Reflexión a las lecturas de la solemnidad de Todos los SAntos ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Solemnidad de Todos los Santos
¡Es ésta una de las fiestas más hermosas de Calendario Cristiano!
A lo largo del año vamos celebrando la fiesta de muchos santos. Hoy celebramos, en una misma solemnidad, a todos los santos. Y se estremece nuestro corazón al considerar que, familiares, amigos y conocidos nuestros, se encuentran entre esa multitud que nos presenta la primera lectura de este día.
¡Hoy es el día del “santo desconocido!”. Por todo ello, es éste un día inmensamente alegre y hermoso. Si por un santo, hacemos fiesta, cuánto más al recordar y celebrar a todos los santos.
Contemplamos en esta fiesta la gloria, la felicidad y la grandeza en la que termina la vida de los auténticos seguidores de Cristo. Por eso nos anima, nos hace mucho bien, celebrar esta gran solemnidad. Parece como si hoy la santidad se nos hiciera hoy más cercana, más asequible. No en vano es la que han practicado las personas más próximas a nosotros y a las que más queremos.
¿Y por qué son santos todos estos hermanos nuestros? ¿En qué consiste esa santidad?
El Vaticano II nos lo explica: “El Bautismo y la fe los han hecho verdaderamente hijos de Dios, participan de la naturaleza divina y son, por tanto, realmente santos. Por eso deben, con la gracia de Dios, conservar y llevar a plenitud en su vida, la santidad que recibieron”. (L. G. 40). La santidad, por tanto, es ante todo y sobre todo, don, gracia de Dios; una consecuencia del Bautismo, del que nos habla la segunda lectura de este día. Nos hacemos hijos de Dios y, por lo mismo, “realmente santos”.
El Concilio nos enseña además, que esa santidad que recibimos, hay que conservarla y perfeccionarla, llevarla a plenitud. De esta forma, nos señala nuestra tarea fundamental, nuestro trabajo más importante en la vida, aquello por lo que hemos de tener más interés y mayor preocupación. Nos dice la segunda lectura: “Todo el que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, como Él es puro”.
Necesitamos recordar con frecuencia esta meta a la que estamos llamados, para que no caigamos en la tentación de instalarnos en la mediocridad y en la medianía. Me gusta decir que el Señor ¡no quiere que seamos buenos sino que seamos santos! Santa Teresa, a la que recordamos este año, al celebrar el quinto centenario de su nacimiento, decía: “¡Qué importante en la vida espiritual es sentirnos animados por un gran deseo!”.
Hoy es un día apropiado para recordar todas estas cosas.
El Evangelio nos presenta, más en concreto, el camino para alcanzar la santidad: la práctica de las bienaventuranzas.
Los santos son, por último, intercesores nuestros. Y es bueno que contemos con su ayuda, en nuestro camino hacia la plenitud de la santidad. Así rezamos en la oración de la Misa hoy: “Concédenos, por esta multitud de intercesores, la deseada abundancia de tu misericordia y tu perdón”.
SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
El Libro del Apocalipsis nos presenta, en medio de su lenguaje simbólico, una visión de la Asamblea gloriosa de todos los santos, procedentes de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas.
SEGUNDA LECTURA
S. Juan nos habla en esta lectura, de nuestra condición de hijos de Dios, que es el fundamento de la santidad, y una llamada permanente a ser santos: “Todo el que tiene esta esperanza en Él se purifica a sí mismo como Él es puro”, dice el apóstol. Escuchemos con atención.
TERCERA LECTURA
El Evangelio nos señala el camino para ser santos: la práctica de las bienaventuranzas. Pero antes de escuchar el Evangelio, aclamemos al Señor con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
En la Comunión el Señor nos ofrece su Cuerpo y su Sangre como alimento y fuerza para avanzar por el camino de la santidad. “Una sola Comunión basta para ser santo”, decía Santa Teresa. Y los que comulgamos todos los días, ¿por qué no lo hemos conseguido todavía?
Texto completo de la audiencia general del miércoles 29 de octubre de 2014. (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En las catequesis precedentes hemos podido evidenciar cómo la Iglesia tiene una naturaleza espiritual: es el cuerpo de Cristo edificado en el Espíritu Santo. Cuando nos referimos a la Iglesia, sin embargo, el pensamiento va inmediatamente a nuestras comunidades, a nuestras parroquias, a nuestras diócesis, a las estructuras donde solemos reunirnos y, obviamente, también a los componentes y a las figuras más institucionales que la guían, que la gobiernan. Es esta la realidad visible de la Iglesia. Debemos preguntarnos entonces, ¿se trata de dos cosas diferentes o de la única Iglesia? Y, si es siempre una única Iglesia, ¿cómo podemos entender la relación entre su realidad visible y la espiritual?
