. Esto implica, entre otras cosas; esta guerra contra el mal implica decir no al odio fraticida y a las mentiras de las que se sirve, a la violencia en todas sus formas, decir no a la proliferación de las armas y a su comercio ilegal. Pero hay tantas, pero hay tantas. Pero siempre queda la duda: esta guerra de aquí, de allí, por todos lados hay guerras, ¿es realmente una guerra o es una guerra comercial para tomar estas armas del comercio ilegal? Estos son enemigos a combatir, unidos y con coherencia, no siguiendo otros intereses si nos los de la paz y el bien común.
Queridos hermanos, hoy recordamos también la Natividad de la Virgen María, fiesta particularmente querida en las Iglesias Orientales. Y todos nosotros, ahora podemos enviar un saludo a todos los hermanos y hermanas, obispos, monjes, monjas de las Iglesias Orientales, ortodoxos y católico ¡Un saludo! Jesús es el sol, María es la aurora que preanuncia su surgir. Ayer hemos velado confiando a su intercesión nuestra oración por la paz en el mundo, especialmente en Siria y en todo Oriente Medio. La invocamos ahora como Reina de la Paz. Reina de la paz, ruega por nosotros.
(Oración del Ángelus)
Quisiera dar las gracias, a todos aquellos que, de diferentes modos, se han unido a la vigilia de oración a ayuno de ayer por la tarde. Doy gracias a tantas personas que se han unido a la ofrenda de sus sufrimientos. Doy gracias a las autoridades civiles, como también a los miembros de otras comunidades cristianas y de otras religiones, y hombre y mujeres de buena voluntad que han vivido, en esta circunstancia, momentos de oración, ayuno, reflexión.
Pero el compromiso continúa: ¡vamos adelante con la oración y con las obras de paz! Os invito a continuar rezando para que cese la violencia y la devastación en Siria y se trabaje con renovado compromiso por una solución justa al conflicto fraticida. Oremos también para que los otros países de Oriente Medio, particularmente por el Líbano, para que encuentren la deseada estabilidad y continúe siendo modelo de convivencia; por Iraq, para que la violencia sectaria deje paso a la reconciliación; y por el proceso de paz entre israelíes y palestinos, para que progrese con decisión y valentía. Y recemos por Egipto, para todos los egipcios, musulmanes y cristianos, se comprometan a construir juntos la sociedad por el bien de toda la población.
¡La búsqueda de la paz es larga y es necesaria paciencia y perseverancia! Vamos adelante con la oración.
Con alegría recuerdo que ayer, en Rovigo, se ha proclamado beata a María Bolognesi, fiel laica de aquella tierra, nacida en 1924 y muerta en 1980. Pasó toda su vida al servicio de los otros, especialmente pobres y enfermos., soportando grandes sufrimientos en profunda unión con la pasión de Cristo. ¡Damos gracias a Dios por esta testigo del Evangelio!
Saludo con afecto a todos los peregrinos presentes, en particular a los fieles del Patriarcado de Venecia, guiados por el patriarca; antiguos alumnos y alumnas de las Hijas de María Auxiliadora; y los participantes de la "Campaña de la Virgen Peregrina de Schoenstatt".
Saludo a los fieles de Carcare, Bitondo, Sciaca, Nocera Superiore, y de las diócesis de Acerra, la Compañía de las Hermanas del Santo Rosario de Villa Pitignano; los jóvenes de Toran Nuovo, Martignano, Tencarola y Carmignano, y los que han venido con las Hermanas de la Misericordia de Verona.
Saludo al Coro de San Juan Ilarione, las asociaciones "Paz y Alegría" de Santa Victoria de Alba y "Calima" de Orzinuovi, y donantes de sangre de Cimolais.
A todos deseo un feliz domingo. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
Traducido del italiano por Rocío Lancho García
Palabras del Papa Francisco en la Vigilia de Ayuno y Oración ante miles de personas que se encontraban reunidas en la plaza de San Pedro respondiendo a la llamada de Francisco para pedir el don de la paz en Siria, Oriente Medio y el mundo entero, en la tarde-noche del 7 de Septiembre de 2013 (Zenit.org)
«Y vio Dios que era bueno» (Gn 1,12.18.21.25). El relato bíblico de los orígenes del mundo y de la humanidad nos dice que Dios mira la creación, casi como contemplándola, y dice una y otra vez: Es buena.
Queridísimos hermanos y hermanas, esto nos introduce así en el corazón de Dios y, de su interior, recibimos este mensaje.
Podemos preguntarnos: ¿Qué significado tienen estas palabras? ¿Qué nos dicen a ti, a mí, a todos nosotros?
1. Nos dicen simplemente que nuestro mundo, en el corazón y en la mente de Dios, es "casa de armonía y de paz" y un lugar en el que todos pueden encontrar su puesto y sentirse "en casa", porque "es bueno". Toda la creación forma un conjunto armonioso, bueno, pero sobre todo los seres humanos, hechos a imagen y semejanza de Dios, forman una sola familia, en la que las relaciones están marcadas por una fraternidad real y no sólo de palabra: el otro y la otra son el hermano y la hermana que hemos de amar, y la relación con Dios, que es amor, fidelidad, bondad, se refleja en todas las relaciones humanas y confiere armonía a toda la creación. El mundo de Dios es un mundo en el que todos se sienten responsables de todos, del bien de todos. Esta noche, en la reflexión, con el ayuno, en la oración, cada uno de nosotros, todos, pensemos en lo más profundo de nosotros mismos: ¿No es ése el mundo que yo deseo? ¿No es ése el mundo que todos llevamos dentro del corazón? El mundo que queremos ¿no es un mundo de armonía y de paz, dentro de nosotros mismos, en la relación con los demás, en las familias, en las ciudades, en y entre las naciones? Y la verdadera libertad para elegir el camino a seguir en este mundo ¿no es precisamente aquella que está orientada al bien de todos y guiada por el amor?
2. Pero preguntémonos ahora: ¿Es ése el mundo en el que vivimos? La creación conserva su belleza que nos llena de estupor, sigue siendo una obra buena. Pero también hay "violencia, división, rivalidad, guerra". Esto se produce cuando el hombre, vértice de la creación, pierde de vista el horizonte de belleza y de bondad, y se cierra en su propio egoísmo.
Cuando el hombre piensa sólo en sí mismo, en sus propios intereses y se pone en el centro, cuando se deja fascinar por los ídolos del dominio y del poder, cuando se pone en el lugar de Dios, entonces altera todas las relaciones, arruina todo; y abre la puerta a la violencia, a la indiferencia, al enfrentamiento. Eso es exactamente lo que quiere hacernos comprender el pasaje del Génesis en el que se narra el pecado del ser humano: El hombre entra en conflicto consigo mismo, se da cuenta de que está desnudo y se esconde porque tiene miedo (Gn 3,10), tiene miedo de la mirada de Dios; acusa a la mujer, que es carne de su carne (v. 12); rompe la armonía con la creación, llega incluso a levantar la mano contra el hermano para matarlo. ¿Podemos decir que de la "armonía" se pasa a la "desarmonía"? ¿Podemos decir esto, que de la "armonía" se pasa a la "desarmonía"? No, no existe la "desarmonía": o hay armonía o se cae en el caos, donde hay violencia, rivalidad, enfrentamiento, miedo…
Precisamente en medio de este caos, Dios pregunta a la conciencia del hombre: «¿Dónde está Abel, tu hermano?». Y Caín responde: «No sé, ¿soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9). Esta pregunta se dirige también a nosotros, y también a nosotros nos hará bien preguntarnos: ¿Soy yo el guardián de mi hermano? Sí, tú eres el guardián de tu hermano. Ser persona humana significa ser guardianes los unos de los otros. Sin embargo, cuando se pierde la armonía, se produce una metamorfosis: el hermano que deberíamos proteger y amar se convierte en el adversario a combatir, suprimir. ¡Cuánta violencia se genera en ese momento, cuántos conflictos, cuántas guerras han jalonado nuestra historia! Basta ver el sufrimiento de tantos hermanos y hermanas. No se trata de algo coyuntural, sino que es verdad: en cada agresión y en cada guerra hacemos renacer a Caín. ¡Todos nosotros! Y también hoy prolongamos esta historia de enfrentamiento entre hermanos, también hoy levantamos la mano contra quien es nuestro hermano. También hoy nos dejamos llevar por los ídolos, por el egoísmo, por nuestros intereses; y esta actitud va a más: hemos perfeccionado nuestras armas, nuestra conciencia se ha adormecido, hemos hecho más sutiles nuestras razones para justificarnos. Como si fuese algo normal, seguimos sembrando destrucción, dolor, muerte. La violencia, la guerra traen sólo muerte, hablan de muerte. La violencia y la guerra utilizan el lenguaje de la muerte. Después del caos del diluvio, ha dejado de llover, se ve el arcoiris. La paloma lleva una rama de olivo. Pienso también hoy en aquel olivo que representantes de las diferentes religiones hemos plantado en Buenos Aires en la plaza de Mayo en el 2000 pidiendo que no haya más caos, pidiendo que no haya más guerra, pidiendo paz.
