Reflexión para la Solemnidad de Todos los Santos ofrecida dçpor el sacerdote Don Juan Manuel Pérez >Piñero bajo el epígrafe " ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Solemnidad de Todos los Santos
Es ésta una de las fiestas más hermosas de Calendario Cristiano. A lo largo año vamos celebrando la fiesta de muchos santos. Hoy celebramos la Solemnidad de Todos los Santos. Y se estremece nuestro corazón al considerar que familiares, amigos, conocidos nuestros se encuentran entre esa multitud, que nos presenta la primera lectura de hoy. Hoy es el día del “santo desconocido”.
Por todo ello es éste un día inmensamente alegre y hermoso. Si por un santo, hacemos fiesta, cuánto más al recordar y celebrar a todos los santos.
Contemplamos este día la gloria, la felicidad y grandeza en la que termina la vida de los auténticos seguidores de Cristo. Por eso nos anima, nos hace mucho bien celebrar esta gran Solemnidad. Incluso, parece como si se nos hiciera hoy la santidad más cercana, más asequible. No en vano es la que han practicado las personas más cercanas a nosotros y las que más queremos.
¿Y por qué son santos todos estos hermanos nuestros? ¿En qué consiste esa santidad?
El Vaticano II nos lo explica: “El Bautismo y la fe los han hecho verdaderamente hijos de Dios, participan de la naturaleza divina y son, por tanto, realmente santos. Por eso deben, con la gracia de Dios, conservar y llevar a plenitud en su vida la santidad que recibieron” (L. G. 40).
La santidad, por tanto, es ante todo y sobre todo, don, gracia de Dios, una consecuencia del Bautismo del que nos habla la segunda lectura de este día. Nos hacemos hijos de Dios y, por lo mismo, “realmente santos”.
El Concilio nos señala además, que esa santidad que recibimos hay que conservarla y perfeccionarla, llevarla a plenitud. De esta forma, nos señala nuestra tarea fundamental, nuestro trabajo más importante en la vida, aquello por lo que hemos de tener más interés, y mayor preocupación. Necesitamos recordar con frecuencia esta meta a la que estamos llamados, para que no caigamos en la tentación de instalarnos en la mediocridad y en la medianía. Me gusta decir que el Señor no quiere que seamos buenos sino santos. Santa Teresa decía: “Qué importante en la vida espiritual es sentirnos animados por un gran deseo”.
Hoy es un día apropiado para recordar todas estas cosas.
El Evangelio nos presenta, más en concreto, el camino para alcanzar la santidad: la práctica de las bienaventuranzas.
Los santos son, por último, intercesores nuestros. Y es bueno que contemos con su ayuda, especialmente, en nuestro camino hacia la plenitud de la santidad. Así rezamos en la oración de la Misa hoy: “Concédenos por esta multitud de intercesores la deseada abundancia de tu misericordia y tu perdón”.
SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
El Libro del Apocalipsis nos presenta, en medio de su lenguaje simbólico, una visión de la Asamblea gloriosa de todos los santos, procedentes de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas.
SEGUNDA LECTURA
S. Juan nos habla en esta Lectura de nuestra condición de hijos de Dios, que es el fundamento de la santidad y una llamada permanente a ser santos: “Todo el que tiene esta esperanza se purifica a sí mismo como Él es puro”, dice el apóstol. Escuchemos con atención.
TERCERA LECTURA
El Evangelio nos señala el camino para ser santos: la práctica de las bienaventuranzas. Pero antes de escuchar el Evangelio, aclamemos al Señor con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
Enla Comuniónel Señor nos ofrece su Cuerpo y su Sangre como alimento y fuerza para avanzar por el camino de la santidad. “Una sola Comunión basta para ser santo”, decía Santa Teresa. Y los que comulgamos todos los días, ¿por qué no lo hemos conseguido todavía?
En la mañana de este miércoles 30 de octubre de 2013 en la audiencia general el papa Francisco dijo las siguientes palabras a los fieles presentes en la plaza de San Pedro. (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy me gustaría hablar de una realidad muy bella de nuestra fe, es decir, la comunión de los santos. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que este término hace referencia a dos realidades: la comunión en las cosas santas, y la comunión entre las personas santas (núm. 948). Me centro en el segundo significado: es una verdad entre las más reconfortantes de nuestra fe, porque nos recuerda que no estamos solos sino que hay una comunión de vida entre todos los que pertenecen a Cristo. Una comunión que nace de la fe; de hecho el término "santos" se refiere a aquellos que creen en el Señor Jesús, y se incorporan a Él en la Iglesia a través del bautismo. Por eso, los primeros cristianos fueron llamados también "los santos" (cf. Hch. 9,13.32.41; Rm. 8,27; 1 Cor. 6,1).
1 . El Evangelio de Juan dice que, antes de su pasión, Jesús oró al Padre por la comunión entre los discípulos con estas palabras: "Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (17,21). La Iglesia, en su verdad más profunda, es comunión con Dios, familiaridad con Dios, una comunión de amor con Cristo y con el Padre en el Espíritu Santo, que se prolonga en una comunión fraterna. Esta relación entre Jesús y el Padre es la "matriz" de la unión entre nosotros los cristianos: si estamos íntimamente inseridos en esta "matriz", en este horno ardiente de amor, entonces podemos llegar a ser realmente un solo corazón y una sola alma entre nosotros, porque el amor de Dios incinera nuestro egoísmo, nuestros prejuicios, nuestras divisiones internas y externas. El amor de Dios también incinera nuestros pecados.
2. Si esto tiene su origen en la fuente del amor, que es Dios, entonces también se da el movimiento recíproco: de los hermanos a Dios; la experiencia de la comunión fraterna con Dios me lleva a la comunión con Dios. Estar unidos entre nosotros nos lleva a estar unidos a Dios, nos lleva a esta relación con Dios que es nuestro Padre. Este es el segundo aspecto de la comunión de los santos que me gustaría subrayar: nuestra fe necesita del apoyo de los demás, especialmente en tiempos difíciles. Si estamos unidos la fe se vuelve más fuerte. ¡Qué hermoso es apoyarse mutuamente en la aventura maravillosa de la fe! Digo esto porque la tendencia a refugiarse en lo privado también ha influido en la esfera religiosa, por lo que muchas veces es difícil buscar la ayuda espiritual de aquellos que comparten nuestra experiencia cristiana.
Todos las hemos experimentado; yo también, forma parte del camino de la fe, del camino de nuestra vida. ¿Quién de nosotros no ha experimentado inseguridad, desconcierto e incluso dudas en el camino de la fe? Todos hemos experimentado esto, también yo: es parte del camino de la fe, es parte de nuestra vida. Todo esto no debe sorprendernos, porque somos seres humanos, marcados por la fragilidad y las limitaciones; todos somos frágiles, todos tenemos límites. Sin embargo, en estos tiempos difíciles hay que confiar en la ayuda de Dios, a través de la oración filial, y al mismo tiempo, es importante encontrar el coraje y la humildad para estar abierto a los demás, para pedir ayuda, para pedir que nos den una mano. ¡Cuántas veces hemos hecho esto, y después hemos sido capaces de salir del problema y encontrar a Dios otra vez! En esta comunión --comunión quiere decir común-unión--, somos una gran familia, donde todos los componentes se ayudan y se apoyan mutuamente.
3. Y ahora llegamos a otro aspecto: la comunión de los santos va más allá de la vida terrena, va más allá de la muerte y dura para siempre. Esta unión entre nosotros, va más allá y continúa en la otra vida; es una unión espiritual que nace del bautismo y no se rompe con la muerte, sino que, gracias a Cristo resucitado, está destinado a encontrar su plenitud en la vida eterna. Hay un vínculo profundo e indisoluble entre los que son todavía peregrinos en este mundo -- incluidos nosotros-- y los que han cruzado el umbral de la muerte para entrar a la eternidad. Todos los bautizados aquí en la tierra, las almas del Purgatorio, y todos los santos que ya están en el Paraíso forman una sola gran familia. Esta comunión entre el cielo y la tierra se realiza sobre todo en la oración de intercesión.
Queridos amigos, ¡tenemos esta belleza! Es nuestra realidad, la de todos, lo que nos hace hermanos, que nos acompaña en el camino de la vida y hace que nos encontremos de nuevo allá en el cielo. Vayamos por este camino con confianza, con alegría. Un cristiano debe ser alegre, con la alegría de tener a tantos hermanos y hermanas bautizados que caminan con él; sostenido por la ayuda de nuestros hermanos y hermanas que transitan este mismo camino para ir al cielo. Y también con la ayuda de nuestros hermanos y hermanas que están en el cielo y oran a Jesús por nosotros. ¡Adelante por este camino de felicidad!
Traducido de la versión original italiana por José Antonio Varela V.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo treintiuno del Tiempo Ordinario - C.
PARA JESÚS NO HAY CASOS PERDIDOS
Jesús alerta con frecuencia sobre el riesgo de quedar atrapados por la atracción irresistible del dinero. El deseo insaciable de bienestar material puede echar a perder la vida de una persona. No hace falta ser muy rico. Quien vive esclavo del dinero termina encerrado en sí mismo. Los demás no cuentan. Según Jesús, “donde esté vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón.
Esta visión del peligro deshumanizador del dinero no es un recurso del Profeta indignado de Galilea. Diferentes estudios analizan el poder del dinero como una fuerza ligada a pulsiones profundas de autoprotección, búsqueda de seguridad y miedo a la caducidad de nuestra existencia.
Sin embargo, para Jesús, la atracción del dinero no es una especie de enfermedad incurable. Es posible liberarse de su esclavitud y empezar una vida más sana. El rico no es “un caso perdido”. Es muy esclarecedor el relato de Lucas sobre el encuentro de Jesús con un hombre rico de Jericó.
Al atravesar la ciudad, Jesús se encuentra con una escena curiosa. Un hombre de pequeña estatura ha subido a una higuera para poder verlo de cerca. No es desconocido. Se trata de un rico, poderoso “jefe de recaudadores”. Para la gente de Jericó, un ser despreciable, un recaudador corrupto y sin escrúpulos como casi todos. Para los sectores religiosos, “un pecador” sin conversión posible, excluido de toda salvación.
Sin embargo, Jesús le hace una propuesta sorprendente: “Zaqueo, baja en seguida porque tengo que alojarme en tu casa”. Jesús quiere ser acogido en su casa de pecador, en el mundo de dinero y de poder de este hombre despreciado por todos. Zaqueo bajó en seguida y lo recibió con alegría. No tiene miedo de dejar entrar en su vida al Defensor de los pobres.
Lucas no explica lo que sucedió en aquella casa. Sólo dice que el contacto con Jesús transforma radicalmente al rico Zaqueo. Su compromiso es firme. En adelante pensará en los pobres: compartirá con ellos sus bienes. Recordará también a las víctimas de las que ha abusado: les devolverá con creces lo robado. Jesús ha introducido en su vida justicia y amor solidario.
El relato concluye con unas palabras admirables de Jesús: “Hoy ha entrado la salvación en esta casa. También este es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. También los ricos se pueden convertir. Con Jesús todo es posible. No lo hemos de olvidar nadie. El ha venido para buscar y salvar lo que nosotros podemos estar echando a perder. Para Jesús no hay casos perdidos.
José Antonio Pagola
Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
3 de Noviembre de 2013
31 del Tiempo Ordinario C
Lc 19, 1-10
Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú para el Domingo XXX del Tiempo Ordinario (27 de octubre de 2013) (AICA)
“Señor, escucha nuestra oración y líbranos de la aflicción” (Sal. 33)
En este domingo el Libro del Eclesiástico (35,12.16-18) nos enseña que “los gritos del pobre atraviesan las nubes”, obtienen la gracia de Dios y también que Dios ”pagará a cada uno según sus acciones”. Este es el centro de la liturgia dominical. El hombre debe hacer obras buenas y ofrecer a Dios sacrificios, pero esto no le da derechos ante Dios. Él examina el corazón de aquel que lo invoca con confianza, esperanza y amor. “Dios escucha al que sirve de buen grado. La primera lectura es un elogio a la Justicia de Dios que no se fija en el rostro de nadie ni es parcial con ninguno, sino que escucha la oración del pobre, del indefenso, del huérfano y de la viuda. Es un elogio también a la oración del humilde que conoce sus límites y recurre a Dios en su necesidad de auxilio y de salvación. Esta es la oración que atraviesa las nubes y obtienen la gracia y la justicia divina.
Es una introducción maravillosa a la parábola del fariseo y el publicano que fueron al Templo para orar (Lc.18, 9-14). Allí Jesús compara y confronta la oración de ambos. Sus actitudes y sus comportamientos son distintos y opuestos. Para el fariseo la oración es un simple pretexto para jactarse de su justicia a expensas de los pobres a los que él ayuda: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, injustos y adúlteros, ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. Este fariseo se siente sin pecado, cumplidor de la ley. Es arrogante, juzga, critica, difama y condena a los demás. ¿Quién más digno que él para recibir la gracia como recompensa por su justicia? Pero su corazón está lejos de Dios porque está lleno de soberbia y de desprecio por el prójimo: “yo no soy como los demás”.
Por el contrario, el publicano -al fondo del Templo- se confiesa pecador e indigno y quizá con razón porque su conducta no es conforme a la Ley de Dios. El no es un cumplidor de la Ley, sin embargo está arrepentido, reconoce su miseria moral y se da cuenta de que es indigno del favor de Dios. Dice el Evangelio: “no se atrevía a levantar sus ojos al cielo, sólo se golpeaba el pecho diciendo: “¡Oh Dios, ten compasión de este pecador” (Ib. 13). La conclusión de la parábola nos desconcierta: el fariseo salió del templo sin justificación y el publicano salió justificado. Esto no quiere decir que Dios prefiera al libertino, pecador o estafador antes que al hombre honesto; sino que prefiere la humildad del hombre arrepentido, de aquel que reconoce la verdad de su situación y que no cree tener derechos frente a Dios, como cree el fariseo. El publicano -desde su realidad- se abre a Dios con confianza y pone su esperanza en Él. Además el mismo Jesús nos enseña que todo el que se humilla será enaltecido y todo el que se enaltece será humillado. En realidad los dos tenían razón para humillarse, pues ¿quién puede decir que es justo y perfecto delante de Dios?
De alguna manera -como estos dos personajes- todos los cristianos tenemos suficientes motivos para humillarnos y pedir perdón. No somos perfectos en el cumplimiento del mandato del “amor al prójimo”, no siempre somos justos ni ayudamos a la viuda ni al huérfano, no siempre trabajamos por la verdad del ser humano o por el valor de la vida humana. Muchas veces somos egoístas y cerrados en nosotros mismos, sin tener en cuenta al hermano necesitado. Es entonces que tenemos necesidad de reconocer nuestras faltas y de arrepentirnos de ellas y pedir al Señor de la Misericordia su perdón y su gracia para no pecar y ser fieles seguidores del Evangelio.
San Pablo, en la segunda lectura de este domingo, reconoce haber corrido hasta la meta, haber mantenido la fe. Reconoce el bien realizado, pero con un espíritu diferente. Afirma que el Señor dará “la corona merecida” no solamente a él sino a todos los que aguarden con amor su venida. En lugar de jactarse del bien realizado, confiesa que es Dios quien le ha sostenido y dado fuerzas. Lejos de contar con sus méritos, confía en Dios para ser salvado y le da por ello gracias: “el Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. ¡A él la gloria por los siglos de los siglos! Amén”.
Que la Virgen, Madre del Amor, nos enseñe a orar por las dificultades de este tiempo y nos ayude a ser servidores de Jesús y seguidores fieles del Evangelio.
Mons. Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú
Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (XXX domingo durante el año, 27 de octubre de 2013) (AICA)
Reconocer y rezar nuestra propia realidad
Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, Jesús dijo esta parábola: "Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'. Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado" (San Lucas 18, 9-14)
Lo primero es la oración; la oración con que uno va a rezar a Dios. Después el cómo uno se presenta; se presenta con su propia vida. Ahora bien ¿se presenta con verdad o con mentira?; ¿se presenta con humildad o vanidosamente?; ¿se presenta con su pobreza, con su limitación, o con su orgullo por las cosas que pueda hacer?; finalmente ¿uno se presenta compitiendo con el otro teniéndose como superior o se presenta como uno más, con todos, sabiendo que todos -y en especial uno mismo- necesita de la misericordia de Dios, ante la miseria que cada uno de nosotros pueda tener en la vida?: el publicano y el fariseo.
El fariseo, lleno de sí, creía contentar a Dios mostrándose como justo. El publicano, sabiendo que era un pecador, tuvo la capacidad de reconocerlo y en ese reconocimiento está presente la posibilidad de cambio: reconoce y reza su propia realidad.
Es importante extender, alargar, hacer más presente que uno necesita de Dios, que recurre a Él porque sabe que será escuchado, que uno no se desanima ante las adversidades, problemas, dificultades o los pecados, porque uno sabe que puede estar en Dios porque Dios siempre ama sin ninguna otra razón que su mismo amor. Nos ama porque nos ama. Y así también tenemos que presentarnos ante Dios: confiamos porque confiamos, independientemente de nuestros resultados inmediatos.
Verdad, reconocimiento, humildad, empezar de nuevo y contar siempre con la cercanía y bendición de Dios. Quien es humilde sabe reconocer; quien es humilde sabe empezar de nuevo.
Que tengamos un corazón humillado, no que se “mande la parte,” no que hace demagogia, no que “se hace el humilde”, no que finge ser humilde, sino que reconoce lo que es y por eso es capaz de abrirse a Dios y confiar en su misericordia. Que seamos humildes y que Dios bendiga a nuestra Patria en este día especial de las elecciones.
Les dijo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (26 de octubre de 2013) (AICA)
El Año de la Fe está llegando a su fin
El año de la fe se está acercando ya a su fin. Ustedes recuerdan que comenzó el 11 de octubre de 2012 para conmemorar el 50º aniversario del inicio del concilio Vaticano Segundo. Va a concluir dentro de muy poco, en la fiesta de Cristo Rey de este año.
Durante este período la Iglesia nos ha exhortado a que nosotros apreciamos debidamente el don de la fe y reflexionemos sobre ella. Valorar el hecho de ser creyentes, agradecer a Dios esta realidad y meditar acerca de lo que significa creer, en todas las implicancias para la vida.
La fe es la fe de la Iglesia, es la fe que profesamos, la fe que celebramos, la fe que vivimos y la fe que inspira nuestra oración.
Quisiera comentarles hoy algo que me parece muy importante; la relación que asocia el acto intimo de fe, por el cual creemos con nuestro corazón y nos ponemos en las manos del Señor que nos ha dirigido su palabra, con la profesión que hacemos de los contenidos de la fe cuando rezamos el Credo.
A propósito de eso, recordemos que en la primitiva Iglesia el rito del bautismo era precedido de un largo catecumenado y en ese período había un momento singular: cuando el obispo entregaba a los catecúmenos el símbolo de la fe. Ellos tenían que recibirlo personalmente, estudiarlo, hacerse cargo de ese contenido, del símbolo de la fe, de nuestro Credo, y luego debían devolverlo. La palabra es esa, devolverlo. Lo llamaban “reditio symboli”, es decir devolución del símbolo. Todos juntos tenían que profesar la fe que habían recibido y que habían aceptado, recitando el Credo de la Iglesia.
Quiero leerles un pasaje de un sermón de San Agustín sobre este tema, donde dice: “El símbolo del sacrosanto misterio que recibieron todos a la vez y que hoy han recitado uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra Madre, sobre la base inconmovible que es Cristo el Señor. Recibieron y recitaron algo que deben retener siempre en su mente y corazón y repetir en su lecho; algo sobre lo que tienen que pensar cuando están en la calle y que no deben olvidar ni cuando comen, de forma que, incluso cuando duermen corporalmente, vigilen con el corazón.
Vigilar en latín significa estar despiertos. Corporalmente dormimos pero nuestro corazón, desde el punto de vista de la fe, está siempre alerta, está siempre dirigido al Señor. Aquí se expresa de esa manera tan bella la relación entre los contenidos de la fe, las verdades fundamentales de nuestra religión que expresan el misterio de Cristo, y la profesión de la fe, que se hace con los labios, como dice San Pablo, en la Carta a los Romanos, cuando afirma que “con el corazón se cree, con los labios se profesa la fe.
Esa profesión de fe que se hace con los labios va avalada por la disposición de toda una vida. Así como la celebramos en la liturgia, en la misa dominical, por ejemplo, así también esa fe que profesamos la manifestamos a través de un testimonio, de nuestra manera de vivir. El Año de la Fe tuvo por objetivo ayudarnos para que nos hagamos cargo, con mayor conciencia, decisión y alegría de una profesión pública de nuestra fe.
Es decir, que se note que somos creyentes, no haciendo ostentación sino con la naturalidad y la humildad que corresponde a un verdadero cristiano. Que en nuestra conducta se note que creemos lo que creemos. Los invito a que piensen en esto y que compartamos entonces esa alegría de haber recibido el contenido de la fe y de haberlo albergado en nuestro corazón.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata
Texto el micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT9 (26 de octubre de 2013) (AICA)
La familia como bien personal y social
En el mes de octubre celebramos, también, el Mes de la Familia. Ella pertenece a esas realidades a las que nos acostumbramos como a algo que está, que siempre estuvo. Nos parece que no puede dejar de existir, es algo que no necesita que lo pensemos. La misma vida, con sus necesidades de cuidado y crecimiento en sus dimensiones afectivas y sociales, es el primer testimonio de su importancia.
Se la define como la primera cédula de sociedad donde se aprenden las relaciones fundantes de nuestra relación humana. Por otra parte, cuando hay dificultades en la sociedad, sobre todo en los niños y los jóvenes, nos lamentamos de la ausencia de la familia o la hacemos objeto de crítica. Todo esto no está mal que se diga, pero me queda la sensación de que la familia es un buen discurso de buenas intenciones, pero que no termina de despertar un compromiso real de valoración y acompañamiento que la ayude en su misión.
Toda realización en el tiempo necesita de una idea que la sostenga, sea en el plano de los valores como de los medios que la hagan posible. En nuestro caso sería importante que la familia sea un tema presente en la educación, en las políticas que hacen al desarrollo y al bien común de la sociedad, como en otras instancias de la sociedad, pienso en los medios de comunicación. La familia debe ser un valor presente y reconocido. Esto no se impone, pero se debe presentar.
También en lo personal la familia necesita no sólo una aceptación ideal, sino de esas virtudes que tiene que ver con el amor y el diálogo, la generosidad y el compartir. Ciertamente hablamos de un camino que se va construyendo y no de algo mágico o de un instante. Dicho esto, podemos señalar algunos defectos que no la ayudan a su realización, me refiero al egoísmo, al individualismo, a la falta de sinceridad y compromiso con la palabra dada. A la ausencia de políticas que la ayuden en lo que puede ser, por ejemplo, una vivienda digna.
La familia como expresión social de amor necesita ser asumida como una tarea que se vive y se desarrolla en el tiempo. Cuando el tiempo sólo es un hoy sin ayer ni futuro, la vida de la familia se debilita, porque pertenece a una categoría de tiempo que no se define por le instante. La familia es un proyecto que no nace de un decreto, sino que va creando un espacio de amor y libertad que nos contiene y nos abre a un futuro de realización. Cuántas veces se reconoce el valor de la familia por el testimonio de los hijos.
Invertir en la familia es el mejor seguro que hace una sociedad. La vida de la familia está llamada a ser enriquecida por la oración, que es una mirada de fe que la ilumina y sostiene. El primer ámbito que la fe ilumina en la ciudad de los hombres, nos dice le Papa Francisco “es la familia” (Cfr. L. F. 52). En la oración hacemos presente a Dios y ponemos en sus manos de Padre el cuidado de todos sus miembros con sus relaciones. La familia que reza es una familia que se mantiene unida.
Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
Oración del santo padre Francisco encomendando las familias a María (Zenit.org)
Jesús, María y José
a ustedes, Santa Familia de Nazaret
hoy les dirigimos la mirada
con admiración y confianza,
en ustedes contemplamos
la belleza de la comunión en el verdadero amor;
a ustedes le encomendamos todas nuestras familias,
para que se renueven en ellas las maravillas de la gracia.
Santa Familia de Nazaret,
escuela atrayente del santo evangelio:
enséñanos a imitar tus virtudes
con una sabia disciplina espiritual,
dónanos la mirada límpida
en la que se reconoce la obra de la Providencia
en las realidades cotidianas de la vida
Santa Familia de Nazaret,
custodios fieles del misterio de la salvación:
hagan renacer en nosotros la estima por el silencio,
vuelve a nuestras familias cenáculos de oración
y transfórmalas en pequeñas Iglesias domésticas,
renueva el deseo de la santidad,
apoya la noble fatiga del trabajo, de la educación,
de la escucha, de la comprensión recíproca y del perdón.
Santa Familia de Nazaret,
devuelve a nuestra sociedad la consciencia
del carácter sagrado e inviolable de la familia,
bien inestimable e insustituible.
Cada familia sea habitación acogedora de bondad y de paz
para los niños y para los ancianos,
para quien está enfermo y solo,
para quien es pobre y necesitado.
Jesús, María y José
les rezamos con confianza, y nos ponemos con alegría
bajo vuestra protección.
Homilía completa del papa en la misa conclusiva de la Jornada Mundial de la Familia, 27 de Octubre de 2013. (Zenit.org)
Las lecturas de este domingo nos invitan a meditar sobre algunas características fundamentales de la familia cristiana.
La primera: La familia que ora. El texto del Evangelio pone en evidencia dos modos de orar, uno falso – el del fariseo – y el otro auténtico – el del publicano. El fariseo encarna una actitud que no manifiesta la acción de gracias a Dios por sus beneficios y su misericordia, sino más bien la satisfacción de sí. El fariseo se siente justo, se siente en orden, y juzga a los demás desde lo alto de su pedestal. El publicano, por el contrario, no utiliza muchas palabras. Su oración es humilde, sobria, imbuida por la conciencia de su propia indignidad, de su propia miseria: este hombre se reconoce necesitado del perdón de Dios.
La del publicano es la oración del pobre, es la oración que agrada a Dios que, como dice la primera Lectura, "sube hasta las nubes", mientras que la del fariseo está marcada por el peso de la vanidad.
A la luz de esta Palabra, quisiera preguntarles a ustedes, queridas familias: ¿Rezan alguna vez en familia? Algunos sí, lo sé. Pero muchos me dicen: ¿Cómo se hace? La oración es algo personal, y además nunca se encuentra el momento oportuno, tranquilo… Sí, es verdad, pero es también cuestión de humildad, de reconocer que tenemos necesidad de Dios, como el publicano. Y se requiere sencillez. Rezar juntos el "Padrenuestro", alrededor de la mesa, se puede hacer. Y rezar juntos el Rosario, en familia, es muy bello, da mucha fuerza. Y rezar el uno por el otro: el esposo por la esposa, los papás por los hijos, los hijos por los papás, y también por los abuelos. rezar los unos por los otros, esto se rezar en familia y vuelve fuerte la familia... La oración.
La segunda Lectura nos sugiere otro aspecto: la familia conserva la fe. El apóstol Pablo, al final de su vida, hace un balance fundamental: "He conservado la fe" ¿Cómo la conservó? No en una caja fuerte. No la escondió bajo tierra, como aquel siervo perezoso. San Pablo compara su vida con una batalla y con una carrera. Ha conservado la fe porque no se ha limitado a defenderla, sino que la ha anunciado, irradiado, la ha llevado lejos. Se ha opuesto decididamente a quienes querían conservar, "embalsamar" el mensaje de Cristo dentro de los confines de Palestina. Por esto ha hecho opciones valientes, ha ido a territorios hostiles, he aceptado el reto de los alejados, de culturas diversas, ha hablado francamente, sin miedo. San Pablo ha conservado la fe porque, así como la había recibido, la ha dado, yendo a las periferias, sin atrincherarse en actitudes defensivas.
También aquí, nos podemos preguntar: ¿De qué manera conservamos nosotros la fe? ¿La tenemos para nosotros, en nuestra familia, como un bien privado, o sabemos compartirla con el testimonio, con la acogida, con la apertura hacia los demás? Todos sabemos que las familias, especialmente las más jóvenes, van con frecuencia "corriendo", muy ocupadas; pero ¿han pensado alguna vez que esta "carrera" puede ser también la carrera de la fe? Las familias cristianas son familias misioneras, en la vida de cada día, haciendo las cosas de todos los días, poniendo en todo la sal y la levadura de la fe.
3. Un último aspecto encontramos de la Palabra de Dios: la familia que vive la alegría. En el Salmo responsorial se encuentra esta expresión: «Los humildes lo escuchen y se alegren» (33,3). Todo este Salmo es un himno al Señor, fuente de alegría y de paz. Y ¿cuál es el motivo de esta alegría? Es éste: El Señor está cerca, escucha el grito de los humildes y los libra del mal. Lo escribía también San Pablo: "Alégrense siempre… el Señor está cerca".
Queridas familias, ustedes lo saben bien: la verdadera alegría que se disfruta en familia no es algo superficial, no viene de las cosas, de las circunstancias favorables… la verdadera alegría viene de la armonía profunda entre las personas, que todos experimentan en su corazón y que nos hace sentir la belleza de estar juntos, de sostenerse mutuamente el camino de la vida. A la base de este sentimiento de alegría profunda está la presencia de Dios en la familia, está su amor acogedor, misericordioso, respetuoso hacia todos. Sólo Dios sabe crear la armonía de las diferencias. Si falta el amor de Dios, también la familia pierde la armonía, prevalecen los individualismos, y se apaga la alegría. Por el contrario, la familia que vive la alegría de la fe la comunica espontáneamente, es sal de la tierra y luz del mundo, es levadura para la sociedad.
Queridas familias, vivan siempre con fe y simplicidad, como la Sagrada Familia de Nazaret. ¡La alegría y la paz del Señor esté siempre con ustedes!.
Discurso del papa Francisco en la Jornada Mundial de la Familia, 26 de Octubre de 2013. (Zenit.org)
¡Queridas familas, ¡'buona sera' y bienvenidas a Roma!
Han venido aquí como peregrinos desde muchas partes del mundo, para profesar la fe delante del la tumba de San Pedro. Esta plaza les acoge y abraza: somos un sólo pueblo, con una sola alma, convocados por el Señor, que nos ama y sostiene. Saludo también a todas las familias que están unidas a través de la televisión y de internet: una plaza que se extiende sin confines.
Quisieron llamar a este momento “¡La familia vive la alegría de la fe!”. ¡Me gusta este título! He escuchado las experiencias de ustedes, los casos que han contado. Vi tantos niños, tantos abuelos... Sentí la tristeza de las familias que viven en situación de pobreza y de guerra. He oído a los jóvenes que se quieren casar, aún entre mil dificultades. Y entonces nos preguntamos: ¿Cómo es posible, hoy, vivir la alegría de la fe en familia? ¿Es posible o no es posible vivir esta alegría?
En el evangelio de Mateo, hay una palabra de Jesús que nos ayuda: 'Venid a mí todos los que están cansados y oprimidos, que yo les aliviaré'. Muchas veces la vida es pesada y tantas veces trágica, lo hemos apenas escuchado. Trabajar es fatigoso; buscar trabajo es fatiga y encontrar trabajo hoy nos pide tanta fatiga.
Pero, aquello que más pesa en la vida, no es esto, lo que más pesa es la falta de amor. Pesa no recibir una sonrisa, no ser acogidos. Pesan ciertos silencios, a veces aún en familia, entre marido y esposa, entre padres e hijos, entre hermanos. Sin amor, el cansancio se hace más pesado. Pienso en los ancianos solos, a las familias en dificultad porque no tienen ayuda para sostener a quienes en casa precisan de especiales atenciones y cuidados. 'Venid a Mí todos los que están cansados y oprimidos', dice Jesús.
Queridas familias, el Señor conoce nuestros cansancios, los conoce y los pesos de nuestra vida. Pero conoce también nuestro deseo profundo de hallar la alegría del alivio. ¿Se acuerdan? Jesús dijo: 'Vuestra alegría sea plena'. Jesús quiere que nuestra alegría sea plena.
Lo dijo a los apóstoles, y hoy lo repite a todos nosotros. Así, esta es la primera cosa que quiero compartir con ustedes en esta tarde, y es una palabra de Jesús: 'Venid a mi, familias de todo el mundo --dice Jesús-- y yo les aliviaré para que vuestra alegría sea completa'.
Y esta palabra de Jesús llévenla a casa, en el corazón, compártanla en familia, él nos invita a ir hacia él para darnos a todos la alegría.
La segunda palabra, la tomo del rito del matrimonio. En este sacramento, quien se casa dice: 'Prometo serte fiel, amarte y respetarte, en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, y de honrarte y amarte todos los días de nuestra vida'. En aquel momento, los esposos no saben qué sucederá, no saben cuáles son las alegrías y las tristezas que les esperan. Parten, como Abrahan; se ponen juntos en camino. Esto es el matrimonio, partir y caminar juntos, de manos dadas, entregándose en la mano grande del Señor. Mano en la mano por toda la vida y sin hacer caso de esta cultura de lo provisorio que nos corta la vida a pedazos.
Con esta confianza en la fidelidad de Dios, todo se enfrenta, sin miedo, con responsabilidad. Los esposos cristianos no son ingenuos, conocen los problemas y los peligros de la vida. Pero no tienen miedo de asumir la propia responsabilidad, delante de Dios y de la sociedad. Sin huir ni aislarse, sin renunciar a la misión de formar una familia y traer al mundo hijos.
Pero hoy, santo padre, es difícil. ¡Seguro que es difícil! ¡Por eso, es necesaria la gracia del sacramento! ¡Los sacramentos no sirven para decorar la vida; ¡que lindo matrimonio, que linda la ceremonia, que linda la fiesta! Eso no es la gracia del sacramento, eso es una decoración y la gracia no es para decorar la vida pero para hacernos fuertes en la vida, para hacernos corajosos y poder ir adelante! Sin aislarse, siempre juntos.
Los cristianos se casan sacramentalmente, porque son conscientes que necesitan el sacramento. Necesitan a este para vivir unidos entre sí y cumplir la misión de padres. 'En la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad'. Así dicen los esposos en el matrimonio y rezan juntos y con la comunidad, ¿por qué? Solamente porque es costumbre hacerlo así? No, lo hacen, porque les sirve para el largo viaje que deben hacer juntos, no a tramos, necesitan de la ayuda de Jesús, para caminar juntos con confianza, para acogerse uno al otro cada día y perdonarse cada día.
Y esto es importante en las familias, saber perdonarse, porque todos nosotros tenemos defectos, todos y a veces hacemos cosas que no son buenas y le hacen mal a los otros. Tener el coraje de pedir perdón en familia cuando nos equivocamos. Hace pocas semanas atrás recordé en esta plaza que para llevar adelante una familia es necesario usar tres palabras, quiero repetirlo, tres palabras: permiso, gracias y perdón. Tres palabras claves.
Pidamos permiso para no ser invasores. En familia: ¿Puedo hacer esto, te gusta que haga esto? El leguaje del permiso. Demos gracias, gracias por el amor, pero dime tú, cuántas veces al día le dices gracias a tu mujer o a tu marido? Cuántos días pasan sin decir esta palabra: gracias.
Y todos nos equivocamos, y a veces alguno se ofende en la familia, o en el matrimonio. A veces, digo, vuelan los platos, se dicen palabras fuertes, pero escuchen este consejo: no terminen la jornada sin hacer la paz, cada día. Disculpa y se recomienza. Permiso, gracias, perdón. ¿Lo decimos juntos?: Permiso, gracias, disculpa, usemos estas tres palabras en familia, perdonarse cada día.
En la vida, la familia experimenta muchos momentos hermosos: el descanso, la comida juntos, el paseo hasta al parque o por los campos, la visita a los abuelos, o a una persona enferma... Pero, si falta el amor, faltará la alegría, faltará la fiesta. Porque el amor nos lo da siempre Jesús: él es la fuente inagotable y se da a nosotros en la Eucaristía. Allí en el sacramento, Jesús nos da su palabra y el pan de la vida, para que nuestra alegría sea completa.
Y para concluir, está aquí delante de nosotros, este ícono de la presentación de Jesús en el templo. Es un ícono verdaderamente bello e importante. Contemplémoslo y dejémonos ayudar por esta imagen. Como todos ustedes, también los protagonistas de la escena tienen su camino: María y José se pusieron en camino, yendo como peregrinos a Jerusalén, obedeciendo a la ley del Señor; y también el viejo Simeon y la profetisa Ana, también ella muy anciana, van al templo impelidos por el Espíritu Santo. La escena nos muestra este entrecruzarse de tres generaciones: el entrelazarse de tres generaciones,
Simeon toma en los brazos al niño Jesús, en quien reconoce al Mesías, y Ana es representada en el gesto de alabar a Dios y anunciar la salvación a quien esperaba la redención de Israel. Estos dos ancianos representan la fe como memoria.
