Mi?rcoles, 30 de abril de 2014

Texto completo de la catequesis del Papa en la audiencia del miércoles 30 de Abril de 2014 (Zenit.org)

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Después de haber examinado la sabiduría, como el primero de los siete dones del Espíritu Santo, hoy quisiera llamar la atención sobre el segundo don, es decir, el intelecto. No se trata en este caso de la inteligencia humana, de la capacidad intelectual de la que podamos estar más o menos dotados. Es una gracia que solo el Espíritu Santo puede infundir y que suscita en el cristiano la capacidad de ir más allá del aspecto externo de la realidad y escrutar las profundidades del pensamiento de Dios y de su diseño de salvación.

El apóstol Pablo, dirigiéndose a la comunidad de Corinto, describe bien los efectos de este don. ¿Qué hace este don del intelecto en nosotros? Y Pablo dice esto: “Lo que el ojo no vio ni el oído oyó, ni entraron en el corazón del hombre, Dios las ha preparado para los que le aman. Pero a nosotros Dios nos las ha revelado por medio del Espíritu” (1 Cor 2, 9-10). Esto, obviamente no significa que un cristiano pueda comprender cada cosa y tener un conocimiento pleno del diseño de Dios: todo esto permanece a la espera de manifestarse con toda claridad cuando nos encontremos ante Dios y seamos verdaderamente una cosa sola con Él. Pero, como sugiere la misma palabra, el intelecto permite “intus legere”, es decir, leer dentro. Y este don nos hace entender las cosas como las entiende Dios, con la inteligencia de Dios. Porque uno puede entender una situación con la inteligencia humana, con prudencia y va bien, pero entender una situación en profundidad como la entiende Dios es el efecto de este don. Y Jesús ha querido enviarnos el Espíritu Santo para que nosotros entendamos este don, para que todos nosotros podamos entender las cosas como Dios las entiende, con la inteligencia de Dios. ¡Es un hermoso regalo el que Dios nos ha hecho a todos nosotros! Es el don con el que el Espíritu Santo nos introduce en la intimidad con Dios y nos hace partícipes del diseño de amor que Él tiene para nosotros.

Está claro que el don del intelecto está estrechamente conectado con la fe. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón e ilumina nuestra mente, nos hace crecer día tras día en la comprensión de lo que el Señor nos ha dicho y ha realizado. El mismo Jesús ha dicho a sus discípulos: “Os enviaré el Espíritu Santo y Él os hará entender todo lo que yo os he enseñado”. Entender las enseñanzas de Jesús, entender su palabra, entender el Evangelio, entender la Palabra de Dios. Uno puede leer el Evangelio y entender algo, pero si leemos el Evangelio con este don del Espíritu Santo podemos entender la profundidad de las palabras de Dios y esto es un gran don, un gran don que todos debemos pedir y pedir juntos: dános Señor el don del intelecto.

Hay un episodio en el evangelio de Lucas que expresa muy bien la profundidad y la fuerza de este don. Tras haber asistido a la muerte en cruz y a la sepultura de Jesús, dos de sus discípulos, desilusionados y afligidos, se van de Jerusalén y regresan a su pueblo de nombre Emaús. Mientras están en camino, Jesús resucitado se pone a su lado y empieza a hablar con ellos, pero sus ojos, velados por la tristeza y la desesperación, no son capaces de reconocerlo. Jesús camina con ellos, pero ellos estaban tan tristes y tan desesperados que no lo reconocen. Pero cuando el Señor les explica las Escrituras, para que comprendan que Él debía sufrir y morir para después resucitar, sus mentes se abren y en sus corazones vuelve a encenderse la esperanza (cfr Lc 24,13-27). Y esto es lo que el Espíritu Santo hace con nosotros. Nos abre la mente, nos la abre para entender mejor, para entender mejor las cosas de Dios, las cosas humanas, las situaciones, todas las cosas. Es importante el don del intelecto para nuestra vida cristiana. Pidamos al Señor que nos dé, que nos dé a todos nosotros este don, para entender, como entiende Él, las cosas que suceden y para entender sobre todo la Palabra de Dios en el Evangelio ¡Gracias!

(RED/IV)


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Homilía del Papa Francisco en la Misa de acanonización del papa Juan Pablo Ii y Juan XXIII el 27 de Abril de 2014.

En el centro de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y que San Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo resucitado.

Él ya las enseñó la primera vez que se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían visto al Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos, y Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28).

Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: “Sus heridas nos han curado” (1 P 2,24; cf. Is 53,5).

San Juan XXIII y San Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano (cf. Is 58,7), porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valientes, llenos de la parresía del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.

Fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte la cercanía materna de María.

En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia había “una esperanza viva”, junto a un “gozo inefable y radiante” (1 P 1,3.8). La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie los podrá privar. La esperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno.

Esta esperanza y esta alegría se respiraban en la primera comunidad de los creyentes, en Jerusalén, como se nos narra en los Hechos de los Apóstoles (cf. 2,42-47). Es una comunidad en la que se vive la esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad.

Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisonomía originaria, la fisonomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos.

No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convocatoria del Concilio, San Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado. Éste fue su gran servicio a la Iglesia; fue el Papa de la docilidad al Espíritu.

En este servicio al Pueblo de Dios, San Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene.

Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama”.+


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Lunes, 28 de abril de 2014

Carta Pastoral de monseñor Bernardo Álvarez Afonso, obispo de Tenerife, España, por  año jubilar con motivo del centenario y la reapertura de la Santa iglesia Catedral de La Laguna a celebrar desde el 27 de  Abril de 2014 al 12 de Abril de 2015.

AÑO JUBILAR CON MOTIVO DEL CENTENARIO Y LA REAPERTURA

DE LA SANTA IGLESIA CATEDRAL DE LA LAGUNA

"Entrad por sus puertas con acción de gracias"

Queridos diocesanos:

Con motivo del “Centenario” y la “Reapertura” de nuestra Santa Iglesia Catedral, estamos convocados a celebrar un Año Jubilar, desde el 27 de abril de este año, hasta el 12 de abril de 2015, coincidentes ambas fechas con el Domingo de la Octava de Pascua, domingo de la Divina Misericordia. A lo largo del mismo, peregrinando a la Catedral, se podrá obtener el privilegio de la Indulgencia Plenaria que el Papa Francisco nos ha concedido por medio de la Penitenciaria Apostólica.

La palabra "jubileo" significa fiesta, alegría. La Catedral, que es la “iglesia madre” de la Diócesis, cumple 100 de su consagración y el pasado enero la hemos reabierto después de 12 años cerrada al culto. Por eso, la Iglesia Diocesana Nivariense se viste de fiesta, para dar gracias a Dios porque, ciertamente, “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”.

Todos estamos invitados a “peregrinar” a la Catedral, no sólo a verla, sino para celebrar con alegría la obra de la salvación realizada por Dios a lo largo de la historia de nuestra diócesis. Venid a la Catedral y

“Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias a Dios y bendiciendo su nombre”
(Salmo 99). 4 

UN AÑO JUBILAR PARA RENOVARNOS

Pero, esta alegría no es completa si, junto con la rehabilitación del edificio de la Catedral, no nos renovamos también nosotros, los que formamos la comunidad cristiana, que somos el verdadero templo de Dios, un edificio espiritual de piedras vivas. Todos los cristianos estamos llamados a ser templos del Espíritu Santo y, a imagen de Cristo, resplandecer con una vida agradable Dios. Y, si no es así, también nosotros necesitamos una restauración espiritual y moral.

Cuando todavía era muy joven y apenas había iniciado el camino de la fe, San Francisco de Asís, estando en oración en la iglesia de San Damián, oye la voz de Dios que le dice: "Francisco, reconstruye mi Iglesia, ¿no ves que se derrumba?". Francisco tomó estas palabras en sentido material. Creyó que debía emprender la reconstrucción del templo de San Damián que estaba muy deteriorado y así lo hizo. Pero, unos años después se da cuenta de que las palabras oídas debe entenderlas en el sentido espiritual. Descubre que sólo podrá responder a llamada de Dios emprendiendo la reconstrucción espiritual de la Iglesia en el mundo entero, dedicándose al anuncio del Evangelio, dando ejemplo de humildad y pobreza, y encausando a otros a que den igual ejemplo.

Con frecuencia se dice que en la Iglesia hay muchas cosas que cambiar, que la Iglesia debe renovarse, ponerse a día, etc. De hecho la Iglesia, nos dice el concilio Vaticano II, por la debilidad de sus hijos, está siempre necesitada de purificación y ha de buscar incesantemente su renovación (cf. LG 8). Y también, en el decreto sobre Ecumenismo, afirma: “La Iglesia, peregrina en este mundo, es llamada por Cristo a una reforma permanente de la que ella, como institución terrena y humana, necesita continuamente” (UR 5).

Ahora bien, ¿qué es lo que hay que reformar? Por todos lados se oye preguntar: ¿Qué haría Vd. para cambiar la Iglesia? Hasta al Papa se lo han preguntado. Y él ya ha dado una primera respuesta. Lo hizo en la Vigilia de Oración de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro: “Una vez le preguntaron a la Madre Teresa de Calcuta qué era lo que debía cambiar en la Iglesia, y para empezar, ¿por qué pared de la Iglesia empezamos? ¿Por dónde hay que empezar?: ‘Por vos y por mí’, contestó ella. Tenía garra esta mujer. Sabía por dónde había que empezar. Yo también, hoy, le robo la palabra a la Madre Teresa, y te digo ¿empezamos?, ¿por dónde? Por vos y por mí. Cada uno pregúntese, si tengo que empezar por mí, ¿Por dónde empiezo? Cada uno abra su corazón para que Jesús le diga por dónde tiene que empezar”.

Las cubiertas y la cúpula de la Catedral de La Laguna estaban corrompidas, cayéndose a trozos, y las hemos reconstruido. Ahora bien, de que nos vale tener una hermosa catedral si quienes nos reunimos en ella seguimos corroídos por el pecado y llevamos una vida cristiana deficiente.

SENTIDO DEL JUBILEO

Es bajo esta perspectiva, de la necesidad de “nuestra restauración personal”, que se entiende más plenamente el significado del JUBILEO. Sí, se trata de alegría y acción de gracias, especialmente, porque se nos ofrece la oportunidad de abandonar los caminos equivocados, de poner orden en nuestra vida, de curar las heridas y secuelas de va dejando en nosotros la mala vida que hemos llevado…, es pedir: “Oh Dios restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. No nos alejaremos de Ti, danos vida para que invoquemos tu nombre” (Salmo 79).

Se nos ofrece, por tanto, un tiempo de renovación y conversión, que implica necesariamente dos actitudes operativas: el arrepentimiento como consecuencia de haber tomado conciencia de nuestra condición de pecadores y el retorno a Dios con la firme voluntad de guardar sus mandamientos. Tenemos que destruir los ídolos que hemos puesto en lugar de Dios y darle el lugar que le corresponde en nuestro corazón. El Año Jubilar debe despertar en nuestra conciencia la necesidad que de Dios e impulsarnos a buscarle con alma, corazón, vida.

La celebración de los "años jubilares" se remonta al Pueblo de Israel en el Antiguo Testamento, donde ya tenía el significado de celebrar el perdón de Dios y de renovación de la fe en Él. Es la alegría que viene de la fe y de saber que Dios es siempre fiel en su amor hacia nosotros y nunca nos abandona al poder del pecado, sino que compadecido tiende la mano a todos. Un año jubilar es, por así decir, hacer "borrón y cuenta nueva" porque Dios nos ama, nos perdona, nos regenera y con su salvación nos devuelve la alegría.

Para la Iglesia católica, el Jubileo es un gran suceso religioso. Es el año del perdón y de la remisión de las penas por los pecados, es el año de la reconciliación entre los adversarios, de la conversión y del sacramento de la reconciliación o de la penitencia y, en consecuencia, de la solidaridad, de la esperanza, de la justicia, del empeño por servir a Dios en el gozo y la paz con los hermanos.

Personalmente, para cada uno, el Jubileo es una experiencia de la misericordia de Dios en su vida y la comprobación de la capacidad de cambio que tiene la persona cuando corresponde, consciente y libremente, a la gracia divina. Cuando una persona está a punto de morir en un accidente o por una enfermedad grave, pero felizmente sobrevive y se salva, se suele decir que "volvió a nacer". Pues bien, el Año Jubilar es un acontecimiento de salvación porque nos permite liberarnos de esos pecados y enfermedades espirituales que ponen en peligro nuestra vida cristiana. Con la gracia de Dios podemos ser espiritualmente curados, renacer y recuperar la frescura de una fe viva.

La Catedral “restaurada” es un signo, una pro-vocación a renovar nuestra vida cristiana, que es a lo que nos llama el Señor con la proclamación del Año Jubilar. Por medio de la Iglesia, nuestro Padre Dios, que no quiere que nadie se pierda, nos ofrece un año de gracia y de perdón, para que nosotros reconociendo nuestra miseria espiritual y moral, nos volvamos hacia Él. Es la oportunidad, en fin, de ser renovados y rejuvenecidos por el Espíritu Santo.

Con el Año Jubilar, una vez más, se cumplen entre nosotros las palabras de la Virgen María en el Magnificat: "su misericordia llega a sus fieles de generación en generación". En efecto, con ocasión de esta efemérides, Dios Misericordioso nos ofrece, como pueblo suyo, un tiempo de gracia y reconciliación. El Padre nos alienta en Cristo para que volvamos constantemente a Él, obedeciendo más plenamente al Espíritu Santo y nos entreguemos al servicio de todos los hombres (cf. Pref. Plegaria de la Reconciliación I).

LOS SIGNOS DEL AÑO JUBILAR

Peregrinación a la Catedral. Todos estamos invitados visitar la Catedral, no como turistas, sino como peregrinos. Peregrinar es avanzar a través de un camino, hacia una meta. Nuestra vida en este mundo es sólo un paso hacia la eternidad. La vida es como un puente que tenemos que atravesar. En este mundo vivimos como quien va de paso.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que “caminamos como peregrinos hacia la Jerusalén Celestial” (Catecismo, 1198) y señala que las peregrinaciones evocan nuestro caminar por la tierra hacia el cielo” (Catecismo, 2691). Es decir, nuestra vida, desde que nacemos hasta que morimos es una peregrinación de fe. Como dice San Pablo: “Caminamos hacia Dios, sin verlo, guiados por la fe” (2Cor. 5,6). Y en la liturgia de la Misa pedimos: “Y, cuando termine nuestra peregrinación por este mundo, recíbenos también a nosotros en tu Reino, donde esperamos gozar de la plenitud eterna de tu gloria” (Plegaria Eucarística V). La peregrinación evoca el camino personal del creyente siguiendo las huellas de Cristo: es ejercicio de ascesis laboriosa, de arrepentimiento por las debilidades humanas, de constante vigilancia de la propia fragilidad y de preparación interior a la conversión del corazón.

La puerta de los peregrinos. La peregrinación va acompañada del signo de la «puerta» de entrada de los peregrinos, que abrimos solemnemente al comienzo del Año Jubilar. Atravesar la “puerta de los peregrinos” es signo del paso que cada cristiano está llamado a dar: pasar del pecado a la gracia. Jesús dijo: «Yo soy la puerta» (Jn 10, 7), para indicar que nadie puede tener acceso al Padre si no a través suyo. Hay un solo acceso que abre de par en par la entrada en la vida de comunión con Dios: este acceso es Jesús, única y absoluta vía de salvación. Es la Palabra que nos guía en el camino de la vida, la mano que Dios tiende a los pecadores, el camino que nos conduce a la paz.

La indicación de la «puerta de los peregrinos» recuerda la responsabilidad de cada creyente al cruzar su umbral para entrar al templo. El gesto concreto de pasar por aquella «puerta» significa confesar que Cristo Jesús es el Señor, fortaleciendo la fe en Él para vivir la vida nueva que nos ha dado. Es una decisión que presupone la libertad de elegir y, al mismo tiempo, el valor de dejar algo, sabiendo que así se alcanza la vida divina. Atravesar la puerta es tomarse en serio lo que dice un salmo que hemos colocado a la entrada de la «puerta de los peregrinos»:

Señor, ¿quién puede entrar en tu casa y habitar en tu monte santo?

El que procede honradamente y práctica la justicia;

el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua;

el que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino;

el que rechaza la maldad y honra a los que temen al Señor;

el que cumple lo que prometió aún en daño propio;

el que no presta dinero a usura ni acepta sobornos.

El que así obra nunca fallará.

Los sacramentos. Decía Juan Pablo II, al convocar el Jubileo del Año 2000, “culmen del Jubileo es el encuentro con Dios Padre por medio de Cristo Salvador, presente en su Iglesia, especialmente en sus Sacramentos. Por esto, todo el camino jubilar, preparado por la peregrinación, tiene como punto de partida y de llegada la celebración del sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía, misterio pascual de Cristo, nuestra paz y nuestra reconciliación: éste es el encuentro transformador que abre al don de la indulgencia para uno mismo y para los demás”.

Obras de misericordia o caridad. Uno se los aspectos del Año Jubilar, que ya estaba presente en tiempos del Antiguo Testamento, era el restablecimiento de la justicia que había sido dañada y la ayuda a los empobrecidos y necesitados. A este respecto decía Juan Pablo II: «Las riquezas de la creación se debían considerar como un bien común a toda la humanidad. Quien poseía estos bienes como propiedad suya era en realidad sólo un administrador, es decir, un encargado de actuar en nombre de Dios, único propietario en sentido pleno, siendo voluntad de Dios que los bienes creados sirvieran a todos de un modo justo. El año jubilar debía servir de ese modo al restablecimiento de esta justicia social» (TMA, n.13).

Por eso, el amor fraterno y solidario, propio de una vida auténticamente cristiana, debe ser una de las expresiones más significativas de nuestra vivencia del Año Jubilar. En este sentido se pueden poner en práctica diversas obras de misericordia:

 Visitar periódicamente, durante un tiempo conveniente, a hermanos necesitados o que atraviesan dificultades (enfermos, presos, ancianos solos, discapacitados, personas dependientes, etc.), “como quien hace una peregrinación” hacia Cristo presente en ellos.

 Apoyar con un donativo significativo obras de carácter religioso o social (en favor de la infancia abandonada, de la juventud en dificultad, de los ancianos necesitados, de quienes están en paro, de los inmigrantes, etc).

 Dedicar una parte conveniente del propio tiempo libre a actividades útiles para la comunidad u otras formas similares de sacrificio personal. Incorporarse como voluntario en proyectos de Cáritas u otras organizaciones que se preocupan por la atención a las personas necesitadas.

EL DON DE LA INDULGENCIA PLENARIA

La “indulgencia” consiste en la reconciliación o perdón abundante y generoso, derramado sobre los que se convierten e imploran la remisión total de sus culpas y la restauración de sus vidas y personas. Como nos enseña la Iglesia, en el pecador reconciliado permanecen algunas consecuencias del pecado, que necesitan curación y purificación, para que las secuelas del mal no le arrastren de nuevo a la desobediencia de los mandamientos del Señor.

En éste ámbito adquiere relevancia “la indulgencia”, se restañan las heridas (tendencias hacia el mal) que los pecados cometidos dejan en nosotros y nos libera de lo que llamamos “pena temporal”. La purificación que nos reporta “la indulgencia” nos dispone a perseverar en la comunión con Dios y nos deja más dispuestos al bien y más libres para realizarlo. Es algo así como hacer unos “ejercicios de rehabilitación espiritual”.

Cualquier "indulgencia" que, con su autoridad, concede el Papa a los fieles, es un verdadero tiempo de gracia y salvación que Dios nos otorga, pues forma parte del "poder de las llaves" que el Señor concedió a Pedro y sus sucesores: "lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt. 16, 19).

Por tanto, aquí se cumple lo que nos promete el Señor por boca de San Pablo: "En el tiempo favorable te escuché y en el día de salvación te ayudé. Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación" (2Cor. 6,2). Haciendo mías las palabras del propio San Pablo, les digo: "como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios! (2Cor. 5, 20).

Para vivir plenamente “este año de gracia del Señor” la Iglesia, que es la depositaria de la gracia de Cristo, nos concede esta especial “Indulgencia Plenaria”, y fija las condiciones para recibirla:

1) Excluir del corazón cualquier apego al pecado. Es bueno renovar las renuncia a Satanás, a sus seducciones y a sus obras.

2) Confesarse y comulgar, el mismo día o unos días antes o después de realizar la peregrinación.

3) Peregrinar durante el tiempo del Año Jubilar, comunitaria o individualmente, a la Santa Iglesia Catedral, con la intención de ganar la indulgencia, entrando por la “puerta de los peregrinos” y participando en alguna celebración litúrgica o, al menos, dediquen un prudente espacio de tiempo a alguna meditación piadosa, finalizando con el rezo del Padrenuestro e invocando a la Santísima Virgen María.

4) Profesar la fe, rezando el credo y hacer una oración por el Papa y sus intenciones.

5) Aunque el don de la Indulgencia Plenaria puede recibirse privadamente, es más expresivo eclesialmente participar comunitariamente en peregrinación. Por ello, es aconsejable la participación en la Misa del Peregrino que se celebra en la Catedral todos los días a la una de la tarde.

6) Compromiso concreto de realizar algunas obras de caridad y de penitencia. Una buena forma o disposición personal sería abandonar cosas superfluas y vivir más austeramente en beneficio de los pobres, dedicar parte de nuestro tiempo practicando las obras de misericordia, etc. 

Realizando estos pasos, necesarios para obtener personalmente el don de la Indulgencia Plenaria, expresamos nuestra voluntad de seguir a Cristo, apartándonos del pecado y sirviéndole con santidad y justicia. Como rezamos en el Salmo 50, debemos querer y pedir con perseverancia: "Oh Dios crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu Santo Espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso".

UN AÑO JUBILAR CON PROYECCIÓN EN EL FUTURO

El Año Jubilar no es un paréntesis en la vida de la nuestra Iglesia Diocesana, ni es un mero evento para hacer cosas diferentes, novedosas o llamativas. Por el contrario, debemos verlo como un tiempo fuerte y privilegiado de presencia del Señor, de trabajo interior que ayude a revisar, purificar y potenciar la vida de la Iglesia diocesana. Por eso es muy conveniente volver a experimentar la misericordia de Dios a través de este “año de gracia” que ha de vivirse como una intensa experiencia cristiana de renovación, personal y comunitaria, parroquial y diocesana

La celebración del Año Jubilar, al que estamos convocados todos los que formamos la Diócesis Nivariense, es una respuesta adecuada para esta hora de la Iglesia y de la sociedad, en la que se nos exige una renovación espiritual y moral profunda, para ser más eficazmente sacramento o signo de la íntima unión con Dios y de unidad de todos los hombres.

Para conseguirlo haremos bien en guiarnos por la exhortación que nos ofrece la Palabra de Dios en la segunda carta de San Pedro: "Poned todo empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el criterio, al criterio el dominio propio, al dominio propio la constancia, a la constancia la piedad, a la piedad el cariño fraterno, al cariño fraterno el amor. Estas cualidades, si las poseéis y van creciendo, impiden ser remisos e improductivos en la adquisición del conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. El que no las tiene es un cegato miope que ha echado en olvido la purificación de sus antiguos pecados. Por eso, hermanos, poned cada vez más ahínco en ir ratificando vuestro llamamiento y elección. Si lo hacéis así, no fallaréis nunca, y os abrirán de par en par las puertas del reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2Pe. 5,1-11).

Para que la gracia del Año Jubilar no caiga en saco roto, tenemos que acudir a la Santa Iglesia Catedral con el corazón arrepentido y regresar después a casa, a nuestros quehaceres y trabajos, a nuestras parroquias y comunidades, con el corazón renovado por la gracia de Dios, con la certeza de haber recibido amor de Cristo y el gozo de ser sus discípulos. Así será un año de renovación espiritual y en cada uno se realizará la salvación obrada por Cristo, que se entregó por nosotros para rescatarnos de toda impiedad y nos enseñó a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, llevando a partir de ahora una vida sobria, honrada y religiosa (cf. Tit. 2,11-14). 13 

UN AÑO JUBILAR PARA TODOS

La proclamación del Año Jubilar es una buena noticia para toda la Diócesis, “es como la invitación a una fiesta de boda”, decía Juan Pablo II, pues se trata del anuncio del “Año de Gracia del Señor”, algo que nos interesa a todos personalmente. La gracia de Dios no sólo perdona los pecados, sino que sana hasta la raíz misma del pecado y penetra en el corazón, lo transforma y nos da la libertad de los hijos de Dios.

Que nadie se sienta excluido o piense que esto no tiene que ver con él. De todos los lugares de la diócesis debemos peregrinar a la Santa Iglesia Catedral para orar por el Papa y la Iglesia Universal, también, por el Obispo y la Iglesia diocesana, así como para obtener las gracias y beneficios espirituales que en forma de Indulgencia Plenaria el Santo Padre nos concede para esta ocasión.

Nos acogemos a la protección del Santo Hermano Pedro, de San José de Anchieta y de los Beatos Mártires de Tazacorte. Que el ejemplo de sus vidas nos estimulen en el seguimiento del Señor y que nos ayuden con sus intercesión para ser como ellos, verdaderos discípulos y misioneros en el mundo que nos ha tocado vivir.

Ponemos, también, nuestra mirada en la Virgen María, que nos acompaña siempre en nuestro camino y que, con su intercesión, ha sido y es siempre para nosotros verdadera Señora de los Remedios y Patrona de Nuestra Diócesis. No dejemos de confiar en Ella, procuremos conocerla mejor como modelo de vida cristiana e invocarla como Madre de nuestra reconciliación: "ruega por nosotros pecadores".

Con el deseo de que quienes participen en este Año Jubilar del Centenario de la Santa Iglesia Catedral lo hagan con fe y amor, con un profundo deseo de renovación y con un corazón disponible a la voluntad de Dios.

De todo corazón les bendice,

† Bernardo Álvarez Afonso

Obispo Nivariense


Domingo, 27 de abril de 2014

Reflexiones de Mons. Felipe Arizmendi, obispo de San Cristóbal de las Casas por Felipe Arizmendi Esquivel (Zenit.org)

Experiencia pascual de reconciliación

Por Felipe Arizmendi Esquivel

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Celebré el Triduo Pascual en Nueva Palestina y Frontera Corozal, comunidades tseltal y ch’ol, a más de siete horas de la sede episcopal. En la primera, desde hace unos años hubo un distanciamiento entre dos grupos católicos, los de la iglesia de Guadalupe, en el centro del lugar, y los de las otras iglesias: Sagrado Corazón, Cristo Rey, Santo Domingo, San Pedro y San Miguel. Todo empezó porque los de Guadalupe invitaron a un coro no coordinado de Chilón, con cantos de tinte carismático, que no les parecieron a los demás. Se hicieron agravios entre ambos grupos y se radicalizaron las posturas. Los de Guadalupe ya no querían pertenecer a su parroquia, sino ser atendidos por otra. En una ocasión en que estuve allá tratando de resolver la división, unas mujeres de Guadalupe me amenazaron con no dejarme salir del templo y del pueblo, si no aceptaba sus condiciones, a las que no podía acceder. Hicimos varios intentos de resolver el conflicto, con ayuda de la Vicaría de Justicia y Paz. Después de varias propuestas, se empezó a destrabar el asunto con el cambio de líderes en Guadalupe.

Les propuse ir a celebrar el Triduo Sacro participando ambos grupos. Aceptaron y prepararon todo, distribuyéndose los servicios litúrgicos y aportando todos algo para compartir juntos los alimentos. El Jueves Santo, celebré en la iglesia del Sagrado Corazón y llegaron en solemne procesión los de Guadalupe, con su Crucifijo, la imagen de la Virgen, tambores, flautas, coros, banderas, incienso, velas y mucha gente. En la Vigilia Pascual, los de las cinco capillas llegaron a Guadalupe, para celebrar juntos la Pascua. No hubo reproches ni estridencias. No fue necesario firmar documentos, acuerdos, compromisos; todo se desarrolló en paz y armonía, en un reencuentro sereno y gozoso de familia, como si nada hubiera pasado. Desde hacía meses no llovía, y antes de la celebración, Dios manifestó su complacencia con una sabrosa lluvia, que nos refrescó y alentó la nueva vida también en los campos. El domingo de Resurrección, desde la iglesia de Guadalupe, todos peregrinamos hacia la iglesia de Cristo Rey, donde culminamos estas fiestas compartiendo la Eucaristía y los alimentos con una convivencia que es fruto del Espíritu. Una suave brisa, como la de Elías en el Sinaí, nos refrescaba del fuerte calor. Algo semejante vivimos en Frontera Corozal, donde hace años había también diferencias entre los de la iglesia del Señor de Tila y los del barrio de Guadalupe; ahora celebré en ambas partes y todos participaron en las dos iglesias, sin resentimientos.

Sucedió otro milagro: Hablaron conmigo los líderes de los Bienes Comunales Zona Lacandona, para informarme que decidieron no pedir más a los gobiernos federal y estatal el desalojo y la reubicación de unas comunidades de Montes Azules, asentadas ilegalmente en territorio lacandón desde hace más de treinta años, porque se consideran hermanos indígenas y no quieren dañarse entre sí. Antes, pedían lo contrario, y con nuestros agentes de pastoral tratamos de velar por los derechos de los otros. Ahora dicen que el problema son instituciones gubernamentales, asociadas con empresarios, las que insisten en el desalojo, por intereses económicos, que disfrazan de ecoturísticos y de protección ambiental. Piden mi intervención ante esas instancias, para que ya no intenten desalojar a aquellas comunidades, sino que puedan vivir en paz en ese territorio. Esto es acción del Espíritu, que esperamos sea una resurrección de paz y armonía social entre los indígenas.

PENSAR

El Papa Francisco, en su mensaje de Pascua, ha dicho: “En Jesús, el Amor ha vencido al odio, la misericordia al pecado, el bien al mal, la verdad a la mentira, la vida a la muerte. La Buena Nueva es salir de sí mismo para ir al encuentro del otro, estar al lado de los heridos por la vida, compartir con quien carece de lo necesario, permanecer junto al enfermo, al anciano, al excluido. El amor es más fuerte, el amor da vida, el amor hace florecer la esperanza en el desierto” (20-IV-2014).

ACTUAR

Sigamos buscando caminos para que se logre la misma reconciliación en las comunidades donde todavía hay divisiones entre los mismos creyentes. Que el Espíritu nos conceda ser puentes de unidad. Eso es Pascua de resurrección.


Publicado por verdenaranja @ 18:24  | Hablan los obispos
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Texto completo de la catequesis del Papa en la audiencia del miércoles 23 de Abril de 2014 (Zenit.org)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 

Esta es una semana de alegría. Celebramos la Resurrección de Jesús. Es una verdadera alegría, profunda, basada en la certeza de que Cristo resucitado ya no muere, sino que está vivo y activo en la Iglesia y en el mundo. Esta certeza habita en el corazón de los creyentes desde esa mañana de Pascua, cuando las mujeres fueron a la tumba de Jesús y los ángeles les dijeron: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?" (Lc 24, 5) ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Estas palabras son como una piedra miliar en la historia; pero también una "piedra de tropiezo" si no nos abrimos a la Buena Noticia, ¡si creemos que nos causa menos molestia un Jesús muerto que un Jesús vivo!

En cambio, cuántas veces en nuestro camino diario necesitamos que nos digan: "¿Por qué estás buscando entre los muertos al que está vivo?" ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Y cuántas veces nosotros buscamos la vida entre las cosas muertas, entre las cosas que no pueden dar vida, entre las cosas que hoy están y mañana no estarán más. Las cosas que pasan. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?

