Reflexión al evangelio de la fiesta de la Presentación del Señor ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuiel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
La Presentación. La Candelaria
El Evangelio de hoy nos presenta muy bien el contenido de esta Fiesta, que en Canarias es Solemnidad. Era éste un hecho normal para toda familia israelita: A los cuarenta días del nacimiento de un niño, era la purificación de su madre y, si era el primogénito, la presentación-rescate del niño, que, entonces, podía ser llevado a casa e integrado en la propia familia. Porque "todo primogénito varón pertenece al Señor". Y se hacía este rito en recuerdo de la liberación de Egipto, cuando el Señor dio muerte a los primogénitos de los egipcios y salvó a los de los israelitas.
Tendríamos suficiente materia de reflexión con el comentario de aquellos ritos: La Entrada en el templo de Jerusalén del Mesías, el Hijo de Dios; la Purificación de María, la más santa, la más pura, y la Presentación-consagración-rescate de Cristo. Pero, en medio de todo esto, interviene el Espíritu Santo y aquello se convierte en algo distinto, extraordinario: Cristo es proclamado por el anciano Simeón, “gloria de Israel y luz de las naciones”; y, de este modo, nace en el siglo IV, un nuevo título de la Virgen: La Luz, la Candelaria; es decir, la que lleva en sus brazos a Cristo, Luz del mundo, como nos dirá el Señor en el Evangelio. Y se representa a la Virgen con un Niño y un cirio en sus manos.
Ya sabemos lo que significa en la Sagrada Escritura y en la vida de la Iglesia, el binomio luz-tinieblas. S. Pablo nos enseña que “toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz” (Ef 5, 9). Las tinieblas, por el contrario, significan maldad, ignorancia, pecado… La luz de Cristo llega a su punto culminante con la gloria de su Resurrección. Jesús, por su Misterio Pascual, nos traslada del reino de las tinieblas del pecado, al reino de la luz, de la vida nueva de Jesucristo Resucitado. Y esa luz llega a cada uno de nosotros por el Sacramento del Bautismo, que por eso se llama el de nuestra iluminación. Y dice el Apóstol: "Antes erais tinieblas; ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz".
Por eso, hoy es también un día apropiado para renovar nuestro Bautismo y recordar que, la Luz de Cristo tiene que ser compartida: Hay que anunciar y transmitir esa Luz.
En la Liturgia Oriental se subraya “el Encuentro” del Señor con su pueblo, representado en aquellos que le reciben y acogen en el templo. El rito latino se centra más bien en el rito de la Presentación, que venimos comentando.
La primera lectura, nos recuerda la Entrada del Hijo de Dios en el templo de Jerusalén, como habían anunciado los profetas. Por eso el salmo es un cántico gozoso y glorioso, de ese Acontecimiento. Y proclamamos: “El Señor, Dios de los Ejércitos, es el Rey de la gloria”.
La Carta a los Hebreos nos presenta la consagración que hace Cristo de sí mismo, al entrar en el mundo y enlaza el misterio de la Encarnación con el misterio de la Pascua.
Que la Virgen de Candelaria ruegue con bondad por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte, para que un día gocemos para siempre de la Luz eterna.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
En la primera lectura, el profeta anuncia la entrada del Señor en su templo santo de Jerusalén. Escuchemos con atención y con fe.
SEGUNDA LECTURA
La Carta a los Hebreos, que escuchamos en la segunda lectura, nos ayuda a reflexionar sobre el misterio de la Encarnación: El Señor se hace en todo igual a nosotros menos en el pecado para realizar la obra de la salvación.
TERCERA LECTURA
Escuchemos con atención y devoción el Evangelio. En él se nos narra el acontecimiento que hoy recordamos y celebramos.
COMUNIÓN
En la Comunión nos encontramos con el Señor en medio de su nuevo templo, que es la Iglesia. Ojalá lo acojamos con la fe y la alegría del anciano Simeón y lo proclamemos como él, luz del mundo, con palabras y obras.
Reflexión de José Antonio Pagola al Evangelio de la fiesta de la Presentación del Señor
FE SENCILLA
El relato del nacimiento de Jesús es desconcertante. Según Lucas, Jesús nace en un pueblo en el que no hay sitio para acogerlo. Los pastores lo han tenido que buscar por todo Belén hasta que lo han encontrado en un lugar apartado, recostado en un pesebre, sin más testigos que sus padres.
Al parecer, Lucas siente necesidad de construir un segundo relato en el que el niño sea rescatado del anonimato para ser presentado públicamente. ¿Qué lugar más apropiado que el Templo de Jerusalén para que Jesús sea acogido solemnemente como el Mesías enviado por Dios a su pueblo?
Pero, de nuevo, el relato de Lucas va a ser desconcertante. Cuando los padres se acercan al Templo con el niño, no salen a su encuentro los sumos sacerdotes ni los demás dirigentes religiosos. Dentro de unos años, ellos serán quienes lo entregarán para ser crucificado. Jesús no encuentra acogida en esa religión segura de sí misma y olvidada del sufrimiento de los pobres.
Tampoco vienen a recibirlo los maestros de la Ley que predican sus “tradiciones humanas” en los atrios de aquel Templo. Años más tarde, rechazarán a Jesús por curar enfermos rompiendo la ley del sábado. Jesús no encuentra acogida en doctrinas y tradiciones religiosas que no ayudan a vivir una vida más digna y más sana.
Quienes acogen a Jesús y lo reconocen como Enviado de Dios son dos ancianos de fe sencilla y corazón abierto que han vivido su larga vida esperando la salvación de Dios. Sus nombres parecen sugerir que son personajes simbólicos. El anciano se llama Simeón (“El Señor ha escuchado”), la anciana se llama Ana (“Regalo”). Ellos representan a tanta gente de fe sencilla que, en todos los pueblos de todas los tiempos, viven con su confianza puesta en Dios.
Los dos pertenecen a los ambientes más sanos de Israel. Son conocidos como el “Grupo de los Pobres de Yahvé”. Son gentes que no tienen nada, solo su fe en Dios. No piensan en su fortuna ni en su bienestar. Solo esperan de Dios la “consolación” que necesita su pueblo, la “liberación” que llevan buscando generación tras generación, la “luz” que ilumine las tinieblas en que viven los pueblos de la tierra. Ahora sienten que sus esperanzas se cumplen en Jesús.
Esta fe sencilla que espera de Dios la salvación definitiva es la fe de la mayoría. Una fe poco cultivada, que se concreta casi siempre en oraciones torpes y distraídas, que se formula en expresiones poco ortodoxas, que se despierta sobre todo en momentos difíciles de apuro. Una fe que Dios no tiene ningún problema en entender y acoger.
José Antonio Pagola
Red Evangelizadora BUENAS NOTICIAS
2 de Febrero de 2014
Fiesta de la presentación del SEñor
Lc 2, 22-40
Reflexiones de Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas. (Zenit.org)
Conversión ecológica
Por Felipe Arizmendi Esquivel
VER
Durante el Congreso Diocesano sobre Pastoral de la madre tierra, que organizamos en días pasados, en las diferentes mesas de trabajo se denunciaron, entre otras, estas amenazas al medio ambiente, al cosmos, a la naturaleza, a la creación:
El sistema neoliberal estructural en su ambición de explotación de los bienes naturales. Empresas transnacionales que compran nuestro territorio para sus megaproyectos. Transgénicos y agroquímicos. No hay cultura ecológica. Contaminación del medio ambiente y del agua. Mal manejo de la basura. Tala de árboles y extracción de maderas finas. Autoridades que se corrompen. Concesiones mineras. Sobre-explotación de energías no renovables. Privatización de la semilla criolla. Invasión de cadenas de grandes tiendas que cambian nuestros hábitos alimenticios. El sistema promueve el abandono del campo; nos dan comida chatarra. Consumimos menos verduras que nos da la madre tierra y más productos elaborados en fábricas.Hemos perdido la autonomía de producir y la práctica del trueque. Falta un precio justo de los productos del campo; por eso se tiene que emigrar. Los apoyos del gobierno no se invierten en mejorar la tierra. No producimos lo que necesitamos para comer. Hay pobreza porque, aunque tenemos donde trabajar, buscamos lo más fácil. Preferimos gastar dinero, en vez de producir o trabajar haciendo nuestro alimento.
PENSAR
Sin embargo, la destrucción de la madre tierra no es culpa sólo del sistema, de grandes empresas o del gobierno, sino también de nuestros propios pueblos. Lo podemos ver en las márgenes de las dos carreteras de San Cristóbal a Tuxtla Gutiérrez: ya nada se puede cultivar, porque sólo quedan piedras. Los campesinos, para comer, talaron todos los árboles para sembrar maíz y frijol. Al principio, se daban muy buenos maizales. Pero la lluvia, al no haber árboles, se fue llevando la tierra buena a los ríos y, ahora, sólo quedan piedras; ya no se produce maíz, ni frijol, ni nada; son puros pedregales que dan tristeza; se acabó la vida. Lo mismo está pasando rumbo a Comitán: en vez de praderas verdes, sólo quedan piedras, que nadie come y a nadie alimentan.
También lo comprobamos en nuestros ríos: cuando no llueve, son una maravilla con sus diferentes tonos entre verde y azul; la vista y el corazón se gozan; hay peces y vida en abundancia. Surge espontánea la alabanza al Creador. Pero cuando llueve, nuestros ríos son cafés y chocolatosos, porque llevan toda la buena tierra que había donde se talaron árboles; ya no hay peces ni vida; no dan ganas ni de bañarse, menos de beber. Si seguimos talando irresponsablemente los bosques, en breve tiempo sólo quedarán piedras y desiertos, muerte y destrucción. Y esto lo hacemos nosotros, nuestras familias y nuestros pueblos.
ACTUAR
Pedimos a nuestros gobernantes, legisladores y empresarios, que se conviertan y sean portadores de vida, no de muerte. Que no se dejen comprar, corromper y seducir por la ambición del dinero y del poder. Que no vendan nuestra patria y nuestro amado Chiapas a empresas trasnacionales que sólo buscan su interés, y no les importa destruir los bienes naturales y matar la vida de nuestro pueblo y de las futuras generaciones.Tienen el grave deber de evitar que el poder del dinero destruya, contamine y explote sin conciencia el tesoro que Dios nos regaló en nuestra amada madre tierra. Se necesitan leyes que en verdad beneficien al pueblo pobre y cuiden la naturaleza, y normas más severas para combatir la corrupción. Que los pequeños propietarios no se dejen engañar y no vendan sus tierras.
Seamos defensores de la vida que Dios nos ha regalado tan pródigamente en Chiapas, en sus montañas y en sus ríos, en su vegetación y en sus buenas tierras para el cultivo de alimentos. Cuidemos esta tierra chiapaneca que es madre, que da vida, que es fecunda, que alimenta, que recrea la vista, que da esperanza para un buen vivir, que es un regalo extraordinario de nuestro buen Padre Dios. No destruyamos lo que Dios puso en nuestras manos. Son posibles cielos nuevos y madre tierra nueva, con la gracia de Dios y con nuestro compromiso diario.
Texto completo de la catequesis del Papa en la audiencia de este miércoles 29 de Enero de 2014. (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En esta tercera catequesis sobre los Sacramentos, nos detenemos en el de la Confirmación, que debe ser entendida en continuidad con el Bautismo, al que está vinculada de manera inseparable. Estos dos sacramentos, junto con la Eucaristía, constituyen un único acontecimiento salvífico – que se llama “la iniciación cristiana” –, en el que somos insertados en Jesucristo muerto y resucitado y nos convertimos en nuevas criaturas y miembros de la Iglesia. He aquí la razón por la que originariamente estos tres Sacramentos se celebraban en un único momento, al final del camino catecumenal, que era normalmente en la Vigilia Pascual. Así se articulaba este itinerario de formación y de inserción gradual en la comunidad cristiana que podía durar también algunos años. Se hacía paso a paso, para llegar al Bautismo, después la Confirmación y la Eucaristía.
Comúnmente se habla del sacramento de la “Confirmación”, palabra que significa “unción”. Y, de hecho, a través del aceite llamado “sagrado Crisma”, somos conformados, en la potencia del Espíritu, a Jesucristo, el cual es el único y verdadero “ungido”, el “Mesías”, el Santo de Dios. Hemos escuchado en el Evangelio como Jesús lo lee en Isaías, lo vemos más adelante. Es el ungido. Soy enviado y estoy ungido para esta misión.
El término “Confirmación” nos recuerda que este Sacramento aporta un crecimiento de la gracia bautismal: nos une más firmemente a Cristo; lleva a cumplimiento nuestro vínculo con la Iglesia; nos da una especial fuerza del Espíritu Santo para difundir y defender la fe, para confesar el nombre de Cristo y para no avergonzarnos nunca de su cruz (cfr Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1303). Y por eso es importante ocuparse de que nuestros niños y nuestros jóvenes reciban este sacramento. Todos nosotros nos ocupamos de que sean bautizados y esto es bueno, ¿eh? Pero, quizás, no le damos tanta importancia a que reciban la Confirmación. ¡Se quedan a mitad camino y no reciben el Espíritu Santo!, ¿eh? Que es tan importante para la vida cristiana, porque nos da la fuerza para seguir adelante. Pensemos un poco, ¿eh? Cada uno de nostros. ¿Verdaderamente nos preocupamos de que nuestros niños y nuestros jóvenes reciban la Confirmación? ¡Pero es importante esto, es importante! Y si vosotros en vuestra casa tenéis niños o jóvenes que todavía no la han recibido y ya tienen la edad para recibirla, haced todo lo posible para que terminen esta iniciación cristiana y que ellos reciban la fuerza del Espíritu Santo. ¡Pero es importante!
Naturalmente es importante ofrecer a los confirmandos una buena preparación, que debe estar pensada para conducirlos hacia una adhesión personal a la fe en Cristo y a despertar en ellos su sentido de pertenencia a la Iglesia.
La Confirmación, como todo Sacramento, no es obra de los hombres, sino de Dios, el cual cuida de nuestra vida para plasmarnos a imagen de su Hijo, para hacernos capaces de amar como Él. Él lo hace infundiendo en nosotros su Espiritu Santo, cuya acción impregna a toda la persona y toda la vida, como se refleja de los siete dones que la Tradición, a la luz de la Sagrada Escritura, ha siempre evidenciado. Estos siete dones, yo no os voy a preguntar si os acordáis de los siete dones, ¿no? Quizás todos los decís, pero no es necesario, ¿eh? Todos dirán son este y este, pero no lo hacemos. Lo digo yo en vuestro nombre ¡Eh!. ¿Y cuáles son los dones? la Sabiduría, el Intelecto, el Consejo, la Fortaleza, la Ciencia, la Piedad y el Temor de Dios. Y estos dones nos han sido dados con el Espíritu Santo en el sacramento de la Confirmación. A estos dones tengo la intención de dedicar las catequesis que seguirán a las de los Sacramentos.
Cuando acogemos el Espíritu Santo en nuestro corazón y lo dejamos actuar, Cristo mismo se hace presente en nosotros y toma forma en nuestra vida, a través de nosotros, será Él, ¡Escuchad bien esto! A través de nosotros será el mismo Cristo quien rece, quien perdone, quien infunda esperanza y consuelo, quien sirva a los hermanos, quien se haga cercano a los necesitados y a los últimos, a crear comunión, a sembrar paz. Pero pensad que importante es esto, que por el Espíritu Santo viene el mismo Cristo para hacer todo esto en medio de nosotros y por nosotros. Por esto es importante que los niños y los jóvenes reciban este Sacramento.
Queridos hermanos y hermanas, ¡recordemos que hemos recibido la Confirmación todos nosotros! Recordémoslo antes que nada para agradecerle al Señor este don, y luego para pedirle que nos ayude a vivir como verdaderos cristianos, a caminar siempre con alegría según el Espíritu Santo que nos ha sido donado. Se ve que estos últimos miércoles, a mitad audiencia, nos bendicen desde el Cielo. ¡Pero sois valientes! ¡Adelante!
(RED/IV)
Palabras del Papa antes de la oración mariana del Angelus del día 26 de Enero de 2014 a los fieles reunidos en la plaza (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
el Evangelio de este domingo cuenta los inicios de la vida pública de Jesús en las ciudades y en los pueblos de Galilea. Su misión no sale de Jerusalén, es decir del centro religioso, social y político, sino de una zona periférica, despreciada por los judíos más observadores, con motivo de la presencia en esa región de diferentes poblaciones extranjeras; por esto el profeta Isaías indica como "Galilea de las gentes".
Es una tierra de frontera, un zona de tránsito donde se encuentran personas de diferentes razas, culturas y religiones. Galilea se convierte así en un lugar simbólico de apertura del Evangelio a todos los pueblos. Desde este punto de vista, Galilea se asemeja al mundo de hoy: coexistencia de diversas culturas, necesidad de comparación y necesidad de encuentro. También nosotros estamos inmersos cada día en una "Galilea de las gentes", y en este tipo de contexto podemos asustarnos y ceder a la tentación de construir recintos para estar más seguros, más protegidos. Pero Jesús nos enseña que la Buena Noticia que Él trae no está reservada a una parte de la humanidad, es para comunicar a todos. Es un feliz anuncio destinado a cuantos lo esperan, pero también a cuantos quizá no esperan nada más y no tienen ni siquiera la fuerza para buscar y preguntar.
Partiendo de Galilea, Jesús nos enseña que ninguno está excluido de la salvación de Dios, es más, que Dios prefiere partir de la periferia, de los últimos, para alcanzar a todos. Nos enseña un método, su método, que expresa el contenido, es decir la misericordia del Padre. "Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar esta llamada. ¿Y cuál es la llamada? Salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio". (Esort. ap. Evangelii gaudium, 20).
Jesús comienza su misión no solo desde un lugar descentrado, si no también con hombres que se les diría de "bajo perfil". Para elegir a sus primeros discípulos y futuros apóstoles, no se dirige a las escuelas de los escribas o de los doctores de la Ley, sino a las personas humildes y a las personas sencillas, que se preparan con empeño a la llegada del Reino de Dios. Jesús va a llamarles allí donde trabajan, sobre la orilla del lago: son pescadores. Les llama, y ellos le siguen, enseguida. Dejan las redes y van con Él: su vida se convertirá en una aventura extraordinaria y fascinante.
Queridos amigos y amigas, ¡el Señor llama también hoy! El Señor pasa por los caminos de nuestra vida cotidiana; también hoy, en este momento, aquí, el Señor, pasa por la plaza. Nos llama a ir con Él, a trabajar con Él por el Reino de Dios, en las “Galileas” de nuestros tiempos. Cada uno de vosotros que piense: el Señor pasa hoy, el Señor me mira, ¡me está mirando! ¿Qué me dice el Señor? Y si alguno de vosotros oye que el Señor le dice: “sígueme”, sea valiente, vaya con Él; Él no decepciona jamás. Escuchad en visestro corazón si el Señor os llama a seguirlo. ¡Dejemos alcanzarnos por su mirada, por su voz, y sigámoslo! “Para que la alegría del Evangelio llegue hasta a los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz”.
Tras la oración del Ángelus, el Santo Padre ha dicho:
Ahora, veis que no estoy solo, estoy en compañía de dos de vosotros que han subido aquí. ¡Son buenos estos dos!
Se celebra hoy la Jornada Mundial de los enfermos de lepra. Esta enfermedad, aún estando en receso, lamentablemente afecta todavía a muchas personas en condiciones de grave miseria. Es importante mantener viva la solidaridad con estos hermanos y hermanas. A ellos aseguramos nuestra oración, y rezamos también por todos aquellos que les asisten y, en diferentes formas, se comprometen a derrotar esta enfermedad.
Estoy cerca con la oración a Ucrania, en particular a cuantos han perdido la vida en estos días y a sus familias. Deseo que se desarrolle un diálogo constructivo entre las instituciones y la sociedad civil y, evitando todo recurso y acción violenta, prevalezcan en el corazón de cada uno ¡el espíritu de la paz y la búsqueda del bien común!
Hoy hay muchos niños en la plaza, muchos. Pero también quiesiera, con ellos, dirigir un pensamiento a Cocò Campolongo que a los tres años ha sido quemado en el coche en Cassano allo Jonio. Esta furia sobre un niño tan pequeño parece no tener precedentes en la historia de la criminalidad. Rezamos con Cocò que seguro está con Jesús en el cielo. Por las personas que han hecho este crimen para que se arrepientan y se conviertan al Señor.
En los próximos días, millones de personas, que viven en Extremo Oriente y repartidos en varias partes del mundo, entre los cuales chinos, coreanos y vietnamitas, celebran el fin de año lunar. A todos ellos les deseo una existencia llena de alegría y de esperanza. El anhelo que no se puede suprimir a la fraternidad, que alberga en su corazón, encuentre en la intimidad de la familia el lugar privilegiado donde pueda ser descubierto, educado y realizado. Será esta una preciosa contribución a la construcción de un mundo más humano, en el que reina la paz.
Ayer, en Nápoles, se ha proclamado beata María Cristina de Savoya, que vivió en la primera mitad del siglo XIX, reina de las dos Sicilias. Mujer de profunda espiritualidad y de gran humildad, supo hacerse cargo de los sufrimientos de su pueblo, convirtiéndose en verdadera madre de los pobres. Su extraordinario ejemplo de caridad testimonia que la vida buena del Evangelio es posible en cualquier ambiente y condición social.
Saludo con afecto a todos vosotros, queridos peregrinos venidos de diferente parroquias de Italia y de otros países, como también a las asociaciones, grupos escolares y otros. En particular, saludo a los estudiantes de Cuenca (España) y las chicas de Panamá. Saludo a los fieles de Caltanissetta, Priolo Gargallo, San Severino Marche y San Giuliano Milanese, y los ex alumnos de la escuela de Minoprio. Quisiera también expresar mi cercanía a la población que ha sufrido inundadaciones en Emilia.
¡Me diirijo ahora a los chicos y chicas de Acción Católica de la Diócesis de Roma! Queridos jóvenes, también esto año, acompañados del cardenal vicario, habéis venido numerosos al finalizar vuestra "Caravana de la Paz". ¡Os doy las gracias! ¡Os doy muchas gracias! Escuchamos ahora el mensaje que vuestro amigos aquí junto a mí, no leerán".
Al finalizar la lectura, los dos niños junto al Papa han lanzado las dos palomas como símbolo de la paz.
Para concluir, el Santo Padre ha deseado a todos un buen domingo y buena comida.
Palabras del Santo Padre en la oración de las vísperas en la Basílica San Pablo Extramuros por la solemnidad de la Conversión de san Pablo Apóstol y la conclusión de Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas:
«¿Está dividido Cristo?» (1 Co 1,13). La enérgica llamada de atención de san Pablo al comienzo de su Primera carta a los Corintios, que resuena en la liturgia de esta tarde, ha sido elegida por un grupo de hermanos cristianos de Canadá como guión para nuestra meditación durante la Semana de Oración de este año.
El Apóstol ha recibido con gran tristeza la noticia de que los cristianos de Corinto están divididos en varias facciones. Hay quien afirma: «Yo soy de Pablo»; otros, sin embargo, declaran: « Yo soy de Apolo»; y otros añaden: «Yo soy de Cefas». Finalmente, están también los que proclaman: «Yo soy de Cristo» (cf. v. 12). Pero ni siquiera los que se remiten a Cristo merecen el elogio de Pablo, pues usan el nombre del único Salvador para distanciarse de otros hermanos en la comunidad. En otras palabras, la experiencia particular de cada uno, la referencia a algunas personas importantes de la comunidad, se convierten en el criterio para juzgar la fe de los otros.
En esta situación de división, Pablo exhorta a los cristianos de Corinto, «en nombre de nuestro Señor Jesucristo», a ser unánimes en el hablar, para que no haya divisiones entre ellos, sino que estén perfectamente unidos en un mismo pensar y un mismo sentir (cf. v. 10). Pero la comunión que el Apóstol reclama no puede ser fruto de estrategias humanas. En efecto, la perfecta unión entre los hermanos sólo es posible cuando se remiten al pensar y al sentir de Cristo Jesús (cf. Flp 2,5). Esta tarde, mientras estamos aquí reunidos en oración, nos damos cuenta de que Cristo, que no puede estar dividido, quiere atraernos hacia sí, hacia los sentimientos de su corazón, hacia su abandono total y confiado en las manos del Padre, hacia su despojo radical por amor a la humanidad. Sólo él puede ser el principio, la causa, el motor de nuestra unidad.
Cuando estamos en su presencia, nos hacemos aún más conscientes de que no podemos considerar las divisiones en la Iglesia como un fenómeno en cierto modo natural, inevitable en cualquier forma de vida asociativa. Nuestras divisiones hieren su cuerpo, dañan el testimonio que estamos llamados a dar en el mundo. El Decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano II, refiriéndose al texto de san Pablo que hemos meditado, afirma de manera significativa: «Con ser una y única la Iglesia fundada por Cristo Señor, son muchas, sin embargo, las Comuniones cristianas que se presentan a los hombres como la verdadera herencia de Jesucristo; ciertamente, todos se confiesan discípulos del Señor, pero sienten de modo distinto y marchan por caminos diferentes, como si Cristo mismo estuviera dividido». Y, por tanto, añade: «Esta división contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de predicar el Evangelio a toda criatura» (Unitatis redintegratio, 1). Todos nosotros hemos sido dañados por las divisiones. Todos nosotros no queremos convertirnos en un escándalo. Por esto todos nosotros caminamos juntos fraternalmente hacia la unidad también haciendo unidad en el caminar, esa unidad que viene del Espíritu Santo que nos lleva a una singularidad especial que solamente en Espíritu Santo puede hacer, la diversidad reconciliada. El Señor nos espera a todos, nos acompaña a todos y con todos nosotros en este camino de la unidad.
Queridos amigos, Cristo no puede estar dividido. Esta certeza debe animarnos y sostenernos para continuar con humildad y confianza en el camino hacia el restablecimiento de la plena unidad visible de todos los creyentes en Cristo. Me es grato recordar en este momento la obra de dos grandes Papas: los beatos Juan XXIII y Juan Pablo II. Tanto uno como otro fueron madurando durante su vida la conciencia de la urgencia de la causa de la unidad y, una vez elegidos a Obispos de Roma, han guiado con determinación a la grey católica por el camino ecuménico. El papa Juan, abriendo nuevas vías, antes casi impensables. El papa Juan Pablo, proponiendo el diálogo ecuménico como dimensión ordinaria e imprescindible de la vida de cada Iglesia particular. Junto a ellos, menciono también al papa Pablo VI, otro gran protagonista del diálogo, del que recordamos precisamente en estos días el quincuagésimo aniversario del histórico abrazo en Jerusalén con el Patriarca de Constantinopla, Atenágoras.
La obra de estos predecesores míos ha conseguido que el aspecto del diálogo ecuménico se haya convertido en una dimensión esencial del ministerio del Obispo de Roma, hasta el punto de que hoy no se entendería plenamente el servicio petrino sin incluir en él esta apertura al diálogo con todos los creyentes en Cristo. También podemos decir que el camino ecuménico ha permitido profundizar la comprensión del ministerio del Sucesor de Pedro, y debemos confiar en que seguirá actuando en este sentido en el futuro. Mientras consideramos con gratitud los avances que el Señor nos ha permitido hacer, y sin ocultar las dificultades por las que hoy atraviesa el diálogo ecuménico, pidamos que todos seamos impregnados de los sentimientos de Cristo, para poder caminar hacia la unidad que él quiere. Caminar juntos ya es hacer unidad.
En este ambiente de oración por el don de la unidad, quisiera saludar cordial y fraternalmente a Su Eminencia el Metropolita Gennadios, representante del Patriarcado Ecuménico, a Su Gracia David Moxon, representante del arzobispo de Canterbury en Roma, y a todos los representantes de las diversas Iglesias y Comunidades Eclesiales que esta tarde han venido aquí. Estos dos hermanos en representación de todos hemos rezado en el sepulcro de Pablo. Y hemos dicho entre nosotros, 'recemos para que Dios nos ayude en este camino, este camino de la unidad, del amor, haciendo camino de unidad'. La unidad no vendrá como un milagro al final, la unidad viene en el camino, la hace el Espíritu Santo en el camino. Si nosotros no caminamos juntos, si nosotros no rezamos los unos por los otros, si nosotros no trabajamos juntos en tantas cosas que podemos hacer en este mundo por el Pueblo de Dios, la unidad no vendrá. Se hace en este camino, en cada paso. Y no la hacemos nosotros, la hace el Espíritu Santo que ve nuestra buena voluntad.
Queridos hermanos y hermanas, oremos al Señor Jesús, que nos ha hecho miembros vivos de su Cuerpo, para que nos mantenga profundamente unidos a él, nos ayude a superar nuestros conflictos, nuestras divisiones, nuestros egoísmos. Y recordamos que la unidad siempre es superior al conflicto. Y nos ayude a estar unidos unos a otros por una sola fuerza, la del amor, que el Espíritu Santo derrama en nuestros corazones (cf. Rm 5,5 ). Amén.
Reflexiones sobre la Pastoral de la Salud en la parroquia enviadas por el Delegado Diocesado de Tenerife con los materiales para su celebración el 16 de Febrero en nuestra diócesis.
