S?bado, 30 de noviembre de 2013

Reflexión a las lecturas del domingo primero de Adviento - A ofrecida por el sacerdote don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"     

Domingo 1º de Adviento A

                Este domingo nos exige un pequeño esfuerzo  para acoger enseguida, lo que se nos ofrece: ¡un nuevo Año Litúrgico,  y  su primera etapa, el Tiempo de Adviento! Un nuevo Año o un Tiempo Litúrgico nuevo, constituye un don muy grande de Dios, y merece ser acogido con alegría y  gratitud, y debemos ponernos en marcha desde el primer momento.

        El Vaticano II nos dice cosas muy hermosas del Año Litúrgico (S. C. 102). Adviento es una palabra que significa venida, llegada, advenimiento…, y trata de disponer a los fieles para celebrar una Navidad auténtica.

        Cuando llegue la Navidad, muchos cristianos se dirán: “¿Lo que celebra la mayoría la gente es Navidad?  Porque en adornos, comidas, felicitaciones, regalos…, parece que se queda todo. ¡Y eso sólo no es Navidad!”

        Sabemos, por experiencia, que las fiestas del pueblo o del barrio, si no se preparan, salen mal… ¿Cómo podemos celebrar una Navidad sin el Adviento? Y las celebraciones  del  Adviento culminan en el sacramento de la Penitencia, que reciben los cristianos principalmente  unos días antes de la Navidad; y en el de la Eucaristía que hace de cada uno de nosotros un verdadero portal de Belén. Éste es el fundamento último de la alegría desbordante de la Navidad. Lo demás son manifestaciones externas, algunas magníficas y  ya tradicionales entre nosotros. Ellas  expresan y alimentan el gozo profundo del corazón.

        Y  comenzamos nuestra preparación para celebrar la primera Venida del Señor en Navidad, recordando que los cristianos vivimos siempre en un adviento continuo, porque estamos esperando siempre la Vuelta Gloriosa del Señor, como hemos venido recordando y celebrando estas últimas semanas y seguiremos haciéndolo hasta el día 17 de Diciembre, en que comienzan las  ferias  mayores de Adviento, cercana ya  la Navidad.

        Los acontecimientos de la tierra tienen todos un día y una hora, pero el Señor ha querido ocultarnos el de su Venida Gloriosa. De este modo, todas las generaciones cristianas esperan la Venida del Señor, como el acontecimiento más grande e importante.

        En el Evangelio de S. Mateo,  por el que nos vamos a  guiar este año, Jesús nos dice este domingo: “Estad en vela porque no sabéis cuándo vendrá vuestro Señor”. Y también:   “Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”.  Al mismo tiempo, el Señor nos da un pronóstico un tanto pesimista de aquel Gran Día:  Sucederá como “en tiempos de Noé. Cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos”.

        No deben sorprendernos estas palabras del Señor. El puede venir esta noche o dentro de 1000 años. No lo sabemos. Pero si viniera esta noche, ¿cómo nos encontraría? ¿Vigilantes? ¿Preparados?, ¿Esperándole…? ¿O como en los días de Noé?

        Con todo, la Venida del Señor no es una cita con el miedo, el pesimismo, la desesperanza… Todo lo contrario. En el salmo responsorial de este domingo, repetimos: “Vamos alegres a la casa del Señor”. Y esa  casa es el Cielo, hacia donde nos dirigimos como peregrinos…

S. Pablo nos dice, en la segunda lectura de este día: “Daos cuenta del momento en que vivís”.        

 ¡BUEN ADVIENTO A TODOS!


Publicado por verdenaranja @ 11:56  | Espiritualidad
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 DOMINGO 1º DE ADVIENTO A 

 MONICIONES

 

 PRIMERA LECTURA

        El profeta Isaías contempla, como desde una atalaya, los tiempos de la venida del Mesías y presenta a todos los pueblos caminando hacia Jerusalén, ciudad de Dios, figura de la Iglesia. Esta profecía hallará su cumplimiento pleno en la Vuelta Gloriosa del Señor. Escuchemos con atención.

 

SALMO

        ¡Cantemos al Señor. Jerusalén es figura del Reino de Dios, hacia el cual hemos de dirigirnos con alegría y esperanza.

 

SEGUNDA LECTURA

        El Adviento constituye una llamada muy fuerte a espabilarnos de nuestra modorra y apatía, porque la luz de Cristo que viene, brilla ya.

        Pocas palabras podríamos escuchar hoy más adecuadas a nuestra situación, que esta exhortación de S. Pablo.

 

TERCERA LECTURA

        En el Evangelio el Señor nos advierte de la necesidad de estar en vela y preparados, ante su Venida Gloriosa, para que cuando Él vuelva nos encuentre esperándole. Aclamémosle ahora con el canto del aleluya.

 

COMUNIÓN

        En la Comunión nos encontramos con Jesucristo, que está ahora glorioso en el Cielo y en el Santísimo Sacramento del Altar. Así, de algún modo, se nos anticipa en la tierra el encuentro pleno y definitivo que tendrá lugar en su Vuelta Gloriosa, como se nos recuerda en este primer domingo de Adviento. 


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Viernes, 29 de noviembre de 2013

Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, 24 de noviembre de 2013) (AICA)

Cristo Rey: plenitud de la verdad y el amor

Después que Jesús fue crucificado, el pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: "Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!". También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: "Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!". Sobre su cabeza había una inscripción: "Este es el rey de los judíos". Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros". Pero el otro lo increpaba, diciéndole: "¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo". Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino". Él le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso". (San Lucas 23,35-43)                       



Es un relato conmovedor, con hermosas palabras, que nos trae el Evangelio de San Lucas para esta festividad de Cristo Rey. Es el momento más dramático y más sublime en la historia de Israel: la crucifixión de Jesús.

En todo el relato -en esa cruz, en ese trono, en ese Reino- el Señor perdona: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, nos muestra a Cristo que vino para hacer la voluntad del Padre. Y nosotros, que queremos seguirlo, imitarlo, sin orgullo sino con humildad, respeto y temblor, también tenemos que hacer la voluntad del Padre. Lo que el Padre quiere para nosotros es lo mejor y está bien.

Esa voluntad de Dios está expresada en el amor. En el amor que es capaz de perdonar incluso al enemigo. El amor que es capaz de superar barreras, murallas, muros, conflictos, odios, resentimientos. Se define la historia en la crucifixión, muerte y resurrección de Jesucristo vivo, Cristo Rey, y también nos hace vivir a nosotros como resucitados. La expresión de cada resucitado es vivir en la plenitud de la verdad y del amor.

Pensar que el diálogo de los dos malhechores, donde uno buscaba para sí mismo, con egoísmo, como siempre está detrás la línea del fariseo, que se llena de sí mismo pero que no se ha de ocupar del otro, del misterio; el fariseo encerrado en sí mismo. En cambio el otro malhechor, que vendría a representar al publicano, se abre, reconoce, admira lo del otro y tiene una actitud de verdadero arrepentimiento. El “buen ladrón”.

Cada uno tendrá que arrepentirse -como el buen publicano-, para que la presencia del encuentro con Dios vivo cambie también nuestro corazón. Así fue Zaqueo, así fue la oración del publicano en el templo y así cada uno de nosotros tendrá que repetir, en carne y en vida, la actitud de un verdadero arrepentimiento.

Que la Fiesta de Cristo Rey reine en nuestro corazón y que podamos hacer la voluntad de Dios, podamos vivir en plenitud el amor y tengamos también el consabido arrepentimiento de nuestros límites y de nuestros pecados, para que todo se transforme en misericordia de Dios. ¡Feliz fiesta de Cristo Rey!

Les dijo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


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Carta monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas en la solemnidad de Cristo Rey (24 de noviembre de 2013). (AICA)

“Reino de Justicia, Amor Y Paz”

Al finalizar el año litúrgico y empezar a prepararnos durante el adviento para celebrar el nacimiento del Señor, en la Navidad, quiero enviar a todas las comunidades de la Diócesis una especial felicitación y agradecimiento por el fervor en la fe demostrado en la peregrinación diocesana a Loreto.

El domingo 17 de noviembre pasado fue un momento fuerte, donde nos reunimos como pueblo de Dios. La alegría de nuestros Jóvenes, de tantas familias en una peregrinación de miles de personas, a pié, en bicicletas, colectivos, autos y motos… Fue una verdadera expresión de la fe de nuestro pueblo. Agradezco a los medios de comunicación que hicieron presente Loreto en la Provincia. Quiero agradecer especialmente a los sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas, que acompañaron a las comunidades, en ellos encontramos verdaderos animadores de nuestra evangelización. Todo esto nos señala buenos augurios, para introducirnos en la cotidianidad de la evangelización del discipulado y la misión.

En Loreto manifestamos que queremos ser los evangelizadores de los próximos meses y años, con una fe encendida en el compromiso de una Iglesia que quiere amar y ponerlo a Jesucristo, Rey del Universo en el centro de nuestra historia en Misiones y en nuestra Patria. Que estamos dispuestos a avanzar en “la conversión pastoral y renovación misionera” de nuestros agentes pastorales y estructuras de nuestras comunidades. En Loreto quedó claro que aún en medio de las dificultades no bajaremos los brazos y estamos dispuestos en la Esperanza a evangelizar en este inicio del siglo XXI.
Subrayo que este domingo celebramos a “Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo”, y desde el próximo domingo empezaremos a prepararnos para celebrar la Navidad, el nacimiento de Jesús y lo haremos durante varias semanas en el llamado tiempo de Adviento.

Esta celebración de “Cristo Rey puede confundir a varios, asociando esta denominación con un mero poder temporal o bien la fastuocidad de algunos reyes contemporáneos. Tampoco en la época de Jesús entendían demasiado que tipo de reinado tenía Jesús y como era su Reino. Pilato en el Evangelio de este domingo (Jn. 18,33b-37), expresa lo confundido que estaba sobre la realeza que tenía el Señor: “Pilato le dijo: ¿Entonces tu eres Rey? Jesús respondió: tú lo dices. Yo soy Rey” (Jn. 18,37). De todas maneras el Señor explica a Pilato, algo que seguramente por su alejamiento de Dios y ceguera, éste no podía comprender: “Mi realeza no es de este mundo…” (Jn. 18,35).

No es fácil captar “el núcleo” del cristianismo. La pequeñez, como camino a la grandeza del espíritu, el tener alma de pobre, para pertenecer al reino, el morir para vivir en la condición de Hijos de Dios y acceder a la vida eterna. Esto exige la fe para comprenderlo y dicha comprensión se hace más difícil en un contexto muchas veces plagado de propuestas excesivamente materialistas y sin valores, donde la verdad se desdibuja por el individualismo y relativismo, sin percibir que sin algunos valores como la vida, la solidaridad, la familia… será muy difícil generar un tiempo mejor. ¿Es posible tener esperanza y creer que podremos construir una cultura con valores? No dudamos en responder que sí, que es posible. La gracia de Dios obra en todos lados, donde quiere, y esto lo demuestra el testimonio de tantos hermanos y hermanas del pasado y del presente.

El Evangelio de este domingo nos muestra la figura de Pilato confundido por donde pasaba el reinado de Jesús y cuál era su mensaje. Nuestro tiempo necesita que los cristianos podamos tener simplicidad de corazón para comprender y anunciar este Reino de Jesús “el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas


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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del primer domingo de Adviento - A

 Con los ojos abiertos

Las primeras comunidades cristianas vivieron años muy difíciles. Perdidos en el vasto Imperio de Roma, en medio de conflictos y persecuciones, aquellos cristianos buscaban fuerza y aliento esperando la pronta venida de Jesús y recordando sus palabras: Vigilad. Vivid despiertos. Tened los ojos abiertos. Estad alerta.

¿Significan todavía algo para nosotros las llamadas de Jesús a vivir despiertos? ¿Qué es hoy para los cristianos poner nuestra esperanza en Dios viviendo con los ojos abiertos? ¿Dejaremos que se agote definitivamente en nuestro mundo secular la esperanza en una última justicia de Dios para esa inmensa mayoría de víctimas inocentes que sufren sin culpa alguna?

Precisamente, la manera más fácil de falsear la esperanza cristiana es esperar de Dios nuestra salvación eterna, mientras damos la espalda al sufrimiento que hay ahora mismo en el mundo. Un día tendremos que reconocer nuestra ceguera ante Cristo Juez: ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento, extranjero o desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te asistimos? Este será nuestro dialogo final con él si vivimos con los ojos cerrados.

Hemos de despertar y abrir bien los ojos. Vivir vigilantes para mirar más allá de nuestros pequeños intereses y preocupaciones. La esperanza del cristiano no es una actitud ciega, pues no olvida nunca a los que sufren. La espiritualidad cristiana no consiste solo en una mirada hacia el interior, pues su corazón está atento a quienes viven abandonados a su suerte.

En las comunidades cristianas hemos de cuidar cada vez más que nuestro modo de vivir la esperanza no nos lleve a la indiferencia o el olvido de los pobres. No podemos aislarnos en la religión para no oír el clamor de los que mueren diariamente de hambre. No nos está permitido alimentar nuestra ilusión de inocencia para defender nuestra tranquilidad.

Una esperanza en Dios, que se olvida de los que viven en esta tierra sin poder esperar nada, ¿no puede ser considerada como una versión religiosa de cierto optimismo a toda costa, vivido sin lucidez ni responsabilidad? Una búsqueda de la propia salvación eterna de espaldas a los que sufren, ¿no puede ser acusada de ser un sutil “egoísmo alargado hacia el más allá”?

Probablemente, la poca sensibilidad al sufrimiento inmenso que hay en el mundo es uno de los síntomas más graves del envejecimiento del cristianismo actual. Cuando el Papa Francisco reclama “una Iglesia más pobre y de los pobres”, nos está gritando su mensaje más importante a los cristianos de los países del bienestar.

José Antonio Pagola

1 de diciembre de 2013
1 Adviento(A)
Mateo, 24, 37-44 


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Jueves, 28 de noviembre de 2013

IV Congreso Misionero Americano (CAM 4) IX Congreso Misionero Latinoamericano (COMLA 9) 

Tema: «Discípulos misioneros de Jesucristo desde América, en un mundo secularizado y pluricultural». 

Venezuela – Maracaibo 26 nov. – 1° dic. 2013

 

Queridos hermanos y hermanas: 

Iniciamos este Congreso dirigiendo un pensamiento al Santo Padre, el Papa Francisco, que a través de mi persona se hace presente entre nosotros. Le agradezco profundamente que me haya querido como su Delegado Extraordinario, y a todos ustedes les transmito su saludo y su bendición. 

Permítanme, además, que dirija un saludo fraterno y agradecido a Su Excia. Mons. Ubaldo Ramón Santana Sequela, F.M.I., Arzobispo Metropolitano de Maracaibo, a los eminentísimos Cardenales y a los excelentísimos Obispos aquí presente, así como a todos ustedes que vienen de todos los rincones de América. A ustedes mi saludo lleno de afecto, de estima y de agradecimiento, de manera particular a todos cuantos con generosidad han preparado este Encuentro y trabajan  que tenga éxito. 

1)       Queremos contemplar este momento que estamos celebrando con los mismos ojos de Jesús que, fijando los de sus discípulos, les vio bastante necesitados de un momento de paz y de reflexión, y les llamó a un lugar apartado: «Los apóstoles –dice el Evangelio de Marcos– se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. El, entonces, les dice: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco». Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas» (Mc 6, 30–34). De este pasaje evangélico, que tiene como horizonte la misionariedad de la comunidad apostólica, quisiera tomar algunos motivos de reflexión.

a) La centralidad de la persona y de la misión de Jesús: «Los apóstoles se reunieron con Jesús».

b)La misionariedad de los Apóstoles está sometida a la verificación del Señor y al conocimiento de los otros con–discípulos, para que la predicación y el actuar no fueran cosas inútiles: «le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado».

c) El papel de la vida espiritual: Jesús llama a la oración, y lleva consigo a los discípulos «aparte, a un lugar solitario».

d) La reacción de la gente, atraída por la predicación diferente y por el Maestro que atrae: «fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos ».

e) La reacción de Jesús ante la muchedumbre que lo buscaba: «estaban como ovejas que no tienen pastor». 

2) A ocho meses de la elección del Papa Francisco, el primer Papa latinoamericano, no podemos no reflexionar sobre tal acontecimiento, que toca no solamente a la Iglesia particular de Roma de la que es Obispo, como ha mostrado desde el primer momento de su elección, sino a toda la Iglesia, como Pastor universal, y al mundo entero. Pero pienso que toda de manera particular al Continente americano y latinoamericano de que proviene, por cultura, por formación y por experiencia pastoral. El nuevo modo de proponerse como pastor y Padre, con su característica de VER, JUZGAR y ACTUAR, es decir, el relacionarse con las personas, el situarse ante las problemáticas de la Iglesia y del mundo, son su estilo de vida, mientras que sus gestos humanos y sacerdotales suscitan atención, tocan los corazones y no pocas conciencias y contagian a tantos pastores. Es un estilo ya indicado en la Conferencia de Aparecida, que mostró en el «discipulado misionero» la manera de ser Iglesia en la sociedad, para que los pueblos latinoamericanos y no solamente ellos, tengan vida plena. Quiero subrayar que desde los primeros momentos de su Pontificado el Papa Francisco ha hablado de la misionariedad y del testimonio incluso heroico, que, a veces, llega hasta el martirio. Una Iglesia misionera que tiene como primera tarea el anuncio del Evangelio y de la misericordia de Dios, sin límites, manifestada en la Persona de Jesús. Una Iglesia al servicio en las periferias existenciales de los pobres y entre las llagas de la sociedad. Una Iglesia que sabe ser compasiva, tierna, de comunión y de fraternidad. 

3) La centralidad en la misionariedad –lo sabemos bien– pertenece a Cristo, el Señor que camina en medio de nosotros, que ora al Padre y nos envía al Espíritu Santo. Pero esto, el mensaje misionero y el testimonio de quien lo lleva, suscita, en quien lo escucha y lo acoge, alegría y voluntad de participación para salir de sí mismo, para donar lo que a nuestra vez hemos recibido, asumiendo, al mismo tiempo, nuestra responsabilidad, e implicándonos en los dramas de las personas de nuestro tiempo: pensemos en los dramas de la falta de trabajo, de la miseria, de las enfermedades, de la esclavitud de la droga, de las migraciones causadas por las situaciones de pobreza o de persecución, en las familias divididas, en discapacitados con mayor o menor gravedad, las depresiones psíquicas, en las víctimas de las violencias, en los presos, discriminados por condiciones étnico raciales, a las minorías, a las víctimas de la ignorancia… ante una tal, enorme misión, nos preguntamos si yo soy capaz de aceptar el desafío que también el Papa propone, más aún, promueve, partiendo precisamente el misterio de Cristo, pobre y sufriente. 

4) Al comienzo de la Misa del domingo 28 de julio en la playa de Copacabana, el arzobispo Orani João Tempesta, en Río de Janeiro, ha dicho que esta celebración conclusiva de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) no era «una celebración de despedida, sino de partida para la misión y, por eso, una celebración de envío» (L’Osservatore Romano, 29/30 de julio de 2013). Quisiera ahora, volver a partir aquí, en Maracaibo, de ese punto de partida. Efectivamente, no estamos hablando o tratando de cosas diferentes, sino del mismo compromiso misionero y, por eso, decía el arzobispo, «todos somos invitados y enviado en misión» (ib.), asumiendo «el compromiso de ser evangelizadores» (ib.). Por eso el Papa Francisco entregó a los jóvenes la antorcha de la evangelización, «para hacer discípulos a todos los pueblos en este mundo, tan complejo y con tantas desigualdades» que sufre de pobrezas todavía peores, y, por último, de la falta del rostro del Cristo Redentor. Por esto el Pontífice sitúa en el centro del mensaje misionero de la Iglesia a Cristo Redentor, de manera que el corazón de cas misionero, como el de los discípulos de Emaús o el de María de Magdalena, o de Pedro, pueda latir fuertemente, y un melancólico caminar se transforma en alegre y veloz anuncio: «Hemos visto al Señor vivo» (Mt 28, 8; Jn 20, 18; Lc 24, 35). Y aquí no puedo hacer a menos de repetir las mismas palabras del Papa Francisco en la conclusión de la JMJ, cuando ante tres millones de jóvenes ha dicho: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Con estas palabras… quisiera que este mandato de Cristo: «Vayan», resonara en ustedes jóvenes de la Iglesia en América Latina… América Latina, el mundo tiene necesidad de Cristo… Este continente ha recibido el anuncio del evangelio, que ha marcado su camino y ha dado mucho fruto. Ahora este anuncio se os ha confiado también a ustedes, para que resuene con renovada fuerza. La Iglesia necesita de ustedes, del entusiasmo, la creatividad y la alegría que les caracteriza» (Homilía del Santo Padre Francisco en la misa de conclusión de la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud, 28 de julio de 2013). Y aquí me permito ampliar: ¡no solamente América Latina, sino toda América! 

5) Hablando a los Obispos del Comité de Coordinación del CELAM en Río de Janeiro, el domingo 28, el Papa, refiriéndose a la V Conferencia, la de Aparecida en 2006, ha hablado de la misionariedad, tanto de la así llamada ad intra, es decir, en América Latina y el Caribe, como a la así llamada ad extra, es decir, la que se refiere a otros lugares y continentes. El Papa explicaba: en Aparecida se pusieron «en común las preocupaciones de los Pastores ante el cambio de época y la necesidad de renovar la vida discipular (ad intra) y misionera (ad extra) con la que Cristo fundó la Iglesia». Como consecuencia, Aparecida trató del empeño en la misión de manera amplia y clara criticando las tentaciones, como, por ejemplo, a) la «ideologización del mensaje evangélico», que busca una hermenéutica fuera del mensaje evangélico mismo; b) el «reduccionismo socializante», casi una hermenéutica según las ciencias sociales, hasta las categorizaciones marxistas; c) la «ideologización psicológica», como una hermenéutica elitista; d) la visión «gnóstica», con una hermenéutica de la división entre iluminados y no iluminados; e) la visión «pelagiana», casi una hermenéutica restauracionista. Al contrario, el Papa propone un «discipulado misionero», que pone a Jesús en el centro, es decir: a) el encuentro, b) la llamada o invitación, c) el seguimiento. La consecuencia es un «discipulado misionero» en tensión hacia las periferias (es decir, no autorreferencial), sean éstas existenciales o reales. Aquí, me parece, se integra bien el tema de este IV Congreso Misionero Americano y del IX Congreso Misionero Latinoamericano: «Discípulos misioneros de Jesucristo desde América, en un mundo secularizado y pluricultural». 

6)       Las palabras finales del Instrumento de Participación al CAM 4 – COMLA 9 son bastante significativas: «América Misionera se llena de entusiasmo, valentía y creatividad y se lanza a compartir su fe: “Vayamos y hagamos discípulos de todos los pueblos” (Mt 28). Que este Congreso sea para todos y cada uno de nosotros un Pentecostés que nos lance a compartir nuestra fe en Jesucristo en cada uno de nuestros países y más allá de ellos». Este es mi deseo efectivamente, el objetivo y la orientación de la celebración de este Congreso, que se sitúa en la línea pastoral–misionera que ha caracterizado el continente en estas décadas, es el de lanzar de manera específica la missio ad Gentes. El Congreso misionero que tuvo lugar en Quito, en Ecuador, hace cinco años, lanzó la Misión continental, fruto de la decisión que el CELAM tomó en Aparecida. Ahora este Congreso quiere proseguir ese mismo camino, pero, sobre todo, ponerse en la línea de la visión y de la misión pastoral del Papa Francisco, que con vosotros piensa en «Discípulos misioneros de Jesucristo desde América, en un mundo secularizado y pluricultural». No me propongo entrar en los detalles de los contenidos que serán objeto de este Congreso, preparado con una larga y vasta participación de tantas comunidades cristianas en américa Latina, en el Caribe y en América del Norte. Este Congreso, podemos decir, es como la etapa conclusiva, la síntesis del trabajo de animación y formación que las Iglesias locales han realizado en estos años. 

7)       Como Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, entiendo detenerme en la evangelización ad Gentes, y, de manera particular, en la así llamada ad extra, entendida como responsabilidad que todas las Iglesias particulares tienen del anuncio del Evangelio en los territorios donde el Evangelio todavía no ha llegado, o ha llegado desde hace poco, o allí donde todavía no se ha consolidado. En el Instrumento de Participación se dice que la evangelización ad Gentes, ad extra debe caracterizar este Congreso y proyectarlo hacia fuera de las propias fronteras para extender el Reino de Dios en regiones de mayoría no cristiana o que han perdido la fe: «Queremos un Congreso abierto a la Misión ad Gentes. … Queremos una América Misionera hacia adentro y hacia afuera. El CAM 4 – COMLA 9 debe ser un momento de renovación de nuestro compromiso misionero con nuestras Iglesias y con las Iglesias que hacen el primer anuncio del Evangelio en otros países y en otras situaciones socioculturales» (n. 6). La missio ad Gentes ad extra es lo que justifica los Congresos Misioneros, que se han convertido en una cita obligatoria de nuestras Iglesias. Son un momento de gracia para nuestras Iglesias, que se sienten interpeladas a responder con generosidad a aquél mandamiento de Cristo de ir a todas las naciones y hacer discípulos de todos los pueblos, hasta las extremidades de la tierra. Al mismo tiempo, son puntos de partida y de referencia para la participación en la evangelización efectiva y en la animación misionera de nuestras comunidades, porque cada Congreso, en las reflexiones misionológicas, en los trabajos de grupo sobre los grandes temas misioneros, en la oración, en la liturgia, en los símbolos, en las experiencias y testimonios y en el envío de misioneros, han que las comunidades católicas participen, suscita y forma su conciencia misionera y proyecta las perspectivas y el camino para realizarlas. Estoy convencido de que este Congreso suscitará en las Iglesias de América una gran pasión por la misión universal, convencidos como estamos, que la missio ad Gentes, y de manera particular aquella ad extra, es también el medio más eficaz para volver a dar vitalidad y entusiasmo a nuestras comunidades católicas. Efectivamente, esta misión conserva todavía una fuerza agregadora y propulsiva. 

8)       He aquí algunos puntos para nuestra reflexión: en estas décadas, el ideal y la praxis de la misión han estado sometidas a un continuo proceso de transformación. La evangelización, más que todos los otros compromisos pastorales de la Iglesia, ha sufrido repercusiones importantes a causa de los cambios de los modelos culturales, de los cambios sociales y de los nuevos contextos eclesiales y tecnológicos. Ha sido una fatiga que a veces ha cuestionado la validez misma de la missio ad Gentes, y que ha obligado a la Iglesia a reflexionar sobre su existencia y sobre su actividad ha dado que lo que se ha puesto en cuestión ha sido la manera de ser Iglesia. Por esto es urgente y necesario volver a leer e interpretar todo el misterio cristiano, y volver a afirmar la centralidad y la unicidad de Cristo mediador y salvador. Es verdad, desde el principio la Iglesia ha reconocido y respetado cuanto de bueno tenían culturas y religiones. Ya Eusebio de Cesarea en el siglo IV, hablando de las culturas y las religiones no cristianas, decía que podían constituir una praeperatio evangelica, porque «La Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero, que entre ellos se da, como preparación evangélica» para acoger el Evangelio», (LG 16, cfr. Eusebio de Cesarea Praeparatio Evangelica 11, 1: PG 21, 28 AB). Por lo que también en el decreto conciliar Nostra Aetae 2 se insiste: «La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres». Sin embargo, una cierta “teología” de las religiones, una visión relativizadora de la salvación y la globalización de la fenomenología religiosa han hecho que el compromiso de los fieles con la actividad evangelizadora sea a menudo menos inderogable. Por eso es necesario aludir a la situación existencias para después volver a afirmar algunas verdades. 

La fe y la missio ad Gentes se encuentran hoy ante un mundo obligado a medirse y a afrontar nuevos desafíos. Es una época post–ideológica ya vislumbrada por el Concilio Vaticano II, testimoniada por los análisis socio–culturales y socio–religiosos que las Iglesias locales de todo el mundo han  realizado, aunque con características no homogéneas. Consiguientemente, el paradigma tradicional de la evangelización no ha parecido siempre eficaz. En verdad, la evangelización es una misión in fieri, constantemente abierta a las indicaciones del Espíritu y al contexto histórico de los grupos humanos. Exige creatividad continua y, por eso, sometida a una revisión de mentalidad, de metodología, para su renovación. Lo afirma la Evangelii Nuntiandi, cuando la indica como una actividad multiforme, dinámica, que se puede describir, pero no dar una definición. Consiguientemente, para ser eficaz está llamada a revisar métodos y actividades, a ser creativa en las formas y en los criterios. 

En las relaciones Iglesia – Mundo se ha puesto de manifiesto, como nunca antes, la ruptura entre cultura y fe, sobre todo en las sociedades más secularizadas, propiciando a veces el rechazo de todo el pasado, hasta el punto que los bautizados ya no consiguen integrar el mensaje cristiano en su vida de cada día. Nuestra generación se caracteriza así por una angustiosa búsqueda de sentido. Y la Iglesia se siente implicada de manera apasionada y solidaria con la historia de la humanidad, compañera de camino, que muchas veces es incluso trágico. A 50 años del Concilio, hoy vemos bien cómo el decreto Ad Gentes debe ser leído y comprendido a la luz de la Lumen Gentium y de la Gaudium et Spes, que ju tas indican el contenido, el camino y la perspectiva de la misión evangelizadora. La misión de la Iglesia acompaña y se hace compañera de la humanidad, y nuestra acción debe injertarse en este proceso global y empeñarse en todo eso que es humano para conducirlo al conocimiento y a la amistad de Dios en Cristo. Debe caminar con la humanidad hacia el Cristo glorioso, como dicen los Padres de la Iglesia. 

La participación de todas las Iglesias a la misión universal significa que todas las Iglesias son para todo el mundo. A la Iglesia, a todas las Iglesias particulares y a todos en la Iglesia, les ha sido confiada la tarea de evangelizar hasta los extremos confines de la tierra. Se trata de la universalidad de la misión que Cristo ha confiado a su comunidad: universalidad de los protagonistas misioneros y universalidad de los destinatarios de la evangelización. Toda la Iglesia y todas las Iglesias particulares tienen como tarea prioritaria, absoluta, que justifica su existencia, solamente en esto: ir y anunciar el Reino de Dios, manifestado en Cristo, en un contexto de comunión misionera con los pueblos del mundo. 

Esta conciencia misionera se ha vuelto a poner en marcha por la reflexión del Vaticano II y por la praxis eclesial de estos últimos 50 años: pienso al ministerio previsor de Pablo VI (Evangelii nuntiandi), al itinerante de Juan Pablo II (Redemptoris missio), a la reflexión teológica de Benedicto XVI (Verbum Domini) y ahora al de Francisco (Lumen fidei). Así pues, se han reafirmado con claridad algunas verdades fundamentales: 

Cristo es la luz de las Gentes. La Iglesia no brilla con luz propia, no tiene en sí misma su ser y su consistencia, sino que depende absolutamente de Cristo, que deber ser su punto de referencia constante, caminando sobre las huellas de su luz. La Iglesia es el organismo vivo a través del cual Cristo continúa su misión salvífica en nombre de su Padre, con la energía del Espíritu Santo. 

Esta Iglesia existe para la humanidad. Como comunidad convocada por la Trinidad, la Iglesia es la voz doxológica de la humanidad y del universo, es el signo o sacramento de la humanidad salvada (pueblo santo de Dios, reino de sacerdotes) que debe testimoniar y proclamar la salvación de Dios (pueblo de profetas). Pero debe hacerlo a la manera de Dios, que ha enviado a su Hijo, que ha tomado carne humana de María, ha descendido a las raíces más oscuras y limitadoras de la humanidad, compartiéndolo todo, incluso el abandono de su Padre, que lo ha entregado a la muerte de cruz. 

Toda la Iglesia, incluso sus expresiones culturales y sociales, está consagrada a la misión. Es siempre una Iglesia local, una comunidad concreta, histórica, de discípulos, que ora, que anuncia, que interpreta y, a la luz de su Señor, ilumina y se injerta en el curso de la historia de la humanidad, para estar en medio de todos los pueblos. La Iglesia local es la Iglesia universal que planta su tienda entre la gente. 