Y les pregunto: ¿Ustedes escuchan a los abuelos?, ¿le abren el corazón a la memoria que nos dan los abuelos? Los abuelos son la sabiduría de la familia, la sabiduría de un pueblo, y un pueblo que no escucha a los abuelos es un pueblo que muere. Hay que scuchar a los abuelos.
María y José son la familia santificada por la presencia de Jesús que es el cumplimiento de todas las promesas. Cada familia, como la de Nazaret está insertada en la historia de un pueblo y no puede existir sin las generaciones anteriores. Y por ello tenemos aquí a los abuelos, los abuelos, y los niños. Los niños aprenden de los abuelos y de las generaciones anteriores.
Queridas familias, también ustedes son parte del pueblo de Dios. Caminen felices, juntamente con este pueblo. Permanezcan siempre unidas a Jesús y llévenlo a todos con vuestro testimonio. Gracias por haber venido. Juntos, hagamos nuestras estas palabras de san Pedro, que nos dan fuerza y continuarán a darnos fuerza en los momentos difíciles: '¿Señor, de quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna!'. ¡Con la gracia de Cristo, vivan la alegría de la fe! ¡El Señor les bendiga y María, nuestra Madre, les proteja y acompañe!
(RED/HSM)
Homilía del papa Francisco en la ordenación de los primeros obispos por él consagrados (Zenit.org)
Reflexionemos atentamente sobre la alta responsabilidad eclesiástica a la que son llamados estos nuestros hermanos. El Señor nuestro Jesucristo enviado por el Padre, para redimir a los hombres envió a su vez en el mundo a los doce apóstoles, para que llenos de la potencia del Espíritu Santo anunciaran el evangelio a todos los pueblos reuniéndolos bajo un único pastor, los santificaran y los guiaran a la salvación.
Con la finalidad de perpetuar de generación en generación este ministerio apostólico, los doce se valieron de colaboradores apostólicos transmitiéndole a ellos con la imposición de las manos, el don del Espíritu recibido de Cristo, que confería la plenitud del sacramento del orden. Así, a través de la ininterrumpida sucesión de los obispos en la tradición viviente de la Iglesia se ha conservado este ministerio primario, es la obra del Salvador que sigue y se desarrolla hasta nuestros tiempos.
En el obispo, circundado por sus presbíteros está presente en medio de ustedes, el mismo Señor Nuestro Jesucristo, sumo sacerdote 'in eterno'.
Es Cristo de hecho que en el ministerio del obispo sigue predicando el evangelio de la salvación y a santificar a los creyentes mediante los sacramentos de la fe. Es Cristo que a través de la paternidad del obispo acrece de nuevos miembros su cuerpo que es la Iglesia. Es Cristo que en la sabiduría y prudencia del obispo guía el pueblo de Dios en la peregrinación terrena hasta la felicidad eterna.
Acojan pues con alegría y gratitud a estos nuestros hermanos que nosotros obispos que nosotros los obispos con la imposición de nuestras manos asociamos al colegio episcopal. Rindan a ellos el honor que se debe a los ministros de Cristo y a quienes dispensan los ministerios de Dios, a quienes les es confiado el testimonio del Evangelio y el ministerio del Espíritu para la santificación. Acuérdense las palabras de Jesucristo a los apóstoles: 'Quien le escucha a ustedes, me escucha a mi, quien les desprecia a ustedes me desprecia a mi, y quien les desprecia a ustedes desprecia a Aquel que me ha enviado'.
En cuanto a ustedes, Gianmaría y Gianpiero, elegidos por el Señor, reflexionen que han sido elegidos entre los hombres y para los hombres han sido constituidos en las cosas que se refieren a Dios. Episcopado es de hecho el nombre de un servicio, no de un honor. Al obispo le compete más el servir que el dominar, según el mandamiento del Maestro: quien es el más grande entre ustedes se vuelva como el más pequeño, quien gobierna como aquel que sirve, siempre en servicio, siempre el servicio.
Anuncien la palabra e toda ocasión, oportuna y no oportuna. Adviertan, reten, exhorten con toda magnanimidad y doctrina, y mediante la oración y la oferta del sacrificio por vuestro pueblo, alcancen de la plenitud de la santidad de Cristo la multiforme riqueza de la divina gracia, mediante la oración.
Recuerden ese primer conflicto en la Iglesia de Jerusalén, cuando los obispos tenían tanto trabajo para proteger a las viudas, los huérfanos, que decidieron nombrar diáconos. ¿Por qué? Para rezar y predicar la Palabra. Un obispo que no reza es un obispo 'a mitad camino', y si no le reza al Señor termina en la mundanidad. En la Iglesia que a ustedes les fue confiada sean fieles custodios y dispensadores del misterio de Cristo, puestos por el Padre a la cabeza de su familia.
Sigan siempre el ejemplo del Buen Pastor que conoce a sus ovejas y por ellas es conocido y por ellas no dudó en dar su vida. El amor del obispo: amen con amor de padre y hermano a todos aquellos a quien Dios les confía. Amen sobre todo a los presbíteros y diáconos que son vuestros colaboradores, son los que están más cerca de los próximos de ustedes. Nunca hacer esperar una audiencia a un presbítero, en seguida responderles, estén cerca de ellos. Amen también a los pobres y a los indefensos y a quienes tienen necesidad de acogida y ayuda.
Exhorten a los fieles a cooperar al empeño apostólico y acérquelos con gusto. Tengan viva atención hacia quienes no pertenecen al rebaño de Cristo porque si esos mismo les han sido confiados en el Señor. Recen mucho por ellos.
Acuérdense que en la Iglesia católica unidos en el vínculo de la caridad están unidos al colegio de los obispos y tienen que llevar la solicitud de todas las Iglesias acudiendo a las más necesitadas se ayuda.
Y velen con amor por todo el rebaño, en el cual el Espíritu Santo les pone a regir la Iglesia de Dios. Velen en el nombre del Padre, en nombre del cual toman la imagen, en nombre de Jesucristo su hijo de quien son constituidos maestros, sacerdotes y pastores. Y en nombre del Espíritu Santo que da vida a la Iglesia y con su potencia sostiene nuestra debilidad. Que así sea.
Reflexión de monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas (Zenit.org)
La inculturación en la Iglesia
A las poblaciones con ritos ancestrales: ofrecerles la plenitud que nos ha traído Jesús.
SITUACIONES
Nos reunimos en Bogotá un grupo de asesores del CELAM sobre un tema delicado de la pastoral indígena, que es la Teología India. Estamos preparando el V Simposio, a realizarse en Bolivia en mayo próximo, con el objetivo de proseguir el camino de profundización de los contenidos doctrinales de dicha teología, para avanzar en su clarificación, a la luz de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia.
Nos preocupa que algunos menosprecien y satanicen las culturas originarias, sin conocerlas a fondo; quisieran que todo lo indígena ya desapareciera de la historia social y eclesial. En estos simposios se intenta discernir, en costumbres, ritos y mitos indígenas, lo que el amor del Padre sembró en ellos, por medio de su Espíritu, para ofrecerles la plenitud que nos ha traído Jesús.
Por otra parte, todavía hay resistencias a que sigamos usando el término de Iglesia autóctona, como si eso implicara apartarnos de la eclesiología del Concilio Vaticano II, cuando es más bien un esfuerzo, ciertamente fronterizo, de vivir lo que al respecto el Espíritu dijo y dice a las Iglesias. Es lo que entendemos cuando hablamos de Iglesia inculturada en las culturas indígenas, mestizas, urbanas y modernas.
ILUMINACION
El Decreto Ad gentes del Vaticano II ordena: “Deben crecer de la semilla de la Palabra de Dios en todo el mundo Iglesias particulares autóctonas suficientemente fundadas y dotadas de propias energías y maduras, que, provistas suficientemente de jerarquía propia, unida al pueblo fiel, y de medios apropiados para llevar una vida plenamente cristiana, contribuyan, en la parte que les corresponde, al bien de toda la Iglesia. El medio principal para esta plantación es la predicación del Evangelio de Cristo. Para anunciarlo envió el Señor a sus discípulos a todo el mundo, a fin de que los hombres, renacidos por la Palabra de Dios, ingresen por el bautismo en la Iglesia, la cual, como cuerpo del Verbo Encarnado que es, se alimenta y vive de la Palabra de Dios y del pan eucarístico” (6). Esto que pide el Espíritu, es lo que procuramos vivir.
Según Juan Pablo II, la inculturación es “la encarnación del Evangelio en las culturas autóctonas y al mismo tiempo la introducción de estas culturas en la vida de la Iglesia” (Slavorum Apostoli, 21). “Al entrar en contacto con las culturas, la Iglesia debe acoger todo lo que, en las tradiciones de los pueblos, es compatible con el Evangelio, a fin de comunicarles las riquezas de Cristo, y enriquecerse ella misma con la sabiduría multiforme de las naciones de la tierra” (Al Pontificio Consejo para la Cultura,17 enero 1987).
Dice el Concilio que la penetración del Evangelio en un determinado medio sociocultural, por una parte, “fecunda como desde sus entrañas las cualidades espirituales y los propios valores de cada pueblo..., los consolida, los perfecciona y los restaura en Cristo” (GS 58); por otra, la Iglesia asimila estos valores, en cuanto son compatibles con el Evangelio, “para profundizar mejor el mensaje de Cristo y expresarlo más perfectamente en la celebración litúrgica y en la vida de la multiforme comunidad de fieles” (Ibid).
Benedicto XVI extendió esta inculturación a otras culturas, no sólo a las aborígenes: “Para cumplir la misión salvífica que la Iglesia recibió de Cristo, … se requiere también anunciar y vivir la buena nueva, entablando sin temor un diálogo crítico con las culturas nuevas vinculadas a la aparición de la globalización, para que la Iglesia les lleve un mensaje cada vez más pertinente y creíble, permaneciendo fiel al mandato que recibió de su Señor” (A los Obispos de Camerún: 18 marzo 2006).
COMPROMISOS
Es necesario que nuestra Iglesia se haga más presente en las diferentes culturas, originarias, mestizas y postmodernas, como expresión de una nueva evangelización. Insistimos en los pueblos indígenas no para conservarlos en un museo para curiosidad de turistas y estudio de antropólogos, sino para que Jesucristo sea su vida plena, que les aliente en la esperanza, ante la discriminación que han sufrido por años, y así sean sujetos de su desarrollo integral.
Palabras del papa Francicisco en la audiencia del miércoles 23 de Octubre de 2013 (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Continuando con la catequesis sobre la Iglesia, hoy me gustaría mirar a María como imagen y modelo de la Iglesia. Y lo hago recuperando una expresión del Concilio Vaticano II. Dice la constitución Lumen gentium: "Como enseñaba san Ambrosio, la Madre de Dios es una figura de la Iglesia en el orden de la fe, la caridad y de la perfecta unión con Cristo» (n. 63).
1. Partamos desde el primer aspecto, María como modelo de fe. ¿En qué sentido María es un modelo para la fe de la Iglesia? Pensemos en quién fue la Virgen María: una joven judía, que esperaba con todo el corazón la redención de su pueblo. Pero en aquel corazón de joven hija de Israel, había un secreto que ella misma aún no lo sabía: en el designio del amor de Dios estaba destinada a convertirse en la Madre del Redentor. En la Anunciación, el mensajero de Dios la llama "llena de gracia" y le revela este proyecto. María responde "sí", y desde ese momento la fe de María recibe una nueva luz: se concentra en Jesús, el Hijo de Dios que se hizo carne en ella y en quien que se cumplen las promesas de toda la historia de la salvación. La fe de María es el cumplimiento de la fe de Israel, en ella realmente está reunido todo el camino, la vía de aquel pueblo que esperaba la redención, y en este sentido es el modelo de la fe de la Iglesia, que tiene como centro a Cristo, la encarnación del amor infinito de Dios.
¿Cómo ha vivido María esta fe? La vivió en la sencillez de las miles de ocupaciones y preocupaciones cotidianas de cada madre, en cómo ofrecer los alimentos, la ropa, la atención en el hogar... Esta misma existencia normal de la Virgen fue el terreno donde se desarrolla una relación singular y un diálogo profundo entre ella y Dios, entre ella y su hijo. El "sí" de María, ya perfecto al principio, creció hasta la hora de la Cruz. Allí, su maternidad se ha extendido abrazando a cada uno de nosotros, nuestra vida, para guiarnos a su Hijo. María siempre ha vivido inmersa en el misterio del Dios hecho hombre, como su primera y perfecta discípula, meditando cada cosa en su corazón a la luz del Espíritu Santo, para entender y poner en práctica toda la voluntad de Dios.
Podemos hacernos una pregunta: ¿nos dejamos iluminar por la fe de María, que es Madre nuestra? ¿O la creemos lejana, muy diferente a nosotros? En tiempos de dificultad, de prueba, de oscuridad, la vemos a ella como un modelo de confianza en Dios, que quiere siempre y solamente nuestro bien? Pensemos en ello, ¡tal vez nos hará bien reencontrar a María como modelo y figura de la Iglesia por esta fe que ella tenía!
2 . Llegamos al segundo aspecto: María, modelo de caridad. ¿De qué modo María es para la Iglesia ejemplo viviente del amor? Pensemos en su disponibilidad hacia su prima Isabel. Visitándola, la Virgen María no solo le llevó ayuda material, también eso, pero le llevó a Jesús, quien ya vivía en su vientre. Llevar a Jesús en dicha casa significaba llevar la alegría, la alegría plena. Isabel y Zacarías estaban contentos por el embarazo que parecía imposible a su edad, pero es la joven María la que les lleva el gozo pleno, aquel que viene de Jesús y del Espíritu Santo, y que se expresa en la caridad gratuita, en el compartir, en el ayudarse, en el comprenderse.
Nuestra Señora quiere traernos a todos el gran regalo que es Jesús; y con Él nos trae su amor, su paz, su alegría. Así, la Iglesia es como María, la Iglesia no es un negocio, no es un organismo humanitario, la Iglesia no es una ONG, la Iglesia tiene que llevar a todos hacia Cristo y su evangelio; no se ofrece a sí misma –así sea pequeña, grande, fuerte o débil- la Iglesia lleva a Jesús y debe ser como María cuando fue a visitar a Isabel. ¿Qué llevaba María? A Jesús. La Iglesia lleva a Jesús: ¡este el centro de la Iglesia, llevar a Jesús! Si hipotéticamente, alguna vez sucediera que la Iglesia no lleva a Jesús, ¡esta sería una Iglesia muerta! La Iglesia debe llevar la caridad de Jesús, el amor de Jesús, la caridad de Jesús.
Hemos hablado de María, de Jesús. ¿Qué pasa con nosotros? ¿Con nosotros que somos la Iglesia? ¿Cuál es el amor que llevamos a los demás? Es el amor de Jesús que comparte, que perdona, que acompaña, ¿o es un amor aguado, como se alarga al vino que parece agua? ¿Es un amore fuerte, o debil, al punto que busca las simpatías, que quiere una contrapartida, un amor interesado?
Otra pregunta: ¿a Jesús le gusta el amor interesado? No, no le gusta, porque el amor debe ser gratuito, como el suyo. ¿Cómo son las relaciones en nuestras parroquias, en nuestras comunidades? ¿Nos tratamos unos a otros como hermanos y hermanas? ¿O nos juzgamos, hablamos mal de los demás, cuidamos cada uno nuestro "patio trasero"? O nos cuidamos unos a otros? ¡Estas son preguntas de la caridad!
3. Y un último punto brevemente: María, modelo de unión con Cristo. La vida de la Virgen fue la vida de una mujer de su pueblo: María rezaba, trabajaba, iba a la sinagoga... Pero cada acción se realizaba siempre en perfecta unión con Jesús. Esta unión alcanza su culmen en el Calvario: aquí María se une al Hijo en el martirio del corazón y en la ofrenda de la vida al Padre para la salvación de la humanidad. Nuestra Madre ha abrazado el dolor del Hijo y ha aceptado con Él la voluntad del Padre, en aquella obediencia que da fruto, que trae la verdadera victoria sobre el mal y sobre la muerte.
Es hermosa esta realidad que María nos enseña: estar siempre unidos a Jesús. Podemos preguntarnos: ¿Nos acordamos de Jesús sólo cuando algo está mal y tenemos una necesidad? ¿O tenemos una relación constante, una profunda amistad, incluso cuando se trata de seguirlo en el camino de la cruz?
Pidamos al Señor que nos dé su gracia, su fuerza, para que en nuestra vida y en la vida de cada comunidad eclesial se refleje el modelo de María, Madre de la Iglesia. ¡Que así sea!
Traducido del texto original en italiano por José Antonio Varela V.
Reflexión a las lecturas del domingo treinta del Tiempo Ordinario ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 30º del T. Ordinario C
Hace ya algunos domingos (22º C), que reflexionábamos sobre la virtud de la humildad. Decíamos que hablar de la humildad puede parecernos una cosa pasada, propia de otros tiempos, de un sentido distinto de la vida y de las realidades humanas. Sin embargo, enseguida nos dábamos cuenta de que una verdadera humildad es imprescindible, a la hora de dar un paso adelante en la vida cristiana. Hoy lo comprobamos en el Evangelio, que nos enseña la necesidad de orar con humildad. Jesús lo ilustra con una parábola: la del fariseo y el publicano.
El Evangelio nos indica el objetivo de la parábola: “Por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”. Es una definición perfecta del “orgullo religioso” de los fariseos.
Ojalá tuviéramos tiempo para detenernos aquí e ir analizando, poco a poco, esta descripción impresionante.
Comienza la parábola diciendo: “Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro era un publicano”. Y termina la parábola diciendo que el publicano bajó a su casa justificado y el otro, no. El publicano se convierte, una vez más, en el ejemplo, a seguir. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? El fariseo, en realidad, no ora: No alaba al Señor por sus maravillas, ni se acoge a su misericordia, ni solicita su ayuda. No ora, se exhibe delante de Dios, como un hombre que estuviera justificado por sus obras. Se presenta como un buen cumplidor de la Ley de Moisés… Y es posible que lo fuera; pero su “orgullo religioso” es como una polilla, que lo carcome todo desde dentro y lo inutiliza delante de Dios.
Constatamos aquí cómo ese orgullo le lleva a “sentirse seguro de sí mismo y a despreciar a los demás”; en este caso, al publicano. Éste, en cambio, ora desde lo profundo de su corazón porque siente pecador, necesitado de la misericordia y del auxilio de Dios. De este modo, obtiene el perdón del Señor que es rico en misericordia y que no ha enviado a su Hijo para los justos, sino para los pecadores (Mt 9,13).
Y se repite la misma sentencia del evangelio del otro día: “Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.
De este modo se realiza lo que escuchamos en la primera lectura de hoy: “Los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan”.
Vislumbramos también aquí el tema de la justificación por la fe, que irá reapareciendo de tiempo a tiempo, a lo largo de la historia.
La virtud de la humildad, por tanto, es fundamental en la oración y en todo; y, conscientes de nuestra fragilidad, a la hora de practicarla, nos dirigimos al Señor este domingo, diciéndole: “Oh Jesús, manso y humilde de corazón, danos un corazón semejante al tuyo”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 30º DEL T. ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
La primera Lectura es un canto a la eficacia de la oración. Cuando asciende al Cielo desde los labios de los pobres y humildes, siempre llega a su destino: el corazón misericordioso de Dios.
SEGUNDA LECTURA
La Lectura de las cartas de S. Pablo a su discípulo Timoteo, que hemos venido escuchando los últimos domingos, termina hoy.
Ante la proximidad de su muerte, el apóstol hace una preciosa síntesis de su vida, y nos transmite un mensaje de fortaleza y confianza en el Señor.
TERCERA LECTURA
En el Evangelio escuchamos la parábola del fariseo y el publicano.
Aclamemos ahora a Jesucristo, manso y humilde de corazón, con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
Hemos de acercarnos a recibir al Señor con auténtica hambre de Dios, fruto de un corazón humilde y pobre, para que Él nos llene de su luz y de su fortaleza.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo treinta del Tiempo Ordinario C
¿Quién soy yo para juzgar?
La parábola del fariseo y el publicano suele despertar en no pocos cristianos un rechazo grande hacia el fariseo que se presenta ante Dios arrogante y seguro de sí mismo, y una simpatía espontánea hacia el publicano que reconoce humildemente su pecado. Paradójicamente, el relato puede despertar en nosotros este sentimiento: “Te doy gracias, Dios mío, porque no soy como este fariseo”.
Para escuchar correctamente el mensaje de la parábola, hemos de tener en cuenta que Jesús no la cuenta para criticar a los sectores fariseos, sino para sacudir la conciencia de “algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”. Entre estos nos encontramos, ciertamente, no pocos católicos de nuestros días.
La oración del fariseo nos revela su actitud interior: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás”. ¿Que clase de oración es esta de creerse mejor que los demás? Hasta un fariseo, fiel cumplidor de la Ley, puede vivir en una actitud pervertida. Este hombre se siente justo ante Dios y, precisamente por eso, se convierte en juez que desprecia y condena a los que no son como él.
El publicano, por el contrario, solo acierta a decir: “¡Oh Dios! Ten compasión de este pecador”. Este hombre reconoce humildemente su pecado. No se puede gloriar de su vida. Se encomienda a la compasión de Dios. No se compara con nadie. No juzga a los demás. Vive en verdad ante sí mismo y ante Dios.
La parábola es una penetrante crítica que desenmascara una actitud religiosa engañosa, que nos permite vivir ante Dios seguros de nuestra inocencia, mientras condenamos desde nuestra supuesta superioridad moral a todo el que no piensa o actúa como nosotros.
Circunstancias históricas y corrientes triunfalistas alejadas del evangelio nos han hecho a los católicos especialmente proclives a esa tentación. Por eso, hemos de leer la parábola cada uno en actitud autocrítica: ¿Por qué nos creemos mejores que los agnósticos? ¿Por qué nos sentimos más cerca de Dios que los no practicantes? ¿Qué hay en el fondo de ciertas oraciones por la conversión de los pecadores? ¿Qué es reparar los pecados de los demás sin vivir convirtiéndonos a Dios?
Recientemente, ante la pregunta de un periodista, el Papa Francisco hizo esta afirmación: “¿Quién soy yo para juzgar a un gay?”. Sus palabras han sorprendido a casi todos. Al parecer, nadie se esperaba una respuesta tan sencilla y evangélica de un Papa católico. Sin embargo, esa es la actitud de quien vive en verdad ante Dios
José Antonio Pagola
27 de octubre de 2013
30 Tiempo ordinario (C)
Lucas 18, 9-14
Homilia de monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú para el Domingo XXIX del Tiempo Ordinario (20 de octubre de 2013) . (AICA)
“Señor, guárdanos del mal y guarda nuestra vida”
Los textos de este domingo continúan con el tema de la fe como un camino de confianza en Dios y de la seguridad de su intervención a favor nuestro. La primera lectura (Ex. 17, 8-13) nos muestra a Moisés que ora por su pueblo con las manos y los brazos extendidos. Su pueblo está luchando contra los Amalecitas y sucede que mientras Moisés sostiene en alto sus brazos, el pueblo gana y cuando los baja el pueblo pierde la batalla. Las manos levantadas de Moisés eran signo de la oración elevada a Dios para invocar su auxilio. Además Moisés debía sostener el bastón con el cual había realizado tantos prodigios. Era “el bastón de Dios”. Cuando llegó el cansancio a Moisés, “Aarón y Jur le sostenían los brazos uno a cada lado” (Ib. 12), como clara expresión del deseo de la victoria asentada sobre la fe que esperaba en el auxilio del Señor.
El evangelio nos presenta la parábola del juez y la viuda pobre y desamparada (Lc.18,1-8). Se trata aquí de la enseñanza que Jesús quiere dejarle a los discípulos acerca de la necesidad que “tenían que orar siempre sin desanimarse” (ib. 1). El juez no temía a Dios, ni le importaban los hombres y por lo tanto no se preocupaba por defender la causa de los pobres, desamparados, débiles y oprimidos. Por esto no quiere saber nada con esta pobre viuda que demanda justicia. Pero tanto ruega la viuda que, para que no le siga fastidiando, accede a atenderla (Ib. 5).
Jesús parte de este ejemplo para enseñarnos que Dios, muy por el contrario de este juez injusto, escuchará la súplica de quien recurre a Él con fe y constancia. “¿No hará Dios justicia a sus elegidos que le gritan día y noche aunque los haga esperar? Os digo que les hará justicia sin tardar” (Ib. 7-8). Jesús se sitúa en un discurso escatológico: es necesario orar continuamente por el advenimiento del reino esperando el último día cuando venga el Señor a juzgar a las naciones. Los creyentes debemos vivir aguardando ese día y rogar sin cesar por ese día de salvación. El Señor nos juzgará según la fe y el amor con que hayamos vivido durante nuestra vida.
Pero aquí se trata también de la escucha del Señor a nuestros ruegos cotidianos. Tenemos que tener la seguridad de que Dios escucha nuestros ruegos, aunque permita tribulaciones y sufrimientos durante nuestros días. La fe nos asegura que nuestra súplica será finalmente oída, que Dios hará justicia a sus elegidos aunque actualmente nos deje pasar por persecuciones, angustias, enfermedades y fracasos, como lo permitió con su elegido Jesucristo. Pero es necesario que la Iglesia y cada uno de los fieles guardemos íntegra nuestra fe en Dios, sin recurrir a supercherías y ciencias ocultas, que no son de Dios aunque se presenten disfrazadas de religiosidad, con santos, invocaciones y cosas similares. Debemos mantener íntegra nuestra fe.
San Pablo en la segunda lectura nos exhorta a permanecer fieles a lo que hemos aprendido en la Sagrada Escritura, la cual instruye para “la salvación que se consigue por la fe en Cristo Jesús“ (2 Tim. 3, 14-15). Quien se mantenga firme en la Palabra de Dios no vacilará frente a los sufrimientos y estará protegido contra todo asalto del enemigo y “perfectamente equipado para toda obra buena” (Ib. 16).
Queridos hermanos, debemos permanecer firmes en la fe en Jesucristo y en la Iglesia que nos predica la palabra. Permanezcamos firmes en la esperanza aunque nuestros sufrimientos y angustias sean grandes. Pidamos que el Espíritu Santo nos ayude a permanecer firmes en la oración frente a las pruebas. El Señor -tarde o temprano- escuchará nuestras súplicas porque nos ama y si nos deja sufrir es para que nos unamos a la pasión de Jesucristo que sufrió por nosotros. Ofrezcamos al Señor estos sufrimientos y Él los aplicará también a quien lo necesite para la salvación de su alma. Les digo una vez más: ¡permanezcamos firmes en la fe!
Que la Virgen María, Madre y Maestra en la fe, nos acompañe y nos ayude a suplicar en esta hora de la historia.
Mons. Marcelo Raúl Martorell, Obispo de Puerto Iguazú
Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (XXIX domingo durante el año, 20 de octubre de 2013). (AICA)
La Oración siempre es necesaria
Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: "En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: 'Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario'. Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: 'Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'". Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?".(San Lucas)
El Evangelio nos habla de la oración, “orar siempre y sin desanimarse”. La oración es el grito religioso, profundo que nace de nuestra precariedad, de nuestros límites y de nuestra pobreza. La oración es saber que Él nos escucha, que a Él le pedimos, que a Él damos gracias, que ante Él intercedemos por los demás. Y también le pedimos que podamos recibir paz y estar en paz.
Cuando uno reza tiene que tener una actitud de silencio. Silencio para disminuir el volumen de tantas voces interiores que uno tiene en su corazón y en su cabeza. De los miedos, las imágenes, las personas, del televisor, de la radio. Volver a tener capacidad de silencio para escuchar. Cuando uno es capaz de escuchar bien, será capaz de responder bien ¡esto es muy claro!
Muchas veces, pareciera que Dios no obra porque nosotros, rezando, pidiendo, escuchando y respondiendo, también tenemos que buscar y hacer la voluntad de Dios en nuestra vida, porque la oración es la ayuda que Dios nos da pero también es la iluminación que Él nos hace para que vayamos conformándonos al Evangelio, al pensamiento y los criterios de Jesucristo para hacer, con Él, la voluntad del Padre.
A veces nuestra oración es ineficaz no porque Él no la escucha sino porque nosotros todavía, interiormente, no supimos hacer el corte, la cirugía, para poder hacer en serio la voluntad de Dios en nuestra vida. Por eso, en muchos casos nuestra oración no tiene mucha fuerza, o es infecunda, porque todavía -en nuestra motivación profunda- no buscamos hacer la voluntad de Dios.
Estamos “a medias”, de un lado y del otro, como coqueteando, jugando, queriendo agarrar todo. Y es muy importante saber que la oración nos lleva a la liberación del límite del pecado y de aquellas cosas que pueden estar muy presentes en nosotros.
Hacer la voluntad de Dios, escuchar y saber que en nuestra vida hay que hacer el tiempo para la oración. Muchas veces rezamos como de compromiso, como si fuera una cosa obligatoria o para anestesiar nuestra conciencia. Y no nos damos cuenta que tenemos necesidad de la oración para poder entrar en comunión con Dios, en comunión con los demás y en comunión con uno mismo.
Recemos sin poner condiciones y no respondamos como lo hizo, en el Evangelio, este juez injusto que respondió para sacarse de encima el problema. Nosotros rezamos porque queremos vivir en serio una vida humana, cristiana, de creyentes, de hijos de Dios ¡en serio!
Les dijo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
Homilía monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el 29º domingo durante el año (20 de octubre de 2013) . (AICA)
“Sólo cuando amamos evangelizamos”
En esta reflexión continuada concluiremos con la última condición sugerida en este seguimiento discipular de Jesucristo, el Señor: la necesidad de amar para Evangelizar: “Finalmente, no podremos entender este discipulado en misión, esta dimensión misionera o esta misión discipular en nuestra Iglesia diocesana, si no vemos al mundo y al hombre, varón y mujer concretos de hoy, con cierto optimismo, positivamente, si no tratamos de ver que también la semilla del Verbo está en nuestra realidad. Si no tenemos esta actitud, de amor y diálogo, no podremos captar los códigos desde los cuales tendremos que evangelizar. Tendremos que tener esta actitud de salir, un salir misionero, permitiéndonos “ir”, e “ir a todos”, a los más lejanos y a los que están más excluidos. Así cumplimos con el mandato del Señor: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt. 28,19-20).
Creo también, que hay que decir, que no tendremos que dogmatizar aquello que no es dogma y, lamentablemente a veces lo hacemos con nuestras respuestas pastorales o prioridades. Tenemos que sincerarnos en esta realidad, ya que cuando absolutizamos nuestro parecer, corremos el riesgo de cerrar las puertas al Espíritu.
Y termino con esta primera parte simplemente subrayando que los otros tres temas que vamos a tratar: laicos, jóvenes y familia, no los podremos discernir ni dar respuestas pastorales si no es desde este seguimiento, desde esta misión discipular, que siempre implicará ser testigos pascuales de Jesucristo”
Estas reflexiones catequísticas que venimos realizando sobre el discipulado tienen necesariamente una dimensión misionera. No sería un auténtico discipulado cristiano, si la misión no es un componente y consecuencia necesaria del seguimiento de Jesucristo, de los bautizados. En relación a esta dimensión misionera, el pasado 12 de octubre, celebramos “la Jornada mundial de las Misiones”. Como es habitual el Papa nos envía un mensaje para nuestra reflexión sobre dicha jornada. Creo oportuno incorporar algunos textos del Papa Francisco que nos permitirán seguir profundizando en nuestra reflexión continuada sobre la misión discipular, o bien “el discipulado misionero”.
El Papa en su mensaje reflexiona sobre la necesidad de la Misión en el contexto del año de la Fe: “A menudo, la obra de evangelización encuentra obstáculos no sólo fuera, sino dentro de la comunidad eclesial. A veces el fervor, la alegría, el coraje, la esperanza en anunciar a todos el mensaje de Cristo y ayudar a la gente de nuestro tiempo a encontrarlo son débiles; en ocasiones, todavía se piensa que llevar la verdad del Evangelio es violentar la libertad. A este respecto, Pablo VI usa palabras iluminadoras: «Sería... un error imponer cualquier cosa a la conciencia de nuestros hermanos. Pero proponer a esa conciencia la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo, con plena claridad y con absoluto respeto hacia las opciones libres que luego pueda hacer... es un homenaje a esta libertad» (Exhort, Ap. Evangelii nuntiandi, 80). Siempre debemos tener el valor y la alegría de proponer, con respeto, el encuentro con Cristo, de hacernos heraldos de su Evangelio, Jesús ha venido entre nosotros para mostrarnos el camino de la salvación, y nos ha confiado la misión de darlo a conocer a todos, hasta los confines de la tierra. Con frecuencia, vemos que lo que se destaca y se propone es la violencia, la mentira, el error. Es urgente hacer que resplandezca en nuestro tiempo la vida buena del Evangelio con el anuncio y el testimonio, y esto desde el interior mismo de la Iglesia. Porque, en esta perspectiva, es importante no olvidar un principio fundamental de todo evangelizador: no se puede anunciar a Cristo sin la Iglesia. Evangelizar nunca es un acto aislado, individual, privado, sino que es siempre eclesial. Pablo VI escribía que «cuando el más humilde predicador, catequista o Pastor, en el lugar más apartado, predica el Evangelio, reúne su pequeña comunidad o administra un sacramento, aun cuando se encuentra solo, ejerce un acto de Iglesia»; no actúa «por una misión que él se atribuye o por inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre» (ibíd., 60). Y esto da fuerza a la misión y hace sentir a cada misionero y evangelizador que nunca está solo, que forma parte de un solo Cuerpo animado por el Espíritu Santo.”
En este domingo queremos tener especialmente presente a las madres en su día. Rezamos por este gran don de la maternidad. La cual a veces ciertos sectores la desvalorizan y consideran que es sólo un problema. Nuestra gente desde el sentido común sabe que es un don de Dios. A todas las mamás les envió una oración y bendición.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (19 de octubre de 2013) (AICA)
Día de la Madre: Momento para pensar las relaciones familiares
El Día de la Madre es una celebración irremplazable y entrañable para todos nosotros. Para los que tienen la mamá en vida implica, ir a visitarla, llevarle un regalito, estar contentos con ella; para los que la tenemos en el cielo, nosotros, encomendarla más expresamente con nuestra oración y nuestro afecto.
Pero el Día de la Madre además de este aspecto tan familiar y, como decía, tan cercano al corazón de todos, tiene que hacernos recordar algo fundamental de la vocación femenina, de la identidad femenina: la maternidad no es un accidente, no es algo que ocurre de casualidad sino que responde a la naturaleza personal de la mujer. Y por eso también esa vinculación irrepetible que se da entre la madre y los hijos.
Además de esta consideración, que quiere ser un recuerdo para todas las madres que nos están viendo, me permito hacer un comentario colateral. Alguno puede pensar que no tiene mucho que ver con lo del día, pero yo lo vinculo libremente. Acabo de leer algunos recortes periodísticos y especialmente quiero comentarles uno, que pone en cuestión la relación de la pareja, de los papás entre ellos, la relación matrimonial, que podría peligrar porque se ocupan demasiado de los chicos.
Concretamente me llamó la atención la obra de un especialista en terapia familiar, un inglés, autor de un libro que se ha convertido en un best seller y cuyo título es “Yo te amo pero tú me pones siempre en el último lugar”. El título recoge un posible reproche del marido a la mujer porque ella se ocupa demasiado de los hijos, o porque ambos están tan ocupados con los hijos que han perdido aquella vinculación continua que tenían, tiempo de estar solos, de atenderse recíprocamente, de salir juntos, etc.
El autor, que se llama Andrew Marshall, propone una serie de reglas para resolver esta supuesta dificultad. Pero la cuestión, en el fondo, sería poner a los chicos en el segundo lugar, desplazarlos del primer puesto de interés.
Al leerlo yo me planteaba algunas cuestiones: ¿eso es lo que hay que hacer, verdaderamente? ¿No se puede llegar en todo caso a armonizar la vida de pareja -para decirlo con un lenguaje hoy común-, la relación entre los esposos, que puede seguir siendo afectuosa, entregada el uno al otro, y al mismo tiempo volcándose los dos en los hijos? ¿Tienen que alienarse entre sí porque se entregan a los hijos?.
Me parece que semejante opción va en contra de la realidad misma de la maternidad y de la paternidad. Porque la maternidad es también correlativa a la paternidad. Si hay una mamá hay también un papá. Y ese complejo de relaciones hace a la realidad tan bella, tan humana, y tan cristiana en nuestro caso, de la familia.
Sin duda, no faltarán altibajos y dificultades, pero esos momentos pueden ser superados con inteligencia (con sentido común) y con mucho amor.