ALGUNAS REFLEXIONES
SOBRE LA PASTORAL DE LA SALUD
EN LA PARROQUIA
“En general, los enfermos no ocupan hoy en la parroquia el lugar que les corresponde, el que tuvieron en la vida de Jesús, en las primeras comunidades y en otras etapas de la vida de la Iglesia. En muchos casos, la atención a los enfermos se reduce a la administración de los sacramentos, olvidando la misión de curar que tiene la comunidad. Con frecuencia, los enfermos son sólo destinatarios de cuidados diversos, pero no se les integra como miembros activos de la propia comunidad. Las comunidades cristianas han de asumir su compromiso evangelizador en el mundo de la salud, han de ser comunidades que curan.
La acción de la parroquia con los enfermos ha de inspirarse en el primer evangelizador, en Cristo, que pasó curando y evangelizó curando: “Recorría ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias” (Mt 9,35). Ésta es nuestra tarea: entrar en la ciudad, en la sociedad de nuestros días, curar a los enfermos que haya en ella y desde esa acción curadora proclamar al hombre de hoy la cercanía de Dios.” (Documento “Los enfermos en la parroquia. Una prioridad”. Conferencia Episcopal Española)
Jesús ha confiado a su Iglesia la misión de asistir y cuidar a los enfermos. Todos los miembros dela Iglesiaparticipan de su misión, si bien cada uno ha de realizarla en función del carisma recibido y del ministerio quela Iglesiale ha encomendado, pero siempre corresponsablemente con los demás para así hacer transparente el verdadero ser dela Iglesia.
Sensibilizar a toda la comunidad cristiana es hoy una tarea prioritaria. Se trata de preocuparse de que la parroquia no olvide a los hombres y mujeres que sufren la enfermedad.
Durante años, la comunidad cristiana ha delegado a las personas, congregaciones o grupos de la comunidad que se ocupaban de los enfermos la misión de evangelizar curando. Ha terminado, en muchos casos, por vivir de espaldas a ellos, desconociendo sus problemas y perdiendo su capacidad de asistirles, cuidarles y ayudarles a vivir.
«Consideramos imprescindible en estos momentos la constitución de equipos de Pastoral de la Salud en las parroquias, no para desresponsabilizar al resto de los cristianos, sino precisamente para sensibilizar sobre su responsabilidad a toda la comunidad parroquial, y para servir de cauce principal a su acción pastoral en el campo de la salud y de la enfermedad.
Por ello, el equipo de Pastoral de la Salud no actúa a título particular, sino en nombre de toda la comunidad parroquial. Su objetivo no es estimular la caridad individual de los cristianos hacia los enfermos, sino promover el servicio sanador como un hecho comunitario, es decir, como un compromiso real y efectivo de toda la parroquia. Su presencia activa en el Consejo Pastoral Parroquial y su actividad en el interior de la parroquia están orientadas a ayudar a toda la comunidad a vivir responsablemente el mandato sanador de Jesús y el servicio a los enfermos.» (Congreso Iglesia y Salud, 1994)
Los enfermos, miembros de la parroquia, tienen múltiples necesidades y éstas piden ser atendidas desde diversos carismas o modalidades de servicio.
El equipo, como estructura pastoral, da estabilidad y continuidad a la pastoral parroquial y tiende a evitar las improvisaciones y la dispersión individualista. Lo que hacen los visitadores o agentes de Pastoral dela Saluddebe ser testimonio del amor fraterno no sólo de ellos, sino de toda la parroquia.
El equipo brinda también a sus miembros la oportunidad de una constante comunicación, enriquecimiento, sana crítica y puesta a punto.
¿Qué ha de hacer el equipo de Pastoral de la Salud en la parroquia? Entre las tareas fundamentales del equipo parroquial de Pastoral de la Salud señalamos las siguientes:
1. Conocer a los enfermos
2. Acercarse a los enfermos
3. Servir a los enfermos
4. Ayudar a las familias
5. Sensibilizar a la comunidad parroquial
6. Coordinar la Pastoral de la Salud
Para la conformación del equipo parroquial de Pastoral dela Salud sería conveniente seguir los siguientes pasos:
- Sensibilizar a la comunidad parroquial y presentar las cosas de manera seria y convincente; informar de lo que esla Pastoral dela Salud y pedir colaboraciones concretas y fáciles de realizar, sobre todo al comienzo.
- Conectar con cristianos en los grupos de catequesis de adultos, entre los jóvenes de postconfirmación, entre mujeres que tengan tiempo disponible, entre jubilados que pueden realizar todavía un trabajo importante, entre religiosas y religiosos que puedan encontrar un hueco para comprometerse en este campo.
- Comenzar las primeras reuniones para establecer unos objetivos iniciales sencillos y concretos que, en la mayoría de los casos, serán de formación y acción.
- Establecer contacto conla Delegación Diocesana de Pastoral dela Salud y pedir su colaboración para emprender la marcha.
Subsidio litúrgico para la Eucaristía de la Jornada Mundial del Enfermo 2014 recibida en la parroquia con los materiales para su celebración el 16 de Febrero en nuestra diócesis de Tenerife.
CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA
16 de febrero de 2014
MONICIÓN DE ENTRADA
Queridos hermanos:
Celebramos hoy la Jornada Mundial del Enfermo, bajo el lema “Fe y Caridad. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos”. Con esta celebración, en España se da inicio a la campaña que discurrirá hasta la Pascua del Enfermo, el sexto domingo de Pascua.
En virtud del Bautismo y de la Confirmación estamos llamados a configurarnos con Cristo, el Buen Samaritano de todos los que sufren. «En esto hemos conocido lo que es el amor: en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos». Cuando nos acercamos con ternura a los que necesitan atención, llevamos la esperanza y la sonrisa de Dios en medio de las contradicciones del mundo. Cuando la entrega generosa hacia los demás se vuelve el estilo de nuestras acciones, damos espacio al Corazón de Cristo y el nuestro se inflama, ofreciendo así nuestra aportación a la llegada del Reino de Dios.
ENVÍO DE AGENTES DE PASTORAL DE LA SALUD
La misión de atender a los enfermos forma parte indispensable de la tarea encomendada por Jesús a su Iglesia, como cauce por el cual llega hasta ellos la Buena Noticia del Evangelio. Para llevar a cabo esta tarea, el Señor elige a miembros de su pueblo y los envía con esta misión a confortar, consolar y acompañar a quienes atraviesan por la circunstancia de la enfermedad propia o de un ser querido.
Vamos a proceder a continuación a la presentación y envío de los miembros de nuestra parroquia que se sienten llamados por Dios a desempeñar este valioso servicio.
(A continuación se nombra a los miembros del equipo de Pastoral de la Salud y se van colocando delante del altar)
Queridos hermanos: el vuestro es un servicio que nos corresponde realizar a todos los discípulos de Jesucristo, que hemos de descubrir la presencia del Señor en toda persona que sufre en su cuerpo o en su espíritu.
Sin embargo, vosotros, como miembros del equipo parroquial de Pastoral de la Salud, asumís este compromiso con una exigencia mayor. Vais a prestar una valiosa colaboración a la misión caritativa de la Iglesia y, en consecuencia, vais a trabajar en su nombre, abriendo a todos los hombres los caminos del amor cristiano y de la fraternidad universal.
Cuando realicéis vuestra tarea, procurad actuar siempre movidos por el Espíritu del Señor, es decir, por un verdadero amor de caridad sobrenatural. De este modo seréis reconocidos como auténticos discípulos de Cristo.
(El sacerdote, con las manos extendidas sobre ellos, pronuncia la siguiente oración de bendición)
Oremos:
Oh Dios, que derramas en nuestros corazones, por el Espíritu Santo, el don de la caridad, bendice + a estos hermanos nuestros, para que, practicando la caridad en la visita y atención de los enfermos, contribuyan a hacer presente a tu Iglesia en el mundo, como un sacramento de unidad y de salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Ahora, queridos hermanos, para mostrar vuestra disponibilidad a prestar este servicio en nuestra comunidad parroquial, os invito a recitar juntos esta oración que tenéis en vuestras manos, pidiendo la ayuda de Dios para llevar a cabo la misión que habéis recibido.
(Todos juntos recitan en voz alta la siguiente oración)
Dios es Amor.
Tú, Padre, nos has amado tanto,
lo hemos experimentado a lo largo de la Historia:
en Egipto, en Israel, en la Cruz, en nuestras vidas.
A veces la enfermedad pretende arrebatarnos
esta increíble experiencia,
otras veces, es la ocasión para vivirla.
También hoy sigo sintiendo tu Amor,
en tantos acontecimientos, en tantas experiencias,
en tantas personas.
Un amor que no me deja indiferente:
me empuja también a mí a Amar,
a amar en dos direcciones: a Ti y al hermano.
Dame tu Espíritu, Señor, para amar siempre como Tú:
mirar como Tú, servir como Tú, entregarme como Tú.
Con los enfermos, pero también cuando a mí me toque
la enfermedad o el sufrimiento.
Que tu Amor me contagie y penetre,
para llegar a decir también yo:
“ya no soy yo, es Cristo quien ama en mí”.
Gracias, Señor, por tu Amor,
gracias por tu Caridad.
(Terminada la oración, se retiran a su lugar y continúa la celebración con el Credo y la oración de los fieles)
ORACIÓN DE LOS FIELES
Invocamos a Dios nuestro Padre, que nos amó hasta el extremo en su Hijo, y por intercesión de María, presentamos nuestras intenciones y las de todo el mundo.
Por nuestro mundo, marcado por el sufrimiento en sus distintas formas, para que Dios, nuestro Padre, lo transforme y ponga en su corazón el Espíritu del Amor, el espíritu de su Hijo. Roguemos al Señor.
Por la Iglesia, para que en los caminos del mundo plasme el amor del Padre, como Iglesia samaritana, entre los más pobres y enfermos. Roguemos al Señor.
Por los que rigen los destinos de los pueblos, para que Dios los ilumine y en sus políticas sanitarias pongan siempre en el centro a las personas, antes que a la economía. Roguemos al Señor.
Por nuestros hermanos enfermos, para que sientan la presencia de Dios a través del encuentro con buenos samaritanos que les hagan sentir su cariño y misericordia. Roguemos al Señor.
Por las familias de los enfermos, los profesionales, los voluntarios y todos aquellos que les atienden y cuidan, tantas veces preciosos iconos de la caridad al lado del que sufre. Roguemos al Señor.
Por nuestra comunidad cristiana, para que tenga siempre unos ojos atentos y un corazón sensible a las necesidades de quien sufre, y se deje evangelizar también por ellos. Roguemos al Señor.
Escucha, Señor, nuestra oración y ayúdanos a llevar al mundo el amor que de ti hemos recibido. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amen
Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial del Enfermo 2014 enviado por Delegado Diocesano de la Salud de Tenerife con losmateriales para su celebración el 11 de Febrero.
MENSAJE DEL SANTO PADRE CON OCASIÓN DE LA
XXII JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO 2014
Fe y caridad: «También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1 Jn 3,16)
Queridos hermanos y hermanas:
1. Con ocasión de la XXII Jornada Mundial del Enfermo, que este año tiene como tema Fe y caridad: «También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1 Jn 3,16), me dirijo particularmente a las personas enfermas y a todos los que les prestan asistencia y cuidado. Queridos enfermos, la Iglesia reconoce en vosotros una presencia especial de Cristo que sufre. En efecto, junto, o mejor aún, dentro de nuestro sufrimiento está el de Jesús, que lleva a nuestro lado el peso y revela su sentido. Cuando el Hijo de Dios fue crucificado, destruyó la soledad del sufrimiento e iluminó su oscuridad. De este modo, estamos frente al misterio del amor de Dios por nosotros, que nos infunde esperanza y valor: esperanza, porque en el plan de amor de Dios también la noche del dolor se abre a la luz pascual; y valor para hacer frente a toda adversidad en su compañía, unidos a él.
2. El Hijo de Dios hecho hombre no ha eliminado de la experiencia humana la enfermedad y el sufrimiento sino que, tomándolos sobre sí, los ha transformado y delimitado. Delimitado, porque ya no tienen la última palabra que, por el contrario, es la vida nueva en plenitud; transformado, porque en unión con Cristo, de experiencias negativas, pueden llegar a ser positivas. Jesús es el camino, y con su Espíritu podemos seguirle. Como el Padre ha entregado al Hijo por amor, y el Hijo se entregó por el mismo amor, también nosotros podemos amar a los demás como Dios nos ha amado, dando la vida por nuestros hermanos. La fe en el Dios bueno se convierte en bondad, la fe en Cristo Crucificado se convierte en fuerza para amar hasta el final y hasta a los enemigos. La prueba de la fe auténtica en Cristo es el don de sí, el difundirse del amor por el prójimo, especialmente por el que no lo merece, por el que sufre, por el que está marginado.
3. En virtud del Bautismo y de la Confirmación estamos llamados a configurarnos con Cristo, el Buen Samaritano de todos los que sufren. «En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1 Jn 3,16). Cuando nos acercamos con ternura a los que necesitan atención, llevamos la esperanza y la sonrisa de Dios en medio de las contradicciones del mundo. Cuando la entrega generosa hacia los demás se vuelve el estilo de nuestras acciones, damos espacio al Corazón de Cristo y el nuestro se inflama, ofreciendo así nuestra aportación a la llegada del Reino de Dios.
4. Para crecer en la ternura, en la caridad respetuosa y delicada, nosotros tenemos un modelo cristiano a quien dirigir con seguridad nuestra mirada. Es la Madre de Jesús y Madre nuestra, atenta a la voz de Dios y a las necesidades y dificultades de sus hijos. María, animada por la divina misericordia, que en ella se hace carne, se olvida de sí misma y se encamina rápidamente de Galilea a Judá para encontrar y ayudar a su prima Isabel; intercede ante su Hijo en las bodas de Caná cuando ve que falta el vino para la fiesta; a lo largo de su vida, lleva en su corazón las palabras del anciano Simeón anunciando que una espada atravesará su alma, y permanece con fortaleza a los pies de la cruz de Jesús. Ella sabe muy bien cómo se sigue este camino y por eso es la Madre de todos los enfermos y de todos los que sufren. Podemos recurrir confiados a ella con filial devoción, seguros de que nos asistirá, nos sostendrá y no nos abandonará. Es la Madre del crucificado resucitado: permanece al lado de nuestras cruces y nos acompaña en el camino hacia la resurrección y la vida plena.
5. San Juan, el discípulo que estaba con María a los pies de la Cruz, hace que nos remontemos a las fuentes de la fe y de la caridad, al corazón de Dios que «es amor» (1 Jn 4,8.16), y nos recuerda que no podemos amar a Dios si no amamos a los hermanos. El que está bajo la cruz con María, aprende a amar como Jesús. La Cruz es «la certeza del amor fiel de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y salvarnos… La Cruz de Cristo invita también a dejarnos contagiar por este amor, nos enseña así a mirar siempre al otro con misericordia y amor, sobre todo a quien sufre, a quien tiene necesidad de ayuda» (Via Crucis con los jóvenes, Río de Janeiro, 26 de julio de 2013).
Confío esta XXII Jornada Mundial del Enfermo a la intercesión de María, para que ayude a las personas enfermas a vivir su propio sufrimiento en comunión con Jesucristo, y sostenga a los que los cuidan. A todos, enfermos, agentes sanitarios y voluntarios, imparto de corazón la Bendición Apostólica.
Vaticano, 6 de diciembre de 2013
FRANCISCO
DELEGACIÓN DIOCESANA DE PASTORAL DE LA SALUD
DIÓCESIS DE SAN CRISTÓBAL DE LA LAGUNA
Estimado compañero:
Me dirijo a ti con motivo de la celebración de la Jornada Mundial del Enfermo, que tendrá lugar como todos los años el próximo día 11 de febrero, festividad de Nuestra Señora de Lourdes.
Este año, la campaña, que como ya sabes tiene dos momentos (Jornada Mundial del Enfermo y Pascua del Enfermo), se centra en la relación directa entre la fe y la caridad bajo el lema “también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos”, invitación que nos hace el Papa a través del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud.
La celebración de la Jornada Mundial del Enfermo, a nivel de la diócesis, se celebrará el domingo 16 de febrero. Para ayudar a una mejor celebración de esta jornada y como hemos hecho en años anteriores, te adjuntamos el siguiente material:
Mensaje del Santo Padre Francisco.
Guión litúrgico de la celebración (monición de entrada, rito de envío de los agentes de Pastoral de la Salud y oración de los fieles).
Reflexión sobre la Pastoral de la Salud en la parroquia.
Como hemos señalado en otras ocasiones, la celebración de esta Jornada es una buena ocasión para hacer tomar conciencia a la comunidad parroquial de la importancia de la Pastoral de la Salud y animar a la creación y fortalecimiento de los equipos parroquiales.
Sería interesante también que en aquellas parroquias donde existe equipo parroquial de Pastoral de la Salud, al final de la celebración algún miembro del equipo explicara un poco cuál es su labor, cuándo y dónde se reúnen y qué significa para él la experiencia de visitar y acompañar a los enfermos. No olvidemos que, más que discursos, lo que necesitamos son testigos.
Sin más, agradeciendo de modo especial la labor que desempeñas en el campo de la atención a los enfermos y pidiendo al Señor que haga lo más fructífero posible tu ministerio, quedo a tu entera disposición para lo que necesites.
Jorge Andrés Robles Hernández
Delegado Diocesano de Pastoral de la Salud
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo tercero del Tiempo Ordinario - A.
ALGO NUEVO Y BUENO
El primer escritor que recogió la actuación y el mensaje de Jesús lo resumió todo diciendo que Jesús proclamaba la “Buena Noticia de Dios”. Más tarde, los demás evangelistas emplean el mismo término griego (euanggelion) y expresan la misma convicción: en el Dios anunciado por Jesús las gentes encontraban algo “nuevo” y “bueno”.
¿Hay todavía en ese Evangelio algo que pueda ser leído, en medio de nuestra sociedad indiferente y descreída, como algo nuevo y bueno para el hombre y la mujer de nuestros días? ¿Algo que se pueda encontrar en el Dios anunciado por Jesús y que no proporciona fácilmente la ciencia, la técnica o el progreso? ¿Cómo es posible vivir la fe en Dios en nuestros días?
En el Evangelio de Jesús los creyentes nos encontramos con un Dios desde el que podemos sentir y vivir la vida como un regalo que tiene su origen en el misterio último de la realidad que es Amor. Para mí es bueno no sentirme solo y perdido en la existencia, ni en manos del destino o el azar. Tengo a Alguien a quien puedo agradecer la vida.
En el Evangelio de Jesús nos encontramos con un Dios que, a pesar de nuestras torpezas, nos da fuerza para defender nuestra libertad sin terminar esclavos de cualquier ídolo; para no vivir siempre a medias ni ser unos “vividores”; para ir aprendiendo formas nuevas y más humanas de trabajar y de disfrutar, de sufrir y de amar. Para mí es bueno poder contar con la fuerza de mi pequeña fe en ese Dios.
En el Evangelio de Jesús nos encontramos con un Dios que despierta nuestra responsabilidad para no desentendernos de los demás. No podremos hacer grandes cosas, pero sabemos que hemos de contribuir a una vida más digna y más dichosa para todos pensando sobre todo en los más necesitados e indefensos. Para mí es bueno creer en un Dios que me pregunta con frecuencia qué hago por mis hermanos.
En el Evangelio de Jesús nos encontramos con un Dios que nos ayuda a entrever que el mal, la injusticia y la muerte no tienen la última palabra. Un día todo lo que aquí no ha podido ser, lo que ha quedado a medias, nuestros anhelos más grandes y nuestros deseos más íntimos alcanzarán en Dios su plenitud. A mi me hace bien vivir y esperar mi muerte con esta confianza.
Ciertamente, cada uno de nosotros tiene que decidir cómo quiere vivir y cómo quiere morir. Cada uno ha de escuchar su propia verdad. Para mí no es lo mismo creer en Dios que no creer. A mí me hace bien poder hacer mi recorrido por este mundo sintiéndome acogido, fortalecido, perdonado y salvado por el Dios revelado en Jesús.
José Antonio Pagola
Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
26 de Enero de 2014
Domingo 3º - A
Mt 4, 12-23
Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en las fiestas patronales de la parroquia Santa Inés (19 de enero 2014) (AICA)
Fistas patronales de la parroquia Santa Inés
Queridos hermanos:
Es una hermosa ocasión para reunirnos y agradecer a Dios por esta comunidad, para pedirle que siga bendiciendo al párroco, P. Alejandro, al diácono Marcelo, y a todos los que colaboran para que la Iglesia siga siendo creíble, dando testimonio en todas las familias, en el barrio y en todos los ámbitos donde esta comunidad pueda llegar.
Las lecturas del día de hoy ponen su acento, su mirada, en Jesucristo el Hijo de Dios, el Enviado, el Mesías. En Israel hay dos figuras muy metidas en la tradición bíblica: el Mesías, el Enviado, será destinado para ser “luz entre las naciones”. Ese Mesías es el Cordero Pascual, aquél que viene a dar la vida por los demás.
En Israel, al celebrarse la Pascua, se sacrificaban los corderos y su sangre se esparcía a la comunidad en señal de purificación. Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, ocupa el lugar del cordero que va al matadero sin decir ninguna palabra y ofrece su vida en obediencia al Padre. Jesucristo es el Cordero Pascual que viene a dar la vida por nosotros; es el fundamento de nuestra vida.
En segundo lugar, Jesucristo es el Siervo de Dios que viene a obedecer al Padre; viene sufriendo para que la humanidad tenga de nuevo la paz, tenga de nuevo la vida. Es tan importante que Juan, el Bautista, dice de Él “¡este es el Enviado, no hay dudas, es Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios, el Ungido”!
Sabemos que nos estamos solos; sabemos que hay Alguien que ha dado la vida por nosotros; sabemos que la vida, la gracia y la redención se han realizado en nosotros, en nuestra comunidad, en nuestra familia y en el mundo entero.
¡Jesús es el Hijo de Dios y nosotros tenemos que ser sus seguidores y sus discípulos! Pero vamos a serlo porque creemos en Él. Si creemos en Él vamos a tener fuerza para ser auténticos discípulos. Pero si no creemos en Él nuestra presencia y nuestra respuesta, serán vacilantes, serán mediocres, serán más o menos, serán “estoy pero no estoy”, “me meto o no me meto”, “es una vida cristiana o no es una vida cristiana”, “soy más o menos”; ¿saben por qué? Porque todavía no nos dimos cuenta que Jesucristo es el Hijo de Dios y que vino para salvarnos, para redimirnos, para darnos la vida nueva. Si creemos en Él seremos transformados, seremos cambiados.
Veamos el ejemplo de San Pablo cuando habla a la comunidad de Corinto y les dice “tengan ustedes paz, pero les recuerdo lo que tienen que ser: ¡santos!, ¡cristianos!” Muchas veces pensamos que la santidad es para los demás, para el Obispo, para el párroco, para las religiosas o para algunas personas más piadosas, pero no para todos, ¡NO! ¡La santidad es para todos y para cada uno de nosotros!
Ustedes podrán decirme “estamos en el mundo”, “hay muchas dificultades”, “hay muchas tentaciones”, “hay muchos problemas”, ¡claro que los hay! Y cada uno los tiene según su manera y los tenemos todos. Pero ciertamente la santidad de Dios hace posible lo que a nosotros, muchas veces, nos resulta imposible. La santidad es posible porque Dios quiere que seamos santos y si Dios así lo quiere, podemos serlo. ¡A no achicarse, a no acobardarse, a no engañarse ni creer que “eso no es para mí!”
¿En qué consiste la santidad? En ser una buena persona, en tener criterios del Evangelio, en tener actitudes similares a Jesucristo, en que el Evangelio y la Palabra de Cristo estén encarnados en nosotros para ser fieles, ser transparentes, ser buenos, tener paciencia, perdonar y pedir perdón, para ser solidarios y ayudar a los otros. Siempre el amor y la caridad se adelantan; como el amor de la mamá que se adelanta a las necesidades del hijo, porque aunque el hijo no abrió la boca, la mamá ya sabe lo que necesita. ¿Por qué esa mamá intuye y se da cuenta de la necesidad de su hijo? ¡Porque ama! El amor es creativo y nos ayuda a descubrir las necesidades reales de los demás.
Ahora llegamos a Santa Inés. Su nombre en italiano, “Agnese”, significa “cordero” y en las imágenes está representada con un cordero. Ella ha dado la vida por Cristo, quería consagrarse a Dios. Pero, en aquella época, querían casarla con el hijo de un cónsul romano y ella no aceptó. En aquél momento los cristianos vivían escondidos por ser contrarios a la forma religiosa del Imperio romano. Es así que, aquél joven, despechado por el rechazo, la denunció diciendo “¡esta es cristiana!”, e Inés aceptó el martirio, no cambió de opinión, no cambió de parecer, no cuidó su vida física pero cuidó su vida espiritual y su alma.
Detengámonos en esto: para ser cristianos, para ser santos, para ser hijos de Dios y para vivir en serio, todos tenemos que tomar la decisión de decirle SI a Dios. Quizás haya obstáculos, alguna piedra, algo que nos impida vivir en la verdad, como decir mentiras, no comprometernos, no amar, “vivir más o menos”. Y cada uno sabe dónde renguea ¿verdad?
Es el momento de ofrecer a Dios, a través de Santa Inés, la decisión de ser un buen cristiano, una buena persona. Dificultades tenemos todos, por las edades, por las condiciones, por las experiencias y por tantas cosas más; pero siempre más fuerte es el amor de Dios y más fuerte es que Dios quiere que vivamos en gracia y seamos amigos de Jesús, quiere que vivamos del Evangelio y que amemos a la Iglesia por la que Cristo dio su cuerpo y su sangre. Y todavía Cristo, estando crucificado, dijo “¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!” El mensaje supremo, el perdón. Que quizás también nosotros tengamos que pedir perdón y perdonar a alguien en esta vida.
Que Santa Inés nos ayude a vivir con gozo el testimonio, es decir el martirio. ¡El testimonio de una presencia viva y no derrotada!, ¡una vida brillante y no opaca!, ¡una vida con entusiasmo, no una vida que va durando a lo largo de los años y de los tiempos!
Queridos hermanos, que Santa Inés nos de la fuerza de la convicción y de la decisión a Jesucristo.
Que así sea.
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
Presentación de la Jornada de Infancia Misionera 2014 por Don Anastasio Gil García, Director Nacional de Obras Misionales Pontificias España, que este año se celebra el 26 de enero, bajo el lema "Los niños ayudan a los niños", publicada en la revista misionera ILUMINARE Nº 390 - ENERO 2014, recibida en la parroquia con los materiales para su celebración.
El pasado 9 de mayo de 2013 se cumplían 170 años del inicio de una hermosa historia. El obispo Carlos-Augusto Forbin-Janson tenía gran amistad con algunos de los misioneros franceses en China, y él mismo deseaba partir hacia el continente asiático, pero Dios tenía otros planes para canalizar su vocación misionera. Monseñor Forbin-Janson conocía de primera mano las dificultades de muchos niños de aquel país para poder sobrevivir; de modo especial, le entristecía profundamente que miles de estas criaturas murieran sin el bautismo.
Siguiendo el ejemplo y la palabra de Jesús, acudió a los más débiles y a los menos poderosos, a los niños y niñas de su diócesis: “¿Queréis ayudarme a salvar a los niños y niñas de China?”. La respuesta no se hizo esperar. Todos se comprometieron a apoyarle con una avemaría diaria y una limosna mensual. Desde entonces, millones de niños se han sumado a esta corriente de solidaridad. Así nació la que hoy llamamos Obra Pontificia de la Infancia Misionera y que durante muchos años fue conocida como Santa Infancia.
La fuerza de la infancia
El obispo Forbin-Janson dejó escrito: «El nacimiento de Jesús, hijo de Dios e hijo del hombre, pareció consagrar ya la primera edad de la vida, haciendo a la infancia amable, iluminada por el dulce reflejo de su misma gloria, y muy pronto, un nuevo lenguaje de enseñanzas y de ejemplos quitarán toda duda sobre la voluntad formal de dar a la infancia los derechos negados y, más aún, de añadir privilegios». Estas palabras muestran claramente su convencimiento de que la debilidad de la infancia, tiempo de silencio y de soledad, ha sido divinizada por Jesús y se ha convertido en fuente de gracia para todos, sobre todo para los niños y para los que se hacen como ellos.
Los pequeños, hasta ese momento, eran considerados, en todo caso, beneficiarios de la misión y destinatarios del anuncio; y, de pronto y de manera imprevista, se convirtieron en protagonistas convencidos y determinados. Desde los primeros meses de la fundación, la comunidad cristiana tomó conciencia de la fuerza misionera de los niños, en los cuales se manifestaba una presencia particular del Espíritu.
El protagonismo misionero de los niños fue, efectivamente, un punto sin vuelta atrás en la historia de la Iglesia. En la Antigua Alianza del pueblo de Dios, a los pequeños nunca les había sido confiado un papel de responsabilidad pastoral. A partir de la Nueva Alianza con Jesucristo, el niño se ha convertido en el punto de partida y de llegada del nuevo Reino. Muy a menudo, el Reino que Jesús describe en las parábolas evangélicas se compara a algo muy pequeño que llegará a ser muy grande: la semilla de mostaza, el grano de trigo, una pizca de levadura.
