Viernes, 28 de marzo de 2014

Reflexión a las lecturas del domingo cuarto de Cuaresma - A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR" 

Domingo 4º de Cuaresma A 

El Evangelio de hoy no dice que el ciego llamara ni pidiera nada. Es Jesús el que se acerca, le unta los ojos, lo manda a lavarse en la piscina de Siloé y vuelve con vista. Y, según el pensamiento de San Juan, si Jesucristo abre los ojos de aquel ciego, es porque Él es “la Luz del mundo”.

La segunda lectura nos dice en qué consiste esa luz: “Toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz”.

No podemos olvidar que Jesucristo abre a aquel ciego a la luz dos veces: la primera, cuando cura su ceguera física, y la segunda, cuando le abre los ojos a la fe: ¿Crees tú en el Hijo del Hombre?

La curación del ciego desata una lucha apasionada entre la luz y las tinieblas, que comprende todo el largo relato de hoy. Aquí se manifiesta el ciego curado con una lucidez y una valentía admirables.

Pero no quiero pasar por alto que aquella ceguera no era castigo del pecado de aquel hombre ni de sus padres, como creían los discípulos, influidos por la mentalidad de la época, “sino para que se manifiesten en él las obras de Dios”. Y la Obra de Dios es, fundamentalmente, la salvación, “la iluminación” del mundo entero, que realiza Jesús con su Muerte y Resurrección. Es lo que celebramos en el Triduo Pascual, que se acerca.  Y, porque está cerca la Pascua, es éste, desde antiguo, el “Domingo Laetare”, el “Domingo de la alegría”, dentro del espíritu austero de la Cuaresma.

Y esta acción maravillosa la resume el prefacio de la Misa, diciendo: “Que se hizo hombre (Jesucristo) para conducir al género humano, peregrino en tinieblas, al esplendor de la fe; y a los que nacieron esclavos del pecado, los hizo renacer por el Bautismo, transformándolos en hijos adoptivos”.

Aquí recordamos la importancia y trascendencia del pecado original: ¡Hemos nacido “ciegos”! Muchos cristianos no le dan importancia a esta verdad de fe, o, incluso, la desprecian; pero si no hay pecado, no hace falta Redención; si no hay tinieblas, no hace falta la luz. Y, por el Bautismo, pasamos de las tinieblas del pecado (original y personal, si lo hay) a la luz de la gracia, de la vida de Dios, que brota, como de un torrente, de la Pascua. Por eso llamamos al Bautismo el Sacramento de “nuestra iluminación”. Y por eso, decía el Apóstol: “En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz”. (2ª lect.).

Hoy, a la luz de la Palabra de Dios,  tendríamos que preguntarnos muchas cosas: Si reconocemos a Jesucristo como Luz del mundo; si nos interesa el Bautismo que recibimos recién nacidos; si estamos dispuestos a renovarlo de verdad e intensamente la Noche Santa de la Pascua; si queremos vivir como hijos de la luz; si queremos ser testigos de la luz  con palabras y obras, en todas partes y hasta el fin. Y ya sabemos que la mejor forma de renovar el Bautismo,  es recibir el Sacramento de la Reconciliación o de la Penitencia, que es también un Sacramento de “luz pascual”, de paz y de alegría.

 Hoy tendríamos que preguntarnos, en definitiva, qué hay en nosotros de tinieblas, en mucho o en poco, porque ¿quién puede decir que todo en él es luz, que no hay nada de tinieblas?

La conversión que se nos exige este domingo consiste en “volvernos a la Luz”.

                                                                              

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 17:28  | Espiritualidad
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