Considero que, si bien este es un tema colateral, puede ser también bueno para pensar en este Día de la Madre. Lo propongo, junto con mi más cordial saludo y mi felicitación a todas las mamás.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata
Palabras de papa antes de la oración mariana del Angelus del día 20 de Octubre de 2013 desde la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano a los fieles y los peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro.(Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!,
en el Evangelio de hoy Jesús cuenta una parábola sobre la necesidad de rezar siempre, sin cansarse. La protagonista es una viuda que, a fuerza de suplicar a un juez deshonesto, consigue que él la haga justicia. Y Jesús concluye: si la viuda consiguió convencer a aquel juez, ¿queréis que Dios no nos escuche, si lo rezamos con insistencia? La expresión de Jesús es muy fuerte: "Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? (Lc 18, 7)
"Gritar día y noche" ¡hacia Dios! Nos toca esta imagen de la oración. Pero preguntémonos: ¿por qué Dios quiere esto? ¿Él no conoce ya nuestras necesidades? ¿Qué sentido tiene "insistir" con Dios?
Esta es una buena pregunta, que nos hace profundizar en un aspecto muy importante de la fe: Dios nos invita a rezar con insistencia no porque no sabe qué necesitamos, o porque no nos escucha. Al contrario, Él escucha siempre y conoce todo de nosotros, con amor. En nuestro camino cotidiano, especialmente en las dificultades, en la lucha contra el mal fuera y dentro de nosotros, el Señor no está lejos, está a nuestro lado; nosotros luchamos con Él al lado, y nuestra arma es precisamente la oración, que nos hace sentir su presencia junto a nosotros, su misericordia y también su ayuda. Pero la lucha contra el mal es dura y larga, requiere paciencia y resistencia - como Moisés, que debía tener los brazos alzados para hacer vencer a su pueblo (cfr Ex 17, 8-13) Y así: hay una lucha que llevar adelante cada día; pero Dios es nuestro aliado, la fe en Él es nuestra fuerza y la oración es la expresión de esta fe. Por eso Jesús nos asegura la victoria, pero nos pregunta: "Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?" (Lc 18, 8) Si se apaga la fe, se apaga la oración y nosotros caminamos en la oscuridad, nos perdemos en el camino de la vida.
Aprendamos por tanto de la viuda del Evangelio a rezar siempre, sin cansarnos. Era buena esta viuda, sabía luchar por sus hijos, y pienso en tantas mujeres que luchan por su familia, que rezan, que no se cansan nunca. Un recuerdo hoy todos nosotros a estas mujeres que con su actitud nos dan un verdadero testimonio de bien, de valentía, de poder de la oración. Un recuerdo a ellas. Luchar, rezar siempre ¡Pero no para convencer al Señor a fuerza de palabras! ¡Él sabe mejor que nosotros qué necesitamos! Más bien la oración perseverante es expresión de la fe en un Dios que nos llama a combatir con Él, cada día, en cada momento, para vencer al mal con el bien.
Después de la oración del Ángelus, el santo padre ha dirigido a los presentes estas palabras:
¡Queridos hermanos y hermanas!
Hoy celebramos la Jornada Mundial Misionera. ¿Cuál es la misión de la Iglesia?. Difundir en el mundo la llama de la fe, que Jesús ha encendido en el mundo: la fe en Dios que es Padre, Amor, Misericordia. El método de la misión cristiana no es el proselitismo, sino el de la llama compartida que calienta el alma. Doy gracias a todos los que con la oración y la ayuda concreta apoyan la obra misionera, en particular la preocupación del obispo de Roma para la difusión del Evangelio. En esta Jornada estamos cerca a todos los misioneros y las misioneras, que trabajan mucho sin hacer ruido y dan la vida. Como la italiana Afra Martinelli, que ha trabajado durante mucho años en Nigeria: hace algunos días fue asesinada, por robo; todos han llorado, cristianos y musulmanes. La querían mucho. Ella ha anunciado el Evangelio con la vida, con la obra que ha realizado, un centro de instrucción; así ha difundido la llama de la fe, ¡ha combatido la buena batalla! Pensemos en esta hermana nuestra y le saludamos con un aplauso, todos.
Pienso también en Stefano Sándor, que ayer fue proclamado beato en Budapest. Era un salesiano laico, ejemplar en el servicio a los jóvenes, en el oratorio y en la instrucción profesional. Cuando el régimen comunista cerró todas las obras católicas, afrontó las persecuciones con valentía, y fue asesinado a los 39 años. Nos unimos a la acción de gracias de la Familia salesiana y de la iglesia húngara.
Deseo expresar mi cercanía a la población de Filipinas afectada por un fuerte terremoto, y os invito a reza por esa querida nació, que recientemente ha sufrido distintas calamidades. Saludo con afecto a todos los peregrinos presentes, comenzando por los jóvenes que dan dado vida a la manifestación "100 metros de carrera y de fe, promovida por el Consejo Pontificio de la Cultura. ¡Gracias, porque nos recordáis que el creyente es un atleta del espíritu! ¡Muchas gracias!
Acojo con alegría a los fieles de la diócesis de Bologna y de Cesena-Sarsina, guiados por el cardenal Caffarra y del obispo Regattieri; como también a los de Corrientes de Argentina y de Maracaibo y Barinas de Venezuela. Hoy en Argentina se celebra el día de la madre. Dirijo un saludos a las madres de mi tierra.
Saludo al grupo de oración "Raio de Luz", de Brasil; y las Fraternidades de la Orden Secular Trinitaria.
Las parroquias y las asociaciones italianas son muchas, no puedo nombrarlas, ¡pero saludo y doy las gracias a todos con afecto!
¡Feliz domingo! ¡Hasta pronto! ¡Buen provecho!
Artículo de monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, arzobispo de SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS (Zenit.org)
Por una Iglesia ministerial
Laicos y sobre todo catequistas, colaboradores indispensables en la tarea evangelizadora
Por Felipe Arizmendi Esquivel
SITUACIONES
El Estado de Chiapas y otros Estados del sur del país tienen las cifras más bajas de católicos y las más altas de protestantes. Es un dato no exclusivo de nuestra diócesis. Entre otras razones, se afirma que se debe a la falta de sacerdotes que hubo en esta región, cuando la tarea pastoral estaba concentrada en los presbíteros, con poca incidencia de los fieles laicos. A partir del Concilio Vaticano II, nuestras diócesis han involucrado a muchísimos laicos, sobre todo catequistas, como colaboradores indispensables en la tarea evangelizadora, y se ha frenado el acelerado descenso de católicos. Nosotros contamos con unos ocho mil catequistas, la mayoría indígenas, dedicados a atender a sus comunidades.
Como una prolongación de mis bodas de oro sacerdotales, se organizó aquí un Coloquio Teológico-Pastoral, con el objetivo de fortalecer e impulsar el caminar de nuestra Iglesia diocesana, profundizando en su ser y quehacer como Iglesia ministerial inculturada, que dé respuesta a los desafíos que presenta la realidad de hoy. El tema fue: La Iglesia ministerial inculturada, a partir del Concilio Vaticano II, en América Latina. Nos propusimos como lema: Por una Iglesia ministerial que construya la unidad en la diversidad. Estamos conscientes de la necesidad de muchos ministerios, ordenados y no ordenados, y de otros servicios apostólicos que se requieren para la evangelización, no sólo a nivel interno eclesial, sino también para hacer llegar el amor misericordioso de Dios a las periferias existenciales existentes, como alcohólicos y drogadictos, enfermos, presos y migrantes, jóvenes sin horizonte y sin sentido, mujeres infravaloradas y violentadas, quienes tienen otras tendencias de género, universitarios y creadores de opinión, líderes sociales y políticos, artistas, etc.
ILUMINACION
En Aparecida, resaltamos que “la condición del discípulo brota de Jesucristo como de su fuente, por la fe y el bautismo, y crece en la Iglesia, comunidad donde todos sus miembros adquieren igual dignidad y participan de diversos ministerios y carismas” (DA 184).
Se pide que “los párrocos sean promotores y animadores de la diversidad misionera”, pues “una parroquia renovada multiplica las personas que prestan servicios y acrecienta los ministerios. Se requiere imaginación para encontrar respuesta a los muchos y siempre cambiantes desafíos que plantea la realidad, exigiendo nuevos servicios y ministerios. La integración de todos ellos en la unidad de un único proyecto evangelizador es esencial para asegurar una comunión misionera” (DA 202).
“Los laicos también están llamados a participar en la acción pastoral de la Iglesia, primero con el testimonio de su vida y, en segundo lugar, con acciones en el campo de la evangelización, la vida litúrgica y otras formas de apostolado, según las necesidades locales bajo la guía de sus Pastores. Ellos estarán dispuestos a abrirles espacios de participación y a confiarles ministerios y responsabilidades en una Iglesia donde todos vivan de manera responsable su compromiso cristiano” (DA 211).
“La diversidad de carismas, ministerios y servicios, abre el horizonte para el ejercicio cotidiano de la comunión. Cada bautizado, en efecto, es portador de dones que debe desarrollar en unidad y complementariedad con los de los otros, a fin de formar el único Cuerpo de Cristo, entregado para la vida del mundo. El reconocimiento práctico de la unidad orgánica y la diversidad de funciones asegurará mayor vitalidad misionera” (DA 162)
COMPROMISOS
Se requiere “una valiente acción renovadora de las Parroquias, a fin de que sean de verdad espacios de la iniciación cristiana, de la educación y celebración de la fe, abiertas a la diversidad de carismas, servicios y ministerios, organizadas de modo comunitario y responsable, integradoras de movimientos de apostolado ya existentes, atentas a la diversidad cultural de sus habitantes, abiertas a los proyectos pastorales y supraparroquiales y a las realidades circundantes” (DA 170). Ojalá caminemos más por estos senderos.
Mensaje que el santo padre Francisco ha enviado al director del Centro Televisivo Vaticano (CTV), monseñoñr Dario Edoardo Viganò, y a los participantes al Congreso "Treinta años del Centro Televisivo Vaticano. La Tv que cuenta el papa al mundo", promovido en ocasión del 30ª aniversario de la institución de la emisora. (Zenit.org)
Deseo dirigir un cordial saludo a todos los presentes al Congreso, a quienes quiero no solo recordar los treinta años del Centro Televisivo Vaticano sino, sobre todo, reflexionar sobre las prospectivas para un servicio cada vez más atento y cualificado. Saludos a los relatores, a los invitados, en particular a monseñor Claudio María Celli y a los miembros del Consejo de Administración.
1. Quisiera en primer lugar subrayar que vuestro trabajo es un servicio al Evangelio y a la Iglesia. El aniversario del CTV se coloca sobre el fondo de otro evento importante: los cincuenta años de la aprobación del Decreto Conciliar Inter Mirifica, que menciona entre los maravillosos regalos de Dios, los instrumentos de la comunicación social, incluso, de hecho, el medio televisivo. Las palabras de los Padres Conciliares nos aparecen proféticas; ellos subrayaban precisamente cuánto es importante el uso de estos medios, de forma que "como sal y luz fecunden e iluminen al mundo", llevando la luz de Jesucristo y contribuyendo al progreso de toda la humanidad.
En estos decenios la tecnología ha viajado a gran velocidad, creando redes interconectadas inesperadas. Es necesario mantener la perspectiva evangélica en esta especia de "autopista global de la comunicación", tener siempre presente la finalidad que quería establecer el beato Juan Pablo II dando vida al CTV: favorecer "una acción más eficaz de la Iglesia en lo relacionado con las comunicaciones sociales... con el fin de ofrecer nuevos instrumentos con los que desarrollar en el mundo la misión universal de la Iglesia (texto del 22 de octubre de 1983).
Como les ha recordado también Benedicto XVI: "al poner las imágenes a disposición de las mayores agencias televisivas mundiales y de las grandes televisiones nacionales o comerciales, favorecen una información adecuada e inmediata sobre la vida y la enseñanza de la Iglesia en el mundo de hoy, al servicio de la dignidad de la persona humana, la justicia, el diálogo y la paz" (Discurso al CTV, 18 diciembre 2008). No olviden por tanto que este trabajo es un servicio eclesial, dentro de la misión evangelizadora de la Iglesia.
2. Por esto - y es el segundo elemento que quisiera subrayar - en el presentar los eventos vuestra óptica no puede ser nunca "mundana", sino eclesial. Nosotros vivimos en un mundo en el que prácticamente no existe casi nada que no tenga que ver con el universo de los medios. Instrumentos cada vez más sofisticados que refuerzan el rol cada vez más penetrante jugado por las tecnologías, los lenguajes y las formas de la comunicación en el desarrollarse de nuestra vida cotidiana, y esto no solo en el mundo juvenil.
Como recordé poco después de mi elección como obispo de Roma, precisamente al encontrar a los representantes de los medios de comunicación social presentes en Roma en ocasión del Cónclave, "El papel de los medios de comunicación ha ido creciendo cada vez más en los últimos tiempos, hasta el punto de que se hecho imprescindible para relatar al mundo los acontecimientos de la historia contemporánea". Todo esto se refleja también en la vida de la Iglesia. Pero si no es tan sencillo contar los eventos de la historia, aún más complejo es contar los eventos unidos a la Iglesia, la cual es "signo e instrumento de la íntima unión con Dios", es Cuerpo de Cristo, Pueblo de Dios, Templo del Espíritu Santo.
Esto implica una responsabilidad particular, una fuerte capacidad de leer la realidad en clave espiritual. De hecho, los eventos de la Iglesia "tienen una característica de fondo peculiar: responden a una lógica que no es principalmente la de las categorías, por así decirlo, mundanas; y precisamente por eso, no son fáciles de interpretar y comunicar a un público amplio y diversificado" (Discurso a los Representantes de los medios, 18 de marzo de 2013).
Hablar de responsabilidad, de una visión respetuosa de los sucesos que se quieren contar, significa también tener presente que la selección, la organización, la emisión y la difusión de contenidos requieren una atención particular porque se usan instrumentos que no son neutros ni transparentes.
Esta toma de conciencia atraviesa hoy el CTV, comprometido en una reorganización según paradigmas tecnológicos capaces de servir mejor a todas las latitudes del mundo, contribuyendo a favorecer la respiración de la catolicidad de la Iglesia. Quisiera darle las gracias de corazón a usted, monseñor Dario Edoardo Viganò, y a todo el personal del CTV, por tener la capacidad de establecer relaciones con realidades diferentes de todo el mundo, por construir puentes, superando muros y zanjas, y llevar la luz del Evangelio. Todo lo que según las indicaciones de Inter Mirifica que precisa, como también en el mundo de los medios la eficacia de la actividad apostólica requiere "la unión de intentos y de fuerzas" (n. 21). Converger en lugar de competir es la estrategia de las iniciativas de los medios de comunicación en el mundo católico.
3. Para finalizar quisiera recordar que ustedes no desempeñan solamente una función puramente documental, "neutral" de los acontecimientos, sino que contribuyen a acercar la Iglesia la mundo, eliminando las distancias, llevando la palabra del papa a millones de católicos, también allí donde a menudo profesar la propia fe es una elección valiente. Gracias a las imágenes, el CTV está en camino con el papa para llevar Cristo en las muchas formas de soledad del hombre contemporáneo, alcanzando también las "sofisticadas periferias tecnológicas".
En esta vuestra misión, es importante recordar que la Iglesia está presente en el mundo de la comunicación, en todas sus diferentes expresiones, sobre todo para conducir a las personas al encuentro con el Señor Jesús. Es solo el encuentro con Jesús, de hecho, que puede transformar el corazón y la historia del hombre. Les doy las gracias y les animo a proceder con parresia en vuestro testimonio del Evangelio, dialogando con un mundo que necesita ser escuchado, ser comprendido, pero también recibir el mensaje de la vida verdadera. Pidamos al Señor para que nos haga capaces de llegar al corazón del hombre, más allá de las barreras de las deficiencias, y pidamos a la Virgen que vele sobre nuestros pasos de "peregrinos de la comunicación". Y les pido que recen por mí- ¡Lo necesito! Invoco la intercesión de Santa Clara, patrona de la televisión, y os acompaño con mi Bendición.
(Traducido del italiano por Rocío Lancho)
Homilia de monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú para el Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (13 de octubre de 2013) (AICA)
“Ayúdanos, oh Señor, a permanecer fieles”
Las lecturas de este domingo nos sitúan frente al tema de la fe como don de Dios y el reconocimiento a Dios por medio de las obras de la fe. La vida de fe y su compromiso son los argumentos que se entrelazan en la liturgia de hoy.
La primera lectura (2 Re. 5, 14-17) nos narra el suceso de Naamán, el sirio curado de la lepra por el Profeta Eliseo. Dios a través de este milagro llama al pagano Naamán a la vida de fe en Él y este hombre -dócil a la gracia- responde convirtiéndose interiormente y proclamando que el Dios de Israel es el único Dios: “ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel” (Ib. 15). Como reconocimiento y agradecimiento por la salud recuperada Naamán quiere ofrecer un regalo al profeta por haber sido instrumento de su curación. El sirio quiere ofrecerle algo, pero el profeta lo rehúsa. Eliseo es un hombre de Dios que tiene la misión de predicar y de llevar a los hombres a Dios y los signos milagrosos son una presencia muy particular de Dios en quien tiene la misión de predicar. Por eso Eliseo no quiere aprovecharse del reconocimiento de Naamán para enriquecerse o hacerse de fama personal. Será para el profeta una obra más de Dios que interviene en la historia de los hombres.
Todos los hombres están llamados a la salvación y esto es lo que Jesús en la Sinagoga quiere enseñarnos. La salvación no está reservada solamente a los hijos de Israel, sino que es un don ofrecido a todos los hombres. Durante su último viaje a Jerusalén, un suceso semejante al de la primera lectura tiene lugar cuando Jesús cura a 10 leprosos, pero sólo uno, un extranjero, vuelve a dar las gracias. Éstos -como el sirio Naamán- recibirán el don de la salud física, pero también el don de la salvación (Lc.17,11-19). Jesús envía a los leprosos a presentarse a los sacerdotes como lo mandaba la ley mosaica, pues eran ellos los que examinaban y comprobaban las curaciones, y cuando iban de camino quedaron completamente sanados de su lepra. La curación es la misma en todos, pero no todos reaccionan de la misma manera: “uno de ellos volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús dándole gracias, éste era un samaritano” (ib. 15-16). Es decir que no era un miembro del Pueblo de Dios, sino un extranjero. Los otros nueve curados no vuelven a agradecer a Dios, quizá porque como miembros del Pueblo de Dios, se sentían casi con el derecho de ser curados por Jesús. El extranjero, que considera que no tienen ningún derecho, se siente indigno del favor del Dios de Israel en nombre de quien Jesús hizo el milagro y vuelve para agradecer. Esta actitud de agradecimiento lo dispone a recibir un don aún mayor: la fe y la salvación. Por eso es que Jesús le dice: “levántate y vete en paz, tu fe te ha salvado”(Ib. 19).
San Pablo nos dice que la palabra de Dios no está encadenada y que nadie en particular puede impedir que la palabra arraigue en cualquier corazón y suscite la fe en Dios. La vida de fe debe ser vivida por aquellos que han recibido la palabra e imitar a Cristo, en una vida de sufrimiento si fuera necesario, viviendo en la fe la cruz y los sufrimientos humanos que de ella se derivan, el rechazo, la indiferencia, las burlas y la soledad. La fe vivida y testimoniada será para San Pablo un anticipo de la gloria a la que estamos llamados y un medio seguro para la salvación: “si morimos con él, viviremos con él; si perseveramos reinaremos con él” (2 Tim. 11-12).
Durante toda nuestra vida recibimos dones y regalos de Dios. El agradecimiento y la fidelidad son la respuesta adecuada y el testimonio de fe que estamos llamados a dar los cristianos de hoy en medio de un mundo indiferente, que no reconoce ni agradece a Dios por tantos bienes que sin merecerlo también recibe. Que el testimonio de fe de tantos hombres y mujeres abnegados, como el de Juan Pablo II o de la Madre Teresa de Calcuta en tiempos recientes, nos impulsen a vivir y a esparcir el amor de Dios entre todos los hombres.
Que María del Iguazú nos conceda la gracia de reconocer y agradecer los dones de Dios en nosotros y ser llegar a ser testimonios de su amor por el mundo.
Mons. Marcelo Raúl Martorell, Obispo de Puerto Iguazú
Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (XXVIII domingo durante el año, 13 de octubre de 2013) (AICA)
Fieles a Dios en las buenas y en las malas
Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!". Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?". Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado". (San Lucas 17, 11-19)
¡Qué cosas importantes nos deja este Evangelio! En primer lugar, en aquella época los leprosos estaban retirados de la comunidad por su enfermedad o porque, como se decía, “en algo habrían pecado”, en definitiva eran separados por temor al contagio. Jesús no le tiene miedo a eso y se acerca.
Cuando hablo de lepra, tengo presente al Beato Cura Brochero y de aquella época tan especial. Nació en 1840 y murió en 1914. Dio su vida por los pobladores de la serranía, recorriendo todos los pueblos, visitando a sus habitantes, hasta el punto de contagiarse de lepra y terminando su vida enfermo y ciego. Sin embargo siempre siguió alabando a Dios. El Cura Brochero, que el Santo Padre Francisco beatificó el pasado 14 de septiembre.
En el Evangelio, vemos que uno le pide la curación y la sanación. En este caso eran diez los sanados y curados de la lepra, pero uno sólo volvió a dar gracias. Los otros nueve, también sanados, ¡se olvidaron!
Es el tema de la ingratitud ¿verdad? Cuando estamos mal recurrimos a Dios porque “tenemos la soga al cuello”; pero cuando estamos mejor, saliendo de la crisis, nos olvidamos de Dios mostrando así nuestra ingratitud y nuestra superficialidad. Hay que ser fieles a Dios en las buenas y en las malas. Esto de la gratitud, de la oración, del reconocimiento, hay que hacerlo vida, hay que encarnarlo.
Les recuerdo que es muy importante creer en el Señor, creer que Dios es capaz de cambiar nuestra realidad y nuestra vida; pero uno cree porque sabe que Jesús es eficaz. Cuando vieron a Lázaro resucitado muchos judíos creyeron. Pero también hay que saber escuchar; cuando escucharon a Jesús muchos lo siguieron y también vieron: “si ustedes creen verán la Gloria de Dios”. O como aquella hemorroisa, con flujos de sangre durante tanto tiempo, que con sólo tocar el manto de Jesús quedó curada; pero lo tocó con fe. Es importante saber que nos debemos acercar al Señor con fe y darle gracias por todo lo que Dios hace.
El milagro es un signo, no es la cosa como tal. El milagro es una aproximación del Reino escatológico, de que Dios está presente. El milagro nos abre los ojos para ser agradecidos, para ser más fieles, para confiar más en Dios. Por eso el milagro es un signo y su importancia es a lo que nos lleva, a lo que nos transporta, a lo que nos da la nueva realidad. Es un signo de la fe y no solo de la mera utilidad; porque a veces, cuando obtenemos la utilidad, nos olvidamos de Aquél que lo produjo o lo concedió: Dios. Seamos agradecidos por todos los milagros que Dios hace en nuestra vida.
Les dijo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
Reflexión a las lecturas del domingo veintinueve del Tiempo Ordinario - C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 29º del T. Ordinario C
Comienza el Evangelio de hoy diciendo: “Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre, sin desanimarse…” Y nos presenta la parábola del juez inicuo: una mujer viuda que, a base de insistencia, consigue que el juez le haga justicia.
Con cierta frecuencia, nos habla el Señor de la oración de petición, que es sólo uno de los tipos de oración. Él quiere que le pidamos con frecuencia y con insistencia, porque Él, que nos ha colmado y nos colma continuamente de dones, ha querido concedernos otros, si se los pedimos.
Pero, una mala inteligencia de este y otros textos parecidos del Evangelio, ha llevado a muchos cristianos a “desanimarse”, es decir, a perder la confianza en la oración e, incluso, a alejarse de Dios.
Es verdad que, en una reflexión como ésta, que tiene que ser breve, no podemos abordar toda la problemática de la oración de petición, pero intentaremos acercarnos un poco.
Lo primero es que, en esos textos del Evangelio, el Señor se expresa, como dicen los entendidos, “de forma absoluta”, es decir, sin más explicaciones, ni matizaciones: “Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá…” (Mt. 7, 7) Por eso, hay que interpretarlos correctamente y, dentro de las demás enseñanzas del Señor, de la experiencia de los apóstoles y de toda la Tradición de la Iglesia.
La oración nunca se ha entendido, como un medio para conseguir todo lo que queramos, de un modo inmediato, de forma que sea como una de esas máquinas modernas, en las que ponemos una moneda, y nos sale un café o lo que hayamos elegido. La oración no es así.
Ni tampoco, se ha considerado, jamás, como “una victoria” sobre la voluntad de Dios. Como si con la oración consiguiéramos cambiar el parecer de Dios.
Recordemos aquella escena trágica del Evangelio en la que el Señor ora en el Huerto de los Olivos (Cfr. Lc 22,39). El Padre no le concede al Hijo lo que pide, no puede hacerlo, pero le envía un ángel para que le conforte en la agonía. La oración es siempre eficaz. Siempre se nos concede algo. Al mismo tiempo se nos enseña aquí la forma correcta de orar: “Padre, que pase de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”. La oración, por tanto, se sitúa siempre en el contexto de la voluntad de Dios, que no es “el capricho de Dios”, sino lo que realmente nos conviene.
Jesús experimenta, como nosotros a veces, el aparente “silencio del Padre”.
Cuánto nos enseña y nos ayuda, esa escena conmovedora que nos presenta la primera lectura de este domingo: Moisés sube a la montaña para orar. Cuando tiene los brazos en alto, vence el ejército de Israel; cuando los baja, por cansancio, vence Amalec.
Es una imagen de lo que tiene que ser nuestra vida y la vida de la Iglesia: oración y acción. Y lo aplicamos esta Jornada del Domund al mundo de las misiones.
En medio de la sociedad actual en la que parece que el hombre se basta a sí mismo, los cristianos poseemos “el secreto de la oración”. Y no dejamos de repetir constantemente lo que hemos proclamado hoy, en el salmo responsorial: “El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 29º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Contemplamos ahora una escena del Antiguo Testamento: El avance o retroceso de la lucha del ejército de Israel, depende, en cada momento, de la oración insistente de Moisés en lo alto de la montaña. Escuchemos con atención.
SALMO
En medio de las dificultades, el creyente conoce una fuerza y una ayuda superior: el auxilio del Señor que hizo el cielo y la tierra.
SEGUNDA LECTURA
S. Pablo manda a su discípulo Timoteo que alimente su fe con la lectura de la Sagrada Escritura y le ordena solemnemente, en nombre de Cristo, que no decaiga en la proclamación de la Palabra de Dios.
TERCERA LECTURA
En el Evangelio el Señor nos recomienda que oremos con insistencia y sin desanimarnos. Y lo ilustra con una parábola.
Aclamémoslo ahora con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
Recibir a Jesucristo en la Comunión supone compartir los deseos y sentimientos más íntimos del corazón de Cristo, que quiere que todos los hombres del mundo disfruten de la salvación que Él vino a traernos. Es lo que nos recuerda la Jornada del Domund.
Comentario al evangelio del 29° Domingo del T.O./C por Jesús Álvarez SSP (Zenit.org)
¿Un Dios justo que permite la injusticia?
Por Jesús Álvarez SSP
"Jesús propuso este ejemplo sobre la necesidad de orar siempre sin desanimarse: En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaba nadie. Y una viuda fue donde él a rogarle: «Hágame justicia contra mi ofensor». Mas el juez no le hizo caso durante un buen tiempo. Sin embargo al final pensó: «Aunque no temo a Dios ni me importa nadie, esta mujer me importuna tanto, que la voy a complacer, para que no vuelva a molestarme más». Y continuó Jesús: ¿Se han fijado en la decisión del juez malo? Pues bien: ¿no terminará Dios haciendo justicia a sus elegidos si claman a él día y noche? Les aseguro que sí les hará justicia, y pronto. Pero cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿hallará esta fe en la tierra?" (Lc. 18, 1-8).
La pobre viuda indefensa es víctima de una injusticia por parte de la injusta justicia humana, como sucede tantísimas veces en este mundo corrupto.
Ante tales casos, muchos se preguntan: “Si Dios es justo, ¿por qué permite tantas injusticias? ¿Por qué los inocentes son los que más sufren?” Y se atreven a culpar a Dios de los males que sufren ellos y la humanidad, que en gran parte son fruto de la maldad humana en complicidad con las fuerzas del mal.
Al Dios de la vida se lo expulsa de la vida, y se elige el mal que se vuelve auto castigo.
Las fuerzas del mal son muy superiores a las fuerzas del hombre; necesitamos de la misma fuerza de Dios tanto para vencer el mal como para hacer el bien. Él tiene poder para transformar el sufrimiento en fuente de felicidad, de salvación y gloria. Y esta fuerza Dios nos la da por la oración perseverante y confiada.
La respuesta más convincente al sufrimiento está en Cristo crucificado, que pasó a la resurrección y a la vida gloriosa a través del sufrimiento y de la muerte más injusta. Su oración fue escuchada. Sin embargo, el Padre no lo libró del sufrimiento pasajero, pero sí le dio la fortaleza para sobrellevar la muerte de cruz, y luego le dio mucho más de lo que pedía: la resurrección y la gloria eterna para él y para nosotros.
Ni el sufrimiento ni la muerte son absurdos si se asocian a la cruz redentora de Cristo, en la perspectiva de la resurrección y del paraíso eterno.
Es necesario orar con insistencia, como la viuda del Evangelio. Y esta oración Dios no puede menos de escucharla, pues él quiere nuestra resurrección y gloria, que es lo mismo que nosotros necesitamos y queremos desde lo más profundo de nuestro ser.
Si un juez injusto accede a una petición insistente, ¡cuánto más lo hará Dios, que nos ama más que nadie! “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”.
En nuestra oración hemos de incluir también a todos nuestros hermanos que sufren en todo el mundo, para que Dios transforme sus penas en fuentes de salvación, resurrección y felicidad eterna, para ellos y para muchos más.
Jesús se pregunta si a su regreso encontrará gente con esta fe hecha oración confiada y perseverante, que se manifiesta en las obras de bien, en la vida y en la amorosa adoración a Dios en espíritu y en verdad.
Jornada Misionera 2013: las Estadísticas de la Iglesia católica
Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) Con motivo de la Jornada Misionera Mundial, del domingo 20 de octubre, la Agencia Fides presenta algunas estadísticas escogidas para ofrecer un cuadro panorámico de la Iglesia misionera en el mundo. Las tablas se han extraído del último «Anuario Estadístico de la Iglesia» publicado, (actualizado al día 31 de diciembre de 2011)y conciernen a los miembros de la Iglesia, sus estructuras pastorales, las actividades en el campo sanitario, asistencial y educativo. Entre paréntesis está indicada la variación, aumento (+) o disminución (-) con respecto del año anterior, según la comparación efectuada por la Agencia Fides.
Población mundial
A día 31 de diciembre de 2011 la población mundial era igual a 6.933.310.000 de personas, con un aumento de 84.760.000 unidades respecto al año anterior. El aumento global este año también incluye a todos los continentes: el aumento más consistente es en Asia (+46.690.000) y África (+23.932.000), seguidos por América (+11.311.000); Europa (+2.332.000) y Oceanía (+495.000).
Católicos
En la misma fecha del 31 de diciembre de 2011 el número de católicos era igual a 1. 213.591. 000 unidades con un aumento total de 17.920.000 personas con respecto al año anterior. El aumento interesa a todos los continentes y como precedentemente es más marcado en África (+8.047.000), América (+6.312.000) y Asia (+2.577.000); seguidos por Europa (+822.000) y Oceanía (+162.000).
El porcentaje de los católicos ha crecido globalmente del 0,04% (el mismo incremento del año anterior) situándole al 17,50%. Con respecto a los continentes, se han registrado aumentos en África (+ 0,35), Asia (+ 0,03) y Oceanía (+0,1), mientras que han disminuido levemente en América (-0,09) y Europa (-0,02).
Habitantes y católicos por sacerdote
El número de los habitantes por sacerdote también ha aumentado este año, complesivamente de 117 unidades, alcanzando la cuota de 13.394. La distribución por continentes ve incrementos en América (+67), Europa (+39) y Oceanía (+120); disminuciones en África (-448) y Asia (-776).
El número de católicos por sacerdote ha aumentado complesivamente de 36 unidades, alcanzando el número de 2.936. Se registran aumentos en todos los continentes,mientras que la única disminución, que es leve, este año también es en Asia: África (+13); América (+36); Asia (-15); Europa (+23); Oceanía (+39).
Circunscripciones eclesiásticas y estaciones misioneras
Las circunscripciones eclesiásticas son 13 más con respecto al año precedente, llegando a 2.979, con nuevas circunscripciones creadas en todos los continentes: África (+7), América (+1), Asia (+3), Europa (+1), Oceanía (+1). Las estaciones misioneras con sacerdote residente son complesivamente 1.782 (275 menos con respecto al año anterior) y registran aumentos en África (+191), América (+228) y Europa (+41); disminuciones en Asia (-734) y Oceanía (-1). Las estaciones misioneras sin sacerdote residente han disminuido en 2.229 unidades, alcanzando el número de 131.453. Dando un giro a la situación del año precedente, el único aumento se registra en Asia (+508), mientras disminuyen en África (-1.596), América (-974), Europa (-47) y Oceanía (-120).
Obispos
El número de los Obispos en el mundo ha aumentado de 28 unidades, alcanzando el número de 5.132. Se confirma la situación del año anterior: aumentan los obispos diocesanos mientras que los religiosos disminuyen. Los Obispos diocesanos son 3.906 (35 más), mientras que los Obispos religiosos son 1.226 (7 menos). El aumento de los Obispos diocesanos se refiere a todos los continentes: África (+5), América (+5), Asia (+11), Europa (+11), Oceanía (+3). Los Obispos religiosos aumentan en África (+2) y Oceanía (+3); disminuyen en América (-5), Asia (-6) y Europa (-1).
Sacerdotes
El número total de sacerdotes en el mundo ha aumentado de 1.182 unidades con respecto al año anterior, alcanzando una cuota de 413.418. Se señala una vez más una disminución notable en Europa (- 2.286) y en una medida más leve en Oceanía (-11), mientras que los aumentos se dan en África (+1.530), América (+407) y Asia (+1.542). Los sacerdotes diocesanos en el mundo han aumentado globalmente de 1.337 unidades, alcanzando el número de 278.346, con aumentos en África (+1.152), América (+564) y Asia (+817), y disminución en Europa (-1.162) y Oceanía (-34). Los sacerdotes religiosos han disminuido en total en 155 unidades y son 135.072. Señalan un aumento, consolidando la tendencia de los últimos años, África (+378) y Asia (+725), a los que se une este año también Oceanía (+23), mientras las disminuciones afectan a América (-157) y Europa (-1.124).
Diáconos permanentes
Los diáconos permanentes en el mundo han aumentados de 1.350 unidades, alcanzando el número de 40.914. El aumento más consistente se confirma una vez más en América (+879) y en Europa (+368), seguidas por Asia (+43), Oceanía (+40) y África (+20). Los diáconos permanentes diocesanos en el mundo son 40.270, con un aumento total de 1.266 unidades. Crecen en todos los continentes: África (+11), América (+896), Asia (+14), Europa (+330), Oceanía (+15). Los diáconos permanentes religiosos son 644, aumentando en 84 unidades con respecto al año anterior, con aumentos en África (+9), Asia (+29), Europa (+38) y Oceanía (+25), la única disminución se da en América (-17).
Religiosos y religiosas
Los religiosos no sacerdotes han disminuido globalmente de 420 unidades llegando al número de 55.085. Los aumentos se registran en África (+28) y Asia (+1.089); mientras que disminuyen en América(-398), Europa (-232) y Oceanía (-67). Este año también se confirma la tendencia a la disminución global de las religiosas (8.729) que son complesivamente 713.206. Los aumentos son, otra vez, en África (+1.488) y Asia (+2.115), las disminuciones en América (4.515), Europa (-7.459) y Oceanía (358).
Institutos seculares
Los miembros de los Institutos seculares masculinos son en total 713, con una disminución global de 34 unidades. A nivel continental crecen solo en Asia (+10), mientras disminuyen en África (-9), América (-18) y Europa (-17), este año también queda sin variaciones Oceanía.
Los miembros de los Institutos seculares femeninos en cambio han disminuido también este año, complesivamente de 1.489 unidades, por un total 24.564 miembros. El único aumento ha sido en África (+32), mientras las disminuciones son en América (-32), Asia (-116), Europa (-1.371) y Oceanía (-2).
Misioneros laicos y catequistas
El número de Misioneros laicos en el mundo es de 381.722 unidades, con un aumento global de 46.220 unidades y aumentos por continentes en África (+1.401), América (+35.479), Asia (+9.294) Europa (+51). La única disminución ha sido en Oceanía (-5).
Los Catequistas en el mundo han disminuido en total en 35.393 unidades, llegando a la cifra de 3.125.235. Los aumentos se registran en África (+3.451) y Oceanía (+303), las disminuciones en América (-35.871), Asia (-967) y Europa (-2.309).