Sobre todo, cuando hablamos de la realidad visible --hemos dicho que hay dos, una realidad visible de la Iglesia que se ve y una espiritual--, cuando hablamos de la realidad visible de la Iglesia no debemos pensar solo en el Papa, los obispos, sacerdotes, monjas, personas consagradas. La realidad visible de la Iglesia está formada por muchos hermanos y hermanas que en el mundo creen, esperan, aman.
Pero muchas veces oíamos decir ‘pero la Iglesia no hace esto, la Iglesia no hace esto otro’. Pero dime ¿quién es la Iglesia? Son los sacerdotes, los obispos, el Papa. Pero, la Iglesia somos todos. Todos nosotros, todos los bautizados somos Iglesia. La Iglesia de Jesús.
De todos los que siguen a Jesús y que, en su nombre se hacen cercanos a los últimos y a los que sufren, tratando ofrecer un poco de alivio, de consuelo y de paz. Todos, todos los que hacen lo que el Señor nos ha mandado, son Iglesia. Comprendemos, entonces, que también la realidad visible de la Iglesia no se puede medir, no se puede conocer en toda su plenitud: ¿cómo se hace para conocer todo el bien que se hace? Tantas obras de amor, tantas fidelidades en las familias, tanto trabajo para educar a los hijos, para llevarlos adelante, para transmitir la fe, tanto sufrimiento en los enfermos que ofrecen sus sufrimientos al Señor… Pero esto no se puede medir, y es muy grande, es muy grande.
¿Cómo se hace para conocer todas las maravillas que, a través de nosotros, Cristo consigue obrar en el corazón y en la vida de cada persona. Mirad: también la realidad visible de la Iglesia va más allá de nuestro control, va más allá de nuestras fuerzas, y es una realidad misteriosa, porque viene de Dios.
Para comprender la relación, en la Iglesia, la relación entre su realidad visible y la espiritual, no hay otro camino que mirar a Cristo, del cual la Iglesia constituye el cuerpo y del cual es generada, en un hecho de infinito amor. También en Cristo, de hecho, por la fuerza del misterio de la Encarnación, reconocemos una naturaleza humana y una naturaleza divina, unidas en la misma persona de forma admirable e indisoluble. Esto vale de forma análoga también para la Iglesia. Y como en Cristo la naturaleza humana favorece plenamente a la divina y se pone a su servicio, en función del cumplimiento de la salvación, así sucede, en la Iglesia, por su realidad visible, en lo relacionado con lo espiritual. También la Iglesia, por tanto, es un misterio, en el cual lo que no se ve es más importante que lo que se ve, y puede ser reconocido sólo con los ojos de la fe.
En el caso de la Iglesia, sin embargo, debemos preguntarnos: ¿cómo la realidad visible puede ponerse al servicio de la espiritual? Una vez más, podemos comprenderlo mirando a Cristo. Cristo es el modelo, en modelo de la Iglesia que es su cuerpo. Es el modelo de todos los cristianos, de todos nosotros. Mirando a Cristo no se equivoca, no se equivoca.
En el Evangelio de Lucas se cuenta como Jesús, en su regreso a Nazaret --lo hemos escuchado esto- donde había crecido, entró en la sinagoga y leyó, refiriéndose a sí mismo, el paso del profeta Isaías donde está escrito: 'El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor'. He aquí como Cristo se ha servido de su humanidad –-porque era hombre también-- para anunciar y realizar el diseño divino de redención y de salvación, porque era Dios, así debe ser también para la Iglesia. A través de su realidad visible, todo lo que se ve, los sacramentos, el testimonio de todos nosotros cristianos. La Iglesia está llamada cada día a hacerse cercana y todo hombre, comenzando por el pobre, por el que sufre y por quien es marginado, para continuar haciendo sentir sobre todos la mirada compasiva y misericordiosa de Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, a menudo como la Iglesia experimentamos nuestra fragilidad y nuestros límites. Todos lo somos, todos tenemos. Todos somos pecadores, todos ¿eh? Ninguno puede decir ‘yo no soy pecador’. Pero si alguno de nosotros se siente capaz de decir que no es pecador, que levante la mano. Veremos cuántos. No se puede. Todos lo somos. Y esta fragilidad, estos límites, estos pecados nuestros es justo que provoque en nosotros una profunda tristeza, sobre todo cuando damos mal ejemplo y nos damos cuenta de convertirnos en motivo de escándalo. Cuántas veces hemos oído en el barrio: ‘Esa persona de ahí está siempre en la Iglesia pero habla mal de todos’. ¡Pero qué mal ejemplo! Hablar mal del otro, esto no es cristiano, es un mal ejemplo y es un pecado. Y así, nosotros damos un mal ejemplo. Pero si este o esta es cristiano, yo me hago ateo, ¿eh? Porque nuestro testimonio es la que hace entender qué es ser cristiano. Pidamos no ser motivo de escándalo.