La Obra Pontificia de la Infancia Misionera
Con una rapidez impensable, esta Obra se expandió por las principales diócesis de Francia y, poco más tarde, por Europa. En España, su nacimiento se debe al cardenal Bonel y Orbe, arzobispo de Toledo, quien el 20 de octubre de 1852 escribe a la reina Isabel II solicitando la aprobación de las Constituciones o Estatutos para la instauración de la Asociación de la Santa Infancia en nuestro país. La respuesta de la Reina accediendo a la petición está fechada el 22 de noviembre del mismo año, y se inscribe, como primera asociada, a su alteza real la infanta Princesa de Asturias.
Desde su nacimiento, esta Obra se configuró como un itinerario de fe que, llevando la misión al corazón de los más pequeños, les hacía descubrir la alegría de servir a los hermanos. Este compromiso misionero implicaba un doble sentido: las oraciones, los sacrificios y la simpatía de los niños “de aquí” eran correspondidos con las oraciones, los sacrificios, la simpatía y, a veces, el testimonio del martirio de los niños chinos a quienes deseaban ayudar. Hoy este flujo de ayuda mutua alcanza a los pequeños de todo el mundo.
“Los niños ayudan a los niños”
Con este lema comenzó esta hermosa revolución solidaria, porque por primera vez los pequeños actuaban en la Iglesia como protagonistas humildes, sencillos, pero también creativos y valientes.
El Secretariado de Infancia Misionera, con el fin de conmemorar el 170 aniversario de esta Obra, propone de nuevo este mismo lema para que los niños y niñas de España se sumen a este proyecto misionero. Un proyecto que tiene como principales objetivos colaborar con los padres y educadores en el despertar progresivo de la conciencia misionera universal en los niños y niñas, ayudar a estos a desarrollar su protagonismo misionero, y moverles a compartir la fe y los medios materiales.
Con el impulso de la oración y con las aportaciones recibidas, Infancia Misionera podrá seguir atendiendo a muchos niños y niñas del mundo en sus necesidades más perentorias. Obras Misionales Pontificias da las gracias a todos por anticipado, ya que tiene la esperanza y la certeza de que esta Jornada de Infancia Misionera será de nuevo una manifestación de caridad con aquellos en quienes se nos muestra el rostro de Jesús.
Anastasio Gil García
Director de OMP en España
Guión litúrgico para la Eucaristía de la jornada de la Infancia Misionera 2014, publicado en la revista misionera ILUMINARE - ENERO 2014, Nº 390 recibida en la parroquia con los materiales para su celebración el 26 de Enero.
Monición de entrada
Entran con el sacerdote cinco niños, cada uno con una camiseta del color de un continente y cogidos de la mano.
Jesús nos ha convocado para celebrar la Eucaristía. Él está con nosotros y nos ayuda, para que también nosotros ayudemos a los demás, especialmente a los niños, a vivir unidos a Él. Los niños que acompañan al sacerdote llevan camisetas con los colores que simbolizan los cinco continentes: verde (África), rojo (América), blanco (Europa), azul (Oceanía) y amarillo (Asia). Así nos recuerdan que Jesús nos abre el corazón para que nuestra cooperación llegue a todos los niños de la Tierra, sin distinción, y seamos misioneros.
El lema de esta Jornada es el de la Infancia Misionera: “Los niños ayudan a los niños”.
Eso es muy bonito: podemos ayudar a Jesús a llevar su Evangelio a otros niños, para que así puedan conocerle. Vamos a pedírselo en esta misa.
Acto penitencial
Con las manos cruzadas sobre el pecho y en silencio, se invita a los niños a pedir perdón por romper la cadena de amor que Jesús ha iniciado y por no ayudar a los demás.
Monición a las lecturas
Hoy el Evangelio nos habla de cómo Jesús, llamando a los apóstoles, inicia una cadena de amor; la misma a la que los cristianos nos unimos y la misma que seguimos formando desde entonces, ya que Jesús quiere llegar a todos. Él predica el reino de Dios, y nos enseña a conocer y amar a Dios nuestro Padre y a vivir como hermanos, estando “bien unidos”, como dice san Pablo.
Sugerencias para la homilía
Dialogar con los niños, a partir de preguntas como las siguientes.
¿Qué hace Jesús en el Evangelio? ¿Qué predica? ¿Por qué llama a los discípulos? ¿Por qué crees que lo dejan todo y le siguen? Este Evangelio, ¿qué te dice sobre lo que significa ser cristiano?
¿Crees que los cristianos debemos vivir unidos como los discípulos con Jesús? ¿Por qué?
¿Cuándo rompemos la unidad? ¿Cómo hacemos que esa unidad sea cada vez más fuerte?
¿Cómo puede un cristiano ser luz para otros? ¿Cómo puedes ser un eslabón de la cadena que Jesús inicia? ¿Cómo ayudamos a los demás?
Oración de los fieles
Jesús nos dice que Dios es nuestro Padre y siempre nos escucha; por eso, le dirigimos nuestras peticiones en la oración, con la confianza de sabernos sus hijos. Decimos: Padre nuestro, escúchanos:
· Por el Papa y los obispos, para que sean fieles al ministerio que han recibido y ayuden a los demás cristianos a seguir a Jesús.
Roguemos al Señor.
· Por los niños de Asia, para que todos aquellos que buscan a Jesús lo puedan hallar en sus vidas y en la Iglesia. Roguemos al Señor.
· Por los niños de África que han encontrado en Jesús la fe y el amor de Dios, para que sean fieles a su bautismo. Roguemos al Señor.
· Por los niños de Oceanía, para que sean firmes y constantes seguidores de Jesús y luz para los demás. Roguemos al Señor.
· Por los niños de América, para que, con el testimonio de su vida y de su palabra, hablen de Jesús en su tierra y en todo el mundo. Roguemos al Señor.
· Por los niños de Europa, para que abran su corazón y acojan a todos como Jesús.
Roguemos al Señor.
· Por los que ahora celebramos esta Eucaristía y por todos los que formamos la Iglesia, para que nos fiemos de Jesús y salgamos a ayudar a los demás a conocerlo.
Roguemos al Señor.
Escucha, Padre nuestro, las oraciones que te hemos dirigido y concede tu amor a todos los niños del mundo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Ofertorio
Los cinco niños con las camisetas de colores traen, desde cinco puntos diversos del templo, las ofrendas: el pan, el vino, el agua, el cartel de la Jornada y una cesta de la colecta.
Luego ayudan a preparar el altar.
Llevamos al altar las ofrendas para que Jesús se haga presente en la Eucaristía. También si cada uno de nosotros traemos lo nuestro, Jesús lo consagra para que ayude a todos y su amor se difunda por el mundo. Por eso, acercamos nuestras ofrendas desde cinco sitios distintos, representando a los cinco continentes, porque nos queremos unir a todos los niños de la Tierra.
Se utiliza una de las plegarias eucarísticas para los misas con niños.
Padrenuestro
Todos los niños se toman de la mano. Junto al sacerdote, los cinco niños con las camisetas de los continentes.
Como hijos del mismo Padre, nos unimos a nuestros hermanos de los cinco continentes, pidiendo que entre todos ayudemos para que venga el reino de Dios y su amor sea conocido por todos sus hijos.
Monición al rito de la paz y de la comunión
En este momento, vamos a pensar en silencio a quién le queremos dar la paz de corazón.
Porque cada uno se la va a dar, no a quien está al lado o al que le cae bien, sino a quien crea que más la necesita; eso sí, en silencio y sin alborotar. De esta manera contribuimos a que Jesús se haga presente entre nosotros también con nuestro gesto de paz, antes de recibirle en la comunión.
Monición después de la comunión
Vamos a guardar un momento de silencio para dar gracias a Jesús por haberle recibido; los que no habéis hecho la primera comunión podéis agradecerle que haya venido en la Eucaristía para estar con nosotros. Le vamos a pedir que, con la fuerza que Él nos da, ayudemos a los demás como Él quiere.
Monición de despedida
Hemos celebrado la Eucaristía, la fiesta de Jesús. Él ha venido a ayudarnos en nuestras vidas; nos ha anunciado el amor de Dios y nos lo ha regalado en la Eucaristía. Ahora nos pide que le ayudemos: que vayamos nosotros a enseñar a los demás niños que Dios les ama, y que seamos amigos y discípulos suyos. Por eso, terminamos cantando con alegría, porque Jesús cuenta con nosotros y nos envía.
Juan Martínez Sáez, fmvd. Colaborador de las OMP
Reflexión a las lecturas del domingo tercero del Tiempo Ordinario - A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 3º del T. Ordinario A
Después de la Navidad, hemos venido contemplando a Jesucristo, el Señor, en los comienzos de su Vida Pública. Podríamos decir que este domingo, se nos presenta el comienzo de la Vida Pública según San Mateo, el evangelista de este año.
Cuando leemos algunas páginas del Evangelio, quedamos admirados de la capacidad que tienen los evangelistas, inspirados, eso sí, por el Espíritu Santo, de presentar a Jesucristo de una manera tan atrayente, incluso para el hombre de hoy. Miremos cómo lo hace hoy S. Mateo: “Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo”. ¡Precioso!
S. Mateo, que escribe su Evangelio para los judíos, siente el deseo de ayudarles a comprender que Jesucristo es el Mesías que esperaban, porque en Él se cumple todo lo que habían anunciado los profetas. Y así, a cada paso, nos va señalando el cumplimiento de las profecías. Cuando quiere presentarnos a Jesucristo iniciando su actividad en Galilea, recuerda lo anunciado por el profeta Isaías, que escuchamos en la primera lectura: “País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas, vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”. Y ya conocemos el sentido de la oposición “luz - tinieblas” en la Sagrada Escritura.
Al mismo tiempo, nos transmite las primeras palabras de Jesús: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos”.
¿Qué significa todo esto? Sencillamente, que el Hijo de Dios ha venido a la tierra a traernos el Reino de los Cielos; algo así como la forma de pensar y de vivir que hay en el Cielo. Por eso hay que convertirse. ¡El Cielo debe ser tan diferente de la tierra!
Hay dos realidades concretas que hoy nos llaman a la conversión: El Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos, que acabamos de celebrar, y la Jornada Misionera de los Niños, la Santa Infancia, que celebramos este domingo. ¡Cuántas reflexiones podríamos hacer!
Después, S. Mateo nos presenta a Jesús paseando junto al lago de Galilea… ¡Qué contemplación tan hermosa ésta de Jesucristo caminando por la orilla del mar!
Y comienza a llamar a los primeros discípulos: Primero, a Pedro y Andrés; más adelante, a Santiago y Juan. Eran pescadores y estaban en su trabajo. Y lo dejan todo para ser “ser pescadores de hombres”. ¡Qué impresionante es todo esto!
¡Seguir a Jesús, entrar en el Reino de los Cielos, ser “pescadores de hombres”! He ahí la triple llamada, el reto, que nos presenta el Señor este domingo a todos nosotros.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 3º DEL TIEMPO ORDINARIO A
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
La primera Lectura hace siempre referencia al Evangelio. La región de Galilea, a la que se refiere el profeta, estaba lejos de Jerusalén, que era el centro religioso de Israel; era una región donde convivían judíos y paganos, y era poco valorada. Pero será allí, en la periferia de Israel, donde surgirá la gran luz de la Buena Noticia de Jesucristo, el Mesías. Escuchemos ahora la voz del profeta.
SEGUNDA LECTURA
S. Pablo reacciona fuertemente contra las divisiones que desgarraban la Iglesia de Corinto, y les invita a vivir unidos, centrados en el único Señor que nos ha salvado a todos.
TERCERA LECTURA
En el Evangelio, S. Mateo comienza el relato del ministerio de Jesús en “la Galilea de los gentiles”, y ve, en este hecho, el cumplimiento de la profecía de Isaías, que escuchábamos en la primera Lectura.
COMUNIÓN
La Comunión es el encuentro más íntimo y personal con Jesucristo, y nos exige compartir sus sentimientos y deseos más profundos, como son, en este día, la preocupación porque todos los niños del mundo le conozcan y lleven una vida digna de hijos de Dios; y porque todos los cristianos alcancemos la unidad para que el mundo crea.
Texto completo de la catequesis del Papa en la audiencia del miércoles 22 de Enero de 2014 (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Sábado pasado ha comenzado la Semana de oración por la unidad de los cristianos, que finalizará el próximo sábado, fiesta de la Conversión de san Pablo apóstol. Esta iniciativa espiritual, sumamente valiosa, involucra a las comunidades cristianas desde hace más de cien años. Se trata de un tiempo dedicado a la oración por la unidad de todos los bautizados, según la voluntad de Cristo: "Que todos sean uno" (Jn 17, 21).
Cada año, un grupo ecuménico de una región del mundo, bajo la guía del Consejo Mundial de las Iglesias y del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, sugiere el tema y preparar los subsidios para la Semana de oración. Este año, tales subsidios provienen de las Iglesias y Comunidades eclesiales de Canadá, y se refieren a la pregunta dirigida por san Pablo a los cristianos de Corinto: "¿Acaso está dividido Cristo?" (1 Corintios 1, 13) .
Ciertamente Cristo no ha sido dividido. Pero debemos reconocer sinceramente, y con dolor, que nuestras comunidades siguen viviendo divisiones que son de escándalo. Las divisiones entre nosotros cristianos son un escándalo, no hay otra palabra, ¡un escándalo! “Cada uno de vosotros – escribía el Apóstol – dice: “Yo soy de Pablo”, “Yo en cambio soy de Apolo”, “Yo soy de Cefas”, “Yo soy de Cristo” (1, 12). También aquellos que profesaban a Cristo como su cabeza no son aplaudidos por Pablo, porque usaban el nombre de Cristo para separarse de los demás dentro de la comunidad cristiana. ¡Pero el nombre de Cristo crea comunión y unidad, no división! Él ha venido a hacer comunión entre nosotros, no para dividirnos. El Bautismo y la Cruz son elementos centrales del discipulado cristiano que tenemos en común. Las divisiones en cambio debilitan la credibilidad y la eficacia de nuestro compromiso de evangelización y corren el riesgo de vaciar a la Cruz de su potencia (cfr. 1, 17).
Pablo reprende a los corintios por sus disputas, pero también da gracias al Señor “con motivo de la gracia de Dios que os ha sido dada en Cristo Jesús, porque en él habéis sido enriquecidos con todos los dones, los de la palabra y los del conocimiento” (1, 4-5). Estas palabras de Pablo no son una simple formalidad, sino el signo que él ve ante todo – y por esto se alegra sinceramente – los dones hechos por Dios a la comunidad. Esta actitud del Apóstol es un estímulo para nosotros y para cada comunidad cristiana a reconocer con alegría los dones de Dios presentes en otras comunidades. A pesar del sufrimiento de las divisiones, que por desgracia aún permanecen, acojamos las palabras de Pablo como una invitación a alegrarnos sinceramente por las gracias concedidas por Dios a otros cristianos. Tenemos el mismo bautismo, el mismo Espíritu Santo que nos concede las gracias. Reconozcámoslo y alegrémonos.
Es hermoso reconocer la gracia con la que Dios nos bendice y, aún más, encontrar en otros cristianos algo que necesitamos, algo que podríamos recibir como un don de nuestros hermanos y de nuestras hermanas. El grupo canadiense que ha preparado los subsidios de esta Semana de oración no ha invitado a las comunidades a pensar en lo que podrían dar a sus vecinos cristianos, sino que las ha exhortado a encontrarse para comprender lo que todas pueden recibir cada vez de las demás. Esto requiere algo más. Requiere mucha oración, requiere humildad, requiere reflexión y continua conversión. Vayamos adelante en este camino rezando por la unidad de los cristianos, para que este escándalo disminuya y no se de más entre nosotros. ¡Gracias!
(RED/IV)
Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (18 de enero de 2014) (AICA)
Sentido de la accion social y cultural de la iglesia
Ustedes habrán notado, queridos amigos televidentes, el campo vastísimo que abarca la presencia de la Iglesia y, más precisamente, de los cristianos particularmente considerados, de las instituciones y las organizaciones católicas en el amplio campo de la sociedad argentina, en distintas áreas.
Pienso, por ejemplo, en la presencia social de la Iglesia, en distintos barrios: la ayuda caritativa, los servicios variadísimos que se reúnen bajo la sigla de Cáritas, por no hablar del vasto campo de la cultura. Cuando uno habla de cultura piensa en las universidades católicas, o en el subsistema educativo de la Iglesia (yo uso estas palabras “subsistema educativo” porque realmente es una red de colegios y escuelas católicas en todo el país) pero podemos pensar también, aun en el ámbito barrial, cómo la presencia de la Iglesia trasmite, a partir de la fe, una concepción verdaderamente humana de la persona y de la vida.
¿Cuál es el fundamento de todo esto? ¿Por qué este vastísimo servicio? El servicio hay que prestarlo con toda competencia y existen ámbitos muy diversos en los que la gente se va formando para brindar esas ayudas. Por otra parte los cristianos tienen su propia vida profesional, están insertados en diversas áreas de trabajo en la sociedad y también aportan la inspiración de su fe cristiana en esas tareas que realizan.
Pero si hablamos de la obra específicamente eclesial: ¿cuál es su sentido profundo? Uno puede plantear, por ejemplo, por qué la Iglesia tiene que ocuparse en atender enfermos terminales, (hay hospices que son un fenómeno interesantísimo) en los domicilios, o en las clínicas, y tantas otras tareas muy, muy específicas a favor de los más necesitados. La Iglesia, a toda esta actividad en el vastísimo campo de la sociedad y la cultura le da un acento propiamente pastoral; es una proyección del Evangelio en la vida concreta de la gente, en el mundo.
¿Cuál es el fundamento superior? ¿Qué es lo que inspira a todos esos cristianos que trabajan en estas tareas de servicio? Podemos decir que es la inteligencia de la fe y la contemplación.
La inteligencia de la fe significa la comprensión de todo lo que implica creer en Jesucristo; lo cual no es una mera adhesión teórica a un cupo de verdades, sino que es una verdadera vida, que ilumina la inteligencia, que otorga una concepción de la existencia.
Y añado la contemplación, o sea la unión con Dios mediante la oración contemplativa. Esto no hay que perderlo de vista porque es lo que asegura el matiz propiamente eclesial de estas tareas. Uno podría pensar que, quizás, hay organizaciones que podrían hacerlo desde el punto de vista profesional mejor que nosotros. ¿Pero qué es lo que distingue y caracteriza a esa acción cuando es una acción eclesial? Es precisamente que se hace en virtud de la inteligencia de la fe y con un respaldo contemplativo, o sea apoyándonos en Dios. Lo hacemos por amor a Dios. Aquí habría que apuntar a esa unión inseparable que hay entre el amor a Dios y el amor a los demás, como enseña muy bien el Evangelio y como aparece tan claro en la Primera Carta de San Juan.
Es importante no olvidarse de esto porque, por otra parte, todos los que estamos empeñados en una u otra tarea de servicio a la sociedad debemos respaldar el trabajo con nuestra propia oración personal. Y todos tenemos que acostumbrarnos a rezar por la obra que la Iglesia realiza en los más variados campos en el mundo entero, todos los días; aun en este momento en que estamos ustedes y yo compartiendo estas cosas.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata
Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú para el segundo domingo durante el año (19 de enero de 2014) (AICA)
Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad (Sal 39)
La liturgia de este domingo continúa teniendo un carácter de epifanía, es decir de manifestación de la divinidad de Jesús. El Evangelio de hoy (Juan 1, 29-34) manifiesta claramente la divinidad y la misión de Jesús. El domingo pasado meditábamos sobre la manifestación del Padre durante el bautismo del Señor: “este es mi hijo muy amado en quien me complazco” (Mt.3,17). Hoy ponemos la atención sobre el testimonio y la manifestación del Bautista: “este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn.1, 29). Jesús presentado por el Padre como su Hijo muy querido es ahora presentado por Juan como el Cordero inocente que será ofrecido en sacrificio para la expiación de los pecados. Así se cumplen las profecías sobre el Siervo Sufriente, que hacen referencia al Hijo de Dios hecho hombre que es entregado al sufrimiento y a la muerte por nuestra salvación.
No se trata pues de un Mesías al tenor del que esperaban los Judíos de la época: un Mesías político liberador de Israel, triunfante sobre los enemigos; venido para dar a Israel el poder y la gloria terrenos; sino que será un Mesías, el “Siervo de Yahvé”, anunciado por Isaías que toma sobre sí las iniquidades y pecados de los hombres y los expía con su muerte. En este texto el Siervo de Yahvé tiene un carácter salvífico y liberador del pecado y de la muerte. En Él el sufrimiento y la muerte se hacen vida y eternidad para el hombre peregrino en esta tierra. Este Mesías, Siervo de Yahvé, será luz y salvación no solamente para Israel, sino para toda la humanidad y en él se manifiesta la “gloria de Dios”. Dice Isaías: “Tú eres mi Siervo en quien me gloriaré… te voy a poner por luz de las gentes para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra” (Is. 49, 3.6).
Así, el que es presentado como “Siervo” en el Antiguo Testamento, es presentado como “Hijo” en la Nueva Alianza, en la plenitud de los tiempos. La divinidad de Cristo resplandece: es el Unigénito del Padre, es Dios como el Padre, que asume la naturaleza humana y se anonada, aunque no disminuye para nada su divinidad, sino que se esconde y que se mostrará sólo en ciertas oportunidades, como en estas teofanías o en la Transfiguración.
El Evangelio nos presenta el testimonio de Juan el bautista sobre Jesús. Juan lo proclama como el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn, 1, 29). Juan ante todo testimonia la prioridad absoluta de Cristo y de su misión: “él es elegido del Señor venido ya no a bautizar con agua, sino en el Espíritu Santo” (Ib.33). La misión de Jesucristo se continúa en sus apóstoles y en su Iglesia, pero para cumplirla, deberán estar íntimamente unidos a Él.
Como cristianos todos tenemos la misión de predicar y testimoniar el evangelio de Jesús y de llevar a los hombres a la práctica de los sacramentos y a la vivencia del Evangelio, habiéndolo vivido antes nosotros mismos y dando testimonio de que es posible vivir la fe. Se trata ante todo de hacer la voluntad de Dios. Nuestro apostolado hoy consiste en proponer los principios evangélicos frente al relativismo del mundo contemporáneo y su indiferencia para con Dios. Es necesario proponer una nueva evangelización que sea capaz de transformar los modos de pensar y de sentir de la cultura sin Dios que hoy se pretende imponer. Evangelizar sabiendo que no es tanto una forma de hablar, sino más bien una forma de vivir: vivir escuchando al Padre y siendo su fiel portavoz. Jesús predicaba de día y oraba de noche. Todos los métodos son ineficaces si no están fundados en la oración. Es necesario volver a proponer a los hombres de este tiempo que sólo Jesucristo puede colmar el corazón y dar alegría, amor y sentido a la vida. Es necesario convertir el corazón hasta ser capaces de ver la vida con los ojos de Dios. Todo intento de llevar a Cristo a los hombres no puede estar exento del misterio de la cruz redentora. Es necesario imitar al Siervo Sufriente, al Mesías, Redentor del mundo, también asociando los propios sufrimientos al esfuerzo evangelizador. La cruz pertenece al misterio divino porque es expresión de su amor hasta el extremo. Y esto debe estar presente en la nueva evangelización.
Que la Virgen Madre nos enseñe a ser –como ella lo fue- portadores del Evangelio en el mundo y para este tiempo.
Mons. Marcelo Raúl Martorell, obispo Puerto Iguazú
Reflexiones de Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas (Zenit.org)
Los idiomas indígenas en la liturgia
Por Felipe Arizmendi Esquivel
VER
Cuando anunciamos que el Papa Francisco aprobó las versiones tseltal y tsotsil de las fórmulas sacramentales, y que las traducciones del Ordinario de la Misa en esos idiomas están en proceso de reconocimiento oficial por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos en Roma, así como la aprobación del idioma náhuatl como lengua litúrgica, vinieron de la BBC de Londres y de la agencia AP a hacer sendos reportajes televisivos, porque les llamó la atención que los idiomas originarios sean aceptados por la Iglesia en el corazón de su vida, que es la liturgia.
Fui invitado por la Sociedad Mexicana de Liturgistas (SOMELIT) a exponer los logros y retos de la inculturación de la liturgia en los pueblos indígenas, pues esta es una de las tareas pendientes de lo que pidió el Concilio Vaticano II desde hace cincuenta años.
Algunos, que no viven en contacto cercano a los pueblos originarios, se imaginan que estamos perdiendo el tiempo en hacer las traducciones bíblicas y litúrgicas, pues piensan que esos idiomas, a los que por ignorancia califican de dialectos, van a desaparecer. Nos tachan de ser un residuo ideológico de un indigenismo que consideran trasnochado. No viven aquí, no conviven con nuestros pueblos, donde están muy vivas y operantes las culturas indígenas, con su idioma, su cosmovisión, sus ritos, sus tradiciones, sus normas de vida, su religiosidad, y por ello no comprenden ni valoran este servicio. No es un trabajo de escritorio, sino que es la vida integral de miles de personas, cuya identidad cultural está muy arraigada.
PENSAR
La constitución conciliar sobre la reforma de la liturgia, del 4 de diciembre de 1963, ya indica: “La Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad, ni siquiera en la liturgia; por el contrario, respeta y promueve el genio y las cualidades peculiares de las distintas razas y pueblos. Estudia con simpatía y, si puede, conserva íntegro lo que en las costumbres de los pueblos encuentra que no esté indisolublemente vinculado a supersticiones y errores, y aun a veces los acepta en la misma liturgia, con tal de que se pueda armonizar con el verdadero y auténtico espíritu litúrgico” (SC 37).
La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicó, el 25 de enero de 1994, la IV Instrucción titulada La Liturgia Romana y la Inculturación. Entre otras cosas, este documento dice que “la diversidad no perjudica su unidad, sino que la enriquece” (No. 1). “La liturgia de la Iglesia debe ser capaz de expresarse en toda cultura humana, conservando al mismo tiempo su identidad por la fidelidad a la tradición recibida del Señor” (No. 18). “La diversidad en algunos elementos de las celebraciones litúrgicas es fuente de enriquecimiento, respetando siempre la unidad sustancial del Rito romano, la unidad de toda la Iglesia y la integridad de la fe que ha sido transmitida a los santos de una vez para siempre” (No. 70).
El Papa Francisco ha sido muy claro al señalar: “Bien entendida, la diversidad cultural no amenaza la unidad de la Iglesia… No haría justicia a la lógica de la encarnación pensar en un cristianismo monocultural y monocorde. El mensaje revelado tiene un contenido transcultural” (EG 117). “Las Iglesias particulares deben fomentar activamente formas, al menos incipientes, de inculturación. A veces el miedo nos paraliza demasiado. Si dejamos que las dudas y temores sofoquen toda audacia, es posible que, en lugar de ser creativos, simplemente nos quedemos cómodos y no provoquemos avance alguno y, en ese caso, no seremos partícipes de procesos históricos con nuestra cooperación, sino simplemente espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia” (EG 129).
ACTUAR
Invitamos a los agentes de pastoral que sirven en pueblos originarios, a hacer todo lo posible por caminar y avanzar en las traducciones bíblicas y litúrgicas. Este es el primer paso de la inculturación. Hay que dar los siguientes pasos para tener rituales litúrgicos propios, aprobados por la autoridad competente.
Como cada domingo, el papa Francisco rezó la oración del ángelus, el 19 de Enero de 2014, desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la plaza de san Pedro, a la que se dirigió con estas palabras (Zenit.org).
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Con la fiesta del Bautismo del Señor, celebrada el pasado domingo, hemos entrado en el tiempo litúrgico llamado “ordinario”. En este segundo domingo, el Evangelio nos presenta la escena del encuentro entre Jesús y Juan el Bautista, cerca del rio Jordán. Quien la describe es el testigo ocular, Juan Evangelista, que antes de ser discípulo de Jesús era discípulo del Bautista, junto con el hermano Santiago, con Simón y Andrés, todos de Galilea, todos pescadores. El Bautista ve a Jesús que avanza entre la multitud e, inspirado del alto, reconoce en Èl al enviado de Dios, por esto lo indica con estas palabras: «¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!» (Jn 1,29).
El verbo que viene traducido con “quitar”, significa literalmente “levantar”, “tomar sobre sí”. Jesús ha venido al mundo con una misión precisa: liberarlo de la esclavitud del pecado, cargándose las culpas de la humanidad. ¿De qué manera? Amando. No hay otro modo de vencer el mal y el pecado que con el amor que empuja al don de la propia vida por los demás. En el testimonio de Juan el Bautista, Jesús tiene las características del Siervo del Señor, que «soportó nuestros sufrimientos, y aguantó nuestros dolores» (Is 53,4), hasta morir sobre la cruz. Él es el verdadero cordero pascual, que se sumerge en el rio de nuestro pecado, para purificarnos.