Seminaristas mayores
El número de seminaristas mayores, diocesanos y religiosos, también ha aumentado este año globalmente de 1.626 candidatos al sacerdocio, que han alcanzado el número de 120.616. Los aumentos, como ya ha ocurrido en los años anteriores, se han registrado en África (+559) y en Asia (+1.326), a los que este año se añade Oceanía (+15), mientras disminuyen levemente en América (-6) y una vez más en Europa (-268).
Los seminaristas mayores diocesanos son 72.277 (+303con respecto al año anterior) y los religiosos 48.339 (+1.323). Los seminaristas religiosos aumentan en África (+289), Asia (+295) y Oceanía (+34), las disminuciones son en Europa (-241) y América (-74). Los seminaristas mayores religiosos aumentan en África (+270), América (+68) y Asia (+1.031), mientras disminuyen en Europa (-27) y en Oceanía (- 19).
Seminaristas menores
El número total de seminaristas menores, diocesanos y religiosos, ha aumentado en 222 unidades, alcanzando el número de 102.530. Han aumentados complesivamente en África (+1.106) y Oceanía (+4), mientras que han disminuido en América (-124), Asia (-246) y Europa (- 518).
Los seminaristas menores diocesanos son 79.350 (+1.343) y los religiosos 23.180 (-1.121).Para los seminaristas diocesanos la disminución se registra en Asia (-41), Europa (-161) y Oceanía (-1), mientras que crecen también este año en África (+1.304) y América (+242). En cambio los seminaristas religiosos están en crecimiento sólo en Oceanía (+5) mientras disminuyen en África (-198), América (-366), Asia (-205) y Europa (-357).
Institutos de instrucción y educación
En el campo de la instrucción y la educación la Iglesia administra en el mundo 71.482 escuelas infantiles frecuentadas por 6.720.545 alumnos; 94.411 escuelas primarias con 31.939.415 alumnos; 43.777 institutos secundarios con 18.952.976 alumnos. Además sigue a 2.494.111 alumnos de las escuelas superiores y a 3.039.684 estudiantes universitarios.
La comparación con el año anterior muestra un aumento general que toca a todos los niveles de la enseñanza: las escuelas infantiles (+938) y sus alumnos (+241.918); las escuelas primarias (+1.564) y sus alumnos (+788.245); los institutos de secundaria (+186) y sus alumnos (+1.159.417). También aumentan los estudiantes de las escuelas superiores (+189.940) mientras que la única disminución se refiere a los universitarios (-298.771).
Institutos sanitarios, de beneficencia y asistencia
Los institutos de beneficencia y asistencia administrados en el mundo por la Iglesia comprenden: 5.435 hospitales (+130 más respecto al año anterior) con mayor presencia en América (1.701) y África (1.284); 17.524 dispensarios (-655), la mayor parte en África (5.398), América (5.211) y Asia (3.828); 567 leproserías (+20) distribuidas principalmente en Asia (281) y África (211); 15.784 (-1.439) casas para ancianos, enfermos crónicos y minusválidos la mayor parte en Europa (8.271) y América (3.913); 10.534 orfanatos (+652) de los de los que casi un tercio están en Asia (3.911); 11.592 guarderías; 15.008 consultorios matrimoniales distribuidos en gran parte en América (6.230) y Europa (5.819); 40.671 centros de educación o reeducación social y 4 instituciones de otros tipos.
Circunscripciones eclesiásticas dependientes de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos
Las circunscripciones eclesiásticas dependientes de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (Cep) a fecha del 14 de octubre de 2013 son en total 1.108, con un aumento de 5 circunscripciones con respecto al año anterior (4 diócesis en África y 1 Vicariato apostólico en América). La mayor parte de las circunscripciones eclesiásticas dependientes de Propaganda Fide se encuentran en África (506) y en Asia (476). Seguidas de América (80) y Oceanía (46).
Links:
El texto completo del Especial de Fides:
http://www.fides.org/spa/attachments/view/file/ESTADISTICAS_2013_sp.doc
Palabras del papa Francico en la audiencia del miércoles 16 de Octubre de 2013. (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Cuando recitamos el Credo decimos "Creo en la Iglesia una, santa, católica y apostólica". No sé si alguna vez han reflexionado sobre el significado que tiene la expresión "la Iglesia es apostólica". Quizás alguna vez, viniendo a Roma, han pensado en la importancia de los apóstoles Pedro y Pablo, que aquí dieron sus vidas para llevar el Evangelio y dar testimonio.
Más aún. Profesar que la Iglesia es apostólica, significa hacer hincapié en la relación constitutiva que esta tiene con los apóstoles, con ese pequeño grupo de doce hombres que un día Jesús llamó a Él, los llamó por su nombre, para que permanecieran con Él y para enviarlos a predicar (cf. Mc. 3,13-19). "Apóstol", de hecho, es una palabra griega que significa "mandado", "enviado". Un apóstol es una persona que es enviada, y enviada a hacer algo; y los apóstoles fueron escogidos, llamados y enviados por Jesús para continuar su obra; es decir para rezar --ese es la primera tarea de un apóstol--, y segundo, para proclamar el Evangelio. Esto es importante, porque cuando pensamos en los apóstoles, podríamos pensar que ellos fueron enviados solo para anunciar el Evangelio, para hacer muchas obras. Pero en los primeros días de la Iglesia había un problema porque los apóstoles debían hacer muchas cosas y luego formaron a los diáconos, para que los apóstoles tuvieran más tiempo para orar y proclamar la Palabra de Dios.
Cuando pensamos en los sucesores de los apóstoles, los obispos, incluido el papa, porque él también es un obispo, debemos preguntarnos si este sucesor de los apóstoles primero que todo ora y luego proclama el Evangelio: esto es ser apóstol y por esta razón la Iglesia es apostólica. Todos nosotros, si queremos ser apóstoles como explicaré luego, debemos preguntarnos: ¿rezo por la salvación del mundo? ¿Predico el Evangelio? ¡Esta es la Iglesia Apostólica! Es una relación constitutiva que tenemos con los apóstoles.
A partir de esto me gustaría hacer hincapié muy brevemente en tres acepciones del adjetivo "apostólica", tal como se aplica a la Iglesia.
1 . La Iglesia es apostólica porque está fundada en la oración y la predicación de los apóstoles, en la autoridad que les fue dada por el mismo Cristo. San Pablo escribe a los cristianos de Éfeso : "Ustedes son conciudadanos de los santos y miembros de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, teniendo como piedra angular al mismo Cristo Jesús" (2, 19-20). Compara, es decir, a los cristianos con piedras vivas que forman un edificio que es la Iglesia, y este edificio está fundado sobre los apóstoles, como columnas, y la piedra que sostiene todo es Jesús mismo.
¡Sin Jesús no puede existir la Iglesia! ¡Jesús es la base misma de la Iglesia, el fundamento! Los apóstoles vivieron con Jesús, escucharon sus palabras, compartieron su vida, sobre todo han sido testigos de su muerte y resurrección. Nuestra fe, la Iglesia que Cristo quiso, no se basa en una idea, no se funda en una filosofía, se fundamenta en el mismo Cristo. Y la Iglesia es como una planta que ha crecido a lo largo de los siglos, se ha desarrollado, ha dado sus frutos y sus raíces están firmemente plantadas en Él, y la experiencia fundamental de Cristo que han tenido los Apóstoles, elegidos y enviados por Jesús, permanece hasta nosotros. Desde esa pequeña planta hasta nuestros días: así es la Iglesia en todo el mundo.
2. Pero preguntémonos: ¿cómo es posible para nosotros conectarnos con ese testimonio? ¿Cómo puede llegar hasta nosotros lo que han experimentado los apóstoles con Jesús, lo que han oído de Él? Este es el segundo significado del término "apostólicidad”. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que la Iglesia es apostólica porque «conserva y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza, el buen depósito, las palabras sanas oídas a los apóstoles» (n. 857). La Iglesia conserva a través de los siglos este precioso tesoro, que es la Sagrada Escritura, la doctrina, los sacramentos, el ministerio de los pastores, para que podamos ser fieles a Cristo y participar de su vida misma. Es como un río que fluye en la historia, se desarrolla, irriga, pero el agua que fluye es siempre la que comienza desde la fuente, y la fuente es el propio Cristo: Él ha resucitado, Él es el Viviente, y sus palabras no pasan, porque Él no pasa, Él está vivo, Él está con nosotros hoy aquí, Él nos oye y nosotros hablamos con él y Él nos escucha, está en nuestro corazón. ¡Jesús está con nosotros hoy! Esta es la belleza de la Iglesia: la presencia de Jesucristo en medio de nosotros. ¿Pensamos acaso lo importante que es este don que Cristo nos ha dado, el don de la Iglesia, donde lo podemos encontrar? ¿Pensamos acaso cómo es la misma Iglesia, en su camino a lo largo de estos siglos --a pesar de las dificultades, los problemas, las debilidades, nuestros pecados--, la que nos transmite el auténtico mensaje de Cristo? ¿Nos da la confianza de que lo que creemos es realmente lo que Cristo nos dijo?
3 . El último pensamiento: la Iglesia es apostólica porque es enviada a llevar el Evangelio a todo el mundo. Continúa en el camino de la historia la misma misión que Jesús confió a los apóstoles: «Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto les he mandado. Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt. 28,19-20). ¡Esto es lo que Jesús nos dijo que hiciéramos! Insisto en este aspecto de la actividad misionera, porque Cristo invita a todos a "ir" al encuentro de los demás, nos envía, nos pide movernos para llevar la alegría del Evangelio!
Una vez más debemos preguntarnos: ¿somos misioneros con nuestras palabras, pero sobre todo con nuestra vida cristiana, a través de nuestro testimonio? ¿O somos cristianos encerrados en nuestro corazón y en nuestras iglesias, cristianos de sacristía? ¿Cristianos solo de palabras, pero que viven como paganos? Debemos hacernos estas preguntas, que no son un reproche. Yo también, me lo digo a mí mismo: ¿cómo soy cristiano, realmente con el testimonio?
La Iglesia tiene sus raíces en la enseñanza de los apóstoles, verdaderos testigos de Cristo, pero mira hacia el futuro, tiene la firme conciencia de ser enviada --enviada por Jesucristo--, de ser misionera, llevando el nombre de Jesús a través de la oración, el anuncio y el testimonio. Una Iglesia que se cierra sobre sí misma y en el pasado, una Iglesia que ve solo las pequeñas reglas de hábitos, de actitudes, es una Iglesia que traiciona a su propia identidad; ¡una Iglesia cerrada traiciona su propia identidad! Por ello, ¡descubramos hoy toda la belleza y la responsabilidad de ser Iglesia Apostólica! Y recuérdenlo: Iglesia Apostólica porque oramos -- primera tarea--, y porque proclamamos el Evangelio con nuestra vida y con nuestras palabras.
Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo veintinueve del Teimpo Ordinario C
¿SEGUIMOS CREYENDO EN LA JUSTICIA?
Lucas narra una breve parábola indicándonos que Jesús la contó para explicar a sus discípulos “cómo tenían que orar siempre sin desanimarse”. Este tema es muy querido al evangelista que, en varias ocasiones, repite la misma idea. Como es natural, la parábola ha sido leída casi siempre como una invitación a cuidar la perseverancia de nuestra oración a Dios.
Sin embargo, si observamos el contenido del relato y la conclusión del mismo Jesús, vemos que la clave de la parábola es la sed de justicia. Hasta cuatro veces se repite la expresión “hacer justicia”. Más que modelo de oración, la viuda del relato es ejemplo admirable de lucha por la justicia en medio de una sociedad corrupta que abusa de los más débiles.
El primer personaje de la parábola es un juez que “ni teme a Dios ni le importan los hombres”. Es la encarnación exacta de la corrupción que denuncian repetidamente los profetas: los poderosos no temen la justicia de Dios y no respetan la dignidad ni los derechos de los pobres. No son casos aislados. Los profetas denuncian la corrupción del sistema judicial en Israel y la estructura machista de aquella sociedad patriarcal.
El segundo personaje es una viuda indefensa en medio de una sociedad injusta. Por una parte, vive sufriendo los atropellos de un “adversario” más poderoso que ella. Por otra, es víctima de un juez al que no le importa en absoluto su persona ni su sufrimiento. Así viven millones de mujeres de todos los tiempos en la mayoría de los pueblos.
En la conclusión de la parábola, Jesús no habla de la oración. Antes que nada, pide confianza en la justicia de Dios: “¿No hará Dios justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?”. Estos elegidos no son “los miembros de la Iglesia” sino los pobres de todos los pueblos que claman pidiendo justicia. De ellos es el reino de Dios.
Luego, Jesús hace una pregunta que es todo un desafío para sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. No está pensando en la fe como adhesión doctrinal, sino en la fe que alienta la actuación de la viuda, modelo de indignación, resistencia activa y coraje para reclamar justicia a los corruptos.
¿Es esta la fe y la oración de los cristianos satisfechos de las sociedades del bienestar? Seguramente, tiene razón J. B. Metz cuando denuncia que en la espiritualidad cristiana hay demasiados cánticos y pocos gritos de indignación, demasiada complacencia y poca nostalgia de un mundo más humano, demasiado consuelo y poca hambre de justicia.
José Antonio Pagola
Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
20 de Octubre 2013
29 domingo del Teimpo Ordinario C
Lc 18, 1-8
Homilía monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el 28º domingo durante el año (13 de octubre de 2013) (AICA)
“Estar con Cristo y con los pobres”
El domingo anterior hemos señalado algunas de las condiciones de seguimiento sugeridas en el Discipulado de Jesucristo, el Señor: la necesidad de interioridad, la pasión por el Reino y la preferencia por los débiles y sufrientes. En este domingo agregamos dos más: la necesidad que este discipulado se realice en un proceso personal de la fe y que también tenga una dimensión comunitaria. Difícilmente podremos asumir los desafíos post-sinodales, sin comprender la necesidad de renovar la fe en la búsqueda de este camino que todo cristiano tiene que realizar de discípulos.
La reflexión de iluminación de la temática de la primera sesión del Sínodo señalaba respecto al proceso personal del discipulado: “Para ahondar en la comprensión de la formación y misión del discipulado, será necesario que no identifiquemos formación o seguimiento con algún curso. No es que nosotros, para mejorar la formación del laicado, tengamos que pensar que un curso es la respuesta. Puede ser que participemos en cursos… Todo esto es importante, pero no es solamente formarnos en este sentido.
Estar con Él es otra cosa; es internalizar sus propuestas en un proceso personal, que implica nuestra conciencia, que es diferente de un proceso individualista o intimista. Es un proceso personal que requiere la comunidad, la relacionalidad, requiere a los otros, que son el eje de este encuentro personal. Es un encuentro para salir, para la misión, por eso no es intimista, o individualista. Pero si, es un proceso personal que implica la formación de la propia conciencia, deberemos reconocer que en general son procesos lentos, que a veces requieren la vida.
Por eso el discipulado no es de un día para otro. Durante nuestra vida tendremos que ir haciéndonos discípulos y misioneros. Y esto implicará aquello que hemos reflexionado anteriormente sobre romper con las cosas que dificultan nuestro seguimiento de Jesucristo, el Señor.
Por eso son para desconfiar las conversiones rápidas. La Iglesia tiene sabiduría para estas cosas, es experta en humanidad y espiritualidad, porque ya transitó varios años y el Espíritu Santo la asiste.
Entonces hay que subrayar que el itinerario de la fe implica nuestra conciencia y que vayamos asumiendo las cruces cotidianas. Aquellas que queremos eludir. Y nos pondremos viejos y nos daremos cuenta que todavía, muchas veces queremos generar nidos, falsas seguridades que dificultan el seguimiento.
En este proceso del discipulado si no están los otros, evidentemente estamos caminando mal. Y podemos señalar con certeza que no es un discipulado cristiano, porque el discipulado cristiano es muy concreto. No es un discipulado de un Dios Abstracto, ni es un discipulado donde “los otros” son abstractos. Ser cristiano implica considerar a “los otros” concretos, como mis hermanos. Cuando hablamos de los pobres sólo abstractamente, estamos posiblemente ante un Dios conceptual y corremos el riesgo de caer también en una visión de la pobreza conceptual, o bien en una ideología. Nosotros seguimos a un Dios concreto y si queremos amar solo a “los otros” y también éstos tienen que ser concretos. Por supuesto podremos hablar de las problemáticas, pero si no hay personas concretas en nuestra vida, evidentemente estamos teorizando, como nos gusta hacer tantas veces. Por eso el discipulado cristiano es un proceso marcado por el amor, por la caridad. Sabiamente el Papa Benedicto nos puso ante este tema de la caridad en el centro de lo que es el cristianismo, diciéndonos que “Dios es Caridad”.
Este discipulado no lo podemos hacer si no es en Comunión. Como Diócesis, estamos en un camino en el que queremos vivir este tema de la Comunión, y todos sabemos que nos cuesta y mucho. Tenemos que superar los individualismos, es un momento eclesial en el que queremos acentuar nuestra relacionalidad, la diversidad en la Comunión, queremos trabajar en una eclesiología de Comunión, en la figura del Pueblo de Dios y por supuesto, en la pastoral orgánica.
Cuando decimos esto tenemos que recodar que la Comunión que este discipulado implica, no es uniformidad. Por el contrario, la Comunión requiere de los carismas, dones, diversidad, pero están formando parte de un mismo cuerpo, según la expresión Paulina”.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (12 de octubre de 2013) (AICA)
Educar es el arte de fijar la mirada dirigida al horizonte
En el pasado mes de junio, el Papa Francisco tuvo un encuentro con nueve mil representantes de las comunidades educativas de la Compañía de Jesús en Italia. Allí resumió el discurso que había preparado y luego entabló un diálogo con los presentes; respondió preguntas de niños, jóvenes y profesores y nos dejó indicaciones sencillas y bellas, esenciales, sobre el fenómeno humano y cristiano de la educación.
He estado releyendo esos textos y quiero compartir con ustedes algunas conclusiones sobre la enseñanza del Papa, que me parece extraordinaria y por lo que he visto ha pasado más o menos inadvertida.
En primer lugar el Papa presenta el proceso de la educación como desarrollo de las personas. Educación equivale a edificación de una personalidad. El educador procura eso, así como el educando procura también crecer personalmente. Por eso Francisco destaca el papel de la magnanimidad, que es una virtud clásica y cristiana, que significa grandeza de ánimo, grandeza de corazón. Es decir que para desarrollar la persona uno tiene que tener esa grandeza de ánimo, referida no sólo a los grandes ideales sino también a las realidades cotidianas, al modo como se enfrentan las realidades cotidianas.
El Santo Padre usó también otra imagen para hablar de la educación: el desarrollo de la personalidad, el crecimiento personal que procura la educación, es como un caminar. La imagen es la del camino. “Es, dice el Papa, el arte de caminar.
Respecto de este arte de caminar propone dos aspectos. El primero es mirar el horizonte: por supuesto, uno tiene que mirar hacia dónde va, con grandeza de ánimo, pero tiene que mirar hacia donde va. Y al mismo tiempo tiene que soportar el cansancio del camino. Por eso se habla de arte. No es caminar a tontas y locas, sino caminar con un sentido. Y para eso hace falta tener la mirada dirigida hacia el horizonte, pero al mismo tiempo sobrellevar el cansancio del camino.
En ese contexto hace notar también que este caminar por el cual uno se va educando, va creciendo personalmente, supone también fracasos y éxitos. Implica asimismo caídas. Cito una frase muy bella: “en el arte de caminar lo que importa no es no caer sino no quedarse caídos”. Es decir retomar siempre el camino a pesar de las dificultades e incluso de los posibles fracasos.
El otro aspecto es no caminar solos. Caminar solos no es bueno, es más dificultoso, es aburrido; uno necesita caminar con otros, caminar comunitariamente. Pensemos, por ejemplo, en una escuela, una comunidad educativa. Precisamente hablamos de comunidad educativa, la cual implica caminar juntos; así nos ayudamos unos a otros a tender siempre a la meta y a superar las dificultades del camino.
Hay algo muy interesante cuando el Papa se refiere de un modo más específico a los educadores. Les hace advertir que para que los educandos crezcan personalmente, para que crezcan verdaderas personalidades, hay que buscar un equilibrio entre el marco de seguridad y la zona de riesgo. El marco de seguridad; no se puede educar si uno no sabe adónde va, si uno no tiene pautas concretas, si no hay instrumentos específicos, si no hay una programación segura y cierta, si no hay una confianza en lo que uno está haciendo. Pero siempre hay que arriesgarse. Especialmente en estas épocas. La educación es una zona de riesgo.
¿Y esa zona de riesgo que significa? Significa concretamente que hay que buscar siempre las mejores formas, nuevas formas educativas, no convencionales, según las necesidades de los lugares, de los tiempos y de las personas. Porque uno puede tener un proyecto educativo general, pero finalmente ese proyecto tiene que adaptarse y concretarse para personas determinadas, en un momento determinado. Los tiempos cambian también, los lugares implican enormes diferencias.
Esta riqueza de elementos, esta variedad de matices, es fundamental para la educación. Lo ha sido siempre, pero yo creo que hoy es especialmente importante. ¿Y por qué digo hoy? Todos conocemos las dificultades concretas que se plantean hoy a la tarea educativa. Quizás décadas atrás la escuela era un sitio donde la inventiva no era tan importante, donde se privilegiaba la instrucción y luego, también el cuidado de la conducta y se aplicaba también la transmisión de ciertos valores. La familia era el factor educativo fundamental pero hoy día la escuela se ha tornado muchas veces en un sitio difícil, complicado, donde repercuten todas las problemáticas de la sociedad.
Estas indicaciones tan precisas del Papa Francisco me parecen sumamente oportunas. Por un lado tan objetivas, y por el otro lado también tan motivantes y animosas: la magnanimidad, el arte de caminar, el carácter comunitario de la educación.
El Papa nos está haciendo un servicio extraordinario hablándonos de realidades esenciales y diciéndolo con este lenguaje tan sencillo, tan llano y, por otra parte, con una simbología tan expresiva que toca la inteligencia y el corazón.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata
El papa Francisco le confía el mundo a María, Virgen de Fátima, 13 de octubre de 2013 (Zenit.org)
Oración que recitó el santo padre a los pies de la Imagen
Bienaventurada María, Virgen de Fátima,
con renovada gratitud por tu presencia materna
unimos nuestra voz a la de todas las generaciones
que te llaman bienaventurada.
Celebramos en ti las grandes obras de Dios,
que nunca se cansa de inclinarse
con misericordia sobre la humanidad afligida por el mal
y herida por el pecado, para sanarla y salvarla.
Acoge con benevolencia de madre
el acto por el nos ponemos hoy bajo tu protección
con confianza, ante esta tú imagen
tan querida por todos nosotros.
Estamos seguros que cada uno de nosotros es preciosos a tus ojos
y que nada te es ajeno de todo lo que habita en nuestros corazones.
Nos dejamos alcanzar por tu dulcísima mirada
y recibimos la caricia consoladora de tu sonrisa.
Proteje nuestra vida entre tus brazos:
bendice y refuerza cada deseo de bien; reaviva y alimenta la fe;
sostiene e ilumina la esperanza; suscita y anima la caridad;
guíanos a todos nosotros en el camino de la santidad.
Enséñanos tu mismo amor de predilección hacia los pequeños y los pobres,
hacia los excluidos y los que sufren, por los pecadores
y por los que tienen el corazón perdido:
reúne a todos bajo tu protección y a todos entrégales
a tu Hijo dilecto, el Señor Nuestro, Jesús.
Homilía del papa Francisco a los píes de la imagen de la Virgen del santuario de Fátima, en la Jornada Mariana que es parte del Año de la Fe, el 12 de Octubre de 2013.
Queridos hermanos y hermanas :
Estamos aquí, en este encuentro del Año de la fe dedicado a María, Madre de Cristo y de la Iglesia, Madre nuestra. Su imagen, traída desde Fátima, nos ayuda a sentir su presencia entre nosotros. María siempre nos lleva a Jesús. Es una mujer de fe, una verdadera creyente. ¿Cómo es la fe de María?
El primer elemento de su fe es éste: La fe de María desata el nudo del pecado (cf. lg, 56). ¿Qué significa esto? Los Padres conciliares han tomado una expresión de san Ireneo que dice así: «El nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe, lo desató la Virgen María por su fe».
El «nudo» de la desobediencia, el «nudo» de la incredulidad. Cuando un niño desobedece a su mamá o a su papá, podríamos decir que se forma un pequeño «nudo». Esto sucede si el niño actúa dándose cuenta de lo que hace, especialmente si hay de por medio una mentira; en ese momento no se fía de la mamá o del papá.
Ustedes lo saben. ¡Cuántas veces pasa esto! Entonces, la relación con los padres necesita ser limpiada de esta falta y, de hecho, se pide perdón para que haya de nuevo armonía y confianza.
Algo parecido ocurre en nuestras relaciones con Dios. Cuando nosotros no lo escuchamos, no seguimos su voluntad, cometemos actos concretos en los que mostramos falta de confianza en él – y esto es pecado –, se forma como un nudo en nuestra interioridad. Estos nudos nos quitan la paz y la serenidad. Son peligrosos, porque varios nudos pueden convertirse en una madeja, que siempre es más doloroso y más difícil de deshacer. Pero para la misericordia de Dios nada es imposible. Hasta los nudos más enredados se deshacen con su gracia. Y María, que con su «sí» ha abierto la puerta a Dios para deshacer el nudo de la antigua desobediencia, es la madre que con paciencia y ternura nos lleva a Dios, para que él desate los nudos de nuestra alma con su misericordia de Padre.
Cada uno de nosotros tiene algunos y podemos pedirnos dentro de nuestros corazones cuáles son los en mi vida. ¡Eh padre! Los míos no se pueden desatar. Es una equivocación. Todos los nudos de la conciencia pueden desatarse. Pido a María que me ayude a tener confianza en la misericordia de Dios, para desatarlos, para cambiar. Ella, mujer de fe, seguro que nos dirá: ve adelante, ve a lo del Señor y ella nos lleva como madre al abrazo del Padre de la misericordia. ¿Le pido a María que me ayude a tener confianza en la misericordia de Dios para cambiar?
Segundo elemento: la de fe de María da carne humana a Jesús. Dice el Concilio: «Por su fe y obediencia engendró en la tierra al Hijo mismo del Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo» (lg, 63). Este es un punto sobre el que los Padres de la Iglesia han insistido mucho: María ha concebido a Jesús en la fe, y después en la carne, cuando ha dicho «sí» al anuncio que Dios le ha dirigido mediante el ángel.
¿Qué quiere decir esto? Que Dios no ha querido hacerse hombre ignorando nuestra libertad, ha querido pasar a través del libre consentimiento de María, de su «sí». Y Dios le ha pedido: ¿Estás dispuesta a esto? Y ella dijo sí.
Pero lo que ha ocurrido en la Virgen Madre de manera única, también nos sucede a nosotros a nivel espiritual cuando acogemos la Palabra de Dios con corazón bueno y sincero y la ponemos en práctica. Es como si Dios adquiriera carne en nosotros. Él viene a habitar en nosotros, porque toma morada en aquellos que le aman y cumplen su Palabra. No es fácil entender esto pero sí sentirlo en el corazón.
Pensamos que la encarnación de Jesús es sólo algo del pasado, que no nos concierne personalmente? Creer en Jesús significa ofrecerle nuestra carne, con la humildad y el valor de María, para que él pueda seguir habitando en medio de los hombres; significa ofrecerle nuestras manos para acariciar a los pequeños y a los pobres; nuestros pies para salir al encuentro de los hermanos; nuestros brazos para sostener a quien es débil y para trabajar en la viña del Señor; nuestra mente para pensar y hacer proyectos a la luz del Evangelio; y, sobre todo,ofrecerlenuestro corazón para amar y tomar decisiones según la voluntad de Dios. Todo esto acontece gracias a la acción del Espíritu Santo.Y así somos instrumentos de Dios para que Jesús actúe en el mundo a través de nosotros.
El último elemento es la fe de María como camino: El Concilio afirma que María «avanzó en la peregrinación de la fe» (lg, 58). Por eso ella nos precede en esta peregrinación, nos acompaña y nos sostiene. ¿En qué sentido la fe de María ha sido un camino? En el sentido de que toda su vida fue un seguir a su Hijo: él es la vía, él es el camino. Progresar en la fe, avanzar en esta peregrinación espiritual que es la fe, no es sino seguir a Jesús; escucharlo y dejarse guiar por sus palabras; ver cómo se comporta él y poner nuestros pies en sus huellas, tener sus mismos sentimientos y actitudes:
¿Y cuáles son las actitudes e Jesús? Humildad, misericordia, cercanía, pero también un firme rechazo de la hipocresía, de la doblez, de la idolatría. La vía de Jesús
es la del amor fiel hasta el final, hasta el sacrificio de la vida; es la vía de la cruz.
Por eso, el camino de la fe pasa a través de la cruz, y María lo entendió desde el principio, cuando Herodes quiso matar a Jesús recién nacido. Pero después, esta cruz se hizo más pesada, cuando Jesús fue rechazado. María estaba siempre con Jesús, lo seguía a Jesús en medio al pueblo y escuchaba sus chismeríos, las odiosidades, de quienes no lo querían. Y esta cruz ella la llevó.
La fe de María afrontó entonces la incomprensión y el desprecio; y cuando llegó la «hora» de Jesús, la hora de la pasión: la fe de María fue entonces la lamparilla encendida en la noche.Esa lamparilla en plena noche.María veló durante la noche del sábado santo. Su llama, pequeña pero clara, estuvo encendida hasta el alba de la Resurrección; y cuando le llegó la noticia de que el sepulcro estaba vacío, su corazón quedó henchido de la alegría de la fe, la fe cristiana en la muerte y resurrección de Jesucristo.
Porque siempre la fe nos lleva a la alegría y ella es la madre de la alegría que nos enseña a vivir y caminar por este camino de alegría y a vivir esta alegría.Este es el punto culminante,esta alegría del encuentro de Jesús y María. Este es el punto culminantedel camino de la fe de María y de toda la Iglesia. ¿Cómo es nuestra fe? ¿La tenemos encendida como María también en los momentos difíciles, en esos momentos de oscuridad? ¿Tengo la alegría de la fe?
Esta tarde, María, te damos gracias por tu fe mujer fuerte y humilde yrenovamos nuestra entrega a ti, Madre de nuestra fe. Amen
Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (XXVII domingo durante el año, 6 de octubre de 2013) (AICA)
Dijo el Señor a sus discípulos: “si tu hermano peca, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo; y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti diciendo ‘me arrepiento’, perdónalo. Los Apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe". El respondió: "Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', ella les obedecería. Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: 'Ven pronto y siéntate a la mesa'? ¿No le dirá más bien: 'Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después'? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: 'Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber'". (San Lucas 17, 3-10)
¡Tantas veces Dios nos perdona por nuestros pecados!, ¡y si nos arrepentimos Dios nos perdona en serio!, así nosotros tenemos que saber perdonar las ofensas y los errores de los demás. Pero no al estilo de “una vez, dos veces, bueno…¡basta!”, no. yo diría que tiene que ser con una actitud sin límites, siempre. No siete veces sino setenta veces siete.
Ahora bien, el tema central de este Evangelio es la fe; un tema muy importante para todos nosotros y en especial por el interés que debe tener para nuestro país. ¡Tantos jóvenes peregrinos, que de muchos y variados lugares caminaron a al Santuario de Lujan, nos indica cuánta fe hay en nuestro pueblo! Y esto debe interesar a los políticos, a los empresarios, al Estado, a la Nación. Porque los argentinos somos un pueblo que tiene fe y ahora con la dicha de tener un Papa argentino.
Pero ¿a qué me compromete todo esto? En que, la fe que tengo en el Señor, crea en mí una mayor responsabilidad. Por ejemplo, si yo conocí al Papa, cuando era el Cardenal Bergoglio, también tiene que responsabilizarme. ¿Y ahora qué? ¿En qué me involucro? ¿Cómo me comprometo? ¿Cómo vivo mi fe y mi vida? Porque ambas son partes de una misma realidad.
Creer es darse a Dios y saber que Dios es fiable; que yo puedo fiarme de Él y saber que no voy a ser defraudado jamás. La fe es el único camino para comprender el misterio de la historia, de mi historia y la historia de los demás. Es una inclinación permanente a juzgar y obrar según el pensamiento de Cristo y no según mis caprichos, mis antojos, mis ganas o el “sólo por hoy”.
La fe me ayuda a reconocer que creo, veo, escucho y me decido a seguirlo. Es creer mirando a Cristo porque hace las cosas del Padre. Es escuchar porque cuando uno escucha bien responde bien. Y viendo como obra Cristo también podemos ver. Luego, sabiendo que Dios está con nosotros, somos tocados por Él y se produce en nosotros una transformación. Sin embargo, muchas veces en nuestra sociedad Dios está ausente, y se organiza la vida sin Él.
Hoy decimos a la Virgen María “¡Madre, cuida la fe de tu pueblo que camina!” y le pedimos que nos bendiga, que bendiga nuestras familias, y que bendiga a nuestra patria. Que interceda ante Dios por nuestra querida Nación y por aquellos que habitan nuestro suelo.
Les dijo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
Zenit nos ofrece el texto íntegro de la catequesis del santo padre, del miércoles 9 de Octubre de 2013, en la Plaza de San Pedro bajo una constante lluvia.
Queridos hermanos y hermanas,¡buenos días!
Vemos que hoy, en este mal día (de lluvia), fueron valientes: ¡enhorabuena!
"Creo en la Iglesia una, santa, católica...". Hoy hacemos una pausa para reflexionar sobre esta indicación: le decimos católica en el Año de la catolicidad. En primer lugar: ¿qué significa católico? Deriva del girego "kath'olòn" que significa "de acuerdo con el conjunto", la totalidad. ¿En qué sentido esta totalidad se aplica a toda la Iglesia? ¿En qué sentido decimos que la Iglesia es católica? Yo diría que en tres sentidos básicos.
1. El primero. La Iglesia es católica porque es el espacio, la casa en la que se anuncia la fe entera, en la que la salvación que Cristo nos trajo se ofrece a todos. La Iglesia nos hace encontrarnos con la misericordia de Dios que nos transforma, por que en ella está presente Jesucristo, que le da la verdadera confesión de fe, la plenitud de la vida sacramental, la autenticidad del ministerio ordenado. En la Iglesia cada uno de nosotros encuentra lo que es necesario para creer, para vivir como cristianos, para ser santos, para caminar en todo lugar y en cada época.
Por poner un ejemplo, podemos decir que es como en la vida familiar; en familia a cada uno de nosotros se nos fue dado todo lo que nos permite crecer, madurar, vivir. No se puede hacer crecer solo, no se puede caminar solo, aislándose, sino que se camina y se crece en una comunidad, en una familia. ¡Y lo mismo ocurre en la Iglesia! En la Iglesia podemos escuchar la Palabra de Dios, con la seguridad de que es el mensaje que el Señor nos ha dado; en la Iglesia podemos encontrar al Señor en los sacramentos que son las ventanas abiertas por donde se nos da la luz de Dios, los arroyos de los cuales recogemos la vida misma de Dios; en la Iglesia aprendemos a vivir la comunión , el amor que viene de Dios. Cada uno de nosotros puede preguntarse hoy: ¿Cómo vivo en la Iglesia? Cuando voy a la iglesia, es como si fuera al estadio, a un partido de fútbol? ¿Es como si estuviera en el cine? No, es otra cosa. ¿Como voy a la iglesia? ¿Cómo acojo los dones que la Iglesia me da, para crecer, para madurar como cristiano? Participo en la vida de comunidad o voy a la iglesia y me encierro en mis problemas aislándome del otro? En este primer sentido, la Iglesia es católica porque es la casa de todos. Todos son hijos de la Iglesia y todos están en esta casa.
2. Un segundo significado: la Iglesia es católica porque es universal, se extiende por todo el mundo y proclama el Evangelio a todos los hombres y mujeres. La Iglesia no es un grupo de elite, no solo para unos pocos. La Iglesia no tiene límites, es enviada a todas las personas, a toda la humanidad . Y la única Iglesia está presente incluso en las partes más pequeñas de la misma. Todo el mundo puede decir: en mi parroquia está presente la Iglesia Católica, porque también esa parte de la Iglesia universal, también esta tiene la plenitud de los dones de Cristo, la fe, los sacramentos, el ministerio; está en comunión con el obispo, con el papa y está abierta a todos, sin distinción. La Iglesia no está solo a la sombra de nuestro campanario, sino que abarca una gran variedad de gente, de pueblos que profesan la misma fe, se nutren de la misma Eucaristía, son atendidos por los mismos pastores. ¡Sentirse en comunión con toda la Iglesia, con toda la comunidad católica grande y pequeña de todo el mundo! ¡Esto es hermoso! Y luego sentir que todos estamos en misión, pequeñas o grandes comunidades, todos tenemos que abrir nuestras puertas y salir por el evangelio. Preguntémonos entonces: ¿qué estoy haciendo para comunicar a los demás la alegría del encuentro con el Señor , la alegría de pertenecer a la Iglesia? Proclamar y dar testimonio de la fe no es una cuestión de unos pocos, tiene que ver también conmigo, contigo, ¡con cada uno de nosotros!