3. En estas circunstancias, me pregunto: ¿Es posible seguir otro camino? ¿Podemos salir de esta espiral de dolor y de muerte? ¿Podemos aprender de nuevo a caminar por las sendas de la paz? Invocando la ayuda de Dios, bajo la mirada materna de la Salus populi romani, Reina de la paz, quiero responder: Sí, es posible para todos. Esta noche me gustaría que desde todas las partes de la tierra gritásemos: Sí, es posible para todos. Más aún, quisiera que cada uno de nosotros, desde el más pequeño hasta el más grande, incluidos aquellos que están llamados a gobernar las naciones, dijese: Sí, queremos. Mi fe cristiana me lleva a mirar a la Cruz. ¡Cómo quisiera que por un momento todos los hombres y las mujeres de buena voluntad mirasen la Cruz! Allí se puede leer la respuesta de Dios: allí, a la violencia no se ha respondido con violencia, a la muerte no se ha respondido con el lenguaje de la muerte. En el silencio de la Cruz calla el fragor de las armas y habla el lenguaje de la reconciliación, del perdón, del diálogo, de la paz. Quisiera pedir al Señor, esta noche, que nosotros cristianos, los hermanos de las otras religiones, todos los hombres y mujeres de buena voluntad gritasen con fuerza: ¡La violencia y la guerra nunca son camino para la paz! Que cada uno mire dentro de su propia conciencia y escuche la palabra que dice: Sal de tus intereses que atrofian tu corazón, supera la indiferencia hacia el otro que hace insensible tu corazón, vence tus razones de muerte y ábrete al diálogo, a la reconciliación; mira el dolor de tu hermano - pero piendo en los niños: solamente a aquellos...mira el dolor de tu hermano - y no añadas más dolor, detén tu mano, reconstruye la armonía que se ha perdido; y esto no con la confrontación, sino con el encuentro. ¡Que se acabe el sonido de las armas! La guerra significa siempre el fracaso de la paz, es siempre una derrota para la humanidad. Resuenen una vez más las palabras de Pablo VI: «Nunca más los unos contra los otros; jamás, nunca más… ¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más la guerra!» (Discurso a las Naciones Unidas, 4 octubre 1965: AAS 57 [1965], 881). «La Paz se afianza solamente con la paz; la paz no separada de los deberes de la justicia, sino alimentada por el propio sacrificio, por la clemencia, por la misericordia, por la caridad» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1976: AAS 67 [1975], 671). Perdón, diálogo, reconciliación son las palabras de la paz: en la amada nación siria, en Oriente Medio, en todo el mundo. Recemos por la reconciliación y por la paz, contribuyamos a la reconciliación y a la paz, y convirtámonos todos, en cualquier lugar donde nos encontremos, en hombres y mujeres de reconciliación y de paz. Amén.
Comentario al evangelio del Domingo 23º del T.O./C por Jesús Álvarez SSP (Zenit.org)
Hay que hacer cálculos en serio
Por Jesús Álvarez SSP
"Caminaba con Jesús un gran gentío. Se volvió hacia ellos y les dijo: «Si alguno quiere venir a mí y no se desprende de su padre y madre, de su mujer e hijos, de sus hermanos y hermanas, e incluso de su propia persona, no puede ser discípulo mío. El que no carga con su propia cruz para seguirme luego, no puede ser discípulo mío. Cuando uno de ustedes quiere construir una casa en el campo, ¿no comienza por sentarse y hacer las cuentas, para calcular si tiene para terminarla? Porque si pone los cimientos y después no puede acabar la obra, todos los que lo vean se burlarán de él, diciendo: ¡Ese hombre comenzó a edificar y no fue capaz de terminar!»" (Lc. 14, 25-33).
Mucha gente va con Jesús, pero no todos lo siguen; no todos asumen su forma de vivir, de pensar, de amar y actuar, aunque lo aprueben teóricamente. Muchos admiran sus milagros, su vida y su enseñanza…, pero no aceptan sus exigencias, porque prefieren una vida cómoda y una religión de apariencias, que no salva.
Jesús no quiere que nos equivoquemos con la ilusión de conseguir la felicidad en el tiempo y en la eternidad por un camino que lleva a la infelicidad eterna. ¿Seguimos a Jesús o sólo vamos con él?
Cristo es el creador de nuestra vida, y el autor de todo lo que somos, tenemos, amamos, gozamos y esperamos, la fuente de nuestra plenitud y felicidad en el tiempo y en la eternidad. Es el único que puede salvarnos del sufrimiento y de la muerte para darnos la felicidad eterna que tanto ansiamos desde lo más profundo de nuestro ser.
No hay esperanzas por encima de él, y no podemos suplantarlo en la vida por bienes o personas que él mismo nos ha dado, pero que son infinitamente inferiores a él, y no pueden darnos la felicidad que de él puede venirnos.
Cuidémonos en serio de no vender a Cristo y a nosotros mismos por unas monedas o por un poco de placer pasajero. Jesús nos dice: “Quien no está conmigo, está contra mí; quien no recoge conmigo, desparrama” (Jn 11, 23). “Al que me niegue delante de los hombres, también yo lo negaré delante de mi Padre” (Jn 10, 33). Las condiciones nos las pone él, no nosotros a él.
Dios, preferirlo a todas las cosas y a la misma familia, es la máxima sabiduría y conquista. Porque es la única condición para amar de verdad a la familia, a nosotros mismos y las cosas. Sólo así podremos disfrutar de todo eso con libertad y gozo en el tiempo y por toda la eternidad. De lo contrario, tarde o temprano, lo perderemos todo. Seríamos pésimos calculadores.
Cargar la cruz tras Jesús consiste en asociar a la suya las cruces inevitables que exige la vida honrada y cristiana, como condición esencial para que él nos las haga livianas y las convierta en fuentes de salvación para sí mismos y para los demás, y en medios para alcanzar la resurrección y la gloria eterna.
Él mismo promete: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt. 11:28). “Mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 30). Pues él mismo nos ayuda a llevarla con esperanza de vida y de felicidad eterna.
No es difícil amar y seguir a Jesús por encima de todo y de todos, si consideramos lo que representa en el tiempo y en la eternidad para nosotros y para quienes amamos.
Reflexión a las lecturas del domingo veintitres del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero baqjo el epígrafe "ECOS DEL DIA DEL SEÑOR"
Domingo 23º del Tiempo Ordinario C
Este domingo Jesús habla con toda claridad a la gente de su seguimiento. Si queremos ser discípulos suyos, tenemos que posponer todo lo demás: “No anteponer nada a Cristo”, que diría S. Benito. Podríamos decir que es como el primer mandamiento aplicado a Jesucristo. Nos sorprende la claridad y la franqueza con la que habla. Normalmente, no sucede así. Los que quieren captar a la gente para su grupo, para su partido, para su líder en una campaña electoral, etc., suelen resaltar las ventajas de sus programas y ocultar o disimular las cosas menos atrayentes o negativas…
Jesucristo no actúa así. Lo hace casi al revés.
Es lo que contemplamos en el Evangelio de este domingo: “Si alguno quiere venir conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío”. Y también: “El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”.
Por eso nos invita a pensarlo bien antes de decidirnos a seguirle, como lo hace el que proyecta la construcción de una torre o se ve atacado por un enemigo. Por tanto, seguir a Jesucristo se sitúa después de un proceso de reflexión, estudio, oración…, para ver si somos capaces de afrontar todas las condiciones y exigencias que lleva consigo. Si nos situamos en el contexto del camino hacia Jerusalén –su Pasión y su Gloria- lo entendemos mejor.
Pero no trata el Señor de amargarnos la vida con una serie de exigencias, de dificultades, de negaciones…, sino presentarnos el camino de la verdadera liberación, de la verdadera grandeza, de la verdadera dicha, en el tiempo y en la eternidad.
Y Él ha ido delante para que nosotros sigamos sus pasos (1 Pe 2, 21).
La vida del mismo Jesucristo y de los santos –con su Cruz y su Gloria- avalan la importancia y trascendencia de este camino; su validez permanente.
Si recordamos las parábolas del Reino, nos resulta todo más inteligible.
Nos dice el Señor que su Reino se parece a “un tesoro escondido” en el campo, que el que lo descubre es capaz de vender todo lo que tiene para comprar el campo aquel. O a un comerciante en perlas finas que, al descubrir “una perla de gran valor”, va y vende lo que tiene para conseguirla (Mt, 13, 44 -46).