El Bautista ve ante sí a un hombre que se pone en fila con los pecadores para hacerse bautizar, si bien no teniendo necesidad. Un hombre que Dios ha enviado al mundo como cordero inmolado. En el Nuevo Testamento la palabra “cordero” se repite varias veces y siempre en referencia a Jesús. Esta imagen del cordero podría sorprender; de hecho, es un animal que no se caracteriza ciertamente por su fuerza y robustez y se carga un peso tan oprimente. La enorme masa del mal viene quitada y llevada por una creatura débil y frágil, símbolo de obediencia, docilidad y de amor indefenso, que llega hasta el sacrificio de sí misma. El cordero no es dominador, sino dócil; no es agresivo, sino pacifico; no muestra las garras o los dientes frente a cualquier ataque, sino soporta y es remisivo. ¡Y así es Jesús! Así es Jesús: como un cordero.
¿Qué cosa significa para la Iglesia, para nosotros, hoy, ser discípulos de Jesús Cordero de Dios? Significa poner en el lugar de la malicia la inocencia, en el lugar de la fuerza el amor, en el lugar de la soberbia la humildad, en el lugar del prestigio el servicio. Es un buen trabajo, ¿eh? Nosotros, los cristianos, debemos hacer esto: poner en lugar de la malicia la inocencia, en el lugar de la fuerza el amor, en el lugar de la soberbia la humildad, en el lugar del prestigio el servicio.
Ser discípulos del Cordero significa no vivir como una “ciudadela asediada”, sino como una ciudad colocada sobre el monte, abierta, acogedora y solidaria. Quiere decir no asumir actitudes de cerrazón, sino proponer el Evangelio a todos, testimoniando con nuestra vida que seguir a Jesús nos hace más libres y más alegres.
Al término de estas palabras, el santo padre rezó la oración del ángelus. Y al concluir la plegaria prosiguió:
Queridos hermanos y hermanas,
hoy celebramos la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, con el tema "Los migrantes y los refugiados: hacia un mundo mejor", que he desarrollado en el Mensaje publicado hace tiempo. Dirijo un saludo especial a los representantes de diferentes comunidades étnicas que se encuentran aquí reunidas, en particular a las comunidades católicas de Roma.
Queridos amigos, estáis cerca del corazón de la Iglesia, porque la Iglesia es un pueblo en camino hacia el Reino de Dios, que Cristo Jesús ha traído en medio nuestro. ¡No perdáis la esperanza de un mundo mejor! Os deseo que viváis en paz en los países que os acogen, custodiando los valores de vuestras culturas de origen.
Quisiera agradecer a aquellos que trabajan con los migrantes para acogerles y acompañarles en sus momentos difíciles, para defenderles de aquellos que el beato Scalabrini definía como 'los mercaderes de carne humana', que quieren esclavizar a los migrantes. De manera particular deseo agradecer a la Congregación de los Misioneros de San Carlos, los padres y las monjas Scalabrinianos, que tanto bien hacen a la Iglesia y se hacen migrantes con los migrantes.
En este momento pensemos en tantos migrantes... tantos… y en los refugiados, en sus sufrimientos, en su vida, tantas veces sin trabajo, sin documentos, con tanto dolor. Y podemos, todos juntos, dirigir una oración por los migrantes y los refugiados que viven en las situaciones más graves y más difíciles: Dios te salve María...
Después de rezar un Avemaría, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el pontífice:
Saludo con afecto a todos vosotros, queridos fieles provenientes de diferentes parroquias de Italia y de otros países, así como a las asociaciones y grupos diversos. En particular, saludo a los peregrinos españoles de Pontevedra, La Coruña, Murcia y a los estudiantes de Badajoz. Saludo a los ex alumnos de la Obra Don Orione, la Asociación de Laicos Amor Misericordioso y la Coral "San Francisco" de Montelupone.
Y concluyó, como de costumbre:
"A tutti auguro una buona domenica e buon pranzo. Arrivederci!" (Deseo a todos un buen domingo y una buena comida. ¡Hasta pronto!)
(RED/IV)
Texto completo del discurso del papa Francisco a los ejecutivos y empleados de la RAI, que tuvo lugar el 18 de Enero de 2013 (Zenit.org):
Estimada Señora Presidente,
queridos Ejecutivos y Empleados de la RAI,
¡Doy mi bienvenida a todos ustedes! Gracias por haber venido tantos; ¡es una familia numerosa ésta! Y gracias a la Presidenta por sus palabras, que he apreciado mucho.
Este encuentro se introduce en el marco del 90° aniversario del inicio de las transmisiones radiofónicas de la RAI y el 60° de aquellas televisivas; es significativo que estén presentes también los representantes de algunas Redes radio-televisivas públicas, y de las Asociaciones del sector de otros Países. Los dos aniversarios ofrecen la ocasión de reflexionar sobre la relación que ha habido en estas décadas entre la RAI y la Santa Sede, y sobre el valor y las exigencias del servicio público.
La palabra-clave que quisiera poner enseguida en evidencia es colaboración. Sea a través de la radio o de la televisión, el pueblo italiano siempre ha podido acceder a las palabras y, sucesivamente, a las imágenes del Papa y a los acontecimientos de la Iglesia, en Italia, a través del servicio público de la RAI. Esta colaboración se realiza con los dos entes vaticanos: la Radio Vaticano y el Centro Televisivo Vaticano.
De este modo la RAI ha ofrecido y ofrece aún hoy a los usuarios de su servicio público la posibilidad de seguir sea los eventos extraordinarios sea aquellos ordinarios. Pensemos al Concilio Vaticano II, a las elecciones de los Pontífices, o al funeral del beato Juan Pablo II; pero también pensemos a los muchos acontecimientos del Jubileo del 2000, a las diversas celebraciones, como también a las visitas pastorales del Papa en Italia.
Los años Cincuenta y Sesenta han sido una época de gran desarrollo y crecimiento para la RAI. Es bueno recordar algunos pasos: en aquellas décadas la RAI cubre con sus transmisiones todo el País; además, la empresa de Estado se compromete en la formación de los propios ejecutivos también en el exterior; por último aumenta las producciones, entre las cuales también aquellas de carácter religioso: recordamos, por ejemplo, la película Francisco de Liliana Cavani, en el 1966, y Hechos de los Apóstoles de Roberto Rossellini, en el 1969, esta última con la colaboración del padre Carlo Maria Martini. La RAI pues, también con muchas otras iniciativas, ha sido testigo de los procesos de cambio de la sociedad italiana en sus rápidas transformaciones, y ha contribuido de modo especial al proceso de unificación lingüístico-cultural de Italia.
Por lo tanto, damos gracias al Señor por todo esto y llevamos adelante el estilo de la colaboración. Pero el hacer memoria de un pasado rico en conquistas nos llama a un renovado sentido de responsabilidad para el hoy y para el mañana. El pasado es la raíz, la Historia se convierte en raíz de nuevos impulsos, raíz de los desafíos presentes, y raíz de un futuro: ¡de ir hacia adelante! No que el futuro nos encuentre sin la responsabilidad de nuestra identidad: no. Que nos encuentre con la raíz de nuestra Historia y yendo siempre hacia adelante. A todos ustedes aquí presentes, y a quienes por diferentes motivos no pudieron tomar parte de éste, nuestro encuentro, les recuerdo que su profesión además de informativa, es formativa, es un servicio público, es decir un servicio al bien común. Un servicio a la verdad, un servicio a la bondad, y un servicio a la belleza. Todos los profesionales que forman parte de la RAI, dirigentes, periodistas, artistas, empleados, técnicos y trabajadores calificados saben de pertenecer a una empresa que produce cultura y educación, que ofrece información y espectáculo, alcanzando en cada momento del día una gran parte de italianos. Es una responsabilidad a la cual, quien es titular del servicio público, no puede por ningún motivo abdicar. La calidad ética de la comunicación es fruto, en último análisis, de conciencias atentas, no superficiales, siempre respetuosas de las personas, sea de aquellas que son objeto de información, sea de los destinatarios del mensaje. Cada uno, en su propio rol y con la propia responsabilidad, está llamado a vigilar para tener alto el nivel ético de la comunicación, y evitar las cosas que hacen tanto mal: la desinformación, la difamación y la calumnia. Mantener el nivel ético.
A ustedes ejecutivos y empleados de la RAI, y a sus familias, como incluso a los estimados huéspedes de este encuentro, va mi más cordial augurio para el año que apenas ha iniciado. Les auguro trabajar bien, y poner confianza y esperanza en su trabajo, para también poderla transmitir: ¡hay mucha necesidad! A la RAI, y a las otras Redes y Asociaciones aquí representadas, dirijo el auspicio que, persiguiendo con determinación y constancia sus finalidades, sepan siempre ponerse al servicio del crecimiento humano, cultural y civil de la sociedad. Gracias.
(RED/IV)
Reflexión a las lecturas del domingo segundo del Tiempo Ordinario - A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero ba jo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 2º del T. Ordinario (A)
El domingo pasado, salíamos de la Navidad fijando nuestros ojos en Jesucristo que, con su Bautismo, iniciaba su Vida Pública. Durante esta semana, hemos venido escuchando sus primeras palabras, la elección de los primeros discípulos, los primeros milagros, su lucha contra el demonio… El Evangelio de hoy nos ofrece la presentación que hace Juan Bautista de Jesucristo: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
A nosotros nos puede parecer ésta, una expresión un tanto extraña, sin embargo, a un judío piadoso, no. ¡Era un título mesiánico! Por eso, dos de los discípulos, al oírlo, siguen a Jesús (Jn 1, 35-38).
De esta manera, se enlaza la Navidad con la Pascua, con el Misterio Pascual, mediante el cual, Jesucristo quita el pecado del mundo.
El salmo responsorial nos presenta la actitud de Jesucristo al entrar en el mundo (Hb 10, 5-8), actitud que debe tener también cada cristiano, que este domingo proclama: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”
Quitar el pecado del mundo es algo muy importante, porque el pecado de Adán y de cada persona, constituye una fuente incesante de males… ¿Cómo sería el mundo, la sociedad, la misma Iglesia, si se pudiera quitar todo pecado, de modo que cada persona estuviera centrada en hacer en cada momento, lo que Dios quiere? Pues a eso estamos convocados los cristianos. Esa es nuestra tarea y nuestra misión fundamental. El cristiano es el que quita el pecado del mundo. El que, a ejemplo de Cristo, lucha siempre contra el mal y busca todo bien. ¡Pero eso no se puede imponer por la fuerza! Se nos ofrece como don y tarea, que respetan la libertad. Aquí está la tragedia de la humanidad: Que pudiendo ser dichosa, siguiendo los preceptos del Señor, se cierra y se opone a su mensaje y así, sufre y muere...
En nuestros días, vemos como los responsables de las naciones multiplican las organizaciones internacionales, los encuentros mundiales, las negociaciones…, ¡y qué difícil se hace, a veces, lograr un acuerdo! Para los cristianos todo está muy claro: La Palabra de Dios nos ofrece, desde antiguo, la solución: ¡Cumplir los preceptos del Señor...!
A los apóstoles y evangelistas les venía muy bien recordar el testimonio del Bautista, porque tenía una gran autoridad en las primeras comunidades cristianas.
¿Y cómo sabe el Bautista quién es el Cordero de Dios, el Mesías?
Escuchémosle: “Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre el que veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”.
Es para una contemplación interminable de Jesucristo: "¡El que tiene el Espíritu Santo!". El Espíritu que le consagra y le acompaña siempre en la misión encomendada por el Padre.
Es éste el Espíritu que nos da Jesucristo, después de su Resurrección, el Espíritu que renueva constantemente la faz (el rostro) de la tierra, el Espíritu que hace posible la misión de la Iglesia en el mundo a través de los siglos; el Espíritu que inspira y alienta todo lo grande, puro, bello, que hay en el mundo; el Espíritu que todo lo hace posible…
El Bautismo y la Confirmación garantizan en cada cristiano, la presencia y la acción del Espíritu Santo.
Dice S. Pablo: “El que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo” (Rom 8, 9).
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 2º DEL TIEMPO ORDINARIO A
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Las lecturas de hoy son como un eco de las fiestas de la Epifanía o Manifestación del Señor. Esta primera lectura nos ayudará a comprender la misión del Siervo de Dios destinado, desde el seno materno, a anunciar la salvación a todos los pueblos.
SALMO
Hoy, las palabras del salmo, expresan las actitudes fundamentales del corazón de Cristo al entrar en el mundo. Hagámoslas también nuestras diciendo: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
SEGUNDA LECTURA
Iniciamos hoy la lectura de la primera de las Cartas que S. Pablo escribió a los cristianos de la ciudad griega de Corinto. Iremos escuchando fragmentos de esta Carta hasta el comienzo del Tiempo de Cuaresma. Comienza hoy S. Pablo, manifestando su condición de llamado a ser apóstol, y con un saludo de gracia y de paz. Es el modo característico de escribir de S. Pablo.
TERCERA LECTURA
El Evangelio de hoy nos presenta el testimonio de Juan el Bautista acerca de Jesús.
Aclamémosle ahora con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
En la Comunión nos acercamos a recibir a Jesucristo, el Cordero de la Pascua Nueva, inmolado para la vida del mundo, y que ahora se nos da en comida. Así tendremos fuerzas para luchar contra el pecado y el mal en el mundo.
Mensaje del Santo Padre para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones 2014:
Queridos hermanos y hermanas:
1. El Evangelio relata que «Jesús recorría todas las ciudades y aldeas… Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas "como ovejas que no tienen pastor". Entonces dice a sus discípulos: "La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies"» (Mt 9,35-38). Estas palabras nos sorprenden, porque todos sabemos que primero es necesario arar, sembrar y cultivar para poder luego, a su debido tiempo, cosechar una mies abundante. Jesús, en cambio, afirma que «la mies es abundante». ¿Pero quién ha trabajado para que el resultado fuese así? La respuesta es una sola: Dios. Evidentemente el campo del cual habla Jesús es la humanidad, somos nosotros. Y la acción eficaz que es causa del «mucho fruto» es la gracia de Dios, la comunión con él (cf. Jn 15,5). Por tanto, la oración que Jesús pide a la Iglesia se refiere a la petición de incrementar el número de quienes están al servicio de su Reino. San Pablo, que fue uno de estos «colaboradores de Dios», se prodigó incansablemente por la causa del Evangelio y de la Iglesia. Con la conciencia de quien ha experimentado personalmente hasta qué punto es inescrutable la voluntad salvífica de Dios, y que la iniciativa de la gracia es el origen de toda vocación, el Apóstol recuerda a los cristianos de Corinto: «Vosotros sois campo de Dios» (1 Co 3,9). Así, primero nace dentro de nuestro corazón el asombro por una mies abundante que sólo Dios puede dar; luego, la gratitud por un amor que siempre nos precede; por último, la adoración por la obra que él ha hecho y que requiere nuestro libre compromiso de actuar con él y por él.
2. Muchas veces hemos rezado con las palabras del salmista: «Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño» (Sal 100,3); o también: «El Señor se escogió a Jacob, a Israel en posesión suya» (Sal 135,4). Pues bien, nosotros somos «propiedad» de Dios no en el sentido de la posesión que hace esclavos, sino de un vínculo fuerte que nos une a Dios y entre nosotros, según un pacto de alianza que permanece eternamente «porque su amor es para siempre» (cf. Sal 136). En el relato de la vocación del profeta Jeremías, por ejemplo, Dios recuerda que él vela continuamente sobre cada uno para que se cumpla su Palabra en nosotros. La imagen elegida es la rama de almendro, el primero en florecer, anunciando el renacer de la vida en primavera (cf. Jr 1,11-12). Todo procede de él y es don suyo: el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, pero -asegura el Apóstol «vosotros sois de Cristo y Cristo de Dios» (1 Co 3,23). He aquí explicado el modo de pertenecer a Dios: a través de la relación única y personal con Jesús, que nos confirió el Bautismo desde el inicio de nuestro nacimiento a la vida nueva. Es Cristo, por lo tanto, quien continuamente nos interpela con su Palabra para que confiemos en él, amándole «con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser» (Mc 12,33). Por eso, toda vocación, no obstante la pluralidad de los caminos, requiere siempre un éxodo de sí mismos para centrar la propia existencia en Cristo y en su Evangelio. Tanto en la vida conyugal, como en las formas de consagración religiosa y en la vida sacerdotal, es necesario superar los modos de pensar y de actuar no concordes con la voluntad de Dios. Es un «éxodo que nos conduce a un camino de adoración al Señor y de servicio a él en los hermanos y hermanas» (Discurso a la Unión internacional de superioras generales, 8 de mayo de 2013). Por eso, todos estamos llamados a adorar a Cristo en nuestro corazón (cf. 1 P 3,15) para dejarnos alcanzar por el impulso de la gracia que anida en la semilla de la Palabra, que debe crecer en nosotros y transformarse en servicio concreto al prójimo. No debemos tener miedo: Dios sigue con pasión y maestría la obra fruto de sus manos en cada etapa de la vida. Jamás nos abandona. Le interesa que se cumpla su proyecto en nosotros, pero quiere conseguirlo con nuestro asentimiento y nuestra colaboración.
3. También hoy Jesús vive y camina en nuestras realidades de la vida ordinaria para acercarse a todos, comenzando por los últimos, y curarnos de nuestros males y enfermedades. Me dirijo ahora a aquellos que están bien dispuestos a ponerse a la escucha de la voz de Cristo que resuena en la Iglesia, para comprender cuál es la propia vocación. Os invito a escuchar y seguir a Jesús, a dejaros transformar interiormente por sus palabras que «son espíritu y vida» (Jn 6,63). María, Madre de Jesús y nuestra, nos repite también a nosotros: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5). Os hará bien participar con confianza en un camino comunitario que sepa despertar en vosotros y en torno a vosotros las mejores energías. La vocación es un fruto que madura en el campo bien cultivado del amor recíproco que se hace servicio mutuo, en el contexto de una auténtica vida eclesial. Ninguna vocación nace por sí misma o vive por sí misma. La vocación surge del corazón de Dios y brota en la tierra buena del pueblo fiel, en la experiencia del amor fraterno. ¿Acaso no dijo Jesús: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13,35)?
4. Queridos hermanos y hermanas, vivir este «"alto grado" de la vida cristiana ordinaria» (cf. Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte, 31), significa algunas veces ir a contracorriente, y comporta también encontrarse con obstáculos, fuera y dentro de nosotros. Jesús mismo nos advierte: La buena semilla de la Palabra de Dios a menudo es robada por el Maligno, bloqueada por las tribulaciones, ahogada por preocupaciones y seducciones mundanas (cf. Mt 13,19-22). Todas estas dificultades podrían desalentarnos, replegándonos por sendas aparentemente más cómodas. Pero la verdadera alegría de los llamados consiste en creer y experimentar que él, el Señor, es fiel, y con él podemos caminar, ser discípulos y testigos del amor de Dios, abrir el corazón a grandes ideales, a cosas grandes. «Los cristianos no hemos sido elegidos por el Señor para pequeñeces. Id siempre más allá, hacia las cosas grandes. Poned en juego vuestra vida por los grandes ideales» (Homilía en la misa para los confirmandos, 28 de abril de 2013). A vosotros obispos, sacerdotes, religiosos, comunidades y familias cristianas os pido que orientéis la pastoral vocacional en esta dirección, acompañando a los jóvenes por itinerarios de santidad que, al ser personales, «exigen una auténtica pedagogía de la santidad, capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe integrar las riquezas de la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte, 31).
Dispongamos por tanto nuestro corazón a ser «terreno bueno» para escuchar, acoger y vivir la Palabra y dar así fruto. Cuanto más nos unamos a Jesús con la oración, la Sagrada Escritura, la Eucaristía, los Sacramentos celebrados y vividos en la Iglesia, con la fraternidad vivida, tanto más crecerá en nosotros la alegría de colaborar con Dios al servicio del Reino de misericordia y de verdad, de justicia y de paz. Y la cosecha será abundante y en la medida de la gracia que sabremos acoger con docilidad en nosotros. Con este deseo, y pidiéndoos que recéis por mí, imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica.
Texto completo de la catequesis de Francisco en la audiencia del miércoles 15 de Enero de 2014. (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy, continúo la reflexión sobre el bautismo. Me detengo en este aspecto: el bautismo nos hace miembros de Cristo y de la comunidad. El Concilio Vaticano II expresaba esta verdad insistiendo en que este sacramento nos incorpora al Pueblo de Dios; nos hace miembros de un Pueblo que camina a lo largo de la historia.
A través de la fuente bautismal, la gracia se transmite y el Pueblo de Dios camina en el tiempo, difundiendo la bendición de Dios. Cada uno de nosotros se convierte en un discípulo misionero. Por un lado, nunca dejamos de ser discípulos, de aprender, de recibir; por otro, estamos llamados a la misión, a compartir lo que hemos recibido, lo que vivimos: la experiencia de amor, la fe en la Trinidad. Estamos llamados a transmitir la fe. Nadie se salva por sí solo, y todos estamos llamados, a pesar de nuestras limitaciones, nuestros defectos y nuestros pecados, a anunciar a los demás la gracia que recibimos en el bautismo. Somos una comunidad, y vivir juntos nuestra fe no es un adorno, sino algo esencial de la vida cristiana, algo esencial de nuestro ser pueblo que camina en la historia y de que da testimonio de que Jesús está vivo".
Al finalizar estas palabras, el Papa ha saludado a los peregrinos de lengua española "en particular a los Padres Agustinos Recoletos y a las Religiosas de María Inmaculada, así como a los demás grupos venidos de España, Argentina, Uruguay, México y otros países latinoamericanos. Invito a todos a tomar en serio su bautismo, siendo discípulos y misioneros del Evangelio, de palabra y con el propio ejemplo. Que Jesús os bendiga y la Virgen Santa os cuide. Muchas gracias."
En el saludo a los peregrinos de lengua árabe, Francisco les ha pedido que "aprendan de la Iglesia japonesa que a causa de las persecuciones del siglo XVII se retiró a la ocultación por unos dos siglos y medio, pasando de una generación a otra la llama de la fe siempre encendida. Las dificultades y las persecuciones, cuando son vividas con confianza, fe y esperanza, purifican la fe y la fortifican. Sois verdaderos testimonios de Cristo y de su Evangelio, auténticos hijos de la Iglesia, preparados siempre a dar razones de vuestra esperanza, con amor y respeto. ¡El Señor custodie vuestra vida y os bendiga!
Para finalizar, en el saludo en italiano, Francisco le ha pedido a los jóvenes que redescubran cotidianamente "la gracia que proviene del Sacramento recibido". A los enfermos, el Santo Padre les ha exhortado a "sacar del Bautismo la fuerza para afrontar momentos de dolor y desaliento". Asimismo, a las parejas de recién casados les ha animado a saber traducir "los compromisos del Bautismo en vuestro camino de vida familiar".
A las 11.00 de la mañana, ha finalizado la catequesis y ha comenzado con los saludos. En primer lugar ha podido saludar e intercambiar unas palabras con varios obispos. A continuación, el Papa ha bajado de nuevo hacia la plaza para detenerse a saludar y charlar con enfermos y ancianos. Hoy, un joven en silla de ruedas, ha intercambiado el solieo blanco con el Santo Padre.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo segundo del Tiempo Ordinario - A
CON EL FUEGO DEL ESPÍRITU
Las primeras comunidades cristianas se preocuparon de diferenciar bien el bautismo de Juan que sumergía a las gentes en las aguas del Jordán y el bautismo de Jesús que comunicaba su Espíritu para limpiar, renovar y transformar el corazón de sus seguidores. Sin ese Espíritu de Jesús, la Iglesia se apaga y se extingue.
Sólo el Espíritu de Jesús puede poner más verdad en el cristianismo actual. Solo su Espíritu nos puede conducir a recuperar nuestra verdadera identidad, abandonando caminos que nos desvían una y otra vez del Evangelio. Solo ese Espíritu nos puede dar luz y fuerza para emprender la renovación que necesita hoy la Iglesia.
El Papa Francisco sabe muy bien que el mayor obstáculo para poner en marcha una nueva etapa evangelizadora es la mediocridad espiritual. Lo dice de manera rotunda. Desea alentar con todas sus fuerzas una etapa “más ardiente, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin, y de vida contagiosa”. Pero todo será insuficiente, “si no arde en los corazones el fuego del Espíritu”.
Por eso busca para la Iglesia de hoy “evangelizadores con Espíritu” que se abran sin miedo a su acción y encuentren en ese Espíritu Santo de Jesús “la fuerza para anunciar la verdad del Evangelio con audacia, en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente”.
La renovación que el Papa quiere impulsar en el cristianismo actual no es posible “cuando la falta de una espiritualidad profunda se traduce en pesimismo, fatalismo y desconfianza”, o cuando nos lleva a pensar que “nada puede cambiar” y por tanto “es inútil esforzarse”, o cuando bajamos los brazos definitivamente, “dominados por un descontento crónico o por una acedia que seca el alma”.
Francisco nos advierte que “a veces perdemos el entusiasmo al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas”. Sin embargo no es así. El Papa expresa con fuerza su convicción: “no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra... no es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo solo con la propia razón”.
Todo esto lo hemos de descubrir por experiencia personal en Jesús. De lo contrario, a quien no lo descubre, “pronto le falta fuerza y pasión; y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie”. ¿No estará aquí uno de los principales obstáculos para impulsar la renovación querida por el Papa Francisco?
José Antonio Pagola
Red Evangelizadora BUENAS NOTICIAS
19 de Enero de 2014
2º Tiempo Ordinario - A
Juan 1, 29-34
Reflexiones de Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas (Zenit.org)
Nos quejamos de todo
Por Felipe Arizmendi Esquivel
VER
Si hace frío, porque hace frío, y si hace calor, porque hace calor. Si llueve, porque llueve; si no llueve, porque no llueve. Y así por el estilo con los demás elementos de la naturaleza.
Lo mismo ante la situación del país: todo sube de precio, nunca nos alcanza el dinero, nos aprietan más los impuestos, el gobierno no nos satisface, los políticos no nos convencen, las reformas aprobadas no son las convenientes, el trabajo no es bien pagado, la educación está muy deficiente, los maestros ya no viven su vocación, la corrupción corroe todo, la violencia no se detiene, los narcos todo lo invaden, vamos de mal en peor, los jóvenes andan perdidos…
En la familia, son constantes las quejas de la esposa contra su marido, y de éste contra aquélla; de los hijos contra sus padres y al revés. Nos caen mal algunos parientes y vecinos, nos molesta su forma de ser, se nos hacen insoportables; no nos queda más remedio que tolerarlos, pero quisiéramos que no existieran…
En la vida interna de la Iglesia, tampoco faltan quejas y acusaciones: que el párroco tiene mal carácter, que el obispo no nos comprende, que la superiora decide en forma incorrecta, que la gente cambia de religión por culpa de los sacerdotes, que cobran por todo, que son muchos requisitos para recibir sacramentos…
PENSAR
Es obvio que muchas veces hay razones para quejarnos; pero también es cierto lo que dice Jesús: que vemos más fácilmente la paja en el ojo ajeno, que la viga que llevamos en el nuestro. Pareciera que lo que nos hace aparecer importantes ante los demás es la crítica, la denuncia, que no siempre se hacen con suficientes elementos de prueba. No valoramos lo bueno que tienen y hacen los demás, sino sólo nos complacemos en quejas y lamentos. En vez de construir y generar esperanza, alentamos desconfianza y rechazo. Sólo es bueno lo que nosotros hacemos y pensamos. Así como podemos ser ingenuos y cobardes para denunciar lo que está mal, también podemos ser injustos al condenar lo que en el fondo desconocemos.
Dice el Papa Francisco, trayendo a colación lo que ya había dicho Pablo VI y que retomamos en Aparecida, dice: “Un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Y ojalá el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza– pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (EG 10).
Los creyentes tenemos una luz, que nos ayuda a discernir la verdad de la mentira, el bien y el mal, la justicia y la injusticia; con esta luz, debemos juzgar y denunciar lo que perjudica al pueblo, pero nuestra misión no es sólo denunciar, sino ante todo proponer alternativas, como dice el Papa: “Conviene manifestar siempre el bien deseable, la propuesta de vida, de madurez, de realización, de fecundidad, bajo cuya luz puede comprenderse nuestra denuncia de los males que pueden oscurecerla. Más que como expertos en diagnósticos apocalípticos u oscuros jueces que se ufanan en detectar todo peligro o desviación, es bueno que puedan vernos como alegres mensajeros de propuestas superadoras, custodios del bien y la belleza que resplandecen en una vida fiel al Evangelio” (EG 168).
ACTUAR
Quejémonos cuando haga falta y denunciemos lo que está mal, pues no hacerlo sería cobardía e irresponsabilidad, pero, como dice el Papa, no perdamos la paz por la cizaña. “El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados” (EG 24). “El enemigo puede ocupar el espacio del Reino y causar daño con la cizaña, pero es vencido por la bondad del trigo que se manifiesta con el tiempo” (EG 225).
Tenemos el mejor trigo: Jesucristo, su Palabra, su Evangelio. ¡Animo!