Pidamos el don de la fe, para que podamos comprender como, a pesar de nuestra pequeñez y nuestra pobreza, el Señor nos ha hecho realmente instrumento de gracia y signo visible de su amor por toda la humanidad.
Podemos convertirnos en motivo de escándalo, sí. Pero también podemos intentar dar testimonio, ser testigos que con nuestra vida digamos así Jesús quiere que nosotros lo hagamos.
Reflexión de josé Antonio Pagola al evangelio de la Conmemoración de los Fieles Difuntos
EN LAS MANOS DE DIOS
Los hombres de hoy no sabemos qué hacer con la muerte. A veces, lo único que se nos ocurre es ignorarla y no hablar de ella. Olvidar cuanto antes ese triste suceso, cumplir los trámites religiosos o civiles necesarios y volver de nuevo a nuestra vida cotidiana.
Pero tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrancándonos nuestros seres más queridos. ¿Cómo reaccionar entonces ante esa muerte que nos arrebata para siempre a nuestra madre? ¿Qué actitud adoptar ante el esposo querido que nos dice su último adiós? ¿Que hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y amigas?
La muerte es una puerta que traspasa cada persona en solitario. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en el misterio insondable de Dios. ¿Cómo relacionarnos con él?
Los seguidores de Jesús no nos limitamos a asistir pasivamente al hecho de la muerte. Confiando en Cristo resucitado, lo acompañamos con amor y con nuestra plegaria en ese misterioso encuentro con Dios. En la liturgia cristiana por los difuntos no hay desolación, rebelión o desesperanza. En su centro solo una oración de confianza: “En tus manos, Padre de bondad, confiamos la vida de nuestro ser querido”
¿Qué sentido pueden tener hoy entre nosotros esos funerales en los que nos reunimos personas de diferente sensibilidad ante el misterio de la muerte? ¿Qué podemos hacer juntos: creyentes, menos creyentes, poco creyentes y también increyentes?
A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos, pero también más frágiles y vulnerables; somos más incrédulos, pero también más inseguros. No nos resulta fácil creer, pero es difícil no creer. Vivimos llenos de dudas e incertidumbres, pero no sabemos encontrar una esperanza.
A veces, suelo invitar a quienes asisten a un funeral a hacer algo que todos podemos hacer, cada uno desde su pequeña fe. Decirle desde dentro a nuestro ser querido unas palabras que expresen nuestro amor a él y nuestra invocación humilde a Dios:
“Te seguimos queriendo, pero ya no sabemos cómo encontrarnos contigo ni qué hacer por ti. Nuestra fe es débil y no sabemos rezar bien. Pero te confiamos al amor de Dios, te dejamos en sus manos. Ese amor de Dios es hoy para ti un lugar más seguro que todo lo que nosotros te podemos ofrecer. Disfruta de la vida plena. Dios te quiere como nosotros no te hemos sabido querer. Un día nos volveremos a ver”.
José Antonio Pagola
Red Evangelizadora BUENAS NOTICIAS
2 de Noviembre de 2014
Conmemoración de los Fieles Difuntos
Marcos 5, 33-39; 16, 1-6
Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú, para el 30º domingo del tiempo ordinario (26 de octubre de 2014)
“Del amor dependen la ley y los profetas” (Mt. 22, 40)
La liturgia de hoy nos introduce en el centro de la vida cristiana y en el fundamento de toda la ley y los profetas: el misterio del “amor”, el gran mandamiento del amor a Dios y al prójimo. La primera lectura tomada del libro del Éxodo (Ex. 22, 20-27) nos da a conocer, en el pensamiento de Dios, como debe ser el actuar del hombre frente al prójimo especialmente los más desvalidos, extranjeros, viudas, huérfanos, los más pobres. Ellos a quienes nadie los defiende, son para el Señor, no solamente sus defendidos, sino también los amados por Él con un amor de predilección y por eso nos instruye diciéndonos que para amar a Dios, debemos cuidarlos y amarlos, no sólo como un consejo de no hacerles a ellos lo que no queremos que nos hagan a nosotros. La fuente de este precepto del libro del Éxodo está tomado del libro del Levítico, “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Lv.19, 18). El libro del Èxodo (22, 26) nos muestra la razón de estos preceptos, que trascienden lo humanitario, Dios cuida a los atribulados, escucha su clamor y es “compasivo con ellos”. Es pues el amor un tema muy importante como sustento de la Ley; pero adquiere una fuerza singular, y más se hace centro de la vida, a través de las enseñanzas y el testimonio mismo de Nuestro Señor en el Nuevo Testamento. Por eso no carece de importancia el diálogo entre Jesús y el doctor de la ley: son dos los preceptos y así los dice el Señor, toma uno del Levítico 19,18 “amarás al prójimo como a ti mismo” y otro del Deuteronomio 6,5 “amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza”. Lo novedoso está en que el Señor los funde en uno solo y afirma que “ellos sostienen toda la ley y los profetas” (Mt. 22,40).
