Domingo, 29 de junio de 2014

Fiesta de San Pedro y San Pablo, apóstoles por Mons. Enrique Díaz Diaz (Zenit.org)

Sobre estas piedras

Hechos de los Apóstoles 12, 1-12: “El Señor me ha librado de las manos de Herodes”

Salmo 33: “El Señor me libró de todos mis temores”
2 Timoteo 4, 6-8. 17-18: “Ahora sólo espero la corona merecida”
San Mateo 16, 13-19: “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”


“En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas”.

Luego les preguntó. “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

Jesús le dijo entonces: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo” Mateo 16, 13-19

Es un gran personaje pero su figura queda disimulada por su apariencia: pequeño, silencioso, con su vestimenta purépecha. Sin embargo, a la hora de tomar decisiones es el primero que se compromete, el primero que arriesga vida y bienes, el primero que con palabra clara denuncia injusticias y corrupción. Cuando lo eligieron como representante le pregunté por qué nunca se había apuntado como candidato o había intentado dirigir a su comunidad. Y me respondió con mucha serenidad: “Quien anhela autoridad, acaba en corrupción. En mi tradición me enseñaron que nunca luchara por el poder pero que siempre estuviera dispuesto a servir. Es lo que trato de hacer”. Hombres y mujeres que sirven, que viven su pasión por la verdad, por el Evangelio, por la justicia, son quienes construyen una nueva sociedad. Hombres y mujeres que se entregan como Cristo, que siguen sus pasos, que imitan su ejemplo.

¿Cómo fue naciendo la Iglesia? Cuando Cristo sube a los cielos y al contemplar a quienes son sus discípulos tan pequeños, tan insignificantes, muchos pensarían que ha terminado todo, que su propuesta del Reino se acabaría y todo quedaría en bonitos recuerdos. Y de aquellos hombres y mujeres de barro, el Espíritu fue haciendo surgir su Iglesia. Si quisiéramos, humanamente, decir quiénes son de los personajes que más han influido en la construcción de la Iglesia y en la difusión del Evangelio de Jesús, indudablemente aparecerían los nombres de Pedro y Pablo, los dos santos que en este día recordamos. Ellos asumen la misión de Jesús, se involucran y arriesgan su vida por el Evangelio. Los Hechos de los Apóstoles nos narran su vida y cada uno de ellos va realizando las mismas acciones que Jesús realizaba: una pasión grande por proclamar el Evangelio; una entrega constante a los más pobres, un amor incondicional a la naciente Iglesia. Repiten los mismos actos de Jesús, consuelan, curan, resucitan a los muertos y atienden a los más necesitados. Ofrecen una entrega sin condiciones a la naciente comunidad, sin importar peligros, sin importar cárceles o golpes. El Papa Francisco nos invita a reflexionar si nuestro rostro y nuestro actuar corresponden y se parecen al actuar de Cristo; si su Iglesia es fiel al sueño de Jesús.

¿De dónde sacan fortaleza estos dos grandes hombres para ir abriendo caminos insospechados a la Iglesia naciente? Indudablemente su fortaleza brota del encuentro con Jesús que cambió radicalmente su vida. Pedro, el pescador de Galilea, el hombre intrépido y atrabancado, sin miramientos se entrega en amor pleno a Jesús pero después tiene que ir descubriendo el verdadero significado del Reino, el sentido de la cruz y la resurrección, y aprende, no sin dificultad, a irse “amoldando” a la voluntad y al proyecto de Jesús. Cristo le cambia sus intereses y perspectivas, le despoja de sus concepciones de mesías, de su ambición, le rompe la fuerza de su espada y le entrega unas llaves que abren un reino diferente. Su encuentro con Jesús, cada día, es como la gota de agua que poco a poco va martillando la roca hasta romperla y transformarla. Cristo cambia a Pedro, su corazón y sus intereses. Pablo también se encuentra con Jesús pero de un modo muy diferente, de golpe y porrazo. Jesús lo tumba del caballo de sus seguridades, le quita la espada de su poder, las cartas de autorización quedan sin efecto y es constituido, como él mismo dice, como un aborto, pero un nuevo apóstol. Su fuerza es la de Jesús. El encuentro con Jesús transforma.

La confesión de fe de Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, que hoy escuchamos, y las numerosas confesiones de fe que nos presentan las cartas de Pablo, son la base de toda su vida y su predicación. No es sólo un formulario bonito, expresado en una frase acuñada por la primitiva Iglesia, es la vivencia y la experiencia que a diario tienen que proclamar a pesar de las cárceles y los golpes. Por eso cada día en lugar de permanecer encadenados, se les abren nuevos horizontes para llevar la Buena Nueva del “Cristo muerto y resucitado, del Cristo Hijo de Dios vivo”. El texto de este día es considerado el centro del evangelio tanto por su situación, a medio libro, como por su contenido; pero es también considerado el centro de la vida de todo cristiano. Nuestra confesión de fe debe brotar de un encuentro profundo con Jesús en su Palabra, en los hermanos, en la Eucaristía y en la vida. No podremos ser discípulos si no tenemos un verdadero encuentro con Jesús. También hoy Cristo nos hace la pregunta que le hacía a Pedro: “Y para ti ¿quién soy?”. Pero no espera una respuesta aprendida del catecismo o heredada de nuestros padres, sino experimentada en carne propia. ¿Quién es para nosotros Jesús? De esto dependerá todo nuestro actuar.

Pedro y Pablo son dos hombres que en distintos momentos recibieron la misión de cuidar la Iglesia de Jesús, son conscientes que no es obra personal y se entregan a ella por completo. “El Evangelio que anuncio no lo he recibido de manos de hombres sino por revelación de Jesucristo”, afirmará Pablo. “En el nombre de Jesús, el Nazareno, camina”, le dirá Pedro al paralítico. Todo lo hacen en nombre de Jesús y con un gran amor a una Iglesia que apenas empieza a caminar. Dos hombres que se reconocen pecadores, pequeños y limitados, y sin embargo llevan el don precioso de la salvación a todos los hombres. Nunca se cansan de proclamar el Evangelio y nunca se cansan de manifestar su amor a los hermanos porque el encuentro con Jesucristo en los pobres, es una dimensión constitutiva de nuestra fe en Cristo.

En la fiesta de estos dos grandes apóstoles contemplamos su pasión por el Evangelio y el dinamismo e iniciativa para ser misioneros llenos de alegría. Aparecen íntimamente unidos a Jesús pero también muy comprometidos con los hermanos que sufren y que anhelan recibir la Buena Nueva. Son un bello modelo para cada uno de nosotros, piedras sobre las que Jesús hoy quiere construir su Iglesia. Nosotros también, pequeños y pecadores, tenemos una tarea importante en su proyecto. Hemos de responder con nuestra vida las preguntas que Cristo mismo nos hace: ¿Quién soy para ti? ¿Cómo y dónde vivimos el encuentro diario con Él? ¿Cuál es nuestro compromiso misionero? ¿Qué estilo de Iglesia estamos construyendo?

Padre Dios, Padre bueno, que confiaste tu Iglesia a los Apóstoles Pedro y Pablo, concédenos pasión por el Evangelio y caridad con el hermano para que sigamos contruyendo tu Iglesia. Amén.


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Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)

Domingo XIII - Ciclo A - Textos: 2 Re 4, 8-11.14-16; Rom 6, 3-4.8-11; Mt 10, 37-42

Idea principal: El que no toma su cruz y sigue al Señor, no es digno de Él.

Resumen del mensaje: Hoy el lenguaje de Cristo en el evangelio es duro de oír y de vivir. El seguimiento de Cristo comporta renuncias y sacrificios. En tantas ocasiones de la vida nos encontramos ante la encrucijada de opciones contradictorias: aceptar o no la cruz, optar por los valores del evangelio o por los más fáciles de este mundo. Hoy Cristo nos dice que debemos optar por él, por encima de intereses económicos o de lazos familiares, si queremos alcanzar la vida.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, la cruz era en tiempo de Jesús la más abyecta de las ejecuciones capitales, que los romanos aprendieron de los cartagineses y éstos de los bárbaros sometidos a las satrapías orientales; torturas exclusivas de esclavos. Tanto que al esclavo se le llamaba “portador de la cruz” (furcifer). En la comedia Miles gloriosus, de Plauto, sale un esclavo y dice: “Sé que la cruz será mi sepulcro; allí están colgados mis antecesores: padre, abuelo, bisabuelo, tatarabuelo” (2, 4, 372-373). Le temblaban las carnes a cualquiera con sólo oírlo. Ni idea, pues, puede tener el hombre del siglo XXI de la descarga eléctrica –miedo, repugnancia, escándalo- que les corrió por la espalda a los apóstoles cuando por primera vez le oyeron a Jesús decir: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”.

En segundo lugar, sabemos que hay cementerios de guerra en Centroeuropa con 2.000, 8.000 cruces idénticas a tresbolillo. ¡Qué pesadilla onírica! Pues, nuestro mundo es una plantación de cruces morales, familiares, sociales, matrimoniales, políticas, diarias, físicas, espirituales. Y en cada cruz, un Cristo: el prisionero sin esperanza, el revolucionario derrotado, el condenado a muerte, el mártir de las estructuras injustas sin posibilidad de revolucionarlas, la mujer con la lanza de la traición clavada en el costado, el moribundo por un mal diagnóstico, el hijo muerto por sobredosis de droga, ese muchacho víctima de un pedófilo o pederasta. Los 15 millones de leprosos, los 800 millones de analfabetos, los 1.500 millones sin derechos humanos, los 4.650 millones de hambrientos, etc. Esto es un oleaje sin fin de sangre, sudor y lágrimas, dolor, tristeza y miedo, desesperación. ¿Por qué, para qué, por qué yo, precisamente yo y ahora, qué sentido tiene, a qué viene…? Y un eco místico en la tarde rebota por valles, almas y siglos: “El que no toma mi cruz y me sigue…”.

Finalmente, preguntémonos, ¿por qué nos da tanto miedo la cruz? ¿Y por qué San Francisco Javier al acercarse en 1542 a las costas de la actual Kenia, al ver en la altura la columna que en 1498 levantó Vasco de Gama, una cruz de piedra roja, escribió: “En verla, sólo Dios sabe cuánta consolación recibimos, viéndola así sola y con tanta victoria entre tanta morería”? Al contemplar este mundo, este campo de cruces, se nos debería ensanchar el corazón porque estamos viviendo lo que dice Jesús en el evangelio de hoy: “El que no toma su cruz y me sigue…”. Estamos por buen camino. No hay que buscar la cruz, sino soportarla, como hizo Jesús. Más que soportarla, hay que combatirla, como Jesús hizo con sus milagros. Más que combatirla hay que transfigurar la cruz por la aceptación y diálogo con Jesús. Más que transfigurarla hay que liberar la cruz, como Jesús: con ella a cuestas pero no abrumado, clavado pero no desesperado, muerto pero resucitado.

Para reflexionar: ¿Qué estoy haciendo con mi cruz, con esa astilla de la cruz que Cristo me ha participado de su enorme cruz? ¿La he tirado a la cuneta y cargado en los hombros de los demás ? ¿Refunfuño y la lleva a regañadientes? ¿Me he abrazado a ella, uniéndola a la cruz de Cristo para darle valor redentor y expiatorio?

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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S?bado, 28 de junio de 2014

Reflexión a las lecturas de la solemnidad de San Padro y San Pablo ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR" 

SAN PEDRO Y SAN PABLO  (A)

          Celebrar la fiesta de un apóstol es algo importante para un cristiano, porque nuestra fe es apostólica. Es decir, se apoya en lo que ellos vieron y tocaron del Verbo de Dios, nos lo han anunciado como la mejor noticia y, uno tras otro, lo fueron rubricando en el martirio con su sangre preciosa (Jn 1, 1-4).

Hoy celebramos la Solemnidad de los apóstoles más importantes: S. Pedro y San Pablo. ¡Cuántas reflexiones podríamos hacer!

Me parece que la Liturgia de esta Fiesta nos ofrece una palabra sobre Jesucristo, una palabra sobre la Iglesia, y una palabra sobre toda nuestra existencia cristiana.

Una palabra sobre Jesucristo: En Cesarea de Filipo, Jesús pregunta a sus discípulos qué dice la gente de Él… Luego les preguntan qué dicen ellos. Pedro le responde: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

Jesús se da cuenta de que aquello no procede de Pedro sino del Padre del Cielo y felicita a Pedro.

Por tanto, ¡Ha llegado el Mesías! Aquel personaje, un tanto misterioso, que esperaban los judíos y en el  que tenían puestas todas sus esperanzas. Lógico que Jesús les prohibiera, de momento, decírselo  a nadie (Mt 16,20). 

Es ésta una cuestión de suma importancia para nosotros: ¡También nosotros necesitamos un mesías! Muchos lo reconocemos en Cristo y basta; pero otros lo andan buscando por todas partes y no lo encuentran. Y se pasan la vida buscando, buscando… Qué necesidad y qué urgencia tenemos de anunciar por todas partes que Cristo, y sólo Él, es el Mesías de nuestra esperanza.

Una palabra sobre la Iglesia: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará”.

Aquel pueblo que Dios había elegido, con inmenso amor, no corresponde a sus designios, y Cristo tiene que fundar un pueblo nuevo, la Iglesia, que es “el Israel de Dios”. (Gál 6, 16). Los apóstoles son el núcleo y el fundamento de aquel pueblo nuevo, que Jesucristo instaura con su Muerte y Resurrección. Y Cristo le dice a Pedro que él va a ser la piedra, la roca, donde se apoye y descanse su Iglesia. Y le dice además que le va a entregar “las llaves del Reino de los Cielos”, con todo lo que ello significa.

¡Preciosa revelación la que Jesús hace a Pedro y a nosotros en Cesarea de Filipo!

Nuestra Iglesia es, por tanto, la Iglesia de Pedro, de los Apóstoles y de sus sucesores, el Papa y los Obispos. Hoy es un día apropiado para meditar sobre estas cosas y revisar nuestra relación con el Papa y los Obispos, con la Iglesia.

La primera lectura de hoy nos dice: “Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él”.

¡Hermosa imagen de la Iglesia, unida a Pedro! Cómo debemos guardarla en nuestro corazón, porque la Iglesia de hoy y de siempre tiene que estar así: Unida al Papa en una oración insistente.

Y, por último,  una palabra  sobre toda nuestra existencia cristiana. Nos la ofrece S. Pablo, en la segunda lectura: Contempla su muerte, ya cercana, y la entiende, no como el final de todo, sino como un paso, una “partida”, que considera inminente. Y añade: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su Venida”. ¡Sin comentarios!

 


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SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

Desde muy pronto, los cristianos comenzaron a ser perseguidos. La historia que vamos a escuchar nos quiere mostrar que, a pesar de la persecución, Dios salva a S. Pedro de la muerte, gracias a la oración unánime de la primera comunidad cristiana.

 

SEGUNDA LECTURA

          La segunda Lectura de hoy nos habla del apóstol S. Pablo. Desde la cárcel de Roma, le escribe a su discípulo Timoteo cuando ve cercano su martirio. Es como su testamento espiritual. Escuchemos.

 

TERCERA LECTURA

          El Evangelio nos ofrece la gran revelación de Cesarea. S. Pedro nos dice quién es Jesús y Jesús nos dice qué va a ser Pedro. Aclamemos ahora al Señor, al Mesías, al Hijo de Dios vivo, con el canto del aleluya.

 

COMUNIÓN

          En la Comunión recibimos a Jesucristo, proclamado hoy por Pedro como el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Que Él nos ayude a vivir de tal manera que en el atardecer de nuestra vida podamos decir como S. Pablo: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe…”. 


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Viernes, 27 de junio de 2014

El cardenal Lorenzo Baldisseri, secretario del Sínodo ha explicado el documento de trabajo

Por Rocío Lancho García

CIUDAD DEL VATICANO, 26 de junio de 2014 (Zenit.org) - Se presentó hoy en la Sala de Prensa del Vaticano a los medios de comunicación, el Instrumentum laboris de la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, que se celebrará del 5 al 19 de octubre de 2014, y que lleva el título "Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización". El cardenal Lorenzo Baldisseri, secretario general del Sínodo de los Obispos ha sido el encargado de explicar cómo es cada una de las partes del documento.

El Instrumentum Laboris, es el resultado de la investigación promovida por el Documento Preparatorio, que incluía un cuestionario de 39 preguntas el cual "ha recibido una acogida positiva y una amplia respuesta, tanto del pueblo de Dios como de la opinión pública general", ha indicado el cardenal. Asimismo, ha precisado que se han celebrado tres reuniones del Consejo de Secretaría, dos reuniones interdicasteriales, la difusión de la oración del Papa por el Sínodo de la familia, realizadas contemporáneamente en tres Basílicas dedicadas a la Sagrada Familia (Nazaret, Loreto y Barcelona), las intervenciones del Secretario general en numerosas ocasiones, así como conferencias y simposios.

El texto del Instrumentum Laboris se compone de tres partes, coherentes con las temáticas del Documento Preparatorio. La primera parte, ha explicado el cardenal Baldisseri, está dedicada al Evangelio de la familia, es el plan de Dios, del conocimiento bíblico, magisterial y de la recepción, de la ley natural y de la vocación de la persona de Cristo. "El hallazgo del escaso conocimiento de la enseñanza de la Iglesia pide a los trabajadores pastorales una mayor preparación y el compromiso a favorecer la comprensión por parte de los fieles, que viven en contextos culturales y sociales diferentes", ha precisado.

La segunda parte afronta los desafíos pastorales inherentes a la familia, como la crisis de la fe, las situaciones críticas internas, las presiones externas y otras problemáticas. "A la responsabilidad de los pastores compete la preparación al matrimonio, hoy cada vez más necesaria, para que los novios maduren su elección como adhesión pastoral de fe al Señor, para edificar su familia en bases sólidas", ha observado el purpurado.

Al respecto, ha señalado que son consideradas de forma particular las situaciones pastorales difíciles "que tienen que ver con las parejas que viven juntas y las parejas de hecho, los separados, los divorciados, los divorciados vueltos a casar y sus hijos, las madres adolescentes, los que se encuentran en condiciones de irregularidad canónica y los que piden el matrimonio sin ser creyentes o practicantes". El Secretario del Sínodo ha señalado que urge permitir a las personas heridas sanar y reconciliarse, encontrando nueva confianza y serenidad. Por eso, "es necesaria una pastoral capaz de ofrecer la misericordia que Dios concede a todos sin medida".

Con respecto a las parejas que conviven y las parejas de hecho ha añadido: "La Iglesia siente el deber de acompañar estas parejas para que tengan confianza y sean capaces de llevar una responsabilidad, como la del matrimonio, que no es demasiado grande para ellos". Además ha puntualizado que el Instrumentum sobre la, " la cuestión de los divorciados vueltos a casar, que viven con sufrimiento su condición de irregulares en la Iglesia, ofrece un conocimiento real de su situación de la cual la Iglesia se siente interpelada a encontrar soluciones compatibles con su enseñanza, que conduzcan a una vida serena y reconciliada". A propósito de esto, aparece la exigencia de simplificar y acelerar los procedimientos judiciales de nulidad matrimonial. El cardenal también ha señalado la importancia de hacer cursos de formación al matrimonio mejores cualitativamente y hacer un seguimiento a la pareja después de la boda. Del mismo modo ha hecho mención a las uniones entre parejas del mismo sexo, donde también ha evidenciado el cuidado pastoral de la Iglesia en estas situaciones.

La tercera parte del documento indicó el cardenal Baldisseri, presenta en primer lugar "las temáticas relativas a la apertura a la vida, como el conocimiento y las dificultades en la recepción del Magisterio, las sugerencias pastorales, la praxis sacramental y la promoción de una mentalidad abierta a la vida". Sobre la responsabilidad educativa de los padres, "emerge la dificultad en el transmitir la fe a los hijos, que se concretiza en la iniciación cristiana".

Por otro lado, el purpurado ha indicado que el tema de la próxima Asamblea General Ordinaria del 2015 es "Jesucristo revela el misterio y la vocación de la familia".

El Instrumentum laboris se entrega a los miembros de derecho de la Asamblea Sinodal para que durante el tiempo que nos separa de la celebración de la Asamblea General, puede ser estudiado y valorado por las respectivas Conferencias Episcopales, para llegar a la presentación de la intervención que cada presidente ofrecerá a la Asamblea, como aporto específico a los trabajos sinodales.

Por otro lado, el purpurado ha indicado que este documente da una visión de la realidad familiar en el contexto actual, que representa el inicio de una reflexión profunda cuyo desarrollo se realizará en dos etapas previstas por la Asamblea General Extraordinaria (2014) y la Ordinaria (2015), estrechamente unidas por el tema de la familia a la luz del Evangelio de Cristo. De este modo, los resultados de la Asamblea Extraordinaria serán utilizados para la preparación del Instrumentum Laboris de la Asamblea Ordinaria, después de la cual será publicado un Documento final, sometido a la decisión del Santo Padre.

Al finalizar, Baldisseri ha informado que el domingo 28 de septiembre habrá un jornada de oración por el Sínodo así como la adoración eucarística cotidiana, durante los trabajos sinodales, en la Capilla de la Salus Populi Romani de Santa María la Mayor en Roma.

Texto del 'instrumentum laboris' para el nuevo sínodo de la familia en el contexto de la evangelización


Audiencia del miércoles. Texto completo  de la audiencia del míércoles 25 de Junio de 2014: (Zenit.org)

Queridos hermanos y hermanas,

en la primera catequesis sobre la Iglesia, el miércoles pasado, hemos iniciado de la iniciativa de Dios que quiere formar un pueblo que lleva su bendición a todos los pueblos de la tierra. Comienza con Abraham y después, con mucha paciencia -- y Dios la tiene, tiene mucha-- prepara este pueblo en la Antigua Alianza hasta que, en Jesucristo, lo constituye como signo e instrumento de la unión de los hombres con Dios y entre ellos.

Hoy queremos detenernos sobre la importancia, para el cristiano, de pertenecer a este pueblo. Hablamos de la pertenencia a la Iglesia. No estamos solos y no somos cristianos a título individual, cada uno por su cuenta: ¡nuestra identidad cristiana es pertenencia! Somos cristianos porque nosotros pertenecemos a la Iglesia.

Es como un apellido: si el nombre es 'soy cristiano' el apellido es 'pertenezco a la Iglesia'. Es muy bonito darse cuenta cómo esta pertenencia sea expresada también en el nombre que Dios se atribuye a sí mismo.

Respondiendo a Moisés, en el episodio estupendo de la zarza ardiente, se define como el Dios de los padres, --no dice yo soy el Omnipotente-- Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. De esta forma Él de manifiesta como Dios que ha hecho una alianza con nuestros padres y permanece siempre fiel a su pacto, y nos llama a entrar en esta relación que nos precede.

Esta relación de Dios con su pueblo nos precede a todos nosotros, desde aquel tiempo. En este sentido, el pensamiento va en primer lugar, con gratitud, a aquellos que nos han precedido y que nos han acogido en la Iglesia.

¡Nadie se hace cristiano por sí mismo! ¿Está claro esto? Nadie se hace cristiano por sí mismo. No se hacen cristianos en el laboratorio. El cristiano es parte de un pueblo que viene de lejos. El cristiano pertenece a un pueblo que se llama Iglesia y esta Iglesia lo hace cristiano, el día del bautismo, ¿se entiende? Y después con el recorrido de la catequesis, y tantas cosas. Pero nadie, nadie, se hace cristiano por sí.

Sí nosotros creemos, si sabemos rezar, si conocemos al Señor y podemos escuchar su Palabra, si lo sentimos cerca y lo reconocemos en los hermanos, es porque otros, antes que nosotros, han vivido la fe y después nos la han transmitido, la fe la hemos recibida de nuestros padres, de nuestros antepasados y ellos nos la han enseñado.

Si lo pensamos bien, quién sabe cuántos rostros queridos nos pasan delante de los ojos, en este momento: puede ser el rostro de los padres que han pedido para nosotros el bautismo; el de nuestros abuelos o algún familiar que nos ha enseñado a hacer el signo de la cruz y a recitar las primeras oraciones.

Yo siempre recuerdo mucho el rostro e la religiosa que me ha enseñado el catecismo y siempre me viene, está en el cielo seguro porque es una mujer santa, yo la recuerdo siempre y doy gracias a Dios por esta religiosa. O el rostro del párroco, de otro sacerdote, o de una religiosa, de un catequista, que nos ha transmitido el contenido de la fe y nos ha hecho crecer como cristianos. Esta es la Iglesia: es una gran familia en la cual se es acogido y se aprende a vivir como creyentes y discípulos del Señor.

Este camino lo podemos vivir no sólo gracias a otras personas, sino junto a otras personas. En la Iglesia no existe el 'hazlo tú', no existen 'bateadores libres'. ¡Cuántas veces el papa Benedicto ha descrito la Iglesia como un 'nosotros' eclesial! A veces sucede que se oye a alguien decir: "yo creo que Dios. Creo en Jesús, pero la Iglesia no me interesa..." ¿Cuántas veces hemos oído esto? Y esto no va.

Hay quien afirma poder tener una relación personal, directa, inmediata con Jesucristo fuera de la comunión y de la mediación de la Iglesia. Son tentaciones peligrosas y dañinas. Son, como decía, el gran Pablo VI, dicotomías absurdas. Es verdad que caminar juntos es laborioso, y a veces puede resultar cansado: puede suceder que algún hermano o alguna hermana nos dé problemas, o escándalo... Pero el Señor ha confiado su mensaje de salvación a las personas humanas, a todos nosotros, a los testigos; y es en nuestros hermanos y hermanas, con sus dones y sus límites, que viene a nuestro encuentro y se hace reconocer.

Y esto significa pertenecer a la Iglesia. Recordadlo bien, ser cristiano significa pertenecer a la Iglesia. El nombre es cristiano, el apellido es pertenencia a la Iglesia.

Queridos amigos, pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia, la gracia de no caer nunca en la tentación de pensar poder prescindir de los otros, poder prescindir de la Iglesia, poder salvarnos solos, de ser cristianos de laboratorio. Al contrario, no se puede amar a Dios sin amar a los hermanos; no se puede amar a Dios fuera de la Iglesia, no se puede estar en comunión con Dios sin estarlo con la Iglesia y no podemos ser buenos cristianos si no junto a todos aquellos que buscan seguir al Señor Jesús, como un único pueblo, un único pueblo, y esto es la Iglesia. Gracias.


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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio de la fiesta de San Pedro y San Pablo.

SOLO JESÚS EDIFICA LA IGLESIA        

         

          El episodio tiene lugar en la región pagana de Cesarea de Filipo. Jesús se interesa por saber qué se dice entre la gente sobre su persona. Después de conocer las diversas opiniones que hay en el pueblo, se dirige directamente a sus discípulos: “Y vosotros, ¿ quién decís que soy yo?”.

          Jesús no les pregunta qué es lo que piensan sobre el sermón de la montaña o sobre su actuación curadora en los pueblos de Galilea. Para seguir a Jesús, lo decisivo es la adhesión  a su persona. Por eso, quiere saber qué es lo que captan en él.

          Simón toma la palabra en nombre de todos y responde de manera solemne: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús no es un profeta más entre otros. Es el último Enviado de Dios a su pueblo elegido. Más aún, es el Hijo del Dios vivo. Entonces Jesús, después de felicitarle porque esta confesión sólo puede provenir del Padre, le dice: “Ahora yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.

          Las palabras son muy precisas. La Iglesia no es de Pedro sino de Jesús. Quien edifica la Iglesia no es Pedro, sino Jesús. Pedro es sencillamente “la piedra” sobre la cual se asienta “ la casa” que está construyendo Jesús. La imagen sugiere que la tarea de Pedro es dar estabilidad y consistencia a la Iglesia: cuidar que Jesús la pueda construir, sin que sus seguidores introduzcan desviaciones o reduccionismos.

          El Papa Francisco sabe muy bien que su tarea no es “hacer las veces de Cristo”, sino cuidar que los cristianos de hoy se encuentren con Cristo. Esta es su mayor preocupación. Ya desde el comienzo de su su servicio de sucesor de Pedro decía así: “ La Iglesia ha de llevar a Jesús. Este es el centro de la Iglesia. Si alguna vez sucediera que la Iglesia no lleva a Jesús, sería una Iglesia muerta”.

          Por eso, al hacer público su programa de una nueva etapa evangelizadora, Francisco propone dos grandes objetivos. En primer lugar, encontrarnos con Jesús, pues  “él puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestras comunidades... Jesucristo puede también romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo”.

          En segundo lugar, considera decisivo “volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio” pues , siempre que lo intentamos, brotan nuevos caminos, métodos creativos, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual”. Sería lamentable que la invitación del Papa a impulsar la renovación de la Iglesia no llegara hasta los cristianos de nuestras comunidades.

José Antonio Pagola

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
Fiesta de San Pedro y San Pablo
29 de Junio 2014
Mt 16, 13-19


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Jueves, 26 de junio de 2014

Comentario a la liturgia dominical - El Sagrado Corazón por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).  (Zenit.org)

Ciclo A - Textos: Dt 7, 6-11; 1 Jn 4, 7-16; Mt 11, 25-30

Idea principal: El Sagrado Corazón es la fuente inagotable del amor de Dios para el mundo.

Resumen del mensaje: El culto al Sagrado Corazón de Jesús es la quintaesencia del cristianismo, pues siendo éste obra de amor en su origen, desarrollo y consumación, no puede armonizarse más adecuadamente con ninguna otra devoción.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, contemos un poco la historia de esta solemnidad. La devoción al Corazón de Jesús fue muy común en la Edad Media, sobre todo en el monasterio benedictino de Helfta, en el cual profesaron santa Matilde y santa Gertrudes, tan conocida por sus escritos sobre el corazón de Jesucristo. El culto litúrgico al Corazón de Jesús fue promovido por san Juan Eudes (1601-1680). Su obispo le dio permiso para celebrar la fiesta del Corazón de Jesús el 31 de agosto en las casas de la Congregación fundada por él. Las apariciones a Santa Margarita María de Alacoque en Paray-le-Monial (1647-1690) dieron un gran impulso a esta devoción, juntamente con su director espiritual jesuita san Claudio de la Colombiere. Primero se aprobó la fiesta en Polonia y España, por el papa Clemente XIII en 1765. Y sólo en 1856 Pío IX extendió la fiesta del Corazón de Jesús a toda la Iglesia. Y en 1889 se elevó a la categoría litúrgica con León XIII. Se trata de una fiesta de reparación al Amor que no es amado. Pablo VI la elevó a categoría de solemnidad y nos invita a acercarnos al Corazón de Cristo y beber gozosamente en la fuente de la salvación.

En segundo lugar, esta solemnidad nos invita a contemplar ese Corazón de Jesús que tanto ha amado a los hombres y que sigue abierto desde la cruz para que a él nos asomemos; a consolarlo con pequeños gestos de amor y sacrificios por parte nuestra, pues de no pocos recibe ingratitud y desprecio; y después, a imitarlo en esas virtudes que resplandecieron en ese divino y humano Corazón: humildad, mansedumbre, caridad y misericordia.

Finalmente, en ese Corazón de Jesús, como nos dice el evangelio, encontraremos descanso para nuestras fatigas, alivios para nuestros dolores, remedios para nuestras enfermedades interiores (colesterol alto o bajo, diabetes), y ensanchamiento de nuestras espaldas para cargar con el yugo de Cristo en nuestra vida. Y si nuestro corazón no nos funciona y no ama, tengamos la confianza de pedir a Jesús un trasplante de corazón. ¡Vayamos a Él y digámosle: “Jesús, toma mi corazón; dame el Tuyo”.

Para reflexionar: ¿qué es lo que me llama más la atención de esta solemnidad? ¿A qué me compromete esta fiesta? ¿Estoy dispuesto a amar a mis hermanos

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Oración por el III Congreso Mundial de los Movimientos Eclesiales
y las Nuevas Comunidades



Oh Dios, Padre nuestro,
que mediante tu Espíritu
y con inefable generosidad
enriqueces con dones siempre nuevos
a tu Iglesia,
esposa amada
de nuestro Señor Jesucristo.
Dirige tu mirada misericordiosa
sobre los movimientos eclesiales
y las nuevas comunidades,
a quienes has confiado multiformes carismas.
Confírmalos en tu santo servicio,
mantiene en ellos la fascinación
por la belleza del carisma recibido,
concédeles amor a la Iglesia,
docilidad ante los pastores,
paciencia y fortaleza en las tribulaciones,
ternura por los pobres y excluidos,
y socórreles y fortaléceles
en las debilidades humanas.

Infunde en sus corazones
la dulce y confortadora alegría
de evangelizar.
Guía el camino de preparación
hacia el III Congreso Mundial
de los Movimientos Eclesiales
y Nuevas Comunidades,
para que se convierta en el cenáculo
de un renovado Pentecostés.
El fuego de tu Espíritu reavive en ellos
el ardor y la pasión misionera
que el Santo Padre Francisco
desea para la Iglesia de nuestros días.
Que les acompañe siempre
la intercesión de María,
Madre de Jesús y Madre de la Iglesia,
estrella radiante de la evangelización y
humilde sierva de tu infinito Amor.
A ti, oh Padre, la gloria y el honor
por Jesucristo en el Espíritu Santo
ahora y por los siglos de los siglos.
Amén.


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Mi?rcoles, 25 de junio de 2014

Alocución de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, en la solemnidad del Corpus Christi (21 de junio de 2014) (AICA)

Corpus Christi

En la Solemnidad del Corpus Christi celebramos con gratitud y espíritu de adoración el sacramento de la presencia real de Jesucristo, la Eucaristía. La vida cristiana nace y crece en el encuentro vivo con Jesucristo. ¿Cuáles son los lugares de este encuentro con Jesucristo? Él mismo nos habla de su presencia como un testamento vivo a través de su Palabra y de los Sacramentos. Para ello instituyó la Iglesia, cuya misión propia es ser el ámbito de encuentro con Él donde lo recibimos y desde dónde lo predicamos, por eso ella es nuestra casa y la llamamos nuestra madre. El Documento de Aparecida al hablar de los lugares de encuentro con Jesucristo, nos dice que en primer lugar es necesario: “proponer a los fieles la Palabra de Dios como don del Padre para el encuentro con Jesucristo vivo, camino de auténtica conversión y de renovada comunión y solidaridad” (Ap. 248). Para luego, agregar: “La Eucaristía es el lugar privilegiado del encuentro del discípulo con Jesucristo. Con este sacramento, Jesús nos atrae hacia sí y nos hace entrar en su dinamismo hacia Dios y hacia el prójimo” (Aparecida 251). Como vemos, Jesucristo no nos ha dejado sólo una doctrina a la manera de un maestro, sino su misma Vida como una realidad que estamos llamados a compartir.