El problema está en que nacemos cristianos y, tal vez, a lo largo de nuestra vida, no hemos tenido un verdadero encuentro personal con Jesucristo, un redescubrimiento de su persona y de su mensaje, que nos lleve a una opción real y radical por Él.
¿No es verdad que estamos acostumbrados a dejar tantas veces a Cristo y a su Reino para el final o para el último lugar?
El descubrimiento de Jesucristo, por tanto, es fundamental para seguirle de verdad, como nos pide el evangelio de hoy.
Ya escribía el Papa Juan Pablo II a los jóvenes de Santiago: “El descubrimiento de Jesucristo es la aventura más importante de vuestra vida”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 23º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
La primera Lectura de hoy nos presenta las reflexiones de un sabio del Antiguo Testamento, inspirado por el Espíritu Santo. Se pregunta cómo se puede saber lo que Dios quiere que hagamos. La respuesta la hallaremos en el Evangelio.
SEGUNDA LECTURA
La segunda Lectura es un fragmento de una carta pequeña pero muy importante de S. Pablo. Se refiere a un esclavo llamado Onésimo que se había fugado de la casa de su amo, un cristiano de buena posición, llamado Filemón. S. Pablo le pide que lo reciba como a un hermano cristiano, como a si fuera a él mismo.
¡Cuánto había cambiado ya, con el cristianismo, la concepción y la relación con los esclavos! Escuchemos.
TERCERA LECTURA (Antes del Evangelio)
El Señor quiere que todo el que esté dispuesto seguirle sepa bien de qué se trata y piense primero si será capaz de llevarlo a cabo.
Pero antes de escuchar el Evangelio, cantemos de pie, el aleluya
COMUNIÓN
El camino que nos señala Jesucristo es, a primera vista, muy difícil. Por eso necesitamos venir aquí a alimentarnos con su Palabra y con su Cuerpo y Sangre. Recibimos así fuerza sobreabundante para que su seguimiento nos resulte posible. Nadie puede decir que es imposible seguir a Jesucristo cuando nos ofrece tantos medios para conseguirlo.
Reflexiones del obispo de San Cristobal de las Casas (Zenit)
Los obispos no somos príncipes
Por Felipe Arizmendi Esquivel
La gran mayoría de los obispos mexicanos procedemos de clase humilde; desde nuestra infancia hemos estado acostumbrados a la austeridad y a una vida simple, como fue en el Seminario. Muchos obispos viven en diócesis pobres, conviven con el pueblo y no le ponen precio a su servicio en las comunidades. Comemos lo que nos ofrecen, muchas veces un sabroso caldo de pollo de rancho, con tortillas calientitas; en algunos lugares ni cuchara usan y nos adaptamos a la realidad, sin exigir privilegios. Nuestro pueblo nos atiende con todo su corazón y nos ofrecen lo mejor que tienen, dentro de sus limitaciones. En algunos casos, quisiera no aceptar una moneda de diez pesos, unos huevitos que me lleva una pobre mujer, frutas o verduras, no por desprecio, sino porque en su pobreza nos dan lo que ellos necesitarían para su alimento. El amor entre el pueblo sencillo y su pastor, sostenido por la fe, es algo que nos alienta y sostiene. Nos dejan a veces su camita, para que podamos pernoctar, aunque ellos se acuesten en el suelo; y si no aceptamos, se sienten rechazados.
Sin embargo, es real la tentación de subir de categoría social y de considerar como “normal” que se tome en cuenta nuestra jerarquía. Algunos laicos de buena posición social nos comparten sus bienes, nos ofrecen banquetes en los que, quienes procedemos de ambientes rurales, no sabemos ni usar los diferentes tipos de cubiertos, y existe el peligro de considerarnos algo así como “príncipes”, con una serie de derechos para una vida muy holgada, semejante a la de los líderes mundanos. Podemos olvidarnos de nuestras raíces y ubicarnos en una posición que no era la nuestra. Hay personas que se imaginan que la vida de los obispos está al nivel de los gobernadores, o al menos de los presidentes municipales de ciudades importantes.
ILUMINACION
Al respecto, el Papa Francisco ha sido muy claro. Dijo a los nuncios, que colaboran con él para proponer candidatos al episcopado: “En la delicada tarea de llevar a cabo la investigación para los nombramientos episcopales, estad atentos a que los candidatos sean pastores cercanos a la gente. Este es el primer criterio. Pastores cercanos a la gente. ¿Es un gran teólogo, una gran cabeza? Que vaya a la universidad, donde hará mucho bien. ¡Pastores! Los necesitamos. Que sean padres y hermanos, que sean mansos, pacientes y misericordiosos; que amen la pobreza, interior como libertad para el Señor, y también exterior como sencillez y austeridad de vida; que no tengan una psicología de príncipes. Estad atentos a que no sean ambiciosos, que no busquen el episcopado. Los que buscan el episcopado…, no, no funcionan. Y que sean esposos de una Iglesia, sin estar en constante búsqueda de otra. Que sean capaces de guardar el rebaño que les será confiado, o sea, de tener solicitud por todo lo que lo mantiene unido; de velar por él, de prestar atención a los peligros que lo amenazan, pero sobre todo capaces de velar por el rebaño, de estar en vela, de cuidar la esperanza, que haya luz y sol en los corazones; de sostener con amor y con paciencia los designios que Dios obra en su pueblo. Que los pastores sepan estar ante el rebaño a fin de indicar el camino, en medio del rebaño para mantenerlo unido, detrás del rebaño para evitar que nadie se quede atrás. El pastor debe moverse así”.
Y ante los obispos directivos del CELAM remarcó: “El Obispo debe conducir, que no es lo mismo que mandonear (sic). Los Obispos han de ser pastores, cercanos a la gente, padres y hermanos, con mucha mansedumbre; pacientes y misericordiosos. Hombres que amen la pobreza, sea la pobreza interior como libertad ante el Señor, sea la pobreza exterior como simpleza y austeridad de vida. Hombres que no tengan ‘psicología de príncipes’. Hombres que no sean ambiciosos y que sean esposos de una Iglesia sin estar a la expectativa de otra”.
COMPROMISOS
Ayúdenos a los obispos a vivir un estilo de vida sencillo y austero. Por favor, no nos mal acostumbren a otra forma de vida que no nos corresponde. Corríjanos, si es necesario, pero nos ayudarán más si lo hacen en una amistad cercana y sincera. Oren por nosotros.
Carta de monseñor Bernardo Álvarez Afonso ante las Fiestas 2013 del SAntísimo Cristo de La Laguna.
“TÚ ERES EL CRISTO,
EL HIJO DE DIOS VIVO”
Nos disponemos a celebrar las Fiestas en honor del Santísimo Cristo de La Laguna del año 2013. Son las “Fiestas del Cristo” del Año de la Fe, convocado e iniciado por el Papa Benedicto XVI el 12 de octubre de 2012 y que será clausurado por el actual Papa Francisco el próximo 24 de noviembre Fiesta de Cristo Rey.
Dentro, por tanto, del Año de la Fe, estas fiestas nos ofrecen la oportunidad de afirmar con renovada convicción nuestra fe en Cristo. Para ello, en la predicación del Solemne Quinario, que se celebra en la Catedral, encontraremos una gran ayuda para profundizar en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, Dios y hombre verdadero, y para comprender mejor el significado de estas palabras que proclamamos en el Credo:
“Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de Santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso”
Imaginemos por un momento que un día, estando cualquiera de nosotros en el Santuario del Cristo, se no acerca alguien y señalando al Cristo nos pregunta: ¿Quién es ese que está ahí? ¿Por qué está así, crucificado? ¿Por qué la gente se arrodilla ante la imagen? Quizá pensemos que estas preguntas nadie nos las va hacer, pero no sería extraño que entre tantos visitantes y curiosos que entran el Santuario alguno nos sorprenda pidiéndonos esa información. ¿Qué le respondemos?
Si, amigo que lees estas líneas, ¿Quién dices tú que es el que está representado en la imagen del Cristo de La Laguna? ¿Qué me dices de él? ¿Por qué está crucificado? ¿Qué significado tiene en tu vida? Párate a pensarlo, tómate tiempo y prepara tu respuesta, pues te lo pueden preguntar en cualquier momento. Es más, estas preguntas te las hace siempre el propio Cristo de La Laguna cuando te colocas delante de Él, pues aunque sea una imagen inerte, su contemplación te remite al Cristo vivo y resucitado que nos habla en la Palabra del Evangelio. Cuánta razón y cuánta teología hay en la copla popular: “Sus labios no se movieron y, sin embargo me habló”.