3. Una tercera y última reflexión: la Iglesia es católica, porque es la "casa de la armonía", donde la unidad y la diversidad hábilmente combinan entre sí para ser riqueza. Pensemos en la imagen de la sinfonía, que significa acuerdo, armonía, diferentes instrumentos que tocan juntos; cada uno conserva su timbre inconfundible y sus características de sonido se unen por algo en común. Luego está el que guía, el director, y en la sinfonía que se ejecuta todos suenan juntos en "armonía", pero no se borra el timbre de cada instrumento; ¡la peculiaridad de cada uno, de hecho, es aprovechada al máximo!
Es una bella imagen que nos dice que la Iglesia es como una gran orquesta en la que hay variedad. No todos somos iguales y no debemos ser todos iguales. Todos somos diversos, diferentes, cada uno con sus propias cualidades. Y esa es la belleza de la Iglesia: cada uno trae lo propio, lo que Dios le dio, para enriquecer a los demás. Y entre los que la componen hay esta diversidad, pero es una diversidad que no entra en conflicto, no se opone; es una variedad que se deja fundir en armonía por el Espíritu Santo; Él es el verdadero "Maestro", él mismo es armonía. Y aquí nos preguntamos: ¿en nuestras comunidades vivimos en armonía o peleamos entre nosotros? En mi parroquia, en mi movimiento, donde soy parte de la Iglesia, ¿hay chismes? Si hay chismes no hay armonía, sino una lucha. Y esta no es la Iglesia. La Iglesia es la armonía de todos: ¡nunca hablar mal entre sí, nunca pelear!
Aceptamos al uno y al otro, se acepta que exista una justa variedad, que esto sea diferente, que aquello se piense de una forma u otra –incluso en la misma fe se puede pensar de otra manera-- ¿o tendemos a estandarizar todo? Porque la uniformidad mata la vida. La vida de la Iglesia es variedad, y cuando queremos imponer esta uniformidad sobre todos matamos los dones del Espíritu Santo. Oremos al Espíritu Santo, que es el autor de esta unidad en la variedad, de esta armonía, para que nos haga cada vez más "católicos", es decir, ¡en esta Iglesia que es católica y universal! Gracias.
Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.
Reflexiones de Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas (Zenit.org)
Cristianos sin Cristo
Por Felipe Arizmendi Esquivel
SITUACIONES
Hay creyentes que ponen todo su empeño en celebrar las fiestas patronales del pueblo o del barrio con muchos cohetes, flores, música, adornos y actividades varias para que la gente se divierta, incluso con conjuntos musicales costosos y melodías mundanas, que contradicen la festividad religiosa. Casi no participan en la Misa, no se confiesan ni reciben la comunión eucarística, no se preocupan por leer la Biblia ni por instruirse en su fe, no se arrepienten de sus pecados. Les hemos dicho que, en vez de tanto gasto, destinen una parte a obras sociales de la parroquia, o ayuden a pagar la fianza de un preso pobre para que salga libre, pero se enojan y me dicen que no comprendo sus costumbres y las quiero cambiar. Pero eso sí, presumen de ser muy creyentes.
Otros entran en los templos y hacen oraciones a las imágenes con mucho fervor, les encienden velas o veladoras, les ponen flores, les hacen promesas, a cambio de pedir algún milagro o favor. Pero no se acercan a orar ante Jesús que está presente, vivo, real y verdadero en el Sagrario, bajo el signo sacramental de la hostia consagrada. Allí nos escucha, nos ve, nos manifiesta su amor; para ellos, pasa desapercibido. Se hincan ante la imagen de un crucifijo, pero ni caso hacen a Jesús en la Eucaristía. De igual manera, tienen muchas imágenes religiosas en sus hogares, pero no sienten la necesidad de ir los domingos a Misa, sino que la ven como una carga, una obligación, o una mera devoción para cuando tengan tiempo, o cuando les nazca el deseo de ir. No han comprendido el tesoro de vida que allí tenemos. Cuando les hablamos de los pobres, nos rechazan porque dicen que nos estamos metiendo en política…
ILUMINACION
El Papa Francisco ha expresado al respecto: “Encontramos a muchos cristianos sin Cristo, sin Jesús. Son cristianos que ponen su fe y su religiosidad, su cristiandad, en muchos mandamientos: Debo hacer esto, debo hacer lo otro, pero en realidad no saben por qué lo hacen. Cristianos sin Cristo hay muchos, como los que buscan sólo devociones, muchas devociones, pero Jesús no está. ¡Y entonces te falta algo, hermano! Te falta Jesús. Si tus devociones te llevan a Jesús, entonces bien. Pero si te quedas ahí, entonces algo no marcha.
Otro grupo de cristianos sin Cristo son los que buscan cosas un poco raras, un poco especiales, los que van detrás de las revelaciones privadas; desean ir al espectáculo de la revelación, a oír cosas nuevas. También los que se perfuman el alma, pero no tienen virtudes porque no tienen a Jesús.
¿Cuál es entonces la regla para ser cristiano con Cristo? Es válido sólo lo que te lleva a Jesús, y sólo es válido lo que viene de Jesús. Jesús es el centro, el Señor, como Él mismo dice. Un hombre o una mujer que adora a Jesús es un cristiano con Jesús. Pero si tú no consigues adorar a Jesús, algo te falta. Soy un buen cristiano, estoy en el camino del buen cristiano, si hago lo que viene de Jesús o me lleva a Jesús porque Él es el centro. El signo es la adoración ante Jesús, la oración de adoración ante Jesús”.
COMPROMISOS
Seguir a Cristo implica una doble dimensión, inseparable una de otra: una vertical y otra horizontal. La vertical es la relación con Dios, la fe en El, amarle, escucharle, servirle, adorarle, acercarse a los sacramentos, orar. La horizontal es la relación de amor a los demás, el servicio a los pobres, la atención compasiva a quien sufre, la preocupación por la vida digna de los marginados, la bondad con los enfermos y ancianos, la misericordia con los migrantes, la solicitud por los presos, la cercanía a quien no encuentra sentido a su vida, la defensa de los oprimidos, la promoción de la mujer; en una palabra, ser un buen samaritano.
Si cultivamos la dimensión vertical sin la horizontal, nuestra religión es m_ocha, incompleta, no plenamente fiel al Evangelio. Si sólo nos dedicamos a la horizontal sin la vertical, nos reducimos a benefactores sociales, lo cual es bueno, pero también incompleto. Y si la dimensión horizontal no está sostenida por la vertical, se cae al suelo: nos desanimamos, nos amargamos, sólo criticamos y dejamos de amar. Seríamos cristianos sin Cristo.
Homilía de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el 27º domingo durante el año (6 de octubre de 2013) (AICA)
“Sin Cristo, el cristianismo es ideología”
Durante cuatro domingos quiero que compartamos un texto que fue la iluminación que realice en el inicio de nuestro primer Sínodo Diocesano en abril de 2007, impregnado del espíritu del acontecimiento y posterior documento de Aparecida. Esta reflexión apunta a condiciones necesarias para el seguimiento de Jesucristo, y tienen totalmente vigencia en nuestro tiempo, en que nuestro Papa Francisco ratifica Aparecida y nos pide que no nos ensimismemos, sino que salgamos, que eliminemos las estructuras obsoletas que no sirven para misionar, y que vayamos a las periferias geográficas y existenciales.
Sabemos sobre la necesidad de la centralidad de la Persona de Jesucristo: “Jesucristo, el Señor es hombre y es Dios y por eso Él tiene que ser nuestro Absoluto. Tenemos que ser discípulos, no de algo, sino de Alguien y ese alguien es Dios, el Dios hecho hombre, encarnado. Existe una tendencia sincretista que pretende hacer creer que todo es Dios. Valorizamos las búsquedas genuinas, pero no todo es lo mismo, porque nuestro discipulado no es la adhesión a un Dios abstracto o a una doctrina, sino que en primer lugar es adhesión y seguimiento de Cristo, Dios hecho hombre, allí está la centralidad de nuestra fe. ¿Cómo podemos pensar en el cristianismo sin Jesús? Un cristianismo sin Jesús se transforma en una suerte de ideología, y hay mucha gente ideológicamente cristiana, pero en el fondo eso no es cristianismo. Por eso tenemos que decir que para nosotros Jesús es aquel a quien comulgamos, que estuvo con nosotros; el que tuvo afectos, el que predicó, el que sanó. Jesús, es el Cristo, es el Salvador, es el Dios hecho hombre. Jesús es el que nos permite descubrir que Dios no es una abstracción ni un concepto, es el que nos permite descubrir que Dios es Padre”.
Dicho texto que fue desgrabado de esa reflexión inaugural, continúa señalando algunas condiciones necesarias del seguimiento de Jesucristo, en orden al discipulado y la misión: “En este discipulado misionero debemos tener en cuenta algunos aspectos centrales de la vida de Jesús: la interioridad e intimidad de Jesús con su Padre, la Pasión del Señor por el anuncio del Reino y su debilidad por los pobres y sufrientes.
Es fundamental captar que Jesús es el Cristo en nuestra interioridad, esta comprensión en el proceso de la búsqueda de fe es clave en el camino discipular. Para el discípulo misionero es también central captar la interioridad de Jesús con su Padre. La misma nos permite entender que nuestro discipulado es algo profundo, reclama una intimidad con Jesús y por Él y en Él con el Padre. Esta intimidad tiene que llevarnos a ir madurando nuestra fe y debe realizarse en la oración, desde la experiencia de Dios, esta es una experiencia personal que nadie la puede hacer por nosotros. Nuestra experiencia de amor, de sufrimiento, de cruz, y de tantas cosas que componen nuestra vida en este seguimiento debe ser llevada necesariamente a la oración para captar desde la interioridad que Jesús es el Cristo.
En segundo lugar, en este discipulado, si vamos descubriendo a Jesús como el Cristo, nuestro Salvador, también iremos descubriendo su pasión por el Reino. Porque la Iglesia está para anunciar el Reino de Dios, esa es la misión de la Iglesia: evangelizar, o sea anunciar el Reino, su pasión debe ser el anuncio del Reino. El Señor, en esta misión encomendada por el Padre, tuvo la tentación de renunciar, hasta de plantearse si podía eludir la cruz. ¿Quién quiere morir? Pero finalmente su pasión por el Reino lo llevó incluso a encaminarse a la cruz. Esto no debe ser exclusivo de Jesús, esto debe implicarnos a todos aquellos que queremos vivir este discipulado, como los testigos mártires que tiene la Iglesia.
Esta pasión es lo que tiene que llevarnos a conocer que como cristianos, cada uno, como parte de la Iglesia, buscaremos también nuestros nidos, lugares donde quedarnos, nuestras seguridades. Será fundamental que nuestra opción siempre priorice la misión sobre dicha seguridad.
En tercer lugar señalamos como condición del discipulado aquello que ha sido clave en la vida de Jesús, su debilidad preferencial y profética por los más débiles y sufrientes. Esto hay que decirlo porque nuestro contexto se va haciendo demasiado materialista, o pragmático. Esta tendencia muchas veces nos hace perder de vista esta clave de comprensión del discipulado. Si nuestro amor no transita por esta experiencia del amor de Dios expresado especialmente en los más pobres y necesitados, es como que de alguna manera no hemos captado el Evangelio. Sin misericordia y experiencia del amor donado no hay discipulado ni misión.
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
Comentario al evangelio del Domingo 28º del T.O./C por Jesús Álvarez SSP (Zenit.org)
La gratitud, memoria del corazón
Por Jesús Álvarez SSP
«Iba Jesús caminando hacia Jerusalén y salieron a su encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y a gritos le decían: "¡Jesús Maestro, ten compasión de nosotros!" Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y mientras iban de camino, quedaron todos sanos. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios en alta voz y, echándose a los pies de Jesús con el rostro en tierra, le daba gracias. Este era samaritano. Jesús entonces preguntó: "¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?" Y le dijo: "Levántate y vete, que tu fe te ha salvado"» (Lc. 17, 11-19).
La gratitud es la memoria del corazón. Sin embargo, nos dirigimos a Dios más para pedirle favores que para darle gracias, alabarlo y adorarlo con amor y gozo por los inmensos favores que nos ha hecho, nos hace y nos hará; y los favores más grandes sin que se los hayamos pedido: la vida, la familia, la creación, la fe, la Biblia, la Eucaristía…, la resurrección y la vida eterna.
No nos limitemos a la oración de petición, y demos gracias a Dios de continuo, como exhorta san Pablo, pues la oración de gratitud es la más eficaz para que nos dé, nos conserve y multiplique sus dones, especialmente el don máximo y definitivo: el paraíso eterno.
Sí, los creyentes necesitamos cultivar más y mejor la memoria del corazón para con Dios. Esa gratitud amorosa por cuanto Dios es para cada uno de nosotros: la fuente inagotable de todo lo que somos, tenemos, amamos, gozamos y esperamos.
Los diez leprosos no atribuyen a Dios su horrible enfermedad, sino que de Dios esperan la curación, pues es el único que puede curarlos. Mas hoy muchos que se dicen creyentes, echan la culpa a Dios de las enfermedades y desgracias que les suceden a ellos o a otros, y que tienen otras causas.
Dios puede permitir la enfermedad y la desgracia, como permite la muerte por ser la puerta de la vida eterna, pues esta vida no es la vida. Como un padre y una madre permiten y desean una operación dolorosa que salva la vida de un hijo. Pero no tienen culpa alguna del dolor causado por la operación.
¡Cuántas veces la enfermedad y la desgracia son el único recurso que puede despertar al hombre de una existencia sin sentido, o de una rutina religiosa en la que vivía muriendo, camino de la muerte eterna!
Puede ser que estemos imitando a los nueve leprosos judíos que no volvieron a dar gracias, porque para ellos contaba más su curación y cumplir la ley, que la gratitud a la persona que los había curado. Solo un pagano reconoció en su curación el amor de Dios Padre que lo llamaba a cambiar de vida para mejor.
Por desgracia podemos sentirnos con derecho a lo que Dios nos da gratis, y creer que no tenemos que agradecerle nada. Es más: nos creemos con derecho a idolatrar sus bienes, poniéndolos en lugar de Él, utilizarlos para ofenderlo, e incluso considerarlo un rival de nuestra felicidad. Lo cual es u grande y fatal desacierto.
La gratitud hecha vida, nos da paz, alegría, mérito y salvación, admiración, esperanza, para construir así, con Dios, la vida feliz que Él quiere para todos en el tiempo y en la eternidad. La gratitud a Dios es garantía de que lo amamos de verdad, con ese amor que “cubre multitud de pecados”.
Desde el área de Cooperación Internacional de Caritas Diocesana de Tenerife se nos invita a sumarnos, de manera activa, a los actos convocados por la campaña Pobreza Cero y la Coordinadora de ONG para el Desarrollo que este año tiene como lema “Contra la pobreza que enriquece,actúa” y apoyar con la celebración, dentro de nuestras comunidades parroquiales, de algún acto en clave celebrativa. Nos brinda el instrumento de un guión litúrgico que puede utilizarse especialmente en esta semana, pero que no está limitado a ella sino que puede servir para cualquier otro momento del curso porque nos puede ayudar a reflexionar y rezar por las personas más empobrecidas.
El guión lo ha preparado Vicente Altaba, sacerdote del diócesis de Teruel y Delegado Episcopal de Cáritas Española.
GUIÓN LITÚRGICO CON MOTIVO DE LA SEMANA CONTRA LA POBREZA
Moniciones
Monición de entrada
Hermanos y hermanas:
En cada Eucaristía Dios nos sienta a su mesa. Una mesa de familia en la que el pan se parte y se comparte entre los hermanos. Una mesa que el Señor nos ofrece gratuitamente para que todos saciemos nuestra hambre más honda y tengamos parte en la verdadera vida.
Entretanto, es un escándalo lo que estamos haciendo en el banquete de la vida con los alimentos: Mientras sobran alimentos y hasta los destruimos, crece el hambre y no somos capaces de erradicar la pobreza. Pero Dios sigue llamándonos en Jesucristo a la mesa de la fraternidad. Con su Palabra y con su Pan nos ilumina y alimenta para que no desfallezcamos en el esfuerzo por erradicar el hambre y la pobreza.
Celebremos con fe y esperanza esta Eucaristía.
Acto Penitencial
✔Señor, Tú que te conmueves ante la pobreza, el hambre y el sufrimiento de los hermanos, ¡Señor, ten piedad!
✔Cristo, Tú que eres el enviado del Padre para sentar a todos los hermanos en la misma mesa, ¡Cristo, ten piedad!
✔Señor, Tú que te hiciste vida entregada para que todos tengamos vida, ¡Señor, ten piedad!
Monición a la primera lectura
Con frecuencia el apóstol Pablo pedía a sus cristianos que manifestaran la verdad de su fe en la caridad y denunciaba las diferencias entre ricos y pobres. El texto que vamos a escuchar nos lo recuerda y nos hace una propuesta muy concreta para que los bienes lleguen a todos.
Monición al salmo responsorial
Trabajar para que a nadie le falte lo necesario es tarea difícil, pero confiamos en la ayuda que nos viene del Señor. Respondemos a la Palabra diciendo:
El auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra.
Monición al Evangelio
Vamos a escuchar una vez más el evangelio de la multiplicación de los panes, un evangelio que conocemos muy bien, pero que hemos de escuchar con renovada atención y disposición porque en él Jesús sigue llamándonos al compromiso. Escuchemos con corazón abierto y prestando atención a todos los detalles de cuanto el Señor hace y dice.
Lecturas
✔Primera lectura: 2Cor 8, 7-15.
✔Salmo responsorial: Sal 120.
✔Lectura del Evangelio: Mt 14, 14-21.
Ideas para la Homilía
1. Una mirada a la realidad
Uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), concretamente el primero, es la erradicación del hambre y la pobreza. Sin embargo, se acerca el 2015, horizonte en el que se fijaban estos objetivos, y el hambre en los últimos años no sólo no disminuye sino que aumenta. Según la FAO, en 2005 había 848 millones de personas hambrientas y en 2007 eran ya 923. Pero en 2008, la crisis de los precios de los productos alimentarios agrava la situación llegando a sumar 1.025 millones de personas en esa situación.
También el Banco Mundial ha dicho que la crisis ha provocado el aumento de personas pobres en el mundo en 60 millones.
Mientras tanto, crecen la injusticia y la desigualdad hasta límites que resultan intolerables. Así nos lo muestra nuestro Observatorio de la Realidad Social de Cáritas Española: La brecha entre ricos y pobres se agranda, los ricos son menos pero cada vez más ricos y los pobres son más y más pobres (Cfr datos del mes de mayo, con motivo de la celebración del Día de la Caridad).
Por otra parte, resulta escandaloso e inmoral que mientras tantos millones carecen de alimentos, en los países ricos se estén destruyendo excedentes alimentarios para mantener la competitividad y los precios.
Hoy es posible acabar con la pobreza extrema y el hambre. Manos Unidas calcula que se necesitarían alrededor de 44.000 millones de dólares anuales en los próximos diez años para cumplir los Objetivos del Milenio. ¿Es posible? Es más que posible. Baste un dato: Los países más desarrollados dan a su agricultura,en subsidios agrícolas, 360.000 millones de dólares al año.
2. Qué nos dice la Palabra
En el evangelio hemos recordado uno de los signos que realiza Jesús ante una multitud hambrienta. Un gesto rico en detalles y cargado de un simbolismo especial que aprovechará después Jesús para trascender su significado inmediato. Veamos simplemente ahora algunos de los rasgos más sobresalientes:
– Jesús ve la realidad y se compadece: Es tarde, están en despoblado, hay hambre. Jesús se compadece. Otros se los quieren quitar de en medio: «Despide a la multitud y que se compren la comida».
– Invita a los otros a que asuman la realidad y se responsabilicen ante ella: «Dadles vosotros de comer». Que cada uno asuma su responsabilidad. No podemos cerrar los ojos ni mirar para otro lado.
– Invita a que cada uno ponga de su parte lo que tiene, aunque sólo sean cinco panes y dos peces: «Traedlos». No está en nuestras manos solucionarlo todo, pero hay que implicarse y poner cada uno lo que está de su parte. Aquella pregunta de Dios a Caín –«¿qué has hecho con tu hermano?»–, sigue resonando hoy: ¿Qué estáis haciendo con vuestros hermanos y hermanas hambrientos? ¿Estáis haciendo lo que está en vuestras manos?
– Jesús se ocupa de que se comparta y de que haya un buen reparto. «Partió el pan…, lo dieron a la multitud». ¡Y sobró! Es el milagro que se realiza cuando se comparte, cuando hay una economía solidaria y de comunión.
– Además se preocupa de que nada se desperdicie: «Recogieron las sobras». No se destruyen los excedentes para mantener los precios, como se hace ahora, a costa del hambre.
– Y en el discurso que sigue al milagro, el Señor se encargará de hacernos descubrir que lo más importante no es dar pan, sino «dar vida», dar la propia vida, como hace Él en la Eucaristía, para que todos tengan vida.
Hoy estamos llamados a hacer viva la fe en el ejercicio de la caridad. Una caridad que nos lleva a compartir para que a nadie le falte lo necesario para vivir, como nos ha recordado Pablo. Hoy, como en otros tiempos a los Corintios, ante las pruebas, tribulaciones y la pobreza extrema de tantos millones de seres humanos, se nos pide a los cristianos sobresalir en la caridad mostrando así la sinceridad de nuestro amor a imagen de Cristo, «El cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza». Y no se trata de una caridad cualquiera, sino de aquella que trata de «igualar», de compartir y buscar la igualdad, de modo que «al que recogía mucho no le sobraba y al que recogía poco no le faltaba». A esta tarea nos llama hoy el Señor, sabiendo que nuestra fuerza y nuestro auxilio está en él, como hemos rezado en el salmo, a pesar de los exilios y desiertos por los que nos toca pasar.
3. Algunas claves de la Doctrina Social de la Iglesia
Aunque sea de modo telegráfico, recordamos algunas claves de la DSI que nos pueden ayudar en la reflexión y motivar al compromiso.
– Es necesario, dice Benedicto XVI, que madure «una conciencia solidaria que considere la alimentación y el acceso al agua como derechos universales de todos los seres humanos, sin distinciones ni discriminaciones» (CIV, n. 27).
– Otro principio llamado por Juan Pablo II «el primer principio de todo el ordenamiento ético social», es el destino universal de los bienes. Como dice el Vaticano II, «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno» (GS, n. 69).
– Este carácter social y comunitario de los bienes lo entendieron muy bien los Padres de la Iglesia. Veamos lo que dice San Basilio (330-379): «¿Quién es avaro? El que no se contenta con las cosas necesarias. ¿Quién es ladrón? El que quita lo suyo a los otros. ¿Con que no eres tú avaro, no eres ladrón, cuando te apropias lo que recibiste a título de administración? ¿Con que hay que llamar ladrón al que desnuda al vestido y habrá que dar otro nombre al que no viste al desnudo, si lo puede hacer? Del hambriento es el pan que tu retienes; del que va desnudo es el manto que tu guardas en tus arcas; del descalzo el calzado que en tu casa se pudre».
– El hambre no depende de la escasez de recursos. Así se reconoce hoy y lo dijo Benedicto XVI a la FAO: «La comunidad internacional está afrontando en estos años una grave crisis económico-financiera. Las estadísticas muestran un incremento dramático del número de personas que sufren el hambre y a esto contribuye el aumento de los precios de los productos alimentarios, la disminución de las posibilidades económicas de las poblaciones más pobres, y el acceso restringido al mercado y a los alimentos. Y todo esto, mientras se confirma que la tierra puede nutrir suficientemente a todos sus habitantes».
– Este mismo criterio lo expresa en la encíclica Caritas in veritate: «el hambre no depende tanto de la escasez material, cuanto de la insuficiencia de recursos sociales, el más importante de los cuales es de tipo institucional» (n. 27).
– Por otra parte, para alcanzar objetivos de desarrollo comunitario es necesario rescatar el comercio internacional de la lógica del provecho, como único fin, y dar cabida a la lógica de la gratuidad no sólo en las relaciones personales, sino también en las relaciones empresariales e institucionales: «La victoria sobre el subdesarrollo requiere actuar no sólo en la mejora de las transacciones basadas en la compraventa, o en las transferencias de las estructuras asistenciales de carácter público, sino sobre todo en la apertura progresiva en el contexto mundial a formas de actividad económica caracterizada por ciertos márgenes de gratuidad y comunión» (CIV, n. 39).
– Y esta es una causa que nos afecta a todos, pues, como dice el papa Francisco, «la deuda social implica la realización de la justicia social. Juntas nos interpelan a todos los sectores sociales, en particular al Estado, a la dirigencia política, al capital financiero, los empresarios, agropecuarios o industriales, sindicatos, las Iglesias y demás organizaciones sociales».
4. Pistas para el compromiso
Los pobres son la causa de Jesús y la nuestra. No podemos vivir sin reaccionar ni permitir el escándalo de la pobreza, del hambre y de las estructuras injustas que la sustentan. Hemos de trabajar con ánimo y esperanza en algunas líneas de compromiso que podemos hacer nuestras:
✔Sensibilizar a la población y a las comunidades cristianas, a través de la información y formación sobre los ODM, de que es posible erradicar la pobreza y el hambre como nunca lo ha sido antes en la historia.
✔Movilizar a la población desde lo que somos: Iglesia que vive en sociedad y que actúa para construir un mundo en el que nadie sobre y la vida sea posible para todos.
✔Hacer incidencia política para que se adopten las medidas necesarias que atajen las causas estructurales y las consecuencias de la pobreza y el hambre.
✔Promover el desarrollo agrícola de los países más pobres mediante inversiones en infraestructuras rurales, sistemas de riego, transportes, organización de los mercados, formación y difusión de técnicas agrícolas apropiadas, capaces de utilizar del mejor modo los recursos humanos, naturales y socio-económicos.
✔Fomentar una cooperación internacional coherente con el principio de subsidiariedad y promotora de corresponsabilidad de las comunidades implicadas.
✔Superar la lógica del mercado con la lógica de la gratuidad, pues la solidaridad debe fundamentarse en la común pertenencia a la familia humana y estar animada por la justicia y la gratuidad del amor.
✔Alentar la esperanza en el milagro posible, con la ayuda de Dios, si todos nos implicamos, compartimos y multiplicamos.
Paso al rito
Recordemos que son más de 1.000 millones las personas que pasan hambre y que ésta no es una fatalidad sino el resultado de un sistema económico y financiero injusto e inmoral. Y recordemos con Juan Pablo II que ante un drama así todos hemos de asumir nuestra responsabilidad y no se justifican «ni la desesperación, ni el pesimismo ni la pasividad» (SRS, n. 47).
La Eucaristía que vamos a celebrar es el misterio que nos garantiza que el egoísmo ha sido vencido por la generosidad y que la muerte ha sido vencida con el poder de la resurrección y la vida. Este camino pascual, dice Francisco, nos enseña a ver la profundidad de la realidad, nos permite soñar en sociedades más felices y «nos introduce, en cuerpo y alma, en el movimiento de toda la
© Cáritas creación hacia la plenitud en Dios» (LF, n. 44).
© Cáritas Mondoñedo - Ferrol
© Cáritas Tenerife
© Cáritas San Sebastián
ORACIÓN DE LOS FIELES
1. Por la Iglesia, para que a imagen de Jesús sea pobre y esté cada día más al servicio de los pobres, roguemos al Señor.
2. Por las instituciones políticas, para que reconozcan el destino universal de los bienes y el derecho de todos a la alimentación, roguemos al Señor.
3. Por los que dirigen los mercados, para que no estén movidos por el beneficio como valor supremo y respeten los derechos de las comunidades más pobres, roguemos al Señor.
4. Por los países más empobrecidos, para que se valoren sus productos y se promueva su autonomía y desarrollo, roguemos al Señor.
5. Para que el liberalismo económico dé paso a una economía más social y solidaria, roguemos al Señor.
6. Por todos nosotros, para que no nos acostumbremos a vivir en este orden injusto, como si no pudiera ser de otra manera, roguemos al Señor.
ORACIÓN PARA REZAR DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Querido Dios, abre nuestros ojos y nuestros corazones para que podamos verte en cada uno de tus hijos.
Que aceptemos que hay vínculos que nos unen y reconozcamos que nos has creado para ser familia.
Nos necesitamos mutuamente.
Desde que nacemos, dependemos de que otros nos alimenten, nos protejan, nos enseñen y nos amen en el camino de la vida.
Abre nuestros corazones a las necesidades de tus hijos que sufren la constante aflicción del hambre y moviliza nuestro espíritu para brindarles una respuesta.
Contrarresta con amor la indignación y la ira que sentimos contra la injusticia.
Conviértenos para que, inspirados en la visión de la solidaridad humana, invirtamos nuestros recursos materiales para redimir la angustia de la pobreza y devolver a tus hijos la esperanza.
Mueve nuestros corazones a la acción compasiva que transforme el sufrimiento en amor redentor,por los siglos de los siglos. Amén
(P. Ignatius Ikunza)
Reflexión a las lecturas del domingo veintiocho del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 28º del T. Ordinario C
¡Qué importante en la vida es tener un corazón agradecido, en deuda, con el Señor y con los demás!
Digo en deuda, porque hay cosas que no se pueden pagar. Si una persona se está ahogando en el mar y otra, con gran esfuerzo, le salva, ¿Cómo le va a pagar? ¿Con qué? ¿No estará más bien agradecido toda su vida y no sabrá nunca qué hacer para compensar ese favor?
En nuestras relaciones con el Señor sucede lo mismo. Hay un salmo que dice: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho…? (Sal. 115, 12).
Algo de eso le pasaba al leproso samaritano, curado, del Evangelio de este domingo.
Por tanto, era lógico que se volviera “alabando a Dios a grandes gritos”, y se echara por tierra, “a los pies de Jesús, dándole gracias”.
Y es que la lepra era una enfermedad incurable y terrible. Las personas mayores pueden recordar todavía las campañas contra la lepra de Raúl Follerau y otros. Y también, la película “Molokay, la Isla maldita”, que nos presenta la vida del Beato P. Damián, el apóstol de los leprosos.
En la época de Jesús, el leproso tenía que vivir alejado de la sociedad, por el peligro de contagio. Y tenía que estar gritando siempre: “¡Impuro, impuro…, soy impuro!
La lepra era considerada un castigo por el pecado. De esta forma, el leproso era maldito ante Dios y ante la sociedad.
Solía vivir en grupo. La desgracia común hacía que se unieran unos con otros.
Lógico, que aquellos diez leprosos se pararan a lo lejos, y a gritos, le dijeran al Señor que pasaba: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros”.
Y el Señor, se compadeció de ellos y los curó cuando iban de camino hacia los sacerdotes, que tenían que certificar su curación e integrarlos a la comunidad.
Viéndose curados los diez leprosos, los nueve judíos siguen a presentarse a los sacerdotes y nada más. Ellos estaban acostumbrados a profetas y milagros y eran insensibles a la gratitud ante “las acciones de Dios”. El extranjero, el samaritano, como en otro tiempo, Naamán, el sirio, (1ª Lect.) despierta a la fe y vuelve a Jesucristo, que no le manda ya a los sacerdotes judíos, porque Él es el nuevo y único Sacerdote del Nuevo Testamento, que le integra en un pueblo nuevo, la Iglesia, y le dice: “Levántate, vete: tu fe te ha salvado”.
El corazón de Cristo, más sensible que el nuestro, muestra su extrañeza porque los otros nueve, a pesar del milagro, no se abren a la fe en el Mesías y a la acción de gracias a Dios por sus maravillas. A mí me gusta decir que los milagros no siempre consiguen la fe de todos. “Si no hacen caso a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto”, escuchábamos en el Evangelio, hace algunos domingos.
Ya Jesús, en la Sinagoga de Nazaret, había dicho “Muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo y ninguno fue curado más que Naamán, el sirio”. “Y se extrañaba de su falta de fe” (Mc 6, 6).
Hoy es un día apropiado para reflexionar sobre la importancia de la gratitud a Dios y a los demás. La lepra hace insensibles a los miembros del cuerpo afectados por la enfermedad. ¡Huyamos, pues, de la lepra de la ingratitud y, con el salmo cantemos la bondad y la misericordia de Dios, que hace maravillas en nuestro favor!
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 28º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Las Lecturas de la Palabra de Dios de este Domingo centran nuestra atención en la gratitud ante la acción de Dios que no excluye a nadie.
En la primera Lectura escuchamos el diálogo entre un extranjero, Naamán, el sirio, y el profeta Eliseo después de la curación de aquel de la lepra.
SALMO
La fuerza de Dios ha librado a aquel personaje extranjero de su enfermedad. Unámonos ahora en la acción de gracias a Dios que manifiesta su salvación por toda la tierra.
SEGUNDA LECTURA
En la segunda Lectura continuamos escuchando fragmentos de las cartas del Apóstol S. Pablo a Timoteo.
Hoy son palabras de optimismo y de invencible confianza en Cristo, las que S. Pablo le dirige desde la cárcel.
TERCERA LECTURA
Contemplemos en el Evangelio la curación de los diez leprosos y la especial referencia al samaritano, que vuelve dando gracias.
Pero antes de escuchar el Evangelio, aclamemos a Cristo Salvador con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
Recibir a Jesucristo en la Comunión es un don inmenso que Dios nos hace. Démosle gracias de corazón y pidámosle que nos ayude a vivir en constante acción de gracias.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo veintiocho del Tiempo Ordinario - C.
CREER SIN AGRADECER
El relato comienza narrando la curación de un grupo de diez leprosos en las cercanías de Samaría. Pero, esta vez, no se detiene Lucas en los detalles de la curación, sino en la reacción de uno de los leprosos al verse curado. El evangelista describe cuidadosamente todos sus pasos, pues quiere sacudir la fe rutinaria de no pocos cristianos.
Jesús ha pedido a los leprosos que se presenten a los sacerdotes para obtener la autorización que los permita integrarse en la sociedad. Pero uno de ellos, de origen samaritano, al ver que está curado, en vez de ir a los sacerdotes, se vuelve para buscar a Jesús. Siente que para él comienza una vida nueva. En adelante, todo será diferente: podrá vivir de manera más digna y dichosa. Sabe a quién se lo debe. Necesita encontrarse con Jesús.
Vuelve “alabando a Dios a grandes gritos”. Sabe que la fuerza salvadora de Jesús solo puede tener su origen en Dios. Ahora siente algo nuevo por ese Padre Bueno del que habla Jesús. No lo olvidará jamás. En adelante vivirá dando gracias a Dios. Lo alabará gritando con todas sus fuerzas. Todos han de saber que se siente amado por él.
Al encontrarse con Jesús, “se echa a sus pies dándole gracias”. Sus compañeros han seguido su camino para encontrarse con los sacerdotes, pero él sabe que Jesús es su único Salvador. Por eso está aquí junto a él dándole gracias. En Jesús ha encontrado el mejor regalo de Dios.
Al concluir el relato, Jesús toma la palabra y hace tres preguntas expresando su sorpresa y tristeza ante lo ocurrido. No están dirigidas al samaritano que tiene a sus pies. Recogen el mensaje que Lucas quiere que se escuche en las comunidades cristianas.
“¿No han quedado limpios los diez?”.¿No se han curado todos? ¿Por qué no reconocen lo que han recibido de Jesús? “Los otros nueve, ¿dónde están?”. ¿Por qué no están allí? ¿Por qué hay tantos cristianos que viven sin dar gracias a Dios casi nunca? ¿Por qué no sienten un agradecimiento especial hacia Jesús? ¿No lo conocen? ¿No significa nada nuevo para ellos?
“¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?”. ¿Por qué hay personas alejadas de la práctica religiosa que sienten verdadera admiración y agradecimiento hacia Jesús, mientras algunos cristianos no sienten nada especial por él? Benedicto XVI advertía hace unos años que un agnóstico en búsqueda puede estar más cerca de Dios que un cristiano rutinario que lo es solo por tradición o herencia. Una fe que no genera en los creyentes alegría y agradecimiento es una fe enferma.
José Antonio Pagola
Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
13 de Octubrede 2013
28 del Tiempo Ordinario - C
Lc 17, 11-19
Guión litúrgico para la celebración del Domund 2013, XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, publicado en la revista ILUMINARE - OCTUBRE 2013, nº 389, recibida en la parroquia conlos materiales para la celebración de la Campaña.