Hoy, al celebrar el Corpus Christi, la Iglesia quiere dirigir su mirada agradecida a Su presencia real en el sacramento de la Eucaristía. La fe en esta presencia del Señor se apoya en su misma Palabra, a la que siempre volvemos para renovar nuestro encuentro, iluminar nuestra vida y dar sentido a nuestro caminar. En el Discurso sobre el Pan de Vida, que leemos en la liturgia de este día, el Señor nos habla de su voluntad de quedarse con nosotros en este sacramento: “Yo soy el Pan Vivo, (nos dice) el que coma de este Pan que es mi cuerpo, tendrá mi Vida” (Jn. 6, 53), para luego en la última Cena decirle a los apóstoles: “Tomen y coman esto es mi Cuerpo que se entrega por ustedes” (Mt. 26, 26). Con estas Palabras, el Señor nos deja su Vida como alimento, nos hace destinatarios de su Evangelio, y llamados a ser sus testigos. Este encuentro con Jesucristo es el camino más seguro que me lleva a compartir su Vida y su Misión. No seguimos una idea o sólo una doctrina, sino a una Persona que nos comunica su Vida, y con quién hoy podemos establecer un vínculo personal. Dios, en Jesucristo, se ha hecho Camino y Vida para nosotros. Cuando san Pablo quiere explicar dónde está la presencia de Jesús y quién está llamado a realizar la misión de predicar su Evangelio en el mundo, les dice a los Colosenses, esta presencia y esta misión está en ustedes, es: “Cristo en ustedes” (Col. 1, 27). Esta es la mejor definición de la Iglesia y del cristiano en el mundo.

Este año hemos elegido como lema de nuestra celebración del Corpus Christi: “La Eucaristía nos hermana y reconcilia”. Estamos hablando de la presencia de Jesucristo que se nos comunica como un don y nos compromete a ser sus testigos. No podríamos celebrar y compartir la Eucaristía y, al mismo tiempo, no asumir la vida y la misión de Jesucristo. La Eucaristía es el Pan que nos hace hermanos. ¡Cuántas heridas y distancias hay entre quienes celebramos el sacramento del amor, de la reconciliación y la comunión! Si la Eucaristía no nos hace entrar en ese “dinamismo hacia Dios y hacia el prójimo”, es señal de que no participamos plenamente en ella, en su Vida y exigencia fraterna. No debemos “acostumbrarnos” a celebrar la eucaristía como una rutina de nuestra vida religiosa, sino que siempre debe tener el sentido de lo nuevo, de aquello que nos desafía, que mantiene nuestra juventud espiritual y nos abre a una esperanza con horizontes de eternidad. ¡Qué triste la imagen de una comunidad que celebra la Eucaristía, y muestra el rostro de una Iglesia cansada, sin alegría y con falta de dinamismo misionero!

Reciban de su obispo junto a mi afecto y oración, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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Homilía monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, en la solemnidad del Corpus Christi (22 de junio de 2014) (AICA)

El Pan de Vida

En este domingo estamos celebrando “el Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. También queremos rezar especialmente por el 20 de junio celebrado, y pedir por las necesidades de Nuestra Patria, para que en esta hora de la historia tengamos grandeza o bien magnanimidad, para que todo lo que hagamos esté dirigido especialmente al compromiso con el bien común. La referencia a la grandeza de espíritu y la magnanimidad es clave, para cualquier instancia de “diálogo”, como instrumento indispensable de toda construcción social, política y cultural, pueda ser eficaz. El 20 de junio rezamos especialmente para que Dios bendiga nuestra Patria y podamos desde “la magnanimidad”, superar todos los odios, divisiones, resentimientos y podamos construir una Patria de hermanos.

En nuestra Diócesis desde hace algunos años nos hemos dispuesto a celebrar “el Corpus Christi”, con la relevancia que tiene que tener esta solemnidad. En los pueblos o ciudades donde hay una sola Parroquia hemos buscado que haya un momento común de las capillas para celebrar la Misa y procesión. En Posadas – Garupá estamos celebrando este domingo la Misa y procesión como en años anteriores. Quiero subrayar que al celebrar tan festivamente “el Corpus”, continuamos en la brecha de San Roque González y los misioneros de las reducciones guaraníes hace 400 años en nuestra tierra colorada. Las comunidades indígenas tenían una gran devoción al “Cuerpo y Sangre del señor”. En aquel entonces mientras se realizaba la procesión los indígenas traían sus instrumentos de trabajo, plantas, ramas, animales para que fueran bendecidos con “el Corpus Christi”. Debo agradecer al pueblo de Dios la creciente valoración y la alegría popular de nuestra liturgia, donde miles de personas adoran al Cuerpo y Sangre del Señor.

El texto del Evangelio que leemos este domingo (Jn. 6,51-58), nos dice: “Yo soy el pan bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. En la última cena el Señor instituye la eucaristía y desde aquel momento los cristianos nos reunimos los domingos para celebrar la Misa: “El primer día de la semana, cuando nos reunimos para partir el pan…” (Hch. 20,7).

La eucaristía es el momento culminante del amor, de la donación Pascual de Jesucristo. Es aquello que expresa la necesidad de vivir en la caridad y sobre todo practicarla. La comunión del pan y del vino, del Cuerpo y la Sangre, implican que nosotros formamos un solo cuerpo: “…todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan” (1 Cor. 10,17). La caridad es el fundamento del amor solidario tan necesario de asumir con coherencia en este tiempo en nuestra Patria en que nos tocará en camino hacia el Congreso Eucarístico a celebrarse en Tucumán en 2016 y el bicentenario del 9 de julio, definir qué proyecto cultural, que País y Provincia seremos en este siglo XXI.

Desde la eucaristía “pan de vida” y fundamento de comprensión del amor cristiano, entendemos más profundamente el valor de la vida humana, de la familia, la justicia, el trabajo como servicio y sobre todo la inclusión de los más pobres y marginados como claves de todo proyecto cultural y de toda forma de proyección política, económica, social…

Creo conveniente retomar el texto de “Navega mar adentro” que nos señala: “En nuestro País constituido mayoritariamente por bautizados, resulta escandaloso el desconocimiento y, por lo mismo, la falta de vigencia de la Doctrina Social de la Iglesia. Esta ignorancia e indiferencia permiten que no pocos hayan disociado la fe del modo de conducirse cristianamente frente a los bienes materiales y a los contratos sociales de justicia y solidaridad. La labor educativa de la Iglesia no puede hacer surgir una Patria más justa, porque no ha logrado que los valores evangélicos se traduzcan en compromisos cotidianos” (38).

El pan compartido en la eucaristía y celebrado en este domingo del “Corpus Christi”, nos invita a poner en ejercicio la caridad y comprometer nuestras opciones cotidianas sabiéndonos responsables del país, provincia y futuro que debemos construir.

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas


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Martes, 24 de junio de 2014

Oración por el Año Jubilar de la catedral de La Laguna en Tenerife, que celebra el primer centenario.

Oración para el Año Jubilar


Dios y Padre nuestro, Tú nunca nos dejas solos,

te manifiestas vivo y presente entre nosotros.

Tú nos acompañas y nos cuidas,

con amor providente y siempre fiel.

Gracias por el don de este Año Jubilar y

el Centenario de nuestra Iglesia Catedral.


A Ti, Dios de bondad y misericordia,

que ofreces siempre tu perdón y nos invitas

a recurrir confiadamente a tu clemencia,

te pedimos nos concedas vivir el Año Jubilar

abriéndonos a tu llamada a la conversión

y acogiendo la gracia de tu perdón.

Llénanos de los dones de Tu Espíritu Santo,

para que, como verdaderos discípulos de Jesús,

caminemos alegres en la esperanza y firmes en la fe,

y comuniquemos al mundo el gozo del Evangelio.

Concédenos permanecer unidos en tu Iglesia,

que nos renovemos en la fidelidad a Ti

y nos gocemos en la belleza de la vida cristiana.

Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra,

Virgen de los Remedios, patrona de nuestra Diócesis,

pon remedio a nuestros males y enséñanos

a creer, esperar y amar contigo, y como tú. Amén.


CENTENARIO DE LA CATEDRAL DE LA LAGUNA
Año Jubilar — 2014 abril 2015


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El santo padre Francisco rezó el domingo 22 de Junio, la oración del ángelus desde la ventana de su estudio que asoma a la plaza de San Pedro, en donde una multitud le esperaba. Y les dirigió las siguientes palabras:  (Zenit.org)

"Queridos hermanos y hermanas

En Italia y en muchos otros países del mundo se celebra este domingo la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo, y se usa frecuentemente el nombre en latín: Corpus Domini, o Corpus Christi. La comunidad eclesial se recoge entorno a la eucaristía para adorar el tesoro más precioso que Jesús nos ha dejado.

El evangelio de Juan nos presente el discurso sobre el 'pan de vida', que Jesús realizó en la sinagoga de Cafarnaún, en el cual afirmó: 'Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si uno come este pan vivirá eternamente y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.

Jesús subraya que no vino a este mundo para traer alguna cosa, pero para dar su vida, para nutrir a quienes tiene fe en Él. Esta comunión con el Señor nos empeña a nosotros sus discípulos, a imitarlo, haciendo de nuestra existencia, con nuestra actitud un pan partido para los otros, como el Maestro ha partido el pan que es su realmente su carne. Para nosotros en cambio son las actitudes generosas hacia el prójimo lo que lo demuestran.

Cada vez que participamos a la Santa Misa y nos nutrimos del Cuerpo de Cristo, la presencia de Jesús y del Espíritu Santo actúa en nosotros, llena nuestro corazón y nos comunica actitudes interiores que se traducen en comportamientos según el Evangelio.

Sobre todo la palabra de Dios, después la fraternidad entre nosotros, el coraje del testimonio cristiano, la fantasía de la caridad, la capacidad de dar esperanza a los desanimados, de acoger a los excluidos.

De esta manera la eucaristía hace madurar un estilo de vida cristiano. La caridad de Cristo acogida con el corazón abierto nos cambia, nos transforma, nos vuelve capaces de amar, no según una medida humana, siempre limitada, sino según la medida de Dios, o sea sin medida.

¿Y cuál es la medida de Dios?, sin medida. La medida de Dios no tiene medida, todo, todo, todo. No se puede medir el amor de Dios, porque no tiene medida. Y entonces nos volvemos capaces de amar también a quien no nos ama. Y no es fácil amar a quien no nos ama, no es fácil, porque si sabemos que una persona no nos quiere, también nosotros tenemos ganas de no quererlo. Y no, tenemos que amar también a quien no nos ama, de oponernos al mal con el bien, de perdonar, de compartir, de acoger.

Gracias a Jesús y al Espíritu, también nuestra vida se vuelve “pan partido” para nuestros hermanos. Y viviendo así descubrimos la verdadera alegría, la alegría de volverse don, para devolver el gran don que nosotros recibimos primero sin tener mérito. Es bello esto, nuestra vida se hace don, esto es imitar a Jesús.

Querría recordar dos cosas. Primero: la medida de amar a Dios es amar sin medida. ¿Está claro esto? Nuestra vida con el amor de Jesús recibiendo la eucaristía, se hace un don, como fue la vida de Jesús. No nos olvidemos de estas dos cosas: La medida del amor de Dios es amar sin medida. Siguiendo a Jesús con la eucaristía, hacemos de nuestra vida un don.

Jesús, pan de vida eterna, descendió del cielo y se hizo carne gracias a la fe de María Santísima. Después de haberlo llevado en sí con inefable amor, Ella lo ha seguido fielmente hasta la cruz y la resurrección. Pidamos a la Virgen que nos ayude a descubrir la belleza de la eucaristía, a hacerla el centro de nuestra vida, especialmente en la misa dominical y en la adoración".

El Santo Padre rezó el ángelus y a continuación ha recordado que "el 26 de junio próximo es la Jornada de las Naciones Unidas por las víctimas de la tortura. En esta circunstancia reitero la firme condena de todo tipo de tortura e invito a los cristianos a empeñarse para colaborar a la abolición y apoyar a las víctimas y a sus familiares. Torturar a las personas es un pecado mortal, un pecado mortal muy grave".

Y concluyó sus palabras saludando “a todos los romanos y peregrinos aquí presentes”, a los estudiantes de diversas escuelas y a algunas iniciativas varias. Y se despidió de los presentes con su “buona domenica e un buon pranzo. Arrivederci”.

(Traducido y debobinado por H. Sergio Mora)

Les animo a todos a dar testimonio de solidaridad concreta con los hermanos, especialmente con los más necesitados de justicia, de esperanza, de ternura. La ternura de Jesús, la ternura eucarística, este amor tan delicado, tan fraternal y tan puro.

Gracias a Dios hay tantas señales de esperanza en vuestras familias, en las parroquias, en las asociaciones, en los movimientos eclesiales. El Señor Jesús no deja de suscitar gestos de caridad en su pueblo en camino.

Un signo concreto de esperanza es el Proyecto Policoro, para jóvenes que quieren ponerse en juego y crear posibilidades de trabajar para si y para los otros. Ustedes queridos jóvenes, no se dejen robar la esperanza. Lo he dicho tantas veces y lo repito: no se dejen robar la esperanza.

Adorando a Jesús en vuestros corazones y quedando unidos a Él sabrán oponerse al mal, a las injusticias, a la violencia con la fuerza del bien, de la verdad y de la belleza.

Queridos hermanos y hermanas, la eucaristía nos ha reunido aquí. El Cuerpo del Señor hace de nosotros una sola cosa, una sola familia. El Pueblo de Dios reunido en torno a Jesús, pan de vida.

Lo que he dicho a los jóvenes lo digo también a todos: si adorarán a Cristo y caminarán atrás de Él, y con Él, vuestra Iglesia diocesana y estas parroquias crecerán en la fe y en la caridad, en la alegría de evangelizar. Serán una Iglesia en la cual padres, madres, sacerdotes, religiosos, catequistas, niños, ancianos, jóvenes caminan uno al lado del otro, se apoyan, se ayudan, se aman como hermanos, especialmente en los momentos de dificultad.

María nuestra Madre, mujer eucarística, que se venera en tantos santuarios, especialmente en el de Castrovillari, les precede en esta peregrinación de la fe. Ella les ayude siempre a quedarse unidos para que, también a través de vuestro testimonio, el Señor pueda continuar a dar la vida al mundo. Que así sea”.

(Aplausos)

(Texto traducido y completado debobinando la homilía por H. Sergio Mora)


Publicado por verdenaranja @ 19:27  | Habla el Papa
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Texto completo con las improvisaciones que el Santo Padre hizo La homilí­a del Papa en Calabria, 21 de junio de 2014(Zenit.org)

“En la fiesta del Corpus Domini celebramos a Jesús 'pan vivo bajado del cielo', alimento para nuestra hambre de vida eterna, fuerza para nuestro camino. Agradezco al Señor que hoy me permite celebrar el Corpus Christi con ustedes, hermanos y hermanas de esta Iglesia que está en Cassano all Jonio.

La de hoy es la fiesta en la cual la Iglesia alaba al Señor por el don de la Eucaristía. Mientras que el jueves santo recordamos su institución en la Última Cena, hoy predomina la acción de gracias y la adoración. De hecho es tradicional en este día la procesión con el Santísimo Sacramento. Adorar a Jesús Eucaristía y caminar con Él. Estos son dos aspectos inseparables de la fiesta de hoy, dos aspectos que dan fisonomía a toda la vida del pueblo cristiano: un pueblo que adora a Dios y camina con Él, que no se queda quieto, camina.

Primero de todo nosotros somos un pueblo que adora a Dios. Nosotros adoramos a Dios que es amor, que en Jesucristo se ha dado a sí mismo por nosotros, se ha ofrecido en la cruz para expiar nuestros pecados y por la potencia de este amor ha resucitado de la muerte y vive en su Iglesia. Nosotros no tenemos otro Dios fuera de esto.

Cuando a la adoración del Señor se sustituye la adoración del dinero, se abre el camino al pecado, al interés personal y al abuso.. Cuando no se adora a Dios, el Señor, uno se vuelve adoradore del mal, como los que viven de criminalidad y violencia.

Vuestra tierra tan hermosa conoce las heridas de este pecado, la N'drangheta es esto: la adoración del mal y el desprecio del bien común. (aplausos) Este mal se combate, se aleja, es necesario decirle No. La Iglesia que está tan empeñada en educar a las conciencias tiene siempre que emplearse para que el bien pueda prevalecer. Nos lo piden nuestros jóvenes, lo solicitan nuestros jóvenes necesitados de esperanza. Para responder a estas exigencias la fe nos puede ayudar. Los que han tomado este mal camino en su vida, como los mafiosos, no están en comunión con Dios, están excomulgados.

Hoy lo confesamos con la mirada dirigida a Corpus Crhisti, al sacramento del altar. Y por esta fe nosotros renunciamos a Satanás y a todas sus seducciones, a los ídolos, al dinero, a la vanidad del poder. Nosotros cristianos no queremos adorar nada ni nadie en este mundo que no sea Jesucristo y que está presente en la sagrada eucaristía.

Quizás no siempre nos damos cuenta hasta el fondo de lo que significa esto, de las consecuencias que tiene o debería tener esta nuestra profesión de fe.

Esta fe en la presencia real de Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre en el pan y vino consagrado, es auténtica si nos empeñamos a caminar detrás de Él y con Él. Adorar y caminar. Un pueblo que adora y un pueblo que camina.

Caminar con Él y detrás de Él, intentando poner en práctica su mandamiento, el que ha dado a los discípulos justamente en la Última Cena. 'Como yo les he amado, así ustedes ámense los unos a los otros'. El pueblo que adora a Dios en la eucaristía es el pueblo que camina en la caridad. Adorar a Dios en la eucaristía, caminar con Dios en la caridad fraterna.

Hoy como obispo de Roma estoy aquí para confirmarlos no solamente en la fe pero también para acompañarles y animarles en el camino con Jesús Caridad.

Quiero expresar mi apoyo al obispo, a los presbíteros y diáconos de esta Iglesia, y también a la Eparchia de Lungro, de rica tradición griego-bizantina. Y lo hago extensivo a todos, los pastores y fieles de la Iglesia en Calabria, empeñada con coraje en la evangelización y en favorecer estilos de vida e iniciativas que pongan al centro las necesidades de los pobres y de los últimos. Y lo extiendo también a las autoridades civiles que intentan vivir el empeño político y administrativo para dar un servicio al bien común.


Publicado por verdenaranja @ 18:19  | Habla el Papa
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Lunes, 23 de junio de 2014

Comentario a la liturgia dominical - Domingo XII por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)


Ciclo A - Textos: Jr 20, 10-13; Rom 5, 12-15; Mt 10, 26-33



Volvemos al tiempo común u ordinario. Momento privilegiado para experimentar nuestra pertenencia a la comunidad cristiana; para vivir el “día del Señor” con la conciencia gozosa de que Él está presente, aunque no lo vemos; para escuchar la Palabra y alimentarnos con el Cuerpo y Sangre de Cristo, sacramento que nos da fuerza en nuestro camino, y así salir de nuevo a “la vida” con más ánimos y energías.


Idea principal: No debemos tener miedo.


Resumen del mensaje: En nuestra vida pasamos por momentos duros, ¿quién no? (primera lectura). Cristo no nos ocultó nunca que nuestra vida cristiana sería difícil, pues no podemos tener mejor suerte que Él, nuestro Maestro (evangelio). Pero debemos vivir con confianza, dado que en Cristo tenemos sobreabundancia de gracia (segunda lectura).


Puntos de la idea principal:

En primer lugar, todos pasamos por situaciones y horas terribles, como Jeremías en la primera lectura: nos traicionan, nos critican y difaman, nos abandonan y nos dejan en la estacada; se ríen de nosotros; perdemos el trabajo y algún ser querido se nos va de casa; una enfermedad va minando nuestra salud; no podemos pagar nuestra deudas acumuladas. Para qué seguir. Situaciones duras y miedos hoy que acechan el mundo, la Iglesia y nuestras familias e hijos son: el secularismo dictador que echa a Dios fuera de la mesa de nuestras decisiones, el ateísmo militante que boxea contra Dios con la hoz y el martillo, y la despersonalización ideológica del católico, que no se sabe a qué va y con quién comulga. Estos enemigos nos hacen temblar.

En segundo lugar, en estos momentos debemos escuchar en el corazón la palabra consoladora de Cristo: “No tengáis miedo”. Y Cristo, al decirlo, sabía bien que de sus oyentes, Pedro moriría en Roma cabeza abajo, su hermano Andrés en Patras crucificado en aspa, a Santiago le cortarían la cabeza en Jerusalén y a su hermano Juan le echarían en una sartén, le sacarían ileso y le desterrarían a las minas de metal en Patmos, isla flotante en el Egeo. Parece que ni un solo discípulo murió en la cama. Que Cristo nos lo diga a nosotros “No tengáis miedo”, es otro cantar. No nos metemos con nadie; ante el materialismo, el hedonismo, el secularismo y otros “ismos” ni la piamos; en las pesebreras de la pornografía nos ponemos morados como los demás, en el matrimonio jugamos a la cuerda floja, trampeamos con el fisco, con el ejemplo enseñamos a los hijos las grandes marrullerías….como los demás. ¿Voy a tener miedo?

Finalmente, ¡ay de mí si no tengo miedo! Señal sería de que no vivo el evangelio radical, de que no soy testigo de nada, de que soy uno más en la camada de este mundo. Malo sería si nadie me insulta de trabajador a conciencia, de libre en el acoso sindical, de respetuoso con Dios cuando al lado retumba el trueno de la blasfemia, de católico comprometido que pisa fuerte en la estera del respeto humano. Pues no, señor, no debemos tener miedo porque estamos en las manos de Dios; si Él lleva cuenta hasta de los cabellos de nuestra cabeza y de los gorriones del campo, cuánto más no cuidará de nosotros, que somos sus hijos. No tengamos miedo, no, pues los que persiguen a los discípulos de Jesús podrán matar el cuerpo, pero no el alma ni la libertad interior. No tengamos miedo, pues el mismo Jesús, ante su Padre, dará testimonio de nosotros si nosotros le hemos sido fieles. Seamos cristianos de ley.


Para reflexionar: ¿A qué tengo miedo? ¿A quién tengo miedo? ¿Por qué tengo miedo? ¿Cómo salir de ese miedo visceral que me paraliza? Mirando a Cristo grita: Señor, en vos confío.


Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


Publicado por verdenaranja @ 21:36  | Espiritualidad
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El Señor está a mi lado.- XII Domingo Ordinario por Mons. Enrique Díaz Diaz (Zenit.org)


SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 20 de junio de 2014 


Jeremías 20, 10-13: “El Señor ha salvado la vida de su pobre de la mano de los malvados”
Salmo 68: “Escúchame, Señor, porque eres bueno”
Romanos 5, 12-15: “El don de Dios supera con mucho el delito”
San Mateo 10, 26-33: “No tengan miedo a los que matan el cuerpo”


Quiso compartir la Resurrección con su “Amado Señor” y partió hacia Él con el alba. ¿A qué horas falleció la Hermana Manuelita? Nadie lo supo. De la noche del 11 de Junio despertó a la eternidad. Muy pronto se difundió la noticia y empezaron a llegar personas de todos lados: de Chamula, de Larrainzar, del Bosque, de San Cristóbal, de las comunidades lejanas. Primero con sorpresa, después con mucho dolor porque duele la ausencia, al final con mucha paz pues el Señor le da la recompensa de todos sus afanes. Sus apostolados, “sencillos”, iniciaban con el encuentro personal, con la plática larga, con la visita al domicilio. Y todo lo que en un momento quedaba oculto, ahora resplandece en oraciones, en coronas de flores, en palabras de agradecimiento, en lágrimas y esperanza. Gracias, Hermana Manuelita… lo que hiciste calladamente con tanto amor, ahora el Señor te lo reconoce delante de los ángeles y de los hombres. Sin miedo, sin condiciones, con generosidad sembraste y ahora florece.


¿Por qué vivimos con tanta inseguridad? ¿Por qué nos paraliza el miedo? El buen discípulo de Jesús se lanza a la aventura y se arriesga al llevar el Evangelio. El temor y la inseguridad son el pan de cada día y una de las mayores preocupaciones de nuestro tiempo. No podemos abandonar la casa, no podemos caminar con seguridad, no podemos ni siquiera confiar en los más cercanos. De todos se duda, la desconfianza ha ganado un espacio en nuestro corazón. Por eso me llama mucho la atención la insistencia del Evangelio de este día: “No tengan miedo”.Lo dice Jesús a sus apóstoles, que realmente corrían graves peligros, mientras les da las instrucciones cuando los envía a la misión. Quiere misioneros valientes, audaces y comprometidos. Los exhorta a no dejarse vencer por el desánimo, el temor o las críticas de los hombres. Incluso se entiende como una advertencia a no temer a los grupos armados y a las fuerzas que de una y otra parte surgían: de Roma para mantener subyugados a los pueblos tributarios, y de las innumerables rebeliones que buscaban atacar y dañar a Roma. Y, en medio de los conflictos, los mensajeros del Evangelio. ¿Cómo no tener miedo? Sólo con la fuerza del Señor.


Jeremías fue un profeta que sufrió persecuciones, que se sintió abandonado, que todos atacaban por su mensaje. Son célebres sus reclamos al Señor que lo seduce para proclamar su mensaje. Sin embargo en el pasaje que hoy leemos se encuentran palabras de esperanza y seguridad en la fuerza del Señor a pesar de los cuchicheos y de las amenazas. Su confianza está en el Señor: “El Señor, guerrero poderoso, está a mi lado”. La invitación a no tener miedo la repite Jesús varias veces porque sabe de los problemas y dificultades tanto de aquellos tiempos como de la actualidad.Sus enseñanzas pretenden infundir fortaleza y valor ante el rechazo o la persecución. Cada vez que invita a no temer, se mencionan los motivos por los cuales los testigos del Evangelio no deben tener miedo. Así, cada una de las expresiones,“No tengan miedo”, va seguida de una nueva razón. En primer lugar el Evangelio posee una fuerza imparable y el mensaje que Jesús ha encargado terminará por hacerse público. En segundo lugar se sitúa a los discípulos ante el juicio final para hacerles comprender que los chismes, las habladurías y los juicios de los hombres no son definitivos, sino solamente el juicio de Dios. No dependen de la estima que tengan los hombres por ellos, sino de su real fidelidad al amor y a la Palabra de Dios. Por último se establece la mayor seguridad: estamos en manos Dios, padre providente, cuya solicitud llega a vencer extremos insospechados. El Evangelio, la verdad y el amor de Dios-Padre, son las razones que Jesús ofrece para seguridad de sus discípulos.


Actualmente se han endurecido las leyes, se ponen nuevos castigos pero ¿mejora nuestra confianza? ¿Nosotros en qué basamos nuestra seguridad? Construimos fortalezas, ponemos nuevas cerraduras, doble candado y alarma; y terminamos prisioneros de nosotros mismos y con el enemigo dentro de nuestros hogares. Tememos a los que matan el cuerpo y hospedamos a los que matan el alma. Crece entre nosotros el miedo social, la sospecha de todo, la inseguridad y la necesidad de defenderse y de buscar cada uno la salida a su propia vida. Pero muchas veces descuidamos lo esencial. Llevamos a nuestros hogares la envidia y el orgullo, la valoración superficial de la persona, se utiliza la mentira, se engaña y se prostituye… Tememos a los que matan el cuerpo, pero ofrecemos espacio y bienvenida a los que matan el alma. El miedo hace imposible la construcción de una sociedad más humana, el miedo destruye la libertad, el miedo ata y empobrece.


Contemplemos a Cristo: sabe vivir en el conflicto, no pierde la paz.Es muy consciente de los peligros que afrontarán sus discípulos, y por eso quiere que finquen su seguridad en la Buena Nueva que se anuncia, en la verdad que se proclama y en el amor en que confiamos. La actitud de Jesús cuestiona nuestra vida y nuestros valores, sobre todo por lo que hacemos todos los días y en especial en el nivel educativo. No estamos educando en los verdaderos valores, en el servicio y en amor. Desde la infancia se adquieren miedos y complejos, ansias y anhelos que no son los que propone Cristo. Queremos quitar enfermedades con remedios externos pero no vamos al interior de la persona. Cuando un corazón está vacío ¿cómo podremos convencerlo que luche por grandes ideales? Cuando se ha aprendido a depender en todo momento de las cosas materiales ¿cómo pedir que se entusiasmen por el proyecto de Jesús que nos pide amar a todos? Cuando lo que importa es el qué dirían ¿cómo construir un corazón sincero y recto? La fama, el dinero, el placer son los criterios que van aprendiendo los niños en casa. Y después se sienten desprotegidos pues no hay dinero suficiente que forje un verdadero hombre o una verdadera mujer, si no se han sembrado los valores en su corazón


En silencio nos acercamos a Jesús, dialogamos con Él, le platicamos cuáles son nuestros miedos, cuáles son nuestras seguridades, y con Él descubrimos si estamos dando más importancia a los que matan el cuerpo o a los que matan el alma, si hemos entrado en la espiral de la violencia. ¿Qué pensamos cuando Cristo nos dice que no tengamos miedo y nos ofrece como seguridad los brazos amorosos de un Padre providente?


Padre Bueno, Tú eres nuestro guardián, Tú eres nuestra roca, Tú nuestra seguridad. Que sólo en Ti pongamos nuestra confianza. Amén.


Publicado por verdenaranja @ 21:32  | Espiritualidad
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Domingo, 22 de junio de 2014

Homilía del Santo Padre en  la misa del Corpus Christi, el jueves 19 de Junio de 2014.


"El Señor tu Dios… te nutrió con el maná, que tú no conocías” (Dt 8,2).

Estas palabras del Deuteronomio hacen referencia a la historia de Israel, al que Dios hizo salir de Egipto, de la condición de esclavitud, y al que durante cuarenta años guió en el desierto hacia la tierra prometida. Una vez establecido en la tierra, el pueblo elegido alcanza una cierta autonomía, un cierto bienestar, y corre el riesgo de olvidar los tristes acontecimientos del pasado, superados gracias a la intervención de Dios y a su infinita bondad. Entonces, las Escrituras exhortan a recordar, a hacer memoria de todo el camino hecho en el desierto, en el tiempo de la carestía y de la incomodidad. La invitación es a volver a lo esencial, a la experiencia de la total dependencia de Dios, cuando la supervivencia estaba confiada a su mano, para que el hombre comprendiera que “no vive sólo de pan, sino de cuanto sale de la boca del Señor” (Dt 8,3).

Además del hambre física, el hombre lleva consigo otra hambre, un hambre que no puede ser saciada con el alimento ordinario. Es hambre de vida, hambre de amor, hambre de eternidad. Y el signo del maná – como toda la experiencia del éxodo – contenía en sí también esta dimensión: era figura de un alimento que satisface esta hambre profunda que hay en el hombre. Jesús nos da este alimento, más aún, es Él mismo el pan vivo que da la vida al mundo (cfr Jn 6,51).

Su Cuerpo es la verdadera comida bajo la especie del pan; su Sangre es la verdadera bebida bajo la especie del vino. No es un simple alimento con que saciar nuestros cuerpos, como el maná; el Cuerpo de Cristo es el pan de los últimos tiempos, capaz de dar vida, y vida eterna, porque la sustancia de este pan es Amor.

En la Eucaristía se comunica el amor del Señor por nosotros: un amor tan grande que nos nutre con Él mismo; un amor gratuito, siempre a disposición de cada persona hambrienta y necesitada de regenerar las propias fuerzas. Vivir la experiencia de la fe significa dejarse nutrir por el Señor y construir la propia existencia no sobre los bienes materiales, sino sobre la realidad que no perece: los dones de Dios, su Palabra y su Cuerpo.

Si miramos a nuestro alrededor, nos damos cuenta de que hay muchas ofertas de alimento que no vienen del Señor y que aparentemente satisfacen más. Algunos se nutren con el dinero, otros con el éxito y la vanidad, otros con el poder y el orgullo. Pero el alimento que nos nutre verdaderamente y que nos sacia es sólo el que nos da el Señor. El alimento que nos ofrece el Señor es distinto de los demás, y quizás no nos parece tan sabroso como ciertos víveres que nos ofrece el mundo. Entonces soñamos con otros alimentos, como los hebreos en el desierto, que echaban de menos la carne y las cebollas que comían en Egipto, pero olvidaban que esos alimentos los comían en la mesa de la esclavitud. Ellos, en esos momentos de tentación, tenían memoria, pero una memoria enferma, una memoria selectiva. Una memoria esclava, no libre.

Cada uno de nosotros, hoy, puede preguntarse: ¿y yo? ¿Dónde quiero comer? ¿En qué mesa quiero nutrirme? ¿En la mesa del Señor? ¿O sueño con comer alimentos sabrosos pero en la esclavitud? También cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Cuál es mi memoria? ¿La del Señor que me salva, o la del ajo y las cebollas de la esclavitud? ¿Con qué memoria yo sacio mi alma?

El Padre nos dice: “Te he nutrido con el maná que no conocías”. Recuperemos la memoria, esta es la tarea, recuperar la memoria, y aprendamos a reconocer el pan falso que defrauda y corrompe, porque es fruto del egoísmo, de la autosuficiencia y del pecado.