Esta Iglesia local es aquél pueblo escogido entre las gentes, convocada en la unidad del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. El Apóstol Pablo escribía: los Romanos son llamados por Jesucristo entre las gentes, son amados y santos por vocación (Rm 1, 1. 5); los Corintios son santificados en Cristo Jesús, llamados también ellos a ser santos (1 Cor 1, 2); los Tesalonicenses son por Él elegidos de entre las gentes (1 Tes 1, 4), y en Jerusalén Dios se había escogido un pueblo entre los paganos para consagrarlo a sí (Hch 15, 14). A tales estupendas expresiones parece hacer eco la Lumen Gentium cuando escribe: «Los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del Espíritu Santo, para que por medio de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz admirable (cfr. 1 Pe 2, 4–10)» (LG 10), por lo que se deduce que «se da una verdadera igualdad entre todos en lo referente a la dignidad y a la acción común de todos los fieles para la edificación del Cuerpo de Cristo» (LG 32). Pero el escenario en el que hoy estamos llamados a edificar el Cuerpo de Cristo es ese donde de siete mil millones de personas, al menos cinco mil millones no han recibido el Evangelio, y esto hace ver qué inmenso es todavía el campo en el que debemos trabajar, custodiando en nosotros mismos la misma inquietud de Pablo, que sueña con el macedonio que grita: «Pasa a Macedonia y ayúdanos» (Hch 16, 9). 

9)       En la obra de evangelización existe una responsabilidad misionera de todas las Iglesias. Todas las comunidades cristianas, como vasos comunicantes, comparten de varias formas y manera la única misión universal. Todas las Iglesias, juntas, en misión. En la actualidad ya es común la convicción de que una persona, una diócesis, una orden o una congregación religiosa no son verdaderamente auténticas si no se injertan en la estela de la missio ad Gentes. Y es interesante cómo esta conciencia está haciendo crecer en nuestros días un fuerte movimiento misionero: pienso en el gran impulso de los sacerdotes Fidei donum, en las órdenes contemplativas, que han establecido comunidades en territorios de misión, en los miles de laicos y laicas que, así como en numerosos núcleos familiares que casi se trasplantan en lugares diferentes de los que les son propios, en los numerosos movimientos eclesiales con un fuerte impulso misionero. Escribía el Beato Juan Pablo II el 7 de diciembre de 1990 en la Redemptoris missio: «Muchos son ya los frutos misioneros del Concilio: se han multiplicado las Iglesias locales provistas de Obispo, clero y personal apostólico propios; se va logrando una inserción más profunda de las comunidades cristianas en la vida de los pueblos; la comunión entre las Iglesias lleva a un intercambio eficaz de bienes y dones espirituales; la labor evangelizadora de los laicos está cambiando la vida eclesial; las Iglesias particulares se muestran abiertas al encuentro, al diálogo y a la colaboración con los miembros de otras Iglesias cristianas y de otras religiones. Sobre todo, se está afianzando una conciencia nueva: la misión atañe a todos los cristianos, a todas las diócesis y parroquias, a las instituciones y asociaciones eclesiales» (RMI 2). La missio ad Gentes, pues, es un asunto de cada fiel, de cada comunidad cristiana, de cada Iglesia particular. La corresponsabilidad misionera de las Iglesias se muestra real solamente si hay miembros que de una Iglesia particular van a otra para la evangelización. Sin envío la corresponsabilidad estaría vacía de sentido, y nuestro trabajo se reduciría, en el mejor de los casos, a una sencilla recogida de fondos. 

10)     La cooperación misionera significa empeño efectivo en la evangelización. Acabo de mencionar la Carta encíclica Redemptoris Missio, que a veinticinco años del Concilio se había convertido en una intérprete acreditada de algunas crisis externas e internas a la misma Iglesia, que no pocas veces habían «debilitado el impulso misionero de la Iglesia hacia los no cristianos, lo cual es un hecho que debe preocupar a todos los creyentes en Cristo» (RMI 2). No quiero detenerme en una crítica autolesionista y en la problemática sobre la misión evangelizadora, de la que habla el mismo documento pontificio, porque son ampliamente conocidas y muchos de sus efectos llegan hasta nuestros días. Me interesa centrar la atención en la tendencia seria que atenaza a las Iglesias particulares y que las inducen a encerrarse en sí mismas, preocupadas por sus propias necesidades e inmersos con los desafíos no simples que la humanidad al cristianismo. La misión –se escucha repetir a menudo a los Obispos preocupados– está aquí. Pero la experiencia nos dice que de esta manera no se va muy lejos, porque una buena solución para volver a dar vida a las comunidades cristianas es precisamente la missio ad Gentes. Efectivamente, la fe se refuerza dándola. Si una diócesis, una comunidad cristiana no se sitúa en el surco de la evangelización, está en crisis. Todos vosotros, provenientes de las Iglesias del Continente Americano, clero y laicos, sois representantes y signo de la catolicidad de la Iglesia, que se concretiza en el respiro universal de la misión apostólica, hasta los extremos confines de la tierra y hasta el fin del mundo (Cfr. Hch 1, 8, Mt 28, 20), para que ningún pueblo o ambiente sean privados de la luz y de la gracia de Cristo. Este es el sentido, la trayectoria del camino histórico, la misión y la esperanza de la Iglesia de América y del Caribe. Vuestra alegría, vuestro entusiasmo por la misión debe ser una realidad contagiosa, tanto para el continente Americano, como para todo el mundo. 

11)     Evangelizar siempre. También hoy, más aún, sobre todo en nuestro tiempo, existe la necesidad y la urgencia de evangelizar, porque el anuncio del Evangelio es siempre una buena nueva que lleva la salvación a todos los hombres y tiende a crear paz y respeto entre las personas y los pueblos. Evangelizar, en una palabra, es un acto de amor. Es infundir un manantial siempre nuevo de luz y de vida en la humanidad. Es una actividad que ilumina toda la existencia del hombre. A quien ha vivido y vive en media a situaciones dramáticas de la humanidad, le es a veces difícil creer, de todo corazón y totalmente convencido, de que Dios ame verdaderamente esta humanidad. El escenario que más a menudo hace de telón de fondo y en el que se da la actividad evangelizadora es el de quien vive en el sufrimiento más atroz. El apóstol que se encuentra en las fronteras asiste al sufrimiento de una multitud de personas, y, entre ellas, de las clases más débiles de la sociedad, niños y mujeres, que mueren de hambre, de sed, por la violencia, las enfermedades. Hierve de indignación ante el espectáculo de campos de refugiados, donde se encuentran amontonadas personas que han huido de situaciones de guerra. No soporta el drama de las violencias, de los genocidios, de la masa de desheredados, de gente en fuga, sin la certeza de sobrevivir. Todo esto crea una rabia interior contra las injusticias, la corrupción de los poderosos, la prepotencia de los poderes fuertes, que dominan la vida de los seres humanos. Hace que sea impaciente y, porque la piedad le puede, invoca todos los medios posibles para derrotar los poderes que causan tanto sufrimiento. Su fe está puesta a prueba, y se pregunta si esta es la manera en el que Dios manifiesta verdaderamente su amor por esta humanidad. Quien trabaja en los confines antropológicos de la humanidad a menudo sufre la tentación de perder la percepción de la presencia concreta de Dios, de su acción en el mundo, y se pregunta: «¿por qué, Señor permites todo esto, si es verdad que tú existes y amas al ser humano que tú has creado a tu imagen? El riesgo es que se vaya deslizando hacia una incredulidad secularizada, y la misión se convierta en una actividad simplemente humana y no en una missio Dei. 

12)     La misión de anunciar el Evangelio a las gentes es también juicio crítico sobre las transformaciones mundiales que están cambiando cualitativamente la cultura de la humanidad. La Iglesia, presente y activa en las fronteras geográficas y antropológicas de la humanidad, es portadora de un mensaje que cala en la historia, donde proclama valores inalienables de la persona, con el anuncio y el testimonio del designio salvífico de Dios, hecho visible y operante en Cristo. La predicación del Evangelio es la llamada a la libertad de los hijos de Dios, para una construcción de la sociedad justa y solidaria. Quien participa en la misión de Cristo, se encuentra inevitablemente en la tribulación, en la contradicción y en el sufrimiento, porque se enfrenta con las resistencias de los poderes fuertes ce este mundo, mientras sus armas son la pobreza de Cristo y la debilidad de la cruz. La misión ad Gentes exige a la Iglesia y a los misioneros que acepten los instrumentos del propio ministerio: la pobreza evangélica, que confiere la libertad de predicar con valentía y franqueza; la no violencia, por la cual todo lo sufren en nombre del evangelio; la disponibilidad a dar la propia vida por el nombre de Cristo y por amor de los hombres. 

13)     Misión universal. Aparecida ha reconocido, confirmado y relanzado no solamente la misión continental, sino también en todo el mundo, ya que la Iglesia tiene «una misión para comunicar vida» (Aparecida Cap. 7.1.4), lo que exige una conversión pastoral y una renovación misionera de las comunidades (Cap. 7, 2). En el documento se dice también que «el mundo espera de nuestra Iglesia latinoamericana y caribeña un compromiso más significativo con la misión universal en todos los Continentes. Para no caer en la trampa de encerrarnos en nosotros mismos, debemos formarnos como discípulos misioneros sin fronteras, dispuestos a ir “a la otra orilla”, aquélla en la que Cristo no es aún reconocido como Dios y Señor, y la Iglesia no está todavía presente» (ibíd. 376). Aunque la Iglesia latinoamericano necesita ella misma misioneros de otras Iglesias, y recursos económicos, continúa siendo fiel a la declaración que hizo en Puebla, de dar desde su pobreza y desde la alegría de su fe. Sin duda, en algunos países como Estados Unidos, México, Colombia, Brasil, Argentina, por citar solamente algunos, la missio ad Gentes ha experimentado un desarrollo significativo. Sacerdotes Fidei donum, religiosos y religiosas empeñan su vida en llevar el Evangelio a los países africanos y asiáticos. Notable es también el movimiento misionero laical, aunque no siempre consigue desarrollar la dimensión misionera por falta de específicos centros de formación y de recursos económicos. Pero en general, la impresión es que la Iglesia americana, en su conjunto, está todavía lejos de realizar el sueño de Juan Pablo II, que la quería como una gran fuerza misionera para el mundo. A veces aparece todavía demasiado preocupada de sí misma. En verdad, la misma misión continental, de la que el papa Benedicto XVI se alegraba, debería ser una condición para lanzarse a la missio ad Gentes; mucho depende si nosotros estamos en grado de mostrar a los fieles la belleza de esta opción y sabemos motivar su sentido de la participación y de la corresponsabilidad. 

Casi a modo de conclusión, me pregunto si el continente americano, –que ha sabido dar hoy, en el contexto de la Iglesia católica, un Papa latinoamericano como Pastor universal para sí y para el mundo–, tiene una misión especial no solamente en el contexto de América misma, sino también en la missio ad Gentes y hacia un mundo secularizado y multicultural. ¿Podemos pensar que las enormes potencialidades que tiene este continente, se agoten sólo en un ámbito regional y no esté en grado de influir profundamente en un mundo sin Cristo o secularizado y multicultural, donde las numerosas ideologías postcomunistas, secularistas, elitistas, invadentes y bien equipadas parece que no quieren dejar ningún espacio al Cristo y a su Evangelio? «Yo estoy a la puerta y llamo» (Ap 3, 20). Pero tú, Señor, ¿quieres entrar o salir? En la perspectiva misionera, evidentemente quiere salir. Es decir, en verdad, quiere abrir la puerta y salir al mundo. Quien le ha conocido y le ha acogido, sabe que quiere salir, mientras murmura: «También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir» (Jn 10, 16). Por eso, la Iglesia de este continente puede dar y hacer más, porque también aquí, donde existen tantas pobrezas, y la esperanza tiene todavía un papel y un vigor, ¡nadie es tan pobre que no pueda compartir al menos la propia fe! Ánimo América, ánimo América Latina, puedes dar y hacer más, por eso pido a los discípulos misioneros de Jesús, que son tantos, que se presenten y se den a conocer! Ánimo América, «¡comparte tu fe»!».

 


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Reflexiones del obispo de San Cristóbal de Las Casas, Felipe Arizmendi Esquivel. (Zenit.org)


El gozo del Evangelio

Por Felipe Arizmendi Esquivel


 SITUACIONES


En una reunión de religiosas, unas a otras se exhortaban a no tener permanentemente una cara de palo, sino ser alegres y comunicar el gozo de su vocación.

Hay personas que se alejan de la Iglesia por el mal carácter de un agente de pastoral, porque no les trató bien, no les infundió confianza, su aspecto provoca miedo, o porque consideran que son muchos los requisitos para recibir un sacramento...

Unos cristianos sienten el mandato de participar en la Misa dominical como una carga, un peso, una obligación, una costumbre; no han descubierto el tesoro de luz, de paz y de energía interior que Dios les ofrece gratuitamente. Otros consideran los mandamientos como normas que les impiden gozar la vida, siendo que son caminos para garantizarnos precisamente el disfrute de una vida serena, justa, fraterna y socialmente pacífica.

Así como hay creyentes que sólo buscan el sentimiento religioso, cantar y aplaudir, rezar y buscar sanación, otros presentan el seguimiento de Jesús sólo bajo el aspecto de obligaciones, deberes, responsabilidades y leyes. Se insiste sólo en denunciar, en echar culpas a los demás, en condenar prácticas religiosas con poco o nulo compromiso social, en muchos análisis de todo tipo, sin resaltar también la misericordia de Dios, el amor compasivo de Jesús, la fuerza de la oración contemplativa, la vitalidad que nos da la Eucaristía, la luz inspiradora de la Palabra de Dios. Somos, como se dice en Aparecida, “evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos”, cuando deberíamos ser “ministros del Evangelio cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (DA 552).


ILUMINACION


El Papa Francisco acaba de ofrecernos su primera Exhortación Apostólica con un título muy expresivo: El gozo del Evangelio. Transcribo sólo algunos puntos del índice:


Alegría que se renueva y se comunica. La dulce y confortadora alegría de evangelizar. La nueva evangelización para la transmisión de la fe. Una Iglesia en salida. Una impostergable renovación eclesial. Desde el corazón del Evangelio. La misión que se encarna en los límites humanos. Una madre de corazón abierto.

Algunos desafíos del mundo actual: No a una economía de la exclusión. No a la nueva idolatría del dinero. No a un dinero que gobierna en lugar de servir. No a la inequidad que genera violencia. Algunos desafíos culturales. Desafíos de la inculturación de la fe. Desafíos de las culturas urbanas.

Tentaciones de los agentes pastorales. Sí al desafío de una espiritualidad misionera. No a la acedia egoísta. No al pesimismo estéril. Sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo. No a la mundanidad espiritual. No a la guerra entre nosotros. Otros desafíos eclesiales.

Todo el Pueblo de Dios anuncia el Evangelio: Un pueblo para todos. Un pueblo con muchos rostros. Todos somos discípulos misioneros. La fuerza evangelizadora de la piedad popular. Persona a persona. Carismas al servicio de la comunión evangelizadora. Cultura, pensamiento y educación.

Las repercusiones comunitarias y sociales del kerygma: Confesión de la fe y compromiso social. El Reino que nos reclama. La enseñanza de la Iglesia sobre cuestiones sociales.

La inclusión social de los pobres: Unidos a Dios escuchamos un clamor. Fidelidad al Evangelio para no correr en vano. El lugar privilegiado de los pobres en el pueblo de Dios. Economía y distribución del ingreso. Cuidar la fragilidad.

El bien común y la paz social. La unidad prevalece sobre el conflicto. La realidad es más importante que la idea. El diálogo social como contribución a la paz.

Motivaciones para un renovado impulso misionero: El encuentro personal con el amor de Jesús que nos salva. El gusto espiritual de ser pueblo. La acción misteriosa del Resucitado y de su Espíritu. La fuerza misionera de la intercesión. María, Madre de la evangelización.


COMPROMISOS


Procuremos leer, meditar y practicar esta bella, sencilla y profunda exhortación papal. Y pidamos al Espíritu Santo que nos renueve personal y eclesialmente, para que impulsemos una nueva evangelización.


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Mi?rcoles, 27 de noviembre de 2013

Texto de la catequesis del papa Francisco en la audiencia del miércoles 27 de Noviembre de 2013.  (Zenit.org)

 

Queridos hermanos y hermanas,

¡felicidades porque son valientes, con el frío que hace en la plaza, son verdaderamente valientes!

Deseo llevar a término las catequesis sobre el Credo, desarrolladas durante el Año de la Fe, que concluyó el domingo pasado. En esta catequesis y en la próxima quisiera considerar el tema de la resurrección de la carne, deteniéndome en dos aspectos tal y como los presenta el Catecismo de la Iglesia Católica, es decir, nuestro morir y resucitar en Jesucristo. Hoy me detengo en el primer aspecto, el “morir en Cristo”.

1. Hay una forma equivocada de mirar la muerte. La muerte nos afecta a todos y nos interroga de modo profundo, especialmente cuando nos toca de cerca, o cuando afecta a los pequeños, a los indefensos de una forma que nos resulta “escandalosa”. Siempre me ha afectado la pregunta: ¿por qué sufren los niños?, ¿por qué mueren los niños? Si se entiende como el final de todo, la muerte asusta, aterroriza, se transforma en amenaza que rompe todo sueño, toda perspectiva, que rompe toda relación e interrumpe todo camino. Esto sucede cuando consideramos nuestra vida como un tiempo encerrado entre dos polos: el nacimiento y la muerte; cuando no creemos en un horizonte que va más allá de la vida presente; cuando se vive como si Dios no existiera. Esta concepción de la muerte es típica del pensamiento ateo, que interpreta la existencia como un encontrarse casualmente en el mundo y un caminar hacia la nada. Pero existe también un ateísmo práctico, que es un vivir sólo para los propios intereses y las cosas terrenas. Si nos dejamos llevar por esta visión errónea de la muerte, no tenemos otra opción que la de ocultar la muerte, negarla, o de banalizarla, para que no nos de miedo.

2. Pero a esta falsa solución se rebela el corazón del hombre, su deseo de infinito, su nostalgia de la eternidad. Y entonces, ¿cuál es el sentido cristiano de la muerte? Si miramos a los momentos más dolorosos de nuestra vida, cuando perdemos a una persona querida -los padres, un hermano, una hermana, un esposo, un hijo, un amigo– nos damos cuenta que, incluso en el drama de la pérdida, doloridos por la separación, surge del corazón la convicción de que no puede haber acabado todo, que el bien dado y recibido no ha sido inútil. Hay un instinto poderoso dentro de nosotros, que nos dice que nuestra vida no termina con la muerte. ¡Esto es verdad! ¡Nuestra vida no termina con la muerte!

Esta sed de vida ha encontrado su respuesta real y confiable en la resurrección de Jesucristo. La resurrección de Jesús no da sólo la certeza de la vida después de la muerte, sino que ilumina también el misterio mismo de la muerte de cada uno de nosotros. Si vivimos unidos a Jesús, fieles a Él, seremos capaces de afrontar con esperanza y serenidad también el paso de la muerte. La Iglesia de hecho reza: “Si bien nos entristece la certidumbre de tener que morir, nos consuela la promesa de la inmortalidad futura”. Una bonita oración de la Iglesia, esta. Una persona tiende a morir como ha vivido. Si mi vida ha sido un camino con el Señor, de confianza en su inmensa misericordia, estaré preparado para aceptar el momento último de mi existencia terrena como el definitivo abandono confiado en sus manos acogedoras, en la esperanza de contemplar cara a cara su rostro. Y esto es lo más bello que puede sucedernos, contemplar cara a cara el rostro maravilloso del Señor, verlo a él, tan hermoso, lleno de luz, lleno de amor, lleno de ternura. Nosotros vamos hacia allí, a encontrarnos con el Señor.

3. En este horizonte se comprende la invitación de Jesús de estar siempre preparados, vigilantes, sabiendo que la vida en este mundo se nos ha dado para prepararnos a la otra vida, con el Padre celeste. Y para esto hay siempre una vía segura: prepararse bien a la muerte, estando cerca de Jesús. ¿Y cómo estamos cerca de Jesús? Con la oración, en los sacramentos y también en la práctica de la caridad. Recordemos que Él está presente en los más débiles y necesitados. Él mismo se identificó con ellos, en la famosa parábola del juicio final, cuando dice: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era extranjero y me acogisteis, desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, estaba en la cárcel y vinisteis a verme. Todo lo que hicisteis con estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt25,35-36.40). Por tanto, un camino seguro es recuperar el sentido de la caridad cristiana y de la compartición fraterna, curar las heridas corporales y espirituales de nuestro prójimo. La solidaridad en compartir el dolor e infundir esperanza es premisa y condición para recibir en herencia el Reino preparado para nosotros. Quien practica la misericordia no teme a la muerte. Pensad bien en esto. Quien practica la misericordia no teme a la muerte. ¿Estáis de acuerdo? ¿Lo decimos juntos para no olvidarlo? Quien practica la misericordia no teme a la muerte. Otra vez. Quien practica la misericordia no teme a la muerte. ¿Y por qué no teme a la muerte? Porque la mira a la cara en las heridas de los hermanos, y la supera con el amor de Jesucristo.

Si abrimos la puerta de nuestra vida y de nuestro corazón a los hermanos más pequeños, entonces también nuestra muerte se convertirá en una puerta que nos introducirá en el cielo, en la patria beata, hacia la que nos dirigimos, anhelando morar para siempre con nuestro Padre, con Jesús, María y los santos.

(RED/IV)


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HOMILÍA del Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos con ocasión de la Solemne Celebración de Apertura del 4º Congreso Americano Misionero CAM 4 – Comla 9 

26 de noviembre de 2013

 

Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

 

Cuando el Santo Padre, el Papa Francisco, ha recibido la noticia de la celebración de este IV Congreso Americano Misionero y IX Congreso Misionero Latinoamericano, con la invitación a enviar un representante suyo, con mucha benevolencia ha pensado en nombrarme su Delegado Extraordinario, en cuanto Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Es por eso que, con sumo gusto, he aceptado la designación, por lo que hoy me encuentro aquí en medio de ustedes presidiendo esta solemne celebración de apertura.

Con su Carta de designación, el Papa no solamente se hace presente en medio a ustedes, sino que me pide transmitirles a ustedes su cariño, y les saluda cordialmente a todos: al pastor de esta Iglesia particular de Maracaibo, el arzobispo Ubaldo Ramón Santana Sequela, a los Obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, así como a quienes con gran generosidad contribuyen al éxito de nuestro Congreso.

En su Carta de designación, el Papa Francisco escribe, refiriéndose al documento conciliar Ad Gentes, que la naturaleza verdadera y profunda de la Iglesia es la naturaleza misionera. Este es el motivo por el que la Iglesia entiende dedicarse también hoy, con gran entusiasmo, para que el Evangelio sea anunciado a todas las gentes (cfr. Mc 13, 10), siguiendo el mismo camino señalado por el Señor «es decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio, y de la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que salió victorioso por su resurrección» (AG 5).

En efecto, la liturgia de la Palabra de hoy, nos sitúa ante el designio de Dios, concebido desde la eternidad: se habla de la gloria de Dios que el profeta Isaías ve brillar como una luz sobre la humanidad; una humanidad que, salida de las tinieblas o de una niebla intensa, casi en procesión, de dirige al “monte santo de Jerusalén” (Is 66, 20), trayendo «la oblación en recipiente limpio a la Casa de Yahveh» (Is 66, 20). Jesús, el esperado, aparece como la luz de las gentes, la luz de quien cree, la luz de la fe. Esta expresión la tomamos prestada del Papa Francisco para dar nombre a su primera encíclica, Lumen fidei, en la que desde las primeras líneas se recuerda al evangelista Juan (12, 46), en el pasaje en el que mejor que en cualquier otro, se explica la profunda misión de Jesús: «Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas». Las gentes, todas las naciones, pues, están llamada a ver la luz de Cristo, como el mismo profeta Isaías dirá en otro pasaje: «Caminarán las naciones a tu luz» (Is 60, 3), «pregonando alabanzas a Yahveh» (Is 60, 6). Isaías proclama que la salvación es universal.

El pasaje del Evangelio de San Lucas, nos sitúa ante el misterio de Jesús ya presente en María, que en su gesto de caridad ante Isabel, indica a su propio Hijo como la verdadera vida y la luz de los hombres. Al mismo tiempo proclama que todas las generaciones, en la misericordia de Dios, tienen la gracia de llegar a ser hijos de Dios.

Un Evangelio que nos indica, para María, la centralidad de Cristo en la historia de salvación y que, consiguientemente, se debe convertir en el centro de nuestra predicación, más aún, de la predicación de la Iglesia. Lo dicen muy claramente los Hechos de los Apóstoles, en el pasaje que hemos escuchado como segunda lectura, en el que se dice que todas las gentes, por Pentecostés, por el Espíritu Santo, están llamadas a recibir su don. Tampoco San Pablo nunca se cansará de predicar la gracia que es ser su ministro: pienso que «conocéis la misión de la gracia que Dios me concedió» (Ef 3, 1); ahora, esta misión de la gracia, dice el Apóstol, consiste en el hecho de que «los gentiles sois coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma Promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio» Ef 3, 6). La eclesiología de San Paolo tiene, pues, la tarea de conducir todas las gentes a Cristo y Cristo a todas las gentes. De aquí nace la misionariedad y el sentido de este Congreso, que no es una agregación de fuerzas, ni un show numérico, o una reunión de nostálgicos.

En este nuestro Congreso ponemos en el centro a Cristo y como Maestro nos proponemos escuchar su voz, acoger su mensaje, hacer que entre en nosotros y prepararnos a la misión. Sí, exactamente, como dice el tema de este Congreso: hacerse “Discípulos misioneros de Jesucristo, desde América, en un mundo secularizado y pluricultural”.

Necesitamos reflexionar, a distancia de cinco siglos de evangelización de este Continente, como nuestra gente, que también ha recibido y acogido la fe, vive y cree. Necesitamos preguntarnos qué es lo que predomina en nuestras Iglesias, si es una pastoral de conservación o de anuncio; si es una pastoral centrada solamente en nuestras realidades americanas o latinoamericanas, o, al contrario, abierta al mundo; si nuestra pastoral, a veces cercana a los pobres de palabra, no esté en realidad alejada de ellos, considerando que no pueden decirnos nada. Tenemos que preguntarnos si la nuestra es una pastoral atenta a poner a Cristo en el primer lugar, en el centro, o si, al contrario, como dice el Papa Francisco, es autorreferencial, policante, ideologizadora, sin alma y formal.

Iniciamos nuestro Congreso con este acto de culto, en el cual pedimos a Cristo que se haga nuestro hermano, nuestra luz, nuestro bien. Nos acompañará la oración, y nos situamos desde ahora en la escuela de Jesús Maestro, queriendo también nosotros, con los discípulos sobre el Tabor, decir a Jesús: es bueno estar aquí; ha sido bueno estas aquí. Aunque después el Señor nos hará bajar del Tabor y nos conducirá a la Galilea de las gentes, donde nos espera nuestra misión. Amén.

 


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Lunes, 25 de noviembre de 2013

Columna de opinión de monseñor Jorge Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, publicado en el diario El Argentino (24 de noviembre de 2013) (AICA) 

Luz

Cuando se corta la luz en nuestros hogares o lugares de trabajo nos sentimos un poco descolocados. Nos hemos acostumbrado a la computadora, la radio, el teléfono inalámbrico y otros artefactos que nos facilitan la vida. Pero si además es de noche, la complicación es mayor.

Necesitamos la luz.

En tiempos de Jesús no había energía eléctrica. Sin embargo Él utilizó en varias oportunidades la imagen de la luz para enseñarnos acerca de la fe. Nos dijo en una de sus primeras predicaciones: “No se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo”. (Mt. 5, 14-16)

La fe se tiene que notar. Ella hace que la vida del cristiano sea luminosa, muestra caminos, abre a la esperanza.

Dios se revela en su Palabra, y si la hacemos carne en nosotros, los demás verán o leerán su enseñanza en nuestra vida.

El día que nos bautizamos se encendió en nuestro interior la luz de la fe. No como un regalo individual o privado, sino para iluminar el mundo. Cuando escucho a modo de queja que algunos dicen ante alguna injusticia o dolor: “¿Dios qué hace?”, me pregunto, “sus hijos, ¿qué hacemos?”, ¿Qué testimonio damos de su amor? Él nos llama para ser presencia suya en el mundo.

Hoy es la fiesta de Cristo Rey y estamos concluyendo el “Año de la Fe”. Un tiempo de renovación, de crecimiento y conversión. De dar gracias a Dios por el regalo de la fe. Él nos hace sus hijos queridos, miembros de su familia que es la Iglesia.

La verdadera luz es Jesús. Él nos dijo: “Yo soy la luz del mundo. El que camina conmigo no anda en tinieblas”. (Jn. 8;12)

Caminemos de la mano de Jesús.

El Papa Francisco está dando a conocer hoy una Exhortación Apostólica acerca del gozo de evangelizar. El mandato de Jesús “vayan por todo el mundo” sigue vigente. Como los Apóstoles somos enviados a dar testimonio del amor de Dios. La Iglesia existe para evangelizar, esa es nuestra esencia. En este documento nos señala los desafíos y actitudes para la misión que como comunidades creyentes tenemos hoy. Será fundamental leerla y compartir su reflexión en cada comunidad.

Mons. Jorge Lozano, Obispo de Gualeguaychú.


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Domingo, 24 de noviembre de 2013

Reflexiones del obispo de San Cristóbal de Las Casas, Felipe Arizmendi Esquivel  (Zenit.org)

Migraciones: desafío y esperanza

Por Felipe Arizmendi Esquivel

 SITUACIONES

Fui invitado a participar en un diálogo regional entre Centroamérica, México y Estados Unidos, organizado por la Comisión de Pastoral de la Movilidad Humana de la Conferencia Episcopal de Guatemala y el Ministerio de Relaciones Exteriores de este país, titulado “El rostro humano de la migración: en búsqueda de un camino para la reunificación familiar”.

Entre otros datos, se dijo que cada año salen cerca de 200 mil guatemaltecos, intentando llegar a los Estados Unidos; de ellos, 25 mil son deportados por tierra y 45 mil por vía aérea. Allá viven un millón y medio, de los cuales unos 900 mil son indocumentados. Es muy preocupante que en México estén unos 16 mil niños detenidos y no repatriados a tiempo a Guatemala. Es vergonzoso el mal trato que reciben a su paso por nuestro país, donde son vejados, extorsionados, violados y asesinados. Pedí públicamente perdón por tantas injusticias que se les cometen por el crimen organizado, los polleros, algunas autoridades, los narcotraficantes y también por ciudadanos que los menosprecian, como si todos fueran criminales. Como Iglesia Católica, hacemos esfuerzos por atenderlos fraternalmente, tanto en muchos albergues que se han implementado en varias diócesis, como en asesoría jurídica y ayuda humanitaria.

Los representantes del episcopado norteamericano nos informaron que es muy probable que no sea aprobada pronto la propuesta del Presidente Obama de una reforma migratoria. Aunque el Senado ya aprobó algunos puntos, la Cámara de Representantes se resiste a hacerlo. Los obispos de allá han luchado por defender, también en el Congreso, los derechos y la dignidad de los migrantes, con cabildeos incluso con el primer mandatario. Si se aprobara el proyecto, unos once millones de indocumentados podrían tener abierto el camino a obtener la ciudadanía norteamericana. Se busca facilitar que las familias se puedan reunificar; que la repatriación se haga en forma más humana, sobre todo de niños y adolescentes no acompañados por sus padres; que los trabajadores temporales ingresen legalmente y tengan protección integral; que se respeten los derechos de los migrantes en los procesos judiciales; que se apoyen políticas económicas para el justo desarrollo de los países de origen, y así no haya tanta pobreza, que es una de las causas estructurales más graves de la migración. Se lamenta que haya tratados de libre comercio entre Estados Unidos y nuestros países, para que pasen libremente el capital y los objetos materiales, pero se ponen barreras para que pasen los seres humanos. Una buena reforma migratoria sería benéfica para el país del Norte, incluso en el sentido económico.

ILUMINACIÓN

¿Qué nos mueve para trabajar más pastoralmente por la dignidad de los migrantes? No es la política ni la economía, sino el Evangelio, el camino señalado por Jesús, que nos indica ver como hermanos a cuantos sufren por esta causa: “Tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; era migrante y me recibieron” (Mt 25,35).

El Papa Francisco, en su mensaje con motivo de la Jornada Mundial del Emigrante y Refugiado, ha dicho: “Para huir de situaciones de miseria o de persecución, buscando mejores posibilidades o salvar su vida, millones de personas comienzan un viaje migratorio y, mientras esperan cumplir sus expectativas, encuentran frecuentemente desconfianza, cerrazón y exclusión, y son golpeados por otras desventuras, con frecuencia muy graves y que hieren su dignidad humana… La Iglesia, en camino con los emigrantes y los refugiados, se compromete a comprender las causas de las migraciones, pero también a trabajar para superar sus efectos negativos y valorizar los positivos en las comunidades de origen, tránsito y destino de los movimientos migratorios”.