Texto íntegro del discurso del Papa al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede recibido en la sala clementina del Vaticano, para el tradicional intercambio de felicitaciones al comienzo del nuevo año. 13 de enero de 2014 (Zenit.org)
Excelencias, Señoras y Señores
Es ya una larga y consolidada tradición que el Papa encuentre, al comienzo de cada año, al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, para manifestar los mejores deseos e intercambiar algunas reflexiones, que brotan sobre todo de su corazón de pastor, que se interesa por las alegrías y dolores de la humanidad. Por eso, el encuentro de hoy es un motivo de gran alegría. Y me permite formularos a vosotros personalmente, a vuestras familias, a las autoridades y pueblos que representáis mis mejores deseos de un 2014 lleno de bendiciones y de paz.
Agradezco, en primer lugar, al Decano Jean-Claude Michel, quien en nombre de todos ha dado voz a las manifestaciones de afecto y estima que unen vuestras naciones con la Sede Apostólica. Me alegra veros aquí, en tan gran número, después de haberos encontrado la primera vez pocos días después de mi elección. Desde entonces se han acreditado muchos nuevos embajadores, a los que renuevo la bienvenida, a la vez que no puedo dejar de mencionar, entre los que nos han dejado, al difunto embajador Alejandro Valladares Lanza, durante varios años Decano del Cuerpo diplomático, y al que el Señor llamó a su presencia hace algunos meses.
El año que acaba de terminar ha estado especialmente cargado de acontecimientos no sólo en la vida de la Iglesia, sino también en el ámbito de las relaciones que la Santa Sede mantiene con los Estados y las Organizaciones internacionales. Recuerdo, en concreto, el establecimiento de relaciones diplomáticas con Sudán del Sur, la firma de acuerdos, de base o específicos, con Cabo Verde, Hungría y Chad, y la ratificación del que se suscribió con Guinea Ecuatorial en el 2012. También en el ámbito regional ha crecido la presencia de la Santa Sede, tanto en América central, donde se ha convertido en Observador Extra-Regional ante el Sistema de la Integración Centroamericana, como en África, con la acreditación del primer Observador permanente ante la Comunidad Económica de los Estados del África Occidental.
En el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, dedicado a la fraternidad como fundamento y camino para la paz, he subrayado que «la fraternidad se empieza a aprender en el seno de la familia»,1 que «por vocación, debería contagiar al mundo con su amor»2 y contribuir a que madure ese espíritu de servicio y participación que construye la paz.3 Nos lo señala el pesebre, donde no vemos a la Sagrada Familia sola y aislada del mundo, sino rodeada de los pastores y los magos, es decir de una comunidad abierta, en la que hay lugar para todos, pobres y ricos, cercanos y lejanos. Se entienden así las palabras de mi amado predecesor Benedicto XVI, quien subrayaba cómo «la gramática familiar es una gramática de paz».4
Por desgracia, esto no sucede con frecuencia, porque aumenta el número de las familias divididas y desgarradas, no sólo por la frágil conciencia de pertenencia que caracteriza el mundo actual, sino también por las difíciles condiciones en las que muchas de ellas se ven obligadas a vivir, hasta el punto de faltarles los mismos medios de subsistencia. Se necesitan, por tanto, políticas adecuadas que sostengan, favorezcan y consoliden la familia.
Sucede, además, que los ancianos son considerados como un peso, mientras que los jóvenes non ven ante ellos perspectivas ciertas para su vida. Ancianos y jóvenes, por el contrario, son la esperanza de la humanidad. Los primeros aportan la sabiduría de la experiencia; los segundos nos abren al futuro, evitando que nos encerremos en nosotros mismos.5 Es sabio no marginar a los ancianos en la vida social para mantener viva la memoria de un pueblo. Igualmente, es bueno invertir en los jóvenes, con iniciativas adecuadas que les ayuden a encontrar trabajo y a fundar un hogar. ¡No hay que apagar su entusiasmo! Conservo viva en mi mente la experiencia de la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro. ¡Cuántos jóvenes contentos pude encontrar! ¡Cuánta esperanza y expectación en sus ojos y en sus oraciones! ¡Cuánta sed de vida y deseo de abrirse a los demás! La clausura y el aislamiento crean siempre una atmósfera asfixiante y pesada, que tarde o temprano acaba por entristecer y ahogar. Se necesita, en cambio, un compromiso común por parte de todos para favorecer una cultura del encuentro, porque sólo quien es capaz de ir hacia los otros puede dar fruto, crear vínculos de comunión, irradiar alegría, edificar la paz.
Por si fuera necesario, lo confirman las imágenes de destrucción y de muerte que hemos tenido ante los ojos en el año apenas terminado. Cuánto dolor, cuánta desesperación provoca la clausura en sí mismos, que adquiere poco a poco el rostro de la envidia, del egoísmo, de la rivalidad, de la sed de poder y de dinero. A veces, parece que esas realidades estén destinadas a dominar. La Navidad, en cambio, infunde en nosotros, cristianos, la certeza de que la última y definitiva palabra pertenece al Príncipe de la Paz, que cambia «las espadas en arados y las lanzas en podaderas» (cf. Is 2,4) y transforma el egoísmo en don de sí y la venganza en perdón.
Con esta confianza, deseo mirar al año que nos espera. No dejo, por tanto, de esperar que se acabe finalmente el conflicto en Siria. La solicitud por esa querida población y el deseo de que no se agravara la violencia me llevaron en el mes de septiembre pasado a convocar una jornada de ayuno y oración. Por vuestro medio, agradezco de corazón a las autoridades públicas y a las personas de buena voluntad que en vuestros países se asociaron a esa iniciativa. Se necesita una renovada voluntad política de todos para poner fin al conflicto. En esa perspectiva, confío en que la Conferencia «Ginebra 2», convocada para el próximo 22 de enero, marque el comienzo del deseado camino de pacificación. Al mismo tiempo, es imprescindible que se respete plenamente el derecho humanitario. No se puede aceptar que se golpee a la población civil inerme, sobre todo a los niños. Animo, además, a todos a facilitar y garantizar, de la mejor manera posible, la necesaria y urgente asistencia a gran parte de la población, sin olvidar el encomiable esfuerzo de aquellos países, sobre todo el Líbano y Jordania, que con generosidad han acogido en sus territorios a numerosos prófugos sirios.
Permaneciendo en Oriente Medio, advierto con preocupación las tensiones que de diversos modos afectan a la Región. Me preocupa especialmente que continúen las dificultades políticas en Líbano, donde un clima de renovada colaboración entre las diversas partes de la sociedad civil y las fuerzas políticas es más que nunca indispensable, para evitar que se intensifiquen los contrastes que pueden minar la estabilidad del país. Pienso también en Egipto, que necesita encontrar de nuevo una concordia social, como también en Iraq, que le cuesta llegar a la deseada paz y estabilidad. Al mismo tiempo, veo con satisfacción los significativos progresos realizados en el diálogo entre Irán y el «Grupo 5+1» sobre la cuestión nuclear.
En cualquier lugar, el camino para resolver los problemas abiertos ha de ser la diplomacia del diálogo. Se trata de la vía maestra ya indicada con lucidez por el papa Benedicto XV cuando invitaba a los responsables de las naciones europeas a hacer prevalecer «la fuerza moral del derecho» sobre la «material de las armas» para poner fin a aquella «inútil carnicería»6que fue la Primera Guerra Mundial, de la que en este año celebramos el centenario. Es necesario animarse «a ir más allá de la superficie conflictiva»7 y mirar a los demás en su dignidad más profunda, para que la unidad prevalezca sobre el conflicto y sea «posible desarrollar una comunión en las diferencias».8 En este sentido, es positivo que se hayan retomado las negociaciones de paz entre israelitas y palestinos, y deseo que las partes asuman con determinación, con la ayuda de la Comunidad internacional, decisiones valientes para encontrar una solución justa y duradera a un conflicto cuyo fin se muestra cada vez más necesario y urgente. No deja de suscitar preocupación el éxodo de los cristianos de Oriente Medio y del Norte de África. Ellos desean seguir siendo parte del conjunto social, político y cultural de los países que han ayudado a edificar, y aspiran a contribuir al bien común de las sociedades en las que desean estar plenamente incorporados, como artífices de paz y reconciliación.
También en otras partes de África, los cristianos están llamados a dar testimonio del amor y la misericordia de Dios. No hay que dejar nunca de hacer el bien, aún cuando resulte arduo y se sufran actos de intolerancia, por no decir de verdadera y propia persecución. En grandes áreas de Nigeria no se detiene la violencia y se sigue derramando mucha sangre inocente. Mi pensamiento se dirige especialmente a la República Centroafricana, donde la población sufre a causa de las tensiones que el país atraviesa y que repetidamente han sembrado destrucción y muerte. Aseguro mi oración por las víctimas y los numerosos desplazados, obligados a vivir en condiciones de pobreza, y espero que la implicación de la Comunidad internacional contribuya al cese de la violencia, al restablecimiento del estado de derecho y a garantizar el acceso de la ayuda humanitaria también a las zonas más remotas del país. La Iglesia católica por su parte seguirá asegurando su propia presencia y colaboración, esforzándose con generosidad para procurar toda ayuda posible a la población y, sobre todo, para reconstruir un clima de reconciliación y de paz entre todas las partes de la sociedad. Reconciliación y paz son una prioridad fundamental también en otras partes del continente africano. Me refiero especialmente a Malí, donde incluso se observa el positivo restablecimiento de las estructuras democráticas del país, como también a Sudán del Sur, donde, por el contrario, la inestabilidad política del último período ha provocado ya muchos muertos y una nueva emergencia humanitaria.
La Santa Sede sigue con especial atención los acontecimientos de Asia, donde la Iglesia desea compartir los gozos y esperanzas de todos los pueblos que componen aquel vasto y noble continente. Con ocasión del 50 aniversario de las relaciones diplomáticas con la República de Corea, quisiera implorar de Dios el don de la reconciliación en la península, con el deseo de que, por el bien de todo el pueblo coreano, las partes interesadas no se cansen de buscar puntos de encuentro y posibles soluciones. Asia, en efecto, tiene una larga historia de pacífica convivencia entre sus diversas partes civiles, étnicas y religiosas. Hay que alentar ese recíproco respeto, sobre todo frente a algunas señales preocupantes de su debilitamiento, en particular frente a crecientes actitudes de clausura que, apoyándose en motivos religiosos, tienden a privar a los cristianos de su libertad y a poner en peligro la convivencia civil. La Santa Sede, en cambio, mira con gran esperanza las señales de apertura que provienen de países de gran tradición religiosa y cultural, con los que desea colaborar en la edificación del bien común.
La paz además se ve herida por cualquier negación de la dignidad humana, sobre todo por la imposibilidad de alimentarse de modo suficiente. No nos pueden dejar indiferentes los rostros de cuantos sufren el hambre, sobre todo los niños, si pensamos a la cantidad de alimento que se desperdicia cada día en muchas partes del mundo, inmersas en la que he definido en varias ocasiones como la «cultura del descarte». Por desgracia, objeto de descarte no es sólo el alimento o los bienes superfluos, sino con frecuencia los mismos seres humanos, que vienen «descartados» como si fueran «cosas no necesarias». Por ejemplo, suscita horror sólo el pensar en los niños que no podrán ver nunca la luz, víctimas del aborto, o en los que son utilizados como soldados, violentados o asesinados en los conflictos armados, o hechos objeto de mercadeo en esa tremenda forma de esclavitud moderna que es la trata de seres humanos, y que es un delito contra la humanidad.
No podemos ser insensibles al drama de las multitudes obligadas a huir por la carestía, la violencia o los abusos, especialmente en el Cuerno de África y en la Región de los Grandes Lagos. Muchos de ellos viven como prófugos o refugiados en campos donde no vienen considerados como personas sino como cifras anónimas. Otros, con la esperanza de una vida mejor, emprenden viajes aventurados, que a menudo terminan trágicamente. Pienso de modo particular en los numerosos emigrantes que de América Latina se dirigen a los Estados Unidos, pero sobre todo en los que de África o el Oriente Medio buscan refugio en Europa.
Permanece todavía viva en mi memoria la breve visita que realicé a Lampedusa, en julio pasado, para rezar por los numerosos náufragos en el Mediterráneo. Por desgracia hay una indiferencia generalizada frente a semejantes tragedias, que es una señal dramática de la pérdida de ese «sentido de la responsabilidad fraterna»,9 sobre el que se basa toda sociedad civil. En aquella circunstancia, sin embargo, pude constatar también la acogida y dedicación de tantas personas. Deseo al pueblo italiano, al que miro con afecto, también por las raíces comunes que nos unen, que renueve su encomiable compromiso de solidaridad hacia los más débiles e indefensos y, con el esfuerzo sincero y unánime de ciudadanos e instituciones, venza las dificultades actuales, encontrando el clima de constructiva creatividad social que lo ha caracterizado ampliamente.
En fin, deseo mencionar otra herida a la paz, que surge de la ávida explotación de los recursos ambientales. Si bien «la naturaleza está a nuestra disposición»,10 con frecuencia «no la respetamos, no la consideramos un don gratuito que tenemos que cuidar y poner al servicio de los hermanos, también de las generaciones futuras».11 También en este caso hay que apelar a la responsabilidad de cada uno para que, con espíritu fraterno, se persigan políticas respetuosas de nuestra tierra, que es la casa de todos nosotros. Recuerdo un dicho popular que dice: «Dios perdona siempre, nosotros perdonamos algunas veces, la naturaleza -la creación-, cuando viene maltratada, no perdona nunca». Por otra parte, hemos visto con nuestros ojos los efectos devastadores de algunas recientes catástrofes naturales. En particular, deseo recordar una vez más a las numerosas víctimas y las grandes devastaciones en Filipinas y en otros países del sureste asiático, provocadas por el tifón Haiyan.
Excelencias, Señoras y Señores:
El Papa Pablo VI afirmaba que la paz «no se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas. La paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres».12 Éste es el espíritu que anima la actividad de la Iglesia en cualquier parte del mundo, mediante los sacerdotes, los misioneros, los fieles laicos, que con gran espíritu de dedicación se prodigan entre otras cosas en múltiples obras de carácter educativo, sanitario y asistencial, al servicio de los pobres, los enfermos, los huérfanos y de quienquiera que esté necesitado de ayuda y consuelo. A partir de esta «atención amante»,13 la Iglesia coopera con todas las instituciones que se interesan tanto del bien de los individuos como del común.
Al comienzo de este nuevo año, deseo renovar la disponibilidad de la Santa Sede, y en particular de la Secretaría de Estado, a colaborar con vuestros países para favorecer esos vínculos de fraternidad, que son reverberación del amor de Dios, y fundamento de la concordia y la paz. Que la bendición del Señor descienda copiosa sobre vosotros, vuestras familias y vuestros pueblos. Gracias.
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1 Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de la Paz (8 diciembre 2013), 1.
2 Ibíd.
3 Cf. Ibíd., 10.
4 Benedicto XVI, Mensaje para la XLI Jornada Mundial de la Paz (8 diciembre 2007), 3: AAS 100 (2008), 39.
5 Cf. Exh. ap. Evangelii gaudium, 108.
6 Cf. Benedicto XV, Carta a los Jefes de los pueblos beligerantes (1 agosto 1917): AAS 9 (1917), 421-423.
7 Exh. ap. Evangelii gaudium, 228.
8 Ibíd.
9 Homilía en la S. Misa en Lampedusa, 8 julio 2013.
10 Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de la Paz (8 diciembre 2013), 9.
11 Ibíd.
12 Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 76: AAS 59 (1967), 294-295.
13 Exh. ap. Evangelii gaudium, 199.
El Santo Padre se ha asomado a la ventana del estudio en el Palacio Apostólico al medio día del 12 de Enero de 2014, para recitar el Ángelus, acompañado de los fieles presentes en la plaza de San Pedro y dirigió estas palabras: (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
hoy es la fiesta del Bautismo del Señor y esta mañana he bautizado a treinta y dos niños.
Doy gracias con vosotros al Señor por estas criaturas y por cada vida nueva. ¡Cuánto me gusta bautizar niños! ¡Me gusta muchos! Cada niño que nace es un don de alegría y de esperanza, y cada niño que es bautizado es un prodigio de la fe y una fiesta para la familia de Dios.
El Evangelio de hoy subraya que, cuando Jesús recibió el bautismo de Juan en el río Jordán "se abrieron a él los cielos". Esta cumple las profecías. De hecho, hay una invocación que la liturgia nos hace repetir en el tiempo de Adviento: " Si rasgaras el cielo y descendieras". Si los cielos permanecen cerrados, nuestro horizonte en esta vida terrena está oscuro, sin esperanza. Sin embargo, celebrando la Navidad, la fe una vez más nos ha dado la certeza de que los cielos se han desgarrado con la venida de Jesús. Y en el día del bautismo de Cristo todavía contemplamos los cielos abiertos. La manifestación del Hijo de Dios sobre la tierra marca el inicio del gran tiempo de la misericordia, después que el pecado había cerrado los cielos, elevando como una barrera entre el ser humano y su Creador. ¡Con el nacimiento de Jesús los cielos se abren! Dios nos da en Cristo la garantía de una amor indestructible. Desde que el Verbo se ha hecho carne y es por tanto posible ver los cielos abiertos. Fue posible para los pastores de Belén, para los Magos de Oriente, para el Bautista, para los Apóstoles de Jesús, para san Esteban, el primer mártir, que exclamó: "¡Contemplo los cielos abiertos!". Y es posible también para cada uno de nosotros, si nos dejamos invadir por el amor de Dios, que nos es donado la primera vez en el Bautismo por medio del Espíritu Santo. Dejémonos inundar por el amor de Dios. Este es el gran tiempo de la misericordia.No lo olvidéis. Este es el gran tiempo de la misericordia. Cuando Jesús recibió el bautismo de penitencia de Juan Bautista, solidarizando con el pueblo penitente - Él sin pecado y no necesitado de conversión -, Dios Padre hizo escuchar su voz desde el cielo: "Este es mi Hijo amado: en Él me complazco". Jesús recibe la aprobación del Padre celeste, que lo ha enviado precisamente para que acepte compartir nuestra condición, nuestra pobreza. Compartir es la verdadera forma de amar. Jesús no se disocia de nosotros, nos considera hermanos y comparte con nosotros. Y así nos hace hijos, junto a Él, de Dios Padres. Esta es la revelación y la fuente del verdadero amor. Y este es el gran tiempo de la misericordia. ¿No os parece que en nuestro tiempo haya necesidad de un suplemento de compartir fraterno y de amor? ¿No os parece que todos tengamos la necesidad de un suplemento de caridad? No esa que se conforma con la ayuda improvisada que no implica, que no pone en juego, sino esa caridad que comparte, que se hace cargo del malestar y del sufrimiento del hermano. ¡Ese sabor adquiere la vida cuando nos dejamos inundar por el amor de Dios! Pidamos a la Virgen Santa que nos apoye con su intercesión en nuestro compromiso de seguir a Cristo sobre el camino de la fe y de la caridad, la vida trazada por nuestro Bautismo.
Al finalizar estas palabras, se ha realizado la oración del Ángelus. A continuación, Francisco ha proseguido:
Queridos hermanos y hermanas,
dirijo a todos vosotros mi saludo cordial, en particular a las familias y a los fieles venidos de diversas parroquias de Italia y de otros países, como también a las asociaciones y a los diferentes grupos.
Hoy quisiera dirigir un pensamiento especial a los padres que han llevado a sus hijos al bautismo y a aquellos que están preparando el bautismo de un hijo. Me uno a la alegría de estas familias, doy gracias con ellos al Señor, y rezo para que el bautismo de los niños ayude a los mismos padres a redescubrir la belleza de la fe y a volver de una forma nueva a los sacramentos y a la comunidad.
A todos os deseo un feliz domingo y una buena comida. ¡Hasta pronto!
El Delegado de Migraciones de la Diócesis de Tenerife envía carta con los materiales para Jornada Mundial del Emigrante y Refugiado 2014
Delegación de Migraciones
Diócesis de San Cristóbal de La Laguna
Tenerife - La Palma - La Goma - El hierro
100 JORNADA MUNDIAL DEL EMIGRANTE Y DEL REFUGIADO
Emigrantes y Refugiados: hacia un mundo mejor
2° Domingo del Tiempo Ordinario 19 de enero de 2014
San Cristóbal de La Laguna, 27 de diciembre de 2013
Estimado sacerdote:
Primero que nada recibe nuestra felicitación en estos días de Navidad y Año Nuevo y nuestro deseo de que el Señor te bendiga a ti y a las comunidades parroquiales a las que acompañas.
Te adjuntamos a esta carta los materiales de la Jornada Mundial del Emigrante y Refugiado que, como cada año, viene desarrollándose en el domingo segundo del Tiempo Ordinario, terminado el Tiempo de Navidad. En esta ocasión, el próximo 19 de enero.
Una Jornada que celebra este año su centenario, desde que el papa Benedicto XV la comenzara en 1914. Desde entonces los distintos papas han apoyado con sus palabras y con sus obras el movimiento migratorio. La Iglesia ha contemplado siempre en los inmigrantes la imagen de Cristo, que dijo: "era forastero y me hospedasteis" (Mt 25, 35)
El tema elegido por el Papa Francisco para la jornada de este año es: "Emigrantes y Refugiados: hacia un mundo mejor".
Queremos pedirte que, en la medida de lo posible, cuides de una manera especial la referencia en el fin de semana del 18 y 19 de enero a la Jornada de la Migraciones haciendo para ello uso del cartel y de los materiales que te enviamos.
Desde la Delegación de Migraciones y contando con la colaboración del Arciprestazgo de Taco, hemos organizado dos momentos celebrativos para esos días. Queremos que te sientas invitado y lo trasmitas a aquellas personas de tu comunidad parroquial que pudieran y quisieran participar.
Recibe un afectuoso saludo en Cristo en nombre del equipo de la delegación y en el mío propio.
Jesús Alberto González Concepción
Delegado Diocesano de Migraciones
Mensaje de los obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones de la CEE para Jornada Mundial de Migraciones 2014 recibido en la parroquia con los materiales para su celebración el 19 de Enero.
«EMIGRANTES Y REFUGIADOS:HACIA UN MUNDO MEJOR»
1. Cien años al servicio de las migraciones
En el año 1914, durante el pontificado de Benedicto XV, se celebraba la primera Jornada Mundial de Migraciones. El papa Francisco, al igual que sus predecesores, nos alumbra y estimula para la Jornada de este año 2014, que hace el número cien, con un mensaje de aliento y de esperanza titulado: «Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor». En España hemos querido resaltar dicha efemérides y el servicio que ha prestado y sigue prestando al respecto nuestra Iglesia con la frase: «Con los emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor». Con ellos y al servicio de ellos ha estado nuestra Iglesia durante estos cien años. Y con ellos queremos seguir estando, compartiendo sus gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias, acogiendo sus dones, ofreciéndoles el amor y el dinamismo liberador que nacen de Jesucristo y de su Evangelio.
El papa Francisco va delante y nos estimula en nuestro empeño no solo con sus luminosas palabras, sino con el testimonio de su vida. Fue muy significativo que una de sus primeras salidas del Vaticano fuera para visitar la isla de Lampedusa, ese lugar que es el icono más expresivo de la reiterada tragedia de tantos emigrantes que dejan su vida en el mar o en los caminos. A la vez que elevaba su oración por los fallecidos, quiso, con su palabra y sus gestos, tan significativos, sacudir la conciencia de Europa y de toda la humanidad.
Las costas del sur de España saben también de esas tragedias, como lo saben el desierto del Sahara, Arizona y tantos otros lugares donde van quedando enterradas tantas esperanzas, las esperanzas de los más pobres y sus luchas por la supervivencia. No es extraño que la compasión y la misericordia se convierta, con frecuencia, en gritos de indignación y vergüenza ante tales tragedias. En un mundo rico, que se defiende impidiendo la entrada de los pobres, se necesitan, más que las “vallas”, la solidaridad, la acogida, la fraternidad y la comprensión. «Emigrantes y refugiados no son peones sobre el tablero de la humanidad. Se trata de niños, mujeres y hombres que abandonan o son obligados a abandonar sus casas por muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener, pero sobre todo de ser “algo más”».
2. La emigración, realidad global y dinámica
La transformación de nuestra tierra en la “aldea global” tendría que ser la manifestación más elocuente del avance de los pueblos en camino para constituir, más allá de sus múltiples identidades y riquezas culturales, la gran familia de los hijos de Dios: «Todos unidos formando un solo pueblo, el pueblo que en la Pascua nació», dice la canción. Pero para ello nuestro mundo tendría que estructurarse en claves de solidaridad y de bien común. La lógica egoísta del interés tendría que ir dejando paso a la lógica de la comunión y del don. Sin embargo, las cosas no discurren así. A los inmigrantes les abrimos las puertas cuando los necesitamos y se las cerramos cuando su presencia choca con nuestros intereses. Da la impresión de que incluso en la Unión Europea, la adelantada de los derechos humanos, las políticas migratorias ponen el acento en el control de fronteras con medidas de protección y seguridad cada vez más duras y costosas. Las vallas cortantes, que en otros gobiernos fueron presentadas como elementos disuasorios para la inmigración ilegal, han vuelto a estar de actualidad. En este mundo de la globalización, ¿caeremos en «la globalización de la indiferencia», como dijo el papa en Lampedusa?
No estamos por una inmigración incontrolada. Pero las solas medidas de control no están dando resultados. Como decía un inmigrante rescatado de las aguas, «el hambre no conoce fronteras». Sabemos que la solución al fenómeno migratorio es muy compleja. Permítasenos abogar por las medidas más generosas posibles y, sobre todo, por un compromiso de los países desarrollados en favor de los países pobres, con los que, en no pocos casos, ha habido vínculos históricos fuertes.
3. Las migraciones y las nuevas formas de esclavitud
Es un hecho evidente la relación de la emigración con la pobreza en sus múltiples manifestaciones. El santo padre, al hacerse eco de esta realidad, manifiesta la relación con las nuevas formas de esclavitud humana, que empujan especialmente a mujeres y niños a la prostitución y al trabajo ilegal. La emigración no tendría por qué discurrir en ningún caso por estos derroteros, pero la pobreza y los engaños de quienes aprovechan la pobreza para traficar con las personas son hoy, como dice el papa, «moneda corriente». Es este otro frente ante el que ha de sensibilizarse la sociedad. Nuestra Iglesia, presente en este campo mediante diversas congregaciones religiosas y otras instituciones, como Cáritas, Justicia y Paz , etc., reitera la denuncia de esta indigna explotación de las personas e invita a sus fieles y a sus organizaciones a seguir trabajando en este empeño y denunciando estas lamentables situaciones. Publicaciones como la reciente guía pedagógica para la educación y prevención de esta esclavitud el siglo XXI que es la prostitución pueden ser un buen medio para sensibilizar y prevenir.
4. Del recelo a la acogida
Se ha avanzado mucho en las actitudes de los ciudadanos ante la inmigración. Cada vez son más numerosas las personas conscientes de la aportación que los inmigrantes han supuesto y siguen suponiendo para nuestro país. Bastaría fijarse en quiénes son los cuidadores de muchos de nuestros ancianos. Sin embargo, en situaciones como la actual, de un paro tan fuerte, no es raro que haya ciudadanos que vean a los inmigrantes como un problema, «los que nos quitan el trabajo», y que ello pueda dar lugar a que afloren actitudes racistas o xenófobas. La misma denominación de “ilegales” no favorece una actitud positiva hacia los inmigrantes . La Doctrina Social de la Iglesia, que nos recuerda los múltiples rostros de la emigración, refugiados, familias, menores, nos invita a ir más allá de una visión puramente economicista de la persona humana. «Se necesita —en palabras del papa—, el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación —que, al final, corresponde a la “cultura del rechazo”— a una actitud que ponga como fundamento la “cultura del encuentro”, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor».
5. La emigración, ocasión para la nueva evangelización
«Las migraciones —dice el papa Francisco—, pueden dar lugar a posibilidades de nueva evangelización, a abrir espacios para que crezca una nueva humanidad, preanunciada en el misterio pascual, una humanidad para la cual cada tierra extranjera es patria y cada patria es tierra extranjera».
Este año, de nuevo, un buen número de agentes pastorales, religiosos y obispos pudimos hacer una “Peregrinación entre las dos orillas del Estrecho”. En Marruecos pudimos comprobar el ejemplar trabajo de la Iglesia con muchos de los hermanos migrantes que sueñan con venir a España a pesar de nuestra crisis. El testimonio de estas Iglesias fortalece nuestros empeños y nuestras esperanzas para —como quiere el papa— «ayudar a los otros a ver en el emigrante y en el refugiado no solo un problema que debe ser afrontado, sino un hermano y una hermana que deben ser acogidos, respetados y amados, una ocasión que la Providencia nos ofrece para contribuir a la construcción de una sociedad más justa, una democracia más plena, un país más solidario, un mundo más fraterno y una comunidad cristiana más abierta, de acuerdo con el Evangelio».
Lo mejor que puede ofrecer nuestra Iglesia a los hombres es Jesucristo y su Evangelio. En unas ocasiones lo hará con un lenguaje explícito. En otras, tendrá que dejar que hable el amor, que, cuando es verdadero, habla siempre de Dios, y, por eso, es evangelizador.
El plan de Dios para la humanidad es un plan de comunión. Deseamos que palabras como integración o comunión no sean unas palabras más. Ofrecemos, por eso, algunas sugerencias para avanzar por este surco prometedor.