Nosotros, los cristianos, sabemos que no podemos amar a Dios sin amar a nuestro prójimo y que en este precepto se encuentra la radicalidad de la vida cristiana y la grandeza de toda la existencia humana hasta el fin, pues como dice San Juan de la Cruz: “al final de la vida te examinarán en el amor”. Este amor que trasciende toda categoría humana, todo deseo humano, amor que viene de Dios, nos traspasa el corazón, nos saca de nosotros mismos, nos engrandece en el encuentro con el hermano y nos funde en el corazón de Dios, de quien procede, transformando e iluminando toda la vida humana.
Todos los cristianos nos convertimos en discípulos y misioneros de la vida de Jesucristo y por eso en nuestros corazones deben golpear las palabras de Jesús a sus discípulos: “ámense como yo los he amado, si se aman los unos a los otros, todos reconocerán que son mis discípulos” (Jn. 13, 34-35). Y sólo podemos entender el ser discípulos de Cristo en el amor, amor que no se significa con ninguno de los términos que humanamente empleamos en la vida cotidiana, pues el manifiesta la generosidad desinteresada y oblativa, no encierra otra razón en la vida del hombre que su propio ejercicio, que al ejercitarlo produce un gozo tan intenso, que supera todas las categorías humanas, que ni siquiera es posible su comprensión, vivir en el amor cristiano, es vivir en para Dios. ¿Podemos acaso comprender el amor de Dios tan grande para con la humanidad y tan intenso para con Jesús, que se manifiesta en la entrega de Jesús en la Cruz?” ¡Tanto amó Dios al mundo!
¿Cómo entender en nuestro mundo la entrega de Teresa de Calcuta, desprendida totalmente de sí, amando y sirviendo a los otros, sumidos entre el dolor y la miseria humana, sólo por amor a Jesucristo? Es el amor de Dios por la humanidad, manifestado en plenitud en la Cruz, el que llama a los hombres a embarcarse en la aventura del amor cristiano el que los lleva por un camino que sólo encuentra en Dios su final y su plenitud y nada en la tierra podrá al hombre que experimenta esta gracia, separarlo del amor de Cristo (Rom. 8, 31-39).
Nuestra misión como transformadores del mundo será amar sin restricciones, como Cristo nos amó, hasta el fin. Solamente así podremos implantar el evangelio en este mundo, construyendo por el amor una cultura de la vida que despierte en el corazón humano sentimientos de trascendencia en la solidaridad, en la justicia y en la paz.
Que María, la Virgen Madre, interceda para que nos conceda la gracia de poder amar.
Mons. Marcelo Raúl Martorell, obispo Puerto Iguazú
Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (Domingo 26 de octubre de 2014 - Rigésimo del tiempo ordinario) (AICA)
El amor no es abstracto, es concreto
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?". Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas". (San Mateo 22, 34-40)
Es importante que nos demos cuenta que nunca Dios nos separa de los hombres, pero sí que hay una jerarquía, un orden, una subordinación; y el amor de Dios nos lleva a amar a los demás.
Es muy difícil amar a Dios y a los demás si no nos amamos a nosotros mismos. Eso es una realidad personal. Por eso Dios nos ha creado a imagen y semejanza suya, constituyendo esto una vocación personal, intransferible porque no se puede pasar a los demás, es propio. Nosotros, como sujeto, tenemos que amar a Dios -que es el primero y principal- y saber amar a nuestros hermanos.
El encuentro con Dios renueva y perfecciona la atención, el cuidado y la solicitud hacia los hombres: conocer al hombre para amar a Dios, amar al hombre para amar a Dios. No hay dicotomía ni separación, sí una distinción. El SER primero y el HACER, el interior de cada uno y lo externo. La oración y la vida. La teoría y la praxis. La fe, que nos lleva a la obra, y Dios que nos lleva al prójimo.
Pero tenemos que hacer síntesis y en la sociedad moderna que vivimos, en lugar de hacer síntesis, vivimos fragmentariamente; nos vamos atomizando, individualizando, nos tornamos indiferentes. Estamos aislándonos, como en un rompecabezas. A través de los medios estamos informados pero no necesariamente estamos comunicados.