COMPROMISOS

Nuestros gobernantes y legisladores deben vibrar ante lo que viven los migrantes, para luchar por sus derechos y buscar mecanismos legales para su protección. Pero todos hemos de ponernos la mano en el corazón y ayudarles con lo que nos sea posible, pues son nuestros hermanos, hijos de Dios.


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Homilía del santo padre de la celebración eucarística de la clausura del Año de la fe. 24 de noviembre de 2013 (Zenit.org)

 

La solemnidad de Cristo Rey del Universo, coronación del año litúrgico, señala también la conclusión del Año de la Fe, convocado por el Papa Benedicto XVI, a quien recordamos ahora con afecto y reconocimiento por este don que nos ha dado. Con esa iniciativa providencial, nos ha dado la oportunidad de descubrir la belleza de ese camino de fe que comenzó el día de nuestro bautismo, que nos ha hecho hijos de Dios y hermanos en la Iglesia. Un camino que tiene como meta final el encuentro pleno con Dios, y en el que el Espíritu Santo nos purifica, eleva, santifica, para introducirnos en la felicidad que anhela nuestro corazón.

Dirijo también un saludo cordial y fraterno a los Patriarcas y Arzobispos Mayores de las Iglesias orientales católicas, aquí presentes. El saludo de paz que nos intercambiaremos quiere expresar sobre todo el reconocimiento del Obispo de Roma a estas Comunidades, que han confesado el nombre de Cristo con una fidelidad ejemplar, pagando con frecuencia un alto precio.

Del mismo modo, y por su medio, deseo dirigirme a todos los cristianos que viven en Tierra Santa, en Siria y en todo el Oriente, para que todos obtengan el don de la paz y la concordia.

Las lecturas bíblicas que se han proclamado tienen como hilo conductor la centralidad de Cristo. Cristo está en el centro, Cristo es el centro. Cristo centro de la creación, del pueblo y de la historia.

1. El apóstol Pablo, en la segunda lectura, tomada de la carta a los Colosenses, nos ofrece una visión muy profunda de la centralidad de Jesús. Nos lo presenta como el Primogénito de toda la creación: en él, por medio de él y en vista de él fueron creadas todas las cosas. Él es el centro de todo, es el principio: Jesucristo, el Señor. Dios le ha dado la plenitud, la totalidad, para que en él todas las cosas sean reconciliadas (cf. 1,12-20). Señor de la creación, Señor de la reconciliación.

Esta imagen nos ayuda a entender que Jesús es el centro de la creación; y así la actitud que se pide al creyente, que quiere ser tal, es la de reconocer y acoger en la vida esta centralidad de Jesucristo, en los pensamientos, las palabras y las obras. Y así nuestros pensamientos serán pensamientos cristianos, pensamientos de Cristo. Nuestras obras serán obras cristianas, obras de Cristo, nuestras palabras serán palabras cristianas, palabras de Cristo. En cambio, La pérdida de este centro, al sustituirlo por otra cosa cualquiera, solo provoca daños, tanto para el ambiente que nos rodea como para el hombre mismo.

2. Además de ser centro de la creación y centro de la reconciliación, Cristo es centro del pueblo de Dios. Y precisamente hoy está aquí, en el centro. Ahora está aquí en la Palabra, y estará aquí en el altar, vivo, presente, en medio de nosotros, su pueblo. Nos lo muestra la primera lectura, en la que se habla del día en que las tribus de Israel se acercaron a David y ante el Señor lo ungieron rey sobre todo Israel (cf. 2S 5,1-3). En la búsqueda de la figura ideal del rey, estos hombres buscaban a Dios mismo: un Dios que fuera cercano, que aceptara acompañar al hombre en su camino, que se hiciese hermano suyo.

Cristo, descendiente del rey David, es precisamente el «hermano» alrededor del cual se constituye el pueblo, que cuida de su pueblo, de todos nosotros, a precio de su vida. En él somos uno; un único pueblo unido a él, compartimos un solo camino, un solo destino. Sólo en él, en él como centro, encontramos la identidad como pueblo.

3. Y, por último, Cristo es el centro de la historia de la humanidad, y también el centro de la historia de todo hombre. A él podemos referir las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias que entretejen nuestra vida. Cuando Jesús es el centro, incluso los momentos más oscuros de nuestra existencia se iluminan, y nos da esperanza, como le sucedió al buen ladrón en el Evangelio de hoy.

Mientras todos se dirigen a Jesús con desprecio -«Si tú eres el Cristo, el Mesías Rey, sálvate a ti mismo bajando de la cruz»- aquel hombre, que se ha equivocado en la vida pero se arrepiente, al final se agarra a Jesús crucificado implorando: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc 23,42). Y Jesús le promete: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43): su Reino. Jesús sólo pronuncia la palabra del perdón, no la de la condena; y cuando el hombre encuentra el valor de pedir este perdón, el Señor no deja de atender una petición como esa. Hoy todos podemos pensar en nuestra historia, nuestro camino. Cada uno de nosotros tiene su historia; cada uno tiene también sus equivocaciones, sus pecados, sus momentos felices y sus momentos tristes. En este día, nos vendrá bien pensar en nuestra historia, y mirar a Jesús, y desde el corazón repetirle a menudo, pero con el corazón, en silencio, cada uno de nosotros: "Acuérdate de mí, Señor, ahora que estás en tu Reino. Jesús, acuérdate de mí, porque yo quiero ser bueno, quiero ser buena, pero me falta la fuerza, no puedo: soy pecador, soy pecadora. Pero, acuérdate de mí, Jesús. Tú puedes acordarte de mí porque tú estás en el centro, tú estás precisamente en tu Reino." ¡Qué bien! Hagámoslo hoy todos, cada uno en su corazón, muchas veces. "Acuérdate de mí, Señor, tú que estás en el centro, tú que estas en tu Reino."

La promesa de Jesús al buen ladrón nos da una gran esperanza: nos dice que la gracia de Dios es siempre más abundante que la plegaria que la ha pedido. El Señor siempre da más, es tan generoso, da siempre más de lo que se le pide: le pides que se acuerde de ti y te lleva a su Reino. Jesús es el centro de nuestros deseos de gozo y salvación. Vayamos todos juntos por este camino.


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Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú para el domingo XXXIII del tiempo ordinario (17 de noviembre de 2013)

Señor, haz brillar sobre nosotros el sol de tu justicia (Cfr. Mal. 3, 20) 
 
En este domingo se profundiza el sentido escatológico de los textos, es decir que las lecturas orientan el pensamiento a las realidades ultraterrenas. Hoy nos dice el profeta Malaquías 3,19-20: ”Mirad que llega el día, ardiente como un horno: los malvados y perversos serán la paja y el día que llega los consumirá” (Ib. 19). Hoy no parece agradable unir las palabras del Señor y el mensaje de salvación con estas imágenes de tipo escatológico pero expresan una gran verdad, que sucederá indefectiblemente. El bien será premiado, el mal será castigado. Muchas veces en la vida presente triunfa el mal y los que desconocen a Dios tienen éxito y fortuna mientras que los que obran el bien, ejercitan la caridad y cumplen con los preceptos del Señor, muchas veces sufren la enfermedad, el dolor y padecen la inequidad de los hombres. Vendrá el día en que el mismo Dios pondrá las cosas en su lugar haciendo justicia: “entonces vosotros volveréis a distinguir entre el justo y el impío, entre quien sirve a Dios y quien no le sirve” (Ib. 18). Cada uno tendrá el destino eterno que se haya preparado con su conducta y su manera de obrar en este mundo.

Así para los impíos, los que obran la injusticia e inequidad, los que propician la muerte y no respetan la vida como don de Dios desde el momento de su concepción hasta su muerte natural, los que propician las guerras y esparcen la enfermedad de la droga y el alcohol, los que favorecen toda injusticia y discriminación, los que destruyen el sentido de la familia y propician todo tipo de violencia, para estos el día del juicio será como un fuego devastador. En cambio para los justos y piadosos, los caritativos y generosos, los que se juegan por la justicia y la verdad, por la familia y por el don de la vida, los que preservan a los niños y jóvenes, los que trabajan por el bien común…”Yo seré indulgente con ellos –dice el Señor- como es indulgente un padre con el hijo que le sirve” (Ib.17). Aquí se nos revela la bondad del Señor que por encima de todo mérito, recompensa a los que le aman y le sirven en esta vida: “los iluminará como un sol de justicia” (Ib. 20). El Señor después de haberle dado al mundo la luz de la gracia para que camine en la verdad y el bien, en la paz y la justicia, volverá para recibir en su gloria eterna a cuantos hayan obrado así.

En su discurso escatológico, el Señor (Lc. 24,5-19) predice los sucesos que precederán al fin del mundo con la destrucción de Jerusalén y del Templo. Habla de muchos que presentándose en su nombre, impartirán doctrinas engañosas y falsas profecías: “cuidado con que nadie os engañe…;no vayáis tras ellos”. Ellos son los que deforman la verdad, hay que ser cautos y saber discernir, el que contradice a la Sagrada Escritura, el que no está con la Iglesia y el Magisterio del Papa, no ha de ser escuchado. Jesús anuncia también “guerras y revoluciones, terremotos y epidemias, hambre” (Ib. 9-10). La historia de todos los tiempos registra este tipo de calamidades, por lo que sería aventurado ver en ellas -como ven la multitud de falsos profetas- la señal de un fin inminente. Jesús mismo dijo “no tengáis pánico el fin no vendrá enseguida” (Ib. 9), sin embargo “estas cosas tienen que ocurrir primero”.

Todas estas cosas tienen por fin recordarle al hombre que esta vida es transitoria. Todo está en camino hacia los “nuevos cielos y tierra, en los que habite la justicia” (2 Pe. 3,13) y en los que los justos participarán eternamente de la gloria de su Señor. Bajo esta misma luz han de ser leídos todo tipo de persecución a la Iglesia. No son para perdición de los creyentes, sino para robustecer su fe: “así tendréis ocasión, dice Jesús, de dar testimonio” (Lc. 21,13). Pero a pesar de todo este contenido, el discurso tiene una conclusión serena, llena de confianza. Jesús exhorta a sus discípulos a no preocuparse ni siquiera cuando sean apresados, llevados a los tribunales o perseguidos por sus amigos y familiares y convertidos en blanco de odio de todos. E incluso en el caso extremo de perder la vida, habrán ganado la eternidad. Dios velará por ellos. El Señor enseña que “con vuestra paciencia salvaréis vuestras almas” (Ib. 19). No es con las preocupaciones, las protestas o las discusiones como se obtendrá la victoria, sino perseverando en la fe en Cristo y confiando en Él, a pesar de las tormentas que nos acometen.

Que la Virgen madre nos proteja y nos ayude a caminar por las sendas del bien y el amor.


Mons. Marcelo Raúl Martorell, Obispo de Puerto Iguazú.


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Viernes, 22 de noviembre de 2013

Reflexión al las lecturas del domingo treinticuatro del Tiempo Ordinario - C, ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"           

Domingo 34º del T. Ordinario C 

La Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, que celebramos este domingo, último del Tiempo Ordinario, es para todos los que amamos y seguimos a Jesucristo, una fiesta hermosa, alegre, esperanzadora…

Decíamos el otro día que, en estas fechas, los cristianos recordamos y celebramos cada año, el final de la Historia humana, con la Venida gloriosa de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Esta Solemnidad hemos de encuadrarla, por tanto, en ese marco precioso. Sea como sea el final de este mundo, que estudian y debaten los científicos, los cristianos tenemos la seguridad de que la Historia de la Humanidad concluirá con la manifestación plena de Cristo, Rey del cielo y de la tierra, Señor de la Historia humana, del tiempo y de la eternidad; y trae unas consecuencias prácticas para nosotros y para la Creación entera, que se verá transformada, para participar en la herencia gloriosa de los hijos de Dios.  (Rom. 8, 19 ss)

Celebramos a Cristo Rey del Universo. Pero, a veces, ante la realidad que contemplamos, podemos llegar a pensar: ¿Cristo es el Rey del Universo? ¿Pero dónde reina Cristo? ¡Hay tantas personas, tantas Instituciones, tantos lugares y circunstancias, en las que Cristo no reina!

Esta fiesta, por tanto, nos señala la naturaleza y dimensiones de ese reinado  y el tiempo de su manifestación plena y gloriosa. Jesucristo ante Pilato, que lo condena a muerte, o  crucificado entre dos malhechores, como nos lo presenta el Evangelio de hoy, es la prueba más evidente de que su Reino no es de aquí (Jn 18, 36 ).

Allí, en la Cruz, los soldados se burlan, precisamente, de su condición de Rey, “ofreciéndole vinagre y diciendo: Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Y si Jesús, por un imposible, se hubiera bajado de la Cruz, ¿qué hubiera sucedido? ¿Qué sería de nosotros?

Pilato, con espíritu profético, manda colocar un letrero, en hebreo, latín y griego, que decía: “Este es el rey de los judíos”. Pero es el buen ladrón el que abre su corazón a la fe en un Reino que no es de aquí. Y escucha de Jesucristo, moribundo, unas palabras que nos hacen estremecer: “Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Me parece que el prefacio de la Misa hace un resumen hermoso de la naturaleza del reinado de Cristo, y lo trascribo aquí, como una síntesis de todo, para nuestra reflexión, para nuestra contemplación: (Hemos da dar gracias al Padre) “porque consagraste Sacerdote eterno y Rey del Universo a tu único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, ungiéndolo con óleo de alegría, para que ofreciéndose a sí mismo, como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana, y, sometiendo a su poder la creación entera, entregara a tu majestad infinita un reino eterno y universal:  el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.

Si esto es así, ¿no es lógico que deseemos y pidamos con toda nuestra alma, la Vuelta Gloriosa del Señor?

                

                                 ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!       


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DOMINGO 34º DEL TIEMPO ORDINARIO C     

 MONICIONES

 

 

PRIMERA LECTURA

                La primera Lectura nos contará el momento en que las tribus de Israel escogieron a David como Rey. Este acontecimiento prefigura a Cristo, cuyo reino hemos de acoger con fe y alegría. Escuchemos.

 

SALMO

                 Jerusalén es la ciudad del Rey David, que prefigura a la Iglesia, enviada a extender el Reino de Dios por toda la tierra hasta la vuelta gloriosa del Señor.

                 Como respuesta a la Palabra de Dios, proclamemos la alegría de pertenecer a la Iglesia.

 

SEGUNDA LECTURA

        La Lectura que vamos a escuchar es un himno a Jesucristo, Rey y Redentor. En Él convergen todas las cosas y toda la Historia. Él lo llevará todo a su plenitud. Escuchemos con atención y con fe.     

 

TERCERA LECTURA

        Ante el reinado de Jesucristo se reacciona de distinta manera: unos como los soldados, se lo toman a broma y se burlan. Otros lo toman muy en serio, como el ladrón arrepentido. Nosotros aclamemos a Cristo Rey con alegría y esperanza con el canto del aleluya.

 

COMUNIÓN

        Cristo es Rey y Pastor de su pueblo; el pastor bueno que nos alimenta con su Palabra y con su Cuerpo y Sangre, para que tengamos la fortaleza necesaria para permanecer siempre como miembros fieles de su Reino y para extenderlo hasta los confines de la tierra y de la historia humana como Él nos mandó.

 


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Jueves, 21 de noviembre de 2013

Texto de la catequesis del papa Francisco en la audiencia del miércoles 20 de noviembre de 2013 (Zenit.org)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El miércoles pasado hablé de la remisión de los pecados, referida de forma particular al bautismo. Hoy continuamos  con el tema de la remisión de los pecados, pero en referencia al llamado "potestad de las llaves", que es un símbolo bíblico de la misión que Jesús ha dado a los apóstoles.

Lo primero que debemos recordar es que el protagonista del perdón de los pecados es el Espíritu Santo. En su primera aparición a los apóstoles, en el cenáculo, como hemos escuchado, Jesús resucitado hizo el gesto de soplar sobre ellos diciendo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, éstos les son perdonados; a quienes retengáis los pecados, éstos les son retenidos." (Jn 20, 22-23). Jesús, transfigurado en su cuerpo, ya es el hombre nuevo, que ofrece los dones pascuales fruto de su muerte y resurrección. ¿Y cuáles son estos dones? La paz, la alegría, la el perdón de los pecados, la misión, pero sobre todo da el Espíritu Santo que es el origen de todo esto. El Espíritu Santo vienen todos estos dones. El soplo de Jesús, acompañado de las palabras con las que comunica el Espíritu, indica el transmitir la vida, la vida nueva regenerada por el perdón.

Pero antes de hacer este gesto de soplar y donar el Espíritu, Jesús muestra sus llagas, en las manos y en el costado: estas heridas representan el precio de nuestra salvación. El Espíritu Santo nos trae el perdón de Dios "pasando a través" de las llagas de Jesús. Estas plagas que Él ha querido conservar, también en esto momento, en el cielo Él hace ver  al Padre las llagas  con las cuales nos ha rescatado. Y por la fuerza de estas llagas nuestros pecados son perdonados. Así Jesús ha dado su vida por nuestra paz, nuestra alegría, por la gracia en nuestra alma, por el perdón de nuestros pecados. Y esto es muy bonito, mirar a Jesús así.

Y vamos al segundo elemento: Jesús da a los apóstoles el poder de perdonar los pecados. Pero, ¿cómo es esto? Porque es un poco difícil de entender. ¿Cómo un hombre puede perdonar los pecados? Jesús da el poder, la Iglesia es depositaria del poder de las llaves. Así de abrir o cerrar, de perdonar . Dios perdona a cada hombre en su soberana misericordia, pero Él mismo ha querido que cuantos pertenecen a Cristo y a su Iglesia, reciban el perdón mediante los ministros de la Comunidad. A través del misterio apostólico la misericordia de Dios me alcanza, mis culpas son perdonadas y se me dona la alegría. En este modo Jesús nos llama a vivir la reconciliación también en la dimensión eclesial, comunitaria. Y esto es muy bonito. La Iglesia, que es santa y a la vez necesitada de penitencia, acompaña nuestro camino de conversión durante toda la vida. La Iglesia no es dueña del poder de las llaves, no es duela, sino sierva del ministerio de la misericordia y se alegra todas las veces que puede ofrecer este don divino.

Tantas personas quizá no entienden la dimensión eclesial del perdón, porque domina siempre el individualismo, el subjetivismo y también nosotros cristianos lo volvemos a sentir. Cierto, Dios perdona a cada pecador arrepentido, personalmente, pero el cristiano está unido a Cristo, y Cristo está unido a la Iglesia. Para nosotros cristianos hay un don más, y hay también un compromiso más: pasar humildemente a través del ministerio eclesial. Y esto debemos valorarlo.  Es un don, también una cura, una protección, y también la seguridad de que Dios me ha perdonado. Yo voy donde el hermano sacerdote y digo 'padre, he hecho esto', pero 'yo te perdono' y es Dios que perdona. Y yo estoy seguro en ese momento que Dios me ha perdonado y esto es bonito. Esto es la seguridad de lo que nosotros decimos siempre: Dios siempre nos perdona, no se cansa de perdonar. Nosotros no debemos cansarnos de ir a pedir perdón. Pero 'padre, a mí me da vergüenza ir a decir mis pecado". Pero mira, nuestras madres, nuestra abuelas decían que es mejor ponerse rojo una vez que mil veces amarillo. Tú te pones rojo una vez, te perdonan los pecados y adelante.

Para finalizar, un último punto: el sacerdote instrumento para el perdón de los pecados. El perdón de Dios que se da en la Iglesia, nos es transmitido por medio del ministerio de un hermano nuestro, el sacerdote; también él, un hombre que como nosotros necesita misericordia, se convierte verdaderamente en instrumento de misericordia, donándonos el amor sin límites de Dios Padre. También los sacerdotes deben confesarse, también los obispos, todos somos pecadores, también el papa se confiesa cada 15 días, porque el papa también es un pecador. El confesor escucha las cosas que yo le digo, me aconseja y me perdona. ¿Y por qué? Porque todos necesitamos este perdón.

 A veces sucede escuchar a alguno que afirma confesarse directamente con Dios. Sí, como decía antes, Dios nos escucha siempre, pero en el sacramento de la Reconciliación manda a un hermano a traerte el perdón, la seguridad del perdón en nombre de la Iglesia. El servicio que el sacerdote presta como ministro, de parte de Dios, para perdonar los pecados es muy delicado, es un servicio muy delicado y exige que su corazón esté en paz, que el sacerdote tenga el corazón en paz; que no maltrate  a los fieles, sino que sea apacible, benévolo y misericordioso; que sepa sembrar esperanza en los corazones y, sobre todo, sea consciente que el hermano o la hermana que se acerca al sacramento de la Reconciliación busca el perdón y lo hace como se acercaban tantas personas a Jesús para que les sanase. El sacerdote que no tenga esta disposición de espíritu es mejor, que hasta que no se corrija, no administre este sacramento. Los fieles penitentes tienen ¿el deber?  ¡no! tienen  el derecho, nosotros tenemos el derecho, todos los fieles de encontrar en los sacerdotes los servidores del perdón de Dios.

Queridos hermanos, como miembros de la Iglesia, pregunto ¿somos consciente de la belleza de este don que nos ofrece Dios mismo? ¿Sentimos la alegría de esta cura, de esta atención materna que la Iglesia tiene hacia nosotros? ¿Sabemos valorarla con sencillez? No olvidemos que Dios no se cansa nunca de perdonarnos; mediante el ministerio del sacerdote nos acoge en un nuevo abrazo que nos regenera y nos permite realzarnos y retomar de nuevo el camino. Porque esta es nuestra vida, continuamente, realzarnos y retomar de nuevo el camino.

¡Gracias!


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Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (XXXIII domingo durante el año, 17 de noviembre de 2013) (AICA)

La primicia de Dios 

Como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: "De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido". Ellos le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?". Jesús respondió: "Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: 'Soy yo', y también: 'El tiempo está cerca'. No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin". Después les dijo: "Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo. Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre, y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí. Tengan bien presente que no deberá preparar su defensa, porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir. Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi Nombre. Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas. (San Lucas 21, 5-19)



Es cierto que este lenguaje es un poco “el tiempo de los últimos tiempos”, el tiempo escatológico, la llegada de los últimos tiempos. Aquí es importante afirmar y destacar que “el tiempo ya se ha cumplido” en la presencia del Hijo de Dios, Jesucristo, el Hijo de María Virgen, el Señor que ya ha definido el sentido de la historia humana. Su presencia, su llegada, su vida, su entrega, ha definido el sentido de nuestra historia; nos ha salvado ya, objetivamente, nos ha liberado del pecado y de la muerte.

Por lo tanto, el Reino de Dios ya está entre nosotros, pero no completamente aún, porque nosotros todavía estamos en camino y en peregrinación. Pero el sentido definitivo de la historia en Jesucristo ya está definido.

Y esto también es importante, para que nosotros demos un sentido de reconocimiento a la primacía de Jesucristo, la primacía que Él tiene en nuestra vida; desde Él vamos definiendo todo lo demás; desde su propia ser definitivo vamos definiendo nuestras cosas en la vida cotidiana, en lo social, en lo familiar, en lo político, en lo económico, en lo vincular; en todo lo que nos relacionamos siempre tiene que estar presente la primacía de Dios.

La vida de Dios, la vida eterna en Jesucristo, nos va a identificar en el padecer, sufrir, correr la suerte de Él en tantos límites, en tantas persecuciones, pero tenemos que perseverar en el Señor.

La persona humana, en su vida, siempre tiene una relación de pertenencia a sus padres y también una relación de procedencia, porque uno pertenece y procede de los padres. Pero también nuestra vida humana está definida y enriquecida por lo eterno, por aquello que nos trasciende, que a su vez especifica e ilumina esta vida. Por eso decimos que la presencia de Dios va sosteniendo, enriqueciendo e iluminando nuestro comportamiento humano.

Que esa primacía reine entre nosotros; que seamos perseverantes y constantes hasta el fin; en las luces y en las sombras, en los gozos y en las adversidades, en la alegría y en la tristeza, pero siempre firmes creyendo en el Señor.

Les dijo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén


Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


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Mi?rcoles, 20 de noviembre de 2013

 Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo de la solemnidad de Cristo Rey - C.

ACUERDATE DE MÍ

 

        Según el relato de Lucas, Jesús ha agonizado en medio de las burlas y desprecios de quienes lo rodean. Nadie parece haber entendido su vida. Nadie parece haber captado su entrega a los que sufren ni su perdón a los culpables. Nadie ha visto en su rostro la mirada compasiva de Dios. Nadie parece ahora intuir en aquella muerte misterio alguno.

        Las autoridades religiosas se burlan de él con gestos despectivos: ha pretendido salvar a otros; que se salve ahora a sí mismo. Si es el Mesías de Dios, el “Elegido” por él, ya vendrá Dios en su defensa.

        También los soldados se suman a las burlas. Ellos no creen en ningún Enviado de Dios. Se ríen del letrero que Pilatos ha mandado colocar en la cruz: “Este es el rey de los judíos”. Es absurdo que alguien pueda reinar sin poder. Que demuestre su fuerza salvándose a sí mismo.

        Jesús permanece callado, pero no desciende de la cruz. ¿Qué haríamos nosotros si el Enviado de Dios buscara su propia salvación escapando de esa cruz que lo une para siempre a todos los crucificados de la historia? ¿Cómo podríamos creer en un Dios que nos abandonara para siempre a nuestra suerte?

        De pronto, en medio de tantas burlas y desprecios, una sorprendente invocación: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. No es un discípulo ni un seguidor de Jesús. Es un de los dos delincuentes crucificados junto a él. Lucas lo propone como un ejemplo admirable de fe en el Crucificado.

        Este hombre, a punto de morir ajusticiado, sabe que Jesús es un hombre inocente, que no ha hecho más que bien a todos. Intuye en su vida un misterio que a él se le escapa, pero está convencido de que Jesús no va a ser derrotado por la muerte. De su corazón nace una súplica. Solo pide a Jesús que no lo olvide: algo podrá hacer por él.

        Jesús le responde de inmediato: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Ahora están los dos unidos en la angustia y la impotencia, pero Jesús lo acoge como compañero inseparable. Morirán crucificados, pero entrarán juntos en el misterio de Dios.

        En medio de la sociedad descreída de nuestros días, no pocos viven desconcertados. No saben si creen o no creen. Casi sin saberlo, llevan en su corazón una fe pequeña y frágil. A veces, sin saber por qué ni cómo, agobiados por el peso de la vida, invocan a Jesús a su manera. “Jesús, acuérdate de mí” y Jesús los escucha: “Tú estarás siempre conmigo”. Dios tiene sus caminos para encontrarse con cada persona y no siempre pasan por donde le indican los teólogos. Lo decisivo es tener un corazón que escucha la propia conciencia.

       José Antonio Pagola

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
Solemnidad de Cristo Rey - C
24 de Noviembre de 2013
Lc 23, 35-43


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Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (16 de noviembre de 2013) (AICA)

Coima y corrupción van de la mano


“Un muy afectuoso saludo para todo ustedes, amigos televidentes, que constituyen el vastísimo auditorio de estos encuentros semanales en Claves”.

“Ustedes saben que nuestro querido Papa Francisco celebra misa diariamente en la Casa Santa Marta, en el Vaticano, donde él reside, hace un breve comentario del Evangelio correspondiente”.

“El 8 de noviembre pasado el Evangelio presentaba la parábola del administrador infiel y entonces el Papa se refirió a un tema de máxima actualidad, como es la “coima”. Quiero leerles, expresamente, lo que dijo el Santo Padre sobre este tema”:

“Se comienza, quizás, con un sobrecito, pero es como la droga se acaba con la enfermedad de acostumbrarse a ella”. También invitó a rezar “para que el Señor cambie el corazón de los devotos de la diosa coima” y a rezar “por los hijos, niños y muchachos, que reciben de sus padres pan sucio, un pan que hace perder la dignidad”. El Papa se refiere a que, el pan auténtico, genuino, el pan limpio es aquel que se gana con el trabajo”.

“También hizo alusión a quiénes pueden ser los protagonistas de este fenómeno tan extendido de la coima. Dice: “Algunos administradores de empresas y también del gobierno, y añade con esperanza: quizás no sean tantos”. Otra descripción: “Es el comportamiento que toma el camino más breve, el camino más cómodo para ganarse la vida”.

“En italiano “coima” se dice “tangente”. ¿Y qué es la tangente? Es una línea recta que corta a la curva en un punto. Si ustedes se fijan en el Diccionario de la Academia Española van a encontrar también que “irse por la tangente” significa valerse de un subterfugio para salir hábilmente de un apuro. Ya sabemos que se recurre frecuentemente a la coima para agilizar trámites”.

“A propósito de estas declaraciones del Papa es interesante comprobar la repercusión en el mundo entero. Tengo anotadas aquí algunas cosas publicadas en el “Corriere della Sera”: En Italia los corruptos le roban al país sesenta mil millones de euros al año. Se dice que en tiempos de crisis como los actuales el peso de las coimas es tal que se puede razonablemente temer que su impacto social incida sobre el desarrollo económico del país.

“Sobre el programa de infraestructura estratégica, siempre estoy hablando de Italia, se calcula que “las coimas añaden al costo de la obra pública noventa y tres mil millones de euros, lo que equivale a casi seis puntos del producto bruto interno”. Y sobre el presupuesto de cada familia, porque el costo de la coima lo pagan todos, en Italia grava unos cinco mil euros al año. El año pasado una encuesta revelaba que 12 italianos sobre 100 habían recibido un pedido de coima”.

“Todo esto que estoy diciendo pasa en Italia. ¿Y qué pasa en la Argentina? Yo no tengo datos, pero seguro ustedes conocen a una persona o a varias personas que han recibido algún pedido de coima. Incluso muchos de ustedes habrán ido a hacer algún trámite y allí les ofrecieron “agilizarlo”, “irse por la tangente”.

“¡Es una cosa muy seria esto! Les he mostrado las cifras italianas, pero no sé que pasaría si sacáramos en la Argentina”.

“Este fenómeno cultural que el Papa ha definido como un “fenómeno de corrupción” es algo tremendo, que además del costo económico tiene un costo cultural y ético fenomenal”.

“El Papa Francisco ha apuntado muy bien. Recemos, como él nos pide, por la conversión de quienes están atrapados en esta red de corrupción”.


Mons. Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata


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Martes, 19 de noviembre de 2013

El santo padre Francisco envió un vídeo Mensaje con motivo de la peregrinación y encuentro “Nuestra Señora de Guadalupe, Estrella de la Nueva Evangelización en el Continente Americano”, organizado por el Año de la fe y convocado por la Comisión Pontificia para América Latina, la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, los Caballeros de Colón y el Instituto Superior de Estudios Guadalupanos en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, México, del 16 al 19 de noviembre. (Zenit.org)

Queridos hermanos y hermanas, los saludo muy cordialmente, a ustedes que participan en esta peregrinación encuentro, organizada por la Pontificia Comisión para América Latina, al amparo de Nuestra Señora de Guadalupe. Además de transmitirles mi afecto, mi cercanía y las ganas que tengo de estar con ustedes, quiero compartir brevemente algunas reflexiones, como ayuda a estos días de encuentro.

Aparecida propone poner a la Iglesia en estado permanente de misión, realizar actos de índole misionera sí, pero en el contexto más amplio de una misionariedad generalizada: que toda la actividad habitual de las iglesias particulares tenga un carácter misionero y esto en la certeza de que la salida misionera, más que una actividad entre otras es paradigma, es decir, es el paradigma de toda la acción pastoral. La intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, supone un salir de sí, un caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá. Vayamos a otra parte a predicar a las aldeas vecinas porque para eso he venido, decía el Señor. Es vital para la Iglesia no encerrarse, no sentirse ya satisfecha y segura con lo que ha logrado. Si sucediera esto, la Iglesia se enferma, se enferma de abundancia imaginaria, de abundancia superflua, se empacha y se debilita.

Hay que salir de la propia comunidad y atreverse a llegar a las periferias existenciales que necesitan sentir la cercanía de Dios. Él no abandona a nadie y siempre muestra su ternura y su misericordia inagotables, pues esto es lo que hay que llevar a toda la gente.

Un segundo punto: el objetivo de toda actividad pastoral siempre está orientado por el impulso misionero de llegar a todos, sin excluir a nadie y teniendo muy en cuenta la circunstancias de cada uno. Se ha de llegar a todos y compartir la alegría de haberse encontrado con Cristo. No se trata de ir como quién impone una nueva obligación, como quién se queda en el reproche o la queja ante lo que se considera imperfecto o insuficiente. La tarea evangelizadora supone mucha paciencia, mucha paciencia, cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. Y también sabe presentar el mensaje cristiano de manera serena y gradual, con olor a Evangelio como lo hacía el Señor. Sabe privilegiar en primer lugar lo más esencial y más necesario, es decir, la belleza del amor de Dios que nos habla en Cristo muerto y resucitado. Por otra parte, debe esforzarse por ser creativa en sus métodos, no podemos quedarnos encerrados en los tópicos del “siempre se hizo así”.