Monición de entrada
Queridos hermanos y hermanas: hoy celebramos en la Iglesia católica la Jornada Mundial de las Misiones, el DOMUND, con el lema “Fe + Caridad = Misión”. Esta Jornada viene celebrándose desde 1926 y tiene como finalidad, en palabras del Papa Francisco, “animar y profundizar la conciencia misionera de cada bautizado y de cada comunidad, ya sea llamando a la necesidad de una formación misionera más profunda de todo el Pueblo de Dios, ya sea alimentando la sensibilidad de las comunidades cristianas a ofrecer su ayuda parafavorecer la difusión del Evangelio en el mundo”.
En este Año de la Fe, deseamos ardientemente que la Buena Noticia alcance a todos los hombres y mujeres de la Tierra. Son los misioneros y misioneras quienes, llenos de fe y movidos por la caridad, continúan la misión salvadora de Cristo, haciendo presente el Evangelio en todas las partes del universo.
Dispongámonos a escuchar, desde la fe, la Palabra de Dios y a unirnos a Jesucristo, que se nos entrega por amor, para ser enviados por la Iglesia como misioneros; porque, como dice el Papa, “hemos recibido el don de la fe, no para tenerla escondida, sino para difundirla, para que pueda iluminar el camino de muchos hermanos”.
Liturgia de la Palabra
Contemplemos, en la primera lectura, a Moisés, en su actitud orante, pidiendo por el pueblo que le había sido encomendado. Desde esta actitud contemplativa, descubramos en las palabras de Pablo la necesidad de permanecer en la fe en Cristo Jesús y la urgencia de anunciar, como misioneros, la Palabra de Dios sin desánimo y con esperanza. Por su parte, la parábola del Evangelio dibuja el perfil del misionero: perseverante en la oración y fuerte en la fe.
Sugerencias para la homilía
Una vez más, tenemos la oportunidad de celebrar el DOMUND. Es una cita importante en el caminar de la Iglesia, y este año es especial, porque la estamos viviendo dentro del Año de la Fe; de ahí este lema tan bonito de “Fe + Caridad = Misión”. Esta Jornada nos recuerda a todos los misioneros y misioneras que han salido de nuestras comunidades, de nuestras ciudades y pueblos, y están presentes en todos los territorios de misión, anunciando y dando testimonio del Evangelio con el sello de la sencillez, de la entrega total a aquellos con quienes están compartiendo su fe y caridad.
Por todas partes se ha suscitado admiración por los misioneros y misioneras. Los medios de comunicación nos los muestran como son: pioneros y modelos de solidaridad. También ha despertado esa admiración el hecho de que los misioneros estén trabajando entre los más empobrecidos del mundo, donde las expectativas de vida son de las más bajas, donde abunda el hambre, donde la marginación y la explotación son una ofensa a la dignidad de esas personas; sin olvidar que muchos misioneros y misioneras ponen en peligro su vida por defender los derechos de los más pobres.
Sin embargo, muchas veces en esta admiración por los misioneros se ha dejado a un lado lo que constituye la clave de interpretación y valoración de sus vidas: ¿Quién es y dónde está su fuerza? Muchos, quizás, no hayan sabido explicarse del todo sobre las razones o motivos que tienen los misioneros y misioneras para esa ejemplar solidaridad y entrega a los demás. El papa Francisco nos lo aclara con estas palabras: “La Iglesia –lo repito una vez más– no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría, compartir el mensaje de salvación que el Señor nos ha dado” (Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2013, 4).
Nuestros misioneros y misioneras son nuestros hermanos universales, porque gastan su vida por el bien de todos los hombres, y son el ejemplo más elocuente de la superación de las divisiones existentes en el mundo por lo que respecta a las razas, a las ideologías, a las culturas... El misionero expresa y vive la solidaridad más extrema y radical, ya que en él se encarna la entrega más plena a los hermanos.
Por eso, todos los misioneros merecen nuestra admiración y ayuda. Ese es el mensaje de esta nueva Jornada del DOMUND, que promueven por el mundo entero las Obras Misionales Pontificias; estas Obras, como repetía recientemente el Papa, tienen el encargo “de sostener la misión y de suministrar las ayudas necesarias” para que los misioneros realicen su labor. Además, el DOMUND nos recuerda que son necesarias nuevas fuerzas, porque lamisión aún está en sus comienzos: más de las dos terceras partes de la humanidad no conocen a Jesucristo.
Pidamos al Señor que llame a jóvenes de nuestras parroquias que quieran ser misioneros y misioneras y tengan la valentía de seguir las huellas de aquellos que están entregando sus vidas, o los mejores años de su existencia, en esta tarea tan maravillosa de solidaridad y anuncio de la Buena Nueva. E imploremos, también, la protección de María, Reina de las Misiones, en favor de todos los misioneros, para que anuncien con gozo el Evangelio.
Oración de los fieles
A Jesucristo, que es luz y salvación para todos los pueblos, roguémosle confiadamente:
· Por todos los cristianos del mundo entero, para que seamos testigos, con nuestra palabra y nuestra vida, de la fe que profesamos. Roguemos al Señor.
· Por los que no creen en Jesucristo, aquí y en cualquier lugar del mundo, para que puedan llegar a descubrir un día la alegría del Evangelio. Roguemos al Señor.
· Por las Iglesias de los países de misión, para que sean luz de esperanza en medio de sus pueblos, y fuente de renovación para toda la Iglesia. Roguemos al Señor.
· Por los misioneros y misioneras, que en todas las partes del mundo anuncian el Evangelio, para que sientan la paz y la fortaleza de Dios que les bendice y les acompaña en su labor. Roguemos al Señor.
· Por todos los que participamos en esta Eucaristía, para que nos sintamos responsables de la acción misionera de toda la Iglesia y contribuyamos a ella según nuestras posibilidades. Roguemos al Señor.
Escucha, Señor Jesús, nuestra oración. Tú, el Hijo de Dios, el enviado del Padre, derrama tu gracia y tu bondad sobre todos los pueblos de la Tierra, para que todos vivan la alegría de tu salvación. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Despedida
Hemos compartido con alegría esta celebración dominical. La expresión conclusiva “podéis ir en paz” no es otra cosa que el envío misionero que recibimos todos nosotros, para que sepamos comunicar lo que acabamos de vivir aquí. Nos lo recuerda el Papa en su Mensaje: “La fe es un don que no se reserva sólo a unos pocos, sino que se ofrece a todos generosamente. [...] Y es un don que no se puede conservar para uno mismo, sino que debe ser compartido. [...] ¡Traigamos a este mundo, a través de nuestro testimonio, con amor, la esperanza donada por la fe!” (Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2013, 1.4). Que nuestra cooperación misionera no se reduzca a un mero recuerdo de los misioneros el día del DOMUND, sino que nos sintamos unidos a todos ellos con nuestra oración y nuestra ayuda continua.
Isaac Benito Melero.
Delegado Diocesano de Misiones y Director Diocesano de OMP de Segovia
Estudio teológico y pastoral del Delegado Diocesano de Misiones de OMP en Zaragoza, Antonio González-Mohino Espinosa, por la campaña del Domund 2013, publicado en la revista ILUMINARE - OCTUBRE 2013, nº 389, recibida en la parroquia con los materiales para su celebración.
El Espíritu Santo es el alma de la Misión
Dos hechos significativos han marcado la vida eclesial en los primeros meses de este año 2013. El primero, la renuncia al ministerio en la Cátedra de Pedro que hizo pública el papa Benedicto XVI el 11 de febrero, fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, y que se hizo efectiva el 28 del mismo mes. El segundo, la elección, el 13 de marzo, del primer Papa venido del Sur, el papa Francisco.
Los historiadores calibrarán, a su debido tiempo, la importancia y la repercusión de estos dos acontecimientos. Nosotros nos quedaremos ahora con la sabiduría, la valentía y la humildad del papa Benedicto, y nos admiraremos de la naturalidad, el fino sentido del humor, la sencillez, la humildad, la ternura y la misericordia del papa Francisco.
Vamos, en este pequeño artículo, a extraer las líneas-fuerza del Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2013 que nos ha ofrecido el papa Francisco, siguiendo el documento punto por punto.
La misión, fruto de la fe
1. El Papa enmarca este Mensaje en el Año de la Fe; una fe que necesita ser acogida, que exige nuestra respuesta personal, la valentía de confiar en Dios, el coraje de vivir su amor.
La fe es un don que no se reserva a unos pocos, sino que debe ser compartido. Si lo guardamos para nosotros mismos, nos convertiremos en cristianos aislados, estériles y enfermos. “El anuncio del Evangelio es parte del ser discípulos de Cristo y es un compromiso constante que anima toda la vida de la Iglesia”, recuerda el Santo Padre.
El papa Francisco recoge una bella frase de Benedicto XVI en Verbum Domini (2010), 95: “El impulso misionero es una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial”; idea muy semejante a la expresada en Sacramentum caritatis (2007), 84: “Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera”.
La comunidad cristiana debe salir del propio recinto para llevar la fe a las “periferias”, entendidas estas no solamente como las geográficas, sino, sobre todo, las existenciales: sociales, culturales, humanas. Salir (misión) de nosotros mismos, al encuentro de las necesidades, los sufrimientos de la gente; al encuentro de sus inquietudes y sus preguntas.
Fe personal y comunitaria
2. El Año de la Fe, a los cincuenta años del comienzo del Concilio Vaticano II, es un estímulo para una renovada conciencia de la presencia de la Iglesia en el mundo contemporáneo. La misionariedad no se ciñe solamente a los ámbitos geográficos, no atraviesa solo los lugares y las tradiciones humanas, sino que llega al corazón de cada hombre y de cada mujer (cf. Redemptoris missio [1990], 37).
Ad gentes (1965), 37, nos dice que la tarea de ampliar las fronteras de la fe corresponde no solo a cada bautizado, sino también a las comunidades diocesanas y parroquiales. Me permito en este punto aducir un texto muy rico de la instrucción pastoral Actualidad de la misión “ad gentes” en España (2008), de la XCII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española: “Las Iglesias particulares son protagonistas fundamentales de la acción misionera. Si la Iglesia existe en y desde ellas, y si cada Iglesia particular existe a imagen de la Iglesia universal, la misión ad gentes no puede ser considerada como una tarea añadida o suplementaria a la pastoral. Se puede decir que cada Iglesia diocesana existe «en estado de misión», es decir, centrada en la comunicación de la fe y en el primer anuncio como signo de su vitalidad y de fidelidad a su propio origen y nacimiento histórico” (n. 55).
La alegría de ser misionero
3. Reconoce el Papa los obstáculos, fuera y dentro de la comunidad eclesial: la falta de celo y ardor apostólico. Y anima a tener el valor y la alegría de proponer, respetando la libertad de las personas, la verdad límpida del Evangelio (cf. Evangelii nuntiandi [1975], 80).
Es urgente que resplandezca en nuestro tiempo la vida nueva del Evangelio con el anuncio y el testimonio, gestos y palabras, y conviene no olvidar un principio fundamental de todo evangelizador: no se puede anunciar a Cristo sin la Iglesia. Escribía Pablo VI a este respecto: “Cuando el más humilde predicador, catequista o Pastor, en el lugar más apartado, predica el Evangelio, reúne su pequeña comunidad o administra un sacramento, aun cuando se encuentra solo, ejerce un acto de Iglesia”; este no actúa “por una misión que él se atribuye o por inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre” (Evangelii nuntiandi, 60).
El misionero y evangelizador nunca está solo, sino que es parte de un único Cuerpo animado por el Espíritu Santo.
La urgencia de anunciar el evangelio
4. Estamos asistiendo, desde hace algunos años, a cambios profundos en nuestro mundo. Hay mucha movilidad de las poblaciones; los nuevos medios de comunicación facilitan el trasvase de conocimientos y de experiencias entre los pueblos. Los intercambios profesionales y culturales, el turismo y otros fenómenos análogos, empujan a esa movilidad de las personas. Todo esto repercute en la vida de las comunidades cristianas.
En áreas cada vez más grandes de las regiones tradicionalmente cristianas crece el número de los que son ajenos a la fe, indiferentes a la dimensión religiosa o están animados por otras creencias. Muchos son los que todavía no han sido alcanzados por la buena noticia de Jesucristo.
Existe, además, la crisis, que afecta a muchas áreas de la vida; no solo la economía, las finanzas, la seguridad alimentaria, el medio ambiente, sino también la del sentido profundo de la vida y los valores fundamentales que la animan. El papa Francisco, en un discurso a los embajadores que presentaban sus cartas credenciales, les dijo que “la solidaridad es el tesoro de los pobres”, que “el dinero debe servir y no gobernar”, y que “la ética y la solidaridad deben ir juntas” (16-5-2013).
Ante esta situación tan compleja –continúa el Papa en su Mensaje–, se vuelve más urgente llevar a esta realidad, con valentía, el Evangelio de Cristo, que es anuncio de esperanza, de reconciliación, de comunión, de cercanía de Dios, de su misericordia, de su salvación.
La misionariedad de la Iglesia no es proselitismo, sino testimonio de vida que ilumina el camino, que lleva esperanza y amor. “La Iglesia [...] no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría” (cf. Porta fidei [2011], 4, 6 y 7).
Vocaciones misioneras, aquí y allá
5a. El Papa nos invita a todos a ser portadores de la buena noticia de Cristo y da las gracias de manera especial a los misioneros y misioneras (sacerdotes, religiosos y laicos), que, acogiendo la llamada del Señor, dejan su patria para servir al Evangelio en tierras y culturas diversas.
También reconoce y agradece el Papa el inmenso esfuerzo de las Iglesias jóvenes que dan, desde su pobreza, misioneros para compartir la frescura y el entusiasmo con que ellas viven la fe. Afirma: “Vivir en este aliento universal, respondiendo al mandato de Jesús «id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos» (Mt 28,19), es una riqueza para cada una de las Iglesias particulares, para cada comunidad, y donar misioneros y misioneras nunca es una pérdida, sino una ganancia”.
El papa Francisco invita a los obispos, familias religiosas, comunidades y todas las asociaciones cristianas a sostener, con amplitud de miras y discernimiento atento, la llamada misionera ad gentes. Es importante que las Iglesias más ricas en vocaciones ayuden con generosidad a las que sufren de escasez.
Exhorta a los misioneros a vivir con alegría su precioso servicio a las Iglesias a las que son enviados, y a llevar su alegría y experiencia a las Iglesias de las que provienen (cf. Hch 14,27; Porta fidei, 1). Esto puede ser una especie de “restitución” de la fe, de modo que las Iglesias de antigua cristiandad redescubran el entusiasmo y la alegría de compartir la fe en un intercambio de dones que enriquece mutuamente en el camino de seguimiento del Señor.
Las OMP y algunas consideraciones finales
5b. Las Obras Misionales Pontificias tienen como propósito animar y profundizar la conciencia misionera de cada bautizado y de cada comunidad, recordando la necesidad de una formación misionera de todo el Pueblo de Dios y alimentando la sensibilidad de las comunidades cristianas a ofrecer su ayuda para favorecer la difusión del Evangelio en el mundo.
El Santo Padre tiene un pensamiento de oración y preocupación por todos los cristianos que se encuentran en dificultades para profesar abiertamente su fe y ver reconocido el derecho a vivirla con dignidad. Ellos soportan con perseverancia apostólica las diversas formas de persecución actuales. El Papa les dirige las palabras consoladoras de Jesús: “Tened valor: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
Finalmente, el Papa recuerda a su predecesor, Benedicto XVI, que nos lanzaba esta invitación en Porta fidei, 15: “«Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Tes 3,1): que este Año de la Fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues solo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero”.
Termino esta sencilla presentación del Mensaje del Papa con una cita de Evangelii nuntiandi, 80: “Ojalá que el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza– pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo”.
El Director de OMP en España, Don Atanasio Gil, presenta la campaña del Domund 2013, publicada en la revista ILUMINARE - OCTUBRE 2013, nº 389, recibida en la parroquia con los materiales para su celebración.
Presentación Domund 2013
Anastasio Gil García
Director Nacional de Obras Misionales Pontificias en España
La de las Misiones fue la primera de las Jornadas Mundiales que, por voluntad de la Santa Sede, se celebran en la Iglesia católica a lo largo del año. Después han ido surgiendo otras; en ellas, la Iglesia entera se siente especialmente unida a una intención particular: “El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,32). Pío XI la instituye, con el nombre de “Domingo Mundial de las Misiones”, el 14 de abril de 1926, a los pocos años de haber nombrado “Pontificias” tres iniciativas particulares que promovían la cooperación misionera. Desde 1943, es conocida como DOMUND en todos los ámbitos eclesiales de lengua castellana.
El papa Francisco recuerda su finalidad: “Animar y profundizar la conciencia misionera de cada bautizado y de cada comunidad, ya sea llamando a la necesidad de una formación misionera más profunda de todo el Pueblo de Dios, ya sea alimentando la sensibilidad de las comunidades cristianas a ofrecer su ayuda para favorecer la difusión del Evangelio en el mundo” (Mensaje DOMUND 2013, 5). A ello contribuye la multitud de iniciativas de los responsables diocesanos de la animación misionera y de las comunidades eclesiales, secundando la explícita voluntad misionera de los respectivos pastores, que a comienzos de octubre exhortan a sus fieles con una carta pastoral.
El DOMUND de este año, domingo 20 de octubre, coincide prácticamente con la clausura del Año de la Fe, que se abría con la exhortación de Benedicto XVI: “«Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Tes 3,1): que este Año de la Fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues solo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero” (Porta fidei, 15). Anhelo que asume como propio el Papa Francisco: “Este es mi deseo para la Jornada Mundial de las Misiones de este año” (Mensaje DOMUND 2013, 5).
La Jornada tiene una dimensión universal, que desborda cualquier tentación de las comunidades cristianas de cerrarse en sí mismas por la preocupación de dar respuesta a sus propios problemas. Este carácter universal parece una obviedad al confesar la fe católica; sin embargo, el compromiso misionero encuentra sus principales obstáculos no solo fuera, sino dentro de la comunidad eclesial, cuando los cristianos ceden ante los particularismos, que a veces llegan a ser excluyentes. Estos reduccionismos, en virtud de justificaciones subjetivas razonables, pueden llevar a que la responsabilidad misionera se circunscriba solo a las llamadas “nuestras misiones”.
Frente a tal peligro, esta es la grandeza de la Jornada Mundial: que es católica, de toda la Iglesia y para toda la Iglesia. No hay ámbitos misioneros propios, sino que compete a la Iglesia la solicitud por todas las Iglesias. De ahí la invitación que nos hace el Santo Padre “a sostener, con visión de futuro y discernimiento atento, la llamada misionera ad gentes, y a ayudar a las Iglesias que necesitan sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos para fortalecer la comunidad cristiana” (Mensaje DOMUND 2013, 5). Este servicio se hace realidad en los 126 países donde están presentes las Obras Misionales Pontificias (OMP), a cuyos directores nacionales ha pedido el Papa “continuar vuestro compromiso para que las Iglesias locales asuman cada vez más generosamente su parte de responsabilidad en la misión universal de la Iglesia” (Roma, 17-5-2013).
Esta corriente de solidaridad entre todas las Iglesias, en comunión con el Obispo de Roma –Pastor no solo de su Iglesia particular, sino también de todas las Iglesias, porque es “principio y signo de la unidad y la universalidad de la Iglesia” (LG 23)–, se enriquece, en primer lugar, con una cooperación espiritual: “Orar con espíritu misionero implica diversos aspectos, entre los cuales destaca la contemplación de la acción de Dios, que nos salva por medio de Jesucristo. De esta manera, la oración se convierte en una viva acción de gracias por la evangelización que nos ha llegado y sigue difundiéndose por todo el mundo; [...] se convierte en invocación al Señor, para que nos haga instrumentos dóciles de su voluntad, concediéndonos los medios morales y materiales indispensables para la construcción de su Reino” (Juan Pablo II, Mensaje DOMUND 1994, 4).
Cooperación personal, también, con el envío de nuevas vocaciones como “ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo” (EN 80). El DOMUND es otra oportunidad para que en las comunidades cristianas se susciten nuevas vocaciones para la misión, vocaciones misioneras ad vitam o vocaciones misioneras Fidei donum por un largo período de tiempo. “Me gustaría subrayar”, añade el papa Francisco, “que las mismas Iglesias jóvenes están trabajando generosamente en el envío de misioneros a las Iglesias que se encuentran en dificultad –no es raro que se trate de Iglesias de antigua cristiandad–, llevando la frescura y el entusiasmo con que estas viven la fe que renueva la vida y dona esperanza” (Mensaje DOMUND 2013, 5).
Y, por último, cooperación económica. Las OMP gestionan el Fondo Universal de Solidaridad, al que llegan las aportaciones de los fieles que desean colaborar con la misión de la Iglesia. Es significativo cómo crecen las aportaciones de las Iglesias más jóvenes, que, conscientes de la gratuidad de lo que tienen, aunque sea poco, lo comparten. El Papa, a través de las OMP, distribuye equitativamente cuanto hay en dicho Fondo. De este modo, la caridad se hace universal y la misión es asumida por todos; y, con la limosna de todos, la Iglesia atiende como madre a sus hijos más necesitados. Se entienden así las palabras del Papa: “La Iglesia [...] no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría, compartir el mensaje de salvación que el Señor nos ha dado” (Mensaje DOMUND 2013, 4).
Carta del Delegado Diocesano de misiones de la diócesis de Tenerife con el envío del material para la celebración del Domund 2013.
DEGACIÓN DIOCESANA DE MISIONES
OBISPADO DE TENERIFE
Queridos hermanos en el Señor:
Saludos cordiales en el inicio del nuevo curso pastoral.
Comienzo dándoles las gracias por el trabajo de animar en la misión a vuestras comunidades, lo hago en nombre de todos los misioneros que tanto agradecen nuestro recuerdo, nuestra oración y nuestra ayuda económica. Les agradezco la acogida y recepción de los materiales misioneros así como su eficaz distribución para que llegue el mensaje que portan a todo el pueblo de Dios.
Le envío el material correspondiente al Domund, este año con el lema: Fe + Caridad = Misión. Esta campaña misionera al principio del curso y casi a las puertas de la clausura del año de la Fe nos empuja ardientemente a ser "Discípulos y misioneros, aquí y ahora", "Discípulos y misioneros de la Palabra de Dios". Sí, el dinamismo misionero que brota del corazón del cristiano no debemos ignorarlo o apagarlo pues sería como apostatar de la fe o negar a Cristo ya que ser cristiano significa ser misionero. La jornada del Domund no invita a esponjar el corazón saliendo de nuestros pequeños reductos sociales y eclesiales para abrirnos a la universalidad de la Iglesia. "La comunidad cristiana debe salir del propio recinto para llevar la fe a las periferias, tanto geográficas como existenciales" (P. Francisco).
La oración, el sacrificio, la ayuda económica, la promoción de las vocaciones misioneras y la formación e información misioneras son elementos básicos que nos empujan fuera de nosotros mismos para centrarnos en Cristo y en los demás, especialmente en quienes no conocen la buena nueva del Evangelio, "El hombre de nuestro tiempo necesita una luz fuerte que ilumine su camino y que sólo el encuentro con Cristo puede darle" (P. Francisco)
Los sacerdotes, religiosas y consagrados debemos ser especialista en la misión por nuestro ser de cristianos y por nuestra especial consagración, por ello debemos alentar la cooperación y animación misionera de nuestros hermanos los laicos como piedras vivas de la Iglesia. Los materiales que les enviamos junto a otros que creativamente podamos buscar nos podrán ayudar a dinamizar las eucaristías, ratos de oración, reunión de grupos, etc. La animación misionera es permanente pero nos puede ayudar e! "octubre misionero" con la centralidad de! Domund.
Desde la Delegación de Misiones nuevamente les reiteramos las gracias por vuestro trabajo misionero y quedamos a vuestra disposición en lo que podamos ayudarles. Les recordamos que deben enviar íntegramente y puntualmente las ayudas económicas que se recauden no pudiéndolas derivar para otros fines respetando la voluntad de los donantes, son para el Domund, son el dinero de los pobres de las misiones.
Juan Manuel Yanes Marrero
Delegado Diocesano
El último encuentro de la visita pastoral en Corea del Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, ha sido con los seminaristas, en la tarde del sábado 5 de octubre. Seúl (Agencia Fides)
MEETING of the Prefect of the Congregation for the Evangelization of Peoples with the Seminarians
Seoul - Saturday, October 5, 2013 - 5:00pm
1. In coming to Korea, I had a deep desire to meet with you, my dear Seminarians. This meeting ideally embraces all of the students of our Seminaries in Korea, to whom I give my affectionate greetings. The Church in Korea responds today with more than 1,500 young men to its future pastoral needs, preparing you for priestly ministry. For you today, as you know, it is a time of discernment about your lives: “What do I desire to make of and with my life?” It is also about orientation: “What way do I want to go?” I used two terms upon which I would like to linger briefly: discernment and orientation.
2. Discernment: It is the act with which the mind learns things and their true essence. It is an action, as you understand, that is fundamentally of the intellect, because through this it carries out a judgment on an important situation in life. According to the narration of the Evangelists Mark and Luke, in Chapters 10 and 18, respectively, a young man went to Jesus for a discernment on his own existence. Certainly, he had for some time asked himself about his own life, but he also wanted to have the help of an expert Master, in order to not have judged or followed a pathway in error. He wanted to have a light that would make things clear about his doubts (cf. Mark 10:17-31, and Luke 18:18-23). And Jesus explains to him that the observance of the Commandments, both those that concern one’s proper relationship with God, with His love and with His awareness, and to those that concern one’s relationships with other persons and things; He offers him a truth and an orientation that are sufficiently valid to live a dignified life morally and socially (cf. Luke 18:18-20; Mark 10:17-19).
3. This, however, does not seem to be enough for the man; he was looking for another way, for something more, because he thought that the path laid out for all mankind must not be exhausted only by the Ten Commandments. He had a similar intuition from the time when the Master had spoken to the people and to His disciples: "Whoever wishes to come after me…” (Matthew 16:24). If you must follow along a pathway and do not have precise points of reference, we think here of cardinal points, you stay idle or uncertain. You are disoriented and you move yourself based on doubts, and you can easily make mistakes. The young man in the Gospel, however, wanted something more. Beyond the usual discernment, he wanted an orientation, that is, a goal, a purpose, and end to which it would be worth fully committing his life. And Jesus offers it to him: free yourself from all affective and material ties, says the Master to the aspiring disciple, and follow me (cf. Mark 10:21; Luke 18:22)! Optatam Totius, the Conciliar Decree on priestly formation, underlines that, in preparation for the Priesthood, the young men must be helped to discern initially the “proper intention”, and therefore be well oriented through the exercise of “freedom of choice” (n. 6) for the priestly ministry and for the needs that this life dedicated to Christ and the Church entail. In synthesis, the time that you spend in the Seminary is a time of discernment, of orientation, and of preparation for the service of God and the Church. In this context, I want to highlight the responsibility that falls to your Bishops and your formators, who may not give to this duty only a small part of their time or a partial attention. For this, it is necessary that especially the formators, both of discipline and of the spiritual life, constantly live in the Seminary in order that they might give the very best of the resources of their own lives and be exemplary witnesses to prayer and priestly life.
4. The Seminary, therefore, is the place in which, for a determined period, one has the experience of meeting Christ, and, after a certain time of preparation, one will see for himself whether the discernment and the training have been sufficient for admission to Ordination and the priestly life. In relation to this, the students must have given proof of steadfastness of heart in the will to serve Christ and the Church through the priestly ministry. Pope Benedict XVI, in his Letter to Seminarians of October 18, 2010, wrote that “The seminary is a community journeying towards priestly ministry”, underlining that priests do not become such by themselves or for themselves. It happens that they live attached to a community. As a result, the Seminary is the place where one acquires an authentic human maturity (that is necessary for oneself and in the service of others), and adequate intellectual formation (so that the well-known Word of God is sustenance on a personal level and on the level of the ecclesial community), and a sincere affinity to God, with reference to one’s affections and to material goods (“If any one comes to me without hating … even his own life, he cannot be my disciple” [Luke 14:26]; “One does not live by bread alone” [Matthew 4:4]).
5. What kind of priest does the Church expect you to be? How does one describe it? The doctrine and spirituality of the Church, as noted, have much to say. Perhaps it would be more appealing to mention a few priests in the life of the Church who have made an authentic physiognomy incarnate; I think of the example of a Vincent de Paul, man of charity; or a Francis Xavier, a missionary who totally loved Christ; or a Maximilian Maria Kolbe, martyr of Auschwitz; or a Karol Wojtyla, who became Pope – and I could continue with many other examples. There are, however, a few characteristics that cannot be lacking in a priest and that are asked of us and needed by our faithful. A priest is to be: a man of God (as St. Paul writes in a few verses of his Letters to Timothy [1 Timothy 5:17ff.; 2 Timothy 14-16, 22-26] and to Titus [1:7ff.]); a man of prayer, loving the daily exercise of the Liturgy of the Hours and personal prayer; a man of noble virtues and of charity, as explained rather impressionably by Pope Francis, when he said that to be a pastor who loves his faithful and takes upon himself “the scent of his own sheep”; a man truly formed by the Word and by Divine Wisdom.
6. We are not, therefore, administrators or bureaucrats of religious questions like any other non-governmental organization (NGO); not ideologues of an evangelical message of a type socialized according to a reading consonant with politico-social sciences; even less a sort of immanent and self-referential psychiatrist, deprived of transcendence and sense of mission; and even less a kind of elitist, that is, standing far away and distant from reality in a context of disembodied pessimism, far away from God and from humanity.
7. Of what kind of priest, then, do we intend to speak? Precisely of a “man of God”, “of prayer”, “of noble virtues”; who loves the Gospel; who every day gets up and follows Christ; who considers himself as fully at the service of the Church; who loves with sensus Ecclesiae, that is, with the sense of the Church, as fully belonging as the branch to the trunk of the tree; who is close to the people; who is a father and brother; who has much patience and mercy; who does not feed the flock with an attitude of superiority; who loves and chooses Gospel virtues, and a simple and effective lifestyle; who tends with a watchful eye the flock entrusted to him and stays with them; and who is happy with all of this, happy to be a priest. Permit me to use yet again, dear Seminarians, the word of Pope Francis himself, which he spoke in Rio de Janeiro before the great number of seminarians who were present in the Metropolitan Cathedral. Citing the example of the Maccabaeus brothers, who would not accept going according to the current of the moment or the desire that they would just abandon the faith of Israel or of their Fathers, the Pope said: “Have the courage to go against the tide of this culture of efficiency, this culture of waste (that is, where a selection is made between the person who has value, and the person who does not, between the sick and the healthy, between the elderly, the mentally ill, the poor, etc.). To encounter and welcome everyone, solidarity – a word that is being hidden by this culture, as if it were a bad word – solidarity and fraternity: these are what make our society truly human. Be servants of communion and of the culture of encounter! I would like you to be almost obsessed about this. Be so without being presumptuous, imposing “our truths”, but rather be guided by the humble yet joyful certainty of those who have been found, touched and transformed by the Truth who is Christ, ever to be proclaimed…” (cf. L’Osservatore Romano, July 29-30, 2013).
8. Dear Seminarians, it is this message and best wishes that I leave with you, and I would like that, the day of your Priestly Ordination, when the Bishop requests that you to present yourself before the Altar and asks if you are worthy and suitable for priestly ministry, you as well can answer with the beautiful words of Peter in the election of Matthias as the Twelfth Apostle: You, Lord, Who know the hearts of all, show to us and therefore consecrate the one chosen (cf. Acts 1:24). As we know well in the case of the Apostle Matthias, he had received a true and complete seminary formation, having been a follower of the Lord the entire time in which “Jesus came and went among us, beginning from the baptism of John until the day on which he was taken up from us” (Acts 1:22-23). On that blessed day of your Ordination to the Priesthood, you will then have a dialogue that takes place between you and the Bishop, and that ratifies your generosity and the totality of the gift for the rest of your lives. From this moment, you will be “sacerdotes in aeternum” for the glory of God and for the good of His holy Church.
9. I wish to conclude my reflections with a word of profound gratitude to your Bishops - who have you at heart – and to your formators and teachers who care for your formation. I would like to assure you, dear Seminarians, that our Congregation follows your progress with much attention. You represent the hope of the Church in Korea, a Church that is alive and very much admired in the Catholic world, as well as in this Asiatic Region. My thanks to all of you, young Seminarians, for your generosity. You can be that “countercurrent”, as the Pope loves to say, in the secularized and hedonistic culture of today, who show that God loves Korea through you, and that you are the heirs of those first extraordinary pioneers, those young seminarians, who are called Andrew Kim Tae-gon, Thomas Choi Yang-Eob, and Francis Choi Kwa-Choul, and who, around 1836 at 15 years of age, left for Macao to become native priests of the noble Korean nation.
Inspired by their most beautiful example and their heroic fidelity to Christ, I entrust you, dear Seminarians from all over Korea, to the protection of Mary, Queen of the Land of placid dawns and morning splendors, and Mother of the Church.
Texto del micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT9 (4 de octubre de 2013) (AICA)
El dinamismo de la fe: Don y Testimonio
Al acercarnos a la clausura del Año de la Fe, y teniendo aún fresco el recuerdo de la beatificación del Cura Brochero con todo lo que ha significado para la vida de nuestro pueblo, creo importante reflexionar sobre el alcance de la fe como don y testimonio. Brochero fue un hombre de fe que vivió con coherencia lo que esa fe le fue mostrando. La fe tiene en Jesucristo su fuente y su horizonte, él es: “el iniciador y consumador de nuestra fe” (Heb. 12, 2). En cuanto don es algo que debemos agradecer, en cuanto tarea la debemos asumir como testigos.
Vivir la relación entre el don y la tarea nos hace agradecidos y responsables. No somos creadores de nuestra la vida, la recibimos como algo dado. Tampoco somos robots que actuamos programados, sino hombres libres. Tomar conciencia de esta dinámica entre el don y la tarea nos ayuda a asumir nuestra fe y nuestra vida con gratitud y responsabilidad. Ello impide que nos creamos dioses y nos permite, además, descubrirnos como protagonistas responsables en el mundo. La fe nos comunica esta sabiduría que nos lleva a dar razones y a ser testigos de lo que creemos.
La fe nos introduce en ese dinamismo del amor de Dios que envía a su Hijo al mundo para salvarlo. No se trata de ser depositarios de un conjunto de verdades, sino sabernos parte de una misión que tiene su origen en el amor de Dios y que se manifestó en Jesucristo. Por ello, el deber de los cristianos: “de tomar parte en la vida de la Iglesia, los impulsa a actuar como testigos del evangelio y de las obligaciones que de él se derivan. Este testimonio es trasmisión de la fe en palabras y obras.
En este sentido, concluye el Catecismo: El testimonio es un acto de justicia que establece o da a conocer la verdad” (C.I.C. 2472). La justicia es dar a cada uno lo que le corresponde, por ello, dar a Jesucristo es el mayor acto de justicia para con nuestros hermanos. Una fe que se desconecta de la misión de Cristo es una fe enferma. Este aspecto ha cobrado en las palabras y el testimonio de Francisco un lugar muy destacado.
El acto de fe se manifiesta en la Iglesia como anuncio y denuncia. En cuanto anuncio es proclamar la verdad de Jesucristo, que expresa: “una visión del hombre y de la humanidad”, que orienta y da sentido a la relaciones del hombre con Dios, con sus hermanos y con el mundo. La fe no es un sentimiento intimista sino el principio de una vida nueva que abarca todas las dimensiones de la vida del hombre. Pero es también denuncia, es decir, un juicio frente a todo aquello que atenta contra la dignidad del hombre, sea por la injusticia, la violencia, la violación de sus derechos, especialmente de los más pobres.
No sería expresión de una fe que nace del encuentro con Jesucristo, una fe que no asumiera estas exigencias que son propias del evangelio. Como vemos, decir creo en Dios, no es aislarme del mundo en un refugio de espiritualidad, sino comprometerme con la misión de Jesucristo. Este es el camino de un mundo nuevo, al que nos invita el Señor desde el evangelio a ser sus instrumentos y protagonistas.
Reciban de su obispo junto a mi afecto y oraciones mi bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo, Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
El papa Francisco recibió el 3 de Octubre de 2013 en audiencia a los participantes del encuentro de tres días promovido por el Consejo Pontificio Justicia y Paz, con motivo de la celebración del 50 aniversario de la Encíclica Pacem in Terris, que se celebra en Roma del 2 al 4 octubre. (Zenit.org) Les dirigió el siguiente mensaje.
Queridos hermanos y hermanas:
Comparto con ustedes la conmemoración de la histórica encíclica Pacem in terris, promulgada por el beato Juan XXIII el 11 de abril de 1963. La Providencia ha querido que este encuentro tenga lugar justo después del anuncio de su canonización. Saludos a todos, especialmente el cardenal Turkson, dándole las gracias por las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre.