Dentro de poco, en la procesión, seguiremos a Jesús realmente presente en la Eucaristía. La Hostia es nuestro maná, mediante el cual el Señor se nos da a sí mismo. A Él nos dirigimos con confianza: Jesús, defiéndenos de las tentaciones del alimento mundano que nos hace esclavos, del alimento envenenado; purifica nuestra memoria, para que no quede prisionera de la selectividad egoísta y mundana, sino que sea memoria viva de tu presencia a lo largo de la historia de tu pueblo, memoria que se hace "memorial" de tu gesto de amor redentor. Amén.+


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S?bado, 21 de junio de 2014

Comentario a la liturgia, Corpus Christi por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)

Ciclo A - Textos: Dt 8, 2-3.14-16; 1 Co 10, 16-17; Jn 6, 51-59

Idea principal: Cristo es el Pan vivo con sabor de vida eterna.

Resumen del mensaje: El hombre, durante su peregrinar en la tierra, es un ser radical y espiritualmente hambriento (primera lectura). Y Dios en la Eucaristía vino a satisfacer esa hambre interior humana (evangelio). Al comer la Eucaristía, no sólo alimentamos nuestra alma, sino que formamos un solo cuerpo con Cristo (segunda lectura).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, muchos kilómetros tenemos que recorrer en esta tierra hasta llegar a la eternidad. Tenemos que llevar suficientes provisiones en nuestra alforja, si no, desfallecemos irremediablemente en el camino. Si hay algo que no debe faltar es el Pan de la Eucaristía, sin el cual no tendríamos fuerza para avanzar y cantar, y moriríamos de hambre. Durante nuestra travesía somos seducidos por tantos restaurantes que vemos a izquierda e a derecha, tentándonos y ofreciéndonos un menú suculento que satisface nuestro vientre y nuestros sentidos.

En segundo lugar, Dios sabiendo de nuestra hambre radical, nos prepara un banquete para nuestra alma con el Cuerpo y la Sangre de su Hijo. Este Pan es remedio de inmortalidad, como dice san Ignacio de Antioquía, es decir, es el Pan que nos garantiza la resurrección, incluso de nuestro cuerpo. Pero también este Pan en este día del Corpus Christi es pan no sólo para ser comido en el banquete de la misa, sino también para ser contemplado y adorado. Por eso, paseamos por las calles de los pueblos y ciudades, asentado en la custodia, ese Pan consagrado que es Cristo. Lo vemos, contemplamos, adoramos y cantamos con gozo. Es la presencia de Cristo ofrecida para aliento en nuestras tristezas, y para que también nosotros nos convirtamos en pan fresco para nuestros hermanos; pan que se parte, se reparte y se comparte; y así nuestros hermanos tengan vida y nadie muera de hambre.

Finalmente, en la secuencia, compuesta por santo Tomás de Aquino, cantamos hoy: Este Pan “lo comen buenos y malos, con provecho diferente; para unos es vida; para otros, muerte”. Para comer este Pan con dignidad y respeto, nuestra alma tiene que estar limpia, nuestro corazón adecentado. No podemos tirar este Pan de los ángeles a los perros de nuestras pasiones. Es para los hijos que se acercan al banquete con el traje de gala de la gracia y amistad con Dios. Para san Agustín de Hipona, la Eucaristía tiene como finalidad última la unión de los cristianos con Cristo y entre sí. Es lo que san Pablo en la segunda lectura de hoy nos dice: “formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan”. La Eucaristía es el medio privilegiado para edificar la Iglesia. Por eso podemos decir con san Agustín que la Eucaristía es “sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad”.

Para reflexionar: ¿Tengo hambre del Pan de vida eterna, o tengo el estómago ya hecho a los manjares mundanos? ¿Noto que la Eucaristía me transforma en Jesús, y me hace pensar, sentir y amar como Cristo? ¿Comulgo en estado de amistad con el Señor? ¿Me doy tiempo para contemplar y adorar a Cristo Eucaristía en la Iglesia una vez por semana?

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Viernes, 20 de junio de 2014

Reflexión a las lecturas del solemnidad del Corpus Christi- A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

La Solemnidad del Corpus A 

La Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, el “Corpus”, es una Fiesta preciosa. El Jueves Santo celebrábamos la Institución de la Eucaristía en medio del espíritu propio de aquellos días de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. La Eucaristía, decíamos, es el Memorial de la Muerte y Resurrección de Cristo. Ahora, terminadas las fiestas pascuales, esta Solemnidad nos invita a centrar nuestra atención de nuevo en este Misterio, sobre el que nunca meditaremos bastante.

Todos recordamos muchas celebraciones del Corpus, desde que éramos niños hasta ahora. Unas más festivas, otras menos. Unas con alfombras, otras sin ellas. ¡Y dejan tantos recuerdos, tantas huellas en el alma!

Una alfombra puede ser el símbolo de esta gran Solemnidad: Horas y horas de dedicación y esfuerzo para el instante en que el Señor “pasa” en procesión sobre ella. ¡Y se terminó la alfombra! ¡Eso no se comprende fácilmente! Pero la gente dice: “¡Es que la habíamos hecho para el Señor…!

 ¿Y quién es el que recibe un homenaje así? ¡El Hijo del Dios vivo! ¡El Señor del Universo! ¡El Rey de la Gloria!, real y misteriosamente presente en medio de nosotros.

Estos días recordamos la doctrina de la Eucaristía, que se puede resumir en tres palabras: Presencia, Sacrificio y Banquete.

En esta Fiesta, desde que se inició, se subraya la Presencia real de Cristo en la Eucaristía, que debe ser objeto de adoración y culto, también fuera de la Santa Misa. Es la clave para entender la Procesión del Corpus. Cada año, de los tres en que se divide la Liturgia de la Iglesia, la Palabra de Dios nos invita a centrarnos en un aspecto concreto del Misterio Eucarístico. En este Año, al que llamamos 1º ó A, centramos nuestra atención en la Eucaristía como Banquete, como alimento: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”, nos dice el Señor en el Evangelio de hoy.

Este es un tema apasionante y, al mismo tiempo, un tanto desconocido. En resumen, viene a responder a una cuestión fundamental:  ¿Cuántas vidas tenemos los cristianos? Además de la vida humana, ¿no hemos recibido en el Bautismo una vida nueva? Efectivamente, ¡la vida de Dios! Una participación creada del Ser de Dios, de la vida de Dios, de la naturaleza divina, se infundió aquel día en nosotros. ¡Qué impresionante es todo esto!

¿Y quién no entiende que una vida no puede sostenerse sin alimento? “No sólo de pan vive el hombre”, escuchamos en la primera lectura de hoy; y en el Evangelio Jesús nos dice: “Os aseguro que si no coméis la Carne del Hijo del Hombre y no bebéis su Sangre, no tendéis vida en vosotros…”  ¡Es evidente! Por todo ello, ya podemos amontonar excusas para no recibir la Comunión. Todas se estrellan contra esta muralla: “¡Sin Eucaristía no hay vida de Dios en nosotros!”. Y eso vale, incluso, para los enfermos. Por eso, desde el principio mismo de la Iglesia, al llegar el momento de la Comunión, los que estaban presentes recibían el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y los diáconos llevaban la Comunión a los ausentes. Por todo ello, también ahora procuramos que los niños reciban la Primera  Comunión cuanto antes; que los enfermos reciban también, con cierta frecuencia,  el Cuerpo de Cristo; y que a los moribundos no les falte “el Viático”, es decir, la última Comunión Solemne, para que el Señor les acompañe en el paso a la Eternidad.

¡Cuántas cosas podríamos seguir diciendo! Sólo nos queda espacio para  acoger una: La que nos ofrece S. Pablo en la segunda lectura: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque comemos todos del mismo Pan”. ¡Es evidente!  Decía el Papa Pablo VI en la Fiesta del Corpus del año 1969: “Se trata de una doble Comunión: Con Cristo y entre nosotros, que en Él, nos hacemos y somos hermanos”. Por eso no podemos comulgar el Cuerpo de Cristo, cuando no estamos en comunión con los hermanos.

El Día Nacional de Caridad, que celebramos este día, es algo que arranca de las mismas entrañas del Misterio Eucarístico. Y en medio de esta crisis económica tan grande y dolorosa, ¿cómo podremos comulgar hoy con los hermanos?

Termino esta reflexión con una antífona eucarística muy bella: “¡Oh Sagrado Banquete en el que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su Pasión, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura!”.

 

                                                                               ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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SOLEMNIDAD DEL CORPUS A   

MONICIONES

 

PRIMERA LECTURA

        En la lectura de la Palabra de Dios que vamos a escuchar, Moisés recuerda al pueblo de Israel cómo Dios lo alimentó con el maná mientras caminaba por el desierto, para que no pereciera de hambre.

Escuchemos.

 

SEGUNDA LECTURA

S. Pablo nos enseña que formamos un solo Cuerpo los que nos alimentamos del mismo Pan. Por eso, la Eucaristía es exigencia de amor, perdón y ayuda fraterna.

 

TERCERA LECTURA (Antes del aleluya)

        En el Evangelio Jesucristo se nos manifiesta como el verdadero maná, el Pan vivo bajado del Cielo, para la vida del mundo. Sin este alimento no es posible la vida de Dios en nosotros.

 

OFRENDAS

El día del Corpus celebramos la Jornada Nacional de Caridad. Llevamos a la práctica lo que hemos escuchado en la segunda Lectura: Formamos un solo Cuerpo los que nos alimentamos de un mismo Pan.

        Hoy se nos urge preocuparnos, de una manera efectiva, de tantos hermanos nuestros, que se encuentran necesitados.

 

COMUNIÓN

En la Comunión recibimos el "Corpus Christi", el Cuerpo de Cristo, como alimento de la vida de Dios en nosotros.

¡Cuántos pensamientos y sentimientos al acercarnos al Señor en este día! Pidámosle que nos ayude a alimentarnos, con frecuencia y bien dispuestos, con este Pan del Cielo. Y que luego, “manifestemos con obras de caridad, piedad y apostolado, lo que hemos recibido por la fe y el Sacramento”. 


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Jueves, 19 de junio de 2014

 Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio de la solemnidad del Corpus Christi- A

ESTANCADOS        

El Papa Francisco está repitiendo que los miedos, las dudas, la falta de audacia... pueden impedir de raíz impulsar la renovación que necesita hoy la Iglesia. En su Exhortación “La alegría del Evangelio” llega a decir que, si quedamos paralizados por el miedo, una vez más podemos quedarnos simplemente en “espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia”.

Sus palabras hacen pensar. ¿Qué podemos percibir entre nosotros? ¿Nos estamos movilizando para reavivar la fe de nuestras comunidades cristianas, o seguimos instalados en ese “estancamiento infecundo” del que habla Francisco? ¿Dónde podemos encontrar fuerzas para reaccionar?

Una de las grandes aportaciones del Concilio fue impulsar el paso desde la “misa”, entendida como una obligación individual para cumplir un precepto sagrado, hacia la “Eucaristía” vivida como celebración gozosa de toda la comunidad para alimentar su fe, crecer en fraternidad y reavivar su esperanza en Cristo.

Sin duda, a lo largo de estos años, hemos dado pasos muy importantes. Quedan muy lejos aquellas misas celebradas en latín en las que el sacerdote “decía” la misa y el pueblo cristiano venía a “oír” la misa o “asistir” a la celebración. Pero, ¿no estamos celebrando la Eucaristía de manera rutinaria y aburrida?

Hay un hecho innegable. La gente se está alejando de manera imparable de la práctica dominical porque no encuentra en nuestras celebraciones el clima, la palabra clara, el rito expresivo, la acogida estimulante que necesita para alimentar su fe débil y vacilante.

Sin duda, todos, pastores y creyentes, nos hemos de preguntar qué estamos haciendo para que la Eucaristía sea, como quiere el Concilio, “centro y cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana”. Pero, ¿basta la buena voluntad de las parroquias o la creatividad aislada de algunos, sin  más criterios de renovación?

La Cena del Señor es demasiado importante para que dejemos que se siga “perdiendo”, como “espectadores de un estancamiento infecundo” ¿No es la Eucaristía el centro de la vida cristiana?. ¿Cómo permanece tan callada e inmóvil la jerarquía? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación y nuestro dolor con más fuerza?   

El problema es grave. ¿Hemos de seguir “estancados” en un modo de celebración eucarística, tan poco atractivo para los hombres y mujeres de hoy? ¿Es esta liturgia que venimos repitiendo desde hace siglos la que mejor puede ayudarnos a actualizar aquella cena memorable de Jesús donde se concentra  de modo admirable el núcleo de nuestra fe? 

José Antonio Pagola

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
Corpus Christi
22 de Junio de 2014
Jn 6, 51-58


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Mi?rcoles, 18 de junio de 2014

Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú en el domingo de la Santísima Trinidad (15 de junio de 2014) (AICA)

Santísima Trinidad


La liturgia de este domingo nos lleva a contemplar el misterio de la Santísima Trinidad. En el Antiguo Testamento este misterio es desconocido. Solamente a la luz de la revelación neotestamentaria se pueden descubrir en aquél lejanas alusiones. Una de las más expresivas es la contenida en el elogio de la Sabiduría, atributo divino presentado como persona (Pr. 8, 22-31): “El Señor me poseyó al principio de sus tareas, al principio de sus obras antiquísimas…Antes de los abismos fui engendrada…Cuando asentaba los cimientos de la tierra yo estaba junto a El, como arquitecto” (Ib. 22, 24-30). Es, pues, una persona coexistente con Dios desde toda la eternidad, engendrada por Él y que tiene junto a Él una misión de colaboradora en la obra de la creación.

Para el cristiano no es difícil descubrir en esta personificación de la sabiduría una figura profética de la sabiduría increada, el Verbo Eterno, segunda persona de la Santísima Trinidad, de la que escribió San Juan: “En el principio la Palabra existía, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios…Todo se hizo por ella” (Jn. 1.1-3). Pero las expresiones que más impresionan son aquellas en que la Sabiduría dice que se goza por la creación de los hombres y que tiene sus delicias en ellos. ¿Cómo no pensar en la Sabiduría eterna, en el Verbo que se hace carne y viene a morar entre los hombres?

El aspecto esencial del misterio de la Trinidad es el amor. El amor ilumina el misterio trinitario en cuanto que Dios es Amor, que engendra, se da y se comunica. El Padre engendra desde su eternidad al Verbo –El Hijo – en el cual se expresa todo Él comunicándole toda su divinidad. El Padre y el Hijo se dan y se poseen mutuamente en un acto de amor infinito, en una comunión perfecta y sustancial que es el Espíritu Santo. Pero el amor de Dios no se queda encerrado en el seno de la Trinidad, sino que se da, se comunica a nosotros, desde la obra de la creación y hasta en las acciones más íntimas del hombre y de la Iglesia. Porque sin El nada podemos hacer. La revelación de la Trinidad es claramente manifiesta. Ahí están las tres Personas divinas en sus relaciones con el hombre. Dios Padre que lo justifica restableciéndolo en su gracia, el Hijo se encarna y muere en la cruz para obtenerle ese don y el Espíritu Santo viene a derramar en su corazón el amor de la Trinidad. Y tengamos siempre en cuenta que el amor adquiere el matiz maravilloso de la Misericordia como respuesta a la súplica de la Iglesia y del hombre. Por su infinita misericordia responde a las súplicas de Moisés sobre su Pueblo. Así como Dios no privó a Israel arrepentido del perdón que nace de la misericordia, así tampoco priva al hombre -en su amor- de su misericordia.

Pero para entrar en relaciones con los “Tres”, el hombre debe creer en Cristo su Salvador, en el Padre que lo ha enviado y en el Espíritu Santo que inspira en su corazón el amor, el amor del Padre y del Hijo. De esta fe nace la esperanza de poder un día gozar “de la gloria de los hijos de Dios”, en una comunión sin velos con la Trinidad Sacrosanta. Las pruebas y las tribulaciones de la vida no pueden remover la esperanza del cristiano. Ésta no es vana porque se funda en el amor de Dios que desde el día del bautismo “ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Ib. 5). Fe, esperanza y amor son las virtudes que permiten al cristiano iniciar en la tierra la comunión con la Trinidad que será plena y beatificante en la gloria eterna.

En el Evangelio encontramos una nueva luz con respecto a la misión del Espíritu Santo (Jn. 16,12-15) y sobre el misterio Trinitario. En el discurso de la última cena, al prometer el Espíritu Santo, dice Jesús: “cuando venga él, el Espíritu de Verdad, os guiará hasta la verdad plena”. También Jesús es la Verdad (Jn. 14,6) y ha enseñado a los suyos toda la verdad que ha aprendido del Padre: “Todo lo que he oído de mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn.15, 15) y como nos lo dice el Evangelio de hoy: “Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su único Hijo (Jn.3,16). Con la Encarnación del Hijo de Dios por voluntad del Padre y la acción del Espíritu Santo, y con su Pasión y Muerte, se manifiesta contundentemente el amor hecho misericordia entre nosotros.

Por eso el Espíritu Santo no enseñará cosas que no estén contenidas en el mensaje de Cristo, sino que hará penetrar su significado profundo y dará su exacta inteligencia preservando en el amor, la verdad, separándolas del error. Dios es uno solo, por eso única es la verdad. El Padre la posee totalmente y totalmente la comunica al Hijo: “Todo lo que tiene el Padre es mío”, declara Jesús y añade: “El espíritu Santo tomará de lo mío y os lo enseñará” (Jn. 16,15). De este modo anuncia Jesús la unidad de la naturaleza y la distinción de las tres Personas divinas. No sólo la verdad y el amor, sino todo es común entre ellas, pues poseen una única naturaleza divina. Con todo, el Padre la posee como principio, el Hijo en cuanto engendrado por el Padre y el Espíritu Santo en cuanto que procede del Padre y del Hijo. No obstante el Padre no es mayor que el Hijo, ni el Hijo que el Espíritu Santo. En ellos hay una perfecta comunión de vida, de verdad y de amor. El Hijo de Dios vino a la tierra precisamente para introducir al hombre en esta comunión altísima haciéndolo capaz, por la fe y el amor, de vivir en sociedad con la Trinidad que mora en él. No hay modo más hermoso que honrar a la Trinidad Sacrosanta y atestiguarle amor, que vivir en plenitud sus dones, y por ello abrirse a la acción del Espíritu Santo, para comportarse como hijos del Padre y hermanos de Cristo.

La inmensa Trinidad vive en el corazón del hombre y lo hace actuar como hijo de Dios y hermano de todos los hombres que moran en la tierra. Por eso no hay distinción entre los hombres y mujeres frente al amor de Dios Trino, así como tampoco hay distinción entre los hombres hermanados por la vida de la Trinidad en sus corazones. Los cristianos -por la vida de la Trinidad en nuestros corazones- estamos destinados para la herencia del Cielo, para la luz, la paz y la alegría del encuentro definitivo con el Señor en el Reino de los Cielos.

Que María, Templo de la Trinidad Sacrosanta nos ayude a abrir nuestros corazones a su presencia.

Mons. Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú


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Texto de la catequesis del Papa Francisco en la audiencia del 18 de Junio de 2014.

Queridos hermanos y hermanas, y felicitaciones porque fueron valientes, con este tiempo que no se sabe si llueve, si no llueve, ¡valientes! Esperamos que Dios tenga misericordia de nosotros y no llueva antes de terminar.

Hoy comienzo un ciclo de catequesis sobre la Iglesia. Es un poco como un hijo que habla de su propia madre, de su propia familia. Hablar de la Iglesia es hablar de nuestra madre, de nuestra familia. La Iglesia no es una institución cuyo fin es ella misma o una asociación privada, una ONG, ni mucho menos se debe restringir la mirada al clero o al Vaticano.

La Iglesia somos todos. No de los curas. Los curas son parte de la Iglesia, la Iglesia somos todos. No la limiten a los obispos, los sacerdotes, el Vaticano, esos son parte de la Iglesia, pero la Iglesia somos todos, todos familia, de la madre. La Iglesia es una realidad muy amplia, que se abre a toda la humanidad y que no nace de repente de la nada, no nace en un laboratorio.

Está fundada por Jesús, es un pueblo con una larga historia sobre sus espaldas y una preparación mucho antes del propio Cristo.

1. Esta historia, o “prehistoria”, de la Iglesia se encuentra ya en las páginas del Antiguo Testamento. Escuchamos el Libro del Génesis, Dios eligió a Abraham, nuestro padre en la fe, y le pidió que partiera, que dejara su patria terrena y fuera hacia otra tierra, otra tierra que Él le indicaría (cfr Gen 12,1-9). Y en esta vocación Dios no llama a Abraham por sí solo, como individuo, sino que implica desde el principio a su familia, a su parentela y a todos aquellos que están al servicio de su casa.

Así empezó a caminar la Iglesia. Ya en camino, Dios ensanchará aún más el horizonte y colmará a Abraham de su bendición, prometiéndole una descendencia numerosa como las estrellas del cielo y como la arena del mar. El primer dato importante es precisamente esto: comenzando por Abraham, Dios forma un pueblo para que lleve su bendición a todas las familias de la tierra. Y dentro de este pueblo nace Jesús. Es Dios quien hace este pueblo, esta historia: la Iglesia en camino, y allí nace Jesús, en este pueblo.

2. Un segundo elemento: no es Abraham quien constituye alrededor suyo a un pueblo, sino que es Dios quien da la vida a este pueblo. Normalmente era el hombre quien se dirigía a la divinidad, intentando llenar la distancia e invocando apoyo y protección, la gente rezaba invocando a la divinidad.

En este caso, en cambio, se asiste a algo inaudito: es Dios mismo quien toma la iniciativa, oigamos esto, es Dios mismo quien llama a la puerta de Abraham, y le dice, vete adelante, vete de tu tierra, empieza a caminar y yo haré de ti un gran pueblo, y este es el inicio de la Iglesia, y en este pueblo nace Jesús. Pero es Dios quien toma la iniciativa, y dirige su palabra al hombre, creando un vínculo y una relación nueva con él.

Pero ¿cómo es esto? ¿Dios nos habla? Sí. ¿Y nosotros podemos hablar con Dios? Sí. ¿Pero nosotros podemos tener una conversación con Dios? Sí, ¡esto se llama oración! Pero es Dios quien lo hizo desde el principio. Así Dios forma un pueblo con todos aquellos que escuchan su Palabra y que se ponen en camino, fiándose de Él.

Esta es la única condición, confiar en Dios. Si confías en Dios, lo escuchas y te pones en camino, esto es “hacer Iglesia”.

El amor de Dios precede todo. Dios siempre llega antes que nosotros, nos precede. El profeta Isaías o Jeremías, uno de estos dos, no recuerdo bien, decía que Dios es como la flor del almendro, porque es el primer árbol que florece en primavera, para decir que Dios siempre florece antes que nosotros. Cuando llegamos Él ya nos espera, nos llama, nos hace caminar, siempre anticipándose a nosotros, y esto se llama amor, porque Dios nos espera siempre.

Pero Padre, yo no creo esto porque si usted supiera, Padre, mi vida fue tan fea, ¿cómo puedo pensar que Dios me espera? Dios te espera y si fuiste un gran pecador te espera aún más y te espera con mucho amor, porque Él es el primero. Esta es la belleza de la Iglesia que nos lleva hacia este Dios que nos espera.

3. Abraham y los suyos escuchan la llamada de Dios y se ponen en camino, a pesar de que no saben bien quién es este Dios y adónde quiere llevarlos. Es verdad, Abraham se pone en camino por este Dios que le habló, pero no tenía un libro de teología para estudiar quien era este Dios. Se fía, se fía del amor.

Dios le hace sentir su amor y él se fía. Pero esto no significa que estas personas sean siempre convencidos y fieles. Al contrario, desde el principio hay resistencias, replegamientos en sí mismos y en sus intereses y la tentación de comerciar con Dios y de resolver las cosas a su manera.

Son las traiciones y los pecados que marcan el camino del pueblo a lo largo de toda la historia de la salvación, que es la historia de la fidelidad de Dios y de la infidelidad del pueblo.

Pero Dios no se cansa, tiene paciencia, tiene mucha paciencia y en el tiempo sigue educando y formando a su pueblo, como un padre con su propio hijo. Dios camina con nosotros. Dice el profeta Oseas, yo caminé contigo y te enseñé a caminar como un papá enseña a caminar al niño.

Bella figura de Dios. Y así es con nosotros, nos enseña a andar. Y es la misma actitud que mantiene hacia la Iglesia. También nosotros, de hecho, aun en nuestro propósito de seguir al Señor Jesús, tenemos experiencia cada día del egoísmo y de la dureza de nuestro corazón. Pero cuando nos reconocemos pecadores, Dios nos llena de su misericordia y de su amor. Y nos perdona, perdona siempre.

Y es precisamente esto lo que nos hace crecer como pueblo de Dios, como Iglesia: no es nuestra bravura, no son nuestros méritos, nosotros somos poca cosa, sino que es la experiencia cotidiana de cuánto el Señor nos quiere y cuida de nosotros. Esto es lo que nos hace sentirnos verdaderamente suyos, en sus manos, y nos hace crecer en la comunión con Él y entre nosotros. Ser Iglesia es sentirse en las manos de Dios, que es Padre, que nos ama, nos acaricia, nos espera, nos hace sentir su ternura. Y esto es muy bello.

Queridos amigos, este es el proyecto de Dios. Cuando llamó a Abraham, pensaba en esto: formar un pueblo bendecido por su amor y que lleve su bendición a todos los pueblos de la tierra. Este proyecto no cambia, está siempre en acto. En Cristo tuvo su cumplimiento y aún hoy Dios sigue realizándolo en la Iglesia.

Pidamos por tanto la gracia de permanecer fieles en seguimiento del Señor Jesús y en la escucha de su Palabra, dispuestos a partir cada día, como Abraham, hacia la tierra de Dios y del hombre, nuestra verdadera patria, y así ser bendición, signo del amor de Dios por todos sus hijos.

A mí me gusta pensar que un sinónimo, otro nombre que podemos tener los cristianos sería este: son hombres y mujeres, gente de bendición. El cristiano con su vida debe bendecir siempre, bendecir a Dios y bendecirnos a todos nosotros. Nosotros los cristianos somos gente que bendice, que sabe bendecir. ¡Qué bella vocación!+


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Martes, 17 de junio de 2014

Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (Domingo 15 de junio de 2014 - Santísima Trinidad) (AICA)

 

La fe es un verdadero conocimiento


“Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.” (San Juan 3, 16-18)


La Santísima Trinidad es un solo Dios y tres Personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. A través de las misiones trinitarias afirmamos que lo propio del Padre es crear, hacer las cosas; lo propio del Hijo, además de ser enviado, es redimirnos, salvarnos, rescatarnos del pecado y de la muerte y lo propio del Espíritu Santo –enviado por el Padre y el Hijo para que esté presente acompañándonos, confirmándonos, iluminándonos, sosteniéndonos, ayudándonos, fortaleciéndonos hasta el final de los tiempos– es santificarnos. El Espíritu de Dios está presente en todo sacramento, en toda acción sagrada, en toda acción litúrgica, en toda celebración, en toda oración. Sin el Espíritu no podríamos hacer nada.

Dios nos entregó a su propio Hijo y el Hijo es obediente al Padre para que todo el que cree en Él no muera y tenga vida eterna. Dios ha enviado al Hijo a este mundo no para condenarlo sino para salvarlo. Así como hubo alegría en la creación, después fue el drama del pecado original que desestabilizó, debilitó, distorsionó el orden del mundo; luego llega Cristo -el redentor- que vuelve a ordenar este mundo maravillosamente y de un modo estupendo.

Pero hay un conocimiento humano, intelectual que, con los ojos de la razón y el pensamiento humano, alcanza una cierta realidad, un cierto espacio; pero a la vez hay otro conocimiento que está por encima, que no compite con la razón, y es el conocimiento de fe. Cristo, Dios y todas sus acciones, deben ser conocidos por la fe, porque la fe es un verdadero conocimiento.

El que tiene fe conoce más; conoce y se da cuenta que Dios está presente, que es concreto y no abstracto, que obra. Por eso es importante alimentar y pedir los dos tipos de conocimientos: el racional, a la vez intelectual y el de la fe, a través de la gracia de Dios, que nos permite alcanzar y reconocer la presencia de Dios. Estos dos conocimientos, no inventan el objeto conocido; nosotros no inventamos a Dios; reconocemos que Dios EXISTE y ES. Es objetivo no subjetivo, por lo tanto no es una transferencia propia nuestra, sino que la fe conoce y reconoce lo que ES

Que Señor nos ilumine y fortalezca nuestra fe para que sepamos reconocer la Santísima Trinidad y la comunión que existe entra cada una de las Personas, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


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A las 12.00 de la mañana del 15 de Junio de 2014 el santo Padre Francisco se ha asomado a la ventana del Estudio en el Palacio Apostólico para rezar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro para la habitual cita dominical. Estas son las palabras del Papa para introducir la oración mariana: (Zenit.org)


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


hoy celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, que presenta a nuestra contemplación y adoración la vida divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: una vida de comunión y de amor perfecto, origen y meta de todo el universo y de cada criatura, Dios. En la Trinidad reconocemos también el modelo de la Iglesia, en la cual estamos llamados a amarnos como Jesús nos ha amado. Es el amor el signo concreto que manifiesta la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es el amor el distintivo del cristiano, como nos ha dicho Jesús: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13, 35).

Es una contradicción pensar en cristianos que se odian. Es una contradicción. Y esto busca siempre el diablo: hacer que nos odiemos. Porque él sembra siempre la cizaña del odio. Él no conoce el amor, el amor es de Dios.

Todos estamos llamados a testimoniar y anunciar el mensaje que "Dios es amor", que Dios no es lejano o insensible a nuestras situaciones humanas. Él nos está cerca, está siempre a nuestro lado, camina con nosotros para compartir nuestras alegrías y nuestros dolores, nuestras esperanzas y nuestras fatigas. Nos ama tanto y hasta tal punto que se ha hecho carne, ha venido al mundo no para juzgarlo sino para que el mundo se salve por medio de Jesús (cfr Jn 3, 16-17). Y esto es el amor de Dios en Jesús, este amor que es tan difícil de entender, pero nosotros lo sentimos cuando nos acercamos a Jesús y Él nos perdona siempre, Él nos espera siempre, Él nos ama tanto. Y el amor de Jesús que nosotros sentimos, es el amor de Dios.

El Espíritu Santo, don de Jesús Resucitado, nos comunica la vida divina y así nos hace entrar en el dinamismo de la Trinidad, que es un dinamismo de amor, de comunión, de servicio recíproco, de compartir. Una persona que ama a los otros por la alegría misma de amar es reflejo de la Trinidad. Una familia en la que se aman y se ayudan los unos a los otros es un reflejo de la Trinidad. Una parroquia en la que se quieren y se comparten los bienes espirituales y materiales es un reflejo de la Trinidad.

El amor verdadero no tiene límites, pero sin limitarse, para ir al encuentro del otro, para respetar la libertad del otro. Todos los domingos vamos a misa, celebramos la eucaristía juntos. Y la Eucaristía es como la "zarza ardiente" en la que humildemente habita y se comunica la trinidad. Por esto la Iglesia ha puesto la fiesta del Corpus Domini después de la de la Trinidad. El próximo jueves, según la tradición romana, celebramos la Santa Misa en San Juan de Letrán y después haremos la procesión con el Santísimo Sacramento. Invito a los romanos y a los peregrinos a participar para expresar nuestro deseo de ser un pueblo "reunido en la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (San Cipriano). Os espero a todos el próximo jueves a las 19.00, para la misa y la procesión del Corpus Christi.

La Virgen María, criatura perfecta de la Trinidad, nos ayude a hacer de toda nuestra vida, en los pequeños gestos y en las elecciones más importantes, un himno de alabanza a Dios que es Amor.


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Lunes, 16 de junio de 2014

Exhortación que el Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, ha dirigido a la diócesis de Funchal, en el archipiélago portugués de Madeira, donde ha presidido como Enviado Especial del Santo Padre Francisco, la celebración de clausura del quinto centenario de su creación. La celebración ha tenido lugar la tarde del domingo 15 de junio de 2014, solemnidad de la Santísima Trinidad, culminando la asamblea diocesana jubilar convocada en el estadio “dos Barreiros” (Fides ).

Homilia de Sua Eminência Cardeal Fernando Filoni no Jubileu dos 500 anos da criação da Diocese de Funchal

Solenidade da SS. Trindade

(15 de Junho de 2014) 

Em nome do Pai, e do Filho e do Espírito Santo.

Com estas palavras, começamos a nossa liturgia eucarística e, ao mesmo tempo professamos a nossa fé trinitária. Fizemos um pequeno gesto com a mão, tocando a fronte e o peito e, em seguida, os ombros esquerdo e o direito, quase a significar que queremos abraçar nesta fé trinitária toda a realidade do nosso ser.

Nesta solenidade litúrgica celebramos, segundo o ensinamento de Jesus, que revelou aos seus discípulos a natureza íntima de Deus, a comunhão de Três Pessoas, professada pela fé católica: creio em um só Deus, Pai todo-poderoso; creio em um só Senhor, Jesus Cristo; creio no Espírito Santo, Senhor que dá a vida. Jesus quis que nesta fé trinitária fossemos baptizados, ou melhor, imersos e nela vivêssemos.

Queridos irmãos e irmãs desta venerável Igreja do Funchal, sinto a alegria de estar aqui hoje convosco. É um prazer, nesta solenidade, partilhar e comemorar os Quinhentos Anos da criação desta vossa amada Diocese.

Saúdo cordialmente o vosso Bispo, S.E. Rev.ma Dom António José Cavaco Carrilho, a quem agradeço o caloroso acolhimento; os Bispos e o clero aqui presentes, o Sr. Núncio Apostólico e todas as Autoridades civis e militares.

O vosso Bispo, Dom António Carrilho, não queria que este importante evento passasse despercebido, e por isso, durante um triénio (2011-2014) programou momentos muito significativos de preparação espiritual e pastoral, bem como passou em revista o percurso histórico desta Igreja local. E é neste contexto que ele quis pedir ao Santo Padre, o Papa Francisco, a quem vai a nossa afectuosa saudação, o envio de um seu Delegado Especial, título com o qual, eu hoje tenho a honra de presidir a esta Eucaristia, bem como a alegria de estar aqui e rezar convosco.