Tercero: quién conduce la pastoral en la Iglesia particular es el Obispo y lo hace como el pastor que conoce por nombre a sus ovejas, las guía con cercanía, con ternura, con paciencia, manifestando efectivamente la maternidad de la Iglesia y la misericordia de Dios. La actitud del verdadero pastor no es la del príncipe o la del mero funcionario atento principalmente a lo disciplinar, a lo reglamentario, a los mecanismos organizativos. Esto lleva siempre a una pastoral distante de la gente, incapaz de favorecer y lograr el encuentro con Jesucristo y el encuentro con los hermanos. El pueblo de Dios que se le confía necesita que el Obispo vele por Él cuidando sobre todo aquello que lo mantiene unido y promueve la esperanza en los corazones. Necesita que el Obispo sepa discernir, sin acallarlo, el soplo del Espíritu Santo que viene por donde quiere, para el bien de la Iglesia y su misión en el mundo.

Cuarto: estas actitudes del Obispo, han de calar muy hondo también en los demás agentes de pastoral, muy especialmente en los presbíteros. La tentación del clericalismo, que tanto daño hace a la Iglesia en América Latina, es un obstáculo para que se desarrolle la madurez y la responsabilidad cristiana de buena parte del laicado. El clericalismo entraña una postura auto-referencial, una postura de grupo, que empobrece la proyección hacia el encuentro del Señor, que nos hace discípulos y hacia el encuentro con los hombres que esperan el anuncio. Por ello creo que es importante, urge, formar ministros capaces de projimidad, de encuentro, que sepan enardecer el corazón de la gente, caminar con ellos, entrar en diálogo con sus ilusiones y sus temores. Este trabajo, los Obispos no lo pueden delegar. Han de asumirlo como algo fundamental para la vida de la Iglesia sin escatimar esfuerzos, atenciones y acompañamiento. Además, una formación de calidad requiere estructuras sólidas y duraderas, que preparen para afrontar los retos de nuestros días y poder llevar la luz del Evangelio, a las diversas situaciones que encontrarán los presbíteros, los consagrados, las consagradas y los laicos en su acción pastoral.

La cultura de hoy exige una formación seria, bien organizada, y yo me pregunto si tenemos la autocrítica suficiente como para evaluar los resultados de muy pequeños seminarios que carecen del personal formativo suficiente.

Quiero dedicar unas palabras a la vida consagrada. La vida consagrada en la Iglesia es un fermento. Un fermento de lo que quiere el Señor, un fermento que hace crecer la Iglesia hacia la última manifestación de Jesucristo. Les pido a los consagrados y consagradas, que sean fieles al carisma recibido, que en su servicio a la Santa Madre Iglesia jerárquica no desdibujen esa gracia que el Espíritu Santo dio a sus fundadores y que la deben transmitir en toda su integridad. Y esa es la gran profecía de los consagrados, ese carisma dado para el bien de la Iglesia.

Sigan adelante en esta fidelidad creativa al carisma recibido para servir a la Iglesia.

Queridos hermanos y hermanas, muchas gracias por lo que hacen por esta misión continental. Recuerden que han recibido el Bautismo y que los ha convertido en discípulos del Señor. Pero todo discípulo a la vez es misionero. Benedicto XVI decía que son las dos caras de una misma medalla. Les ruego, como padre y hermano en Jesucristo, que se hagan cargo de la fe que recibieron en el Bautismo. Y como lo hicieron la mamá y la abuela de Timoteo, transmitan la fe a sus hijos y nietos, y no sólo a ellos. Este tesoro de la fe no es para uso personal. Es para darlo, para transmitirlo, y así va a crecer. Hagan conocer el nombre de Jesús. Y si hacen esto, no se extrañen de que en pleno invierno florezcan rosas de Castilla. Porque saben, tanto Jesús como nosotros, tenemos la misma Madre.

(Fuente Radio Vaticana)


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Resumen del Concilio Vaticano II preparado por Juan Manuel Pérez Piñero para el movimiento Vida Ascendente.

CONCILIO VATICANO II. AÑOS 1962-1965

 

XXI concilio ecuménico. Fue convocado por el Papa Juan XXIII en 1962 y clausurado por el Papa Pablo VI en 1965. Toda una serie de enseñanzas, decisiones, orientaciones  sobre la situación de la Iglesia. 

*** El gran acontecimiento de nuestra Era Moderna en el ámbito de la Iglesia fue el Concilio Vaticano Segundo, convocado por el Papa Juan XXIII y seguido y clausurado por el Papa Pablo VI.

*** Se pretendió que fuera una especie de "agiornamento", es decir, una puesta al día de la Iglesia, renovando en sí misma los elementos que necesitaban de ello y revisando el fondo y la forma de todas sus actividades.

*** Proporcionó una apertura dialogante con el mundo moderno, incluso con nuevo lenguaje conciliatorio frente a problemáticas actuales y antiguas.

*** Ha sido el concilio más representativo de todos. Constó de cuatro etapas, con una media de asistencia de unos dos mil Padres Conciliares procedentes de todas las partes del mundo y de una gran diversidad de lenguas y razas.

*** Se propuso actualizar la vida de la Iglesia sin definir ningún dogma. Trató de la Iglesia, la Revelación, la Liturgia, la libertad religiosa, etc. Recordó el Concilio la llamada universal a la santidad.

      El Concilio se convocó con el fin principal de:

        1.-  Promover el desarrollo de la fe católica.

        2.- Lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles.

        3.- Adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo. 

 

     Tras un largo trabajo concluyó en 16 documentos, cuyo conjunto constituye una toma de conciencia de la situación actual de la Iglesia y define las orientaciones que se imponen. Las características del Concilio Vaticano II, son Renovación y Tradición.

            LOS 16 DOCUMENTOS DEL CONCILIO VATICANO II

1.- Cuatro Constituciones

Constitución: es un documento que posee un valor teológico o doctrinal permanente.

*"Sacrosanctum Concilium". La Sagrada Liturgia.

4 de diciembre de 1963.


* Oración litúrgica y sacramentos piden la participación activa de todos.

  

        La renovación litúrgica se remonta hasta Pío X. Toma su base y prolonga la Encíclica de Pío XII "Mediador Dei" (1947) sobre la liturgia. Afirma que en la liturgia, Jesucristo mismo obra como sacerdote, unido a todos los bautizados. El fin esencial de la reforma litúrgica es obtener la participación activa de todos, la cual es "la fuente primera e indispensable donde los fieles deben obtener un espíritu verdaderamente cristiano". La liturgia tiene una parte inmutable, la que es institución divina y otras partes sujetas a cambios que pueden variar en el curso del tiempo, incluso deben, si se han vuelto inadaptadas. (art. 21). El misterio Pascual es el corazón de la liturgia. La Constitución insiste sobre el lugar primordial que debe dársele a la Palabra de Dios. La Constitución revisó la liturgia de todos los Sacramentos.


"Lumen Gentium". La Iglesia, "Luz de las naciones".

21 de noviembre de 1964.

La Iglesia es el pueblo de Dios, en el cual todos los cristianos son responsables y solidarios. María es Madre de la Iglesia.

        Nació de un deseo de la Iglesia misma para renovarse en su misión de salvación. En la Constitución el Pueblo de Dios está presente en primer lugar; no interviniendo la jerarquía más que en segundo lugar y al servicio del primero. Todos misioneros, todos responsables. 

TEMAS:

* La autoridad: un servicio.

* El obispo: pastor querido por Cristo.

* La colegialidad de los obispos: solidaridad y responsabilidad universales.
* La Iglesia: comunión, institución y misión.

*"Dei Verbum". La Revelación Divina

18 de noviembre de 1965.


        Los impulsos escriturísticos cobraron impulso decisivo con León XIII, Pío X, Benedicto XV y más tarde Pío XII. Se pasó de una excesiva dependencia de la palabra material del texto, a una penetración más profunda de los hechos y dichos de Dios, como portadores de un mensaje de salvación para los hombres. Se propuso una interpretación desde un ángulo contextual y no meramente textual de la palabra escrita.


* “Gaudium et spes".  La Iglesia en el mundo actual. "Schema XIII"

7 de diciembre de 1965.

La Comunidad Cristiana se reconoce solidaria del género humano y de su historia. Quiere salvar al hombre en su totalidad.

        En esta Constitución la Iglesia ha querido hoy considerar al mundo en todas sus expresiones: cósmicas, humanas, históricas. Afirma que la Iglesia es solidaria, íntimamente solidaria con el género humano. Constata que ante los formidables cambios que sacuden a este mundo, muchos hombres se interrogan. Afirma que se debe reconocer la "igualdad" fundamental de los hombres. Explica lo que la Iglesia puede hacer para ayudar a los hombres.

     Aborda 5 problemas que cree urgentes:

La familia. 2. La cultura. 3. La vida económico – social  4. La vida política.  5. La vida internacional. 

 

2.- Nueve Decretos

Decreto: es una decisión o un conjunto de decisiones que tienen un alcance práctico normativo o disciplinar.


* “Inter Mirifica"

Sobre los Medios de Comunicación Social. 4 de diciembre de 1963.

Prensa, cine, radio, TV, deben contribuir a la justicia y a la verdad.

* “Unitatis Redintegratio"

Decreto sobre el Ecumenismo. 21 de noviembre de 1964.


        Las primeras iniciativas nacieron de los protestantes. El impulso decisivo por parte católica, vino de Juan XXIII, que en 1961 creó el Secretariado para la Unidad de los Cristianos. Frutos del Movimiento Ecuménico son: la revalorización católica de la lectura de la Sagrada Escritura, la revisión de la Institución demasiado autoritaria y uniforme y el uso de obras escritas por teólogos protestantes.


* “Orientalium Ecclesiarum"

Sobre las Iglesias Orientales Católicas. 21 de noviembre de 1964.

La variedad en la Iglesia no daña su unidad, sino que manifiesta su riqueza espiritual.

* “Presbyterorum Ordinis"

Sobre el ministerio y la vida sacerdotal. 7 de diciembre de 1965.

 

Los sacerdotes, cooperadores de los obispos, son servidores de Cristo y de sus hermanos para la palabra de Dios, el don de los sacramentos y la constitución de la Iglesia.


* “Ad Gentes"

Sobre la acción misionera de la Iglesia. 7 de diciembre de 1965.


La Iglesia debe insertarse en todos los grupos humanos respetando sus condiciones sociales y culturales.

 

* “Apostolicam Actuositatem"

Decreto sobre el apostolado de los laicos. 18 de noviembre de 1965.


Los laicos tienen, por su unión con Cristo, deber y derecho de ser apóstoles.
        La vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también para el apostolado. El deber y el derecho del seglar al apostolado deriva de su misma unión con Cristo Cabeza. Insertos por el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, es el mismo Señor el que los destina al apostolado. Las circunstancias actuales piden un apostolado seglar mucho más intenso y más amplio.


* “Christus Dominus"

Sobre el oficio pastoral de los Obispos en la Iglesia. 28 de octubre de 1965.


Ministerio y misión de los obispos en la Iglesia. Los obispos participan en el cuidado de todas las Iglesias.


* “Optatam Totius"

Sobre la Formación Sacerdotal. 28 de octubre de 1965.

 

Renovación y reforma de los Seminarios. A toda la comunidad cristiana incumbe el deber de suscitar vocaciones.



* “Perfectae Caritatis"

Sobre la Adecuada Renovación de la Vida Religiosa. 28 de octubre de 1965.

Retorno a las fuentes evangélicas y la participación en la vida de la Iglesia son las condiciones de vitalidad de las órdenes religiosas.


3.- Tres Declaraciones

Declaración es la expresión del pensamiento de la Iglesia en unos temas que se encuentran todavía en una etapa de investigación y aclaración.

* Declaración «Dignitatis humanae»

Sobre la Libertad Religiosa. 7 de diciembre de 1965.


* Declaración «Gravissimum educationis»

Sobre la educación cristiana. 28 de octubre de 1965.


* Declaración «Nostra aetate»

Sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. 28 de octubre de 1965.

 


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Lunes, 18 de noviembre de 2013

Texto el micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT9 (15 de noviembre de 2013)

El hombre como ser espiritual y moral

Pertenecemos a una sociedad que ha avanzado mucho en el estudio y conocimiento de la realidad, incluso con encuestas objetivas de lo que sucede, con estadísticas precisas de aquello que compromete el nivel de la vida de la sociedad. Me refiero, por ejemplo, al mapa del delito, la violencia, la droga, con todas sus consecuencias graves y que, por momentos, parecería inmanejable.

Podríamos ampliar esta mirada a otros desequilibrios sociales que nos empobrecen y con lo que nos vamos acostumbrando a convivir. Podríamos citar entre ellos, la pérdida del valor de la palabra, la falta de solidaridad junto a un egoísmo que nos encierra y aleja. Las consecuencias son muchas y tristes porque se trata de personas, tomando una frase de Francisco hablaría del crecimiento de esas "periferias existenciales". Son signos de una sociedad enferma. Tenemos una lectura clara y común de los fenómenos, no siempre coincidimos en las causas.

La dimensión teológica, decía Juan Pablo II: "se hace necesaria para interpretar y resolver los actuales problemas de la convivencia humana" (CA. 55). La dimensión teológica del hombre incluye, principalmente, valorar su condición espiritual y moral. La teología no es algo ajeno al hombre, por el contrario, nos abre a un conocimiento más profundo del sentido de su vida. El tema de Dios siempre ha estado presente en los grandes pensadores como algo objetivo, y no como una mera proyección subjetiva del hombre. Esto último da a lugar a un manejo, diría casi mágico, de lo que se considera espiritual, quedando sólo el sentimiento como fundamento del mismo. Hablar de Dios como algo sólo subjetivo debilita el fundamento del obrar moral y social del hombre. En realidad, afirmaba Juan Pablo II: "en el centro de la cuestión cultural está el sentido moral, que a su vez se fundamenta en el sentido religioso" (VS. 98). Cuando se suprime a Dios es el hombre el que queda huérfano. Dios no viene a ocupar el lugar del hombre, sino que lo ilumina y sostiene porque es parte de su verdad como criatura. Dios no es un principio absoluto desconectado del hombre, sino Alguien Personal que nos ha hablado y se ha hecho cercano a nosotros en su Hijo Jesucristo.

Descubrir al hombre en su relación con Dios es un acto religioso, ciertamente, pero es también darle al hombre un fundamento sólido a su vida moral y social. Cuando se abre una capilla en un barrio retirado considero que es una buena noticia, también en lo cultural y social. Pienso en esa catequista que va a poner al niño y a su familia en la verdad de su relación con Dios, como fuente y fundamento de su vida moral. Esto lo valoro, también como ciudadano. Para la fe en Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, lo humano no está separado de lo espiritual. Cuando la Iglesia evangeliza al hombre lo promueve en su dignidad plena e integral. La mirada de fe, que es lo propio de la teología, no es una mirada parcial sino que enriquece la vida humana, espiritual y moral del hombre.

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.


Mons. José María Arancedo, Arzobispado de Santa Fe de la Vera Cruz


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Texto íntegro de la alocución del santo padre Francisco el domingo 17 de Noviembre de 2013 antes de la oración del Angelusa  la   multitud reunida en la plaza de San Pedro.  (Zenit.org)

"Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo (Lc 21, 5-19) consiste en la primera parte de un razonamiento de Jesús: el de los últimos tiempos. Jesús lo pronuncia en Jerusalén, cerca del templo; y la idea se la da precisamente la gente que hablaba del templo y de su belleza. ¡Porque era bello aquel templo!

Entonces Jesús dijo: “Esto que ven, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida” (Lc 21, 6). Naturalmente le preguntan: ¿cuándo sucederá esto?, ¿cuáles serán los signos? Pero Jesús dirige la atención de estos aspectos secundarios – ¿cuándo será?, ¿cómo será? – la dirige a las verdaderas cuestiones. Y son dos:
Primero: no dejarse engañar por falsos mesías y no dejarse paralizar por el miedo. Segundo: vivir el tiempo de la espera como tiempo del testimonio y de la perseverancia. Y nosotros estamos en este tiempo de la espera, de la espera de la venida del Señor.
Esta alocución de Jesús es siempre actual, también para nosotros que vivimos en el Siglo XXI. Él nos repite: “Miren, no se dejen engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre” (v. 8).

Es una invitación al discernimiento. Esta virtud cristiana de comprender dónde está el Espíritu del Señor y dónde está el mal espíritu. También hoy, en efecto, hay falsos “salvadores”, que tratan de sustituir a Jesús: líderes de este mundo, santones, también brujos, personajes que quieren atraer a sí las mentes y los corazones, especialmente de los jóvenes. Jesús nos pone en guardia: “¡No los sigan!”. “¡No los sigan!”.

Y el Señor también nos ayuda a no tener miedo: frente a las guerras, a las revoluciones, pero también a las calamidades naturales, a las epidemias, Jesús nos libera del fatalismo y de las falsas visiones apocalípticas.

El segundo aspecto nos interpela precisamente como cristianos y como Iglesia: Jesús preanuncia pruebas dolorosas y persecuciones que sus discípulos deberán padecer, por su causa. Sin embargo asegura: “Pero no perecerá ni un cabello de su cabeza” (v. 18). ¡Nos recuerda que estamos totalmente en las manos de Dios!

Las adversidades que encontramos por nuestra fe y nuestra adhesión al Evangelio son ocasiones de testimonio; no deben alejarnos del Señor, sino impulsarnos a abandonarnos aún más en Él, en la fuerza de su Espíritu y de su gracia.

En este momento pienso y pensamos todos, eh, hagámoslo juntos, pensemos en tantos hermanos cristianos que sufren persecuciones a causa de su fe. ¡Hay tantos! Quizá más que en los primeros siglos. Jesús está con ellos. También nosotros estamos unidos a ellos con nuestra oración y nuestro afecto. También sentimos admiración por su coraje y su testimonio. Son nuestros hermanos y hermanas que en tantas partes del mundo sufren a causa de ser fieles a Jesucristo. Los saludamos de corazón y con afecto.

Al final, Jesús hace una promesa que es garantía de victoria: “Con su perseverancia salvarán sus almas” (v. 19). ¡Cuánta esperanza en estas palabras! Son un llamamiento a la esperanza y a la paciencia, a saber esperar los frutos seguros de la salvación, confiando en el sentido profundo de la vida y de la historia: las pruebas y las dificultades forman parte de un designio más grande; el Señor, dueño de la historia, lleva todo a su cumplimiento. ¡A pesar de los desórdenes y de los desastres que turban al mundo, el designio de bondad y de misericordia de Dios se cumplirá!

Y esta es nuestra esperanza. Ir así, por este camino, en el designio de Dios que se cumplirá. Es nuestra esperanza.

Este mensaje de Jesús nos hace reflexionar sobre nuestro presente y nos da la fuerza para afrontarlo con coraje y esperanza, en compañía de la Virgen, que camina siempre con nosotros".

Después del Ángelus:

"Saludo a todos ustedes, familias, asociaciones y grupos que han venido a Roma, de Italia y de tantas partes del mundo: España, Francia, Finlandia, Países Bajos. En particular, saludo a los peregrinos provenientes de Vercelli, Salerno, Lizzanello; el Motoclub de Lucania de Potenza, los chicos de Montecassino y de Caserta.

Hoy es la ‘Jornada de las víctimas de la carretera’. Aseguro mi oración y los aliento a seguir con el ejemplo de la prevención, porque la prudencia y el respeto de las normas son la primera forma de protección de uno mismo y de los demás.

Querría sugerir a todos ustedes que están aquí en la plaza un modo para concretar los frutos del Año de la Fe, que llega al final. Se trata de una ‘medicina espiritual’, llamada Misericordina. Es el contenido de una cajita, que algunos voluntarios distribuirán mientras dejan la plaza. Hay una corona del Rosario, con la cual se puede rezar también la “Coronilla de la Divina Misericordia”, ayuda espiritual para nuestra alma y para difundir en todas partes el amor, el perdón y la fraternidad.

A todos les deseo un buen domingo. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!"

(RED/IV)


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Domingo, 17 de noviembre de 2013

Reflexiones del obispo de San Cristóbal de Las Casas, Felipe Arizmendi Esquivel (AICA) (Zenit.org)

Por una Iglesia no autorreferencial

Por Felipe Arizmendi Esquivel

SITUACIONES

A través de la historia, ha habido épocas en que se ha querido silenciar a la Iglesia, sobre todo cuando ha sido crítica de los sistemas políticos y económicos. En nuestra patria, hubo tiempos en que se le pretendió encerrar en los templos y en las sacristías, negándole el derecho a estar presente en los espacios públicos, como si con ello se violara el laicismo oficial. En la actualidad, hay resistencias para reconocer el derecho a una más plena libertad religiosa para todas las denominaciones, a pesar de que este derecho está garantizado en los tratados internacionales que el país ha suscrito. Y por otra parte, nosotros mismos nos encerramos en nuestras posturas e instituciones, que nos dan seguridad interna, y no abrimos brecha en tantos espacios que requieren la luz que hemos recibido.

Durante esta semana, los 120 obispos mexicanos estamos reunidos en asamblea ordinaria, con el objetivo de profundizar el sentido de la Nueva Evangelización en México, para enriquecer una audaz y entusiasta misión permanente de la Iglesia ante los desafíos de la secularización.

Se nos presentará una encuesta nacional sobre cultura y práctica religiosa en México y unos especialistas nos expondrán la realidad de la secularización en la educación y en la cultura. Se analizará la influencia de la secularización en la Iglesia y en la juventud. Este análisis nos urge, porque es un hecho que muchos que se declaran católicos, no viven su fe con coherencia. Por ello, haremos una revisión de nuestra pastoral a la luz del patrimonio de Aparecida, tomando en cuenta lo que nos ha insistido el Papa Francisco: Que no seamos una Iglesia encerrada en sí misma, sino abierta a las diferentes fronteras y periferias existenciales.

Considerando que la violencia que se vive en varias partes del país es un gran reto a nuestra pastoral evangelizadora, abordaremos el tema de la Nueva Evangelización, respuesta a un mundo violento, pues no se explica que muchos que se dedican a negociar con las drogas, que matan y roban, se declaren creyentes y hasta muy devotos de la Virgen y de los santos. Es una contradicción con la fe y esto nos cuestiona como pastores.

ILUMINACION

El Papa Francisco dijo a los obispos argentinos algo que a todos nos viene bien: Debemos salir de nosotros mismos hacia todas las periferias existenciales. Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar la dulce y confortadora alegría de evangelizar” (25-III-2013).

Lo que dijo a los catequistas, todos nos lo podemos aplicar: “Para ser fieles, para ser creativos, es necesario saber cambiar, para adecuarme a las circunstancias en las que debo anunciar el Evangelio. Para permanecer con Dios en necesario saber salir, no tener miedo de salir. Si un catequista se deja llevar por el miedo, es un cobarde; si un catequista se está ahí tranquilo, termina por ser una estatua de museo. Si un catequista es rígido, se vuelve acartonado y estéril. Una iglesia, un catequista que tenga el valor de arriesgar para salir y no un catequista que sabe todo, pero cerrado siempre y enfermo” (27-IX-2013).

COMPROMISOS

Pidamos al Espíritu Santo que nos conceda la audacia de los apóstoles, para salir de nuestras seguridades y ofrecer la luz del Evangelio en tantos espacios donde la oscuridad y el sin sentido de la vida hacen estragos, dañando a todos.

Los fieles laicos tienen en esto una gran tarea: hacer presente el Evangelio en aquellos lugares donde sólo por ellos puede llegar, y no esperar que todo lo hagan los obispos y sacerdotes.


Publicado por verdenaranja @ 19:38  | Hablan los obispos
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Texto de la catequesis del papa Francisco en la audiencia del miércoles 13 de Noviembre de 2013 (Zenit.org)

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Credo, a través del cual todos los domingos hacemos nuestra profesión de fe, nosotros afirmamos: “Creo en un solo bautismo por el perdón de los pecados”. Se trata de la única referencia explícita a un Sacramento en el interior del Credo. Solo se habla del Bautismo allí. En efecto el Bautismo es la “puerta” de la fe y de la vida cristiana. Jesús Resucitado dejó a los Apóstoles esta consigna: “Entonces les dijo: «Id por todo el mundo, anunciando la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará” (Mc 16, 15-16) La misión de la Iglesia es evangelizar y perdonar los pecados a través del sacramento bautismal. Pero volvamos a las palabras del Credo. La expresión se puede dividir en tres puntos: “creo”, “un solo bautismo”, “para la remisión de los pecados”.

1. «Creo». ¿Qué quiere decir esto? Es un término solemne que indica la gran importancia del objeto, es decir del Bautismo. En efecto, pronunciando estas palabras nosotros afirmamos nuestra verdadera identidad de hijos de Dios. El Bautismo es, en un cierto sentido, el documento de identidad del cristiano, su acta de nacimiento. El acta de nacimiento a la Iglesia. Todos vosotros sabéis qué día nacisteis ¿verdad? Celebráis el cumpleaños, todos, todos nosotros celebramos el cumpleaños. Os haré una pregunta que ya os hice en otra ocasión ¿Quién de vosotros se acuerda de la fecha en que fue bautizado? Levantad la mano ¿quién de vosotros? Son pocos, ¡eh! ¡No muchos! Y no les pregunto a los obispos para no pasar vergüenza… ¡Son pocos! Hagamos una cosa, hoy, cuando volváis a casa, preguntad en que día fuisteis bautizados, investigadlo. Este será vuestro segundo cumpleaños. El primero es el cumpleaños a la vida y este será vuestro cumpleaños a la Iglesia. El día del nacimiento en la Iglesia ¿Lo haréis? Es una tarea para hacer en casa. Buscar el día en el que nacisteis. Y darle gracias al Señor porque nos ha abierto la puerta de la Iglesia, el día en el que fuimos bautizados. ¡Hagámoslo hoy!

Al mismo tiempo, al Bautismo está ligada nuestra fe en la remisión de los pecados. El Sacramento de la Penitencia o Confesión es, de hecho, como un segundo “bautismo”, que recuerda siempre el primero para consolidarlo y renovarlo. En este sentido, el día de nuestro Bautismo es el punto de partida de un camino, de un camino bellísimo, de un camino hacia Dios, que dura toda la vida, un camino de conversión y que se sostiene continuamente por el Sacramento de la Penitencia. Pensad esto: cuando nosotros vamos a confesarnos de nuestras debilidades, de nuestros pecados, vamos a pedirle perdón a Jesús pero también a renovar este bautismo con este perdón. ¡Esto es bello! ¡Es como celebrar, en cada confesión, el día de nuestro bautismo! Así, la Confesión no supone sentarse en un sala de tortura. ¡Es una fiesta, una fiesta para celebrar el día del Bautismo! ¡La Confesión es para los bautizados! ¡Para tener limpio el vestido blanco de nuestra dignidad cristiana!

2. Segundo elemento: «un solo bautismo». Esta expresión recuerda aquella de san Pablo “hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Ef 4,5). La palabra “bautismo” significa literalmente “inmersión”, y, de hecho, este Sacramento constituye una verdadera inmersión espiritual… ¿Dónde? ¿En la piscina? ¡No! En la muerte de Cristo. El Bautismo es exactamente una inmersión espiritual en la muerte de Cristo de la cual se resurge con Él como nuevas criaturas (cfr. Rm 6,4). Se trata de una baño de regeneración y de iluminación. Regeneración porque se realiza este nacimiento del agua y del Espíritu sin el cual nadie puede entrar en el Reino de los Cielos (cfr. Jn 3,5). Iluminación porque, a través del Bautismo, la persona humana se colma de la gracia de Cristo, “luz verdadera que ilumina a todo hombre” (Jn 1,9) y destruye las tinieblas del pecado. Por esto en la ceremonia del Bautismo a los padres se les entrega un cirio encendido para simbolizar esta iluminación. El Bautismo nos ilumina desde dentro con la luz de Jesús. Por este don, el bautizado está llamado a convertirse él mismo en “luz” para los hermanos, especialmente para los que están en las tinieblas y no ven la luz en el horizonte de sus vidas.

Probemos a preguntarnos: el Bautismo, para mí, ¿es un hecho del pasado, de ese día que vosotros hoy buscareis en casa para saber cuál es, o una realidad viva, que tiene que ver con mi presente, en todo momento? ¿Te sientes fuerte, con la fuerza que te da Cristo, con su Sangre, con su Resurrección? ¿Tú te sientes fuerte? O ¿te sientes débil? ¿Sin fuerzas? El Bautismo da fuerzas. Con el Bautismo, ¿te sientes un poco iluminado, iluminada con la luz que viene de Cristo? ¿eres un hombre o una mujer de luz? O ¿eres un hombre, una mujer oscuros, sin la luz de Jesús? Pensad en esto. Tomad la gracia del Bautismo, que es un regalo, es convertirse en luz, luz para todos.

3. Finalmente, un breve apunte sobre el tercer elemento: «para la remisión de los pecados». Recordad esto: profeso un solo bautismo, para el perdón de los pecados. En el sacramento del Bautismo se perdonan todos los pecados, el pecado original y todos los pecados personales, como también todas las penas del pecado. Con el Bautismo se abre la puerta a una efectiva novedad de vida que no está oprimida por el peso de un pasado negativo, sino que participa ya de la belleza y de la bondad del Reino de los cielos. Se trata de una intervención potente de la misericordia de Dios en nuestra vida, para salvarnos. Pero esta intervención salvífica no quita a nuestra naturaleza humana su debilidad; todos somos débiles y todos somos pecadores ¡No nos quita la responsabilidad de pedir perdón cada vez que nos equivocamos! Y esto es hermoso: yo no me puedo bautizar dos veces, tres veces, cuatro veces, pero sí puedo ir a la confesión. Y, cada vez que me confieso, renuevo la gracia del bautismo, es como si yo hiciera un segundo bautismo. El Señor Jesús, que es tan bueno, que nunca se cansa de perdonarnos, me perdona. Recordadlo bien, el bautismo nos abre la puerta de la Iglesia; buscad la fecha de bautismo. Pero, incluso cuando la puerta se cierra un poco, por nuestras debilidades y nuestros pecados, la confesión la vuelve a abrir, porque la confesión es como un segundo bautismo, que nos perdona todo y nos ilumina, para seguir adelante con la luz del Señor. Vayamos así adelante, alegres, porque la vida se debe vivir con la alegría de Jesucristo. Y esto es una gracia del Señor. Gracias.

(RED/IV)


Publicado por verdenaranja @ 19:34  | Habla el Papa
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Texto de la catequesis del papa Francisco en la audiencia del miércoles 13 de Noviembre de 2013 (Zenit.org)

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Credo, a través del cual todos los domingos hacemos nuestra profesión de fe, nosotros afirmamos: “Creo en un solo bautismo por el perdón de los pecados”. Se trata de la única referencia explícita a un Sacramento en el interior del Credo. Solo se habla del Bautismo allí. En efecto el Bautismo es la “puerta” de la fe y de la vida cristiana. Jesús Resucitado dejó a los Apóstoles esta consigna: “Entonces les dijo: «Id por todo el mundo, anunciando la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará” (Mc 16, 15-16) La misión de la Iglesia es evangelizar y perdonar los pecados a través del sacramento bautismal. Pero volvamos a las palabras del Credo. La expresión se puede dividir en tres puntos: “creo”, “un solo bautismo”, “para la remisión de los pecados”.

1. «Creo». ¿Qué quiere decir esto? Es un término solemne que indica la gran importancia del objeto, es decir del Bautismo. En efecto, pronunciando estas palabras nosotros afirmamos nuestra verdadera identidad de hijos de Dios. El Bautismo es, en un cierto sentido, el documento de identidad del cristiano, su acta de nacimiento. El acta de nacimiento a la Iglesia. Todos vosotros sabéis qué día nacisteis ¿verdad? Celebráis el cumpleaños, todos, todos nosotros celebramos el cumpleaños. Os haré una pregunta que ya os hice en otra ocasión ¿Quién de vosotros se acuerda de la fecha en que fue bautizado? Levantad la mano ¿quién de vosotros? Son pocos, ¡eh! ¡No muchos! Y no les pregunto a los obispos para no pasar vergüenza… ¡Son pocos! Hagamos una cosa, hoy, cuando volváis a casa, preguntad en que día fuisteis bautizados, investigadlo. Este será vuestro segundo cumpleaños. El primero es el cumpleaños a la vida y este será vuestro cumpleaños a la Iglesia. El día del nacimiento en la Iglesia ¿Lo haréis? Es una tarea para hacer en casa. Buscar el día en el que nacisteis. Y darle gracias al Señor porque nos ha abierto la puerta de la Iglesia, el día en el que fuimos bautizados. ¡Hagámoslo hoy!