6. Vías de comunión
- Que nuestras parroquias procuren la existencia de grupos interculturales para que el que viene de fuera pueda ser acompañado respetuosamente en su proceso de adaptación, primero, y de comunión e integración, después. Una comunidad identificada con Cristo, misionera y creativa, no excluye a nadie; es más cercana a los que tienen más difícil la integración. Los espacios comunes como la escuela, el barrio o las asociaciones son unos ámbitos cotidianos que ningún cristiano debe desaprovechar.
- El ámbito parroquial, el de la vida religiosa, el de los movimientos y cofradías son ámbitos muy adecuados para la acogida de personas —incluso dentro de sus propios espacios— y para la integración armónica no solo de expresiones devocionales nuevas, sino sobre todo para la fraternidad. El conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia es un medio muy importante para afinar la sensibilidad, promover la corresponsabilidad y velar por la protección de los derechos de las personas (trabajo, sanidad, vivienda , etc.), así como para denunciar, si fuera necesario, la violación de los mismos. Como dijo el beato Juan Pablo II: «La catolicidad no se manifiesta solamente en la comunión fraterna de los bautizados, sino también en la hospitalidad brindada al extranjero, cualquiera que sea su pertenencia religiosa, en el rechazo de toda exclusión o discriminación racial, y en el reconocimiento de la dignidad personal de cada uno, con el consiguiente compromiso de promover sus derechos inalienables»1.
• Que la sociedad española contribuya con el Gobierno a la promoción de acciones de cooperación y desarrollo, de paz y de democracia, en los países de donde provienen muchos de nuestros inmigrantes. La solidaridad de Europa puede ser decisiva para la mejora social y política en los países de origen de los inmigrantes.
• Construir una sociedad mejor en nuestro territorio es solo una parte de la solución. Se ha de trabajar por un orden económico internacional que no genere pobreza sobre pobreza, sino que ayude a superarla. Ello implica invertir con sentido social en el sur, especialmente en África, para crear medios de vida allí, y no solo para lograr beneficios a su costa aquí.
• Seguir abogando para que no se niegue el auxilio y la asistencia a los inmigrantes en situaciones de peligro para la vida, para que no se llegue a penalizar la asistencia humanitaria a los mismos, para que sean tratados siempre con el debido respeto, para que nunca se den detenciones arbitrarias, para que se busquen alternativas más dignas a los Centros de Internamiento, y para que los internos gocen de la atención social y religiosa necesaria.
Que aquellos españoles, que ahora se ven obligados a emigrar por la falta de trabajo, sepan que encontrarán siempre abiertas las puertas de nuestras misiones católicas en Europa, como lo hicieron en otros momentos.
6. Con María, nuestra Madre
Reconozcamos en los emigrantes, aunque hablen otro idioma, sean de otro color o tengan otros rasgos faciales, el rostro de Cristo, el rostro de un hermano. Que la pluralidad de sus identidades culturales no sea motivo de división, sino de enriquecimiento para nuestra sociedad y para nuestra Iglesia, que deseamos que sea, cada vez más, lugar de acogida y comunión para los mil rostros de Cristo. Y que María, emigrante forzosa en Egipto, nos ayude a hacerlo realidad e interceda por nosotros.
1 Juan Pablo II, Mensaje en la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 1999 (2 de febrero de 1999), 6.
Los obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones
Sugerencias para la homilía de Jornada de las Migraciones 2014 contenidas en Subsidio Litúrgico para dicha Jornada editado por Comisión Episcopal de Migraciones de la CEEy recibido en la parroquia para su celebración el 19 de Enero.
LECCIONARIO: volumen I, lecturas del II Domingo del Tiempo Ordinario: Is 49, 3.5-6; Sal 39; 1 Cor 1, 1-3; Jn 1, 29-34
SUGERENCIAS PARA LA HOMILÍA
Acabamos de escuchar la Palabra de Dios, una palabra provocadora de esperanza y de vida —como toda Palabra de Dios—; Isaías nos tramite un mensaje directo: «te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance el confín de la tierra». Podemos decir que es un mensaje sin fronteras, sin elitismo de nacionalidad. Un mensaje que hoy se nos dice a cada uno de los que aquí y fuera estamos presentes o ausentes: «Te hago a ti luz de las naciones, para que mi salvación alcance el confín de la tierra».
Nuestro Dios es el Dios sin fronteras, el Dios de la Igualdad, el Dios de todos y cada uno de los hombres y mujeres de esta tierra, un Dios que quiere, por tanto, la salvación de toda la humanidad. No solo de los blancos, o de tal o cual raza, o de los que viven en este lado del mundo o del otro. Es universal. Abarcable al confín de la tierra.
El Mensaje de la Jornada de este año dice: «Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor. Haciendo un mundo mejor».
¿Qué supone la creación de un mundo mejor?, nos pregunta el papa Francisco. Y el papa dice «que el mundo solo puede mejorar si la atención primaria está dirigida a la persona, si la promoción de la persona es integral, en todas sus dimensiones, incluida la espiritual, si somos capaces de pasar de una cultura del rechazo a una cultura del encuentro y la acogida».
Ser luz de las naciones, coger la antorcha de la responsabilidad de que nuestro mundo se salve, significa, como bien dice nuestro papa, pasar de una cultura del rechazo a una cultura del encuentro y acogida. Seamos luz; seamos, pues, encuentro y acogida para nuestros hermanos inmigrantes y para todos.
Crear un mundo mejor es poner nuestro granito de arena en la construcción de la cultura de la fraternidad universal que es la fraternidad evangélica. Caminar hacia un mundo mejor es sentir que la fe me invita a ser luz para mi hermano/a inmigrante y recoger también su luz.
Para ello qué mejor que tener la actitud de san Pablo cuando se encontraba en las distintas comunidades. Lo hemos oído en la segunda lectura. Su entrada es un anuncio de paz y de gracia. «La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, sean con vosotros».
Nuestra primera entrada es posible que esté a veces cargada de visiones negativas o erróneas, incluso de miedos; o simplemente ni les damos entrada.
Como creyentes, debemos convertir nuestra mirada, nuestras palabras, nuestra acogida. Ir por la vida llevando la paz y la gracia como primera entrada en el conocimiento y la relación con cada persona que sale en nuestro encuentro; hoy, especialmente, ofrecer la paz y la gracia de Dios a los inmigrantes y refugiados que tenemos a nuestro lado, aquí en la Eucaristía o en nuestro barrio, o en los encuentros cotidianos en la escuela, en el centro de salud…
En ello nos jugamos no solo ser mejores personas, o incluso buenos creyentes, sino que está en juego la fe, el reconocer en el rostro del otro a Cristo. Como lo hizo Juan. Lo hemos escuchado en el evangelio:
«En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: -Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (…). Y Juan dio testimonio»
Juan reconoce en el rostro de uno de tantos que se iba a bautizar al Cristo.
En otro momento, dice también el mensaje papal: «Emigrantes y refugiados no son peones sobre el tablero de la humanidad. Se trata de niños, mujeres y hombres que abandonan o son obligados a abandonar sus casas por muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener, pero sobre todo de ser algo más».
No son peones en el tablero de la humanidad, sino que son nuestros hermanos y hermanas en Cristo, cada uno de nosotros somos invitados a ser luz para ver y reconocer en el rostro del otro el rostro de Cristo. Solo así podremos avanzar en la construcción de una sociedad igualitaria, justa y fraterna.
Y, para terminar, dos últimos mensajes que nos trasmite el papa Francisco:
Nos dice a todos claramente que «las migraciones pueden dar lugar a posibilidades de nueva evangelización, a abrir espacios para que crezca una nueva humanidad, preanunciada en el misterio pascual, una humanidad para la cual cada tierra extranjera es patria y cada patria es tierra extranjera».
Y otro dirigido directamente a los emigrantes y refugiados: «Queridos emigrantes y refugiados. No perdáis la esperanza de que también para vosotros está reservado un futuro más seguro, que en vuestras sendas podáis encontrar una mano tendida, que podáis experimentar la solidaridad fraterna y el calor de la amistad. A todos vosotros y a aquellos que gastan sus vidas y sus energías a vuestro lado os aseguro mi oración y os imparto de corazón la bendición apostólica».
Acojamos, pues con valentía, fe y humildad esta tarea a la que somos llamados de crear juntos un mundo mejor.
Subsidio litúrgico para Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2014 editado por Comisión Episcopal de Migraciones de la CEE recibido en la parroquia con los materiales para su celebración el 19 de Enero de 2014.
MISA: del II Domingo del Tiempo Ordinario, aunque puede celebrarse la misa Por los prófugos y exilados, por mandato o con permiso del ordinario del lugar (cf. OGMR, 374). También se puede celebrar la misa Por la unidad de los cristianos con las lecturas del domingo.
A ser posible, esta celebración hay que prepararla previamente con algunas personas inmigrantes que ya participan habitualmente de la vida de la comunidad cristiana; su testimonio en algún momento de la liturgia puede ser enriquecedor.
AMBIENTACIÓN PREVIA
En un lugar visible de la parroquia pueden estar colocados algunos símbolos que nos motiven en la celebración de la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado de este año. Uno relevante es el cartel, pero también podemos poner otros que hagan relación al Centenario de las Jornadas del Emigrante y del Refugiado.
A modo de ideas:
Situar un mapamundi o un globo y junto a él una vela grande que lo ilumine.
Poner algunas imágenes que hagan referencia a un cartel que ponga «Centenario de las Jornadas del Emigrante y el Refugiado».
Tener preparado un mural con el mapa tal como aparece en el cartel, pero únicamente con los números; antes de la celebración, unos niños pueden dibujarlo.
Tener convocadas a un grupo de personas de distintos países y juntos realizar alguna construcción, por ejemplo , un puzzle que ponga: «Juntos construimos un mundo mejor»
Llegar al altar en procesión con un grupo de personas de distintos países llevando el Evangeliario.
MONICIÓN DE ENTRADA
Después del saludo inicial, se hace la siguiente monición sobre el sentido de la Jornada
Hermanos y hermanas: Sed bienvenidos un año más a la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado. Si echamos una mirada a nuestro alrededor es muy difícil a veces encontrar motivos para celebrar y cantar. Las situaciones sociales que vivimos están siendo difíciles para todos, seamos nacidos aquí o llegados de otro país; situaciones de falta de oportunidades, de recortes sanitarios, sociales, educativos… ¿por qué celebrar un año más esta Jornada?, ¿por qué cantar? —como diría el poeta—. Nosotros, como creyentes, tenemos una razón muy importante; celebramos y cantamos que somos hijos de Dios y en el rostro de cada persona está impreso el rostro de Cristo.
Cantamos y celebramos porque la fe nos mueve a crear juntos un mundo mejor. Como dice el papa Francisco en su mensaje de la Jornada:
Se trata, entonces, de que nosotros seamos los primeros en verlo y así podamos ayudar a los otros a ver en el emigrante y en el refugiado no solo un problema que debe ser afrontado, sino un hermano y una hermana que deben ser acogidos, respetados y amados, una ocasión que la Providencia nos ofrece para contribuir a la construcción de una sociedad más justa, una democracia más plena, un país más solidario, un mundo más fraterno y una comunidad cristiana más abierta, de acuerdo con el Evangelio. Las migraciones pueden dar lugar a posibilidades de nueva evangelización, a abrir espacios para que crezca una nueva humanidad.
Cantamos también porque en esta Jornada celebramos que hace 100 años el papa Benedicto XV comenzó a celebrar la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado. Desde entonces, los distintos papas han apoyado con sus palabras y obras el movimiento migratorio. La Iglesia ha contemplado siempre en los emigrantes la imagen de Cristo, que dijo: «Fui forastero y me hospedasteis» (Mt, 25, 35).
Pongamos, por tanto, hoy ante el Señor las alegrías, esperanzas y dificultades para que juntos, inmigrantes y autóctonos, podamos caminar hacia la construcción de un mundo mejor.
LITURGIA DE LA PALABRA
LECCIONARIO: volumen I, lecturas del II Domingo del Tiempo Ordinario: Is 49, 3.5-6; Sal 39; 1 Cor 1, 1-3; Jn 1, 29-34
SUGERENCIAS PARA LA HOMILÍA
Acabamos de escuchar la Palabra de Dios, una palabra provocadora de esperanza y de vida —como toda Palabra de Dios—; Isaías nos tramite un mensaje directo: «te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance el confín de la tierra». Podemos decir que es un mensaje sin fronteras, sin elitismo de nacionalidad. Un mensaje que hoy se nos dice a cada uno de los que aquí y fuera estamos presentes o ausentes: «Te hago a ti luz de las naciones, para que mi salvación alcance el confín de la tierra».
Nuestro Dios es el Dios sin fronteras, el Dios de la Igualdad, el Dios de todos y cada uno de los hombres y mujeres de esta tierra, un Dios que quiere, por tanto, la salvación de toda la humanidad. No solo de los blancos, o de tal o cual raza, o de los que viven en este lado del mundo o del otro. Es universal. Abarcable al confín de la tierra.
El Mensaje de la Jornada de este año dice: «Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor. Haciendo un mundo mejor».
¿Qué supone la creación de un mundo mejor?, nos pregunta el papa Francisco. Y el papa dice «que el mundo solo puede mejorar si la atención primaria está dirigida a la persona, si la promoción de la persona es integral, en todas sus dimensiones, incluida la espiritual, si somos capaces de pasar de una cultura del rechazo a una cultura del encuentro y la acogida».
Ser luz de las naciones, coger la antorcha de la responsabilidad de que nuestro mundo se salve, significa, como bien dice nuestro papa, pasar de una cultura del rechazo a una cultura del encuentro y acogida. Seamos luz; seamos, pues, encuentro y acogida para nuestros hermanos inmigrantes y para todos.
Crear un mundo mejor es poner nuestro granito de arena en la construcción de la cultura de la fraternidad universal que es la fraternidad evangélica. Caminar hacia un mundo mejor es sentir que la fe me invita a ser luz para mi hermano/a inmigrante y recoger también su luz.
Para ello qué mejor que tener la actitud de san Pablo cuando se encontraba en las distintas comunidades. Lo hemos oído en la segunda lectura. Su entrada es un anuncio de paz y de gracia. «La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, sean con vosotros».
Nuestra primera entrada es posible que esté a veces cargada de visiones negativas o erróneas, incluso de miedos; o simplemente ni les damos entrada.
Como creyentes, debemos convertir nuestra mirada, nuestras palabras, nuestra acogida. Ir por la vida llevando la paz y la gracia como primera entrada en el conocimiento y la relación con cada persona que sale en nuestro encuentro; hoy, especialmente, ofrecer la paz y la gracia de Dios a los inmigrantes y refugiados que tenemos a nuestro lado, aquí en la Eucaristía o en nuestro barrio, o en los encuentros cotidianos en la escuela, en el centro de salud…
En ello nos jugamos no solo ser mejores personas, o incluso buenos creyentes, sino que está en juego la fe, el reconocer en el rostro del otro a Cristo. Como lo hizo Juan. Lo hemos escuchado en el evangelio:
«En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: -Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (…). Y Juan dio testimonio»
Juan reconoce en el rostro de uno de tantos que se iba a bautizar al Cristo.
En otro momento, dice también el mensaje papal: «Emigrantes y refugiados no son peones sobre el tablero de la humanidad. Se trata de niños, mujeres y hombres que abandonan o son obligados a abandonar sus casas por muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener, pero sobre todo de ser algo más».
No son peones en el tablero de la humanidad, sino que son nuestros hermanos y hermanas en Cristo, cada uno de nosotros somos invitados a ser luz para ver y reconocer en el rostro del otro el rostro de Cristo. Solo así podremos avanzar en la construcción de una sociedad igualitaria, justa y fraterna.
Y, para terminar, dos últimos mensajes que nos trasmite el papa Francisco:
Nos dice a todos claramente que «las migraciones pueden dar lugar a posibilidades de nueva evangelización, a abrir espacios para que crezca una nueva humanidad, preanunciada en el misterio pascual, una humanidad para la cual cada tierra extranjera es patria y cada patria es tierra extranjera».
Y otro dirigido directamente a los emigrantes y refugiados: «Queridos emigrantes y refugiados. No perdáis la esperanza de que también para vosotros está reservado un futuro más seguro, que en vuestras sendas podáis encontrar una mano tendida, que podáis experimentar la solidaridad fraterna y el calor de la amistad. A todos vosotros y a aquellos que gastan sus vidas y sus energías a vuestro lado os aseguro mi oración y os imparto de corazón la bendición apostólica».
Acojamos, pues con valentía, fe y humildad esta tarea a la que somos llamados de crear juntos un mundo mejor.
ORACIÓN UNIVERSAL
El sacerdote invita a los fieles a orar diciendo:
Con la confianza de hijos, con la esperanza de que Dios siempre nos escucha, dirijámosle nuestra oración de petición, hoy en especial por nuestros hermanos inmigrantes y refugiados, diciendo:
R/ Señor, escucha y ten piedad
Te pedimos, Señor, por la Iglesia, peregrina y extranjera en este mundo, para que acoja con amor maternal a todos los migrantes, dejándose enriquecer por la diversidad litúrgica y espiritual de los diversos pueblos. Oremos.
R/ Señor, escucha y ten piedad
Te pedimos, Señor, por el papa Francisco; dale el coraje y la fuerza de tu espíritu para que continúe su servicio, su entrega a los más desfavorecidos y su impulso renovador por hacer del Evangelio un auténtico seguimiento al Cristo pobre.
R/ Señor, escucha y ten piedad
Te pedimos, Señor, por los emigrantes españoles que están saliendo fuera de nuestro país debido a la crisis económica, para que encuentren trabajo y una acogida pastoral en las Iglesias de acogida. Oremos.
R/ Señor, escucha y ten piedad
Te pedimos también, Señor, por los inmigrantes que conviven en nuestro país, para que se sientan acogidos y amados en la Iglesia y encuentren en la sociedad los medios necesarios que les permitan vivir una vida digna. Oremos.
R/ Señor, escucha y ten piedad
Te pedimos, Señor, por nuestros gobernantes. Dales la luz para que su política esté basada en la igualdad de todos los hombres y sus leyes favorezcan la integración. Recordamos en este tiempo todos los recortes sanitarios y educativos que estamos sufriendo, especialmente las personas inmigrantes. Oremos.
R/ Señor, escucha y ten piedad
Te pedimos, Señor, por todos nuestros familiares y difuntos. Y especialmente por los emigrantes que fallecen en el intento de llegar a otras tierras. Por todos lo que han fallecido este año en Lampedusa, en el Estrecho, en el desierto y en otros lugares. Oremos.
R/ Señor, escucha y ten piedad
Y también te pedimos, Señor, por todos nosotros, por nuestra comunidad, para que mantengamos siempre viva la fe y la esperanza en que un mundo mejor es posible, un mundo donde tu Reino lo hagamos más visible, donde las personas que vienen de otros países se sientan colaboradores y protagonistas del mismo. Oremos.
R/ Señor, escucha y ten piedad
El sacerdote, con las manos extendidas, termina la plegaria común diciendo:
Padre bueno, padre de todos, escucha nuestras plegarias y concédenos tu protección. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R/ Amén
Reflexión a las lecturas del domingo de la fiesta del Bautismo del Señor ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Fiesta del Bautismo del Señor A
¿Y ahora qué hacemos?
Esta es la pregunta que surge, espontáneamente, al constatar que, con la Fiesta del Bautismo del Señor, termina el Tiempo de Navidad…
¿Y ahora, qué? ¿Hasta que llegue la Cuaresma, qué hacemos?
La Fiesta que celebramos hoy nos da la respuesta: Porque el Bautismo del Señor señala el comienzo de su Vida Pública. En estos días que siguen, el Evangelio nos irá presentando sus primeras palabras, sus primeros discípulos, sus primeros milagros, sus primeros pasos…
En la primera Lectura, hemos escuchado: “Mirad mi siervo a quien sostengo, mi elegido a quien prefiero…” De eso se trata, de centrarnos en el Señor… Salimos, por tanto, de la Navidad, fijando nuestros ojos y nuestro corazón en Jesucristo que inicia su Vida Pública.
El Evangelio nos presenta a Jesucristo, que quiere recibir aquel bautismo de purificación con el que Juan preparaba al pueblo para que recibiera, bien dispuesto, al Mesías. Jesús baja al agua del Jordán llevando sobre sus hombros los pecados de toda de la humanidad, hasta el fin de los siglos. Y con este hecho, consagra las aguas, que serán desde ahora, signo eficaz de la vida nueva que se recibe en el Bautismo cristiano.
Y con ocasión del Bautismo, se produce una gran revelación. Por eso este acontecimiento forma parte de la Solemnidad de la Epifanía, como decíamos el otro día. En efecto, se abre el Cielo, nos dice el Evangelio, y el Espíritu Santo desciende sobre Jesucristo y lo consagra para la misión que iba a comenzar, enviado por el Padre, y que S. Pedro sintetiza en la 2ª lectura, diciendo: “Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él”. Y se oye la voz del Padre, que lo presenta a su pueblo elegido como aquel, que esperaban ansiosamente: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto”. Y en medio de todo aquello, contemplamos a las tres Personas de la Santísima Trinidad, como dice el himno de Vísperas: “Voz y Paloma en los cielos, y el Verbo Eterno a sus pies”.
Es tan importante este acontecimiento, esta Unción del Espíritu Santo, que de aquí deriva el nombre principal con el que conocemos a Jesucristo: “El Ungido”, que en hebreo, se dice “Mesías”, y en griego, “Cristo”. Y de Cristo, “los cristianos”, que significa los “ungidos”. ¡Qué importante es todo esto! ¡Cuántas reflexiones podríamos hacer!
Jesucristo viene a traernos el nuevo Bautismo, el Bautismo de los cristianos. “El os bautizará con Espíritu Santo y fuego”, decía Juan, el Precursor (Mt 3, 11).
Por eso, hoy es un día apropiado para reflexionar sobre el Bautismo de los niños y la responsabilidad de los padres y padrinos. ¡Cuánta seriedad, cuánta importancia y gravedad tiene su compromiso y qué negativos sus efectos, cuando no se lleva a cabo! ¡Dichosos los niños cristianos que tienen unos padres y padrinos que sí lo hacen!
Hoy es también un día apropiado para renovar, para revivir nuestro Bautismo. Es el mejor “broche de oro” de la Navidad. Y así, se hará realidad en nuestra vida lo que proclamamos en el salmo responsorial: “El Señor bendice a su pueblo con la paz”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR A
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
La liturgia de la Palabra nos ofrece hoy, como primera lectura, una página de Isaías. En ella, el profeta nos presenta al Siervo de Dios, figura de Cristo, ungido por el Espíritu Santo, para ser promotor del derecho y la bondad entre los hombres.
SEGUNDA LECTURA
En la segunda lectura, S. Pedro evoca el Bautismo de Jesús y su Unción por el Espíritu Santo, para repartir el bien y liberar del mal a los hombres. Síntesis de la misión de Cristo y programa de vida para todo cristiano.
TERCERA LECTURA
En el Evangelio se nos narra el Bautismo de Jesús y la gran manifestación del Mesías al pueblo de Israel.
Pero antes de escuchar el Evangelio, aclamemos a Cristo con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
La Comunión es el alimento principal e imprescindible de la vida de Dios, que recibimos en el Bautismo cristiano. Por eso, sin Comunión frecuente no hay vida de Dios en nosotros, al igual que sin comida frecuente no puede haber vida humana.
Reflexiones de Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas (Zenit.org)
Hay luz para la oscuridad
Por Felipe Arizmendi Esquivel
SITUACIONES
Todos pasamos por momentos difíciles, sea por falta de salud, trabajo y recursos económicos, sea por problemas familiares. Cada quien sabemos nuestra historia y lo que llevamos en el corazón. Quisiéramos que todo fuera dicha y felicidad, que deseamos también para los demás, pero la realidad es cruda. Se nos antojaría huir lejos de lo que nos pasa, pero las obligaciones nos atan. Nos punzan las dudas, las desconfianzas y la soledad. El futuro es incierto y angustia, pues no tenemos seguridad de lo que nos vendrá.
Fui a celebrar la Misa de Navidad con los internos de un reclusorio local, y al escuchar el caso de un sentenciado a 25 años de prisión, parece que injustamente, buscamos cómo ayudarle y no siempre se nos abren los caminos.
Hay alcohólicos, drogadictos y pandilleros que unos a otros se acompañan y consuelan, como un refugio a su soledad, una compensación a la ausencia de cariño en su hogar, como un refugio ante la falta de oportunidades para salir adelante.
Y lo que palpamos a nivel personal y familiar, se experimenta a nivel social. Hay temores y angustias, inseguridad y violencia, crímenes inexplicables, hogares desintegrados, jóvenes sin esperanza, migrantes sin protección, indígenas y campesinos postrados en la miseria, pobres y excluidos que aumentan en todas partes.
ILUMINACION
Ante estas y otras situaciones, nos alienta lo dicho por el Papa Francisco con ocasión de la Navidad: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1). Esta profecía de Isaías no deja de co_nMovernos. No se trata sólo de algo emotivo, sentimental; nos conmueve porque dice la realidad de lo que somos: somos un pueblo en camino, y a nuestro alrededor –y también dentro de nosotros– hay tinieblas y luces. Se alternan momentos de luz y de tiniebla, de fidelidad y de infidelidad, de obediencia y de rebelión, momentos de pueblo peregrino y de pueblo errante. También en nuestra historia personal se alternan momentos luminosos y oscuros, luces y sombras.
Jesús ha venido a nuestra historia, ha compartido nuestro camino. Ha venido para librarnos de las tinieblas y darnos la luz. En Él ha aparecido la gracia, la misericordia, la ternura del Padre: Jesús es el Amor hecho carne. No es solamente un maestro de sabiduría, no es un ideal al que tendemos y del que nos sabemos por fuerza distantes; es el sentido de la vida y de la historia que ha puesto su tienda entre nosotros.
Dios nos ama, nos ama tanto que nos ha dado a su Hijo como nuestro hermano, como luz para nuestras tinieblas. El Señor nos dice una vez más: “No teman” (Lc 2,10). Nuestro Padre tiene paciencia con nosotros, nos ama, nos da a Jesús como guía en el camino a la tierra prometida. Él es la luz que disipa las tinieblas. Él es la misericordia.
«Dios es luz sin tiniebla alguna» (1 Jn 1,5). Si amamos a Dios y a los hermanos, caminamos en la luz, pero si nuestro corazón se cierra, si prevalecen el orgullo, la mentira, la búsqueda del propio interés, entonces las tinieblas nos rodean por dentro y por fuera. «Quien aborrece a su hermano –escribe el apóstol San Juan– está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos» (1 Jn 2,11)” (24-XII-2013).
COMPROMISOS
Quienes recibimos el tesoro de la fe cristiana, encontramos en la Palabra de Dios una luz capaz de iluminar cualquier situación de nuestra vida. En los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, Dios nos acompaña, está a nuestro alcance, continúa vivo y resucitado para nosotros.
Disfrutemos esa cercanía de nuestro buen Dios que nos ama tanto, y contagiemos a otros esta dulce esperanza. Que los padres de familia acerquen a los hijos a Dios desde pequeñitos, para que vayan gozando de este tesoro, que es el mejor regalo, la mejor luz que oriente sus vidas.
Y si hay forma de que este mensaje llegue a los que se dedican a perjudicar a los demás para su propio interés, que perciban que Dios les ama, que es capaz de perdonarles, que les ofrece una alternativa digna para cambiar su vida. Van a encontrar la paz y la serenidad que todo el dinero del mundo, sobre todo el mal habido, es incapaz de garantizarles.
Texto completo de la catequesis de Francisco en la audiencia del miércoles 8 de Enero de 2014 (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy comenzamos una serie de catequesis sobre los Sacramentos, y la primera es respecto al Bautismo. Por una feliz coincidencia, el próximo domingo precisamente la fiesta del Bautismo del Señor.
1. El Bautismo es el sacramento sobre el que se sustenta nuestra propia fe y que nos injerta como miembros vivos en Cristo y en su Iglesia. Junto a la Eucaristía y la Confirmación forma la llamada "Iniciación Cristiana", la cual constituye como un único gran evento sacramental que nos configura al Señor y nos convierte en un signo vivo de su presencia y de su amor.
Pero puede nacer en nosotros una pregunta: ¿es realmente necesario el Bautismo para vivir como cristianos y seguir a Jesús? ¿No se trata en el fondo de un simple rito, un acto formal de la Iglesia para dar el nombre al niño o a la niña? Es una pregunta que puede surgir, ¿no? En este sentido, es esclarecedor lo que escribe el apóstol Pablo: "¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? A través del bautismo, pues, fuimos sepultados con él en la muerte, para que al igual que Cristo resucitó de los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros podamos caminar en una vida nueva" (Rm 6,3-4). ¡Así que no es una formalidad! Es un acto que afecta profundamente nuestra existencia. No es lo mismo, un niño bautizado o un niño no bautizado. ¡No es lo mismo! No es lo mismo una persona bautizada o una persona no bautizada. Nosotros con el bautismo somos sumergidos en la fuente inagotable de la vida que es la muerte de Jesús, el más grande acto de amor de toda la historia; y gracias a este amor podemos vivir una nueva vida, ya no a merced del mal, el pecado y la muerte, sino en comunión con Dios y con los hermanos.