Muchas veces la presencia de Dios fue sacada de nuestras vidas: de las escuelas, de las familias, de los compromisos civiles, incluso hasta de la Iglesia -a veces- se saca a Dios. Si sacamos a Dios de todos lados, no tenemos garantía ni respeto de los demás. ¡Qué importante es hacer síntesis!
Lo esencial de nuestra vida es vivir en el amor. El misterio de Dios en el misterio del hombre se sintetiza, se concentra, en el amor. La vocación suprema de una persona es el amor, no es tener bienes, no es el consumismo, ni los placeres, ni los poderes, no es el dinero. Es el amor de Dios en el amor a nuestros hermanos.
Hermanos, que tengamos síntesis para tener unidad. Esto es fundamental porque si hay unidad de vida, inteligencia, voluntad y corazón, hay alegría y paz. Pero si hay dicotomía o esquizofrenia hay división entre la inteligencia, la voluntad, el corazón y se pierde la paz; se entra en el caos, la tristeza, la angustia, la ansiedad, la inseguridad y el disgusto.
Que al amor de Dios y el amor a Dios nos lleve a amar al hermano y tengamos la capacidad de amar por obra concretamente; porque el amor no es abstracto, es lo más concreto.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)
Domingo XXXI Ciclo A
Textos: Mal 1, 14b-2, 2b.8-10; 1 Tes 2, 7bDomingo XXXI Ciclo A Textos: Mal 1, 14b-2, 2b.8-10; 1 Tes 2, 7b-9.13; Mateo 23, 1-12-9.13; Mateo 23, 1-12
Idea principal: El sacerdote-pastor debe buscar sólo la gloria de Dios, ponerse en el último lugar y desvivirse por el “rebaño” encomendado.
Síntesis del mensaje: Pablo de Tarso (segunda lectura) es la antítesis de los sacerdotes (primera lectura) y de los jefes religiosos fariseos (evangelio) que se movían por estas categorías humanas: prestigio, honras, ambiciones, vanidad y autoritarismo. Pablo es modelo de pastor celoso y bueno; y al mismo tiempo es como una madre que cuida de sus hijos. Sus categorías son otras: servicio, humildad, desvivirse y desgastarse por los demás.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, un pastor busca siempre dar gloria a Dios (primera lectura) y no la suya propia, tan efímera, tan opaca, tan caduca, tan inconsistente. Malaquías, de parte de Dios, denuncia a los sacerdotes –y a todos los que tienen la misión de guiar: misioneros, papás, maestros, catequistas, superiores de comunidades religiosas- porque no hablan de Dios, sino de sí mismos. Jesús también echa en cara a los fariseos (evangelio) que pretenden que les llamen a ellos maestros, padres, consejeros. Quienes tienen esta misión de estar al frente deben ser como sacramento que visibiliza la humildad y el servicio de Cristo que vino para buscar sólo la gloria de su Padre y el bien de los demás, sin robar a Dios un ápice del honor que Él merece.
En segundo lugar, un pastor no busca los primeros puestos sino que va con amor y ternura (segunda lectura) a los desiertos y a las periferias existenciales y geográficas, aunque esto le cueste fatiga, incomprensión y peligro, como le pasó a Pablo. Buscar los primeros puestos es señal de ambición, de la que el papa Francisco está previniendo tantas veces a los sacerdotes. Así les dijo a los nuevos obispos en Roma el 19 de septiembre del 2013: “Su estilo debe ser la humildad, la austeridad. Nosotros los pastores no somos hombres con psicología de príncipes”. Y les pidió que estén atentos en no caer en el "afán de carrera". “Hombres ambiciosos que son esposos de esta Iglesia a la espera de otra mejor o más rica. ¡Esto es un escándalo!... No estén a la espera de una mejor, más importante, más rica. Tened cuidado de no caer en el espíritu del ‘carrerismo’. ¡Esto es un cáncer!”. No somos maestros (etimológicamente significa “tener más autoridad”), sino que somos ministros (etimológicamente significa “tener menos”) y por lo mismo nos sentimos servidores de los demás. San Pablo dirá: “Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1Co 4, 1).
Finalmente, un pastor no busca su comodidad, sino que se desvive por su comunidad, como san Pablo: “con gusto me gastaré y me desgastaré por vuestras almas” (2 Co 12, 15). Así dijo el papa Francisco a los nuevos obispos en Roma el 19 de septiembre del 2013: “Sean pastores con olor a oveja, presentes en medio de su gente como Jesús el Buen Pastor. Su presencia no es secundaria; es indispensable. La pide la propia gente, que quiere ver a su obispo caminar con ellos, para estar cerca de él. ¡Tienen necesidad para vivir y respirar! ¡No se cierren!...Bajen en medio de sus fieles, incluso en las periferias de sus diócesis y en todas las ‘periferias existenciales’, donde hay sufrimiento, soledad, degradación humana. La presencia pastoral significa caminar con el pueblo de Dios: delante, señalando el camino; en el medio, para fortalecer en la unidad; detrás, para que nadie quede atrás, pero, sobre todo, para seguir el olfato que tiene el pueblo de Dios para encontrar nuevos caminos”. ¿No hacía esto el apóstol Pablo?