Al mismo tiempo, al Bautismo está ligada nuestra fe en la remisión de los pecados. El Sacramento de la Penitencia o Confesión es, de hecho, como un segundo “bautismo”, que recuerda siempre el primero para consolidarlo y renovarlo. En este sentido, el día de nuestro Bautismo es el punto de partida de un camino, de un camino bellísimo, de un camino hacia Dios, que dura toda la vida, un camino de conversión y que se sostiene continuamente por el Sacramento de la Penitencia. Pensad esto: cuando nosotros vamos a confesarnos de nuestras debilidades, de nuestros pecados, vamos a pedirle perdón a Jesús pero también a renovar este bautismo con este perdón. ¡Esto es bello! ¡Es como celebrar, en cada confesión, el día de nuestro bautismo! Así, la Confesión no supone sentarse en un sala de tortura. ¡Es una fiesta, una fiesta para celebrar el día del Bautismo! ¡La Confesión es para los bautizados! ¡Para tener limpio el vestido blanco de nuestra dignidad cristiana!

2. Segundo elemento: «un solo bautismo». Esta expresión recuerda aquella de san Pablo “hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Ef 4,5). La palabra “bautismo” significa literalmente “inmersión”, y, de hecho, este Sacramento constituye una verdadera inmersión espiritual… ¿Dónde? ¿En la piscina? ¡No! En la muerte de Cristo. El Bautismo es exactamente una inmersión espiritual en la muerte de Cristo de la cual se resurge con Él como nuevas criaturas (cfr. Rm 6,4). Se trata de una baño de regeneración y de iluminación. Regeneración porque se realiza este nacimiento del agua y del Espíritu sin el cual nadie puede entrar en el Reino de los Cielos (cfr. Jn 3,5). Iluminación porque, a través del Bautismo, la persona humana se colma de la gracia de Cristo, “luz verdadera que ilumina a todo hombre” (Jn 1,9) y destruye las tinieblas del pecado. Por esto en la ceremonia del Bautismo a los padres se les entrega un cirio encendido para simbolizar esta iluminación. El Bautismo nos ilumina desde dentro con la luz de Jesús. Por este don, el bautizado está llamado a convertirse él mismo en “luz” para los hermanos, especialmente para los que están en las tinieblas y no ven la luz en el horizonte de sus vidas.

Probemos a preguntarnos: el Bautismo, para mí, ¿es un hecho del pasado, de ese día que vosotros hoy buscareis en casa para saber cuál es, o una realidad viva, que tiene que ver con mi presente, en todo momento? ¿Te sientes fuerte, con la fuerza que te da Cristo, con su Sangre, con su Resurrección? ¿Tú te sientes fuerte? O ¿te sientes débil? ¿Sin fuerzas? El Bautismo da fuerzas. Con el Bautismo, ¿te sientes un poco iluminado, iluminada con la luz que viene de Cristo? ¿eres un hombre o una mujer de luz? O ¿eres un hombre, una mujer oscuros, sin la luz de Jesús? Pensad en esto. Tomad la gracia del Bautismo, que es un regalo, es convertirse en luz, luz para todos.

3. Finalmente, un breve apunte sobre el tercer elemento: «para la remisión de los pecados». Recordad esto: profeso un solo bautismo, para el perdón de los pecados. En el sacramento del Bautismo se perdonan todos los pecados, el pecado original y todos los pecados personales, como también todas las penas del pecado. Con el Bautismo se abre la puerta a una efectiva novedad de vida que no está oprimida por el peso de un pasado negativo, sino que participa ya de la belleza y de la bondad del Reino de los cielos. Se trata de una intervención potente de la misericordia de Dios en nuestra vida, para salvarnos. Pero esta intervención salvífica no quita a nuestra naturaleza humana su debilidad; todos somos débiles y todos somos pecadores ¡No nos quita la responsabilidad de pedir perdón cada vez que nos equivocamos! Y esto es hermoso: yo no me puedo bautizar dos veces, tres veces, cuatro veces, pero sí puedo ir a la confesión. Y, cada vez que me confieso, renuevo la gracia del bautismo, es como si yo hiciera un segundo bautismo. El Señor Jesús, que es tan bueno, que nunca se cansa de perdonarnos, me perdona. Recordadlo bien, el bautismo nos abre la puerta de la Iglesia; buscad la fecha de bautismo. Pero, incluso cuando la puerta se cierra un poco, por nuestras debilidades y nuestros pecados, la confesión la vuelve a abrir, porque la confesión es como un segundo bautismo, que nos perdona todo y nos ilumina, para seguir adelante con la luz del Señor. Vayamos así adelante, alegres, porque la vida se debe vivir con la alegría de Jesucristo. Y esto es una gracia del Señor. Gracias.

(RED/IV)


Publicado por verdenaranja @ 19:33  | Habla el Papa
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Texto de la catequesis del papa Francisco en la audiencia del miércoles 13 de Noviembre de 2013 (Zenit.org)

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Credo, a través del cual todos los domingos hacemos nuestra profesión de fe, nosotros afirmamos: “Creo en un solo bautismo por el perdón de los pecados”. Se trata de la única referencia explícita a un Sacramento en el interior del Credo. Solo se habla del Bautismo allí. En efecto el Bautismo es la “puerta” de la fe y de la vida cristiana. Jesús Resucitado dejó a los Apóstoles esta consigna: “Entonces les dijo: «Id por todo el mundo, anunciando la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará” (Mc 16, 15-16) La misión de la Iglesia es evangelizar y perdonar los pecados a través del sacramento bautismal. Pero volvamos a las palabras del Credo. La expresión se puede dividir en tres puntos: “creo”, “un solo bautismo”, “para la remisión de los pecados”.

1. «Creo». ¿Qué quiere decir esto? Es un término solemne que indica la gran importancia del objeto, es decir del Bautismo. En efecto, pronunciando estas palabras nosotros afirmamos nuestra verdadera identidad de hijos de Dios. El Bautismo es, en un cierto sentido, el documento de identidad del cristiano, su acta de nacimiento. El acta de nacimiento a la Iglesia. Todos vosotros sabéis qué día nacisteis ¿verdad? Celebráis el cumpleaños, todos, todos nosotros celebramos el cumpleaños. Os haré una pregunta que ya os hice en otra ocasión ¿Quién de vosotros se acuerda de la fecha en que fue bautizado? Levantad la mano ¿quién de vosotros? Son pocos, ¡eh! ¡No muchos! Y no les pregunto a los obispos para no pasar vergüenza… ¡Son pocos! Hagamos una cosa, hoy, cuando volváis a casa, preguntad en que día fuisteis bautizados, investigadlo. Este será vuestro segundo cumpleaños. El primero es el cumpleaños a la vida y este será vuestro cumpleaños a la Iglesia. El día del nacimiento en la Iglesia ¿Lo haréis? Es una tarea para hacer en casa. Buscar el día en el que nacisteis. Y darle gracias al Señor porque nos ha abierto la puerta de la Iglesia, el día en el que fuimos bautizados. ¡Hagámoslo hoy!

Al mismo tiempo, al Bautismo está ligada nuestra fe en la remisión de los pecados. El Sacramento de la Penitencia o Confesión es, de hecho, como un segundo “bautismo”, que recuerda siempre el primero para consolidarlo y renovarlo. En este sentido, el día de nuestro Bautismo es el punto de partida de un camino, de un camino bellísimo, de un camino hacia Dios, que dura toda la vida, un camino de conversión y que se sostiene continuamente por el Sacramento de la Penitencia. Pensad esto: cuando nosotros vamos a confesarnos de nuestras debilidades, de nuestros pecados, vamos a pedirle perdón a Jesús pero también a renovar este bautismo con este perdón. ¡Esto es bello! ¡Es como celebrar, en cada confesión, el día de nuestro bautismo! Así, la Confesión no supone sentarse en un sala de tortura. ¡Es una fiesta, una fiesta para celebrar el día del Bautismo! ¡La Confesión es para los bautizados! ¡Para tener limpio el vestido blanco de nuestra dignidad cristiana!

2. Segundo elemento: «un solo bautismo». Esta expresión recuerda aquella de san Pablo “hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Ef 4,5). La palabra “bautismo” significa literalmente “inmersión”, y, de hecho, este Sacramento constituye una verdadera inmersión espiritual… ¿Dónde? ¿En la piscina? ¡No! En la muerte de Cristo. El Bautismo es exactamente una inmersión espiritual en la muerte de Cristo de la cual se resurge con Él como nuevas criaturas (cfr. Rm 6,4). Se trata de una baño de regeneración y de iluminación. Regeneración porque se realiza este nacimiento del agua y del Espíritu sin el cual nadie puede entrar en el Reino de los Cielos (cfr. Jn 3,5). Iluminación porque, a través del Bautismo, la persona humana se colma de la gracia de Cristo, “luz verdadera que ilumina a todo hombre” (Jn 1,9) y destruye las tinieblas del pecado. Por esto en la ceremonia del Bautismo a los padres se les entrega un cirio encendido para simbolizar esta iluminación. El Bautismo nos ilumina desde dentro con la luz de Jesús. Por este don, el bautizado está llamado a convertirse él mismo en “luz” para los hermanos, especialmente para los que están en las tinieblas y no ven la luz en el horizonte de sus vidas.

Probemos a preguntarnos: el Bautismo, para mí, ¿es un hecho del pasado, de ese día que vosotros hoy buscareis en casa para saber cuál es, o una realidad viva, que tiene que ver con mi presente, en todo momento? ¿Te sientes fuerte, con la fuerza que te da Cristo, con su Sangre, con su Resurrección? ¿Tú te sientes fuerte? O ¿te sientes débil? ¿Sin fuerzas? El Bautismo da fuerzas. Con el Bautismo, ¿te sientes un poco iluminado, iluminada con la luz que viene de Cristo? ¿eres un hombre o una mujer de luz? O ¿eres un hombre, una mujer oscuros, sin la luz de Jesús? Pensad en esto. Tomad la gracia del Bautismo, que es un regalo, es convertirse en luz, luz para todos.

3. Finalmente, un breve apunte sobre el tercer elemento: «para la remisión de los pecados». Recordad esto: profeso un solo bautismo, para el perdón de los pecados. En el sacramento del Bautismo se perdonan todos los pecados, el pecado original y todos los pecados personales, como también todas las penas del pecado. Con el Bautismo se abre la puerta a una efectiva novedad de vida que no está oprimida por el peso de un pasado negativo, sino que participa ya de la belleza y de la bondad del Reino de los cielos. Se trata de una intervención potente de la misericordia de Dios en nuestra vida, para salvarnos. Pero esta intervención salvífica no quita a nuestra naturaleza humana su debilidad; todos somos débiles y todos somos pecadores ¡No nos quita la responsabilidad de pedir perdón cada vez que nos equivocamos! Y esto es hermoso: yo no me puedo bautizar dos veces, tres veces, cuatro veces, pero sí puedo ir a la confesión. Y, cada vez que me confieso, renuevo la gracia del bautismo, es como si yo hiciera un segundo bautismo. El Señor Jesús, que es tan bueno, que nunca se cansa de perdonarnos, me perdona. Recordadlo bien, el bautismo nos abre la puerta de la Iglesia; buscad la fecha de bautismo. Pero, incluso cuando la puerta se cierra un poco, por nuestras debilidades y nuestros pecados, la confesión la vuelve a abrir, porque la confesión es como un segundo bautismo, que nos perdona todo y nos ilumina, para seguir adelante con la luz del Señor. Vayamos así adelante, alegres, porque la vida se debe vivir con la alegría de Jesucristo. Y esto es una gracia del Señor. Gracias.

(RED/IV)


Publicado por verdenaranja @ 19:31  | Habla el Papa
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Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (XXXII domingo durante el año, 10 de noviembre de 2013) (AICA)

Vivir de acuerdo a nuestra finalidad. Jornada Nacional del Enfermo.

Se le acercaron algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?". Jesús les respondió: "En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él". (San Lucas 20, 27-38)



Estamos ante un texto especial, difícil de explicar, pero muy importante, muy rico y fundamental, porque el Señor nos habla más allá de la muerte, nos habla del encuentro con el Dios de los vivos, nos habla de la trascendencia, de la resurrección y de la vida eterna.

En todo esto hay una relación muy profunda y, a veces, la mayoría de la gente tiene “miedo” de hablar de la vida, de la muerte, del más allá, de lo eterno, del cielo, de aquello que no tiene ocaso ni fin. Y diría que se entiende la vida por la finalidad, y la finalidad es la vida eterna.

Nuestra vida está en Dios y desde Dios ilumina nuestra vida. Dios, que es vida, ilumina nuestra vida acá y la presencia de lo eterno -es decir Dios que es vivo, viviente- va iluminando todas nuestras cosas, todas nuestras realidades. Por lo tanto, tenemos que vivir de acuerdo a nuestra finalidad; y viviendo así colocaremos los medios correctamente, sabiendo que en Dios, que es eterno, uno vive.

La Iglesia reza porque cree en la resurrección, reza por los difuntos, porque sabe que se ha traspasado el límite del tiempo, de lo físico, de lo humano, entrando en otra dimensión: la dimensión eterna, de aquello que es infinito, absoluto, que es Dios.

Nuestra fe en Dios, en el Dios de la Vida, nos responsabiliza más para no tener miedo, para no entrar en esclavitudes ni vivir escondidos en los pequeños mundos, sino para tener una dimensión amplia, rotunda, contundente, firme, como es la vida eterna; que es lo que nos especifica, nos señala, nos ilumina, nos anima y nos lleva al compromiso. ¡El Dios de los vivos y no de los muertos! Quien vive en Dios tendrá vida no tendrá ocaso, no tendrá fin.

Que esperando el más allá, nos comprometamos en el más acá con mayor responsabilidad, verdad y justicia.

Les dijo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén


Mons. Rubén Oscar Frassia, Obispo de Avellaneda-Lanús


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S?bado, 16 de noviembre de 2013

Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú para el domingo XXXII del tiempo ordinario (10 de noviembre de 2013) (AICA)

“Señor, Tú no eres Dios de muertos, sino de vivos” (Lc. 20,38)

La resurrección de los muertos, tema que trata la liturgia de este domingo, verdad que hasta el judaísmo tardío de los Libros de Daniel y Macabeos no es tratado y que queda prácticamente en la sombra. Justamente en este domingo el libro de los Macabeos (Mac. 7,1-2,9-14) nos trae el relato de los siete jóvenes hermanos que sufrían el martirio infligido por el Rey pagano que los quiere hacer abjurar de la Ley de Moisés. Ellos se niegan, y cuando son sometidos a la tortura, declaran con seguridad que un día recobrarán sus cuerpos resucitados a la vida eterna: “De Dios recibí (las manos), espero recobrarlas del mismo Dios”, declara uno de los hermanos (Ib 11) y dice el otro: “el Rey del universo nos resucitará para la vida eterna”(Ib9) “Tu en cambio, dice uno de los siete, dirigiéndose al tirano, no resucitarás para la vida” (Ib 14). La esperanza en la resurrección y en la vida eterna debía ser muy fuerte en la fe de estos jóvenes judíos como para darles la fuerza de morir.

En tiempos de Jesús la resurrección de los muertos era una verdad de fe profesada por todo el mundo judío. En una extraña cuestión planteada por uno de la secta de los Saduceos, que son los únicos que rechazan la resurrección de los muertos, le plantean a Jesús (Lc. 20, 27-38), para poner en ridículo la fe en la resurrección, el caso de una mujer que quedó sucesivamente viuda de siete hermanos: “cuando llegue la resurrección de los muertos, de cuál de los hermanos será mujer?” Esto le da ocasión a Jesús para explicar, que la vida de los resucitados será totalmente diferente de la que se vive en la tierra: “no se casarán. Ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios porque participan en la resurrección” (Ib 35-36). El cuerpo de los resucitados, será un cuerpo glorificado, no sujeto a las leyes de la carne y de la naturaleza humana. Serán inmortales y no será necesario el matrimonio para asegurar la conservación de la especie humana. El cuerpo de los resucitados, sus cuerpos y sus vidas, serán como la de los ángeles, serán “hijos de Dios”. La gracia de adopción que recibimos en el bautismo llegará a su plenitud transfigurando los cuerpos.

En 1 Cor.15, 42-44, San Pablo dice: “así será la resurrección de los muertos; se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita espiritual”. Jesús concluye, “Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos” (Lc. 20, 38). Los que han muerto para nosotros, están vivos para El y un día resucitarán todos. Jesús mismo ha dicho de sí: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí aunque haya muerto vivirá” (Jn.11,25). La resurrección de Cristo nos hace afirmar la salvación del hombre y por lo tanto, en la resurrección del hombre, la misma materia está ya glorificada, resucitada. Nosotros vivimos en la fe y caminamos con la esperanza de la gloria futura, obrando el bien y viviendo el amor, para conseguir en el último día una resurrección de vida y no de condenación.

Es por esto que está tan ligada la vida cotidiana, a la fe en Cristo Jesús, y al esfuerzo que por intermedio de la gracia hagamos en favor de nuestro prójimo y del bien común, luchando contra el egoísmo, toda clase de corrupción y pecado, practicando nuestra fe y alimentándola con la vivencia de los sacramentos y del ejercicio de la caridad.

Que la Virgen nuestra madre en la fe nos ayude a vivir conforme a la esperanza de la gloria futura y de la futura resurrección.

Mons. Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú

 


Publicado por verdenaranja @ 23:52  | Hablan los obispos
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Texto el micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT9 (9 de noviembre de 2013) (AICA)

El catecismo de la iglesia católica

Cuando se habla de la fe cristiana debemos tener en cuenta la totalidad de las verdades que nos ha revelado Jesucristo. Hay en ellas una dinámica interna que nos permite comprender y vivir el sentido y el contenido pleno de la Fe. Podemos hablar, incluso, de una jerarquía de verdades. Esto es, precisamente, lo que hace el Catecismo de la Iglesia Católica tomando como esquema de su exposición el Credo, que fue el primer resumen de lo esencial de la verdad revelada por Jesucristo, que se usaba en el bautismo. La primera parte es la profesión de Fe en un Dios que en su Unidad, es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esto nos habla de quién es Dios, de su vida, de su amor y su cercanía al hombre. Luego, en la segunda parte, nos muestra el camino de esta salvación realizada en Jesucristo y comunicada por el Espíritu Santo, sobre todo en los sacramentos que nos ha dejado como signos de su vida y presencia en la Iglesia. En estas dos primeras partes contemplamos a Dios en su ser y en su obrar, y lo hacemos siempre desde Jesucristo.

La tercera parte se refiere a la vida del cristiano en el mundo. Para ello parte del fin último al que está llamado el hombre, es decir, de las bienaventuranzas, que es su vocación plena junto a Dios. Este partir desde el fin da sentido e ilumina la vida presente del hombre. Esta parte nos muestra cómo es el obrar libre y recto del hombre, mediante las virtudes, la gracia y los mandamientos. Aquí se ve la obra de Jesucristo hecha camino y vida por su palabra y la gracia, que orienta el caminar del hombre. Es el ámbito de la vida moral. Finalmente, en la cuarta parte, nos presenta el significado y la importancia de la oración, no como algo mágico o una técnica que me encierra en mi pequeño mundo, sino como un diálogo con Dios que me abre al amor personal con quien es el origen de mi vida y fuente de paz y alegría. ¡Cuántas veces la oración nos ayuda a dar sentido y a sobrellevar, incluso, la cruz cuando es parte de mi vida!

El Catecismo de la Iglesia Católica es, por lo mismo, un precioso resumen de lo esencial de la fe y de la vida cristiana. Es un libro orientado a vivir la fe cristiana en este mundo, desde las enseñanzas de Jesucristo que ha venido para ser Camino, Verdad y Vida. Él nos ha dejado esta riqueza de su presencia en la Iglesia a través de su Palabra y los Sacramentos. Iglesia, Palabra y Sacramentos, forman parte de una unidad que pertenece al designio de Dios. El Catecismo es, por ello, un acto de la función magisterial de la Iglesia en la que nos presenta la obra de Dios y orienta nuestra respuesta como un camino de fe y de amor, teniendo como horizonte la Vida del Reino de Dios. Desde la fe el hombre conoce su origen en Dios y descubre en Cristo su camino en este mundo. Frente a tantos espiritualismos que nos alejan de la realidad, como de posturas secularizadas que desconocen la dimensión trascendente del hombre: ¡qué importante es una lectura pausada del Catecismo de la Iglesia Católica como síntesis de los contenidos de nuestra fe llamados a ser vividos en este mundo!

Reciban se su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo, arzobispado de Santa Fe de la Vera Cruz


Publicado por verdenaranja @ 23:43  | Hablan los obispos
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El papa Francisco dirigió al medio día del domingo 10 de Noviembre de 2013, antes de la oración del ángelus, un mensaje de esperanza en Dios y su promesa de la vida eterna, partiendo del evangelio del día. (Zenit.org)

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El evangelio de este domingo nos presenta a Jesús que se enfrenta a los saduceos, quienes negaban la resurrección. Y es justamente sobre este tema que ellos interrogan a Jesús, para ponerlo en dificultad y ridicularizar la fe en la resurrección de los muertos. Parten de un caso imaginario: 'Una mujer tuvo siete maridos, muerto uno después del otro', y le preguntan a Jesús: 'De quién será esposa esta mujer después de su muerte?'.

Jesús siempre manso y paciente les indica como primera cosa, que la vida después de la muerte no tiene los mismos parámetros de aquella terrena. La vida eterna es otra vida, en otra dimensión, en la cual entre otras cosas no existirá más el matrimonio, que está relacionado a nuestra existencia en este mundo. Los resucitados -dice Jesús- serán como los ángeles y vivirán en un estado diverso que ahora no podemos sentir ni imaginar. Y así lo Jesús explica. 

Pero después, por así decir, pasa al contraataque. Y lo hace citando la sagrada escritura, con una simplicidad y una originalidad que nos dejan llenos de amor hacia nuestro Maestro, ¡el único Maestro!

La prueba de la resurrección, Jesús la encuentra en el episodio de Moisés y de la zarza ardiente, allí en donde Dios se revela como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. El nombre de Dios está unido a los nombres de los hombres y de las mujeres con los cuales Él se relaciona, y este nexo es más fuerte que la muerte. Y nosotros podemos decir esto de la relación de Dios con nosotros. Él es nuestro Dios; Él es el Dios de cada uno de nosotros; como si Él llevara nuestro nombre, le gusta decirlo, y esta es la Alianza.

He aquí por qué Jesús afirma: 'Dios no es de los muertos pero de los vivos, para que todos vivan en Él”. Esta es una ligación definitiva; la alianza fundamental es aquella con Jesús; Él mismo es la Alianza, Él mismo es la Vida y la Resurrección, porque con su amor crucificado ha vencido la muerte.

En Jesús, Dios nos da la vida eterna, nos la da a todos, y todos gracias a Él tienen la esperanza de una vida aún más verdadera que la actual.

La vida que Dios nos prepara no es un simple embellecimiento de la actual: esa supera nuestra imaginación, porque Dios nos asombra continuamente con su amor y con su misericordia.

Por lo tanto sucederá lo contrario de lo que esperaban los saduceos. No es esta la vida que será referencia de la eternidad, a la otra vida que nos espera; pero es la eternidad, es esa la vida que ilumina y da esperanza a la vida terrena de cada uno de nosotros. Si miramos solamente con mirada humana somos llevados a decir: el camino del hombre va de la vida hacia la muerte, eso se ve; pero eso es solamente si lo miramos con ojos humanos.

Jesús invierte esta perspectiva y afirma que nuestra peregrinación va de la muerte hacia la vida: la vida plena; nosotros estamos en camino, en peregrinación hacia la vida plena y esa vida plena nos ilumina en nuestro camino. Por lo tanto la muerte se queda detrás de nuestras espaldas, no delante de nosotros.

Delante de nosotros está el Dios de los vivos, el Dios de la Alianza, el Dios que lleva mi nombre, nuestro nombre, como Él dijo, yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, y también en Dios con mi nombre, con tu nombre, con tu nombre con nuestro nombre. El Dios de los vivos.

Está la definitiva derrota del pecado y de la muerte, el inicio de un nuevo tiempo de alegría y de luz sin fin. Pero ya en esta tierra, en la oración, en los sacramentos, en la fraternidad, nosotros encontramos a Jesús y su amor, y así podemos pregustar algo de la vida de la resurrección.

La experiencia que hacemos de su amor y de su fidelidad enciende como un fuego en nuestro corazón y aumenta nuestra fe en la resurrección. De hecho, si Dios es fiel y nos ama, no puede hacerlo en un tiempo limitado, la fidelidad es eterna, no puede cambiar, el amor de Dios es eterno y no puede cambiar, no es en un tiempo limitado, es para siempre, hacia adelante. Él es fiel para siempre y Él nos espera a cada uno de nosotros con esta fidelidad eterna.  

(RED/HSM)


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Viernes, 15 de noviembre de 2013

Reflexión a las lecturas del domingo treintitrés del Tiempo Ordinario ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"  

Domingo 33º del T. Ordinario C 

Es posible que cuando S. Lucas escribía el Evangelio, ya el templo y la misma Ciudad de Jerusalén estuvieran destruidos, según el aviso del Señor (Lc 19, 41-44). Y es posible también que los cristianos estuvieran ya siendo perseguidos, según Él les había anunciado.

En ese caso, a los cristianos les venía bien recordar las palabras del Señor, que hemos escuchado en el Evangelio de este domingo.

Sea como fuera, en el Evangelio del domingo 33º, penúltimo del T. Ordinario C, se entrecruzan dos temas: la destrucción del templo de Jerusalén y de la Ciudad entera y la Vuelta Gloriosa de Señor.

Estos días, en la Santa Misa, escuchamos algunos textos acerca de este último acontecimiento, que esperamos. Y hemos de distinguir, cuidadosamente, el mensaje  específico y concreto de Jesucristo, de la forma literaria apocalíptica en la que se expresa.

A lo largo de estas semanas, como decía el otro día, hasta bien entrado el Adviento, recordamos y celebramos esta verdad fundamental que profesamos en el Credo: “Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin”. Y también: “Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos”, según el texto que usemos.

Desgraciadamente, esta verdad es poco conocida y vivida, a pesar de celebrarla cada año, durante un tiempo largo.

Y mientras aguardamos ese Día Dichoso, ¿qué tenemos que hacer? ¿A qué nos vamos a dedicar?

Algunos cristianos de Tesalónica a los que S. Pablo escribe con cierta aspereza, pensaban que lo mejor era “dedicarse a no hacer nada”, sencillamente, a esperar que el Señor viniera… De esto nos habla la segunda Lectura de hoy. No entendían que Jesucristo quiere encontrarnos, cuando vuelva, realizando la doble tarea que nos ha encomendado: mejorar la tierra mediante el trabajo manual e intelectual y cooperar en la obra de la Redención anunciando la Buena Noticia al mundo entero, según la vocación de cada uno.

Y hemos de esperar  a Cristo no aisladamente, cada uno por su lado, sino en comunidad, en Iglesia. Si vivimos según su espíritu, tendremos la seguridad de prepararnos acertada y adecuadamente para ese Gran Día.

Lo recordamos, especialmente, este domingo en el que celebramos el Día de la Iglesia Diocesana.

Esta Jornada no puede reducirse a una aportación económica  un poco más generosa que otros días o a rellenar el boletín de una suscripción periódica a favor de la Diócesis, que también es necesario, sino que es un día de gracia, en el que hemos de contemplar, de algún modo, el misterio de la Iglesia, casa y camino de salvación, que se hace más cercana, más asequible, más familiar, en cada Diócesis o Iglesia Particular.

De esta forma, nos sentiremos movidos, de manera casi espontánea, a dar gracias a Dios por el don inefable de pertenecer a ella y también buscaremos caminos para trabajar más y mejor en la misión que la Iglesia tiene encomendada.

 

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 22:49  | Espiritualidad
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DOMINGO 33º DEL TIEMPO ORDINARIO C   

MONICIONES

 

 

PRIMERA LECTURA

        Escucharemos en la primera lectura la voz del profeta que anuncia la venida del Señor, que será como una hoguera de fuego para los perversos y sol de justicia para los que le honran.

 

SEGUNDA LECTURA

        Se nos enseña en la segunda Lectura que la espera de la venida del Señor no debe dispensarnos del trabajo, del cumplimiento fiel y responsable de nuestros deberes.

 

TERCERA LECTURA     

        En las palabras del Señor que ahora escucharemos, se entrelazan dos realidades distintas: la destrucción de Jerusalén y el fin del mundo. Y en medio de todo, se nos invita a la esperanza y a la confianza en Él

 

COMUNIÓN

        La Eucaristía es la mesa santa, que el Señor prepara a su Iglesia peregrina, hasta que llegue el día de su Vuelta Gloriosa.

        Que esta Comunión nos ayude a trabajar sin desfallecer en su Iglesia, según el don que cada uno haya recibido. 


Publicado por verdenaranja @ 22:44  | Espiritualidad
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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo treintitrés del Tiempo Ordinario - C

Tiempos de crisis

En los evangelios se recogen algunos textos de carácter apocalíptico en los que no es fácil diferenciar el mensaje que puede ser atribuido a Jesús y las preocupaciones de las primeras comunidades cristianas, envueltas en situaciones trágicas mientras esperan con angustia y en medio de persecuciones el final de los tiempos.

Según el relato de Lucas, los tiempos difíciles no han de ser tiempos de lamentos y desaliento. No es tampoco la hora de la resignación o la huida. La idea de Jesús es otra. Precisamente en tiempos de crisis “tendréis ocasión de dar testimonio”. Es entonces cuando se nos ofrece la mejor ocasión de dar testimonio de nuestra adhesión a Jesús y a su proyecto.

Llevamos ya cinco años sufriendo una crisis que está golpeando duramente a muchos. Lo sucedido en este tiempo nos permite conocer ya con realismo el daño social y el sufrimiento que está generando. ¿No ha llegado el momento de plantearnos cómo estamos reaccionando?

Tal vez, lo primero es revisar nuestra actitud de fondo: ¿Nos hemos posicionado de manera responsable, despertando en nosotros un sentido básico de solidaridad, o estamos viviendo de espaldas a todo lo que puede turbar nuestra tranquilidad? ¿Qué hacemos desde nuestros grupos y comunidades cristianas? ¿Nos hemos marcado una línea de actuación generosa, o vivimos celebrando nuestra fe al margen de lo que está sucediendo?

La crisis está abriendo una fractura social injusta entre quienes podemos vivir sin miedo al futuro y aquellos que están quedando excluidos de la sociedad y privados de una salida digna. ¿No sentimos la llamada a introducir algunos “recortes” en nuestra vida para poder vivir los próximos años de manera más sobria y solidaria?

Poco a poco, vamos conociendo más de cerca a quienes se van quedando más indefensos y sin recursos (familias sin ingreso alguno, parados de larga duración, inmigrantes enfermos...) ¿Nos preocupamos de abrir los ojos para ver si podemos comprometernos en aliviar la situación de algunos? ¿Podemos pensar en alguna iniciativa realista desde las comunidades cristianas?

No hemos de olvidar que la crisis no solo crea empobrecimiento material. Genera, además, inseguridad, miedo, impotencia y experiencia de fracaso. Rompe proyectos, hunde familias, destruye la esperanza. ¿No hemos de recuperar la importancia de la ayuda entre familiares, el apoyo entre vecinos, la acogida y el acompañamiento desde la comunidad cristiana...? Pocas cosas pueden ser más nobles en estos momentos que el aprender a cuidarnos mutuamente.

José Antonio Pagola

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
domingo 33 del Tiempo Ordinario - C
17 de Noviembre de 2013


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Domingo, 10 de noviembre de 2013

El santo padre Francisco enla mañana del 9 de Noviembre de 2013 se encontró en el aula Pablo VI en el Vaticano, con los voluntarios del Unitalsi (Unión nacional italiana transporte enfermos a Lourdes y santuarios internacionales), asociación italiana de voluntarios conocida principalmente por su acompañar a enfermos y discapacitados a peregrinar a los santuarios marianos. (Zenit.org)

 

LAS PALABRAS DEL PAPA FRANCISCO

“Queridos hermanos y hermanas, les saludo con afecto, especialmente a las personas enfermas y discapacitadas, acompañadas por los voluntarios, a los asistentes eclesiásticos, a los responsables de las sección y al presidente nacional, a quienes les agradezco por su palabras.

La presencia de cardenales, obispos y personalidades institucionales es un signo del aprecio que la Unitalsi encuentra en la Iglesia y en la sociedad civil.