2. Muchos de nosotros no tienen el más mínimo recuerdo de la celebración de este Sacramento, y es obvio, si hemos sido bautizados poco después del nacimiento. Pero yo he hecho esta pregunta dos o tres veces, aquí en la plaza: quién de ustedes conoce la fecha de su Bautismo, levante la mano. ¿Quién la sabe? ¿Eh, pocos, eh? Pocos. Pero es importante, es importante conocer cuál ha sido el día en el que yo he sido sumergido, puesto justamente en aquella corriente de salvación de Jesús. Y me permito darles un consejo. Pero, más que un consejo, una tarea para hoy. Hoy, en casa, busquen, pregunten la fecha del Bautismo y así sabrán cuál ha sido el día tan bello del Bautismo. ¿Lo harán? No noto entusiamo, ¿eh? ¿Lo harán? ¡Eh, sí! Porque es conocer una fecha feliz, aquella de nuestro Bautismo. El riesgo de no saberlo es perder la conciencia de lo que el Señor ha hecho en nosotros, del don que hemos recibido. Entonces llegamos a considerarlo sólo como un evento que ha ocurrido en el pasado - y ni siquiera por nuestra propia voluntad, sino por la de nuestros padres – por lo que ya no tiene ninguna incidencia sobre el presente. Debemos despertar la memoria de nuestro Bautismo: despertar la memoria del Bautismo. Estamos llamados a vivir nuestro Bautismo todos los días, como una realidad actual en nuestra existencia. Si conseguimos seguir a Jesús y a permanecer en la Iglesia, a pesar de nuestras limitaciones, nuestras fragilidades y nuestros pecados es precisamente por el Sacramento en el que nos hemos convertido en nuevas criaturas y hemos sido revestidos de Cristo. Es en virtud del Bautismo, en efecto, que, liberados del pecado original, estamos injertados en la relación de Jesús con Dios Padre; que somos portadores de una esperanza nueva, porque el Bautismo nos da esta esperanza nueva. La esperanza de ir por el camino de la salvación, toda la vida. Y a esta esperanza nada y nadie la puede apagar, porque la esperanza no defrauda. Acuérdense. Esto es verdad. La esperanza del Señor no defrauda nunca. Gracias al Bautismo somos capaces de perdonar y de amar también a quien nos ofende y nos hace mal; logramos reconocer en los últimos y en los pobres el rostro del Señor que nos visita y se hace cercano. Y esto, el Bautismo, nos ayuda a reconocer en el rostro de las personas necesitadas, en los que sufren, también de nuestro prójimo, el rostro de Jesús. Es gracias a esta fuerza del Bautismo.
3. Un último elemento importante: Les hago una pregunta. ¿Una persona puede bautizarse a sí misma? ¡No oigo! ¿Están seguros? No se puede bautizar. ¡Nadie puede bautizarse a sí mismo! ¡Ninguno! Podemos pedirlo, desearlo, pero siempre necesitamos a alguien que nos confiera este Sacramento en el nombre del Señor. El Bautismo es un don que se otorga en un contexto de interés e intercambio fraterno. Siempre, en la historia, una bautiza al otro y el otro al otro.. Es una cadena. Una cadena de gracia. Pero yo no me puedo bautizar a mí mismo. Se lo tengo que pedir a otro. Es un acto de fraternidad. Un acto de filiación a la Iglesia. En su celebración podemos reconocer los rasgos más genuinos de la Iglesia, que como una madre sigue generando nuevos hijos en Cristo, en la fecundidad del Espíritu Santo.
Entonces pidamos de corazón al Señor para que podamos experimentar cada vez más, en la vida cotidiana, la gracia que hemos recibido en el Bautismo. Que encontrándonos, nuestros hermanos puedan encontrar a verdaderos hijos de Dios, a verdaderos hermanos y hermanas de Jesucristo, a verdaderos miembros de la Iglesia.
¡Y no se olviden de la tarea de hoy! ¿Cuál era? Buscar, preguntar la fecha de mi Bautismo. Como sé la fecha de mi nacimiento, también tengo que conocer la fecha de mi Bautismo, porque es un día de fiesta. Gracias.
(RED/IV)
Queridos hermanos y hermanas,
hoy celebramos la Epifanía, "manifestación" del Señor. Esta fiesta está ligada al relato bíblico de la venida de los Magos de Oriente a Belén para rendir homenaje al Rey de los Judíos: un episodio que el papa Benedicto XVI ha comentado maravillosamente en su libro sobre la infancia de Jesús. Esa fue precisamente la primera "manifestación" de Cristo a los gentiles. Por lo tanto, la Epifanía pone en evidencia la apertura universal de la salvación traída por Jesús. La liturgia de este día vítores : "Te adorarán, Señor, todos los pueblos de la tierra". Entre nosotros y para todos los pueblos.
De hecho, esta fiesta nos hace ver un doble movimiento: por un lado, el movimiento de Dios hacia el mundo, hacia la humanidad - de toda la historia de la salvación, que culmina en Jesús -; y, por otro lado, el movimiento de los hombres hacia Dios - pensemos a las religiones, a la búsqueda de la verdad, al camino de los pueblos hacia la paz, la paz interior, la justicia, la libertad - . Y este doble movimiento es impulsado por una atracción mutua. Por parte de Dios, es su amor por nosotros: somos sus hijos, nos ama, y quiere liberarnos del mal, la enfermedad , la muerte, y llevarnos a su casa, en su Reino. "Dios, por pura gracia, nos lleva a unirnos a Él". Y también de nuestro lado hay un amor, un deseo: el bien nos atrae, la verdad nos atrae, la vida, la felicidad, la belleza... Jesús es el punto de encuentro de esta atracción mutua y este doble movimiento. Es Dios y hombre. ¡Pero la iniciativa es de Dios! ¡El amor de Dios viene primero que el nuestro! Él siempre toma la iniciativa, Él nos espera, Él nos invita. La iniciativa es siempre suya.
Jesús es Dios que se ha hecho hombre, se ha encarnado, ha nacido para nosotros. La nueva estrella que se apareció a los Magos era la señal del nacimiento de Cristo. Si no hubieran visto la estrella, esos hombres no se habrían ido. La luz nos precede, la verdad nos precede, la belleza nos precede. Dios nos precede: El profeta Isaías decía que Dios es como la flor de la magnolia, porque en aquella tierra la magnolia es lo primero que florece. Y Dios siempre nos precede, siempre es el primero, nos busca y da siempre el primer paso, y esta gracia ha aparecido en Jesús. Él es la epifanía, la manifestación del amor de Dios.
La Iglesia está dentro de este movimiento de Dios hacia al mundo: su alegría es el Evangelio, es reflejar la luz de Cristo. La Iglesia es el pueblo de los que han experimentado esta atracción y la llevan dentro, en el corazón y en la vida. "Me gustaría decir sinceramente a aquellos que se sienten lejos de Dios y de la Iglesia, decir respetuosamente a los que son temerosos o a los indiferentes: ¡El Señor también te llama a ser parte de su pueblo y lo hace con gran respeto y amor!". El Señor te llama, el Señor te busca, el Señor te espera. El Señor no hace proselitismo. Da amor, y ese amor te busca, te parte [el corazón] a ti, que en este momento no crees o estás lejos.
Le pedimos a Dios, para toda la Iglesia, la alegría de evangelizar, porque "ha sido enviada por Cristo para manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los pueblos" (Ad gentes, 10). La Virgen María nos ayude a ser todos discípulos-misioneros, pequeñas estrellas que reflejan su luz. Y rezamos para que los corazones se abran para acoger el anuncio, y todos los hombres lleguen "a ser partícipes de la promesa por medio del evangelio" (Ef. 3,6).
Al término de estas palabras, el santo padre rezó la oración del ángelus. Y al concluir la plegaria prosiguió:
Dirijo mis cordiales saludos a los hermanos y hermanas de las Iglesias Orientales, que mañana celebrarán la Santa Navidad. La paz que Dios ha donado a la humanidad con el nacimiento de Jesús, el Verbo encarnado, refuerce en todos la fe, la esperanza y la caridad. Y de consolación a las comunidades cristianas que sufren la prueba. La Epifanía es el Día misionero de los niños, propuesto por la Obra Pontificia de la Santa Infancia. Tantos jóvenes en las parroquias son protagonistas de gestos de solidaridad hacia sus coetáneos y así amplían los horizontes de su fraternidad.
Queridos niños y jóvenes, con vuestra oración y vuestro empeño ustedes colaboran a la misión de la Iglesia. ¡Les agradezco por esto y les bendigo!
Después de recordar el Día misionero de los niños, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el pontífice:
Saludo a todos los presentes: familias, grupos parroquiales y asociaciones. En particular saludo a los jóvenes del 'Movimiento Tra Noi' y a los del 'Oratorio San Vittore di Verbania'; a los scout 'Menores de Castelforte'; al coro 'Sant’Antonio di Lamezia Terme'; a los niños, los educadores y a los frailes capuchinos de la iglesia católica 'Giacomo Sichirollo de Rovigo; y a los participantes del cortejo histórico folclórico que este es animado por las familias de la ciudad de Leonessa y otras localidades en la provincia di Rieti. A todos les deseo una feliz fiesta de la Epifanía.
Y concluyó con su apreciado “¡buon pranzo. Arrivederci!”
En la solemnidad de la Epifanía del Señor, el papa Francisco ha celebrado esta mañana, a las 10 horas, la Santa Misa en la basílica vaticana. (Zenit.org)
A continuación se ofrece el texto completo de la homilía.
«Lumen requirunt lumine». Esta sugerente expresión de un himno litúrgico de la Epifanía se refiere a la experiencia de los Magos: siguiendo una luz, buscan la Luz. La estrella que aparece en el cielo enciende en su mente y en su corazón una luz que los lleva a buscar la gran Luz de Cristo. Los Magos siguen fielmente aquella luz que los ilumina interiormente y encuentran al Señor.
En este recorrido que hacen los Magos de Oriente está simbolizado el destino de todo hombre: nuestra vida es un camino, iluminados por luces que nos permiten entrever el sendero, hasta encontrar la plenitud de la verdad y del amor, que nosotros cristianos reconocemos en Jesús, Luz del mundo. Y todo hombre, como los Magos, tiene a disposición dos grandes "libros" de los que sacar los signos para orientarse en su peregrinación: el libro de la creación y el libro de las Sagradas Escrituras. Lo importante es estar atentos, vigilantes, escuchar a Dios que nos habla. Como dice el Salmo, refiriéndose a la Ley del Señor: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, / luz en mi sendero» (Sal 119,105). Sobre todo, escuchar el Evangelio, leerlo, meditarlo y convertirlo en alimento espiritual nos permite encontrar a Jesús vivo, hacer experiencia de Él y de su amor.
En la primera Lectura resuena, por boca del profeta Isaías, el llamado de Dios a Jerusalén: «¡Levántate, brilla!» (60,1). Jerusalén está llamada a ser la ciudad de la luz, que refleja en el mundo la luz de Dios y ayuda a los hombres a seguir sus caminos. Ésta es la vocación y la misión del Pueblo de Dios en el mundo. Pero Jerusalén puede desatender esta llamada del Señor. Nos dice el Evangelio que los Magos, cuando llegaron a Jerusalén, de momento perdieron de vista la estrella. No la veían más.
En especial, su luz falta en el palacio del rey Herodes: aquella mansión es tenebrosa, en ella reinan la oscuridad, la desconfianza, el miedo. De hecho, Herodes se muestra receloso e inquieto por el nacimiento de un frágil Niño, al que ve como un rival. En realidad, Jesús no ha venido a derrocarlo a él, ridículo fantoche, sino al Príncipe de este mundo. Sin embargo, el rey y sus consejeros sienten que el entramado de su poder se resquebraja, temen que cambien las reglas de juego, que las apariencias queden desenmascaradas. Todo un mundo edificado sobre el poder, el prestigio y el tener, entra en crisis por un Niño. Y Herodes llega incluso a matar a los niños: «Matas el cuerpo de los niños, porque el temor te ha matado a ti el corazón» - escribe san Quodvultdeus (Sermón 2 sobre el Símbolo: PL 40, 655). Es así. Tenía miedo y, por este miedo, ha enloquecido.
Los Magos consiguieron superar aquel momento crítico de oscuridad en el palacio de Herodes, porque creyeron en las Escrituras, en la palabra de los profetas que señalaba Belén como el lugar donde había de nacer el Mesías. Así escaparon al letargo de la noche del mundo, reemprendieron su camino y de pronto vieron nuevamente la estrella, llenándose de «inmensa alegría» (Mt 2,10). Esa estrella que no se veía en la mundanidad de aquel palacio.
Un aspecto de la luz que nos guía en el camino de la fe es también la santa "astucia". Es también una virtud esta santa "astucia". Se trata de esa sagacidad espiritual que nos permite reconocer los peligros y evitarlos. Los Magos supieron usar esta luz de "astucia" cuando, de regreso a su tierra, decidieron no pasar por el palacio tenebroso de Herodes, sino marchar por otro camino. Estos sabios venidos de Oriente nos enseñan a no caer en las asechanzas de las tinieblas y a defendernos de la oscuridad que pretende cubrir nuestra vida. Ellos, con esta santa astucia, han custodiado la fe. También nosotros debemos custodiar la fe ante una oscuridad que, tantas veces, se disfraza de luz. Porque el demonio, dice san Pablo, se viste de ángel de luz muchas veces. Y aquí necesitamos la santa astucia para custodiar nuestra fe del canto de las sirenas que te dicen: hoy tenemos que hacer esto o aquello. La fe es una gracia y un don. Nos toca custodiarla con la santa astucia, con la oración y con la caridad. Es necesario acoger en nuestro corazón la luz de Dios y, al mismo tiempo, practicar aquella astucia espiritual que sabe armonizar la sencillez con la sagacidad, como Jesús pide a sus discípulos: «Sean sagaces como serpientes y simples como palomas» (Mt 10,16).
En esta fiesta de la Epifanía, que nos recuerda la manifestación de Jesús a la humanidad en el rostro de un Niño, sintamos cerca a los Magos, como sabios compañeros de camino. Su ejemplo nos anima a levantar los ojos a la estrella y a seguir los grandes deseos de nuestro corazón. Nos enseñan a no contentarnos con una vida mediocre, de "poco calado", sino a dejarnos fascinar siempre por la bondad, la verdad, la belleza… por Dios, que es todo eso en modo siempre mayor. Y nos enseñan a no dejarnos engañar por las apariencias, por aquello que para el mundo es grande, sabio, poderoso. No nos podemos quedar ahí. No podemos contentarnos con las apariencias, con la fachada. Es necesario custodiar la fe, en este tiempo es muy importante. Es necesario ir más allá de la oscuridad, más allá del canto de las sirenas, de la mundanidad, de tantas modernidades de hoy. Tenemos que ir más allá, hacia Belén, allí donde en la sencillez de una casa de la periferia, entre una mamá y un papá llenos de amor y de fe, resplandece el Sol que nace de lo alto, el Rey del universo. A ejemplo de los Magos, con nuestras pequeñas luces buscamos la Luz. Busquemos la Luz y custodiemos la fe. Así sea.
Reflexión a las lecturas de la solemnidad de la Epifanía del Señor ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Solemnidad de la Epifanía
¡Los regalos son hoy los protagonistas del día!
Los regalos son buenos en sí mismos; pero una preocupación excesiva o un poco descontrolada por ellos, puede aminorar e, incluso, anular la celebración de esta Solemnidad tan preciosa de la Epifanía del Señor, hasta dejarla casi en nada. Es lo que sucede con mucha frecuencia.
Epifanía significa “manifestación en lo alto”. Dios, que manifiesta con una estrella, el nacimiento de su Hijo a unos Magos de Oriente y, en ellos, a todos los pueblos de la tierra no pertenecientes a Israel, el pueblo elegido.
Pero, en realidad, la Solemnidad de la Epifanía encierra tres acontecimientos o manifestaciones del Señor: La manifestación a los Magos de Oriente, de la que hablamos, la manifestación a Israel, con ocasión de su Bautismo y la manifestación, especialmente a sus discípulos, en las Bodas de Caná.
En la práctica, la Manifestación a los Magos de Oriente centra hoy nuestra atención. Esta Solemnidad nos dice que Jesucristo ha venido para todos los hombres de todos los pueblos, judíos y gentiles… El regalo, centro de nuestra atención este día, nos puede ayudar a comprender el sentido de esta fiesta: En la Natividad del Señor y en su Octava, celebramos que Dios Padre nos ha hecho un gran regalo, el mejor regalo. Nos ha querido tanto, que nos ha dado a su Hijo. Por eso, la Iglesia entera salta de gozo la noche de Navidad, proclamando: "Un Niño nos ha nacido un Hijo se nos ha dado". Y también: “Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”. La Epifanía viene a subrayar con fuerza que ese “regalo” es para todos. Es lo que decía el Apóstol S. Pablo en la 2ª Lectura: “Que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el evangelio".
Los judíos tenían “La Ley y los Profetas”. Por eso, cuando pregunta Herodes, exaltado, dónde tenía que nacer el Mesías, enseguida le dicen: "En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos, la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel”.
¿Y los otros pueblos no pertenecientes a Israel?
Les manifiesta este Acontecimiento, adaptándose a su mentalidad: Ellos creían que el nacimiento de los personajes importantes, venía acompañado de la aparición de un astro, en el cielo.
En esta fiesta contemplamos cómo Cristo ha venido para todos, pero que no todos, ni mucho menos, le conocen y disfrutan de sus dones; que a todos no ha llegado “el regalo”, los tesoros de salvación de que nos habla S. Pablo (Ef 1, 7-9). Y eso, según el mensaje de este día, no es justo, no está nada bien. No podemos acaparar el Don de Dios para nosotros solos, en una especie de “egoísmo religioso”.
Por eso, hoy es el día misionero, por excelencia, de la Navidad. Para recordar a todos los que no conocen a Jesucristo y a los que, habiéndole conocido, se han apartado o alejado de Él. Recordamos y celebramos este día que pertenecemos a una Iglesia que es misionera, por su misma naturaleza, y a la que el Vaticano II ha llamado “Luz de las Gentes”.
Hoy también es un día apropiado para dar gracias a Dios, porque “la estrella” ha brillado también para cada uno de nosotros, y para pedirle que también nosotros, con nuestra palabra y nuestro testimonio de vida, seamos “estrella” que conduce a todos a la salvación, hasta que lleguemos a “contemplar cara a cara, la hermosura infinita de su gloria”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
En la primera Lectura, Isaías profetiza el misterio de la manifestación de Cristo, como luz que ilumina a todos los pueblos.
SEGUNDA LECTURA
En la segunda Lectura, S. Pablo se presenta como portador de esta verdad: también los gentiles son destinatarios de la revelación y de los dones de Dios.
TERCERA LECTURA
En el Evangelio se nos narra la venida de los Magos de Oriente. Aclamemos ahora a Jesucristo, manifestado hoy a todos los pueblos, con el canto del aleluya.
OFRENDAS
Nuestras ofrendas al Señor tienen hoy una significación especial. Seamos generosos como los Magos de Oriente. Ofrezcámosle al Señor no sólo nuestro dinero, sino también nuestra persona, nuestras cosas, lo que El quiere de nosotros, toda nuestra vida.
COMUNIÓN
En la Comunión se nos da en comida el Señor, que se nos ha manifestado.
Pidámosle hoy por todos los que nunca han oído hablar de Él; por los que, habiéndole conocido, se han apartado o alejado. Por todos los cristianos necesitados siempre de un mayor conocimiento y amor al Señor.
Que el Señor nos ayude a ser, con nuestra palabra y nuestro testimonio de vida, como una estrella que lleve a todos a la salvación.
El papa Francisco rezó el domingo, 5 de Enero de 2014, la oración del ángelus desde el estudio pontificio, y asomado en la ventana del mismo que da hacia la plaza de San Pedro dirigió a los miles de peregrinos que la llenaban las siguientes palabras. (Zenit.org)
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buen día!
La liturgia nos repropone, en el prólogo del evangelio de san Juan, el significado más profundo de la Navidad de Jesús. Él es la Palabra de Dios que se ha hecho hombre y ha puesto su “carpa” su habitación entre los hombres. Escribe el evangelista: “El Verbo de Dios se ha hecho carne y vino a habitar entre nosotros”.
¡En estas palabras que no terminan nunca de maravillarnos esta todo el cristianismo! ¡Dios se ha hecho mortal, frágil como nosotros y ha compartido nuestra condición humana excepto el pecado, pero sí tomó sobre sí mismo los nuestros, como si fueran propios y ha entrado en esta historia y se ha vuelto plenamente el Dios con nosotros!
El nacimiento de Jesús, entonces nos muestra que Dios ha querido unirse a cada hombre y a cada mujer, a cada uno de nosotros para comunicarnos su vida y su alegría. Así Dios, es Dios con nosotros, el Dios que nos ama, Dios que camina con nosotros. Éste es el mensaje de Navidad. El Verbo se hizo carne. Así la Navidad nos revela el amor inmenso de Dios por la humanidad.
De aquí deriva también el entusiasmo, la esperanza de nosotros cristianos, que en nuestra pobreza sabemos que somos amados, visitados y acompañados por Dios. Y miramos al mundo y a la historia como el lugar en el cual caminar junto a Él y entre nosotros, hacia cielos nuevos y tierra nueva.
Con el nacimiento de Jesús ha nacido una promesa nueva, un mundo nuevo, pero un mundo que puede ser siempre renovado. Dios está siempre presente para suscitar hombres nuevos, para purificar el mundo del pecado que lo envejece, del pecado que lo corrompe. Por cuanto la historia humana y aquella personal de cada uno de nosotros pueda ser marcara por las dificultades y las debilidades, la fe en la Encarnación nos dice que Dios es solidario con el hombre y con su historia.
Esta proximidad de Dios al hombre, a cada hombre, a cada uno de nosotros ¡es un don que no tiene fin! Él está con nosotros, Él es Dios con nosotros y esta proximidad no tiene ocaso. Aquí está el anuncio gozoso de la Navidad: la luz divina que inundó los corazones de la Virgen María y de san José, y que guió los pasos de los pastores y de los magos, brilla también hoy ante nosotros.
En el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, hay también un aspecto relacionado con la libertad humana, la libertad de cada uno de nosotros. De hecho el Verbo de Dios pone su carpa entre nosotros, pecadores y necesitados de misericordia. Y todos nosotros tenemos que apurarnos a recibir la gracia que Él nos ofrece. En cambio, prosigue el evangelio de san Juan, “los suyos no lo recibieron”.
“También nosotros tantas veces lo rechazamos, preferimos quedarnos cerrados en nuestros errores, en la angustia de nuestros pecados. ¡Pero Jesús no desiste y no deja de ofrecer a sí mismo y su gracia que nos salva! Jesús es paciente, sabe esperar y nos espera siempre.
Este es un mensaje de salvación, antiguo y siempre nuevo. Y nosotros estamos llamados a dar testimonio con alegría de este mensaje del evangelio de la vida y de luz, de esperanza y de amor. Porque el mensaje de Jesús es este: vida, luz, esperanza, amor.
María, Madre de Dios y nuestra tierna Madre, nos sostenga siempre, para que seamos fieles a la vocación cristiana y podamos realizar los deseos de justicia y de paz que llevamos en nosotros al inicio de este nuevo año”.
A continuación el Santo Padre rezó la oración del ángelus y después anunció su viaje a Tierra Santa.
"En el clima de alegría típico de este tiempo de Navidad, deseo anunciar que del 24 al 26 de mayo próximo, Dios mediante, cumpliré una peregrinación a Tierra Santa". La finalidad principal es conmemorar el histórico encuentro entre el papa Pablo VI y el patriarca Atenagora, exactamente el 5 de enero, como hoy, de hace cincuenta años atrás.
Las etapas serán tres: Amman, Belén y Jerusalén, tres días. En el Santo Sepulcro celebraremos un encuentro ecuménico con todos los representantes de las Iglesias cristianas de Jerusalén, junto al patriarca Bartolomé de Constantinopla. Desde ya les pido que recen por esta peregrinación que será una peregrinación de oración.
En las semanas pasadas me han llegado desde todas las partes del mundo tantos mensajes de felicitaciones por la Santa Navidad y por Año Nuevo. ¡Me gustaría, pero lamentablemente es imposible responderles a todos! Por ello quiero agradecerles de corazón a los niños, por sus lindos dibujos, los niños hacen lindos dibujos, que son realmente lindos, lindos. Agradezco a los jóvenes y a los ancianos, a las familias, a las comunidades parroquiales y religiosas, a las asociaciones, movimientos y diversos grupos que han querido manifestarme su afecto y cercanía. Les pido que sigan rezando por mí, lo necesito, y rezar por este servicio a la Iglesia.
Y ahora saludo con afecto a ustedes, queridos peregrinos presentes hoy, en particular a la Asociación Italiana Maestros Católicos: les animo en su trabajo educativo, ¡es muy importante!
Saludo a los fieles de 'Arco di Trento e Bellona', a los jóvenes de Induno Olona y a los grupos de Crema y de Mantova que trabajan con personas diversamente hábiles. Saludo también al nutrido grupo de marineros brasileños. Y a todos les deseo una ¡“buona domenica e buon pranzo!”.
(RED/HSM)
Reflexión a las lecturas del domingo segundo de la Navidad - A ofrecida por el sacerdote don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 2º de Navidad
Este es “un domingo puente”, entre la Navidad y la Epifanía, que es la segunda parte del Tiempo de Navidad.
Este domingo no celebramos ningún acontecimiento concreto de la vida del Señor; pero, al ser un domingo puente, la Liturgia pretende ofrecernos alguna ayuda, para detenernos, hacer un stop, en medio de estas fiestas, y pararnos a contemplar más y más el Misterio de la Navidad. O para detenernos en algún aspecto o acontecimiento concreto, que tenga para cada uno una especial significación. Incluso, para reflexionar sobre la forma misma en que estamos celebrando este Tiempo.
Las Lecturas de la Palabra de Dios de este domingo son muy ricas en contenido y, al mismo tiempo, resumen, en pocas ideas, el Acontecimiento que celebramos.
La primera lectura nos presenta a la Sabiduría de Dios, que se identifica, en el Nuevo Testamento, con el Hijo de Dios, el Verbo Eterno del Padre.
En el Evangelio, S. Juan, como un águila, se adentra en el Misterio mismo de Dios, y nos describe al Verbo de Dios, a la Palabra Eterna del Padre, como si la estuviera viendo: “La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios”. “En la Palabra había vida”, etc.
Y luego resume el Misterio asombroso de la Navidad, diciendo: “Y la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo Único del Padre, lleno de gracia y de verdad”.
¡El Hijo de Dios se hizo hombre y hemos contemplado su gloria! ¡Dichosos nosotros si podemos salir de estas fiestas, cuando terminen, diciendo: “¡Hemos contemplado su gloria!” Y con qué finalidad? Es decir, ¿por qué, y para qué se hace hombre el Hijo de Dios?
Es San Pablo el que, en la segunda lectura, nos resume el objetivo de la Navidad: “Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados…” "Él nos ha destinado en la persona de Cristo -por pura iniciativa suya- a ser sus hijos”.
¿Comprendemos todo lo que esto significa? Ya los Santos Padres resumían todo el Misterio de la Navidad, diciendo: “El Hijo de Dios se hizo hombre para hacer al hombre hijo de Dios”. Y no podemos caer en la tentación de pensar: “Eso es lo de siempre, lo que aprendimos de pequeños…” Ya S. Ignacio nos advierte: “No el mucho saber es lo que harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas interiormente”. ¡Pues de eso se trata en este domingo segundo!
Por último, en un contraste lleno de paradojas y de ironía, el evangelista nos presenta la respuesta del hombre de todos los tiempos, al Misterio de la Navidad: “La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió”. “El mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a los que la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su Nombre…”
¿Con cuál de estos cuatro grupos nos identificamos?
El salmo responsorial lo sintetiza todo, cuando nos invita a decir: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”.
¡FELIZ NAVIDAD! ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 2º DE NAVIDAD
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
La primera Lectura es un canto a la Sabiduría de Dios, presente en medio de su pueblo. Para los cristianos Jesucristo es la Sabiduría de Dios, hecha carne.
SEGUNDA LECTURA
S. Pablo nos habla, en la segunda lectura, del proyecto maravilloso de Dios sobre el hombre, por el cual, dándole a Jesucristo, le colma de dones, hasta el punto de hacerlo hijo suyo.
TERCERA LECTURA
Escucharemos ahora el Prólogo del Evangelio de S. Juan, que nos recuerda el acontecimiento inefable de la Navidad, y, al mismo tiempo, la respuesta del hombre de todos los tiempos, a este asombroso Misterio.
COMUNIÓN
En la Comunión nos acercamos al Señor, la Palabra Eterna del Padre, de la que nos ha hablado S. Juan en su Evangelio.
Pidámosle que siempre le abramos nuestra casa, que siempre acojamos su luz. Que siempre le recibamos.
Su amor es grande e invencible. Démosle gracias y pidámosle.