Para reflexionar: ¿Busco la gloria de Dios o la mía? ¿Busco los primeros puestos o los últimos? ¿Sólo hablo pero no hago? ¿Sirvo con humildad a la comunidad o me sirvo de ella para mis fines egoístas y ambiciosos?
Para rezar: Jesús, quiero imitarte a ti, como lo hizo san Pablo. Revísteme de todas esas virtudes que tú tenías en tu paso por la tierra. Que mis intenciones sean limpias, mi entrega generosa, mi trabajo desinteresado y mis manos dispuestas a servir.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (25 de octubre de 2014) (AICA)
Dimension educativa de la familia
Se oye frecuentemente decir que hay una crisis en la educación, en el sistema educativo. Crisis quiere decir que se trata de un momento difícil en el que hay que decidirse por una cosa o por otra; significa también la máxima tensión en el desarrollo de un problema. Pero el problema nuestro es que las crisis son crónicas aunque, por definición, crisis tendría que ser un momento. Un momento de decisión, pero nuestras crisis suelen ser crónicas.
Se habla de crisis de la educación pero yo, quisiera enfocar solo un aspecto parcial, que es el papel de la familia. Lo que no se advierte muchas veces es que tiene que haber una continuidad en el proceso educativo entre lo que se aprende en la familia y lo que se aprende en la escuela. Y no me refiero a la instrucción, como por ejemplo que los chicos tendrían que entrar al colegio ya sabiendo leer y escribir, no se trata de eso.
La educación es algo mucho más amplio que la instrucción; se trata de la formación integral de una persona, en lo intelectual, en lo afectivo, en la adquisición de valores y virtudes, en la visión del mundo y de la cultura que se va asumiendo aún desde pequeño. Esto comienza en la casa, comienza en la familia. Si en la familia no se cumple ese aspecto liminar de la educación es muy difícil que se cumpla en la escuela. Entonces los problemas no son sólo problemas escolares o del sistema educativo; son problemas culturales muy profundos, son problemas de la sociedad.
Hablo de problemas, pero no quiero problematizarlos con esta visión si desea valorar lo que implica la educación familiar y esa continuidad en la escuela de lo que ha comenzado en la familia.
Esto no solamente supone que los papás están en contacto con la escuela y las autoridades educativas, sino que cuando llevan al chico al colegio no lo “depositan” en un sitio para que los educadores se las arreglen solos, sino que lo que han ellos realizado en la familia continúan acompañándolo en el complemento escolar. Y me refiero, sobre todo, a la educación entendida como formación de la persona.
Los grandes problemas de hoy día consisten en que si la familia está en crisis la educación de esos niños está en crisis. Y hablo de niño porque se empieza desde muy pequeño, se empieza casi desde bebé, porque la educación es algo, de alguna manera, no formulable pero se verifica ya en el contacto del chico con la madre y el empezar a conocer al padre, y demás. Si falla esto, esta dimensión educativa de la familia, el itinerario educativo no comienza bien.
Y ¿por qué puede fallar? Porque la familia es la que está en crisis. Para que la familia pueda asumir en serio su función educativa, y tiene que darse en ella unidad o constituirse en una unidad, tiene que haber un acuerdo educativo entre los padres, y sumarse los hermanos a todo eso; si no se da ese clima adecuado para la de formación de la persona, al chico la faltará algo, y a veces algo fundamental.
Quiero decir que la escuela no puede reemplazar aquello que en la casa no se dio. Insisto, me estoy refiriendo a la formación integral, no solo al desarrollo de la inteligencia. Uno de los problemas más serios de hoy es la formación afectiva. La orientación de las primeras pasiones, cómo la voluntad va eligiendo y como aprende a elegir, con qué criterios. Los niños, aunque sean pequeños, van formando criterios para elegir, especialmente en el trato con el prójimo, la ubicación en la vida social, desde las relaciones más elementales.