Desde hace 110 años vuestra asociación se dedica a las personas enfermas o en condiciones de fragilidad, con un estilo típicamente evangélico. De hecho vuestra obra no es asistencialismo o filantropía, sino un genuino anuncio del evangelio de la caridad y del ministerio de consolación.

Pienso a los tantos socios de la Unitalsi esparcidos por toda Italia: son hombres y mujeres, mamás y papás, y tantos jóvenes que movidos por el amor de Cristo y su ejemplo de Buen Samaritano, delante del sufrimiento no voltean la cara para el otro lado. Al contrario buscan tener una mirada que acoge, una mano que levanta y acompaña, palabras de confort, abrazos de ternura. No se desanimen por las dificultades y el cansancio, sino por el contrario sigan donando su tiempo, sonrisa y amor a los hermanos y hermanas que tienen necesidades.

Que cada personas enferma y frágil pueda ver en los rostros de ustedes, el rostro de Jesús; y que también ustedes puedan reconocer en la persona que sufre la carne de Cristo. Los pobres, también los pobres de salud son una riqueza para la Iglesia; y ustedes de la Unitalsi, junto a tantas realidades eclesiales, han recibido el don y el empelo de recoger esta riqueza, para ayudar a valorizarla, no solamente para la misma Iglesia, sino para toda la sociedad.

En el contexto cultural y social de hoy es más bien tendiente a esconder la fragilidad física, a considerarla solamente un problema, que pide resignación o falsa piedad o a veces el descartar las personas.

La Unitalsi está llamada a ser signo profético y a ir contra esta lógica mundana, ayudando a quienes sufre a ser protagonistas de la sociedad, en la Iglesia y también en la misma asociación. Para favorecer la real inserción de los enfermos en la comunidad cristiana y suscitar en ellos un fuerte sentido de pertenencia es necesaria una pastoral inclusiva en las parroquias y en las asociaciones. Se trata de valorizar realmente la presencia y testimonio de las personas frágiles y que sufren, no solamente como destinatarias de la obra evangelizadora, pero como sujetos activos de esta misma acción apostólica.

Queridos hermanos y hermanas enfermos, no se consideren solamente como objeto de solidaridad y de caridad, pero siéntanse insertados a pleno título en la vida y en la misión de la Iglesia. Ustedes tienen un lugar propio, un rol específico en la parroquia y en cada ámbito eclesial.

La presencia silenciosa de ustedes es más elocuente que tantas palabras, la oración de ustedes, la oferta cotidiana de los sufrimientos en unión con las de Jesús crucificado por la salvación del mundo, la aceptación paciente y también gozosa de la condiciones, son un recurso espiritual, un patrimonio para cada comunidad cristiana. Nos se avergüencen de ser un tesor precioso de la Iglesia.

La experiencia más fuerte que la Unitalsi vive durante el año es la peregrinación a los santuarios marianos, especialmente al de Lourdes. También vuestro estilo apostólico y vuestra espiritualidad se refieren a la Virgen santa. ¡Descubran nuevamente las razones más profundas! En particular imiten la maternidad de María, la atención materna que ella nos dedica a cada uno de nosotros. En el milagro de las bodas de Caná, la Virgen se dirige a los siervos y les dice: “Todo lo que les diga, háganlo” y Jesús ordena a los siervos de llenar con agua las ánforas y el agua se vuelve vino, mejor del que habían servido hasta ese momento.

Esta intervención de María junto a su Hijo, muestra la cultura de esta Madre hacia los hombres. Es el cuidado atento a nuestras necesidades más reales: ¡María sabe qué necesitamos! Ella se ocupa de cuidarnos, intercediendo junto a Jesús y pidiendo para cada uno de nosotros el don del 'vino nuevo', o sea el amor, la gracia que nos salva. Ella intercede siempre y reza por nosotros, especialmente en el momento de la dificultad y de la debilidad, en el momento de la angustia y del desorientamiento, especialmente en la hora del pecado. Por ello, en la oración del Ave María, le pedimos “ruega por nosotros pecadores”.

Queridos hermanos y hermanas, encomendémonos siempre a la protección de nuestra Madre celeste, que nos consuela e intercede por nosotros junto a su Hijo. Nos ayude Ella a ser ante quienes encontremos en nuestro camino, un reflejo de Aquel que es “Padre misericordioso y Dios de cada consolación”.


Publicado por verdenaranja @ 19:37  | Habla el Papa
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Homilía monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el 31º domingo durante el año (3 de noviembre 2013) (AICA)

El amor nos sana

Como cada año nos venimos preparando para nuestra peregrinación a Loreto. El próximo domingo 17 de noviembre nos encontraremos en la celebración de la Misa principal a las 9,00 hs en nuestro Centro de Espiritualidad Diocesano. Desde el sábado 16 se iniciará la peregrinación desde distintos lugares de la provincia y la Diócesis, muchos caminando, en bicicletas, este año lo peregrinos motoqueros, en colectivos desde las comunidades, o en autos nos acercaremos para estar con nuestra madre de Loreto que es la Patrona de las Misiones y protectora de las familias. Como pueblo de Dios iremos a agradecer y a pedir; además, con esta celebración cerraremos el año de la Fe, y asumiremos animar ese don de la fe, en la esperanza y la caridad.

El Evangelio de este domingo nos presenta la conversión de Zaqueo (Lc. 19,1-10). San Lucas nos muestra a un publicano de nombre Zaqueo. Seguramente un hombre poco escrupuloso en los negocios y el texto nos dice que tenía muchas riquezas y que era el jefe de los publicanos. Zaqueo deseó la conversión y Jesús miró su corazón: “Señor, ahora mismo voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más” (Lc.19,8). El Señor no tuvo reparo en alojarse en su casa, comunicándole que le había llegado la Salvación.

En algunas oportunidades escuchamos expresiones como: “Este hombre es imposible que cambie”. Seguramente si profundizamos en el fundamento de semejante afirmación podremos captar algunas de sus razones, su historia personal y familiar, un pasado turbulento, la dureza de corazón,… Sin embargo, tenemos que responder categóricamente, que cerrar la posibilidad de cambio o conversión a una persona es un error y por supuesto no es cristiano. Todo hombre o mujer, por más que hayan cometido el peor de los delitos o tengan los peores pecados, pueden convertirse a Dios y cambiar sus actitudes con sus hermanos y esto hasta el último minuto de su vida.

Al comentar este relato de la conversión de Zaqueo, no dudo en señalar la aplicación de este texto no solo a nuestra situación personal, sino a la necesidad siempre de plantearnos la conversión de nuestra sociedad, de las personas y estructuras, a una mayor conciencia moral que tenga en cuenta sobre todo una verdadera ética ciudadana, que se encamine desde actitudes egoístas, hacia la globalización de la solidaridad.

En Aparecida cuando habla sobre la globalización señala: “La globalización es un fenómeno complejo que posee diversas dimensiones (económicas, políticas, culturales, comunicacionales, etc.). Para su justa valoración, es necesaria una comprensión analítica y diferenciada que permita detectar tanto sus aspectos positivos como negativos. Lamentablemente, la cara más extendida y exitosa de la globalización es su dimensión económica, que se sobrepone y condiciona las otras dimensiones de la vida humana… Conducida por una tendencia que privilegia el lucro y estimula la competencia, la globalización sigue una dinámica de concentración de poder y de riquezas en manos de pocos, no solo recursos físicos y monetarios, sino sobre todo de la información y de los recursos humanos, lo que produce exclusión…” (61-62). “Por ello frente a esta forma de globalización, sentimos un fuerte llamado para promover una globalización diferente que esté marcada por la solidaridad, por la justicia y por el respeto a los derechos humanos, haciendo de América Latina el continente del amor” (64)

La conversión de Zaqueo, el publicano enriquecido injustamente, así como el mejoramiento de nuestra conciencia social y ética ciudadana y solidaria, nos permitirán ahondar en una inclusión social más consistente. El jefe de los publicanos, Zaqueo, percibió que la salvación llegaba convirtiéndose a Dios y tratando de reparar sus pecados, sobre todo percibió la mirada misericordiosa de Jesucristo. Los cristianos debemos sabernos responsables de trabajar por globalizar la solidaridad construyendo en esperanza.

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas


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S?bado, 09 de noviembre de 2013

Reflexiones de Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas  (Zenit.org)

Por una Iglesia en comunión

Por Felipe Arizmendi Esquivel

SITUACIONES

Así como en las familias y en la sociedad hay conflictos, divisiones, críticas, habladurías y condenas a quienes piensan o actúan en forma diferente, en las iglesias pasan cosas parecidas. Desde que Caín no soportó a su propio hermano Abel y lo mató, las envidias, las competencias y los rechazos suceden en todos los tiempos y en todas las culturas, también en las originarias. Caín es una imagen de lo que acontece en la humanidad.

En algunas parroquias, se echa de menos la comprensión, el respeto y la complementariedad entre grupos, movimientos, juntas y organizaciones. En vez de apreciar en los otros lo bueno que hacen y los frutos de conversión que dan, se les descalifica. Nos pasa como a los fariseos: nos jactamos de ser los buenos, los mejores, los más fieles al Evangelio y al Concilio, y menospreciamos o condenamos a los que viven su fe con otras insistencias o manifestaciones. Podemos despreciar a quienes expresan su catolicismo en devociones populares y prácticas piadosas, y presumir que nosotros sí vivimos la opción por los pobres, el compromiso social, la lucha por el cambio de las estructuras, aunque a veces no hagamos suficiente oración ni participemos en los sacramentos. ¡Qué misionera y dinámica es la parroquia que en verdad llega a ser comunidad de comunidades y movimientos!

ILUMINACION

El Papa Francisco dijo a los catequistas: “Cuando los cristianos nos cerramos en nuestro grupo, en nuestro movimiento, en nuestra parroquia, en nuestro ambiente, nos quedamos cerrados y nos sucede lo que a todo lo que está cerrado. Cuando una habitación está cerrada, empieza a oler a humedad. Y si una persona está encerrada en esa habitación, se pone enferma. Cuando un cristiano se cierra en su grupo, en su parroquia, en su movimiento, está encerrado y se pone enfermo. Y a veces enfermo de la cabeza…” (27-IX-2013).

Sobre esto mismo habló en una audiencia general: “La Iglesia es católica porque es la casa de todos. Todos son hijos de la Iglesia y todos están en esta casa. La Iglesia no es un grupo de elite, para unos pocos. La Iglesia es católica, porque es la ‘casa de la armonía’, donde la unidad y la diversidad hábilmente se combinan entre sí para ser riqueza. Pensemos en la imagen de la sinfonía: diferentes instrumentos que tocan juntos; cada uno conserva su timbre inconfundible; sus características de sonido se unen por algo en común. Luego está el que guía, el director. En la sinfonía todos suenan  juntos en armonía, pero no se borra el timbre de cada instrumento; la peculiaridad de cada uno, de hecho, es aprovechada al máximo.

La Iglesia es como una gran orquesta en la que hay variedad. No todos somos iguales y no debemos ser todos iguales. Todos somos diversos, diferentes, cada uno con sus propias cualidades. Y esa es la belleza de la Iglesia: cada uno trae lo propio, lo que Dios le dio, para enriquecer a los demás. Y entre los que la componen hay esta diversidad, pero es una diversidad que no entra en conflicto, no se opone; es una variedad que se deja fundir en armonía por el Espíritu Santo; Él es el verdadero Maestro.

¿Aceptamos al uno y al otro? ¿Se acepta que exista una justa variedad: que esto sea diferente, que aquello se piense de una forma u otra? Incluso en la misma fe se puede pensar de otra manera. ¿O tendemos a estandarizar todo? La uniformidad mata la vida. La vida de la Iglesia es variedad, y cuando queremos imponer esta uniformidad sobre todos, matamos los dones del Espíritu Santo. Oremos al Espíritu Santo, que es el autor de esta unidad en la variedad, de esta armonía, para  que nos haga cada vez más católicos” (9-X-2013).

COMPROMISOS

Nos propone el Papa: “Hay que construir comunión, educar a la comunión, superar malentendidos y divisiones, comenzando por la familia y las realidades eclesiales. ¡Humildad, dulzura, nobleza, amor para mantener la unidad! Estos son los caminos, los verdaderos caminos de la Iglesia. Y esta es una verdadera riqueza: lo que nos une, no lo que nos divide. Esta es la riqueza de la Iglesia” (25-IX-2013).Ese es nuestro gran sueño: tender puentes que unan extremos, y no quedarse cada quien en su orilla.


Publicado por verdenaranja @ 22:07  | Hablan los obispos
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Texto completo de la audiencia  del papa Francisco el miércoles 6 de Noviembre de 2013 en la plaza de San pedro. (Zenit.org)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El miércoles pasado hablé de la comunión de los santos, entendida como comunión entre las personas santas, es decir entre nosotros, creyentes. Hoy quisiera profundizar otro aspecto de esta realidad.

Recordad que había dos aspectos: uno la comunión entre nosotros (hagamos comunidad) y el otro aspecto es la comunión en los bienes espirituales, es decir la comunión de las cosas santas. Los dos aspectos están estrechamente conectados entre sí; de hecho la comunión entre los cristianos crece mediante la participación a los bienes espirituales. En especial consideramos: los sacramentos, los carismas y la caridad (cf. Catecismo de la Iglesia Católica nn. 949-953). Nosotros crecemos en unidad, en comunión con los Sacramentos, los carismas que cada uno tiene porque se los ha dado el Espíritu Santo, y la caridad.

Sacramentos

Antes que nada, la Comunión en los Sacramentos. Los Sacramentos expresan y llevan a cabo una efectiva y profunda comunión entre nosotros, ya que en ellos encontramos a Cristo Salvador y, a través de Él, a nuestros hermanos en la fe.

Los Sacramentos no son apariencias, no son ritos, los sacramentos son la fuerza de Cristo, está Jesucristo en los Sacramentos. Cuando celebramos la Misa, en la Eucaristía, está Jesús vivo, muy vivo, que nos reúne, nos hace comunidad, nos hace adorar al Padre.

Cada uno de nosotros, de hecho, mediante el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, está incorporado a Cristo y unido a toda la comunidad de los creyentes.

Por tanto, si por un lado está la Iglesia que “hace” los Sacramentos, por otro lado están los Sacramentos que “hacen” a la Iglesia, la edifican, generando nuevos hijos, agregándolos al pueblo santo de Dios, consolidando su pertenencia.

Cada encuentro con Cristo, que en los Sacramentos nos da la salvación, nos invita a “ir” y comunicar a los demás una salvación que hemos podido ver, tocar, encontrar, acoger y que es verdaderamente creíble porque es amor.

En este sentido, los Sacramentos nos empujan a ser misioneros y, el compromiso apostólico de llevar al Evangelio en todos los ambientes, también en los más hostiles, constituye el fruto más auténtico de una asidua vida sacramental, en cuanto que es participación en la iniciativa salvífica de Dios, que quiere dar a todos la salvación.

La gracia de los Sacramentos alimenta en nosotros una fe fuerte y gozosa, una fe que sabe sorprenderse de las “maravillas” de Dios y sabe resistir a los ídolos del mundo.

Por esto, es importante tomar la Comunión, importante que los niños sean bautizados pronto, importante que reciban la Confirmación. ¿Por qué? Porque es la presencia de Jesucristo en nosotros, que nos ayuda.

Es importante, cuando nos sentimos pecadores, ir al Sacramento de la Reconciliación, “Pero Padre, tengo miedo, porque el cura me reñirá”. ¡No! No te reñirá el cura, porque ¿sabes a quien encontrarás allí, en el Sacramento de la Reconciliación? A Jesús, a Jesús que te perdona, es Jesús el que te espera allí, y esto es un Sacramento y esto hace crecer a toda la Iglesia.

Carismas

Un segundo aspecto de la comunión con las cosas santas es la  comunión de los carismas. El Espíritu Santo dispensa a los fieles una multitud de dones y de gracias espirituales; esta riqueza “fantasiosa” de los dones del Espíritu Santo está dirigida a la edificación de la Iglesia.

Los carismas (es una palabra algo difícil), los carismas son los regalos que nos da el Espíritu Santo, un regalo que puede ser una manera, una habilidad o una posibilidad, pero son regalos que da, pero nos los da, no para que estén escondidos, nos da estos regalos para compartirlos con los demás. Por tanto no se dan a beneficio de quien los recibe, sino para la utilidad del pueblo de Dios.

Si un carisma, sin embargo, sirve para afirmarse a uno mismo, existen dudas de que se trate un auténtico carisma o que se esté viviendo fielmente.

En efecto, ¿qué son los carismas? Son gracias especiales, dadas a algunos para hacer el bien a los demás. Son actitudes, inspiraciones e impulsos interiores, que nacen en la conciencia y en la experiencia de determinadas personas, que están llamadas a ponerlos al servicio de la comunidad.

En particular, estos dones espirituales benefician a la santidad de la Iglesia y a su misión. Todos estamos llamados a respetarlos en nosotros y en los demás, a acogerlos como estímulos útiles para una presencia y una obra fecunda de la Iglesia.

San Pablo advertía: “No apaguéis el Espíritu” (1Ts 5, 19). No apaguéis el Espíritu, el Espíritu que nos da estos regalos, estas habilidades, estas virtudes, estas cosas tan bellas que hacen crecer a la Iglesia.

¿Cuál es nuestra actitud frente a estos dones del Espíritu Santo? ¿Somos conscientes de que el Espíritu de Dios es libre de darlos a quien quiere? ¿Los consideramos una ayuda espiritual, a través de la cual el Señor sostiene nuestra fe, la refuerza, y también refuerza nuestra misión en el mundo?

Caridad

Y llegamos al tercer aspecto de la comunión en las cosas santas, es decir la comunión de la caridad, la unidad entre nosotros que hace la caridad, el amor. Los paganos que veían a los primeros cristianos decían: “Pero estos, ¡cómo se aman! ¡cómo se quieren! ¡no se odian! ¡No murmuran unos contra otros! ¡Es bueno esto! La caridad es el amor de Dios que el Espíritu Santo nos da en el corazón.

Los carismas son importantes en la vida de la comunidad cristiana, pero son siempre medios para crecer en la caridad, en el amor, que San Pablo coloca por encima del resto de carismas (cfr 1 Cor 13,1-13).

Sin el amor, de hecho, incluso los dones más extraordinarios son vanos. “¡Este hombre cura a la gente! Tiene esta cualidad, tiene esta virtud”… Cura a la gente ¿pero tiene amor en su corazón? ¿Tiene caridad? Si la tiene: ¡Adelante! Si no la tiene: no sirve a la Iglesia.

Sin el amor todos los dones no sirven a la Iglesia porque donde no hay amor, hay un vacío. Un vacío que se llena con el egoísmo y os pregunto: si todos nosotros somos egoístas, solamente egoístas ¿podemos vivir en paz en nuestra comunidad? ¿Se puede vivir en paz si todos somos egoístas? ¿Se puede o no? ¡No se puede! Por eso es necesario el amor que nos une, la caridad.

El más pequeño de nuestros gestos de amor tiene buenos efectos en todos. Por tanto, vivir la unidad de la Iglesia, la comunión de la caridad, significa no buscar nuestro propio interés, significa compartir los sufrimientos y las alegrías de los hermanos (cf. 1 Cor 12,26), preparados para lleva el peso de los más débiles y pobres.

Esta solidaridad fraterna no es una figura retórica, una manera de decir, sino que es parte integrante de la comunión entre los cristianos. Si la vivimos, somos en el mundo un signo, somos “sacramento” del amor de Dios. Lo somos los unos por los otros ¡y lo somos por todos!

No se trata sólo de la pequeña caridad que podemos ofrecernos mutuamente, se trata de algo más profundo: es una comunión que nos hace capaces de entrar en la alegría y en el dolor de los demás para hacerlos nuestros de forma sincera.

A menudo estamos demasiado secos, indiferentes, distantes y en vez de transmitir fraternidad, transmitimos mal humor, transmitimos frialdad, transmitimos egoísmo. ¿Con el malhumor, la frialdad y el egoísmo, se puede hacer crecer a la Iglesia? ¿Se puede hacer crecer toda la Iglesia? ¡No! ¡Con el mal humor, la frialdad y el egoísmo la Iglesia no crece! Crece sólo con el amor, con el amor que viene del Espíritu Santo.

El Señor nos invita a abrirnos a la comunión con Él, en los Sacramentos, en los carismas y en la caridad, ¡para vivir dignamente nuestra vocación cristiana!

Ahora me permito pediros un acto de caridad. Estad tranquilos que no se pasa la colecta… Sino un acto de caridad. Antes de venir a la plaza, he ido a visitar a una niña de un año y medio que tiene una enfermedad gravísima. Su papá, su mamá rezan, piden al Señor la salud de esta bella niña, se llama Noemí, ¡sonreía, pobrecita! Hagamos un acto de amor, no la conocemos, pero es una niña bautizada, es una de nosotros, una cristiana. Hagamos un acto de amor por ella. En silencio, pidamos por ella al Señor, que le dé la salud. En silencio, un minuto, después rezaremos el Avemaría. Recemos a la Virgen por la salud de Noemí.

Dios te salve María…

¡Gracias por este acto de caridad!


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Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú para el domingo XXXI del tiempo ordinario (3 de noviembre de 2013) (AICA)

“Eres misericordioso con todos, todo es tuyo, Señor que amas la vida”

Dios es misericordia infinita e inagotable. Dios es creador y todo subsiste por su Voluntad. Dios ha creado al hombre en un acto de amor y lo recrea de nuevo día tras día por medio de un acto de misericordia remediando sus debilidades y personando sus culpas, si se arrepiente y vuelve a Él. La primera lectura de este domingo (Sabiduría 11, 23-24) expresa claramente el amor y la misericordia de Dios: “te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras tus ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no odias nada de los que has hecho”. Es la misericordia de Dios la que permite que el hombre siga subsistiendo, pues en su misericordia, Dios continúa amándolo y manteniéndolo con vida a pesar del pecado y de su infidelidad, pues Dios lo ha hecho para El y no puede dejar de amarlo y llevarlo de alguna manera a la salvación. Dios mira el corazón del hombre y utiliza todos los medios de la gracia para rescatarlo si está perdido o para poseerlo totalmente si ya le pertenece.

El Evangelio de hoy (Lc.19, 1-10) muestra claramente cómo el amor de Dios provoca la conversión de Zaqueo, el publicano. Jesús entra en Jericó y Zaqueo -que era de baja estatura- se sube a un árbol para ver a Jesús que pasa. Zaqueo desea conocer al Maestro de quien tanto ha oído hablar y de cuya bondad con los publicanos ha escuchado. No nos olvidemos que los publicanos eran personas esquivadas y odiadas por todos a causa de su dependencia como empleados del Imperio Romano. Zaqueo era el jefe de los publicanos del lugar y por lo tanto era más odiado que los otros. A Zaqueo no le interesa lo que la gente piense de él; solamente le interesa ver al Señor y espera su paso espiándolo desde arriba del árbol. Jesús al pasar, lo mira con amor y le dice: “Zaqueo baja enseguida porque hoy tengo que alojarme en tu casa” (Ib. 5).

Jesús no mira el pecado de Zaqueo, enriquecido con el dinero de la gente; no lo desprecia ni se lo reprocha. Jesús sólo ha mirado su corazón. Zaqueo, que nunca habría imaginado tal proposición de parte del Maestro, baja del árbol y acoge a Jesús en su casa lleno de gozo. La gente se escandaliza, pero Jesús no hace caso. Jesús ha tocado su corazón y tiene cosas importantes para tratar con él. Esta mirada y la actitud de Jesús provoca que Zaqueo exclame: “Señor, la mitad de mis bienes se los doy a los pobres y si de alguno me he aprovechado, le devolveré cuatro veces más” (Ib. 8). Zaqueo ha cambiado su vida. Bastó la mirada de amor del Señor hacia su corazón para que su conciencia quede iluminada. No nos olvidemos que para este hombre sólo existía la realidad del dinero, ganándolo incluso a costa de injusticias y de sufrimiento ajeno.

El deseo sincero de ver a Jesús y de conocerlo, aunque sea de lejos, abrió su corazón a la gracia y por ella fue tocado y transformado. El amor de Dios no discrimina injustamente y vela por todos. Especialmente llega al corazón de los pecadores que se han alejado de Él, pues éstos son los que necesitan del médico, son los enfermos del alma. Por su apertura a la gracia y por su respuesta de amor al amor de Jesús, Zaqueo pudo escuchar de sus propios labios: “hoy ha llegado la salvación a esta casa porque el Hijo del Hombre ha venido a salvar y buscar lo que estaba perdido” (Ib. 9-10). El publicano -a quien los fariseos consideraban perdido sin remedio- se le ofrece la salvación y él la acepta abriendo su casa y su corazón al Salvador.

Todos somos mirados con el mismo amor con que el Señor miró a Zaqueo. Todos estamos llamados a la conversión y a la salvación. En el libro del Apocalipsis, el Señor nos dice: “mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta de su corazón, vendré a él, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap. 3,20).

Dios en su infinita misericordia nos ofrece día a día su amor, que es para nosotros conversión y amistad con Él. Dios pasa hoy ante nosotros. No rechacemos esta oportunidad que nos brinda el Señor en su gran amor. No tengamos conformidad con nosotros mismos, con lo que estamos haciendo y cómo lo estamos haciendo. Busquemos y encontraremos algo más, encontraremos al Señor que nos está llamando.

Que la Virgen madre del amor eterno nos ayude a encontrar al Jesús de la misericordia.

Mons. Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú


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Viernes, 08 de noviembre de 2013

Reflexión a las lecturas del domingo treintitres del Tiempo Ordinario - C ofrecida por el scerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"  

Domingo 32º del T. Ordinario C 

Ya sabemos que el Evangelio de San Lucas se estructura como un camino hacia Jerusalén. El domingo 13º contemplábamos el comienzo de este camino. Hoy llega a su fin. El texto de este domingo nos  lo presenta ya en Jerusalén, donde enseñaba a diario en el templo (Lc 19, 47). Uno de esos días, unos saduceos, que se distinguían de los fariseos en que negaban la resurrección, se acercan a Jesús  para presentarle una objeción sobre la resurrección. Se trata de una mujer que, de acuerdo con la Ley de Moisés, estuvo casada con siete hermanos; y le preguntan: “Cuando llegue la resurrección,  ¿de cuál de ellos será la mujer?” Seguro que irían frotándose las manos y diciéndose unos a otros: “A este Maestro de Nazaret,  lo vamos a dejar en ridículo, se va a quedar sin palabras, cuando le presentemos nuestro caso. Verá que es absurda esa doctrina que enseña. Si fuera verdad, qué líos se iban a formar, después de la muerte…”

        Si nos lo preguntaran a nosotros mismos, creyentes en la resurrección, ¿qué contestaríamos?

        Jesús lo resuelve muy fácilmente: En la resurrección no existirá el matrimonio.       

Recuerdo que en una Jornada Mundial de la Juventud, Juan Pablo II decía a los jóvenes reunidos, que hay cuestiones en las que Jesucristo es “el único interlocutor competente”. Porque Jesucristo es el único que conoce y entiende los temas. Nosotros los conocemos, porque Él nos lo ha enseñado. En la conversación con Nicodemo, le dice el Jesús: “Te lo aseguro, de lo que sabemos hablamos; de lo que hemos visto damos testimonio, y no aceptáis nuestro testimonio. Si no creéis cuando os hablo de la tierra, ¿cómo creeréis cuando os hable del cielo?” (Jn 3, 11-13).

¡Está claro que la resurrección de los muertos es una de aquellas cuestiones!

        Pero hay más. Sigue diciendo el Señor: “Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No es Dios de muertos sino de vivos, porque para Él todos están vivos”.

¡Qué importante, decisivo, es, mis queridos amigos, tener una fe cierta, convencida, en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro!

Esa fe es la que sostuvo en el martirio a aquellos muchachos, los macabeos, que  nos presenta la primera lectura de este domingo. Y esa fe es la que ha sostenido, a lo largo de los siglos, a muchísimos hombres y mujeres en medio de las mayores dificultades, sin excluir la misma muerte.

Y en el atardecer del Año Litúrgico, se nos presentan estos temas, porque cada año, en estas fechas, recordamos y celebramos el término de la Historia Humana, con la segunda Venida del Señor, que dará paso a la resurrección de los muertos y a la vida del mundo futuro.

 

                                          ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

 


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DOMINGO 32º DEL TIEMPO ORDINARIO C 

MONICIONES

 

PRIMERA LECTURA

        Escuchamos en la primera Lectura una historia impresionante. Siete hermanos judíos y su madre son detenidos y forzados a quebrantar la Ley de Dios; pero ellos prefieren afrontar los tormentos y la muerte, seguros de que el Señor del Universo les resucitará.

 

SALMO

        También nosotros esperamos alcanzar la vida eterna, siguiendo el camino del Señor. Por eso proclamamos en el salmo: “Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor”.

 

SEGUNDA LECTURA

        El apóstol S. Pablo exhorta a los fieles a mantenerse firmes en la fe, practicando toda clase de obras buenas y orando para que la palabra de Dios se siga extendiendo.

 

TERCERA LECTURA

        Frente a la dificultad, a primera vista irrefutable, que le presentan los saduceos, Jesús reafirma la resurrección y la vida después de la muerte. Aclamémosle ahora con el canto del aleluya.

 

COMUNIÓN

        Al acercarnos hoy a comulgar, recordemos las palabras del Señor: "El que come y carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día".

        Pidámosle al Señor que acreciente en nosotros la certeza de nuestra victoria definitiva sobre la muerte y  que seamos por todas partes testigos y mensajeros de esta esperanza.


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Jueves, 07 de noviembre de 2013

Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo treintidos del Tiempo ordinario - C

DECISIÓN DE CADA UNO       

        Jesús no se dedicó a hablar mucho de la vida eterna. No pretende engañar a nadie haciendo descripciones fantasiosas de la vida más allá de la muerte. Sin embargo, su vida entera despierta esperanza. Vive aliviando el sufrimiento y liberando del miedo a la gente. Contagia una confianza total en Dios. Su pasión es hacer la vida más humana y dichosa para todos, tal como la quiere el Padre de todos.

        Solo cuando un grupo de saduceos se le acerca con la idea de ridiculizar la fe en la resurrección, a Jesús le brota de su corazón creyente la convicción que sostiene y alienta su vida entera: Dios “no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos son vivos”.

        Su fe es sencilla. Es verdad que nosotros lloramos a nuestros seres queridos porque, al morir, los hemos perdido aquí en la tierra, pero Jesús no puede ni imaginarse que a Dios se le vayan muriendo esos hijos suyos a los que tanto ama. No puede ser. Dios está compartiendo su vida con ellos porque los ha acogido en su amor insondable.

        El rasgo más preocupante de nuestro tiempo es la crisis de esperanza. Hemos perdido el horizonte de un Futuro último y las pequeñas esperanzas de esta vida no terminan de consolarnos. Este vacío de esperanza está generando en bastantes la pérdida de confianza en la vida. Nada merece la pena. Es fácil entonces el nihilismo total.

        Estos tiempos de desesperanza, ¿no nos están pidiendo a todos, creyentes y no creyentes, hacernos las preguntas más radicales que llevamos dentro? Ese Dios del que muchos dudan, al que bastantes han abandonado y por el que muchos siguen preguntando, ¿no será el fundamento último en el que podemos apoyar nuestra confianza radical en la vida? Al final de todos los caminos, en el fondo de todos nuestros anhelos, en el interior de nuestros interrogantes y luchas, ¿no estará Dios como Misterio último de la salvación que andamos buscando?

        La fe se nos está quedando ahí, arrinconada en algún lugar de nuestro interior, como algo poco importante, que no merece la pena cuidar ya en estos tiempos. ¿Será así? Ciertamente no es fácil creer, y es difícil no creer. Mientras tanto, el misterio último de la vida nos está pidiendo una respuesta lúcida y responsable.

        Esta respuesta es decisión de cada uno. ¿Quiero borrar de mi vida toda esperanza última más allá de la muerte como una falsa ilusión que no nos ayuda a vivir? ¿Quiero permanecer abierto al Misterio último de la existencia confiando que ahí encontraremos la respuesta, la acogida y la plenitud que andamos buscando ya desde ahora?   

José Antonio Pagola

Red Evangelizadora BUENAS NOTICIAS
10 Noviembre de 2013 
32 Domingo Tiempo Ordinario C
Lc. 20, 27-38 

 


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Teniendo presente el próximo sínodo extraordinario de obispos, se presentó el 5 de Noviembre de 2013 en la sala de prensa del Vaticano, el documento preparatorio de la III Asamblea general extraordinaria del sínodo de los obispos sobre el tema: “El desafío pastoral sobre la familia en el contexto de la nueva evangelización”.