Al concluir la santa misa en el día de la solemnidad de María Santísima Madre de Dios, 01de Enero de 2014, y en la 47° Jornada Mundial de la Paz, el santo padre Francisco desde la ventana del estudio pontificio en el Palacio Apostólico Vaticano,con motivo de la oración del ángelus dirigió la siguientes palabras a los miles de personas que abarrotaban la Plaza de San Pedro. (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas, '¡buen día y buen año!'
Al inicio de este nuevo año les dirijo a todos ustedes los deseos más cordiales de paz y de todo tipo de bien. ¡El mio es el deseo de la Iglesia y un deseo cristiano! No está relacionado a la sensación un poco mágica o un poco fatalista de un nuevo ciclo que inicia. Nosotros sabemos que la historia tiene un centro: Jesucristo, encarnado, muerto y resucitado; que está vivo entre nosotros y que tiene una finalidad: el Reino de Dios, Reino de paz, de justicia, de libertad en el amor.
Y tiene una fuerza que la mueve hacia aquel fin: es la fuerza del Espíritu Santo. Todos nosotros tenemos el Espíritu Santo que hemos recibido en el bautismo. Y él nos empuja a ir hacia adelante en el camino de la vida cristiana, en el camino de la historia, hacia el Reino de Dios.
Este Espíritu es la potencia del amor que ha fecundado el seno de la Virgen María; y es el mismo que anima los proyectos y las obras de todos los constructores de paz. Donde hay un hombre y una mujer constructor de paz, es exactamente el Espíritu Santo quien ayuda y lo empuja a hacer la paz.
Dos caminos que se cruzan hoy: la fiesta de María Santísima Madre de Dios y la Jornada Mundial de la Paz. Ocho días atrás resonó el anuncio angélico: “Gloria a Dios y paz a los hombres”. Hoy lo acogemos nuevamente de la madre de Jesús que “custodiaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”, para hacer de esto nuestro empeño en el curso del año que se abre.
El tema de esta Jornada Mundial de la Paz es “Fraternidad, fundamento y vía de la paz”. ¡Fraternidad! Siguiendo las huellas de mis predecesores, a partir de Pablo VI, he desarrollado el tema en un Mensaje, ya difundido y que hoy idealmente entrego a todos. En su raíz está la convicción de que somos todos hijos del único Padre celeste, somos parte de la misma familia humana y compartimos un destino común.
De aquí deriva para cada uno la responsabilidad de obrar para que el mundo se vuelva una comunidad de hermanos que se respetan, se aceptan con sus diversidades y se acuden los unos a los otros.
Estamos también llamados a darnos cuenta de las violencias y de las injusticias presentes en tantas partes del mundo y que no nos pueden dejar indiferentes e inmóviles: es necesario el empeño de todos para construir una sociedad verdaderamente más justa y solidaria.
Ayer he recibido la carta de un señor, quizás uno de ustedes, que me ponía en conocimiento de una tragedia familiar y sucesivamente me ponía una lista con tantas tragedias y guerras del mundo de hoy. Y me preguntaba: '¿Qué está pasando en el corazón del hombre para que le haya llevado a hacer todo esto?' Y decía: ¡Es la hora de detenerse! También yo creo que nos hará bien detenernos en este camino de violencia y buscar la paz. Queridos hermanos y hermanas, hago mías las palabras de este hombre: ¿Qué está sucediendo en el corazón del hombre? ¿Qué sucede en el corazón de la humanidad? ¡Es la hora de detenerse!
Desde todos los rincones de la tierra hoy los creyentes elevan la oración para pedirle al Señor el don de la paz y la capacidad de llevarla a todos los ambientes. En este primer día del año, el Señor nos ayude a encaminar a todos con más decisión en las vías de la justicia y de la paz.
Iniciemos en nuestra casa, justicia y paz entre nosotros. Se comienza en casa y después se va hacia adelante, hacia toda la humanidad, pero tenemos que comenzar en casa.
El Espíritu Santo actue en los coraziones, derrita lo que está cerrado y las durezas y nos conceda volvernos tiernos delante de la debiliad del Niño Jesús. La paz de hecho, necesita de la fuerza de la mansedumbre, la fuerza no violenta de la verdad y del amor. En las manos de María, Madre del Redentor, ponemos con confianza filial todas nuestras esperanzas.
A ella que extiende su maternidad a todos los hombres, le confiamos el grito de paz de las poblaciones oprimidas por la güera y la violencia, para que el coraje del diálogo y de la reconciliación prevalga sobre las tentaciones de la venganza, de la prepotencia, y de la corrupción. A ella le pedimos que el evangelio de la fraternidad, anunciado y testimoniado por la Iglesia, pueda hablar a cada conciencia y abatir las murallas que impiden a los enemigos reconocerse como hermanos.
En la mañana el primer día del año 2014 el santo padre Francisco celebró la santa misa en la basílica de San Pedro, vistiendo paramentos blancos y azules en la solemne festividad de María Santísima Madre de Dios. (Zenit.org)
A continuación presentamos la homilía del Santo Padre
La primera lectura que hemos escuchado nos propone una vez más las antiguas palabras de bendición que Dios sugirió a Moisés para que las enseñara a Aarón y a sus hijos: «Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz» (Nm 6,24-26). Es muy significativo escuchar de nuevo esta bendición precisamente al comienzo del nuevo año: ella acompañará nuestro camino durante el tiempo que ahora nos espera. Son palabras de fuerza, de valor, de esperanza. No de una esperanza ilusoria, basada en frágiles promesas humanas; ni tampoco de una esperanza ingenua, que imagina un futuro mejor sólo porque es futuro. Esta esperanza tiene su razón de ser precisamente en la bendición de Dios, una bendición que contiene el mejor de los deseos, el deseo de la Iglesia para todos nosotros, impregnado de la protección amorosa del Señor, de su ayuda providente.
El deseo contenido en esta bendición se ha realizado plenamente en una mujer, María, por haber sido destinada a ser la Madre de Dios, y se ha cumplido en ella antes que en ninguna otra criatura.
Madre de Dios. Este es el título principal y esencial de la Virgen María. Es una cualidad, un cometido, que la fe del pueblo cristiano siempre ha experimentado, en su tierna y genuina devoción por nuestra madre celestial.
Recordemos aquel gran momento de la historia de la Iglesia antigua, el Concilio de Éfeso, en el que fue definida con autoridad la divina maternidad de la Virgen. La verdad sobre la divina maternidad de María encontró eco en Roma, donde poco después se construyó la Basílica de Santa María «la Mayor», primer santuario mariano de Roma y de todo occidente, y en el cual se venera la imagen de la Madre de Dios —la Theotokos—con el título de Salus populi romani. Se dice que, durante el Concilio, los habitantes de Éfeso se congregaban a ambos lados de la puerta de la basílica donde se reunían los Obispos, gritando: «¡Madre de Dios!». Los fieles, al pedir que se definiera oficialmente este título mariano, demostraban reconocer ya la divina maternidad. Es la actitud espontánea y sincera de los hijos, que conocen bien a su madre, porque la aman con inmensa ternura. (...)
María está desde siempre presente en el corazón, en la devoción y, sobre todo, en el camino de fe del pueblo cristiano. «La Iglesia… camina en el tiempo… Pero en este camino —deseo destacarlo enseguida— procede recorriendo de nuevo el itinerario realizado por la Virgen María» (Juan Pablo II, Enc. Redentoris Mater, 2). Nuestro itinerario de fe es igual al de María, y por eso la sentimos particularmente cercana a nosotros. Por lo que respecta a la fe, que es el quicio de la vida cristiana, la Madre de Dios ha compartido nuestra condición, ha debido caminar por los mismos caminos que recorremos nosotros, a veces difíciles y oscuros, ha debido avanzar en «la peregrinación de la fe» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Lumen gentium, 58).
Nuestro camino de fe está unido de manera indisoluble a María desde el momento en que Jesús, muriendo en la cruz, nos la ha dado como Madre diciendo: «He ahí a tu madre» (Jn 19,27). Estas palabras tienen un valor de testamento y dan al mundo una Madre. Desde ese momento, la Madre de Dios se ha convertido también en nuestra Madre. En aquella hora en la que la fe de los discípulos se agrietaba por tantas dificultades e incertidumbres, Jesús les confió a aquella que fue la primera en creer, y cuya fe no decaería jamás. Y la «mujer» se convierte en nuestra Madre en el momento en el que pierde al Hijo divino. Y su corazón herido se ensancha para acoger a todos los hombres, buenos y malos, y los ama como los amaba Jesús. La mujer que en las bodas de Caná de Galilea había cooperado con su fe a la manifestación de las maravillas de Dios en el mundo, en el Calvario mantiene encendida la llama de la fe en la resurrección de su Hijo, y la comunica con afecto materno a los demás. María se convierte así en fuente de esperanza y de verdadera alegría.
La Madre del Redentor nos precede y continuamente nos confirma en la fe, en la vocación y en la misión. Con su ejemplo de humildad y de disponibilidad a la voluntad de Dios nos ayuda a traducir nuestra fe en un anuncio del Evangelio alegre y sin fronteras. De este modo nuestra misión será fecunda, porque está modelada sobre la maternidad de María. A ella confiamos nuestro itinerario de fe, los deseos de nuestro corazón, nuestras necesidades, las del mundo entero, especialmente el hambre y la sed de justicia y de paz; y la invocamos todos juntos: ¡Santa Madre de Dios! (...)
El Santo Padre concluyó la homilía invitando a la asamblea a repetir tre veces: 'Madre de Dios'
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo segundo de Navidad - A.
RECUPERAR LA FRESCURA DEL EVANGELIO
En el prólogo del evangelio de Juan se hacen dos afirmaciones básicas que nos obligan a revisar de manera radical nuestra manera de entender y de vivir la fe cristiana, después de veinte siglos de no pocas desviaciones, reduccionismos y enfoques poco fieles al Evangelio de Jesús.
La primera afirmación es ésta: “La Palabra de Dios se ha hecho carne”. Dios no ha permanecido callado, encerrado para siempre en su misterio. Nos ha hablado. Pero no se nos ha revelado por medio de conceptos y doctrinas sublimes. Su Palabra se ha encarnado en la vida entrañable de Jesús para que la puedan entender y acoger hasta los más sencillos.
La segunda afirmación dice así: “A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”. Los teólogos hablamos mucho de Dios, pero ninguno de nosotros lo ha visto. Los dirigentes religiosos y los predicadores hablamos de él con seguridad, pero ninguno de nosotros ha visto su rostro. Solo Jesús, el Hijo único del Padre, nos ha contado cómo es Dios, cómo nos quiere y cómo busca construir un mundo más humano para todos.
Esta dos afirmaciones están en el trasfondo del programa renovador del Papa Francisco. Por eso busca una Iglesia enraizada en el Evangelio de Jesús, sin enredarnos en doctrinas o costumbres “no directamente ligadas al núcleo del Evangelio”. Si no lo hacemos así, “no será el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas”.
La actitud del Papa es clara. Solo en Jesús se nos ha revelado la misericordia de Dios. Por eso, hemos de volver a la fuerza transformadora del primer anuncio evangélico, sin eclipsar la Buena Noticia de Jesús y “sin obsesionarnos por una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia”.
El Papa piensa en una Iglesia en la que el Evangelio pueda recuperar su fuerza de atracción, sin quedar obscurecida por otras formas de entender y vivir hoy la fe cristiana. Por eso, nos invita a “recuperar la frescura original del Evangelio” como lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y, al mismo tiempo, lo más necesario”, sin encerrar a Jesús “en nuestros esquemas aburridos”.
No nos podemos permitir en estos momentos vivir la fe sin impulsar en nuestras comunidades cristianas la conversión a Jesucristo y a su Evangelio a la que nos llama el Papa. Él mismo nos pide a todos “que apliquemos con generosidad y valentía sus orientaciones sin prohibiciones ni miedos”.
José Antonio Pagola
Red evangelizadora BUENEAS NOTICIAS
5 de Enero de 2014
2º Domingode Navidad - A
Jn 1, 1-8
Homilía de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para la fiesta de la Sagrada Familia (29 de Diciembre de 2013) (AICA)
“Nazareth”
La liturgia nos invita en este domingo a celebrar “La Sagrada Familia de Jesús, María y José”. Realmente es un misterio maravilloso y fruto de la misericordia de Dios, el que Él haya querido hacerse uno de nosotros, asumiendo nuestra naturaleza humana, nuestra historia, elegido un pueblo, y un lugar marginal para nacer, en “un pesebre” y una familia, la familia de Nazaret.
El Evangelio de este domingo (Mt. 2,13-15, 19-23), nos señala que esta historia hecha historia de la salvación, con el “sí de María y la Encarnación”, no iba a ser fácil: “Después de la partida de los magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo” (Mt. 12,13). En este domingo, es necesario que los cristianos oremos y reflexionemos sobre “la vida” y sobre el modelo de familia que nos propone la Palabra de Dios.
Un documento emitido por la Comisión Episcopal de Laicos y Familia de la C.E.A. en su introducción nos ubica en esta temática que para todos, y especialmente para nuestra Diócesis es uno de los ejes pastorales que son un desafío en la evangelización en nuestros días. El documento “Aportes para la Pastoral Familiar de la Iglesia en la Argentina” nos señala: “La familia es el ámbito cotidiano que permite el desarrollo integral de las personas. Ella continúa siendo el lugar privilegiado de encuentro de las personas donde, en las pruebas cotidianas, se recrea el sentido de pertenencia. Gracias a los afectos auténticos de nupcialidad, paternidad y maternidad, filiación y fraternidad, aprendemos a sostenernos mutuamente en las dificultades, a comprendernos y perdonarnos, a acompañar a los niños y a los jóvenes, a tener en cuenta, valorar y querer a los abuelos y a las personas con capacidades diferentes. Cuando hay familia, se expresan verdaderamente el amor y la ternura, se comparten las alegrías haciendo fiesta y sus miembros se solidarizan ante las dificultades cotidianas, la angustia del desempleo y el dolor que provocan la enfermedad y la muerte.
Sin embargo, inmersas en la crisis de la civilización y en el drama de la ruptura entre Evangelio y cultura, constatamos que las personas, el matrimonio y la familia, no encuentran nuevos cauces para sostenerse y crecer. La fragmentación presente en nuestra cultura, marcada por el individualismo y la crisis de valores, llega también a las familias, jaqueadas además por legislaciones que alientan su disolución, por modelos ideológicos que relativizan los conceptos de persona, matrimonio, familia; por la situación socioeconómica, por la falta de comunicación, superficialidad e intolerancia, e incluso por la agresión y violencia en el trato entre personas” (6-7).
Este tema de la familia que en general nuestra gente lo considera central para la sociedad y sus vidas, no solo es importante por su dimensión religiosa, sino desde lo antropológico, sicológico, sociológico y cultural, es el núcleo generador de valores como la vida, la solidaridad y la justicia. Es asombroso y merece que le dediquemos tiempo a investigar y buscar las causas de porque la familia que es clave para la proyección de la misma humanidad, no cuente con el suficiente apoyo político, económico y comunicacional, y por el contrario desde financiamientos y pautas internacionales y nacionales, se busque desarticular el núcleo del matrimonio y la familia, llegando a distorsionarlo muchas veces hasta en los mismos contenidos y propuestas educativas.
Toda la Iglesia en este tiempo ha trabajado la consulta sobre la familia hecha en preparación al Sínodo a realizarse en el 2014. Los desafíos Pastorales para salir al encuentro misericordioso de tantos sufrimientos y situaciones, así como el profundo deseo y necesidad de la familia que siempre está en el corazón humano, nos llevan a preguntarnos como respondemos desde la evangelización a este tema esencial de la familia constituyente de la sociedad y de la persona.
En este contexto navideño la liturgia nos propone el modelo de la familia de Nazaret, de Jesús, de María y de José. Es una buena oportunidad para que consideremos la centralidad que tiene la cuestión familiar “en el proyecto” de país y provincia que queremos.
Como Obispo y Pastor quiero pedir a Dios por “todos”, para que empecemos un año donde nos realicemos en la esperanza.
Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas.
Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (28 de diciembre de 2013) (AICA)
“Construir la paz desde la fraternidad”
“Hoy quiero comentarles algo acerca de la Jornada Mundial por la Paz. Ustedes saben que desde hace unas cuantas décadas el 1° de Enero se celebra esta Jornada en toda la Iglesia, precisamente para comunicar al mundo entero el Mensaje de Paz que es propio del Evangelio y de la fe cristiana”.
“Todos los años el Papa pronuncia y envía un mensaje al Pueblo de Dios y yo quisiera leerles el comienzo del Mensaje que nos ha dado ahora el Papa Francisco. Dice: “El corazón de todo hombre y de toda mujer alberga en su interior el deseo de una vida plena, de la que forma parte un anhelo indeleble de fraternidad que nos invita a la comunión con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes sino hermanos a los que acoger y querer”
“El título del mensaje es “La Fraternidad, Fundamento y Camino para la Paz” y en ese primer párrafo ya aparece, como en el título, la palabra clave de este mensaje del Papa Francisco que es fraternidad. Si no he contado mal, aparece 41 o 42 veces esta palabra sin mencionar otros términos sinónimos, expresiones también que tienen que ver con la hermandad entre todos los seres humanos”.
“El Papa hace notar la importancia fundamental de la fraternidad para la actividad humana en el mundo, para el desarrollo de la historia humana y, también es importante señalar, el fundamento teológico referido a la fe porque el mensaje va dirigido a todo el mundo pero de una manera muy especial a nosotros”.
“Dice además que “la fraternidad está enraizada en la paternidad de Dios” y que se funda en la Cruz de Cristo”. La referencia a la paternidad de Dios es importante porque a veces esa referencia queda como algo genérico o teórico, ideal, pero aquí se refiere al amor concreto de Dios por cada una de sus creaturas humanas. También nosotros hemos recuperado la posibilidad de vivir fraternalmente gracias a la Redención de Cristo”.
“La referencia a la Muerte y a la Resurrección de Cristo tiene que ver con la creación de una nueva humanidad que debe ser fraterna: somos hermanos los unos de los otros. De aquí el Papa Francisco saca una cantidad de consecuencias respecto de la economía, de la justicia social, de la paz, de la carrera armamentista, del cuidado del medio ambiente”.
“Me parece que podríamos aplicar este llamado a la fraternidad, este recuerdo del valor fundamental de la fraternidad, a lo que pasa en la Argentina y a lo que ha pasado atávicamente en la Argentina porque en nuestra Historia hay una inclinación permanente a la discordia, a considerarnos siempre contrincantes o enemigos”.
“Entre hermanos siempre hay discusiones, hay peleas, hay disputas, pero prima algo que es fundamental que es esa condición de ser hijos de un padre y una madre”.
“Nosotros también somos hijos de Dios y creo que al comenzar un Año Nuevo (estamos muy cerquita de ese momento de cambio de un año a otro) tendríamos que reflexionar sobre esto: ¿Cómo hacer para que en la Argentina comience a insinuarse la fraternidad que nos une a todos? No solamente como hijos de Dios sino también como habitantes de esta tierra, como depositarios de una historia y como protagonistas de un futuro que si lo encaráramos fraternalmente seguro que va a ser mucho mejor”.
“Pues bien, les dejo esta reflexión, los saludo hasta el próximo encuentro, que ya será el año que viene, y por eso les deseo un muy feliz Año Nuevo para todos”.
Mons. Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata.
Texto el micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT9 (28 de diciembre de 2013) (AICA)
La Familia, fundamento de la sociedad
Este domingo celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia. Nuestra mirada contempla al Niño de Belén junto a su Madre y a la figura de San José. Seguimos en el clima de Navidad, el centro siempre es Jesucristo, pero la Iglesia nos muestra el camino que Dios ha elegido para darnos a su Hijo.
El Niño nace en una familia. Dios, si cabe la expresión, tiende un puente hacia nosotros tomando piedras de nuestra orilla. Elige una mujer como madre y compromete la figura de un padre. Elige una familia y utiliza su simplicidad y belleza como lugar donde nace y crece su Hijo. Este hecho nos revela el designio de Dios que creó al hombre varón y mujer, y ha puesto en ellos el don del amor y la vida. Hoy se hace necesario valorar y acompañar la realidad de la familia como un bien de la humanidad. La familia no sólo pertenece al designio creador de Dios, es también el fundamento de la misma sociedad. Con razón decía Benedicto XVI: "que de la salud y calidad de las relaciones familiares depende la salud y calidad de las mismas relaciones sociales" (II° Encuentro Nacional de la Familia. Ecuador 2011).
Hay una mutua correspondencia entre Familia y Sociedad. Reconocer este hecho es el comienzo de una madura actitud personal, social y política. Esto significa valorarla en su unidad y favorecerla en su vida y desarrollo. El riesgo es una extendida cultura individualista que nos aísla y no nos ayuda a crecer en nuestras relaciones sociales. La familia no es una yuxtaposición de individuos sino una nueva realidad, un nosotros que nos define como miembros desde su propia originalidad. Ella es nuestra primera escuela de vida afectiva y social a través de las relaciones de filiación, fraternidad y solidaridad. Esta verdad debería ser asumida en primer lugar por los mismos padres que, desgraciadamente, muchas veces son los primeros ausentes. En alguna oportunidad dije con dolor, qué triste es ver chicos huérfanos de padres vivos. ¡Familia sé lo que eres! Era el estímulo y el reproche que el beato Juan Pablo II les dirigía a las familias.
Pero también es necesaria la presencia de la sociedad con sus políticas sociales, culturales y educacionales. La familia no es un hecho privado, ella pertenece al ámbito de lo público por su trascendencia social. Ella necesita de un contexto cultural y económico que le permita realizarse. En esta línea son claras las orientaciones de diversas instancias, incluso internacionales. Así, La Declaración Universal de los Derechos del Hombre afirma que: "la familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y el Estado" (art. 16, 3). Por esta razón, concluye la Carta de los Derechos de la Familia: "la familia tiene derecho a la asistencia de la sociedad en lo referente a sus deberes en la procreación y educación de los hijos" (art. 3). Una sociedad que no asuma culturalmente el valor de la familia, como una responsabilidad en acompañar sus necesidades educativas, materiales y espirituales, me atrevería a decir que es una sociedad que compromete su futuro.
Reciban de su obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo, Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz.
El domingo de la Sagrada Familia, 29 de diciembre de 2013, durante el ángelus, el papa Francisco ha rezado una oración inédita, escrita de su puño y letra, y destinada a pedir por la familia y sus desafíos, un tema que será tratado en profundidad durante el Sínodo de los Obispos que tendrá lugar en octubre del año próximo. (Zenit.org)
ORACIÓN A LA SAGRADA FAMILIA
Jesús, María y José,
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos dirigimos.
Santa Familia de Nazaret,
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas Iglesias domésticas.
Santa Familia de Nazaret,
que nunca más haya en las familias episodios
de violencia, de obstinación y división;
que quien haya sido herido o escandalizado
sea pronto consolado y curado.
Santa Familia de Nazaret,
que el próximo Sínodo de los Obispos
haga tomar conciencia a todos
del carácter sagrado e inviolable de la familia,
de su belleza en el proyecto de Dios.
Jesús, María y José,
escuchad, acoged nuestra súplica.
En el primer domingo después del día de Navidad, solemnidad de la Sagrada Familia, 29 de diciembre de 2013, el papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la plaza de san Pedro. (Zenit.org)
Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el pontífice argentino les dijo:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este primer domingo después de Navidad, la liturgia nos invita a celebrar la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret. De hecho, cada pesebre nos muestra a Jesús junto a la Virgen y San José en la gruta de Belén. Dios ha querido nacer en una familia humana, ha querido tener una madre y un padre como nosotros.
El Evangelio de hoy nos presenta a la Santa Familia en la vía dolorosa del exilio, buscando refugio en Egipto. José, María y Jesús experimentan la condición dramática de los refugiados, marcada por el miedo, la incertidumbre, la incomodidad (cf. Mt 2,13-15.19-23).
Por desgracia, en nuestros días, millones de familias pueden identificarse con esta triste realidad. Casi todos los días la televisión y los periódicos dan noticias de los refugiados que huyen del hambre, la guerra y otros graves peligros en busca de seguridad y una vida digna para ellos y sus familias. En tierras lejanas, incluso cuando encuentran trabajo, los refugiados y los inmigrantes no siempre encuentran una acogida verdadera, el respeto, el aprecio de los valores que llevan. Sus expectativas legítimas chocan con situaciones complejas y problemas que parecen insuperables a veces. Por lo tanto, mientras fijamos la mirada sobre la Santa Familia de Nazaret, cuando se ve obligada a convertirse en prófuga, pensemos en el drama de los inmigrantes y refugiados que son víctimas del rechazo y la explotación, que son víctimas de la trata de personas y del trabajo esclavo. Pero también pensemos en los "exiliados", yo los llamaría "exiliados escondidos", aquellos “exiliados” que puedan existir dentro de las propias familias: los ancianos, por ejemplo, que a veces son tratados como un estorbo. Muchas veces pienso que un signo para saber cómo van las cosas en una familia es ver cómo son tratados los niños y los ancianos.
Jesús ha querido pertenecer a una familia que ha experimentado este tipo de dificultades, para que nadie se sienta excluido de la cercanía amorosa de Dios. La huida a Egipto a causa de las amenazas de Herodes nos muestra que Dios está allí donde el hombre se encuentra en peligro, donde el hombre sufre, donde se escapa, donde experimenta el rechazo y el abandono; pero también está donde el hombre sueña, espera regresar a su patria en libertad, proyecta y elige a favor de la vida y la dignidad de sí mismo y de sus familiares. Hoy nuestra mirada sobre la Santa Familia se deja atraer también por la simplicidad de la vida que esta lleva en Nazaret. Es un ejemplo que hace tanto bien a nuestras familias, ayudándoles a convertirse cada vez más en comunidades de amor y de reconciliación, en las que se experimenta la ternura, la ayuda mutua, el perdón mutuo.
Recordemos las tres palabras clave para vivir en paz y alegría en la familia: “permiso”, “gracias”, “perdón”. Cuando en una familia no se es entrometido, cuando en una familia no se es entrometido y se pide permiso, cuando en una familia no se es egoísta y se aprende a decir gracias, gracias, y cuando en una familia uno se da cuenta de que ha hecho algo malo y sabe pedir perdón, ¡en esa familia hay paz y hay alegría!
Recordemos estas tres palabras. Pero podemos repetirlas todos juntos. Permiso, gracias, perdón. Todos: Permiso, gracias, perdón.
Pero también quisiera animar a las familias a tomar conciencia de la importancia que tienen en la Iglesia y en la sociedad. El anuncio del Evangelio, de hecho, pasa sobre todo a través de las familias, para luego llegar a los diferentes ámbitos de la vida diaria.
Invoquemos con fervor a María Santísima, la Madre de Jesús y Madre nuestra, y a San José, su esposo. Pidámosles que iluminen, conforten y guíen a todas las familias del mundo, para que pueda cumplir con dignidad y serenidad la misión que Dios les ha confiado .
Al término de estas palabras, el santo padre rezó la oración del ángelus. Y al concluir la plegaria prosiguió:
Queridos hermanos y hermanas,
en el próximo Sínodo de los Obispos se abordará el tema de la familia, y la fase de preparación ya ha iniciado desde hace tiempo. Por eso hoy, fiesta de la Santa Familia, deseo confiar a Jesús, María y José este trabajo sinodal, rezando por las familias de todo el mundo. Os invito a uniros espiritualmente a mí en la oración que ahora recito:
Jesús, María y José,
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos dirigimos.
Santa Familia de Nazaret,
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas Iglesias domésticas.
Santa Familia de Nazaret,
que nunca más haya en las familias episodios
de violencia, de obstinación y división;
que quien haya sido herido o escandalizado
sea pronto consolado y curado.
Santa Familia de Nazaret,
que el próximo Sínodo de los Obispos
haga tomar conciencia a todos
del carácter sagrado e inviolable de la familia,
de su belleza en el proyecto de Dios.
Jesús, María y José,
escuchad, acoged nuestra súplica.
Amén
Después de rezar esta oración inédita, escrita de su puño y letra, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el pontífice:
Dirijo un saludo especial a los fieles que están conectados con nosotros desde Nazaret, Basílica de la Anunciación, donde ha ido el secretario general del Sínodo de los Obispos; desde Barcelona, Basílica de la Sagrada Familia Basílica, donde ha ido el presidente del Consejo Pontificio para la Familia; Loreto, Basílica Santuario de la Santa Casa. Y lo extiendo a los reunidos en diversas partes del mundo para otras celebraciones en las que los principales protagonistas son las familias , como la de Madrid.
Por último, saludo con afecto a todos los peregrinos aquí presentes, ¡especialmente a las familias! Sé que hay de la comunidad de rumanos en Roma. Saludo a los jóvenes del Movimiento de los Focolares, venidos de varios países, y al resto de los jóvenes, incluidos los grupos de la diócesis de Milán, Como, Lodi, Padua, Vicenza y Concordia-Pordenone. Saludo a los chicos de Curno y Calcinate con sus catequistas, los fieles de Salcedo, Carzago Riviera, San Giovanni in Persiceto y Modica.
Y concluyó, como de costumbre:
Os deseo a todos una hermosa fiesta de la Sagrada Familia, un buen domingo y una buena comida. ¡Hasta pronto!
(RED/IV)