Y luego hay que decir algo también sobre la dimensión religiosa, que es fundamental. La dimensión religiosa, por más que vayan a un colegio católico. Pueden recibir allí enseñanza religiosa escolar o catequesis, pero la cuestión es ésta: que la formación religiosa, el sentido de lo religioso, el sentido de lo sagrado, el sentido de Dios, empieza en la familia. Si los chicos desde muy pequeños ven que el papá y la mamá rezan, por ejemplo, si se les enseña desde muy pequeños a hacer la señal de la Cruz, o les enseñan el Padre Nuestro, aunque balbuceando, el chico lo aprende. Esto es un problema fundamental para la Argentina y para el mundo de hoy. Hay que recuperar la función educativa de la familia. Y desde la perspectiva del sistema educativo hay que tener en cuenta el papel fundamental de la familia. La escuela no es un principio absoluto y necesita de este apoyo familiar, esa especie de continuidad, que yo decía al principio, entre estas dos instituciones. Más que algo institucional. Se trata de valores, porque la escuela reside fundamentalmente en la relación maestro-discípulo, maestra-alumno. Esto tiene algo de paterno-filial, materno-filial. Este valor puede realizarse si ha existido un influjo verdaderamente materno y paterno en la formación familiar de ese hijo.
Por eso aquí estamos tratando de cuestiones fundamentales que tienen que ver con el futuro de la sociedad. Claro, esto puede parecer algo muy genérico, muy teórico, pero observen ustedes la realidad juzgando, discerniendo en la realidad qué es lo que pasa y qué es lo que se podría hacer, lo que se podría mejorar.
¿Puede haber una política educativa para la familia? Sí, puede haberla pero la cuestión es vivirla. Aquí se trata sobre todo de crear en la familia ese ámbito de formación. Es una cuestión de vida: que la familia advierta este papel fundamental que tienen no solamente para la educación de sus hijos en cuanto tales sino para el conjunto de la comunidad. Pidámosle a la Sagrada Familia de Nazaret, Jesús, María y José, que nos ayuden a comprender esto y que ayuden a todas las familias a vivirlo.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de Buenos Aires
Alocución de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz (25 de octubre de 2014) (AICA)
El amor al prójimo
Cuando los fariseos se enteran de que Jesús había llegado, y para ponerlo a prueba nos dice el evangelio de este domingo, le preguntan sobre cuál es el mandamiento mayor. No está mal la pregunta, más allá de las intenciones que puedan haber tenido los fariseos, porque a partir de ella uno puede conocer una doctrina y sacar consecuencias. La respuesta es clara: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22, 34-40). Jesús no deja lugar a dudas. Diría que su palabra es fácil de entender, pero no siempre fácil de seguir. Agregaría, además, que al poner a Dios en primer lugar no disminuye al hombre, por el contrario, le descubre su dignidad como hijo suyo y lo define como hermano. No podríamos, por ello, llamar a Dios Padre si no nos reconocemos como hermanos.
Es importante detenernos a considerar las características de este amor del que nos habla Jesucristo. No se trata de un sentimiento pasajero, o que dependa sólo del “me gusta” tan común en el lenguaje de hoy. Hay un elemento de verdad que debe orientar nuestro comportamiento moral y conducta social. No estamos en el ámbito del amor de amistad que depende de una elección, sino de un amor que me define en mi condición de hijo frente a Dios y de hermano frente a todo hombre. A esta realidad, que podríamos decir pertenece al orden de la creación o natural, Jesucristo ha venido a reafirmarla y a darle con su vida el valor de un testimonio, que se convierte en un camino de vida real para nosotros. El nos enseña a ser hijos de Dios y a comportarnos como hermanos. Esta verdad de la condición humana la presenta como el primero y segundo mandamiento. No estamos en el plano del sentimiento sino de la verdad de nuestra condición humana.
La realidad de la filiación, el sabernos hijos, sostiene nuestra dimensión fraternal. La fraternidad, por otra parte, no es posible sin una referencia a la paternidad. ¡Qué importante en la educación de los niños es crecer con una buena imagen de padre! El evangelio de este domingo nos presenta, también, el sentido de los dos mandamientos como una unidad que podemos distinguir pero nunca separar. Esto nos lo dice san Juan, como fiel intérprete del Señor: “El que dice amo a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quién no ve el que no ama a su hermano a quién ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él, concluye: el que ama a Dios debe amar también a su hermano” (1 Jn. 4, 20).
Queridos hermanos, reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús, que nos ha revelado la imagen de un Dios que es Padre de todos.
Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
La experiencia del amor por Mons. Enrique Díaz Diaz. SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 24 de octubre de 2014 (Zenit.org)
XXX domingo ordinario
“Éxodo 22, 20-26: “La explotación de las viudas y los huérfanos enciende la ira de Dios”.
Salmo 17: “Tú, Señor, eres mi refugio”.
I Tesalonicenses 1, 5-10: “Abandonando los ídolos, ustedes se convirtieron a Dios y viven en la esperanza de que venga desde el cielo Jesucristo, su Hijo”.
San Mateo 22, 34-40: “Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo”.