Los más ancianos entre nosotros recordamos bien el tiempo de la encíclica Pacem in terris. Estaba en su vértice la llamada "guerra fría". A finales de 1962, la humanidad se encontraba al borde de una guerra atómica mundial, y el papa elevó un dramático y afligido llamado por la paz, dirigiéndose así a todos aquellos que tenían la responsabilidad del poder; decía: "Con la mano en la conciencia, escuchen el grito angustioso que de todos los puntos de la tierra, desde los niños inocentes a las personas ancianas, de las personas a la comunidad, que se elevaba hacia el cielo: ¡Paz, paz!" (Radiomensaje, 25 de octubre de 1962).
“Era un grito a los hombres, pero también una súplica dirigida al cielo. El diálogo que, entonces, se abrió con dificultad entre los grandes bloques contrapuestos llevó, durante el pontificado de otro beato, Juan Pablo II, a la superación de aquella fase y a la apertura de espacios de libertad y de diálogo. Las semillas de paz sembradas por el beato Juan XXIII han dado fruto. Y, no obstante hayan caído muros y barreras, el mundo sigue necesitando paz y el llamamiento de la Pacem in terris sigue siendo actual.
1. Pero ¿cuál es el fundamento de la paz? La Pacem in terris lo quiere recordar a todos: este consiste en el origen divino del ser humano, de la sociedad y de la autoridad misma, que compromete a las personas, a las familias, a los distintos grupos sociales y a los Estados a vivir relaciones de justicia y solidaridad. La tarea de todos los seres humanos es, por tanto, construir la paz, con el ejemplo de Jesucristo, siguiendo estos dos caminos: promover y practicar la justicia, con verdad y amor; contribuir, cada uno según su posibilidad, al desarrollo humano integral, según la lógica de la solidaridad.
”Observando la realidad actual, me pregunto si hemos entendido la lección de la Pacem in terris. Me pregunto si las palabras justicia y solidaridad están solo en el diccionario o todos nos esforzamos para que sean una realidad. La encíclica del beato Juan XXIII nos recuerda claramente que no se puede tener verdadera paz y armonía si no trabajamos por una sociedad más justa y solidaria, si no superamos egoísmos, individualismos, intereses de grupo a todos los niveles.
2. Vayamos más adelante. La consecuencia de recordar el origen divino de la persona, de la sociedad y de la misma autoridad no es otra que el valor de la persona, la dignidad de cada ser humano que hay que promover y tutelar siempre, tal como lo afirma la Pacem in terris. Y no son solamente los principales derechos civiles y políticos los que deben ser garantizados, afirma el beato Juan XXIII, sino que se debe ofrecer a cada uno la posibilidad de acceder efectivamente a los medios esenciales de subsistencia: los alimentos, el agua, la vivienda, la atención sanitaria, la instrucción y la posibilidad de formar y sostener una familia. Estos son los objetivos que tienen una prioridad inderogable en la actividad nacional e internacional y son el parámetro de su bien hacer. De ellos depende una paz duradera para todos. Y es importante también que tenga espacio aquella rica gama de asociaciones y de cuerpos intermedios que, en la lógica de la subsidiariedad y en el espíritu de la solidaridad, persigan tales objetivos.
Ciertamente, la encíclica habla de objetivos y elementos que forman parte desde hace tiempo de nuestro modo de pensar, pero habría que preguntarse: ¿Forman también parte de la realidad? ¿Cincuenta años después, se reflejan realmente en el desarrollo de nuestras sociedades?
3. La Pacem in terris no pretendía afirmar que fuera tarea de la Iglesia dar indicaciones concretas sobre temas que, en su complejidad, deben dejarse al libre debate. En materia política, económica y social no es el dogma el que tiene que indicar las soluciones prácticas, sino más bien, el diálogo, la escucha, la paciencia, el respeto de la otra persona, la sinceridad y también la disponibilidad a replantearse la opinión propia. En el fondo, el llamamiento a la paz de Juan XXIII en 1962, apuntaba a orientar el debate internacional según estas virtudes.
Los principios fundamentales de la Pacem in terris pueden aplicarse a una serie de realidades nuevas, como las que analizan en estos días al Encuentro de Justicia y Paz: la emergencia educativa, la influencia de los medios de comunicación de masas sobre las conciencias, el acceso a los recursos de la tierra, el buen o mal uso de los resultados de las investigaciones biológicas, la carrera armamentista y las medidas de seguridad nacionales e internacionales. La crisis económica mundial, que es un síntoma grave de la falta de respeto por el ser humano y por la verdad con la que se han tomado decisiones por parte de los gobiernos y de los ciudadanos, es una prueba clara. La Pacem in terris traza una línea que parte de la paz que debe asentarse en el corazón de los seres humanos hasta un replanteamiento de nuestro modelo de desarrollo y de acción en todos los ámbitos, para que el nuestro sea un mundo de paz. Me pregunto si estamos dispuestos a acoger la invitación.
Traducido de la versión original en italiano por José Antonio Varela V.
Palabras del papa al introducir la oración mariana del angelus el domingo 6 de Octubr de 2013 desde el estudio del Palacio Apostólico Vaticano.(Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Ante todo deseo dar gracias a Dios por la jornada que viví en Asís, anteayer. Piensen, piensen que era la primera vez que iba a Asís y fue un gran don hacer esta peregrinación, precisamente en la fiesta de San Francisco.
Agradezco al pueblo de Asís por la cálida acogida. ¡Muchas gracias!
Hoy, el pasaje del Evangelio comienza así: “En aquel tiempo dijeron los Apóstoles al Señor: ‘¡Auméntanos la fe!’” (Lc 17, 5-6). Me parece que todos nosotros podemos hacer nuestra esta invocación. También nosotros, como los Apóstoles, decimos al Señor Jesús: “¡Auméntanos la fe!”. Sí, Señor, nuestra fe es pequeña, nuestra fe es débil, frágil, pero te la ofrecemos tal como es, para que Tú la hagas crecer. ¿Les parece que repitamos todos juntos esto: Señor, auméntanos la fe? ¿Lo hacemos? Todos: Señor auméntanos la fe. ¡Señor, auméntanos la fe. Señor auméntanos la fe. ¡Que nos la haga crecer, ¡eh!
Y el Señor, ¿qué cosa nos responde? Responde: “Si tuvieran fe como un grano de mostaza, habrían dicho a este sicómoro: ‘Arráncate y plántate en el mar’, y les habría obedecido” (v. 6). La semilla de la mostaza es pequeñísima, pero Jesús dice que basta tener una fe así, pequeña, pero verdadera, sincera, para hacer cosas humanamente imposibles, impensables. ¡Y es verdad!
Todos conocemos a personas sencillas, humildes, pero con una fe fortísima, ¡que verdaderamente mueven las montañas! Pensemos por ejemplo en tantas mamás y papás, que afrontan situaciones muy pesadas; o en ciertos enfermos, incluso gravísimos, que transmiten serenidad a quien los va a visitar. Estas personas, precisamente por su fe, no se vanaglorian de lo que hacen, es más, como pide Jesús en el Evangelio, dicen: “Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer” (Lc. 17, 10). ¡Cuánta gente entre nosotros tiene esta fe fuerte, humilde, y que hace tanto bien!
En este mes de octubre, que está dedicado de modo particular a las misiones, pensemos en los tantos misioneros, hombres y mujeres, que para llevar el Evangelio han superado obstáculos de todo tipo, han dado verdaderamente la vida; como dice San Pablo a Timoteo: “No te avergüences, pues, ni del testimonio que has de dar de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; sino, al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios” (2 Tm 1, 8). Pero esto atañe a todos: a cada uno de nosotros, en la propia vida de cada día, se puede dar testimonio de Cristo, con la fuerza de Dios, la fuerza de la fe. ¡Con la fe pequeñísima que tenemos, pero que es fuerte! ¡Con esa fuerza dar testimonio de Jesucristo, ser cristianos con la vida, con nuestro testimonio!
¿Y cómo tomamos de esta fuerza? La tomamos de Dios en la oración. La oración es la respiración de la fe: en una relación de confianza, de amor, no puede faltar el diálogo, y la oración es el diálogo del alma con Dios.
Octubre es también el mes del Rosario, y en este primer domingo es tradición rezar la Súplica a la Virgen de Pompeya, la Bienaventurada Virgen María del Santo Rosario. Nos unimos espiritualmente a este acto de confianza en nuestra Madre, y recibimos de sus manos la corona del Rosario: ¡el Rosario es una escuela de oración! ¡El Rosario es una escuela de fe!
Texto adaptado de la traducción de Radio Vaticana
El santo padre celebra la misa en la explanada de Asis el 4 de Octubre de 2013 ante la multitud emocionada y bendice la lámpara de la paz. (Zenit.org)
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25).
Paz y bien a todos. Con este saludo franciscano os agradezco el haber venido aquí, a esta plaza llena de historia y de fe, para rezar juntos.
Como tantos peregrinos, también yo he venido para dar gracias al Padre por todo lo que ha querido revelar a uno de estos «pequeños» de los que habla el evangelio: Francisco, hijo de un rico comerciante de Asís. El encuentro con Jesús lo llevó a despojarse de una vida cómoda y superficial, para abrazar «la señora pobreza» y vivir como verdadero hijo del Padre que está en los cielos. Esta elección de san Francisco representaba un modo radical de imitar a Cristo, de revestirse de Aquel que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2Co 8,9). El amor a los pobres y la imitación de Cristo pobre son dos elementos unidos de modo inseparable en la vida de Francisco, las dos caras de una misma moneda.
¿Cuál es el testimonio que nos da hoy Francisco? ¿Qué nos dice, no con las palabras –esto es fácil- sino con la vida?
1. La primera cosa que nos dice, la realidad fundamental que nos atestigua es ésta: ser cristianos es una relación viva con la Persona de Jesús, es revestirse de él, es asimilarse a él.
¿Dónde inicia el camino de Francisco hacia Cristo? Comienza con la mirada de Jesús en la cruz. Dejarse mirar por él en el momento en el que da la vida por nosotros y nos atrae a sí. Francisco lo experimentó de modo particular en la iglesita de San Damián, rezando delante del crucifijo, que hoy también yo veneraré. En aquel crucifijo Jesús no aparece muerto, sino vivo. La sangre desciende de las heridas de las manos, los pies y el costado, pero esa sangre expresa vida. Jesús no tiene los ojos cerrados, sino abiertos, de par en par: una mirada que habla al corazón. Y el Crucifijo no nos habla de derrota, de fracaso; paradójicamente nos habla de una muerte que es vida, que genera vida, porque nos habla de amor, porque él es el Amor de Dios encarnado, y el Amor no muere, más aún, vence el mal y la muerte. El que se deja mirar por Jesús crucificado es re-creado, llega a ser una «nueva criatura». De aquí comienza todo: es la experiencia de la Gracia que transforma, el ser amados sin méritos, aun siendo pecadores. Por eso Francisco puede decir, como san Pablo: «En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Ga 6,14).
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a permanecer ante el Crucificado, a dejarnos mirar por él, a dejarnos perdonar, recrear por su amor.
2. En el evangelio hemos escuchado estas palabras: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,28-29).
Ésta es la segunda cosa que Francisco nos atestigua: quien sigue a Cristo, recibe la verdadera paz, aquella que sólo él, y no el mundo, nos puede dar. Muchos asocian a san Francisco con la paz, pero pocos profundizan. ¿Cuál es la paz que Francisco acogió y vivió y nos transmite? La de Cristo, que pasa a través del amor más grande, el de la Cruz. Es la paz que Jesús resucitado dio a los discípulos cuando se apareció en medio de ellos (cf. Jn 20,19.20).
La paz franciscana no es un sentimiento almibarado. Por favor: ¡ese san Francisco no existe! Y ni siquiera es una especie de armonía panteísta con las energías del cosmos… Tampoco esto es franciscano, tampoco esto es franciscano, sino una idea que algunos han construido. La paz de san Francisco es la de Cristo, y la encuentra el que «carga» con su «yugo», es decir su mandamiento: Amaos los unos a los otros como yo os he amado (cf. Jn 13,34; 15,12). Y este yugo no se puede llevar con arrogancia, con presunción, con soberbia, sino sólo se puede llevar con mansedumbre y humildad de corazón.
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a ser «instrumentos de la paz», de la paz que tiene su fuente en Dios, la paz que nos ha traído el Señor Jesús.
3. Francisco inicia el Cántico así: «Altísimo, omnipotente y buen Señor… Alabado seas… con todas las criaturas» (FF, 1820). El amor por toda la creación, por su armonía. El Santo de Asís da testimonio del respeto hacia todo lo que Dios ha creado y como Él lo ha creado, sin experimentar con la creación para destruirla; ayudarla a crecer, a ser más hermosa y más parecida a lo que Dios ha creado. Y sobre todo san Francisco es testigo del respeto por todo, de que el hombre está llamado a custodiar al hombre, de que el hombre está en el centro de la creación, en el puesto en el que Dios – el Creador – lo ha querido, sin ser instrumento de los ídolos que nos creamos. ¡La armonía y la paz! Francisco fue hombre de armonía, un hombre de paz. Desde esta Ciudad de la paz, repito con la fuerza y mansedumbre del amor: respetemos la creación, no seamos instrumentos de destrucción. Respetemos todo ser humano: que cesen los conflictos armados que ensangrientan la tierra, que callen las armas y en todas partes el odio ceda el puesto al amor, la ofensa al perdón y la discordia a la unión. Escuchemos el grito de los que lloran, sufren y mueren por la violencia, el terrorismo o la guerra, en Tierra Santa, tan amada por san Francisco, en Siria, en todo el Oriente Medio, en todo el mundo.
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: Alcánzanos de Dios para nuestro mundo el don de la armonía, la paz y el respeto por la creación.
No puedo olvidar, en fin, que Italia celebra hoy a san Francisco como su Patrón. Y felicito a todos los italianos, en la persona del Jefe del Gobierno, aquí presente. Lo expresa también el tradicional gesto de la ofrenda del aceite para la lámpara votiva, que este año corresponde precisamente a la Región de Umbría. Recemos por la Nación italiana, para que cada uno trabaje siempre para el bien común, mirando más lo que une que lo que divide.
Hago mía la oración de san Francisco por Asís, por Italia, por el mundo: «Te ruego, pues, Señor mío Jesucristo, Padre de toda misericordia, que no te acuerdes de nuestras ingratitudes, sino ten presente la inagotable clemencia que has manifestado en [esta ciudad], para que sea siempre lugar y morada de los que de veras te conocen y glorifican tu nombre, bendito y gloriosísimo, por los siglos de los siglos. Amén»
El Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, en la mañana del viernes 4 de octubre de 2013 se ha dirigido a Chojinam, donde se encuentran las tumbas de cinco Siervos de Dios considerados el primer núcleo de la Iglesia naciente en Corea. Después de haber bendecido una gran estatua de Nuestra Señora de la Paz, ha presidido la celebración eucarística a la que han asistido religiosos y religiosas y miembros de las Sociedades de Vida Apostólica en Corea. (Fides)
HOMILY of the Prefect of the Congregation for the Evangelization of Peoples to Religious Men and Women and Societies of Apostolic Life. Chojinam (Suwon), Friday, October 4, 2013 – 10:30am
Readings: Job 19:21-27; Luke 10:1-12
Dear Brothers and Sisters: our liturgical celebration today could not occur in a place more symbolic and more dear for the Church in Korea, preceded by a visit to the graves of the five Servants of God, the first nucleus of the nascent Church in Korea. In this place so full of memories, I have also had the joy of blessing the large statue of Our Lady of Peace this morning; and all of us know well the need the entire Korean Peninsula has for divine protection, so that this great people might benefit from a lasting peace. Peace is the gift of the Risen Jesus for His disciples, whom he asked to bring it to wherever they might go. For this reason, I wish for peace upon the entire noble nation of Korea!
In the context of my visit to this Country, I could not go without a moment of prayer and reflection with all of you, Religious Men and Women, who, with your charisms and through a special gift to God, enrich the Church by means of the variety of spiritual and social gifts that are placed in generous service to Christ and to your brothers and sisters. I am particularly happy that this meeting should occur in this place, and that from here, I can address my greetings and my words to the entire great religious family, both male and female, in Korea. The Second Vatican Council, that reaffirmed the Church’s esteem for Religious Life, noted that by means of particular “bonds”- those of consecrated chastity, poverty as a choice of life, and obedience as self-immolation to Christ – and the Rule that binds each one to his or her proper Institute, religious men and women unite themselves with a “special title … to the honor and service of God … to the Church and its mystery”, for the purpose “of working … to implant and strengthen the Kingdom of Christ … and to extend that Kingdom to every clime”, which is why, Lumen Gentium adds, “… the Church preserves and fosters the special character of her various religious institutes” (n. 44).
Religious Life has two indissoluble characteristics for those who have chosen and followed it; the first is that Religious Life cannot be anything but Christological, and the second, consequently, is that it also cannot be anything but ecclesiological. Outside of these boundaries, Religious Life as intended by the Church does not exist. These two characteristics, therefore, are based on the fact that it is the Lord Who first chooses us, as the Gospel today reveals: “…the Lord appointed seventy-two others whom He sent ahead of him in pairs to every town and place He intended to visit” (Luke 10:1). Thus, it is not we who decide to follow Christ (cf. John 15:16), but, it is Christ, on the contrary, Who takes the initiative, leaving it to us to respond by embracing or not the invitation that the Master directs toward us: “Come and follow me” (Matthew 10:21). The vocation remains a mysterious, divine impulse. As Pope Francis commented when speaking to Religious Superiors last May, this calling on God’s part implies an initial “exodus”, a departure from oneself, in order to focus our lives completely on Christ (cf. L’Osservatore Romano, May 9, 2013).
The second characteristic is the ecclesiological, that is, the call of Christ that comes through the Church, His beloved Bride whom He united to Himself on the Cross. The life of a Religious must never be either an isolated reality or separated from this context in which the call and our response mature. The Lord, in fact, calls the seventy-two from among those who followed Him and who had both recognized and heard the Word. He then sent them out, not individually, but in pairs, to underline the importance of creating community among them and thus, communion with those who listened to them. It is good to have these aspects clearly in mind, because the “missionary nature” of our service, which is derived both from the response that we give to Christ and from being sent by Him, also occurs in the ecclesiological dimension. Therefore, authentic sense of mission does not occur within a closed circle of a Religious Institute as a place independent from others, and not even within the ambit of any proper Institute pursuing its own interests; on the contrary, it is framed within the greater ecclesial sphere, where everything has its proper sense and purpose. In this context, we must pay close attention that, if an authentic sentire cum Ecclesia - that is, having and being on the same wavelength or frequency as the Church – is lacking, we will surely find ourselves fulfilling the hard words of Jesus: “…whoever does not gather with me, scatters” (Luke 11:23). In this regard, Pope Paul VI’s Apostolic Exhortation issued in 1975, Evangelii Nuntiandi, reaffirmed that every one of our efforts must never be an isolated gesture or the expression of just a single group, but always an action that is in tune with the mission of the whole Church.
In order that our lives do not remain sterile or separated from a true apostolic context, the missio canonica that one receives within the grant of pastoral responsibility is given by the Church and in the name of the Church: “Go into the whole world and proclaim the Gospel to every creature” (Matthew 16:15). Pope Francis calls this sending on the part of the Church a second “exodus”, that is, a “pathway of service”. Note the key word in the ecclesiological context of which we are speaking: service. This is the reason why the Second Vatican Council expressly said that the active life and apostolic and charitable action go back into the nature of Religious Life itself. The Church, in truth and from time immemorial, has never desired to indicate only one mode of serving Christ and one’s brothers and sisters, but has allowed for the pathway and variety of charisms, so very useful and necessary to the life of the Church, and has found them, in a prolific way, to give life to the manifold diversity of services that God Himself has inspired - from charity to the needy to the education of youth, from the sense of mission in proclaiming the Gospel in countries for the first time to spiritual knowledge and training.
For all those men and women who have embraced Religious Life, I would like here warn against the danger of altering the order of things as willed by Christ to suit oneself; and it is this very order of things that St. Benedict, the Father of Monasticism, set down in his golden rule: Ora et Labora - Pray and Work, not vice versa. In many religious Congregations, the prevailing crisis, we must humbly acknowledge, is caused by having displaced or diminished the role of prayer and of the spiritual life in favor of practical activity, which quickly transforms into activism. It also comes from a greater diminution in community prayer, from which we often and willingly absent ourselves.
Religious Life in Korea today is a beautiful reality, not only from the numeric point of view for men and women religious, but also from the organizational point of view, and I refer, for example, to the Union of Men and Women Superiors and the Mixed Commission of Major Superiors with the Bishops. Such relationships must be inspired by the principles made clear by the Second Vatican Council and by the historic document Mutuae relationes of 1978, where directive criteria are established for the rapport between Bishops and Religious. Relationships, as the Church teaches, must always shy away from forms of legal claims, independence, undervaluing or superiority, or even the so-called “Confucian submission”; on the contrary, the inspirational principles are those of communion, cooperation, trust, generous commitment, friendship, respectful esteem for the role which God willed for those whom He constituted Pastors and Fathers in the Church, and appreciation for the needs of Religious Life. In this context, all, including priests and laity, are exhorted to avail themselves in parishes and associations of the spiritual and pastoral charisms of which men and women religious are the bearers, because only from an integrated vision can the best be brought forth for the Church in Korea.
I would like to conclude my remarks with expressions of gratitude and appreciation for the good you have done for the Church in this Country, as well as in the world. I am thinking of the participation of the numerous men and women religious in sense of the Church’s mission, especially the support you give in countries where the vocational crisis has created a serious lack of personnel. It is a beautiful act of charity toward those who, in the past, came to sustain the evangelization of Korea.
May Jesus, Who left it to Mary of Bethany to choose “the better part”, leaving her to remain beside Him (Luke 10:42), and Who allowed John to lay his head upon His chest (cf. John 13;25) so that he might hear the pulsation of His immense love for mankind, grant that you always live your religious vocation with fullness and total fidelity in the service of God and the Church. May Mary, the Queen of Peace and Mother of the Church, protect you!
Reflexión a las lecturas del domingo veintisiete del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DIA DEL SEÑOR"
Domingo 27º del T. Ordinario C
Se establece así una diferencia fundamental entre tener o no tener fe. Muchas veces no nos damos cuenta de esa diferencia, porque estamos acostumbrados, desde pequeños, a escuchar y vivir los misterios de la fe; pero nos dicen los misioneros que, cuando algunos conocen el cristianismo en una edad un tanto avanzada - 40, 50, 60 años - comentan: “¡Qué tarde hemos conocido estas cosas!. ¡Dichosos los cristianos de Europa que, desde niños, conocen estas maravillas…!”
Se habla algunas veces de la relación entre fe y razón, que no son dos realidades contrapuestas sino complementarias. En efecto, cuando una persona se hace creyente, no quiere decir que use menos la inteligencia, que tenga que admitir cosas absurdas que contradicen la razón, que sufra como “un lavado de cerebro…” Tener fe es como poseer unos potentísimos anteojos por los que podemos acceder a unas realidades que no son accesibles a nuestros sentidos ni a nuestra razón natural, o como poseer un moderno microscopio que descubre en el agua o en cualquier sustancia, unas realidades que escapan a una simple mirada.
La fe no se basa en los descubrimientos de los científicos, aunque éstos sean importantes y valiosos; no, en el consenso democrático de mucha gente; no, en las deliberaciones de los sabios, ni siquiera en una revelación personal… Se basa en lo que Dios nos ha ido manifestando a través de los siglos, especialmente, a través de su Hijo, Jesucristo. Dice S. Juan: “A Dios nadie lo ha visto nunca. El Hijo, que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer” (Jn 1, 18). Por eso el Papa Juan Pablo II decía en una Jornada Mundial de la Juventud que, en algunas cuestiones, “Jesucristo es el único interlocutor competente”. Es el único que conoce y entiende las realidades a las que accedemos por la fe.
“Cuando Dios revela, nos enseña el Concilio, el hombre tiene que prestarle la obediencia de la fe” (D.V. 5). Eso supone una adhesión personal al Dios que se nos manifiesta. Y cuando esto se hace, comienza un modo nuevo de vida: “El justo vivirá por su fe”, escuchamos hoy en la primera lectura. Y también nos hace decir en algunas ocasiones como escuchamos en el Evangelio: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Por tanto, tenemos que llevar una vida acorde con aquellas cosas que creemos. No vale creer y actuar de modo contrario. Ni siquiera merece la pena. ¡La incoherencia entre fe y vida el es drama del mundo cristiano de nuestro tiempo!
La fe es una virtud que llega a nosotros como un don que se recibe en el Bautismo. Luego hay que conservarla, acrecentarla, vivirla y transmitirla. Y eso supone un trabajo arduo de estudio, consulta, reflexión…, y la ayuda de Dios. Por eso tenemos que decir muchas veces al Señor, como los apóstoles en Evangelio de hoy: “Auméntanos la fe”.
En la segunda lectura se nos urge a tomar parte en los “duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios, y a vivir con fe y amor cristiano.
Hoy es un día apropiado para saborear “la dicha de creer” y para darle gracias al Señor, con todo el corazón, por el don inefable de la fe…
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 27º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
El profeta entabla un diálogo con Dios ante la situación trágica de su pueblo. El Señor le pide paciencia, ya que su intervención llegará a la hora precisa. El justo ha de vivir con esa fe llena de esperanza
SEGUNDA LECTURA
S. Pablo, desde la cárcel, anima a su discípulo Timoteo a vivir a fondo el don recibido y a ser valiente y comprometido en su trabajo apostólico. Escuchemos con atención esta exhortación, como Palabra de Dios dirigida a nosotros.
TERCERA LECTURA
Jesús nos invita a confiar en la fuerza de la fe y a trabajar desinte-resadamente por el Reino de Dios.
Acojamos la lectura del Evangelio cantando el aleluya.
COMUNIÓN
En la Comunión el Señor nos da el alimento que necesitamos, para que crezca nuestra fe y para que seamos capaces de tomar parte en los duros trabajos del Evangelio, como escuchábamos en la segunda Lectura.
Ojalá que, fortalecidos con este alimento, podamos decir al final de cada jornada: "Somos unos pobres siervos; hemos hecho lo que teníamos que hacer”.
Comentario al evangelio del Domingo 27º del T.O./C por Jesús Álvarez SSP. (Zenit.org)
Auméntanos la fe
Por Jesús Álvarez SSP
"Los apóstoles dijeron al Señor: «Auméntanos la fe». El Señor respondió: «Si ustedes tienen un poco de fe, no más grande que un granito de mostaza, dirán a ese árbol: Arráncate y plántate en el mar, y el árbol les obedecerá. Si ustedes tienen un servidor que está arando o cuidando el rebaño, cuando él vuelve del campo, ¿le dicen acaso: 'Entra y descansa'? ¿No le dirán más bien: 'Prepárame la comida y ponte el delantal para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?' ¿Y quién de ustedes se sentirá agradecido con él porque hizo lo que le fue mandado? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que les ha sido mandado, digan: Somos servidores inútiles, pues hicimos lo que era nuestro deber" (Lc. 17,5-10).
Los apóstoles no piden aumento de capacidad mental para aceptar verdades, sino que piden aumento de la fe como experiencia de amor y fidelidad a Cristo. Una fe que los haga gozosamente capaces de transformarse y de transformar, y de recorrer en comunión con el Maestro el camino que lleva a la resurrección y a la vida eterna.
Hay quiénes corren ansiosos sin saber hacia dónde van, por el camino de la satisfacción inmediata, a costa de quien sea o de lo que sea, incluso a costa de su feliz destino eterno. Están como drogados por el materialismo, ciegos y sordos frente a las consecuencias fatales finales de su comportamiento.
Por otra parte, muchas personas que se creen “muy” religiosas, llevan una escandalosa incoherencia de vida. Cosa que no es infrecuente entre pastores, consagrados, catequistas, que no viven lo que enseñan, o transmiten sólo conocimientos teóricos, moral y dogmas sin relación con la experiencia amorosa de Cristo resucitado, vivo y presente. Ejemplo fácil de constatar: catequistas de primera comunión que ni siquiera comulgan.
La fe es una gracia y una opción feliz que lo arriesga todo por el todo; nos sitúa en la luz, a pesar de estar sumergidos en tinieblas; nos da confianza en la acogida y el amor de Dios a pesar de las dudas; arriesga lo que se tiene como seguro por lo que se espera; abre a la vida eterna cuando se apaga la vida temporal; da la alegría de morir por la esperanza de la resurrección y la gloria.
La fe nos da la sabiduría de la vida, porque nos ayuda a ver la realidad con los mismos ojos de Dios.
Ésta es la fe que trasplanta los árboles de la voluntad humana desviada, y mueve las rocas de los corazones empedernidos por la indiferencia; transforma mentalidades pervertidas o desviadas en actitudes de santidad.
Con todo, la fe no es una conquista personal de la que podamos gloriarnos, sino un don que se acoge, se agradece y se cultiva para el servicio humilde, liberador y salvador a favor de los otros. Un don que debemos suplicar, como los apóstoles, que el Maestro nos lo aumente: “¡Creo, Señor, pero aumenta mi fe!”
La fe no es sólo creer en doctrinas y dogmas, sino unión de amor y trato personal con Cristo Resucitado para producir mucho fruto de salvación a favor nuestro y de muchos otros. La fe genera a la vez el amor agradecido a Dios y el amor salvífico al prójimo.
La fe y las obras de amor nos aseguran el ciento por uno aquí en la tierra, y luego la resurrección y la vida eterna en su reino.
GOLDEN JUBILEE OF THE CREATION OF THE DIOCESE OF SUWON
October 3, 2013
Message of His Eminence, Fernando Cardinal Filoni, Prefect of the Congregation for the Evangelization of Peoples
It is with great pleasure that I take this opportunity to express my congratulations and best wishes on the occasion of the Golden Jubilee of the Diocese of Suwon.
As we all know, the fruitful work of evangelization in this area was made possible by the preparation of fertile soil by John Baptist YI Byeok and his companions, who, in their passionate search for the Truth, laid the foundation for the beginnings of the Christian community in Korea. In the middle of the Nineteenth Century, they were followed by the Religious Priests of the Society of the Foreign Missions of Paris (M.E.P.), who tirelessly proclaimed the Word of God and administered the Sacraments to the people of this region of Korea, awakening new vocations and dedicating themselves to the training of the first native priests. The many hardships and persecutions they endured often led them to their deaths. It is providential that the celebrations for the Jubilee of the Diocese of Suwon take place at the end of the Year of Faith, in grateful commemoration of all those who laid down their lives for the Gospel in this glorious Land.
Blossoming forth from the seed planted by these faithful witnesses to the Faith, great developments have taken place in this portion of God’s People, since its elevation to the status of a Diocese by the Servant of God, Pope Paul VI, on October 7th, 1963, through the Papal Bull Summi Pastoris, and the subsequent appointment of its first Bishop, the Rt. Rev. Victorinus Youn Kong-hi. The Pope established this new Diocese while the Second Session of the Council unfolded in Rome and the Council Fathers were preparing the Dogmatic Constitution on the Church, Lumen Gentium. Hence, we can affirm that the Diocese of Suwon was born from the side of the Council, as part of a divine, “hidden plan of … wisdom and goodness” (LG, 2). Today, after a half-century of the pilgrimage of faith, the Diocese of Suwon is home to hundreds of thousands of Catholic faithful, served in many parishes by numerous Diocesan and Religious Priests, with the generous assistance of Religious Sisters and Brothers. The Diocese is also blessed with a good number of vocations to the Priesthood and to the Consecrated Life.
Therefore, as you celebrate this great milestone in the history of the Diocese of Suwon – the 50th Anniversary of its creation – this blessed time should be marked by grateful remembrances of the countless religious, lay people and missionaries, who shared the treasure of their Faith. These selfless witnesses still speak to us, encouraging us to move forward into the future with the very same words of St. Paul: “Keep on doing what you have learned and received, and heard and seen in me. Then the God of peace will be with you” (Philippians 4:9).
Our hearts are also grateful to all those who followed in their footsteps and strengthened the Church in Suwon throughout these past fifty years, sustained by the grace of the Risen Christ always present in their midst.
Let this time of celebration be a source of true joy for every faithful believer in the Diocese of Suwon, and a strong motivation to continue being beacons of light and a ray of hope to the people of Korea. As we conclude the Year of Faith, this Golden Jubilee compels us to a renewed missionary commitment, since “faith grows when it is lived as an experience of love received, and when it is communicated as an experience of grace and joy” (Pope Benedict XVI, Porta Fidei n.7).
On behalf of our Holy Father, Pope Francis, I impart the Apostolic Blessing to all the faithful of the Diocese of Suwon, commending each of you to the maternal intercession of Mary, Mother of the Church.
October 3, 2013
+ Cardinal Fernando Filoni
Prefect of the Congregation for the Evangelization of Peoples
VATICAN CITY
Palabras pronunciadas por el Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, en la homilía de la Misa que presidió el 3 de octubre de 2013, en Suwon, en la celebración jubilar con motivo del 50 aniversario de la creación de la diócesis. (Fides)
HOMILY of the Prefect of the Congregation for the Evangelization of Peoples for the 50th Anniversary for the Diocese of Suwon
Thursday, October 3, 2013, 2:30pm
Readings: Leviticus 25:1,8-19; 2 Corinthians 6:1-13; Luke 4:16-21.
In communion with the entire Church, solemnly and with hearts filled with lively gratitude to God, we celebrate today the 50th Anniversary of the Creation of the Diocese of Suwon. It was on October 11th of 1962 that Blessed Pope John XXIII had just opened the Second Vatican Council; only a few months later, the Pontiff died and was succeeded in the Chair of Peter by Pope Paul VI. This new Pope established the new Diocese of Suwon on October 7, 1963, while the Second Session of the Council unfolded in Rome and, within the course of a few weeks, the Fathers approved the liturgical reforms and prepared the Dogmatic Constitution on the Church, which was defined as a “sacrament, or sign and instrument…of a very closely knit union with God” in Christ (Lumen Gentium, 1). We can thus affirm that the Diocese of Suwon was born from the side of the Council and, at the same time could even say this happened as part of a divine “hidden plan of … wisdom and goodness” (LG, 2).
We recall with gratitude your first Bishop, the Most Reverend Victorinus Youn Kong-hi, who this month will celebrate his 50° Anniversary of Episcopal Ordination and was succeeded by the esteemed Angelo Kim Nam-su and Paul Choi Deok-ki. Today, I greet with affection your current Bishop, His Excellency, Monsignor Mathias Ri Yong-hoon, who, with his Auxiliary Bishop, Monsignor Linus Lee Seong-hyo, and his clergy, wished to solemnize the event we are celebrating by inviting me to preside over this act of Thanksgiving which we raise up to God. Your Excellency, thank you for your cordial invitation, and I offer you my very best wishes pastorally and personally. I greet all of you with fraternal affection - dear Brothers in the Episcopate, priests, men and women religious, and civil authorities – for whom I express my esteem, as well as to all who join with us in giving thanks. To all of you, I bring humble greetings and the Apostolic Blessing of Pope Francis, with whom I spoke only a few days ago regarding this visit.
Fifty years in the life of a Diocese represent a significant and important achievement. This happy occasion, which coincides with the Year of Faith for the Diocese of Suwon, invites us to pause for a moment, giving me the opportunity to reflect with you on a few aspects of the life of this particular Church. When the Council Fathers wanted to describe what the Church is, they had recourse to a few images, which were the same ones that Jesus had used many times in His preaching. He compared the Church to a “sheepfold”, for which He Himself is the only and necessary gate; to “the tillage of God”, in which He is the true and life-giving vine; to an “edifice” and to a “holy temple”, of which Christ is the cornerstone, where proper praise is offered up daily to the Father. He also used the concepts of the “bride” and of the “family” in order to underline the love with which He Himself loves the Church and where He desires to gather all His children, comforting them and bringing them together. Reconsidering these images of the Church, as clarified by the Second Vatican Council (LG, 6), permits us to find in them once again those images that appear to our eyes particularly suitable for understanding the nature and the purpose of the Church: a nature that is “sacramental”, not in the sense that it is the grace itself, but that it signifies and causes it, at the same time contributing to the intimate union of humanity with God, and to unity within mankind.
With these words, the Council Fathers desired to manifest both the nature of the Church “in Christ as a sacrament” (LG, 1), and her mission in the world, considered here and in other passages as service to the unity of all humanity. Within the Trinitarian vision, the Council indicated, is revealed the universal salvific plan of the Father for mankind, the mission of the Son, the Light of the World, and of the sanctifying Spirit of the Church, Who guides her, unifies her, instructs and directs her, beautifies her and continually renews her (LG, 2-4). In this Church, dear brothers and sisters, we are all baptized, we profess our Faith, we are regenerated in grace, we liturgically praise God, we continue in both visible and spiritual modes the Mystical Body of the Risen Lord, becoming the pilgrim People of God with whom the Most High establishes the New Covenant.