No lo dudemos, cuando leemos los evangelios es Cristo quien nos habla. Y en el Evangelio de San Mateo leemos lo que Jesús preguntó a sus discípulos (y nos sigue preguntando a nosotros):
Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Él les dijo: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt. 16, 13-17)
Esta conversación de Jesús con sus discípulos tiene mucha actualidad pues, hoy como entonces, la gente tiene opiniones diversas sobre quién es Jesucristo. Consideran que es un personaje importante, que hizo muchas cosas buenas, algunos comparten sus ideas y otros no, hay quienes lo consideran un revolucionario y otros un pacifista, unos lo ven como un líder social y otros como un personaje religioso… Pero para definir la identidad de Jesucristo no caben adjetivos ni comparaciones. Él es único, incomparable e irrepetible.
Por eso, en el diálogo con sus discípulos, a Jesús lo que más le preocupa no es lo que diga la gente, sino lo que piensan aquellos que le conocen íntimamente, que han podido ver su bondad con los enfermos, con los pecadores, con los pobres y su poder en los milagros que ha realizado; aquellos que han podido escuchar sus palabras, aquellos que le siguen por todas partes. Y, también, a nosotros que somos cristianos, sus discípulos de hoy, Jesús nos pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? No se trata de un examen a ver quién acierta o sabe más, sino de una pregunta personal: ¿Tú, quién piensas que soy yo?
Simón Pedro tiene una inspiración y reacciona con prontitud: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Jesús aprueba plenamente la respuesta de Pedro y explica que no se trata de una deducción lógica o razonamiento humano, sino una iluminación interior que procede del Padre del cielo y a la que Pedro responde con un acto de fe. Con su respuesta, Pedro ha hecho dos afirmaciones: La primera que Jesús es “El Cristo”, palabra griega que significa “mesías” = salvador; por tanto, reconoce que Jesús es el Mesías, el Salvador anunciado por los profetas y esperado por el pueblo judío. Pero, además, Pedro hace una segunda afirmación, aún más sorprendente, Jesús es “el Hijo de Dios vivo”, es decir reconoce la divinidad de Jesús.
Nuestra fe cristiana se sustenta en el contenido de esta frase: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Esta fue la respuesta de fe que dio Pedro a la pregunta de Jesús. Una afirmación que coincide con la respuesta que dio el propio Jesús al Sumo Sacerdote Caifás cuando le preguntó: “Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios. Le dice Jesús: Sí, tú lo has dicho” (Mt. 26,63-64). Y esa respuesta supuso su condena a muerte por parte del Sanedrín.
No lo olvidemos, al contemplar a nuestro Santísimo Cristo de la Laguna, con su rostro sereno y amable, de sus labios inertes brota esta pregunta: ¿Quién dice tú que soy yo? Pidamos al Padre del cielo que nos atraiga hacia Aquél que Él envió y con fe plena podamos decir: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”.
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense
La importancia de la castidad antes del matrimonio por el Padre Anderson Alves (Zenit.org)
'Si nos amamos y nos vamos a casar, ¿por qué no podemos tener relaciones sexuales?'. ¿Qué dice la Iglesia?
Por Padre Anderson Alves
Si nos amamos y vamos a casarnos, ¿por qué no podemos tener relaciones sexuales? Esta es una pregunta que algunos enamorados (y novios) cristianos pueden hacerse. Si experimentan un amor real, ¿por qué no podrían expresarlo con un gesto de intimidad que ayudaría a aumentar el afecto entre ellos? Si la unión de los cuerpos será un poco más adelante, algo en común, ¿por qué no empezar cuando el amor parece estar ya maduro? Ciertamente, la mayoría de los cristianos está de acuerdo que una relación entre personas que apenas se conocen sea irresponsable y pecaminosa. ¿Pero no es quizás exagerado darle la misma medida a un acto entre enamorados sinceros, fiel el uno al otro, y a punto de casarse?
Para responder a esta pregunta hay que recordar que la Iglesia no tiene autoridad para cambiar lo que Dios ha revelado. La Palabra de Dios es siempre viva y eficaz, es una luz que guía nuestros pasos. Y su Palabra nos dice: "El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo"; "¡Aléjate de la fornicación! Cualquier otro pecado que el hombre cometa, están fuera del cuerpo; pero los pecados impuros actúan contra su propio cuerpo" [1] .
Estos textos expresan el alto valor del cuerpo humano, que es templo del Espíritu Santo, y no es algo de lo que se pueda usar y abusar. Y la fornicación (es decir, el acto sexual fuera del matrimonio) es un acto pecaminoso, ya que reduce el valor del cuerpo humano a una "cosa" que requiere un "uso", y por lo tanto degrada el cuerpo del hombre y de la mujer.
Las relaciones sexuales no pueden considerarse un mero acto físico, deben ser más bien una expresión de algo mucho más profundo: se trata de una entrega total e incondicional de una persona a otra. Esta donación es real y se vuelve concreta con la alianza matrimonial. Esta entrega es real y se concretiza con la alianza matrimonial. Por ello, el acto sexual es justo cuando busca el bien de la pareja y está abierto a la procreación y a la transmisión de la vida [2] . Estos son los dos fines del matrimonio.
¿Pero cómo aceptar estas enseñanzas en nuestros días? ¿Hay realmente una razón que nos pueda convencer de la verdad de estas enseñanzas? En realidad, hay varias razones. A continuación presentamos cuatro de ellas.
1 . La relación sexual en el matrimonio defiende sobre todo a la mujer y el resultado posible de esta relación: el niño. ¿Si el nacimiento de un niño se produce antes de la boda qué sucede? Este nuevo ser es visto más como un problema que como un regalo. De hecho, la concepción de un hijo no obliga al hombre (el padre) a casarse. Si el padre tiene un claro sentido de la justicia, se atendrá a sus obligaciones de apoyar al niño y a la madre. Pero todo esto no es suficiente para un niño. Todo niño tiene derecho a nacer dentro del equilibrio de un matrimonio, donde los padres buscan la felicidad juntos. Al interior del matrimonio el niño es el fruto natural, social y legalmente protegido, ya que es visto como un don, y no como un objeto o un resultado no deseado.
2. En general, los que viven la castidad en el noviazgo, tendrán menos dificultades para vivir la fidelidad en el matrimonio. Actualmente, el “permisivismo” moral es enorme. La “educación sexual", transmitida por los medios de comunicación de masas, y también por la escuela, dice : "Haz lo que quieras, con o sin preservativo y en secreto, sin decirle nada a tus padres". Para ganarle a este ambiente tan hostil e irresponsable se necesita una verdadera educación a la castidad, para proteger precisamente el amor auténtico. Y el período de enamoramiento o noviazgo sirve precisamente para esto: para hacer crecer a la pareja en el conocimiento mutuo es esencial elaborar proyectos conjuntos, con el fin de alcanzar las virtudes indispensables para la vida matrimonial. Si la pareja vive bien en este periodo, sin llegar a tener intimidad típica de la vida matrimonial, se formará en la escuela de la fidelidad. En otras palabras, se mantendrá una mayor fidelidad al interior del matrimonio, si se conserva la pureza de la relación durante el enamoramiento o noviazgo.
3. El amor conyugal no se reduce a ser un mero ejercicio físico, sino se convierte en comunión total de vida. Chesterton dijo una vez: "En todo lo que vale la pena hacer, incluso en cada placer, hay un punto de dolor o de tedio que debe ser preservado, a fin de que el placer pueda revivir y durar. La alegría de la batalla viene después del primer temor de la muerte; el placer de la lectura de Virgilio viene después del tedio del aprendizaje; la alegría del bañista, después del primer golpe del agua fría; y el éxito del matrimonio viene solo después de la decepción de la luna de miel" [ 3 ]. Lo que dijo este autor, hombre felizmente casado, es una verdad indiscutible. El placer del acto sexual sin duda existe, pero no se reduce a esto la vida matrimonial. El acto sexual es --al igual que todo acto humano--, siempre ambiguo, ya que en el mismo momento en que se hace, causa una cierta frustración. Esto sucede porque el corazón humano está hecho para el infinito y no se conforma con los actos individuales. Cada joven es capaz de reconocer todo esto, ya que es parte de cada proceso de maduración. Y lo mejor es que esto ocurra dentro del matrimonio. Sólo aquel que supera la "decepción" inicial puede ser feliz en el matrimonio, porque la felicidad viene de Dios, del amor fiel y responsable, renovado de modo cotidiano en actos de mutua entrega. El amor no es lo mismo que el placer, sino la donación voluntaria y fiel que trasciende todas las dificultades.