Necesitamos escucharlo cuando nos cerramos en cualquier forma de egoísmo o de autocomplacencia; cuando nos dejamos seducir por los poderes terrenos y por las cosas de este mundo, olvidando a Dios y al prójimo; cuando ponemos nuestras esperanzas en las vanidades mundanas, en el dinero, en el éxito. Entonces la Palabra de Dios nos dice: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?" ¿Por qué estás buscando allí? Aquello no te puede dar vida, sí, quizás te dé una alegría de un minuto, de un día, de una semana, de un mes, ¿y luego? ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Esta frase debe entrar en el corazón y debemos repetirla. ¡Repitamos juntos tres veces! ¡Hagamos el esfuerzo! Todos: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? ¡Fuerte! ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Y hoy, cuando volvamos a casa digámoslo en el corazón, el silencio, pero que nos venga esta pregunta: ¿Por qué yo en la vida busco entre los muertos al que está vivo? Nos hará bien hacerlo. Si escuchamos, podemos abrirnos a Aquel que da la vida, Aquel que puede dar la verdadera esperanza. En este tiempo pascual, dejémonos nuevamente tocar por el estupor del encuentro con Cristo resucitado y vivo, por la belleza y la fecundidad de su presencia.

Pero no es fácil estar abierto a Jesús. No es evidente aceptar la vida del Resucitado y su presencia entre nosotros. El Evangelio nos hace ver las reacciones del apóstol Tomás, de María Magdalena y de los dos discípulos de Emaús: nos hace bien confrontarnos con ellos. Tomás pone una condición a la fe, pide tocar la evidencia, las llagas; María Magdalena llora, lo ve pero no lo reconoce, se da cuenta de que es Jesús sólo cuando Él la llama por su nombre; los discípulos de Emaús, deprimidos y con sentimientos de derrota, llegan al encuentro con Jesús dejándose acompañar por el misterioso viandante. ¡Cada uno por caminos diferentes! Buscaban entre los muertos al que está vivo, y fue el mismo Señor el que corrigió el rumbo. Y yo, ¿qué hago? ¿Qué camino sigo para encontrar al Cristo vivo? Él estará siempre cerca de nosotros para corregir el rumbo si nosotros nos hemos equivocado.

"¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?" (Lc 24, 5) Esta pregunta nos hace superar la tentación de mirar hacia atrás, a lo que fue ayer, y nos empuja a avanzar hacia el futuro. Jesús no está en la tumba, él es el Resucitado, el Viviente, el que siempre renueva su cuerpo que es la Iglesia y lo hace andar atrayéndolo hacia Él. "Ayer" es la tumba de Jesús y la tumba de la Iglesia, el sepulcro de la verdad y la justicia; "hoy" es la resurrección perenne a la que nos impulsa el Espíritu Santo, que nos da plena libertad.

Hoy nos dirige también a nosotros este interrogante. Tú, ¿por qué buscas entre los muertos a aquel que está vivo, tú que te cierras en ti mismo después de una derrota y tú que no tienes más fuerza para rezar? ¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo, tú que te sientes solo, abandonado por los amigos y quizás también por Dios? ¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo, tú que has perdido la esperanza y tú que te sientes prisionero de tus pecados? ¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo, tú que aspiras a la belleza, a la perfección espiritual, a la justicia, a la paz?

¡Tenemos necesidad de escuchar de nuevo y de recordarnos mutuamente la advertencia del ángel! Esta advertencia, "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?", nos ayuda a salir de nuestros espacios de tristeza y nos abre a los horizontes de la alegría y de la esperanza. Aquella esperanza que remueve las piedras de los sepulcros y anima a anunciar la Buena Nueva, capaz de generar vida nueva para los otros. Repitamos esta frase del ángel para tenerla en el corazón y en la memoria. Y después cada uno responda en silencio: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? ¡Repitámosla! ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?

Pero mirad, hermanos y hermanas, ¡Él está vivo, está con nosotros! ¡No vayamos por tantos sepulcros que hoy te prometen algo, belleza… y luego no te dan nada! ¡Él está vivo! ¡No busquemos entre los muertos al que está vivo! Gracias.

(RED/IV)


Publicado por verdenaranja @ 18:15  | Habla el Papa
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S?bado, 26 de abril de 2014

Reflexión al evangelio del domingo segundo de Pascua ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 2º de Pascua A 

 

Durante estos días de la Octava de Pascua, la Misa diaria nos ha venido presentando, en la primera lectura, algún testimonio de los apóstoles, después de Pentecostés, acerca de la Resurrección del Señor; y, en el Evangelio, alguna de las apariciones de Cristo resucitado, que trata de ayudar a los discípulos a comprender, más allá de toda duda, que, realmente,  había resucitado.

Al llegar a la Octava de Pascua, es lógico que el Evangelio nos presente la aparición del día octavo, la de Santo Tomás. La primera lectura de este domingo, en lugar del testimonio de los apóstoles, nos refiere el de toda la comunidad cristiana de Jerusalén. Es decir, nos muestra cómo vivían los primeros creyentes en la Resurrección. ¡Qué impresionante es todo!

El Evangelio nos presenta en toda su crudeza el tema de la fe. Hoy es fácil caer en la tentación de pensar que santo Tomás era malo porque no creía y nosotros, buenos, porque sí creemos. Y nos aplicamos enseguida las palabras del Señor en el Evangelio: “¡Dichosos los que crean sin haber visto!". O las de la segunda lectura: "¡No lo habéis visto y lo amáis; no lo veis y creéis en Él...!" Tendríamos más bien que preguntarnos. Yo creo, pero ¿cómo es mi fe? Porque hay distintos tipos de fe. Hay, incluso, quienes se dicen creyentes y no practicantes. Otros viven lo que se llama “la pertenencia parcial a la Iglesia”. Creen pero no en todo. En unas cosas sí y en otras no. ¿Cuál es su criterio de selección? Es muy variado. También están los que dicen que creen, pero viven y actúan como si no tuvieran fe. Y son muchos los que dicen que tienen fe, pero no se comprometen en nada en la vida de su comunidad cristiana. Tenemos, pues, que seguirnos preguntando: Yo creo; pero ¿cómo es mi fe? ¿Mi fe es convencida, segura, firme, activa, comprometida? ¿Qué razones tengo yo para creer? Porque una cosa es “creer sin ver” y otra, creer porque sí, sin motivos sólidos, sin razones. La fe se sitúa, por tanto, después de un proceso de estudio, reflexión, consulta y oración. Por eso se llama “obsequio racional”.

Se ha hecho famosa la oración de Pablo VI implorando el don de la fe. En ella pide al Señor, entre otras cosas, “una fe cierta”  Y dice: “cierta por una exterior congruencia de pruebas y por un interior testimonio del Espíritu Santo…” Pues hay que conocer esas pruebas que nos acercan a la fe. Así estaremos preparados para dar razón de nuestra esperanza a  quien nos la pidiere (1Pe 3,15).

Entonces, ¿dónde estuvo el error de Santo Tomás? En exigir demasiado. ¡La experiencia física!: “Si no veo…, si no meto la mano…, no creo”. Pero de los hechos pasados no podemos tener experiencia física. ¡Es imposible! La certeza de los hechos del pasado sólo puede conseguirse por el testimonio de otros, avalado por su rectitud de vida. Y además la fe, como virtud,  se nos infunde en el Bautismo como un don gratuito de Dios.

¡Todos los días estamos haciendo actos de fe! ¿Cómo sabe la policía quién es el ladrón si no lo ha visto robar? Por las pruebas: “Por una exterior congruencia de pruebas”. Y ¿por qué sabemos que existe Oceanía si no la hemos visto? Por el testimonio de otras personas que la han visto.

Este proceso de la fe es difícil…  Exige trabajo y esfuerzo. Lo otro es más cómodo, pero no nos sirve... Da como resultado o la pérdida de lo que nos queda de fe o una fe poco convencida, insegura…, que no tiene capacidad para impulsarnos y comprometernos en nada. Aquellos primeros cristianos que nos presenta la primera lectura de hoy, estaban muy comprometidos. ¡Muy seguros tenían que estar ellos de su fe para actuar así! 

Si la fe es, por encima de todo, don de Dios, como he comentado antes, tenemos que pedirla con frecuencia y constancia, diciendo, por ejemplo, con el Papa Pablo VI: “Señor, yo creo; yo quiero creer en ti…”

                                                

                                                 ¡FELIZ PASCUA! ¡FELIZ DÍA 


Publicado por verdenaranja @ 21:02  | Espiritualidad
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Comentario a la liturgia dominical por el  P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).  (Zenit.org)

Segundo domingo de Pascua

 Ciclo A

Textos: Hechos 2, 42-47; 1 Pe 1, 3-9; Jn 20, 19-31

Idea principal: A este día san Juan Pablo II, cuya canonización hoy la Iglesia proclamó, llamó el domingo de la Misericordia, porque del corazón de Jesús lleno de ternura brotaron estos dones como rayos y reflejos de su Resurrección: la paz, los sacramentos y la última bienaventuranza donde Cristo nos confirma la fe en quienes creemos en Él (segunda lectura) y en quienes sufren las dudas del apóstol Tomás (evangelio).

Resumen del mensaje: con la celebración del presente domingo de la Misericordia concluimos la Octava de Pascua, es decir, de esta semana que la Iglesia nos invitó a considerar como un solo Día: “el Día en el cual actuó el Señor”. El evangelio de hoy nos relata la aparición de Jesús Misericordioso a sus discípulos, el día mismo de su resurrección, en que les derramó y confió el tesoro de su Paz y de sus Sacramentos, y confirmó nuestra fe y la fe de todos los “Tomases” del mundo que están llenos de dudas y con ansias de certezas (evangelio). Esa paz nos llevará después a vivir mejor la Eucaristía, a rezar con más fervor y practicar la caridad con nuestros hermanos (primera lectura).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, Cristo Misericordioso y Resucitado nos da su Paz, en hebrero Shalom (שלום), que significa un deseo de salud, armonía, paz interior, calma y tranquilidad para aquel o aquellos a quienes está dirigido el saludo. Paz como bienestar entre las personas, las naciones, y entre Dios y el hombre. Los apóstoles la habían perdido, después de la muerte de Cristo en el Calvario. Estaban realmente con la paz, la fe y la esperanza quebradas. Esa oscura turbación de los discípulos se ve disipada por la luz de la victoria del Señor, que llena sus corazones de serenidad y de alegría. San Agustín definía la paz como “la tranquilidad del orden”. Y puesto que hay un doble orden, el imperfecto de la tierra y el acabado del cielo, hay también una doble paz: la de la peregrinación y la de la patria. La insistencia de esta palabra “paz” en el Canon Romano de la misa es clara: la Iglesia ha recibido la misión de extender hasta los confines del mundo la paz de Cristo Resucitado y Misericordioso.

En segundo lugar, Cristo ya nos había regalado el Jueves Santo el sacramento de la Eucaristía. Ahora, de su corazón misericordioso saca este otro tesoro: el sacramento de la Reconciliación. Cristo envía a sus apóstoles con la misión de prolongar la suya propia: perdonar los pecados. La paz con Dios y con nuestros hermanos, don primero que comentamos, se perdió por culpa del pecado. Con el sacramento de la Reconciliación recuperamos esa paz que rompimos con el pecado. La Iglesia, después de la Resurrección de Cristo, es el instrumento mediante el cual el Señor va reduciendo todo bajo la soberanía de su reinado, el instrumento por el que se comunica la gracia divina, cuyo cauce ordinario son los sacramentos, ordenados a la reconciliación de los hombres con Dios, mediante la conversión.

Finalmente, otro de los regalos de la Resurrección de Jesús fue la confirmación de nuestra fe. La fe en la resurrección de Cristo es la verdad fundamental de nuestra salvación. “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe…Todavía estáis en vuestros pecados”, dirá san Pablo. A la luz de la Resurrección cobran luminosidad todos los misterios que Dios nos ha revelado y confiado.

Para reflexionar: ¿experimentamos con frecuencia la paz de Dios a través de la Reconciliación sacramental? ¿Por qué dudamos con frecuencia de Dios y de su amor misericordioso? ¿Está firme nuestra feen Cristo Resucitado?

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


Publicado por verdenaranja @ 20:56  | Espiritualidad
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DOMINGO II DE PASCUA A                 

 MONICIONES

 

 

PRIMERA LECTURA

La primera Lectura responde a este interrogante fundamental: ¿Cómo vivían los primeros cristianos, es decir, los primeros creyentes en la Resurrección de Jesucristo? Escuchemos con atención.

 

SALMO

        Como respuesta a la Palabra de Dios que hemos escuchado, proclamamos nuestra alegría de celebrar el día en que actuó el Señor.

 

SEGUNDA LECTURA

        Comenzamos hoy la lectura de la primera carta de S. Pedro, que escucharemos durante los domingos de Pascua.

        El apóstol nos hace mirar con alegría y gratitud  hacia los frutos de la muerte y resurrección del Señor, y nos invita a vivir con alegría, aún en medio de las mayores dificultades.    

 

TERCERA LECTURA     

        La narración de la aparición de Jesucristo resucitado a los discípulos a los ocho días de la Resurrección, constituye, como es lógico,  el Evangelio propio de la Octava de Pascua

        Acojamos al Señor cantando  gozosos  el aleluya.

 

COMUNIÓN

        Nuestra fe confiesa que en la Comunión recibimos a Jesucristo vivo, glorioso, resucitado. Pidámosle que fortalezca y avive nuestra fe, de modo que, como los primeros cristianos, seamos constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.


Publicado por verdenaranja @ 20:50  | Liturgia
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Lunes, 21 de abril de 2014

Meditación del arzobispo de San Cristóbal de Las Casas (Zenit.org)

Las llagas de Jesús

Por Felipe Arizmendi Esquivel

VER

Durante la Semana Santa, en muchos lugares se organizan representaciones de la Pasión de Jesús y los actores se esfuerzan por reflejar algo de lo que El sufrió. Hay penitentes que llagan su cuerpo para cumplir una “manda”, o para seguir una tradición. En Filipinas, algunos son cruelmente clavados en una cruz. Unas personas se conmueven hasta las lágrimas. Las televisoras compiten por transmitir escenas de los diversos lugares donde se llevan a cabo estas escenificaciones, algunas en plan más bien turístico y cultural, que netamente religioso.

El Viernes Santo, durante la adoración de la cruz, pasamos a besar la imagen del crucificado, en señal de agradecimiento por todo lo que Jesús padeció por nosotros, venerando sus llagas en los pies, en el costado, o en sus manos. Y nos sentimos bien.

Para muchos otros, esto les es indiferente. Es el único tiempo que tienen para vacacionar y lo aprovechan al máximo, sin organizarse para orar, meditar y participar en las celebraciones.

PENSAR

Lo más preocupante es que las llagas vivas de Jesús en los pobres y en todos los que sufren, nos pueden pasar inadvertidas. Es sentimentalmente bonito recordar los dolores de Jesús, pero podemos quedarnos en un sentimiento referente al pasado, sin nada de actualidad, siendo que El sigue sufriendo en todos cuantos se sienten olvidados, traicionados, ofendidos, adoloridos. Hay tantos enfermos abandonados, tantos presos sin quien les dé una mano, tantos migrantes exprimidos, tantos jóvenes incomprendidos, tantos esposos que sufren en el alma por la infidelidad del cónyuge. Y amar y adorar a Jesús es condolernos de estas llagas vivas y hacer cuanto podamos por aliviarlas.

Al respecto, el Papa Francisco nos dice:"El camino hacia el encuentro con Jesús-Dios, son las llagas. No hay otro. En la historia de la Iglesia han habido algunos errores en el camino hacia Dios. Algunos creyeron que al Dios viviente, al Dios de los cristianos, podemos alcanzarlo por el camino de la meditación, y elevarse más a través de la meditación. Eso es peligroso. Cuántos se pierden en ese camino y no llegan. Llegan sí, tal vez, al conocimiento de Dios, pero no de Jesucristo, Hijo de Dios, la segunda Persona de la Trinidad. A aquello no llegan. Es el camino de los gnósticos.

Hay otros que pensaban que para llegar a Dios hay que ser mortificado y austero, y han elegido el camino de la penitencia: solo la penitencia y el ayuno. Y estos ni siquiera llegaron al Dios vivo, Jesucristo. Son los pelagianos, que creen que lo pueden conseguir con su esfuerzo. Pero Jesús nos dice que la manera de conocerlo es encontrar sus heridas.

Y las heridas de Jesús las encuentras haciendo las obras de misericordia con tu hermano llagado, porque tiene hambre, tiene sed, está desnudo, está humillado, es un esclavo, porque está en la cárcel, en el hospital. Esas son las llagas de Jesús hoy. Y Jesús nos invita a tener un acto de fe en Él, pero a través de estas llagas. Tenemos que tocar las llagas de Jesús, debemos acariciar las llagas de Jesús, curar las llagas de Jesús con ternura, tenemos que besar las heridas de Jesús, y esto de modo literal. Pensemos qué pasó con san Francisco, cuando abrazó al leproso. Lo mismo que a Tomás: ¡Su vida cambió! Para tocar al Dios vivo no hay necesidad de hacer un curso de actualización, sino entrar en las llagas de Jesús, y para ello solo hay que salir a la calle” (3 julio 2013).

ACTUAR

Quizá tú y yo hemos causado llagas a alguien de la familia, a una amistad, a un compañero de trabajo o de escuela, a un vecino. A veces lo hacemos sin pensar, sin querer, sin una intención explícita de herir; sin embargo, el efecto es el mismo: hacemos sufrir, causamos un daño. Es necesario reconocerlo con humildad y pedir perdón, para sanar la herida que provocamos.

Observa a tu alrededor y verás a muchas personas llagadas, que sufren por distintos motivos, se sienten solas y sin un apoyo cercano. No pases indiferente ante ellas. Acércate, platica, pregunta qué les pasa y analiza si puedes hacer algo. Quizá no les resuelvas todo su problema, pero al menos puedes disminuirle las heridas. Tu amor hace más llevadera su cruz.


Publicado por verdenaranja @ 22:07  | Hablan los obispos
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En el llamado “Lunes del Ángel”, el papa Francisco rezó al mediodía del 21 de ABril de 2014 la oración mariana del regina coeli, que sustituye en este tiempo pascual a la antífona del ángelus, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro. Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice argentino les dijo: (Zenit.org)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
¡Feliz Pascua! "¡Christos Anesti! - ¡Alethos anesti!", "¡Cristo ha resucitado! - ¡Verdaderamente ha resucitado!" ¡Está entre nosotros aquí!, en la plaza. En esta semana podemos seguir intercambiando el saludo pascual, como si se tratara de un único día. Es el gran día que ha hecho el Señor.

El sentimiento dominante que trasluce en los relatos evangélicos de la resurrección es la alegría llena de asombro; un estupor grande, la alegría que viene desde adentro; y en la liturgia revivimos el estado de ánimo de los discípulos por la noticia que las mujeres habían dado: ¡Jesús ha resucitado! Nosotros lo hemos visto.

Dejemos que esta experiencia, impresa en el Evangelio, se imprima también en nuestros corazones y se vea en nuestra vida. Dejemos que el estupor gozoso del Domingo de Pascua se irradie en los pensamientos, miradas, actitudes, gestos y palabras... Ojalá seamos tan luminosos. ¡Pero esto no es un maquillaje! Viene desde dentro, de un corazón sumergido en la fuente de esta alegría, como el de María Magdalena, que lloró por la pérdida de su Señor y no creía a sus ojos viéndolo resucitado. Quien realiza esta experiencia se convierte en un testigo de la resurrección, porque en cierto sentido ha resucitado él mismo, ha resucitado ella misma. Entonces es capaz de llevar un "rayo" de la luz del Resucitado en las diferentes situaciones: en las felices, haciéndolas más bellas y preservándolas del egoísmo; en las dolorosas, llevando serenidad y esperanza.

En esta semana, nos hará bien tomar el libro del Evangelio y leer aquellos capítulos que hablan de la resurrección de Jesús; nos hará tanto bien tomar el libro y buscar los capítulos y leer aquello. También nos hará bien, en esta semana, pensar en la alegría de María, la Madre de Jesús. Como su dolor ha sido tan íntimo, tanto que le traspasó su alma, del mismo modo su alegría ha sido íntima y profunda, y de ella los discípulos podían extraer. Habiendo pasado a través de la experiencia de la muerte y de la resurrección de su Hijo, vistas, en la fe, como la expresión suprema del amor de Dios, y el corazón de María se ha convertido en una fuente de paz, de consuelo, de esperanza, de misericordia. Todas las prerrogativas de nuestra Madre derivan de aquí, de su participación en la Pascua de Jesús. Desde la mañana del viernes hasta la mañana del domingo, Ella no ha perdido la esperanza: la hemos contemplado como Madre de los dolores, pero, al mismo tiempo, como Madre llena de esperanza. Ella, la Madre de todos los discípulos, la Madre de la Iglesia y Madre de esperanza.

A Ella, testigo silencioso de la muerte y de la resurrección de Jesús, le pedimos que nos introduzca en la alegría pascual. Lo haremos con el rezo del regina coeli, que en el tiempo pascual sustituye la oración del ángelus.

Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del regina coeli. Y al concluir la plegaria, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Papa:

Dirijo un cordial saludo a todos vosotros, queridos peregrinos venidos de Italia y de varios países para participar en este encuentro de oración.

Acordaos esta semana de tomar el Evangelio y buscar los capítulos en donde se habla de la resurrección de Jesús y de leer cada día un fragmento de aquellos capítulos. Nos hará bien en esta semana de la resurrección de Jesús.

A cada uno le expreso el deseo de pasar en la alegría y la serenidad este Lunes del Ángel, en el que se prolonga la alegría de la resurrección de Cristo.

Francisco concluyó su intervención diciendo:

¡Feliz y santa Pascua a todos, buen almuerzo y hasta pronto!


Publicado por verdenaranja @ 22:03  | Habla el Papa
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A las 12.00 del domigo, 20 de abril de 2014, desde la Loggia central de la Basílica Vaticana, el Santo Padre Francisco ha dirigido a los fieles presentes en la Plaza de San Pedro y a cuantos lo escuchen por radio y televisión y las nuevas tecnologías de comunicación, el Mensaje y la felicitación pascual que publicamos a continuación. (Zenit.org)

Queridos hermanos y hermanas, Feliz y santa Pascua.

El anuncio del ángel a las mujeres resuena en la Iglesia esparcida por todo el mundo: «Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí. Ha resucitado... Venid a ver el sitio donde lo pusieron».

Esta es la culminación del Evangelio, es la Buena Noticia por excelencia: Jesús, el crucificado, ha resucitado. Este acontecimiento es la base de nuestra fe y de nuestra esperanza: si Cristo no hubiera resucitado, el cristianismo perdería su valor; toda la misión de la Iglesia se quedaría sin brío, pues desde aquí ha comenzado y desde aquí reemprende siempre de nuevo. El mensaje que los cristianos llevan al mundo es este: Jesús, el Amor encarnado, murió en la cruz por nuestros pecados, pero Dios Padre lo resucitó y lo ha constituido Señor de la vida y de la muerte. En Jesús, el Amor ha vencido al odio, la misericordia al pecado, el bien al mal, la verdad a la mentira, la vida a la muerte.

Por esto decimos a todos: «Venid y veréis». En toda situación humana, marcada por la fragilidad, el pecado y la muerte, la Buena Nueva no es sólo una palabra, sino un testimonio de amor gratuito y fiel: es un salir de sí mismo para ir al encuentro del otro, estar al lado de los heridos por la vida, compartir con quien carece de lo necesario, permanecer junto al enfermo, al anciano, al excluido... «Venid y veréis»: El amor es más fuerte, el amor da vida, el amor hace florecer la esperanza en el desierto.

Con esta gozosa certeza, nos dirigimos hoy a ti, Señor resucitado.

Ayúdanos a buscarte para que todos podamos encontrarte, saber que tenemos un Padre y no nos sentimos huérfanos; que podemos amarte y adorarte.

Ayúdanos a derrotar el flagelo del hambre, agravada por los conflictos y los inmensos derroches de los que a menudo somos cómplices.

Haz nos disponibles para proteger a los indefensos, especialmente a los niños, a las mujeres y a los ancianos, a veces sometidos a la explotación y al abandono.

Haz que podamos curar a los hermanos afectados por la epidemia de Ébola en Guinea Conakry, Sierra Leona y Liberia, y a aquellos que padecen tantas otras enfermedades, que también se difunden a causa de la incuria y de la extrema pobreza.

Consuela a todos los que hoy no pueden celebrar la Pascua con sus seres queridos, por haber sido injustamente arrancados de su afecto, como tantas personas, sacerdotes y laicos, secuestradas en diferentes partes del mundo.

Conforta a quienes han dejado su propia tierra para emigrar a lugares donde poder esperar en un futuro mejor, vivir su vida con dignidad y, muchas veces, profesar libremente su fe.

Te rogamos, Jesús glorioso, que cesen todas las guerras, toda hostilidad pequeña o grande, antigua o reciente.

Te pedimos por Siria: la amada Siria, que cuantos sufren las consecuencias del conflicto puedan recibir la ayuda humanitaria necesaria; que las partes en causa dejen de usar la fuerza para sembrar muerte, sobre todo entre la población inerme, y tengan la audacia de negociar la paz, tan anhelada desde hace tanto tiempo.

Jesús glorioso, te rogamos que consueles a las víctimas de la violencia fratricida en Irak y sostengas las esperanzas que suscitan la reanudación de las negociaciones entre israelíes y palestinos.

Te invocamos para que se ponga fin a los enfrentamientos en la República Centroafricana, se detengan los atroces ataques terroristas en algunas partes de Nigeria y la violencia en Sudán del Sur.

Y te pedimos por Venezuela, para que los ánimos se encaminen hacia la reconciliación y la concordia fraterna.

Que port u resurrección, que este año celebramos junto con las iglesias que siguen el calendario juliano, te pedimos que ilumines e inspires iniciativas de paz los esfuerzos en Ucrania, para que todas las partes implicadas, apoyadas por la Comunidad internacional, lleven a cabo todo esfuerzo para impedir la violencia y construir, con un espíritu de unidad y diálogo, el futuro del País. Que como hermanos puedan hoy cantar Xphctoc Boc9pec.

Te rogamos, Señor, por todos los pueblos de la Tierra: Tú, que has vencido a la muerte, concédenos tu vida, danos tu paz. "Christus surrexit, venite et videte!" Queridos hermanos y hermanas, feliz Pascua.

Tras la bendición, el Santo Padre ha añadido:

Renuevo mi felicitación pascual a todos los que, llegados desde todas las partes del mundo, os habéis reunido en esta Plaza. Hago extensiva esta felicitación pascual a cuantos se unen a nosotros a través de los medios de comunicación social. Llevad a vuestras familias y a vuestras comunidades la alegre noticia de que Cristo nuestra paz y nuestra esperanza ha resucitado.

Gracias por vuestra presencia, por vuestra oración y por vuestro testimonio de fe. Un recuerdo particular y agradecido por el regalo de las bellísimas flores, que vienen de Holanda. Buena Pascua a todos.


Publicado por verdenaranja @ 21:58  | Habla el Papa
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Domingo, 20 de abril de 2014

Texto completo de la homilí­a del Santo Padre en la Vigilia Pascual  2014: (Zenit.org)

 

 El Evangelio de la resurrección de Jesucristo comienza con el ir de las mujeres hacia el sepulcro, temprano en la mañana del día después del sábado. Se dirigen a la tumba, para honrar el cuerpo del Señor, pero la encuentran abierta y vacía. Un ángel poderoso les dice: «Vosotras no temáis», y les manda llevar la noticia a los discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea» . Las mujeres se marcharon a toda prisa y, durante el camino, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán». No tengais miedo, no temais, no temais. Es la voz que anima a abrir el corazón para recibir este anuncia porque después de la muerte del Maestro, los discípulos se habían dispersado; su fe se deshizo, todo parecía que había terminado, derrumbadas las certezas, muertas las esperanzas. Pero entonces, aquel anuncio de las mujeres, aunque increíble, se presentó como un rayo de luz en la oscuridad. La noticia se difundió: Jesús ha resucitado, como había dicho... Y también el mandato de ir a Galilea; las mujeres lo habían oído por dos veces, primero del ángel, después de Jesús mismo: «Que vayan a Galilea; allí me verán». No temáis e id a Galilea. Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo empezó. Volver al lugar de la primera llamada. Volver allí, volver al lugar de la primera llamada. Jesús pasó por la orilla del lago, mientras los pescadores estaban arreglando las redes. Los llamó, y ellos lo dejaron todo y lo siguieron.

Volver a Galilea quiere decir releer todo a partir de la cruz y de la victoria. Sin miedo, no temais. Releer todo: la predicación, los milagros, la nueva comunidad, los entusiasmos y las defecciones, hasta la traición; releer todo a partir del final, que es un nuevo comienzo, de este acto supremo de amor.

También para cada uno de nosotros hay una «Galilea» en el comienzo del camino con Jesús. «Ir a Galilea» tiene un significado bonito, significa para nosotros redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana. Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto incandescente en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino. Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a mis hermanos y hermanas. Con esta chispa se enciende una alegría humilde, una alegría que no ofende el dolor y la desesperación, una alegría buena y serena.

En la vida del cristiano, después del bautismo, hay otra Galilea, hay también una «Galilea» más existencial: la experiencia del encuentro personal con Jesucristo, que me ha llamado a seguirlo y participar en su misión. En este sentido, volver a Galilea significa custodiar en el corazón la memoria viva de esta llamada, cuando Jesús pasó por mi camino, me miró con misericordia, me pidió de seguirlo; ir a Galilea significa recuperar la memoria de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos, el momento en que me hizo sentir que me amaba.

Hoy, en esta noche, cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Cuál es mi Galilea? Hacer memoria, ir atrás ¿Dónde está mi Galilea? ¿La recuerdo? ¿La he olvidado? Búscala y la encontrarás, allí te espera el Señor. He andado por caminos y senderos que me la han hecho olvidar. Señor, ayúdame: dime cuál es mi Galilea; sabes, yo quiero volver allí para encontrarte y dejarme abrazar por tu misericordia. No tener miedo, no temer. Volved a Galilea.

El evangelio de Pascua es claro: es necesario volver allí, para ver a Jesús resucitado, y convertirse en testigos de su resurrección. No es un volver atrás, no es una nostalgia. Es volver al primer amor, para recibir el fuego que Jesús ha encendido en el mundo, y llevarlo a todos, a todos los extremos de la tierra.

«Galilea de los gentiles»: horizonte del Resucitado, horizonte de la Iglesia; deseo intenso de encuentro... ¡Pongámonos en camino!


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Reflexión completa del Padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia en la Pasión del Señor del Viernes Santo 2014: (Zenit.org)

Estaba también con ellos Judas, el traidor

Dentro de la historia divino-humana de la pasión de Jesús hay muchas pequeñas historias de hombres y de mujeres que han entrado en el radio de su luz o de su sombra. La más trágica de ellas es la de Judas Iscariote. Es uno de los pocos hechos atestiguados, con igual relieve, por los cuatro evangelios y por el resto del Nuevo Testamento. La primitiva comunidad cristiana reflexionó mucho sobre el asunto y nosotros haríamos mal a no hacer lo mismo. Tiene mucho que decirnos.

Judas fue elegido desde la primera hora para ser uno de los doce. Al insertar su nombre en la lista de los apóstoles, el 'evangelista Lucas escribe: «Judas Iscariote que se convirtió (egeneto) en el traidor» (Lc 6, 16). Por lo tanto, Judas no había nacido traidor y no lo era en el momento de ser elegido por Jesús; ¡llegó a serlo! Estamos ante uno de los dramas más sonbríos de la libertad humana.