Hace parte del documento preparatorio un cuestionario de 38 preguntas, que no son un pedido de opinión a los fieles, sino el pedido de informaciones sobre la situación de los fieles en las parroquias.  (Zenit.org)

El cuestionario

1.- Sobre la difusión de la Sagrada Escritura y del Magisterio de la Iglesia sobre la familia

a) ¿Cuál es el conocimiento real de las enseñanzas de la Biblia, de la 'Gaudium et Spes', de la 'Familiaris consortio' y de otros documentos del magisterio del Vaticano II sobre el valor de la familia según la Iglesia Católica? ¿Cuál es la formación de nuestros fieles para la vida familiar según las enseñanzas de la Iglesia?

b) Allí donde la enseñanza de la Iglesia es conocida, ¿es aceptada integralmente? ¿Hay dificultades en ponerla en práctica? ¿Cuáles?

c) ¿Cómo es difundida la enseñanza de la Iglesia en el contexto de los programas pastorales en el ámbito nacional? ¿diocesano, parroquial? ¿Qué catequesis se hace sobre la familia?

d) ¿En qué medida -concretamente sobre qué aspectos-tal enseñanza es realmente conocida, aceptada, rechazada y/o criticada en ambientes extra eclesiales? ¿Cuáles son los factores culturales que obstaculizan la plena recepción de la enseñanza de la Iglesia sobre la familia?

2.- Sobre el matrimonio de acuerdo con la ley natural

a) ¿Qué lugar ocupa el concepto de ley natural en la cultura civil, tanto en ámbito institucional, educativo y académico, como en ámbito popular? ¿Qué ópticas antropológicas se sobreentienden en este debate sobre el fundamento natural de la familia?

b) El concepto de ley natural con relación a la unión entre el hombre y la mujer ¿es normalmente aceptado como tal de parte de los bautizados en general?

c) ¿Cómo es contestada en la práctica y en la teoría la ley natural sobre la unión entre hombre y mujer en vistas de la formación de una familia? ¿Cómo es propuesta y profundizada en los organismos civiles y eclesiales?

d) En el caso de que pidan el matrimonio los bautizados no practicantes o quienes se declaran no creyentes, ¿cómo afrontar los desafíos pastorales que derivan de ello?

3.- La pastoral de la familia en el contexto de la evangelización

a) ¿Cuáles son las experiencias surgidas en los últimos decenios en orden a la preparación al matrimonio? ¿De qué manera se ha intentado estimular el deber de evangelización de los esposos y de la familia? ¿De qué manera promocionar la conciencia de la familia como "Iglesia doméstica"?

b) ¿Se ha conseguido proponer estilos de plegaria en familia que consigan resistir a la complejidad de la vida y cultura actuales?

c) En la crisis actual entre generaciones, ¿cómo las familias cristianas han sabido realizar la propia vocación de transmisión de la fe?

d) ¿En qué manera las Iglesias locales y los movimientos de espiritualidad familiar han sabido crear caminos ejemplares?

e) ¿Cuál es la aportación específica que parejas y familias han conseguido dar respecto a la difusión de una visión integral de la pareja y de la familia cristiana que sea actualmente creíble?

f) ¿Qué atención pastoral ha manifestado la Iglesia para apoyar el camino de las parejas en la formación y de las parejas en crisis?

4.- Sobre la pastoral para afrontar algunas situaciones matrimoniales difíciles

a) La convivencia "ad experimentum" (experimental), ¿es una realidad pastoral de relieve en la Iglesia particular ? ¿En qué porcentaje se podría estimar numéricamente?

b) ¿Existen uniones libres de hecho, sin reconocimiento ni religioso ni civil? ¿Hay datos estadísticos fiables?

c) Los separados y divorciados que se vuelven a casar ¿son una realidad pastoral relevante en la Iglesia particular? ¿En qué porcentaje se podría estimar numéricamente? ¿Cómo se afronta esta realidad a través de programas pastoral adecuados?

d) En todos estos casos, ¿cómo viven los bautizados sus irregularidades? ¿Son conscientes de ellas? ¿Manifiestan simplemente indiferencia? ¿Se sienten marginados y viven con sufrimiento la imposibilidad de recibir los sacramentos?

e) ¿Cuáles son las peticiones que las personas divorciadas y vueltas a casar dirigen a la Iglesia, respecto a los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación? Entre las personas que se encuentran en esta situación, ¿Cuántas piden estos sacramentos?

f) ¿La simplificación de la praxis canónica, respecto al reconocimiento de la declaración de anulación del vínculo matrimonial podría ofrecer una real contribución positiva para la solución de los problemas de las personas implicadas? En caso afirmativo, ¿de qué manera?

g) ¿Existe una pastoral para acercarse a estos casos? ¿Cómo se desarrolla tal actividad pastoral? ¿Existen programas sobre ello en ámbito nacional y diocesano? ¿Cómo se anuncia a separados y divorciados vueltos a casar la misericordia de Dios y cómo se concreta el sostén de la Iglesia en su camino de fe?

5.- Sobre las uniones de personas del mismo sexo

a) ¿Existe en vuestro país una ley civil que reconozca las uniones de personas del mismo sexo equiparadas de alguna manera al matrimonio?

b) ¿Cuál es la actitud de las Iglesias particulares y locales tanto frente al Estado Civil promotor de uniones civiles entre personas del mismo sexo, como frente a las personas implicadas e este tipo de unión?

c) ¿Qué atención pastoral es posible tener hacia las personas que han elegido de vivir según este tipo de uniones?

d) En el caso de uniones de personas del mismo sexo que haya adoptado niños, ¿cómo comportarse en vistas de la transmisión de la fe?

6.- Sobre la educación de los hijos en el sino de situaciones matrimoniales irregulares

a) ¿Cuál es en estos casos la proporción estimada de niños y adolescentes con relación a los niños nacidos y crecidos en familias regularmente constituidas?

b) ¿Con qué actitud los padres se dirigen a la Iglesia? ¿Qué solicitan? ¿Solo los sacramentos o también la catequesis y la enseñanza en general de la religión?

c) ¿De qué manera las Iglesias particulares se acercan a la necesidad de los padres de estos niños para ofrecer una educación cristianas a los propios hijos?

d) ¿Cómo se desarrolla la práctica sacramental en estos casos: la preparación, administración del sacramento y el acompañamiento?

7.- Sobre la apertura de los esposos a la vida

a) ¿Cuál es el conocimiento real que los cristianos tienen de la doctrina de la (encíclica) "Humanae Vitae" sobre la paternidad responsable? ¿Qué conciencia hay de la evaluación moral de los distintos métodos de regulación de los nacimientos? ¿Qué profundizaciones se podrían sugerir sobre ello desde el punto de vista pastoral?

b) ¿La doctrina moral es aceptada? ¿Cuáles son los aspectos más problemáticos que hacen difícil su aceptación en la mayoría de las parejas?

c) ¿Qué métodos naturales se promueven de parte de la Iglesias particulares para ayudar a los conyugues a poner en práctica la doctrina de la "Humanae vitae"?

d) ¿Qué experiencia hay sobre esta cuestión en la praxis del sacramento de la penitencia y en la participación en la eucaristía?

e) ¿Qué contrastes se evidencian entre la doctrina de la Iglesia y la educación civil a este respecto?

f) ¿Cómo promover una mentalidad mayormente abierta a la natalidad? ¿Cómo favorecer el aumento de los nacimientos?

8.- Sobre la relación entre la familia y la persona

Jesucristo revela el misterio y la vocación del hombre: ¿la familia es un lugar privilegiado para que esto suceda?

¿Cuáles situaciones críticas de la familia en el mundo actual pueden constituir un obstáculo para el encuentro de la persona con Cristo?

¿En qué medida la crisis de fe que pueden sufrir las personas inciden en su vida familiar?

9.- Otros desafíos y propuestas.

¿Existen otros desafíos y propuestas respecto a los temas tratados en este cuestionario, que sean consideradas como urgentes o útiles de parte de los destinatarios?


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Mi?rcoles, 06 de noviembre de 2013

Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (XXXI domingo durante el año, 3 de noviembre de 2013) (AICA)

Responder como Zaqueo

Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos. Él quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí. Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: "Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa". Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Se ha ido a alojar en casa de un pecador" Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: "Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más". Y Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido (San Lucas 19, 1-10)                       


En este relato uno puede preguntarse ¿por qué Zaqueo tuvo la inquietud de ver a Jesús, que sabía que iba a pasar? Pues, porque ya tenía la gracia del llamado de Dios. Y luego Jesús encuentra a Zaqueo diciéndole “baja que quiero alojarme en tu casa”, dándole así una respuesta. En ese encuentro-respuesta Zaqueo toma la resolución de dar la mitad de sus bienes a los pobres y cuatro veces más a aquellos a quienes él había herido, ofendido o perjudicado.

¡Es el encuentro entre Cristo y el hombre! Y cuando uno se encuentra con Cristo, ya no queda igual. Es evidente que hay una transformación, un cambio; es una conversión, como la que tiene Zaqueo. De ahí su importancia ya que el encuentro con Cristo nos abre el corazón y también las manos. Esta conversión toca a todo el ser humano y se expresa en una realidad específica del mismo: la voluntad. La voluntad de amar, de servir, de cambiar, de ser fiel.

¡La voluntad!, algo muy específico del ser humano que nosotros debemos considerar, ya que todos sabemos muy bien lo que necesitamos para salir de una crisis, pero tener la voluntad de aplicarlo está lejos de ser fácil. No nos sentimos predispuestos para tomar esta decisión porque, para cambiar nuestra vida, deberíamos cambiar nuestra manera de vivir. Y esto es algo que normalmente pedimos a los demás pero, desde luego, no a nosotros.

Es importante pedirle al Señor darnos cuenta que si Él entra en nuestra vida, tiene que haber una transformación. Y no pongamos condiciones del tipo “yo te doy hasta el pensamiento pero no te doy el corazón”, o “te doy el corazón pero no te doy el pensamiento”, o “te doy el corazón, el pensamiento, pero no voy a modificar mi vida con los demás”, como si de alguna manera uno quisiera tener dos patrones: servir a Dios y el dinero, servir a Dios y la corrupción, servir a Dios y ser injusto, ¡NO! ¡Tiene que haber una resolución y una decisión!

Pidamos al Señor que nos siga llamando, pero que también tengamos la capacidad de responder a su llamado como lo hizo Zaqueo.

Les dijo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


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Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (2 de noviembre de 2013)  (AICA)

 Las nuevas tecnologías ¿nos comunican realmente?

Mis amigos para mí es un gusto poder estar todas las semanas con ustedes en este programa. Hoy quiero comentarles algo que me impresiona particularmente.

Los que peinamos canas, y ustedes ven que yo ya peino unas cuantas, podemos advertir la brecha generacional que se ha abierto entre nosotros y los jóvenes, los chicos diría yo, respecto del uso de los medios electrónicos. A nosotros nos cuesta un buen trabajo comunicarnos con soltura por medio de todos estos inventos contemporáneos que son tan eficaces, ellos, en cambio, parece que nacen con la habilidad incorporada. Pasan horas y horas conectados, enganchados en sus jueguitos o en sus comunicaciones.

También notamos que, especialmente los adolescentes, quedan absorbidos en exceso en esa comunicación y se me ha ocurrido varias veces preguntarles si se encuentran en una vinculación real con aquellos con los cuales están comunicados. Quedan absorbidos, además, por las redes sociales o por Internet y parecen ausentes del sitio en el cual se encuentran.

Este es un fenómeno que ha sido estudiado recientemente por psicólogos, por sociólogos, etc., pero para no divagar demasiado he querido leerles a ustedes directamente algunas opiniones que he subrayado.

Por ejemplo, a propósito de esta especie de absorción se habla de “egolandia” que sería el mundo de los que viven encerrados en su propio yo. Sí están conectados con el mundo entero, pero están encerrados en su propio yo. Se habla de hiperindividualismo, de un egosistema que crea la dependencia de preguntarse una y otra vez cómo se siente uno. Se habla de una atmosfera que estimula la hipertrofia del yo hasta el paroxismo y cuyo costo es un enorme sentimiento de vacío y la ilusión de estar hiperconectado como si este encuentro virtual significara una conexión real.

Por supuesto que estas impresiones no hay que generalizarlas, pues hay chicos que utilizan con normalidad los medios que tienen a su alcance pero si son estudiosos serios los que están hablando de estas cosas me parece que habría que tenerlo en cuenta. Muchos lo vinculan también con la epidemia del narcisismo, que quiere decir estar pensando en uno mismo, y con el consumismo que también hace estragos entre los jóvenes.

Pero no es un problema exclusivo de los jóvenes. No digo nosotros, a los cuales ya nos ha costado mucho meternos en ese mundo y que nos movemos en él laboriosamente, pero en el “New York Times” ha aparecido recientemente un caso que me ha parecido patético. Se trata de una actriz californiana, no me resulta conocida, que confiesa al periódico que ya no atiende el celular porque está acostumbrada a conversar por facebook, por wathsapp, por SMS pero el sonido del celular ya le molesta. A propósito relata que una prima suya la había llamado por una necesidad gravísima que había ocurrido en la familia y porque en consecuencia tenía necesidad de descargarse, de comunicarse con ella y ser escuchada; ella se vio atacada por esa especie de egoísmo, sin saber lo que estaba ocurriendo, y desatendió una obligación elemental de asistencia familiar y afectiva.

O sea que estas cosas le pueden pasar también a las personas mayores, nos pueden pasar a cualquiera de nosotros.

Conclusión: aquí se juega una dimensión fundamental de la condición humana. Bienvenidos todos esos medios que nos facilitan la comunicación, pero cuidemos también esta otra posibilidad: que en el fondo no se presten a las argucias de nuestro egoísmo, que no nos encierren en nosotros mismos. Y tratemos de ayudar a los jóvenes, a los que vemos todo el tiempo conectados. No hace falta que sea el teclado de la computadora, ahora es un telefonito pequeñito o una tablet que los tiene apartados de la realidad.

Preguntémonos: ¿estamos comunicados realmente con los demás? Aquí se juega un valor fundamental, que es también un valor principal del cristianismo, sino en qué queda la amistad social, en qué queda la caridad, el amor a los demás, si no en esos contactos concretos, cotidianos, en los cuales podemos expresar cuánto valoramos a los otros.

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata


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Martes, 05 de noviembre de 2013

Discurso del Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos  a los obispos de la Conferencia Episcopal de Pakistán, con los que se ha reunido en la tarde del 31 de octubre en Lahore.

SPEECH of Cardinal Fernando Filoni, Prefect of the Congregation for the Evangelization of Peoples, to the Bishops of the Episcopal Conference of Pakistan 

Lahore – October 31, 2013

 

My Dear Brother Bishops, 

1.      I am so very happy to visit your Country, to make my first visit to Pakistan, and to have the opportunity to meet all of you, and to spend time together,  which is a very beautiful thing, before going to Faisalabad for the Consecration of a new Bishop, Msgr. Joseph Arshad.  I greet with affection the President of the Episcopal Conference and each one of you, as well as the Apostolic Nuncio, the General Secretary and the various collaborators present.  By means of this meeting, as Pastors of the Church, we desire to live together a moment of communion among ourselves and with the Holy Father, Who sends through myself His most cordial greetings and His Blessing.  In the word of Psalm 133 (132), words of a hymn of love and mercy with which the Chosen People expressed their full joy to the Most High, we can also say how good it is for brothers to be together and to share the same joy and anxiety for the Church. 

2.      Certainly, prayer already joins us together, beyond the geographical distances and hours that separate us in daily life.  This morning, then, the celebration of the Holy Eucharist and listening to the Word of God have permitted us, around the Altar of the Lord, to feed ourselves with the same spiritual food.  In this celebration, our Diocesan communities, the poor, the sick, and particularly those who suffer for the Faith or are discriminated against are all spiritually present with us.  In a special way, the victims of Peshawar and other brothers and sisters whose glorious witness is known only to the Lord are with us as well. 

3.      The question of an often uneasy peaceful coexistence among majority and minority religious groups, and, as such, the violation of human rights and the freedom to believe and worship specifically, is deeply troubling to me; and we are asked about it every time the phenomena of intolerance, abuse of power, loss of understanding, and the lack of living together peacefully occurs.  From the religious point of view, as Catholics, we are called to practice the teaching of Jesus, Who announced the Reign of God while doing good works as He passed through this life.  At the same time, Jesus respected the intimate choice of each person, even of His enemies, never seeking to proselytize, because, as Pope Francis noted two weeks ago on the World Day of Mission, the mission of Jesus was not that of proselytism, and consequently, such methods must not be a part of the mission of the Church.  The Church, therefore, is always called, as Blessed Pope John Paul II said, to build bridges and not walls, and, as Pope Francis specified last May 8th, “evangelizing is not proselytizing” and a Christian must always do things such that “Jesus Christ is accepted, received, and not refused”(cf. L’Osservatore Romano, 9 May 2013).  We know that this type of service is not easy and not even well understood.  We know that when evangelizing we are not alone, and that behind and before this service, there is the grace of God and the work of the Holy Spirit; thus, it does not depend only on us.  Nevertheless, we must do everything possible, because the pathway of the Truth, of knowing Him and receiving Him must never be impeded.  Because the Truth, Jesus Himself, is also the Way and the Life for every human person. 

4.      The Church in Pakistan, the Christian in Pakistan, is not, are not realities or citizens extraneous to this noble Country.  The Church lives within civil society of this land and fully participates in its development with its own goods and important institutions, in the service of all those who desire to benefit from them.  I am thinking of the schools and educational services that depend on ecclesiastical authorities: of health services, of charitable works and assistance to the poor and needy, of the formation of young couples, and of job training for young people.  Ever since the Church initiated its religious mission with the Jesuits in 1594, followed by the Augustinians, Carmelites, and the creation of the first Apostolic Vicariate of Punjab in 1880, and finally with the institution of the Hierarchy in 1950 only three years after the country’s independence and constitution as a Republic (1947), she has participated with intensity and loyalty to life in Pakistan.  Thus, the Catholic Church is a part of the life of this noble Nation, not only in the historical sense, but also in the religious, social and educational dimensions.  

5.      With seven Ecclesiastical Circumscriptions, including the Apostolic Vicariate of Quetta, with hundreds of priests and religious men, and almost 800 religious women who are her members, the Church in Pakistan is in the hands of native Bishops, priests, and religious men and women, and constitutes a living and beautiful reality in the service of the People of God and of this Nation.  In spite of her modest numeric presence, the Church of this Country can always be thought of as a smaller yet more faithful Church, very much like the early Church in its intense solidarity and courageous witnessing (cf. Joseph Ratzinger, Faith and the Future, 1969).  

6.      Here, I would like to offer a few considerations on the perspective that implicates our mission.  One of the reasons for which Pope Benedict XVI instituted the Year of Faith was the anniversary of the opening of the Second Vatican Council.  What was the Church like fifty years ago in Pakistan?  It is no mistake to think of this period as a time in which the Church was in formation, and we think, for example, of the presence of numerous missionaries, who generously labored to lay the foundations for us today.  To them, if I may say so, is due our immeasurable and eternal gratitude.  But what of the Church in Pakistan today?  It is a well-structured reality, made up completely of those born here, capable of facing competently and generously the challenges that confront her, charged with hope. It is a Church that does not look in a self-referential way only to its own interests.  Being part of this great Continent of Asia, she is called to be fully a part of the spread of the Gospel, crossing the threshold of the Third Christian Millennium with the premonition of gathering a great harvest of faith on this vast and vibrant Continent, as Pope John Paul II wrote in Ecclesia in Asia (cf. n. 1).  There are, thus, two perspectives: one ad intra, that is the strengthening of the ecclesial reality itself, and one ad extra, that is its role in the Continent of Asia and in the world. 

7.      Dear Brother Bishops, speaking of our mission ad intra, I cannot but urge you, as Pastors of the Flock that the Lord has entrusted to you, to always encourage and confirm the Faithful in the Faith and to be their neighbors in various circumstances and difficulties.  We know well that being Christian in this Country over the past decades has not always been easy.  In fact, I must say that in not a few circumstances, the Christian Community in Pakistan has given the highest testimony of martyrdom and of fidelity to Christ in the face of extremism and fanaticism.  Your courageous witness represents good most precious, not only in the eyes of God, not only to the eyes of the community of nations, but also in the eyes of the entire Church and of the whole world.  The words of St. Paul in the Second Letter to the Corinthians come to mind here, when he wrote: But we hold this treasure in earthen vessels, that the surpassing power may be of God and not from us.  We are afflicted in every way, but not constrained; perplexed, but not driven to despair; persecuted, but not abandoned; struck down, but not destroyed; always carrying about in the body the dying of Jesus, so that the life of Jesus may also be manifested in our body” (2 Cor. 4:7-10). 

8.      In the recent waves of violence against Christians, your strong faith has been shown through deep adherence to the way of peace – unwavering trust in the transforming power of forgiveness, a continuous offering of the hand of friendship and a persevering journey on the path of peace, fraternal dialogue, and mutual respect. After the deadly attack on Christians in Peshawar, your collective response was very edifying.  You all came together to pray – Christians of various denominations, leaders of groups from civil society, and even of some Muslim leaders – convinced that no one should fall into the trap of retaliation that can only ignite further escalation of violence and hatred. In a world marred by wars and ethnic and sectarian conflicts, your Faithful, strengthened by their faith, showed the world that the way to peace is peace. Believers are, by vocation, peace-makers. Pope Francis, when he called on for a day of fasting and prayer for Syria during the Angelus on September 1st, 2013 emphatically said, “War brings on war! Violence brings on violence”; he went on to say, the “world needs to see gestures of peace and hear words of peace”. Your Faithful never tire of showing the world eloquent gestures of peace. “Blessed are the peacemakers, for they will be called children of God” (Mt. 5:9).  In the context of Pakistan’s history, I immediately thought of Shahbaz Bhatti, whom we can consider an icon of courageous adherence to peace and to the way of peace. In him, we see that a man of faith is a man of peace. He shed his blood for the faith, and he died for peace.  

9.       In this country, the presence of the Catholic Church is mostly felt through its schools, generally considered to be prestigious and appreciated for their quality education, as well as in the areas of community service and health. They serve to give a human face to the Church in this predominantly Islamic Pakistani society. The local government in some parts of Pakistan does not fail to esteem and be grateful for the endeavors of the Catholic Church in these fields. For example, it seems that the Government of Sindh exempts three Catholic hospitals from property taxes. The government is said to be prepared to grant a tax exemption as well to some Catholic institutions in economically depressed urban areas and for those working with indigenous peoples in the Thar Desert. It gave some tribal families of the ethnic group parkari koli, that were affected by the floods, four acres of land and new homes, which are part of a support program launched by the Catholic Hospital of St. Elizabeth in Hyderabad, and the list goes on.  It is thus clear that the violence that inflicted by extremists on the Christian population, in particular, does not reflect the sentiments of Pakistani society toward the Church. Make the words of St. Paul your very own: “Let us not grow tired of doing good, for in due time we shall reap our harvest, if we do not give up” (Gal. 6:9).       

10.   The Holy Father, Pope Francis, on the occasion of “Id al-Fitr”, the conclusion of the month of Ramadan, made “Promoting Mutual Respect through Education” the theme of this year’s Message.  In expressing his “esteem and friendship for all Muslims, especially those who are religious leaders”, he stresses the importance of thinking, speaking and writing respectfully about others and always avoiding unfair criticism or defamation. To achieve this goal, families, schools, religious teaching and the media all have a role to play. In this light, therefore, continue to transform the many Catholic schools under your guidance to be not only the loving human face of the Church, but to be a real locus where Muslim and Christian youth will develop a strong sense of mutual respect and esteem, along with the capacity to dialogue with each other meaningfully, transforming them into ambassadors of peace and good will. 

11.   As you all know, our Holy Father, Pope Francis, wishes to continue what has been begun by his predecessors, Blessed John Paul II and Pope Benedict XVI.  It was made clear that the Third Millennium should usher the Church into a New Evangelization and a greater sense of mission. To the de-Christianized West, the Gospel must be preached with renewed vigor and new expressions. To places where Jesus is yet to be known, a stronger sense of mission ad gentes is to be instilled. 

12.  We Bishops are very much in the center of this exhortation of the Popes. Its realization or failure, to a great extent, will depend on us: we will either make it or break it.  It is along these lines that Pope Francis invited the Bishops of CELAM, who gathered in Rio de Janeiro last July. Is our Episcopal Ministry more pastoral than administrative? Do we have a proactive mindset or do we simply react to complex problems as they arise? Do we make the lay faithful sharers in the Mission? Is pastoral discernment, through pastoral and financial Councils as indicated in the Code of Canon Law, part of our shepherding of the People of God? 

13.  In many other occasions, when talking and preaching to Bishops and priests, Pope Francis exhorts us to be authentic Shepherds of the flock entrusted to us. “Bishops must be pastors, close to people, fathers and brothers, and gentle, patient and merciful. Men who love poverty, both interior poverty, as freedom before the Lord, and exterior poverty, as simplicity and austerity of life. Men who do not think and behave like “princes”. Men who are not ambitious, who are married to one church without having their eyes on another. Men capable of watching over the flock entrusted to them and protecting everything that keeps it together: guarding their people out of concern for the dangers which could threaten them, but above all instilling hope: so that light will shine in people’s hearts. Men capable of supporting with love and patience God’s dealings with his people. The Bishop has to be among his people in three ways: in front of them, pointing the way; among them, keeping them together and preventing them from being scattered; and behind them, ensuring that no one is left behind, but also, and primarily, so that the flock itself can sniff out new paths” (Pope Francis, Address to the Leadership of the Episcopal Conferences of the Latin America during the General Coordination Meeting, Sumaré Study Center, Rio de Janeiro, 28 July 2013). 

14.   In the performance of the enormous task of the Episcopal Office, we have our close and immediate collaborators, the priests, both Diocesan and Religious, who are working within your jurisdiction. May you never tire of investing in their permanent formation in order to empower and properly equip them pastorally, culturally, and spiritually.  Strive to create in the Presbyterium not simply a good camaraderie, but a real spirit of fraternal and priestly communion, nourished by mutual trust and confidence, and strengthened by the Eucharist, which is both a wellspring and a school of unity and charity. Experience shows that priests normally do not find it difficult to love, respect, and obey their Bishop, who is both fatherly and fraternal toward them. As you may be aware, we always have a difficult time getting good candidates for the Episcopate as your successors, rendering the process of selection exceptionally long. Please give us good and well-formed priests. Be very close to them and know them well. Kindly convey my encouragement and esteem to all your “collaborators”. 

15.   A healthy body requires a healthy heart, which is why we are always reminded to have our heart checked. The Second Vatican Council speaks of the Seminary as “the heart of the Diocese” (Optatum Totius, n. 5). I am happy that the Apostolic Nuncio has been doing his best to address the many problems and concerns of the two National Major Seminaries, St. Francis Xavier Seminary in Lahore and the Christ the King Seminary in Karachi. As we all know, both of its Rectors have just been recently appointed, and we hope that this will be an occasion for a fresh beginning for these two important institutions. The problems confronted by the National Catholic Institute of Theology (NCIT), the institution responsible for the seminarians’ academic formation, must be looked into without delay. 

16.   I ask you, as well, my dear Brother Bishops, to give your utmost moral and material support and interest for the improvement of priestly formation. Please visit often your seminarians and develop personal relationships with each of your students, since it is impossible to truly discern the authenticity of their vocation of you do not know them. What great damage is done to the Christian community when an ill-formed priest is given to them as their spiritual father. It is of this that St. Paul strongly warned Timothy, “Do not lay hands too readily on anyone, and do not share in another’s sins…” (1 Tim. 5:22). 

17.   I would be remiss if I allowed this occasion to pass without confiding to you one problem that has detrimental repercussions on the running of Dioceses in mission countries like yours. I am referring to the financial concerns of the Dicastery that attends directly to your needs, the Congregation for the Evangelization of Peoples.  Together with what Pope Benedict used to refer to as “tired faith” in the West is “donors’ fatigue”. There is writing on the wall indicating that the well appears to be drying up. If the current tide of this falling trend is not stemmed, we might not be able in the future to be in the position to subsidize, like we do now, the Dioceses in mission countries. Several things must be addressed: the need to find means of financial autonomy for the Dioceses; better criteria for appropriating funds for both operational expenses and projects; greater transparency from top to bottom; greater austerity, savings, and well-considered, professionally managed investments. A functional Diocesan Financial Council is indispensable for the financial management of the Diocese.    

18.  Before we conclude, I would like to convey words of appreciation for the pastoral ministry you have undertaken for the Local Church here in Pakistan. I understand the many difficulties and limitations you face each day. The Lord, Who has called you and has shared with you the fullness of the Priesthood, has not only assured you of his abiding presence (cf. Mt. 28:20), but at the foot of the Cross, He also gave us his Mother (cf. John 19: 27). May the Blessed Virgin Mary, whom you venerate with great filial devotion in the National Marian Shrine in Mariamabad, protect you always with her maternal care.   

 


Publicado por verdenaranja @ 23:09  | Hablan los obispos
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Texto el micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT9 (2 de noviembre de 2013) (AICA)

Día de todos los fieles difuntos

Hoy celebramos el Día de los Fieles Difuntos. Es un día en el que todos tenemos el recuerdo de un ser querido, pero los invito a que lo hagamos desde la fe. No se trata sólo del recuerdo nostálgico y agradecido a quienes ya no están, sino de la certeza de su vida actual, porque no han sido creados para la muerte. No podríamos tener fe en el Dios de la vida y concluir que ha creado al hombre para la muerte. Siempre recuerdo las reflexiones de algunos pensadores ateos que partiendo del hecho de la dimensión espiritual del hombre, concluían que ese hombre era un absurdo porque era como una pregunta sin respuesta. Alguien que tiene horizontes de trascendencia y que vive la realidad de un presente encerrado en un tiempo sin futuro. La fe nos da esa sabiduría que nos permite vivir en el tiempo con esa apertura hacia la verdad plena del hombre, en cuanto ser único y espiritual. Este puede ser un camino desde la razón que vislumbra la necesidad que tiene el hombre de una vida que no quede sujeta a la muerte.

¿En qué se apoya el cristiano para hablar de esta Vida plena a la que se siente llamado? Siempre volvemos a Jesucristo, él es: "el iniciador y consumador de nuestra fe" (Heb. 12, 2). Cuando hablamos de Jesucristo los cristianos no recogemos una opinión más entre otras, sino la Palabra del Hijo de Dios, que ha venido a revelarnos no solamente a Dios sino quién es el hombre. Con mucha claridad nos dice el Concilio Vaticano II: "el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Cristo, en la misma revelación del misterio de Dios, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (G.S. 22). En el evangelio que leemos en este día, Jesús nos dice: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás, y termina preguntándonos. ¿Crees esto?" (Jn. 11, 25). Qué bueno que hoy le respondamos con las mismas palabras de Marta: "Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios". Esto significa que la muerte como destino definitivo para el hombre no pertenece al proyecto de Dios, en cuanto creador y redentor del hombre. Hemos sido creados para la Vida.

Este día debe ser un día de oración, y si se puede de visita al cementerio. Trato de hacerlo todos los años como obispo, para rezar y acompañar a mis hermanos. Lloramos la ausencia física de nuestros seres queridos, pero lo hacemos desde la fe en esa Vida que ya no conoce el ocaso de la muerte y para la cual hemos sido creados. Cuando la Iglesia proclama un Santo no se refiere sólo al ejemplo de su vida como testimonio, sino a su vida actual en presencia de Dios. Es un día, por ello, en el que debemos vivir y actualizar nuestra fe en lo que rezamos siempre en el Credo: "Creo en la comunión de los Santos. El perdón de los pecados. La resurrección de la carne y la vida perdurable".

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.


Mons. José María Arancedo, Arzobispado de Santa Fe de la Vera Penélope Cruz


Publicado por verdenaranja @ 22:43  | Hablan los obispos
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Lunes, 04 de noviembre de 2013

La celebración de Todos los Santos y de la ordenación episcopal del nuevo obispo de Faisalabad, Su Exc. Mons. Joseph Arshad, “un hijo nativo de esta tierra y de esta Iglesia”, ha reunido a obispos, sacerdotes, religiosos y miles de fieles para la liturgia solemne presidida esta mañana por el Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, el Cardenal Fernando Filoni. Faisalabad (Agencia Fides) – 

 

HOMILY of Cardinal Fernando Filoni, Prefect of the Congregation for the Evangelization of Peoples on the occasion of the Episcopal Ordination of Msgr. Joseph ARSHAD as the new Bishop of Faisalabad, in Pakistan 

Faisalabad – Friday, November 1, 2013 

Dear Brothers and Sisters: our hearts are filled with joy as we gather today in this Cathedral of Faisalabad to celebrate the Solemnity of All Saints Day and to confer, with profound gratitude to God, the Episcopal Consecration of your new Bishop, Msgr. Joseph Arshad. I am very pleased to greet all of the Bishops here present, as well as the clergy, religious men and women, the relatives of the new Bishop, and all of you who are participating in this Liturgy. Special greetings to the Civil Authorities and Religious Representatives who also honor us with their presence: Salam Aleikum! Peace to You! 