Ainda existe um aspecto que liga a minha pessoa a este grandioso evento que estamos a celebrar. Como Prefeito da Congregação para a Evangelização dos Povos (Propaganda Fide), chamado a ocupar-me das missões, ou seja, do anúncio do Evangelho a todos os povos, não posso  esquecer que a Diocese do Funchal desempenhou, durante estes cinco séculos, um papel muito importante no apoio à obra missionária, encontrando-se na rota para as Índias e África, então consideradas terras distantes, onde era necessário levar o Evangelho.

Quão grata é a Congregação de Propaganda Fide a esta Igreja local, por ter ajudado e apoiado milhares de missionários que passaram nestes ilhas antes do grande salto, com os navios da época, para a América, África e Ásia!

Fazendo, portanto, uma análise histórica e pastoral, Funchal desempenhou, naqueles tempos heróicos das missões, a importante tarefa, como escreveu o Papa Leão X na sua Bula de instituição da Diocese, de 12 de Junho de 1514, “Pro excellenti praeminentia” (isto é: pela extraordinária importância) em apoio à acção missionária da Igreja para as novas Terras que eram então abertas ao conhecimento e ao comércio. Em seguida, com o passar do tempo, com as novas organizações eclesiásticas e os demais modernos meios de comunicação e de transporte, a Diocese do Funchal concentrou-se particularmente sobre a sua natureza de Igreja particular no serviço aos seus fiéis, sendo hoje rica de 96 paróquias, dezenas de sacerdotes, religiosos, religiosas e leigos activos na vida pastoral.

Neste contexto, pode-se agora compreender a dinâmica do plano pastoral trienal (2011-2014) desejado pelo Pastor desta Diocese em vista do jubileu que celebramos:  “Diocese, Igreja em Missão”, com o objectivo de construir “Comunidades cristãs vivas e apostólicas”, fundadas no amor de “Deus Pai que acolhe e congrega os Seus filhos”; de “Jesus Cristo (que) caminha connosco e reparte o Pão”; e do “Espírito Santo que cria unidade e envia em missão”.  Como bem diz o Catecismo da Igreja Católica, de facto, existe a Igreja e foi querida pelo Senhor para “anunciar e instaurar no meio de todos os povos o Reino de Deus inaugurado por Jesus Cristo” (Compêndio, n.150); a Igreja, portanto, “é, por sua própria natureza, missionária” (Catecismo n. 767).

Este aspecto da missionariedade da Igreja, como sabeis, é muito caro ao Papa Francisco, que o faz objecto de reflexão e de contínua exortação. Há uma semana, celebrando na Basílica de São Pedro a Solenidade de Pentecostes, o Santo Padre disse que naquele dia a Igreja nasceu “em partida para anunciar a todos a Boa Notícia”. E acrescentou: “é a Mãe Igreja, que parte para servir”. Já na Exortação Apostólica Evangelii Gaudium, que é um documento programático da sua visão eclesiológica, o Santo Padre escreveu: “Sonho com uma opção missionária capaz de transformar tudo, para que os costumes, os estilos, os horários, a linguagem e toda a estrutura eclesial se tornem um canal proporcionado mais à evangelização do mundo actual que à auto-preservação” (n. 27).  É por isso que posso dizer aqui, hoje, que a programação concebida pelo vosso Bispo, no triénio que termina com esta solene celebração, não é apenas em sintonia coma visão do Papa sobre a Igreja de hoje, mas também projecta a vida desta Diocese para uma nova dinâmica, onde estejam colocados todos “os agentes pastorais em atitude constante de «saída» e, assim, favoreça a resposta positiva de todos aqueles a quem Jesus oferece a sua amizade” (Idem). 

A Igreja particular que está no Funchal tem ainda a sensação de querer reavivar o espírito missionário, que tão significativamente a distinguiu desde o início da sua criação, e percebe ainda hoje a vocação estimulante de um novo e vigoroso empenho missionário. Não há nada mais significativo na vida de um cristão e de uma Igreja do que a sua própria vocação missionária. Porém, é necessário um novo e forte impulso não só nos métodos, mas também no ardor evangelizador, como bem costumava dizer o Santo Papa João Paulo II.

No entanto, para que o referido impulso possa ter efeito, é necessário também que cada cristão tenha uma fé profunda e que ame a sua fé; que dê um testemunho coerente numa sociedade multicultural em crise de valores morais e espirituais, em particular esta, caracterizada pelo fenómeno do turismo e pelas migrações. Estes são dois aspectos da nossa sociedade de grande relevância e de complexa acção. Portanto, o primeiro ambiente social em que é necessário reavivar a fé é o da família. Um ambiente que se torna dia após dia mais delicado, mas que é também “o lugar onde Jesus cresce”, disse o Papa Francisco, há poucos dias, aos membros da Renovação no Espírito, motivo pelo qual hoje existe uma tendência a debilitá-la e destruí-la. “Fidelidade, perseverança e fecundidade”, estes são os pilares de uma família que tem o seu fundamento em Cristo. Fidelidade ao amor que tem como referência o amor de Cristo pela Igreja; perseverança como elemento, como termómetro que indica o amor forte e incansável, assim como muitas vezes Jesus perdoa à sua Igreja, isto é a nós; fecundidade como sinal de vida e de vitalidade do casamento em si, como Jesus faz a sua Igreja ser sempre mãe. Onde a comunidade cristã é fecunda, aí o Senhor escolhe vocações para uma missão especial: vida de serviço aos irmãos e de consagração a Deus como dimensão de amor total a Ele e ao Evangelho. O que é que existe de mais profundo e alegre que ser capaz de dizer: teus pecados te são perdoados, isto é o meu Corpo, este é o meu Sangue? O que é que  poderia ser mais agradável que ser capaz de consolar os aflitos e partilhar a sua cruz quotidiana, especialmente no serviço aos pobres e aos marginalizados, como bem ensinou Madre Teresa de Calcutá? Que os jovens se abram a este apelo e sejam generosos para com a voz do Espírito! 

Em tal perspectiva, são bem oportunas as palavras do Evangelho de hoje (Jo 3,16-18), no qual Jesus explica a Nicodemos que Deus desde sempre, sem discriminação ou interrupção, “amou o mundo” e não quer que “ninguém se perca”, nem que o mundo seja “condenado”. Na lógica de Deus Criador e Pai de todos os seres humanos, toda a realidade é preciosa para Ele, e por isso envia o seu Filho unigénito para mostrar o seu amor eterno. O que Deus querpara nós éa “vida”; uma “vida eterna”, ou seja, expressão plena de Si. Deus é Deus de vida eterna.

Parece muito bonita a oração, ou melhor, a súplica de Moisés, cujas palavras ouvimos na 1a leitura desta Missa: “Se encontrei, Senhor, aceitação a vossos olhos, digne-Se o Senhor caminhar no meio de nós”(Ex 34, 8-9).  Moisés pensava num Deus que não é estranho, que não está em cima, longe e fora, mas que está “no meio” do seu povo! Neste tempo em que muitos gostariam que Deus ficasse fora do mundo e vivem a sua vida como se Deus não existisse, Moisés e a Igreja rezam: “Digne-Se o Senhor caminhar no meio de nós!” Mesmo que nós sejamos um povo de dura cerviz - reza ainda Moisés, e a Igreja com Ele, identificando-se em suas palavras - “Vós (oh Deus) perdoareis… e fareis de nós a vossa herança”.

Gostaria de concluir estas reflexões com uma exortação retirada da 2a Epístola de São Paulo aos Coríntios (2Cor 13,11): “Vivei com alegria… vivei em paz” e “o Deus de amor e da paz estará convosco”.

Irmãos e irmãs,como o amor trinitário de Deus, também o amor eclesial deve sair de si mesmo e doar-se aos outros. Em primeiro lugar, àqueles que não conhecem o amor de Deus, ou dele se encontram afastados, ou não se sentem humanamente dignos de serem amados, porque se sentem pecadores. Este é o vosso programa e o compromisso para os quais Jesus chama hoje a Igreja no Funchal! 

 

Súplica final

 

E, por fim, irmãos, uma prece muito especial aos nossos Padroeiros:

Nossa Senhora do Monte e São Tiago olhai para esta Diocese que é vossa; velai pelos nossos emigrantes e quantos nos acompanham através da televisão, da rádio e da internet; abençoai e protegei todas as famílias, na sua união e fidelidade; abençoai e protegei as crianças e os jovens, os idosos, os doentes, os pobres, os desempregados, todos os que perderam a coragem de sonhar e de acreditar em Deus e nos homens. Que não lhes falte a saúde, a paz e a concórdia, o trabalho, o ânimo e a alegria da fé e da esperança para a vida de cada dia.

Os meus Parabéns, Igreja do Funchal!

Que o Senhor te faça, desde agora, caminhar neste milénio consciente do teu passado, plenamente convicta do teu presente e que te coloque missionariamente em direção ao futuro, ao serviço de Deus e dos irmãos. 

Ámen! Assim seja!


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Fortalecer la pastoral vocacional integral, para la vida consagrada y el laicado, pero sobre todo para el sacerdocio (Zenit.org)

Diáconos permanentes casados

Por Felipe Arizmendi Esquivel

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Después de catorce años de oraciones, diálogos, sufrimientos, esperas, insistencias y trabajos pastorales, el Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos me entregó la carta que me autoriza ordenar nuevamente diáconos permanentes en nuestra diócesis.

Desde el año 2000, dicha Congregación me había sugerido no ordenar más diáconos permanentes, y en enero del año 2002 me ordenó no hacerlo, porque había serias desconfianzas hacia esta diócesis, por el gran número de diáconos (341), en comparación con el relativamente escaso de sacerdotes (66). Se temía que tener muchos diáconos y pocos sacerdotes no correspondiera a una eclesiología más integral, como la propone el Concilio Vaticano II. Había el temor de que algunos de esos diáconos permanentes fueran ordenados presbíteros casados, lo cual no corresponde al camino que sigue la Iglesia. Estos puntos han sido aclarados y Dios nos ha manifestado su misericordia al regalarnos un progresivo aumento de presbíteros (ahora son 98) y de vocaciones sacerdotales nativas: en este curso, iniciamos con 19 seminaristas en Teología, 20 en Filosofía, 19 en el Curso Introductorio y 8 en el Seminario Menor.

El diálogo eclesial, al interior de la Conferencia Episcopal y con Roma, ha dado sus frutos. Hemos pasado pruebas, incomprensiones y desconfianzas dolorosas, pero la paciencia, la constancia, la obediencia filial, la humildad para reconocer nuestras fallas y, sobre todo, la convicción de vivir en comunión con quien preside la caridad en la Iglesia universal y con sus colaboradores, con Pedro y bajo Pedro, nos confirma en el camino de ser una Iglesia autóctona, encarnada en una situación muy particular, pero siempre en comunión y bajo la guía del Espíritu. ¡A Él sea la gloria y la alabanza! No faltó quien me aconsejara rupturas y proceder al margen de estos largos y sufridos procedimientos, pero mi convicción es que los obispos no somos dueños de las diócesis, sino sólo servidores de la Iglesia de Jesucristo, a la que hemos consagrado nuestras vidas. Sólo hemos de hacer lo que nos corresponde y cada quien tiene su propia responsabilidad.

PENSAR

Desde el 21 de noviembre de 1964, el Concilio Vaticano II restableció “el diaconado como grado propio y permanente de la jerarquía…, que podrá ser conferido a varones de edad madura, aunque estén casados, y también a jóvenes idóneos, para quienes debe mantenerse firme la ley del celibato… Los diáconos reciben la imposición de manos no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio. Así conformados con la gracia sacramental, en comunión con el obispo y su presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad. Es oficio propio del diácono, según le fuere asignado por la autoridad competente, administrar solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y sepultura” (LG 29). A pesar de que el Concilio, desde hace cincuenta años, abrió este camino, en muchas partes aún no se comprende su importancia.

En días pasados la Congregación para el Clero aprobó la reglamentación de México para la formación y la vida de los diáconos permanentes; pero desde mayo de 2013, dicha Congregación aprobó la nueva versión del Directorio de nuestra diócesis para el Diaconado Permanente en los pueblos indígenas, con las características culturales de nuestros pueblos originarios. Así, tenemos ya un camino aprobado por Roma para ser una Iglesia en comunión.

ACTUAR

Valoremos el gran servicio pastoral que pueden dar los diáconos permanentes, no sólo para la liturgia, sino también para las periferias. Fortalezcamos la pastoral vocacional integral, para la vida consagrada y el laicado, pero sobre todo para el sacerdocio, pues no se excluyen estas vocaciones, sino que se complementan.


Publicado por verdenaranja @ 21:26  | Hablan los obispos
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Invocación religiosa de monseñor Alfonos Delgado, arzobispo de San Juan de Cuyo en los 452 años de la Fundación de San Juan (13 de junio de 2014) (AICA)

452 años de la Fundación de San Juan


Un salmo del pueblo judío y del pueblo cristiano dice así:

Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas (Ps 147).

Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Una casa durable, una sociedad que quiere vivir y crecer en paz tiene en cuenta esa dignidad y refleja en su obrar la ley de Dios. También es cierto que si los albañiles no trabajamos y los centinelas no custodiamos, tampoco Dios nos hará merecedores de la casa ni nos ayudará a cuidarla.

Aquel pequeño poblado de San Juan de la Frontera de hace 452 años, hoy es una ciudad y una provincia pujantes. Se hizo con la fe en Dios y el trabajo de los sanjuaninos. Habrán habido épocas en que hemos trabajado bien, y otras en que no tanto. A veces, habremos cuidado mejor la ciudad; y otras, quizá habremos sido negligentes.

Pidamos a Dios que nos acompañe y nos cuide, y que los responsables, que somos todos los sanjuaninos, sigamos poniendo los ladrillos de trabajo, de respeto, de buena vecindad. Que cuidemos nuestro San Juan para que no puedan arraigar la violencia y la injusticia, y procuremos ser hombres y mujeres de paz, solidarios, amantes del respeto y de la convivencia entre todos.

Francisco: “Cuidémonos los unos a los otros; cuídense entre ustedes, no se hagan daño. Cuiden la vida, la familia, la naturaleza, los niños, los viejos. Que no haya odio ni haya peleas. Dejen de lado la envidia; dialoguen, vayan creciendo en el corazón y acérquense a Dios”.

Que esa sea nuestra oración a Dios y nuestro compromiso de hermanos.

Que trabajemos por el bien de todos y sepamos cuidarnos como hermanos. Cuidemos a nuestra gente. Cuidémonos como pueblo. Cuidemos la Provincia. Cuidemos nuestras instituciones sociales y políticas, para que siempre sirvan al bien de todos, y para que sólo tengan como objetivo el bien común.

Cuidemos la calidad de nuestra justicia, para que merezca el respeto y la confianza de todos los habitantes, cuidemos las leyes que hacemos y cumplamos la ley.

Cuidemos las fuentes de trabajo para que todos tengan la oportunidad de llevar a la mesa familiar el pan ganado con un trabajo digno. Cuidemos el esfuerzo de todos los sanjuaninos.

Cuidemos para que no haya niños desnutridos y sin los recursos de salud a los que tiene derecho.

Trabajemos que no quede ninguna familia bajo un techo de plástico, aunque sea una tarea titánica.

Trabajemos en hacer muy bien la agricultura y la minería, cuidando la creación que Dios nos regaló y el ambiente físico y humano en el que vivimos.

Cuidemos nuestros niños y jóvenes, cuidemos que haya protección de la familia y la buena educación que soñó Sarmiento, que nos ayuda a crecer y a vivir en libertad.

Cuidemos que no haya violencia y droga que destruyen a la persona y a la sociedad.

Valoremos la verdad, la honestidad y la honradez. Cuidemos la Patria argentina, que no es de algunos sino de todos y entre todos ayudemos a sacarla adelante, sin que nadie quiera apropiársela ni llevársela puesta. No nos hagamos daño entre nosotros, ni hagamos daño al país, a la Provincia, ni a nuestro pueblo.

Dios quiera que en San Juan brille cada día más fuerte el sol de la alegría de trabajar y de cuidar el bien de todos. Que siga siendo un lugar donde cada vez sea más grato vivir, trabajar y pensar en libertad.

Que Dios nos ayude a edificar nuestra casa y cuide nuestra Provincia. Y que nosotros trabajemos y velemos por el bien de todos. Que así sea.

Mons. Alfonso Delgado, arzobispo de San Juan


Publicado por verdenaranja @ 21:20  | Hablan los obispos
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Domingo, 15 de junio de 2014

Catholic Calendar
and Daily Meditation
Sunday, June 15, 2014


The Solemnity of the Most Holy Trinity



Scripture for Sunday's Liturgy of the Word:
http://new.usccb.org/bible/readings/061514.cfm

Exodus 34:4b-6, 8-9
Daniel 3:52, 53, 54, 55, 56
2 Corinthians 13:11-13
John 3:16-18


A reflection on today's Sacred Scriptures:

Today is the Feast of the Most Holy Trinity--one God in Three Persons, Father, Son, and Holy Spirit. The words "Holy Spirit" and "Holy Ghost" are interchangeable, since "spirit" is directly translated from the Latin Sanctus Spiritus, while "ghost" is the Old English word for spirit. How do you explain the Holy Trinity? You don't really. It's beyond our human reason. Just use multiplication--3 times one still equals three. Right? But three Persons times One God equals One God. Now, if you want to carry it further, you'll get dizzy and may even suffer a headache. At this point, you really should give up!

Logic doesn't carry us very far in trying to explain the mystery of three Persons in one God. St. Anselm had it right a long time ago when he wrote, "I don't understand so that I can believe; I believe so that I can understand." Just believe Jesus' teaching that there is a Holy Trinity. From there, let's look at our heart's experience of God's beauty, His wisdom, His mercy, and His limitless love. It's as though someone were to ask you, "Do you believe in sunsets, or mountain tops or starry nights?" We'd tell them, "Just go out and watch a sunset--just go up and sit on a mountain top--just go out on a warm summer evening, lie on your back, and gaze up at a sky filled with stars!

God is powerful, and eternally in motion. Think of a celebration that never comes to an end. At a celebration, there are people--there is action, music, food and drink, and a good time. So, the life of the Holy Trinity is like an eternal party. God the Father loves the Son without interruption, and the Son returns that Love with every breath of His being--and that breath becomes the Holy Spirit of them both--full of the power of love and jubilant motion.

God the Father is like a beautiful sunset, soothing and quieting my soul. God the Son is like a lover, forgiving and tender, feeding my hunger, satisfying my desire. And the Holy Spirit is like a hot scorching fire, a whirlwind of inspiration, stirring me to intense praise and dynamic action.

Through faith, we believe that this Holy Trinity actually dwells inside the souls of the baptized when they are in a state of grace. Our only proper response to that awesome truth is: Wow! No wonder we speak of the dignity of the Christian.

Three-personed God, I gape at the wonder of Your beauty, May I glow with the light of Your Truth, May I burn with the excitement of Your Life! Someday I pray that I will see You face to face, and enjoy Your life and love forever.

- Msgr. Paul Whitmore | email: pwhitmore29( )yahoo.com)


Publicado por verdenaranja @ 21:26  | Espiritualidad
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Texto completo del mensaje del Papa Francisco para la Jornada Misionera Mundial n. 88, que se celebra este año el domingo 19 de octubre.

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy en día todavía hay mucha gente que no conoce a Jesucristo. Por eso es tan urgente la misión ad gentes, en la que todos los miembros de la iglesia están llamados a participar, ya que la iglesia es misionera por naturaleza: la iglesia ha nacido "en salida". La Jornada Mundial de las Misiones es un momento privilegiado en el que los fieles de los diferentes continentes se comprometen con oraciones y gestos concretos de solidaridad para ayudar a las iglesias jóvenes en los territorios de misión. Se trata de una celebración de gracia y de alegría. De gracia, porque el Espíritu Santo, mandado por el Padre, ofrece sabiduría y fortaleza a aquellos que son dóciles a su acción. De alegría, porque Jesucristo, Hijo del Padre, enviado para evangelizar al mundo, sostiene y acompaña nuestra obra misionera. Precisamente sobre la alegría de Jesús y de los discípulos misioneros quisiera ofrecer una imagen bíblica, que encontramos en el Evangelio de Lucas (cf.10,21-23).

1. El evangelista cuenta que el Señor envió a los setenta discípulos, de dos en dos, a las ciudades y pueblos, a proclamar que el Reino de Dios había llegado, y a preparar a los hombres al encuentro con Jesús. Después de cumplir con esta misión de anuncio, los discípulos volvieron llenos de alegría: la alegría es un tema dominante de esta primera e inolvidable experiencia misionera. El Maestro Divino les dijo: «No estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo. En aquella hora, Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra..." (…) Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: "¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis!"» (Lc 10,20-21.23).

Son tres las escenas que presenta san Lucas. Primero, Jesús habla a sus discípulos, y luego se vuelve hacia el Padre, y de nuevo comienza a hablar con ellos. De esta forma Jesús quiere hacer partícipes de su alegría a los discípulos, que es diferente y superior a la que ellos habían experimentado.

2. Los discípulos estaban llenos de alegría, entusiasmados con el poder de liberar de los demonios a las personas. Sin embargo, Jesús les advierte que no se alegren por el poder que se les ha dado, sino por el amor recibido: «porque vuestros nombres están inscritos en el cielo» (Lc 10,20). A ellos se le ha concedido experimentar el amor de Dios, e incluso la posibilidad de compartirlo. Y esta experiencia de los discípulos es motivo de gozosa gratitud para el corazón de Jesús. Lucas entiende este júbilo en una perspectiva de comunión trinitaria: «Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo», dirigiéndose al Padre y glorificándolo. Este momento de profunda alegría brota del amor profundo de Jesús en cuanto Hijo hacia su Padre, Señor del cielo y de la tierra, el cual ha ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las ha revelado a los pequeños (cf. Lc 10,21). Dios ha escondido y ha revelado, y en esta oración de alabanza se destaca sobre todo el revelar. ¿Qué es lo que Dios ha revelado y ocultado? Los misterios de su Reino, el afirmarse del señorío divino en Jesús y la victoria sobre Satanás

Dios ha escondido todo a aquellos que están demasiado llenos de sí mismos y pretenden saberlo ya todo. Están cegados por su propia presunción y no dejan espacio a Dios. Uno puede pensar fácilmente en algunos de los contemporáneos de Jesús, que Él mismo amonestó en varias ocasiones, pero se trata de un peligro que siempre ha existido, y que nos afecta también a nosotros. En cambio, los "pequeños" son los humildes, los sencillos, los pobres, los marginados, los sin voz, los que están cansados y oprimidos, a los que Jesús ha llamado "benditos". Se puede pensar fácilmente en María, en José, en los pescadores de Galilea, y en los discípulos llamados a lo largo del camino, en el curso de su predicación.

3. «Sí, Padre, porque así te ha parecido bien» (Lc 10,21). Las palabras de Jesús deben entenderse con referencia a su júbilo interior, donde la benevolencia indica un plan salvífico y benevolente del Padre hacia los hombres. En el contexto de esta bondad divina Jesús se regocija, porque el Padre ha decidido amar a los hombres con el mismo amor que Él tiene para el Hijo. Además, Lucas nos recuerda el júbilo similar de María: «Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador » (Lc 1,47). Se trata de la Buena Noticia que conduce a la salvación. María, llevando en su vientre a Jesús, el Evangelizador por excelencia, encuentra a Isabel y cantando el Magnificat exulta de gozo en el Espíritu Santo. Jesús, al ver el éxito de la misión de sus discípulos y por tanto su alegría, se regocija en el Espíritu Santo y se dirige a su Padre en oración. En ambos casos, se trata de una alegría por la salvación que se realiza, porque el amor con el que el Padre ama al Hijo llega hasta nosotros, y por obra del Espíritu Santo, nos envuelve, nos hace entrar en la vida de la Trinidad.

El Padre es la fuente de la alegría. El Hijo es su manifestación, y el Espíritu Santo, el animador. Inmediatamente después de alabar al Padre, como dice el evangelista Mateo, Jesús nos invita: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (11,28-30). «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 1).

De este encuentro con Jesús, la Virgen María ha tenido una experiencia singular y se ha convertido en "causa nostrae laetitiae". Y los discípulos a su vez han recibido la llamada a estar con Jesús y a ser enviados por Él para predicar el Evangelio (cf. Mc 3,14), y así se ven colmados de alegría. ¿Por qué no entramos también nosotros en este torrente de alegría?

4. «El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 2). Por lo tanto, la humanidad tiene una gran necesidad de aprovechar la salvación que nos ha traído Cristo. Los discípulos son los que se dejan aferrar cada vez más por el amor de Jesús y marcar por el fuego de la pasión por el Reino de Dios, para ser portadores de la alegría del Evangelio. Todos los discípulos del Señor están llamados a cultivar la alegría de la evangelización. Los obispos, como principales responsables del anuncio, tienen la tarea de promover la unidad de la Iglesia local en el compromiso misionero, teniendo en cuenta que la alegría de comunicar a Jesucristo se expresa tanto en la preocupación de anunciarlo en los lugares más distantes, como en una salida constante hacia las periferias del propio territorio, donde hay más personas pobres que esperan.

En muchas regiones escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. A menudo esto se debe a que en las comunidades no hay un fervor apostólico contagioso, por lo que les falta entusiasmo y no despiertan ningún atractivo. La alegría del Evangelio nace del encuentro con Cristo y del compartir con los pobres. Por tanto, animo a las comunidades parroquiales, asociaciones y grupos a vivir una vida fraterna intensa, basada en el amor a Jesús y atenta a las necesidades de los más desfavorecidos. Donde hay alegría, fervor, deseo de llevar a Cristo a los demás, surgen las verdaderas vocaciones. Entre éstas no deben olvidarse las vocaciones laicales a la misión. Hace tiempo que se ha tomado conciencia de la identidad y de la misión de los fieles laicos en la Iglesia, así como del papel cada vez más importante que ellos están llamados a desempeñar en la difusión del Evangelio. Por esta razón, es importante proporcionarles la formación adecuada, con vistas a una acción apost ólica eficaz.

5. «Dios ama al que da con alegría» (2 Co 9,7). La Jornada Mundial de las Misiones es también un momento para reavivar el deseo y el deber moral de la participación gozosa en la misión ad gentes. La contribución económica personal es el signo de una oblación de sí mismos, en primer lugar al Señor y luego a los hermanos, porque la propia ofrenda material se convierte en un instrumento de evangelización de la humanidad que se construye sobre el amor.

Queridos hermanos y hermanas, en esta Jornada Mundial de las Misiones mi pensamiento se dirige a todas las Iglesias locales. ¡No dejemos que nos roben la alegría de la evangelización! Os invito a sumergiros en la alegría del Evangelio y a nutrir un amor que ilumine vuestra vocación y misión. Os exhorto a recordar, como en una peregrinación interior, el "primer amor" con el que el Señor Jesucristo ha encendido los corazones de cada uno, no por un sentimiento de nostalgia, sino para perseverar en la alegría. El discípulo del Señor persevera con alegría cuando está con Él, cuando hace su voluntad, cuando comparte la fe, la esperanza y la caridad evangélica.

Dirigimos nuestra oración a María, modelo de evangelización humilde y alegre, para que la Iglesia sea el hogar de muchos, una madre para todos los pueblos y haga posible el nacimiento de un nuevo mundo.

Vaticano, 8 de junio de 2014, Solemnidad de Pentecostés

FRANCISCUS PP.

(Agencia Fides 14/6/2014)


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Comentario a la liturgia dominical por Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).  (Zenit.org)

Solemnidad de la Santísima Trinidad - Ciclo A

Textos: Ex 34, 4.6.8-9; 2Co 13, 11-13; Jn 3, 16-18

 

Idea principal: El misterio de la Trinidad viene a desafiar todas las religiones y filosofías humanas. Mientras esas religiones, sobre todo las más depuradas, como el hinduismo y las creencias orientales, conciben a Dios como un todo impersonal, rozando a veces en el panteísmo, el Cristianismo nos presenta a un Dios personal, capaz de conocer y amor a sus creaturas. Ninguna religión llegó a concebir que la divinidad amase realmente a los hombres.

Resumen del mensaje: Hoy la Iglesia celebra el misterio más elevado de la doctrina revelada, su misterio central. El enunciado del misterio es muy simple, como lo aprendimos en el Catecismo: La Santísima Trinidad es el mismo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; tres Personas distintas y un solo Dios verdadero. Misterio insondable que nos lleva a tres actitudes: adorar, agradecer y amar. Sólo lo comprenderemos en el cielo.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar nos preguntamos si este misterio, que sólo entenderemos en el cielo, nos servirá a nosotros aquí y ahora. Podríamos responder: realmente el misterio de la Santísima Trinidad no nos sirve para nada, porque Dios no sirve a nadie y a nada. Dios está para ser servido por nosotros y no para que nosotros nos sirvamos de Él. Tenemos que cuidarnos del criterio utilitarista tan propio de nuestra época, que juzga todo según sirva o no al capricho del hombre. Hay bienes que son deseables y amables por sí mismos, sin necesidad de estar buscándoles utilidades a nuestra medida. Los antiguos llamaban a estos bienes “honestos” porque se deseaban por sí mismos, sin buscar la utilidad o el deleite, que los convertiría en medios. ¡Te adoro, Dios Trinidad!

En segundo lugar, realmente deberíamos agradecer a Dios porque al ser un misterio inaccesible a nuestra mente, nos ha hecho el gran favor de humillarnos, de abajar nuestra inteligencia y nuestra cabeza, y colocarnos en nuestro verdadero lugar y de rodillas. Dios no es un objeto del cual podamos disponer a nuestro arbitrio, sino que es nuestro Señor y Creador, al que tenemos que adorar y ante el cual debemos doblegar nuestras rodillas. Contra la soberbia del hombre moderno, que cree poder conocer y dominar todas las cosas, aún las mas sagradas, como el alma y la vida humana, se alza el misterio insondable de la Una e indivisa Trinidad que la Iglesia proclama hoy, como hace dos mil años. ¡Te agradezco, Dios Trinidad!

Finalmente, la revelación de este misterio es otra muestra más del infinito amor de Dios hacia los hombres. Él no se contenta con amarnos, sino que goza en nuestro amor por Él, y como nadie puede amar lo que no conoce, para excitar más nuestro amor por Él quiso mostrarnos los secretos de su vida íntima. Porque eso es en definitiva lo que Dios nos revela en este misterio, nada más y nada menos que su intimidad. De este modo, sabemos que Dios no es un solitario encerrado en su inalcanzable grandeza, sino que en Él hay un dinamismo vital de conocimiento y amor. Dios Padre, desde toda la eternidad, engendra al conocerse una Persona, su Imagen plena, el Hijo de Dios. Y el amor entre la primera y segunda Persona, entre el Padre y el Hijo, es tan profundo, por ser divino, que de él brota una tercer Persona, el Espíritu Santo. ¡Te amo, Dios Trinidad!

Para reflexionar: Piensa en esta frase de san Pablo: “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni entró en pensamiento humano, lo que Dios tiene preparado para los que le aman” (1 Co 2, 9).

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Dios comunidad y amor por Mons. Enrique Díaz Diaz (Zenit.org)

La Santísima Trinidad

 Éxodo 34, 4-6. 8-9: “Yo soy el Señor, el Señor Dios, compasivo y clemente”
Daniel 3: “Bendito seas para siempre, Señor”
II Corintios 13, 11-13: “Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes”.
San Juan 3, 16-18: “Dios envió a su Hijo para el que el mundo se salvara”

A muchos les ha parecido revolucionaria la exhortación “La Alegría del Evangelio” del Papa Francisco especialmente al hablar de las cuestiones sociales y de la inseparable conexión entre la recepción del anuncio salvífico y un efectivo amor fraterno. Afirma que el kerigma tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros. Y nos invita a que penetremos en el misterio de nuestra fe y que el hace nuestra confesión de un Dios Trino, amor, asumamos las lógicas consecuencias. Afirma: “Confesar a un Padre que ama infinitamente a cada ser humano implica descubrir que con ello le confiere una dignidad infinita. Confesar que el Hijo de Dios asumió nuestra carne humana significa que cada persona humana ha sido elevada al corazón mismo de Dios. Confesar que el Espíritu Santo actúa en todos implica reconocer que Él procura penetrar toda situación humana y todos los vínculos sociales. El misterio mismo de la Trinidad nos recuerda que fuimos hechos a imagen de esa comunión divina, por lo cual no podemos realizarnos ni salvarnos solos. La aceptación del primer anuncio, que invita a dejarse amar por Dios y a amarlo con el amor que Él mismo nos comunica, provoca en la vida de la persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear, buscar y cuidar el bien de los demás”.

Así, la confesión del misterio de la Santísima Trinidad, no queda en meros pensamientos especulativos, sino nos lleva a la vida diaria y comprometida con el Dios amor que nos ha buscado y con el hermano que forma parte de esa misma familia. Cuando el hombre mira en lo más profundo de su interior para analizar su propio ser, descubre que hay una referencia siempre a un ser superior que le da grandeza y sentido a su propia existencia. A este fondo inalcanzable de nuestro propio ser responde la palabra “Dios”. Dios significa esto: la profundidad última de nuestra vida, la fuente de nuestro ser, la meta de todo nuestro esfuerzo. No es un tapa-huecos, no el fantasma que asusta y condiciona, ni tampoco una manera fácil de explicar el mundo. Es la realidad y relación más profunda del hombre que descubre la grandeza de su propio “yo” pleno y abierto a compartir, a relacionarse y a vivir en plenitud. Así, nuestro propio ser expresa la experiencia que nosotros tenemos de Dios. Por eso me fascina esta manifestación de nuestro Dios: Uno y Trino, Relación y Amor, que nos presenta Jesús. ¡Qué lejos del Dios justiciero y vengador que muchos veneran! Y sin embargo, hay quienes viven con estas caricaturas de la imagen de un Dios lejano, aislado, terrible e inquisidor. Y consecuentemente adoptan una vida individualista y egoísta conforme a esta imagen.

Toda familia y toda comunidad debería tener por modelo y fundamento el Dios Amor. La primera y más grande expresión de la Trinidad es el amor, y a eso estamos llamados todos los cristianos. Cristo nunca intentó dar explicaciones de cómo el Padre y Él eran uno solo. No formuló doctrina para que nos quedara muy clara esa unidad de tres Personas; simplemente habló del amor que hay entre ellos y de su deseo de que este mismo amor haya entre todos los hombres. Es el ideal de toda persona y de la Iglesia: poner en el centro a la Trinidad, al Dios uno y Trino. Así evitaremos la tentación de un autoritarismo o de una anarquía. Si Dios es comunión y amor, el hombre encontrará su verdadero sentido, uniendo al mismo tiempo la importancia y dignidad de la persona junto con la importancia y dignidad de la comunión. Cuántos individuos, esgrimiendo el derecho de la persona, pasan por encima de la comunidad, pero también cuántas dictaduras y gobiernos, arguyendo el bien común, atropellan los derechos individuales. Solamente el modelo de la Trinidad nos permite encontrar un sano y fecundo equilibrio entre la persona y la comunidad. Juntos crecen, juntos son fecundados y juntos crean una verdadera imagen del Dios Trino.

Es muy conocida la anécdota de aquel niño que sorprende a San Agustín pretendiendo verter el mar en un pequeño agujero, y después recibir la enseñanza de que es más fácil cambiar el mar a una pequeña vasija que “vaciar” el misterio del Dios Trino en la fragilidad de la mente humana. Es cierto, no pretendemos entender, queremos experimentar ese amor y esa relación establecida entre las Tres Divinas Personas de la cual nos hacen partícipes. Es la experiencia y enseñanza de Jesús: un dinamismo de amor continuo entre las personas de la Trinidad y una fuente de amor inagotable hacia el hombre: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna”. El hombre encuentra su plenitud al ser amado por Dios, se llena de alegría al participar del amor Divino, del amor de Jesús que se entrega hasta el fin. El amor conyugal, el amor fraternal y el amor de familia tienen su más rico modelo en el Dios Trino y Uno, que ama y que da vida plena. La experiencia de este Dios, que es unidad y comunión inseparable, nos permite superar el egoísmo para encontrarnos plenamente en el servicio al otro. Así la experiencia que tenemos de nuestro Dios es una fuente inagotable de vida, dinamismo y compromiso. No puede verdaderamente creer en Dios quien está segando la vida del hermano, quien se encierra en sí mismo y rompe la comunión, quien vive apático frente a los hermanos. La experiencia de nuestro Dios Uno y Trino que nos invita a participar de su misma vida y nos compromete seriamente en la construcción de un mundo de acuerdo a nuestra fe: una fe comunitaria, de amor y participación.

En estas palabras encontramos el centro y eje de toda nuestra vida cristiana, es la Buena Noticia: somos hijos de un Papá Dios que nos ama, somos hermanos de un Hijo Mayor, Jesús, que da la vida por nosotros y estamos habitados por el Espíritu que es vida y santidad. Ahí está la buena y gran noticia. Si esto lo comprendiéramos no podríamos estar tristes ni permitir que nuestros hermanos vivieran tristes, solos o abandonados. Es doloroso comprobar que muchas veces los que nos decimos creyentes no somos capaces de descubrir y experimentar esta fe como una auténtica fuente de vida, y nos contentamos con ir sobreviviendo, cargando con nuestra existencia a más no poder. Nos olvidamos de ese Dios cercano, familia, comunidad, que toma la iniciativa para amarnos, que se entrega sin condiciones, con plenitud y lealtad y que sostiene y anima nuestra vida.

Al confesar la fe en la Santísima Trinidad, debemos cuestionarnos seriamente si somos esa imagen de amor, de entrega y unidad que es nuestro Dios. Si hemos vencido los miedos, ambiciones y discriminaciones hacia los hermanos que también son hijos del mismo Padre, hermanos del mismo Jesús y templos del mismo Espíritu. La Santísima Trinidad es el modelo de educación, integración y amor familiar.

Santísima Trinidad, concédenos experimentar el gran Amor del Padre, la entrega incondicional de Hijo y la fuerza y vitalidad del Espíritu Santo. Amén.


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Viernes, 13 de junio de 2014

Reflexión a las lectruras del domingo de la Santísima Trinidad - A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo de la S.  Trinidad A 

En todos los tiempos, el hombre se ha esforzado por descubrir la existencia de Dios y relacionarse con Él. Así se han formado lo que conocemos con el nombre de “religiones naturales”. También Dios ha buscado encontrarse con el hombre, manifestarse a él, tratar de los temas fundamentales del hombre caído: Su salvación, su anhelo de trascendencia, su relación con Él, su vida junto a Él para siempre. Son las llamadas "religiones reveladas". Entre ellas está el cristianismo. Éste nos enseña que Dios se ha ido revelando progresivamente al hombre a través de los patriarcas y los profetas, a través de los acontecimientos todos de la Historia Santa, hasta que llega la plenitud de los tiempos,  y  Dios se acerca al hombre al máximo en Jesús de Nazaret, el Hombre - Dios.

En medio de este proceso,  Dios se nos ha ido revelando como  comunidad perfectísima de vida y amor, como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es la Santísima Trinidad, cuya Solemnidad celebramos este domingo.

Este es el Misterio más grande que Jesucristo nos ha revelado acerca de Dios. Misterio quiere decir que, en parte, se nos ha manifestado y, en parte, permanece oculto. No podemos pretender una comprensión total del Misterio.

En la Liturgia de la Palabra de hoy, Dios se nos manifiesta, en la primera lectura, como un Ser “compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad”. En la segunda, como Comunidad de Personas, que nos ofrecen gracia, amor y comunión. El Evangelio nos presenta la conversación de Jesús con Nicodemo, en la que le dice: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar el mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. Lógico es que el salmo responsorial sea un himno de alabanza y acción de gracias: “A ti gloria y alabanza por los siglos”.

Y si esto es así, no podemos vivir como si Dios no existiera, sin relacionarnos con Él, sin entrar en comunicación y en comunión con Él. Muchas realidades se encargan de recordárnoslo con frecuencia, especialmente, “los testigos de Dios” en el mundo. Precisamente, en esta Solemnidad recordamos a los monjes y monjas de clausura, cuyos monasterios son como un faro de luz, que están siempre indicando, desde una vida de silencio, oración y trabajo, la existencia de Dios, su amor y su misericordia, su acción constante en la Iglesia y en el mundo.

Es, por tanto, importante, fundamental,  que Dios ocupe su lugar en nuestra vida y en toda la historia humana, con todas sus dimensiones, “no vaya a ser que se repita el error de quien, queriendo construir un mundo sin Dios, sólo ha conseguido construir una sociedad contra el hombre”. (S. Juan Pablo II)     

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 17:49  | Espiritualidad
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DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD A 

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

Después del trágico episodio del becerro de oro, hay que renovar la Alianza. Moisés sube al Monte llevando las tablas de la Ley. Cuando manifiesta su deseo de ver a Dios, pasa el Señor junto a Él y se manifiesta como “Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad”.

Escuchemos con fe y devoción esta lectura.

 

SALMO RESPONSORIAL

 La presencia de Dios junto a nosotros como Trinidad santa, nos impulsa, en primer lugar, a la adoración y a la alabanza. Es lo que hacemos ahora, como respuesta a la Palabra de Dios.

 

SEGUNDA LECTURA

         La segunda lectura es la conclusión de la segunda carta de S. Pablo a los corintios. El apóstol sintetiza su mensaje en pocas palabras. Y se despide de ellos, deseándoles la gracia, el amor y la comunión  como dones de las tres Personas Divinas.

 

EVANGELIO (Antes del Evangelio)

         En el Evangelio Jesucristo habla a Nicodemo del amor tan grande de Dios Padre, que envía a su Hijo para que el mundo se salve por Él. Pero antes de escuchar el Evangelio cantemos de pie el aleluya.

 

COMUNIÓN

         Al acercarnos hoy a la Comunión, podemos recordar aquellas palabras de Jesús: "El Padre que vive me ha enviado y Yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí". Comulgar es, por tanto, participar de la misma vida de Dios, de la Santísima Trinidad, que Jesucristo ofrece a todos, como alimento y fortaleza, para que no desfallezcamos por el camino. Por eso, ¡qué grande es comulgar! ¡Cuántas gracias hemos de darle al Señor!

 


Publicado por verdenaranja @ 17:46  | Liturgia
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Jueves, 12 de junio de 2014

Con motivo de la Copa del Mundo de Fútbol el papa Francisco envió un mensaje trasmitido por la televisión brasileña en el que deseó a todos que puedan disfrutar del certamen.

 


Queridos amigos,
Con gran alegría me dirijo a todos ustedes, los aficionados al fútbol, al comenzar la Copa del Mundo de 2014 en Brasil. Deseo enviarles un afectuoso saludo a los organizadores y a los participantes; a todos los atletas y seguidores, así como a todos los espectadores que en los estadios o a través de la televisión, la radio e Internet, participan en este acontecimiento que supera las fronteras lingüísticas, culturales y nacionales.

Mi esperanza es que, además de una fiesta del deporte, este Mundial se pueda transformar en una fiesta de la solidaridad entre los pueblos. Esto supone, sin embargo, que los partidos de fútbol sean considerados por lo que son esencialmente: un juego y al mismo tiempo una oportunidad para el diálogo, el entendimiento, de mutuo enriquecimiento humano.

El deporte es no sólo una forma de entretenimiento, sino también -y sobre todo, yo diría- una herramienta para comunicar los valores que promueven el bien de la persona humana y ayudan a construir una sociedad más pacífica y fraterna. Pensemos en la lealtad, la perseverancia, la amistad, el compartir, la solidaridad. Ciertamente, el fútbol suscita muchos valores y actitudes que han demostrado ser importantes no sólo en el campo, sino también en todos los aspectos de la vida, más específicamente en la construcción de la paz. El deporte es una escuela de paz, nos enseña a construir la paz.

En este sentido, me gustaría destacar tres lecciones de la práctica deportiva, tres actitudes esenciales a favor de la causa de la paz: la necesidad de "entrenarse", el "juego limpio" y el respeto entre los adversarios. En primer lugar, el deporte nos enseña que para ganar hay que entrenarse. Podemos ver, en esta práctica deportiva, una metáfora de la vida. En la vida hay que luchar, "entrenarse", esforzarse para lograr resultados significativos.

El espíritu deportivo nos remite, de esta manera, a una imagen de los sacrificios necesarios para crecer en las virtudes que construyen el carácter de una persona. ¡Si para mejorar a una persona es necesario un "entrenamiento" intenso y continuo, un mayor compromiso deberá ser invertido para llegar al diálogo y a la paz entre los individuos y los pueblos "mejores"! Es necesario entrenarse mucho…

El fútbol puede y debe ser una escuela para la formación de una "cultura del encuentro", que conduzca a la armonía y a la paz entre los pueblos. Y aquí nos ayudará una segunda lección deportiva: aprendamos lo que el "juego limpio" en el fútbol nos puede enseñar. Para jugar en equipo hay que pensar, en primer lugar, en el bien del grupo, no para sí mismos.

Para ganar, hay que superar el individualismo, el egoísmo, todas las formas de racismo, de intolerancia y de instrumentalización de la persona humana. Por tanto, ser "individualistas" en el fútbol es un obstáculo para el éxito del equipo; pero si somos "individualistas" en la vida, ignorando a las personas que nos rodean, sale perjudicada toda la sociedad.

La última lección útil que nos da el deporte para la consecución de la paz es el deber de respetar al adversario. El secreto de la victoria, sobre el campo, y también en la vida, está en saber respetar al compañero de equipo, así como también al adversario. ¡Nadie gana solo, ni en el campo, ni en la vida!

¡Que nadie quede aislado o se sienta excluido! Y, si bien es cierto que al final de esta Copa del Mundo, sólo un equipo nacional va a levantar la copa como ganador, aprendiendo las lecciones que nos enseña el deporte, todos seremos ganadores, fortaleciendo los lazos que nos unen.

Queridos amigos, gracias por la oportunidad de haber podido dirigir estas palabras a ustedes -en particular, agradezco a la presidenta del Brasil, señora Dilma Rousseff, a quien saludo- y les aseguro mis oraciones para que las bendiciones celestiales abunden sobre todos ustedes. Que esta Copa del Mundo pueda celebrarse con toda serenidad y tranquilidad, siempre desde el respeto mutuo, la solidaridad y la fraternidad entre los hombres y las mujeres que se identifican como miembros de una sola familia. ¡Gracias!”.+


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Texto de la catequesis del papa Francisco del  miércoles 11 de junio de 2014. (Zenit.org)


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El don del temor de Dios, del que hablamos hoy, concluye la serie de los siete dones del Espíritu Santo. No significa tener miedo de Dios, Omnipotente y Santo: sabemos bien que Dios es padre, que nos ama y quiere nuestra salvación, motivo por el cual no hay motivo de tener miedo de Él. El temor de Dios, en cambio, es el don del Espíritu que nos recuerda cuanto somos pequeños delante a Dios y a su amor, y que nuestro bien está en abandonarnos con humildad, respeto y confianza en sus manos (…).

Cuando el Espíritu Santo toma posesión en nuestro corazón, nos infunde consolación y paz, y nos lleva a sentirnos así como somos.  O sea pequeños, con esa actitud --tan recomendada por Jesús en el Evangelio-- de quien pone todas sus preocupaciones y sus espectativas en Dios y se siente envuelto y sostenido por su calor y su protección, ¡como un niño con su papá!

En este sentido entonces comprendemos bien como el temor de Dios pasa a asumir en nosotros la forma de la docilidad, del reconocimiento, de la alabanza, llenando nuestro corazón de esperanza.

Muchas veces de hecho, no logramos entender el designio de Dios y nos damos cuenta que no somos capaces de asegurarnos por nosotros mismos la felicidad eterna. Y justamente en la experiencia de nuestros límites y de nuestra pobreza, el Espíritu nos conforta y nos hace percibir como la única cosa importante sea dejarse conducir por Jesús entre los brazos del Padre.

Por ello tenemos tanta necesidad de este don del Espíritu Santo. El temor de Dios nos hace tomar conciencia que todo viene de la gracia y que nuestra verdadera fuerza está únicamente en seguir al Señor Jesús y en dejar que el Padre pueda derramar sobre nosotros la bondad de su misericordia. (...)

Cuando estamos tomados por el temor de Dios, entonces somos llevados a Seguir al Señor con humildad, docilidad y obediencia. Esto entretanto, no con una actitud resignada y pasiva (…) pero con el estupor y la alegría de un hijo que se reconoce servido y amado por el Padre. El temor de Dios por lo tanto, no nos vuelve cristianos tímidos, resignados y pasivos, pero genera en nosotros: ¡coraje y fuerza! Es un don que nos vuelve cristianos convencidos, entusiastas, que no se someten al Señor por miedo, pero porque están conmovidos y conquistados por su amor.

Entretanto (…) el don del temor de Dios es también una 'alarma' delante de la pertinacia del pecado. Cuando una persona vive en el mal, cuando blasfemia contra Dios, cuando explota a los otros, cuando se vuelve tirano, cuando vive solamente para el dinero, la vanidad, el poder, el orgullo. Entonces el santo temor de Dios nos pone en alerta: atención (…) Así no serás feliz, (…)

Pienso por ejemplo a las personas que tienen responsabilidad sobre otros y se dejan corromper; (…) pienso a aquellos que viven de la trata de personas y del trabajo de esclavo (...); pienso a quienes viven de la trata de personas y del trabajo de esclavo (...); pienso a quienes fabrica armas para fomentar las guerras... (…) Que el temor de Dios les haga comprender que un día todo termina y será necesario rendir cuentas a Dios.

Queridos amigos, el salmo 34 nos hace rezar así: “Este pobre grita y el Señor lo escucha, lo salva de todas sus angustias. El ángel del Señor se acampa entorno a aquellos que lo temen y los libera”. Pedimos al Señor la gracia de unir nuestra voz a la de los pobres, para recoger el don del temor de Dios y poder reconocernos junto a ellos, revestidos de la misericordia y del amor de Dios, que es nuestro padre, nuestro papá. ¡Qué así sea!


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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo de la Santísima Trinidad - A.


Dios y Nosotros: Trinidad


El esfuerzo realizado por los teólogos a lo largo de los siglos para exponer con conceptos humanos el misterio de la Trinidad apenas ayuda hoy a los cristianos a reavivar su confianza en Dios Padre, a reafirmar su adhesión a Jesús, el Hijo encarnado de Dios, y a acoger con fe viva la presencia del Espíritu de Dios en nosotros. Por eso puede ser bueno hacer un esfuerzo por acercarnos al misterio de Dios con palabras sencillas y corazón humilde siguiendo de cerca el mensaje, los gestos y la vida entera de Jesús: misterio del Hijo de Dios encarnado.

El misterio del Padre es amor entrañable y perdón continuo. Nadie está excluido de su amor, a nadie le niega su perdón. El Padre nos ama y nos busca a cada uno de sus hijos e hijas por caminos que sólo él conoce. Mira a todo ser humano con ternura infinita y profunda compasión. Por eso, Jesús lo invoca siempre con una palabra: “Padre”.

Nuestra primera actitud ante ese Padre ha de ser la confianza. El misterio último de la realidad, que los creyentes llamamos “Dios”, no nos ha de causar nunca miedo o angustia: Dios solo puede amarnos. Él entiende nuestra fe pequeña y vacilante. No hemos de sentirnos tristes por nuestra vida, casi siempre tan mediocre, ni desalentarnos al descubrir que hemos vivido durante años alejados de ese Padre. Podemos abandonarnos a él con sencillez. Nuestra poca fe basta.

También Jesús nos invita a la confianza. Estas son sus palabras: “No viváis con el corazón turbado. Creéis en Dios. Creed también en mí”. Jesús es el vivo retrato del Padre. En sus palabras estamos escuchando lo que nos dice el Padre. En sus gestos y su modo de actuar, entregado totalmente a hacer la vida más humana, se nos descubre cómo nos quiere Dios.

Por eso, en Jesús podemos encontrarnos en cualquier situación con un Dios concreto, amigo y cercano. Él pone paz en nuestra vida. Nos hace pasar del miedo a la confianza, del recelo a la fe sencilla en el misterio último de la vida que es solo Amor.

Acoger el Espíritu que alienta al Padre y a su Hijo Jesús, es acoger dentro de nosotros la presencia invisible, callada, pero real del misterio de Dios. Cuando nos hacemos conscientes de esta presencia continua, comienza a despertarse en nosotros una confianza nueva en Dios.

Nuestra vida es frágil, llena de contradicciones e incertidumbre: creyentes y no creyentes, vivimos rodeados de misterio. Pero la presencia, también misteriosa del Espíritu en nosotros, aunque débil, es suficiente para sostener nuestra confianza en el Misterio último de la vida que es solo Amor.

 

José Antonio Pagola

15 de junio de 2014
Santísima Trinidad (A)
Juan 3, 16-18


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Mi?rcoles, 11 de junio de 2014

Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú en la solemnidad de Pentecostés (8 de junio de 2014) (AICA)

Solemnidad de Pentecostés

Oh Espíritu Santo, haz que la Iglesia, unida en tu amor, tenga un solo corazón y una sola alma (Hech. 4,32)                       


La Iglesia fundada por Cristo para que prolongue su obra de salvación a través de los siglos, está animada por su mismo Espíritu. En efecto, ella emprendió el día mismo de Pentecostés su carrera en el mundo anunciando el Evangelio. El Concilio nos enseña que fue en Pentecostés cuando empezaron los “Hechos de los Apóstoles”. Cristo fue concebido cuando el Espíritu Santo vino sobre la Virgen María y asimismo Cristo fue impulsado a la obra de su ministerio cuando el mismo Espíritu Santo descendió sobre él mientras oraba (AG 4).

La Iglesia vive, crece y obra en el mundo bajo el influjo y guía del Espíritu Santo, al que “Cristo envió de parte del Padre para que llevara a cabo interiormente su obra salvífica e impulsara a la Iglesia a extenderse a sí misma. Todo lo que la Iglesia ha realizado en estos milenios ha sido por obra del Espíritu Santo, que nunca ha cesado de asistirla e infundirle el necesario vigor para el cumplimiento de su misión. Sin embargo el Espíritu Santo no lleva a la Iglesia por un camino fácil ni exento de dificultades y de luchas, sino que más bien la sostiene para que avance a través de ellas con constancia y serenidad y alegre de sufrir por Cristo. Los primeros Apóstoles sentían gozo “porque habían sido dignos de padecer ultrajes en nombre de Jesús” (Hc.5, 41). San Pablo, camino a Jerusalén, decía: “ahora encadenado por el Espíritu voy a Jerusalén, sin saber lo que allí me sucederá, sino que en todas las ciudades el Espíritu me advierte, diciendo que me esperan cadenas y tribulaciones (Hc.20, 22-23). Pablo tenía conciencia de arriesgar la vida, pero no retrocedía con tal “de anunciar el evangelio de la gracia de Dios” (Ib. 24).

La fuerza de la Iglesia actual, como lo fue para la primitiva Iglesia, está en dejarse guiar por el Espíritu Santo, sacando de Él la fuerza para dar testimonio de Cristo y difundir el evangelio, no obstante las contradicciones y las persecuciones que pueda sufrir. También en este caso debe cumplirse la Palabra de Jesús: “Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré de parte del Padre…él dará testimonio de mí, y vosotros daréis también testimonio” (Jn.15, 26).

El testimonio que Jesús pide a su Iglesia es justamente testimonio de fe y de amor. En su oración sacerdotal Jesús pide al Padre por los suyos: “conságralos en la verdad” (Jn.17, 17). Es decir que se consagren a la difusión de evangelio, que estén dispuestos a dar su vida y sacrificarla por Él. Al mismo tiempo, y en la misma oración, añadió: “sean perfectos en la unidad para que el mundo conozca que Tú me enviaste”. El amor mutuo de los discípulos y la perfecta unión que de Él se deriva, dará testimonio al mundo que el Hijo de Dios se ha hecho hombre y ha venido para traer el amor divino a los hombres, darán testimonio de la veracidad y del valor del cristianismo.

El Espíritu Santo, que es Espíritu de verdad y de amor, va amalgamando a la Iglesia para hacerla perfecta en la unidad “para que el mundo crea”. El Espíritu Santo, si los hombres no ponen obstáculos a su acción, promueve siempre la unidad de los corazones y de las mentes, despierta el verdadero sentido de fraternidad, y continuamente produce y urge la caridad entre los hombres.

La acción del Espíritu Santo es por demás poderosa y eficaz, pero sin embargo, el Espíritu no quiere violentar la libertad humana, sino que espera a que el hombre acepte libremente sus impulsos y le entregue por amor la propia voluntad. Si encuentra en él resistencia, retira de él sus gracias y lo deja en la mediocridad. Por eso San Pablo exhorta a vivir no “según la carne”, que llevan al hombre a afirmar su propia independencia con respecto a Dios, sino a vivir “según el Espíritu, porque el apetito de la carne es muerte, pero el del Espíritu es vida y paz” (Rom.8,4). Esta es la paz y la vida de los hijos de Dios: dejarse guiar por el Espíritu. Es además la lógica de quien desea vivir su propio bautismo: si vivimos del Espíritu, andamos siempre según el Espíritu: la paz, la fraternidad, el cuidado de uno mismo y del prójimo, la construcción de una sociedad más justa y equitativa. Este es el mundo nuevo y mejor que desea el Espíritu para todos los hombres de buena voluntad.

Que la Virgen María, que recibió el Espíritu Santo en el día de Pentecostés y conoció allí toda la verdad que encerraba su fe, nos acompañe y nos ayude a abrir el corazón a la obra del Espíritu.

Mons. Mons. Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú


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Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (Solemnidad de Pentecostés, 8 de junio de 2014) (AICA)

Con la fuerza del Espíritu Santo para no tener miedo

Al atardecer del primer día de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". (San Juan 20, 19-23)                     


Queridos hermanos: vemos que todo tiene un proceso, tiene tiempos. Y la Iglesia tiene el suyo ya que está prefigurada en el Antiguo Testamento y llamada en el antiguo Israel. En los últimos tiempos se nos habla de la Iglesia que comienza en la encarnación del Verbo –en el seno virginal de María– consumada en la cruz cuando Cristo es crucificado y resucitado, luego la Iglesia sale a la luz definitivamente en Pentecostés cuando Cristo, glorificado, asciende al Padre –habiendo sido enviado por el Padre– y Cristo con el Padre nos envía el Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Es el amor de Dios que viene a cumplir con la promesa: “Yo estaré siempre con ustedes hasta el final de los tiempos y les recordaré todo lo que Cristo ha dicho”

Así como podemos decir que Dios es uno y trino, decimos que lo propio del Padre es crear, lo propio del Hijo es redimir y lo propio del Espíritu Santo es santificar. Por eso el Espíritu de Dios está presente en la Iglesia, en todo bautizado, en todo cristiano; nos da la paz y nos envía: “yo les doy la paz y como el Padre me envió yo también los envío a ustedes; vayan, anuncien con gozo el Evangelio, anuncien con alegría que el Reino ya está en medio de nosotros”

Para poder cumplir con esta misión, debemos superar la soledad, el individualismo y el miedo; miedo a amar, a entregarnos, a dar la vida por los demás, a sufrir, a no ser respetados ni valorados, a no ser entendidos, a ser rechazados. Pero es importante que el apóstol, el discípulo, el misionero, esté convencido de que la fuerza interior en cada uno de nosotros es la fuerza del Espíritu Santo, por eso está la paz y por eso no debemos tener miedo.

En este Pentecostés, pidamos al Señor que nos confirme, nos revitalice, nos dé fuerzas, nos ilumine para tener una vida brillante y no opaca, lúcida y no distorsionada, íntegra y no desperdiciada; una vida unitiva en lo humano, en lo cristiano y no vivir dicotómicamente, esquizofrénicamente.

Sabemos que al recibir el Espíritu Santo nuestros pecados serán perdonados y la Iglesia, a través de sus sacerdotes, “perdonará a los que ustedes se los perdonen, y retendrá a los que ustedes se los retengan". Es el poder de Dios que nos da la posibilidad, en Pentecostés, de nacer de nuevo para vivir de un modo nuevo y cumplir la misión de un modo nuevo, nuevo en su ardor, en sus métodos, en su intensidad, en su entusiasmo y sobre todo lleno de esperanza.

Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


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Homilía de monseñor José Luis Mollaghan, administrador apostólico de Rosario, en la solemnidad de Pentecostés (8 de junio de 2014)

Pentecostés

Queridos hermanos

Al culminar el tiempo pascual, celebramos el día de Pentecostés, el día del Espíritu Santo, que Jesús resucitado quiso enviar a la Iglesia naciente. Es un acontecimiento de gracia que se vivió en el Cenáculo, donde estaban reunidos los discípulos, y de allí se difundió sobre Jerusalén y sobre el mundo entero.

La primera lectura que leímos de los Hechos de los Apóstoles nos habla del estruendo que provocó su venida, cuando los apóstoles experimentaron su presencia. Era como un “viento que sopla fuertemente», que llenó de pronto toda la casa; al que siguieron “ llamaradas de fuego», que se dividían y se posaban encima de cada uno.

El Espíritu Santo cambió la vida de los Apóstoles
Eran signos visibles de su acción, que cambió la vida de los Apóstoles, que iluminó sus mentes con su luz y encendió sus corazones. Y todos «se llenaron del Espíritu Santo», que los llevó a hablar en otras lenguas y manifestar su presencia.

Todos estos signos señalaban el comienzo de una presencia viva y de una misión perdurable, queridas por Jesús. Fue la constancia de que el momento de anunciar el Reino de Dios y edificar la Iglesia, había llegado

Hoy volvemos a celebrar su venida, para que toda la Iglesia se llene de vida, para que su presencia también llegue a nosotros, y renueve nuestras vidas.

Es la misma plenitud de la salvación que nos trajo la Pascua, de tal manera que en este día se completa y se actualiza lo que recibimos de Jesús muerto y resucitado.

Así como los apóstoles, que habían sido testigos de la muerte y de la Resurrección del Señor, se llenaron de luz y de fortaleza para emprender la nueva misión, y formar y extender la Iglesia, así también el Espíritu nos impulsa a nosotros a renovar ese llamado y el sentido de nuestra vida.

El Espíritu Santo mantiene viva la misión en la Iglesia
Es el Espíritu Santo que mantiene la misión en la Iglesia y nuestra propia respuesta de evangelización. Por eso en ensalmo pedimos con confianza: "Envía tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra".

Así como el Espíritu se hizo presente en el Cenáculo, hoy también toda la Iglesia es un cenáculo, que espera al Espíritu, con la presencia renovadora de la gracia. Él nos concede permanecer juntos en la oración, afianzar la fraternidad, y crecer en la comunión.

Cuando confiamos en el Espíritu Santo y estamos unidos a Él, el corazón se transforma, y se produce la diversidad y la variedad de sus dones. Son muchos los servicios y muchas las funciones, pero un solo Espíritu, un mismo Señor y un mismo Dios.

En cambio si actuamos solos, si nos movemos por conveniencias o intereses egoístas, entonces nos dividimos, nos enfrentamos, nos separamos del verdadero amor. .

Por eso el Espíritu nos enriquece con sus carismas; para que guiados por el mismo Espíritu haya diversidad en la unidad. Sólo Él puede suscitar la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, construir la unidad, ya que genera una experiencia de comunión en el amor fraterno .

Espíritu Santo reanima y está presente en el interior de nuestra propia vida
Así como el Espíritu une y actúa en la Iglesia; también reanima y está presente en el interior de nuestra propia vida.

Toda nuestra existencia está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos dones son disposiciones permanentes que nos hacen dóciles para amar y seguir sus impulsos.

De este modo, si nos dejamos conducir por los dones del Espíritu alcanzaremos la unidad interior, la perseverancia y la fortaleza para vivir como cristianos.

Solo el Espíritu Santo nos libra de muchas oscuridades del alma, y nos da la libertad que necesitamos para amar con alegría. Por eso, así como le pedimos que renueve la faz de la tierra, también le pedimos que nos acompañe y que encienda en nuestros corazones el fuego de su amor.

Y si estamos unidos al Espíritu, podremos dar muchos frutos, que son innumerables, como la caridad, el gozo, la paciencia, la bondad, la mansedumbre, y la fidelidad (Gal 5, 22-23). Y si esos frutos los ponemos al servicio de la comunidad, vamos a hacer presente y visible en el mundo el amor y la vida de Cristo. El ama nuestra vida, y nos va a ayudar a alcanzar esta plenitud, y hacer de todos los bautizados discípulos misioneros.

Caritas nos invita a responder como cristianos en favor de los que tienen menos
Hoy es la colecta de Caritas, que permite responder como cristianos en favor de los que tienen menos. Caritas anima, y coordina la pastoral caritativa de la Iglesia católica, procurando dar respuestas a la pobreza desde los valores de la dignidad y la justicia social.

Caritas nos invita a colaborar en favor de los más necesitados. Recordemos que 'Compartir es amar', y este debe ser un mensaje de esperanza y solidaridad para todos .

También deseo agradecer la colaboración de los cientos de voluntarios, así como de los medios de comunicación e instituciones, para difundir la Colecta y valorar esta misión para alcanzar una sociedad más fraterna y justa

Queridos hermanos Si nos dejamos guiar por los dones del Espíritu, vamos a ser dóciles a sus inspiraciones. Sobre todo en nuestra interioridad, en la raíz de nuestra existencia, porque solo el Espíritu Santo nos transforma, nos hace sentir que estamos llenos de vida, para experimentar con todo nuestros ser la presencia del Señor, y la alegría de ser cristianos.

Se lo pedimos con confianza a la Santísima Virgen, que nos enseña con su vida y con sus obras a ser dóciles al Espíritu Santo.


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Martes, 10 de junio de 2014

Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (7 de junio de 2014) (AICA)

Pentecostés renueva nuestra relación con el Espíritu Santo


Mis amigos; hoy quiero hablarles de la solemnidad de Pentecostés, que celebramos este domingo. Pentecostés es la culminación del tiempo pascual.

No sé si ustedes recuerdan que otras veces les he dicho que la Pascua la celebra la Iglesia, desde la antigüedad, como un solo gran día, que dura cincuenta días. Desde el día de la Resurrección, el Domingo de Pascua, se suceden seis semanas hasta el jueves de la Ascensión. Ustedes dirán: ¿cómo el jueves si la Ascensión fue el domingo pasado? Pues no: antiguamente se celebraba, y hasta hace poco, se celebraba el jueves y en muchos lugares del mundo se continúa celebrando el jueves de la sexta semana de Pascua. Entonces, desde la resurrección de Jesús hasta la Fiesta de la Ascensión hay cuarenta días. En ese tiempo Jesús se manifestó a sus discípulos, se les apareció muchas veces y les dio pruebas de que estaba vivo. Después de la Ascensión quedan esos diez días hasta completar la cincuentena.

Jesús les había dicho que debían esperar hasta que recibieran al Espíritu Santo y lo definió así: la fuerza de lo alto, que los iba a preparar para la gran misión que les encomendaba, la evangelización del mundo entero y la creación de comunidades cristianas en todas las naciones.

El día de Pentecostés, como leemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles, el Espíritu Santo se manifestó de una manera visible a los Apóstoles que formaban corona alrededor de la Santísima Virgen María. ¿Y qué hizo el Espíritu Santo en ellos? Pues los llenó de su luz y de su fuerza, de tal modo que aquellos apóstoles, que habían huido cuando Jesús fue condenado y que eran pobres hombres como nosotros, quedaron transformados. Se lanzaron entonces a la evangelización del mundo.

Podemos leer, en el mismo libro de los Hechos de los Apóstoles, cómo han ido poco a poco desarrollando esa misión; cómo nació la Iglesia, ya que el Espíritu Santo es el que señala, en su venida, el nacimiento de la Iglesia. Jesús ya les había hablado, antes de su Pasión, acerca de cómo debían recibirlo y de lo que iba a hacer en ellos el Espíritu Santo. Además el Espíritu Santo iba a morar en cada uno. No solo en los doce apóstoles sino en cada uno de los que creyeran en Jesús.

Esta solemnidad de Pentecostés es una ayuda, es un aviso, para que nosotros contemos realmente en nuestra vida cristiana con la presencia y la acción del Espíritu Santo. Porque es algo que noto, y no es solo de ahora sino desde hace tiempo, que se ha ido como borroneando en la espiritualidad concreta de los fieles católicos la referencia del Espíritu Santo. Por lo general, a Jesús sí y al Padre también nos dirigimos. Si nos acordamos, cuando rezamos el Padre Nuestro nos estamos dirigiendo al Padre. Es verdad que Jesús se hizo hombre, podemos decir que su presencia es más concreta, que Él es más cercano a nosotros; cuando él partió y ya no lo vemos más con nuestros ojos, se quedó presente, de algún modo, e hizo presente al Padre, en la persona del Espíritu Santo.

Nosotros tenemos que recuperar esa relación con el Espíritu Santo, que es la Tercera Persona de la Trinidad, en nuestras oraciones, en nuestra orientación espiritual. Darnos cuenta de que, en realidad, cuando nos dirigimos a Dios usando ese nombre, que parece tan genérico, nos estamos refiriendo a los tres: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Eso es lo que el Espíritu Santo vino a enseñarles cabalmente a los Apóstoles y ellos comprendieron este misterio central de nuestra fe.

Que esta Solemnidad de Pentecostés no pase inadvertida. Por supuesto que la celebramos asistiendo a la Santa Misa pero debiéramos reflexionar sobre cuál es nuestra relación con el Espíritu Santo según la condición cristiana. No es que tengamos que pedirle al Espíritu Santo suerte para ganar la lotería, como sé que algunos hacen, o únicamente para salir de un problema concreto, o para que nos inspire en alguna circunstancia insignificante. No es eso. El Espíritu Santo es el que tiene que configurar nuestra vida de cristianos, tiene que darnos el pleno conocimiento de Cristo. Es él también quien nos recuerda que, según nuestra vocación, debemos aspirar a la santidad; es él quien nos ayuda para intentarlo.

Yo quería sobre todo subrayar este aspecto de la Solemnidad del Pentecostés para que no nos pase inadvertida.

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata


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Texto el micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT9 (7 de junio de 2014)

Pentecostés


La celebración de Pentecostés nos habla del origen de la Iglesia. Si bien es una comunidad de personas libres, no alcanzan las categorías sociológicas para definirla. Vive en la historia con ropaje humana, pero su fuente está en Dios. El alma de la Iglesia es el Espíritu Santo. Esta afirmación se apoya en las palabras y el testimonio de Jesucristo. Hablar de Cristo nos lleva a hablar de la Iglesia, ella no se entiende sin Él. El Concilio Vaticano II lo dice de un modo claro, cuando afirma que la Iglesia está constituida por un elemento humano y otro divino, y agrega: “Por esta profunda analogía (la Iglesia) se asimila al Misterio del Verbo Encarnado. Pues, así como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como órgano (instrumento) de salvación unido indisolublemente a Él, de modo semejante la unión social de la Iglesia sirve al Espíritu de Cristo, que la vivifica, para el incremento del cuerpo” (L. G. 8). Por ello la definimos como el primer sacramento que nos dejó Jesucristo.

La promesa de Jesucristo a los apóstoles de enviarles el Espíritu Santo se cumple en Pentecostés: “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (Hecho. 2, 4). Aquí comienza la Iglesia, ello significa que no nace de un acuerdo entre nosotros, no la fundamos, sino que la recibimos como un don que tiene su origen en Dios. Ella forma parte de su designio salvífico, a la que instituye Jesucristo y la anima el Espíritu Santo. Sacarla de este contexto es desvirtuarla. Esto no significa negar lo humano con su riqueza y sus limites, sino reconocer que su fundamento es Jesucristo y su fuerza el Espíritu Santo. Hay un prejuicio agnóstico, que al negar la posibilidad de lo trascendente por no ser manejable y comprobable, nos termina encerrando. La fe no niega lo humano y el alcance de la inteligencia, pero nos abre a una dimensión nueva que nos permite conocer la realidad en toda su profundidad. Uno de los dones del Espíritu Santo es, precisamente la sabiduría, que eleva nuestra inteligencia al plano de la fe.

A la Iglesia la recibimos como un don de Dios, por ello se nos presenta como una tarea que nos compromete. Así lo entendieron y vivieron los primeros cristianos a partir de Pentecostés. Este es el desafío permanente de todo cristiano. El Espíritu Santo, por otra parte, no nos viene a revelar nada nuevo, su tarea es interiorizar con su gracia el Evangelio de Jesucristo, hacerlo realidad en nuestras vidas. Esto les decía san Pablo a los Corintios: “ustedes son una carta que Cristo escribió por intermedio nuestro, no con tinta, sino con el Espíritu del Dios viviente, no en tablas de piedra, sino de carne, es decir, en los corazones” (2 Cor. 3, 3). ¡Qué linda imagen ser una carta de Cristo y cuánta responsabilidad! Cuando uno percibe que un cristiano, o la Iglesia, no tienen el entusiasmo por vivir y predicar lo que han recibido como don, puede pensar que se ha ido apagando la fuerza del Espíritu Santo. No somos robots del Evangelio, sino hombres libres animados por “el Espíritu de Dios viviente”. Si no cuidamos su presencia, la vida del cristiano será como aquella sal que pierde su sabor, ¿para qué sirve? (cfr. Mt, 5, 13) Dejamos de ser levadura en la masa. Pentecostés es don y tarea, realidad y desafío, presencia de lo nuevo y responsabilidad ante el mundo, alegría y sentido de la vida. ¡Ven Espíritu Santo, y llena de luz y de fuego el corazón de tus fieles!

Reciban de su obispo junto a mi afecto y oración, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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El papa Francisco rezó al mediodía del 8 de Junio de 2014 la oración del Regina Coeli desde la ventana de su estudio en el Vaticano. Desde allí se dirigió a los varios miles de fieles que le escuchaban en la Plaza de San Pedro. (Zenit.org)

“Queridos hermanos y hermanas, la fiesta de Pentecostés recuerda la efusión del Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en el cenáculo. Como en la Pascua, es un evento que sucedió durante la preexistente fiesta judía, y que conlleva un cumplimiento sorprendente”.

El libro de los Actos de los Apóstoles describe los signos y los frutos de esta extraordinaria efusión: el viento fuerte y las llamas de fuego; el miedo desaparece y deja lugar al coraje; las lenguas se desatan y todos entienden el anuncio. Donde llega el Espíritu de Dios, todo renace y se transfigura. El evento de Pentecostés indica el nacimiento de la Iglesia y su manifestación pública. Y nos impresionan dos aspectos: es una Iglesia que sorprende y desapunta.

Un elemento fundamental de Pentecostés es la sorpresa. Nuestro Dios es el Dios de las sorpresas, lo sabemos. Nadie se esperaba másnada de los discípulos: después de la muerte de Jesús eran un grupito insignificante, derrotados y huérfanos de su Maestro. En cambio se verifica un evento inesperado que suscita maravilla: la gente se queda turbada porque cada uno oía a los discípulos hablar en el propio idioma, contando las grandes obras de Dios.

La Iglesia que nace en Pentecostés es una comunidad que despierta estupor, porque con la fuerza que le viene de Dios, anuncia un mensaje nuevo --la resurrección de Cristo-- con un lenguaje nuevo: el universal del amor. (...)

Los discípulos son revestidos de la potencia del alto y hablan con coraje, pero pocos minutos antes eran cobardes, en cambio ahora hablan con coraje y franqueza, con la libertad del Espíritu Santo.

Así siempre la Iglesia está llamada a ser: capaz de sorprender anunciando a todos que Jesucristo ha vencido la muerte, que los brazos de Dios están siempre abiertos, que su paciencia está siempre allí esperándonos para curarnos y perdonarnos.

Justamente para realizar esta misión Jesús resucitado ha donado su Espíritu a la Iglesia. (...) Alguien en Jerusalén habría preferido que los discípulos de Jesús, bloqueados por el miedo se hubieran quedado cerrados en su casa para no crear desapunte. También hoy tantos quieren esto de los cristianos.

En cambio, el Señor resucitado los empuja hacia el mundo: “Como el Padre me ha enviado, también yo les envío a ustedes”. La Iglesia de Pentecostés es una Iglesia que no se resigna a ser inocua, demasiado destilada, como un elemento decorativo.

Es una Iglesia que no tiene dudas en salir hacia fuera, hacia la gente, para anunciar el mensaje que le ha sido confiado, mismo si ese mensaje molesta e inquieta las conciencias, nos trae problemas y también nos lleva al martirio.

Ella nace una y universal, con una idea precisa pero abierta, una Iglesia que abraza al mundo pero no lo captura, como la columnata de esta plaza: dos brazos que se abren para acoger, pero no se cierran para retener. Los cristianos somos libres y la Iglesia nos quiere libres.

Nos dirigimos a la Virgen María, que en esa mañana de Pentecostés estaba en el Cenáculo, la Madre estaba con los hijos junto a los discípulos. En ella la fuerza del Espíritu Santo cumplió realmente “grandes cosas”.

Ella la Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, nos obtenga con su intercesión una renovada efusión del Espíritu de Dios en la Iglesia y en el mundo”.

Regina Coeli...

En los saludos finales, además de agradecer las oraciones por el encuentro por la paz en el Vaticano con los presidentes de Israel y Palestina, saludó a diversos grupos presentes, como los estudiantes de la diócesis española de Valencia.

Y concluyó deseando a todos “una buona domenica”, pidió “recen por mi; “buon pranzo y arrivederci”.


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Texto completo de la homilía del papa Francisco el día de Pentecostés 08 de junio de 2014 (Zenit.org)

“Todos fueron colmados por el Espíritu Santo”.

Hablándole a los apóstoles en la Última Cena, Jesús dijo que después de su partida de este mundo les habría enviado a ellos el don del Padre, o sea el Espíritu Santo. Esta promesa se realiza con potencia en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos reunidos en el Cenáculo. Aquella efusión, además de extraordinaria, no se quedó única y limitada a aquel momento, pero es un evento que se ha renovado y todavía se renueva. Cristo glorificado a la derecha del Padre sigue realizando su promesa, enviando en la Iglesia el Espíritu Vivificante, que enseña, nos recuerda y nos hace hablar.

El Espíritu Santo nos enseña: es el Maestro interior. Nos guía por el camino justo, a través las situaciones de la vida. Él nos enseña el camino, la vía. En los primeros tiempos de la Iglesia, el Cristianismo era llamado “el camino” y Jesús mismo es la vía.

El Espíritu Santo nos enseña a seguirlo, a caminar en sus huellas. Más que un maestro de doctrina, Espíritu es un maestro de via. Y de la vida hace parte también el saber, el conocer, pero dentro del horizonte más amplio y armónico de la existencia cristiana.

El Espíritu Santo nos recuerda todo lo que Jesús ha dicho. Es la memoria viviente de la Iglesia. Y mientras nos hace recordar, nos hace entender las palabras del Señor.

Este recordar en el Espíritu y gracias al Espíritu, no se reduce a un hecho recordativo, es un aspecto esencial de la presencia de Cristo en nosotros y en la Iglesia. El Espíritu de verdad y de caridad nos recuerda todo lo que Jesús nos ha dicho, nos hace entrar siempre más plenamente en el sentido de sus palabras.

Todos nosotros hemos tenido esta experiencia, un momento, alguna situación en la que nos viene otra [inspiración], y se relaciona con una frase de la Escritura. Es el Espíritu que nos hace realizar este camino, el camino de la memoria viviente de la Iglesia.

Esto nos pide una respuesta: más nuestra respuesta es generosa, más las palabras de Jesús se vuelven en nosotros vida, y se vuelve actitudes, gestos, testimonio. En sustancia el Espíritu nos recuerda el mandamiento del amor y nos llama a vivirlo.

Un cristiano sin memoria no es un verdadero cristiano: es un hombre o una mujer prisionera del momento, que no sabe hacer tesoro de su historia, no sabe leerla y vivirla como historia de salvación.

En cambio con la ayuda del Espíritu Santo, podemos interpretar la inspiración interior y los hechos de la vida a la luz de las palabras de Jesús. Y así crece en nosotros la sapiencia de la memoria, la sapiencia del corazón, que es un don del Espíritu. Que el espíritu santo reviva en nosotros la memoria cristiana.

En ese día con los apóstoles estaba la mujer de la memoria, aquella que en el inicio meditaba todas estas cosas en su corazón. Era María nuestra madre, que Ella nos ayuda en este camino de la memoria.

Y el Espíritu Santo nos enseña, nos recuerda --es otro aspecto-- nos hace hablar, con Dios y con los hombres. No hay cristianos mudos, mudos de alma, no hay lugar para esto.

Nos hace hablar con Dios en la oración. La oración es un don que recibimos gratuitamente; es diálogo con Él en el Espíritu Santo, que reza en nosotros y nos permite de dirigirnos a Dios llamándolo Padre, Abbá. Y esto no es solamente un modo de decir, pero es la realidad: nosotros somos realmente hijos de Dios. 'De hecho todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los hijos de Dios'.

Nos hace hablar en el acto de fe. Nadie de nosotros puede decir: 'Jesús es el Señor', lo hemos escuchado hoy, sin el Espíritu Santo.

Y el Espíritu nos hace hablar con los hombres en diálogo fraterno. Nos ayuda a hablar con los otros reconociendo en ellos a los hermanos y hermanas; a hablar con amistad, con ternura, con mansedumbre, entendiendo las angustias y las esperanzas, las tristezas y las alegrías de los otros.

Además el Espíritu Santo nos hace hablar también a los hombres en el profecía, o sea, haciéndolos 'canales' humildes y dóciles de la Palabra del Señor. La profecía es hecha con franqueza para mostrar abiertamente las contradicciones y las injusticias, pero siempre con mansedumbre e intención constructiva. Penetrados por el Espíritu de amor, podemos ser signos e instrumentos de Dios que ama, que sirve, que dona la vida.

Recapitulando: el Espíritu Santo nos enseña la vía; nos recuerda y nos explica las palabras de Jesús; nos hace rezar y decir Padre Dios; nos lleva a hablar a los hombres a través del diálogo fraterno y nos hace hablar en la profecía.

El día de Pentecostés, cuando los discípulos “fueron colmados por el Espíritu Santo” fue el bautismo de la Iglesia, que nació 'en salida', para anunciar a todos la Buena Noticia.

La Madre Iglesia que parte para servir. Recordemos a esta nuestra otra Madre, que partió con rapidez, para servir; la Madre Iglesia y la Madre María, las dos vírgenes, Madres. Las dos, mujeres.

Jesús había sido perentorio con los apóstoles: no tenían que alejarse de Jerusalén antes de haber recibido desde lo alto la fuerza del Espíritu Santo. Sin Él no hay misión, no hay evangelización. Por esto con toda la Iglesia, con nuestra Madre Iglesia católica invocamos, ¡Ven Espíritu Creador!


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Lunes, 09 de junio de 2014

Texto de las palabras del Papa Francisco en el encuentro interreligioso por la paz, 08 de junio de 2014 (Zenit.org)

 

Señores presidentes

Los saludo con gran alegría, y deseo ofrecerles, a ustedes y a las distinguidas Delegaciones que les acompañan, la misma bienvenida calurosa que me han deparado en mi reciente peregrinación a Tierra Santa.

Gracias desde el fondo de mi corazón por haber aceptado mi invitación a venir aquí para implorar de Dios, juntos, el don de la paz. Espero que este encuentro sea el comienzo de un camino nuevo en busca de lo que une, para superar lo que divide.

Y gracias a Vuestra Santidad, venerado hermano Bartolomé, por estar aquí conmigo para recibir a estos ilustres huéspedes. Su participación es un gran don, un valioso apoyo, y es testimonio de la senda que, como cristianos, estamos siguiendo hacia la plena unidad.

Su presencia, señores presidentes, es un gran signo de fraternidad, que hacen como hijos de Abraham, y expresión concreta de confianza en Dios, Señor de la historia, que hoy nos mira como hermanos uno de otro, y desea conducirnos por sus vías.

Este encuentro nuestro para invocar la paz en Tierra Santa, en Medio Oriente y en todo el mundo, está acompañado por la oración de tantas personas, de diferentes culturas, naciones, lenguas y religiones: personas que han rezado por este encuentro y que ahora están unidos a nosotros en la misma invocación. Es un encuentro que responde al deseo ardiente de cuantos anhelan la paz, y sueñan con un mundo donde hombres y mujeres puedan vivir como hermanos y no como adversarios o enemigos.

Señores presidentes, el mundo es un legado que hemos recibido de nuestros antepasados, pero también un préstamo de nuestros hijos: hijos que están cansados y agotados por los conflictos y con ganas de llegar a los albores de la paz; hijos que nos piden derribar los muros de la enemistad y tomar el camino del diálogo y de la paz, para que triunfen el amor y la amistad.

Muchos, demasiados de estos hijos han caído víctimas inocentes de la guerra y de la violencia, plantas arrancadas en plena floración. Es deber nuestro lograr que su sacrificio no sea en vano. Que su memoria nos infunda el valor de la paz, la fuerza de perseverar en el diálogo a toda costa, la paciencia para tejer día tras día el entramado cada vez más robusto de una convivencia respetuosa y pacífica, para gloria de Dios y el bien de todos.

Para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra. Se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez. Para todo esto se necesita valor, una gran fuerza de ánimo.

La historia nos enseña que nuestras fuerzas por sí solas no son suficientes. Más de una vez hemos estado cerca de la paz, pero el maligno, por diversos medios, ha conseguido impedirla. Por eso estamos aquí, porque sabemos y creemos que necesitamos la ayuda de Dios. No renunciamos a nuestras responsabilidades, pero invocamos a Dios como un acto de suprema responsabilidad, de cara a nuestras conciencias y de frente a nuestros pueblos. Hemos escuchado una llamada, y debemos responder: la llamada a romper la espiral del odio y la violencia; a doblegarla con una sola palabra: «hermano». Pero para decir esta palabra, todos debemos levantar la mirada al cielo, y reconocernos hijos de un mismo Padre.

A él me dirijo yo, en el Espíritu de Jesucristo, pidiendo la intercesión de la Virgen María, hija de Tierra Santa y Madre nuestra. Señor, Dios de paz, escucha nuestra súplica.

Hemos intentado muchas veces y durante muchos años resolver nuestros conflictos con nuestras fuerzas, y también con nuestras armas; tantos momentos de hostilidad y de oscuridad; tanta sangre derramada; tantas vidas destrozadas; tantas esperanzas abatidas... Pero nuestros esfuerzos han sido en vano. Ahora, Señor, ayúdanos tú. Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la paz. Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía para decir: «¡Nunca más la guerra»; «con la guerra, todo queda destruido». Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz.

Señor, Dios de Abraham y los Profetas, Dios amor que nos has creado y nos llamas a vivir como hermanos, danos la fuerza para ser cada día artesanos de la paz; danos la capacidad de mirar con benevolencia a todos los hermanos que encontramos en nuestro camino. Haznos disponibles para escuchar el clamor de nuestros ciudadanos que nos piden transformar nuestras armas en instrumentos de paz, nuestros temores en confianza y nuestras tensiones en perdón. Mantén encendida en nosotros la llama de la esperanza para tomar con paciente perseverancia opciones de diálogo y reconciliación, para que finalmente triunfe la paz.

Y que sean desterradas del corazón de todo hombre estas palabras: división, odio, guerra. Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los corazones y las mentes, para que la palabra que nos lleva al encuentro sea siempre «hermano», y el estilo de nuestra vida se convierta en shalom, paz, salam. Amén.


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Reflexiones del obispo de San Cristobal de las Casas, Felipe Arizmendi  (Zenit.org)

El celibato no es un dogma

Por Felipe Arizmendi Esquivel

VER

En su viaje de regreso de Tierra Santa, el Papa Francisco afirmó, en respuesta a una pregunta de los periodistas, que “el celibato no es un dogma de fe”. Lo cual no es novedad; siempre así se ha dicho. Sin embargo, de inmediato se soltaron las especulaciones. Ignorantes o perversos, dijeron que el Papa ya había abierto la puerta para eliminar el celibato sacerdotal, lo cual es absolutamente falso.

Alguien afirma que “en la sociedad moderna hay una creciente corriente que pide el fin obligatorio del celibato sacerdotal, porque atenta contra la naturaleza humana”. Por otra parte, se difundió una carta al Papa, escrita por unas mujeres europeas que en forma indebida conviven maritalmente con sacerdotes, pidiéndole que cambie esta disciplina de la Iglesia, porque, dicen, “un hombre obligado al celibato es algo que va contra natura. Si se permitiera que los sacerdotes que así lo deseen puedan casarse, se acabaría con muchos sufrimientos y se haría un gran bien a la Iglesia”. Se ve que hablan por interés propio, no por el bien de la Iglesia, pues la mayoría de los fieles valora mucho que sus sacerdotes sean célibes, totalmente consagrados a Dios y a la comunidad.

PENSAR

Jesucristo decidió no casarse, para estar íntegramente consagrado a su misión salvadora. No puso como condición a sus apóstoles que fueran célibes, aunque éstos lo dejaron todo y lo siguieron, para entregarse de lleno a sus tareas apostólicas. En la Iglesia de los primeros siglos, había sacerdotes casados, y los hay, hasta el presente, en el rito oriental católico. Sacerdotes anglicanos convertidos al catolicismo que eran casados, así permanecen.

Dijo el Papa: “La Iglesia católica tiene sacerdotes casados. Los católicos griegos, los católicos coptos. Hay sacerdotes casados en el rito oriental. Porque el celibato no es un dogma de fe: es una regla de vida que yo aprecio tanto y creo que es un don para la Iglesia. No siendo un dogma de fe, está siempre la puerta abierta: en este momento no hemos hablado de esto, como programa, al menos en este tiempo. Tenemos cosas más fuertes que emprender”. Es decir, este asunto se puede discutir, pues no es una verdad definitiva de nuestra fe, como son los dogmas. Pero no pienso que en la intención del Papa esté cambiar la normatividad actual.

El Espíritu Santo ha iluminado a su Iglesia no para imponer el celibato a los sacerdotes, pues eso sí sería contra la naturaleza humana, sino para preferir las ventajas de poner como requisito para ser sacerdote el permanecer célibe toda la vida. A nadie se le obliga; es una decisión personal. Si alguien no quiere, o no es capaz, no se le acepta para el sacerdocio, pues la Iglesia quiere hombres que, con un corazón indiviso, se consagren íntegros a esta bella vocación.

Yo soy muy feliz, porque decidí permanecer célibe toda mi vida. Lo decidí libre y conscientemente. Quise consagrar toda mi integridad a Dios y a su Pueblo. No me arrepiento de ello, sino todo lo contrario, pues ha sido fuente de inagotable fecundidad pastoral. No me siento fracasado o disminuido, sino plenamente realizado, generador de mucha vida, padre espiritual de miles de personas, libre para servir donde Dios me llame, disponible para las encomiendas que se me hagan, sin ataduras; en una palabra, me siento muy fecundo, con un corazón abierto para amar, sobre todo a quienes no son amados. Por ello, quisiera que muchos jóvenes descubrieran la belleza de este camino celibatario, cuando se asume por amor. Quien diga que el celibato va contra la naturaleza humana, tiene su mente muy embotada por la carne y por los criterios de este mundo; no sabe lo que dice. Que nos lo pregunten a quienes lo vivimos gozosamente, no a quienes han traicionado su compromiso, pues éstos quisieran justificar sus infidelidades. Es como si les preguntaran a esposos infieles si es normal la infidelidad, responderían afirmativamente; pero ellos no son criterio de verdad y de bien.

ACTUAR

Ayudemos a nuestros sacerdotes a vivir con gozo su consagración. Agradezcamos su generosidad. Animemos a los seminaristas a asumir este estilo de vida. Oremos por su fidelidad.


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S?bado, 07 de junio de 2014

El fuego del Espíritu  por Mons. Enrique Díaz Diaz  (Zenit.org)

Domingo de Pentecostés

SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 05 de junio de 2014-  

Hechos de los Apóstoles 2, 1-11: “Todos quedaron llenos del Espíritu y empezaron a hablar”

Salmo 103: “Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra. Aleluya”.

I Corintios 12, 3-7. 12-13: “Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo”

San Juan 20, 19-23: “Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo: Reciban el Espíritu Santo”


Es una misa muy especial. La mayoría de los fieles lo saben, pero no faltan algunos despistados que por primera vez se acercan a esta celebración dominical y quedan sorprendidos. El altar no se coloca en el presbiterio, sino a ras de piso, a la altura de toda la gente. De repente se hace silencio y descubrimos lo más impresionante: quien preside es un sacerdote en silla de ruedas, vencido por la enfermedad, sin sus piernas, pero con una alegría y un espíritu que contagian a todos los presentes. Escucho un pequeño susurro muy cerca de mí: “Se le acabarán las fuerzas, pero no se le acaba el espíritu. ¡Cómo quisiera que muchos padrecitos y muchos fieles tuvieran ese coraje y ese entusiasmo para vivir y predicar el Evangelio!”. Y llegan a mi memoria las palabras del Papa Francisco:“Cuando se dice que algo tiene ‘espíritu’, esto suele indicar unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria. ¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa! Pero sé que ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu”.

El cristiano no puede vivir de forma pasiva, mediocre o indiferente. El cristiano lleva en su interior fuego y tiene que gritar con todas sus fuerzas la Buena Nueva que le quema en su interior. La fiesta de Pentecostés se presenta como una explosión de vida y de dinamismo. Si leemos con atención los textos que se nos proponen, nos sentiremos como sacudidos por un fuerte vendaval. El Espíritu irrumpe con la fuerza de un viento huracanado que todo lo penetra, que todo lo invade. No queda resquicio que escape a su fuerza. Es presentado también como un fuego que todo lo devora, que quema, que transforma, que aniquila pero que también da una vida exuberante. Así, transforma a aquellos discípulos temerosos, indecisos y cobardes, en valientes misioneros. Desafiando autoridades, superando dificultades y divisiones, se convierten en ardientes apóstoles, pregoneros de la Resurrección de Jesús, ante la admiración de propios y extraños. ¡Qué diferencia con nuestra Iglesia actual! Pareceríamos conformistas, adormilados y encasillados en la rutina y la indiferencia. La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres y del Evangelio. Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Necesitamos vivir este nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza. Necesitamos dejar entrar al Espíritu en nuestros corazones para que los renueve y les dé vida.

El Papa en días pasados recordaba un viejo dicho campesino: Dios siempre perdona; el hombre a veces perdona; la naturaleza nunca perdona. Hacía alusión a la salvaje destrucción que hacemos de la naturaleza. La renovación que ahora necesitamos es interior y exterior. También la naturaleza se manifiesta como expresión de esta necesidad. “Envía, Señor tu Espíritu, a renovar la tierra”, la respuesta que damos al salmo103, es como una súplica al contemplar nuestra pobre naturaleza. Es una urgencia tomar conciencia de que cada vez que desperdiciamos agua, que lanzamos basura, que utilizamos mal la energía, que producimos contaminantes, estamos destruyendo la casa de todos. Es urgente que, junto con la súplica que hacemos al Espíritu Santo de renovar la faz de la tierra, nos comprometamos en el cuidado de la naturaleza. Es pecado social su destrucción, necesitamos empeñarnos seriamente en su cuidado, no permitamos que nuestro mundo sea una tierra cada vez más degradada y degradante. Las desconcertantes lluvias, los impredecibles calores, el desequilibrio del clima, no son casuales. Son fruto de la irresponsabilidad y destrucción egoísta del hombre. ¡Necesitamos revertir esta situación! La naturaleza es el regalo de Dios, es la casa de todos y todos necesitamos cuidarla, protegerla y reconstruirla.

Pero una renovación exterior implica una renovación interior; implica dejar actuar el Espíritu en nosotros. Es urgente una renovación interior del hombre y de la humanidad. Así como está degradada y erosionada la naturaleza, así se ha degradado y erosionado el corazón del hombre. Urge una renovación, una revitalización y dar una nueva armonía al corazón del hombre. No es casualidad que la venida del Espíritu Santo se manifieste como un fuego que purifica y dinamiza, cuya presencia provoca entendimiento y unidad entre los más diversos pueblos. Urge la unidad interior del hombre y también la unidad y entendimiento entre los pueblos. San Pablo insiste a los cristianos de Corinto que es posible vivir en unidad siendo diversos, que los diferentes carismas y actividades lejos de ser factor de división, pueden ser enriquecimiento mutuo, todo provocado por el Espíritu Santo y nos asegura que “en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”. A partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta de inmediato fecundas irrupciones del Espíritu, vitalidad divina que se expresa en diversos dones y carismas. ¿Tenemos esta conciencia de responsabilidad social y eclesial? ¿Estamos fomentando, con nuestros dones, la unidad y la fraternidad?

Pentecostés es día de presencia del Espíritu y día de oración. Nuestra oración se convierta en un fuerte grito suplicando su venida en medio de nosotros. No podemos seguir viviendo cómodos y estancados. Necesitamos este Espíritu que nos lanza y dinamiza y que al mismo tiempo nos otorga una armonía y serenidad interior. Así dice el himno de la secuencia que el Espíritu es “fuente de todo consuelo… pausa en el trabajo, brisa en un clima de fuego; consuelo en medio del llanto”. Que realmente abramos nuestro corazón a la presencia y acción del Espíritu en nuestro corazón, en nuestra familia y en nuestra Iglesia. También para nosotros son las palabras de Jesús: “Reciban al Espíritu Santo”.

Espíritu Santo, lava nuestras inmundicias, fecunda nuestros desiertos y cura nuestras heridas. Doblega nuestra soberbia, calienta nuestra frialdad y endereza nuestras sendas. Ven, Espíritu Santo. Amén


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Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)

Solemnidad de Pentecostés - Ciclo A - Textos: Hechos 2, 1-11; 1Co 12, 3-7.12-13; Jn 20, 19-23

Idea principal: la acción visible del Espíritu Santo en la Iglesia, a través de un viento estruendoso, un fuego y unas lenguas (primera lectura).

Resumen del mensaje: en el sexto domingo de Pascua vimos la acción invisible del Espíritu Santo en el alma de cada uno de nosotros: es nuestro Consolador o Paráclito. Hoy, Pentecostés, la liturgia resalta la acción visible del Espíritu Santo en la Iglesia. El Espíritu Santo convierte a la Iglesia en misionera y católica, cuyos efectos son: viento que lleva el polen divino, fuego que quema con la caridad cuanto toca y lengua para llevar el mensaje de Cristo.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, el Espíritu Santo hoy se manifiesta como viento, como soplo vivificador. El Espíritu Santo es como el alma de la Iglesia, que infunde santidad y estabilidad, a pesar de todos los pecados y miserias de sus integrantes. Es soplo que barre toda escoria para dejar en cada corazón el aroma del cielo. Si la Iglesia fuese solamente una institución humana, hace tiempo que se hubiera corrompido y desaparecido totalmente; como sucedió a tantas empresas e imperios humanos. La Iglesia, a pesar de retrocesos, contramarchas y crisis terribles, permanece siempre con el aroma de lo esencial, pues el Espíritu es soplo que limpia y purifica. Y ese aroma es transmitido como polen divino que fecundará todas las culturas con el amor de Cristo.

En segundo lugar, el Espíritu Santo también se manifiesta como fuego. Ese viento se convierte también en fuego que nos arde por dentro y nos lleva a salir fuera a todas las periferias existenciales, como diría el Papa Francisco, para incendiar este mundo con la palabra del Evangelio. En Pentecostés nace la Iglesia misionera y ardorosa, lanzada a llevar el calor divino a todos los lugares del mundo. Siempre tendremos la tentación de volver al Cenáculo y a cerrar la puerta, especialmente cuando fuera soplan vientos de contradicción. Solamente el Espíritu nos dará fuerza para vencer esos miedos y parálisis, como hizo con los primeros apóstoles, que de apocados y miedosos, los convirtió en intrépidos y audaces mensajeros de la Buena Nueva, que llevaron con ardor misionero el mensaje de salvación de Jesús.

Finalmente, el Espíritu Santo se manifiesta como lengua. Lengua, no lenguas, como pasó en la Babel soberbia del Génesis donde nadie se entendía. La lengua del Espíritu Santo es una: la caridad, que nos une a todos en un mismo corazón y una misma alma. Y con esa lengua, la caridad, formamos un solo cuerpo en Cristo por el Espíritu (segunda lectura); y con esa lengua podemos hacernos entender por todas partes, como sucedió a los apóstoles, y llevar a todo el mundo el mensaje del amor y perdón traído por Cristo a este mundo (primera lectura y evangelio). Lo que destruye esta lengua del Espíritu son los mil dialectos ideológicos que a veces queremos hablar en las relaciones con los demás para defender nuestro egoísmo, nuestros intereses y nuestras ambiciones. En el Cenáculo, donde el Espíritu Santo es infundido, las diferencias y las divisiones son superadas. La verdadera unidad sólo proviene de Dios Espíritu que es principio de cohesión (segunda lectura).

Para reflexionar: ¿Dejaré la puerta y las ventanas abiertas de mi ser para que entre el viento y el fuego del Espíritu Santo en este Pentecostés para después contagiarlo a mi alrededor con mi lengua y conducta? ¿Experimento en mí otros vientos y fuegos que quieren destruirme y devorar mi vida de gracia y mi amor a Cristo? ¿Hablo la lenguadel Espíritu Santo que es la caridad o tengo otros dialectos ideológicos?

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Viernes, 06 de junio de 2014

Reflexión a las lecturas del domingo de la solemnidad de Pentecostés - A ofrecida por el scerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe " ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo de Pentecostés A

Por fin hemos llegado a Pentecostés. De este modo, llega a su plenitud, a su punto culminante, el clima festivo y alegre que compartimos los cincuenta días de Pascua. Por eso se llama Pentecostés, cincuenta días.

Dice el catecismo: “¿Qué celebramos el Domingo de Pentecostés? “El Domingo de Pentecostés celebramos que Jesús ha enviado el Espíritu Santo sobre los apóstoles y continúa enviándolo sobre nosotros”.

Se trata de dos realidades distintas: La venida del Espíritu Santo a los discípulos el día de Pentecostés y la venida del Espíritu del Señor a cada cristiano.

Del Espíritu Santo ya decíamos algo el domingo 6º de Pascua, pero este domingo todo nos habla del Espíritu. La primera lectura nos narra el acontecimiento de Pentecostés: La casa, los discípulos, el viento recio, las lenguas de fuego, el asombro de todos los que les escuchan hablando en lenguas extranjeras, la gran transformación de los apóstoles, la explicación de S. Pedro… ¡Es todo muy hermoso!

Ya Jesús les había advertido: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra”. (Hch 1, 8). Y dicen los especialistas que el Libro de los Hechos, el llamado “Evangelio del Espíritu Santo”, es la narración del cumplimiento de estas palabras del Señor: Comienza en Jerusalén… Luego en toda Judea y Samaria, hasta que se llega a Roma, la capital de un Imperio enorme que llegaba hasta España.

Pero los apóstoles no recibieron sólo el Espíritu Santo, sino también la misión de transmitirlo a cada cristiano. ¡Y con cuánto interés procuraban hacerlo! Cada uno, en efecto,  necesita “su pentecostés”, que haga posible su existencia cristiana en su ser y en su hacer. Y nuestro pentecostés es el sacramento de la Confirmación. Algo decía ya el otro día, cuando hablaba de la primera Confirmación que conocemos, la de Samaría. (Hch 8, 14-16). Y de eso se trata: Los obispos, sucesores de los apóstoles, por la oración, la imposición de las manos y la unción con el santo crisma,  nos dan el Espíritu Santo. Parece muy hermoso y acertado que todos los años en la Catedral se administre el Sacramento de la Confirmación el día de Pentecostés.

Y, además, ¿qué un ser humano sin espíritu? Un cadáver. Se dice “expiró”, es decir, exhaló el espíritu. Pues eso es un ser humano sin el Bautismo, que lo infunde de un modo inicial y sin la Confirmación que lo infunde en plenitud: Un cadáver en el ser y en el hacer cristiano. Nos lo recuerda S. Pablo en la segunda lectura de hoy: “Nadie puede decir Jesús es Señor si no es bajo la acción del Espíritu Santo”. Y el Evangelio nos presenta a Jesucristo transmitiendo a los discípulos el Don del Espíritu al anochecer  del mismo día de la Resurrección. ¿Tenía prisa el Señor?  Es La necesidad y la novedad del Espíritu Santo, el fruto más importante de la Pascua, fuente y garantía de todos los demás.

¡Jesucristo Resucitado se convierte, pues, en el “dador” del Espíritu! En el Evangelio de la Misa de la Vigilia, nos dice S. Juan: “Todavía  no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado”. (Jn 7,39).

La Iglesia es consciente de la gran diferencia que existe entre los apóstoles y nosotros en la forma, sobre todo externa, de recibir el Espíritu del Señor. Por eso en la oración colecta de la Misa decimos: “… Y no dejes de realizar hoy en el corazón de tus fieles aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica”. 

Para eso nos hemos venido preparando: Para acoger una nueva efusión del Espíritu del Señor en nosotros mismos, en la Iglesia y en el Universo entero. Especialmente, renovando aquel Don del Espíritu, que recibimos en el Bautismo y, sobre todo, en la Confirmación.

Una última reflexión: Los judíos este día de Pentecostés celebraban la “Fiesta de las Cosechas” y recordaban el día en que Moisés recibió del Señor las Tablas de la Ley, los mandatos  del Señor. Es hermoso contemplar la gran fiesta cristiana desde esta perspectiva: Viene el Espíritu Santo para hacer posible que los “frutos” de la Redención comiencen a cosecharse en el mundo entero. Y para que la “Ley Nueva”, la de la libertad, la de la vida según el Espíritu, comience a abrirse paso en toda la tierra. Por todo ello, nos viene bien celebrar este día la Jornada de la Acción Católica y del Apostolado Seglar.

FELIZ DOMINGO!


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DOMINGO DE PENTECOSTÉS 

MONICIONES

 

PRIMERA LECTURA

Escuchemos ahora, con espíritu de fe y devoción, la narración de la Venida del Espíritu Santo y el impacto que produce en Jerusalén. Y pidamos al Señor que “no deje de realizar hoy, en el corazón de sus fieles, aquellas mismas maravillas que obró en los comienzos de la predicación evangélica”.

 

SALMO

          Uniéndonos a las palabras del salmo, pidamos al Señor que envíe sobre nosotros, sobre la Iglesia y sobre el mundo, el don de su Espíritu.

 

SEGUNDA LECTURA

La segunda lectura nos presenta unas enseñanzas de S. Pablo sobre la acción del Espíritu Santo en nosotros y en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, que tiene variedad de ministerio pero una única misión: Anunciar la Redención de Cristo a todos los pueblos, en todos los tiempos hasta su Vuelta.         

 

SECUENCIA

          Leemos hoy, antes de escuchar el Evangelio, una antigua plegaria al Espíritu Santo -la Secuencia-. Unámonos a ella desde el fondo de nuestro corazón, pidiéndole al Espíritu Santo que venga a nosotros, nos renueve y nos acompañe.

 

EVANGELIO

          En el Evangelio se nos narra la primera aparición de Jesucristo Resucitado a los discípulos, su envío al mundo y la donación del Espíritu Santo.

Aclamemos al Señor con el canto del aleluya.

 

COMUNION

"Nadie puede decir Jesús es Señor si no es bajo la acción del Espíritu Santo", hemos escuchado en la segunda lectura. Realmente, sin Él no podemos ser ni hacer nada.

          Pidamos a Jesucristo que renueve en nuestro interior el don de su Espíritu para que sostenga y acreciente nuestra fe en su presencia en la Eucaristía, nos impulse a recibirle con frecuencia y debidamente preparados en la Comunión y a dar el fruto que exige la recepción de este Sacramento.

 


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Jueves, 05 de junio de 2014

Reflexión de José Antonio Pagola  al evangelio de la solemnidad de Pentecostés - A

VIVIR A DIOS DESDE DENTRO

        Hace algunos años, el gran teólogo alemán, Karl Rahner, se atrevía a afirmar que el principal y más urgente problema de la Iglesia de nuestros tiempos es su “mediocridad espiritual”. Estas eran sus palabras: el verdadero problema de la Iglesia es “seguir tirando con una resignación y un tedio cada vez mayores por los caminos habituales de una mediocridad espiritual”.

        El problema no ha hecho sino agravarse estas últimas décadas. De poco han servido los intentos de reforzar las instituciones, salvaguardar la liturgia o vigilar la ortodoxia. En el corazón de muchos cristianos se está apagando la experiencia interior de Dios.

        La sociedad moderna ha apostado por “lo exterior”. Todo nos invita a vivir desde fuera. Todo nos presiona para movernos con prisa, sin apenas detenernos en nada ni en nadie. La paz ya no encuentra resquicios para penetrar hasta nuestro corazón. Vivimos casi siempre en la corteza de la vida. Se nos está olvidando lo que es saborear la vida desde dentro. Para ser humana, a nuestra vida le falta una dimensión esencial: la interioridad.

        Es triste observar que tampoco en las comunidades cristianas sabemos cuidar y promover la vida interior. Muchos no saben lo que es el silencio del corazón, no se enseña a vivir la fe desde dentro. Privados de experiencia interior, sobrevivimos olvidando nuestra alma: escuchando palabras con los oídos y pronunciando oraciones con los labios, mientras nuestro corazón está ausente.

        En la Iglesia se habla mucho de Dios, pero, ¿dónde y cuándo escuchamos los creyentes la presencia callada de Dios en lo más hondo del corazón? ¿Dónde y cuándo acogemos el Espíritu del Resucitado en nuestro interior? ¿ Cuándo vivimos en comunión con el Misterio de Dios desde dentro?

        Acoger al Espíritu de Dios quiere decir dejar de hablar solo con un Dios al que casi siempre colocamos lejos y fuera de nosotros, y aprender a escucharlo en el silencio del corazón. Dejar de pensar a Dios solo con la cabeza, y aprender a percibirlo en los más íntimo de nuestro ser.

        Esta experiencia interior de Dios, real y concreta, transforma nuestra fe. Uno se sorprende de cómo ha podido vivir sin descubrirla antes. Ahora sabe por qué es posible creer incluso en una cultura secularizada. Ahora conoce una alegría interior nueva y diferente. Me parece muy difícil mantener por mucho tiempo la fe en Dios en medio de la agitación y frivolidad de la vida moderna, sin conocer, aunque sea de manera humilde y sencilla, alguna experiencia  interior del Misterio de Dios.

José Antonio Pagola

8 de junio de 2014
Pentecostés(A)


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Texto completo de la catequesis del papa Francisco en la audiencia del día 4 de junio de 2014.  (Zenit.org)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buen día!

Hoy queremos detenernos sobre un don del Espíritu Santo que tantas veces es entendido mal o considerado de manera superficial, y que en cambio toca el corazón de nuestra identidad y de nuestra vida cristiana: se trata del don de la piedad.

Es necesario aclarar enseguida que este don no se identifica con tener compasión de alguien, o tener piedad del prójimo, pero indica nuestra pertenencia a Dios y nuestra relación profunda con Él, una relación que da sentido a toda nuestra vida y que nos mantiene firmes, en comunión con Él, también en los momentos más difíciles y complicados.

Esta relación con el Señor no se debe entender como un deber o una imposición, es una relación que viene desde adentro.

Se trata en de una relación vivida con el corazón: es nuestra amistad con Dios, que nos la dona Jesús, una amistad que cambia nuestra vida y nos llena de entusiasmo y de alegría. Por este motivo, el don de la piedad despierta en nosotros sobre todo la gratitud y la alabanza.

Este es de hecho el sentido más auténtico de nuestro culto y de nuestra adoración. Cuando el Espíritu Santo nos hace percibir la presencia del Señor y todo su amor por nosotros, nos calienta el corazón y nos mueve casi naturalmente a la oración y a la celebración. Piedad, por lo tanto es sinónimo de auténtico espíritu religioso, de confianza filial con Dios, de aquella capacidad de rezarle con amor y simplicidad que es propio de las personas humildes de corazón.

Si el don de la piedad nos hace crecer en la relación y en la comunión con Dios y nos lleva a vivir como hijos suyos, al mismo tiempo nos ayuda a derramar este amor también sobre los otros y a reconocerlos como hermanos. Y entonces sí, que seremos movidos por sentimientos no de 'piadosidad' -no de falsa piedad- hacia quienes tenemos a nuestro lado y a quienes encontramos cada día.

Y digo no de 'piadosidad', porque algunos piensan que tener piedad es cerrar los ojos poner cara de imagencita, hacer teatro de ser como un santo, como lo dice un refán en piamontés:(...)

Seremos capaces de alegrarnos con quien está en la alegría, de llorar con quien llora, de estar cerca de quien está solo y angustiado, de corregir a quien está en el error, de consolar a quien está afligido, de acoger y socorrer a quien está en la necesidad.

Hay na relación entre el don de la piedad y la mitezza el don de la piedad que nos da el Espíritu Santo, hace mansos

Queridos amigos, en la carta a los Romanos el apóstol Pablo afirma: “Todos aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para caer en el miedo, pero han recibido el Espíritu que les vuelve hijos adoptivos, por medio de quien gritamos: “¡Abbá, Padre!”. Pidamos al Señor que el don de su Espíritu puede vencer nuestro temor y nuestras incertezas, y también a nuestro espíritu inquieto e impaciente. Y pueda volvernos testimonios alegres de Dios y de su amor. Adorando al señor en la verdad y en el servicio al prójimo, con la mansedumbre que el Espíritu Santo nos da en la alegría.


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Mi?rcoles, 04 de junio de 2014

Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (31 de mayo de 2014) (AICA)

El Papa y su predicación diaria

“En la actualidad todos seguimos con gran atención y cariño la actividad del Papa Francisco, nos vemos muy cercanos a él y entonces recogemos sus palabras, sus gestos.

Y hoy quiero hablarles precisamente de lo que el Papa hace y dice, prácticamente todos los días, en la Capilla de la Casa Santa Marta adonde reside. El Papa temprano celebra la misa y predica como si fuera un párroco. Claro es el Párroco del mundo entero y predica de una manera muy particular, a partir de los textos que se han proclamado en cada liturgia de la Palabra como ocurre en todas las parroquias o como debiera ocurrir en todas las parroquias. El Papa ofrece cada día un especial comentario sobre el Evangelio.

Pero lo que hoy quiero subrayar es que el Papa ilumina la actualidad con esa proyección que él hace del Evangelio de Jesús. No interpreta el Evangelio ni como un exégeta profesional, profesor de una universidad, ni tampoco como alguien que por desarrollar especialmente el sentido espiritual de las cosas se va por las nubes. Sin duda el Papa hace una lectura espiritual de la Biblia y del Evangelio de Jesús pero esa lectura espiritual lleva a ver lo profundo de la Palabra del Señor y a proyectarla sobre las situaciones concretas que estamos viviendo en el mundo.

A veces el Papa se refiere a cosas muy cotidianas, podríamos decir, pero siempre iluminándolas, siempre mostrando cual es el camino que Jesús nos dejó y como la Palabra del Señor tiene que iluminar concretamente nuestro día, y un día tras otro.

Por eso como conclusión creo que el Papa nos está dando un ejemplo de cómo hay que leer el Evangelio, de cómo nosotros mismos podemos leer el Evangelio. No nos podemos contentar con la predicación dominical, supongamos que todos vamos a Misa los domingos, pero eso no basta pues tenemos que tomar en nuestras manos las palabras de Jesús y tenemos que leerlas pero no sólo como para enterarnos de algo que pasó cuando el Señor estaba en la Tierra sino que es una Palabra eterna que tiene que iluminar nuestro día hoy.

Por tanto nosotros sí tenemos que hacer una lectura espiritual y personal de eso que el Señor nos ha dicho para siempre. Aplicándolas a nuestro propio caso, a nuestra propia situación, a la situación en la cual vivimos y que vemos reflejada, por ejemplo, en los medios de comunicación.

Que el ejemplo del Papa que proyecta en el hoy del mundo la Palabra de Salvación nos sirva a nosotros para nuestra relación personal con la Palabra de Dios. Debe ser, subrayo, una relación verdaderamente personal.

Que la Palabra de Dios entre en nosotros, ilumine nuestra inteligencia, movilice nuestro corazón y que nos ayude, entonces, a poner en práctica el Mensaje de Jesús”.

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata


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Martes, 03 de junio de 2014

Al reunirse con los Obispos de Guinea Ecuatorial en Mongomo, la tarde del 30 de mayo, el  Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, ha recordado la historia de la evangelización de este territorio y que las iglesias particulares de Guinea han sido y siguen siendo un punto de referencia fundamental para la sociedad, con sus estructuras pastorales y educativas propias (Fides)

Discurso del Emmo. Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, a los Obispos de Guinea Ecuatorial (30 de mayo de 2014)

 Queridos hermanos en el Episcopado:

1.       Me siento honrado y feliz de estar hoy aquí con ustedes. Esta visita a Guinea Ecuatorial, como Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, tiene como objetivo encontrarles para compartir sentimientos que inspiren sus corazones de Pastores de las Iglesias locales confiadas a su cura pastoral. Con mi presencia quiero escuchar sus expectativas, exhortándoles a vivir plena y generosamente su ministerio episcopal y a rezar juntos. Esta visita viene a llenar mi deseo de conocer un poco mejor esta Iglesia local, de compartir con ella un gran momento de fe y de animar a sus sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y laicos a tomar conciencia de su vocación cristiana para vivirla con generosidad.      

2.       Permítanme, ante que nada, transmitirles el cordial saludo y la bendición paterna de Su Santidad el Papa Francisco, que les lleva en su corazón y en su oración. En nombre de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y mío, querría también dirigirles un saludo fraterno y renovar toda la disponibilidad de nuestra Congregación a colaborar con ustedes los Pastores en el servicio de la Iglesia-Familia de Dios de Guinea Ecuatorial. Mi gratitud va al Excelentísimo Monseñor Juan NSUE EDJANG, Obispo de Ebebiyin, que, tambén de parte del Sr. Arzobispo Metropolitano de Malabo y del Sr. Obispo de Bata, ha tenido la amable iniciativa de invitarme a visitar su Iglesia particular. ¡Gracias por su calurosa y fraterna acogida!

3.       Queridos hermanos en el Episcopado, en este momento de encuentro eclesial, ¿cómo no agradecer la fecundidad de vuestra Iglesia? Situada en el corazón del África centro-occidental, la Iglesia de Guinea Ecuatorial es una de las más antiguas de la Región subsahariana. Estos fieles nuestros son los herederos de la gran obra misionera de muchos hombres y mujeres de Dios que han dado su vida por el Evangelio y a los que va nuestro inmenso agradecimiento.

4.       La progresiva y veloz mejoría de las condiciones sociales en este país comporta para la Iglesia un nuevo esfuerzo de sensibilidad para percibir las realidades –muy prometedoras, pero no carentes de dificultades-, para salir al paso de las exigencias del pueblo y ayudarlo a superar los retos actuales a través de una pastoral de conjunto. En efecto, sus Iglesias particulares han sido y siguen siendo un punto de referencia fundamental para la sociedad, con sus estructuras pastorales y educativas propias; y por esto, junto a ustedes, doy gracias a Dios. Pero también, a causa de las carencias y limitaciones de su personal religioso, se hace muy costoso acompañar espiritualmente el rápido progreso económico de la nación de manera adecuada. Si tal situación permaneciera a largo plazo, la Iglesia correría el riesgo de ver gradualmente dañada su misión en la sociedad, dando vía libre a nocivas visiones materialistas y hedonistas de la vida y del futuro.

5.       Queridos hermanos, les exhorto, por tanto, a dar más consistencia a esta importante misión de anunciar el Evangelio en favor del hombre, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, nuestro Maestro (cfr. Lc. 4, 18-19).

Para superar los límites y dificultades es necesario tener objetivos comunes precisos y un siempre mayor dinamismo. Queridos hermanos, sean dinámicos, inculquen en sus colaboradores un profundo “sensus ecclesiae”. Les pido encarecidamente la unidad y la solidaridad a través de un espíritu de comunión y de fraternidad, para que su ministerio sea fructuoso. ¡Sean modelos para el rebaño que se les ha confiado! Porque solamente si están unidos y en estrecha comunión y colaboración mutua el trabajo de evangelización podrá verdaderamente avanzar.

6.       En cuanto a la programación de las Asambleas Plenarias, les invito a no perder nunca de vista el aspecto espiritual y pastoral, que es la tarea principal del Obispo, a la vez que cuidan de las cuestiones humanas y sociales de su gente. Nuestro primer deber es siempre el de “llevar a todos la Buena Noticia de la Salvación y ofrecer a los fieles una catequesis que contribuya a un conocimiento más profundo de Jesucristo” (Africae munus, n. 103). Resulta oportuno, por tanto, que la Conferencia Episcopal cuide del crecimiento espiritual y moral del Pueblo de Dios y se concentre más en los problemas internos de la Iglesia como, por ejemplo, la misión del Obispo diocesano, su relación con el clero, la situación moral de los sacerdotes y de las personas consagradas, la gestión administrativa de las diócesis (cfr. Africae munus, n. 104).

7.       Además de estos, hay que afrontar, con valentía y claridad, también otros problemas pastorales importantes, como el impulso de la evangelización ad gentes, la pastoral familiar y la formación permanente del clero; y, en particular, el problema de la proliferación de las sectas. Todas estas cuestiones merecen una profunda y acorde reflexión, para poder proponer soluciones oportunas y adecuadas. Trabajemos entonces, para ofrecer buen ejemplo y hacernos testigos creíbles de aquello que anunciamos y hacemos. 

8.       Tareas prioritarias de su episcopado deben ser también el cuidado de los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa y consagrada, así como la solicitud hacia los laicos, con una formación completa y contínua. Con respecto al clero, debo decir, antes que nada, que “la comunión, la unidad y la cooperación con el ‘presbiterium’ será el antídoto contra los gérmenes de división y que les ayudará a ponerse todos juntos a la escucha del Espíritu Santo. [...] Amen y respeten a sus sacerdotes” (Africae Munus, n. 101). La Congregación para la Evangelización de los Pueblos sigue profundamente preocupada por los casos de inmoralidad y falta de disciplina del clero. Algunos sacerdotes persisten en un estilo de vida que les lleva a centrarse en la seguridad económica y a buscar espacios para los propios intereses, en vez de dar la propia vida por la obra misionera. 

9.       Otro problema crucial es la hemorragia de sacerdotes que emigran al extranjero y se quedan allí después de los estudios. Estos, tentados por unas condiciones económicas más favorables, aprovechan para no volver a Guinea Ecuatorial. La consecuencia es, evidentemente, la escasez de un clero bien preparado que pueda destinarse al servicio de las Diócesis. Al mismo tiempo, aquellos sacerdotes que se dedican al ministerio dentro del país con generosidad y abnegación, muchas veces en condiciones difíciles, necesitan ser fortalecidos con una sólida formación permanente durante su ministerio.  

10.     Deseo animar también a la Conferencia Episcopal a reforzar la atención sobre la situación de los seminarios, sobre todo del Seminario Mayor inter-diocesano “La Purísima”, en el que aún se requiere mucho trabajo para mejorar las condiciones en favor de una más elevada y completa formación de los candidatos al sacerdocio. En cuanto a los seminarios menores diocesanos, les exhorto a confiarlos a un número suficiente de formadores competentes y moralmente rectos, capaces de ser maestros de sus seminaristas con su docencia y con su vida. El sacerdocio es un servicio, no un derecho. Es un don, no un privilegio. Asegúrense de que los directores y formadores del seminario trabajen juntos, siguiendo las indicaciones de los Obispos, para garantizar una formación integral a los alumnos que les son confiados. En la selección de los candidatos al seminario, se deberá también proceder a un discernimiento cuidadoso y a un acompañamiento cualificado para que aquellos que sean admitidos al sacerdocio sean verdaderos discípulos de Cristo y auténticos servidores de la Iglesia (cfr. Africae munus, n. 122).  

11.     Como sabemos, la vitalidad de una Iglesia no depende solamente de los buenos Pastores, es decir, de los Obispos, sino también de los sacerdotes, religiosos y religiosas. Incluso los laicos, en virtud del proprio bautismo, están llamados a tomar parte activa en la evangelización y en la misión de la Iglesia. Pero, ¿cómo será esto posible si ellos mismos no son evangelizados? Los laicos tienen verdadera necesidad de una formación cristiana sólida, permeada de los valores evangélicos de tal manera que, liberados de las creencias y de las actitudes contrarias a la fe, puedan dar razón de la esperanza que está en ellos (cfr. I Pe. 3, 15).  

12.     Queridos hermanos, cuiden el rebaño en medio del cual el Espíritu Santo les ha puesto como Obispos para apacentar a la Iglesia de Dios. Estén vigilantes (cfr. Hch. 20, 28-38). En efecto, “la santidad a la que está llamado el Obispo exige el ejercicio de las virtudes –las virtudes teologales en primer lugar– y de los consejos evangélicos. Su santidad personal debe repercutir en beneficio de los que han sido confiados a su cuidado pastoral, y a los que deben servir. La vida de oración fecundará desde dentro su apostolado. Un Obispo debe ser amante de Cristo. La distinción y autoridad moral que sustentan el ejercicio de su potestad jurídica, solo pueden venir de su santidad de vida” (Africae munus, n. 100). 

13.     Por último, confío a cada uno de ustedes, a sus Diócesis y a su ministerio episcopal a la protección maternal de la Santísima Virgen María, nuestra Madre Inmaculada. Que por su intercesión, el Espíritu santo fortalezca su deseo de dedicarse de todo corazón a servir a Dios y a permanecer unidos en el cumplimiento de su voluntad.

 


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Homilía del Emmo. Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, en la fiesta de la Visitación de la Santísima Virgen María

Mongomo - Guinea Ecuatorial (31 de mayo de 2014) 

 

1.       Queridos hermanos y hermanas en Cristo, Señor Presidente de la República y distinguida Esposa, Autoridades, Excelentísimo Señor Nuncio, queridos hermanos Obispos:  

Antes que nada, deseo manifestarles mi alegría de estar aquí hoy con ustedes. Es un momento importante para mí, como Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, conocerles y unir nuestros corazones y nuestras voces en la oración de alabanza a Dios y de agradecimiento a María, nuestra Madre y Madre de la Iglesia, en esta fiesta de su Visitación a Isabel. Como María se sintió llamada a visitar a su prima Isabel para saber cómo estaba en su avanzada gestación y para ayudarla, me parece muy bonito pensar que también yo, como colaborador del Santo Padre, vengo a verles y a conocerles. Es más, es el mismo Espíritu Santo, a través de mi sencilla persona, el que viene a visitarles y me ha encargado de saludarles con afecto. Este deseo de venir a Mongomo se ha visto reforzado por la invitación de sus Obispos, con los que he compartido sobre la situación de la Iglesia en este país. Además, me encontraré también con los sacerdotes, los religiosos, religiosas y algunos laicos de esta Iglesia. Con mi visita quiero manifestar la gratitud por el trabajo pastoral de todos los que están comprometidos en la evangelización y en el servicio de la caridad, por el bien de la Iglesia y de Guinea Ecuatorial.  

Quiero, además, dirigir un agradecimiento especial al Señor Presidente de la República por haberme facilitado el viaje y haberme acogido con tanta amabilidad y prontitud. Gracias también a todas las autoridades de este noble país.

Agradezco, también al Excelentísimo Mons. Ildefonso Obama Obono, Arzobispo de Malabo y Presidente de la Conferencia Episcopal Nacional, por las amables palabras que me ha dirigido al comienzo de esta celebración y han brotado de su corazón de buen pastor, interpretando muy bien los sentimientos de mis hermanos Obispos aquí presentes y de todos Ustedes. 

2.       Hoy la Iglesia celebra, en la clausura del mes mariano, la fiesta de la Visitación de la Santísima Virgen María, que lleva en su seno al Hijo de Dios y que visita a su prima Isabel para brindarle la ayuda de su caridad y proclamar la misericordia de Dios Salvador. María, en esta fiesta litúrgica, se nos offrece como verdadero modelo de evangelización y de misión, como “Madre de la Iglesia evangelizadora” (Evangelii Gaudium, n. 284). Hoy, ella nos enseña a todos cómo se lleva a cabo la salvación de los corazones, cómo se iluminan las mentes, cómo se canta la gloria del Señor, cómo se proclaman sus grandes obras, cómo se llega a ser profetas del Altísimo. 

3.       A la luz de todo esto, me gustaría reflexionar con ustedes sobre el Evangelio que acabamos de leer, que nos muestra cómo María procede en el camino de su vida, con gran realismo, humanidad y precisión. Su forma de estar y de ser se puede resumir con tres verbos: escuchar, decidir, actuar; conceptos que indican un camino para nosotros los cristianos, llamados a anunciar “la alegría del Evangelio”, de cara a aquello que el Señor nos pide en la vita. 

4.       “Isabel, tu pariente, en su vejez ha concebido también ella un hijo...”, le revela el Arcángel Gabriel (Lc. 1, 36). Por tanto, Gabriel anuncia y María escucha. Esta escucha produce en ella, como resultado, el gesto de ir a la casa de su prima Isabel. María ha sabido escuchar la voz de Dios. “Escuchó”, lo que es diferente de “oír”. En efecto, escuchar es más que oír, escuchar comporta atención respecto al otro, acogida del otro, adhesión al otro tú, a Dios. Escuchar no se identifica con la actitud distraída y superficial con la que a veces nos ponemos delante del otro. María, sin embargo, está atenta a Dios, se adhiere a Dios: escucha los hechos, lee los eventos de su vida a la luz de su Palabra, está atenta a la realidad concreta y no se queda en la superficie, va a lo profundo para comprender el significado: “Isabel, tu pariente, en su vejez ha concebido también ella un hijo”. ¿Cómo es posible? Se pregunta. He aquí la respuesta: “Nada es imposible para Dios” (Lc. 1, 37). 

5.       Hermanos y hermanas, esto también vale para nosotros, en nuestra vida: escuchar a Dios que nos habla y, en esa escucha, leer la realidad cotidiana, con atención a las personas, a los hechos que nos rodean, porque el Señor está a la puerta de nuestra vida y llama de muchos modos: “Si alguno escucha mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa” (Ap. 3, 20). Nos toca a nosotros responder con nuestro “aquí estoy”, con nuestro “sí”. María se ha hecho discípula en la escucha, convirtiéndose en Madre de la Iglesia, porque ha sabido acoger la Palabra de Dios. De esta manera, se ha convertido en modelo para todo creyente y atiende las necesidades de los hombres, intercediendo por ellos con compasión (cfr. Africae Munus, n. 35).  

6.       Dice también el evangelista Lucas que “María se levantó y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá”. María, después de haber meditado todas estas cosas en su corazón (cfr. Lc. 2, 19. 51), decide levantarse y acudir con prontitud para encontarse con su prima. En esta decisión, no se deja llevar por las preocupaciones humanas y no evita el cansancio. Reconociendo ante el Ángel: “Aquí estoy, soy la sierva del Señor” (Lc. 1, 38), ha decidido tomar una decisión fundamental que cambiará su vida.  

7.       Como ven, María no solo escuchó, sino que se puso en camino y “fue con prontitud” (cfr. Lc. 1, 39) a casa de su pariente que vivía lejos. Después de escuchar, actúa en consecuencia. Dice el Papa Francisco que María es “Madre de la Iglesia evangelizadora” (Evangelii Gaudium, n. 284). Ella sabe que la acompaña la fuerza del Altísimo y va “con prontitud” a dar testimonio de su cercanía a Isabel. En la oración ante Dios que habla, al reflexionar y meditar sobre los hechos de su vida, María tiene claro lo que Dios le pide, aquello que ella debe hacer, por eso no tarda, sino que va “con prontitud”. San Ambrosio, comentando justamente estos versículos de Lucas sobre la Visitación, afirma: “la gracia del Espíritu Santo no implica lentitud”. Por tanto, María sale “con prontitud” para brindar a Isabel la ayuda de su caridad y proclamar la misericordia de Dios Salvador que “llega a los que le temen de generación en generación” (cfr. Lc. 1, 50). Se nos muestra con claridad que la forma de actuar de María está ligada a su obediencia a las palabras del Ángel y a su caridad: va a casa de Isabel para serle útil; y en este salir de su casa, de sí misma, por amor, lleva consigo lo más precioso que tiene: a Jesús; lleva consigo al Hijo del Altísimo.  

8.       A veces, también nosotros nos paramos a escuchar, a reflexionar sobre aquello que debemos hacer. Quizás tenemos también clara la decisión que debemos tomar pero, cuando se nos hace duro, no pasamos a la acción. Y sobre todo, no nos entregamos totalmente, moviéndonos “con prontitud” hacia los demás para llevarles nuestra ayuda, nuestra comprensión, nuestra caridad; para llevar también nosotros, como María, lo más precioso que hemos recibido y que tenemos de: Jesús y su Evangelio, con la palabra y, sobre todo, con el testimonio concreto de nuestra forma de actuar.  

9.       Es mi esperanza que estas breves reflexiones espirituales nos ayuden a cada uno de nosotros a preguntarnos en nuestro corazón lo que Dios quiere de mí para ser fiel a mi propia vocación, sea como sacerdote o religioso, o bien como madre o padre de familia, como político u administrador, sirviendole siempre al bien común.

Querría sin embargo subrayar como todos somos misioneros en virtud del bautismo que hemos recibido. ¡Seamos entonces todos misioneros ! con la fidelidad a Dios y con el anuncio de la Palabra de Dios a quien no la conoce.  

10.     Deseo terminar mis palabras, hermanos y hermanas, llamados a ser discípulos misioneros, pidiendo a María que nos enseñe a escuchar y a obedecer como Ella ha obedecido. Y, escuchando, nos ayude a decidir y a actuar en consecuencia, cumpliendo nuestra misión con la fuerza del Espíritu Santo y la gracia de Nuestro Señor.

Pongamos todo nuestro piensamiento y cuidado en la Virgen Inmaculada, bajo cuyo amparo siempre confía este noble pueblo de Guinea Ecuatorial. Y es precisamente la fé de nuestro pueblo que quiso dedicar a María Santísima  esta grande Basílica-Santuario, adonde todos los fideles ecuatoguineanos acude con suma confianza, casi imitando aquella peregrinación, que María hizo al visitar a su prima Santa Isabel, en signo de profundo amor y servicial caridad. 

¡Que Dios Todopoderoso los llene de todo bien espiritual y material, y que siempre bendiga a este noble país y a todos sus habitantes!

 


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Lunes, 02 de junio de 2014

El Card. Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los pueblos, se dirige al clero de Guinea Ecuatorial, con el que ha encontrado el 31 de mayo en Mongomo. (Fides)

Mensaje del Emmo. Cardenal Fernando Filoni,

Prefecto de la Congregación

para la Evangelización de los Pueblos,

a los sacerdotes de Guinea Ecuatorial

(31 de mayo de 2014)

 

 

Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio: 

1.       Doy gracias a Dios por la feliz ocasión que me concede de estar aquí con ustedes, en este día en que la Iglesia celebra la Visitación de la Virgen María, Madre de los sacerdotes. 

2.       Les saludo a todos con afecto y quiero darles las gracias por entregarse a sí mismos, en cuerpo y alma, desplegando una gran cantidad de energía, por la extensión del Reino de Dios en esta tierra ecuatoguineana. Sé muy bien lo difícil que es el trabajo que hacen, en un contexto complejo y en circunstancias estresantes y difíciles, debido a las dificultades de todo tipo. Que estas situaciones difíciles reaviven más bien en ustedes la llama y el celo misionero para proclamar con valentía el Evangelio, que es una fuente de liberación y salvación. 

3.       Queridos hermanos sacerdotes, el tema de la evangelización es relevante. De hecho, la evangelización fue, es y será siempre, parte integrante de la naturaleza misma de la Iglesia, su tarea principal. La Exhortación Apostólica del Papa Francisco “Evangelii gaudium” subraya y recuerda todos estos aspectos. Estando todo el Pueblo de Dios llamado a la evangelización, nosotros, como estrechos e indispensables colaboradores del Obispo, no podemos ignorar la gran responsabilidad de los ministros ordenados, y de los bautizados que constituyen el Pueblo de Dios.

4.       Por consiguiente, para el mejor cumplimiento de esta misión, es esencial, en primer lugar, que ustedes no dejen de evangelizarse a fondo, sobre todo profundizando en la vida de oración, en la vida interior. Presten atención: la fecundidad de su ministerio sacerdotal y la eficacia de su acción pastoral depende esencialmente y antes que nada de su comunión con Cristo, “su santidad personal debe repercutir en beneficio de los que han sido confiados a su cuidado pastoral y a los que deben servir. La vida de oración hará fecundo su apostolado”. Un sacerdote debe ser amante de Cristo. La distinción y autoridad moral que sustentan el ejercicio de su potestad jurídica, solo pueden venir de su santidad de vida (cfr. Africae Munus, n. 100). Jesús nos dice: “El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn. 15, 5). Él insiste firmemente en que no podemos dar fruto si no permanecemos en Él, porque sin Él no podemos hacer nada: todo es de Él, todo viene de Él y todo es para Él (cfr. Rom. 11, 36 y Col. 1, 16-17). De esta manera, ustedes serán capaces, a su vez, de formar a los miembros de la comunidad cristiana, de los que son responsables inmediatos, para que lleguen a ser auténticos discípulos y testigos de Cristo (cfr. Africae Munus, n. 109). De esta manera se pone en práctica el segundo nivel de comunión, es decir, la comunión con la Iglesia. La comunión con Cristo lleva a la comunión con la Iglesia, sin la cual aquella corre el riesgo de no ser verdadera. Comunión con la Iglesia significa, en primer lugar, comunión con el proprio Obispo, como prometimos el día de la ordenación sacerdotal, y después con todo el presbiterio. 

5.       Permítanme, sin embargo, compartir fraternalmente con ustedes algunas inquietudes de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos respecto al clero que sirve en los territorios de misión y también en este país. Nos preocupa el hecho que, a veces, no todos los sacerdote siguen con disciplina las directrices pastorales de sus Obispos y de sus respectivas diócesis. Por eso les pido que, bajo la mirada materna de la Virgen, cuya obediencia a Dios ha sido ejemplar, respondan interiormente, cada uno en su conciencia, a estas preguntas: ¿Qué Iglesia queremos para Guinea Ecuatorial? ¿Qué sacerdocio queremos para la Iglesia en Guinea Ecuatorial? 

6.       En efecto, su país, en estas últimas décadas, está experimentando un progresivo y rápido mejoramiento de sus condiciones sociales, y yo sé que los fieles laicos ecuatoguineanos se sienten los principales animadores en la base y son plenamente conscientes de su deber de ajudar generosamente a la Iglesia, a pesar de sus condiciones económicas. Pero nosotros, como sacerdotes, ¿cómo respondemos a las expectativas del Pueblo de Dios? Como dijo en una ocasión el Papa Benedicto XVI, “de los sacerdotes, los fieles esperan solamente una cosa: que sean especialistas en promover el encuentro del hombre con Dios. Al sacerdote no se le pide que sea experto en economía, en construcción o en política. De él se espera que sea experto en vida espiritual” (Discurso al clero de Polonia, 25/05/2006). A través del sacerdote que reza, opera con mayor eficacia la gracia divina, haciendo su ministerio más fecundo y atento a las verdaderas exigencias del Pueblo de Dios. Todo sacerdote, por lo tanto, debe cuidar con atención la propia vida espiritual mediante la constante oración personal y eclesial, la meditación y la recitación cotidiana de la Liturgia de las Horas, la confesión frecuente, la celebración decorosa y diaria de la Eucaristía, en la cual experimenta la alegría del encuentro con Cristo y aprende de Él a dar la propia vida. Una rica vida espiritual hace al sacerdote más solícito, no solo hacia las personas confiadas a su cura pastoral, sino que también hacia aquellas que están fuera del rebaño de Cristo. Un buen sacerdote percibe como propias las palabras de Cristo de llevar la Buena Noticia de la salvación hasta los últimos confines de la tierra. Además, estando siempre disponible para el servicio de los hermanos, es caritativo y solícito con los necesitados, con los enfermos y con los pobres. En esta actitud de total donación y servicio a Dios y a su pueblo, está, precisamente, el origen de la castidad y del celibato sacerdotal. No se trata de una relación individualizada y limitada a una persona, sino una relación intensa con Cristo, del que el sacerdote recibe la gracia y la fuerza para amar a todos. ¡La fidelidad al celibato es la medida de la fidelidad a Cristo! Por lo tanto, les invito fuertemente, amados hermanos en el sacerdocio, a examinar su vida sacerdotal bajo este prisma. 

7.       Otro aspecto de la vida sacerdotal es su relación con los bienes materiales y el modo de usar de ellos. Cuántas veces se oye decir: “Este sacerdote es rico, tiene mucho dinero”. “Es poco transparente en el uso del dinero y de la administración”, etc. ¡Impriman bien en su corazón y en su mente que nosotros los sacerdotes no somos propietarios, sino administradores de los bienes que han sido puestos a nuestra disposición para el bien del pueblo de Dios! Acuerdese también que todos nosotros seremos llamados a dar cuenta de nuestra administración. 

8.       Además de pedirles que estén a la altura de acompañar espiritualmente a la sociedad en el rápido progreso económico de esta nación, les ruego también de mantener relaciones virtuosas con las autoridades y las instituciones civiles. Cristo, conociendo las fuertes debilidades de nuestro corazón, nos dice, como para animárnos: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia; todo lo demás se os dará por añadidura” (Mt. 6, 33) (cfr. A. M., n. 112). Los fieles esperan de ustedes palabras y gestos proféticos. El sacerdote no es un funcionario de la Iglesia que busca solamente el beneficio material y el “hacer carrera”. Es administrador de los misterios de Dios. El sacerdocio no es una promoción social, ni un medio de autoafirmación personal o familiar. No es un estatus para adquirir prestigio mundano, bienes materiales y autoridad de poder. Se trata de un servicio. El sacerdote es siervo, está al servicio del Pueblo de Dios a él confiado y debe entregar toda su vida para ello. 

9.       Queridos hermanos: ¿Quieren ser sacerdotes felices? Escuchemos las palabras del Papa Francisco en la Misa Crismal de este año: “La alegría sacerdotal es una alegría que se hermana con la pobreza”. El sacerdote es pobre en alegría meramente humana, ¡ha renunciado a tanto...! Y como es pobre, él, que da tantas cosas a los demás, tiene que pedir la alegría al Señor y al pueblo fiel de Dios. No tiene que procurarla a sí mismo. “La alegría sacerdotal es una alegría que se hermana con la fidelidad”, [...] en el sentido de renovada fidelidad a la única Esposa, a la Santa Iglesia. Esta es la clave de la fecundidad. “La alegría sacerdotal es una alegría que se hermana con la obediencia”. Obediencia a la Iglesia a través de su jerarquía, por decirlo así, no solo en el marco más externo de la obediencia (la parroquia a la que se me envía, las licencias ministeriales, la tarea particular…) sino también en el ámbito de la unión con Dios Padre, del que desciende toda paternidad. También la obediencia a la Iglesia en el servicio: disponibilidad y prontitud para servir a todos, siempre y de la mejor manera, a imagen de “Nuestra Señora de la prontitud” (cfr. Lc. 1, 39: “meta spoudes”). 

El Papa Francisco afirmó en el pasado mes de julio, dirigiéndose a los seminaristas y novicios –pero estas palabras se pueden aplicar aún más a los sacerdotes-: “Algunos dirán: la alegría nace de las cosas que se tienen, y entonces he aquí la búsqueda del último modelo de smartphone, la moto más veloz, el coche que más llama la atención… Pero yo les digo, sinceramente, que a mí me duele ver a un sacerdote o a una religiosa en un coche de último modelo. ¡No puede ser así! ¡No puede ser así! […] Creo que el coche es necesario para trasladarse cuando hay mucho trabajo, ¡pero usen uno más humilde! Y si le gusta el más bueno, ¡piense en cuántos niños se mueren de hambre! Solamente esto. La alegría no nace ni viene de las cosas que se tienen. [...] La verdadera alegría nace de la gratuidad de un encuentro, de la relación con los demás, nace de sentirse aceptado, comprendido, amado, y de aceptar, comprender y amar”.

*  *  * 

En conclusión, amadísimos hermanos sacerdotes, manifestando alegría en su vida, les invito a edificar las comunidades cristianas con el ejemplo, viviendo de verdad sus compromisos sacerdotales, porque al consagrarse, sobre todo, a los que el Señor les confía para formarlos en las virtudes cristianas y guiarlos hacia la santidad, no solo los ganarán a Cristo, sino que los harán también protagonistas de una sociedad ecuatoguineana renovada y mejor (cfr. Africae munus, n. 109. 111). 

Les encomiendo a la Virgen Inmaculada, patrona de nuestro País y de nuestro pueblo, invocando sobre todos ustedes, queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, la abundancia de las gracias divinas.

 


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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO 
PARA LA XLVIII JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro
[Domingo 1 de junio de 2014]

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy vivimos en un mundo que se va haciendo cada vez más «pequeño»; por lo tanto, parece que debería ser más fácil estar cerca los unos de los otros. El desarrollo de los transportes y de las tecnologías de la comunicación nos acerca, conectándonos mejor, y la globalización nos hace interdependientes. Sin embargo, en la humanidad aún quedan divisiones, a veces muy marcadas. A nivel global vemos la escandalosa distancia entre el lujo de los más ricos y la miseria de los más pobres. A menudo basta caminar por una ciudad para ver el contraste entre la gente que vive en las aceras y la luz resplandeciente de las tiendas. Nos hemos acostumbrado tanto a ello que ya no nos llama la atención. El mundo sufre numerosas formas de exclusión, marginación y pobreza; así como de conflictos en los que se mezclan causas económicas, políticas, ideológicas y también, desgraciadamente, religiosas.

En este mundo, los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para todos. Comunicar bien nos ayuda a conocernos mejor entre nosotros, a estar más unidos. Los muros que nos dividen solamente se pueden superar si estamos dispuestos a escuchar y a aprender los unos de los otros. Necesitamos resolver las diferencias mediante formas de diálogo que nos permitan crecer en la comprensión y el respeto. La cultura del encuentro requiere que estemos dispuestos no sólo a dar, sino también a recibir de los otros. Los medios de comunicación pueden ayudarnos en esta tarea, especialmente hoy, cuando las redes de la comunicación humana han alcanzado niveles de desarrollo inauditos. En particular, Internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno, es un don de Dios.

Sin embargo, también existen aspectos problemáticos: la velocidad con la que se suceden las informaciones supera nuestra capacidad de reflexión y de juicio, y no permite una expresión mesurada y correcta de uno mismo. La variedad de las opiniones expresadas puede ser percibida como una riqueza, pero también es posible encerrarse en una esfera hecha de informaciones que sólo correspondan a nuestras expectativas e ideas, o incluso a determinados intereses políticos y económicos. El mundo de la comunicación puede ayudarnos a crecer o, por el contrario, a desorientarnos. El deseo de conexión digital puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado. Sin olvidar que quienes no acceden a estos medios de comunicación social –por tantos motivos–, corren el riesgo de quedar excluidos.

Estos límites son reales, pero no justifican un rechazo de los medios de comunicación social; más bien nos recuerdan que la comunicación es, en definitiva, una conquista más humana que tecnológica. Entonces, ¿qué es lo que nos ayuda a crecer en humanidad y en comprensión recíproca en el mundo digital? Por ejemplo, tenemos que recuperar un cierto sentido de lentitud y de calma. Esto requiere tiempo y capacidad de guardar silencio para escuchar. Necesitamos ser pacientes si queremos entender a quien es distinto de nosotros: la persona se expresa con plenitud no cuando se ve simplemente tolerada, sino cuando percibe que es verdaderamente acogida. Si tenemos el genuino deseo de escuchar a los otros, entonces aprenderemos a mirar el mundo con ojos distintos y a apreciar la experiencia humana tal y como se manifiesta en las distintas culturas y tradiciones. Pero también sabremos apreciar mejor los grandes valores inspirados desde el cristianismo, por ejemplo, la visión del hombre como persona, el matrimonio y la familia, la distinción entre la esfera religiosa y la esfera política, los principios de solidaridad y subsidiaridad, entre otros.

Entonces, ¿cómo se puede poner la comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro? Para nosotros, discípulos del Señor, ¿qué significa encontrar una persona según el Evangelio? ¿Es posible, aun a pesar de nuestros límites y pecados, estar verdaderamente cerca los unos de los otros? Estas preguntas se resumen en la que un escriba, es decir un comunicador, le dirigió un día a Jesús: «¿Quién es mi prójimo?» (Lc 10,29). La pregunta nos ayuda a entender la comunicación en términos de proximidad. Podríamos traducirla así: ¿cómo se manifiesta la «proximidad» en el uso de los medios de comunicación y en el nuevo ambiente creado por la tecnología digital? Descubro una respuesta en la parábola del buen samaritano, que es también una parábola del comunicador. En efecto, quien comunica se hace prójimo, cercano. El buen samaritano no sólo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino. Jesús invierte la perspectiva: no se trata de reconocer al otro como mi semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro. Comunicar significa, por tanto, tomar conciencia de que somos humanos, hijos de Dios. Me gusta definir este poder de la comunicación como «proximidad».

Cuando la comunicación tiene como objetivo preponderante inducir al consumo o a la manipulación de las personas, nos encontramos ante una agresión violenta como la que sufrió el hombre apaleado por los bandidos y abandonado al borde del camino, como leemos en la parábola. El levita y el sacerdote no ven en él a su prójimo, sino a un extraño de quien es mejor alejarse. En aquel tiempo, lo que les condicionaba eran las leyes de la purificación ritual. Hoy corremos el riesgo de que algunos medios nos condicionen hasta el punto de hacernos ignorar a nuestro prójimo real.

No basta pasar por las «calles» digitales, es decir simplemente estar conectados: es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos. Necesitamos amar y ser amados. Necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas no garantizan la belleza, la bondad y la verdad de la comunicación. El mundo de los medios de comunicación no puede ser ajeno de la preocupación por la humanidad, sino que está llamado a expresar también ternura. La red digital puede ser un lugar rico en humanidad: no una red de cables, sino de personas humanas. La neutralidad de los medios de comunicación es aparente: sólo quien comunica poniéndose en juego a sí mismo puede representar un punto de referencia. El compromiso personal es la raíz misma de la fiabilidad de un comunicador. Precisamente por eso el testimonio cristiano, gracias a la red, puede alcanzar las periferias existenciales.

Lo repito a menudo: entre una Iglesia accidentada por salir a la calle y una Iglesia enferma de autoreferencialidad, prefiero sin duda la primera. Y las calles del mundo son el lugar donde la gente vive, donde es accesible efectiva y afectivamente. Entre estas calles también se encuentran las digitales, pobladas de humanidad, a menudo herida: hombres y mujeres que buscan una salvación o una esperanza. Gracias también a las redes, el mensaje cristiano puede viajar «hasta los confines de la tierra» (Hch. 1,8). Abrir las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo en el mundo digital, tanto para que la gente entre, en cualquier condición de vida en la que se encuentre, como para que el Evangelio pueda cruzar el umbral del templo y salir al encuentro de todos.

Estamos llamados a dar testimonio de una Iglesia que sea la casa de todos. ¿Somos capaces de comunicar este rostro de la Iglesia? La comunicación contribuye a dar forma a la vocación misionera de toda la Iglesia; y las redes sociales son hoy uno de los lugares donde vivir esta vocación redescubriendo la belleza de la fe, la belleza del encuentro con Cristo. También en el contexto de la comunicación sirve una Iglesia que logre llevar calor y encender los corazones.

No se ofrece un testimonio cristiano bombardeando mensajes religiosos, sino con la voluntad de donarse a los demás «a través de la disponibilidad para responder pacientemente y con respeto a sus preguntas y sus dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia humana» (Benedicto XVI, Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2013).

Pensemos en el episodio de los discípulos de Emaús. Es necesario saber entrar en diálogo con los hombres y las mujeres de hoy para entender sus expectativas, sus dudas, sus esperanzas, y poder ofrecerles el Evangelio, es decir Jesucristo, Dios hecho hombre, muerto y resucitado para liberarnos del pecado y de la muerte. Este desafío requiere profundidad, atención a la vida, sensibilidad espiritual. Dialogar significa estar convencidos de que el otro tiene algo bueno que decir, acoger su punto de vista, sus propuestas. Dialogar no significa renunciar a las propias ideas y tradiciones, sino a la pretensión de que sean únicas y absolutas.

Que la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre apaleado, versando sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía. Que nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría. Que nuestra luminosidad no provenga de trucos o efectos especiales, sino de acercarnos, con amor y con ternura, a quien encontramos herido en el camino. No tengan miedo de hacerse ciudadanos del mundo digital. El interés y la presencia de la Iglesia en el mundo de la comunicación son importantes para dialogar con el hombre de hoy y llevarlo al encuentro con Cristo: una Iglesia que acompaña en el camino sabe ponerse en camino con todos. En este contexto, la revolución de los medios de comunicación y de la información constituye un desafío grande y apasionante que requiere energías renovadas y una imaginación nueva para transmitir a los demás la belleza de Dios.

Vaticano, 24 de enero de 2014, fiesta de san Francisco de Sales

FRANCISCO


Publicado por verdenaranja @ 23:35  | Habla el Papa
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El Santo Padre en el Reg. Coeli del domingo de la Ascensión, 1 de Junio de 2014, recuerda que Jesús nos obtiene el perdón del Padre mostrándoles sus heridas  (Zenit.org)

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buen día!

Hoy en Italia y en otros países se celebra la Ascensión del Jesús al cielo, que se registró cuarenta días después de pascua. Los Actos de los Apóstoles cuentan este episodio, la separación final del Señor Jesús de sus discípulos y de este mundo. El evangelio de Mateo en cambio indica el mandato que Jesús le da a los discípulos: la invitación a ir, partir para anunciar a todos los pueblos el mensaje de salvación. 'Salir', o mejor 'partir' se vuelve la palabra clave de la fiesta de hoy: Jesús parte hacia el Padre y les manda a los discípulos que partan hacia el mundo.

Jesús parte, asciende al cielo, o sea vuelve hacia el Padre, quien le había enviado al mundo. Hizo su trabajo y retornó al Padre. Pero no se trata de una separación, porque él se queda siempre con nosotros, de una nueva manera. Con su ascensión el Señor resucitado atrae la mirada de los apóstoles --y también nuestra mirada-- a las alturas del cielo para mostrarnos que la meta de nuestro camino es el Padre. Él mismo dijo que se habría ido para prepararnos un lugar en el cielo.

Entretanto, Jesús se queda presente y operante en las situaciones de la historia humana con la potencia y los dones de su Espíritu; está al lado de cada uno de nosotros: mismo si no lo vemos con los ojos, él está, nos acompaña y guía, nos toma de la mano y nos levanta cuando caemos.

Jesús resucitado está cerca de los cristianos perseguidos y discriminados, cercano a cada hombre y mujer que sufre, está cercano de todos nosotros. Incluso está hoy aquí con nosotros en esta plaza. El Señor está con nosotros. ¿Ustedes creen esto?

Lo decimos juntos, todos, 'El Señor está con nosotros'. Otra vez: 'El Señor está con nosotros'.

Cuando Jesús va al cielo, le lleva al Padre un regalo. ¿Han pensado a esto? ¿Cuál es el regalo que Jesús le lleva al Padre?

Sus heridas, este es el regalo que le lleva al Padre. Su cuerpo es hermoso, sin hematomas, sin las llagas de la flagelación, todo hermoso. Pero ha conservado las heridas. Y cuando va a lo del Padre le dice: 'Padre, este es el precio del perdón que Tú nos das'.

¡Y cuando el Padre mira las heridas de Jesús, nos perdona siempre! ¡No porque nosotros somos buenos, sino porque él ha pagado por nosotros!

Viendo las heridas de Jesús el Padre se vuelve más misericordioso, más grande y esto es el gran trabajo que Jesús hace en el Cielo. Y Jesús está también presente mediante la Iglesia que él ha enviado a prolongar su misión. La última palabra de Jesús a los discípulos fue el mandato de partir: “Id por lo tanto y haced discípulos a todos los pueblos”.

¡Es una mandato preciso, no es facultativo! La comunidad cristiana es una comunidad 'en salida', 'que parte'. Más aún la Iglesia nació en 'salida'. Aunque ustedes me dirán: ¿Y las comunidades de clausura? Sí, también éstas, porque están siempre en salida con la oración, con el corazón abierto al mundo, a los horizontes de Dios. ¿Y los ancianos y enfermos? También ellos, con su oración y la unión a las heridas de Jesús.

A sus discípulos misioneros Jesús les dice: 'Yo estaré con ustedes todos los días hasta el final del mundo”. ¡Nosotros solos, sin Jesús, no podemos hacer nada! En la obra apostólica nuestras fuerzas no son suficientes, nuestros recursos, nuestras estructuras, mismo si son necesarias, no bastan.

Sin la presencia del Señor y la fuerza de su Espíritu, nuestro trabajo, mismo estando bien organizado, resulta ineficaz.

Y así vamos a decirle a la gente quién es Jesús. Pero no quiero que se olviden cuál es el regalo que Jesús le llevó al Padre: ¿Cuál es el regalo? Las heridas, así, porque con estas heridas le hace ver al Padre el precio de su perdón.

Y junto con Jesús nos acompaña María, nuestra Madre. Ella está ya en la casa del Padre, es Reina del Cielo y así la invocamos en este tiempo, y Ella como Jesús, está con nosotros, camina con nosotros. Es la Madre de nuestra esperanza”.

“Regina Coeli...”


Publicado por verdenaranja @ 23:23  | Habla el Papa
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Domingo, 01 de junio de 2014

A los rincones de la tierra por Mons. Enrique Díaz Diaz (Zenit.org)

La Ascensión del Señor

Hechos 1, 1-11: “Serán mis testigos… hasta en los rincones de la tierra”.

Salmo 46: “Dios asciende entre aclamaciones”.

Efesios 1, 17-23: “La esperanza a la que ustedes han sido llamados”

San Mateo 28, 19-20: “Vayan a todas las naciones”

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban.

Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 19-20).

En los rincones suele quedarse la basura, el desperdicio, “el descarte”, como ha afirmado el Papa Francisco. Nadie lo ve, nadie lo tiene en cuenta, nadie se preocupa por los rincones. Aunque apeste, aunque lastime, solamente se esconde o disimula y se continúa viviendo como si nada. Eso pasó estos días de temblores con el viejo edificio: ya estaba muy deteriorado, pero se continuaba rentando. Ya habían advertido del peligro, pero seguían exprimiendo sus ganancias. Al final no soportó: la enorme estructura se vino abajo porque estaban deteriorados sus cimientos. Si se desprecia lo pequeño, lo escondido, la sociedad también se vendrá abajo.

Cuando hacemos un análisis serio de la realidad, con frecuencia terminamos agobiados por los graves problemas que se nos presentan: creciente narcotráfico, crímenes horrendos que nos hacen estremecer, profecías que auguran un desabasto mundial de alimentos, pérdida de valores, graves conflictos individuales y entre las naciones, el flagelo angustiante de la migración y la trata de personas. Lo más triste e indignante es que parecería que no nos damos cuenta de la situación. O si la reconocemos, nos quedamos como impotentes ante tanta miseria. Sólo unos cuantos parecen estar contentos con esta situación y salir beneficiados. La mayoría de nosotros nos sentimos cada vez más inseguros y esto provoca más violencia y más tensión. Muchos se repiten esta pregunta: “¿Vale la pena seguir viviendo, seguir luchando? ¿Vale la pena gastar mis fuerzas en lo que parece una tarea imposible?”. Contemplar a Jesús en su Ascensión nos despierta la esperanza y nos reta a construir positivamente en medio de todos estos problemas.

El Papa Francisco insiste una y otra vez que es posible construir con los pequeños y que de no hacerlo tendremos que asumir la responsabilidad del fracaso. ¿Dónde basa su esperanza? En el triunfo de Jesús. Sí, el Cristo que se ha encarnado, que ha asumido nuestro dolor y nuestra muerte, que comprende nuestro caminar, hoy es exaltado y elevado a los cielos. La primera lectura tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos narra con un sentido de Pascua cómo Jesús ha sido introducido en un ámbito de trascendencia y en el mundo de lo divino. Y en el Evangelio Jesús mismo asume que le ha sido dado todo poderío: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”. Sí, el crucificado, el ignorado, el despreciado, ahora es reconocido como el Rey de cielo y tierra. No en el sentido del poderío humano que destruye y traga todo, lo somete todo, sino en el sentido del Rey que da vida, que armoniza y que humaniza y al mismo tiempo diviniza. Los discípulos no lo entienden y preguntan si ahora sí va a restablecer la soberanía de Israel. ¡Qué lejos están todavía de entender el reinado de Jesús! Pero cuando venga el Espíritu anunciarán la Buena Nueva “hasta los últimos rincones de la tierra”. Y rincón se entiende en todos los sentidos: físico, moral y espiritual. Hay muchos rincones donde no nos hemos atrevido a hacer resonar el Evangelio porque implica un compromiso solidario serio. Hay rincones que preferimos ignorar para no percibir la pestilencia… ¡pero allí están nuestros hermanos!

Cristo nos muestra el camino: desde la nada hasta la plenitud de la vida. Así ha anunciado Él el Evangelio y ha llevado nueva esperanza. Nosotros queremos triunfar sin seguir el camino. Nos han presentado triunfos fáciles, inflables, aparentes y nos lo hemos creído y cuando llegamos al final con las manos vacías, ¡qué desilusión! Cuando descubrimos que el placer no es el amor, que el poder no es la felicidad, que el tener no es esencia del hombre, nos quedamos sin nada y sin deseos de volver a intentarlo. Sólo hemos contribuido a crear una situación más grave.

La Ascensión de Jesús es al mismo tiempo una invitación a la esperanza pero al mismo tiempo un mandamiento impostergable: debemos evangelizar pero sin olvidar nuestra realidad, no podemos vivir de angelismo, nuestra tarea está muy concreta aquí en la tierra. Con los descartados, con los olvidados es posible construir un nuevo cielo. Cristo mismo hoy nos dice que es posible, no en el sentido de tenerlo todo, sino en el sentido de ser todos hermanos. No promete bienes inalcanzables, sino nos ordena compartirlos con todos, empezando por la gran noticia de su Evangelio. No promete abundancia para unos cuantos, sino pone las bases para una vida integral y plena para todo hombre y para todos los hombres, porque es un mismo Padre y un mismo Espíritu que habita en nosotros.

San Pablo, uno de sus más fieles seguidores, a quien le costó cambiar toda su vida para comprender el verdadero mensaje de Jesús, nos anima y nos dice: “Le pido a Dios que les ilumine la mente para que comprendan cuál es la esperanza a la que han sido llamados y cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da a los que son suyos”. La esperanza no está en lo que podamos hacer nosotros sino en lo que Cristo hace por y con nosotros. La seguridad se basa en sus palabras: “y sepan que Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. El significado de la nube, desde el antiguo testamento, es doble: por un lado significa la trascendencia, pero por otro significa la presencia de Dios que camina con su pueblo.

Queden en nuestro corazón las palabras de Jesús: “Vayan a todas las naciones”, “Sean mis testigos hasta los rincones de la tierra”, “Yo estaré con ustedes todos los días”. Desafío, confianza, tarea y seguridad de su presencia. ¿Cómo estamos anunciando el Evangelio? ¿Somos los hombres y mujeres de la esperanza? ¿Nos comprometemos en la lucha por la justicia y la igualdad, al mismo tiempo que miramos más allá de lo terreno?

Señor Jesús, concédenos que con una sana esperanza construyamos tu Reino aquí en la tierra pero mirando siempre hacia el cielo donde Tú nos esperas. Amén.


Publicado por verdenaranja @ 21:23  | Espiritualidad
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Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (6º domingo de Pascua, 25 de mayo de 2014) (AICA)

Vivamos en el amor de Dios

Durante la última cena, Jesús dijo a sus discípulos: “si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes. El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él". (San Juan 14, 15-21)  


Es un Evangelio muy interesante, precioso y bello. El Señor está, el Señor se va, el Señor vendrá para no abandonarnos jamás. Es el Espíritu que viene del Padre. Es el Espíritu de amor y nosotros somos llamados a ser testigos de ese amor. Nuestra vocación y misión es vivir ese amor de Dios.

Qué cosa hermosa sería que los demás pudieran decir “¡qué extraordinario, fíjense como se aman!, ¡son cristianos, son creyentes, qué amor sincero que tienen, qué transparencia hay en sus vínculos y relaciones, sin intereses mezquinos, son desinteresados!” Porque el compromiso no es optativo sino que es, de alguna manera, obligatorio ya que si no vivimos esto no vivimos, no vivimos lo esencial del cristianismo: el amor a Dios, el amor a los demás y el amor a uno mismo.

Ese amor de Dios tiene que empezar por tener amor a uno mismo porque, si uno no se ama, será difícil amar bien a los demás. Hay que pertenecerse como persona y cuando esto se logra uno se da, se entrega, se consagra, se dedica, se ofrece. Pero si uno no tiene integridad o unidad de vida, difícilmente se puedan sostener las relaciones.

La Iglesia y nosotros, como comunidad de creyentes, estamos llamados a dar prueba de Cristo en un amor concreto. El amor es universal pero es concreto no es abstracto y justamente por ello, nosotros Iglesia, no podemos abandonar al hombre.

Decía muy bien San Juan Pablo II “el hombre es el primer y fundamental camino de la Iglesia”, es decir que la Iglesia tiene que estar donde está el hombre. De allí la importancia de darnos cuenta que, si queremos vivir en Dios, tenemos que cumplir con los mandamientos. Ellos son obras y no razones; obras y no fotos; obras y cosas concretas donde uno tiene que aprender a buscar el bien concreto y objetivo de los demás.

A veces hacemos obras que nos llenan de vanidad, que nos quieren hacer sentir algo así como “¡qué bueno que somos!” Pero tenemos que HACER EL BIEN y no sentirnos bien nosotros; hacer el bien a los demás; procurar el bien a los otros; querer a los otros; respetar a los otros; ayudar a la gente a encontrar su dignidad. El espíritu es una presencia viva de Dios que moviliza, actualiza, convierte, potencia e ilumina, creando comunión. “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos”, dice Jesús.

No podemos perder el tiempo, ni como Iglesia, ni como personas, ni como ciudadanos; no podemos darnos el lujo de banalizar las cosas. Tenemos que vivirlas intensamente.

Que el amor de Dios nos ayude a amar en serio a nuestros hermanos, y este gozo es lo más pleno que Dios quiere compartir. Ya estamos entrando en lo eterno aquí en la tierra y aquí se amasa lo que viviremos eternamente. No perdamos este encuentro, esta gracia y esta posibilidad.

Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


Publicado por verdenaranja @ 21:17  | Hablan los obispos
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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo de la solemnidad de la Ascensión del Señor - A

NO CERRAR EL HORIZONTE

        Ocupados solo en el logro inmediato de un mayor bienestar y atraídos por pequeñas aspiraciones y esperanzas, corremos el riesgo de empobrecer el horizonte de nuestra existencia perdiendo el anhelo de eternidad. ¿Es un progreso? ¿Es un error?

        Hay dos hechos que no es difícil comprobar en este nuevo milenio en el que vivimos desde hace unos años. Por una parte, está creciendo en la sociedad humana la expectativa y el deseo de un mundo mejor. No nos contentamos con cualquier cosa: necesitamos progresar hacia un mundo más digno, más humano y dichoso.

        Por otra parte, está creciendo el desencanto, el escepticismo y la incertidumbre ante el futuro. Hay tanto sufrimiento absurdo en la vida de las personas y de los pueblos, tantos conflictos envenenados, tales abusos contra el Planeta, que no es fácil mantener la fe en el ser humano.

        Sin embargo, el desarrollo de la ciencia y la tecnología esta logrando resolver muchos males y sufrimientos. En el futuro se lograrán, sin duda, éxitos todavía más espectaculares. Aún no somos capaces de intuir la capacidad que se encierra en el ser humano para desarrollar un bienestar físico, psíquico y social.

        Pero no sería honesto olvidar que este desarrollo prodigioso nos va “salvando” solo de algunos males y de manera limitada. Ahora precisamente que disfrutamos cada vez más del progreso humano, empezamos a percibir mejor que el ser humano no puede darse a sí mismo todo lo que anhela y busca.

        ¿Quién nos salvará del envejecimiento, de la muerte inevitable o del poder extraño del mal? No nos ha de sorprender que muchos comiencen a sentir la necesidad de algo que no es ni técnica ni ciencia ni doctrina ideológica. El ser humano se resiste a vivir encerrado para siempre en esta condición caduca y mortal.

        Sin embargo, no pocos cristianos viven hoy mirando exclusivamente a la tierra, Al parecer, no nos atrevemos a levantar la mirada más allá de lo inmediato de cada día. En esta fiesta cristiana de la Ascensión del Señor quiero recordar unas palabras del aquél gran científico y místico que fue Theilhard de Chardin: “Cristianos, a solo veinte siglos de la Ascensión, ¿qué habéis hecho de la esperanza cristiana?”.

        En medio de interrogantes e incertidumbres, los seguidores de Jesús seguimos caminando por la vida, trabajados por una confianza y una convicción. Cuando parece que la vida se cierra o se extingue, Dios permanece. El misterio último de la realidad es un misterio de Bondad y de Amor. Dios es una Puerta abierta a la vida que nadie puede cerrar.        

José Antonio Pagola

Red Evangelizadora BUENAS NOTICIAS
1 de Junio 2014
Ascensión del Señor - A
Mateo 28, 16-20


Publicado por verdenaranja @ 21:14  | Espiritualidad
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