4 . La mayoría de las parejas que participan en proyectos serios de matrimonio, se terminan separando antes de que se realice la boda. Ni el compromiso, ni el simple enamorarse recíprocamente permiten el mismo nivel de compromiso que puede surgir en el matrimonio. Por esta razón, los que se entregan a las relaciones sexuales antes del matrimonio corren el riesgo de entregarse a alguien, con quien al final, no se unirán en el sacramento. Y este pecado, sin embargo, marcará y manchará profundamente el alma, con la consecuencia de ocasionar heridas graves, sobre todo afectivas, pero también cognitivas, antes de ser perdonado por Dios a través de una buena confesión. Actualmente las personas "utilizan" el sexo como si fuera un juego. ¿Y qué pasa? Cada vez menos personas son capaces de llegar a la oportunidad de tomar decisiones definitivas, y cada vez menos personas se casan. El acto matrimonial, al que Dios quiere combinar un placer sensible, debe producir un placer superior, de carácter espiritual: la alegría, es decir, de saberse unido a la voluntad de Dios. Y el acto de producir un niño es algo que tiene de milagroso, en la que se completa la combinación de las partes materiales de los padres, a la creación de una nueva alma humana, directamente y mediante Dios. El placer que tienen los padres de saber que son parte del plan de Dios es algo maravilloso y único.
La respuesta a la pregunta nos dice, por lo tanto, que el amor no es solo una sensación de incertidumbre, ni tampoco se reduce al mero placer. Sino que es algo práctico y exigente, que implica la voluntad concreta de cooperación a los planes de Dios, quien concibió el matrimonio como expresión perfecta de una donación mutua e integral de dos personas, un hombre y una mujer, colaborando así con la misma obra creadora de Dios.
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Notas
[1] 1 Cor. 6,13 y 18; cfr.: Tob. 4,13; Hch. 21,25; Ef. 5,3.
[2] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, § 2361-2363.
[3] Chesterton, O que há de errado no mundo, Editora Ecclesiae, Campinas 2012.
Zenit nos ofrece la enseñanza del papa Francisco en la Audiencia del miércoles 4 de Septiembre de 2013, ante una Plaza de San Pedro abarrotada de fieles.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Continuamos nuestro camino de las catequesis después de las vacaciones de agosto, y hoy quiero contarles acerca de mi viaje a Brasil, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud. Ha pasado más de un mes, pero creo que es importante volver sobre este evento, que a la distancia del tiempo permite captar mejor el sentido.
En primer lugar quiero dar gracias al Señor, porque es Él quien ha guiado todo con su Providencia. Para mí , que provengo de las Américas, ¡fue un bonito regalo! Y por esto agradezco también a Nuestra Señora de Aparecida, que acompañó todo este viaje: hice la peregrinación al gran santuario nacional del Brasil, y su venerada imagen estaba siempre presente en el escenario de la Jornada Mundial de la Juventud .
Yo estaba muy feliz por eso, porque Nuestra Señora de Aparecida es muy importante para la historia de la Iglesia en Brasil, pero también para toda la América Latina; en Aparecida los obispos latinoamericanos y del Caribe tuvieron una Asamblea General, con el papa Benedicto: una etapa muy importante del camino pastoral en esa parte del mundo, donde vive la mayor parte de la Iglesia Católica.
Aunque ya lo he hecho, quiero renovar el agradecimiento a todas las autoridades civiles y eclesiásticas, a los voluntarios, a la seguridad, a las comunidades parroquiales de Río de Janeiro y de otras ciudades del Brasil, donde los peregrinos fueron recibidos con gran fraternidad. De hecho, la recepción dada por las familias brasileñas y las parroquias fue una de las cosas más bellas de esta Jornada Mundial de la Juventud. Gente buena estos brasileños... ¡Buena gente! Tienen realmente un corazón muy grande.
La peregrinación siempre implica malestar, pero la acogida ayuda a superarlos y, de hecho, lo transforma en ocasión para el conocimiento y la amistad. Nacen lazos que luego se mantienen, sobre todo en la oración. También así crece la Iglesia en todo el mundo, como una red de verdadera amistad en Jesucristo, una red que a la vez que te toma, te libera. Por lo tanto, acogida: esta es la primera palabra que surge de la experiencia del viaje a Brasil. ¡Acogida!
Otra palabra resumen puede ser fiesta. La Jornada Mundial de la Juventud es siempre una fiesta, porque cuando una ciudad se llena de muchachos y muchachas que van por las calles con banderas de todo el mundo, saludándose, abrazándose, esto es una verdadera fiesta. Es una señal para todos, no solo para los creyentes. Y después está la celebración más grande que es la fiesta de la fe, cuando se alaba juntos al Señor, se canta, se escucha la Palabra de Dios, se permanece en una silenciosa adoración: todo esto es el culmen de la Jornada Mundial de la Juventud, es el verdadero propósito de esta gran peregrinación, y se vive de una manera particular en la gran Vigilia del sábado por la noche y en la Misa final. He aquí la gran fiesta, la fiesta de la fe y de la fraternidad, que se inicia en este mundo y no tendrá fin. ¡Pero esto solo es posible con el Señor! ¡Sin el amor de Dios no hay verdadera fiesta para el hombre!
Acogida, fiesta. Pero no puede faltar un tercer elemento: la misión. Esta Jornada Mundial de la Juventud se caracterizó por un tema misionero: "Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las naciones". Hemos escuchado la palabra de Jesús: ¡es la misión que Él le da a todos! Este es el mandato de Cristo resucitado a sus discípulos: ¡"Vayan", salgan de ustedes mismos, de cada cerrazón para llevar la luz y el amor del Evangelio a todos, hasta los extremos periféricos de la existencia! Y fue este mandato de Jesús lo que les he confiado a los jóvenes que llenaban completamente la playa de Copacabana. Un lugar simbólico, a la orilla del mar, que hacía pensar en la orilla del lago de Galilea. Sí, porque aún hoy en día el Señor repite: " “Vayan…" y agrega: "Yo estoy con ustedes, todos los días...". ¡Esto es fundamental! Solo con Cristo podemos llevar el Evangelio. Sin Él no podemos hacer nada --nos lo ha dicho él mismo (cf. Jn. 15,5) . Con él, sin embargo, unidos a él, podemos hacer mucho. Incluso un niño, una niña, que a los ojos del mundo cuenta poco o nada a los ojos de Dios es un apóstol del Reino, ¡es una esperanza para Dios!
A todos los jóvenes quisiera preguntarles en voz alta: pero no sé si hay gente joven hoy en la Plaza: ¿hay jóvenes en la Plaza? ¡Hay algunos! Me gustaría, a todos ustedes, preguntarles en voz alta:¿quieren ser una esperanza para Dios? [Jóvenes: “¡Si!”] ¿Quieren ser una esperanza para la Iglesia? [Jóvenes: “¡Si!”] Un corazón joven que acoge el amor de Cristo, se convierte en esperanza para otros. ¡Es una fuerza inmensa! Pero ustedes, chicos y chicas, todos los jóvenes, ¡ustedes tienen que transformarnos y transformarse en esperanza! Abrir las puertas a un nuevo mundo de esperanza. Esta es su tarea. ¿Quieren ser la esperanza para todos nosotros? [Jóvenes: "¡Sí!"]. Pensemos en lo que significa aquella multitud de jóvenes que han encontrado a Cristo resucitado en Río de Janeiro, y llevan su amor en la vida de cada día, lo viven, lo comunican. No terminan en los periódicos, porque no cometen actos violentos; no hacen escándalos, y por lo tanto no son noticia. Pero si permanecen unidos a Jesús, construyen su reino, construyen fraternidad, el compartir, obras de misericordia, son una fuerza poderosa para que el mundo sea más justo y más hermoso, ¡para transformarlo! Pido ahora a los niños y niñas que están aquí en la Plaza: ¿tienen el coraje de asumir este reto? [Jóvenes: "¡Sí!"] ¿Tienen el coraje, o no? No he escuchado bien… [Jóvenes: "¡Sí!"]. ¿Se animan a ser esta fuerza de amor y de misericordia que tiene el coraje de querer cambiar el mundo? [Jóvenes: "¡Sí!"].
Queridos amigos, la experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud nos recuerda la verdadera gran noticia de la historia, la Buena Noticia, a pesar de que no aparece en los periódicos ni en la televisión: somos amados por Dios, que es nuestro Padre y que envió a su Hijo Jesús para hacerse cercano a cada uno de nosotros y salvarnos. Ha enviado a Jesús a salvarnos, a perdonarnos todo, porque Él siempre perdona: Él siempre perdona, porque es bueno y misericordioso. Recuérdenlo: acogida, fiesta y misión. Tres palabras: acogida, fiesta y misión. Que estas palabras no sean solo un recuerdo de lo que sucedió en Río, sino que sean el alma de nuestra vida y de la vida de nuestras comunidades. ¡Gracias!
Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.
Carta del Obispo ante la Bajada de la Virgen María, Ntra. Sra. de Guadalupe, EN EL AÑO 2013.
“MARÍA, DANOS TU FE”
A mis hermanos y hermanas de la Isla de La Gomera, fieles devotos de la Virgen María de Guadalupe, patrona de la Isla: la gracia, la paz y el amor de Dios sea con todos ustedes.