¿Por qué llegó a serlo? En años no lejanos, cuando estaba de moda la tesis del Jesús «revolucionario», se trató de dar a su gesto motivaciones ideales. Alguien vio en su sobrenombre de «Iscariote» una deformación de «sicariote», es decir, perteneciente al grupo de los zelotas extremistas que actuaban como «sicarios» contra los romanos; otros pensaron que Judas estaba decepcionado por la manera en que Jesús llevaba adelante su idea de «reino de Dios» y que quería forzarle para que actuara también en el plano político contra los paganos. Es el Judas del célebre musical «Jesucristo Superstar» y de otros espectáculos y novelas recientes. Un Judas que se aproxima a otro célebre traidor del propio bienhechor: ¡Bruto que mató a Julio César para salvar la República!

Son todas construcciones que se deben respetar cuando revisten alguna dignidad literaria o artística, pero no tienen ningún fundamento histórico. Los evangelios —las únicas fuentes fiables que tenemos sobre el personaje— hablan de un motivo mucho más a ras de tierra: el dinero. A Judas se le confió la bolsa común del grupo; con ocasión de la unción de Betania había protestado contra el despilfarro del perfume preciosos derramado por María sobre los pies de Jesús, no porque le importaran de pobres —hace notar Juan—, sino porque "era un ladrón y, puesto que tenía la caja, cogía lo que echaban dentro» (Jn 12,6). Su propuesta a los jefes de los sacerdotes es explícita: «¿Cuanto estáis dispuestos a darme, si os lo entrego? Y ellos fijaron treinta siclos de plata» (Mt 26, 15).

* * *

Pero ¿por qué extrañarse de esta explicación y encontrarla demasiado banal? ¿Acaso no ha sido casi siempre así en la historia y no es todavía hoy así? Mammona, el dinero, no es uno de tantos ídolos; es el ídolo por antonomasia; literalmente, «el ídolo de metal fundido» (cf. Éx 34,17). Y se entiende el porqué. ¿Quién es, objetivamente, si no subjetivamente (es decir en los hechos, no en las intenciones), el verdadero enemigo, el competidor de Dios, en este mundo? ¿Satanás? Pero ningún hombre decide servir, sin motivo, a Satanás. Quién lo hace, lo hace porque cree obtener de él algún poder o algún beneficio temporal. Jesús nos dice claramente quién es, en los hechos, el otro amo, al anti-Dios: «Nadie puede servir a dos amos: no podéis servir a Dios y a Mammona» (Mt 6,24). El dinero es el «Dios visible»[1], a diferencia del Dios verdadero que es invisible.

Mammona es el anti-dios porque crea un universo espiritual alternativo, cambia el objeto a las virtudes teologales. Fe, esperanza y caridad ya no se ponen en Dios, sino en el dinero. Se opera una siniestra inversión de todos los valores. «Todo es posible para el que cree», dice la Escritura (Mc 9,23); pero el mundo dice: «Todo es posible para quien tiene dinero». Y, en un cierto nivel, todos los hechos parecen darle la razón.

«El apego al dinero —dice la Escritura— es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10). Detrás de cada mal de nuestra sociedad está el dinero o, al menos, está también el dinero. Es el Moloch de bíblica memoria, al que se le inmolaban jóvenes y niñas (cf. Jer 32,35), o el dios Azteca, al que había que ofrecer diariamente un cierto número de corazones humanos. ¿Qué hay detrás del comercio de la droga que destruye tantas vidas humanas, detrás del fenómeno de la mafia y de la camorra, la corrupción política, la fabricación y el comercio de armas, e incluso —cosa que resulta horrible decir— a la venta de órganos humanos extirpados a niños? Y la crisis financiera que el mundo ha atravesado y este país aún está atravesando, ¿no es debida en buena parte a la «detestable codicia de dinero», la auri sagrada fames[2], por parte de algunos pocos? Judas empezó sustrayendo algún dinero de la caja común. ¿No dice esto nada a algunos administradores del dinero público?

Pero, sin pensar en estos modos criminales de acumular dinero, ¿no es ya escandaloso que algunos perciban sueldos y pensiones cien veces superiores a los de quienes trabajan en sus dependencias y que levanten la voz en cuanto se apunta la posibilidad de tener que renunciar a algo, de cara a una mayor justicia social?

En los años 70 y 80, para explicar, en Italia, los repentinos cambios políticos, los juegos ocultos de poder, el terrorismo y los misterios de todo tipo que afligían a la convivencia civil, se fue afirmando la idea, casi mítica, la existencia de un «gran Anciano»: un personaje espabiladísmo y poderoso, que por detrás de los bastidores habría movido fila los hilos de todo, para fines que sólo él conocía. Este «gran Anciano» existe realmente, no es un mito; ¡se llama Dinero!

Como todos los ídolos, el dinero es «falso y mentiroso»: promete la seguridad y, sin embargo, la quita; promete libertad y, en cambio, la destruye. San Francisco de Asís describe, con una severidad inusual en él, el final de una persona que vivió sólo para aumentar su «capital». Se aproxima la muerte; se hace venir al sacerdote. Éste pide al moribundo: «¿Quieres el perdón de todos tus pecados?» , y él responde que sí. Y el sacerdote: «Estás dispuesto a satisfacer los errores cometidos, devolviendo las cosas que has estafado a otros?» Y él: «No puedo». «¿Por qué no puedes?» «Porque ya he dejado todo en manos de mis parientes y amigos». Y así él muere impenitente y apenas muerto los parientes y amigos dicen entre sí: «¡Maldita alma la suya! Podía ganar más y dejárnoslo, y no lo ha hecho!"[3]

Cuántas veces, en estos tiempos, hemos tenido que repensar ese grito dirigido por Jesús al rico de la parábola que había almacenado bienes sin fin y se sentía al seguro para el resto de la vida: «Insensato, esta misma noche se te pedirá el alma; y lo que has preparado, ¿de quién será?» (Lc 12,20)! Hombres colocados en puestos de responsabilidad que ya no sabían en qué banco o paraíso fiscal almacenar los ingresos de su corrupción se encontraron en el banquillo de los imputados, o en la celda de una prisión, precisamente cuando estaban para decirse a sí mismos: «Ahora gózate, alma mía». ¿Para quién lo han hecho? ¿Valía la pena? ¿Han hecho realmente el bien de los hijos y la familia, o del partido, si es eso lo que buscaban? ¿O más bien se han arruinado a sí mismos y alos demás?

* * *

La traición de Judas continua en la historia y el traicionado es siempre él, Jesús. Judas vendió al jefe, sus imitadores venden su cuerpo, porque los pobres son miembros de Cristo, lo sepan o no. «Todo lo que hagáis con uno solo de estos mis hermanos más pequeños, me lo habéis hecho a mí» (Mt 25,40). Pero la traición de Judas no continúa sólo en los casos clamorosos que he mencionado. Pensarlo sería cómodo para nosotros, pero no es así. Ha permanecido famosa la homilía que tuvo en un Jueves Santo don Primo Mazzolari sobre «Nuestro hermano Judas». "Dejad —decía a los pocos feligreses que tenía delante—, que yo piense por un momento al Judas que tengo dentro de mí, al Judas que quizás también vosotros tenéis dentro».

Se puede traicionar a Jesús también por otros géneros de recompensa que no sean los treinta denarios de plata. Traiciona a Cristo quien traiciona a su esposa o a su marido. Traiciona a Jesús el ministro de Dios infiel a su estado, o quien, en lugar de apacentar el rebaño que se la confiado se apacienta a sí mismo. Traiciona a Jesús todo el que traiciona su conciencia. Puedo traicionarlo yo también, en este momento —y la cosa me hace temblar— si mientras predico sobre Judas me preocupo de la aprobación del auditorio más que de participar en la inmensa pena del Salvador. Judas tenía un atenunante que yo no tengo. Él no sabía quién era Jesús, lo consideraba sólo «un hombre justo»; no sabía que era el hijo de Dios, como lo sabemos nosotros.

Como cada año, en la inminencia de la Pascua, he querido escuchar de nuevo la «Pasión según san Mateo», de Bach. Hay un detalle que cada vez me hace estremecerme. En el anuncio de la traición de Judas, allí todos los apóstoles preguntan a Jesús: «¿Acaso soy yo, Señor?» «Herr, bin ich’s?» Sin embargo, antes de escuchar la respuesta de Cristo, anulando toda distancia entre acontecimiento y su conmemoración, el compositor inserta una coral que comienza así: «¡Soy yo, soy yo el traidor! ¡Yo debo hacer penitencia!», «Ich bin's, ich sollte büßen». Como todas las corales de esa ópera, expresa los sentimientos del pueblo que escucha; es una invitación para que también nosotros hagamos nuestra confesión del pecado.

* * *

El Evangelio describe el fin horrible de Judas: «Judas, que lo había traicionado, viendo que Jesús había sido condenado, se arrepintió, y devolvió los treinta siclos de plata a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos, diciendo: He pecado, entregándoos sangre inocente. Pero ellos dijeron: ¿Qué nos importa? Ocúpate tú. Y él, arrojados los siclos en el templo, se alejó y fue a ahocarse» (Mt 27, 3-5). Pero no demos un juicio apresurado. Jesús nunca abandonó a Judas y nadie sabe dónde cayó en el momento en que se lanzó desde el árbol con la soga al cuello: si en las manos de Satanás o en las de Dios. ¿Quién puede decir lo que pasó en su alma en esos últimos instantes? «Amigo», fue la última palabra que le dirigió Jesús y él no podía haberla olvidado, como no podía haber olvidado su mirada.

Es cierto que, hablando de sus discípulos, al Padre Jesús había dicho de Judas: «Ninguno de ellos se ha perdido, excepto el hijo de la perdición» (Jn 17,12), pero aquí, como en tantos otros casos, él habla en la perspectiva del tiempo no de la eternidad; la envergadura del hecho basta por sí sola, sin pensar en un fracaso eterno, para explicar la otra tremenda palabra dicha de Judas: «Mejor hubiera sido para ese hombre no haber nacido» (Mc 14,21). El destino eterno de la criatura es un secreto inviolable de Dios. La Iglesia nos asegura que un hombre o una mujer proclamados santos están en la bienaventuranza eterna; pero de nadie sabe ella misma que esté en el infierno.

Dante Alighieri, que, en la Divina Comedia, sitúa a Judas en lo profundo del infierno, narra la conversión en el último instante de Manfredi, hijo de Federico II y rey de Sicilia, al que todos en su tiempo consideraban condenado porque murió excomulgado Herido de muerte en batalla, él confía al poeta que, en el último instante de vida, se rindió llorando a quien «perdona de buen grado» y desde el Purgatorio envía a la tierra este mensaje que vale también para nosotros:

Abominables mis pecados fueron

mas tan gran brazo tiene la bondad

infinita, que acoge a quien la implora [4].

* * *

He aquí a lo que debe empujarnos la historia de nuestro hermano Judas: a rendirnos a aquel que perdona gustosamente, a arrojarnos también nosotros en los brazos abiertos del crucificado. Lo más grande en el asunto de Judas no es su traición, sino la respuesta que Jesús da. Él sabía bien lo que estaba madurando en el corazón de su discípulo; pero no lo expone, quiere darle la posibilidad hasta el final de dar marcha atrás, casi lo protege. Sabe a lo que ha venido, pero no rechaza, en el huerto de los olivos, su beso helado e incluso lo llama amigo (Mt 26,50). Igual que buscó el rostro de Pedro tras la negación para darle su perdón, ¡quién sabe como habrá buscado también el de Judas en algún momento de su vía crucis! Cuando en la cruz reza: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34), no excluye ciertamente de ellos a Judas.

¿Qué haremos, pues, nosotros? ¿A quién seguiremos, a Judas o a Pedro? Pedro tuvo remordimiento de lo que había hecho, pero también Judas tuvo remordimiento, hasta el punto que gritó: «¡He traicionado sangre inocente!» y restituyó los treinta denarios. ¿Dónde está, entonces, la diferencia? En una sola cosa: Pedro tuvo confianza en la misericordia de Cristo, ¡Judas no! El mayor pecado de Judas no fue haber traicionado a Jesús, sino haber dudado de su misericordia.

Si lo hemos imitado, quien más quien menos, en la traición, no lo imitemos en esta falta de confianza suya en el perdón. Existe un sacramento en el que es posible hacer una experiencia segura de la misericordia de Cristo: el sacramento de la reconciliación. ¡Qué bello es este sacramento! Es dulce experimentar a Jesús como maestro, como Señor, pero aún más dulce experimentarlo como Redentor: como aquel que te saca fuera del abismo, como a Pedro del mar, que te toca, como hizo con el leproso, y te dice: «¡Lo quiero, queda curado!» (Mt 8,3).

La confesión nos permite experimentar sobre nosotros lo que la Iglesia canta la noche de Pascua en el Exultet: «Oh, feliz culpa, que mereció tal Redentor!» Jesús sabe hacer, de todas las culpas humanas, una vez que nos hemos arrepentidos, «felices culpas», culpas que ya no se recuerdan si no por haber sido ocasión de experiencia de misericordia y de ternura divinas!

Tengo un deseo que hacerme y haceros a todos, Venerables Padres, hermanos y hermanas: que la mañana de Pascua podamos levantarnos y oír resonar en nuestro corazón las palabras de un gran converso de nuestro tiempo:

«Dios mío, he resucitado y estoy aún contigo!

Dormía y estaba tumbado como un muerto en la noche.

Dijiste: «¡Hágase la luz! ¡Y yo me desperté como se lanza un grito! [...]

Padre mío que me has generado antes de la aurora, estoy en tu presencia.

Mi corazón está libre y la boca pelada, cuerpo y espíritu estoy en ayunas.

Estoy absuelto de todos los pecados, que confesé uno a uno.

El anillo nupcial está en mi dedo y mi rostro está limpio.

Soy como un ser inocente en la gracia que me has concedido»[5].

Este puede hacer de nosotros la Pascua de Cristo.

Traducido del original italiano por Pablo Cervera Barranco

[1] W. Shakespeare, Timón de Atenas, acto IV, escena 3.

[2] Virgilio, Eneida, 3,56-57

[3] Cf. S. Francisco, Lettera a tutti i fedeli 12 (Fonti Francescane, 205).

[4] Purgatorio, III, 118-123 (Traducción de Luis Martínez de Merlo).

[5] P. Claudel, Prière pour le Dimanche matin, en Œuvres poétiques (Gallimard, París 1967) 377.


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Comentario a la liturgia de la vigilia pascual 2014  por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)

Ciclo A Textos: Gn 1, 1-2,2; Gn 22, 1-18; Ex 14, 15-15,1; Is 54, 5-14; Is 55, 1-11; Bar 3, 9-15.32-4,4; Ez 36, 16-28; Rom 6, 3-11; Mt 28, 1-10

Idea principal: Cristo Resucitado nos inunda con su Luz y Fuego, ahuyentando la oscuridad de nuestros pecados; se hace Palabra, recordándonos la historia de la salvación; nos invita a lavarnos y purificarnos con el agua que brota de su Costado, renovando nuestro bautismo y nuestro compromiso de vivir como hijos de la luz; y finalmente nos lleva a la mesa de la Eucaristía donde nos hace participar del banquete de su vida divina y resucitada en nuestra alma.

Resumen del mensaje: Durante todo el Sábado Santo nos hemos unido a la Iglesia junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, sin que se celebrase el Santo Sacrificio de la Misa y permaneciendo el altar desnudo. La liturgia ha querido hacernos sentir, con toda la fuerza, el vacío de la ausencia de Cristo. Día del Gran Silencio. Hoy, la Vigilia Pascual nos inunda con la densa presencia del Señor resucitado, que emerge con toda su fuerza divina y luminosa de las honduras de la muerte para arrastrar tras sí a todos los que han de participar de la verdadera vida, que no puede extinguirse, y que desde la tierra se proyecta a la eternidad.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, Cristo resucitado es Luz que ilumina los rincones de nuestra historia y de nuestra vida personal y nos hace pasar de las tinieblas del pecado y de la muerte a la luz de la gracia y de la vida. Iluminados en y con la luz de Cristo Resucitado, Dios nos habla y nos cuenta las maravillas que hizo desde los orígenes del mundo por todos nosotros, para que escuchando nos llenemos de gratitud y confianza; iluminados con esa luz escucharemos con los oídos del corazón la Palabra de Dios. Con el agua del bautismo, cuyas promesas hoy renovaremos, nos hace sus hijos, signados con la señal de la cruz y con el óleo perfumado de Dios. Esa fuente bautismal nos recuerda a todos hoy que hemos renacido a una vida nueva y que hemos dejado la vida antigua del pecado, que hemos renunciado a Satanás y a sus engaños y mentiras, y que hemos profesado nuestra fe en Dios. Ya hijos, nos invita a la mesa para alimentarnos con el Pan de Vida y de Inmortalidad, para que tengamos vida y la tengamos en abundancia.

En segundo lugar, la Resurrección de Cristo nos compromete a ser cristianos que caminemos en la luz, a ser cristianos que amemos la luz, a ser cristianos que nos dejemos iluminar por la luz de Cristo y transmitamos esa luz a todos los rincones: a nuestra casa, a nuestra oficina, a nuestra facultad. Nos compromete a defender esa luz en nuestra vida con nuestras palabras y nuestro testimonio. Esa Palabra escuchada es consuelo y medicina de nuestro espíritu, alimento de nuestra alma. Es una Palabra no sólo para escuchar sino para vivir y transmitir. Seamos cristianos que llevemos la Palabra de Dios a nuestro alrededor. Leamos esa Palabra de Dios en familia. Meditémosla en grupos. Llevémosla allá donde nadie llega, mediante el apostolado. Llevemos con orgullo esta vida nueva y libre, marcada con la cruz santificadora y salvadora de Cristo y con el óleo perfumado de Dios que recibimos el día del bautismo. ¡Cuántos rincones esperan el buen olor de Cristo a quienes debemos llevar con nuestra presencia, con nuestra palabra, con nuestro testimonio honesto y justo! No nos privemos de este Pan de la Eucaristía: Él da fortaleza, aliento, consuelo. Él da músculos para la lucha contra el pecado. Él da bravura y osadía para predicar la Palabra.

Para reflexionar: ¿estamos dispuestos a vivir la Pascua con esas disposiciones: ser espejos de la Luz de Cristo, ser mensajeros de la Palabra de Dios, ser hombres nuevos que tienen rostro de resucitados y hombres robustos que se alimentan con el Pan de la Eucaristía?

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Homilía del Santo Padre en la misa crismal en la mañana del Jueves Santo 2014 (Zenit):

Queridos hermanos en el sacerdocio.
En el Hoy del Jueves Santo, en el que Cristo nos amó hasta el extremo (cf. Jn 13, 1), hacemos memoria del día feliz de la Institución del sacerdocio y del de nuestra propia ordenación sacerdotal. El Señor nos ha ungido en Cristo con óleo de alegría y esta unción nos invita a recibir y hacernos cargo de este gran regalo: la alegría, el gozo sacerdotal. La alegría del sacerdote es un bien precioso no sólo para él sino también para todo el pueblo fiel de Dios: ese pueblo fiel del cual es llamado el sacerdote para ser ungido y al que es enviado para ungir.

Ungidos con óleo de alegría para ungir con óleo de alegría. La alegría sacerdotal tiene su fuente en el Amor del Padre, y el Señor desea que la alegría de este Amor “esté en nosotros” y “sea plena” (Jn 15,11). Me gusta pensar la alegría contemplando a Nuestra Señora: María, la “madre del Evangelio viviente, es manantial de alegría para los pequeños” (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 288), y creo que no exageramos si decimos que el sacerdote es una persona muy pequeña: la inconmensurable grandeza del don que nos es dado para el ministerio nos relega entre los más pequeños de los hombres. El sacerdote es el más pobre de los hombres si Jesús no lo enriquece con su pobreza, el más inútil siervo si Jesús no lo llama amigo, el más necio de los hombres si Jesús no lo instruye pacientemente como a Pedro, el más indefenso de los cristianos si el Buen Pastor no lo fortalece en medio del rebaño. Nadie más pequeño que un sacerdote dejado a sus propias fuerzas; por eso nuestra oración protectora contra toda insidia del Maligno es la oración de nuestra Madre: soy sacerdote porque Él miró con bondad mi pequeñez (cf. Lc 1,48). Y desde esa pequeñez asumimos nuestra alegría. Alegría en nuestra pequeñez.
Encuentro tres rasgos significativos en nuestra alegría sacerdotal: es una alegría que nos unge (no que nos unta y nos vuelve untuosos, suntuosos y presuntuosos), es una alegría incorruptible y es una alegría misionera que irradia y atrae a todos, comenzando al revés: por los más lejanos.
Una alegría que nos unge. Es decir: penetró en lo íntimo de nuestro corazón, lo configuró y lo fortaleció sacramentalmente. Los signos de la liturgia de la ordenación nos hablan del deseo maternal que tiene la Iglesia de transmitir y comunicar todo lo que el Señor nos dio: la imposición de manos, la unción con el santo Crisma, el revestimiento con los ornamentos sagrados, la participación inmediata en la primera Consagración... La gracia nos colma y se derrama íntegra, abundante y plena en cada sacerdote. Diría ungidos hasta los huesos... y nuestra alegría, que brota desde dentro, es el eco de esa unción.
Una alegría incorruptible. La integridad del Don, a la que nadie puede quitar ni agregar nada, es fuente incesante de alegría: una alegría incorruptible, que el Señor prometió, que nadie nos la podrá quitar (cf. Jn 16,22). Puede estar adormecida o taponada por el pecado o por las preocupaciones de la vida pero, en el fondo, permanece intacta como el rescoldo de un tronco encendido bajo las cenizas, y siempre puede ser renovada. La recomendación de Pablo a Timoteo sigue siendo actual: Te recuerdo que atices el fuego del don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos (cf. 2 Tm 1,6).
Una alegría misionera. Este tercer rasgo lo quiero compartir y recalcar especialmente: la alegría del sacerdote está en íntima relación con el santo pueblo fiel de Dios porque se trata de una alegría eminentemente misionera. La unción es para ungir al santo pueblo fiel de Dios: para bautizar y confirmar, para curar y consagrar, para bendecir, para consolar y evangelizar.
Y como es una alegría que solo fluye cuando el pastor está en medio de su rebaño (también en el silencio de la oración, el pastor que adora al Padre está en medio de sus ovejitas) es una “alegría custodiada” por ese mismo rebaño. Incluso en los momentos de tristeza, en los que todo parece ensombrecerse y el vértigo del aislamiento nos seduce, esos momentos apáticos y aburridos que a veces nos sobrevienen en la vida sacerdotal (y por los que también yo he pasado), aun en esos momentos el pueblo de Dios es capaz de custodiar la alegría, es capaz de protegerte, de abrazarte, de ayudarte a abrir el corazón y reencontrar una renovada alegría.
“Alegría custodiada” por el rebaño y custodiada también por tres hermanas que la rodean, la cuidan, la defienden: la hermana pobreza, la hermana fidelidad y la hermana obediencia.
La alegría sacerdotal es una alegría que se hermana a la pobreza. El sacerdote es pobre en alegría meramente humana ¡ha renunciado a tanto! Y como es pobre, él, que da tantas cosas a los demás, la alegría tiene que pedírsela al Señor y al pueblo fiel de Dios. No se la tiene que procurar a sí mismo. Sabemos que nuestro pueblo es generosísimo en agradecer a los sacerdotes los mínimos gestos de bendición y de manera especial los sacramentos. Muchos, al hablar de crisis de identidad sacerdotal, no caen en la cuenta de que la identidad supone pertenencia. No hay identidad –y por tanto alegría de ser– sin pertenencia activa y comprometida al pueblo fiel de Dios (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 268). El sacerdote que pretende encontrar la identidad sacerdotal buceando introspectivamente en su interior quizá no encuentre otra cosa que señales que dicen “salida”: sal de ti mismo, sal en busca de Dios en la adoración, sal y dale a tu pueblo lo que te fue encomendado, que tu pueblo se encargará de hacerte sentir y gustar quién eres, cómo te llamas, cuál es tu identidad y te alegrará con el ciento por uno que el Señor prometió a sus servidores. Si no sales de ti mismo el óleo se vuelve rancio y la unción no puede ser fecunda. Salir de sí mismo supone despojo de sí, entraña pobreza.
La alegría sacerdotal es una alegría que se hermana a la fidelidad. No principalmente en el sentido de que seamos todos “inmaculados” (ojalá con la gracia lo seamos) ya que somos pecadores, pero sí en el sentido de renovada fidelidad a la única Esposa, a la Iglesia. Aquí es clave la fecundidad. Los hijos espirituales que el Señor le da a cada sacerdote, los que bautizó, las familias que bendijo y ayudó a caminar, los enfermos a los que sostiene, los jóvenes con los que comparte la catequesis y la formación, los pobres a los que socorre... son esa “Esposa” a la que le alegra tratar como predilecta y única amada y serle renovadamente fiel. Es la Iglesia viva, con nombre y apellido, que el sacerdote pastorea en su parroquia o en la misión que le fue encomendada, la que lo alegra cuando le es fiel, cuando hace todo lo que tiene que hacer y deja todo lo que tiene que dejar con tal de estar firme en medio de las ovejas que el Señor le encomendó: Apacienta mis ovejas (cf. Jn 21,16.17).
La alegría sacerdotal es una alegría que se hermana a la obediencia. Obediencia a la Iglesia en la Jerarquía que nos da, por decirlo así, no sólo el marco más externo de la obediencia: la parroquia a la que se me envía, las licencias ministeriales, la tarea particular... sino también la unión con Dios Padre, del que desciende toda paternidad. Pero también la obediencia a la Iglesia en el servicio: disponibilidad y prontitud para servir a todos, siempre y de la mejor manera, a imagen de “Nuestra Señora de la prontitud” (cf. Lc 1,39: meta spoudes), que acude a servir a su prima y está atenta a la cocina de Caná, donde falta el vino. La disponibilidad del sacerdote hace de la Iglesia casa de puertas abiertas, refugio de pecadores, hogar para los que viven en la calle, casa de bondad para los enfermos, campamento para los jóvenes, aula para la catequesis de los pequeños de primera comunión.... Donde el pueblo de Dios tiene un deseo o una necesidad, allí está el sacerdote que sabe oír (ob-audire) y siente un mandato amoroso de Cristo que lo envía a socorrer con misericordia esa necesidad o a alentar esos buenos deseos con caridad creativa.
El que es llamado sea consciente de que existe en este mundo una alegría genuina y plena: la de ser sacado del pueblo al que uno ama para ser enviado a él como dispensador de los dones y consuelos de Jesús, el único Buen Pastor que, compadecido entrañablemente de todos los pequeños y excluidos de esta tierra que andan agobiados y oprimidos como ovejas que no tienen pastor, quiso asociar a muchos a su ministerio para estar y obrar Él mismo, en la persona de sus sacerdotes, para bien de su pueblo.
En este Jueves Santo le pido al Señor Jesús que haga descubrir a muchos jóvenes ese ardor del corazón que enciende la alegría apenas uno tiene la audacia feliz de responder con prontitud a su llamado.
En este Jueves Santo le pido al Señor Jesús que cuide el brillo alegre en los ojos de los recién ordenados, que salen a comerse el mundo, a desgastarse en medio del pueblo fiel de Dios, que gozan preparando la primera homilía, la primera misa, el primer bautismo, la primera confesión... Es la alegría de poder compartir –maravillados– por vez primera como ungidos, el tesoro del Evangelio y sentir que el pueblo fiel te vuelve a ungir de otra manera: con sus pedidos, poniéndote la cabeza para que los bendigas, tomándote las manos, acercándote a sus hijos, pidiendo por sus enfermos... Cuida Señor en tus jóvenes sacerdotes la alegría de salir, de hacerlo todo como nuevo, la alegría de quemar la vida por ti.
En este Jueves sacerdotal le pido al Señor Jesús que confirme la alegría sacerdotal de los que ya tienen varios años de ministerio. Esa alegría que, sin abandonar los ojos, se sitúa en las espaldas de los que soportan el peso del ministerio, esos curas que ya le han tomado el pulso al trabajo, reagrupan sus fuerzas y se rearman: “cambian el aire”, como dicen los deportistas. Cuida Señor la profundidad y sabia madurez de la alegría de los curas adultos. Que sepan rezar como Nehemías: “la alegría del Señor es mi fortaleza” (cf. Ne 8,10).
Por fin, en este Jueves sacerdotal, pido al Señor Jesús que resplandezca la alegría de los sacerdotes ancianos, sanos o enfermos. Es la alegría de la Cruz, que mana de la conciencia de tener un tesoro incorruptible en una vasija de barro que se va deshaciendo. Que sepan estar bien en cualquier lado, sintiendo en la fugacidad del tiempo el gusto de lo eterno (Guardini). Que sientan, Señor, la alegría de pasar la antorcha, la alegría de ver crecer a los hijos de los hijos y de saludar, sonriendo y mansamente, las promesas, en esa esperanza que no defrauda.


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Viernes, 18 de abril de 2014

Reflexión a las lecturas del domingo de Resurrección ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epóigrafe "ECOS DEL DIA DEL SEÑOR" 

La Resurrección del Señor  

¡Jesucristo, el Señor, ha resucitado! ¡Muchas felicidades!

Sí, tenemos que felicitarnos unos a otros por tantas cosas como hemos ido recordando y celebrando estos días del Triduo Pascual, que culminan en las Fiestas de Pascua. Son cincuenta días de alegría y de fiesta en honor de Cristo Resucitado. La cuestión está en que seamos capaces de mantener el ritmo de alegría y de fiesta durante tanto tiempo.  Porque es mucho.

Hoy nos alegramos y nos felicitamos por la dicha enorme de ser cristianos. ¡Qué pena que tantas personas no conozcan o no entiendan estas cosas!

En la Resurrección del Señor no nos alegramos sólo  por su victoria , sino también por la nuestra.  S. Pablo escribiendo a los corintios, les dice: “¿Si confesamos que Cristo ha resucitado, cómo es que algunos de vosotros dicen que los muertos no resucitan? Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación y vana es nuestra fe”. (1Co 15, 12 ss).

Para el Apóstol del Cuerpo Místico, la Resurrección de Cristo y nuestra resurrección, cuando Él vuelva, son dos realidades inseparables.

Es sólo un ejemplo de lo que la Resurrección de Cristo supone para nosotros… Y haríamos bien en leer o releer el cap. 15 de la Carta a Los Corintios que habla ampliamente de nuestra resurrección.

¡Este año tenemos la dicha de escuchar a S. Mateo hablando de la Resurrección del Señor!

Hay un parecer muy extendido, entre gente que entiende de estas cosas,  según el cual el hecho  de la Resurrección del Señor sería algo que nadie conoció, que cuando el Señor resucitó, nadie lo vio, que de la noche de la Resurrección no se puede decir nada, porque no tenemos testigos, etc.

Sin embargo, S. Mateo es el evangelista que más se acerca al hecho mismo de la Resurrección.  ¡Es que en el momento mismo de la Resurrección sí que habían testigos! ¿Qué dice el Evangelio? Que Pilato, a petición de los sumos sacerdotes y fariseos, les dijo: “Ahí tenéis la guardia: Id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis”.(Mt 27,62-65). Era la guardia romana, no la guardia del templo.

Del momento mismo de la Resurrección, dice S. Mateo: “De pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del Cielo y acercándose, corrió la piedra  y se sentó encima…” “Los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos”. Y el mismo ángel habla también a las mujeres.  Y, en otro lugar, dice que “mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdote todo lo ocurrido” (Mt 28, 11 y ss.) Es decir, que los centinelas son testigos que comunican, que cuentan, que dicen. ¡Y cuántas cosas más habrán dicho, que no recoge el Evangelio!  Sabemos muy bien que todo no se escribió.

¿Y ninguno de aquellos de la guardia o de los sumos sacerdotes y fariseos…, ninguno, se haría cristiano?

¿Y a qué iban las mujeres al sepulcro? Sencillamente, a terminar de embalsamar el Cuerpo del Señor, porque era el primer día de la semana, y ahora podían hacer lo que no pudieron hacer en la tarde del viernes, porque comenzaba la Pascua. Ellas, por supuesto, no iban pensando en la Resurrección, porque, al igual que los discípulos, no entendían nada de eso… ¡Sin embargo, fueron las primeras en ver a Jesucristo resucitado, como veremos luego.

¿Qué a Jesucristo no lo vio nadie resucitar? ¡Es Lógico! Un cuerpo resucitado no se puede ver, si no es porque el mismo Señor lo manifiesta como, en algunas ocasiones, a los discípulos. Y también  “a más de quinientos hermanos juntos, de los cuales la mayoría viven todavía. Otros han muerto”. Que dice S. Pablo. (1Co 15,6).

S. Mateo, por tanto, nos ofrece unos datos que otros evangelistas no tienen. Y, sea cual sea la interpretación que se haga, se descubre la huella de testigos presenciales.

Pero hay más. Nos dice el Evangelio que, cuando las mujeres iban de camino, “Jesús les salió al encuentro y les dijo: Alegraos. Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él. Jesús les dijo: No temáis: id a  comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea. Allí me verán”.

Mis queridos amigos/as: Qué importante es todo esto para celebrar la Pascua, teniendo como guía a S. Mateo, el evangelista de este año. Jesús dice a las mujeres asustadas y temblorosas, dos cosas: “Alegraos” e “id a comunicar a mis hermanos… ”

Dos actitudes que debemos mantener todo el Tiempo de Pascua. Jesús Resucitado, nos invita, por tanto, a la alegría y al testimonio de su Resurrección. Y esto es mucho y muy importante para comenzar a recorrer el camino pascual, tiempo de alegría desbordante, de acción de gracias y de acogida fervorosa de los dones pascuales.

 


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DOMINGO DE RESURRECCIÓN  

MONICIONES

 

 

PRIMERA LECTURA

          Durante el Tiempo Pascual la primera lectura se toma del Libro de los Hechos de los Apóstoles, que recoge el testimonio de los discípulos acerca de la Resurrección.

          Escuchemos ahora el testimonio de Pedro, con ocasión del bautismo del Centurión Cornelio.

 

SALMO

          El salmo 117  ha sido hecho por la Iglesia un salmo eminentemente pascual. Respondamos a la primera lectura cantando este salmo.

 

SEGUNDA LECTURA

          En la segunda lectura, escucharemos algunas consecuencias prácticas del hecho de nuestra participación, por el sacramento del Bautismo, en la Muerte y  de la Resurrección del Señor.

 

SECUENCIA

          La Secuencia es un himno antiguo y precioso en torno a la Resurrección del Señor. Escuchemos con alegría y con fe.

 

TERCERA LECTURA

          Escuchemos en el Evangelio, la conmoción que se produce en la comunidad de los discípulos, el día de la Resurrección.  Eso  les lleva a comprender que Él tenía que resucitar de entre los muertos.

          Pero antes, de pie, cantemos con alegría la aclamación pascual del aleluya

 

COMUNIÓN

          En la Comunión nos encontramos con Jesucristo vivo y resucitado, que ha querido hacernos a nosotros partícipes de su victoria.

          Pidámosle la luz y la fuerza que necesitamos para vivir de acuerdo con el mensaje de Cristo resucitado y ser testigos de su Resurrección en el mundo. 

 


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Jueves, 17 de abril de 2014

Comentario a la liturgia del Viernes Santo 2014 por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)

Ciclo A- Textos: Is 52, 13-53, 12; Heb 4, 14-16; 5, 7-9; Jn 18, 1-19, 42

Idea principal: “Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor como el dolor que me atormenta, con el que el Señor me afligió el día de su ardiente ira” (Lamentaciones 1, 12). Hoy contemplamos un hecho histórico terrible que esconde un misterio divino que debemos vivir en el “hoy” desde la fe. Hecho histórico: “Cristo murió verdaderamente” y misterio divino “por nuestros pecados y para nuestra justificación”. Ambos, hecho histórico y misterio, van juntos.

Resumen del mensaje: Hoy, Viernes Santo, el sacramento calla para dejar lugar al evento y acontecimiento histórico (lectura de la pasión de san Juan), es decir, a la contemplación del hecho del cual nacieron todos los sacramentos. Y todo para introducirnos en el misterio: para nuestra justificación y salvación de nuestros pecados (primera y segunda lectura).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, detengámonos en el acontecimiento histórico terrible de este día: agonía, flagelación, pasión en el cuerpo y el alma, y muerte en la cruz. Golpeado, herido, humillado, triturado, un vencido y derrotado. Sin este plano de la historia, el plano del misterio: “Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro”(2 Co 5, 21) estaría suspendido en el vacío, desanclado; sería teoría o ideología; sería un sistema de doctrinas religiosas, como existían en aquel tiempo entre los griegos y como existen ahora. Sin la realidad de los hechos acaecidos, nuestra fe estaría vacía, dice Pablo (1 Co 15, 14). Por tanto, la historia es esencial para nuestra fe en el misterio que hoy celebramos. El hecho histórico incluso lo recoge el historiador romano Tácito: “Condenado al suplicio por Poncio Pilato” (Anales, libro XV, 44).

En segundo lugar, miremos ahora el misterio que hay detrás de este acontecimiento histórico. Sobre sus hombros pesaba el pecado, el sufrimiento, la miseria del mundo entero, porque él había aceptado ser el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ¿Por qué tuvo que morir así? Tenemos que meditar la pasión de Cristo, y su Cruz. La Cruz es nuestro anclaje básico para alcanzar la salvación, una salvación que sin Ella, asida con amor no sería posible lograr. Una Cruz que es el puente, el camino, la escalera que nos permite redimirnos y unirnos a Dios, a un Dios del que mana LA SALUD, que fue el primero en tomarla, echársela a la espalda y asumirla hasta el final: “Por la Cruz a la Luz”. Una Cruz que es gozne de la puerta del Cielo, el camino más recto hacia la Gloria y el medio más útil y eficaz para conseguirla. Nosotros ya conocemos todas las variedades del dolor, pero este dolor es distinto. Es el dolor de un Dios; es un dolor libre, aceptado, querido: “ofreciéndose libremente a su pasión”. Ningún dolor conocido por nosotros es así: es decir, todo y sólo dolor, sin huella de necesidad. No resulta creíble, bajo la óptica del materialismo, que alguien fuera capaz de inmolarse, sin pedir nada a cambio.

Finalmente, preguntémonos, ¿qué haré yo delante de este hecho histórico que esconde un misterio vivido en un eterno “hoy”? Acompañar a Cristo en su cruz, llevando con amor la nuestra, que es participación de la Suya. La Cruz es signo de contradicción, siempre lo fue. Locura y escándalo para los judíos, pues constituía un medio dispensador de tortura, humillación y muerte destinado a los peores criminales ajenos a la ciudadanía romana; ser Rey con ese trono, es locura. Y es, también, necedad para los gentiles, para los paganos. Qué tontería era esa de inmolarse en una Cruz; qué es eso de morir para salvar. Debemos, como san Francisco de Asís, sumergirnos, adentrarnos en la meditación de este misterio, dejarnos “impresionar” por los estigmas del Salvador. Convirtamos cada una de esas lágrimas que corrieron, que corren y correrán por nuestras mejillas en eslabón de una cadena, en peldaños de una escalera que, sin solución de continuidad, nos lleven hasta la Gloria, viendo en ellas una oportunidad única para acercarnos al perdón y a un CRISTO que nos da la alegría de la REDENCIÓN.

Para reflexionar: dado quela cruz es algo que acompaña a la propia naturaleza y esencia del hombre y que no hay vida humana sin cruz, preguntémonos: ¿queremos una vida sin padecimiento, sin sufrimiento? Y dado que al final es cierto que “todos los ojos lloran, aunque no lo hagan al mismo tiempo”, que todos han llorado, lloran o llorarán, ¿pensamos librarnos de la cruz? ¿Cuáles son nuestras cruces? ¿Acaso más pesadas que la de Cristo?


Publicado por verdenaranja @ 14:29  | Espiritualidad
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Comentario a la liturgia - Jueves Santo por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)

Ciclo A - Textos: Éxodo 12, 1-8.11-14; 1 Corintios 11, 23-26; Juan 13, 1-15.

Idea principal: Día del Amor hecho entregas y regalos.

Resumen del mensaje: en la primera Pascua cristiana, Dios Padre por amor nos entrega generosamente a su Hijo-Cordero inmaculado e inmolado para nuestra salvación (primera lectura). Jesús por amor nos entrega el sacerdocio, la Eucaristía y el mandamiento del amor (evangelio y segunda lectura). Sólo necesitamos manos y corazón para recibir estos regalos maravillosos y agradecerlos con amor.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, en esta Santa Misa Vespertina de la Cena del Señor la Iglesia conmemora aquellos momentos en que Cristo nos dio las máximas pruebas de su amor, ofreciendo su vida por nosotros. Con esta celebración comienza el solemne Triduo Pascual, donde el misterio infinito del Amor de Dios por la humanidad caída se despliega ante nuestros ojos y nos invita a la gratitud, la adoración, la reparación y la imitación. Este amor se hace entrega y regalo: el regalo del sacerdocio ministerial, el regalo de la Eucaristía y el regalo del mandamiento nuevo del amor.

En segundo lugar, ¿qué simbolizan esos tres regalos? En el lavatorio es el amor que se humilla. En la Eucaristía es el amor que se inmola, o sea, se parte, se comparte y se reparte, perpetuando el sacrificio de Cristo en la cruz. En el sacerdocio es el amor que se hace visible y se prolonga en hombres de carne y hueso a quienes Jesús hace “otros Cristos” que lo representen y se configuran con Él, que es Cabeza y Pastor.

Finalmente, ante el regalo del lavatorio y el mandamiento del amor, sólo cabe dejarme lavar mis pies y mi conciencia y abajarme para lavar los pies de mis hermanos con la caridad. Ante el regalo de la Eucaristía, sólo cabe el agradecer, recibirla con corazón limpio y el hacernos eucaristías vivas para nuestros hermanos, para que nuestra vida sea una Eucaristía permanente, es decir, una inmolación constante por los demás, una presencia consoladora para los demás y un factor de unidad con los demás. Ante el regalo del Sacerdocio, nos toca rezar todos los días para que Dios nos mande santos sacerdotes a su Iglesia.

Para reflexionar: ¿cómo estoy tratando el mandamiento del amor: con delicadeza o lo pisoteo con mi egoísmo e soberbia? ¿Cómo vivo la Eucaristía: con fervor, limpieza interior y adoración? ¿Pido a Dios se apiade de nosotros enviando santas y abundantes vocaciones al sacerdocio?


Publicado por verdenaranja @ 14:27  | Espiritualidad
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Mi?rcoles, 16 de abril de 2014

Texto completo de la catequesis del Papa en la audiencia del miércoles 16 e Abril de 2014 (Zenit.org)

 Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 

Hoy, a mitad de la Semana Santa, la liturgia nos presenta un episodio triste, el relato de la traición de Judas, que va donde los jefes del Sanedrín para negociar y entregarles a su Maestro. '¿Cuánto me dais si os lo entrego?' Y Jesús desde ese momento tiene un precio. Este acto dramático marca el inicio de la Pasión de Cristo, un doloroso camino que Él elige con libertad absoluta. Él mismo lo dice claramente: "Yo doy mi vida ... Nadie me la quita: la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y el poder de recobrarla" (Jn 10, 17-18). Y así comienza el camino de la humillación, del despojo, con esta traición. Es como si Jesús estuviera en el mercado. 'Este cuesta treinta denarios'. Y Jesús recorre este camino de la humillación y el despojo hasta el final.

Jesús alcanza la humillación completa con la "muerte en la cruz". Se trata de la peor de las muertes, la destinada a los esclavos y a los delincuentes. Jesús era considerado un profeta, pero muere como un delincuente. Mirando a Jesús en su pasión, vemos como en un espejo también el sufrimiento de toda la humanidad y encontramos la respuesta divina al misterio del mal, del dolor, de la muerte. Muchas veces sentimos horror por el mal y el dolor que nos rodea y nos preguntamos: '¿Por qué Dios permite esto?'. Es una herida profunda para nosotros ver el sufrimiento y la muerte, ¡especialmente la de los inocentes! Cuando vemos sufrir a los niños, es una herida en el corazón, el misterio del mal, y Jesús toma todo este mal, todo este sufrimiento sobre sí. Esta semana nos hará bien a todos nosotros mirar el crucifijo, besar las llagas de Jesús, besarlas en el crucifijo. Él ha tomado sobre sí el sufrimiento humano, se ha endosado todo ese sufrimiento.

Nosotros creemos que Dios en su omnipotencia derrote la injusticia, el mal, el pecado y el sufrimiento con una triunfante victoria divina. Dios nos muestra en cambio una humilde victoria que humanamente parece un fracaso. Y podemos decir:'¡Dios vence precisamente en la derrota!' El Hijo de Dios, de hecho, aparece en la cruz como un hombre derrotado: padece, es traicionado, es insultado y finalmente muere. Jesús permite que el mal se encarnice con él y lo toma sobre sí mismo para vencerlo. Su pasión no es un accidente; su muerte -esa muerte- estaba "escrita". Verdaderamente no tenemos mucha explicación. Es un misterio desconcertante, el misterio de la gran humildad de Dios: "Dios amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo unigénito" (Jn 3, 16).

Esta semana pensemos mucho en el dolor de Jesús y digámonos a nosotros mismos: 'Y esto es por mí, aunque yo hubiera sido la única persona en el mundo, él lo habría hecho, lo ha hecho por mí'. Besemos al crucificado y digamos: 'Por mí, gracias Jesús, por mí'.

Y cuando todo parece perdido, cuando ya no queda nadie porque golpearán "al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño" (Mt 26, 31), es entonces cuando interviene Dios con el poder de la resurrección. La resurrección de Jesús no es el final feliz de un bonito cuento, no es el "happy end" de una película, sino la intervención de Dios Padre, y es allí donde se funda la esperanza humana. En el momento en el que todo parece perdido, en el momento del dolor en el que tantas personas sienten como la necesidad de bajar de la cruz, es el momento más cercano a la resurrección. La noche se hace más oscura precisamente antes de que empiece la mañana, antes de que empiece la luz. En el momento más oscuro interviene Dios y resucita.

Jesús, que ha elegido pasar por este camino, nos llama a seguirlo en su mismo camino de humillación. Cuando en ciertos momentos de la vida no encontramos ninguna vía de escape a nuestras dificultades, cuando nos hundimos en la oscuridad más espesa, es el momento de nuestra humillación y despojo total, la hora en la que experimentamos que somos frágiles y pecadores. Es precisamente entonces, en ese momento, que no debemos enmascarar nuestro fracaso, sino abrirnos confiados a la esperanza en Dios, como hizo Jesús.

Queridos hermanos y hermanas, esta semana nos hará bien tomar el crucifijo en la mano y besarlo muchas veces, y decir: 'Gracias Jesús, gracias Señor'. Así sea.

(RED/IV)


Publicado por verdenaranja @ 23:42  | Habla el Papa
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Reflexión sobre la liturgia del Jueves Santo ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero. 

LA LITURGIA DEL JUEVES SANTO 

El Jueves Santo celebramos la Cena del Señor. Es una celebración muy hermosa.

En el contexto de la Pascua de los judíos, Jesús reúne a los discípulos para celebrar con ellos, la cena pascual. Para Jesucristo es una “Cena de despedida”. Y en las despedidas se hacen los encargos, las recomendaciones más importantes, sobre todo, si es la despedida de la muerte.

Jesús nos deja tres encargos: La Eucaristía, el Orden Sacerdotal y el Mandamiento Nuevo.

¡Jesús “habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo”!

Comienza la Cena. Y Jesús, haciendo las veces de esclavo, lava los pies a los discípulos. Este rito tiene un carácter de servicio y también de purificación: “Jesús habla de que ya están limpios por la Palabra que han escuchado, aunque no todos, refiriéndose a Judas, el traidor. En esta celebración el Jueves Santo, el sacerdote que preside, lava los pies a unos varones, que recuerdan los doce apóstoles. Es una forma de hacer visible el ministerio sacerdotal, como servicio a la comunidad cristiana, poniéndose “el último de todos y el servidor de todos”.

Luego el Señor coge pan y lo convierte en su Cuerpo “que se entrega” y coge una copa de vino y lo convierte en la Sangre “que se derrama”. En este momento ya Jesús se entrega a la Pasión y Muerte que culmina en la Resurrección… De esta forma, adelanta en la Mesa de Cena lo que iba a suceder después: Su Pasión, Muerte y Resurrección.

Cuando nosotros celebramos la Eucaristía, que es la Cena del Señor, lo hacemos a la inversa: Todo aquello que sucedió hace mucho tiempo, se hace presente, se actualiza ahora. Por eso es tan grande e importante la Eucaristía:  Aunque nuestros ojos no vean nada, nos encontramos junto la Pasión y Muerte del Señor, junto a su Cruz y a su Resurrección.

Y en la Comunión, el Cuerpo de Cristo sacrificado y resucitado se nos da en comida. Es comunión con su Cuerpo y Sangre y también es comunión con sus sentimientos, deseos…  Y es también comunión con todos los hermanos, que estamos unidos en un mismo Cuerpo. Así comemos la carne del Hijo del Hombre y bebemos su Sangre, según nos enseñó en el Sermón del Pan de Vida. (Jn, 6)

Qué fácil resolvió el Señor las dificultades de los judíos, que en el Sermón del Pan de Vida, decían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”

Luego añade: “Haced esto en conmemoración mía”.

De esta forma, nos manda celebrar la Eucaristía y constituye a los apóstoles, ministros de este sacramento admirable.

En este contexto de servicio en el lavatorio de los pies, de entrega, de Eucaristía…, nos deja el Mandamiento Nuevo: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

Se trata de un mandato, que no sólo es importante, sino que, además, es imprescindible. Si no cumplimos este mandato, no podemos considerarnos verdaderos discípulos de Jesucristo. En el amor a los hermanos, el Señor Jesús nos deja “la señal”, la clave, “la contraseña”, de nuestra existencia cristiana. “La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros”.

Por tanto, si queremos saber si somos de verdad cristianos, o dónde hay un cristiano, o si aquel es cristiano de verdad o no, ahí tenemos “la señal”.

Al terminar la celebración de la Cena del Señor, se lleva en procesión solemne a una capilla adornada que llamamos tradicionalmente “el Monumento”, el pan consagrado, suficiente para la comunión del Viernes, en que, como veremos, no se celebra la santa Misa, sino la Acción Litúrgica de la Pasión del Señor.

Y como es el día en que recordamos la Institución de la Eucaristía, el lugar donde se reserva el Santísimo, se llena de luces y flores. Y, además, se convierte en lugar de oración, de reflexión, de adoración, de acción de gracias, por el don de la Eucaristía y también por el don del Sacerdocio y por el Mandamiento Nuevo.

¡El Jueves Santo es un día eminentemente sacerdotal!

Sacerdote significa don sagrado, que no sólo se tiene que recibir, que acoger, sino que, además, se ha de cuidar, agradecer, aprovechar…

La reflexión y oración del Monumento es como una sobremesa eucarística en la que podemos profundizar en  lo que hemos celebrado e incluso, irnos adentrando en la meditación de la Pasión del Señor. Se recomienda la lectura y reflexión del Evangelio de S. Juan (13-17).

 


Publicado por verdenaranja @ 23:37  | Espiritualidad
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Martes, 15 de abril de 2014

Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús en la celebración del Domingo de Ramos (Catedral Nuestra Señora de la Asunción, 13 de abril de 2014) 

Domingo de Ramos

Queridos hermanos: 

Es la entrada de Jesús en Jerusalén, triunfante, victoriosa, alegre, y que unos minutos después la liturgia nos muestra la gravedad, la seriedad, el peso del drama de la pasión. Cristo es consciente, en los dos momentos de su vida, de lo que le va a pasar, porque entrega la vida -“nadie me quita la vida sino que yo libremente la doy”- y porque viene a hacer la voluntad del Padre. En el Huerto de los Olivos, Getsemaní, Cristo reza y le dice al Padre “si es posible, aparta de mi este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya.” 

El sufrimiento-la cruz y la vida de Dios, no son dos cosas antagónicas, que se oponen. Ambas se potencian, se interrelacionan y en la vida hay vida, no a pesar del sufrimiento de la cruz sino que por medio de la cruz uno llega a la vida. Por eso el final de la Historia de la Salvación es Resurrección, es Victoria no es derrota. De allí que tenemos que considerar seriamente que, para permanecer y llegar a la Resurrección, tenemos que tomar nuestra cruz y caminar con ella para llegar a destino. 

Así como Dios no le evitó la cruz a su Hijo -lo pudo haber hecho- lo llevó hasta el extremo pidiéndole el sacrificio supremo; a tal punto que el Hijo le dice “si es posible aparta de mí este cáliz” y dice el Evangelio de Lucas “sudaba gotas de sangre” porque sabía por lo que tenía que pasar. La conciencia de Cristo, la conciencia de Dios, la conciencia del Mesías, pero que también es nuestra propia conciencia por la que tenemos que unirnos a Él. No vamos a madurar ni crecer, ni tener paz ni ser felices, ni vamos a vivir una vida de Resurrección si negamos nuestra cruz. Todos tenemos cruces, pero hay que llevarlas con dignidad; no hay que ser aplastados ni quebrados por ella. Hay que tomarla, ofrecerla, entregarla y perseverar. 

Hoy, en el mundo que nos toca vivir, hay muy poca paciencia. En cualquier ámbito la gente está exacerbada, grita, pelea, discute, no escucha, siempre se apresura a responder sin que el otro termine lo que está diciendo. Estamos como respondiendo de memoria. Fíjense en los partidos de fútbol: sin son exitosos y ganan los directores técnicos quedan; pero si pierden hay que borrarlos, sacarlos en seguida, no resistimos la menor dificultad. Así también en las parejas, se casan, viven un año, dos y porque hay dificultades enseguida cada uno por su lado, se separan. Esto se da porque, en el fondo, no tenemos resistencia al tremendo sufrimiento que padecemos; pero hay que resistir y seguir adelante para ver qué pasa. 

Creo que el mensaje, la vida y la resurrección de Cristo tienen que incorporarse a nuestra vida. Porque no es la liturgia que solamente se celebra y ya está, no. La liturgia, el misterio de Dios, entra en nuestra vida y nosotros tenemos que meternos en los personajes bíblicos; meternos en Judas, en Pedro y de tantos otros y ver qué posición tomamos: si nos escapamos, si nos quedamos, si tenemos miedo, si vivimos acobardados, si murmuramos, si nos enojamos, si nos encerramos, si nos aislamos, ¡así pasa esto! 

El misterio de Dios en el misterio de Cristo, está metido en el misterio humano. No hay otra historia. ¡Esta es la historia de la salvación que Dios nos ha dado! ¡Es la historia de nuestra vida, de la humanidad! ¡Cristo nos ha dado el sentido definitivo de su vida, de su victoria! Y si queremos entenderla tenemos que seguir sus pasos. 

Esta Semana Santa es para que podamos hacernos un tiempo y rezar un poco más. Ver y leer la pasión -en los Evangelios que ustedes quieran- pero ir metiéndose, rumiando, porque se trata de nuestra vida al tratar la vida de Jesús. 

No soy un espectador que me siento en una platea y miro de lejos. 
Estoy involucrado, metido en esta historia. 
Porque la historia de Jesús es mi historia. 
Porque si Él resucitó yo también voy a resucitar. 
Si Él vive para siempre, yo también voy a vivir por siempre. 
Si Él me da Luz, yo estoy en la Luz. 
Si Él me quita el pecado, soy perdonado. 
Si Él me liberó de la muerte, viviré por siempre. 
Estoy involucrado en la historia de Jesús. 

Por eso la Semana Santa es mi Semana Santa. Por eso la Semana Santa tiene tanto que ver en la vida de cada uno de nosotros. Que entremos en el misterio, que nos juguemos un poco más, que tomemos postura, posición y que cada uno vaya viendo de qué muerte se está hablando y de qué resurrección tenemos que vivir. Cada uno tendrá su muerte, su egoísmo, su mentira, su individualismo, su incomodidad, su infidelidad, ¡tantas cosas!, ¿de qué muerte estamos hablando y a qué estamos llamados a vivir? 

Cristo se jugó, ¡qué cosa extraordinaria!, si Él se jugó por nosotros y para nosotros ¿cómo nosotros vamos a quedar igual?, ¿cómo vamos a ser indiferentes?, ¿cómo vamos a ser tan torpes, tan volubles y tan cambiantes? Donde decimos “hoy lo aplaudimos” y después decimos “no me importa”, “ser cristiano es una cosa pasada de moda, ya pasó, ya fue”, “no hay que exagerar, no es para tanto”… 

En aquella época dijeron “¡crucifíquenlo, crucifíquenlo!” Hoy la crucifixión ¿saben cuál es?: ignorar las cosas importantes, ignorar el amor de Jesús, haciéndolo pasar como fuera de moda, como que ya no tiene sentido. Cristo es el Señor de la Vida, de la Historia, de la Humanidad y nosotros estamos tocados a esto. ¡Que vivamos como resucitados y no como derrotados!, se los deseo y me lo deseo de corazón. 

Que así sea 

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


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Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (12 de abril de 2014) 

La preparación de la Semana Santa

Mis queridos amigos: estamos por comenzar la Semana Santa y quiero compartir con ustedes una breve meditación acerca del sentido litúrgico de la sucesión de celebraciones y del sentido profundamente espiritual y humano que entraña nuestra participación en ellas. 

El Domingo de Ramos es el inicio, la puerta, de la Semana Santa y allí recordamos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Jesús iba para sufrir la pasión que, sin duda, acabaría en la resurrección. La celebración del Domingo de Ramos tiene dos aspectos: la procesión en honor de Cristo Rey, con los ramos bendecidos, pero luego una misa que es una misa de la pasión, que nos recuerda que ese era el sentido de la entrega, del sacrificio de Cristo. 

Ahora bien, el núcleo de la Semana Santa es lo que se llama el Triduo Pascual, el Santo Triduo Pascual, que comienza en la tarde del Jueves Santo donde recordamos la Última Cena de Jesús con sus discípulos, la institución de la Eucaristía, que es el sacramento de la Pascua del Señor, y el sacerdocio porque Jesús les encarga a sus apóstoles “hagan esto en memoria mía. 

Allí, en esa celebración del Jueves por la tarde se realiza también ese gesto tan significativo del lavatorio de los pies a doce personas, a doce miembros de la comunidad, que nos recuerda el sentido de la entrega de Jesús como un servicio de amor, y además el mandamiento del amor. Así como Él lo hizo nosotros también tenemos que hacerlo. Es decir que tenemos que servir a nuestros hermanos, tenemos que dedicarnos, a la búsqueda del bien de todos ellos. 

Todo esto está asociado a lo que sigue después. La primera gran jornada del triduo es el Viernes Santo, que es el día de la muerte de Jesús. Nosotros esto lo decimos fácilmente, lo repetimos todos los años, pero pensemos lo que significa que el Hijo de Dios se hizo hombre, que asumió plenamente el destino humano. Nuestro destino que va a parar a la muerte. El Señor lo asumió también por nosotros, para llevarnos más allá de la muerte, a la vida y a la resurrección. 

Entonces el Viernes Santo es un día en el que la liturgia adquiere una sobriedad especial, precisamente para subrayar esa entrega de Jesús por nosotros a la muerte. Allí se lee solemnemente el relato entero de la Pasión y luego se realiza la Adoración de la Cruz, se venera ese signo que de algún modo representa a Jesucristo mismo, Jesucristo que toma la forma de cruz con sus brazos extendidos para entregarse al Padre en sacrificio por la humanidad entera. 

Algo que suele pasar inadvertido, incluso para los fieles más cercanos, es el sentido del Sábado Santo, porque literalmente hablando en esa segunda jornada de Triduo Pascual no pasa nada. En el Sábado Santo no hay una celebración litúrgica, es un día de silencio, de profundo silencio. Es el día en que Dios estuvo muerto. Permanecemos en espera, en esperanza, junto al sepulcro del Señor. 

También otra vez aquí pensemos lo que implica esto. Como decíamos, la aceptación por Jesús del destino sufriente del hombre y también de la muerte, para desde el seno de la muerte abrirnos a la vida. 

Ese Sábado termina en la noche, en el comienzo de la Pascua, en la Vigilia Pascual. Actualmente por razones de comodidad, de seguridad y por tantas otras razones, (¡ha ido cambiando tanto la cultura!) porque en realidad, rigurosamente hablando, la Vigilia Pascual tendría que comenzar a las 11 o a las 12 de la noche para encontrarnos en el nuevo día celebrando la aparición del día verdadero, la aparición de la luz de Cristo Resucitado. 

Hoy se suele adelantar por distintas razones, como decía. De todas maneras tenemos que conservar ese sentido que es el paso de la noche al día, el paso de la muerte a la vida y a la vida verdadera, a la vida definitiva, que es lo que se expande en el Domingo de Pascua, en el Domingo de Resurrección. 

La Pascua del Señor es eso: el Señor ha superado la muerte, ha vuelto a la vida. Pero no ha vuelto a la vida que llevaba antes, sino que su cuerpo ha sido penetrado y traspasado por la gloria de Dios. Y Él es entonces el inicio de una nueva creación, de un mundo nuevo. 

Nosotros, cuando en el Credo decimos “Creo en la Resurrección de los Muertos”, nos estamos refiriendo a que esperamos participar también de esa gracia definitiva, que se anticipa ahora misteriosamente en lo que llamamos la gracia, estar en gracia de Dios. 

Para concluir: la preparación fundamental para nuestra participación en la Pascua del Señor en la Semana Santa es confesar nuestros pecados al sacerdote, recibir la absolución, poder hacer la comunión pascual. Es decir, unirnos a Cristo que es la vida nueva, la vida de la resurrección que comienza a transformar nuestra existencia, nuestro corazón, nuestra mentalidad, el cambio que se tiene que reflejar luego en nuestras acciones. 

El año cristiano en su totalidad es una especie de prolongación de la Pascua. Cada domingo será un recuerdo de este cambio fundamental de la humanidad que ha ocurrido en la Semana Santa. Hasta la próxima y muy feliz Pascua. 

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata


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Lunes, 14 de abril de 2014

Texto el micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT9 (13 de abril de 2014) (AICA)

 Domingo de Ramos

Iniciamos la Semana Mayor en la vida de Jesús, que es la Semana Mayor en la Iglesia. Ha llegado "la hora de Jesús". En varias oportunidades él se refiere a este momento con palabras tales, como: "Mi hora no ha llegado todavía" (Jn. 2, 4); "Jesús se dispuso a subir a Jerusalén" (Mt, 20, 17), o también: "Cuando estaba por cumplirse el tiempo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén" (Lc. 9, 51).

Estos textos nos hablan de un tiempo que se cumplía y de su "hora". Sólo lo podemos comprender desde la conciencia que él tenía de su "misión" en el marco del designio de Dios que: "tanto amó al mundo, que entregó a su Hijo único…. no para juzgarlo sino para salvarlo" (Jn. 3,16-17). Hay una conciencia en Jesús de ser enviado para cumplir una misión, que lo distingue de un predicador ambulante o autoproclamado. La relación con su Padre es decisiva en su vida. Cuando próximo a subir a Jerusalén le dice a sus discípulos: "Ya no hablaré mucho más con ustedes…, pero es necesario, concluye, que el mundo sepa que yo amo al Padre y obro como él me ha ordenado" (Jn. 14, 30-31).

El ingreso a Jerusalén que celebramos este Domingo de Ramos nos muestra la alegría mesiánica del pueblo que esperaba la salvación y, también, la indiferencia de una clase dirigente instalada en sus pequeñas seguridades: "la mayor parte de la gente comenzó a extender sus mantos sobre el camino, y otros cortaban ramas de los árboles y lo cubría con ellas y exclamaban, ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor" (Mt. 8-9). Jesús inicia en este clima de alegría y de esperanza el camino de su "hora", que va a cumplirse en un juicio de acusaciones, desprecio y muerte. Es importante iniciar este camino con una mirada de fe para no quedarnos solo con el relato de lo que acontece, sino descubrir en estos acontecimientos el alcance de una "misión" que tiene su origen en el amor de Dios, que ha enviado a su Hijo al mundo para salvarlo. También es necesario descubrirnos como destinatarios personales de este envío, para vivir de un modo pleno el sentido de esta "hora" de Jesús. No ser solo espectadores de un acontecimiento histórico, sino personas concientes de la actualidad de un hecho que permanece en el tiempo, y que se nos ofrece como el gesto definitivo del amor de un Dios que no abandona sus hijos.

En la celebración "actualizamos" un hecho histórico. ¿Qué significa esto? Significa que aquello que aconteció una vez no queda en el recuerdo como un hecho del pasado, sino que es una realidad viva que se actualiza en el tiempo. Cuando el autor de la carta a los Hebreos nos dice que: "Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre" Heb. 13, 8), está definiendo el alcance y la actualidad de Jesucristo. Por ello, no hay un era post-cristiana. Existe, sí, la necesidad de actualizar en cada época la presencia de Jesucristo que sigue siendo nuestro "Camino, Verdad y Vida". No nos quedamos con el testimonio de un gran hombre, sino que celebramos la presencia actual de Jesucristo que sigue actuando de un modo único y real por su Palabra y su Gracia. Cuando despojamos a Jesucristo de su misión y dimensión divina empobrecemos, también, la vida y la esperanza del hombre. Dispongámonos a participar de su "hora" con un corazón abierto y generoso, para contemplarlo, seguirlo y descubrirnos como destinatarios de su misión. Los invito a participar de las diversas celebraciones en sus comunidades para unirnos al Señor y participar de su "hora", que es la fuente de nuestra Vida.

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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Domingo, 13 de abril de 2014

Palabras de monseñor Bernardo Álvarez Afon, obispo de Tenerife, para los programas de Semana Santa 2014

Padeció, murió, fue sepultado y al tercer día resucitó 

Queridos hermanos y hermanas: 

La Semana Santa, que para nosotros los cristianos es la semana más importante del año, nos ofrece la oportunidad de “sumergirnos” en los acontecimientos centrales de nuestra Redención, de revivir el gran Misterio de la fe: el Misterio Pascual de Cristo, es decir, su pasión, muerte y resurrección.

“Sumergirnos” quiere decir no ser meros espectadores, sino contemplar y celebrar, hacer memoria y participar en todo aquello que la comunidad cristiana realiza en estos días. Es, sobre todo, acogernos al amor y la misericordia de Dios que se nos ofrece en la celebración de los sacramentos del perdón y de la eucaristía.

Los acontecimientos que celebramos en la Semana Santa son la manifestación más sublime del amor de Dios por el hombre, creado a su imagen y semejanza. Por eso, son días propicios para volver a despertar en nosotros un deseo más intenso de unirnos a Cristo y seguirle generosamente, conscientes de que nos ha amado hasta dar su vida por nosotros.

La Semana Santa se inicia con el Domingo de Ramos, en el que se recuerda y celebra la entrada de Jesús en Jerusalén, y su momento culminante es el “triduo pascual”, constituido por el Jueves Santo (memorial de la institución de la eucaristía), el Viernes Santo (celebración de la muerte de Cristo en la cruz) y la Vigilia Pascual, en la noche entre el sábado y el domingo (celebración de la resurrección de Cristo).

Todas estas celebraciones que se realizan litúrgicamente en el interior de los templos y que en muchos lugares con gran devoción y recogimiento, se expresan ante el mundo en las procesiones por las calles, lejos de ser el simple recuerdo de unos hechos pasados, revisten plena actualidad, pues el drama de la muerte de Cristo es reflejo del cúmulo de dolor y de males que pesa sobre la humanidad de todo tiempo: el miedo y dolor ante la muerte, el odio y la violencia tan presentes por doquier… La pasión del Señor continúa en los sufrimientos de los hombres. Como decía Pascal, "Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo, no hay que dormir en este tiempo" (Pensamientos, 553).

El Papa Francisco, al comienzo de la Semana Santa de 2013, se hacía eco de esta realidad de sufrimiento en la que se adentró el Hijo de Dios, enviado para salvar el mundo:

«Jesús entra en Jerusalén para morir en la cruz. Y es precisamente aquí donde resplandece su ser rey según Dios: su trono regio es el madero de la cruz […] ¿Por qué la cruz? Porque Jesús toma sobre sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo, también el nuestro, el de todos nosotros, y lo lava, lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de Dios.

Miremos a nuestro alrededor: ¡cuántas heridas inflige el mal a la humanidad! Guerras, violencias, conflictos económicos que se abaten sobre los más débiles, la sed de dinero, que al morir nadie puede llevárselo consigo, lo debe dejar. Amor al dinero, al poder, la corrupción, las divisiones, los crímenes contra la vida humana y contra la creación. Y también –cada uno lo sabe y lo conoce– nuestros pecados personales: las faltas de amor y de respeto a Dios, al prójimo y a toda la creación.

Y Jesús en la cruz siente todo el peso del mal, y con la fuerza del amor de Dios lo vence, lo derrota en su resurrección. Este es el bien que Jesús nos hace a todos en el trono de la cruz. La cruz de Cristo, abrazada con amor, nunca conduce a la tristeza, sino a la alegría, a la alegría de ser salvados».

Los cristianos creemos que, con la fuerza de su amor misericordioso, Cristo crucificado y resucitado ha vencido el pecado y la muerte. Su resurrección nos da la certeza de que, a pesar de toda la oscuridad que hay en el mundo, el mal no tiene la última palabra. Por eso, vivir la Semana Santa implica descubrir qué pecados hay en nuestra vida y arrepentidos buscar el perdón generoso de Dios y, de este modo, librarnos del mal y alcanzar la salvación que Cristo nos ha ganado a todos con su muerte y resurrección. Nuestra vida, y la de los demás, tiene remedio. El mundo tiene remedio. Debemos creer que “podemos ser otros y otras”. Por Cristo, con Él y en Él, es posible, porque Él es la mano que Dios tiende a los pecadores y “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.

La Iglesia -desde siempre- pide a los fieles acercarse en estos días de Semana Santa al sacramento de la Penitencia que es como una especie de muerte y de resurrección para cada uno de nosotros. Una “buena confesión” nos ofrece la posibilidad de volver a comenzar nuestra vida, como se suele decir: “borrón y cuenta nueva”. Conscientes de que somos pecadores, pero confiando en la divina misericordia, dejémonos reconciliar por Cristo para experimentar más intensamente la alegría que nos comunica con su resurrección y, renovados por la fuerza de su gracia, poder comprometernos con más valentía y entusiasmo por hacer que nazca un mundo más justo.

Vivir la Semana Santa, es detenernos un poco para reflexionar y pensar en serio sobre nosotros mismos, y sobre nuestra manera de relacionarnos con los demás y de estar en el mundo. Es “hacer un viaje”, no de vacaciones, sino a nuestro interior, para preguntarse en qué se está gastando nuestra vida. Para abrirle el corazón a Dios, que nos busca y sigue esperándonos. Para abrirle el corazón a los hermanos, especialmente a los más necesitados.

Vivirla Semana Santaes centrar la mirada en Cristo y descubrir en Él: el camino que nos lleva hacia Dios nuestro Padre, la verdad que nos hace libres y la vida que nos colma de alegría. Vivir la Semana Santa es afirmar que este Cristo está presente en la eucaristía y recibirlo en la comunión, y es, también, reconocer que Jesucristo está presente en cada ser humano que convive y se cruza con nosotros, y que debemos amarnos unos a otros como Él nos amó.

Todo lo que hacemos en Semana Santa, es una llamada y una gran oportunidad para morir con Cristo y resucitar con Cristo, para morir a nuestro egoísmo y resucitar al amor. Así, por Cristo, con Él y en Él, nos hacemos partícipes de su victoria sobre el mal y podremos andar en una vida nueva.

Celebramos esta Semana Santa con un nuevo ardor y dispongámonos a ponernos al servicio de Jesús. Hagamos propósito de seguir junto a Jesús todos los días del año, escuchando su palabra, practicando la oración, los sacramentos y la caridad con el prójimo. Tratemos de mantenernos con coherencia entre la fe y la vida. 

† Bernardo Álvarez Afonso

Obispo Nivariense


S?bado, 12 de abril de 2014

El Santo Padre recibe al Movimiento por la Vida italiano e indica que el derecho a la vida no puede estar sujeto a ninguna condición. A continuación el discurso del Papa: (Zenit.org)

Queridos hermanos y hermanas, cuando he entrado he pensado que me había equivocado de puerta, que había entrado en una guardería... ¡Lo siento! Doy mi cordial bienvenida a cada uno de vosotros. Saludo al honorable Carlo Casini y le doy gracias por sus palabras, pero sobre todo le expreso reconocimiento por todo el trabajo que ha hecho en tantos años del Movimiento por la Vida. ¡Le deseo que cuando el Señor le llame sean los niños los que le abran allí arriba! Saludo a los presidente de los Centros de Ayuda a la Vida y los responsables de varios servicios, en particular del “Proyecto Gemma”, que en estos 20 años ha permitido, a través de una forma particular de solidaridad concreta, el nacimiento de tantos niños que de otra forma no habrían visto la luz. ¡Gracias por el testimonio que dais promoviendo y defendiendo la vida humana desde su concepción!

Nosotros lo sabemos, la vida humana es sagrada e inviolable. Todo derecho civil se basa en el reconocimiento del primer y fundamental derecho, el de la vida, que no está subordinado a ninguna condición, ni cualitativa ni económica ni tampoco ideológica. “Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la iniquidad». Esa economía mata.... Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve”. (Esort. ap. Evangelii gaudium, 53). Y así es descartada también la vida.

Uno de los riesgos más graves a los cuáles se expone esta nuestra época, es el divorcio entre economía y moral, entre las posibilidades ofrecidas por un mercado provisto de toda novedad tecnología y las normas éticas elementales de la naturaleza humana, cada vez más descuidada. Es necesario por tanto confirmar la más firme oposición de cualquier atentado a la vida, especialmente inocente e indefensa, y el feto en el seno materno es el inocente por antonomasia. Recordamos las palabras del Concilio Vaticano II: “la vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables” (Cost. Gaudium et spes, 51). Recuerdo una vez, hace mucho tiempo, que tenía una conferencia con médicos. Después de la conferencia saludé a los médicos -esto ha sucedido hace mucho tiempo. Saludaba a los médicos, hablaba con ellos, y uno me ha llamado aparte. Tenía un paquete y me dijo: "Padre, yo quiero dejarle esto. Estos son los instrumentos que he usado para hacer abortos. Me he encontrado con el Señor, me he arrepentido, y ahora lucho por la vida". Me ha entregado todos esos instrumentos. ¡Rezad por este hombre bueno!

A quien es cristiano compete siempre este testimonio evangélico: proteger la vida con valentía y amor en todas sus fases. Os animo a hacerlo siempre con el estilo de la cercanía, de la proximidad: que cada mujer se sienta considerada como persona, escuchada, acogida, acompañada.

Hemos hablado de los niños: ¡hay muchos! Pero quisiera también hablar de los abuelos, ¡la otra parte de la vida! Porque nosotros debemos cuidar también a los abuelos, porque los niños y los abuelos son la esperanza de un pueblo. Los niños, los jóvenes porque lo llevarán adelante, llevarán adelante este pueblo; y los abuelos porque tienen la sabiduría de la historia, son la memoria de un pueblo. Cuidar la vida de un tiempo donde los niños y los abuelos entren en esta cultura del descarte y son pensados como material que se descarta. ¡No! ¡Los niños y los abuelos son la esperanza de un pueblo!

Queridos hermanos y hermanas, el Señor apoye la acción desarrolláis como Centros de Ayuda a la Vida y como Movimiento por la Vida, en particular el proyecto “Uno de nosotros”. Os confío a la intercesión de la Virgen Madre María y de corazón os bendigo a vosotros y a vuestras familias. ¡Recordad también rezar por mí!

Cuando se habla de vida enseguida el recuerdo a la madre. Nos dirigimos a nuestra Madre para que nos cuide a todos. Ave María...

Bendición

Una última cosa. Para mí cuando los niños lloran, cuando los niños se lamentan, cuando gritan, es una música bellísima. Pero algunos niños lloran de hambre. Por favor, dadles de comer aquí tranquilamente.


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Comentario a la Liturgia dominical - Domingo de Ramos por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)

ciclo A - Textos: Mateo 21, 1-11; Isaías 50, 4-7; Filipenses 2, 6-11; Mateo 26, 14-27.66

Idea principal: Dos gritos escuchamos hoy en la liturgia del domingo de Ramos: “Hosanna” y “Crucifícale”. Y los dos dirigidos a Jesús, el Cordero de Dios. Son los dos puentes que todos debemos atravesar en la vida.

Resumen del mensaje: El domingo pasado contemplamos la victoria del Señor sobre el último y más temible enemigo: la muerte, anticipando la victoria final de la resurrección. Hoy la Iglesia nos va preparando para que en su momento podamos cantar el himno de victoria, el de la secuencia pascual: “La vida y la muerte se enfrentan en un duelo admirable: el Señor de la vida estuvo muerte, y ahora, vivo, reina”. Pero para llegar a este momento Cristo tuvo que atravesar dos puentes: el puente del “Hosanna” y el puente del “Crucifícale”. Cristo, ante el grito “Hosanna” no se vanaglorió, pues tenía la mirada puesta en la misión redentora encomendada por el Padre. Y ante el grito “Crucifícale”, no se resistió ni se echó atrás (primera lectura); al contrario, se despojó de sí mismo y fue obediente hasta la muerte (segunda lectura), dándonos su Cuerpo de comida, su Sangre de bebida, su Espírito como aliento y a María como madre.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, en el domingo de Ramos Jesús escuchó el “Hosanna” de los corazones buenos de tanta gente de Jerusalén. Son las palmas y vítores. ¿Qué hizo Jesús, cómo reaccionó Jesús? Él elevaba esos vítores a su Padre celestial y le daban ánimo para seguir el camino hacia la inmolación libre y amorosa de su vida para salvar a la humanidad.

En segundo lugar, pero también en este día Jesús escuchó con mucha tristeza y pena el grito loco “Crucifícale”, orquestado por personas envidiosas y soberbias que querían matarlo, deshacerse de Él, porque su mensaje era distinto –no contradictorio- al que ellos seguían. De las palmas del “Hosanna” a las lanzas del “Crucifícale”. ¿Qué hizo Jesús, cómo reaccionó Jesús? Sufrió en silencio. Perdonó a todos. Amó a su Padre. Subió a la cruz para morir y así salvar a todos los hombres.

Finalmente, nosotros en nuestra vida humana y cristiana tendremos que atravesar muchas veces esos dos puentes: el puente del “Hosanna”, o sea el puente de los aplausos, de los éxitos, de las castañuelas. Pero tal vez a la vuelta de la esquina me espera el otro puente, el puente del “Crucifícale”, que es el puente de la humillación, del fracaso, de la difamación, del desprecio, de la calumnia. ¿Cómo reaccionaremos? Con los mismos sentimientos de Cristo Jesús (segunda lectura). Ante el primer puente, el fácil, con gratitud y elevando nuestros ojos al cielo. Y ante el segundo, el cruel, con paciencia, con capacidad de perdón y ofreciendo todo a Dios para que nos sirva de purificación y de unión con el sacrificio de Cristo.

Para reflexionar: ¿soy también yo de los que pasan del “Hosanna” de las alabanzas al Señor, y a los pocos días e incluso horas al “Crucifícale”? ¿Qué prefiero y pido para mí a Dios en mi oración el “Hosanna” o el “Crucifícale”? ¿Qué personaje quiero ser en esta Semana Santa: Pedro, Judas, soldados, Pilato, Herodes, Simón de Cirene, los fariseos y sumos sacerdotes, María, Juan…?

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Viernes, 11 de abril de 2014

Reflexión a las lecturas del  Domingo de Ramos en la Pasión del Señor ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor  

El Domingo de Ramos es el comienzo, el pórtico, de la Semana Santa, la Semana anhelada por todos los cristianos, especialmente en el tiempo de Cuaresma; la Semana que culmina con el Triduo Pascual, la Muerte y la Resurrección del Señor.

¡Cuántas gracias hemos de dar a Dios, nuestro Padre, que en su Providencia, nos concede celebrar de nuevo estos días que se llaman “santos”!

A primera vista, podríamos pensar que en el  Domingo de Ramos, los textos de La Liturgia deberían centrarse en la Entrada de Cristo en Jerusalén, y ya está. Sin embargo, la Celebración de este domingo consta de dos partes: En la primera, recordamos y revivimos la Entrada de Jesús en Jerusalén, que se hace de un modo solemne, en la Misa principal, con la procesión de ramos y palmas, y, de una manera breve y sencilla, en el resto de las misas del domingo. Y enseguida, entramos en la segunda parte: “la Misa de la Pasión del Señor”. Incluso llamamos a este domingo “de Ramos en la Pasión del Señor” ¿Por qué?

Porque la Iglesia, Madre y Maestra, quiere presentarnos este primer día de la Semana Santa, una visión de conjunto de todo lo que vamos a celebrar a lo largo de estos días.

De este modo, la Semana Santa  queda colocada entre dos domingos con acento de triunfo, de fiesta y de alegría: El Domingo de Ramos prefigura el Domingo de Resurrección.

La segunda lectura de este domingo, es una síntesis preciosa de la Semana Santa, más aún, de toda la vida del Señor: “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso, Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre…”  ¡Impresionante! 

Precisamente este día, los judíos adquirían el cordero para sacrificar en la Pascua, concretamente, el viernes, a la hora de nona, la hora en que Jesucristo muere en la Cruz. De esta forma, en la Entrada de Jesús en Jerusalén, contemplamos la llegada festiva del Cordero de la Pascua Nueva, que va a ser inmolado para nuestra liberación.

Termino con algunas indicaciones prácticas:

Hemos de entrar en la Semana Santa con el mayor interés y alegría y con el deseo de aprovecharla al máximo:

* Participando en las celebraciones litúrgicas tan hermosas de estos días, que es lo más importante, lo fundamental.

* Recibiendo los Sacramentos…Y ayudando a los demás para que también los reciban.

* Asistiendo y participando también en las procesiones que, en algunos lugares, son numerosas y muy bellas. Pero no deben distraernos de lo más importante: Las celebraciones en las iglesias.

* Meditando la Pasión del Señor que es el centro de la Semana, como decía antes.

* Recordando, a cada paso,  lo que decía la segunda lectura: “Cristo, a pesar de su condición divina…” Porque el que sufre y muere no es un hombre bueno o un líder social o político. Es el Hijo de Dios hecho hombre y por eso, nos puede salvar.

* Dándonos cuenta que celebramos la Semana Santa como cristianos, es decir, como hombres y mujeres que han recibido y están recibiendo  los dones que vienen de la Muerte y Resurrección del Señor. De esta forma participaremos en las celebraciones con un especial acento de acción de gracias.

¡Qué grande y hermosa es esta  Semana que comenzamos!

Que la Iglesia del Cielo, la Virgen Santísima, los ángeles y los santos vengan en ayuda de nuestra fragilidad.                                                            


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DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

MONICIONES

 

PRIMERA LECTURA

En la Pasión, Jesús se nos presenta como el Siervo doliente del Padre, como se había profetizado. Es lo que vamos a escuchar en la primera lectura.

 

SALMO RESPONSORIAL

          El sufrimiento se considera muchas veces, como un abandono de Dios. Sin embargo, el cristiano le invoca desde lo profundo de su alma, sabiendo que Él le escucha y le ama, y, después de la dificultad, llegará de nuevo la dicha y la alegría.

 

SEGUNDA LECTURA

          Escuchemos ahora, con atención y con fe, una síntesis preciosa de la vida de Cristo, que solemos recordar con frecuencia. Él no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se anonadó, tomando la forma de siervo, hasta la muerte. Por lo cual fue exaltado y glorificado por su Resurrección.

 

TERCERA LECTURA

          En el centro de nuestra asamblea de hoy, escuchamos ahora un fragmento del relato estremecedor de la Pasión de Jesús según San Mateo. Él muere en un acto supremo de amor y de fidelidad. De su cruz nos viene la salvación y la vida. Por eso le aclamamos ahora, de pie, disponiéndonos a contemplar su entrega.

 

COMUNIÓN

En la Comunión recibimos a Jesucristo, aclamado hoy en la Ciudad Santa de Jerusalén. Abramos las puertas de nuestro corazón al Redentor, pobre, despreciado, crucificado un día, pero resucitado y glorioso ahora.

Pidámosle que nos ayude a aprovechar al máximo estos días santos.


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Jueves, 10 de abril de 2014

Discurso del Santo Padre a la Pontificia Universidad Gregoriana, del Pontificio Instituto Bí­blico y del Pontificio Instituto Oriental. (Zenit.org)

 

Señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; queridos hermanos y hermanas. Les doy la bienvenida a todos ustedes, profesores, estudiantes y personal no docente de la Pontificia Universidad Gregoriana, del Pontificio Instituto Bíblico y del Pontificio Instituto Oriental. Agradezco al cardenal Zenon Grocholewski por sus corteses palabras. Saludo al padre Nicolás, y al padre Dumortier y a todos los otros superiores, así como a los cardenales y obispos presentes. ¡Gracias!

Las instituciones a las cuales pertenecen -reunidas en le Consorcio por el Papa Pío XI en 1928- están confiadas a la Compañía de Jesús y comparten el mismo deseo de “militar por Dios bajo el estandarte de la cruz y servir solamente al Señor y su Esposa, a disposición del Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra”.

Es importante que entre ellos se desarrolle la colaboración y las sinergías, custodiando la memoria histórica y al mismo tiempo haciéndose cargo del presente y mirando al futuro, con creatividad e imaginación, buscando tener una visión global de la situación y de los  desafíos actuales y un modo compartido de afrontarlas, encontrando nuevos caminos.

El primer aspecto que querría subrayar pensando en vuestra tarea, sea como docentes que como estudiantes, es el de valorizar el lugar en el que se encuentran para trabajar y estudiar, o sea la ciudad, y sobre todo la Iglesia de Roma. Hay un pasado y un presente. Están las raíces de la fe: la memoria de los apóstoles y de los mártires; está el 'hoy' eclesial; está el camino actual de esta Iglesia que preside la caridad, al servicio de la unidad y de la universalidad. ¡Todo esto no hay que darlo por descontado!  Va vivido y valorizado, con un empeño que en parte es institucional y en parte es personal, dejado a la iniciativa de cada uno.

Al mismo tiempo las personas que vienen aquí traen la variedad de sus Iglesias de procedencia, de sus culturas. Esta es una de las riquezas inestimables de las instituciones romanas.  Ésta ofrece una preciosa ocasión de crecimiento en la fe y de apertura de la mente y del corazón al horizonte de la catolicidad. Dentro de este horizonte la dialéctica entre el 'centro' y las 'periferias' asume una forma propia, la forma evangélica, según la lógica de un Dios que llega al centro partiendo desde la periferia para llegar a la periferia.

Otro aspecto que quiero compartir es el de la relación entre estudio y vida espiritual. Vuestro empeño intelectual, en la enseñanza y en la búsqueda, en el estudio y en una amplia formación, será tanto más fecundo y eficaz cuanto más sea animado por el amor a Cristo y a la Iglesia, cuanto más sea sólida y armoniosa la relación entre estudio y oración.

Éste es uno de los desafíos de nuestro tiempo: transmitir el saber y ofrecer una llave de comprensión vital, y no un cúmulo de nociones no relacionadas entre ellas. Es necesaria una verdadera hermenéutica evangélica para entender mejor la vida, el mundo, los hombres, no de una síntesis sino de una atmósfera espiritual de búsqueda y de certeza basada en las verdades de la razón y la fe.

La filosofía y la teología permiten obtener las convicciones que estructuran y fortifican la inteligencia e iluminan la voluntad... pero todo esto es fecundo si se realiza con la mente abierta y de rodillas.  El teólogo que se complace de su pensamiento completo y concluido es un mediocre. El buen teólogo y filósofo tiene un pensamiento incompleto, siempre abierto al maius de Dios y a la verdad, siempre en desarrollo, según aquella ley que San Vicente de Lerins describe así: «Annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate» (Se consolida con los años, se dilata con el tiempo, se profundiza con la edad).  El teólogo que no reza y que no adora a Dios acaba hundido en el más disgustoso narcisismo.

La finalidad de los estudios en cada universidad pontificia y eclesial, la búsqueda y el estudio van integrados con la vida personal y comunitaria, con el empeño misionero, con la caridad fraterna y el compartir con los pobres, con el cuidado de la vida interior en la relación con el Señor. Vuestros Institutos no son máquinas para producir teólogos o filósofos, son comunidades en las que se crece, y el crecimiento tiene lugar en la familia.

En la familia universitaria está el carisma de gobierno, confiado a los superiores, y está la diaconía del personal no docente, que es indispensable para crear el ambiente familiar en la vida cotidiana, y también para crear una actitud de humanidad y de sabiduría concreta, que hará de los estudiantes de hoy personas capaces de construir humanidad, de transmitir la verdad en dimensión humana, de saber que si falta la bondad y la belleza de pertenecer a una familia de trabajo se termina por ser un intelectual sin talento, un eticista sin bondad, un pensador carente del esplendor de la belleza y solo ‘maquillado’ de formalismos. El contacto respetuoso y cotidiano con la laboriosidad y el testimonio de los hombres y de las mujeres que trabajan en vuestras instituciones os dará esa cuota de realismo tan necesaria para que vuestra ciencia sea ciencia humana y no de laboratorio.

Queridos hermanos, confío a cada uno de vosotros, vuestro estudio y cuestor trabajo a la intercesión de María, Sedes Sapientiae, de san Ignacio de Loyola y de los otros vuestros santos patrones. Os bendigo de corazón y rezo por vosotros. ¡También vosotros, por favor, rezad por mí!


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Reflexióin de José Antonio Pagola al evangelio del dominogo de RAmos - A 2014

NADA LO PUDO DETENER

       

        La ejecución del Bautista no fue algo casual. Según una idea muy extendida en el pueblo judío, el destino que espera al profeta es la incomprensión, el rechazo y, en muchos casos, la muerte. Probablemente, Jesús contó desde muy pronto con la posibilidad de un final violento.

        Jesús no fue un suicida ni buscaba el martirio. Nunca quiso el sufrimiento ni para él ni para nadie. Dedicó su vida a combatirlo en la enfermedad, las injusticias, la marginación o la desesperanza. Vivió entregado a “buscar el reino de Dios y su justicia”: ese mundo más digno y dichoso para todos, que busca su Padre.

        Si acepta la persecución y el martirio es por fidelidad a ese proyecto de Dios que no quiere ver sufrir a sus hijos e hijas. Por eso, no corre hacia la muerte, pero tampoco se echa atrás. No huye ante las amenazas, tampoco modifica ni suaviza su mensaje.

        Le habría sido fácil evitar la ejecución. Habría bastado con callarse y no insistir en lo que podía irritar en el templo o en el palacio del prefecto romano. No lo hizo. Siguió su camino. Prefirió ser ejecutado antes que traicionar su conciencia y ser infiel al proyecto de Dios, su Padre.

        Aprendió a vivir en un clima de inseguridad, conflictos y acusaciones. Día a día se fue reafirmando en su misión y siguió anunciando con claridad su mensaje. Se atrevió a difundirlo no solo en las aldeas retiradas de Galilea, sino en el entorno peligroso del templo. Nada lo detuvo.

         Morirá fiel al Dios en el que ha confiado siempre. Seguirá acogiendo a todos, incluso a pecadores e indeseables. Si terminan rechazándolo, morirá como un “excluido” pero con su muerte confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no rechaza ni excluye a nadie de su perdón.

        Seguirá buscando el reino de Dios y su justicia, identificándose con los más pobres y despreciados. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá como el más pobre y despreciado, pero con su muerte sellará para siempre su fe en un Dios que quiere la salvación del ser humano de todo lo que lo esclaviza.

        Los seguidores de Jesús descubrimos el Misterio último de la realidad, encarnado en su amor y entrega extrema al ser humano. En el amor de ese crucificado está Dios mismo identificado con todos los que sufren, gritando contra todas las injusticias y perdonando a los verdugos de todos los tiempos. En este Dios se puede creer o no creer, pero no es posible burlarse de él. En él confiamos los cristianos. Nada lo detendrá en su empeño de salvar a sus hijos.

 José Antonio Pagola

Red Evangelizadora  BUENAS NOTICIAS
13 de Abril de 2014
Domingo de Ramos - A 
Mt 26, 14-27, 66


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Mi?rcoles, 09 de abril de 2014

Texto completo de la catequesis del Papa en la audiencia del miércoles 9 de Abril de 2014 (Zenit.org)

 

 Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Iniciamos hoy un ciclo de catequesis sobre los dones del Espíritu Santo. El Espíritu Santo constituye el alma, la linfa vital de la Iglesia y de cada símbolo cristiano: es el Amor de Dios que hace de nuestro corazón su morada y entra en comunión con nosotros. El Espíritu Santo está siempre con nosotros. Siempre está en nosotros. Está en nuestro corazón. El Espíritu mismo es “el don de Dios” por excelencia, es un regalo de Dios, y a su vez comunica a quien lo acoge diversos dones espirituales. La Iglesia identifica siete, número que simbólicamente significa plenitud, exhaustividad; son los que se aprenden cuando nos preparamos para el sacramento de la Confirmación y que invocamos en la antigua oración llamada “Secuencia al Espíritu Santo”. Los dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

El primer don del Espíritu Santo, según esta lista tradicional, es por tanto la sabiduría. Pero no se trata sencillamente de la sabiduría humana. ¡No! Esta sabiduría humana es fruto del conocimiento y de la experiencia. En la Biblia se relata que a Salomón, en el momento de su coronación como rey de Israel, había pedido el don de la sabiduría. Entonces la sabiduría es exactamente esto: es la gracia de poder ver cada cosa con los ojos de Dios. Es sencillamente esto: es ver el mundo, ver las situaciones, la coyunturas, los problemas, todo, con los ojos de Dios. Esta es la sabiduría. A veces vemos las cosas según nuestro gusto, según la situación de nuestro corazón, con amor o con odio, con envidia... ¡Eh, no! Esto no es el ojo de Dios.

La sabiduría es lo que el Espíritu Santo hace en nosotros para que veamos todas las cosas con los ojos de Dios. Y este es el don de la sabiduría. Y obviamente, este don surge de la intimidad con Dios, de la relación intima que tenemos con Dios, de la relación de los hijos con el Padre. Y el Espíritu Santo, cuando tenemos esta relación, nos concede el don de la sabiduría. Y cuando estamos en comunión con el Señor, el Espíritu Santo es como si transfigurase nuestro corazón y le hiciese percibir todo su calor y su predilección.

Entonces, el Espíritu Santo convierte al cristiano en una persona sabia. Pero esto, no en el sentido de que tiene una respuesta para cada cosa, que sabe todo. Una persona sabia no tiene esto, en el sentido de Dios, si no sabe como actúa Dios. Conoce cuando una cosa es de Dios y cuando no es de Dios. Tiene esta sabiduría que Dios da a nuestro corazones.

El corazón del hombre sabio, en este sentido, tiene el gusto y el sabor de Dios. ¡Y que importante es que en nuestras comunidades haya cristianos así! En ellos, todo habla de Dios y se convierte en un signo bello y vivo de su presencia y de su amor. Y esta es una cosa que no podemos improvisar, que no nos podemos obtener para nosotros mismos. Es un don que Dios da a los que se hacen dóciles al Espíritu Santo. Y nosotros tenemos dentro, en nuestro corazón, al Espíritu Santo. Podemos escucharlo o podemos no escucharlo. Si escuchamos al Espíritu Santo, Él nos enseña este camino de la sabiduría. Nos regala la sabiduría, que consiste en ver con los ojos de Dios, escuchar con las orejas de Dios, amar con el corazón de Dios, juzgar las cosas con el juicio de Dios. Esta es la sabiduría que nos regala el Espíritu Santo. ¡Y todos nosotros podemos tenerla! ¡(Basta) sólo pedirla al Espíritu Santo!

Pero pensad en una madre que está en su casa con sus niños. Que cuando uno hace una cosa el otro piensa otra, y la pobre madre va de una parte a la otra con los problemas de los niños... Y cuando la madre se cansa y regaña a los niños, ¿eso es sabiduría? Regañar a los niños, os pregunto, ¿es sabiduría?¿Qué decís? ¿Es sabiduría o no? ¡No! Si embargo, cuando la madre toma al niño y le reconviene dulcemente, y le dice: 'Esto no se hace, por esto'. Y le explica con mucha paciencia... ¿Esto es sabiduría de Dios? ¡Sí! Es eso lo que nos da el Espíritu Santo en la vida, ¿eh?

Después, en el matrimonio, por ejemplo: los dos esposos, el esposo y la esposa se pelean y no se miran o si se miran lo hacen con el ceño fruncido... ¿Eso es sabiduría de Dios? ¡No! Sin embargo, si una vez que ha pasado la tormenta, hacen las paces y vuelven a empezar de nuevo en paz… ¿Eso es sabiduría? ¡Es esa (la sabiduría)! Ese es el don de la sabiduría. Que llegue a las casas, que llegue a los niños, que llegue a todos nosotros. Y esto no se aprende: es un regalo del Espíritu Santo. Por eso tenemos que pedir al Señor que nos dé al Espíritu Santo y nos de el don de la sabiduría. Esa sabiduría de Dios que nos enseña a mirar con los ojos de Dios, a sentir con el corazón de Dios, a hablar con las palabras de Dios… Y así, con esta sabiduría, vamos adelante, construimos la familia, construimos la Iglesia, y todos nos santificamos. Pidamos hoy la gracia de la sabiduría. Y pidámosla a la Virgen, que es la sede de la sabiduría, de este don. Que Ella nos de esta gracia. ¡Gracias!


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Carta monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el 5º domingo de Cuaresma (6 de abril de 2014) (AICA)

Esperanza, don y tarea

Desde este tiempo cuaresmal en el que queremos convertirnos a Jesucristo, el que murió y resucitó, estamos llamados a ser testigos de la esperanza. El Evangelio (Jn 11, 1-45), nos ayuda a encontrar el fundamento de la misma, ya que nos plantea la centralidad de la “Resurrección” en nuestra vida cristiana: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees en esto?”(Jn 11,20).

Es cierto que a veces hacemos un mal uso de la palabra esperanza, la empleamos en frases engañosas y evasivas, o bien ligándola a un falso optimismo, a una mera ilusión o a una utopía idealista, o bien al “tener buena onda”; “fulano es el que nos va a salvar”…”tengamos buena onda y todo se arreglará”, “vengan a mi grupo y dejarán de sufrir”. En general hay muchas frases que pueden ser alentadoras, pero habitualmente son muy inconsistentes, porque delegan la propia responsabilidad a un mañana incierto, a un tercero, o son dichas simplemente para salir del paso. Lamentablemente este mal planteo de la esperanza nos va sumergiendo en nuevas y más profundas frustraciones.

La esperanza cristiana, teológica, está fundamentada en el misterio de la “Encarnación” y “La Pascua”, o sea en el hecho de que Dios quiso hacerse uno de nosotros y así se ligo a la historia humana. Por eso hablamos de una fe comprometida con la historia, con el drama humano, con la búsqueda de transformación, con la certeza de la dinámica de la Pascua, de la muerte y la Vida, que nos encamina a la eternidad.

Tenemos que tener los ojos abiertos para discernir y desechar a aquellos que postulan falsas promesas o bien una especie de esperanza humana fácil, sin ninguna exigencia y responsabilidad en la construcción y en la tarea de transformar nuestra sociedad.

Sería hipócrita pretender salir de las dificultades personales y sociales, de la crisis de valores y de las formas de corrupción, y no tener la decisión de asumir el propio compromiso responsable y constructor de un mañana mejor.

La esperanza cristiana nos debe potenciar a defender nuestros derechos, pero sobre todo a asumir nuestros deberes ciudadanos. Esta tarea se inicia con el compromiso en las pequeñas cosas cotidianas, en la participación de base, en nuestro pueblo o barrio, escuela o capilla. Podemos decir que si existen dirigentes sociales, políticos, religiosos inadecuados es por nuestra falta de responsabilidad y participación habitual, incluyendo el uso del voto que tenemos los ciudadanos, y con el cual decidimos quienes son nuestros dirigentes.

Quiero señalar algunos signos de esperanza en este domingo en que el Señor en el Evangelio nos dice: “Yo soy la Resurrección y la Vida”. El camino de evangelización que vamos realizando en nuestra Diócesis, aún cuando hay tantas cosas por mejorar y consolidar, revelan el compromiso de tantos agentes de pastoral, sacerdotes, consagrados y laicos en querer profundizar el pedido de Aparecida y nuestro Sínodo, de ser una Iglesia mas discipular y misionera. Entre otros signos de esperanza también debemos subrayar la organización que se va generando en diversos emprendimientos, que aunque pequeños, ayudan en la promoción y autoestima de muchas familias que viven en situación de pobreza. Están formas de organización social superan ampliamente el asistencialismo, que solo se justifica en situaciones de real emergencia, y que nunca pueden sustituir la dignidad de aquello que se gana con el fruto del propio trabajo.

Este fin de semana realizamos la colecta cuaresmal del 1%. El ejercicio de la comunión de bienes como fruto del amor que Dios nos tiene, y que nosotros debemos a nuestros hermanos, nos ejercita en la caridad. Con ese gesto muchos de nuestros hermanos podrán mejorar sus viviendas, ranchos, baños y letrinas. La muerte y la vida, la esperanza del Señor Resucitado nos debe motivar a trabajar para mejorar nuestra realidad.
Un saludo cercano y hasta el próximo domingo.

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas



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Martes, 08 de abril de 2014

Como cada domingo, el papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, el 06 de Abril de 2014, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro. Y dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo el Pontífice argentino les dijo (Zenit.org) :

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma narra la resurrección de Lázaro.

Es la culminación de los "signos" prodigiosos cumplidos por Jesús. Es un gesto demasiado grande, claramente demasiado divino para ser tolerado por los sumos sacerdotes que, al conocer el hecho, tomaron la decisión de matar a Jesús. Lázaro llevaba muerto tres días cuando llegó Jesús. Y a sus  hermanas, Marta y María, les dijo palabras que se han grabado para siempre en la memoria de la comunidad cristiana. Así dice Jesús: "Yo soy la resurrección y la vida; Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; El que vive y cree en mí no morirá eternamente".

Considerando esta palabra del Señor, nosotros creemos que la vida de aquel que cree en Jesús y sigue sus mandamientos, después de la muerte se transformará en una vida nueva, plena e inmortal. Como Jesús ha resucitado con su propio cuerpo, pero no ha regresado a una vida terrenal, así  nosotros resucitaremos con nuestros cuerpos que serán transfigurados en cuerpos gloriosos. Él nos espera junto al Padre. Y la fuerza del Espíritu Santo, que Le ha resucitado, resucitará también a quien está con Él. 

Ante la tumba sellada del amigo Lázaro, Jesús clamó a gran voz: "¡Lázaro, sal fuera!". Y el muerto salió. Las manos y los pies atados con vendas y el rostro envuelto en un sudario. Este grito perentorio está dirigido a todos los hombres, porque todos estamos marcados por la muerte, todos nosotros; es la voz de aquel que es el dueño de la vida y quiere que todos la tengan en abundancia. Cristo no se resigna a los sepulcros que nos construimos con nuestras elecciones del mal y la muerte, con nuestras equivocaciones y con nuestros pecados. Él no se resigna a esto. Él nos invita, casi nos ordena, a salir de la tumba donde nuestros pecados nos han hundido. Nos llama insistentemente a salir de la oscuridad de la cárcel donde nos hemos encerrado, contentándonos con una vida falsa, egoísta, mediocre. "¡Sal!", nos dice. "¡Sal!". Es una hermosa invitación a la libertad verdadera, ha dejarse atrapar por estas palabras de Jesús que hoy repite a cada uno de nosotros. Una invitación ha dejarse liberar de las "vendas", de las "vendas" del orgullo, porque el orgullo nos convierte en esclavos, esclavos de nosotros mismos, esclavos de tantos ídolos, de tantas cosas... Nuestra resurrección empieza a partir de aquí: cuando decidimos obedecer a esta orden de Jesús saliendo a la luz, a la vida; cuando de nuestro rostro caen las máscaras, tantas veces nosotros estamos enmascarados por el pecado, ¡las máscaras deben caer!, y nosotros encontrar el coraje de nuestro rostro original, creado a imagen y semejanza de Dios. 

El gesto de Jesús que resucita a Lázaro muestra hasta dónde puede llegar la fuerza de la Gracia de Dios, y por lo tanto, hasta donde puede llegar nuestra conversión, nuestro cambio. Pero escuchad bien: ¡no hay ningún límite a la misericordia divina ofrecida a todos! ¡No hay ningún límite a la misericordia divina ofrecida a todos! Acordaos bien de esta frase. Y podemos decirla todos juntos: ¡No hay ningún límite a la misericordia divina ofrecida a todos! Digámosla juntos: ¡No hay ningún límite a la misericordia divina ofrecida a todos! El Señor está siempre listo para levantar la piedra tumbal de nuestros pecados, que nos separa de Él, que es luz de los vivientes.

Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus. Y al concluir la plegaria, el Papa insistió que no hay ningún límite a la misericordia divina ofrecida a todos y prosiguió:

Queridos hermanos y hermanas,

Mañana se llevará a cabo en Ruanda la conmemoración del vigésimo aniversario del inicio del genocidio perpetrado contra los tutsis en 1994. En esta circunstancia deseo expresar mi cercanía paternal al pueblo ruandés, animándole a continuar con determinación y esperanza, el proceso de reconciliación que ya ha manifestado sus frutos, y el empeño de reconstrucción humana y espiritual del país. A todos les digo: ¡No tengáis miedo! Sobre la roca del Evangelio construid vuestra sociedad, en el amor y en la concordia, porque sólo así se genera una paz duradera. Invoco sobre toda la querida nación ruandesa la protección maternal de Nuestra Señora de Kibeho. Recuerdo con afecto a los obispos ruandeses que han estado aquí, en el Vaticano, la semana pasada. Y a todos vosotros os invito, ahora, a rezar a la Virgen Nuestra Señora de Kibeho. Ave María... (Reza el Ave María).

A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Pontífice:

Saludo a todos los peregrinos presentes, de manera particular a los participantes en el ‘Congreso del Movimiento de Compromiso Educativo de la Acción Católica Italiana’. ¡Invertir en educación significa invertir en esperanza! 

Saludo a los fieles de Madrid y de Menorca; a aquellos de la diócesis de Concordia-Pordenone; el grupo brasileño "Fraternidad y Tráfico Humano"; a los estudiantes de Canadá, de Australia, de Bélgica y a los de Cartagena-Murcia; a los alpinos de Como y de Roma. 

Saludo a los grupos de chicos que han recibido o se preparan para la Confirmación, los jóvenes de diferentes parroquias y los numerosos estudiantes.

Francisco también quiso dedicar unas palabras a las víctimas del terremoto de L'Aquila y a la epidemida de Ébola en Guinea y otros países vecinos: 

Han pasado exactamente cinco años del terremoto que ha golpeado a L'Aquila y su territorio. En este momento queremos unirnos con aquella comunidad que ha sufrido tanto, que todavía sufre, lucha y espera, con tanta confianza en Dios y en la Virgen. Oremos por todas las víctimas: que vivan para siempre en la paz del Señor. Y recemos por el camino de resurrección del pueblo de L'Aquila: la solidaridad y el renacimiento espiritual, sean la fuerza de la reconstrucción material. 

Recemos por las víctimas del virus del Ébola que se ha desarrollado en Guinea y países vecinos. Que el Señor sostenga los esfuerzos para combatir el inicio de esta epidemia y para asegurar cuidado y asistencia a todos los necesitados.

Al termino del ángelus y por expreso deseo del Papa se distribuyeron gratuitamente, como regalo del Pontífice a los fieles presentes en la plaza de San Pedro, varios miles de evangelios en edición de bolsillo. El Santo Padre explicó el gesto de esta manera:

Y ahora me gustaría tener un gesto sencillo con vosotros. En los pasados domingos he sugerido a todos vosotros que consiguierais un pequeño Evangelio, para llevar uno mismo durante el día para poder leerlo a menudo. Entonces me ha acordado de la antigua tradición de la Iglesia, durante la Cuaresma, de entregar el Evangelio a los catecúmenos, a los que se preparan para el bautismo. Entonces hoy quiero ofreceros a vosotros que estáis en la plaza, pero como un signo para todos, un Evangelio de bolsillo. Os será distribuido gratuitamente. Hay lugares en la plaza para esta distribución. Yo los veo allí, allí, allí, allí, allí.... Acercaros a los lugares y tomad el Evangelio. ¡Tomadlo, tomadlo con vosotros, y leedlo cada día! ¡Es el mismo Jesús el que os habla allí! ¡Es la palabra de Jesús! ¡Esta es la Palabra de Jesús!

Y como Él, os digo: ¡gratuitamente habéis recibido, gratuitamente dad! ¡Dad el mensaje del Evangelio! Pero a lo mejor alguno de vosotros no cree que esto sea gratuito. “¿Pero cuanto cuesta? ¿Cuánto debo pagar, padre? Pero hagamos una cosa, a cambio de este regalo, haced un acto de caridad, un gesto de amor gratuito: una oración por los enemigos, una reconciliación, alguna cosa...

Hoy se puede leer el Evangelio también con muchos instrumentos tecnológicos. Se puede llevar encima la Biblia entera en un teléfono móvil, en un Tablet. Lo importante es leer la Palabra de Dios, con todos los medios, pero leer la Palabra de Dios, ¡Es Jesús que nos habla allí!, y acogerla con el corazón abierto: ¡entonces la buena semilla da fruto!

Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:

"Vi auguro buona domenica e buon pranzo. Arrivederci!" (Os deseo buen domingo y una buena comida. ¡Hasta pronto!)

(RED/IV)


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Lunes, 07 de abril de 2014

Catequesis para la familia, semana del 30 de marzo de 2014 (Zenit.org)

Educar la conciencia

Por Eva Carreras del Rincón

Ver al Papa Francisco, arrodillado delante del confesionario, me ha hecho pensar en la importancia del buen ejemplo. Todos sabemos que los Papas se confiesan, pero una cosa es saberlo y otra verlo con nuestros propios ojos.

Lo mismo ocurre con nuestros hijos. Seguramente saben que nos confesamos regularmente, pero ¿nos ven hacerlo?

Antes de Semana Santa y respetando siempre su libertad, podríamos contarles que nos vamos a confesar y preguntarles si nos quieren acompañar. Esto se hace más fácil si en las conversaciones cotidianas y familiares se habla con naturalidad del perdón y del sacramento de la Confesión.

La conciencia se va educando poco a poco y en la catequesis les enseñan los mandamientos; más tarde los estudiarán con más profundidad en las clases de religión. En las parroquias y colegios hay exámenes de conciencia preparados para ellos. Y todo esto está muy bien... Pero no es suficiente. Volvemos a tener una responsabilidad que no podemos delegar en otros. En nuestros hogares ponemos la buena tierra para que lo que les enseñen luego tenga fruto.

¿Qué podemos hacer nosotros?

Nos tienen que ver pedir perdón cuando nos equivocamos. No perdemos autoridad, más bien salimos reforzados.

Cuando son pequeños, hasta los seis o siete años, es bueno que empiecen hacer un pequeño examen de conciencia, sin entrar en detalles, antes de ir a dormir. Les tenemos que dar un modelo abierto del tipo:" ¿he hecho algo que haya puesto triste al niño Jesús ?" Dejar que lo piense y luego le pida perdón... y tan contentos.

Cuando son un poco más mayores, cuando les corrijamos una mala conducta que sea una ofensa a Dios, les podemos decir: “esto que has hecho es pecado y tienes que pedirle perdón a Jesús en el confesionario. A veces nos cuesta mucho evitarlo, por eso Jesús, no solo nos perdona, sino que además nos da su gracia para que no lo repitamos. Y si aún así volvemos a caer, Él nos vuelve a perdonar.”

Respetemos siempre su libertad y su imagen. No juzguemos nunca sus intenciones. Es muy diferente decirles que han dicho una mentira, a llamarlos mentirosos.

Y lo mismo debemos hacer con amigos y vecinos. Que nuestros hijos no nos oigan criticar y descalificarlos. Si algo nos parece mal, juzguemos siempre los hechos, respetando a las personas.


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Cuarta predicación de Cuaresma para la Curia Romana, del sacerdote capuchino Raniero Cantalamessa CIUDAD DEL VATICANO, 04 de abril de 2014 (Zenit.org)

Los ejercicios espirituales para el Papa: S. León Magno y la Fe en Jesucristo

SAN LEÓN MAGNO Y LA FE EN JESUCRISTO VERDADERO DIOS Y VERDADERO HOMBRE

1. Oriente y Occidente unánimes sobre Cristo

Hay diferentes vías, o métodos, para aproximarse a la persona de Jesús. Por ejemplo, se puede partir directamente de la Biblia y, también en este caso, se pueden seguir distintas vías: la vía tipológica, seguida en la más antigua catequesis de la Iglesia, que explica a Jesús a la luz de las profecías y de las figuras del Antiguo Testamento; la vía histórica, que reconstruye el desarrollo de la fe en Cristo a partir de las distintas tradiciones, autores y títulos cristológicos, o desde los distintos entornos culturales del Nuevo Testamento. Se puede, por el contrario, partir de las preguntas y de los problemas del hombre de hoy, o incluso desde la propia experiencia de Cristo, y desde todo ello remontarse a la Biblia. Son todas vías ampliamente exploradas.

La Tradición de la Iglesia elaboró, muy pronto, una vía suya de acceso al misterio de Cristo, un modo suyo de recoger y organizar los datos bíblicos que le afectan, y esta vía se llama el dogma cristológico, la vía dogmática. Por dogma cristológico entiendo las verdades fundamentales en torno a Cristo, definidas en los primeros concilios ecuménicos, sobre todo en el de Calcedonia, las cuales, en sustancia, se reducen a los siguientes tres pilares: Jesucristo es verdadero hombre, es verdadero Dios, es una sola persona.

San León Magno es el padre que he elegido para introducirnos en las profundidades de este misterio. Por una razón muy precisa. En la teología latina estaba lista desde hacía dos siglos y medio la fórmula de la fe en Cristo que llegará a ser el dogma de Calcedonia. Tertuliano había escrito: «Vemos dos naturalezas, no confundidas, sino unidas en una persona, Jesucristo, Dios y hombre»1.Tras una larga exploración, los autores griegos llegan, por su parte, a una formulación idéntica en la sustancia; pero su retraso o tiempo perdido fue algo muy distinto, porque sólo ahora se podía dar a esa fórmula su verdadero significado, al haber puesto ellos de relieve, entretanto, todas las implicaciones y resuelto las dificultades.

El papa san León Magno es quien se encontró gestionando el momento en que las dos corrientes del río —la latina y la griega— confluyeron juntas y con su autoridad de obispo de Roma favoreció su acogida universal. Él no se conforma con transmitir simplemente la fórmula heredada de Tertuliano y retomada entretanto por Agustín, sino que la adapta a los problemas surgidos en el ínterin, entre la Iglesia de Éfeso del año 431 hasta Calcedonia del año 451. Este es, a grandes líneas, su pensamiento cristológico, tal como lo expone en el famoso Tomus a Flavianum2.

Primer punto: la persona del Dios-hombre es idéntica a la del Verbo eterno: «El que se hizo hombre en la forma de siervo es el mismo que en la forma de Dios creó al hombre». Segundo punto: la naturaleza divina y la humana coexisten en esta única persona, que es Cristo, sin mezcla ni confusión, pero conservando cada una sus propiedades naturales (salva proprietate utriusque naturae). Él empieza a ser lo que no era, sin dejar de ser lo que era3 . La obra de la redención exigía que «el único y mismo mediador entre Dios y los hombres, el hombre Jesucristo, pudiera morir en lo referido a la naturaleza humana y no morir en lo referido a la naturaleza divina». Tercer punto: la unidad de la persona justifica el uso de la comunicación de idiomas, por lo que podemos afirmar que el Hijo de Dios fue crucificado y sepultado, y también que el Hijo del hombre vino del cielo.

Era un intento, en gran parte conseguido, de encontrar por fin un acuerdo entre las dos grandes «escuelas» de la teología griega, la alejandrina y la antioquena, evitando los respectivos errores que eran el monofisismo y el nestorianismo. Los antioquenos encontraban en ello el reconocimiento, para ellos vital, de las dos naturalezas de Cristo y, por tanto, de la plena humanidad de Cristo; los alejandrinos, a pesar de algunas reservas y resistencias, podían encontrar en la formulación de León el reconocimiento de la identidad de la persona del Verbo encarnado y la del Verbo eterno, que apreciaban más que cualquier otra cosa.

Basta recordar el eje de la definición de Calcedonia para darse cuenta de lo presente que está en ella el pensamiento del papa León:

«Enseñamos unánimemente que hay que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre […]; nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación, nacido en los últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad. Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación. La diferencia de naturalezas de ningún modo queda suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las propiedades de cada una de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola persona»4.

Podría parecer una fórmula técnicamente perfecta, pero árida y abstracta y, en cambio, en ella se basa toda la doctrina cristiana de la salvación. Sólo si Cristo es un hombre como nosotros, lo que él hace, nos representa y nos pertenece, y sólo si él mismo es también Dios, lo que hace tiene un valor infinito y universal, hasta el punto de que, como se canta enel Adoro te devote, «una sola gota de sangre que ha derramado salva al mundo entero del pecado» («Cuius una stilla salvum facere totum mundum qui ab obni scelere»).

Sobre este punto, Oriente y Occidente, son unánimes. Esta era la situación de la humanidad antes de Cristo, escriben, con pocas diferencias entre sí, san Anselmo entre los latinos y Cabasilas entre los ortodoxos. Por una parte estaba el hombre que había contraído la deuda al pecar y que debía luchar contra Satanás para liberarse, pero no podía hacerlo, al ser la deuda infinita y al ser él esclavo de quien debía vencer; por otro lado, estaba Dios que podía expiar el pecado y vencer al demonio, pero no debía hacerlo, al no ser él el deudor. Era preciso que se encontraran unidos en la misma persona quien debía luchar y quien podía vencer, y es lo que ocurrió con Jesús, «verdadero Dios y verdadero hombre, en una persona»5.

2. El Jesús de la historia y el Cristo del dogma nuevamente unidos

Estas serenas certezas sobre Cristo, durante los últimos dos siglos, fueron investidas por un ciclón crítico que tendía a quitarlas cualquier consistencia y a calificarlas como puras invenciones de los teólogos. A partir de Strauss, se ha convertido en una especie de grito de batalla entre los estudiosos del Nuevo Testamento: liberar la figura de Cristo de los cepos del dogma, para reencontrar al Jesús histórico, el único real. «La ilusión de que Jesús haya podido ser hombre en sentido pleno y que, sin embargo, como persona individual sea superior a la humanidad entera, es la cadena que aún cierra el puerto de la teología cristiana al mar abierto de la ciencia racional»6.Y esta es la conclusión a la que llega el estudioso: «La idea del Cristo del dogma, por una parte, y el Jesús de Nazaret de la historia, por otra, están separadas para siempre».

Se declara sin reticencias el presupuesto racionalista de esta tesis. El Cristo del dogma no satisface las exigencias de la ciencia racional. El ataque ha ido adelante, con soluciones alternas, casi hasta nuestros días. Se ha convertido él mismo, a su manera, en un dogma: para conocer al verdadero Jesús de la historia es preciso prescindir de la fe en él posterior a la Pascua. En este clima han proliferado reconstrucciones fantasiosas de la figura de Jesús en beneficio del espectáculo, algunas con pretensiones de historicidad, pero en realidad basadas en hipótesis de hipótesis, respondiendo todas a gustos o reivindicaciones del momento.

Pero ahora, creo, hemos llegado al final de la parábola. Es hora de tomar nota del cambio ocurrido en este sector, de manera que se pueda salir de una cierta actitud defensiva y avergonzada que ha caracterizado a los estudiosos creyentes en estos años, y, más aún, para hacer llegar un mensaje a todos aquellos que en estos años han divulgado a manos llenas imágenes de Jesús dictadas por ese anti-dogma. El mensaje es que ya no se pueden escribir, en buena fe, «investigaciones sobre Jesús» que tengan la pretensión de ser «históricas», si prescinden, o más aún, excluyen de partida, la fe en él.

Quién personaliza de manera más clara el cambio que se está produciendo es uno de los máximos estudiosos vivos del Nuevo Testamento, el inglés James D.G. Dunn. Él ha resumido en un pequeño volumen titulado «Cambiar la perspectiva sobre Jesús», los resultados de su monumental investigación sobre los orígenes del cristianismo7. El autor ha minado desde las raíces los dos presupuestos de fondo sobre los que se basó la contraposición entre el Jesús histórico y el Cristo de fe: primero, que, para conocer al Jesús de la historia hay que prescindir de la fe post-pascual; segundo, que para conocer lo que verdaderamente dijo e hizo el Jesús histórico, es necesario liberar la tradición de las capas y de los añadidos posteriores, y remontarse hasta el estrato original, o a la primera «redacción», de una cierta perícopa evangélica.

Contra el primer presupuesto, Dunn demuestra que la fe se inicia antes de la Pascua; si algunos lo han seguido y se han hecho sus discípulos es porque habían creído en él. Se trata de una fe aún imperfecta, pero de fe. En esta fe, el acontecimiento pascual marcará sin duda un salto de cualidad, pero saltos de cualidad, aunque menos determinantes, había habido ya antes de la Pascua, en momentos especiales, como la transfiguración, algunos milagros clamorosos, el diálogo de Cesarea de Filipo. La Pascua no constituye un comienzo absoluto.

Contra el otro asunto, Dunn hace ver cómo, aun admitiendo que las tradiciones evangélicas circularon durante un cierto período en forma oral, los estudiosos aplicaban siempre a dicha tradición el modelo literario, como se hace hoy cuando se quiere remontar, de edición en edición, al texto original de una obra. Si se tienen en cuenta las leyes que regulan —también en el presente, en ciertas culturas—, la transmisión oral de las tradiciones de una comunidad, se ve que no hay necesidad de dar cuerpo a un dicho evangélico, a la búsqueda de un hipotético núcleo originario, una operación que abrió las puertas a todo tipo de manipulación de los textos evangélicos, terminando por repetir lo que ocurre cuando se abre una cebolla a la búsqueda de un núcleo sólido que no existe. Algunas de estas conclusiones son las que los estudiosos católicos habían sostenido desde siempre8, pero Dunn tiene el mérito de haberlas defendido con argumentos difícilmente refutables desde dentro mismo de la investigación histórico-crítica y con sus mismas armas.

El rabino americano J. Neusner, con el que Benedicto XVI instaura un diálogo en su primer volumen sobre Jesús de Nazaret, da por descontado este resultado. Partiendo de un punto de vista autónomo y, por así decir, neutral, hace ver cómo es un intento vano separar al Jesús histórico del Cristo de la fe post-pascual. El Jesús histórico, el de los evangelios, por ejemplo el del sermón de la montaña, es ya un Jesús que requiere la fe en su persona como a uno que puede corregir Moisés, que es señor del sábado, por el cual se puede hacer una excepción también al cuarto mandamiento; en definitiva, como uno que se sitúa en el mismo plano de Dios.

El estudio sobre el Nuevo Testamento se detiene aquí; llega a probar la continuidad entre el Jesús de la historia y el Cristo del kerigma, no va más allá. Queda por probar la continuidad entre el Cristo del kerigma y el del dogma de la Iglesia. La fórmula de León Magno y de Calcedonia, ¿marca un desarrollo coherente de la fe neotestamentaria, o representa una ruptura respecto de ella? Ésta fue mi principal interés en los años en que me ocupaba de la Historia de los orígenes cristianos y la conclusión a la que llegué no se separa de la del Cardenal Newman en su famoso ensayo «El desarrollo en la doctrina cristiana»9Ha tenido lugar, sin duda, el paso de una cristología funcional (lo que Cristo «hace»), a una cristología ontológica (lo que Cristo «es»), pero no se trata de una ruptura porque vemos que el mismo proceso se da ya dentro del kerigma, por ejemplo en el paso de la cristología de Pablo a la de Juan, y en Pablo mismo, en el tránsito desde sus primeras cartas a las de la cautividad, Filipenses y Colosenses.

3. Más allá de la fórmula

Esta vez el tema mismo exigía detenerse un poco más largamente en la parte doctrinal del tema. La persona de Jesús es el fundamento de todo en el cristianismo. «Si la trompeta no da sino un sonido confuso, ¿quién se preparará para la batalla?», dice san Pablo (1 Cor 14,8); si no se tiene una idea precisa de quién es Jesucristo, ¿qué vamos a anunciar al mundo? Pero ahora nos queda hacer una aplicación práctica de la doctrina para la vida personal y la fe actual de la Iglesia, que es el objetivo constante de nuestro reexamen de los Padres.

Cuatro siglos y medio de formidable trabajo teológico han dado a la Iglesia la fórmula: «Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre; Jesucristo es una sola persona». Más sintéticamente aún: él es «una persona en dos naturalezas». A esta fórmula se aplicará a la perfección el dicho de Kierkegaard: «La terminología dogmática de la Iglesia primitiva es como un castillo mágico, donde yacen en un sueño profundo los príncipes y las princesas más legendarias. Basta sólo despertarlos para que brinquen de pie con toda su gloria»10. Nuestra tarea es, pues, la de despertar y dar nueva vida a los dogmas.

La investigación sobre los evangelios —también en la apenas recordada de Dunn— nos muestra que la historia no nos puede llevar al «Jesús en sí», al Cristo como es en la realidad. Lo que alcanzamos en los evangelios es siempre, en cada fase, un Jesús «recordado», mediado por la memoria que de él conservaron los discípulos, aunque sea una memoria creyente. Sucede como para su resurrección. «Algunos de los nuestros —dicen los dos discípulos de Emaús— fueron al sepulcro y lo encontraron como les habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron» (Lc 24,24). La historia puede constatar que las cosas, respecto de Jesús de Nazaret, están como dijeron los discípulos en los evangelios, pero a él no lo ve.

Lo mismo ocurre con el dogma. Nos puede llevar a un Jesús «definido», «formulado», pero Tomás de Aquino nos enseña que «la fe no termina en el enunciado (enuntiabile), sino en la realidad (res)». Entre la fórmula de Calcedonia y el Jesús real existe la misma diferencia que hay entre la fórmula química H2O y el agua que bebemos o en la que nadamos. Nadie puede decir que la fórmula H2O es inútil o que no describe perfectamente la realidad; ¡sólo que no es la realidad! ¿Quién nos podrá conducir al Jesús «real» que está más allá de la historia y detrás de la definición?

Y he aquí que nos viene al encuentro la gran noticia consoladora. Existe la posibilidad de un conocimiento «inmediato» de Cristo: es el que nos da el Espíritu Santo enviado por él mismo. Él es la única «mediación no-mediada» entre nosotros y Jesús, en el sentido de que no hace de velo, no constituye un diafragma o un trámite, al ser él el Espíritu de Jesús, su «alter ego», de su misma naturaleza. San Ireneo llega a decir que «el Espíritu Santo es nuestra misma comunión con Cristo»11. En ello la mediación del Espíritu Santo es diferente de cualquier otra mediación entre nosotros y el Resucitado, tanto eclesial como sacramental.

Pero es la Escritura misma la que nos habla de este papel del Espíritu Santo a efectos del conocimiento del verdadero Jesús. La venida del Espíritu Santo en Pentecostés se traduce en una repentina iluminación de todo lo obrado por Cristo y de su persona. Pedro concluye su discurso con esa especie de definición «urbi et orbi» del señorío de Cristo: «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a ese Jesús al que habéis crucificado» (Hch 2,36).

San Pablo dice que Jesucristo se manifiesta como «Hijo de Dios con potencia mediante el Espíritu de santificación» (Rom 1,4), es decir, por obra del Espíritu Santo. Nadie puede decir que Jesús es el Señor, si no es gracias a una iluminación interior del Espíritu Santo (cf. 1 Cor 12,3). El apóstol atribuye al Espíritu Santo «la comprensión del misterio de Cristo» que se le dio a él, como a todos los santos apóstoles y profetas (cf. Ef 3,4-5). Sólo si son «fortalecidos por el Espíritu», —continúa el apóstol— los creyentes serán capaces de «entender la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo que sobrepasa todo conocimiento» (Ef 3,16-19).

En el evangelio de Juan, Jesús mismo anuncia esta obra del Paráclito respecto de él. Él tomará de lo suyo y lo anunciará a los discípulos; les recordará todo lo que él ha dicho; los conducirá a la verdad plena sobre su relación con el Padre; le dará testimonio. Más aún, precisamente esto será, de ahora en adelante, el criterio para reconocer si se trata del verdadero Espíritu de Dios y no de otro Espíritu: si empuja a reconocer a Jesús venido en la carne (cf. 1 Jn 4,2-3).

4. Jesús de Nazaret, una «persona»

Con la ayuda del Espíritu Santo, hagamos, pues, un pequeño intento de «despertar» el dogma. Del triángulo dogmático de León Magno y de Calcedonia —«verdadero Dios», «verdadero hombre», «una persona»— nos limitamos a tomar en consideración sólo el último elemento: Cristo «una persona». Las definiciones dogmáticas son «estructuras abiertas», es decir, capaces de acoger significados nuevos, posibilitados por el progreso del pensamiento humano. En su fase más antigua, «persona» (del latín personare, resonar) indicaba la máscara que servía al actor para hacer resonar su voz en el teatro; de aquí pasó a indicar el rostro, luego el individuo, hasta su significado más alto de «sustancia individual de naturaleza racional» (Boecio).

En el uso moderno el concepto se ha enriquecido con un significado más subjetivo y relacional, favorecido, sin duda, por el uso trinitario de persona como «relación subsistente». Es decir, indica al ser humano en cuanto capaz de relación, de estar como un yo ante un tú. En ello, la fórmula latina «una persona» se reveló más fecunda que la respectiva griega de «una hipóstasis». «Hipóstasis» se puede decir de todo objeto individual existente; «persona», sólo del ser humano y, por analogía, del ser divino. Nosotros hablamos hoy (y también los griegos hablan) de «dignidad de la persona», no de dignidad de la hipóstasis.

Apliquemos todo esto a nuestra relación con Cristo. Decir que Jesús es «una persona» significa decir también que ha resucitado, que vive, que está delante de mí, que puedo hablarle de tú como él me habla de tú. Es necesario pasar constantemente, en nuestro corazón y en nuestra mente, del Jesús personaje al Jesús persona. El personaje es uno del que se puede hablar y escribir todo lo que se quiera, pero al cual y con el cual generalmente no se puede hablar. Jesús, desgraciadamente para la mayoría de los creyentes, es todavía un personaje, uno del que se discute, del que se escribe sin parar, una memoria del pasado, un conjunto de doctrinas, de dogmas o de herejías. Es un ente, más que un existente.

El filósofo Sartre, en una página famosa, describió el escalofrío metafísico que produce el descubrimiento repentino de la existencia de las cosas y, en esto al menos, podemos darle crédito:

«Estaba en el jardín público. La raíz del castaño se hundía en la tierra, precisamente bajo mi banco. Ya no me acordaba de que era una raíz. Las palabras habían desaparecido y, con ellas, el significado de las cosas, los modos de su uso, los tenues signos de reconocimiento que los hombres han trazado sobre su superficie. [...] Y luego tuve este rayo de luz. Se me cortó el aliento con ello. [...] . La existencia se oculta. Está allí, alrededor de nosotros, no se pueden decir dos palabras sin hablar de ella y, por último, no se toca. [...] Y luego, de golpe, estaba allí, clara como el día: la existencia se había revelado de repente»12.

Para ir más allá de las ideas y las palabras sobre Jesús y entrar en contacto con él, persona viva, hay que pasar por una experiencia de ese tipo. Algunos exégetas interpretan el nombre divino «El que es», en el sentido de «El que está», que está presente, disponible, ahora, aquí13. Esta definición se aplica perfectamente también a Jesús resucitado.

Es posible tener a Jesús por amigo, porque, al haber resucitado, está vivo, está a mi lado, puedo relacionarme con él como una persona viva con otra viva, una presente con otra presente. No con el cuerpo y ni siquiera con la sola fantasía, sino «en el espíritu» que es infinitamente más íntimo y real que uno y otra. San Pablo nos asegura que es posible hacer todo «con Jesús»: ya comamos, ya bebamos, ya hagamos cualquier otra cosa (cf. 1 Cor 10,31; Col 3,17).

Por desgracia, rara vez se piensa en Jesús como en un amigo y confidente. En el subconsciente domina su imagen de resucitado, ascendido al al cielo, remoto en su trascendencia divina, que volverá un día, al final de los tiempos. Se olvida que al ser, como dice el dogma, «verdadero hombre», más aún, la perfección humana misma, posee en sumo grado el sentimiento de la amistad que es una de las cualidades más nobles del ser humano. Es Jesús quien desea semejante relación con nosotros. En su discurso de despedida, dando rienda suelta plena a sus sentimientos, dice: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; os he llamados amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre» (Jn 15, 15).

Yo he visto realizado este tipo de relación con Jesús, no tanto en los santos (en los cuales prevalece la relación con el Maestro, el Pastor, el Salvador, el Esposo…), cuanto en esos judíos que, de manera muy a menudo no diversa de Saulo, llegan a aceptar hoy al Mesías. El nombre de Jesús de golpe se muda de una oscura amenaza, al más dulce y amado de los nombres. Un amigo. Es como si la ausencia de dos mil años de discusiones en torno a Cristo jugara a su favor. Su Jesús no es nunca «ideológico», sino una persona de carne y hueso. ¡De su sangre! Uno se queda conmovido al leer el testimonio de algunos de ellos. Todas las contradicciones se resuelven en un instante, todas las oscuridades se iluminan. Es como ver la lectura espiritual del Antiguo Testamento que se realiza ante sus propios ojos globalmente y como con acelerador. San Pablo dice que es como cuando un velo cae de los ojos (cf. 2 Cor 3, 16).

En su vida terrena, aunque amaba a todos sin distinción, sólo con algunos —con Lázaro y las hermanas y más aún con Juan, el «discípulo que él amaba»— tiene Jesús una relación de amistad verdadera. Pero ahora que está resucitado y ya no está sujeto a los límites de la carne, él ofrece a cada hombre y a cada mujer la posibilidad de tenerlo como amigo, en el sentido más completo de la palabra. Que el Espíritu Santo, el amigo del esposo, nos ayude a acoger con asombro y alegría esta posibilidad que llena la vida.

© Traducido del original italiano por Pablo Cervera Barranco

1 Tertuliano, Adversus Praxean, 27, 11: CCL 2, 1199.

2 León Magno, Carta 28.

3 León Magno, Sermo 27,1.

4 DS 301-302.

5 N. Cabasilas, Vida en Cristo, I, 5: PG 150,313; Cf. Anselmo, Cur Deus homo, II, 18.20; Tomás de Aquino, Summa theologiae, III, q. 46, art. 1, c. 3.

6 D.F. Strauss, Der Christus des Glaubens und der Jesus der Geschichte, 1865.

7 J.D.G. Dunn, A New Perspective on Jesus. What the Quest for the Historical Jesus Missed (Grands Rapids, Michigan 2005) [trad. esp. Redescubrir a Jesús de Nazaret: lo que la investigación sobre el Jesús histórico ha olvidado (Sígueme, Salamanca 2006)].

8 Dunn tiene muy en cuenta el estudio del exégeta católico alemán H. Schürmann sobre el origen pre-pascual de algunos dichos de Jesús: o.c., 28.

9 Cf. mi estudio, Dal kerygma al dogma. Studi sulla cristologia del Padri (Vita e Pensiero, Milán 2006) 11-51.

10 S. Kierkegaard, Diario, II, A 110 (ed.C. Fabro) (Brescia 1962) n. 196.

11 Ireneo, Contra las herejías, III, 24, 1.

12 J.-P. Sartre, La náusea (Milán 1984) 193s [trad. esp. La náusea (Alianza Editorial, Madrid 2014)].

13 Cf. G. Von Rad, Teologia dell’Antico Testamento I (Paideia, Brescia 1972) 212 [trad. esp. Teología del Antiguo Testamento I (Sígueme, Salamanca 1978)].

 


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El papa Francisco lo ha canonizado mediante la firma de un decreto al padre jesuita Anchieta CIUDAD DEL VATICANO, 03 de abril de 2014 (Zenit.org)

Por Iván de Vargas

- El papa Francisco ha firmado en la mañana de hoy, jueves 3 de abril, el decreto por el que quedará canonizado el jesuita José de Anchieta, conocido como el “Apóstol de Brasil”. La firma ha tenido lugar durante una audiencia con el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Esta canonización, al no estar fundada en un milagro reciente del beato, se  ha materializado mediante un procedimiento denominado "canonización equivalente".

Tanto la diócesis de Tenerife, España, (su lugar de nacimiento) como la de Sao Paulo esperaban que la firma tuviera lugar ayer, 2 de abril, y estaban previstas las celebraciones. Pero, finalmente el Santo Padre se ha reunido esta mañana con el cardenal Amato.

Para celebrar la canonización del beato repicarán las campanas de la Diócesis de Tenerife, exactamente a las 13:00 horas, según informó el obispado Nivariense.

En Brasil, llevan el nombre del padre Anchieta dos poblaciones, la principal avenida que atraviesa Sao Paulo, calles, hospitales, centros escolares, instituciones benéficas y culturales, etc. En varias plazas existen estatuas en su honor. Y aún hoy se conservan la escuela y la iglesia que construyó en Sao Paulo.

Además, la Iglesia romana de San Ignacio acogerá el próximo 24 de abril, a las 18 horas, la Misa de acción de gracias por la canonización del padre Anchieta. El Santo Padre presidirá esta solemne eucaristía en la que estará presente el obispo nivariense, monseñor Bernardo Álvarez, según se ha anunciado desde la diócesis del Tenerife pero aún no hay confirmación del Vaticano.

Reseña biográfica

José de Anchieta nació el 19 de marzo de 1534 en San Cristóbal de la Laguna, en la isla de Tenerife (España). Su padre, Juan de Anchieta, era un vasco originario de Urrestilla, Azpeitia, tierra de san Ignacio de Loyola, con cuya familia estaba emparentado. Su madre, Mencía Díaz de Clavijo, era natural de Las Palmas y descendiente de la nobleza canaria.

En 1548 José de Anchieta y su hermano partieron hacia Portugal para estudiar en la Universidad de Coímbra, regentada por la Compañía de Jesús y una de las más prestigiosas de la época. En 1550, el padre Simón Rodrígues SJ, provincial de Portugal y uno de los primeros compañeros de san Ignacio, lo admitió en la Compañía de Jesús. Anchieta, animado por la lectura de las Cartas que enviaba Francisco Javier desde la India, deseaba ser misionero.

Misionero en Brasil

Terminó el noviciado a los 19 años y, a pesar de sus problemas de salud, fue destinado a las misiones de Brasil. El 13 de julio de 1553 llegó al puerto de Bahía. Así comenzó su vida apostólica, extraordinaria e intensa, que desarrolló en gran parte junto al padre Manuel de Nóbrega SJ, provincial del Brasil, con quién compartió una profunda amistad. 

Su primer destino fue la Capitanía de San Vicente, donde vivían la mayor parte de los jesuitas de Brasil. Camino de San Vicente José vivió una de sus primeras aventuras. La embarcación en la que viajaba sufrió daños y tuvo que refugiarse en la costa. Establecieron contacto con los indígenas y, mientras duró la reparación de la nave, el joven jesuita aprovechó para aprender la lengua tupí. Aquellos días de obligada parada, mientras se acostumbraba a comer los productos del lugar, puso todas sus habilidades a disposición del aprendizaje de la lengua y las costumbres de los pobladores indígenas, algo que resultó ser fundamental para toda su labor en Brasil.

El 25 de enero de 1554 formó parte del grupo de portugueses que en Piratininga fundaron la actual ciudad metrópoli de Sao Paulo. Allí José de Anchieta construyó una maloca, una casa tradicional comunitaria destinada a ser centro misionero, que se convirtió en lugar de atención y asentamiento para los indígenas. Se les ofrecía instrucción en carpintería y artesanía, y los pequeños aprendían a leer y escribir. Por su parte, Anchieta aprendió de los indígenas técnicas curanderas, botánica y las propiedades de las plantas, que empezó a utilizar tanto para uso medicinal como para obtener fibras para fabricar alpargatas y piezas artesanales. También animó la construcción de casas de barro y ladrillo.

Poeta, escritor y lingüista

Rápidamente llegó a dominar la lengua indígena. Preparó la primera gramática de la lengua tupí, que sirvió para el aprendizaje de la misma por parte de sus compañeros y que constituyó una gran aportación, con la que se convirtió en “misionero de misioneros”. Anchieta fue también poeta y dramaturgo, y escribió en latín, español, portugués y tupí. Se le atribuye también la creación y traducción de tres catecismos y otras obras sobre la realidad del país y de los pueblos indígenas. La Academia Brasileña de Letras y el Instituto Histórico y Geográfico Brasileño le consideran entre las grandes figuras de la cultura de Brasil.

Mediador por la paz

En abril de 1563 emprendió, junto al provincial jesuita Manuel de Nóbrega, una expedición para preservar la paz con la federación de los indios tamoios. Nóbrega y Anchieta se internaron en terreno indio y se presentaron en Iperui, donde vivía el principal cacique tamoio: Caoquira. Lo vivido por los dos compañeros jesuitas en aquel tiempo entre los tamoios supuso toda una historia llena de esfuerzos de diálogo, peligros y amenazas, aprendizaje y santidad. Todos los intentos acabaron fracasando, pero Anchieta se llevó de su tiempo con los tamoios el Poema a la Virgen, escrito sobre la arena de la playa y memorizado por él mismo, y la admiración y amistad de algunos de los más importantes caciques. Fue el propio Cuñanbebe, uno de los más aguerridos jefes indígenas, el que lo devolvió a San Vicente después de varios meses de cautiverio.

Poco después se desplazó a la bahía de Guanabara donde los franceses, aliados con los tamoios, se hicieron fuertes contra los portugueses. Durante las batallas, Anchieta no paraba de atender a heridos de ambos bandos.

José de Anchieta se convirtió en un defensor de los derechos de los aborígenes y mestizos, y predicó contra las cacerías de indios y el mercado de esclavos. En 1566 fue ordenado sacerdote y volvió a Río donde ya se había fundado la misión de San Sebastián. Allí, junto a Nóbrega, que por entonces era un anciano, Anchieta fundó un colegio.

En 1577 fue nombrado provincial y, a lo largo de ocho años, recorrió repetidas veces el país. La atención y auxilio de enfermos y moribundos fue una de sus grandes preocupaciones. Siendo provincial envió a Paraguay a los primeros misioneros que formaron el núcleo original de la famosas Reducciones.

Murió el 9 de junio de 1597 en Reritinga, hoy ciudad Anchieta en su honor. El pueblo y la Iglesia en Brasil lo han considerado siempre como su gran evangelizador. El 22 de junio de 1980 fue beatificado por Juan Pablo II.


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Domingo, 06 de abril de 2014

Reflexiones de Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas (Zenit.org)

Más o menos pobres

Por Felipe Arizmendi Esquivel

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Las estadísticas indican que en nuestro país hay millones de pobres, y muchos de ellos en extrema pobreza. Chiapas ocupa uno de los más altos índices de marginación. Sin embargo, hay contrastes que llaman la atención.

Llevo en esta zona 23 años como obispo: 9 en Tapachula y 14 en San Cristóbal de Las Casas. Puedo dar testimonio de situaciones que duelen hasta el alma. En días pasados, fui a comunidades indígenas lejanas; para llegar allá, desde la ciudad episcopal, hice ocho horas. Y nuevamente encontré viviendas muy raquíticas, algunas de paja y lámina, sin luz eléctrica y sin servicios básicos. Hace tiempo se construyeron “casas de salud”, pero no tienen médico ni medicinas, sólo anticonceptivos… Se nota la desnutrición, y no faltan ancianos casi abandonados a su dolor sin esperanza.

En contraste, muchos jóvenes tienen celular, aunque no haya señal; lo usan para sacar fotos y escuchar música, o para cuando van a las ciudades. Varias casas tienen antenas de televisión al satélite, pagando una renta mensual. Cada día abundan más los vehículos, sobre todo camionetas para carga y pasaje. Hace años, tenía que llevar “bolsa para dormir”, papel higiénico, jabón, lámpara de pilas para alumbrarnos por la noche; ahora todo está cambiando: casi en todas partes me ofrecen una camita, ya tienen baño, o al menos una letrina, con agua entubada. Aumenta la pavimentación de caminos hacia las comunidades, y son pocas las que carecen de electricidad. Cada día son menos las personas sin zapatos, y su ropa, aunque sencilla, es limpia y digna. Las jovencitas se arreglan como las que ven en la televisión. Aumentan las escuelas secundarias y hay varios bachilleratos, incluso llegan a más lugares las universidades. Es decir, hay progreso, aunque son innegables las carencias. Son claros también los contrastes entre los mismos pobres: unos sobreviven con muchas limitaciones; otros van saliendo, con su trabajo, e incluso como un buen fruto de sus sufrimientos en la migración.

PENSAR

El Papa Francisco nos advierte: “Nuestro tiempo se caracteriza por cambios y avances significativos en numerosos ámbitos, con importantes consecuencias para la vida de los hombres. Sin embargo, incluso habiendo reducido la pobreza, los logros alcanzados han contribuido a menudo a construir una economía de la exclusión y de la inequidad. Frente a la precariedad en la que viven la mayor parte de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, así como ante las fragilidades espirituales y morales de muchas personas, en particular los jóvenes, nos sentimos interpelados como comunidad cristiana”.

Y nos invita a conformarnos “a Aquel que se hizo pobre enriqueciéndonos con su pobreza. Esta pobreza amorosa es solidaridad, compartir y caridad, y se expresa en la sobriedad, en la búsqueda de la justicia y en la alegría de lo esencial, para alertar ante los ídolos materiales que ofuscan el verdadero sentido de la vida. No sirve una pobreza teórica, sino la pobreza que se aprende al tocar la carne de Cristo pobre, en los humildes, los pobres, los enfermos y los niños” (8-III-2014).

ACTUAR

Preguntémonos qué cosas concretas podemos hacer por tantos pobres con quienes convivimos a diario. Hay mamás que se desviven por sus hijos, abandonadas por el marido, con un esposo alcohólico o encarcelado, y podríamos apoyarles de alguna manera. Hay enfermos sin familia y sin recursos, a quienes podríamos ayudar, si no con un dinero que no tenemos, al menos con algún alimento, visitarles, escucharles, darles cariño y ofrecerles también nuestra oración. Algunos lo único que nos piden es que oremos por ellos.

Pero también hemos de insistir a nuestras autoridades que, en vez de tanta y tan cara publicidad que se hacen, inviertan más en programas efectivos contra la pobreza, sin crear dependencias malsanas y sin condicionar las ayudas a votos partidistas. Y quienes trabajan en instancias económicas nacionales o mundiales, que no los deshumanicen el dinero y sus ganancias desorbitadas, sino que se pongan la mano en el corazón y busquen mecanismos de cambios estructurales, para una mayor justicia.


Publicado por verdenaranja @ 18:37  | Hablan los obispos
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Comentario al Quinto domingo de Cuaresma por Antonio Rivero  (Zenit.org)

Ciclo A - Textos: Ezequiel 37, 12-14; Romanos 8, 8-11; Juan 11, 1-45

P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).

Idea principal: El Cristo Pascual ha venido para sacarnos y resucitarnos de nuestro sepulcro del pecado (primera lectura y evangelio), y darnos una vida nueva de resucitados, para no vivir ya según la carne sino según el Espíritu (segunda lectura).

Resumen del mensaje: Cristo, además de ser Agua viva (segundo domingo) y Luz (tercer domingo), también es Vida y Resurrección (cuarto domingo). Cristo no quiere que nuestra vida yazca en elsepulcro de nuestro pecado y se pudra. Quiero que muramos a nuestro hombre viejo para después resucitarnos y hacernos hombres nuevos, según el Espíritu.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, la resurrección de Lázaro del sepulcro signa el punto culminante de la actividad de Jesús. Es el más grande de sus milagros. Mediante este extraordinario milagro, el Señor trata de vencer la incredulidad de los judíos. En la batalla entre la fe y la incredulidad, Jesús ofrece el don de un testimonio mayor. Pero el corazón de los judíos se cierra, y ello los lleva a tomar la decisión oficial de matar al Cordero inocente, y también a Lázaro, que era testimonio vivo del poder divino de Cristo. El camino de la cruz está ya trazado, pero en el plan de Dios la cruz será el umbral de la exaltación y glorificación del Padre en su Hijo. El complot de los hombres, en el plan de la Providencia, sirve a los designios de Dios.

En segundo lugar, si Lázaro es amigo íntimo de Jesús y el Señor de la vida, ¿por qué éste permite que muera y lo pongan en el sepulcro? Jesús permite un mal para que se manifieste la gloria de Dios. Jesús no utiliza su poder divino para evitar la muerte ignominiosa de la cruz. Por eso, irá al encuentro de su propia muerte por decisión personal. Irá en busca de su “Hora”, esa hora que tanto lo angustiaba pero que al mismo tiempo anhelaba con ardor, porque sería la hora de la glorificación de su Padre y de nuestra salvación mediante el Misterio de su muerte y resurrección. Tal es la razón por la que no impidió la muerte de su amigo Lázaro, para que resplandeciese la gloria de su Padre, así como no evitaría su propia muerte, para que el Padre fuese plenamente glorificado en el Hijo. Sólo así nos sacaría del sepulcro y nos daría una vida nueva. La muerte y resurrección de Lázaro constituyen un preludio de su propia muerte y resurrección. Viendo esta resurrección, los apóstoles consolidarán su fe y se prepararán para la gran prueba de la Pasión.

Finalmente, Jesús también quiere hoy gritar a cada uno de nosotros, como entonces a Lázaro: “Lázaro, sal fuera”. Sal fuera del pecado. Sal fuera de la incredulidad. Sal fuera de la pereza. Sal fuera del desaliento. Sal fuera del egoísmo. Cristo no quiere que nos pudramos en el sepulcro del pecado, pues “la gloria de Dios es el hombre que vive”, decía san Ireneo. Salgamos y veremos la luz, la vida y la resurrección de Cristo. En el sepulcro sólo hay gusanos, oscuridad, descomposición y muerte. Y Cristo es el Señor de la vida, y quiere hacernos partícipes de su vida divina e inmortal.

Para reflexionar: ¿estoy en el sepulcro del pecado o ya experimenté durante la Cuaresma la vida nueva en Cristo Jesús? Cada vez que peco, ¿escucho la voz de Cristo: “Sal fuera”? ¿Creo que Cristo es Vida y Resurrección para todos los que le siguen?

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


Publicado por verdenaranja @ 18:35  | Espiritualidad
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Texto completo de la catequesis del Papa en la audiencia del miércoles 2 de ABr4il de 2014. (Zenit.org)

 Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!Hoy concluimos el ciclo de catequesis sobre los Sacramentos hablando del Matrimonio. Este Sacramento nos conduce al corazón del diseño de Dios, que es un diseño de alianza con Su Pueblo, con todos nosotros, un diseño de comunión. Al principio del libro del Génesis, el primer libro de la Biblia, como culminación del relato de la creación se dice: "Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó... Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne". (Génesis 1, 27; 2, 24). La imagen de Dios es la pareja matrimonial, es el hombre y la mujer. Los dos. No sólo el varón, el hombre, no sólo la mujer, sino los dos. Y esta es la imagen de Dios. Y el amor y la alianza de Dios en nosotros está allí. Está representada en aquella alianza entre el hombre y la mujer. Y esto es muy bello. ¡Es muy bello! Hemos sido creados para amar, como un reflejo de Dios y de su amor. Y en la unión conyugal el hombre y la mujer realizan esta vocación en el signo de la reciprocidad y de la comunión de vida plena y definitiva.

1. Cuando un hombre y una mujer celebran el sacramento del Matrimonio, Dios, por así decir, se "refleja" en ellos, les imprime sus propios rasgos y el carácter indeleble de su amor. Un matrimonio es el icono del amor de Dios con nosotros. ¡Es muy bello!. También Dios, de hecho, es comunión: las tres personas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo viven desde siempre y para siempre en unidad perfecta. Y es justamente este el misterio del Matrimonio: Dios hace de los dos esposos una sola existencia -y la Biblia es fuerte, dice "una sola carne"-, así de íntima es la unión del hombre y de la mujer en el Matrimonio. Y es precisamente este el misterio del Matrimonio. El amor de Dios que se refleja en el Matrimonio, en la pareja, que deciden vivir juntos. Y por eso el hombre deja su casa, la casa de sus padres, y se va a vivir con su mujer y se une tan fuertemente a ella que se convierte -dice la Biblia- en una sola carne, no son dos, son uno. 

2. San Pablo, en la Carta a los Efesios, destaca que en los esposos cristianos se refleja el misterio que el Apóstol define como "grande", es decir la relación instaurada por Cristo con la Iglesia, una relación exquisitamente nupcial (cfr Ef 5, 21-33). Esto significa que el Matrimonio responde a una vocación específica y debe ser considerado como una consagración (cfr Gaudium et spes, 48; Familiaris consortio, 56). Es una consagración. El hombre y la mujer son consagrados por su amor, por el amor. Y los esposos, de hecho, en virtud del Sacramento, están investidos de una verdadera y propia misión, para que puedan hacer visible, a partir de las cosas sencillas, ordinarias, el amor con el que Cristo ama a su Iglesia, sin dejar de donar su vida por ella, en la fidelidad y el servicio. 

3. ¡Realmente es un diseño estupendo el que subyace en el sacramento del Matrimonio! Y se realiza en la sencillez y también en la fragilidad de la condición humana. Sabemos bien cuantas dificultades y pruebas experimentan la vida de dos esposos… Lo importante es mantener vivo el vínculo con Dios, que está en la base del vínculo matrimonial. Y el verdadero vínculo es siempre con el Señor. Cuando la familia reza, el vínculo se mantiene. Cuando el esposo reza por la esposa y la esposa reza por el esposo, esta unión se fortalece. Uno reza por el otro. Es verdad que en la vida matrimonial hay muchas dificultades, muchas: el trabajo, el dinero que no basta, los niños que tienen problemas… Muchas dificultades. Y tantas veces el marido y la mujer se ponen un poco nerviosos y se pelean entre ellos, ¿o no? Se pelean, ¿eh? Siempre, siempre es así, siempre se pelea en el matrimonio. Pero, algunas veces, ¡vuelan los platos!, ¿eh? Vosotros os reís, pero es la verdad. Pero no debemos... no debemos entristecernos por esto, la condición humana es así. Pero el secreto es que el amor es más fuerte que el momento de la pelea. Y por esto siempre aconsejo a los esposos: 'No terminéis el día en el que os habéis peleado sin hacer las paces'. ¡Siempre! Y para hacer las paces no hace falta llamar a las Naciones Unidas, para que venga a casa y restablezcan la paz, ¿eh? Basta un sencillo gesto, una caricia: ‘Ciao, hasta mañana’. Y al día siguiente se vuelve a comenzar. Esta es la vida, llevarla adelante así, llevarla adelante con la valentía de querer vivirla juntos. Y esto es grande, es bello, ¿eh? Es una cosa bellísima: es la vida matrimonial y debemos custodiarla siempre y custodiar a los hijos.

Algunas veces, os he dicho aquí que algo que ayuda mucho en la vida matrimonial son tres palabras. No sé si os acordáis de las tres palabras. Tres palabras que se tienen que decir siempre. Tres palabras que tienen que estar presentes en la casa: permiso, gracias, perdón. ¡Las tres palabras mágicas! Permiso: para no ser intrusivos en la vida de los cónyuges. Permiso: 'Pero, ¿qué te parece? ¿eh? Permiso. Me permito... ¿eh?'. Gracias: agradecer al cónyuge. 'Gracias por lo que has hecho por mí. Gracias por esto'. La belleza de dar las gracias. Y como todos nosotros nos equivocamos, hay otra palabra -que es un poco difícil de decir, pero que hay que decirla-: 'Perdona, por favor. ¿Eh?, perdona'. ¿Cómo era?  Permiso, gracias y perdón. Repitámoslo todos: ‘Permiso, gracias y perdón. Con estas tres palabras, con la oración del esposo por la esposa y de la esposa por el esposo, y con hacer las paces siempre antes de que termine el día: el matrimonio saldrá adelante. Las tres palabras mágicas, la oración y hacer las paces siempre. Que el Señor os bendiga y rezad por mí. ¡Gracias!

(RED/IV)


Publicado por verdenaranja @ 18:31  | Habla el Papa
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Viernes, 04 de abril de 2014

Reflexión a las lecturas del domingo quinto de Cuaresma - A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 5º de Cuaresma A 

¡Cuánto nos preocupamos y afanamos por la vida! Y tiene que ser así, porque la vida es lo más valioso que tenemos. Se suele decir, incluso, que “mientras hay vida, hay esperanza”. Y la aspiración más importante de nuestro corazón es vivir… Y no cualquier tipo de vida, sino vivir bien,  vivir a tope; con “calidad de vida”, como dicen los médicos, y alejar lo más posible el “fantasma de la muerte”.

Este domingo de Cuaresma nos presenta a Jesucristo como el “Amigo de la vida”, el “Dueño de la vida y de la muerte”. Marta y María le dicen: “Si hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano”.

Y resucitando a Lázaro, cuando llevaba ya cuatro días enterrado, Jesucristo manifiesta que Él es “la Resurrección y la Vida”.

En medio del tiempo de Cuaresma, se nos presenta este domingo a Jesucristo como aquél que “hoy extiende su compasión a todos los hombres y, por medio de sus sacramentos, los restaura a una vida nueva”. (Pref. V Cua.) En efecto, veníamos diciendo que estos domingos de Cuaresma nos presentan tres temas en relación con el Bautismo: El agua, la luz y la vida. Hoy llegamos al tercero, “la vida”.

¿Y de qué vida se trata? De la vida de Dios en nosotros: Porque el Señor Jesús, “muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida”. (Pref. Pasc. I). Aquella vida que habíamos perdido por el pecado de Adán, nos ha sido devuelta por la Cruz de Cristo. Y se nos comunica en el Bautismo. Es decir, en el momento del Bautismo, Dios, por su infinita misericordia, infunde en nuestro interior, una participación creada de su ser, de su vida, de su naturaleza, y quedamos convertidos en “miembros de la familia de Dios”. (Ef 2,19). Sí, algo divino pasa a nosotros. ¡Y eso es asombroso!

Y si tenemos la vida de Dios en nosotros, no podemos ignorarlo ni olvidarlo, de modo que se pierda o se quede raquítica y sin desarrollo. De ahí la gravedad de los padres y padrinos que no cumplen sus compromisos bautismales.

¡Cuánto nos preocupamos de la vida humana que, en verdad,  es grande y maravillosa, pero que, sin embargo, un día, más temprano que tarde, tenemos que dejar! ¿Y de la vida divina que recibimos en el Bautismo? ¿No es verdad que, con frecuencia, nos despistamos un poco? Como no se siente, ni duele, ni se queja, la dejamos abandonada y parece que no pasa nada. Pero esta vida, como participación creada que es de la naturaleza divina, también se puede perder por el pecado grave, que por eso se llama mortal.

          Y si se pierde, qué maravilla y bondad de Dios, podemos recuperarla por el  Sacramento de la Reconciliación o Penitencia, que es como un “segundo Bautismo” y, por  eso mismo, es algo muy propio del Tiempo de Cuaresma. “Porque es propio de la festividad pascual  -decía San León Magno-  que toda la Iglesia goce del perdón de los pecados, no sólo aquellos que nacen en el sagrado Bautismo, sino también aquellos que, desde hace tiempo, se cuentan ya en el número de los hijos adoptivos”. (Serm. 6º Cuar.)

Este domingo 5º de Cuaresma, a la luz de la resurrección de Lázaro, y junto a la Cruz del Señor, el “Árbol de la Vida”, se nos presentan unos interrogantes muy importantes: ¿Te interesa la vida sobrenatural que Dios te ha dado? ¿Te interesa seguir a Jesucristo, el Dios de la Vida, la Resurrección y la Vida? ¿Te interesa el Bautismo, que recibiste, recién nacido? ¿Estás dispuesto a  seguir cuidando, conservando, desarrollando, recuperando incluso, esa vida? ¿Serás capaz de renovar tu Bautismo, en la Noche Santa de la Pascua, como si te bautizaras de nuevo esa noche y comenzaras de nuevo, a tener la vida de Dios en ti?

          Y los alimentos de esta vida son la oración, la Palabra de Dios, los Sacramentos, sobre todo, la Eucaristía, y el ejercicio de las virtudes, las buenas obras.

          Pero no quiero terminar sin recordar, por lo menos, que también nuestro cuerpo va participar en la victoria de Cristo Resucitado. Y anhela y espera, si puede hablarse así, con toda la Creación, participar de la gloria de los hijos de Dios (Rom 8, 18-23), es decir, “la resurrección de los muertos y de la vida del mundo futuro”. El Señor nos lo hizo vislumbrar en Betania, en  “la casa de sus amigos”, resucitando a Lázaro “de entre los muertos”. Este domingo lo escuchamos como profecía en la primera lectura, y como realidad futura, en la segunda. 

Cuántas gracias hemos de darle al Señor por su bondad y su misericordia. En verdad, “del Señor viene la misericordia y la redención copiosa”, como proclamamos este domingo, en el salmo responsorial.

 

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 19:45  | Espiritualidad
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DOMINGO 5º DE CUARESMA A    

MONICIONES

 

PRIMERA LECTURA

        Otro acontecimiento de la Historia de la salvación: Al pueblo judío que sufre el destierro de Babilonia, el profeta le anuncia su liberación y el retorno a su tierra, con la imagen de una resurrección universal: Será como salir del sepulcro y recobrar la vida. Escuchemos.

 

SALMO

        Al escuchar la voz del profeta, sentimos que se reanima nuestra esperanza. Cantemos al Señor que es fiel y misericordioso.

 

SEGUNDA LECTURA

        La presencia del Espíritu Santo en la vida del cristiano, le impulsa a una existencia nueva, y es garantía de la resurrección futura.

 

TERCERA LECTURA

        Después del Evangelio de la samaritana y del ciego de nacimiento, que hemos escuchado los domingos anteriores, la resurrección de Lázaro que contemplamos hoy, nos invita a reconocer a Jesucristo como Señor y amigo de la vida. Como la Resurrección y la Vida.

 

COMUNIÓN

        En la Comunión recibimos el Cuerpo de Jesucristo, que alimenta la vida divina que recibimos en el Bautismo y es garantía de nuestra resurrección futura.


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Jueves, 03 de abril de 2014

Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo quinto de Cuaresma A.

UN PROFETA QUE LLORA

Jesús nunca oculta su cariño hacia tres hermanos que viven en Betania. Seguramente son los que lo acogen en su casa siempre que sube a Jerusalén. Un día Jesús recibe un recado: nuestro hermano Lázaro, “tu amigo”, está enfermo.

Al poco tiempo, Jesús se encamina hacia la pequeña aldea. Cuando se presenta, Lázaro ha muerto ya. Al verlo llegar, María, la hermana más joven, se echa a llorar. Nadie la puede consolar. Al ver llorar a su amiga y también a los judíos que la acompañan, Jesús no puede contenerse. También él “se echa a llorar” junto a ellos. La gente comenta: “¡Cómo lo quería!“.

Jesús no llora solo por la muerte de un amigo muy querido. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. Todos llevamos en lo más íntimo de nuestro ser un deseo insaciable de vivir. ¿Por qué hemos de morir? ¿Por qué la vida no es más dichosa, más larga, más segura, más vida?

El hombre de hoy, como el de todas las épocas, lleva clavada en su corazón la pregunta más inquietante y más difícil de responder: ¿Qué va a ser de todos y cada uno de nosotros? Es inútil tratar de engañarnos. ¿Qué podemos hacer? ¿Rebelarnos? ¿Deprimirnos?

Sin duda, la reacción más generalizada es olvidarnos y “seguir tirando”. Pero, ¿no está el ser humano llamado a vivir su vida y a vivirse a sí mismo con lucidez y responsabilidad? ¿Solo a nuestro final hemos de acercarnos de forma inconsciente e irresponsable, sin tomar postura alguna?

Ante el misterio último de nuestro destino no es posible apelar a dogmas científicos ni religiosos. No nos pueden guiar más allá de esta vida. Más honrada parece la postura del escultor Eduardo Chillida al que, en cierta ocasión, le escuché decir: “De la muerte, la razón me dice que es definitiva. De la razón, la razón me dice que es limitada”.

Los cristianos no sabemos de la otra vida más que los demás. También nosotros nos hemos de acercar con humildad al hecho oscuro de nuestra muerte. Pero lo hacemos con una confianza radical en la Bondad del Misterio de Dios que vislumbramos en Jesús. Ese Jesús al que, sin haberlo visto, amamos y, sin verlo aún, le damos nuestra confianza.

Esta confianza no puede ser entendida desde fuera. Sólo puede ser vivida por quien ha respondido, con fe sencilla, a las palabras de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida. ¿Crees tú esto?”. Recientemente, Hans Küng, el teólogo católico más crítico del siglo veinte, cercano ya a su final, ha dicho que para él morirse es “descansar en el misterio de la misericordia de Dios”. 

José Antonio Pagola

6 de abril de 2014
5 Cuaresma (A)
Juan 11, 1- 45

 


Publicado por verdenaranja @ 20:41  | Espiritualidad
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Esquema orientativo para la oración por las voacaciones del mes de Abril 2014, remitivo por Delegación Diocesana de Pastoral Vocacional de la diócesis de Tenerife.


ORACIÓN VOCACIONAL. ABRIL 2014 

DIOS TIENE SED DE TI ¿Y TÚ DE ÉL?

 

1.-Signos: Una vasija con agua y al lado una maceta con una planta frondosa. Puede haber al otro lado otra maceta con una planta débil y mustia por falta de agua.

2.-Introducción: Hoy venimos ante ti, Señor, para encontrarnos contigo, escuchar tu Palabra y tratar de poner a punto nuestra vida.

Avanza la Cuaresma y ya tenemos a la vista la Pascua. Nuestra perspectiva se centra ahí ¿qué quieres decirnos, hoy? ¿qué esperas de cada uno de nosotros?

En este rato queremos escuchar tu voz y renovar nuestro compromiso contigo. Sabemos que nos buscas, y de verdad queremos seguirte, pero a veces el camino se nos hace difícil, y sentimos hambre y sed porque el sol aprieta demasiado fuerte.

¿Qué quieres que hagamos?

Enséñanos a contar contigo, sobre todo a acoger ese amor infinito que nos ofreces en cada momento.

Enséñanos también a escuchar tu Palabra  y a beber de esa agua tuya que es capaz de calmar nuestra sed para siempre.

 

3.-Canto: TU PALABRA de Marcela Gandara.  Y para escuchar, este es el enlace:

https://www.youtube.com/watch?v=DjCQq_j1TQg

 

Tu palabra, es como aceite sobre mis heridas
es el agua en el desierto y el calor en el invierno.

Tu palabra, es la voz que me habla en la mañana
es mi consejo cada día y en las pruebas quien me guía.

Podría estar perdido como náufrago en el mar
y aún perderlo todo hasta el aliento
Podría estar hambriento como un niño sin hogar
pero yo sé que tu palabra siempre a mí
me sostendrá.

Tu palabra, es como dulce miel para mis labios,
es la perfecta melodía que me deleita cada día.

Tu palabra, es mi refugio en medio de las pruebas,
en la tristeza es mi alegría y en soledad mí compañía.

Podría estar perdido como náufrago en el mar
y aún perderlo todo hasta el aliento.
Podría estar hambriento como un niño sin hogar,
pero yo sé que tu palabra siempre a mi (3)
me sostendrá.

Tu palabra, Señor.
Tu palabra siempre me sostendrá.

 

4a.-Texto: Juan  4,7.8b-14

Una mujer de Samaria llegó al pozo a sacar agua, y Jesús le pidió:

-Dame un poco de agua.

La mujer le respondió:

-¿Cómo tú, siendo judío, me pides agua a mí, que soy samaritana?

Jesús le contestó:

-Si supieras lo que Dios da y quién es el que te está pidiendo agua, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva.

La mujer le dijo:

-Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua y el pozo es muy hondo: ¿de dónde vas a darme agua viva? Nuestro antepasado Jacob nos dejó este pozo, del que él mismo bebía y también sus hijos y sus animales. ¿Acaso eres tú más que él?

Jesús le contestó:

-Los que beben de esta agua volverán a tener sed; pero quien beba del agua que yo le daré, jamás volverá a tener sed. Porque el agua que yo le daré brotará en él como un manantial de vida eterna.

 

4b.-Momentos de reflexión personal: En  silencio, nos preguntamos:

¿Qué agua necesito yo?

¿Cuáles son  mis deseos más profundos?

¿A qué fuentes acudo yo para calmar mi sed?

 

5a.-Texto: Juan 4,23.25.28-30.39-40

La mujer le dijo:

-Señor, dame de esa agua, para que no vuelva yo a tener sed ni tenga que venir a aquí a sacarla.

Jesús le dijo:

-Llega la hora, y es ahora mismo, cuando los que de veras adoran al Padre lo harán conforme al Espíritu de Dios y a la verdad.

Dijo la mujer:

-Yo sé que ha de venir el Mesías (es decir, el Cristo) y que cuando venga nos lo explicará todo.

Jesús le dijo:

El Mesías soy yo, que estoy hablando contigo.

La mujer dejó su cántaro y se fue al pueblo a decir a la gente:

-Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el Mesías?

Entonces salieron del pueblo y fueron adonde estaba Jesús.

Muchos de los que vivían en aquel pueblo de Samaria creyeron en Jesús por las palabras de la mujer, que aseguraba: “Me ha dicho todo lo que he hecho.” Así que los samaritanos, cuando llegaron a donde estaba Jesús, le rogaron que se quedara con ellos y se quedó allí dos días.

 

5b.- Momentos de reflexión personal: En  silencio, nos preguntamos:

¿Me he encontrado  con Jesús?

¿Reconozco en Él esa AGUA VIVA que me sacia plenamente?

¿Cómo puedo hacer partícipes a otros de este regalo?

 

6.-Gesto de acercarnos al agua y hacer la señal de la cruz. Expresa que aceptamos a Jesús en nuestra vida y que contamos con Él para que la llene totalmente. Mientras nos movemos, escuchamos la canción de Glenda “Tú eres el agua viva”.

 

7.-Canción TÚ ERES EL AGUA VIVA de Glenda. Para escucharla, este es el enlace:

https://www.youtube.com/watch?v=jGNPbXYyVvo 

Manifiesta tu santidad en mí, tómame de entre los que me dispersé,

recógeme de donde me perdí y llévame de nuevo al corazón.

Tú eres el agua viva, Tú eres el agua pura,

inúndame, inúndame, y todo se transformará en mí. (bis)

Mi tierra se abrirá a tu lluvia, mis rocas ya no harán daño a nadie,

mis montes se harán camino, para todos.

Mi pasto abundante medicina será, para todo el que coma de mí,

yo seré la tierra que mana leche y miel.

Tú eres…

Me darás unas entrañas nuevas,

mis rocas ya no harán daño a nadie, sólo acariciarán.

Infúndeme tu Espíritu, Señor, y haz que se encariñe conmigo,

que quiera hacer morada en mí y así tenga sabor a Ti,

entonces habitaré en la tierra que es mía,

y yo seré tu pueblo y tú serás mi Dios.

Tú eres… 

8.-Peticiones. Contestamos todos: Escucha, Señor, nuestra oración

**Por la  Iglesia,  para que Jesucristo sea siempre su fuente de Agua Viva.

**Por los jóvenes, para que te descubran a ti como único Señor.

**Para que las personas que han dicho sí a la vida consagrada, sean siempre fieles.

**Por las familias cristianas, para que con su ejemplo animen a sus hijos a dar la vida

  y responder generosamente a la llamada del Señor.

**Para que haya cada día más personas que entreguen su vida a los empobrecidos.

**Por nosotros, para que respondamos a la llamada del Señor donde Él nos quiera.

 

9.-Oración conjunta. Para terminar, recitamos: Tengo sed de ti

 

Es verdad. Estoy a la puerta de tu corazón, de día y de noche.

Aun cuando no estás escuchando, aun cuando dudes que pudiera ser yo,

ahí estoy: esperando la más pequeña señal de respuesta,

hasta la más pequeña sugerencia de invitación que me permita entrar.

Y quiero que sepas que cada vez que me invitas,

Yo vengo siempre, sin falta.

Vengo en silencio e invisible, pero con un poder y un amor infinitos […].

Vengo con Mi misericordia, con Mi deseo de perdonarte y de sanarte,

con un amor hacia ti que va más allá de tu comprensión.

Un amor en cada detalle, tan grande como el amor que he recibido de Mi Padre. Vengo deseando consolarte y darte fuerza, levantarte y vendar todas tus heridas.

Te traigo Mi luz, para disipar tu oscuridad y todas tus dudas. […]

Vengo con Mi paz, para tranquilizar tu alma.

Cuando finalmente abras las puertas de tu corazón y te acerques lo suficiente, entonces Me oirás decir una y otra vez, no en meras palabras humanas sino en espíritu: «no importa qué es lo que hayas hecho, te amo por ti mismo.

Ven a Mí con tu miseria y tus pecados, con tus problemas y necesidades,

y con todo tu deseo de ser amado.

Estoy a la puerta de tu corazón y llamo... ábreme,

porque tengo sed de ti…».

                                       Madre Teresa de Calcuta, Tengo sed de ti (fragmento)


Publicado por verdenaranja @ 17:28  | Pastoral Vocacional
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Mi?rcoles, 02 de abril de 2014

Homilía de monseñor José Luis Mollaghan, arzobispo de Rosario en la misa exequial del Pbro. Carlos Raúl Nonis (2 de abril de 2014) (AICA)

Misa exequial del Pbro. Pbro. Carlos Raúl Nonis

Queridos hermanos
Después de una larga enfermedad, el domingo fue un día como de despedida del P. Carlos. Por la mañana aún estaba en esta casa de las Siervas de Jesús, por la tarde comenzó su última internación. Por la noche le administré los sacramentos y la bendición apostólica; y durante todo el lunes compartió más intensamente la cruz de Jesús.

Con palabras que no se comprendían en todo su significado, como anticipándose al encuentro con el Señor, en estos días más difíciles de su salud el padre Carlos decía “el martes me voy”. Y así fue, el Señor lo llamó ayer por la mañana, y partió hacia la Casa del Padre, en medio de la Cuaresma, llamado por el Señor para celebrar su Pascua en el cielo.

Sacerdote y pastor que estuvo muy cercano a Dios, y también a la gente
Fue un sacerdote y pastor que estuvo muy cercano a Dios, y también a la gente, y cuando alguien tenía necesidad de recurrir a él, uno podía encontrarlo dispuesto a recibirlo cordialmente, con una gran bondad y afabilidad, aún en los momentos más difíciles.

Sabemos que a lo largo de su ministerio desde 1969 año en que fue ordenado sacerdote trabajó en la Arquidiócesis como asesor de la obra de las vocaciones sacerdotales, fue asesor de la pastoral juvenil, vice asesor del Consejo de la Acción Católica, delegado episcopal para las comunicaciones sociales, asesor de las congregaciones marianas, vicario parroquial y posteriormente párroco en sus queridas parroquias de Santa Teresa y San Diego de Alcalá. Durante diez años lo vimos abriendo y cerrando la transmisión en el canal 5, que lo hacía con palabras evangelizadoras, y últimamente como confesor en Cañada de Gómez.

Queremos agradecer a todos los que lo acompañan en este día, y a quienes estuvieron cerca, a Teresita y a José junto a su familia, a sus hermanos sacerdotes, a sus familiares y amigos, a las Siervas de Jesús, que lo cuidaron con tanta entrega durante su enfermedad.

“El que escucha mi palabra y cree en Aquel que me ha enviado tiene Vida eterna y ha pasado de la muerte a la vida” (Juan 5, 24)
El Señor nos dice en la lectura del Evangelio que proclamamos que “el que escucha mi palabra y cree en Aquel que me ha enviado tiene Vida eterna y ha pasado de la muerte a la vida” (Juan 5, 24).

La Palabra de Dios tiene que ser escuchada y puesta en práctica, y quien cree tiene la vida eterna. Es la fe la que produce desde ahora una vida nueva en el creyente; pero también, como nos dirá un poco más adelante el Evangelio de San Juan, llega la hora en la que “los que hicieron el bien resucitarán para vivir “(Juan 5, 29), y es el amor la causa de la vida eterna.

Por ello queremos escuchar su Palabra, "acoger el sublime tesoro de la palabra revelada" (E. Gaudiun, 175), ser fieles y creer en Aquel que envió a Jesús para salvarnos; como lo hizo el padre Carlos; y por eso vivió con caridad y esperanza, la misma esperanza que hoy nos hace ver la muerte de otra manera.

Con las lámparas encendidas (Lc.12, 35)
La muerte no es el fin, sino que la vida se transforma. Por el bautismo y por la fe recibida, el padre Carlos se encaminó hacia las puertas del cielo, y por la Ordenación sacerdotal fue llamado a reinar con Cristo en la gloria; pero sobre todo por la obras de amor, por las obras de bien y de misericordia confiamos que nuestro querido hermano sacerdote se encaminó al cielo con “las lámparas encendidas” (Lc.12,35), y llevando el equipaje más necesario, el que tiene el mayor valor, ya que “en la tarde de la vida seremos examinados de amor” ( San Juan de la Cruz).

Por eso hoy no queremos solamente rezar y despedir los restos del padre Carlos, queremos aprender algo de su vida, y llevarnos el ejemplo de su fortaleza en la salud y en la enfermedad; de su fe y de su piedad, y también de su bondad y caridad.

Tenemos confianza que la Santísima Virgen del Rosario lo acompaña en este camino al cielo.

Que el Señor le dé el premio de la vida eterna al querido padre Carlos.

Mons. José Luis Mollaghan, arzobispo de Rosario


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Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (Cuarto Domingo de Cuaresma, 30 de marzo de de 2014) (AICA)

Una mirada nueva para reconocer la realidad

Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento (…) escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé", que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: "¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?". Unos opinaban: "Es el mismo". "No, respondían otros, es uno que se le parece". Él decía: "Soy realmente yo". El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. Él les respondió: "Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo". Algunos fariseos decían: "Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado". Otros replicaban: "¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?". Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: "Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?". El hombre respondió: "Es un profeta". Ellos le respondieron: "Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?". Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: "¿Crees en el Hijo del hombre?". El respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?". Jesús le dijo: "Tú lo has visto: es el que te está hablando". Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se postró ante él. (San Juan 9, 1-41)

 
Las cosas nos son repentinas, siempre es un proceso; por eso es importante saber que en ese proceso tenemos que seguir un camino que comienza visualizando lo grande, luego va agudizando la mirada hasta encontrar lo definitivo.

Con el Señor pasa lo mismo: uno ha tenido una experiencia, que ha vivido de una forma, que se ha expresado, manifestado, a través de su Palabra, a través de los Sacramentos, a través de la Eucaristía, a través del perdón, a través de la Iglesia, a través de una enfermedad o situación difícil o una situación hermosa; pero siempre el encuentro con el Señor es una decisión y una respuesta.

Siempre la iniciativa es de Dios, pero siempre el hombre tendrá que responder y esta respuesta es asentir, decir “Sí Señor, yo creo que Tú eres Dios”, “creo que de Ti he recibido la vida y quiero darte mi vida a Ti”; pero se tiene que tener conciencia, no una mera reacción pasiva y sentimental.

Uno de los criterios para un creyente, para un cristiano, es pensar en la fe. “Creo para entender, entiendo para creer”. Es una realidad muy importante que nos lleva a hacer una especie de hermenéutica, una interpretación es decir entender, interpretar, para tener “ojos nuevos” porque muchas veces “miramos pero no vemos”. Miramos penumbras, miramos figuras, pero no descubrimos realidades.

El que tiene fe, ve más profundamente, reconoce la realidad; y es eso lo que tenemos que alimentar. Poder ver la historia con Él, poder entender, poder comprender, poder gustar “una mirada nueva”, para juzgar la vida como Él, para elegir estar en esta Historia de Salvación, para amar con Él y como Él.

Si reconocemos nuestras carencias, ellas pueden ser sanadas. Las carencias pueden ser físicas –por ejemplo la vista-, pueden ser personales, morales, sicológicas, afectivas, familiares, sociales e incluso pueden ser eclesiales. Reconocerlas nos permite seguir avanzando y llamar las cosas por su nombre.

En esta Cuaresma, digamos al Señor “tengo mis ojos cargados de pecados y oscuridades, necesito tu luz para ver de nuevo tu vida en la Historia de la Salvación”. Se los deseo y me lo deseo y que el Señor nos haga la luz para poder mirar, poder contemplar, poder agradecer y percibir la belleza que Dios da a la Iglesia, a la humanidad, a la naturaleza y a todo el mundo.

Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


Publicado por verdenaranja @ 21:27  | Homil?as
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Martes, 01 de abril de 2014

Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (29 de marzo de 2014) (AICA)

La Cuaresma y su triple dimensión

Nos encontramos promediando la Cuaresma, entrando en el tramo final de este tiempo litúrgico que, como saben, es el período en que nos preparamos para la próxima celebración del Misterio Pascual en la Semana Santa.

La Cuaresma es un período penitencial y me gustaría conversar con ustedes sobre este significado. ¿Es simplemente hacer penitencia? ¿Dedicarnos a algunas prácticas exteriores de penitencias o tener algunos gestos de austeridad o lo que fuere? En realidad eso no está excluido por supuesto y la Iglesia ha disminuido mucho las observancias obligatorias de penitencia. Recordemos que el ayuno solo se propone para el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo pero lo penitencial hace referencia a la conversión, al camino, al proceso de la conversión.

La palabra penitencia en griego, si uno traduce lo que aparece en los Evangelios, se dice “metánoia” donde el prefijo “meta” quiere decir cambio. Por tanto es un cambio de mentalidad, un cambio en la manera de mirar las cosas y de contemplar el mundo y, por tanto, de obrar en consecuencia”.

Lo que nos pide la Iglesia en este período es que recibamos con un corazón abierto y nos replanteemos aquel llamado fundamental del Evangelio: “¡Conviértanse!”. Eso es lo que nos dice Jesús en el inicio de su predicación y todos tenemos que hacernos este planteo para ver de qué manera estamos llevando adelante nuestra vida cristiana.

Tradicionalmente, la Iglesia Católica, cifró esa metánoia, esa conversión cuaresmal, en tres órdenes de cosas.

Por un lado, efectivamente, en el ejercicio de la austeridad y podemos todos aplicarnos a eso. Es verdad que han cambiado mucho las costumbres hoy día y el ritmo de vida frenético que llevamos nos obliga a cuidarnos un poco más, a tener un poco más de consideración con nosotros mismos, aún en el aspecto físico de nuestro ser, pero sin embargo de cuántas cosas superfluas podríamos nosotros privarnos y no sólo para hacer un sacrificio sino que la Iglesia asocia esta primera dimensión con otra que es la caridad, ayudar a nuestros hermanos más necesitados.

¿De dónde debiera salir aquello que empleamos para ayudar a los demás? Debería salir de aquello que nosotros nos privamos porque lo consideramos superfluo, porque en realidad no es necesario para llevar una vida como Dios quiere.

Pero además hay algo que es básico y es la tercera dimensión: el espíritu de oración. No puede haber un cambio de mentalidad, no puede haber un giro en la manera de mirar las cosas, si no cultivamos la intimidad con el Señor. La Cuaresma es un llamado a cultivar la intimidad con el Señor.

Ustedes me podrán decir que eso lo hacemos todo el año, rezamos todos los días. Y es verdad pero no se trata solamente de rezar si no que se trata de acceder a lo que podríamos llamar la contemplación de Cristo y la intimidad de nuestro corazón con Él. A pedirle al Señor que hable a nuestro corazón y a pedirle que nos de la gracia de que nuestro corazón se abra a sus palabras y que nosotros empecemos a descubrir ese mundo espiritual al cual muchas veces miramos desde lejos y del cual, muchas veces estamos un poco extraviados porque nos parece que sólo los santos tienen acceso a esa intimidad con Cristo pero lo real es que Él nos llama a todos a esa intimidad con Él.

De esta manera por medio de la austeridad, por medio de la caridad ejercida especialmente como beneficencia, dice la Iglesia, o sea como ayuda a los más necesitados y para compartir con aquellos que nos necesitan y, finalmente, con el espíritu de oración nos preparamos para celebrar la próxima Pascua.

Las Semanas Santas se suceden en nuestras vidas pero alguna puede ser decisiva, alguna Pascua puede ser efectivamente una resurrección nuestra con el Señor para una etapa nueva que sólo Él conoce pero nosotros esperanzados nos ponemos en sus manos.

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata


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Homilía monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el cuarto domingo de Cuaresma (30 de marzo 2014)

Sin humildad nos embrutecemos

En este cuarto domingo de cuaresma leemos el Evangelio (Jn. 9,1-41) el milagro que el Señor realiza con el ciego de nacimiento a quien le puso barro en los ojos: “El ciego fue, se lavo, y al regresar ya veía”. Este milagro el Señor lo realiza un día sábado provocando la ira y la incredulidad de los fariseos que opinaban que era contrario a Dios aquello que Jesús realizaba: “algunos fariseos decían: ese hombre no viene de Dios porque no observa el sábado”. En el texto se contraponen la actitud de los fariseos que aunque cumplían la ley estaban seguros de sí mismos encuadrados en la soberbia de sentirse cumplidores de la ley, y la del ciego de nacimiento que aunque estaba lleno de pecados se acercó al Señor, con humildad como un necesitado. Es significativo el texto final en donde el Señor explica su misión: “Después Jesús agregó. He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven”. Los fariseos que estaban con Él oyeron y le dijeron: “¿Acaso también nosotros somos ciegos?”. Jesús le respondió: “si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: “vemos,” sus pecados permanecen.”

En el tiempo de cuaresma es necesario que revisemos nuestra condición de cristianos desde la humildad. Es cierto que reflexionar sobre la humildad va a contrapelo de una cultura que es exitista, y en donde hay demasiada vanidad y soberbia. En la Biblia “humildad”, tiene que ver con modestia y se opone a “vanidad”, o bien a “soberbia”. El Apóstol San Pablo nos dice: “no se estimen más de lo que conviene; pero tengan por ustedes una estima razonable, según la medida de la fe que Dios repartió a cada uno” (Rom.12,3). En definitiva la humildad está ligada a la verdad. Estamos llamados a tener una valoración real de nosotros mismos. Si nos engañamos, difícilmente podremos realizar una profunda revisión de vida. Cada uno sabe “por donde nos aprieta el zapato”, dice el refrán. El conocer nuestros límites, pecados, virtudes y dones nos permitirá corregir lo que está mal y potenciar lo bueno que hay en nosotros. En la filosofía decimos que “la plenitud de la existencia se da en los límites de la propia esencia.”

No es fácil hablar sobre la humildad en nuestra época. Es una virtud necesaria para todos, sobre todo para los que tienen más poder. Cundo los dirigentes sociales, llámense políticos, empresarios, sindicalistas, también religiosos, se olvidan de la humildad se “embrutecen”, se olvidan de servir y se creen lo que no son. Digo intencionalmente que “se hacen brutos” porque la humildad, es la única puerta para comprender la sabiduría de Dios. En este sentido el Apóstol San Pablo nos dice: “vivan en armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más humildes. No presuman de sabios” (Rom.12, 16).

El texto de este cuarto domingo de cuaresma nos presenta la ceguera de los fariseos que aunque ven están ciegos para entender las cosas de Dios por su soberbia. Se sienten mejores que los demás y aún teniendo más poder y seguridades eran mediocres y pobres humanamente. En estos días que nos preparamos para celebrar la Pascua necesitamos “volver a Dios”, y la humildad nos permitirá regresar junto a Él, para recibir su abrazo de Padre, y poder tener verdadera paz y alegría en nuestro corazón.

Les envío un saludo cercano y hasta el próximo domingo.

Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas


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