In this context, what are Dioceses and what is their role? In theological terms, the Diocese is a “particular Church”: a portion of the People of God in which the one, holy, catholic, and apostolic Church of Christ is truly present and operative. To each of these, a Bishop is appointed, who, as Father and Shepherd, avails himself of the cooperation of the priests in service to the community. The mission of the particular Church consists in, and indeed is derived from, the same mission of Jesus that He left to the Apostles when He rose, saying to them: ‘All power in heaven and on earth has been given to me. Go, therefore, and make disciples of all nations, baptizing them in the name of the Father, and of the Son, and of the Holy Spirit, teaching them to observe all that I have commanded you. And behold, I am with you always, until the end of the age’" (Matthew 28:18-28). Jesus, therefore, sends forth and is present even today in this beloved Church of Suwon, accompanying her with great care. Thus, the Lord profoundly rejoices today, seeing in these fifty years how she has grown, bearing witness to Him, the Risen One.
According to the passage from the Book of Leviticus that was proclaimed a few moments ago, Israel celebrated a Year of Jubilee every fifty years; it was a year of prayer, of liberation, of conversion, of pardon, and of joy. Its celebration brought back to God the community that had become distanced from Him, reconstituting and regenerating all its members, and reestablishing the relationships within the community, restoring truth, justice, and charity, principles that we will make our own due to their value and their beauty, so that this Portion of the People of God that is the Diocese of Suwon can walk the path of goodness, reconciled and reinvigorated by the grace of the Lord. The same exhortation comes to us again in the Second Reading from the Liturgy of the Word today. In the passage from the Second Letter of St. Paul to the Corinthians, the Apostle, who had that community of new Christians, which he had pulled out of paganism, greatly at heart, reminds them that there is always an “acceptable time” provided by God for our salvation, noting it thus: “Behold, now is a very acceptable time; behold now is the day of salvation” (2 Corinthians 6:2). Well aware that the Christian will not have an easy life defending his or her own faith, the Apostle also indicates that the weapons to be used in such combat, when he says that, together with prayer and steadfastness, it is necessary to use “purity, knowledge, patience, kindness, in a holy spirit, in unfeigned love”, along with “justice, truth, and joy”, all virtues founded in God.
The Gospel, in its turn, recalls for us the moment in which the Master, who was recognized in Nazareth as a fellow citizen, returned to the synagogue where He had learned the Sacred Scriptures; in the light of the verse, “The Spirit of the Lord is upon me, because He has anointed me … He has sent me … to proclaim a year acceptable to the Lord”, He declared its fulfillment: “Today this Scripture passage is fulfilled in your hearing” (cf. Luke 4:18-21).
What do these words mean for us today? In a society where the Catholic presence, though meaningful, must deal with other significant religious realities; where profound social and economic changes touch upon delicate issues, such as the family (we think of the rise in separations and divorce, for example), young people (always more drawn toward wealth and exposed to the loss of values), and the loss of religious and moral values; how can we respond adequately? It does not belong to the Church’s nature to weep over a past that changes, but rather to be concerned with the task of placing Jesus Christ once again at the center of our mission, so that a Christological Church is truly a sign of reconciliation and of hope within society, and never ceases to preach the time of the Lord’s grace. Beside these points of reflection and concern, I would be remiss if I failed to note the many fruits of lively and pastoral action that all of you bring to the Lord. The considerable increase in the Catholic community in these years has prompted and encouraged you to understand just how much people have need of God and how few workers there always are in His vineyard.
While thanking everyone for their generous commitment to the pastoral life, I want to encourage you to continue in the good things you have undertaken, trusting in the Lord, Who promised to be present with us always. May the Lord bless all of you, and may Mary, Mother of the Church, extend her kindness to you. Amen.
Zenit publica las palabras del santo padre en la catequesis de la audiencia general del miércoles 2 de Octubre de 2013.
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
En el 'Credo', después de hacer profesado: 'Creo en la Iglesia una', añadimos el adjetivo 'santa'; afirmamos por tanto la santidad de la Iglesia, y esta es una característica que ha estado presente desde el inicio en la conciencia de los primeros cristianos, los cuales se llamaban simplemente 'los santos' (cfr At 9,13.32.41; Rm 8,27; 1 Cor 6,1), porque tenían la certeza que es la acción de Dios, el Espíritu Santo que santifica la Iglesia.
Pero ¿en qué sentido la Iglesia es santa si vemos que la Iglesia histórica, en su camino a lo largo de los siglos, ha tenido tantas dificultades, problemas, momentos oscuros? ¿Cómo puede ser santa un Iglesia hecha de seres humano, de pecadores? Hombres pecadores, mujeres pecadoras, sacerdotes pecadores, monjas pecadoras, obispos pecadores, cardenales pecadores, papa pecador? Todos. ¿Como puede ser santa una Iglesia así?
1. Para responder a la pregunta quisiera guiarme de una fragmento de la Carta de san Pablo a los cristianos de Éfeso. El Apóstol, tomando como ejemplo las relaciones familiares, afirma que "Cristo ha amado la Iglesia y se ha dado a sí mismo por ella, para hacerla santa" (5,25-26). Cristo ha amado la Iglesia, donando todo sí mismo sobre la cruz. Y esto significa que la Iglesia es santa porque procede de Dios que es santo, le es fiel y no la abandona en poder de la muerte y del mal (cfr Mt 16,18), está unido de forma indisoluble con ella (cfr Mt 28,20); es santa porque está guiada por el Espíritu Santo que purifica, transforma, renueva. No es santa por nuestros méritos, sino porque Dios la hace santa, es fruto del Espíritu Santo y de sus dones. No somos nosotros que la hacemos santa. Es Dios, el Espíritu Santo, que en su amor hace santa a la Iglesia.
2. Vosotros podrías decirme: pero la Iglesia está formada por pecadores, lo vemos cada día. Y esto es verdad: somos una Iglesia de pecadores; y nosotros pecadores estamos llamados a dejarnos transformar, renovar, santificar por Dios. Ha habido en la historia la tentación de algunos que afirmaba: la Iglesia es solo la Iglesia de los puros, de los que son totalmente coherentes, y los otros están lejos. ¡Esto no es verdad! ¡Esto es una herejía! La Iglesia, que es santa, no rechaza a los pecadores; no nos rechaza a todos nosotros; no nos rechaza porque llama a todos, los acoge, es abierta también a los más lejanos, llama a todos a dejarse envolver por la misericordia, por la ternura y del perdón del Padre, que ofrece a todos la posibilidad de encontrarlo, de caminar hacia la santidad.
"¡Pero padre, yo soy un pecador, un gran pecador!, ¿cómo puedo sentirme parte de la Iglesia?" Querido hermano, querida hermana, es precisamente esto lo que deseo el Señor, que tu le digas: "Señor aquí estoy, con mis pecados". ¿Alguno de vosotros está aquí sin los propios pecados? ¿Alguno de vosotros? Ninguno, ninguno de vosotros. Todos llevamos con nosotros nuestros pecados. Pero el Señor quiere escuchar que le decimos: "¡Perdóname, ayúdame a caminar, transforma mi corazón!" Y el corazón puede transformar el corazón. En la Iglesia, el Dios que encontramos no es un juez despiadado, sino que es como el Padre de la parábola del Evangelio. Puedes ser como el hijo que dejado la casa, que ha tocado fondo en la lejanía de Dios. Cuando tengas la fuerza de decir: quiero volver a casa, encontrarás la puerta abierta, Dios viene a tu encuentro porque te espera siempre, Dios te espera siempre, Dios te abraza, te besa y hace fiesta. Así es el Señor, así es la ternura de nuestro Padre celeste.
El Señor nos quiere parte de una Iglesia que sabe abrir los brazos para acoger a todos, que no es la casa de pocos, sino la casa de todos, donde todos pueden ser renovados, transformados, santificados por su amor, los más fuertes y los más débiles, los pecadores, los indiferentes, aquellos que se sienten desalentados y perdidos. La Iglesia ofrece a todos la posibilidad de recorrer el camino de la santidad, que es el camino del cristiano: nos hace encontrar a Jesucristo en los sacramentos, especialmente en la confesión y en la eucaristía; nos comunica la Palabra de Dios, nos hace vivir en la caridad, en el amor de Dios hacia todos. Preguntémonos, entonces: ¿nos dejamos santificar? ¿Somos una Iglesia que llama y acoge con los brazos abiertos a los pecadores, que dona valentía, esperanza, o somos una Iglesia cerrada en sí misma? ¿Somos una Iglesia en al que se vive el amor de Dios, en la que hay atención hacia el otro, en la que se reza los unos por los otros?
3. Una última pregunta: ¿Qué puedo hacer yo que me siento débil, frágil, pecador? Dios te dice: no tener miedo de la santidad, no tener miedo de apuntar alto, de dejarse amar y purificar por Dios, no tener miedo de dejarse guiar por el Espíritu Santo. Dejémonos contagiar de la santidad de Dios. Todo cristiano esta llamado a la santidad (cfr Cost. dogm. Lumen gentium, 39-42); y la santidad no consiste primero en el hacer cosas extraordinarias, sino en el dejar actuar a Dios. Y el encuentro de nuestra debilidad con la fuerza de su gracia, es tener confianza en su acción que nos permite vivir en la caridad, de hacer todo con alegría y humildad, para la gloria de Dios y en el servicio al prójimo. Hay una célebre frase del escritor francés Léon Bloy; en los últimos momentos de su vida decía: "Hay una sola tristeza en la vida, la de no ser santos". No perdamos la esperanza en la santidad, recorramos todos este camino. ¿Queremos ser santos? El Señor nos espera a todos, con los brazos abiertos; nos espera para acompañarnos en el camino de la santidad. Vivamos con alegría nuestra fe, dejémonos amar por el Señor... pidamos este don a Dios en la oración, para nosotros y para los otros.
Traducido del español por Rocío Lancho García
Todavía queda mucho por hacer y hay que tener la inteligencia y la audacia misionera. Es la recomendación que el Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, ha dirigido en la mañana del miércoles , 2 de octubre, a los obispos de la Conferencia Episcopal de Corea (CBCK) con los que se han reunido en Seúl durante su visita pastoral en el país asiático, con motivo del 50º aniversario de la creación de la diócesis de Suwon (véase Fides 28/9/2013). (Fides)
MEETING of the Prefect of the Congregation for the Evangelization of Peoples with the Bishops of the CBCK
Wednesday, October 2, 2013 – 10:30am
It is the first time, dear Brothers in the Episcopate, that I have the chance to meet with all of you together, and with some of you for the very first time. On the number occasions that I have found myself invited to come to Korea, I always tried to find an opportune moment. I am grateful to the Bishop of Suwon, who has provided me with such an opportunity on this happy celebration of the 50th Anniversary of the creation of his Diocese, as well as to the Archbishop of Seoul, who also kindly invited me to come, and to whom I equally give thanks.
To be here is a cause of profound joy. For this reason, I wanted to stay for in entire week, so that I could meet with all of the various groups that fully take part in the Church in Korea - the Bishops, priests, religious men and women, seminarians, lay faithful - and at the same time to meet with the People of God in a few moments of celebration and for liturgies. It would be important also for a moment in which I could pray in the place where the proto-community of Christians in Korea had its first beginning; there where one finds with great pride the origins of this Church, from which, as from a spring, one can fully draw water that is fresh and clear.
As Prefect of the Congregation for the Evangelization of Peoples, who has at heart this Ecclesiastical Territory, I cannot help but with great pleasure assure you of the special attention of our Dicastery for the proclamation of the Gospel that you have advanced forward, and for the Church in this “land of placid dawn and morning splendors”: an attention that, with varied success, is tied to the earliest efforts of the Church in China, yet became fully its own and continued only since 1831 with the establishment of the Apostolic Vicariate of Korea and the arrival of Bishop Laurent Imbert, M.E.P., in 1837, while admiration grew from day to day for the exemplary witness of those first Christians, such as John Baptist YI Byeok and his Companions, and of all of those who went out after them for nearly 56 years.
The various persecutions and anti-Christian laws, as well as the deeply-rooted culture and prevalent way of thinking did not impede the Church in Koreafrom developing, which is comprised currently of three Metropolitan Regions, with 15 Dioceses and one Military Ordinariate – and I would be remiss if I failed to remember the two Dioceses and the Territorial Abbey in the North. Today, the Catholic Church in Korea is a very beautiful reality, rich with priests, men and women religious, seminarians, and lay associations, along with many historical figures. How could we not make mention, for example, of Cardinal Stephen Kim Sou-hwan, who is well known throughout the world?
Besides this, allow me, rather quickly, to briefly note the ecclesiastical statistics of this Country, since one could not help but be struck by the growth of your particular Churches, of which the Lord has placed you in charge. In 1949, the Catholic population of Korea was calculated to be about 1.1% with just 81 priests and 46 parishes; immediately after the Second Vatican Council, it was at 2.5%. Fifty years after this, Catholics number 10.3%, with more than 4,600 priests and more than 10,000 men and women religious. It can also be said that “the unity of faith… having in its power to assimilate everything that it meets in the various settings in which it becomes present and in the diverse cultures which it encounters, purifying all things and bringing them to their finest expression” (cf. Pope Francis, Encyclical Letter Lumen Fidei, 2013, n. 48), has found here in Korea almost an inherent dimension for its growth, benefitting from so many values already present, as well as bringing them to a higher fulfillment and perfection. I am thinking of the relationships between families, relationships between the generations, of the social relationships that in Catholic doctrine have as leaven the communion in all of the theological and anthropological richness of its significance, and of the supernatural dimension regarding life, marriage, and death, not to mention the typically more ecclesial virtues, such as poverty, obedience, chastity and charity.
“The light of faith” – furthermore – “is concretely placed at the service of justice, law and peace”, appreciating “the richness of human relations, their ability to endure, to be trustworthy, to enrich our life together. Faith does not draw us away from the world or prove irrelevant to the concrete concerns of the men and women of our time” (Lumen Fidei, n. 51). With reference to these words, I wish to underline the role that you, my dear Bishops, have in this society that is Korea, a Land of high economic, social, and cultural development and in a phase of great transformation. I think of the questions regarding workers, civil liberties, a clearly taken position in defense of human life in all of its stages, the welcoming and care of migrants, special sensitivity toward refugees in providing centers for their pastoral and personal humanitarian needs, generous help for the poor, and the great responsibility of educating the young offered in so many elementary and high schools that depend on the ecclesiastical authorities. In saying all of this, it occurs to me how much we normally must do in caring for our health. The doctors advise as to what to do each time one goes in for a check-up; the same is true if we might know more profoundly and completely the state of our own health. And this is what you already do whenever, as an Episcopal Conference, you review the life of your Church and take the proper measures that integrate the pastoral action which, by divine law, each Bishop exercises in his particular Church. Here in this moment, if you will permit me, I would like to touch upon a few of the more significant aspects concerning the pastoral life we have together.
Most importantly, we consider the role and the mission of Bishops. Pope Francis, speaking to the Bishops of CELAM in Rio de Janeiro (July 28, 2013), advised them with these words: “Please take seriously our vocation as the servants of the Holy People of God”. From these words, he said further: “I wish to add here a few lines on the profile of a Bishop…Bishops must be Pastors, close to the people, fathers and brothers, with much gentleness; patient and merciful. Men who love poverty, as interior poverty as freedom before the Lord, as exterior poverty as simplicity and austerity of life. Men who…are husbands of a Church without waiting for another. Men able to keep watch over the flock entrusted to them and to their care…who have brightness and light in their hearts.” He further commented: “The place of the Bishop in standing with his people is tri-fold: in front of them to indicate the path; in their midst to maintain unity among them; and behind them to be sure that no one is left behind” (L’Osservatore Romano, July 29-30, 2013). In line with these words, allow me to recommend parish visitations, and not just on the occasion of liturgical and sacramental celebrations, vigilance in administrative transparency for the Diocese and in parishes, and greater attention to the lay faithful. At the same time, I want to show my deepest appreciation for the missionary spirit of the Church in Korea, not only ad intra, but also ad extra; it is a fact that there are hundreds of missionaries present in 80 countries who respond generously to their yearning for the evangelization of the world. Thank you, dear Brothers!
Relationships with the Priests. As we all know well, the Apostolic Constitution Lumen Gentium, concerns, in Chapter III, the hierarchical constitution of the Church, and n. 28 in particular, speaks of the relationships with Christ, with the Bishops, and with the Christian People. There, we also find the theological-pastoral basis for our rapport with our priests, who are defined by the Council as “prudent (providi) cooperators with the Episcopal Order…constitute one Priesthood with their Bishop”. As such “collaborators”, they enjoy, therefore, the right to fully participate in the pastoral ministry of the Bishop, not only through the Diocesan bodies (the various councils), but also as pastors of parishes and holders of other Diocesan offices. The Council also used in their description a qualifying adjective that is very important to choosing them: “prudent” (providi). It is therefore necessary to consider their wisdom, maintaining relationships with them that are positive as well as paternal, and when necessary, firm, having always at heart their ongoing spiritual, cultural, pastoral formation. I know that they are zealous in evangelization and in the care of their own faithful. Although I will get to see a few of them in these days, I nevertheless ask you to convey my encouragement and esteem to all of your “collaborators”.
Relationships with Seminarians. Optatum Totius, the Conciliar Decree on priestly formation, says that the Seminary is “as the heart of the Diocese” (n. 5). It is therefore correct every so often to make a check-up to see how the heart of the Diocese, or of the Dioceses - considering the two Inter-Diocesan and the five Diocesan Major Seminaries - is doing. I urge you to visit them often and to develop personal relationships with each of the students of the Diocese, because it is the first responsibility of the Bishop to admit to the Priesthood young men who are suitable and worthy, who have matured in their proper choice of life with a clear “sensus Ecclesiae”, having a love for prayer, for obedience, and for the achievement of authentic affective maturity in the choice of celibacy and mastery of self, as well as having a clear orientation in favor of the poor, as noted well in Optatum Totius (cf. nn. 9-11). Whenever you have doubts, it is not good to proceed to Ordination, for we cannot be in a hurry; it is better to wait and to first resolve every uncertainty.
Allow me one last word concerning relationships with men and women religious and with the lay faithful. With regard to religious, I encourage an attitude of dialogue and collaboration at every level and of respect in your exchanges with them. At times, the impression is given that we do not need them; but their role and their mission in the Church is not secondary, and the Church has need of their charisms. Within the Church, the principle of subsidiarity allows everyone to find their proper place and to contribute to the common good. It must be our care that, especially where there are Religious Sisters (and in Korea there are many), they should have the pastoral attention of good priests and be respected for the service they render to God, to the Church, and to their Congregations. A positive attitude is so much more beneficial and should be preferred. No less important is the fostering of the laity, a great treasure in the Church today: how many associations, initiatives, testimonies; and how much fervor the lay faithful – men, women, families, and young people – are able to instill and generate within the Church! It falls to us to protect the value of these promising and efficacious forces that the Holy Spirit has placed at our disposition. This applies all the more in this period of rapid secularization that represents an extremely intense challenge for the Church in Korea, and where ecclesiastical commitments are already abundantly absorbed with innumerable pastoral tasks for our faithful. The laity, therefore, represent an invaluable reservoir of strength to be inserted into the social, political, economic, and cultural reality, and we are well aware that it was the laity that introduced the Gospel to this Country and created the first indications of the Church in Korea. It must never be forgotten, then, that the authentic form of the visible faith is that which is ecclesial. As the Holy Father wrote in Lumen Fidei: “it is professed from within the body of Christ as a concrete communion of believers. It is against this ecclesial backdrop that faith opens the individual Christian towards all others”. As a consequence, “Faith is not a private matter, a completely individualistic notion or a personal opinion: it comes from hearing, and it is meant to find expression in words and to be proclaimed” (n. 22).
As Pastors of your Churches in Korea, you are called to be salt and light in this society (cf. Matthew 5:13-15). St. John Chrysostom, in his Homilies on the Gospel of Matthew, wrote that “It is not for your own sake, but for the world’s sake that the ministry of the Word is entrusted to you.” He added: “Do not think that you are destined for easy struggles or unimportant tasks… Not at all. Salt cannot help what is already corrupted. That is not what the Apostles did”. Also, in reference to the light, he comments that we are not the light “for only two cities or ten to twenty, nor to a single nation… but across land and sea, to the whole world” (Hom. 15, 6-7; PG 57, 231-232). Therefore, take account neither of the prestige that the Church enjoys in your Country, nor of the statistics about which we may read. There is much more to do and there is a need for intelligence and missionary bravery. Again, the Pope writes in the Encyclical Letter Lumen Fidei: “There is an urgent need, then, to see once again that faith is a light, for once the flame of faith dies out, all other lights begin to dim. The light of faith is unique, since it is capable of illuminating every aspect of human existence” (n. 4).
Before we conclude, I would like to say to all of you, dear Brothers, a final word of appreciation for your generous pastoral care, for your communion with the Holy Father, and for all of the good that you do at the universal level to support the missions throughout the world. Thank you for your positive attitude with which you have met with the faithful of North Korea, who are, at this very moment, in my thoughts and prayers. Thanks as well for the attention you have given to the Church in China. In regard to this, given the delicate situation through which they have passed, a better collaboration with our Congregation is extremely desirable.
May Christ, our Master and Lord, bless you, and, as He asked the Father to safeguard the faith of Peter, may the Father grant that the Episcopal Ministry entrusted to you be both fruitful and generous. May Mary, Queen of the Land of placid dawn and morning splendors, accompany you with her maternal protection.
October 2, 2013
+Cardinal Fernando Filoni
Prefect of the Congregation for
The Evangelization of Peoples
VATICAN CITY
Homilía de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en la misa de entrega de las distinciones “Divino Maestro” (27 de septiembre de 2013) (AICA)
La misión educativa: amor que conduce a Dios
La correspondencia de fechas y fiestas asocia hoy nuestro encuentro anual para la entrega de la distinción “Divino Maestro” con la memoria litúrgica de San Vicente de Paúl. Esta circunstancia nos invita a detenernos un momento en la figura de este hombre de Dios, campesino sencillo de las Landas, profundamente humano y muy sensible a las necesidades de la gente, de fácil trato con todos. Fue una personalidad multifacética, pero de sentido eminentemente práctico. Se lo recuerda de modo especial por la organización de las Cofradías de la Caridad, que se extendieron por toda Francia; sobresale, además, por su talento misionero. Vicente consideraba las necesidades materiales de su prójimo, que eran las más visibles; procuró remediarlas con intensa entrega y privilegiando evangélicamente a los pobres. Pensaba, sin embargo, que las necesidades espirituales, que quiso remediar mediante el desarrollo de las misiones, eran más hondas y dolorosas. Podemos decir también que fue un educador nato: de ricos y pobres, de laicos y sacerdotes; poseía espontáneamente el criterio básico de una educación digna del nombre cristiano: referirlo todo a Dios. Sabía admirar los caminos particulares de la Providencia y se ejercitaba en el abandonarse a la conducción del Señor. Esa espiritualidad teocéntrica la formó como discípulo del célebre Cardenal de Bérulle.
En esta breve reseña del alma vicentina he señalado tres notas principales: la orientación misionera, el ejercicio de la caridad y la referencia total a Dios. Estos tres valores inspiraron la obra pastoral, asistencial y educativa de Vicente, y pueden servirnos hoy como pautas para perfilar los rasgos de la educación católica; su vigencia necesaria resulta indiscutible, pero además de máxima actualidad en los tiempos que corren.
Comencemos afirmando que la tarea del educador cristiano es una misión y que se inscribe en la misión de la Iglesia, Madre y Maestra. No hablamos de misión en un sentido genérico, más o menos simbólico, sino en el sentido preciso en que solemos decir que la Iglesia existe para la misión. La fundación de órdenes y congregaciones religiosas dedicadas a la educación a lo largo de los siglos modernos, fue expresión de un fuerte dinamismo misionero y la misma intencionalidad determinó, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, el desarrollo de una extensa red de colegios parroquiales. Por supuesto que no es fácil que todos los responsables de una comunidad educativa asuman y cultiven en plenitud la conciencia de la misionalidad de su profesión, y que la misma pueda vivirse con clara identidad e ímpetu creciente. Pero indudablemente es eso lo que debemos procurar. ¡Estamos empeñados en una misión, en la misión! Como sucede en otras áreas, también la misión educativa conlleva una cuota considerable de riesgo y aventura; nunca conseguimos anticipar con certeza qué frutos se podrán lograr y cómo va a terminar todo. Pero nos empeñamos en el trabajo con inteligencia y corazón, poniendo lo mejor de nosotros mismos y una total confianza en el Señor, en el Divino Maestro, a quien intentamos hacer presente ministerialmente, a pesar de nuestras debilidades y deficiencias. El empeño ha de ser personal, de cada uno, y comunitario, de cada comunidad; debe ser sostenido durablemente, arrostrando con paciencia y fortaleza los contratiempos, las oposiciones, las múltiples dificultades. La gracia de la misión incluye el buen talante, la serenidad y la alegría. No hace falta enumerar ahora los inconvenientes específicos que caracterizan a nuestra época: los problemas de organización y administración, la actitud muchas veces reticente de parte del personal de nuestras instituciones, la peculiar situación de numerosas familias, los influjos sociales y culturales que se ejercen sobre los niños y adolescentes. Que las contrariedades no nos impresionen excesivamente; una justa mirada nos librará tanto de la ingenuidad que no deja ver las dificultades, cuanto del desaliento y el pesimismo. De todo aquello intenta triunfar el servicio del educador cristiano, que es un servicio rendido a Dios, porque es un aspecto de la transmisión de la fe a las nuevas generaciones. En el caso concreto de la escuela católica se armonizan, según la lógica de la Encarnación, el desarrollado humano que ha de verificarse en el proceso de formación de la persona y su crecimiento en la vocación y la identidad cristiana, su vivencia de la fe. Dicho de otro modo: la tarea del educador en nuestras escuelas, la misión del “maestro” –para decirlo con el título que corresponde– constituye una función pastoral, imprescindible en nuestros días, en las circunstancias exigentes y muchas veces críticas que se imponen a la presencia y a la acción eclesial en el mundo.
La tarea de la educación católica –voy ahora al segundo punto– es un ejercicio superior de caridad. Digo caridad en el sentido propiamente teológico; hablo de la virtud teologal, de la gracia del amor de Dios que transforma nuestra voluntad y la torna capaz de amar a Dios y a todos por Dios y en Dios. La cuestión clave es ésta: que en nuestras comunidades educativas reine el amor de Dios, y que ello se note. No hay nada de romántico ni de sentimental en este propósito (“obras son amores, y no buenas razones”, como dice el refrán). Pero sin duda, esa gracia del amor de caridad, que hace buena la voluntad y la orienta a la búsqueda del bien de todos, tiene también especies visibles y sensibles. Vale la pena insistir en el valor de la caridad como inspiración y forma de la tarea educativa, precisamente en la actualidad. Todos los que están relacionados con el mundo escolar saben muy bien, y sufren, cómo la agresividad y la violencia se introducen en el ámbito otrora tranquilo y protegido de la escuela; la protesta airada, el reclamo, las agresiones, son desgraciadamente muy comunes hoydía: no sólo la violencia entre los alumnos es frecuente, también la de los padres de familia para con los maestros y directivos. Es un reflejo escolar del estado anímico de excitación que reina en tantos sectores de la sociedad y que constituye un clima de tensión permanente, siempre próximo a estallar. ¿Cómo se desarma este peligrosísimo artefacto? Nosotros podemos aplicar el respeto que brota del amor, la circunspección y la templanza que dan lugar a la justicia y que pueden inspirar la respuesta aplomada y tranquila, decisiones y gestos que son poderosos en su sencillez para poner las cosas en orden. ¡Que San Vicente nos ayude con su ejemplo y su intercesión!
La pauta fundamental de la educación católica es la referencia total a Dios. Se trata de hacer presente a Dios en la comunidad educativa y de cultivar en los alumnos el sentido de Dios. Podemos encarar esta finalidad en dos ámbitos complementarios. San Agustín hablaba de dos caminos: el de la erudición y el de la vida.
Por el término clásico erudición hay que entender la instrucción en las ciencias y en las letras que se verifica en la escuela, aun en el nivel más elemental; se trata, desde una perspectiva cristiana, de la transmisión del conocimiento del hombre, del mundo y de Dios. La inclusión del subsistema educativo eclesial en el único sistema nacional de educación pública, con la obligatoriedad de diseños curriculares y contenidos, no puede consentir distracciones o descuidos respecto del carácter eventualmente agnóstico, o contrario a la moral cristiana, del material propuesto y de las publicaciones oficiales. Es preciso poner en juego una reinterpretación de tales contenidos y la difusión de bibliografía que sea seriamente científica –no el macaneo que pretende serlo- y que constituya un elemento apto para promover el diálogo entre la razón y la fe. La enseñanza de las verdades fundamentales de la fe –que la escuela católica no puede descuidar sin faltar gravemente a su misión y a la caridad- ha de desarrollarse en relación con la transmisión de los demás saberes; desde la enseñanza religiosa escolar se intenta una síntesis entre fe y cultura. No basta añadir una rápida catequesis, sino ayudar a niños y jóvenes a pensar cristianamente, a conocer a Dios nuestro Creador y nuestro Padre.
El otro ámbito, o camino, es el de la vida. Se trata en este caso de la dimensión práctica de la existencia, de la formación moral y la práctica de las virtudes humanas y cristianas, del desarrollo de la piedad religiosa y el aprendizaje de la oración, de la relación viva y personal con Dios. Ésta es la finalidad propia de la catequesis –que se distingue de la enseñanza religiosa escolar- con sus momentos sacramentales. La catequesis se inscribe, por su parte, en la acción pastoral que procura poner a los alumnos en comunión íntima con Jesucristo e irlos preparando para la realización personal de una síntesis entre fe y vida. Cito al respecto el Documento de Aparecida:
"Cuando hablamos de educación cristiana, entendemos que el maestro educa hacia un proyecto de ser humano en el que habite Jesucristo con el poder transformador de su vida nueva. Hay muchos aspectos en los que se educa y de los que consta el proyecto educativo. Hay muchos valores, pero estos valores nunca están solos, siempre forman una constelación ordenada explícita o implícitamente. Si la ordenación tiene como fundamento y término a Cristo, entonces esta educación está recapitulando todo en Cristo y es una verdadera educación cristiana; si no, puede hablar de Cristo, pero corre el riesgo de no ser cristiana (332)".
Los educadores que hoy reciben un merecido reconocimiento vienen cumpliendo ejemplarmente su misión desde hace muchos años; colaborando desde distintas tareas en la obra educativa eclesial han brindado un testimonio de exquisita caridad; han procurado hacer presente a Dios en la cotidianidad de la vida escolar. Pidamos al Señor que los conserve activos mucho tiempo más, y que les haga gustar desde ahora la recompensa por su generosidad.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata
El mensaje del papa Francisco para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2014 que se centra en la necesidad de favorecer además de en el encuentro personal, la belleza de todo lo que constituye el fundamento de nuestro camino y de nuestra vida, la belleza de la fe, la belleza del encuentro con Cristo, particularmente en esta época en la que gracias a las nuevas tecnologías la comunicación es en un cierto sentido “amplificada” y “continua”. (ZENIT)
'Comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro'
"El ser humano se expresa sobre todo mediante la capacidad de comunicar. En la comunicación y a través de ella podemos, de hecho, encontrar otras personas, nos expresamos a nosotros mismos, nuestro pensamiento, aquéllo en lo que creemos, cómo querríamos vivir y, quizá lo más importante, aprendemos a conocer a las personas con las que estamos llamados a vivir. Una comunicación semejante requiere honestidad, respeto recíproco y esfuerzo por aprender los unos de los otros; exige la capacidad de saber dialogar respetuosamente con las verdades de los otros. Efectivamente, a menudo lo que inicialmente parecía “diversidad” revela la riqueza de nuestra humanidad, y en el descubrimiento del otro encontramos también la verdad de nuestro ser.
En nuestra época se está desarrollando una nueva cultura, favorecida por la tecnología, y la comunicación es en un cierto sentido “amplificada” y “continua”. Por tanto, estamos llamados a “hacer descubrir, también a través de los medios de comunicación social, además de en el encuentro personal, la belleza de todo lo que constituye el fundamento de nuestro camino y de nuestra vida, la belleza de la fe, la belleza del encuentro con Cristo” (Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, 21 de septiembre de 2013).
En este contexto, cada uno de nosotros debería aceptar el desafío de ser auténtico, testimoniando los valores en los que cree, su identidad cristiana, su vivencia cultural, expresados mediante un lenguaje nuevo para llegar a compartirlos.
La capacidad de compartir, reflejo de nuestra participación en el Amor trinitario creativo, comunicativo y unificante, es un don que nos permite crecer en las relaciones personales, que son una bendición en nuestra vida, así como encontrar en el diálogo una respuesta a esas divisiones que crean tensiones dentro de las comunidades y entre las naciones.
La era de la globalización impone con fuerza que la comunicación pueda llegar hasta los más remotos lugares del mundo real, pero también “a los ambientes creados por las nuevas tecnologías, a las redes sociales, para hacer visible una presencia … que escucha, dialoga, anima” (Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, 21 de septiembre de 2013), de forma que nadie quede excluido.
El Mensaje para la Jornada de las Comunicaciones Sociales 2014 invita a explorar el potencial de la comunicación en un mundo siempre conectado y en red, con el fin de que las personas estén cada vez más cercanas y se construya un mundo más justo.
La Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, única jornada mundial establecida por el Concilio Vaticano II (Inter Mirifica, 1963), se celebra en muchos países, por recomendación de los obispos del mundo, el domingo anterior a la fiesta de Pentecostés (el 1 de junio en el 2014).
El Mensaje del Santo Padre para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales se publica tradicionalmente con ocasión de la festividad de San Francisco de Sales, patrono de los periodistas (24 de enero)".
Texto del micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT9 (27 de septiembre de 2013) (AICA)
El Sacerdocio Ministerial
Como todos los años, el 30 de septiembre Fiesta de San Jerónimo Patrono de la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz, se realizan en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe las ordenaciones sacerdotales. Es un día de particular gratitud y alegría en la vida de nuestra Iglesia. Esto nos habla de la vitalidad providencial de un camino que tiene su origen en el amor de Dios que tanto amó al mundo y le envío a su Hijo Jesucristo (cfr. Jn 3), y que él quiso prolongar en la vida de la Iglesia.
Cuando hablamos del sacerdocio las referencias que debemos tener presente son: Jesucristo, la Iglesia y el Mundo. Fuera de este ámbito el sacerdocio católico pierde todo sentido. Su origen es el amor de Dios, su modelo es Jesucristo, su ámbito la Iglesia y su destino el mundo. Esto requiere una mirada de fe, que no es un salto al vacío sino un apoyarse en el testimonio de Jesucristo. No se trata de un ministerio creado por la Iglesia para cumplir una función, sino de una realidad instituida por el mismo Jesucristo para continuar su misión en el mundo.
Una primera lectura del sacerdocio nos muestra ese sentido relacional entre Dios y el mundo, vivido desde la Iglesia como ámbito o lugar propio del sacerdote. Esto marca su vida con un fuerte sentido cristológico y eclesial, pero también de servicio en el mundo. Esta última referencia es la que lleva al Papa Francisco a insistir: “quiero pastores con olor a ovejas”. El sacerdote es alguien: “tomado de entre los hombre y puesto al servicio de los hombres” (cfr. Heb. 5), esto nos habla de un don pero también de una tarea. El sacerdote es presencia sacramental de Jesucristo.
Este es su límite y grandeza. No construimos el sacerdocio sino que lo recibimos, somos llamados, nos toca hacerlo visible entre los hombre por la gracia del sacramento del Orden Sagrado. No se trata de una carera que elijo, sino de un llamado que descubro y al cual he respondido. No hablamos de un ministerio eclesial en el sentido de una función que nos comunica la Iglesia al servicio de la comunidad, sino del sacerdocio ministerial de Jesucristo como una realidad única y personal que él nos confiere en la Iglesia por un sacramento.
Cuando se plantea el tema del sacerdocio desde la persona y el ministerio de Jesucristo, y no sólo como un ministerio en la Iglesia, pienso que es más fácil comprender el significado que tiene la no ordenación de mujeres, es decir, que sólo sean hombres los llamados al sacerdocio ministerial. No cabe decir que esta decisión de Jesús pertenece a la cultura de una época, por el contrario, él trató a todas las mujeres con amor y respeto, incluso a las que fueron denunciadas como pecadoras.
No podemos, además, dudar de la importancia de la Virgen María en el plan de Dios, sin embargo, no la eligió a ella para el ministerio sacerdotal. María estaba con los apóstoles y cumplió, diría, una función tal vez superior de presencia y santidad en la vida de la Iglesia naciente, pero no era sacerdote. Esto no fue un acto de discriminación de su Hijo. El distinguir la función propia de un ministerio eclesial, de la elección única y personal de un joven, de un varón, para el sacerdocio tiene su fuente en el Evangelio como en la misma tradición de la Iglesia.
Los invito este lunes 30 de septiembre a las 19 hs. en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, para unirnos y participar de la alegría de este acontecimiento eclesial. Reciban de su obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús.
Mons. José María Arancedo, Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz