Martes, 30 de septiembre de 2014

Alocución de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz (27 de septiembre de 2014) (AICA)

El valor del arrepentimiento

 El arrepentimiento es una actitud que nos lleva a un auténtico crecimiento humano y espiritual. Ella supone capacidad de autocrítica, humildad para reconocer el error, y decisión para un cambio de vida. Es el comienzo de lo que llamamos la conversión. Sin arrepentimiento sincero no hay conversión. No se trata sólo de un cambio de opinión sino de conducta. El evangelio de este domingo nos presenta en las imágenes de una parábola y con una advertencia del Señor, una aproximación a la realidad y consecuencias del arrepentimiento. En la primera imagen vemos la respuesta del hijo que se niega a obedecer a su padre y luego cambia de actitud, y la del otro que diciéndole que sí primero luego no cumple: “¿Cuál de los dos, concluye, cumplió la voluntad de su padre?” (Mt. 21, 28), la respuesta es obvia. El cambio de actitud no queda en el interior del hijo sino que orienta una conducta, esto es lo propio de un verdadero arrepentimiento.

La segunda imagen que utiliza es más fuerte y se dirige directamente a sus discípulos, que tal vez se sentían muy seguros por el lugar que ocupaban. A ellos les dice: “Les aseguro que los publicanos y las prostitutas pueden llegar antes que ustedes al Reino de Dios” (Mt. 21 31). El Señor no pregunta cuál es “curriculum vitae”, lo que hemos hecho, sino lo que estamos dispuestos a hacer. Es decir, la verdad del hombre siempre está delante, en aquello que vamos a hacer. Esto lo vemos en el caso de los “publicanos y prostitutas”, ellos que no tienen un pasado que presentar, pero sí pueden tener un futuro que pasa por la conversión y el cambio de vida. Esto es lo que él valora en ellos: “Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él (Mt, 21, 32). Es como decirles a sus discípulos, no se crean que por estar hoy conmigo ya tienen asegurado el futuro. Para Jesucristo no existe un “partido o corporación de amigos”, sino todos somo hijos de Dios llamados a vivir el camino del Reino de Dios.

Es importante, para ello, intuir y descubrir que el arrepentimiento nos abre a una vida más plena. No es una vuelta al pasado, que ya fue, sino abrirnos a un futuro siempre nuevo que nos tiene como protagonistas necesarios. Me atrevería a decir que el “arrepentimiento” no es sólo un tema religioso, sino un tema cultural y político en cuanto hace al bien de la sociedad. A veces pienso que todo lo que implique un cambio de conducta moral en la vida de un hombre, parecería que queda relegado al mundo de lo religioso, y deja de ser un valor que compromete a todos. Es cierto que en el cambio de vida Jesucristo no sólo nos señala un camino nuevo a seguir, sino que él mismo se hace camino para nosotros con su palabra y su gracia. El encuentro vivo con Jesucristo es un “plus” que nos enriquece en este camino, pero que nos compromete con una mayor exigencia testimonial ante el mundo.

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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Lunes, 29 de septiembre de 2014

Texto completo del mensaje del Papa Francisco  en beatificación del Álvaro del portillo. MADRID, 28 de septiembre de 2014 (Zenit.org)

Querido hermano:

La beatificación del siervo de Dios Álvaro del Portillo, colaborador fiel y primer sucesor de san Josemaría Escrivá al frente del Opus Dei, representa un momento de especial alegría para todos los fieles de esa Prelatura, así como también para ti, que durante tanto tiempo fuiste testigo de su amor a Dios y a los demás, de su fidelidad a la Iglesia y a su vocación. También yo deseo unirme a vuestra alegría y dar gracias a Dios que embellece el rostro de la Iglesia con la santidad de sus hijos.

Su beatificación tendrá lugar en Madrid, la ciudad en la que nació y en la que transcurrió su infancia y juventud, con una existencia forjada en la sencillez de la vida familiar, en la amistad y el servicio a los demás, como cuando iba a los barrios para ayudar en la formación humana y cristiana de tantas personas necesitadas. Y allí tuvo lugar sobre todo el acontecimiento que selló definitivamente el rumbo de su vida: el encuentro con san Josemaría Escrivá, de quien aprendió a enamorarse cada día más de Cristo. Sí, enamorarse de Cristo. Éste es el camino de santidad que ha de recorrer todo cristiano: dejarse amar por el Señor, abrir el corazón a su amor y permitir que sea él el que guíe nuestra vida.

Me gusta recordar la jaculatoria que el siervo de Dios solía repetir con frecuencia, especialmente en las celebraciones y aniversarios personales: «¡gracias, perdón, ayúdame más!». Son palabras que nos acercan a la realidad de su vida interior y su trato con el Señor, y que pueden ayudarnos también a nosotros a dar un nuevo impulso a nuestra propia vida cristiana.

En primer lugar, gracias. Es la reacción inmediata y espontánea que siente el alma frente a la bondad de Dios. No puede ser de otra manera. Él siempre nos precede. Por mucho que nos esforcemos, su amor siempre llega antes, nos toca y acaricia primero, nos primerea. Álvaro del Portillo era consciente de los muchos dones que Dios le había concedido, y daba gracias a Dios por esa manifestación de amor paterno. Pero no se quedó ahí; el reconocimiento del amor del Señor despertó en su corazón deseos de seguirlo con mayor entrega y generosidad, y a vivir una vida de humilde servicio a los demás. Especialmente destacado era su amor a la Iglesia, esposa de Cristo, a la que sirvió con un corazón despojado de interés mundano, lejos de la discordia, acogedor con todos y buscando siempre lo positivo en los demás, lo que une, lo que construye. Nunca una queja o crítica, ni siquiera en momentos especialmente difíciles, sino que, como había aprendido de san Josemaría, respondía siempre con la oración, el perdón, la comprensión, la caridad sincera.

Perdón. A menudo confesaba que se veía delante de Dios con las manos vacías, incapaz de responder a tanta generosidad. Pero la confesión de la pobreza humana no es fruto de la desesperanza, sino de un confiado abandono en Dios que es Padre. Es abrirse a su misericordia, a su amor capaz de regenerar nuestra vida. Un amor que no humilla, ni hunde en el abismo de la culpa, sino que nos abraza, nos levanta de nuestra postración y nos hace caminar con más determinación y alegría. El siervo de Dios Álvaro sabía de la necesidad que tenemos de la misericordia divina y dedicó muchas energías personales para animar a las personas que trataba a acercarse al sacramento de la confesión, sacramento de la alegría. Qué importante es sentir la ternura del amor de Dios y descubrir que aún hay tiempo para amar.

Ayúdame más. Sí, el Señor no nos abandona nunca, siempre está a nuestro lado, camina con nosotros y cada día espera de nosotros un nuevo amor. Su gracia no nos faltará, y con su ayuda podemos llevar su nombre a todo el mundo. En el corazón del nuevo beato latía el afán de llevar la Buena Nueva a todos los corazones. Así recorrió muchos países fomentando proyectos de evangelización, sin reparar en dificultades, movido por su amor a Dios y a los hermanos. Quien está muy metido en Dios sabe estar muy cerca de los hombres. La primera condición para anunciarles a Cristo es amarlos, porque Cristo ya los ama antes. Hay que salir de nuestros egoísmos y comodidades e ir al encuentro de nuestros hermanos. Allí nos espera el Señor. No podemos quedarnos con la fe para nosotros mismos, es un don que hemos recibido para donarlo y compartirlo con los demás.

¡Gracias, perdón, ayúdame! En estas palabras se expresa la tensión de una existencia centrada en Dios. De alguien que ha sido tocado por el Amor más grande y vive totalmente de ese amor. De alguien que, aun experimentando sus flaquezas y límites humanos, confía en la misericordia del Señor y quiere que todos los hombres, sus hermanos, la experimenten también.

Querido hermano, el beato Álvaro del Portillo nos envía un mensaje muy claro, nos dice que nos fiemos del Señor, que él es nuestro hermano, nuestro amigo que nunca nos defrauda y que siempre está a nuestro lado. Nos anima a no tener miedo de ir a contracorriente y de sufrir por anunciar el Evangelio. Nos enseña además que en la sencillez y cotidianidad de nuestra vida podemos encontrar un camino seguro de santidad.

Pido, por favor, a todos los fieles de la Prelatura, sacerdotes y laicos, así como a todos los que participan en sus actividades, que recen por mí, a la vez que les imparto la Bendición Apostólica.

Que Jesús los bendiga y que la Virgen Santa los cuide.

Fraternalmente, Francisco


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Texto homilía del cardenal Angelo Amato en beatificación de  Álvaro del Portillo. MADRID, 28 de septiembre de 2014 (Zenit.org)

 

1. «Pastor según el corazón de Cristo, celoso ministro de la Iglesia»1. Este es el retrato que el Papa Francisco ofrece del Beato Álvaro del Portillo, pastor bueno, que, como Jesús, conoce y ama a sus ovejas, conduce al redil las que se han perdido, venda las heridas de las enfermas y ofrece la vida por ellas2.

El nuevo Beato fue llamado desde joven a seguir a Cristo, para ser después un diligente ministro de la Iglesia y proclamar en todo el mundo la gloriosa riqueza de su misterio salvífico: «Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para presentarlos a todos perfectos en Cristo. Por este motivo lucho denodadamente con su fuerza, que actúa poderosamente en mí»3. Y este anuncio de Cristo Salvador lo realizó con absoluta fidelidad a la cruz y, al mismo tiempo, con una ejemplar alegría evangélica en las dificultades. Por eso, la Liturgia le aplica hoy las palabras del Apóstol: «Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia»4.

La serena felicidad ante el dolor y el sufrimiento, es una característica de los Santos. Por lo demás, las bienaventuranzas –también aquellas más arduas como las persecuciones– no son sino un himno a la alegría.

2. Son muchas las virtudes –como la fe, la esperanza y la caridad– que el Beato Álvaro vivió de modo heroico. Practicó estos hábitos virtuosos a la luz de las bienaventuranzas de la mansedumbre, de la misericordia, de la pureza de corazón. Los testimonios son unánimes. Además de destacar por la total sintonía espiritual y apostólica con el santo Fundador, se distinguió también como una figura de gran humanidad.

Los testigos afirman que, desde niño, Álvaro era un «un chico de carácter muy alegre y muy estudioso, que nunca dio problemas»; «era cariñoso, sencillo, alegre, responsable, bueno...»5.

Heredó de su madre, doña Clementina, una serenidad proverbial, la delicadeza, la sonrisa, la comprensión, el hablar bien de los demás y la ponderación al juzgar. Era un auténtico caballero. No era locuaz. Su formación como ingeniero le confirió rigor mental, concisión y precisión para ir en seguida al núcleo de los problemas y resolverlos. Inspiraba respeto y admiración.

3. Su delicadeza en el trato iba unida a una riqueza espiritual excepcional, en la que destacaba la gracia de la unidad entre vida interior y afán apostólico infatigable. El escritor Salvador Bernal afirma que transformó en poesía la prosa humilde del trabajo diario.

Era un ejemplo vivo de fidelidad al Evangelio, a la Iglesia, al Magisterio del Papa. Siempre que acudía a la basílica de San Pedro en Roma, solía recitar el Credo ante la tumba del Apóstol y una Salve ante la imagen de Santa María, Mater Ecclesiae.

Huía de todo personalismo, porque transmitía la verdad del Evangelio y la integridad de la tradición, no sus propias opiniones. La piedad eucarística, la devoción mariana y la veneración por los Santos nutrían su vida espiritual. Mantenía viva la presencia de Dios con frecuentes jaculatorias y oraciones vocales. Entre las más habituales estaban: Cor Iesu Sacratissimum et Misericors, dona nobis pacem!, y Cor MariaeDulcissimum, iter para tutum; así como la invocación mariana: Santa María, Esperanza nuestra, Esclava del Señor, Asiento de la Sabiduría.

4. Un momento decisivo de su vida fue la llamada al Opus Dei. A los 21 (veintiún) años, en 1935 (mil novecientos treinta y cinco), después de encontrar a San Josemaría Escrivá de Balaguer –que entonces era un joven sacerdote de 33 (treinta y tres) años–, respondió generosamente a la llamada del Señor a la santidad y al apostolado.

Tenía un profundo sentido de comunión filial, afectiva y efectiva con el Santo Padre. Acogía su magisterio con gratitud y lo daba a conocer a todos los fieles del Opus Dei. En los últimos años de su vida, besaba a menudo el anillo de Prelado que le había regalado el Papa para reafirmarse en su plena adhesión a los deseos del Romano Pontífice. En particular, secundaba sus peticiones de oración y ayuno por la paz, por la unidad de los cristianos, por la evangelización de Europa.

Destacaba por la prudencia y rectitud al valorar los sucesos y las personas; la justicia para respetar el honor y la libertad de los demás; la fortaleza para resistir las contrariedades físicas o morales; la templanza, vivida como sobriedad, mortificación interior y exterior. El Beato Álvaro transmitía el buen olor de Cristo –bonus odor Christi–6, que es el aroma de la auténtica santidad.

5. Sin embargo, hay una virtud que Monseñor Álvaro del Portillo vivió de modo especialmente extraordinario, considerándola un instrumento indispensable para la santidad y el apostolado: la virtud de la humildad, que es imitación e identificación con Cristo, manso y humilde de corazón7. Amaba la vida oculta de Jesús y no despreciaba los gestos sencillos de devoción popular, como, por ejemplo, subir de rodillas la Scala Santa en Roma. A un fiel de la Prelatura, que había visitado ese mismo lugar pero que había subido a pie la Scala Santa, porque –así se lo comentó– se consideraba un cristiano maduro y bien formado, el Beato Álvaro le respondió con una sonrisa, y añadió que él la había subido de rodillas, a pesar de que el ambiente estaba algo cargado por la multitud de personas y la escasa ventilación8. Fue una gran lección de sencillez y de piedad.

Monseñor del Portillo estaba, de hecho, beneficiosamente “contagiado” por el comportamiento de Nuestro Señor Jesucristo, que no vino a ser servido, sino a servir9. Por eso, rezaba y meditaba con frecuencia el himno eucarístico Adoro Te devote, latens deitas. Del mismo modo, consideraba la vida de María, la humilde esclava del Señor. A veces recordaba una frase de Cervantes, de las Novelas Ejemplares: «sin humildad, no hay virtud que lo sea»10. Y a menudo recitaba una jaculatoria frecuente entre los fieles de la Obra: «Cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies»11; no despreciarás, oh Dios, un corazón contrito y humillado.

Para él, como para San Agustín, la humildad era el hogar de la caridad12. Repetía un consejo que solía dar el Fundador del Opus Dei, citando unas palabras de San José de Calasanz: «Si quieres ser santo, sé humilde; si quieres ser más santo, sé más humilde; si quieres ser muy santo, sé muy humilde»13. Tampoco olvidaba que un burro fue el trono de Jesús en la entrada a Jerusalén. Incluso sus compañeros de estudios, además de destacar su extraordinaria inteligencia, subrayan su sencillez, la inocencia serena de quien no se considera mejor que los demás. Pensaba que su peor enemigo era la soberbia. Un testigo asegura que era “la humildad en persona”14.

Su humildad no era áspera, llamativa, exasperada; sino cariñosa, alegre. Su alegría derivaba de la convicción de su escasa valía personal. A principios de 1994, el último año de su vida en la tierra, en una reunión con sus hijas, dijo: «os lo digo a vosotras, y me lo digo a mí mismo. Tenemos que luchar toda la vida para llegar a ser humildes. Tenemos la escuela maravillosa de humildad del Señor, de la Santísima Virgen y de San José. Vamos a aprender. Vamos a luchar contra el proprio yo que está costantemente alzándose como una víbora, para morder. Pero estamos seguros si estamos cerca de Jesús, que es del linaje de María, y es el que aplastará la cabeza de la serpiente»15.

Para don Álvaro, la humildad era «la llave que abre la puerta para entrar en la casa de la santidad», mientras que la soberbia constituía el mayor obstáculo para ver y amar a Dios. Decía: «la humildad nos arranca la careta de cartón, ridícula, que llevan las personas presuntuosas, pagadas de sí mismas»16. La humildad es el reconocimiento de nuestras limitaciones, pero también de nuestra dignidad de hijos de Dios. El mejor elogio de su humildad lo expresó una mujer del Opus Dei, después del fallecimiento del Fundador: «el que ha muerto ha sido don Álvaro, porque nuestro Padre sigue vivo en su sucesor»17.

Un cardenal atestigua que cuando leyó sobre la humildad en la Regla de San Benito o en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, le parecía contemplar un ideal altísimo, pero inalcanzable para el ser humano. Pero cuando conoció y trató al Beato Álvaro entendió que era posible vivir la humildad de modo total.

6. Se pueden aplicar al Beato las palabras que el Cardenal Ratzinger pronunció en 2002, con ocasión de la canonización del Fundador del Opus Dei. Hablando de la virtud heroica, el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe dijo: «Virtud heroica no significa exactamente que uno ha llevado a cabo grandes cosas por sí mismo, sino que en su vida aparecen realidades que no ha hecho él, porque él se ha mostrado transparente y disponible para que Dios actuara [...]. Esto es la santidad»18.

Este es el mensaje que nos entrega hoy el Beato Álvaro del Portillo, «pastor según el corazón de Jesús, celoso ministro de la Iglesia»19. Nos invita a ser santos como él, viviendo una santidad amable, misericordiosa, afable, mansa y humilde.

La Iglesia y el mundo necesitan del gran espectáculo de la santidad, para purificar, con su aroma agradable, los miasmas de los muchos vicios alardeados con arrogante insistencia.

Ahora más que nunca necesitamos una ecología de la santidad, para contrarrestar la contaminación de la inmoralidad y de la corrupción. Los santos nos invitan a introducir en el seno de la Iglesia y de la sociedad el aire puro de la gracia de Dios, que renueva la faz de la tierra.

Que María Auxiliadora de los Cristianos y Madre de los Santos, nos ayude y nos proteja.

Beato Álvaro del Portillo, ruega por nosotros.Amén.

1 Francisco, Breve Apostólico de Beatificación del Venerable Siervo de Dios Álvaro del Portillo, Obispo, Prelado del Opus Dei, 27-IX-2014.

2 Cfr. Ez 34, 11-16; Jn 10,11-16.

3 Col 1, 28-29.

4 Ibid., 24.

5 Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis, 2010, vol. I, p. 27.

6 2 Cor 2,15.

7 Mt 11, 29.

8  Cfr. Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis, 2010, vol.I, p. 662.

9 Mt 20, 28; Mc 10, 45.

10  Miguel de Cervantes, Novelas Ejemplares: “El coloquio de los perros”. Cfr. Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis, 2010, vol. I, p. 663.

11 Sal 51 [50], 19.

12  San Agustín, De sancta virginitate, 51.

13 San Josemaría Escrivá, palabras recogidas en A. Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, vol.I, Rialp, Madrid 1997, p. 18.

14 Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis, 2010, vol.I, p. 668.

15 Ibid., p. 675.

16 Ibid.

17 Ibid., p. 705.

18 Ibid., p. 908.

19 Francisco, Breve Apostólico de Beatificación del Venerable Siervo de Dios Álvaro del Portillo, Obispo, Prelado del Opus Dei, 27-IX-2014.

*Nota: en las citas de los textos litúrgicos se ha seguido la traducción oficial de la Conferencia Episcopal Española.


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PALABRAS FINALES del Emmo. y Rvdmo. Sr. Cardenal-Arzobispo Emérito de Madrid, Administrador Apostólico. MADRID, 28 de septiembre de 2014 (Zenit.org)

 - En la ceremonia de beatificación de Mons. Álvaro del Portillo

Al concluir esta solemne ceremonia de beatificación, doy gracias a Dios por cuantas maravillas ha hecho en la persona del beato Álvaro del Portillo y, a través de su fidelidad, en la de tantos hombres y mujeres de todo el mundo.

Mi gratitud se dirige también al Santo Padre Francisco, que quiso que la beatificación se celebrara en esta querida Archidiócesis de Madrid, pues me atrevería a decir que el beato del Portillo, nacido aquí, es particularmente nuestro, y que nos bendice especialmente desde el cielo: y porque tenía esas raíces profundas, pudo y supo ser ciudadano del mundo, de esos cinco continentes a donde viajó; maravillosamente representados en esta asamblea orante.

En esta ciudad el nuevo beato recibió el Bautismo y la Confirmación, e hizo la Primera Comunión, y, gracias también a la educación recibida en su familia y en el colegio, creció desde joven en su amor a Jesucristo. Cursó en Madrid la carrera de ingeniero de caminos, siendo a la vez evangelizador de los más pobres en las chabolas de aquella ciudad Capital de España en un proceso de expansión urbana y demográfica incesante en el que se reflejaban los graves problemas sociales, humanos y religiosos de una época -la primera mitad del siglo XX- de la historia española y europea, especialmente dramática.

Siempre en Madrid, en plena juventud, y tras conocer a san Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, el beato Álvaro secundó con prontitud la llamada que Dios le dirigía a buscar la santidad en Medio del mundo a través de la santificación del trabajo profesional y la dedicación al apostolado.

También en nuestra ciudad, y en los convulsos años de la Guerra Civil, tuvo ocasión de dar testimonio de su amor y fidelidad a Cristo, tanto en una difícil y arriesgada labor de catequesis como en los meses que pasó encarcelado. En 1944, el beato Álvaro del Portillo recibió la ordenación presbiteral de manos de mi predecesor, Mons. Leopoldo Eijo y Garay.

La Iglesia particular de Madrid es sensible a las necesidades de la Iglesia universal. Aunque el beato Álvaro marchara a Roma en 1946, no por esto dejamos de considerarlo madrileño. Como Iglesia diocesana nos enorgullecemos de su fiel ayuda a san Josemaría en la difusión del mensaje del Opus Dei por todo el mundo y de su contribución al Concilio Vaticano II. También de su ejemplar talento en suceder con humildad y fidelidad al Fundador, y de su ejercicio del ministerio episcopal en unión con el Sucesor de Pedro y con el colegio episcopal.

Esta ceremonia en la que se han reunido personas del mundo entero, me trae el recuerdo de otra celebración festiva y universal de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid que supuso una lluvia de gracias para todos y de modo particular para nuestra ciudad. En aquellos días de agosto de 2012, presididos por el Papa Benedicto XVI, estaríais muchos de los presentes, acompañados también por el coro que hoy ha actuado.

La huella del nuevo beato está muy presente en Madrid. No sólo ni principalmente por razones históricas. Lo está también por la influencia que su vida y escritos obran en los corazones de tantos fieles de esta Archidiócesis. Y por el bien espiritual y social que hacen tantas iniciativas que a él deben su primera inspiración. ¡Que la intercesión del beato Álvaro del Portillo siga protegiéndolas!

Quiero recordar que, en el trato personal que tuve con el beato Álvaro, por ejemplo con ocasión del Sínodo de Obispos de 1990, percibí cuánto destacaban su bondad, su serenidad y su buen humor. “En la Comunión de la Iglesia”: sí, el beato Álvaro me recuerda mi lema episcopal, “In Ecclesiae Communione”. Amaba a la Iglesia y por esto era hombre de comunión, de unión, de amor.

Pido a la Santísima Virgen de la Almudena que también nosotros, como fieles anunciadores del Evangelio, sepamos corresponder a la llamada del Señor para servir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.


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Texto completo de la homilía pronunciada por el obispo Javier Echevarría, prelado del Opus Dei, en la misa de acción de gracias por la beatificación de monseñor Álvaro del Portillo en Valdebebas (Madrid).

Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei
Madrid, 28 de septiembre de 2014

“Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”: “ut diligátis ínvicem, sicut diléxi vos” (Jn 15, 12).

Queridos hermanos y hermanas, estas palabras del Evangelio resuenan hoy en mi alma con una alegría nueva, al considerar que la muchedumbre presente ayer en este lugar, muy en comunión con el Papa Francisco y con todos los que nos acompañaban desde los cuatro puntos cardinales, no era propiamente una muchedumbre sino una reunión familiar, unida por el amor a Dios y el amor mutuo. Este mismo amor también se hace más fuerte hoy en la Eucaristía, en esta Misa de acción de gracias por la beatificación del queridísimo don Álvaro, Obispo, Prelado del Opus Dei.

1. El Señor, al instituir la Eucaristía, dio gracias a Dios Padre por su bondad eterna, por la creación salida de sus manos, por su misterioso designo de salvación. Agradecemos ese amor infinito manifestado en la Cruz y anticipado en el Cenáculo. Y le preguntamos al Señor: ¿cómo hemos de proceder para amar como tú nos has amado?; para amar como amaste a Pedro y a Juan, a cada uno de nosotros, y también a san Josemaría y al beato Álvaro.

Mirando la vida santa de don Álvaro, descubrimos la mano de Dios, la gracia del Espíritu Santo, el don de un amor que nos transforma. E incorporamos a nuestra alma esa oración de san Josemaría que tantas veces ha repetido el nuevo Beato: “Dame, Señor, el Amor con que quieres que te ame”, y así sabré amar a los demás con tu Amor, y con mi pobre esfuerzo. Los demás descubrirán en mi vivir la bondad de Dios, como ocurrió en el caminar diario de don Álvaro: ya en este Madrid tan querido, transparentaba la misericordia divina con su solidaridad con los más pobres y abandonados. Nos llena de gozo que en la segunda lectura, se nos recuerde la presencia de Cristo en nosotros que nos reviste “de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia” (Col 3, 12).

Queridos hermanos y hermanas, demos gracias a Dios pidiéndole más amor. En la madurez de la juventud, cuando tenía 25 años, don Álvaro era “saxum”, roca, para san Josemaría. Desde su humildad, contestó un día por carta al fundador del Opus Dei con estas palabras: “Yo aspiro a que, a pesar de todo, pueda Ud. tener confianza en el que, más que roca, es barro sin consistencia alguna. Pero ¡es tan bueno el Señor!”. Esa seguridad en la bondad divina puede empapar toda nuestra existencia. “Daré gracias a tu nombre, por tu misericordia y tu lealtad”, hemos rezado en el Salmo responsorial (Sal 138 [137], 2). Y se alza nuestra gratitud a la Trinidad Santísima porque permanece con nosotros, con su Palabra, Jesucristo mismo (cf. Col 3, 16) y con su Espíritu, que nos llena de alegría (cf. Jn 15, 11; Lc 11, 13) y hace posible que nos dirijamos a Dios llamándole, llenos de confianza, “Abba, Pater”: “¡Padre! ¡papá!”.

2. “La trinidad de la tierra nos llevará a la Trinidad del Cielo”, repetía don Álvaro según la enseñanza y la experiencia del Fundador del Opus Dei. Jesús, María y José nos conducen al Padre y al Espíritu Santo; en la humanidad santa de Jesús descubrimos, inseparablemente unida, la divinidad.

¡La Sagrada Familia! Con palabras de la primera lectura, bendecimos al Señor “que enaltece nuestra vida desde el seno materno y nos trata según su misericordia” (Ecl 50, 22). El texto sagrado nos menciona que ya antes de nacer nos amaba Dios. Viene a mi memoria aquel poema que Virgilio dirige a un niño recién nacido: “Incipe, parve puer, risu cognoscere matrem” (Virgilio, Égloga IV, 60)”: “Pequeño niño, comienza a reconocer a tu madre por su sonrisa”. El niño que nace va descubriendo el universo; en el rostro de su madre, lleno de amor: en esa sonrisa que le acoge, el nuevo ser apenas venido al mundo descubre un reflejo de la bondad de Dios.

En este día que el Santo Padre Francisco dedica a la oración por la familia, nos unimos a las súplicas de toda la Iglesia por esa “communio dilectionis”, esa “comunión de amor”, esa “escuela” del Evangelio que es la familia, como decía Pablo VI en Nazaret. La familia, con el “dinamismo interior y profundo del amor”, tiene una gran “fecundidad espiritual”, como enseñó san Juan Pablo II, a quien el beato Álvaro estuvo unido por una filial amistad.

Al dar gracias a don Álvaro, damos gracias a sus padres que le han acogido y educado, que han preparado en él un corazón sencillo y generoso para recibir el amor de Dios, y responder a su llamada. “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”; así fue don Álvaro: un hombre cuya sonrisa bendecía a Dios, que “hace cosas grandes” (Ecl 50, 22), y que contó con él para servir a la Iglesia extendiendo el Opus Dei, como fiel hijo y sucesor de san Josemaría.

Rezamos para que haya muchas familias que sean “hogares… luminosos y alegres… como fue el de la Sagrada Familia”, en palabras de san Josemaría. Nuestra gratitud a Dios se alza por el don de la familia, reflejo del eterno amor trinitario, lugar donde cada uno se sabe amado por sí mismo, tal como es. Ahora, damos gracias también a todos los padres y madres de familia que están aquí reunidos, y a todos los que se ocupan de los niños, de los ancianos, de los enfermos.

Familias: el Señor os ama, el Señor se halla presente en vuestro matrimonio, imagen del amor de Cristo por su Iglesia. Sé que muchos de vosotros os dedicáis generosamente a apoyar a otros matrimonios en su camino de fidelidad, a ayudar a muchos otros hogares a ir adelante en un contexto social muchas veces difícil y hasta hostil. ¡Ánimo! Vuestra labor de testimonio y de evangelización es necesario para el mundo entero. Acordaos de que, como dijo el querido Benedicto XVI, “la fidelidad a lo largo del tiempo es el nombre del amor”.

3. “Sed agradecidos”, nos exhorta san Pablo (Col 3, 15). El beato Álvaro, pensando en lo que debía a san Josemaría, afirmaba que “la mejor muestra de agradecimiento consiste en hacer buen uso de los dones recibidos”. En su predicación, en tertulias, en encuentros personales, en todas partes, nunca dejaba de hablar de apostolado y de evangelización. Para permanecer en ese amor de Dios que hemos recibido, debemos compartirlo con los demás; la bondad de Dios tiende a difundirse. El Papa Francisco decía que “en la oración, el Señor nos hace sentir este amor, pero también a través de numerosos signos que podemos leer en nuestra vida, a través de numerosas personas que pone en nuestro camino. Y la alegría del encuentro con él y de su llamada lleva a no cerrarse, sino a abrirse; lleva al servicio en la Iglesia”.

“No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido” (Jn 15, 16). Después de haber insistido el Señor en que la iniciativa es siempre suya, en la primacía de su amor, nos envía a difundir su Amor a todas las criaturas: “Os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca” (ibídem). “Manete in dilectione mea”: “permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). Permanecer en el Señor es necesario para dar un fruto que a su vez eche raíces profundas. Jesús lo acaba de decir a sus discípulos: “Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí” (Jn 15, 4).

La muchedumbre de estos días, los millones de personas en el mundo, y tantas que ya nos esperan en el Cielo, dan también testimonio de la fecundidad de la vida de don Álvaro. Os invito, hermanas y hermanos, a estar, a desenvolveros en el amor del Señor: en la oración, en la Misa y la Comunión frecuente, en la confesión sacramental, para que, con esa fuerza de la predilección divina, sepamos transmitir lo que hemos recibido, y llevarlo a cabo mediante un auténtico apostolado de amistad y confidencia.

En la carta que me escribió el querido Papa Francisco con ocasión de la beatificación de ayer, nos decía que “no podemos quedarnos con la fe para nosotros mismos, es un don que hemos recibido para donarlo y compartirlo con los demás”; y añadía que el beato Álvaro “nos anima a no tener miedo de ir a contracorriente y de sufrir para anunciar el Evangelio”, y también que “nos enseña además que en la sencillez y cotidianidad de nuestra vida podemos encontrar un camino seguro de santidad”.

En este camino, con muchos ángeles, nos acompaña la Santísima Virgen. María es Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa y Templo de Dios Espíritu Santo. Es Madre de Dios y Madre nuestra, la Reina de la familia, la Reina de los apóstoles. Que Ella nos ayude, como lo hizo con el beato Álvaro, a seguir la invitación del Sucesor de Pedro: “Dejarse amar por el Señor, abrir el corazón a su amor y permitir que sea él que guíe nuestra vida”, como tantas veces san Josemaría pidió a la Virgen de la Almudena muy querida y venerada en esta Archidiócesis. Así sea.


Publicado por verdenaranja @ 22:34  | Homil?as
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Texto completo de la homilía del Santo Padre en la Jornada de la tercera edad. CIUDAD DEL VATICANO, 28 de septiembre de 2014 (Zenit.org

 

El Evangelio que acabamos de escuchar, lo acogemos hoy como el Evangelio del encuentro entre los jóvenes y los ancianos: un encuentro lleno de gozo, de fe y de esperanza.

María es joven, muy joven. Isabel es anciana, pero en ella se ha manifestado la misericordia de Dios, y, junto a con su esposo Zacarías, está en espera de un hijo desde hace seis meses.

También en esta ocasión, María nos muestra el camino: ir a visitar a la anciana pariente, para estar con ella, ciertamente para ayudarla, pero también y sobre todo para aprender de ella, que ya es mayor, una sabiduría de vida.

La Primera Lectura recuerda de varios modos el cuarto mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre: así se prolongarán tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar» (Ex 20,12). No hay futuro para el pueblo sin este encuentro entre generaciones, sin que los niños reciban con gratitud el testigo de la vida por parte de los padres. Y, en esta gratitud a quien te ha transmitido la vida, hay también un agradecimiento al Padre que está en los cielos.

Hay a veces generaciones de jóvenes que, por complejas razones históricas y culturales, viven más intensamente la necesidad de independizarse de sus padres, casi de «liberarse» del legado de la generación anterior. Es como un momento de adolescencia rebelde. Pero, si después no se recupera el encuentro, si no se logra un nuevo equilibrio fecundo entre las generaciones, se llega a un grave empobrecimiento del pueblo, y la libertad que prevalece en la sociedad es una falsa libertad, que casi siempre se convierte en autoritarismo.

El mismo mensaje nos llega de la exhortación del apóstol Pablo dirigida a Timoteo y, a través de él, a la comunidad cristiana. Jesús no abolió la ley de la familia y la transición entre las generaciones, sino que la llevó a su plenitud. El Señor ha formado una nueva familia, en la que, por encima de los lazos de sangre, prevalece la relación con él y el cumplir la voluntad de Dios Padre. Pero el amor por Jesús y por el Padre eleva el amor a los padres, hermanos y abuelos, renueva las relaciones familiares con la savia del Evangelio y del Espíritu Santo. Y así, san Pablo recomienda a Timoteo, que es Pastor, y por tanto padre de la comunidad, que se respete a los ancianos y a los familiares, y exhorta a que se haga con actitud filial: al anciano «como un padre», a las ancianas «como a madres» (cf. 1 Tm 5,1). El jefe de la comunidad no está exento de esta voluntad de Dios, sino que, por el contrario, la caridad de Cristo le insta a hacerlo con un amor más grande. Como la Virgen María, que aun habiéndose convertido en la Madre del Mesías, se siente impulsada por el amor de Dios, que en ella se está encarnando, a ir de prisa hacia su anciana pariente.

Volvamos, pues, a este «icono» lleno de alegría y de esperanza, lleno de fe, lleno de caridad. Podemos pensar que la Virgen María, estando en la casa de Isabel, habrá oído rezar a ella y a su esposo Zacarías con las palabras del Salmo Responsorial de hoy: «Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud... No me rechaces ahora en la vejez, me van faltando las fuerzas, no me abandones... Ahora, en la vejez y en las canas, no me abandones, Dios mío, hasta que describa tu poder, tus hazañas a la nueva generación» (Sal 70,9.5.18). La joven María escuchaba, y lo guardaba todo en su corazón. La sabiduría de Isabel y Zacarías ha enriquecido su ánimo joven; no eran expertos en maternidad y paternidad, porque también para ellos era el primer embarazo, pero eran expertos de la fe, expertos en Dios, expertos en esa esperanza que de él proviene: esto es lo que necesita el mundo en todos los tiempos. María supo escuchar a aquellos padres ancianos y llenos de asombro, hizo acopio de su sabiduría, y ésta fue de gran valor para ella en su camino como mujer, esposa y madre.

Así, la Virgen María nos muestra el camino: el camino del encuentro entre jóvenes y ancianos. El futuro de un pueblo supone necesariamente este encuentro: los jóvenes dan la fuerza para hacer avanzar al pueblo, y los ancianos robustecen esta fuerza con la memoria y la sabiduría popular.


Publicado por verdenaranja @ 22:06  | Habla el Papa
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Domingo, 28 de septiembre de 2014

Catholic Calendar  and Daily Meditation

Sunday, September 28, 2014 
 
Twenty-sixth Sunday in Ordinary Time


Scripture for Sunday's Liturgy of the Word:
http://new.usccb.org/bible/readings/092814.cfm

Ezekiel 18:25-28
Psalm 25:4-5, 8-9, 10, 14
Philippians 2:1-11
Or Philippians 2:1-5
Matthew 21:28-32


A reflection on today's Sacred Scriptures:

I'm sure you've heard the old saying:
"A wise man changes his mind sometimes; a fool, never!"

That's a great reply when someone says to you, "But you said a month ago!". . . etc.

In this Sunday's readings, God is giving us advice on when to change our minds, and when not to. If we're pretty well secure in habits of virtue, then it's not a good idea to give in to the persuasions of friends who call us old-fashioned or foolish for following the teachings of our parents and childhood religion classes~~and act contrary to our principles. To change because of fear of losing face or being the butt of ridicule could risk God's displeasure, loss of grace, and even loss of eternal happiness!

There's another kind of change discussed in the readings. And that's the kind of change that may be defined as conversion~~from sinful ways to virtuous ones. That's the kind of change that won the approval of Jesus in the Gospel~~by the first son in the parable. He is the lad who said "no" to his father's request. He was ready to disobey the father, risking his displeasure and even punishment. Then, (wisely), he began to feel guilty. He decided it wouldn't kill him to cut short a good time with his friends to work for his father. Let's hope that it was really love that made him change his mind. But even if it was merely shame, and maybe a little fear of the consequences of his refusal, he did change his mind. If his friends were real friends, they more than likely respected him for his decision.

How different was the behavior of the second son who said "yes" to his father, but then never followed through! He just wanted to look good, and avoid the disappointment and perhaps anger in his father's eyes. He was quite possibly a hypocrite, who had no intention at all of helping in the vineyard. No one likes a hypocrite, not even the hypocrite himself. Of course, he may just have been a weakling, of whom it is said, "The road to hell is paved with good intentions." His problem was loving himself and his own pleasure more than his father.

How do we know when to change our minds and when not to? The second reading gives us sound advice: "Do nothing out of selfishness~~rather, have that mind in you which is in Christ Jesus who humbled Himself even to the point of death." To change one's mind is often humbling, especially if we risk the ridicule of worldly friends or even worldly family members. But isn't it far better than to stubbornly keep to the road that will eventually send us over the proverbial cliff?

Christ is our sure guide. His teaching for modern times is found in the Catechism of the Catholic Church. Try one of its shorter forms.

- Msgr. Paul Whitmore | email: pwhitmore29( )yahoo.com 

 

Would you like to learn more about the Catholic faith? 

 

(c)2010  Reprints permitted, except for profit.  Credit required.


Publicado por verdenaranja @ 18:31  | Espiritualidad
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XXVI Domingo Ordinario por Mons. Enrique Díaz Diaz. (Zenit.org)

Decir sí, como Jesús

Ezequiel 18, 25-28: “Cuando el pecador se arrepiente, salva su vida”
Salmo 24: “Descúbrenos, Señor, tus caminos”
Filipenses 2, 1-11: “Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”

San Mateo 21, 28-32: “El segundo hijo se arrepintió y fue.- Los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el Reino de Dios”

Se presentan ante mí un grupo de personas de una comunidad sumamente preocupadas: “El presidente municipal de nuestra comunidad, cuando era candidato, nos prometió y firmó un documento donde se comprometía a respetar las diferencias de culto y de forma de expresarse con nuestras tradiciones y ritos, que nosotros hacemos sin alcohol ni borracheras. Y que a nadie se le exigiría aceptar cargos que no fueran de acuerdo a su pensamiento y a su conciencia. Pero ahora, presionado por algunos de la comunidad, ya metió a la cárcel a 26 señores porque no aceptan los cargos que les impone la comunidad y les hizo firmar, con amenazas, que cumplirían dichos cargos”. No pueden comprender que si él había firmado un documento y había hecho una promesa, ahora no la cumpliera. Pero alguien expresa en voz alta lo que hay en el corazón de todos: “La palabra y las promesas no valen, se pueden tirar a la basura”.

Es triste que a los mexicanos se nos caracterice y ridiculice por nuestras incongruencias entre lo que decimos y hacemos: “Mañana te pago”, “En un rato entrego tu trabajo”, “Prometo que voy a hacerlo” y un largo etcétera. Pero no es exclusivo de los mexicanos, es una lacra de nuestra humanidad que hace perder el valor a la palabra. Hay quien dice sí y hace el no; hay quien dice que no, pero después actúa positivamente. Evidentemente que Dios se complace más en aquellos que dicen sí y que lo hacen de verdad, sin embargo es muy claro que entre quien dice que sí, pero hace lo contrario y quien no acierta a encontrar las palabras de aceptación, pero presenta actos convincentes, sus preferencias serán por esta segunda categoría de personas. Esta desconcertante parábola que nos presenta el evangelio, encuentra su explicación en los motivos que tiene Cristo para decirla a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo que no cumplen con su relevante servicio. Pero al mismo tiempo presenta la inexorable condena de un cristianismo “declamatorio”, inflado de palabras, fórmulas, declaraciones solemnes, profesiones de fe, pero vacío de hechos convincentes. A las palabras deben seguir las acciones; a los principios, la conducta coherente; y a las enseñanzas, el ejemplo personal.

La parábola delinea perfectamente nuestro tibio cristianismo porque le decimos a Dios: “Ya voy, Señor”, pero dilatamos nuestras acciones hasta lo infinito. Los mexicanos nos caracterizamos por tener un facilísimo sí, que después no implica ningún compromiso. Gritamos y alabamos a la Virgen de Guadalupe, hacemos peregrinaciones y entonamos vivas a Cristo Rey, pero después pisoteamos los valores del Reino, nos mostramos intransigentes con el prójimo, rechazamos el perdón y no dudamos en herir, en humillar y en despreciar.Es cierto, estamos bautizados; pero, influenciados por innumerables propuestas de pensamiento y de costumbres, somos indiferentes a los valores del Evangelio e incluso nos vemos inducidos a comportamientos contrarios a la visión cristiana de la vida. Aun confesándonos católicos, vivimos de hecho alejados de la fe, abandonando las prácticas religiosas y perdiendo progresivamente la propia identidad de creyentes, con consecuencias morales y espirituales de diversa índole. Hay bastantes cristianos que terminan por instalarse cómodamente en una fe aparente, sin que su vida se vea afectada en lo más mínimo por su relación con Dios.

El Papa Francisco desnuda una vergonzosa realidad: decimos una cosa y hacemos otra. Y podemos comprobarlo fácilmente. Cuando contemplamos nuestro país asolado por la corrupción, por la mentira y la injusticia; cuando sufrimos y nos quejamos de los robos y las incongruencias; cuando contemplamos los abusos y las discriminaciones; cuando nos quejamos de las abismales diferencias entre los que viven en la miseria y los que nadan en la opulencia; no podemos ignorar que estamos hablando de un país que casi en su totalidad es cristiano, ya sean católicos o evangélicos, que hemos escuchado el evangelio, que somos bautizados pero que una cosa decimos creer y otra muy diferente se vive en el obrar de cada día. Quizás hoy lo más urgente será descubrir las contradicciones de nuestra vida y ponerlas delante de Dios, ponerlas sin miedo y sinceramente, para que Él nos cure y purifique, para que Él nos vaya acrisolando y nos haga libres. Dejar a un lado los miedos y las componendas y sentir cómo Dios nos renueva. Tenemos la necesidad urgente de revisar nuestras mentalidades, actitudes y conductas, y ampliar nuestros horizontes, comprometiéndonos a compartir y trabajar con entusiasmo para responder a los grandes interrogantes del hombre de hoy.

San Pablo invita a los Filipenses a tener los mismos sentimientos de Cristo: consecuente con su palabra y su misión. Aprendemos así que, además de las posturas opuestas de los dos hijos, hay una tercera que es la del verdadero cristiano: decir sí, con alegría y prontitud, y después cumplir con fidelidad la palabra empeñada. Decir sí como Jesús que, al venir al mundo, es la Palabra que se hace realidad y se entrega hasta las últimas consecuencias. Decir sí, “Fiat”, como María que pone toda su vida y su persona en las manos de Dios Padre. El Evangelio nos invita a correr el riesgo de poner toda nuestra vida y toda nuestra persona al servicio del Reino comprometidos por la Palabra que se hizo carne para salvarnos.

¿Cómo es nuestro sí y nuestro compromiso con Jesús? ¿Qué incongruencias encontramos en nuestra vida y en nuestra comunidad entre lo que decimos y lo que hacemos? ¿A qué nos compromete ahora la Palabra de Jesús?

Jesús, Palabra eterna del Padre, el Amén, el Sí sostenido, enséñanos a ser prontos y generosos en nuestra respuesta, y fieles y constantes en nuestras vidas. Amén.


Publicado por verdenaranja @ 18:27  | Espiritualidad
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S?bado, 27 de septiembre de 2014

¿Qué es el Jubileo?

 

          La palabra Jubileo está asociada primeramente con el gozo y la alegría, aunque en los orígenes su significado era mucho más profundo, religioso y con importantes connotaciones prácticas. 

          En hebreo, lengua bíblica, la palabra Yobel designaba al cuerno de carnero que sonaba ante cualquier acontecimiento, y según el acontecimiento era el sonido: triunfo, o derrota en la guerra, nacimiento del hijo del rey, peligro inminente o muerte. Cuando se anunciaba el “Año del Señor”, se tocaba el Yobel varias veces. Por eso: yobeleo. Pero este año de gracia no siempre era de alegría para todo el pueblo, indicaba “ponerse en paz”, por tanto, era angustioso para los que cometían injusticias, tanto que se le llamaba “día terrible de Yahveh”.                

          Fue San Jerónimo quien latinizó la palabra como Jubilum (júbilo) que originalmente expresaba el grito de alegría de los pastores, y después simplemente alegría, gozo y esperanza. 

          El libro del Levítico nos indica los elementos prácticos o sociales que debe tener el año jubilar. Su origen debemos encontrarlo en la cultura agraria semita (entre los años 1200 y1000 a. C.) unido estrechamente al descanso de la tierra. Se tenía la conciencia de que toda la creación pertenecía a Dios y Dios la entregaba a la humanidad. Por tanto, nadie era dueño total de ella, sólo Dios. La tierra se cultivaba seis años seguidos, el séptimo se dejaba descansar y lo que espontáneamente producía ese año era de todos. Cada siete semanas de años séptimos (7 X 7) debía declararse el “día del Señor”, el cual llevaba consigo la liberación, la reconciliación y el perdón de las deudas. Finalmente, cada cincuenta años (7 x 7 + 1) cada familia recuperaba la propiedad, es decir, todas las familias llegaban a poseer exactamente la misma cantidad de propiedades en tierras y ganado. Así, si en el transcurso de los años hubiese necesidad de vender alguna propiedad, lo que se venden son las cosechas faltantes para el año cincuenta. Es decir, si un año después del Jubileo se vende la tierra, el costo será lo equivalente a 49 cosechas, pero si se vende dos años antes, la tierra costará lo equivalente a dos cosechas. 

          Los historiadores consideran que estas prescripciones del año jubilar nunca fueron aplicadas en su totalidad, pero ello no deja de verse como un ideal a alcanzar. 

          Lucas nos presenta a Jesús en la sinagoga de Nazaret anunciando el Año de Gracia del Señor: trae la Buena Noticia del perdón y la sanación. Inaugura el primer año jubilar cristiano, e invita en su propuesta evangélica al perdón de las ofensas y a construir un mundo distinto. 

          El Papa Juan Pablo II, en la Tertio millenio adveniente señala que el término “jubileo” expresa alegría: no sólo alegría interior, sino gozo que se manifiesta exteriormente, ya que la venida de Dios es también un acontecimiento exterior visible, audible y tangible. Por tanto, el jubileo no puede quedar sólo al interior de quien lo celebra, sino que debe haber manifestaciones externas, que inviten a otros a sumarse. 

          Celebrar el Jubileo supone un compromiso de caridad y de apuesta por la justicia social. La Caridad entendida como amor a Dios y a los hermanos, que es lo propio del cristiano toda su vida, pero que en el Jubileo debe de llevar a un verdadero compromiso en la dimensión social y práctica, de manera que se note, que deje huella. 

          Con ese trasfondo bíblico e histórico, nos disponemos a celebrar el Jubileo al que nuestro Obispo nos convoca con motivo de la reapertura de la Catedral, después de once años de rehabilitación. Un templo que es referencia para nuestra comunidad cristiana. 

          Para ello nos invita a experimentar  la gracia de la indulgencia. 

          La indulgencia es la gracia que el Señor nos da a través de la Iglesia para vivir más plenamente nuestra vida cristiana. Es  cierto que por el Sacramento de la Penitencia quedan borrados nuestros pecados. Sin embargo, la gracia de la indulgencia viene a sanarnos y rehabilitarnos de una manera plena. Si yo clavo en la pared una tacha, al sacarla de nuevo, queda un hueco que es preciso rellenar. Cuando yo supero una enfermedad o una operación, necesito un tiempo de ejercicio para rehabilitarme. Algo así es la indulgencia: una ayuda para vivir más plenamente mi identidad cristiana. "Ganar el jubileo" en el lenguaje de la Iglesia, es ejercitarnos de una manera determinada para  dejar atrás las consecuencias de nuestros fallos y debilidades. Justamente, celebrando el Sacramento de la Penitencia, comulgando y visitando la Catedral solos o en comunidad ganaremos las gracias de este Jubileo como nos dice nuestro obispo en su carta pastoral. 

Con esta doble dimensión de conversión personal y de compromiso con el hermano solo y desamparado, el Jubileo alcanza su sentido más pleno.


Publicado por verdenaranja @ 22:28  | Catequesis
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CELEBRACIÓN DEL ENVÍO DE AGENTES DE PASTORAL CARITATIVO-SOCIAL

Pastoral de la salud

Cáritas

 Pastoral Penitenciaria

Apostolado del mar

Migraciones

Justicia y Paz

Manos Unidas

 

"La invitación del primer anuncio, que invita a dejarse amar por Dios y a amarlo con el mismo amor que Él mismo nos comunica, provoca en la vida de las personas y en sus acciones una primera reacción: desear, cuidar y buscar el bien de los demás" (Papa Francisco EG 178). 

Monición de entrada.-

Una vez más los cristianos que formamos la familia de los hijos de Dios, la Iglesia, nos reunimos para celebrar nuestra fe, alimentar la esperanza y acoger y expresar el amor que Dios nos ha demostrado en su Hijo y que se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. Si el domingo pasado tuvo lugar el Envío de los catequistas, hoy queremos visualizar el servicio que nuestra comunidad realiza en favor de los más necesitados, asumiendo la vida humana, 'tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo', comunicándoles con palabras y gestos concretos la alegría del Evangelio.

Después de la homilía, se invita a los agentes de pastoral caritativa y social de la parroquia a acercarse y ponerse en semicírculo ante el altar. Se puede proclamar el Credo en forma dialogada. Después el Presbítero se dirige a los agentes y les dice:

Hermanas y hermanas: El Señor les ha llamado a ser las manos y los pies de esta comunidad para salir al encuentro del hermano solo y desamparado. Ante esta comunidad les pregunto: Quieren seguir sirviendo al Señor en los últimos y no atendidos? R./ Sí, queremos. ¿Se comprometen a escuchar la voz de Dios en su Palabra, en la comunidad y en el grito de los pobres? R./ Si, nos comprometemos. ¿Quieren anunciar la Buena Noticia de Jesús con sus vidas y con su servicio alegre y gratuito? Sí, queremos. Que la alegría del Señor sea vuestra fortaleza. Si parece oportuno, se puede aplaudir. 

Oración de los fieles

1. Por nuestro  Papa Francisco, nuestro Obispo Bernardo, los presbíteros, diáconos y personas consagradas  y todos nosotros, Pueblo de Dios. Para que seamos testigos creíbles de la Buena Noticia de Jesús. Roguemos al Señor.

2. Por todos los que tiene autoridad. Para que busquen, por encima de los intereses particulares, el bien común, especialmente de los más necesitados. Roguemos al Señor

3. Por todos los que sufren en su cuerpo o en su alma. Para que encuentren en nosotros ayuda y consuelo. Roguemos al Señor.

4. Por los que sirven a los pobres, especialmente en nuestra comunidad. Para que, siendo discípulos e impregnados de una honda espiritualidad, sean la expresión de una Iglesia en salida que ofrezca a todos la vida en Jesucristo. Roguemos al Señor.

 

Presentación de las ofrendas

Con el pan y el vino, fruto del trabajo y del esfuerzo de los hombres y mujeres por transformar el mundo, presentamos la colecta que en este primer domingo de mes es para atender a los más necesitados.

Bendición final

Que el Dios Padre-Madre os bendiga y fortalezca en vuestro servicio a sus hijos e hijas desamparados. Amén

Que Jesucristo, el Señor, que pasó por la vida haciendo el bien, sea vuestro modelo y veáis su rostro en cada persona necesitada. Amén

Que el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, os ilumine y fortalezca en vuestra entrega alegre y gratuita a quienes estén solos y empobrecidos. Amén

Y la bendición de Dios Todopoderoso...

 

Dentro de unos días celebraremos la fiesta de nuestra Señora del Rosario. A Ella, María de Nazaret, madre de los pobres, discípula y apóstol de la alegría del Evangelio le cantamos...


Publicado por verdenaranja @ 21:22  | Caritas
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Viernes, 26 de septiembre de 2014

Reflexión a las lecturas del domingo veintiséis del Tiempo Ordinario - A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 26º del T. Ordinario A 

Lo primero que tenemos que hacer este domingo, es situar el  Evangelio en su contexto. De un domingo a otro ha cambiado por completo. El texto está colocado después de la Entrada de Jesucristo en Jerusalén, con todas sus circunstancias. Ahora, el Señor, dirigiéndose a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, les cuenta unas parábolas para explicarles por qué tiene que dejar al pueblo de Israel y formar un pueblo nuevo, la Iglesia. Y a ella están todos llamados, también los publicanos y los pecadores, que se están convirtiendo. Comenzamos hoy a escuchar estas parábolas.

La de hoy es  la Parábola de los dos hijos, mandados por su padre a la viña. El tema, por lo  tanto, sigue siendo el mismo que el del domingo pasado: tenemos que ir a trabajar en la Viña del Señor, tenemos que acoger de verdad el Reino de los Cielos, que Jesucristo anuncia, tenemos que reconocerle como Rey y Mesías.

En esta Parábola Jesucristo se presenta como una persona moderna y práctica, que les dice con toda franqueza: “A la hora de la verdad, ¿cuál de los dos hijos hizo lo que quería el padre?” Ellos le contestaron el primero, es decir, el que le dijo que “no iba” a trabajar a la viña, pero después se arrepintió y fue. Éste era el caso de aquellos publicanos, prostitutas y gente de mala fama. Es evidente que primero dijeron que “no”, Jesús no niega su pecado, pero cuando vino Juan y también ahora, se están convirtiendo y están siendo incorporados al Reino. Los sumos sacerdotes y ancianos, por el contrario, eran los hombres del “sí”, los del cumplimiento de la Ley,  los del culto en el Templo, los dirigentes religiosos de Israel, pero cuando vino Juan dijeron que “no” y ahora, cuando ha venido el Mesías, están diciendo y haciendo lo mismo. Por eso, se les quitará a ellos el Reino y se dará a otro pueblo, que responda siempre que sí. Es la Iglesia.

Jesucristo, por tanto, sigue insistiendo en la posibilidad, la importancia y la validez de la misericordia y el perdón de Dios, para los que se convierten de corazón. Es también lo que nos enseña la primera lectura: “Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo, y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida”. Y esto es lo que proclama sin cesar la Iglesia, cada día, de oriente a occidente, como Buena Noticia, como la mejor Noticia: ¡con Jesucristo siempre es posible comenzar de nuevo! Se ha dicho que los santos no lo son porque nunca cayeron, sino porque siempre se levantaron. Y en la oración de la Misa de hoy decimos: “Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia…”  Y en el salmo proclamamos: “Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna”.

Siempre es bueno decir que “sí” a Dios, a la primera, pero Él no se deja engañar ni deslumbrar por buenas palabras  sino que se fija en la realidad de nuestra vida, para ver si, a la hora de la verdad, le decimos “sí” o “no” con nuestras obras. Ya Él nos advierte: “No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en el Cielo” (Mt 7,21). Y nosotros, estos domingos, debemos reflexionar seriamente sobre estas cosas, no sea que, aún perteneciendo al nuevo pueblo de Dios, vayamos a ser rechazados y desheredados como aquellos que dijeron primero “sí” y luego “no” a las llamadas del Señor. El Vaticano II habla de los que pertenecen a la Iglesia con el cuerpo pero no con el corazón.

Jesucristo es verdadero Hijo que siempre dijo que “sí” al Padre. Sólo Él ha podido decir: “Yo hago siempre lo que le agrada al Padre”. (Jn 8, 29) Él es, por tanto, el modelo, el camino, de todo aquel que quiera decir a Dios que “sí” con palabras y obras.                       

                                                                            ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

 


Publicado por verdenaranja @ 22:31  | Espiritualidad
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 DOMINGO 26º DEL TIEMPO ORDINARIO A

 MONICIONES

  

PRIMERA LECTURA

          Nos enseña el Señor, en la primera lectura, que su proceder con el hombre es siempre justo; y, además, que es también misericordioso, porque en el pecado da lugar al arrepentimiento.

 

SEGUNDA LECTURA

          Para el apóstol S. Pablo, prisionero en la cárcel, lo fundamental es que los cristianos formen una verdadera comunidad,  que vivan un clima de auténtica fraternidad. Escuchemos con atención.

 

TERCERA LECTURA

          Después de la Entrada de Jesús en Jerusalén, sitúa San Mateo algunas parábolas, que denuncian el rechazo de Jesucristo por parte de los dirigentes religiosos de Israel, y la necesidad de formar un pueblo nuevo,  que respondiera de manera diversa a las llamadas del Señor. La primera de las parábolas, que vamos a escuchar es la de los dos hijos, enviados por su padre trabajar a la viña.                                           

 

COMUNIÓN

          Al acercarnos  a recibir al Señor en la Comunión, deberíamos recordar aquellas palabras del Evangelio: "No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos".

          La Comunión es alimento y fuerza para conseguirlo.


Publicado por verdenaranja @ 22:28  | Liturgia
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Reflexiones de Mons. Felipe Arizmendi, obispo de San Cristobal de las Casas (Zenit.org)

Supercomunicados, pero distantes

Por Felipe Arizmendi Esquivel

VER

Una sobrina me envió a su hijo de trece años en sus vacaciones, para que le ayudara a corregirlo, pues estaba cambiando su conducta y reprobó tres materias en la escuela. Sus padres se han separado hace años. Cuando era más pequeño, siempre me buscaba para dizque confesarse, pero lo que necesitaba era que lo escuchara y recibir cariño. Ahora, pasaban los días y el muchacho no decía nada, salvo cosas muy superficiales. Eso sí, no soltaba su celular, se ponía muy cerca de mi oficina para captar la señal, chateaba con medio mundo. Lo sentía distante, cercano físicamente, pero lejano en su corazón, hasta que lo abordé explícitamente y dialogamos en confianza. Necesita cariño y que le dediquemos tiempo. Ya aprobó las materias pendientes y sigue sus estudios.

Cuántas personas, sobre todo adolescentes y jóvenes, llenan su tiempo en chatear en todas direcciones, en mandar mensajes a conocidos y desconocidos, como una forma de compensar su soledad, su incomunicación con el núcleo familiar, la falta de cariño y comprensión de sus padres. No soportan el vacío de afecto, y lo llenan con estos recursos tecnológicos de comunicación, que los dejan incomunicados con los inmediatos. No pueden vivir sin celular; se sienten perdidos si no lo tienen a la mano, aunque tengan cerca a sus padres. No saben usar su libertad para convivir, para ayudar en quehaceres del hogar, para organizarse con sus amigos y hacer una obra buena, menos para orar, sino que se hacen esclavos del celular, ni estudian, ni oran, ni platican con su familia.

PENSAR

Dijo el Papa Francisco a niños y adolescentes alemanes: “Es necesario organizarse un poco, programar de modo equilibrado las cosas. Nuestra vida está compuesta por el tiempo, y el tiempo es don de Dios; por lo tanto, es necesario emplearlo en acciones buenas y fructuosas. Tal vez muchos muchachos y jóvenes pierden demasiadas horas en cosas de poca importancia: chatear en internet o con los móviles, las telenovelas, los productos del progreso tecnológico, que deberían simplificar y mejorar la calidad de vida, algunas veces distraen la atención de lo que es realmente importante. Entre las muchas cosas que hay que hacer en la rutina cotidiana, una de las prioridades debería ser la de acordarse de nuestro Creador que nos permite vivir, nos ama y nos acompaña en nuestro camino.

Precisamente porque Dios nos ha creado a su imagen, hemos recibido de El también ese gran don que es la libertad. Pero si no se usa bien, la libertad nos puede llevar lejos de Dios, puede hacernos perder la dignidad con la que El nos ha revestido. Por ello son necesarias las orientaciones, las indicaciones y también las normas, tanto en la sociedad como en la Iglesia, para ayudarnos a hacer la voluntad de Dios, viviendo así según nuestra dignidad de hombres y de hijos de Dios. Cuando la libertad no se plasma según el Evangelio, puede transformarse en esclavitud: la esclavitud del pecado. No uséis mal vuestra libertad. No desperdiciéis la gran dignidad de hijos de Dios que se os ha dado. Si seguís a Jesús y su Evangelio, vuestra libertad brotará como una planta florida y dará frutos buenos y abundantes. Encontraréis la alegría auténtica, porque El nos quiere hombres y mujeres plenamente felices y realizados. Sólo cumpliendo la voluntad de Dios, podemos hacer el bien y ser luz del mundo y sal de la tierra” (5-VIII-2014).

ACTUAR

Padres de familia: organicen su tiempo de tal manera que haya oportunidad de platicar con los hijos, aunque éstos a veces no quieran conversar con ustedes; pero que no sean puros regaños, sino crear un clima de confianza y respeto, para escucharles, aunque no siempre estemos de acuerdo en lo que dicen. La educación es un proceso de ir formando la mente y el corazón, no dejar que se los lleve la corriente, que siempre va hacia abajo.

Es necesario poner algunas normas para el uso de estos medios. Por ejemplo, que estando a la mesa, nadie contesta el celular, ni los papás, para conversar sin distracciones y disfrutar los alimentos en convivencia serena. Que en horas de clase, todos atiendan, participen y dejen quietos los aparatos.


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Jueves, 25 de septiembre de 2014

El papa Francisco, en el primer encuentro con los fieles en audiencia general del miércoles, 24 de septiembre de 2014, después de su feliz viaje a Albania, ha compartido con el pueblo cristiano sus impresiones de un país en el que, tras la opresión totalitaria atea, hoy conviven en paz nacionalidades y religiones. A Albania lo ha denominado: pueblo-mártir. Ofrecemos el texto en síntesis de la intervención del santo padre. (Zenit.org)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quiero hablar del viaje apostólico que he realizado a Albania el domingo pasado. Lo hago sobre todo como acto de acción de gracias a Dios, que me ha concedido realizar esta visita para demostrar, también físicamente y de forma tangible, mi cercanía y la de toda la Iglesia a este pueblo. Deseo también renovar mi fraterno reconocimiento al episcopado albanés, a los sacerdotes y a las religiosas y religiosos que trabajan con tanto compromiso. Mi pensamiento agradecido va también a las autoridades que me han acogido con tanta cortesía, como también a los que han cooperado para la realización de la visita. 

Ésta ha nacido con el deseo de dirigirme a un país que, después de haber sido largamente oprimido por un régimen ateo e inhumano, está viviendo una experiencia de convivencia pacífica entre sus distintos componentes religiosos. Me parece importante animarlo en este camino, para que continúe con tenacidad y profundice en todos los aspectos hacia el beneficio común. Por eso, en el centro del viaje ha habido un encuentro interreligioso donde he podido constatar, con viva satisfacción, que la convivencia pacífica y fructífera entre personas y comunidades pertenecientes a religiones distintas no sólo es deseable, sino concretamente posible y practicable. (...) Es un diálogo auténtico y fructífero que huye del relativismo y tiene en cuenta la identidad de cada uno. Lo que reúne las distintas expresiones religiosas, de hecho, es el camino de la vida, la buena voluntad de hacer el bien al prójimo, no renegando o disminuyendo las respectivas identidades. 

El encuentro con los sacerdotes, las personas consagradas, los seminaristas y los movimientos laicales ha sido la ocasión para hacer grata memoria, con acentos de particular conmoción, de los numerosos mártires de la fe. Gracias a la presencia de algunos ancianos, que han vivido en primera persona las terribles persecuciones, se hizo eco de la fe de tantos testimonios heroicos del pasado, los cuales han seguido a Cristo hasta las consecuencias extremas. Precisamente, de la unión íntima con Jesús, de la relación de amor con Él, ha salido de estos mártires -como de cada mártir- la fuerza para afrontar los sucesos dolorosos que les han conducido al martirio. También hoy, como ayer, la fuerza de la Iglesia no viene tanto de las capacidades organizativas y de las estructuras, que también son necesarias (...) ¡Nuestra fuerza es el amor de Cristo! Una fuerza que nos sostiene en los momentos de dificultad y que inspira la actual acción apostólica para ofrecer a todos bondad y perdón, testimoniando así la misericordia de Dios 

Recorriendo la calle principal de Tirana, que desde el aeropuerto lleva a la gran plaza central, pude ver los retratos de cuarenta sacerdotes asesinados durante la dictadura comunista y de los cuales se ha iniciado la causa de beatificación. Estos se suman a los cientos de religiosos cristianos y musulmanes asesinados, torturados, encarcelados y deportados sólo porque creían en Dios. Han sido años oscuros, durante los cuales se quemaron hasta los cimientos de la libertad religiosa y estaba prohibido creer en Dios; miles de iglesias y mezquitas fueron destruidas, transformadas en tiendas y cines que propagaban la ideología marxista, los libros religiosos fueron quemados y a los padres se les prohibió poner a los hijos nombres religiosos de los antepasados.

El recuerdo de estos eventos dramáticos es esencial para el futuro de un pueblo. La memoria de los mártires que han resistido en la fe es una garantía para el destino de Albania; porque su sangre no se derramado en vano, sino que es una semilla que producirá frutos de paz y de colaboración fraterna. Hoy, en efecto, Albania es un ejemplo no sólo de renacimiento de la Iglesia, sino también de pacífica convivencia entre las religiones. Por tanto, los mártires no son los vencidos, sino los vencedores: en su heroico testimonio resplandece la omnipotencia de Dios que siempre consuela a su pueblo, abriendo caminos nuevos y horizontes de esperanza.

Este mensaje de esperanza, fundado en la fe en Cristo y en la memoria del pasado, lo he confiado a toda la población albanesa, que he visto entusiasta y alegre, en los lugares de los encuentros y de las celebraciones, como también en las calles de Tirana. he animado a todos a sacar energías siempre nuevas del Señor resucitado, para poder ser levadura evangélica en la sociedad y empeñarse, como ya se está haciendo, en actividades caritativas y educativas.

Agradezco una vez más al Señor porque, en este viaje, me ha dado encontrarme con un pueblo valiente y fuerte, que no se ha dejado plegar por el dolor. A los hermanos y hermanas de Albania, renuevo la invitación al coraje del bien, para construir el presente y el mañana de su país y de Europa. Confío los frutos de mi visita a Nuestra Señora del Buen Consejo, venerada en el homónimo Santuario de Scutari, para que Ella siga guiando el camino de este pueblo-mártir. Que la dura experiencia del pasado lo arraigue cada vez más en la apertura hacia los hermanos, especialmente los más débiles, y lo haga protagonista de aquél dinamismo de la caridad tan necesario en el actual contexto sociocultural.

(Traducción del italiano de Zenit)


Publicado por verdenaranja @ 23:25  | Habla el Papa
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Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)

Domingo XXVI Ciclo A

Textos: Ezequiel 18, 25-28; Filipenses 2, 1-11; Mateo 21, 28-32

Idea principal: No bastan las palabras, lo que cuenta son los hechos.

Resumen del mensaje: Cristo, hablando a los dirigentes de los judíos, que creían que con pertenecer al pueblo elegido de Dios ya estaba todo conseguido, nos habla también a nosotros. Esta parábola vendrá complementada con las próximas de los siguientes domingos: la viña que el dueño tiene que arrendar a otros, y el banquete festivo al que tiene que invitar a otros, ante el rechazo de los primeros invitados. El pueblo elegido no ha sabido ver el día de la gracia, no ha sabido acoger al Enviado de Dios.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, hechos, no palabras. El primer hijo dijo: “Sí, pero no fue”. Jesús critica la hipocresía de los fariseos, y la nuestra, que cuidaban la fachada con mil palabras huecas y altisonantes pero no los contenidos de su fe. ¿No nos puede pasar también a nosotros lo mismo? Es fácil cuando estamos en la iglesia, cantar cantos al Señor, o contestar “amén” a oraciones y propósitos. Pero luego esa fe, ¿se traduce en obras? Cuántos de nosotros estamos bautizados, hemos hecho la primera comunión, somos casados por la Iglesia, vamos a misa los domingos, llevamos una medalla al cuello, hacemos peregrinaciones a santuarios, rezamos el rosario…pero luego, en la vida, nuestro estilo de actuación no se parece en nada a lo que dicen creer. Pronunciamos el “sí” superficialmente, sin personalidad, por costumbre o por miedo.

En segundo lugar, hechos, no palabras. El segundo hijo, ¿quién es? “Dijo no, pero después fue”. ¡Cuántos estamos también reflejados en ese segundo hijo! Tenemos momentos de rebeldía: rebeldía contra la autoridad paterna o contra superiores o contra la Iglesia o contra Dios mismo. Momentos de desaliento o de berrinche. Momentos de inconstancia y de cansancio. Momentos de irreflexión o de egoísmo. ¿Causas de este cambio de humor? Influencias externas que son auténticas ventoleras ideológicas y éticas; tal vez este hijo del “no, pero sí” no recibió la semilla de la fe en la familia o en la escuela. No sería el modelo a seguir ciertamente este hijo; Jesús no nos invita a imitar a este hijo o a las prostitutas o publicanos, sino a imitar la capacidad que tuvieron de convertirse y cambiar. Si esas personas están por delante en el Reino, no es por lo que habían sido, sino por el cambio que dieron, como el buen ladrón, a última hora, en la cruz.

Finalmente,hechos, no palabras. El ideal es decir “sí” con convicción y luego ser consecuente y perseverar en el bien. Ya Jesús dijo en otros momentos: “No entrará en el Reino de los cielos aquel que dice Señor, Señor, sino el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo…el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre…el que edifica sobre roca es el que oye estas palabras y las pone en práctica…que nuestro sí sea si, y nuestro no, no”. Las declaraciones, las promesas y los manifiestos cuestan muy poco. Lo que cuesta es actuar con coherencia. Decir “sí” es sencillo. Pero actuar conforme a ese sí, es otro cantar. Por tanto: Sí, a la voluntad de Dios. Sí, a la verdad, a la castidad, a la obediencia, al respeto, a la caridad. Sí, para ayudar al pobre, al emigrante, al enfermo. Sí, a la oración y al sacrificio. Sí, a los momentos de luz y de oscuridad; de alegría y tristeza, de éxito y fracaso. Y por consecuencia: No, al pecado, y a las manifestaciones del mismo.

Para reflexionar: ¿A cuál de los tres hijos nos parecemos: “Sí, pero no…No, pero sí…Sí y es sí”? ¿A cuál queremos parecernos de hoy en adelante? Pensemos en esto: ¡a cuántos santos y santas veneramos que fueron del “No, pero después fueron”: san Agustín, santa María Magdalena, san Ignacio de Loyola…! Y también tenemos santos del “Sí y fueron”: santa Teresa del Niño Jesús, Teresa de Jesús, san Juan XXIII y san Juan Pablo II…Pero no tenemos santos del “Sí, pero no fue”.

Para rezar: Señor, que en mi vida sepa responderte siempre con un “Sí, con hechos”, y no sólo con palabras lindas y huecas. Tú fuiste del “Sí, y fuiste” a donde te mandaba tu Padre Celestial”. Tu Madre Santísima, también. Trabajaré en la coherencia de vida y contemplaré constantemente tu ejemplo.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


Publicado por verdenaranja @ 18:23  | Espiritualidad
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Mi?rcoles, 24 de septiembre de 2014

Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (Domingo 21 de septiembre de 2014, Vigésimo quinto del tiempo ordinario) (AICA)

Otro modo de razonar

Jesús dijo a sus discípulos: «Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros. Porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envió a su viña. Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: 'Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo'. Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: '¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?'. Ellos les respondieron: 'Nadie nos ha contratado'. Entonces les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña'. Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: 'Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros'. Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: 'Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada'. El propietario respondió a uno de ellos: 'Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?'. Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos». (San Mateo 19, 30.20, 1-16 )                       



¡Qué estupenda enseñanza nos hace el Señor a todos! Si hoy nos pasara esto que narra el Evangelio, reaccionaríamos de la misma manera, incluso nos quedaríamos midiendo groseramente los esfuerzos humanos: “no hay que romperse”, “no hay que trabajar demasiado”, “si los demás no lo hacen ¿por qué lo voy a hacer yo?”, “si los demás hacen mal las cosas ¿por qué yo tengo que hacerlas bien?, ¿quién me las va a reconocer?” Es la “ley del menor esfuerzo” De alguna manera, esa comparación es tan equivocada y tan nefasta que da posibilidades a que se instale la mediocridad de nuestra participación.

En el relato evangélico, los de “la primera hora” razonan con un criterio humano, pero Jesús nos muestra que hay otro modo de razonar: la mirada divina, la mirada trascendente y haciendo notar que Dios sabe trascender todas las cosas, porque no se queda supeditado a nuestra mirada ya que tiene una mirada profunda y no es injusto con nosotros, sino más bien tiene misericordia con todos.

El gozo de los primeros y de los últimos es vivir haciendo el bien. Y sabiendo que uno es servidor importante, allí encuentra la alegría de la fidelidad al Señor. Si uno se “rompió” toda la vida siendo fiel y viene otro que fue infiel, que por tres minutos se ganó la vida eterna, yo en lugar de enojarme tengo que estar contento, porque Dios viene para todos. Una vez más nos dice “¿por qué tomas a mal que yo sea bueno, si tengo misericordia con todos?”

Hay que pedir al Señor la gracia de ser fiel en el momento presente; la gracia de reconocer que, si tengo toda mi vida conociendo al Señor, ¡esa es la gracia!, y no necesariamente el premio sino la gracia de pertenecer y ser amigo de Jesús. Ese es un gozo extraordinario y estupendo. No importan los resultados externos, no interesan los resarcimientos ya que no hay que tener ninguna pretensión, pero si saber que sigo siendo amigo del Señor. ¡Ahí está la paga!

Que seamos justos y que tengamos una mirada de mayor comprensión, no de celos ni medidas injustas y egoístas que comparamos con un criterio mundano y no con la mirada de Jesús

Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


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Mensaje del papa Francisco para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2015

«Una Iglesia sin fronteras, madre de todos»

Queridos hermanos y hermanas:

Jesús es «el evangelizador por excelencia y el Evangelio en persona» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 209). Su solicitud especial por los más vulnerables y excluidos nos invita a todos a cuidar a las personas más frágiles y a reconocer su rostro sufriente, sobre todo en las víctimas de las nuevas formas de pobreza y esclavitud. El Señor dice: «Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y med ieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver» (Mt 25,35-36). Misión de la Iglesia, peregrina en la tierra y madre de todos, es por tanto amar a Jesucristo, adorarlo y amarlo, especialmente en los más pobres y desamparados; entre éstos, están ciertamente los emigrantes y los refugiados, que intentan dejar atrás difíciles condiciones de vida y todo tipo de peligros. Por eso, el lema de la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado de este año es: Una Iglesia sin fronteras, madre de todos.

En efecto, la Iglesia abre sus brazos para acoger a todos los pueblos, sin discriminaciones y sin límites, y para anunciar a todos que «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16). Después de su muerte y resurrección, Jesús confió a sus discípulos la misión de ser sus testigos y de proclamar el Evangelio de la alegría y de la misericordia. Ellos, el día de Pentecostés, salieron del Cenáculo con valentía y entusiasmo; la fuerza del Espíritu Santo venció sus dudas y vacilaciones, e hizo que cada uno escuchase su anuncio en su propia lengua; así desde el comienzo, la Iglesia es madre con el corazón abierto al mundo entero, sin fronteras. Este mandato abarca una historia de dos milenios, pero ya desde los primeros siglos el anuncio misionero hizo visible la maternidad universal de la Iglesia, explicitada después en los escritos de los Padres y retomada por el Concilio Ecuménico Vaticano II. Los Padres conciliares hablaron de Ecclesia mater para explicar su naturaleza. Efectivamente, la Iglesia engendra hijos e hijas y los incorpora y «los abraza con amor y solicitud como suyos» (Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 14).

La Iglesia sin fronteras, madre de todos, extiende por el mundo la cultura de la acogida y de la solidaridad, según la cual nadie puede ser considerado inútil, fuera de lugar o descartable. Si vive realmente su maternidad, la comunidad cristiana alimenta, orienta e indica el camino, acompaña con paciencia, se hace cercana con la oración y con las obras de misericordia.

Todo esto adquiere hoy un significado especial. De hecho, en una época de tan vastas migraciones, un gran número de personas deja sus lugares de origen y emprende el arriesgado viaje de la esperanza, con el equipaje lleno de deseos y de temores, a la búsqueda de condiciones de vida más humanas. No es extraño, sin embargo, que estos movimientos migratorios susciten desconfianza y rechazo, también en las comunidades eclesiales, antes incluso de conocer las circunstancias de persecución o de miseria de las personas afectadas. Esos recelos y prejuicios se oponen al mandamiento bíblico de acoger con respeto y solidaridad al extranjero necesitado.

Por una parte, oímos en el sagrario de la conciencia la llamada a tocar la miseria humana y a poner en práctica el mandamiento del amor que Jesús nos dejó cuando se identificó con el extranjero, con quien sufre, con cuantos son víctimas inocentes de la violencia y la explotación. Por otra parte, sin embargo, a causa de la debilidad de nuestra naturaleza, “sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor” (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 270).

La fuerza de la fe, de la esperanza y de la caridad permite reducir las distancias que nos separan de los dramas humanos. Jesucristo espera siempre que lo reconozcamos en los emigrantes y en los desplazados, en los refugiados y en los exiliados, y asimismo nos llama a compartir nuestros recursos, y en ocasiones a renunciar a nuestro bienestar. Lo recordaba el papa Pablo VI, diciendo que «los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás» (Carta ap. Octogesima adveniens, 14 mayo 1971, 23).

Por lo demás, el carácter multicultural de las sociedades actuales invita a la Iglesia a asumir nuevos compromisos de solidaridad, de comunión y de evangelización. Los movimientos migratorios, de hecho, requieren profundizar y reforzar los valores necesarios para garantizar una convivencia armónica entre las personas y las culturas. Para ello no basta la simple tolerancia, que hace posible el respeto de la diversidad y da paso a diversas formas de solidaridad entre las personas de procedencias y culturas diferentes. Aquí se sitúa la vocación de la Iglesia a superar las fronteras y a favorecer «el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación a una actitud que ponga como fundamento la “cultura del encuentro”, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno» (Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2014).

Sin embargo, los movimientos migratorios han asumido tales dimensiones que sólo una colaboración sistemática y efectiva que implique a los Estados y a las Organizaciones internacionales puede regularlos eficazmente y hacerles frente. En efecto, las migraciones interpelan a todos, no sólo por las dimensiones del fenómeno, sino también «por los problemas sociales, económicos, políticos, culturales y religiosos que suscita, y por los dramáticos desafíos que plantea a las comunidades nacionales y a la comunidad internacional» (Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate, 29 junio 2009, 62).

En la agenda internacional tienen lugar frecuentes debates sobre las posibilidades, los métodos y las normativas para afrontar el fenómeno de las migraciones. Hay organismos e instituciones, en el ámbito internacional, nacional y local, que ponen su trabajo y sus energías al servicio de cuantos emigran en busca de una vida mejor. A pesar de sus generosos y laudables esfuerzos, es necesaria una acción más eficaz e incisiva, que se sirva de una red universal de colaboración, fundada en la protección de la dignidad y centralidad de la persona humana. De este modo, será más efectiva la lucha contra el tráfico vergonzoso y delictivo de seres humanos, contra la vulneración de los derechos fundamentales, contra cualquier forma de violencia, vejación y esclavitud. Trabajar juntos requiere reciprocidad y sinergia, disponibilidad y confianza, sabiendo que «ningún país puede afrontar por sí solo las dificultades unidas a este fenómeno que, siendo tan amplio, afecta en este momento a todos los continentes en el doble movimiento de inmigración y emigración» (Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2014).

A la globalización del fenómeno migratorio hay que responder con la globalización de la caridad y de la cooperación, para que se humanicen las condiciones de los emigrantes. Al mismo tiempo, es necesario intensificar los esfuerzos para crear las condiciones adecuadas para garantizar una progresiva disminución de las razones que llevan a pueblos enteros a dejar su patria a causa de guerras y carestías, que a menudo se concatenan unas a otras.

A la solidaridad con los emigrantes y los refugiados es preciso añadir la voluntad y la creatividad necesarias para desarrollar mundialmente un orden económico-financiero más justo y equitativo, junto con un mayor compromiso por la paz, condición indispensable para un auténtico progreso.

Queridos emigrantes y refugiados, ustedes ocuman un lugar especial en el corazón de la Iglesia, y la ayudan a tener un corazón más grande para manifestar su maternidad con toda la familia humana. No pierdan la confianza ni la esperanza. Miremos a la Sagrada Familia exiliada en Egipto: así como en el corazón materno de la Virgen María y en el corazón solícito de san José se mantuvo la confianza en Dios que nunca nos abandona, que no les falte esta misma confianza en el Señor. Los encomiendo a su protección y le imparto de corazón la Bendición Apostólica.

Vaticano, 3 de septiembre de 2014

Francisco


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Subsidio litúrgico para el DÍA DE LA CATEQUESIS y envío de los catequistas en la diócesis de Tenerife, a celebrar el  28 de Septiembre de 2014.


MONICIÓN DE ENTRADA

Bienvenidos todos a la Eucaristía:

Queremos hoy celebrar comunitariamente la grandeza, la belleza, y sobre todo, la ALEGRÍA que supone ser catequista. Este año profundizaremos, a la luz de la carta del papa Francisco “Evangelii Gaudium” sobre la importancia que tiene en mi vida de discípulo y misionero el estar siempre alegres en el Señor.

Contagiar la alegría de la fe a otros: familiares, amigos, parroquias, comunidades, catequistas, padres, jóvenes, niños... Los catequistas constituyen un gran regalo para toda la Iglesia. Son una verdadera ALEGRÍA para esta Diócesis y para esta comunidad parroquial. Todos los bautizados hemos recibido la misión de evangelizar, y todos debemos ser corresponsables en esta tarea. En este día, queremos tomar conciencia de esta misión que es de todos, pero que algunos, los catequistas, asumen de forma particular. Somos enviados por la Iglesia para anunciar la Buena Nueva, y así ser partícipes de la misión de Jesús Maestro.

Hoy toda la Comunidad Diocesana celebra el Día de la Catequesis bajo el lema “LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO” Es la aportación que la Catequesis quiere hacer al plan diocesano que este año subraya la invitación directa que un catequista hace a su prójimo: “Alégrate tú también”.

 

ORACIÓN COLECTA

Dios Padre, que has confiado a tu Iglesia la misión de anunciar el evangelio de Jesucristo a todos los hombres de todos los tiempos, envía tu Espíritu sobre estos catequistas, a fin de que todos ellos sean fieles dispensadores de la Palabra de la verdad, desempeñando a la perfección su ministerio.

Infunde en sus corazones el amor y el celo de tu reino, pon en sus labios tu Palabra de salvación y concédeles la alegría de poder colaborar al crecimiento de tu Iglesia. Por Jesucristo nuestro Señor. AMÉN.

MONICIÓN LECTURAS

Dios a lo largo de toda la historia siempre ha salido al encuentro del hombre. Hoy sale a tu encuentro, quiere comunicarte su Palabra de amor como Padre que ama a sus hijos. Por eso, preparemos el corazón para escucharle.

(se sugiere para la segunda lectura el texto de Pablo a los Filipenses capítulo cuarto versículos del cuatro al nueve)

 

ORACIÓN DE LOS FIELES

 Por la Iglesia, presente en todo el mundo, para que no cese en su empeño por anunciar el Evangelio a todos los hombres y mujeres de este mundo con alegría auténtica, roguemos al Señor.

 Por el Papa, los Obispos, los Presbíteros, los Diáconos y demás ministros de la Palabra, para que sean fieles transmisores de la misma y testigos de su fuerza salvadora, roguemos al Señor.

 Por todos los que trabajan en la obra de la evangelización y la catequesis, para que ni el fracaso los desanime, ni el éxito les envanezca, y sepan estar siempre alegres en Cristo, roguemos al Señor.

 Por todos los que han de ser catequizados, para que el Espíritu Santo los ilumine y los asista, roguemos al Señor.

 Por todos los que nos hemos reunido, para que el Señor despierte y sostenga en nosotros el sentirnos Iglesia y la conciencia de la propia responsabilidad en la obra de la evangelización y de la catequesis, roguemos al Señor.  

Escucha Padre nuestra oración esperanzada. Te pedimos que todos seamos, cada vez más, servidores de la vida que tú has sembrado en nosotros y que siempre muestre nuestro rostro la alegría de conocerte. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor.

PRESENTACIÓN OFRENDAS

(Un catequista presenta una nariz de payaso)

Ofrecemos esta nariz de payaso signo de la alegría que quiere ser contagiada a todas las personas que Dios ponga en nuestro camino.

(Dos catequistas presentan el pan y el vino)

Ofrecemos ante el altar el pan y vino. Es el alimento del ser humano, sacado de la tierra, con su trabajo y con su sudor. Que este pan y este vino se conviertan para nosotros en vida y en salvación.

PRESENTACIÓN DE CATEQUISTAS

(Un padre o madre de familia llama a cada uno de ellos por su nombre y salen de sus sitios para ocupar un lugar visible en el presbiterio y luego continúa diciendo)

Una de las actividades más importantes de nuestra comunidad es la catequesis, donde los catequizandos reciben los fundamentos de la fe y la formación suficiente para vivir la fe cristiana. Cada día se hace más difícil esta labor. Nosotros, los padres y madres, les agradecemos a los catequistas su dedicación y les pedimos que sigan en este empeño, por difícil que sea, porque necesitamos de su ayuda.

Sacerdote:

Queridos hermanos: En primer lugar, me dirijo a ustedes, madres y padres, que tienen a sus hijos en catequesis. Son muchas las dificultades que lleva consigo esta labor. Y mucho más cuando nos olvidamos de nuestras responsabilidades. Por eso, les pido que acompañen a los catequistas en la formación cristiana de sus hijos y ayuden a sus hijos a dar los primeros pasos en la vida de la fe.

En segundo lugar, ustedes, catequistas, alégrense de la tarea que les ha encomendado la Iglesia. Los catequizandos les necesitan, pero nosotros también. Por eso, les agradecemos vuestra generosidad y vuestro trabajo.

Somos conscientes de las dificultades que van a tener, pero saben que Dios no les abandona y que la parroquia pone a su disposición todo lo que necesitan para realizar lo mejor posible vuestra labor.

Desde aquí, y en nombre de toda la comunidad, pedimos la gracia y la bendición de Dios para todos ustedes y para los adultos, niños y jóvenes que van a educar en la fe durante este curso que ahora comienza.

Todos juntos vamos a proclamar el Credo. Es la fe de la Iglesia en la que todos hemos nacido. Pero hoy, vamos a proclamar nuestra fe con la fórmula que usamos en el bautismo:

*Les pregunto a todos

¿Creen en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra?

Si, creo

¿Creen en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que nació de Santa María Virgen, murió, fue sepultado, resucitó de entre los muertos y está sentado a la derecha del Padre?

Sí, creo

¿Creen en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia Católica, en la comunión de los Santos, en el perdón de los pecados, en la resurrección de los muertos y en la vida eterna?

Sí. creo

Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús, Señor nuestro. Amén

*Les pregunto a los catequistas

¿Quieren, por tanto, ser testigos de esta fe de la Iglesia que todos han recibido?

Sí, quiero

¿Se comprometen a transmitir la fe de la Iglesia, que hemos proclamado juntos, y a educarla en los miembros de nuestra comunidad?

Si, me comprometo

Que el Espíritu de Dios Padre y de Jesucristo, el Señor, les fortalezca y les guíe en el ejercicio de esta tarea y de esta responsabilidad que han contraído ante la Iglesia. Amén

 

 ENVÍO DE CATEQUISTAS

Mira con bondad, Oh Padre, a estos hijos

que se ofrecen para el servicio de la catequesis;

confírmalos en su propósito con tu + bendición,

para que en la escucha asidua de tu Palabra,

y dóciles a la enseñanza de la Iglesia

se comprometan a instruir a los hermanos,

y todos juntos te sirvan con generosa dedicación,

para alabanza y gloria de tu nombre.

Por Cristo nuestro Señor.

R/ Amén.


“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”

Papa


Publicado por verdenaranja @ 18:16  | Catequesis
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Martes, 23 de septiembre de 2014

Después de rezar las vísperas en la catedral de Tirana, el santo padre Francisco se dirigió al Centro de asistencia 'Betania' en la localidad deBubq Fushe-Kruje, a unos treinta kilómetros de la capital de Albania.

En la Iglesia dedicada a San Antonio de Padua, el papa Francisco encontró a los niños, al persona y a los volulntarios del centro. Participaron también operadores albaneses de otros centros de asistencia. El Papa donó al Centro, una imagen de San Antonio de Padua.

Después del saludo de una operadora de la Asociación Betania, responsable de la estructura, y el testimonio de un joven crecido en el Centro, el papa Francisco dirigió a los presentes las siguientes palabras.  ROMA, 21 de septiembre de 2014 (Zenit.org)

"Queridos hermanos del Centro Betania:

Les agradezco de corazón su gozosa acogida. Y, sobre todo, les agradezco la hospitalidad que cada día dan a tantos niños y adolescentes necesitados de atención, de ternura, de un ambiente sereno y de personas amigas, que sean también verdaderos educadores, ejemplos de vida, y en las que encuentren apoyo.

En lugares como éste, todos confirmamos nuestra fe, se nos hace más fácil creer, porque vemos la fe hecha caridad concreta. La vemos dar luz y esperanza a situaciones de gran dificultad; vemos que se enciende de nuevo en el corazón de personas tocadas por el Espíritu de Jesús, que decía: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí».

Esta fe que actúa en la caridad mueve las montañas de la indiferencia, de la incredulidad y de la indolencia, y abre los corazones y las manos para hacer el bien y difundirlo. La Buena Noticia de que Jesús ha resucitado y está vivo en medio de nosotros pasa a través de gestos humildes y simples de servicio a los pequeños.

Además, este Centro demuestra que es posible la convivencia pacífica y fraterna entre personas de distintas etnias y diversas confesiones religiosas. Aquí las diferencias no impiden la armonía, la alegría y la paz; es más, se convierten en ocasión para profundizar en el conocimiento y en la comprensión mutua.

Las diversas experiencias religiosas se abren al amor respetuoso y operante con el prójimo; cada comunidad religiosa se expresa con el amor y no con la violencia, no se avergüenza de la bondad. Quien cultiva la bondad en su interior recibe a cambio una conciencia tranquila, una alegría profunda aun en medio de las dificultades y de las incomprensiones. Incluso ante las ofensas recibidas, la bondad no es debilidad, sino auténtica fuerza, capaz de renunciar a la venganza.

El bien es premio en sí mismo y nos acerca a Dios, Sumo Bien. Nos hace pensar como Él, nos hace ver la realidad de nuestra vida a la luz de su proyecto de amor para cada uno de nosotros, nos permite disfrutar de las pequeñas alegrías de cada día y nos sostiene en las dificultades y en las pruebas. El bien paga infinitamente mejor que el dinero, que nos defrauda porque hemos sido creados para recibir y comunicar el amor de Dios, y no para medir las cosas por el dinero y el poder. Es un peligro que nos asesina a todos.

Queridos hermanos, en su saludo, la Directora ha recordado las etapas que ha recorrido su asociación y las obras que han nacido de la intuición de la fundadora, la Señora Antonietta Vitale –a la que saludo cordialmente y agradezco su acogida–, ha subrayado la ayuda de los bienhechores y el desarrollo de las diversas iniciativas. Ha hablado de la gran cantidad de niños amorosamente acogidos y atendidos.

Mirjan, por su parte, ha dado testimonio de su experiencia personal, de su entusiasmo y gratitud por un encuentro que ha transformado su existencia y le ha abierto nuevos horizontes, con nuevos amigos y con un Amigo todavía más grande y mejor que los demás: Jesús. Ha dicho una cosa muy significativa a propósito de los voluntarios que colaboran aquí; ha dicho: «Desde hace 15 años se sacrifican con alegría por amor a Jesús y a nosotros». Es una frase que revela cómo entregarse por amor a Jesús produce alegría y esperanza, y cómo servir a los hermanos se transforma en reinar con Dios.

Estas palabras de Mirjan-Paolo pueden resultar paradójicas para buena parte de nuestro mundo, que no acaba de comprenderlas y busca encontrar la clave de la propia existencia en las riquezas terrenas, en el poder y en la pura diversión, donde sólo encuentra alienación y confusión.

El secreto de una existencia plena es amar y entregarse por amor. Ahí se encuentra la fuerza para “sacrificarse con alegría”, y el compromiso más exigente se convierte en fuente de mayor alegría. Así no asustan las opciones de vida definitivas, que aparecen, a su verdadera luz, como un modo de realizar plenamente la libertad personal.

Que el Señor Jesús y su Madre, la Virgen María, bendigan su Asociación, este Centro Betania y los otros centros que la caridad ha hecho surgir y la Providencia crecer. Que bendigan a todos los voluntarios, a los bienhechores y a todos los niños y adolescentes aquí acogidos. Su patrón, san Antonio de Padua, los acompañe en el camino. Continúen con confianza sirviendo al Señor Jesús en los pobres y en los abandonados, y pidiéndole que los corazones y las mentes de todos se abran al bien, a la caridad operante, fuente de auténtica alegría. Les pido, por favor, que recen por mí y de corazón los bendigo".


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En la catedral de Tirana, a continuación del testimonio del anciano sacerdote y de la religiosa estigmatina, el Santo Padre encabezó el rezo de las Vísperas.

Concluida la oración el santo padre Francisco puso de lado el discurso preparado y se lo dejó al obispo para que después se los diera, e improvisó algunas palabras. ROMA, 21 de septiembre de 2014 (Zenit.org)

Citando el texto de las vísperas dijo:

En estos dos meses me he preparado para esta visita, leyendo la historia de la persecución en Albania y para mi fue una sorpresa, no imaginaba que vuestro pueblo hubiera sufrido tanto. Y después hoy en la calle desde el aeropuerto hasta la plaza, todos esas fotos. Se ve que este pueblo conserva la memoria de estos mártires que han sufrido tanto. 

Pueblo de mártires, y al inicio de esta celebración he tocado a dos. Lo que puedo decirles es lo que ellos dijeron con su vida, con sus palabras simples. Contaban las cosas con una simplicidad y con tanto dolor. Y nosotros podemos preguntarles, ¿cómo hicieron para sobrevivir a tanta tribulación? Y nos dirán esto que hemos escuchado en esta frase en la segunda frase del libro de los Corintos: "Dios es Padre misericordios y Dios de toda consolación. Ha sido él que nos ha consolado", con esta simplicidad. 

Ellos han sufrido demasiado, físicamente, psíquicamente esta angustia de la incerteza: si serían fusilados o no... Y vivían así, con aquella angustia. Y el Señor les consolaba. Pienso a Pedro en la cárcel con las cadenas. Toda la Iglesia rezaba por él. El Señor consoló a Pedro. En los mártires y a estos dos que hemos escuchado hoy, el Señor les consoló porque había gente en la Iglesia, en el pueblo de Dios, tantas viejitas santas y buenas, tantas monjas de clausura que rezaban por ellos. , personas y ancianas rezaban por ellos.

Este es el misterio de la Iglesia, cuando la Iglesia le pide al Señor que consuele a su pueblo, lo consuela ampliamente y también escondidamente. Consuela en la intimidad del corazón, y consuela con la fortaleza.

Ellos, estoy seguro, no se vanaglorian de lo que han vivido porque saben que el Señor les hacía ir hacia adelante. Pero nos dicen algo: que para nosotros que fuimos llamados por el Señor para seguirlo de cerca, la única consolación es Él

Ay de nosotros si buscamos otra consolación. Ay de los sacerdotes, religiosos, religiosas, novicias, consagrados cuando buscan consolaciones lejos del Señor. Hoy no quiero apalearlos, o quiero ser el verdugo, pero sepan que si buscan consolaciones en otra parte no serán felices.

Más aún, no podrán consolar a nadie porque tu corazón no estuvo abierto a la consolación del Señor. Y concluyo, como dice el gran Elías al pueblo de Israel: rengueando con las dos piernas.

'Sea bendito Dios Padre, Dios de toda consolación, el cual nos consuela en cada tribulación nuestra, para que podamos consolar también a aquelos que se encuentran el cualquier tipo de alficción, con la consolación con la cual fuimos consolados nosotros mismos, por Dios'. 

Es lo que han hecho estos dos, sin pretensiones, sin vanagloriarse, dándonos el servicio de consolarnos. Aunque digan 'somos pecadores', más aún: 'Pecadores pero el Señor estuvo con nosotros'. Este es el camino, no desanimarse. Disculpen si les uso hoy como ejemplo, porque cada uno tiene que ser ejemplo para los otros. Y vayamos a casa pensando: hoy hemos tocado a mártires. 

El texto escrito que estaba preparado y que les dejó para que lo lean después es el siguiente:

«Queridos hermanos y hermanas: 

Me alegro de poder tener este encuentro con ustedes en su querida tierra; doy gracias al Señor y les agradezco a todos su acogida. Así les puedo expresar mejor mi apoyo a su tarea evangelizadora.

Cuando su país salió de la dictadura, las comunidades eclesiales se pusieron en marcha de nuevo y reorganizaron la acción pastoral, afrontando con esperanza el futuro. Quiero expresar especialmente mi reconocimiento a aquellos pastores que pagaron un alto precio por su fidelidad a Cristo y por su decisión de permanecer unidos al Sucesor de Pedro. Fueron valientes ante las dificultades y las pruebas. Todavía se encuentran entre nosotros sacerdotes y religiosos que sufrieron cárcel y persecución, como la hermana y el hermano que han compartido su propia experiencia. Los abrazo conmovido y alabo a Dios por su fiel testimonio, que estimula a toda la Iglesia a seguir anunciando el Evangelio con alegría.

A partir de esta experiencia, la Iglesia en Albania puede crecer en espíritu misionero y en entrega apostólica. Conozco y valoro cómo se oponen decididamente a las nuevas formas de “dictadura” que amenazan con esclavizar a los individuos y a las comunidades. Si el régimen ateo intentaba acabar con la fe, estas dictaduras, de forma más encubierta, pueden hacer desaparecer la caridad. Me refiero al individualismo, a la rivalidad y a los enfrentamientos exacerbados: es una mentalidad mundana que puede contagiar también a la comunidad cristiana. No se desanimen ante estas dificultades, no tengan miedo de mantenerse en el camino del Señor. Él está siempre a su lado y los asiste con su gracia para que se apoyen unos a otros, para que sean comprensivos y misericordiosos y acepten a cada uno como es, para que cultiven la comunión fraterna.

La evangelización es más eficaz cuando cuenta con iniciativas compartidas y con una sincera colaboración entre las diversas realidades eclesiales y entre los misioneros y el clero local: esto requiere determinación para no cejar en la búsqueda de formas de trabajo común y de ayuda recíproca en los campos de la catequesis, de la educación católica, así como en la promoción humana y en la caridad. En estos ámbitos, es valiosa también la aportación de los movimientos eclesiales, dispuestos a planificar y trabajar en comunión con sus Pastores y entre ellos. Es lo que veo aquí: obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, una Iglesia que quiere caminar en fraternidad y en unidad.

Cuando el amor a Cristo está por encima de todo, incluso de las legítimas exigencias particulares, entonces es posible salir de uno mismo, de nuestras “minucias” personales y grupales, y salir al encuentro de Jesús en los hermanos; sus llagas son todavía visibles hoy en el cuerpo de tantos hombres y mujeres que tienen hambre y sed, que son humillados, que están en la cárcel o en los hospitales. Y precisamente tocando y sanando con ternura esas llegas, es posible vivir en profundidad el Evangelio y adorar a Dios vivo en medio de nosotros.

¡Son muchos los problemas que se presentan cada día! Todos ellos los estimulan a lanzarse con pasión a una generosa actividad apostólica. Sin embargo, sabemos que nosotros solos no podemos hacer nada: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles” (Sal 127,1). Esta certeza nos invita a dar cada día el espacio debido al Señor, a dedicarle tiempo, a abrirle el corazón, para que actúe en nuestra vida y en nuestra misión. Lo que el Señor promete a la oración confiada y perseverante supera cuanto podamos imaginar (cf. Lc 11,11-12): además de lo que pedimos, nos da también el Espíritu Santo. La dimensión contemplativa es así indispensable en medio de los compromisos más urgentes e importantes. Cuanto más nos llama la misión a ir a las periferias existenciales, más siente nuestro corazón la íntima necesidad de estar unido al de Cristo, lleno de misericordia y de amor.

Y teniendo en cuenta que aún se necesitan más sacerdotes y consagrados, el Señor les repite también hoy a ustedes: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies» (Mt 9,37-38). No podemos olvidar que esta oración está precedida por una mirada: la mirada de Jesús que ve la abundancia de la cosecha. ¿Tenemos también nosotros esta mirada? ¿Sabemos reconocer la abundancia de los frutos que la gracia de Dios ha hecho crecer y la labor que hay que hacer en el campo del Señor? De esta mirada de fe sobre el campo de Dios, nace la oración, la petición cotidiana e insistente al Señor por las vocaciones sacerdotales y religiosas. Ustedes, queridos seminaristas, y ustedes, queridos postulantes y novicios, son fruto de esta oración del pueblo de Dios, que siempre precede y acompaña su respuesta personal. La Iglesia de Albania tiene necesidad de su entusiasmo y de su generosidad. El tiempo que hoy dedican a una sólida formación espiritual, teológica, comunitaria y pastoral, dará fruto oportuno en su futuro servicio al pueblo de Dios. La gente, más que maestros, busca testigos: testigos humildes de la misericordia y de la ternura de Dios; sacerdotes y religiosos configurados con Cristo Buen Pastor, capaces de comunicar a todos la caridad de Cristo.

En este sentido, junto a ustedes y a todo el pueblo de Albania, quiero dar gracias a Dios por tantos misioneros y misioneras, cuya acción ha sido determinante para que la Iglesia resurja en Albania y todavía hoy sigue teniendo gran relevancia. Ellos han contribuido notablemente a consolidar el patrimonio espiritual que obispos, sacerdotes, personas consagradas y laicos albaneses conservaron en medio de durísimas pruebas y tribulaciones. Pensemos en el gran trabajo hecho por los institutos religiosos para el relanzamiento de la educación católica: este trabajo merece reconocimiento y apoyo.

Queridos hermanos y hermanas, no se desanimen ante las dificultades; siguiendo las huellas de sus antepasados, den testimonio de Cristo con perseverancia, caminando “juntos con Dios, hacia la esperanza que no defrauda”. En este camino, siéntanse siempre acompañados y sostenidos por el afecto de toda la Iglesia. Les agradezco de corazón este encuentro y encomiendo a cada uno de ustedes y a sus comunidades, sus proyectos y esperanzas a la Santa Madre de Dios. Los bendigo afectuosamente y les pido, por favor, que recen por mí».


Publicado por verdenaranja @ 21:52  | Habla el Papa
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Después celebrar de la misa y el ángelus, en la plaza Madre Teresa, el papa Francisco tuvo un encuentro con los obispos albaneses. Hacia las 13,30, el Santo Padre almorzó con los obispos albaneses, en la nunciatura apostólica.

Hacia las 16 horas, el papa Francisco se dirigió a la Universidad Católica Nuestra Señora del Buen Consejo, para encontrar a los líderes de otras religiones y denominaciones cristianas.

Participaron al encuentro los resposnables de las seis mayores comunidades religiosas presentes en el país: musulmana, bektaski, católica, ortodoxa, evangelista, y judía. De un lado estaban sentados los obispos y de otro las autoridades de las otras religiones, lo que al Papa le permitió bromear hacia el final de sus palabras, indicando que no eran como dos equipos de fútbol contrarios. 

El encuentro ha sido introducido por el presidente de la Conferencia Episcopal, Mons. Ángelo Masssafra (OFM) arzobispo deScutari-Pult, quien dirigió unas palabras al Papa. ROMA, 21 de septiembre de 2014 (Zenit.org)

«Queridos amigos:

Me alegro mucho de este encuentro con los responsables de las principales confesiones religiosas presentes en Albania. Mi saludo respetuoso a cada uno de ustedes y a las comunidades que representan; y gracias de corazón a Mons. Massafra por sus palabras de presentación e introducción. Es importante que estén aquí juntos: es signo del diálogo que viven día a día, intentando establecer entre ustedes relaciones fraternas y de colaboración por el bien de toda la sociedad. Gracias por lo que hacen.

Albania ha sido tristemente testigo de la violencia y de las tragedias que se pueden producir si se excluye a Dios a la fuerza de la vida personal y comunitaria. Cuando, en nombre de una ideología, se quiere expulsar a Dios de la sociedad, se acaba por adorar ídolos, y enseguida el hombre se pierde, su dignidad es pisoteada, sus derechos violados. Ustedes saben bien a qué atrocidades puede conducir la privación de la libertad de conciencia y de la libertad religiosa, y cómo esa herida deja a la humanidad radicalmente empobrecida, privada de esperanza y de ideales.

Los cambios que se han producido a partir de los años 90 del siglo pasado han tenido también como efecto positivo la creación de las condiciones para una efectiva libertad religiosa. Esto ha hecho posible que las comunidades reaviven tradiciones que nunca se habían apagado del todo, a pesar de las feroces persecuciones, y ha permitido que todos, también desde sus propias convicciones religiosas, puedan colaborar positivamente en la reconstrucción moral, antes que económica, del país.

En realidad, como dijo san Juan Pablo II en su visita a Albania , «la libertad religiosa [...] no es sólo un don precioso del Señor para cuantos tienen la gracia de la fe: es un don para todos, porque es la garantía fundamental para cualquier otra expresión de libertad [...]. Nada como  la fe nos recuerda mejor que nadie que, si tenemos un único creador, todos somos hermanos. La libertad religiosa es un baluarte contra todos los totalitarismos y una aportación decisiva a la fraternidad humana» (Mensaje a la Nación de Albania, 25 de abril de 1993).

Pero inmediatamente es necesario añadir: «La verdadera libertad religiosa rehúye la tentación de la intolerancia y del sectarismo, y promueve actitudes de respeto y diálogo constructivo». No podemos dejar de reconocer que la intolerancia con los que tienen convicciones religiosas diferentes es un enemigo particularmente insidioso, que desgraciadamente hoy se está manifestando en diversas regiones del mundo.

Como creyentes, hemos de estar atentos a que la religión y la ética que vivimos con convicción y de la que damos testimonio con pasión se exprese siempre en actitudes dignas del misterio que pretende venerar, rechazando decididamente como no verdaderas, por no ser dignas ni de Dios ni de los hombres, todas aquellas formas que representan un uso distorsionado de la religión. La religión auténtica es fuente de paz y no de violencia. Nadie puede usar el nombre de Dios para cometer violencia. Matar en nombre de Dios es un gran sacrilegio. Discriminar en nombre de Dios es inhumano.

Desde este punto de vista, la libertad religiosa no es un derecho que garantiza únicamente el sistema legislativo vigente –lo cual es también necesario–: es un espacio común, un ambiente de respeto y colaboración que se construye con la participación de todos, también de aquellos que no tienen ninguna convicción religiosa. Me permito indicar dos actitudes que pueden ser especialmente útiles en la promoción de la libertad religiosa. La primera es ver en cada hombre y mujer, también en los que no pertenecen a nuestra tradición religiosa, no a rivales y menos aún a enemigos, sino a hermanos y hermanas.

Quien está seguro de sus convicciones no tiene necesidad de imponerse, de forzar al otro: sabe que la verdad tiene su propia fuerza de irradiación. En el fondo, todos somos peregrinos en esta tierra, y en este viaje, aspirando a la verdad y a la eternidad, no vivimos, ni individualmente ni como grupos nacionales, culturales o religiosos, como entidades autónomas y autosuficientes, sino que dependemos unos de otros, estamos confiados los unos a los cuidados de los otros. Toda tradición religiosa, desde dentro, debería lograr dar razón de la existencia del otro.

La segunda actitud es el compromiso en favor del bien común. Siempre que de la adhesión a una tradición religiosa nace un servicio más convencido, más generoso, más desinteresado a toda la sociedad, se produce un auténtico ejercicio y un desarrollo de la libertad religiosa, que aparece así no sólo como un espacio de autonomía legítimamente reivindicado, sino como una potencialidad que enriquece a la familia humana con su ejercicio progresivo. Cuanto más se pone uno al servicio de los demás, más libre es.

Miremos a nuestro alrededor: cuántas necesidades tienen los pobres, cuánto les falta aún a nuestras sociedades para encontrar caminos hacia una justicia social más compartida, hacia un desarrollo económico inclusivo. El alma humana no puede perder de vista el sentido profundo de las experiencias de la vida y necesita recuperar la esperanza. En estos ámbitos, hombres y mujeres inspirados en los valores de sus tradiciones religiosas pueden ofrecer una ayuda importante, más aún, insustituible. Es un terreno especialmente fecundo para el diálogo interreligioso.

Y otra cosa, este fantasma de que todo es relativo, el relativismo. Hay un principio claro: no se puede dialogar si no se parte de la propia identidad, sin identidad no puede existir diálogo, sería un diálogo fantasma, no sirve. Cada uno pertenece a la propia identidad religiosa y el Señor sabe como conduce la historia, vamos al diálogo con la propia identidad no fingiendo como si uno tuviera otra, eso no sirve, es relativismo. 

Lo que nos acomuna es el camino de la vida, es la buena voluntad desde la propia identidad, de hacer el bien a nuestros hermanos y hermanas. Hacer el bien, y así como hermanos vamos juntos. Cada uno de nosotros ofrece al otro el testimonio de la propia identidad, el diálogo con el otro. Después el diálogo puede ir adelante sobre temas teológicos, y esto es muy lindo. Per lo más importante es caminar juntos sin traicionar la propia identidad, sin disfrazarla, sin hipocresía. A mi me hace bien pensar a esto.

Queridos amigos, les animo a mantener y a desarrollar la tradición de buenas relaciones entre las comunidades religiosas presentes en Albania, y a sentirse unidos en el servicio a su querida patria.

Con un poco de, sentido del humor podríamos decir que esto se parece a un partido de fútbol, de un lado los católicos y del otro los de otras religiones. Todos juntos por el futuro de la patria y de la humanidad sigan a ser signo para este país y para los demás países, de que son posibles las relaciones cordiales y de fecunda colaboración entre hombres de diversas religiones. Y por favor recen por mí. Lo necesito, tanto. Gracias».


Publicado por verdenaranja @ 21:48  | Habla el Papa
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El papa Francisco al concluir la misa este domingo 21 en la Plaza Madre Teresa, en Tirana, la capital de Albania, rezó el ángelus y dirigió las siguientes palabras a los varios miles de personas allí presentes. ROMA, 21 de septiembre de 2014 (Zenit.org)

«Queridos hermanos y hermanas:

Antes de que acabe esta celebración, me gustaría dirigir un saludo a todos ustedes, venidos de Albania y de otros países vecinos. Les agradezco su presencia y el testimonio que dan de su fe.

En especial a ustedes, jóvenes, dicen que Albania es el país con más jóvenes en Europa. Los invito a cimentar su existencia en Jesucristo: quien pone su fundamento en Cristo edifica sobre roca, porque Él siempre permanece fiel, incluso aunque nosotros seamos infieles (cf. 2 Tm 2,13). Jesús nos conoce mejor que nadie; cuando nos equivocamos, no nos condena, sino que nos dice: «Anda, y en adelante no peques más» (Jn 8,11).

Queridos jóvenes, ustedes son la nueva generación de Albania, el futuro de la patria. Con la fuerza del Evangelio y el ejemplo de los mártires, digan no a la idolatría del dinero, no a la idolatría del dinero, no a la engañosa libertad individualista, no a las dependencias y a la violencia. Digan sí, en cambio, a la cultura del encuentro y de la solidaridad, sí a la belleza inseparable del bien y de la verdad; sí a la vida entregada con magnanimidad y fidelidad en las pequeñas cosas. Así construirán una Albania y un mundo mejor, siguiendo también el ejemplo de vuestros antecesores.

Dirijámonos ahora a la Virgen Madre, que veneran sobre todo con el título de “Nuestra Señora del Buen Consejo”. Me acerco espiritualmente a su Santuario de Escútari, al que tanta devoción tienen, y pongo en sus manos toda la Iglesia en Albania y todo el pueblo albanés, particularmente las familias, los niños y los ancianos, que son la memoria via del pueblo. La Virgen María los lleve, “juntos con Dios, hacia la esperanza que no defrauda nunca”».  

Angelus Domini...


Publicado por verdenaranja @ 21:44  | Habla el Papa
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Después de haber dejado en Palacio Presidencial, donde el santo padre Francisco encontró a las autoridades, se dirigió en un auto descubierto hacia la cercana plaza Madre Teresa, para celebrar allí la santa misa. A su llegada el alcalde de Tirana, Lulzim Xhelal Basha, le entregó las llaves de la ciudad. 

A las 11 inició la santa misa, en la plaza Madre Teresa, donde miles de personas se congregaron para participar, y permanecieron a pesar de la lluvia que cayó al inicio de la eucaristía. En su homilía hecha en italiano, el Santo Padre recordó el sacrificio de tantos sacerdotes y fieles martirizados de manera atroz por el régimen comunista y precisó que se abre una nueva fase, en la que todos tienen que sentirse llamados a difundir el mensaje del Evangelio. ROMA, 21 de septiembre de 2014 (Zenit.org)

El Evangelio de hoy nos dice que Jesús, además de llamar a los Doce Apóstoles, llamó a otros setenta y dos discípulos y los envió a anunciar el Reino de Dios en los pueblos y ciudades (cf. Lc 10, 1-9. 17-20). Él vino a traer al mundo el amor de Dios y quiere que se difunda por medio de la comunión y de la fraternidad. Por eso constituyó enseguida una comunidad de discípulos, una comunidad misionera, y los preparó para la misión, para “ir”. El método misionero es claro y sencillo: los discípulos van a las casas y su anuncio comienza con un saludo lleno de significado: «Paz a esta casa» (v. 5). No es sólo un saludo, es también un don: la paz. Queridos hermanos y hermanas de Albania, también yo vengo hoy entre ustedes a esta plaza dedicada a una humilde y gran hija de esta tierra, la beata Madre Teresa de Calcuta, para repetirles ese saludo: paz en sus casas, paz en sus corazones, paz en su Nación.

En la misión de los setenta y dos discípulos se refleja la experiencia misionera de la comunidad cristiana de todos los tiempos: El Señor resucitado y vivo envía no sólo a los Doce, sino también a toda la Iglesia, envía a todo bautizado a anunciar el Evangelio a todos los pueblos. A través de los siglos, no siempre ha sido bien acogido el anuncio de paz de los mensajeros de Jesús; a veces les han cerrado las puertas. Hasta hace poco, también las puertas de su País estaban cerradas, cerradas con los cerrojos de la prohibición y las exigencias de un sistema que negaba a Dios e impedía la libertad religiosa. Los que tenían miedo de la verdad y de la libertad hacían todo lo posible para desterrar a Dios del corazón del hombre y excluir a Cristo y a la Iglesia de la historia de su País, si bien había sido uno de los primeros en recibir la luz del Evangelio. En la segunda lectura que hemos escuchado se mencionaba a Iliria que, en tiempos del apóstol Pablo, incluía el territorio de la actual Albania.

Pensando en aquellos decenios de atroces sufrimientos y de durísimas persecuciones contra católicos, ortodoxos y musulmanes, podemos decir que Albania ha sido una tierra de mártires: muchos obispos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos, ministros de otras religiones, pagaron con la vida su fidelidad. No faltaron pruebas de gran valor y coherencia en la confesión de la fe. ¡Fueron muchos los cristianos que no se doblegaron ante la amenaza, sino que se mantuvieron sin vacilación en el camino emprendido! Me acerco espiritualmente a aquel muro del cementerio de Escútari, lugar-símbolo del martirio de los católicos, donde fueron fusilados, y con emoción ofrezco las flores de la oración y del recuerdo agradecido e imperecedero. El Señor ha estado a su lado, queridos hermanos y hermanas, para sostenerlos; Él los ha guiado y consolado, y los ha llevado sobre alas de águila, como hizo con el antiguo pueblo de Israel, como hemos escuchado en la primera lectura. El águila, representada en la bandera de su País, los invita a tener esperanza, a poner siempre su confianza en Dios, que nunca defrauda, sino que está siempre a nuestro lado, especialmente en los momentos difíciles. 

Hoy las puertas de Albania se han abierto y está madurando un tiempo de nuevo protagonismo misionero para todos los miembros del pueblo de Dios: todo bautizado tiene un lugar y una tarea que desarrollar en la Iglesia y en la sociedad. Que todos se sientan llamados a comprometerse generosamente en el anuncio del Evangelio y en el testimonio de la caridad; a reforzar los vínculos de solidaridad para promover condiciones de vida más justas y fraternas para todos. Hoy he venido agracecerles por su testimonio, y para animarlos a hacer crecer la esperanza dentro de ustedes y a su alrededor; a involucrar a las nuevas generaciones; a nutrirse asiduamente de la Palabra de Dios abriendo sus corazones a Cristo: su Evangelio les indica el camino. Que su fe sea alegre y radiante; muestre que el encuentro con Cristo da sentido a la vida de los hombres, de todos los hombres.

En espíritu de comunión con los obispos, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos, los animo a impulsar la acción pastoral y a seguir buscando nuevas formas de presencia de la Iglesia en la sociedad. En particular, me dirijo a los jóvenes: no tengan miedo de responder con generosidad a Cristo, que los invita a seguirlo. En la vocación sacerdotal o religiosa encontrarán la riqueza y el gozo de darse a sí mismos para servir a Dios y a sus hermanos. Muchos hombres y mujeres esperan la luz del Evangelio y la gracia de los Sacramentos. Este es un pueblo jóvenes con muchos jóvenes, y donde hay juventud hay esperanza.

Iglesia que vives en esta tierra de Albania, gracias por todo el ejemplo de tu fidelidad al Evangelio. Muchos de tus hijos e hijas han sufrido por Cristo, incluso hasta el sacrificio de la vida. Que su testimonio sostenga tus pasos de hoy y de mañana en el camino del amor, la libertad, la justicia y sobre todo en el camino de la paz. Amén. 


Publicado por verdenaranja @ 21:41  | Habla el Papa
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Una vez concluida la visita de cortesía al presidente de la República, el santo padre Francisco encontró en el salón Scanderbeg del Palacio Presidencial de Tirana, a las autoridades civiles, al cuerpo diplomático y a algunos líderes religiosos del país, a los que dirigió las siguientes palabras ROMA, 21 de septiembre de 2014 (Zenit.org)

Señor Presidente
Señor Primer Ministro
Distinguidos Miembros del Cuerpo Diplomático Excelencias, Señoras y Señores

Estoy muy contento de encontrarme con ustedes en esta noble tierra de Albania, tierra de héroes, que sacrificaron su vida por la independencia del país, y tierra de mártires, que dieron testimonio de su fe en los tiempos difíciles de la persecución. Les agradezco la invitación a visitar su patria, llamada “tierra de las águilas”, y gracias también por la festiva acogida.

Ha pasado ya casi un cuarto de siglo desde que Albania ha encontrado de nuevo el camino arduo pero apasionante de la libertad. Gracias a ello, la sociedad albanesa ha podido iniciar un camino de reconstrucción material y espiritual, ha desplegado tantas energías e iniciativas, se ha abierto a la colaboración y al intercambio con los países vecinos de los Balcanes y del Mediterráneo, de Europa y de todo el mundo. La libertad recuperada les ha permitido mirar al futuro con confianza y esperanza, poner en marcha proyectos y tejer nuevas relaciones de amistad con las naciones cercanas y lejanas.

El respeto de los derechos humanos --respeto es una palabra fundamental-- entre los cuales destaca la libertad religiosa y de pensamiento, es condición previa para el mismo desarrollo social y económico de un país. Cuando se respeta la dignidad del hombre, y sus derechos son reconocidos y tutelados, florece también la creatividad y el ingenio, y la personalidad humana puede desplegar sus múltiples iniciativas en favor del bien común.

Me alegro de modo especial por una feliz característica de Albania, que debe ser preservada con todo cuidado e interés: me refiero a la convivencia pacífica y a la colaboración entre los que pertenecen a diversas religiones. El clima de respeto y confianza recíproca entre católicos, ortodoxos y musulmanes es un bien precioso para el país y que adquiere un relieve especial en este tiempo en que, de parte de grupos extremistas, se desnaturaliza el auténtico sentido religioso y en que las diferencias entre las diversas confesiones se distorsionan e instrumentalizan, haciendo de ellas un factor peligroso de conflicto y violencia, en vez de una ocasión de diálogo abierto y respetuoso y de reflexión común sobre el significado de creer en Dios y seguir su ley.

Que nadie piense que puede escudarse en Dios cuando proyecta y realiza actos de violencia y abusos. Que nadie tome la religión como pretexto para las propias acciones contrarias a la dignidad del hombre y sus derechos fundamentales, en primer lugar el de la vida y el de la libertad religiosa de todos.

Lo que sucede en Albania demuestra en cambio que la convivencia pacífica y fructífera entre personas y comunidades que pertenecen a religiones distintas no sólo es deseable, sino posible y realizable de modo concreto. En efecto, la convivencia pacífica entre las diferentes comunidades religiosas es un bien inestimable para la paz y el desarrollo armonioso de un pueblo. Es un valor que hay que custodiar y hacer crecer cada día, a través de la educación en el respeto de las diferencias y de las especificas identidades abiertas al diálogo y a la colaboración para el bien de todos, mediante el conocimiento y la estima recíproca. Es un don que se debe pedir siempre al Señor en la oración. Que Albania pueda continuar siempre en este camino, sirviendo de ejemplo e inspiración para muchos países.

Señor Presidente, tras el invierno del aislamiento y las persecuciones, ha llegado por fin la primavera de la libertad. A través de elecciones libres y nuevas estructuras institucionales, se ha consolidado el pluralismo democrático que ha favorecido también la recuperación de la actividad económica. Muchos, movidos por la búsqueda de trabajo y de mejores condiciones de vida, sobre todo al comienzo, tomaron el camino de la emigración y contribuyen a su modo al progreso de la sociedad albanesa. Otros muchos han descubierto las razones para permanecer en su patria y construirla desde dentro. El trabajo y los sacrificios de todos han contribuido a mejorar las condiciones generales.

La Iglesia católica, por su parte, ha podido retomar una existencia normal, restableciendo su jerarquía y reanudando los hilos de una larga tradición. Se han edificado o reconstruido lugares de culto, entre los que destaca el Santuario de la Virgen del Buen Consejo en Scutari; se han fundado escuelas e importantes centros educativos y de asistencia, para toda la ciudadanía. La presencia de la Iglesia y su acción es percibida justamente como un servicio no sólo para la comunidad católica sino para toda la Nación.

La beata Madre Teresa, junto a los mártires que dieron testimonio heroico de su fe --a ellos va nuestro reconocimiento más alto y nuestra oración-- ciertamente se alegran en el Cielo por el compromiso de los hombres y mujeres de buena voluntad para que florezca de nuevo la sociedad y la Iglesia en Albania.

Sin embargo, ahora aparecen nuevos desafíos a los que hay que responder. En un mundo que tiende a la globalización económica y cultural, es necesario esforzarse para que el crecimiento y el desarrollo estén a disposición de todos y no sólo de una parte de la población. Además, el desarrollo no será auténtico si no es también sostenible y ecuo, es decir, si no tiene en cuenta los derechos de los pobres y no respeta el ambiente. A la globalización de los mercados es necesario que corresponda la globalización de la solidaridad; el crecimiento económico ha de estar acompañado por un mayor respeto de la creación; junto a los derechos individuales hay que tutelar los de las realidades intermedias entre el individuo y el Estado, en primer lugar la familia. Albania afronta hoy estos desafíos en un marco de libertad y estabilidad que hay que consolidar y que representa un buen augurio para el futuro.

Agradezco cordialmente a cada uno por la exquisita acogida y, como hizo san Juan Pablo II, en abril de 1993, invoco sobre Albania la protección de María, Madre del Buen Consejo, confiándole las esperanzas de todo el pueblo albanés. Que Dios derrame sobre Albania su gracia y su bendición. 


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Lunes, 22 de septiembre de 2014

Alocución de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz (20 de septiembre de 2014) (AICA)

Día del estudiante, de los jóvenes

 Con el inicio de la primavera celebramos el Día de los estudiantes, de los jóvenes. Son muchas las escenas que nos muestran los evangelios a Jesús con los jóvenes. En todas notamos como una constante la cercanía afectiva, los llama amigos, el llamado a compartir una misión, el respeto a su libertad. Parecería que no busca imponerse como un líder más, sino atraer, despertar su conciencia, entusiasmarlos con un proyecto. Llama la atención, decía, su respeto a la libertad. El encontrarse con él, el descubrirlo en su dimensión más profunda es el comienzo de algo nuevo para el joven. Es un encuentro que no es indiferente para quien le abre su corazón. Podríamos decir que su persona y su evangelio se convierten para los jóvenes que lo reciben en un camino nuevo que da sentido a sus vidas. Su propuesta no es demagógica, todo lo contrario, les habla de tomar la cruz, de renuncia, de ser generosos, de pensar en el otro. Diría que ellos descubren en su propuesta la solidez de la verdad y un camino de amor sincero.

Pienso que la juventud sigue siendo igual a aquella de los tiempos de Jesús, me refiero a su apertura a los ideales nobles, al deseo de solidaridad, a la búsqueda del bien y la verdad. Esto no cambia en el joven, pero me pregunto si la propuesta que hoy recibe o encuentra en la sociedad presenta aquellas notas de un mundo superior. Cuando uno ve el nivel de vida de la sociedad actual, donde el tener y el éxito, incluso a cualquier precio, es presentado como más útil que una vida fundada sobre los valores morales; donde el valor de la vida no es un bien y un límite; donde el flagelo de la droga avanza con el silencio y la complicidad de muchos; donde no hay una sanción social frente a la corrupción y el enriquecimiento ilícito; donde se adormece la conciencia frente al sufrimiento y la pobreza del otro; donde la ejemplaridad está ausente y deja de ser una referencia necesaria en una sociedad de hombres libres, pienso que este contexto socio cultural que se le presenta el joven, debería ser un juicio que nos interpele como sociedad.

Sin embargo, cuando partimos del Evangelio todo comienza a tener un presente y un horizonte distinto para los jóvenes. Ellos lo perciben y pueda dar testimonio de ello. Sus ideales dejan de ser una utopía para convertirse en algo real. A partir del descubrimiento y del encuentro con Jesucristo es posible para ellos mantener viva la esperanza de un mundo a la altura de sus ideales. Saben que Jesucristo no ha venido para sacarlos de su ambiente, de sus familias, de sus proyectos e intereses, sino que ha venido para iluminar y acompañarlos en su ambiente, familia, amistades y proyectos. Descubren que ha venido no sólo para darle sentido a sus vidas, sino comprometerlos en la creación de un mundo nuevo donde reine la verdad y la vida, el amor la paz, la justicia y la solidaridad. ¡Qué importante y cuánta riqueza tiene leer en el evangelio el encuentro de Jesús con los jóvenes! No tengan miedo es la palabra que les diría, pero también rechacen todo aquello que se oponga a la verdad, al bien y a la belleza, que son los valores hacen y sostienen la dignidad de la persona humana. No se conformen con lo pequeño, tengan el corazón abierto a las cosas grandes.

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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XXV Domingo Ordinario por Mons. Enrique Díaz Diaz. SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 19 de septiembre de 2014 (Zenit.org)

El justo salario

 - Isaías 55, 6-9: “Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes”
Salmo 44: “Bendeciré al Señor eternamente”
Filipenses 1, 20-24. 27: “Para mí, la vida es Cristo, y la muerte una ganancia”
San Mateo 20, 1-16: “¿Vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?”

Frente al templo de San Diego de Alcalá se repite la historia. Cada día se presentan con sus escasas herramientas y con nuevas ilusiones: quizás alguien los ocupe durante toda la semana, quizás al menos dos o tres días. Así, con esperanzas y sueños se acomodan en la larga fila de hombres que ofrecen sus servicios: carpinteros, albañiles, plomeros, o “lo que caiga”. Al paso de las horas, se acercan los solicitantes de servicio, el regateo inevitable, las dudas y las condiciones, el acuerdo por determinado tiempo o tipo de trabajo y se encaminan con rostros de satisfacción a sus trabajos. Otros, con frecuencia bastantes, permanecen horas y horas en tediosa y estéril espera, hasta que desalentados, se encaminan con los brazos vacíos y la esperanza rota. ¡Nadie los ha contratado! Otro día de hambre e inseguridad, de precariedad y angustia. Y resuenan las palabras del Papa Francisco exigiendo solidaridad y justicia: “Queremos más todavía, nuestro sueño vuela más alto. No hablamos sólo de asegurar a todos la comida, o un ‘decoroso sustento’, sino de que tengan ‘prosperidad sin exceptuar bien alguno’. Esto implica educación, acceso al cuidado de la salud y especialmente trabajo, porque en el trabajo libre, creativo, participativo y solidario, el ser humano expresa y acrecienta la dignidad de su vida. El salario justo permite el acceso adecuado a los demás bienes que están destinados al uso común”.

El rostro desencantado de los frustrados trabajadores nos hace pensar en el ámbito del trabajo como un lugar donde con frecuencia prevalecen las injusticias. Se les concede mucho mayor valor al capital y a las ganancias que a la dignidad y necesidades básicas de las personas. Si revisamos los horarios, si vemos los salarios, si miramos las condiciones, comprobamos que las personas pasan a ser meros números, engranes de una maquinaria de producción que solamente beneficia a unos cuantos y deja a la mayoría sobreviviendo. En el campo es igual: mucho trabajo, mucho riesgo para los campesinos, y pocos o nulos beneficios cuando se obtiene la cosecha. Las ganancias quedan en otra parte.La actual concentración de riqueza se da principalmente por los mecanismos injustos del sistema financiero y una acumulación de bienes y servicios que ni es en pro del bien común, ni beneficia a todas las personas, ni produce una auténtica realización de la felicidad humana. Si a esto añadimos la grave corrupción en todos los niveles, vinculada muchas veces al flagelo del narcotráfico o del narconegocio, se acaba destruyendo el tejido social y económico de las comunidades. Y esto tiene graves repercusiones en el desempleo, subempleo y situaciones dramáticas de necesidades personales, familiares y sociales.

¿Sigue la parábola de Jesús estas estructuras y estas políticas injustas? En un primer momento podría parecernos que va en el mismo sentido: un patrón que contrata a los que quiere y que después paga a su gusto, igualando ‘injustamente’ a quienes han trabajado todo el día con quienes solamente han trabajado una hora. Pero si nos dejamos tocar por Jesús nos encontraremos con el verdadero sentido del trabajo y del capital, y de la verdadera igualdad y comunidad. Este pasaje continúa su instrucción sobre los temas de la fraternidad cuyo cimiento fundamental es la acogida al débil. La respuesta a las diferencias que ofrece es muy clara: la norma de oro sobre la que nace la comunidad debe ser la igualdad: todos reciben lo mismo independientemente del trabajo que han realizado. Habrá que romper los esquemas que hacen de la comunidad un campo cuya norma parece ser la fuerza y el egoísmo. La nueva comunidad cristiana habrá de recuperar su vocación inicial y romper las estructuras sistémicas que hacen de la comunidad una presa fácil a favor del poderoso, donde el débil no cuenta y los excluidos no tienen acceso a los beneficios del Reino.

Acostumbrados a los mensajes de un mundo neoliberal, nos parece ilógico e injusto el proceder del Señor. Ante Dios no es cuestión de mérito, ni de cantidad o calidad de trabajo. Tanto la llamada a participar en su viña, como la retribución, son un regalo, no una premiación o conquista. La respuesta y el compromiso personal son muy necesarios, pero la recompensa es gratuidad de Dios. Dios habla de la gracia, de la alegría de dar. Nosotros inmediatamente hablamos de comparaciones y de derechos. Y la comparación siempre produce o bien complejo de superioridad o bien nos arroja en la amargura de la envidia. ¿No es cierto que muchas de las tristezas y frustraciones nacen de la comparación con lo que otros tienen, con lo que los otros hacen o con lo que otros disfrutan y nosotros no? Me imagino que si aquellos trabajadores hubieran recibido su jornal, que nos da a entender que era justo y apreciado, sin saber el jornal de los otros, lo hubieran aceptado felices como un premio. Pero al mirar a los otros les produce tristeza lo que están obteniendo. La envidia corroe el corazón, cuando nos comparamos con el otro y nos sentimos con más derechos.

El motivo de la narración es que hay quienes se sienten justos y niegan acceso a los pecadores. En nuestra actualidad se dan muchas discriminaciones y bloqueos, solamente porque los consideramos sin derechos. No se tiene en cuenta a los más débiles. Baste mirar las estructuras de nuestra sociedad, sus calles, sus servicios, no tienen en cuenta para nada a quienes tienen capacidades diferentes. Se cierran pasos, se construyen autopistas pero todo pensando en unos cuantos, egoístamente y no teniendo en cuenta a los más desprotegidos. E igual sucede en la vida. Se olvida la igualdad, esa igualdad nacida de la generosidad de un Dios que no crea ninguna injusticia, que se derrama sobre todos. De ahí que quien entiende bien a este Dios generoso que obra sin detenerse en presuntos privilegios, debería ser igualmente generoso en su propia comunidad, sobre todo con los débiles.

Se cierra la narración con la invitación a todos para trabajar en la viña. Hay quienes generosamente han entregado su vida a favor de los hermanos, y qué bueno. Hay quienes, con culpa o sin ella, no han tenido esa oportunidad; hoy Jesús nos invita. No hay ninguna excusa para que alguien quede indiferente ante el llamado de Jesús. No importa edad, no importa sexo, no importa ideología, todos estamos llamados a trabajar en esa viña, que es la niña de sus ojos, por la cual da la vida. ¿Qué esperamos para responder al llamado? Nunca se es demasiado viejo ni demasiado joven para responder a su llamado; nunca se es suficientemente sabio o ignorante, para no participar. Cristo nos llama a todos y éste es el momento especial de gracia para responder a su llamado.

Dios nuestro, Padre bueno, Padre de todos, que en el amor a Ti y a nuestro prójimo has querido resumir toda tu ley, concédenos descubrirte y amarte en nuestros hermanos para que podamos alcanzar la vida eterna. Amén.


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Domingo, 21 de septiembre de 2014

 El Papa realizó esta meditación en su discurso a los capellanes de las prisiones italianas con los que se reunió  en el Vaticano. Francisco dijo a los capellanes que pidan a los presos con quienes hablan “que no se desanimen, que no se encierren en si mismos, porque el Señor está cerca de ellos, no se queda fuera de las cárceles, sino que está dentro de sus celdas”. «Ninguna celda está tan aislada como para excluir al Señor, su amor paterno y materno llega a todos los lados».

 El texto completo de la meditación del Santo Padre es el siguiente:

Les agradezco, y quisiera aprovechar de este encuentro con ustedes que trabajan en las cárceles de toda Italia para hacer llegar un saludo a todos los detenidos. A todos. Por favor, díganles que rezo por ellos, que los llevo en el corazón, rezo al Señor y a la Virgen para que puedan superar positivamente este periodo difícil de su vida. Que no se desalienten, que no se cierren: ustedes saben, un día todo va bien, otro día se decaen, es esa oleada difícil...

El Señor está cerca. Pero díganselo con los gestos, con las palabras, con el corazón que el Señor no se queda afuera de su celda, no se queda fuera de la cárcel: está adentro, está allí. Pueden decirles esto: el Señor está dentro con ellos; también Él es un encarcelado... de nuestros egoísmos, de nuestros sistemas, de tantas injusticias que son fáciles para punir al más débil, ¿no? Pero los peces grandes nadan libremente en el agua, ¿no? Ninguna celda está tan aislada como para excluir al Señor, ninguna: Él está allí, llora con ellos, trabaja con ellos, espera con ellos. Su amor paterno y materno llega a todas partes. Rezo para que cada uno abra el corazón a este amor del Señor.

Y también cuando recibo una carta de uno de ellos – en Buenos Aires los visitaba, ¿no? – y desde aquí cada vez que llamo a alguno de aquéllos de Buenos Aires que conozco, que están en la cárcel, un domingo, y tengo una charla, después, cuando termino, pienso: “por qué él está allí y yo no, que tengo tantos y más meritos que él para estar allí?” Y esto me hace bien. ¿Por qué él ha caído y no he caído yo? Porque las debilidades que tenemos son las mismas y para mí es un misterio que me hace rezar y me hace acercarme a ellos. También decirlo.

Y rezo también por ustedes Capellanes, por su ministerio, que no es fácil, muy arduo y muy importante: expresa una de las obras de misericordia, hace también visible aquella presencia del Señor en la cárcel, en la celda...ustedes son signo de la cercanía de Cristo a estos hermanos que tienen necesidad de esperanza. Recientemente, han hablado de una justicia de reconciliación, ¿no? También una justicia de esperanza, de puertas abiertas, de horizontes... ésta no es una utopía: se puede hacer. No es fácil, porque nuestras debilidades están por todos lados, también el diablo está por todos lados, las tentaciones están por todos lados... pero siempre buscar aquello, ¿no? Les deseo que el Señor esté siempre con ustedes, los bendiga y la Virgen los custodie. Siempre de la mano de la Virgen, porque Ella es la Madre de todos ustedes y de todos aquellos en la cárcel. Les deseo esto. Gracias.

Y pidamos al Señor que los bendiga a ustedes y a sus amigos y a sus amigas en las cárceles. Pero antes oremos a la Virgen para que nos lleve siempre hacia Jesús: Ave María...

Papa Francisco


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MARÍA DE LA MERCED, PORTADORA DE BUENAS NOTICIAS

                        Madre de la Merced, con gratitud te saludamos
Porque has querido ejercer tu misericordia
A favor de los hombres.
Con tu amor materno cuidas 
De los hermanos de tu Hijo, 
Que todavía peregrinan 
Y se hallan en peligro y ansiedad
Hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada.
Protege, Madre de la Merced, 
La fe vacilante de tantos hijos tuyos, 
Especialmente la de aquellos 
Que se hallan en peligro de perderla. 
Concede la plena libertad a cuantos carecen de ella
Y luchan por conseguirla. 
Ayuda, con amor solícito, 
A los que viven situaciones de injusticia:
Prisión o enfermedad, 
Hambre o sed, desnudez o destierro. 
Danos fuerza para hacer presente 
Tu mensaje de amor y libertad 
En medio de los hombres. 
Amen.


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PEQUEÑO GUION LITURGICO

 

ENTRADA

Hermanos, nos reunimos como comunidad que camina y se fortalece con el alimento de la Palabra y de la Eucaristía.

En estos días se conmemora una fiesta en honor de la advocación de María como Madre de la Merced, patrona de los encarcelados y de las personas que trabajan en los recintos penitenciarios

          De esta manera, María nos muestra el corazón del Evangelio; que el anuncio se concreta en lo esencial, en lo bello, en lo grande, en lo liberador y en lo más necesario de nuestra vida.

          De pie, comenzamos la celebración.   

ORACION DE LOS FIELES

 

En cada petición respondemos:  

                            “Con María de la Merced, escúchanos Señor”

 

Por la Iglesia, para que pueda anunciar, en libertad la Buena Noticia a todos los pueblos. Oremos…

Por el Papa Francisco, nuestro Arzobispo Bernardo, y nuestros Sacerdotes, que a través de ellos escuchemos las enseñanzas de tu Hijo. Oremos…

Por todos los enfermos, lo que sufren adicciones, los angustiados, los excluidos, para que encuentren en María de la Merced redentora de cautivos, un corazón abierto a la escucha y acogida. Oremos…

Por nuestra Comunidad para que sepa salir en al encuentro del hombre o la mujer que sufre, y de testimonio de fe y servicio. Oremos…


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S?bado, 20 de septiembre de 2014

Catholic Calendar and Daily Meditation

Sunday, September 21, 2014 
 
Twenty-fifth Sunday in Ordinary Time


Scripture for Sunday's Liturgy of the Word:
http://new.usccb.org/bible/readings/092114.cfm

Isaiah 55:6-9
Psalm 145:2-3, 8-9, 17-18
Philippians 1:20c-24, 27a
Matthew 20:1-16a


A reflection on today's Sacred Scriptures:

"My thoughts are not your thoughts,
nor are your ways my ways," God tells us.

Today's Gospel is a very good illustration of this truth. If a union boss were to hear this in church this Sunday, he might have a stroke! "Unfair!" we cry at the first hearing. Then, as we cool down and think, we have to admit that the landowner has a point in his defense. It's his money, and he can do what he wants with it.

Actually, the grumbling of those who had worked a full day was their problem. They were envious, and envy is a very human vice. Since it's a parable told by Jesus, the landowner is obviously God~~and God always wins. God sees a lot of things differently than we do!

Now we really have to face the lesson of the day: if my ways of thinking and judging are truly far from the Lord's way, then I must have some adjusting to do! Perhaps I need to work harder in the areas of forgiveness, mercy, and generosity, to mention a few. St. Paul urges the Philippians today to conduct themselves in a way that is "worthy of the gospel of Christ."

If I'm honest, I have to admit that I demand apologies more than I give them. And I don't want to be the one to go first. That leads me to harbor grudges, to make mountains out of molehills, and so extend the hurt into months and years, when I could end the whole thing quickly by reconciling immediately.

How sad to see a son or a daughter keep their distance from a dying parent, even refusing to attend the funeral! It happens! And how many times have I waited to reconcile until it was too late? The pain and stress on both parties are so unnecessary. Both are the losers.

To forgive is to be free, and to free the other person as well. Once we have reconciled with a friend who has offended us, or whom we have offended, we open the way to form a new and closer relationship. And that could give us joy for years, instead of prolonged stress and unhappiness.

To think as God thinks requires openness and a broad vision, free of self-pity and selfish brooding. It takes a habit of gratitude. It means sitting down and reflecting, "What does God want me to do in this situation?" It takes courage and humility and grace to act this way. It helps if we just ask ourselves a simple question: What would Jesus do?

- Msgr. Paul Whitmore | email: pwhitmore29( )yahoo.com

  

Would you like to learn more about the Catholic faith? 

 

(c)2010  Reprints permitted, except for profit.  Credit required.


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Viernes, 19 de septiembre de 2014

Reflexión a las lecturas del domingo veinticinco del Tiempo Ordinario - A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 25º del T. Ordinario A

                             

                    A primera vista nos da la impresión de que aquellos jornaleros que protestaban tenían razón. No parece justo que el dueño de la viña trate por igual a todos los  obreros: a los que han trabajado de sol a sol y a los que han llegado al caer la tarde. Ni siquiera que comience a pagar a los últimos antes que a los primeros. Por eso es fundamental la aclaración del amo: “amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete”.

          Me parece que esta parábola es fundamental para “entender” el corazón de Dios, el Padre del Cielo, que Jesús nos manifiesta con sus palabras y  sus obras.

          Con frecuencia hago alusión a las enseñanzas de Juan Pablo II sobre la necesidad de introducir el perdón y la misericordia en la vida de la sociedad, constituida por seres humanos, débiles, frágiles, sujetos al desorden moral, al pecado. Hoy nos damos cuenta de que esa ha sido siempre la forma de actuar de Dios. Y en Jesucristo alcanzará su punto culminante. Eso no podían entenderlo los fariseos y los escribas, estrictos cumplidores de la Ley de Moisés;  -por lo menos así se presentaban ellos- ,  que pensaban  que la justificación era fruto de la Ley. Por eso ellos no podían entender el perdón y la misericordia, que anuncia Jesucristo. Y también, por eso, no pudieron comprender nunca que Jesús anduviera con los pecadores y comiera con ellos. (Lc 15,2). Él les podía brindar la oportunidad de trabajar en su Viña, aunque fuera ya tarde. Y así llega la hora de Zaqueo (Lc 19,1-10) de la pecadora de la casa de Simón, el fariseo, (Lc 7,36-50), de la samaritana (Jn 4,5-42) y de tantos otros… Hasta la hora del buen ladrón, ya bien atardecido, al que le dice desde la Cruz: “Te lo aseguro: Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. (Lc 23,43).

          Nosotros hemos tenido la inmensa fortuna de haber encontrado en el camino de nuestra existencia, a un Dios que es así. San Pablo nos dejará bien claro que la gracia de la justificación “no se debe a vosotros sino que es un don de Dios, ni se debe a las  obras, para que nadie pueda presumir”.(Ef 2,8-9). Además la paga del Amo de la Viña es siempre desproporcionada a nuestros méritos. ¿No nos promete el Señor el ciento por uno y la vida eterna? (Mt 19,29). Hay un himno en la Liturgia de las Horas en el que le decimos al Señor: “Al romper el día, nos apalabraste;  cuidamos tu Viña del alba a la tarde. Ahora que nos pagas, nos lo das de balde,  que a jornal de gloria no hay trabajo grande". (Vísp. Lun. I)

           En estos domingos en que estamos reflexionando sobre las enseñanzas de Jesucristo acerca de la vida en comunidad, qué importante es, a la luz de esta Parábola preciosa, que  nuestro corazón se parezca al corazón de Dios. Para que sepamos acoger con un inmenso cariño y comprensión, a los que llegan tarde a trabajar en la Viña. Para que nunca caigamos en la tentación de “recordarle” a éste o a aquella que, en su día, llegó tarde… Para que tengamos la convicción firme de que el Amo está dispuesto siempre a acogernos en su Viña a cualquier hora, incluso, en el atardecer del día, de la vida.

          Y ahora que estamos comenzando un nuevo curso, también en  la comunidad cristiana, me parece que el Señor en persona, como en la Parábola, anda por las calles de nuestros pueblos y ciudades diciendo a los que encuentra parados: “Id también vosotros a mi Viña y os pagaré lo debido”.  Y cada cual tendrá que responder a esta invitación personal, que nos hace el Señor a través de mil formas, y descubrir cuál es el puesto de trabajo que nos tiene asignado en su Viña. Porque hay mucho que hacer, y no podemos ser de aquellos que se pasan  “el día entero sin trabajar”. La Eucaristía del domingo o de cada día es la Mesa de la comunidad cristiana, donde el Amo de la Viña reúne a sus jornaleros para que sea posible el trabajo y la vida.

 

                                                                                         ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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DOMINGO 25º DEL T. ORDINARIO A 

 MONICIONES

 

 

PRIMERA LECTURA

Dispongámonos ahora a escuchar la Palabra de Dios. Nos enseña el Señor en esta primera lectura, que su manera de pensar y actuar es distinta de la nuestra. Nos vamos disponiendo así para escuchar el Evangelio.

 

SALMO

Como respuesta a la Palabra del Señor, que hemos escuchado, proclamamos en el salmo que Dios es clemente y misericordioso.

 

SEGUNDA LECTURA

          S. Pablo, desde la cárcel, presenta a los filipenses la alternativa propia de todo corazón cristiano: sus deseos de morir para estar con Cristo y sus deseos de vivir para poder seguir anunciándoles el Evangelio.

 

TERCERA LECTURA

          El Evangelio nos presenta la Parábola preciosa y desconcertante, al mismo tiempo, de los jornaleros enviados a la viña.

Aclamemos al Señor con el canto del aleluya.

         

COMUNIÓN

          En la Comunión recibimos a Jesucristo, que nos invita a todos y a cada uno a trabajar en su viña, y que ahora nos alimenta y fortalece para que no desfallezcamos en nuestra tarea.


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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo veinticinco del Tiempo Ordinario - A.

NO DESVIRTUAR LA BONDAD DE DIOS

               A lo largo de su trayectoria profética, Jesús insistió una y otra vez en comunicar su experiencia de Dios como “un misterio de bondad insondable” que rompe todos nuestros cálculos. Su mensaje es tan revolucionario que, después de veinte siglos, hay todavía cristianos que no se atreven a tomarlo en serio.

        Para contagiar a todos su experiencia de ese Dios Bueno, Jesús compara su actuación a la conducta sorprendente del señor de una viña. Hasta cinco veces sale él mismo en persona a contratar jornaleros para su viña. No parece preocuparle mucho su rendimiento en el trabajo. Lo que quiere es que ningún jornalero se quede un día más sin trabajo.

        Por eso mismo, al final de la jornada, no les paga ajustándose al trabajo realizado por cada grupo. Aunque su trabajo ha sido muy desigual, a todos les da “un denario”: sencillamente, lo que necesitaba cada día una familia campesina de Galilea para poder vivir.

        Cuando el portavoz del primer grupo protesta porque ha tratado a los últimos igual que a ellos, que han trabajado más que nadie, el señor de la viña le responde con estas palabras admirables: “¿Vas a tener envidia porque yo soy bueno?”. ¿Me vas a impedir con tus cálculos mezquinos ser bueno con quienes necesitan su pan para cenar?

        ¿Qué está sugiriendo Jesús? ¿Es que Dios no actúa con los criterios de justicia e igualdad que nosotros manejamos? ¿Será verdad que Dios, más que estar midiendo los méritos de las personas como lo haríamos nosotros, busca siempre responder desde su Bondad insondable a nuestra necesidad radical de salvación?

        Confieso que siento una pena inmensa cuando me encuentro con personas buenas que se imaginan a Dios dedicado a anotar cuidadosamente los pecados y los méritos de los humanos, para retribuir un día exactamente a cada uno según su merecido. ¿Es posible imaginar un ser más inhumano que alguien entregado a esto desde toda la eternidad?

        Creer en un Dios, Amigo incondicional, puede ser la experiencia más liberadora que se pueda imaginar, la fuerza más vigorosa para vivir y para morir. Por el contrario, vivir ante un Dios justiciero y amenazador puede convertirse en la neurosis más peligrosa y destructora de la persona.

        Hemos de aprender a no confundir a Dios con nuestros esquemas estrechos y mezquinos. No hemos de desvirtuar su Bondad insondable mezclando los rasgos auténticos que provienen de Jesús con trazos de un Dios justiciero tomados del Antiguo Testamento. Ante el Dios Bueno revelado en Jesús, lo único que cabe es la confianza.

José Antonio Pagola
Red evangelizadora NUEVAS NOTICIAS
25 del Tiempo Ordinario - A
21 de Septeimbre de 2014
Mt 20, 1-16

       


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Jueves, 18 de septiembre de 2014

Homilía monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el XXIV domingo durante el año (14 de setiembre de 2014) (AICA)

La Cruz, código de vida

En este domingo de “la exaltación de la Cruz”, el texto que leemos del Evangelio (Jn. 3,13-17), nos dice que el Hijo del hombre tenía que padecer la cruz para salvar al mundo: “…Así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. 

En este año, tendremos el gozo de celebrar la fiesta de “La Exaltación de la Cruz” en la nueva capilla que se encuentra en el acceso al parque temático de la Cruz de Santa Ana. En la Misa solemne que celebraremos e inauguraremos esta capilla que es lindísima, y está ubicada en un paisaje excepcional, y de un silencio que invita a rezar y meditar a todos los visitantes y peregrinos y a poner en “la Cruz”, nuestras peticiones, dolores, sufrimientos y agradecimientos, para que toda nuestra vida pase por el misterio de la pascua, de la muerta y “la vida”. Por la tarde también será la primera celebración de las fiestas patronales como parroquia de la “Exaltación de la Cruz”. A las 18 horas será la procesión y Misa en su sede en Jardín América. Todo esto revela la alegría y agradecimiento a Dios que nos acompaña en la tarea evangelizadora de nuestra iglesia Diocesana. 

Esta celebración de la exaltación de la cruz, nos pone ante la significación profunda, central que tiene el misterio de la Pascua en la fe cristiana. Desde el misterio del calvario, del sufrimiento y muerte del Hijo del hombre en la cruz y de la resurrección y Vida, comprendemos que sin esta inserción pascual en nuestra propia espiritualidad cristiana, que es el camino de identificación al amor donado y eucarístico de Jesucristo, difícilmente podremos tener una real comprensión del discipulado y misión que cada bautizado tenemos. 

Considero que un texto de “Jesucristo, Señor de la historia” nos puede ayudar en nuestra reflexión. Este documento fue escrito con motivo de la celebración de los 2000 años del nacimiento del Señor y nos decía: “Para nosotros, cristianos no basta afirmar que nuestro origen está en Dios que nos ama. Creemos que ese amor del Padre Dios llegó a un extremo incomprensible, misterioso, deslumbrantemente bello. Nos envió a su propio Hijo, verdadero Dios, para que se hiciera verdadero hombre, con una carne como la nuestra, un corazón como el nuestro, una historia como la nuestra, sin caer en las miserias de nuestros odios, egoísmos y mezquindades. Es hombre verdadero, pero libre de pecado. Modelo perfecto de lo que el Padre quiere que seamos. En Él culmina el plan de Dios. Él es la plenitud del tiempo y el centro de la historia. 

Sin embargo, el hombre rechazó su presencia y quiso eliminar su persona y su mensaje. Su amor por el hombre llegó a la “locura”, aceptó ser clavado en la cruz y entregarse por nosotros hasta experimentar el más amargo y profundo dolor. Así, su sangre derramada nos purificó de nuestros pecados. El Señor reacciona ante el pecado del hombre con un ofrecimiento inaudito de misericordia y de perdón. 

Pero, el Padre no podía dejar al Hijo amado bajo el poder de la muerte. Y Jesucristo nuestro redentor resucitó. ¡Vive! Por eso su presencia también es una realidad para nosotros. Él visita la pobre existencia de cada ser humano para derramar la vida nueva del Espíritu Santo. Los que supieron descubrirlo reconocen que hay un antes y un después de haberlo conocido. Antes y después de Cristo la vida no es la misma. Así lo proclaman, por ejemplo, San Pablo, San Francisco de Asís, Edith Stein y tantos santos que han reflejado en su vida la presencia misericordiosa de Jesús” (J.S.H. 7). 

En nuestra época corremos el riesgo de vaciar la fe cristiana mimetizándonos con una especie de humanismo, o bienestar excesivamente consumista de la época que busque alcanzar la “Vida”, sin la cruz y su significación en nuestra espiritualidad. Una suerte de humanismo sin “Pascua”. Esta singularidad Pascual de Jesucristo, hace que el solo “teísmo” no nos alcance para comprender el maravilloso regalo que nos hace Jesucristo, el Señor, de experimentar que Dios no es solo un concepto, una energía, un todo, sino que Dios es Padre. 

En este domingo de “la exaltación de la cruz”, el Evangelio nos alienta a saber que nuestro Padre-Dios tanto amó al mundo: “que dio a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn.3,16). Esta certeza de Jesucristo, al celebrarlo en la “Exaltación de la Cruz”, nos permitirá comprender mejor nuestros dolores y sufrimientos y los del mundo, y transformados en Pascua y en Esperanza. 

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! 

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas


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Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (Domingo 14 de septiembre de 2014, Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz) (AICA)

“La cruz es un lugar de luz”

Jesús dijo a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida Eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.» (San Juan 3,13-17)


El misterio de la salvación, de la redención, de la gloria de Dios, pasa a través del misterio de le encarnación en el seno virginal de María y fundamentalmente pasa a través de la cruz de Cristo. Él es el único que tiene autoridad, como leemos en este texto: “nadie ha subido al cielo sino aquél que descendió del cielo” 

Este descenso de Dios para con nosotros al hacerse hombre, y este hombre glorificado y exaltado, que asciende al cielo, es el que tiene autoridad, el que compromete, el que cambia, el que modifica intensa y profundamente el destino del hombre, el destino de la humanidad. El sacrificio de Cristo es un sacrificio de cruz y es un sacrificio de redención; y si es de redención también lo es de salvación. 

Cuando miramos al traspasado, al crucificado, entendemos todas las cosas: los dolores, los sufrimientos, las cruces, los límites, los pecados, las miserias de los hombres donde esa cruz no es lugar de derrota sino lugar de victoria. La cruz es un lugar de luz porque Dios nos puede modificar, perdonar, cambiar, transformar. El Hijo del Hombre, el Siervo de Dios, es levantado para que todos los que lo miren y contemplen queden beneficiados. 

El cristiano, el católico, es una persona llena de esperanza. Esa esperanza no es colorear ingenuamente todos los acontecimientos de la vida social y del mundo para decir “¡qué lindo, qué lindo!” NO. Pero sí, el cristiano es la persona que tiene la esperanza que no depende de uno, sino que “viene de lo alto”, que viene de Dios. 

Decía el tango que “al mundo le falta un tornillo”, porque está tan desarticulado, tan empastado y tan opacado. Pero si levantáramos la mirada con fe y si viéramos el sacrificio, el amor y la entrega de Cristo por nosotros, por todo el sufrimiento del mundo ¡cómo no vamos a cambiar!, ¡cómo no vamos a ser distintos!, ¡cómo no vamos a ser mejores! Que no le queden dudas a nadie: el amor de Cristo es inagotable y tan extraordinario que nos cambia la vida. 

Pidamos que esta Exaltación de la Cruz sea también la animación de nuestra esperanza y la decisión de vivir en el amor, en la entrega, en la fidelidad, en el servicio y en el sacrificio. 

Que Dios nos bendiga y que la cruz de Cristo nos salve a todos: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén 

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


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Comentario a la liturgia dominical por P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)

Domingo XXV - Ciclo A

Textos: Is 55, 6-9; Filipenses 1, 20-24.27; Mt 20, 1-1

Idea principal: La lógica de Dios no es nuestra lógica. La lógica de Dios es la misericordia. La lógica humana es “a tanto la hora”.

Resumen del mensaje: La salvación no se le dará al hombre en concepto de contrato bilateral, de justicia legal, sino de misericordia y amor de Dios. Que, para méritos, ahí están los de Jesucristo. Cierto, el hombre tiene que colaborar.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, los legalistas y fariseos gritan hoy a Dios: “¡Injusto! Nosotros merecemos más que los que trabajaron menos horas…con gente como tú incitamos a la lucha de clases, a la expansión universal del marxismo socialista y comunista, y a reventar el odre que, como el odre del mítico Eolo en el Tirreno, contiene los vientos de todas las tempestades sociales y políticas”. Le echan en cara que fue justo en la justicia conmutativa y legal, pero no en la distributiva ni la social. “Proceder así, Dios, es lo mejor para provocar lo peor”. La parábola iba para los judíos, que como pueblo elegido de Dios parecían los “titulares” de la promesa, mientras que otros no judíos, los paganos, que podemos considerar como los “suplentes”, no deberían tener derecho a recibir la misma recompensa que ellos. Pero también a nosotros se nos puede aplicar la misma lección. Los sacerdotes, religiosos y gente comprometida con la pastoral diocesana o parroquial podemos tener la tentación de creernos más acreedores del premio que los laicos de a pie.

En segundo lugar, Cristo por su parte grita hoy a los legalistas y fariseos: “¿Por qué tenéis envidia porque yo soy bueno, incluso con aquellos que vosotros creéis que no lo merecen?”. Jesús nos da, no una lección de justicia salarial –el dueño de la viña paga a todos lo justo-, sino de la generosidad que tiene Dios, que admite como jornaleros a los que se presentan sólo a última hora, sin dar demasiada importancia a este retraso, y luego paga a los últimos más de lo que les tocaría en rigor. Dios no premia sólo conforme a nuestros méritos, señores legalistas, sino según su bondad. La salvación de Dios es siempre gratuita. Este evangelio no es un evangelio social, porque ni es la noticia de un conflicto laboral ni la negativa a una reivindicación salarial ni la denuncia o la defensa de una arbitrariedad patronal, sino un tratado de soteriología, o economía de la salvación, en forma de parábola: “Dios salva a los hombres no tanto por justicia (tanto hiciste, tanto mereces), sino de misericordia (que es amor)”. El que intenta salvarse es el hombre, pero quien efectivamente salva es Dios. Si no fuera así, las relaciones del hombre con Dios serían mercantiles: se salva el cumplidor.

Finalmente, y nosotros, ¿qué gritamos hoy a Cristo? “Señor, danos un corazón como el tuyo para que aprendamos a ser bondadosos de corazón en nuestra relación con los demás”. La cuestión es si tenemos buen corazón o no. Somos a veces tacaños, de corazón mezquino, calculadores en nuestra relación con Dios y con los hermanos. Solemos llevar una contabilidad de las horas que trabajamos para Dios, como siguiendo las pautas de un contrato laboral, y después le pedimos cuentas a Dios y nos creemos con derecho al premio o a la paga. No proyectemos sobre Dios nuestros cálculos y nuestras medidas. No metamos a Dios dentro de nuestras humanas calculadoras y ordenadores. Al contrario, aprendamos de Él a ser misericordiosos y generosos con aquellos que no lo merecen, según nuestra opinión. Ah, si Dios llevara contabilidad de nuestras faltas, no pensaríamos así como esos legalistas del evangelio.

Para reflexionar: ¿Somos propensos a los celos y a la envidia? ¿Estamos dispuestos a alabar los buenos resultados de los demás, a alegrarnos de las cualidades que otros tienen? ¿Somos cristianos a sueldo, o trabajamos sólo tratando de alegrar a Dios? ¿Consideramos la salvación como un contrato bilateral, de justicia legal, o como gracia?

Para rezar: Señor, que comprenda tu lógica divina, que es la de la misericordia. Quita de mi pecho el corazón de piedra y justiciero, y dame un corazón abierto a tu lógica para que pueda alegrarme ante el bien que les concedes a mis hermanos, incluso a aquellos que según yo no merecen. Y ayúdame a trabajar en tu viña con amor y por amor, y no por interés mercantil, sólo para alegrarte a ti, y eso me basta.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Mi?rcoles, 17 de septiembre de 2014

Alocución de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz (13 de septiembre de 2014) (AICA) 

Exaltación de la Santa Cruz

Este domingo celebramos la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Es una Fiesta que ha calado muy hondo en la devoción del pueblo cristiano. En ella contemplamos el signo mayor del amor de Dios que en su Hijo: “se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres…… se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz” (Filip. 2, 6-8). Desde Cristo la cruz ha dejado de ser signo de muerte para convertirse en signo de vida. No podemos comprender este sentido pascual si no nos acercamos a ella con una mirada de fe. Cuando san Pablo quiere expresar el significado profundo de la fe en Jesucristo, no duda en hablar de la “sabiduría de la cruz”, que es: “escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados” (1 Cor. 1, 23). Una cruz sin Jesucristo es pesada, no tienen sentido y nos termina aplastando, con Él y en Él se convierte en causa de vida y de esperanza.

Para comprender esto debemos preguntarnos: ¿Cuál es el motivo de la presencia de Jesucristo, del Hijo de Dios, entre nosotros? La única respuesta es la que nos da san Juan: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo para que todo el que crea en él no muera…. Porque Dios no envío a su Hijo para juzgar al mundo, concluye, sino para que el mundo se salve por él” (Jn. 3, 16), como leemos en el evangelio de hoy. Esto nos habla de que la relación de Dios con el mundo y el hombre es el amor. Desde Jesucristo la cruz ya no es castigo sino camino de una vida nueva, se ha convertido en sabiduría. No se trata de masoquismo o de gusto por sufrir, sino de ver en ella el camino de Jesucristo que tiene como horizonte el triunfo de la Pascua. No podemos quedarnos en un viernes santo. Una cruz que no se la viva con sentido pascual no es fuente de vida. Ella nos permite conocer, en nuestra condición de peregrinos, el significado del dolor y la muerte. La sabiduría de la fe no niega esta realidad, ni nos lleva a buscar en la magia de una pseudo religión una explicación milagrera, que termina negando la misma condición del hombre en cuanto hijo de Dios y con destino de eternidad. La cruz es un sí, desde Jesucristo, a la condición del hombre en este mundo.

La Exaltación de la Santa Cruz es una Fiesta que tiene una profunda raíz en la piedad y devoción de nuestro pueblo, que ha sabido descubrir en ella el camino de Jesucristo. Son muchas las Iglesias y Capillas que este domingo celebran sus Fiestas Patronales. Pidamos al Señor que sepamos asumir el sentido de esa Cruz que en Jesucristo se ha convertido en sabiduría, que da sentido y esperanza a nuestro caminar en este mundo. Que al elevar nuestra mirada a la Cruz reconozcamos en ella el camino del amor de Dios, que ha enviado a su Hijo para acompañarnos y abrirnos a una esperanza que no conoce el ocaso de la muerte. En la cruz Jesucristo es, además, principio de paz para el mundo, porque en ella él mismo ha derribado el muro de enemistad que separaba a los hombres (cfr. Ef. 2, 11- 15).

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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Texto completo de la homilí­a del Santo Padre en la celebración del sacramento del matrimonio de 20 parejas. CIUDAD DEL VATICANO, 14 de septiembre de 2014 (Zenit.org)



La prima Lectura nos habla del camino del pueblo en el desierto. Pensemos en aquella gente en marcha, siguiendo a Moisés; eran sobre todo familias: padres, madres, hijos, abuelos; hombres y mujeres de todas las edades, muchos niños, con los ancianos que avanzaban con dificultad... Este pueblo nos lleva a pensar en la Iglesia en camino por el desierto del mundo actual, nos lleva a pensar en el Pueblo de Dios, compuesto en su mayor parte por familias.

Y nos hace pensar también en las familias, nuestras familias, en camino por los derroteros de la vida, por las vicisitudes de cada día... Es incalculable la fuerza, la carga de humanidad que hay en una familia: la ayuda mutua, la educación de los hijos, las relaciones que maduran a medida que crecen las personas, las alegrías y las dificultades compartidas... En efecto, las familias son el primer lugar en que nos formamos como personas y, al mismo tiempo, son los “adobes” para la construcción de la sociedad.

Volvamos al texto bíblico. En un momento dado, «el pueblo estaba extenuado del camino». Estaban cansados, no tenían agua y comían sólo “maná”, un alimento milagroso, dado por Dios, pero que, en aquel momento de crisis, les parecía demasiado poco. Y entonces se quejaron y protestaron contra Dios y contra Moisés: “¿Por qué nos habéis sacado...?”. Es la tentación de volver atrás, de abandonar el camino.

Esto me lleva a pensar en las parejas de esposos que “se sienten extenuadas del camino”, del camino de la vida conyugal y familiar. El cansancio del camino se convierte en agotamiento interior; pierden el gusto del Matrimonio, no encuentran ya en el Sacramento la fuente de agua. La vida cotidiana se hace pesada, y muchas veces “da náusea”.

En ese momento de desorientación –dice la Biblia–, llegaron serpientes venenosas que mordían a la gente, y muchos murieron. Esto provocó el arrepentimiento del pueblo, que pidió perdón a Moisés y le suplicó que rogase al Señor que apartase las serpientes. Moisés rezó al Señor y Él dio el remedio: una serpiente de bronce sobre un estandarte; quien la mire, quedará sano del veneno mortal de las serpientes.

¿Qué significa este símbolo? Dios no acaba con las serpientes, sino que da un “antídoto”: mediante esa serpiente de bronce, hecha por Moisés, Dios comunica su fuerza de curación, fuerza de curación que es su misericordia, más fuerte que el veneno del tentador.

Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio, se identificó con este símbolo: el Padre, por amor, lo ha “entregado” a Él, el Hijo Unigénito, a los hombres para que tengan vida; y este amor inmenso del Padre lleva al Hijo, a Jesús, a hacerse hombre, a hacerse siervo, a morir por nosotros y a morir en una cruz; por eso el Padre lo ha resucitado y le ha dado poder sobre todo el universo. Así se expresa el himno de la Carta de San Pablo a los Filipenses. Quien confía en Jesús crucificado recibe la misericordia de Dios que cura del veneno mortal del pecado.

El remedio que Dios da al pueblo vale también, especialmente, para los esposos que, “extenuados del camino”, sienten la tentación del desánimo, de la infidelidad, de mirar atrás, del abandono... También a ellos Dios Padre les entrega a su Hijo Jesús, no para condenarlos, sino para salvarlos: si confían en Él, los cura con el amor misericordioso que brota de su Cruz, con la fuerza de una gracia que regenera y encauza de nuevo la vida conyugal y familiar.

El amor de Jesús, que ha bendecido y consagrado la unión de los esposos, es capaz de mantener su amor y de renovarlo cuando humanamente se pierde, se hiere, se agota. El amor de Cristo puede devolver a los esposos la alegría de caminar juntos; porque eso es el matrimonio: un camino en común de un hombre y una mujer, en el que el hombre tiene la misión de ayudar a su mujer a ser mejor mujer, y la mujer tiene la misión de ayudar a su marido a ser mejor hombre. Ésta es vuestra misión entre vosotros. “Te amo, y por eso te hago mejor mujer”; “te amo, y por eso te hago mejor hombre”. Es la reciprocidad de la diferencia. No es un camino llano, sin problemas, no, no sería humano. Es un viaje comprometido, a veces difícil, a veces complicado, pero así es la vida. Y en el marco de esta teología que nos ofrece la Palabra de Dios sobre el pueblo que camina, también sobre las familias en camino, sobre los esposos en camino, un pequeño consejo. Es normal que los esposos discutan. Es normal. Siempre se ha hecho. Pero os doy un consejo: que vuestras jornadas jamás terminen sin hacer las paces. Jamás. Basta un pequeño gesto. Y de este modo se sigue caminando. El matrimonio es símbolo de la vida, de la vida real, no es una “novela”. Es sacramento del amor de Cristo y de la Iglesia, un amor que encuentra en la Cruz su prueba y su garantía. Os deseo, a todos vosotros, un hermoso camino: un camino fecundo; que el amor crezca. Deseo que seáis felices. No faltarán las cruces, no faltarán. Pero el Señor estará allí para ayudaros a avanzar. Que el Señor os bendiga.


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Palabras del Santo Padre para introducir la oración mariana. CIUDAD DEL VATICANO, 14 de septiembre de 2014 (Zenit.org)


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

el 14 de septiembre la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Una persona no cristiana podría preguntarse, ¿por qué "exaltar" la cruz? Podemos responder que nosotros no exaltamos una cruz cualquiera, o todas las cruces: exaltamos la Cruz de Jesús, porque en ella se ha revelado al máximo el amor de Dios por la humanidad. Es esto lo que nos recuerda el Evangelio de Juan en la liturgia de hoy: "Dios ha amado tanto al mundo que ha dado a su Hijo primogénito". El Padre ha "dado" al Hijo para salvarnos, y esto ha llevado a Jesús a la muerte, y una muerte de cruz. ¿Por qué? ¿Por qué ha sido necesaria la Cruz? Por la gravedad del mal que nos tenía esclavos. La Cruz de Jesús expresa las dos cosas: toda la fuerza negativa del mal, y toda la mansa omnipotencia de la misericordia de Dios. La Cruz parece decretar el fracaso de Jesús, pero en realidad marca su victoria. En el Calvario, los que se burlaban de él decían: "Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz". Pero la verdad era lo contrario: precisamente porque era el Hijo de Dios, Jesús estaba allí, en la cruz, fiel hasta el final en el diseño de amor del Padre. Y precisamente por esto Dios ha "exaltado" a Jesús, concediéndole un reinado universal. Por tanto, ¿qué vemos cuando dirigimos la mirada a la Cruz donde Jesús ha sido clavado? Contemplamos el signo del amor infinito de Dios por cada uno de nosotros y la raíz de nuestra salvación. De esa Cruz viene la misericordia del Padre que abraza al mundo entero. Por medio de la Cruz de Cristo fue vencido el maligno, fue vencida la muerte, nos ha donado la vida, restituido la esperanza. Esto es importante, por medio de la Cruz de Cristo se ha restituido la esperanza ¡La Cruz de Jesús es nuestra única y verdadera esperanza! Por esto la Iglesia "exalta" la santa Cruz, y por eso los cristianos bendecimos con el signo de la cruz. Es decir, nosotros no exaltamos la cruz, sino la Cruz gloriosa de Jesús, signo del amor inmenso de Dios, signo de nuestra salvación y camino hacia la Resurrección. Y esta es nuestra esperanza.

Mientras contemplamos y celebramos la santa Cruz, pensamos con conmoción en muchos de nuestros hermanos y hermanas que son perseguidos y asesinados por su fidelidad a Cristo. Esto sucede especialmente allí donde la libertad religiosa todavía no es garantizada o plenamente realizada. Sucede también en países y ambientes que en principio se tutela la libertad y los derechos humanos, pero donde concretamente los creyentes, y especialmente los cristianos, encuentran limitaciones y discriminaciones. Por eso hoy les recordamos y rezamos por ellos.

En el Calvario, a los pies de la cruz, estaba la Virgen María. Es la Virgen Dolorosa, que mañana celebramos en la liturgia. A Ella confío el presente y el futuro de la Iglesia, para que todos sepamos siempre descubrir y acoger el mensaje de amor y de salvación de la Cruz de Jesús. Le confío en particular a las parejas de esposos que he tenido la alegría de unir en matrimonio esta mañana, en la Basílica de San Pedro.


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Palabras del Santo Padre al finalizar la oración mariana. CIUDAD DEL VATICANO, 14 de septiembre de 2014 (Zenit.org):


Queridos hermanos y hermanas,


mañana, en la República Centroafricana, comenzará oficialmente la Misión querida por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para favorecer la pacificación del país y proteger la población civil, que está gravemente sufriendo las consecuencias del conflicto en curso. Mientras aseguro el compromiso y la oración de la Iglesia católica, animo el esfuerzo de la Comunidad internacional, que va en ayuda de los centroafricanos de buena voluntad. Que cuanto antes la violencia ceda el paso al diálogo, las facciones opuestas dejen de lado los intereses particulares y se esfuercen por asegurarse que todo ciudadano, de cualquier etnia y religión a la que pertenezca, puede colaborar a la edificación del bien común. Que el Señor acompañe este trabajo por la paz.

Ayer fui a Redipuglia, al cementerio austrohúngaro y al militar. Allí he rezado por los muertos a causa de la Gran Guerra. Los numerosos asustan: se habla de unos 8 millones de jóvenes soldados caídos y de unos 7 millones de personas civiles. Esto nos hace entender que la guerra es una locura. Una locura de la que la humanidad no ha aprendido todavía la lección, porque después de esa ha habido una Segunda Guerra Mundial y muchas otras que hoy están en curso. ¿Pero cuándo aprenderemos la lección? Invito a todos a mirar a Jesús crucificado, entender que el odio y el mal son derrotados con el perdón y el bien, para entender que la respuesta de la guerra solo comsigue aumentar el mal y la muerte.

Y ahora os saludo cordialmente a todos vosotros, fieles romanos y peregrinos procedentes de Italia y de distintos países. Saludo en particular a "Los Amigos de Santa Teresita y de Madre Elisabeth" de Colombia, los fieles de Sotto il Monte Juan XXIII, Messina, Génova, Collegno y Spoleto, y el coro juvenil de Trebaseleghe (Padua). Saludo a los representantes de los trabajadores del Grupo IDI y los miembros del Movimiento Arcobaleno Santa Maria Addolorata. Os pido por favor que recéis por mí.

A todos os deseo feliz domingo y buen almuerzo ¡Hasta pronto!


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Lunes, 15 de septiembre de 2014

Texto completo de la homilí­a del Santo Padre en Redipuglia, invita a pasar del "¿a mí­ que me importa" al llanto. CIUDAD DEL VATICANO, 13 de septiembre de 2014 (Zenit.org)

- Viendo la belleza del paisaje de esta zona, en la que hombres y mujeres trabajan para sacar adelante a sus familias, donde los niños juegan y los ancianos sueñan... aquí, en este lugar, cerca del cementerio solamente acierto a decir: la guerra es una locura.

Mientras Dios lleva adelante su creación y nosotros los hombres estamos llamados a colaborar en su obra, la guerra destruye. Destruye también lo más hermoso que Dios ha creado: el ser humano. La guerra trastorna todo, incluso la relación entre hermanos. La guerra es una locura; su programa de desarrollo es la destrucción: ¡crecer destruyendo!

La avaricia, la intolerancia, la ambición de poder... son motivos que alimentan el espíritu bélico, y estos motivos a menudo encuentran justificación en una ideología; pero antes está la pasión, el impulso desordenado. La ideología es una justificación, y cuando no es la ideología, está la respuesta de Caín: “¿A mí qué me importa?”, «¿Soy yo el guardián de mi hermano?». La guerra no se detiene ante nada ni ante nadie: ancianos, niños, madres, padres... “¿A mí qué me importa?”.

Sobre la entrada a este cementerio, se alza el lema desvergonzado de la guerra: “¿A mí qué me importa?”. Todas estas personas, cuyos restos reposan aquí, tenían sus proyectos, sus sueños... pero sus vidas quedaron truncadas. ¿Por qué? La humanidad dijo: “¿A mí qué me importa?”.

Hoy, tras el segundo fracaso de una guerra mundial, quizás se puede hablar de una tercera guerra combatida “por partes”, con crímenes, masacres, destrucciones...

Para ser honestos, la primera página de los periódicos debería llevar el titular: “¿A mí qué me importa?”. En palabras de Caín: «¿Soy yo el guardián de mi hermano?».

Esta actitud es justamente lo contrario de lo que Jesús nos pide en el Evangelio. Lo hemos escuchado: Él está en el más pequeño de los hermanos: Él, el Rey, el Juez del mundo, es el hambriento, el sediento, el forastero, el encarcelado... Quien se ocupa del hermano entra en el gozo del Señor; en cambio, quien no lo hace, quien, con sus omisiones, dice: “¿A mí qué me importa?”, queda fuera.

Aquí hay muchas víctimas. Hoy las recordamos. Hay lágrimas, hay dolor. Y desde aquí recordamos a todas las víctimas de todas las guerras.

También hoy hay muchas víctimas... ¿Cómo es posible? Es posible porque también hoy, en la sombra, hay intereses, estrategias geopolíticas, codicia de dinero y de poder, y está la industria armamentista, que parece ser tan importante.

Y estos planificadores del terror, estos organizadores del desencuentro, así como los fabricantes de armas, llevan escrito en el corazón: “¿A mí qué me importa?”.

Es de sabios reconocer los propios errores, sentir dolor, arrepentirse, pedir perdón y llorar.

Con ese “¿A mí qué me importa?”, que llevan en el corazón los que especulan con la guerra, quizás ganan mucho, pero su corazón corrompido ha perdido la capacidad de llorar.. Caín no lloró. No ha podido llorar. La sombra de Caín nos cubre hoy aquí, en este cementerio. Se ve aquí. Se ve en la historia que va de 1914 hasta nuestros días. Y se ve también en nuestros días.

Con corazón de hijo, de hermano, de padre, pido a todos ustedes y para todos nosotros la conversión del corazón: pasar de ese “¿A mí qué me importa?” al llanto... por todos los caídos de la “masacre inútil”, por todas las víctimas de la locura de la guerra de todos los tiempos. El llanto. Hermanos, la humanidad tiene necesidad de llorar, y esta es la hora del llanto.


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Iglesia y Religión


Texto de la plegaria. Destinada a acompañar la organización del V Congreso Americano Misionero en el 2018. ROMA, 12 de septiembre de 2014 (Zenit.org)

El papa Francisco ha enviado una oración para animar y acompañar a la Iglesia Boliviana en la organización del V Congreso Americano Misionero,(CAM 5 COMLA 10),que se realizará en Bolivia en el año 2018, en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra.

Texto de la oración:

La dulce y confortadora alegría de evangelizar

Padre bueno, creador de todas las cosas,
concédenos tu misericordia
que borre de nosotros la tristeza egoísta
que brota de un corazón cómodo y avaro
de una vida enfermiza de caprichos
y de la conciencia cerrada a los demás.

Que siempre podamos encontraron con tu Hijo Jesucristo,
que Él cautive nuestro corazón,
de modo que su mirada serena lo fortalezca en la fe
y lo abra a los hermanos
y, a pesar de nuestros límites
seamos capaces de mostrar el mundo el gozo de una vida nueva,
la que surge de su divino Corazón.

Que tu Iglesia
inundada por la dulce y confortadora alegría de evangelizar
y fecundada con nuevos hijos,
pueda contemplar agradecida
cómo se expande, arraiga y desarrolla
la bondad, la verdad y la belleza
con la fuerza renovadora de tu Espíritu Santo.

Que la Virgen María, Estrella de la nueva evangelización,
nos haga descubrir la fortaleza de la humildad y la ternura,
y, en los momentos áridos y difíciles,
su materna intercesión nos conforte,
enseñándonos a poner en Ti toda nuestra confianza
y a sostenernos los unos a los otros con la oración.
         Amén
                                                       Francisco


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Domingo, 14 de septiembre de 2014

Catholic Calendar  and Daily Meditation

Sunday, September 14, 2014

The Exaltation of the Cross

Scripture for Sunday's Liturgy of the Word:
http://new.usccb.org/bible/readings/091414.cfm

Numbers 21:4b-9
Psalm 78:1bc-2, 34-35, 36-37, 38
Philippians 2:6-11
John 3:13-17


A reflection on today's Sacred Scriptures:

Every September 14, the Church celebrates a feast called the Exaltation of the Holy Cross. In it, we take a close look at the mystery of why God the Father allowed His Son to submit to such a horrible form of punishment as a means to "save" us from our sins. Couldn't He have found a better way? And why is it such a powerful and even a good thing for us to accept the "crosses" that come our way?

To prepare us for insights into the mystery, the first reading goes back to the Israelites' flight for freedom across the desert. They had hardly begun when they rebelled against Moses and against God. In punishment, God sent poisonous servants whose bites killed many. When they repented of their sin, God had Moses make a bronze serpent and lift it on a pole. All who gazed on the serpent were healed. It was a sign of something astounding that was to come later.

Jesus, in the Gospel, refers to this incident when He's talking with Nicodemus. "Just as Moses lifted up the serpent in the desert, so must the Son of Man be lifted up, so that everyone who believes in Him may have eternal life."

What follows is the most quoted verse in John's Gospel: "For God so loved the world that He gave His only Son . . . ." The cross on which Jesus was "lifted up" redeemed us from punishment we all inherited through Adam and Eve's sin in the garden. In this way, Jesus has transformed the meaning of the cross from one of the worst forms of humiliation ever devised by humans, to a glorious sign of victory over death.

Just as Jesus suffered and died on a cross, so does He ask that everyone who follows Him will share in His experience with sufferings and "crosses" of our own. All we have to do is to humbly accept those trials which are so inevitable ~ those which no medicine or counseling can cure ~ terminal illness, abandonment, loneliness, to mention a few.

It is never too late for us to accept our crosses in love and faith. In so doing, we will find healing and forgiveness, often a sense of joy, and a new ability to love ourselves and others.

We adore You, O Christ, and we bless You,
Because by Your Holy Cross
You have redeemed the world.


- Msgr. Paul Whitmore | email: pwhitmore29( )yahoo.com  

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(c)2010  Reprints permitted, except for profit.  Credit required.


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S?bado, 13 de septiembre de 2014

Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú, para el 23º domingo durante el año (7 de septiembre de 2014) (AICA)

"El amor es la plenitud de la ley” (Rom. 13,10)

El apóstol Pablo nos dice que toda la Ley y los Profetas, han sido resumidos en un solo precepto: “el que ama tiene cumplido todo el resto de la Ley”. Esta es la gran deuda que cada uno tiene que apresurarse en saldar. Es una deuda, porque el amor mutuo es la gran exigencia de la naturaleza humana y porque Dios mismo ha querido tutelar esa exigencia con un mandamiento que resume todos los demás y que se convierte en la síntesis de toda la Ley. Todos los preceptos –tanto los positivos como los negativos- que regulan las relaciones entre los hombres, culminan en el amor. Amor que está ordenado no sólo al bien entre las relaciones humanas; sino también al bien eterno. El Apóstol San Juan nos dice que al final de la vida, cuando todo se haya cumplido y nos presentemos ante el Señor, solamente se nos preguntará por el “amor”.

Debemos comprender que somos responsables no solamente del amor que nosotros podamos profesar a Dios y a los otros, sino también del amor que los otros son capaces de vivir y profesar a Dios y los demás. Somos discípulos y misioneros del amor de Dios y por esto estamos llamados a dar testimonio de ese amor a los demás. Cada uno de nosotros quiere para sí la salvación y también está obligado a quererla para los otros. Es más: esto es condición incluso para nuestra propia salvación. En la primera lectura de hoy, el profeta Ezequiel se detiene sobre este punto (Ez.33, 7-9): “si tú no hablas poniendo en guardia al malvado, para que cambie su conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre”. Todos los seres de esta tierra estamos llamados, como el Profeta, a ser guardianes del “amor de Dios” en los demás. No estamos solamente obligados a predicarlo, sino a esmerarnos por hacer vivir a los demás ese mandato del amor a Dios.

Dejar perecer a un hijo o a un hermano sin tenderles la mano para que salgan del pecado, es una traición al bien que estamos obligados y un egoísmo del que Dios nos pedirá cuentas. El temor a ser rechazado o a perder popularidad o a ser tachados de intransigentes no nos justificará ante Dios. Jesús nos manda a ir al encuentro del pecador, tal como él lo hizo: como médico que sana y nos exhorta a ir al hermano y corregirle para que salga de su obstinado alejamiento de Dios y de la verdad y amonestarlo con caridad y verdad. Y si a pesar de las tentativas, exhortaciones y súplicas, no conseguimos este propósito, no debemos de dejar de orar y hacer penitencias por él, para obtenerle la gracia de la conversión. Claro, hay que sentirse en lo profundo del corazón, responsables no solamente de la propia salvación, sino también de la salvación y del bien de los demás.

El Evangelio del día es contundente (Mt.18, 15-20): “si tu hermano peca, repréndelo a solas; si te hace caso, has salvado a tu hermano”. Frente a esta situación nosotros pensamos que es mejor quedarse quieto, no meterse. Muchas veces dejamos caído al hermano y murmuramos de él, tantas veces haciendo público lo que estaba oculto. Igualmente frente a un pecado social, muchas veces tampoco queremos meternos: hablamos pero no hacemos nada para curar el mal ¿Quién curará al hermano caído? ¿Quién evitará un mal social y salvará a quienes son perjudicados por esto? Nadie se atreve a amonestar. Nadie se atreve a decir la verdad. Nadie quiere perder popularidad, nadie quiere “meterse”, ¡que nos salve Dios! Pero Dios nos ha dado la gracia del Evangelio para que nosotros lo hagamos vida con su gracia y podamos así decir la verdad con caridad y vivir la caridad sin dejar de lado la verdad. Los preceptos del Señor están para ser cumplidos y sobre todo el precepto del amor a Dios y a los hermanos.

Cuando se asoma sobre nosotros la sombra del pecado del hermano o del pecado social, leyes y discursos que hieren a la sociedad y que la llevarán al pecado…¡Todos callamos! Y Dios nos pedirá estrecha cuenta del pecado personal o de los pecados y males sociales. El trozo evangélico de este día termina con una exhortación a la oración en común. Debemos rezar por un hermano, rezar por los hermanos, rezar por la Iglesia, rezar por la Patria. Basta que dos o más se reúnan en nombre de Jesús para orar. Jesús estará allí y nos dará la fuerza y la gracia de la conversión personal de los hermanos por quienes rezamos.

Que la Virgen, discípula y maestra de la oración, nos guíe y acompañe.

+ Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú.


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XXIV Domingo Ordinario - por Mons. Enrique Díaz Diaz. SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 11 de septiembre de 2014 (Zenit.org)

El regalo del perdón

Sirácide (Eclesiástico) 27, 33-28,9: “Perdona la ofensa a tu prójimo para obtener tú el perdón”
Salmo 102: “El Señor es compasivo y misericordioso”
Romanos 14, 7-9: “En la vida y en la muerte somos del Señor”
San Mateo 18, 21-35: “No te digo que perdones siete veces, sino hasta setenta veces siete”


Todos quedaron sorprendidos y no daban crédito a lo que veían: al lado de la carretera una turba enardecida, con palos, piedras, fierros y todo lo que pudiera convertirse en proyectiles, se abalanzó sobre un determinado número de casas, algunas de tablas y palma, otras de ladrillo y material, y comenzó a destruirlas con odio. Gritos, insultos, amenazas de quemar también a los inquilinos si no se salían… todo era furor, rencor, deseos de venganza… En un momento apareció el fuego y cada casita fue incendiada en medio de gritos de triunfo e improperios. Carreras, alaridos, nuevas casas quemadas, parecía el infierno. Después todo quedó en doloroso silencio y en una soledad hiriente. ¿Qué se necesita para llegar a tales extremos? Mucho después se apagaron las llamas, quedaron el humo, las cenizas y los restos de las casas, como mudos testigos. Lo que no se ha apagado es el rencor y el odio.

¿Por qué se meten en el corazón los deseos de venganza? ¿Qué hay más difícil que el perdón? Con cuánta razón el Eclesiástico afirma: “Cosas abominables son el rencor y la cólera; sin embargo el pecador se aferra a ellas”. Estamos contemplando escenas terribles de las guerras internacionales y de graves conflictos en nuestra patria. No hay ninguna justificación. En nuestro país se justifican diciendo que son venganzas entre mafias o cárteles; que las sangrientas carnicerías son respuesta a otros ataques que se han recibido. Se propone la pena de muerte y castigos ejemplares para quienes cometan secuestros y otros horrendos crímenes… y todo parece encaminado a más violencia para apagar la violencia. ¿Qué hemos sembrado que estamos cosechando tales situaciones de odio y de rencor? ¿Realmente la violencia se puede frenar con más violencia? ¿Bastará equipar con mejor armamento a las fuerzas de seguridad para detener esa espiral virulenta? ¿No hemos fallado en la educación y cimentación de los principios que deben inculcarse en el corazón de la niñez?

Jesús que conoce el interior del corazón nos descubre su enseñanza. Su insistencia en el perdón y la mutua comprensión no es propia de un idealista ingenuo, sino de un espíritu lúcido y realista. La pregunta de Pedro, que aparece generoso, se detiene todavía en la obligación: “¿cuántas veces ‘tengo’ que perdonar?”, como si estuviera haciendo un favor y llevara la cuenta de todas las ofensas. El perdón por el contrario es ocasión maravillosa para volver a unir, a vivir y a amar. El perdón es la posibilidad de cambiar las reglas del juego de una sociedad agresiva que se enzarza en un “toma y saca” sin fin con los dardos envenenados de la ofensa y del agravio. La propuesta de Jesús es romper la dinámica del odio y la venganza y abrir la posibilidad de que acontezca algo nuevo. El perdón es un acto creativo y sorprendente que pone fin a la repetitividad. Rompe el cerco sofocante y produce lo insólito: mirar al otro nuevamente como hermano. De lo contrario estamos perdidos porque “el dulce sabor de la venganza” se convierte en una hiel que va amargando y endureciendo el corazón.

El odio es un cáncer que se instala en el corazón. Muchísimas personas vienen cargando a cuestas un pesado fardo de rencores y resentimientos que las limitan y condicionan. Por desgracia muchas veces es contra personas cercanas, familiares o amigos, que por algún error han herido su corazón. Pasan años y no logran sacar estos sentimientos que entorpecen las relaciones personales. Quien deja crecer el odio en su corazón se castiga a sí mismo. Es como la manzana que se pudre para que el otro no la pueda tragar. ¡Claro que no la tragan!, pero ha quedado podrida y no tiene remedio. Quien se niega a conceder el perdón se hace daño a sí mismo aunque no lo quiera. El odio es una especie de cáncer secreto que corroe a la persona y le quita energías para rehacer de nuevo su vida. No he encontrado situación más difícil que restaurar a quien está roto por dentro a causa del odio y el resentimiento. No es capaz de entender que el perdón es el único modo de encontrar la verdadera salida. Cuando la persona logra liberarse de la sed de venganza puede reconciliarse consigo misma, recuperar la paz y empezar la vida de nuevo.

El perdón otorgado y recibido es una gracia y una bendición. Jesús nos da una enseñanza magnífica pues en su parábola parte primero del perdón recibido, para después ofrecer el perdón. Sólo quien ha experimentado el gozo de saberse perdonado puede con alegría, aunque cueste también dolor y lágrimas, otorgar el regalo del perdón. Quien no se haya sentido comprendido por Dios y perdonado por Dios, será incapaz de comprender y perdonar al hermano. Pedro, que negó a su maestro, al encontrar el perdón es capaz de comprender y perdonar a sus verdugos. Judas, que no se abrió al perdón, cae en la desesperación y en el suicidio. El perdón encierra la bella dinámica de vencer al mal con el bien y es un gesto que cambia de raíz las relaciones entre las personas y obliga a plantearse la convivencia futura de una manera nueva. A todos se nos ofrece un tiempo de gracia para iniciar el trabajo de la misericordia, de sanar los corazones y de la reconciliación. ¿Cuántas veces tengo que perdonar?

Descubramos la ternura de Dios y démosle gracias porque nos perdona, nos hace libres, salvados y amados. Supliquemos que nos ayude a romper las barreras de odios y rencores que construimos para protegernos pero que acaban ahogándonos y sofocando nuestro espíritu. Aprendamos de Jesús, busquemos seguir sus huellas. ¿Cómo mira Jesús a esta persona a quien yo no quiero perdonar?

Míranos, Señor, con ojos de misericordia y haz que experimentemos vivamente tu amor, para que podamos amar y perdonar a nuestros hermanos. Amén.


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Viernes, 12 de septiembre de 2014

Reflexión a las lecturas de la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

La Exaltación de la Santa Cruz 

¡Exaltación de la Santa Cruz! ¡Es la fiesta del 14 de Septiembre, que este año cae en domingo!

Pero, ¿cómo podemos exaltar una cruz? S. Pablo nos dice que “Cristo por nosotros se hizo un maldito. Porque está escrito: maldito el que cuelga de un madero”. (Gál 3, 13).

¡He ahí la cruz, signo de muerte, de vergüenza y de afrenta, exaltada!

¿Por qué? Veamos:

Está escrito: “Para los que aman a Dios todo les sirve para el bien”. (Rom 8, 28). Del sufrimiento, del mal, y de la misma muerte, puede extraerse algún bien. Ya dice el refrán: “No hay mal que por bien no venga”. Por eso en la hora del sufrimiento, tendríamos que preguntarnos: ¿y qué bien querrá el Señor que yo saque de este mal?

¡Jesucristo es el cumplimiento de la Palabra escrita! ¡Nadie como Él ha sabido sacar bien del mal! “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo”!, gritaban los judíos en el Pretorio (Lc 23, 21). Desde entonces el Señor es “el Crucificado” por excelencia. Por su Pasión y Muerte, terrible e ignominiosa, y por su Resurrección gloriosa, obtiene para todo el mundo los bienes de la salvación. Salvación que significa liberación del pecado y del mal; que es un torrente de vida, de dicha y de felicitad para todos, en el tiempo y en la eternidad; que es anuncio de liberación integral para todo hombre oprimido por cualquier tipo de mal.

¡Desde aquel día la cruz cambió de significado! En efecto, después de la muerte de Cristo no se abolió la crucifixión, pero la cruz quedó  ya herida de muerte, porque la misma cruz, como decía antes, había cambiado de sentido. ¡Ahora es la Santa Cruz! En ella contemplamos la fuente de la vida, de la salvación y de la dicha verdadera; la raíz  y el fundamento de toda esperanza; el estímulo, el aguijón del amor que se entrega.

Por eso se han hecho cantos, himnos, poemas, a la “Santa Cruz”. La segunda lectura de hoy puede considerarse un canto al misterio de humillación y exaltación de Cristo en la Cruz.

¡Por todo esto se exalta la Cruz! Es la fiesta que celebramos hoy. Y a la luz  de esta fiesta, se celebran en toda la Isla de Tenerife las llamadas fiestas de “los Cristos”, comenzando por la del Santísimo Cristo de La Laguna.

Es ésta una fiesta muy antigua. Su luz bienhechora ha cruzado, radiante, toda la historia de la Cristiandad. Está vinculada a la Dedicación en Jerusalén de dos basílicas: La del Gólgota y la de la Resurrección.

Era, en efecto, el 13 de Septiembre del año 335. Al día siguiente, es decir, el día 14, se exponía a la veneración de los fieles “la verdadera Cruz del Señor”, que había sido encontrada por Santa Elena, la madre del Emperador Constantino, un 14 de Septiembre. ¡Era la exaltación de la Santa Cruz! ¡Nacía una nueva fiesta cristiana!

Cantemos, por tanto, al árbol de la Cruz, en el que Cristo, el Señor, no cesa de señalarnos dónde se encuentran las fuentes de la salvación y de la verdadera vida: ¡Salve, Cruz! ¡Esperanza de un mundo sediento y atormentado por tantas cruces, que aún persisten! ¡En ti contemplamos y exaltamos el origen y el fundamento de nuestra salvación y de nuestra victoria!

Es el misterio del amor del Padre, del que Jesús le habla a Nicodemo en el Evangelio. Y en el salmo se nos invita a no olvidar las acciones del Señor.                        

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR! ¡FELICES FIESTAS DEL CRISTO! 


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EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

MONICIONES

 

 

PRIMERA LECTURA

La serpiente de bronce que el Señor manda hacer a Moisés en el desierto, prefigura la Cruz de Cristo, fuente de vida y salvación para todo el que la mire con fe.

 

SALMO

          El salmo es un canto a la fidelidad de Dios, a pesar de nuestras infidelidades, y nos invita a no olvidar las acciones del Señor en la historia de la salvación y en nuestra propia vida.

 

SEGUNDA LECTURA

Escuchemos ahora una síntesis preciosa de la vida de Cristo, que, siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se humilló hasta someterse a una muerte de Cruz, por lo que fue exaltado y glorificado. Es la Fiesta que hoy celebramos.

 

TERCERA LECTURA

          En el Evangelio Jesús nos señala el amor del Padre como fuente y razón última del misterio de su humillación y exaltación en la Cruz.

          Aclamémosle ahora con el canto del aleluya.

 

COMUNIÓN

          En la Comunión recibimos el Cuerpo de Cristo, sacrificado y glorioso. Que Él nos ayude a seguir sus pasos.

 


Publicado por verdenaranja @ 16:45  | Liturgia
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Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (Domingo 7 de septiembre de 2014, 23º del tiempo ordinario)

Caridad, paciencia, dulzura y misericordia para saber corregir

Jesús dijo a sus discípulos: Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano. Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo. También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos. (San Mateo 18, 15-20)


 
Hermanos, la corrección fraterna es una de las cosas más difíciles, tal es así que uno debe preguntarse por qué es importante ejercer este derecho y este deber de poder corregir a alguien.

Lo primero que hay que saber, en caso de corregir a alguien, es si realmente está en error porque no es que el otro haga algo distinto a mí y porque me molesta lo corrijo. Cuando se habla de corrección fraterna se trata de buscar la verdad y la objetividad sabiendo que el otro, objetivamente, está equivocado; y no que el otro está haciendo algo distinto a lo que yo pienso. Por eso no es una transferencia del corrector, sino más bien es un interés para que el que está equivocado pueda reconocer su error o su pecado, pueda convertirse y ser recuperado.

Si no hay aceptación de la corrección, porque hay una negación objetiva, es importante buscar a otro como testigo para que, de alguna manera, se dé cuenta que será corregido ya que la cosa es seria, importante y delicada. Son dos personas que asienten lo mismo.

Hay algo fundamental: uno tiene que poner la voluntad para ser corregido, ya que uno puede hablar, oir y sin embargo sigue haciendo lo mismo porque el sujeto no pone la voluntad de la corrección, de la enmienda, de la reconciliación o de la transformación de esa acción.

Hoy más que nunca es difícil ejercer la corrección fraterna, pero es muy importante saber que el otro, su acción o su error, no me son indiferentes; porque no me es indiferente esa persona corro el riesgo de la corrección. Si la persona me fuera indiferente diría: “si se quiere tirar al rio, que se tire”, “si se quiere destruir, que se destruya”, “si quiere hacerse mal, que se lo haga”, total como no me interesa no lo corrijo. Pero como esa persona, y cualquier persona, debe interesarnos, uno debo ejercer la responsabilidad y el señorío de la corrección fraterna.

La Iglesia siempre propone no impone. Hay que decir las cosas, y un modo importante de corrección puede pasar por afirmar: “a mí me parece” o “yo percibo” o “me parece que no estás bien”. Cuando uno afirma, “me parece”, “percibo”, “intuyo”, uno da la posibilidad al otro de reconocer su falta y se enmiende. Pero si uno dictamina -como desde un estrado superior- en lugar de escuchar el otro se cierra y rechaza más la corrección.

Pidamos tener caridad, porque la reconciliación y el cambio forman parte de la comunidad. Cuando uno vive sacramentalmente bien con Dios, también tiene que repercutir en la comunidad, son las dos realidades fundamentales ya que cuando uno es perdonado, no sólo es perdonado por Dios sino que también es integrado y vuelto a ser admitido en la comunidad que había dañado. Por eso hay una reconciliación con la comunidad, tiene doble efecto.

Hermanos, que podamos tomar conciencia de esto y que tengamos caridad para no ser indiferentes, para tener paciencia, dulzura y misericordia cuando tengamos que corregir a alguien

Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


Publicado por verdenaranja @ 16:41  | Hablan los obispos
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Jueves, 11 de septiembre de 2014

Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.

MIRAR CON FE AL CRUCIFICADO          

         La fiesta que hoy celebramos los cristianos es incomprensible y hasta disparatada para quien desconoce el significado de la fe cristiana en el Crucificado. ¿Qué sentido puede tener celebrar una fiesta que se llama “Exaltación de la Cruz” en una sociedad que busca apasionadamente el “confort”, la comodidad y el máximo bienestar?

         Más de uno se preguntará cómo es posible seguir todavía hoy exaltando la cruz. ¿No ha quedado ya superada para siempre esa manera morbosa de vivir exaltando el dolor y buscando el sufrimiento? ¿Hemos de seguir alimentando un cristianismo centrado en la agonía del Calvario y las llagas del Crucificado?

         Son sin duda preguntas muy razonables que necesitan una respuesta clarificadora. Cuando los cristianos miramos al Crucificado no ensalzamos el dolor, la tortura y la muerte, sino el amor, la cercanía y la solidaridad de Dios que ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte hasta el extremo.

         No es el sufrimiento el que salva sino el amor de Dios que se solidariza con la historia dolorosa del ser humano. No es la sangre la que, en realidad, limpia nuestro pecado sino el amor insondable de Dios que nos acoge como hijos. La crucifixión es el acontecimiento en el que mejor se nos revela su amor.

         Descubrir la grandeza de la Cruz no es atribuir no sé qué misterioso poder o virtud al dolor, sino confesar la fuerza salvadora del amor de Dios cuando, encarnado en Jesús, sale a reconciliar el mundo consigo.

         En esos brazos extendidos que ya no pueden abrazar a los niños y en esas manos que ya no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos, los cristianos “contemplamos” a Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos.

         En ese rostro apagado por la muerte, en esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a las prostitutas, en esa boca que ya no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias, en esos labios que no pueden pronunciar su perdón a los pecadores, Dios nos está revelando como en ningún otro gesto su amor insondable a la Humanidad.

         Por eso, ser fiel al Crucificado no es buscar cruces y sufrimientos, sino vivir como él en una actitud de entrega y solidaridad aceptando si es necesario la crucifixión y los males que nos pueden llegar como consecuencia. Esta fidelidad al Crucificado no es dolorista sino esperanzada. A una vida “crucificada”, vivida con el mismo espíritu de amor con que vivió Jesús, solo le espera resurrección.


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Texto completo de la audiencia general del miércoles 10 de septiembre de 2014. (Zenit.org)


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En nuestros itinerario de catequesis sobre la Iglesia, nos estamos deteniendo para considerar que la Iglesia es madre. La vez pasada hemos subrayado como la Iglesia nos hace crecer y con la luz y la fuerza de la Palabra de Dios, nos indica el camino de la salvación y nos defiende del mal. Hoy quisiera subrayar un aspecto particular de esta acción educativa de la madre Iglesia, es decir, cómo nos enseña las obras de misericordia.

Un buen educador apunta hacia lo esencial. No se pierde en los detalles, pero quiere transmitir lo que verdaderamente cuenta para que el hijo o el discípulo encuentre el sentido y la alegría de vivir. Y lo esencial, según el Evangelio, es la misericordia. Lo esencial del Evangelio es la misericordia. Dios ha enviado a su Hijo, Dios se ha hecho hombre para salvarnos, es decir, para darnos su misericordia.

Lo dice claramente Jesús, resumiendo su enseñanza para los discípulos: "Sed misericordiosos, como el Padre es misericordioso". ¿Puede existir un cristiano que no sea misericordioso? No. El cristiano necesariamente debe ser misericordioso porque esto es el centro del Evangelio. Y fiel a esta enseñanza, la Iglesia no puede hacer otra cosa que repetir lo mismo a sus hijos: "Sed misericordiosos", como lo es el Padre, y como lo ha sido Jesús. Misericordia.

Y entonces la Iglesia se comporta como Jesús. No da clases teóricas sobre el amor, sobre la misericordia. No difunde en el mundo una filosofía, un camino de sabiduría… Ciertamente, el cristianismo es también esto, pero como consecuencia, como reflejo. La madre Iglesia, como Jesús, enseña con el ejemplo, y las palabras son necesarias para iluminar el significado de sus gestos.

La madre Iglesia nos enseña a dar de comer y de beber a quien tiene hambre y sed, a vestir al desnudo. Y, ¿cómo lo hace? Lo hace con el ejemplo de muchos santos y santas que hacen esto de forma ejemplar; pero lo hace también con el ejemplo de muchísimos padres y madres, que enseñan a sus hijos que lo que tenemos de más es porque a otro le falta. Es importante saber esto.

En las familias cristianas más sencillas siempre ha sido sagrada la regla de la hospitalidad: no falta nunca un plato y un cama para quien lo necesita. Una vez, una madre me contaba en la otra diócesis, que quería enseñar esto a sus hijos y les decía qeu ayudaran y dieran de comer a quien tenía hambre. Tenía tres. Y un día en la comida, el padre estaba fuera en el trabajo y estaba ella con los tres hijos, pequeños: siete, cinco, cuatro años, más o menos. Y llaman a la puerta y había un señor que pedía para comer. Y la mamá ha dicho espera un momento. Ha entrado y le ha dicho a los hijos, "hay un señor ahí que pide comida, ¿qué hacemos?" "Sí, mamá, le damos". Cada uno tenía en el plato un bistec con patatas fritas. "Le damos, le damos". "Muy bien, tomamos la mitad de cada uno de vosotros y le damos la mitad del bistec de cada uno de vosotros". "¡Ah, no, mamá, así no va la cosa!" Es así. Tú debes dar del tuyo. Y así esta madre ha enseñado a los hijos a dar de comer de lo propio. Esto es un bonito ejemplo que a mí me ha ayudado mucho. Pero, "no me sobra nada". Da del tuyo. Así nos enseña la madre Iglesia. Y las tantas madres que están aquí, saben que hacer para enseñar a los hijos. A que ellos compartan sus cosas con el que lo necesita.

La madre Iglesia enseña a estar cerca del enfermo. ¡Cuántos santos y santas han servido a Jesús de esta forma! Y cuántos hombres y mujeres sencillos, cada día, ponen en práctica esta obra de misericordia en una habitación de hospital, en una residencia, o en la propia casa, asistiendo a una persona enferma.

La madre Iglesia enseña a estar cerca del que está en la cárcel. "Pero padre, no, eso es peligroso. Es gente mala". Pero cada uno de nosotros es capaz, escuchad bien esto: cada uno de nosotros es capaz de hacer lo mismo que ha hecho ese hombre o esa mujer que está en la cárcel. Todos tenemos la capacidad de pecar y de hacer lo mismo, de equivocarnos en la vida. No es más malo que tú o que yo.

La misericordia de la madre Iglesia supera todo muro, toda barrera, y te lleva a buscar siempre el rostro del hombre, de la persona. Y es la misericordia la que cambia el corazón y la vida, que puede regenerar una persona y permitirle insertarle de una forma nueva en la sociedad. La madre Iglesia enseña a estar cerca y a quien ha sido abandonado y muere solo.

Es lo que ha hecho la beata Teresa por las calles de Calcuta; es lo que han hecho y hacen muchos cristianos que no tienen miedo de estrechar la mano a quien va a dejar este mundo. Y también aquí, la misericordia es un "hasta la vista"…. Lo había entendido bien la beata Teresa esto. Pero le decían, "madre, esto es perder el tiempo". Y encontraba gente moribunda en la calle, gente a la que le comenzaban a comer el cuerpo las ratas de la calle y los llevaba a casa para que murieran limpios, tranquilos, acariciados, en paz. Ella les daba el 'hasta pronto'. Pero muchos de estos, como ella y muchas mujeres y hombres que han hecho esto, les esperan allí en la puerta, para abrirles la puerta del cielo. Ayudar a morir a la gente bien, en paz.

Queridos hermanos y hermanas, así la Iglesia es madre, enseñando a sus hijos las obras de misericordia. Ella ha aprendido de Jesús este camino, ha aprendido que esto es lo esencial para la salvación. No basta amar a quien nos ama. Jesús dice que esto lo hacen los paganos. No basta con hacer el bien a quien nos hace el bien. Para cambiar el mundo a mejor es necesario hacer el bien a quien no es capaz de devolverlo, como ha hecho el Padre con nosotros, donándonos a Jesús.

Pero, ¿cuántos hemos pagado nosotros por nuestra redención? Nada. Todo es gratuito. Hacer el bien sin esperar nada a cambio. Así ha hecho el Padre con nosotros y nosotros debemos hacer lo mismo. Hacer el bien e ir adelante. Que bonito vivir en la Iglesia, en nuestra madre Iglesia que nos enseña estas cosas que nos ha enseñado Jesús.
Damos gracias al Señor, que nos da la gracia de tener como madre a la Iglesia, que nos enseña el camino de la misericordia, que es el camino de la vida. Damos gracias al Señor.


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Mi?rcoles, 10 de septiembre de 2014

Comentario a la liturgia dominical por el  P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)

Domingo XXIV - Ciclo A

Textos: Sir 27, 33; 28, 9; Rm 14, 7-9; Mt 18, 21-35

Idea principal: El perdón cristiano: 70 veces 7, o sea siempre.

Resumen del mensaje: La venganza era una ley sagrada en todo el Antiguo Oriente y el perdón, humillante; pero, para el cristiano, la contrapartida de la venganza es el perdón ilimitado, al estilo de Dios.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, en la mentalidad semita, la de Jesús, el 7 es número venido de la Luna y símbolo de perfección. Como la Luna tiene 4 fases –cuarto creciente, menguante, etc.- y cada fase tiene 7 días, resulta que el 7 define un ciclo completo, es un número redondo, la idea de un todo acabado. Decían los rabinos de Israel que 2.000 años antes de la creación del mundo, Dios había creado 7 cosas: la Torah (ley), la penitencia, el edén, la gehena (infierno), el Trono de la Gloria, el santuario celeste y el nombre del Mesías. 7 es un número que tira a divino: Dios hizo el mundo en 7 jornadas, los dones del Espíritu son 7, la familia macabea fue perfecta porque tuvo 7 hijos –decía san Gregorio de Nazianzo. En la catedral de Aachen tenemos el trono de Carlo Magno, fundador del Sacro Imperio Romano Germánico, con sus 7 gradas a honra del trono de Salomón. Delante del Knesset, parlamento de Jerusalem, está el candelabro de bronce, de los 7 brazos, símbolo del poder total de Dios y de la plenitud de la luz, que es Dios.

En segundo lugar, Jesús le dice a Pedro que debe –que debemos- perdonar 70 veces 7; o sea, siempre. Cristo sabe que el hombre es vengativo por naturaleza. A Pedro no le entraba bien en la cabeza el perdón ilimitado de Jesús. Natural, pues en la sinagoga oyó muchas veces que a un judío se le perdona hasta tres veces, pero a un extranjero nunca. Y también oía que a una mujer se le perdona una vez, cinco a un amigo. Se siente, entonces, generoso y pregunta a Jesús si se puede hasta 7 veces. Para tener fuerza para perdonar tenemos que contemplar muchas veces a Dios que siempre nos perdona. Es más, tenemos que pedirle un trasplante de corazón y una infusión de su Espíritu de amor en el alma. Si no, imposible. Jesús se pasó toda su vida perdonando. Y nos ofreció el sacramento de la reconciliación donde encontramos el perdón de Dios, siempre, a todas horas, sin límites. Basta que estemos arrepentidos y con propósito de enmienda.

Finalmente, ¿y nosotros? Tenemos muchas ocasiones, en la vida de familia y de comunidad, en las relaciones sociales y laborales, de imitar o no esta actitud de Dios perdonador. Los padres tienen que perdonar a los hijos su progresivo despego, su resistencia y sus trampas. Los hijos tienen que perdonar a sus padres el egoísmo, su autoritarismo, su paternalismo, su incomprensión. El marido a la mujer el que no valore su trabajo, no respete su fatiga o le irrite con pretensiones descabelladas. Como la mujer al marido su incomprensión de las 60 horas laborales en la casa –él que tiene sólo 40-, sus faltas de sensibilidad afectiva, su ceguera, diaria y defraudadora de ilusiones, para el detalle. Que los seglares perdonen a sus sacerdotes los extravíos, su ignorancia para ayudar y comprender, su pesadez al hablar. Como el sacerdote debe perdonar a los fieles sus espantadas del templo, sus inapetencias religiosas, incluso su caso omiso a la palabra de Dios. Y así el patrón al obrero y viceversa, el gobernante a los súbditos, los discípulos al profesor…y siempre viceversa. Todos a diario 70 veces 7.

Para reflexionar: ¿Realmente somos conscientes de lo que rezamos en el padrenuestro, esa oración “peligrosa”? ¿Tenemos un corazón magnánimo, fácil en perdonar? Si el hijo pródigo, al volver a casa, se hubiera encontrado con nosotros, en vez de encontrarse con su padre, ¿hubiera terminado igual la historia? Si no perdonamos fácilmente, ¿no será que nos acercamos poco al sacramento de la reconciliación? El que se sabe perdonado, perdona más fácilmente. Cuando perdonamos, ¿es como si tirásemos una limosna, “con aires de perdonavidas”, o por el contrario, queremos imitar el perdón de Dios?

Para rezar: Señor, quiero contemplar tu corazón siempre dispuesto a perdonar para aprender de ti. Señor, hazme un trasplante de corazón o ponme un marcapasos para que perdone al ritmo tuyo. Señor, limpia mis venas, obturadas por tanto rencor, odio y resentimiento. Señor, que siempre esté dispuesto a perdonar a mi hermano cuando me ha ofendido, y a pedir perdón cuando le he ofendido.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (6 de septiembre de 2014) (AICA)

Cómo orar constantemente

Hoy quiero hablarles de un tema que nos toca muy de cerca y que tiene que ver con la espiritualidad cristiana. Todos nosotros estamos acostumbrados a rezar y supongo que ustedes y yo rezamos todos los días; pero hay algo que, quizás, no tenemos en cuenta: nuestras oraciones ocupan un ratito, algunos momentos en el día. Además, todos tenemos experiencia de que muchas veces nos distraemos; nuestra oración es rápida y no deja una huella profunda en nuestro corazón.

San Pablo en su Primera Carta a los Tesalonicenses decía que es necesario orar siempre y sin interrupción. Eso se lo decía a aquellos cristianos pero nos lo está diciendo hoy a nosotros. ¿Cómo se puede hacer eso de orar continuamente, orar todo el tiempo? Como les decía: oramos un rato, unos más y otros menos. Nosotros, los sacerdotes, estamos obligados a rezar la Liturgia de las Horas que santifica distintos momentos del día, desde la mañana hasta la noche. Pero ¿rezar todo el tiempo, cómo es posible eso?.

San Agustín resolvía las cosas así: oramos todo el tiempo con el deseo continuo de la fe, la esperanza y la caridad. Quiere decir que podemos, incluso mientras estamos haciendo otras cosas, tener el corazón puesto en Dios.

No es fácil esto. Es fácil decirlo, pero lo difícil es hacerlo. Fíjense, ustedes: los cristianos de Oriente tienen una fórmula que ellos llaman la “Oración de Jesús” y que consiste en repetir todo el tiempo “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, apiádate de mí, pecador”. Con esa frase están adorando a Cristo, reconociendo su divinidad y están haciendo un acto de contrición, un acto penitencial. Es bellísima esta breve oración.

Ellos dicen que no sólo se la repite verbalmente sino que si uno se acostumbra a decirla siquiera en lo interior, sin que la voz se oiga, esa oración se va acompasando al latido del corazón y se convierte en lo que se llama una oración del corazón. Esta es una especie de solución, práctica si se quiere, a ese mandato del Apóstol que hay que orar todo el tiempo sin desfallecer.

Revisemos, entonces, cómo es nuestra relación con Dios y en qué medida nos comunicamos con Él, tenemos diálogo con Él, ejercitamos y nos apoyamos en una amistad con Él.

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata


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Martes, 09 de septiembre de 2014

Alocución de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz (6 de septiembre de 2014) (AICA)

La corrección fraterna

Una característica del evangelio es que mira la vida concreta del hombre. No nos habla sólo de un mundo ideal al que tenemos que tender, sino de un mundo real que debemos asumir con sus límites. El mismo Jesús se nos presenta diciendo: “Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Lc. 5, 32). Qué importante es sentirnos parte de la realidad de este mundo con su grandeza y sus límites. No somos santos, pero el Evangelio nos abre un camino de vida y crecimiento. Ser conscientes de nuestra fragilidad nos hace más humanos, nos permite conocernos mejor y tener una mirada de misericordia frente a la debilidad de nuestro hermano. Esto no significa no tener una clara actitud de rechazo frente al pecado y la injusticia, sino participar de aquella actitud de amor que vemos en Jesucristo que siempre busca el bien.

El evangelio de este domingo nos habla de la corrección fraterna como una expresión de amor, que siempre busca el bien del hermano. Este amor, cuando es auténtico, no es demagógico porque no busca quedar bien con el otro sino ayudarlo a crecer. La corrección fraterna parte de una actitud interior, diría que nace en una oración por mi hermano, para luego en la intimidad de un diálogo decirle una palabra orientada al bien. Si tu hermano peca, nos dice el Señor: “ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano” (Mt 18, 15). ¡Qué triste la imagen de quién anda buscando encontrar defectos en su hermano para publicitarlos y, tal vez ocultando los propios sentirse juez y salir en defensa de los valores morales! Hay en ello mucho de fariseísmo. Esto, desgraciadamente, no es ajeno en la vida de la Iglesia. El amor, que es la base de la corrección fraterna necesita siempre de la verdad y de la humildad, y no siempre van juntas. La verdad no exime de la caridad, ella es su expresión superior.

El tema del mal y el pecado no se refieren sólo a la vida personal, tienen un alcance social. Esto nos lleva a hablar de pecados sociales, como de estructuras de pecado. La Iglesia se ha referido a ello muchas veces: “Las consecuencias del pecado, nos dice su Doctrina Social, alimentan las estructuras de pecado. Estas tienen su raíz en el pecado personal y, por tanto, están siempre relacionadas con actos concretos de las personas, que las originan, las consolidan y las hacen difíciles de eliminar” (C.D.S.I 119). Es el hombre con su libertad no sanada el que crea estas estructuras de pecado. Lo vemos en ese afán de ganancia a cualquier precio que se desentiende de la pobreza, en la sed de poder, en el avance del delito del narcotráfico, en la violencia, la guerra y la muerte. Frente a ello no cabe el silencio, es necesaria una palabra de denuncia que debe tener, desde la mira del evangelio, el espíritu de la corrección fraterna y no de un rédito político. Muchas veces la Iglesia, sea en las palabras del Papa Francisco como en el magisterio de los obispos, eleva una palabra que señala y denuncia esta realidad de pecado social, buscando con ello el bien del hombre y de la sociedad. Es expresión de una madura actitud de corrección fraterna dirigida a la vida social y política.

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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Reflexiones del obispo de San Cristobal de las Casas. SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 07 de septiembre de 2014 (Zenit.org)

¿Iglesia autorreferencial?

Por Felipe Arizmendi Esquivel

VER

Hay creyentes que se inconforman y nos expresan su rechazo cuando en las catequesis, en los grupos de reflexión, en las homilías, hacemos referencia a situaciones reales que vive el pueblo. Dicen que eso ya no es palabra de Dios, sino pura política. Insisten en que no se traten esos asuntos en la Iglesia. Algunos, por ello, se van a las sectas, porque en algunas sólo se canta, se alaba a Dios, se aplaude, se lee la Biblia con un sentido espiritualista; con ello se sienten bien, encuentran consuelo, se desmayan y se enfervorizan, pero su vida no es cuestionada, mucho menos el sistema social, económico y político que vivimos. Quisieran una Iglesia encerrada en sí misma, centrada sólo en el culto religioso.

Unos agentes de pastoral, muy dedicados a la vida interna de su comunidad, nos dicen que ya no les queda tiempo para atender otras exigencias pastorales, como salir a las periferias, visitar los hogares, buscar nuevos métodos pastorales e ir hacia los alejados.

Otros tienen como punto de comparación sólo lo que se hace en su parroquia, en su diócesis, en el movimiento o método pastoral de su preferencia. Lo que no sea parecido, es condenado, visto con sospecha y, a veces, definitivamente rechazado, como si sólo ellos vivieran el Evangelio, el Concilio, la fidelidad al plan de Dios. Su referencia son ellos mismos, no los diferentes caminos que el Espíritu suscita en su Iglesia, con una riqueza y novedad increíbles.

PENSAR

El Papa Francisco nos advierte de algunos peligros para la Iglesia: “La oscura mundanidad se manifiesta en muchas actitudes aparentemente opuestas pero con la misma pretensión de dominar el espacio de la Iglesia. En algunos hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia. Así, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos. El principal beneficiario no es el Pueblo de Dios sino la Iglesia como organización. En todos los casos, no lleva el sello de Cristo encarnado, crucificado y resucitado, se encierra en grupos elitistas, no sale realmente a buscar a los perdidos ni a las inmensas multitudes sedientas de Cristo. Ya no hay fervor evangélico, sino el disfrute espurio de una autocomplacencia egocéntrica” (EG 95).

“Evangelizar supone celo apostólico. Evangelizar supone en la Iglesia la parresía (el entusiasmo) de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no sólo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria. Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma. Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico… La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir.Hay dos imágenes de Iglesia: la Iglesia evangelizadora que sale de sí; o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí”.

ACTUAR

La Iglesia no es para sí misma, sino para llevar la palabra y la vida de Jesucristo a quienes tienen hambre y sed de amor, de justicia, de compañía, de trascendencia, de sentido. Jesucristo fundó su Iglesia para ir por todas partes, para llevar su mensaje y su misericordia a los que sufren, a los que se sienten solos, a los oprimidos y rechazados, para que experimenten que Dios les ama, por medio de quienes les manifestamos amor, comprensión y ternura.

La Iglesia no se puede reducir a ceremonias religiosas, a preocuparnos por que las personas reciban los sacramentos y frecuenten la Misa dominical. Todo esto es muy importante y necesario. Pero no nos podemos recudir a ello. Hay que abrir los ojos y el corazón para estar cerca de tanta gente que sufre y que necesita signos de bondad, de misericordia y de cercanía en sus anhelos de una vida digna.


Publicado por verdenaranja @ 18:51  | Hablan los obispos
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Lunes, 08 de septiembre de 2014

El Papa en el ángelus. Texto completo. Insultar no es cristiano. CIUDAD DEL VATICANO, 07 de septiembre de 2014 (Zenit.org)

 

«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos día!

El evangelio de este domingo, del capítulo 18 de Mateo, presenta el tema de la corrección fraterna en la comunidad de los creyentes. O sea: como yo tengo que corregir a otro cristiano cuando hace una cosa que no es buena.

Jesús nos enseña que si mi hermano cristiano comete una culpa contra hacia mi persona, me ofende, yo tengo que usar la caridad con él y antes de todo hablarle personalmente, explicándole que cuanto ha dicho o hecho no es bueno. ¿Y si el hermano no me escucha?

Jesús sugiere intervenir progresivamente: primero volver a hablarle con otras dos o tres personas, para que sea más consciente del error que cometió. Si a pesar de esto no recibe la exhortación, es necesario decirlo a la comunidad. Y si no escucha ni siquiera a la comunidad, es necesario hacerle percibir la fractura y la separación que él mismo ha provocado, haciendo venir a menos la comunión con los hermanos en la fe.

Las etapas en este itinerario indican el esfuerzo que el Señor pide a su comunidad para acompañar a quien se equivoca, para que no se pierda. Es necesario ante todo evitar el clamor de la crónica y los chismes en la comunidad. Esto es lo primero que hay que evitar.

'Ve, amonéstalo, tu y él solos'. La actitud es de delicadeza, prudencia, humildad, atención hacia quien cometió una culpa, evitando las palabras que puedan herir y asesinar al hermano.

Porque ustedes saben que las palabras matan. Cuando hablo mal y hago una crítica injusta, cuando descarno a un hermano con mi lengua, esto es asesinar la reputación del otro. También las palabras asesinan. ¡ Vamos, con esto, seriamente!

Al mismo tiempo esta discreción, de hablarle estando solo, tiene la finalidad de no mortificar inútilmente al pecador. Se habla entre los dos, ningún otro escucha y todo acaba aquí.

Y a la luz de esta exigencia se entiende también la serie de sucesivas intervenciones, que prevé involucrar a algunos testimonios y después a la misma comunidad. La finalidad es de ayudar a la persona a darse cuenta de lo que ha hecho, y que con su culpa ha ofendido no solamente a uno, pero a todos.

Pero debemos ayudarnos también a librarnos de la ira y del resentimiento que hace solamente mal. Esa amargura del corazón, que trae la ira y el resentimiento y que llevan a insultar y a agredir. Es muy feo ver salir de la boca de un cristiano un insulto o una agresión. Es feo, lo entendieron. Nunca insultar. Insultar no es cristiano, ¿lo han entendido? Insultar no es cristiano.

En realidad delante de Dios somos todos pecadores y necesitados de perdón. Todos. La corrección fraterna es un aspecto del amor y de la comunión que debe reinar en la comunidad cristiana, es un servicio recíproco que podemos y debemos darlos los unos a los otros.

Corregir al hermano es un servicio. Y es posible y eficaz solamente si cada uno se reconoce pecador y necesitado del perdón del Señor. La misma conciencia que me hace reconocer el error del otro, antes aún me recuerda. que yo mismo me he equivocado y me equivoco tantas veces.

Por esto al inicio de la misa, cada vez estamos invitados a reconocer delante del Señor que somos pecadores, expresando con palabras y con gestos el sincero arrepentimiento del corazón. Y decimos: ten piedad de mi Señor, soy pecador y confesamos nuestros pecados. Y no decimos: Señor ten piedad de este que está a mi lado o de ésta, que son pecadores. No, ten piedad de mí. Todos somos pecadores y necesitamos del perdón del Señor.

Es el Espíritu Santo que habla a nuestro espíritu y nos hace reconocer nuestras culpas a la luz de la palabra de Jesús. Y es Jesús mismo que nos invita a todos, santos y pecadores a su mesa, recogiéndonos en las encrucijadas de los caminos y de las diversas situaciones de la vida. Y entre las condiciones que llevan a los participantes a la celebración eucarística, hay dos condiciones fundamentales, para ir a misa. Todos somos pecadores y a todos Dios nos da su misericordia.

Son dos condiciones que nos abren las puertas para ir bien a misa. Tenemos que acordarnos de esto antes de ir al hermano para hacer una corrección fraterna.

Siempre tenemos que recordar esto antes de ir a un hermano para la corrección fraterna. Pedimos por todo esto la intercesión de la bienaventurada Virgen María, que mañana celebraremos en fiesta litúrgica de su natividad.

Ángelus domine...

Queridos hermanos y hermanas: en estos últimos días se han cumplido pasos significativos para obtener una tregua en las regiones afectadas por el conflicto en Ucrania oriental, a pesar de que hoy hemos escuchado noticias poco confortantes. De todos modos espero que esto pueda traer alivio a la población y contribuir a los esfuerzos por una paz duradera.

Recemos para que en la lógica del encuentro, el diálogo iniciado pueda proseguir y dar el fruto esperado. María Reina de la Paz, reza por nosotros.

Uno además, mi voz a aquella de los obispos de Lesotho. Que han hecho un llamado a la paz en aquel país. Condeno todo acto de violencia y le rezo al Señor para que el reino de Lesotho se restablezca en la paz, en la justicia, y en la fraternidad.

Este domingo un convoy de unos 30 voluntarios y empleados de la Cruz Roja Internacional parte hacia Irak, en la zona de Duovi, cerca de Ebil, en donde se han reunido miles de desplazados iraquíes. Expreso un sentido aprecio por esta obra generosa y concreta, imparto la bendición a todos ellos y a todas las personas que buscan concretamente de ayudar a nuestros hermanos perseguidos y oprimidos. Que el Señor les bendiga ».

Saludó a todos los peregrinos presentes de Italia y de otros países, saludo en particular a los brasileños, a los estudiantes de la Escuela de San Basilio Magno, de Presov, en Esolvaquia. A los fieles de Sulzano, Brescia, Gavino di Puglia, Castiglion Fiorentino, Poggio Rusco, Mantova; Avignasego, Pádova; Molino di altissimo, Vincenza; a los jóvenes de la Confirmación de Mattera, Baldagno y Vibo Valencia.

Envío un cordial saludo al cardenal arzobispo de Lima y a sus diocesanos que hoy inauguran el 20 sínodo de la arquidiócesis de Lima. Que el Señor les acompañe en este camino de fe, de comunicad y de crecimiento. Y acuérdense que mañana, como ya dije, es la fiesta litúrgica de la Natividad de la Virgen, que sería su cumpleaños. ¿Y qué se hace cuando la mamá cumple años?, la saludamos y le deseamos lo mejor. Y desde mañana temprano saludemos a la Virgen y digámosle ¡Tantas felicidades! Y decirle un Ave María, que nazca del corazón del hijo o de la hija. Acuérdense bien. Y a todos ustedes les pido por favor que recen por mi. Les deseo que tengan un buen domingo y '¡buon pranzo'!».


Publicado por verdenaranja @ 23:29  | Habla el Papa
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XXIII Domingo Ordinario por Mons. Enrique Díaz Diaz. SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 06 de septiembre de 2014 (Zenit.org)

Centinela

Ezequiel 33, 7-9: “Te he constituido centinela para la casa de Israel”

Salmo 94: “Señor, que no seamos sordos a tu voz”

Romanos 13, 8-10: “Cumplir perfectamente la ley, consiste en amar”

San Mateo 18, 15-20: “Si tu hermano te escucha, lo habrás salvado”

Después de un día de ayuno y oración, los servidores de la misión de Bachajón se disponen a recibir su “cargo” o ministerio. Con toda seriedad tienden sus petates, acomodan sus flores, las cruces, los signos, mil pequeños detalles que expresan toda la importancia del servicio. Entre los muchos servicios que cada año se inician o se renuevan, me llaman la atención dos: los “jcanan lum” y los “jmucubtesej otanil”. Es decir los “cuidadores de la tierra” y los “fortalecedores” o animadores del corazón. Mientras unos se enfrentan a un ambiente consumista, destructor y saqueador de la madre tierra; los segundos tienen que lidiar con el desaliento, las divisiones, los pequeños y grandes problemas de las personas. Tanto unos como otros entienden su responsabilidad como un verdadera servicio y se constituyen en “cuidadores”, “centinelas” y “faros de luz”, que deben desgastarse para dar vida a su pueblo. Los primeros proponen métodos orgánicos de cultivo, evitan la desforestación y vigilan las reservas; los otros, tratan con las personas, buscan diálogos y caminos de solución, proponen acuerdos. “La vigilancia y el cuidado los entendemos como un servicio que debe realizarse con mucha ternura y comprensión hacia la tierra y hacia las personas”

¿Necesitaremos hoy en día centinelas? Hay fraccionamientos, edificios y colonias que tienen algo parecido, pero por desgracia no pueden dar alerta sobre todos los males que perjudican a los ciudadanos. Ante la inseguridad, la violencia y la corrupción suenan actuales y urgentes las palabras dirigidas a Ezequiel: “te he constituido centinela de la casa de Israel”, que unidas a las palabras de Jesús respecto a la corrección fraterna nos dan pistas muy valiosas para el momento presente. No parece que a Ezequiel se le confíe el cargo de policía o de la flamante “gendarmería” destinada a luchar contra el crimen organizado. No, Ezequiel no es un guardián que cuide el orden y que deba corregir y detener a criminales. Su misión tiene un sentido más profundo, es la responsabilidad de un hermano preocupado por su hermano. Alguien que lo cuide, lo proteja, lo alerte y lo acompañe. No lo constituye el Señor en guardián que vaya detrás de sus hermanos juzgando sus acciones y haciendo la vida imposible. Esas funciones con frecuencia las adoptamos nosotros y somos capaces de juzgar hasta lo que no sucede y de condenar a los demás sin conocer sus verdaderas intenciones.

El centinela es como un faro en la oscuridad: tiene que estar siempre allí para prevenir, para proteger, para iluminar. El centinela, igual que el faro, tiene la obligación de alertar, de hacer sonar su sirena, y no podrá estar tranquilo hasta que despierte la conciencia del otro. Un barco que se estrella contra los acantilados es el peor fracaso del faro. El hermano que se destruye o destruye la comunidad no solamente es culpa suya, también es responsabilidad nuestra. Tenemos que tener muy clara la misión: no podemos actuar por el otro, no podemos hacer las tareas del hermano, pero sí tenemos que despertar la conciencia. No puedo hacer la tarea del otro, pero sí puedo despertar su responsabilidad. Cuando es más densa la oscuridad y cuando arrecia más la tormenta, entonces aparecen con mayor claridad y son más valiosas las luces del faro. No puede el faro suprimir la oscuridad ni la tormenta, pero puede manifestar los peligros y mostrar un camino seguro. Hay quienes cuando llega la tormenta reniegan, despotrican e insultan, les echan la culpa a los otros. El faro simplemente ilumina, llama y conduce. Abre caminos para el que se sentía perdido, renueva la esperanza del que ya no tenía ganas de luchar.

El centinela deberá discernir y juzgar entre las cosas que llegan a la ciudad, no manifiesta únicamente las cosas negativas, no es un juez que esté al acecho para condenar. El centinela se goza y se alegra al descubrir y anunciar buenas nuevas. Se siente feliz al señalar los triunfos y al resaltar su presencia. Tendrá que ayudar a descubrir los pequeños gérmenes de verdad, los indicios de justicia y las luchas nobles por la paz. Tendrá que despertar esperanza y alentar los esfuerzos sinceros por el bienestar de la comunidad. Es cierto que la convivencia en la familia, en la comunidad o en la sociedad, sea del tipo que sea, se ve deteriorada constantemente por múltiples factores que rompen y condicionan las relaciones entre compañeros, familiares y amigos. Pero el centinela no está para condenar, sino para prevenir, para corregir y para dar nuevos caminos y nuevas opciones.

Como a Ezequiel, a cada uno de nosotros se nos confía esta misión. Es cierto que dentro de la Iglesia y de la sociedad hay personas que tendrían una mayor obligación de cumplir esta tarea, pero todos tenemos la responsabilidad de ser centinelas que ayuden a señalar, a conducir y a encaminar. No podemos adoptar la actitud de Caín cuando se le pregunta por Abel: “¿Soy acaso el guardián de mi hermano?”. Todos tenemos la obligación del amor por el hermano. Todos debemos ser lo suficientemente críticos para develar la mentira cuando se disfraza de honestidad, para desenmascarar las injusticias y descubrir la maldad. Ah, pero tenemos que tener mucho cuidado porque podemos deformar esta misión y convertirnos en criticones exacerbados de los demás, mientras somos complacientes con nuestras propias faltas. La misión no es condenar sino animar aun a aquel que con fatiga y esfuerzo va dando tumbos en busca de la verdad y del bien.

Dentro de la comunidad nadie puede vivir aisladamente y a todos nos toca ser responsables del caminar de la comunidad. Cristo lo expresa de una manera muy bella al manifestar que cuando dos se ponen de acuerdo para pedir algo seguramente lo lograrán. Cuando se rompe la coraza del individualismo y se unen los esfuerzos para buscar el bien común, se alcanzan objetivos nunca soñados. En cambio, cuando cada quien persigue sus propios intereses, se va minando la confianza, se destruye la fraternidad. El mejor ejemplo de corrección fraterna es el mismo Jesús. Todas las recomendaciones que ahora nos da, las ha vivido de una manera plena. Nunca está de acuerdo con el pecado, pero ama al pecador, se acerca a él, le muestra su interés, le descubre su error y lo invita a la conversión. Pensemos cómo actuó con la samaritana, no la condenó, la escuchó, le ofreció su agua, su luz y le ayudó a descubrir el manantial que llevaba adentro. Recordemos a Zaqueo, tampoco lo condenó, simplemente lo trató con dignidad y le ofreció la posibilidad de alcanzar una vida mejor. Cristo es como un faro, como una luz, no hace daño a nadie, pero sí manifiesta abiertamente la realidad. No está de acuerdo con la injusticia, la denuncia, pero no condena sino que ofrece caminos de luz.

¿Asumimos nuestra responsabilidad frente a la comunidad?¿Proponemos y nos comprometemos o solamente criticamos y destruimos? ¿Cómo resolvemos los conflictos en la familia, en los grupos y en la sociedad? ¿Educamos para la reconciliación, el perdón y la paz?

Padre bueno, Tú que quieres que cada comunidad sea reflejo del amor Trinitario, concédenos el don del perdón, de la comprensión y de la generosidad para vivir en unidad. Amén


Publicado por verdenaranja @ 23:24  | Espiritualidad
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Domingo, 07 de septiembre de 2014

Texto completo de las palabras del Papa a los jóvenes de colegios en los cinco continentes. Con motivo del lanzamiento de la Plataforma de Scholas. ROMA, 05 de septiembre de 2014 (Zenit.org)

 

 - Buenas tardes, me dicen que están cerrando, que están terminando. Deseo que hayan sembrado lindo para que el fruto sea bueno. Y gracias por todo el esfuerzo que han hecho. Gracias.

Primera Pregunta: Cameron, in Queensland (Australia)

Hello and Good Day from Australia. Our message to you is that St. Joseph’s... College is a Catholic School in the... tradition. We follow in the footsteps of Scholas and in several campaigns advocating peace internationally and within our own community: an example of such is that we held an interreligious soccer month last month for peace between our school and refugees of the local Vietnamese community. So because of this we’d like to thank you personally for the Scholas programme. It allows us to have direct communication with yourself. As youths of diverse religions and because of this we’re all incredibly humbled to have this opportunity to speak with you. It is certainly a leap in the right direction in terms of developing a global network of peace and it’s quite amazing how we can use technology to have dialogue to learn from each other. So, what we’d really like to know from you is specifically how the Scholas programme will help us bridge gaps between the youths of various countries today?

R. Gracias. Y gracias también por lo que me dices que haces y lo que hacen ustedes. Procuro responder tu pregunta. ¿Cómo puede Scholas avanzar en esta comunicación y tender puentes? Antes de responderte, tomo una palabra que dijiste: “tender puentes”. En la vida vos podés hacer dos cosas contrarias: o tender puentes o levantar muros. Los muros separan, dividen. Los puentes acercan. Respondiendo a tu pregunta: ¿qué pueden hacer?, seguir comunicándose, comunicar las experiencias, las experiencias que ustedes hacen. Ustedes tienen mucho en el corazón. Ustedes pueden realizar muchas cosas. Esto mismo que dijiste al presentarte, comunicarlo para que otros se inspiren y escuchar de los otros lo que te digan, y con esta comunicación nadie manda, pero todo funciona. Es la espontaneidad de la vida, es decirle un sí a la vida. Comunicarse es dar, comunicarse es generosidad, comunicarse es respeto, comunicarse es evitar todo tipo de discriminación. Sigan adelante chicos. Y me gusta lo que dijeron que hacen. Que Dios los bendiga.

Segunda pregunta: Eyal, in Tel Aviv (Israel)

P. Hola Papa. Buenas tardes, Su Santidad. Le quiero contar sobre nuestro colegio. Nuestro colegio, La Salle, se sitúa al sur de Tel Aviv; están reunidas las tres religiones: cristianos, judaísmo y musulmán. Y estamos todos junticos, y hablamos casi el mismo idioma: el inglés, el francés, el español, el árabe, el hebreo. Hacemos mucho deporte, ciencias, arte, nos comunica- mos mucho, tenemos muchos amigos. Y quiero agradecerle a usted por este proyecto Scholas.

R: Gracias. Y veo que ustedes se mueven bien, y saben comunicarse en diversos idiomas y desde la identidad de la propia religión. Y eso es lindo. ¿Qué me querías preguntar?

P. ¿Cuándo quieres venir acá, a Tierra Santa, a Israel?

R. Me gustaría volver. Estuve hace unos meses y vine muy contento... vine muy contento. El ejemplo que ustedes dan [interrupción del presentador]...

Tercera pregunta: Sina, in Istanbul (Turquía)

P. Hi Pope... Hello Pope... I’m joining from Istanbul. First of all, I want to say thank you for everything – that you haven’t only brought some people or schools and students together, but also our beliefs and hearts. We hope you will increase the number of projects, which supports peace and interfaith dialogue. We as students don’t want a world full of worse crimes and poverty. People from all nationalities that contain different religions and ethnic groups must learn how to live in peace. We must forget about racism and discrimination. The last thing is that I want to learn your thoughts about the future. Would it be better or worse than present?

R. Gracias por la pregunta, y gracias por la reflexión que hiciste, que ustedes los jóvenes no quieren guerra, que quieren paz. Y eso lo tienen que gritar desde el corazón, desde adentro: ¡Queremos paz!, desde adentro.

La pregunta tuya: ¿El futuro será mejor o será peor? Yo no tengo esa bola de cristal que tienen la brujas para mirar el futuro. Pero te quiero decir una cosa: ¿Sabes dónde está el futuro? Está en tu corazón, está en tu mente y está en tus manos. Si vos sentís bien, si vos pensás bien y si vos con tus manos llevás adelante ese pensamiento bueno y ese sentimiento bueno, el futuro será mejor. El futuro lo tienen los jóvenes. Pero cuidado, jóvenes con dos cualidades: jóvenes con alas y jóvenes con raíces. Jóvenes que tengan alas para volar, para soñar, para crear, y que tengan raíces para recibir de los mayores la sabiduría que nos dan los mayores. Por eso el futuro está en las manos de ustedes si tienen alas y raíces. Animáte a tener alas a soñar cosas buenas, a soñar un mundo mejor, a protestar contra las guerras. Y, por otro lado, respetar la sabiduría que recibiste de tus mayores, de tus padres, de tus abuelos, de los mayores de tu pueblo. El futuro está en las manos de ustedes. Aprovechen para que sea mejor.

Cuarta pregunta: Cristian, in Eastern Cape (Sudafrica)

P. Gracias, Su Santidad, por tomarse el tiempo para conversar con nosotros. Me llamo Christian Sakapa, y yo voy a hacer unas preguntas. No se ponga nervioso... Estoy de acuerdo con el concepto de la plataforma escolar y los valores que representa. ¿Cómo se formó la idea de la plataforma escolar?

R. Scholas surgió... iba a decir de casualidad, pero no, no fue de casualidad. Surgió de una idea de este señor que está aquí, José María del Corral, y lo acompañó Enrique Palmeiro. Así surgió Scholas, formando una escuela de vecinos, en la Diócesis de Buenos Aires. Además de las escuelas, una red de escuelas de vecinos, para tender puentes entre las escuelas de Buenos Aires. Y tendió muchos puentes, muchos puentes, hasta puentes transoceánicos. Empezó como una cosa chiquita, como una ilusión, como algo que no sabíamos si se iba a lograr, y hoy podemos comunicarnos. ¿Por qué? Porque estamos convencidos de que la juventud necesita comunicarse, necesita mostrar sus valores y compartir sus valores. La juventud, hoy, necesita tres pilares claves: educación, deporte y cultura. Por eso Scholas junta todo. Tuvimos un partido de fútbol. Lo hacen las escuelas y también se hacen actos de cultura. Educación, deporte y cultura. Adelante, para que los Estados puedan preparar salidas laborales para estos chicos que son acompañados por educación, el deporte y la cultura. Y el deporte es importante porque enseña a jugar en equipo. El deporte salva del egoísmo, ayuda a no ser egoísta. Por eso es importante trabajar en equipo y estudiar en equipo y andar el camino de la vida en equipo. Como ves, no me asusté de la pregunta. Te la agradezco mucho. Y sigan adelante ustedes en este camino de la comunicación, de tender puentes, buscar la paz, por la educación, el deporte y la cultura. Gracias.

Quinta pregunta: Ernesto, in La Campanera (El Salvador, America Latina)

P. Bueno, yo le quiero decir que... agradecerle desde aquí, desde El Salvador y aquí de toda Latinoamérica, y decirle que... y también decirle que le haga un llamado a todas las universida- des..., o a las empresas privadas...

R. Te agradezco el saludo desde tu barrio, desde tu pueblo con tus amigos. Yo sé todo el trabajo que están haciendo ustedes en El Salvador. José María me lo contó. Sé que están avanzando bastante y que están trabajando fuerte en educación, pero acordáte lo que le dije a tu compañero de Sudáfrica: educación, deporte y cultura. Y cuidado con las “maras” porque, así como existen puentes que los unen a ustedes, también existen comunicaciones para destruir. Estén bien alerta cuando hay grupos que buscan la destrucción, que buscan la guerra, que no saben trabajar en equipo. Defiéndanse entre ustedes, como equipo, como grupo, y trabajen fuerte allí. Sé que están trabajando muy bien, y muy bien apoyados. Y el Ministerio de Educación, sé que los apoya. Sigan adelante por este camino de trabajar en equipo y defenderse de aquellos que quieren atomizarlos y quitarles esa fuerza del grupo. Que Dios los bendiga.

PALABRAS IMPROVISADAS

Pregunta del presentador: ¿Qué mensaje le quiere decir Francisco a estos cinco chicos que lo escucharon y a todos los miles de niños de todo el mundo que están siguiendo ahora ésta comunicación? ¿Qué mensaje les quieres dar a todos?

R. Una cosa que no es mía –Jesús la decía muchas veces–: “No tengan miedo”. Nosotros en mi país tenemos una expresión que no sé cómo la traducirán en inglés: “No se arruguen”. No tengan miedo, vayan adelante, tiendan puentes de paz, jueguen en equipo y hagan el futuro mejor porque acuérdense que el futuro está en las manos de ustedes. Sueñen el futuro volando, pero no olviden la herencia cultural, sapiencial y religiosa que les dejaron sus mayores. Adelante y con valentía. Hagan el futuro.


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Catholic Calendar
and Daily Meditation

Sunday, September 7, 2014

Twenty-third Sunday in Ordinary Time

Scripture for Sunday's Liturgy of the Word:
http://new.usccb.org/bible/readings/090714.cfm

Ezekiel 33:7-9
Psalm 95:1-2, 6-7, 8-9
Romans 13:8-10
Matthew 18:15-20


A reflection on today's Sacred Scriptures:

Am I my brother's keeper?

This was the lame excuse Cain gave to God ages ago when asked where his brother Abel was.

At many different times, God tells us that we are responsible for each other's well-being. Each person on this earth can have an effect for the good or evil of our society, and God will surely call us to an accounting at the end of our lives.

In today's first reading, God says to Ezekiel, "You, son of man, I have appointed watchman for the house of Israel." Then, by order of God, Ezekiel is to draw a picture for his fellow countrymen showing what a watchman is like and what he is expected to do.

He draws a picture for them of Israel at war. A watchman is chosen to be on the lookout for the enemy forces. When he spots them, he is to sound a trumpet to warn them. If they heed his warning and take shelter, then they will be saved, but if they ignore the trumpet alert and perish, it will not be held against the watchman.

He incurs no guilt, because he has done his duty. He has given them due warning. Now, it is the duty of each individual citizen to act accordingly; if he fails to do so, he bears the responsibility for whatever harm comes.

In an earlier chapter of Ezekiel, we find the same words, but with a shocking twist: God is seen as warning the people that He Himself may come at an unexpected hour to call them to judgment! We are indeed our brother's keepers; we are watchmen for the Lord's coming!

In the Gospel reading from Matthew, we have the same message. Each one of us has a duty to warn our brother and sister of the consequences when they sin. First, take them aside privately so as not to embarrass them. If they don't do anything about it, then take one or two witnesses with you when you warn them.

If all else fails, call the Church together (i.e., ask your pastor to help you out)! These are the rules for fraternal correction. When are we excused from this procedure? Spiritual writers say that if we know the person will get extremely angry, or when we're certain that it won't work!

St. Paul, in the second reading, backs up this teaching when he says, "Owe nothing to anyone, except to love one another, for one who loves another has fulfilled the Law." All ten commandments are fulfilled when we love God and our neighbor as we love ourselves.

We mustn't let ourselves off too lightly. The process of forgiveness and the work of reconciliation are likely some of the most difficult aspects of Christian life for many followers of Jesus.

The well-worn maxim "forgive and forget" can apply to many grievances. Indeed, psychologically it may be easier to settle on forgiveness in one's heart and let go of the past, than to wrestle with the complicated process of reconciliation. Forgiveness can allow us to put the past behind us, to achieve a certain measure of peace, even if relationships are not restored.

Reconciliation is more difficult, because it struggles with the demands of justice. Reconciliation requires an encounter between offender and offended and a movement on the part of both toward a restored equilibrium. It is no wonder that in his Second Letter to the Corinthians, St. Paul calls this task the ministry of reconciliation, for it is truly that kind of work ~ can be hard.

We pray this weekend for all world leaders who send ambassadors to other nations to engage in that work. And we pray that each one of us can engage in that ministry when it's needed at home.

- Msgr. Paul Whitmore | email: pwhitmore29( )yahoo.com  

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(c)2010  Reprints permitted, except for profit.  Credit required.


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Viernes, 05 de septiembre de 2014

Reflexión a laas lecturas del domingo veintitrés el Tiempo Ordinario - A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 23º del T. Ordinario A

 

                    A primera vista, puede sorprendernos el mensaje de la Palabra de Dios de este domingo: "Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano…"

          Estamos en una época de mucho individualismo, que hace que, incluso en la vida cristiana, se pretenda ir por libre, sin ninguna relación con los demás… Esto hace también que mucha  gente se sienta autónoma en su vida moral… Inaccesible a una pequeña corrección u observación. Y si ésta se produce, no es raro que se reaccione desde un espíritu orgulloso y herido. Y en la vida de cada día, qué difícil se hace hoy hacer una corrección. Eso se le permite sólo al jefe, porque es el que paga y el que puede echarnos del trabajo.

          Sin embargo, la vida cristiana no es así.  Es vida de familia, de comunidad, una vida de hermanos, que se ayudan mutuamente a seguir a Jesucristo, a amar a los demás y a avanzar por el camino de  la perfección cristiana, de la santidad. Por eso, quedan lejos del espíritu cristiano expresiones como éstas: “No te metas en mi vida”. “Y ¿quién eres tú para llamarme la atención?” “¿Por qué no te metes en tus cosas?”.

          Este domingo comienzan en el Evangelio de S. Mateo unas enseñanzas del Señor sobre la vida de la comunidad cristiana. Vamos a escucharlas durante algunos domingos.

          El amor es la señal que nos dejó el Señor de nuestra condición de cristianos (Jn 13,35) Y “amar es cumplir la ley entera”, nos dice hoy S. Pablo (2ª Lect.). Por tanto, hemos de preocuparnos de los hermanos que tienen necesidad por cualquier motivo: Material o espiritual. Este domingo se nos invita a reflexionar sobre  una necesidad espiritual: La de la corrección fraterna. Un cristiano no puede permanecer insensible e inactivo ante la situación de un hermano, que vaya equivocado de camino… O que, incluso, pueda perderse para siempre. Y, como el amor tiene que impregnarlo todo en la vida del cristiano, el Evangelio nos enseña a practicar la corrección fraterna con delicadeza, con amor, de modo que “pueda ganarse al hermano”. A veces, preferimos echar en cara a un hermano sus defectos en un momento de enfado, que hacer el ejercicio de corrección fraterna con delicadeza, humildad y amor, como nos dice el Evangelio de hoy.

          Y esa obligación puede ser grave, como nos enseña el Señor en la primera lectura: “Si yo digo al malvado: Malvado, eres reo de muerte, y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado  para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre. Pero si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, el morirá por su culpa, pero  tú has salvado la vida”.

          En ese espíritu fraterno que debe vivirse en la comunidad cristiana, Jesús nos presenta incluso, lo que debemos hacer cuando el hermano no acepta la corrección.

          Y cada uno de nosotros necesita también de la ayuda de los demás para permanecer y avanzar en la vida cristiana. Necesitamos también nosotros la corrección fraterna. Más todavía, hemos de preguntarnos con frecuencia: ¿Qué piensan de mí los demás: Mis familiares  y amigos; las personas que más están en contacto conmigo? ¡Este es un buen espejo para mirarnos con frecuencia! Y en la medida que responda a lo que Dios quiere de nosotros, el objeto de la corrección fraterna puede expresar su voluntad;  y hace relación a su Palabra inspirada.

          Concluimos haciendo nuestro el salmo responsorial de este domingo: “Ojalá escuchéis hoy su voz: “No endurezcáis vuestro corazón”.                        

                                                                                  ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 17:33  | Espiritualidad
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DOMINGO 23º DEL TIEMPO ORDINARIO A

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

          Tanto la primera lectura como el Evangelio de hoy, constituyen una llamada a sentirnos responsables de nuestros hermanos, también en su conducta, en su forma de vivir y de proceder. Somos miembros de una misma familia; participamos en un mismo combate. Debemos alentarnos y corregirnos mutuamente. Escuchemos.

 

SALMO

          Sintamos, con el salmo, la invitación del Señor a escuchar su voz, también cuando llegue hasta nosotros a través de cualquier hermano, que quiera ayudarnos.

 

SEGUNDA LECTURA

          "Amar es cumplir la ley entera", nos dirá S. Pablo en la segunda lectura. Escuchemos con atención.

 

TERCERA LECTURA

          Este domingo, el Evangelio comienza a presentarnos una serie de recomendaciones del Señor acerca de la vida de la comunidad cristiana. Pero antes, de escucharlo, aclamemos al Señor con el canto del aleluya.

 

COMUNIÓN

          Recibir a Jesucristo en la Comunión, exige de cada uno de nosotros, una preocupación efectiva por la vida de nuestros hermanos, y un esfuerzo por ser constructores de comunidades verdaderamente cristianas. 

 


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Jueves, 04 de septiembre de 2014

Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo veintitrés del Tiempo Ordinario - A.

ESTÁ ENTRE NOSOTROS 

Aunque las palabras de Jesús, recogidas por Mateo, son de gran importancia para la vida de las comunidades cristianas, pocas veces atraen la atención de comentaristas y predicadores. Esta es la promesa de Jesús: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

Jesús no está pensando en celebraciones masivas como las de la Plaza de San Pedro en Roma. Aunque solo sean dos o tres, allí está él en medio de ellos. No es necesario que esté presente la jerarquía; no hace falta que sean muchos los reunidos.

Lo importante es que “estén reunidos”, no dispersos, ni enfrentados: que no vivan descalificándose unos a otros. Lo decisivo es que se reúnan “en su nombre”: que escuchen su llamada, que vivan identificados con su proyecto del reino de Dios. Que Jesús sea el centro de su pequeño grupo.

Esta presencia viva y real de Jesús es la que ha de animar, guiar y sostener a las pequeñas comunidades de sus seguidores. Es Jesús quien ha de alentar su oración, sus celebraciones, proyectos y actividades. Esta presencia es el “secreto” de toda comunidad cristiana viva.

Los cristianos no podemos reunirnos hoy en nuestros grupos y comunidades de cualquier manera: por costumbre, por inercia o para cumplir unas obligaciones religiosas. Seremos muchos o, tal vez, pocos. Pero lo importante es que nos reunamos en su nombre, atraídos por su persona y por su proyecto de hacer un mundo más humano.

Hemos de reavivar la conciencia de que somos comunidades de Jesús. Nos reunimos para escuchar su Evangelio, para mantener vivo su recuerdo, para contagiarnos de su Espíritu, para acoger en nosotros su alegría y su paz, para anunciar su Buena Noticia.

El futuro de la fe cristiana dependerá en buena parte de lo que hagamos los cristianos en nuestras comunidades concretas las próximas décadas. No basta lo que pueda hacer el Papa Francisco en el Vaticano. No podemos tampoco poner nuestra esperanza en el puñado de sacerdotes que puedan ordenarse los próximos años. Nuestra única esperanza es Jesucristo.

Somos nosotros los que hemos de centrar nuestras comunidades cristianas en la persona de Jesús como la única fuerza capaz de regenerar nuestra fe gastada y rutinaria. El único capaz de atraer a los hombres y mujeres de hoy. El único capaz de engendrar una fe nueva en estos tiempos de incredulidad. La renovación de las instancias centrales de la Iglesia es urgente. Los decretos de reformas, necesarios. Pero nada tan decisivo como el volver con radicalidad a Jesucristo.

 José Antonio Pagola

Red Evangelizadora BUENEAS NOTICIAS
7 de Septiembre de 2014
23 domingo del Tiempo Ordinario A
Mt 18, 15-20


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Reflexiones del obispo de San Cristobal de las Casas  (Zenit.org)

¿Alegres entre tantos problemas?

Por Felipe Arizmendi Esquivel

VER

Vi a una mujer indígena tsotsil, del coro de una comunidad donde celebro Misa, con su rostro muy triste y le pregunté el motivo. Me contó que su propio hijo le sustrajo las escrituras de su casa y la factura de un vehículo, las vendió y dejó a su madre en la calle.

Una joven enfermera, yendo del hospital a su casa, sufrió un infarto en la calle, y luego otro, y está postrada en una silla de ruedas, llorando su pena y su soledad, porque no se recupera tan pronto como quisiera.

En un programa de radio semanal, una persona me mandó este mensaje: A una niña su mamá la dejó con la abuela cuando era bebé. Cuando cumplió 14 años, el papá la violó y ella abortó. Denunció al agresor y por eso su abuela, que la crió, la corrió de su casa. ¿Cómo le digo que Dios la ama?

Como estos, ¡cuántos problemas tenemos todos, quien de una forma, quien de otra! ¿Qué hacer y qué decir a quienes los padecen? Algunos optan por el suicidio. Otros se refugian en el alcohol. Un sacerdote regaña a los dolientes cuando lloran por la muerte de un familiar y les dice que si no tienen fe en la resurrección… ¡Qué poco corazón y qué pequeño cerebro el del sacerdote! Tendría que regañar al mismo Jesús, quien lloró por la muerte de su amigo Lázaro.

PENSAR

El Papa Francisco, con una fuerte convicción de fe ante estas realidades, nos invita a poner toda nuestra confianza en Jesús, para salir adelante: “Reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse. El amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura” (EG 6).

“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (EG 1).

“Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!” (EG 3).

ACTUAR

Los problemas son reales y muchas veces nos desbordan, nos apachurran, nos deprimen, nos desconciertan y no sabemos qué hacer. Hay que platicar con los amigos y con los familiares; pedir consejo a los ancianos y expertos; consultar a quienes, por su sabiduría de la vida, nos brindan confianza; acudir ante un sacerdote o una religiosa. Pero, sobre todo, hay que acercarse a Jesús, leer su Evangelio, ir ante el Sagrario y desahogar con Él nuestro corazón. Él nunca nos defrauda. Nos dará la respuesta, no en forma verbal o con sentimientos, sino con una actitud nueva que Él siembra en nosotros, para enfrentar la realidad con nuevos bríos.

Él nos podrá desbrozar los caminos y mostrarnos senderos insospechados. Lo importante es confiar en Él y esperar su voluntad. No pretender que Dios haga lo que yo quiera, sino que yo haga lo que Él me señale.

Cuando un esposo o un hijo son alcohólicos o drogadictos, cuando alguien es rebelde y de ninguna forma se controla, algunas veces se opta por internarlos en centros adecuados para su regeneración. Son medidas desesperadas y muchas veces dan buenos resultados. O se les lleva ante sicólogos y siquiatras, que los hay de mucha competencia y rectitud de juicio, acordes con nuestra fe; otros, no tanto. A veces, nos los llevan a nosotros, para que les demos un consejo y les hagamos una oración. Todo ayuda. Pero no dejemos de acercarlos a Jesús, de llevarlos ante el Sagrario, para que el contacto directo y sacramental con El, los sane y los transforme.

Nuestra fe nos da una potencialidad increíble ante todo problema, incluso ante la muerte.


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Mi?rcoles, 03 de septiembre de 2014

Texto completo de la audiencia papal del miércoles 3 de septiembre de 2014.  (Zenit.org)

«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En las catequesis anteriores hemos tenido la posibilidad de subrayar diversas veces que uno no se vuelve cristiano por sí mismo, con las propias fuerzas, de manera autónoma, ni siquiera en un laboratorio, sino que uno es generado y hecho crecer en la fe en el interior de ese gran cuerpo que es la Iglesia. En este sentido la Iglesia es realmente madre. Nuestra Madre Iglesia. ¡Es lindo decirlo así! Una madre que nos da la vida en Cristo y que nos hace vivir junto a los otros hermanos en la comunión del Espíritu Santo.

En esta maternidad la Iglesia tiene como modelo a la Virgen María, el modelo más bello y más alto que pueda haber. Es lo que las primeras comunidades cristianas ya dejaron claro y el Concilio Vaticano II ha expresado de manera admirable.

La maternidad de María es seguramente única, singular, y se cumplió en la plenitud de los tiempos, cuando la Virgen dio a luz al Hijo de Dios, concebido por obra del Espíritu Santo.

Y aún así, la maternidad de la Iglesia se pone justamente en continuidad con la de María, como su prolongación en la historia. La Iglesia, en la fecundidad del Espíritu, sigue generando nuevos hijos en Cristo, siempre escuchando la Palabra de Dios y en la docilidad a su designio de amor. La Iglesia es madre, el nacimiento de Jesús en el seno de María, de hecho es el preludio del renacer de cada cristiano en el seno de la Iglesia, desde el momento que Cristo es el primogénito de una multitud de hermanos. Jesús es nuestro primer hermano, nacido de María y es modelo, y todos nosotros hemos nacido de la Iglesia. Entendemos entonces cuanto sea profunda la relación que une a María y a la Iglesia: mirando a María descubrimos el rostro más bello y tierno de la Iglesia; mirando a la Iglesia reconocemos los trazos sublimes de María. ¡Nosotros cristianos no somos huérfanos, tenemos una mamá, tenemos una madre y esto es grande, no somos huérfanos. La Iglesia es Madre, María es madre!

La Iglesia es nuestra madre porque nos ha hecho nacer con el bautismo. Y cada vez que bautizamos a un niño, se vuelve hijo de la Iglesia, entra dentro de la Iglesia. Y desde aquel día, como mamá cuidadosa nos hace crecer en la fe y nos indica con la fuerza de la palabra de Dios el camino de la salvación, defendiéndonos del mal.

La Iglesia ha recibido de Jesús el tesoro precioso del Evangelio, no para tenérselo para sí, sino para donarlo generosamente a los otros, como hace una mamá.

En este servicio de evangelización, la maternidad de la Iglesia se manifiesta de manera peculiar, empeñada como una madre, ofreciendo a sus hijos el nutrimiento espiritual que alimenta y hace fructificar la vida cristiana.

Todos por lo tanto estamos llamados a acoger con mente y corazón abiertos la palabra de Dios que la Iglesia cada día nos da, porque esta Palabra tiene la capacidad de cambiarnos desde el interior. Solamente la palabra de Dios tiene esta capacidad, de cambiarnos bien desde dentro, desde sus raíces más profundas.

Solamente la palabra de Dios tiene este poder ¿y quién nos da esta palabra de Dios? la Madre Iglesia. Nos alimenta desde niños con esta palabra y nos hace crecer con esta palabra. ¡Y esto es grande, es la madre Iglesia que con la palabra de Dios nos cambia desde dentro!

La palabra de Dios que nos da la Madre Iglesia nos transforma y vuelve nuestra humanidad no palpitante según la mundanidad de la carne, sino según el Espíritu.

En su atención materna, la Iglesia se esfuerza en demostrar a los creyentes el camino que hay que recorrer para vivir una existencia fecunda de alegría y de paz. Iluminados por la luz del Evangelio y sostenidos por la gracia de los sacramentos, especialmente la eucaristía, nosotros podemos orientar bien nuestras decisiones y cruzar con coraje y esperanza los momentos de oscuridad y los senderos más tortuosos. Porque en la vida los hay.

El camino de la salvación, a través de los cuales la Iglesia nos guía y nos acompaña con la fuerza del Evangelio y el apoyo de los sacramentos, nos da la capacidad de defendernos del mal. La Iglesia tiene el coraje de una madre que siente del deber de defender a los propios hijos de los peligros que derivan de la presencia de satanás en el mundo, para llevarlos al encuentro con Jesús.

Una madre siempre defiende a sus hijos. Esta defensa consiste también en exhortar a la vigilancia: vigilar contra el engaño y la seducción del maligno. Porque si bien Dios ha vencido a satanás, éste vuelve siempre con sus tentaciones; nosotros lo sabemos, todos nosotros somos tentados y hemos sido tentados.

Depende de nosotros no ser ingenuos. Él viene y 'como león rugiente gira buscando a quien devorar'. Y nosotros no tenemos que ser ingenuos, sino vigilar y resistir firmes en la fe. Resistir con los consejos de la madre, resistir con la ayuda de la Madre Iglesia, que como buena madre acompaña a sus hijos en los momentos difíciles.

Queridos amigos esta es la Iglesia, es la Iglesia que amamos todos. Esta es la Iglesia que yo amo. Es una madre que se toma a pecho el bien de los propios hijos y es capaz de dar la vida por ellos. No tenemos que olvidarnos entretanto que la Iglesia, no son los curas ni nosotros los obispos. La Iglesia somos todos, ¿de acuerdo? Todos somos hijos pero también madre de otros cristianos. Todos los bautizados, hombres y mujeres, juntos somos la Iglesia. Cuántas veces en nuestra vida no damos testimonio de esta maternidad de la Iglesia, de este coraje materno de la Iglesia. Cuántas veces somos cobardes. !Y no!

Encomendémonos a María porque Ella nos enseñe como madre de nuestro hermano primogénito, Jesús, nos enseñe a tener su mismo espíritu materno hacia nuestros hermanos, con la capacidad sincera de acoger, de perdonar, de dar fuerza y de infundir confianza y esperanza. Esto es lo que hace una mamá. Gracias».


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Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)

Domingo XXIII Ciclo A

Textos: Jr 33, 7-9; Rm 13, 8-10; Mt 18, 15-20


Idea principal: La corrección fraterna, no como fiscal o espía, sino como hermano que ama, pues sólo quien ama tiene derecho a corregir.

Resumen del mensaje: Hoy Dios nos invita a la correcciónfraterna. Somos vigías y centinelas (primera lectura) que debemos avisar si se acerca algún peligro para nuestra salvación y la salvación de nuestros hermanos, pues Dios nos pedirá cuenta de nuestro hermano. Cristo en el discurso comunitario presentado por Mateo nos da las pautas para esta corrección: primero en particular y en privado; después con ayuda de otro hermano como testigo para que el corregido se dé cuenta que la cosa es seria e importante; y si tampoco el corregido hace caso, hay que decirlo a la comunidad eclesial para decirle que ese hermano no quiere pertenecer a la comunidad. Esta corrección fraterna tiene que estar motivada por el amor (segunda lectura), síntesis de toda la ley, y con humildad.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, la corrección fraterna parece una de las constantes de la pedagogía de Dios ya en el Antiguo Testamento. ¡Cuántas veces tuvo Moisés que corregir, en nombre de Dios, a ese pueblo de dura cerviz, y los mismos profetas! Dios “golpea” para que aprendamos (cf. Jr 2, 30; 5, 3; Ez 6, 9), o para purificarnos (cf. Is 1, 24), o para expiar nuestras culpas (cf. Mi 7, 9). ¡Feliz el hombre a quien corrige Dios! (cf. Job 5, 17). Dios al que ama, reprende (cf. Deut 8, 5; Prov 3, 11). El mismo Dios pide corregir al prójimo (cf. Lev 19, 17).

En segundo lugar, la corrección fraterna la ejercitó Jesús con sus apóstoles, con los jefes religiosos y políticos de su tiempo, y con la turba. Jesús corrige a sus discípulos sus miras raquíticas, horizontalistas, humanas, ambiciosas. Jesús corrige la hipocresía de los jefes religiosos, y por querer manipular a Dios. Jesús corrige los desmanes, injusticias y abusos y corrupción de los jefes políticos y les dice que la autoridad es servicio y no dominio. Jesús corrige de la turba su inconstancia, sus caprichos, sus intereses egoístas; muchos le siguen para arrancar curaciones y pan, sin las debidas disposiciones de fe y confianza en Él. Jesús corrige porque ama y porque quiere la salvación de todos.

Finalmente, también nosotros deberíamos poner en práctica esta corrección fraterna. Amar al prójimo no es siempre sinónimo de callar o dejarle que siga por malos caminos, si en conciencia estamos convencidos de que es este el caso. Amar al hermano no sólo es acogerle o ayudarle en su necesidad o tolerar sus faltas; también, a veces, es saberle decir una palabra de amonestación y corrección para que no empeore en alguno de sus caminos. Al que corre peligro de extraviarse, o ya se ha extraviado, no se le puede dejar solo. Si tu hermano peca, no dejes de amarle: ayúdale. Corrección fraterna, primero en nuestra familia, corrigiendo al esposo o esposa, a los hijos, puntos objetivos que tienen que superar. Después, entre nuestros amigos, si nos consta que caminan por malos caminos. Más tarde, en nuestros trabajos, si vemos que hay corrupción, malversación de fondos o engaños. El obispo o el párroco deben ejercer su guía pastoral en la diócesis o parroquia, respectivamente. Y lógicamente también en nuestros grupos y comunidades eclesiales y parroquiales, para que no nos corroan la envidia, la murmuración y las ambiciones. “Cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puede ser tentado” (Gal 6, 1).

Para reflexionar: abramos hoy las siete cartas del ángel a las siete iglesias del Apocalipsis, en las que con las alabanzas y ánimos, se mezclan también palabras muy expresivas de corrección y acusación de parte de Dios. En la regla de san Benito se dice: “El abad se preocupará con toda solicitud de los hermanos culpables, porque no necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Por tanto, como un médico perspicaz, recurrirá a todos los medios; como quien aplica cataplasmas, esto es, enviándole monjes ancianos y prudentes, quienes como a escondidas consuelen al hermano vacilante y le muevan a una humilde satisfacción, animándole para que la excesiva tristeza no le haga naufragar, sino que, como dice también el apóstol, la caridad se intensifique y oren todos por él” (n. 27).

Para rezar: Señor, corrígeme con cariño y ternura. Señor, que sepa corregir a mis hermanos con recta intención y por amor. Señor, doy permiso a mis hermanos para que me corrijan lo que en mí vean torcido y no acorde a tu evangelio.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Lunes, 01 de septiembre de 2014

Alocución de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz (30 de agosto de 2014) (AICA)

La sabiduría de la cruz

El seguimiento de Jesucristo es el centro del mensaje cristiano y el camino de una felicidad plena para el hombre. No podría ser de otra manera. No se podría predicar algo que no sea para el hombre un camino de vida y de realización. Jesucristo ha venido a iluminar y dar sentido a la vida del hombre (cfr. GS. 22), es decir, vino a asumir nuestra condición humana para enseñarnos a vivir nuestra verdad de hijos de Dios en lo concreto de este mundo. Dios, el hombre y el mundo es una relación que hace al centro del mensaje cristiano. En Jesucristo tomamos conciencia tanto de nuestra condición de criaturas, como de nuestra dimensión trascendente. Él ha venido a manifestarnos el sentido pleno de nuestra vocación en el mundo. Ello nos aleja de una actitud pesimista ante el mundo y nos abre, al mismo tiempo, a un horizonte de trascendencia.

Qué significado tiene la invitación que Jesucristo nos hace en el evangelio de este domingo, cuando nos dice: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a si mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt. 16, 24). ¿Es necesario renunciar, tomar la cruz, en este mundo? Parecería que habría que evitar utilizar estas palabras para alcanzar una vida feliz. San Pablo, primer intérprete del evangelio nos habla, sin embargo, de la cruz en términos de sabiduría: “El mensaje de la cruz, nos dice, es locura para los que se pierden, pero es fuerza de Dios para nosotros” (1 Cor. 1, 18). Es una cruz que es signo de vida porque tiene su fuente y sentido en Jesucristo. No es una cruz que aplasta sino que se convierte en camino de una vida nueva. Al llamar a sus discípulos a “tomar la cruz y a seguirle”, él quiere asociarnos a su mismo camino, para darle a nuestra cruz el sentido pascual de una muerte que lleva a la vida. No es cristiano hablar de la cruz sin la resurrección.

A la cruz no la podemos preparar ni acomodar a nuestro gusto, no es un “pret a porter”, ella aparece en nuestra vida y tiene, incluso, mucho de imprevisto. Forma parte de la fragilidad de nuestra condición de peregrinos y hace a nuestro crecimiento espiritual. Descubrirla y asumirla es camino de vida y madurez. Una manera de no descubrir la cruz es sentirnos víctimas, o quejosos de todo lo que nos pasa. Casi siempre, en estos casos, vivimos comparándonos con otros y perdemos de vista el sentido pascual de una cruz que me purifica y madura en la fe. A la cruz no se la busca, se la asume cuando llega. Para descubrirla debemos pedir el don de la Sabiduría: “dame, Señor, la sabiduría que procede de Ti, para que me asista”, es una oración constante en los salmos. Ella nos ilumina para conocerla y se convierte, al mismo tiempo, en fruto de esa cruz que tiene para mí un sentido pascual como decía san Pablo; la que era locura para muchos, es: “fuerza de Dios para nosotros”. Diría que no la debemos buscar ni temer cuando llega, sí asumirla como parte de nuestro peregrinar en la fe y en el seguimiento de Jesucristo.

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


Publicado por verdenaranja @ 23:42  | Hablan los obispos
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El santo padre Francisco se ha asomado a la ventana del Palacio Apostólico, el domingo 31 de Agosto de 2014, para rezar el ángelus con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro. (Zenit.org)

 

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

En el itinerario dominical con el Evangelio de Mateo, llegamos hoy al punto crucial en el que Jesús, después de haber verificado que Pedro y los otros once habían creído en Él como Mesías e Hijo de Dios "empezó a explicarles que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho..., y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día". Es un momento crítico en el que emerge el contraste entre la forma de pensar de Jesús y la de los discípulos. Pedro, de hecho, se siente en el deber de regañar al Maestro, porque no puede atribuir al Mesías un final así de innoble. Entonces Jesús, a su vez, regaña duramente a Pedro, le marcó la línea, porque no piensa "según Dios, sino según los hombres" y sin darse cuenta hace la parte de Satanás, el tentador.

Sobre este punto insiste, en la liturgia de este domingo, también el apóstol Pablo, el cual, escribiendo a los cristianos de Roma, les dice: "No os ajustéis a este mundo, no ir con los esquemas de este mundo, sino transformaros por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es voluntad de Dios".

De hecho, nosotros cristianos vivimos en el mundo, plenamente insertados en la realidad social y cultural de nuestro tiempo, y es justo así; pero esto lleva el riesgo de que nos convirtamos en "mundanos", el riesgo de que "la sal pierda sabor", como diría Jesús, es decir que el cristiano se "ague", pierda la carga de la novedad que le viene del Señor y del Espíritu Santo. Sin embargo debería ser al contrario: cuando en los cristianos permanece viva la fuerza del Evangelio, esta puede transformar "los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida (Paolo VI, Exort. ap. Evangelii nuntiandi, 19)".

Es triste encontrarse cristianos aguados. Que parecen el vino aguado. Y no se sabe si son cristianos o mundanos. Como el vino aguado no se sabe si es vino o agua. Es triste esto. Es triste encontrarse cristianos que no son ya sal de la tierra. Y sabemos que cuando la sal pierde el sabor, ya no sirve para nada. Su sal ha perdido el sabor porque se han entregado al espíritu del mundo. Es decir, se han convertido en mundanos.

Por eso es necesario renovarse continuamente aprovechando la sabia del Evangelio. ¿Y cómo puedo poner esto en práctica? Ante todo leyendo y meditando el Evangelio cada día, así que la palabra de Jesús esté siempre presente en nuestra vida. Recordad, os ayudará llevar siempre un Evangelio con vosotros, un pequeño Evangelio, en el bolsillo, en el bolso. Y leer durante el día un pasaje. Pero siempre con el Evangelio, porque es llevar la palabra de Jesús. Y poder leerla.

Además participando en la misa dominical, donde encontramos al Señor en la comunidad, escuchamos su Palabra y recibimos la Eucaristía que nos une a Él y entre nosotros; y después son muy importantes para la renovación espiritual los días de retiro y de ejercicios espirituales. Evangelio, Eucaristía, oración. No olvidéis. Evangelio, Eucaristía, oración. Gracias a estos dones del Señor podemos ajustarnos no al mundo, sino a Cristo, y seguirlo sobre su camino, el camino del "perder la propia vida" para encontrarla. "Perderla" en el sentido de donarla, ofrecerla por amor y en el amor - y esto conlleva al sacrificio, también la cruz- para recibirla nuevamente purificada, liberada del egoísmo y de la hipoteca de la muerte, llena de eternidad. La Virgen María nos precede siempre en este camino; dejémonos guiar y acompañar por ella.


Publicado por verdenaranja @ 23:37  | Habla el Papa
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