As we all know, the Solemnity of All Saints Day has been instituted to commemorate all the Saints of the Church, both known and unknown. The First Reading in our Mass, taken from the Book of Revelation, speaks of “a vision of a great multitude, which no one could count, from every nation, race, people, and tongue. They stood before the throne and before the Lamb, wearing white robes and holding palm branches in their hands” (Rev. 7:9). Clearly, the “great multitude” refers to the faithful who are now in heaven, having won the crown of eternal happiness with God. The “white robe” reminds us of the white baptismal garment that we receive when we become sons and daughters of God through the Sacrament of Baptism, while the “palm branches” held aloft would speak of the joy with which Jerusalem welcomed Jesus, the Lamb of God, Who was preparing for his Supreme Sacrifice of love to be accomplished on the Cross for our salvation. 

I am fully certain that in heaven there are countless unknown Pakistani Saints, who now enjoy eternal bliss with God, as they see Him face to face: a beatific vision. The Second Reading of our Mass, from the Epistle of John, beautifully describes it: “…we shall be like him, for we shall see him as he is” (1 John 3:2).  To this day, this world continues to be drenched by the blood of Christians, who bravely and faithfully hold onto the Faith, even to the point of death. Yours is also a land of known and unknown confessors of the faith. Let us not forget with the Christian writer Tertullian that “the blood of the martyrs is the seed of the Church” (Apology, 50).

We trust that the faithful and laudable witness of our Catholic faith here is the salt and light in this noble land, and contributes to the life of the whole Church according to the teaching of the Second Vatican Council which says that all the baptized, having been incorporated in Christ, are joined to the People of God and therefore participate in the mission entrusted to the Universal Church, accomplished in the world through their profession of faith, generous and heroic witnessing of Christian life, in whatever situations they find themselves, and through their proper contribution in various areas of life, family, work, profession, as well as in the civil, political and social spheres (cf. Ad Gentes, n. 21). In affirming this, how can we not think of the shining and heroic witnessing of Shahbaz Bhatti, an ardent promoter of love among religions and of giving voice to religious minorities. His faith in Jesus, deep and clear, inspires and encourages those who have the grace to know him.

Our double celebration, of all Saints and the Episcopal Ordination, today gives us an opportunity to reflect on the relationship between the Ministry of Bishops and the call to holiness of Episcopal life.  Let me start by speaking first of the Episcopal Ministry which, in a short while, will be conferred on our dear brother, Msgr. Joseph Arshad, a native son of this Land and of this Church, who for a number of years has worked at various Apostolic Nunciatures in the service of the Holy See.

By means of the Episcopal Ordination, carried out through the Imposition of Hands and through the Words of Consecration, immense gifts for service, authority, and jurisdiction will be gratuitously bestowed upon him. St. Augustine, on the occasion of the anniversary of his Episcopal Ordination, confesses: “The day I became a Bishop, a burden was laid on my shoulders for which it will be no easy task to render an account. The honors I received are for me an ever present cause of uneasiness. Indeed, it terrifies me to think that I could take more pleasure in the honor attached to my office, which is where its danger lies, than in your salvation, which ought to be its fruit. This is why being set above you fills me with alarm, whereas being with you gives me comfort. Danger lies in the first; salvation in the second” (Sermon, 340).

Dear Msgr. Joseph, all these years have witnessed your outstanding fidelity to the priestly life and ministry, leaving no doubt as to why the Holy Father to asks you to lead a portion of the People of God here in your beloved Country. Today, through the Episcopal Consecration, you will receive the fullness of the Priesthood and a sacred character will be impressed on your person, enabling you to “take the place of Christ himself, teacher, shepherd, and priest, and act as his representative” (CCC, n. 1558). Through an unbroken line of Apostolic Succession, you will be counted among the successors of the Apostles, and, together with the Supreme Pontiff and under his authority, you will be sent to continue the work of Christ, the eternal Pastor. You will be vested with the three-fold office of sanctifying the Faithful, nourishing them with your teaching of the liberating truth of the Gospel, and forming them to become a people pleasing before the Lord (cf. Christus Dominus, n. 2). Indeed, a Local Church cannot be without the presence of its Bishop. The faithful will be “helpless, like sheep without a shepherd (Mt. 9:36). What the portion of the People of God in Faisalabad will be in the years to come will greatly depend on how you will dispose of the gifts, authority and full pastoral service that come with the Episcopal Ordination.

How then can a Bishop fulfill the immense tasks and mission given to him? What will guarantee the fruitfulness of his Episcopal ministry?  Blessed John Paul II, reminds us that “Personal holiness is the condition for the fruitfulness of our ministry as Bishops of the Church” (Address to New Bishops, 5 July 2001). We cannot dissociate the Episcopal ministry from the pursuit of personal holiness for a Bishop. It functions much like the soul to a body. Holiness animates and gives direction, meaning and effectiveness to the very exercise of Episcopal ministry. When a Bishop sanctifies his life, centering his whole life in Christ, he attains a “unity of life”, enabling him to avoid duplicity or insincerity. There is no discrepancy between what he preaches and what he practices. In other words, he becomes a credible witness of the Gospel. Blessed John Paul II said: “It is our union with Jesus Christ that determines the credibility of our witness to the Gospel and the supernatural effectiveness of our activity and our initiatives” (Address to New Bishops, 5 July 2001).

A Bishop who seeks personal sanctity brings about a form of service to the Church by example. He is not one who forcibly commands in order to be obeyed. Through his exemplary life, he earns much respect and admiration, deserving to be obeyed. He does not force his authority be felt in order to lead. He is much like the Lord Jesus who “teaches as one having authority, and not like the scribes” (Mt. 7:29). Through a life worthy of emulation, his every word attracts listeners and his every gesture evokes esteem.

You, as a Bishop, are called to be a man of charity and to guide your flock by a true sense of pastoral love, motivated by and clearly aware of the fact that that the Lord Jesus, to whom you will be further configured, “came to serve and not to be served” (Mt. 20:28), seeking neither personal gain nor privileges. In a discourse to new Bishops, Pope Benedict XVI said: “The sanctity of your lives and your pastoral charity will be an example and support to your priests, ... who are also called to build the community with their gifts, charisms, and the witness of their lives, so that the choral communion of the Church may bear witness to Jesus Christ, that the world may believe” (Address to New Bishops, 15 September 2011).

You are called to announce the Gospel, which will be placed above your head, and, at the same time, to be a man of dialogue with everyone, especially with our Muslim brothers and sisters, and the many others who profess other religions.  You are to be a man of patience, giving encouragement in various and difficult situations, well aware that the fullness of the Holy Spirit that you will receive today will sustain you in every circumstance.  Always confirm the good in your brothers, be a true father for all of your priests, have peace toward all, and be a friend at all times.  

Before  concluding, I wish to call upon everyone to support your Bishop with loyalty and affection.  He will be for you a good Bishop if you help him to be such, and I ask this in a special way of the priests, men and women religious, and all those called to collaborate with him in the service of this Church in Faisalabad.  Make of the life of this Diocese a masterpiece for God, since God has this Church in His hands.  You are to be for all the “Sacrament of encounter with God” and He will be with you.  Dear brothers and sisters, I entrust you to the care of Monsignor Arshad; Dear Monsignor Arshad, I entrust these, our brothers and sisters, into your hands.  In doing so, I ask the maternal intercession of the Blessed Virgin Mary, Queen of all Saints, and I take commend you to the prayers of the Patron Saints of the Diocese of Faisalabad, St. Peter and Paul, that our brother Joseph, as the new Bishop of Faisalabad, will not walk alone in the difficult and challenging journey in the ministry of Bishop. As we believe in the “Communion of Saints”, may you not forget that you are sustained by a multitude of Saints, both unknown and known. AMEN. 

 


Publicado por verdenaranja @ 18:23  | Hablan los obispos
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El santo padre rezó el domingo 03 de Noviembre de 2013 el ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico ante la multitud que llenaba la plaza de San Pedro.  A continuación el texto de las palabras del santo padre con las improvisaciones. (Zenit.org)

Queridos hermanos y hermanas. ¡Buenos días! La página del evangelio de Lucas de este domingo nos muestra a Jesús que en su camino hacia Jerusalén entra en la ciudad de Jericó. Esta es la última etapa de una viaje que reasume en sí el sentido de toda la vida de Jesús, dedicada a intentar salvar a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Pero cuanto más el camino se acerca a la meta, tanto más entorno de Jesús se va cerrando el círculo de hostilidad.

Y mismo en Jericó sucedió uno de los eventos más gozosos narrados por san Lucas: la conversión de Zaqueo. Este hombre es una oveja perdida, es despreciado y 'excomulgado' porque es un publicano, más aún, el jefe de los publicanos de la ciudad, amigo de los odiados ocupantes romanos, un ladrón y un explotador. Una 'linda figura...' es así.

Impedido de acercarse a Jesús, probablemente debido a su mala fama y siendo pequeño de estatura, Zaqueo se trepa a un árbol para poder ver al Maestro que pasa. Este gesto exterior, un poco ridículo, expresa entretanto el acto interior del hombre que intenta ponerse por encima de la multitud para tener un contacto con Jesús. Zaqueo mismo, no entiende el sentido profundo de su gesto, no sabe bien por qué hace esto pero lo hace. Tampoco osa esperar que pueda ser superada la distancia que lo separa del Señor, se resigna a verlo solamente pasar.

Pero Jesús cuando llega cerca de ese árbol lo llama por su nombre: 'Zaqueo, baja rápido, porque hoy voy a detenerme en tu casa”. Aquel hombre pequeño de estatura, rechazado por todos y distante de Jesús está como perdido en el anonimato. Pero Jesús lo llama y aquel nombre, Zaqueo, en el idioma de aquel tiempo tiene un hermoso significado lleno de alusiones. Zaqueo de hecho significa: Dios recuerda.

Y Jesús va a la casa de Zaqueo, suscitando las críticas de toda la gente de Jericó: porque también en aquel tiempo de habladurías había tanto. Y la gente decía: ¿pero cómo, con toda la buena gente que hay en la ciudad va a quedarse nada menos que a lo de aquel publicano? Sí, porque él estaba perdido y Jesús dice: 'Hoy en esta casa vino la salvación, porque también él es hijo de Abrahán'. En la casa de Zaqueo aquel día entró la alegría, entró la paz, entró la salvación, entró Jesús.

No hay profesión ni condición social, no hay pecado o crimen de cualquier tipo que sea, que pueda borrar de la memoria y del corazón de Dios uno solo de sus hijos. Dios recuerda, siempre, no se olvida de nadie de los que ha creado; él es padre, siempre a la espera vigilante y amorosa con el deseo ver renacer en el corazón del hijo el deseo de volver a casa. Y cuando reconoce aquel deseo, aunque fuera solamente dado a entender, y tantas veces casi inconsciente, le está a su lado y con su perdón vuelve más leve el camino de la conversión y del regreso.

Miremos a Zaqueo hoy en el árbol, ridículo, pero es un gesto de salvación, pero yo te digo a ti, si tú tienes un peso sobre tu consciencia, si tú tienes vergüenza de tantas cosas que has cometido, detente un poco, no te asustes, piensa que alguien te espera porque nunca ha dejado de acordarse de ti, de recordarte, y ese es tu padre Dios. Trépate, como ha hecho Zaqueo, sube sobre el árbol del deseo de ser transformado. Yo les aseguro que que no serán desilusionados. Jesús, es misericordioso y nunca se cansa de perdonarnos. Así es Jesús.

Queridos hermanos y hermanas, dejemos nosotros también que Jesús nos llame por nuestro nombre. En lo profundo de nuestro corazón escuchemos su voz que nos dice: 'Hoy tengo que quedarme en tu casa', yo quiero detenerme en tu casa, en tu corazón, o sea en tu vida. Recibámoslo con alegría. El puede cambiarnos, puede transformar nuestro corazón de piedra en corazón de carne. Puede liberarnos del egoísmo y hacer de nuestra vida un dono de amor. Jesús puede hacerlo, déjate mirar por Jesús.


Publicado por verdenaranja @ 18:14  | Habla el Papa
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Domingo, 03 de noviembre de 2013

Homilía del papa en la celebración en el cementerio de El Verano, ROMA, 01 de noviembre de 2013 (Zenit.org)

“Queridos hermanos y hermanas. (...)

En este cementerio, nos recogemos y pensamos en nuestro futuro, pensemos en todos aquellos que se fueron, que nos precedieron en la vida y están en el Señor.

Es tan linda esa visión del cielo que escuchamos en la primera lectura. El Señor Dios, la belleza, la bondad, la verdad, la ternura, el amor pleno, nos espera esto. Y quienes nos precedieron y murieron en el Señor están allá, proclaman que fueron salvados no por sus obras. Las hicieron, pero fueron salvados por el Señor. La salvación pertenece a nuestro Dios, es él quien nos salva y nos lleva de la mano como un papá y en el final de nuestra vida, a ese cielo en el que están nuestros antecesores.

Uno de los ancianos hace una pregunta: ¿Quienes son estos vestidos de blanco, estos justos y estos santos que están en el Cielo? Son aquellos que vienen de la gran tribulación y lavaron sus vestidos volviéndolos cándidos en la sangre del cordero. Solamente podemos entrar en el cielo gracias al sangre del cordero, gracias a la sangre de Cristo. Es la sangre de Cristo que nos ha justificado y abierto las puertas del cielo. Y si hoy recordamos a estos hermanos y hermanas que nos precedieron en el cielo es porque fueron lavados por la sangre de Cristo. Y esta es nuestra esperanza, la esperanza en la sangre de Cristo y esta esperanza no nos desilusiona. Si vamos en la vida con el Señor, él no nos desilusiona nunca.

Juan le decía a sus discípulos. Vean que gran amor tuvo el Padre para llamarnos hijos de Dios, lo somos. Por ello el mundo no nos conoce: somos hijos de Dios. Pero lo que seremos aún no ha sido revelado. Y mucho más. Y cuando se habrá manifestado seremos similares a él porque lo veremos como él es. Ver a Dios, ser similares a Dios, esta es nuestra esperanza.

Y hoy, justamente en el día de los santos, antes del día de los muertos es necesario pensar a la esperanza, esta esperanza que nos acompaña en la vida. Los primeros cristianos pintaban la esperanza con un ancla. Como si la vida fuera el ancla en aquella orilla y todos nosotros vamos sujetando la cuerda. Es una hermosa imagen esta esperanza. Tener el corazón anclado allá en donde están los nuestros, donde están nuestros antecesores, los santos, donde está Jesús y donde está Dios.

Y esta es la esperanza, la esperanza que no desilusiona. Y hoy y mañana son días de esperanza. La esperanza es un poco como la levadura que hace ampliar el alma, pero hay momentos difíciles en la vida, pero el alma va adelante y mira lo que nos espera. Hoy es un día de esperanza. Nuestros hermanos y hermanas están en la presencia de Dios y también nosotros estaremos allí por pura gracia del Señor si caminamos por la vía de Jesús. Y concluye el apóstol: 'quien tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo. La esperanza también nos purifica, nos aliviana, nos hace ir deprisa. Esta purificación en la esperanza en Jesucristo'.

En este pre atardecer de hoy cada uno de nosotros puede pensar al ocaso de su vida. Pensemos, el mío, el tuyo, el tuyo, etc. Todos nosotros tendremos un atardecer, todos. ¿Lo miro con esperanza, con esa alegría de ser recibido por el Señor como es la del cristiano?

Y esto nos da paz. Este es un día de gloria, pero de una gloria serena, tranquila, de la paz. Pensemos al atardecer de tantos hermanos y hermanos que nos antecedieron, pensemos a nuestro atardecer cuando llegará, y pensemos a nuestro corazón y preguntémonos: ¿dónde está anclado mi corazón? Y si no está anclado bien anclémoslo allá en aquella orilla, sabiendo que la esperanza no desilusiona, porque el Señor Jesús no desilusiona.


Publicado por verdenaranja @ 21:13  | Habla el Papa
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El papa Francisco recitó el 1 de Noviembre de 2013 el ángelus en la solemnidad de Todos los Santos, desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano, ante los miles de fieles que se encontraban en la Plaza de San Pedro. (Zenit.org)

Queridos hermanos y hermanas

La fiesta de Todos los Santos que hoy celebramos nos recuerda que que la meta de nuestra existencia no es la muerte, sino el paraíso. Lo escribe en apóstol Juan: “Lo que seremos no ha sido aún revelado. Sabemos entretanto que cuando él se habrá manifestado, nosotros seremos similares a él, porque lo veremos como él es” (1Gv 3,2).

Los santos, los amigos de Dios, nos aseguran que esta promesa no desilusiona. En su existencia terrena de hecho han vivido en comunión profunda con Dios. En el rostro de los hermanos más pequeños y despreciados han visto el rostro de Dios y ahora lo contemplan cara a cara en su belleza gloriosa.

Los santos no son superhombres, ni han nacido perfectos. Son como nosotros, como cada uno de nosotros, son personas que antes de alcanzar la gloria del cielo han vivido una vida normal, con alegrías y dolores, fatigas y esperanzas.

Pero ¿qué les ha cambiado su vida? El amor de Dios, lo han seguido con todo el corazón, sin condiciones ni hipocresías. Han empleado su vida al servicio de los otros, han soportado el sufrimiento y adversidades sin odiar y respondiendo al mal con bien, difundiendo alegría y paz. Esta es la vía de los santos: personas que por amor de Dios en su vida no le han puesto condiciones a él; no han sido hipócritas, hay empleado su vida para servir al prójimo, han sufrido tantas adversidades pero sin odiar.

Los santos no han odiado nunca. ¿Han entendido bien esto?: el amor es de Dios, ¿pero el odio de donde viene? ¡El odio no viene de Dios, sino del diablo! Y los santos se han alejado del diablo. Los santo son hombres y mujeres que tienen la alegría en el corazón y la transmiten a los otros. Nunca odiar, sino servir a los otros, a los más necesitados, rezar y vivir en la alegría. ¡Este es el camino de la santidad!

Ser santos no es un privilegio de pocos, como quien tuvo una gran herencia. Todos nosotros en el bautismo hemos recibido la herencia que nos permite ser santos. La santidad es una vocación para todos. Todos por lo tanto estamos llamados a caminar en el camino de la santidad y este camino tiene un nombre y un rostro: el rostro de Jesucristo.

Él nos enseña a volvernos santos. Él en el evangelio nos muestra el camino: el de las beatitudes. El reino de los cielos, de hecho es para quienes no pone su seguridad en las cosas sino en el amor de Dios; para quienes tiene un corazón simple, humilde, no presumen de ser justos y no juzgan a los otros. Quienes saben sufrir con quien sufre y alegrarse con quien se alegra, no son violentos pero misericordiosos y tratan de ser operarios de reconciliación y de paz. El santo, la santa es artífice de reconciliación y de paz; ayuda siempre a la gente a reconciliarse y ayuda siempre para que haya paz. ¡Es así de linda la santidad; es un hermoso camino!

Hoy, en esta fiesta, los santos nos dan un mensaje. Nos dicen: ¡tengan confianza en el Señor, porque el Señor no desilusiona! No desilusiona nunca, es un buen amigo a nuestro lado. Con su testimonio los santos nos alientan a no tener miedo de ir contracorriente o de ser incomprendidos o ser ridicularizados cuando hablamos de él y del evangelio.

Nos demuestran con su vida que quien es fiel a Dios y a su palabra experimenta ya en esta tierra la calidez de su amor y después el 'ciento' en la eternidad. Esto es lo que esperamos y le pedimos al Señor para nuestros hermanos y hermanas difuntos. Con sabiduría la Iglesia puso en secuencia la fiesta de Todos los Santos y la conmemoración de todos los fieles difuntos. A nuestra oración de alabanza a Dios y de veneración de los espíritus beatos se une la oración de sufragio por cuantos nos precedieron en el paso de este mundo a la vida eterna.

Confiamos nuestra oración a la intercesión de María Reina de todos los santos.


Publicado por verdenaranja @ 21:08  | Habla el Papa
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S?bado, 02 de noviembre de 2013

Invitación de monseñor José Luis Mollaghan, arzobispo de Rosario, a celebrar el día de todos los santos el 1º de noviembre, y a rezar por los difuntos el próximo 2 de noviembre en el Año de la Fe (Rosario, 25 de octubre 2013) (AICA)

“La fe en Cristo nos salva” (Lumen Fidei, 20)

Queridos sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos:

El 1º de noviembre, día de Todos los Santos, y el próximo 2 de noviembre, conmemoración de los fieles difuntos, son una ocasión para reafirmar nuestra fe y mirar hacia la eternidad.

Mirando hacia la muchedumbre de santos
En la fiesta de Todos los Santos, la Iglesia nos invita a creer y contemplar a la multitud de hombres y mujeres de todo pueblo y nación que están junto a Dios; porque han creído en Jesucristo nuestra salvación. Como nos dice la Encíclica Lumen Fidei, “La fe en Cristo nos salva” (P. Francisco, Lumen Fidei, 20).

Mirando hacia la muchedumbre de santos, nos alegramos especialmente por la reciente beatificación del querido Cura Brochero, “testigo del amor de Cristo hacia los pobres” (hom. beatificación) y por el precioso don de nuestros santos y beatos llamados a la gloria de Dios.
En la conmemoración de los difuntos, en cambio, miramos a nuestros seres queridos que han pasado por la muerte; sabiendo también por la fe que esta vida no termina, y que ellos han sido llamados a la eternidad.

El recuerdo de los que han partido
El recuerdo de los que han partido es memoria y oración Hoy miramos la parte de la historia que hemos recorrido con nuestros seres queridos y recordamos las relaciones de familia, de amor y de amistad que transcurrieron en nuestra vida.

Los recordamos porque creemos en la vida eterna, y sabemos que nuestra vida es indestructible, y que se transforma para la eternidad (cfr. Prefacio Dif.).

Precisamente la resurrección de Cristo es principio y fuente de nuestra futura resurrección. El mismo Jesús habló de ello al anunciar la institución de la Eucaristía como sacramento de la vida eterna y de la resurrección futura: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día'” (Jn 6, 54).

Más aún, nosotros cristianos creemos que estamos destinados a resucitar, porque llevamos en nuestro ser espiritual el sello del amor de Dios, que nos creó, de Jesucristo que nos redimió y del Espíritu Santo que nos vivificó. Por eso creemos en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro.

Jesús vuelve a decirnos “¿Crees esto?”
Ante la muerte y la esperanza de la Vida eterna, Jesús vuelve a decirnos en este día, como lo hizo a Marta en el Evangelio: “¿Crees esto?”.

Y nuestra respuesta es sí creemos, a pesar de las oscuridades. Creemos porque Jesús tiene palabras de vida eterna, y esperamos el don de la vida después de la vida, llena de luz y de paz (cfr. Benedicto XVI, Angelus 9.III.08).

Por ello el próximo 2 de noviembre nuestro recuerdo, y nuestra oración es para nuestros difuntos; participando en la Misa por ellos, y pidiendo por su eterno descanso en el Cielo. Como dijo San Juan Crisóstomo “No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos” ( CATIC, 1032).

En el año de la fe, reafirmemos nuestra fe, “con la esperanza que nos proyecta hacia un futuro cierto, que se sitúa en una perspectiva diversa de las propuestas ilusorias de los ídolos del mundo, pero que da un impulso y una fuerza nueva para vivir cada día” (P.Francisco, Lumen Fidei, 57).

Lo hacemos confiando en la Santísima Virgen del Rosario, “para que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor” (ib. 60).

Mons. José Luis Mollaghan, arzobispo de Rosario


Publicado por verdenaranja @ 21:27  | Hablan los obispos
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Homilía de la celebración eucarística que ha presidido el Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, en la mañana del día 31 de Octubre en la Catedral de Lahore, en la que estaban también presentes obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas, catequistas y representantes de la comunidad diocesana. (Fides)

 

Cathedral of the Diocese of Lahore, Pakistan - October 31, 2013 

 

Dear Brothers in the Episcopate, in the Priesthood, and all of you, my brothers and sisters in the Faith we share in Christ: 

It is with immense pleasure that I can meet with you today; I would say that, through you, I meet the entire Church of our beloved Country! May I also say that, just as a father desires to see his sons and daughters who are far away, I too, with the same desire, come to be with you.  You know well that our Congregation for the Evangelization of Peoples has a particular attention and a genuine affection for you, sharing your joys and your sufferings, and accompanying you with our prayers and encouragement.  It is my desire that these sentiments of mine should reach all of our brothers and sisters in the Faith, and that they never have the sense of being left alone.  You are the most noble part - given especially the circumstances and the difficulties -  of the Universal Church, like other communities in the world that every day courageously bear witness to their own faith in Christ and in the Church. 

To celebrate this Holy Mass with you means that we place Christ the Redeemer, Who indeed is the Source of our Faith, at the center of our prayer.  The beautiful words of St. Paul to the Romans in the first reading today bring this to mind: “If God is for us, who can be against us? He who did not spare his own Son but handed him over for us all, how will he not also give us everything else along with him?” (Romans, 8:31-32).  Thus, our Faith in God is Christological, because it is Christ Who brings us to the Father and to knowledge of Himself.  The entire Church lives this dimension of the Faith, and we, being a part of her, share in the fullness of her life. 

In every circumstance and on every occasion, Christ is our point of reference: we must never forget this, and we must always focus our eyes upon and turn our hearts and minds to Christ.  This, in fact, is what St. Paul teaches us when he says: “Who will separate us from the love of Christ?” (Romans, 8:35).  Even amidst hardships and in the throes of persecutions, the Apostle teaches us that, keeping our eyes fixed on Christ, we “conquer overwhelmingly” (Romans, 8:37).  At the same time, though, I wish, with these words, to reinforce your perseverance and to encourage you to always carry on in goodness and in peace, as St. Francis instructed in his wonderful greeting of “Pax et bonum” (“Peace and good”). 

Being fully Christian and being fully Pakistani are not contradictory perspectives.  In this Land of many ethnic nationalities, of multiple cultural and linguistic expressions, where Islam is the predominant religion, the Christian is at home, and finds not opposition, but richness of life in such diversity; uniformity, in fact, impoverishes, while diversity motivates.  This concept can help us and aid us in comprehending ourselves, and lead to understanding, having always in itself that basis in truth that comes from Christ which never closes its own door or its heart to those who are different or diverse from itself, not even to an enemy: “Father, forgive them, they know not what they do” (Luke 23:34). 

In the middle of the 1950’s, Father James Monchanin, who was originally from France and spent a number of years in India, conveyed to a few friends in Europe: Pray that we can preserve this charity, this ‘eschatological patience’ toward every different religion, culture, and race, because, as Christians we are called and invited to everywhere fulfill the Mystery of the Incarnation of Christ, adding “…so that His (Christ’s) Incarnation might be complete”.  The dream was to be salt and light in every circumstance and place. Salt is no substitute for food, but it gives it taste; neither does the light change the reality that it illumines.  Having within ourselves a clear vision helps us to comprehend your vocation, the reason for your being here, your work, and the mission entrusted to you by Divine Providence.  As Bishops, men and women religious, priests, seminarians, catechists, and lay faithful charged with the life of the Church, you therefore can grasp the sense of your vocation, your office, and your mission, which can be summarized in these meaningful words: peace, understanding, fidelity, dialogue, charity, pardon, mercy, and salvation. 

Allow me to conclude my thoughts briefly, but with deep affection and closeness, with a word of encouragement and appreciation from the words of Psalm 108 (109), which is a prayer to Almighty God of extraordinary beauty: “But you, Lord…deal kindly with me for your name’s sake…Help me, Lord, my God; save me in your mercy.  Make them know this is your hand…” (Ps. 109: 21, 26-27).  Know that the hand of the Lord that protects you is with you each day, and that Mary, Mother of the Church and Queen of Pakistan, will never withhold from you her maternal protection.


Publicado por verdenaranja @ 21:22  | Hablan los obispos
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Viernes, 01 de noviembre de 2013

Reflexión a las lec turas del domingo treintiuno del Tiempo Ordinario C ofrecida por el scerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DíA DEL SEÑOR".                    

Domingo 31º del T. Ordinario C

 

Zaqueo era una persona destacada en aquella sociedad en que vivía. San Lucas nos lo presenta como “jefe de publicanos y rico” . Y este hombre tiene interés, no sabemos por qué, de ver a Jesús… Y, distinguido como era, se sube a una higuera y se contenta con verlo pasar cerca. Pero en realidad, Zaqueo buscaba a Jesús, porque antes Jesús, lo buscaba a él. ¡Es el misterio de la gracia divina!

¿Quién vería la cara de aquel hombre cuando Jesús se para, le mira y le dice: “Zaqueo, baja enseguida porque hoy tengo que alojarme en tu casa?”.¡Qué conmoción tuvo que producirse en el interior de aquel hombre! S. Lucas lo resume todo, diciendo sencillamente: “Él bajó enseguida y lo recibió muy contento”. De esta forma, se siente, quizá por primera vez, amado y distinguido por un judío. Quizá, por primera vez, se siente mirado por un judío sin ser despreciado.

Después, S. Lucas nos presenta una doble escena:  La primera, fuera de la casa: “Al ver esto, todos murmuraban diciendo: Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”. La segunda, dentro de la casa. El Evangelio nos la presenta de forma adversativa: “Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres;  y, si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. Jesús le contestó: Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”.

¡Asombroso!       ¡Impresionante! 

Todos nos preguntamos enseguida: ¿Qué le ha sucedido a Zaqueo, para que actúe así?  ¿Cómo es capaz de convertirse hasta ese extremo? Está claro: Jesucristo que le buscaba, como decíamos antes, le concedió el don de la conversión.

Mis queridos amigos, la conversión, el cambio de vida, no es fruto exclusivo nuestro, de nuestra voluntad, de nuestra fuerza interior. Es, ante todo y sobre todo, don, gracia que el Señor no niega a nadie que quiera cambiar. Sin ese don, la conversión es imposible o cosa de un momento. Por eso, en la S. Escritura leemos: “Conviértenos, Señor. Y nos convertiremos a ti” (Lam. 5, 7). Zaqueo es, pues, imagen de todo el que busca un cambio en su vida, comenzar de nuevo, partir de cero otra vez.

Los cristianos no tenemos que envidiarle porque Jesucristo, vivo y resucitado, está presente en medio de nosotros y nos busca para reproducir en nosotros lo de Zaqueo. Él ha instituido los sacramentos, como signos y lugares de su presencia y de su eficacia salvadora. En el sacramento de la Penitencia, o mejor, de la Reconciliación, el Señor acoge nuestra conversión y dice también de cada uno de nosotros: “Hoy ha sido la salvación de esta casa”.

De este modo, se vale el Señor de la fragilidad de lo humano, del ministerio ordenado, para seguir realizando sus maravillas como en la casa de Zaqueo.                                                          

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!    


Publicado por verdenaranja @ 21:05  | Espiritualidad
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DOMINGO 31º DEL TIEMPO ORDINARIO C 

MONICIONES

 

 

PRIMERA LECTURA

        Hoy, en el Evangelio, contemplaremos una escena especialmente entrañable: El encuentro de Jesús con Zaqueo y escuchamos sus palabras conmovedoras: "Hoy ha sido la salvación de esta casa". Ese es el estilo de Dios. Y por ello, en esta primera lectura, un sabio del Antiguo Testamento, inspirado por el Espíritu Santo, nos explica cómo Dios se acerca a los pecadores, con amor y  misericordia.

 

SALMO

Cantemos en el salmo al Dios clemente y misericordioso, que es bueno y cariñoso con todas sus criaturas.

 

SEGUNDA LECTURA

        En la segunda lectura S. Pablo nos habla hoy de un tema que preocupaba mucho a los cristianos de su tiempo y que también se plantea actualmente en alguna ocasión: Se trata de saber si el fin del mundo, o mejor, la Segunda Venida del Señor, está cerca. El apóstol les llama a la tranquilidad y a la paz  de acuerdo con lo que les ha enseñado.

 

TERCERA LECTURA  

                 Aclamemos ahora con el canto del Aleluya a Jesucristo nuestro Salvador, que, en su encuentro con Zaqueo nos revela el rostro misericordioso de Dios Padre. ¡Qué dicha la nuestra que tenemos un Padre así!

 

COMUNIÓN

        En la Comunión Jesucristo el Señor quiere hospedarse en nuestra casa, en nuestro corazón. Que el ejemplo de Zaqueo nos estimule a recibirle muy contentos, a convertirnos más y más cada día y a unirnos más a Él.

 


Publicado por verdenaranja @ 20:58  | Liturgia
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