Siguiendo fielmente la tradición, estamos de nuevo ante la quinquenal “Bajada de la Virgen” o visita de la imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe a la Villa de San Sebastián y a todos los pueblos de la Isla. La que de modo permanente está en su Santuario de Puntallana y allí acudimos a venerarla, ahora la hacemos “Virgen peregrina”, al tiempo que expresamos de forma visible lo que es una constante acción espiritual de la Virgen María en nuestra vida de fe: “la Virgen María, desde su Asunción a los Cielos, acompaña con amor materno a la Iglesia peregrina, y protege sus pasos hacia la patria celeste, hasta la venida gloriosa del Señor” (Misal Romano, Prefacio de la Virgen María).
Sentido de la Bajada de la Virgen
La Bajada de la Virgen de Guadalupe tiene, por así decir, un doble significado. Por una parte, visibiliza la cercanía de la Madre del Señor a nuestras vidas, a nuestra realidad personal y social. Ella, que por encargo de su Hijo es nuestra Madre, nos mira siempre con amor, incluso en medio de nuestras pobrezas y miserias espirituales, está atenta a las necesidades de los que sufren por cualquier causa y escucha las plegarias de sus hijos. Así lo expresamos asiduamente cuando cantamos: “Mientras recorres la vida, tu nunca solo estás, contigo por el camino Santa María va”, por eso le pedimos “ven con nosotros al caminar, Santa María ven”.
Y, por otro lado, la Bajada de la Virgen, es la manifestación palpable de que bajo esta advocación mariana los gomeros tienen en la “Morenita de Puntallana” a su patrona y protectora. A través de ella expresan su amor de hijos a la Virgen María y la confianza en su intercesión ante su Hijo Jesucristo, el Señor de todos. Ya en el siglo III, los cristianos se dirigían a la Virgen María con una oración que todos conocemos: “Bajo tu amparo, nos acogemos, Santa Madre de Dios. No desoigas la oración de tus hijos necesitados. Líbranos de todos peligro, oh siempre Virgen gloriosa y bendita”. Haciendo esta plegaria ponemos de manifiesto nuestra confianza hacia Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, a la que no dejamos de pedir: “Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.
La Bajada de la Virgen una oportunidad para crecer en la fe
En las celebraciones que tienen lugar con motivo de “la Bajada”, tenemos la oportunidad de intensificar el conocimiento de la Virgen María y nuestra la relación con Ella. Se nos brinda la ocasión de acrecentar la confianza y el amor hacia su persona, y se nos abre así el camino para una más profunda renovación de nuestra vida cristiana. En torno a la Virgen María de Guadalupe no podemos quedarnos en la mera celebración externa de los actos, debemos aprovechar los dones espirituales que Dios, por mediación de la Virgen María, pone a nuestro alcance para crecer en la fe, la esperanza y la caridad; para fortalecernos por dentro y vivir cabalmente en el amor a Dios y al prójimo, especialmente hacia los hermanos más necesitados.
Siempre nos conviene recordar la enseñanza del Concilio Vaticano II, del cual estamos celebrando el 50 Aniversario: “Recuerden, pues, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un afecto estéril y transitorio, ni en vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, por la que somos conducidos a conocer la excelencia de la Madre de Dios y somos alentados a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes” (LG. 67). No lo dudemos, en María tenemos el camino seguro que nos lleva a Cristo y la mujer creyente fiel que nos enseña con su ejemplo a seguir a Cristo, el verdadero y único salvador de todos. Por eso no dejamos de pedirle: “muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre”.
La Bajada de la Virgen del Año de la Fe
En esta “Bajada de la Virgen” de 2013, se da la feliz coincidencia de estamos en el Año de la Fe, proclamado así para toda la Iglesia por el Papa Benedicto XVI, que se inició el pasado 11 de octubre y concluirá el 24 de noviembre de 2013. Un año para descubrir el valor y significado de la fe, ese regalo que recibimos en el bautismo y que es necesario acoger, cultivar y testimoniar. Un Año para profundizar en el significado de todo lo que creemos, celebramos y rezamos y en sus implicaciones para la vida.
En atención a esta efemérides de toda la Iglesia, el Arciprestazgo de la Gomera y la Cofradía de Ntra. Sra. de Guadalupe, han puesto como lema para esta Bajada de la Virgen: “María, danos tu fe”, tomado de la canción “Madre de los creyentes” cuyo estribillo dice así: “Madre de los creyentes que siempre fuiste fiel. Danos tu confianza, danos tu fe”.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que «La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que "nada es imposible para Dios" (Lc 1, 37) y dando su asentimiento: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). Isabel la saludó: ¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1, 45) Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada (cf. Lc 1, 48). Durante toda su vida, y hasta su última prueba (cf. Lc 2,35), cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el "cumplimiento" de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe». (Catecismo, n. 148-149).
La Virgen María, modelo de fe
La fe es, sin duda, la nota más característica en la vida de la Virgen María. Por la grandeza de su fe, abrió totalmente su corazón a la acción de Dios en su vida y así hizo posible que el plan de Dios sobre Ella y sobre toda la humanidad saliera adelante. Por eso, en Ella, que ha tejido toda su existencia sobre la confianza obediente en la Palabra de Dios, contemplamos el modelo de lo que significa ser creyente y le podemos pedir: “María, danos tu fe”.
Sí. En la Virgen María tenemos el ejemplo más perfecto de lo que significa creer. Ella es la mujer insigne por su fe: Isabel, su prima, la proclamó dichosa porque había creído el mensaje divino; por la fe concibió al Hijo de Dios engendrado en su seno por el poder del Espíritu Santo; apoyada en la fe siguió a Jesús y soportó su muerte junto a la cruz; movida por la fe creyó que Él resucitaría y orando junto con los Apóstoles esperó la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Ella es “la virgen creyente” porque acogió con fe la Palabra de Dios y la puso en práctica y es, también, nuestra Madre celestial que sostiene y protege la fe de sus hijos.
En María no se dan “la mujer” por un lado y “la creyente” por otro, sino solo “la mujer creyente”. No se trata de dos realidades separables en ella. Todo lo que es y todo lo que hace, incluso en el aspecto puramente humano, nace de su fe. Su plena realización humana tiene lugar por la fuerza de su fe. Si es "la bendita entre las mujeres”, como la saluda Isabel, lo es no porque biológicamente sea "la madre de Dios", sino sobre todo porque tuvo el coraje de creer lo increíble. María nos enseña a insertar la fe en todas las realidades de nuestra vida y nos ayuda a comprender que todo lo que somos, todo lo que tenemos y todos lo hacemos tiene que ver con Dios, porque en Dios “vivimos, nos movemos y existimos” (Hech. 17,28), puesto que Él “lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo” (Ef. 4,6) y es “el origen, el guía y la meta del universo” (Rom. 11,35).
La fe de María, reflejo de la enseñanza de Jesús
Si atendemos a las enseñanzas de Jesús sobre la fe y las aplicamos a la Virgen María, nos damos cuenta que en Ella se realizan de modo perfecto. Pensemos, por ejemplo, en la parábola del “tesoro escondido en el campo”. María es la que ha encontrado en Dios “el tesoro” de su vida, ha puesto en Él su corazón y, por la alegría que le da, somete su vida a la medida de Dios; ha descubierto que su felicidad coincide con la voluntad de Dios, por eso proclama “se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”.
Recordemos, también, la parábola de “el sembrador”. Cuando Jesús explica el significado de la “tierra buena” que acoge la semilla dice: “Son los que escuchan la palabra de Dios con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia”. Como dice el Papa Francisco en su primera encíclica, Lumen Fidei, “estas palabras son un retrato implícito de la fe de la Virgen María”. Ciertamente en María la Palabra de Dios ha prendido con fuerza y ha producido fruto abundante, incluso en momentos de sequedad, porque ella tenía su corazón arraigado en Dios, como los árboles junto a la corriente del agua, y siempre fue un sarmiento verde y frondoso con buenos racimos porque estuvo íntimamente unida a su Hijo Jesucristo, la viña verdadera.
Y, ¿cómo no aplicar a la Virgen María, la enseñanza de Jesús al final del Sermón de la Montaña? (Mt. 7, 21-27). Ella no se ha contentado con decir “Señor, Señor”, ni se ha quedado en una fe de palabras, sino que ha sido la mujer prudente que ha edificado su vida sobre la roca firme que es el cumplimiento fiel de la voluntad de Dios. Ella acoge la Palabra de Dios, no solo como algo que ha de creer, sino también como la norma de lo debe hacer.
La fe de María, confianza y fidelidad
El Beato Juan Pablo II, ante la imagen de la Virgen de Guadalupe en su primer viaje a Méjico dijo: “De todas les enseñanzas que la Virgen da a sus hijos, quizás la más bella e importante es la lección de su fidelidad a la Palabra de Dios", una fidelidad de María que debemos imitar y a la que Juan Pablo II le puso cuatro dimensiones:
1) Búsqueda de la voluntad de Dios, es decir, pedir a Dios “Señor, ¿qué quieres que haga?
2) Acogida y aceptación de la voluntad de Dios, es la actitud del “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí su voluntad”.
3) Coherencia, es decir, vivir de acuerdo con lo que se cree y no permitir rupturas, ni en público ni en privado, entre lo que se vive y lo que se cree. Ser fiel implica no traicionar a escondidas lo que se acepta y manifiesta en público.
4) Constancia, es decir duración en el tiempo, también en los momentos de tribulación, porque sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida.
En fin, cada uno puede ir leyendo todo el Evangelio y verificar el cumplimiento del mensaje de Jesús en la vida de su Madre, la Virgen María. Textos como aquel de “Dichosos los escuchan la palabra de Dios y la cumplen”, o aquel otro “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Dios pudo desplegar todo su poder y hacer maravillas en la Virgen María porque Ella confió en Él y se puso totalmente en sus manos. La razón más profunda por la que María merece ser honrada es su fe y obediencia ante la Palabra de Dios. Aprendamos de la Virgen María a ser fieles discípulos de Cristo y pidamos con fe: “Madre de los creyentes que siempre fuiste fiel. Danos tu confianza, danos tu fe”.
La Virgen María vive lo que cree
La fe es a la vez don y virtud. Es don de Dios en cuanto es una luz que Dios infunde en el alma y nos permite creer en su existencia, conocerle y tener una relación vital con Él. Y la fe es virtud en cuanto que debe ser cultivada y vivida por quien cree en Dios y en su Palabra. Por eso, como vemos que ocurre en la Virgen María, la fe no solo ha de servir como norma de lo que hay que creer, sino también como norma de lo que hay que hacer. Verdaderamente cree quien ejercita con las obras lo que cree. San Agustín afirma: “Dices creo. Haz lo que dices, y eso es la fe”. Esto es, tener una fe viva, vivir como se cree. Así vivió la santísima Virgen a diferencia de los que no viven conforme a lo que creen, cuya fe está muerta como dice Santiago: "La fe sin obras está muerta" (Stg. 2,26).
En la Virgen María vemos que su fe se fundamenta en una profunda relación de confianza, amor y amistad con Dios. “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”, le dice el Angel Gabriel cuando le anuncia que ha sido elegida para ser la Madre del Hijo de Dios y Ella le dirá a su prima Isabel: “Se alegra mis espíritu en Dios mi Salvador”. La fe y la comunión con Dios son causa de alegría porque Dios es la fuente de la verdadera vida. En la relación con Dios la Virgen María fue conociendo la voluntad de Dios, meditándola y guardándola en su corazón. Una voluntad de Dios que María hizo suya y cumplió fielmente.
Imitar la fe de María en la relación con Dios
Si queremos imitar la fe de María, como Ella, debemos cultivar la relación personal con Dios mediante la oración. El que cree en Dios hace oración, habla con Dios. La oración es dar “espacio” a Dios en nuestra vida. En la oración alabamos y adoramos a Dios por ser quien es; le damos gracias por lo que hace por nosotros y por lo que nos da, le pedimos perdón y ayuda en nuestras necesidades. En la oración, sobre todo, aprendemos a conocer la voluntad de Dios, la vamos haciendo propia y recibimos la fuerza necesaria para cumplirla.
La fe en Dios se verifica en la medida que el creyente vive unido a Dios y participa de su misma vida. Esto es posible gracias a los sacramentos que Cristo nos dejó y que hacen posible que la misma vida de Dios corra por las venas del alma creyente. A nosotros nos corresponde mantener, restaurar, fortificar alimentar esta vida, celebrando y recibiendo los sacramentos. Gracias a ellos los creyentes permanecemos unidos a Cristo y “bebiendo” de Él se nutre nuestra vida de fe y, como ocurrió en la Virgen María, podemos producir frutos tales como: amor, alegría, paz, paciencia, castidad, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí (Gal 5, 22-23).
Imitar la fe de María en obediencia a Dios
Imitar la fe de la Virgen María es, también, como Ella, guardar los mandamientos de Dios. “El que me ama, guarda mis mandamientos”, nos dice Jesús (Jn. 14,21), y también “vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn. 15,14). Y san Juan en su primera carta nos recuerda que, “Quién dice yo creo en Él y no guarda sus mandamientos es un mentiroso” (1Jn. 2,4) y, en otro lugar de la misma carta, “el amor a Dios consiste en guardar sus mandamientos” (1Jn. 5,3). He aquí otra prueba de verificación de la autenticidad de la fe en Dios.
Quien cree en Dios y vive una relación de confianza y de amor con Él, percibe que sus mandamientos son para nuestro bien y nuestra salvación, son una prueba del amor que Dios nos tiene. Son una guía segura en el camino de la vida para que no nos extraviemos por los derroteros del mal y la injusticia. Dios nos manda lo que debemos hacer y lo que debemos evitar porque nos quiere, no para fastidiarnos o amargarnos la vida. Sus mandamientos son justos y verdaderos porque proceden del amor que Él nos tiene. El cumplirlos es una respuesta de confianza en su Palabra y de amor hacia Él. Por eso, desobedecer los mandamientos, no es tanto fallar a una norma como una prueba de desconfianza en Dios y una falta de amor hacia Él, que suscita en el verdadero creyente el dolor y el arrepentimiento.
Imitar la fe de María en su servicio a los hermanos
Imitar la fe de la Virgen María significa, además, servir con amor a los hermanos. En Ella, vivir la fe, no fue hacer la voluntad de Dios de modo individual y sin preocuparse de los demás. Nada más lejos de la fe de María que ese dicho popular: “Yo en mi casa y Dios en la de todos”. Como quien dice, yo vivo mi vida y los demás que se las arreglen como puedan y que Dios les ayude. Si María hubiera pensado así, no se habría movido con prontitud hasta la casa de su prima Isabel ni la hubiera servido durante tres meses. Tampoco se hubiera preocupado y ocupado cuando estaba en la Boda de Caná ante la falta de vino; ni hubiera acompañado a los apóstoles en los momentos difíciles de los comienzos de la Iglesia. Pero no fue así, por la fe, María es consciente de que su vida es para los demás y no se la apropia egoístamente. Para un creyente toda su existencia es un bien común; sabe que la vida no es una propiedad para su uso personal, sino un don de Dios para la vida del mundo. Todo lo que somos, sabemos, podemos y tenemos son talentos que Dios nos ha dado y nos pedirá cuenta de lo que hagamos con ellos. El creyente no hace lo que le da la gana, sino lo que Dios quiere.
En los evangelios vemos como, en diversas ocasiones, Jesús denunció abiertamente la indiferencia ante el prójimo necesitado como algo incompatible con la fe en Dios y dijo explícitamente que al final de su vida cada uno será examinado sobre este asunto (Mt. 25, 31-46). Y el apóstol Santiago nos dejó escrito: “¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: Tengo fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: Idos en paz, calentaos y hartaos, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta” (Stg. 2,14-17).
Y algo parecido podemos leer en la primera carta de san Juan: “Si alguno que posee bienes de este mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra las entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? No amemos de palabras ni con la boca sino con obras y según la verdad” (1Jn. 17-18). La fe, por tanto, se hace operativa por la caridad. Tenemos que preocuparnos por los demás y ocuparnos en ayudarles en los que necesiten de acuerdo con nuestras posibilidades. Como hacemos en una oración de la misa, no dejemos de pedir a Dios, por intercesión de la Virgen María, “danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la palabra oportuna ante el hermano sólo y desamparado, ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y deprimido”. Pidamos a Dios: “Danos un corazón grande para amar”.
María, danos tu fe
Hermanos y amigos, con alegría vamos a celebrar esta nueva Bajada de la Virgen de Guadalupe. Pidámosle: “María, danos tu fe.” Aprovechemos la ocasión para adquirir un mayor conocimiento de la Virgen María, aprendamos de Ella y procuremos imitar su fe. Les invito a rezar muchas veces esta oración a María, madre de la Iglesia y madre de nuestra fe, que nos ofrece el Papa Francisco al final de su encíclica “Lumen Fidei” (La Luz de la Fe). Lo que pedimos a la Virgen en esta oración Ella lo ha vivido plenamente.
¡Madre, ayuda nuestra fe!
Abre nuestro oído a la Palabra,
para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada.
Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos,
saliendo de nosotros mismos y confiando en su promesa.
Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor,
para que podamos tocarlo en la fe.
Ayúdanos a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor,
sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz,
cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar.
Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado.
Recuérdanos que quien cree no está nunca solo.
Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús,
para que él sea luz en nuestro camino.
Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros,
hasta que llegue el día sin ocaso,
que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor. AMÉN
Les deseo a todos que se adentren en el genuino espíritu de la Bajada de la Virgen, que al celebrarla crezcan en la fe y que, con María, puedan proclamar la grandeza del Señor y como Ella decir: “Se alegra mí espíritu en Dios mi salvador”. De todo corazón les bendice,
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense
El papa Francisco da todos los meses las intenciones de oración. Las intenciones de oración para el mes de septiembre. (zenit)
Septiembre - La intención general para el apostolado de la oración es:
“Para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo, a menudo abrumados por el bullicio, redescubran el valor del silencio y sepan escuchar a Dios y a los hermanos”.
Septiembre - La intención misionera es:
"Para que los cristianos perseguidos puedan testimoniar el amor de Cristo”.
El padre Frédéric Fornos, coordinador europeo de el Apostolado de la oración comenta para los lectores de Zenit el desafío del silencio
Abrirse al silencio para escuchar
Ruido, coches, altavoces en la calle, televisión o radio en las casas, máquinas, aparatos electrónicos en todas partes, vivimos ahogados en el ruido. Se hace escuchar. Pero el ruido también de las imágenes, de los mensajes escritos, mail, tuit. Ruido padecido, pero también ruido escogido. Ahora bien nuestro silencio parte de nos-mismos y abre la el oído de nuestro corazón; tenemos necesidad de él, como del oxígeno.
¿Cuántas veces en las conversaciones hemos tenido la experiencia de tratar de hablar y el interlocutor no nos escuchaba? Solamente en el silencio «se abre un espacio de audición mutua y en donde se vuelve posible una relación humana más profunda» (1) ¿Nos causa miedo? Entrando en casa a menudo prendemos la televisión, la radio, internet y en cuanto tenemos un espacio libre verificamos nuestros sms, e-mail o tweet en nuestros smart o i-phones.
El papa Benedicto ha subrayado a menudo la importancia del silencio en nuestras vidas, por ejemplo durante la 46° Jornada mundial de las comunicaciones sociales del 2012 titulada : «Silencio y Palabra: camino de evangelización». Él nos invitaba a redescubrir su valor. El silencio unifica, ordena lo que está fragmentado en nosotros y permite reencontrarnos. No se trata de buscar el silencio por sí mismo, sino el silencio que nos predispone a escuchar. Por eso Benedicto XVI invitaba a no tener miedo «del silencio en el exterior y en el interior de nosotros, si queremos ser capaces no sólo de percibir la voz de Dios, pero también la voz que está cerca de nosotros, la voz de los demás» (2).
El exceso de ruidos y de palabras asfixia nuestro corazón. Tenemos necesidad de detenernos y de entrar en el silencio para escuchar la única Palabra. Es la experiencia hecha por el profeta Elias en el desierto. Él reconoció en «la voz fina del silencio», la presencia del Señor. Silencio y escucha van juntos. Saborear el silencio, esto no significa estar en el mutismo, en cambio es despertar la capacidad de sentir lo que ya no siento, de ver lo que ya no veo, la capacidad a través de la cual el Señor viene hacia mí.
El silencio del corazón es esencial en la oración. Si no he preparado mi corazón no me sirve de nada rezar: estaría a repetir palabras en el vacío. Rezar, es abrir el corazón a un encuentro, el de Jesucristo y tengo que predisponerme. Pasa por el silencio, el silencio de las palabras y silencio del corazón. El silencio es siempre la promesa de un encuentro. San Juan de la Cruz decía: «El Padre celeste ha dicho una sola palabra, su Hijo, y la dice eternamente en un eterno silencio. Ella se hace sentir en el silencio del alma » (Máxima 307)
En la 46 Jornada mundial de las comunicaciones.
Homilía del 4 de julio de 2010.
Zenit nos ofrece las palabras del papa Francisco antes de rezar la oración del ángelus en la plaza de San Pedro, el domingo 1 de Septiembre de 2013, convocando a una jornada de ayuno por la paz en Siria y en el mundo, que se celebrará el próximo sábado 7 de septiembre.
“Queridos hermanos y hermanas, buen día.
Hoy quiero hacerme intérprete del grito que sube desde cada parte de la tierra, desde cada pueblo, del corazón de cada uno, de la única gran familia que es la humanidad, con angustia creciente: es el grito de la paz.
Es el grito que dice con fuerza: queremos un mundo de paz. Queremos ser hombres y mujeres de paz. Queremos que en esta sociedad nuestra, destrozada por divisiones y conflictos estalle la paz.
¡Nunca más la guerra, nunca más la guerra! La paz es un don demasiado precisos que tiene que ser promovido y protegido.
Vivo con particular sufrimiento y preocupación las diversas situaciones de conflicto que hay en nuestro mundo, pero en estos días mi corazón está profundamente herido por lo que está sucediendo en Siria y angustiado por las dramáticas perspectivas que se prospectan.
Dirijo un fuerte apelo por la paz, un apelo que nace del interior de nosotros mismos. ¡Cuánto sufrimiento, cuánta devastación, cuánto dolor llevó y lleva el uso de las armas en este martirizado país. Especialmente entre la población civil e inerme. Pensemos a los niños no podrán ver la luz del futuro.
Con particular firmeza condeno el uso de las armas químicas. Les digo que conservo aún fijas en la mente y en el corazón las terribles imágenes que vi en los días pasado. ¡Hay un juicio de Dios y también un juicio de la historia sobre nuestras acciones del que no se puede huir!
El uso de la violencia nunca trae la paz. La guerra engendra guerra, la violencia engendra violencia. Con toda mi fuerza pido a las partes en conflicto que escuchen la voz de la propia conciencia, de no cerrarse en los intereses propios, pero que miren al otro como a un hermano y que tomen posición con decisión el camino del encuentro y del negociado, superando la ciega contraposición.
Con la misma fuerza exhorto también a la comunidad internacional de manera que haga un esfuerzo para promover, sin ulterior indulgencia, iniciativas claras por la paz en ese país, basadas en el diálogo y la negociación, en el bien de la población siria. No sea ahorrado ningún esfuerzo para garantizar asistencia humanitaria a quien fue golpeado por este terrible conflicto. En particular a los desplazados en el país y a los numerosos prófugos en los países vecinos. A los operadores humanitarios empeñados en aliviar el sufrimiento de la población, le sea asegurada la posibilidad de dar la ayuda necesaria.
¿Qué podemos hacer nosotros por la paz en el mundo? Como decía el papa Juan, a todos nos corresponde la tarea de recomponer la relación de convivencia en la justicia y el amor. Una cadena de empeño por la paz una a todos los hombre y mujeres de buena voluntad.
Y hago una fuerte e insistente invitación a toda la Iglesia católica y también la extiendo a los cristianos de otras confesiones, a los hombres y mujeres de cada religión, y también a los hermanos y hermanas que no creen. La paz es un bien que supera cualquier las barrera porque es un bien de toda la humanidad.
Repito en alta voz: No es la cultura del enfrentamiento, la cultura del conflicto, la que construye la convivencia de los pueblos y entre los pueblos; sino aquella: la cultura del encuentro, la cultura del diálogo, esta es el único camino hacia la paz. El grito de paz se eleve alto para que llegue al corazón de todos, y todos depongan las armas y se dejen guiar del anhelo de paz.
Por esto, hermanos y hermanas, he decidido de convocar para toda la Iglesia, el 7 de septiembre próximo -vigilia de la Natividad de María Reina de la Paz- una jornada de ayuno y oración por la paz en Siria, en el Medio Oriente y en todo el mundo.
Y también invito a unirse a esta iniciativa, de la manera que considerarén más oportuna a los hermanos cristianos no católicos, a los que pertenecen a otras religiones y a los hombres de buena voluntad.
El 7 de septiembre en la plaza de San Pedro, aquí desde las 19 a las 24 horas, nos reuniremos en oración y en espíritu de penitencia para invocar de Dios este gran don en favor de la amada nación siria y por todas las situaciones de conflictos y violencias en el mundo.
La humanidad necesita ver gestos de paz y oír palabras de esperanza y de paz. Pido a todas las Iglesias particulares que además de vivir este día de ayuno, organicen algún acto litúrgico según esta intención.
A María le pedimos que nos ayude a responder a la violencia, al conflicto y a la guerra, con la fuerza del diálogo, la reconciliación y del amor. Ella es madre. Que ella nos ayude a encontrar la paz. Todos nosotros somos sus hijos. ¡Ayúdanos María a superar este difícil momento y a empeñarnos cada día, en cada ambiente, en una auténtica cultura del encuentro y de la paz.
María reina de la paz, ruega por nosotros. Todos: María reina de la paz ruega por nosotros".
(Oración del Angelus).