Una de las más bellas expresiones con que nombran nuestros pueblos mayas a Jesús es: “Corazón del Cielo, Corazón de la Tierra”. Y en estas poéticas y bellas palabras encierran el misterio de la Encarnación, del Dios hecho carne, de la Palabra que se hace uno de nosotros. La expresan vivamente en el llamado “Altar Maya”, con los caminos del cielo y la tierra que se entrelazan en el centro. Todo un simbolismo del Dios y hombre, del Emmanuel, del Dios con nosotros. De aquí brota toda la espiritualidad y la fuerza de los verdaderos creyentes porque también todo hombre y toda mujer quedan marcados por esos dos amores: el divino y el humano.
¿Quién no se ha hecho esta pregunta alguna vez: qué es lo más importante de la religión? Para el israelita sencillo, perdido en el intrincado laberinto de leyes y preceptos, no sería nada fácil descubrir lo más importante. Los escribas hablaban de seiscientos trece mandamientos contenidos en la ley. Pero cuando la religión se reduce a mandamientos y leyes puede olvidarse lo más importante que es la relación con Dios y dañar gravemente a las personas. No es extraña la pregunta, lo extraño es que la haga un doctor de la ley. Parecería que quienes menos quieren entender, son quienes más preguntan y, en este contexto de polémica, se ponen de pretexto los mandamientos para confrontarse con Jesús. Conforme al texto, no parece que tuvieran ningún interés en cumplirlos. Pero esto da pie a Jesús para decir explícitamente lo que a diario revela con sus obras sobre el mandamiento más importante. Lo que Jesús hace todos los días, lo que desde su encarnación y venida en el mundo está realizando, es la voluntad de su Padre, el amor de su Padre… pero realizado de un modo muy claro y concreto en el amor al prójimo. El amor a Dios es inseparable del amor al prójimo. Esta es nuestra fe cristiana. Nadie puede abusar, oprimir o ser indiferente ante el débil y pobre porque Dios está del lado del hermano.
Quizás hoy podríamos iniciar nuestra reflexión con la medida que le pone Jesús a este amor: “como a ti mismo”. No es un simple añadido, sino la verdadera fuente de donde parte el mandamiento, aunque puede entenderse de muchas formas. El primer sentido está sugerido por palabras que en otra ocasión decía el mismo Jesús: “trata los demás como quieres que te traten a ti”, o también “no hagas al otro, lo que no quieras que te hagan a ti”. Es una fórmula muy práctica. Pensar en las diferentes situaciones en que nos hemos encontrado y cómo reaccionamos ante el trato positivo o negativo que nos dan las personas y así actuar conforme a lo que quisiéramos para nosotros. De hecho en la primera lectura, tomada del Éxodo, se ofrecen una serie de prescripciones muy concretas para tratar al prójimo, basadas todas en el “porque tú también estuviste en esa situación”. Así dice: “No hagas sufrir ni oprimas al extranjero... No explotes a las viudas ni a los huérfanos... Cuando prestes dinero a uno de mi pueblo, al pobre que está contigo, no te portes con él como usurero, cargándole intereses. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, devuélveselo antes de que se ponga el sol, Cuando él clame a mí, yo lo escucharé, porque yo soy misericordioso”. Ciertamente cambiando las condiciones, poniéndose en los zapatos del otro, mirándolo “como a ti mismo”, cambian todas las formas de ver, de pensar y de actuar.
En una sociedad de desiguales, amar “como te amas a ti mismo” introduce la radical exigencia de la hermandad. Es el segundo aspecto de este “como a ti mismo”, que nos obliga a colocarnos en una situación donde el amor a los demás nos hace hermanos, nos hace iguales. Amo a los otros porque cada uno es hijo de Dios, de mi misma dignidad y con mis mismos derechos. Lo amo porque somos iguales y estamos empeñados en construir esa igualdad, esa fraternidad, sin desprecios, sin discriminaciones, sin ciudadanos de primera o de segunda. El amor a nosotros mismos es tomado como la medida de nuestro amor y nuestro servicio a los demás.
Para amar, hay que saberse amado. Este tercer aspecto lo podemos entender como una premisa. Amar “como a ti mismo”, implicaría primero amarse a uno mismo, aceptarse a uno mismo, conocerse y quererse, simplemente porque Dios nos quiere. Dios te ama infinitamente y ese amor, que te llena y te sacia, lo puedes derramar sobre los demás. Hay quien no se quiere a si mismo, siempre está de mal humor, siempre se enoja y de todo se fastidia… no se quiere porque no se ha reconocido amado de Dios. Así lo que parecía primero un mandamiento: amar a Dios; y después dos: amar al prójimo; en realidad se transforman en tres mandamientos, porque también se necesita el mandamiento de amarse a uno mismo. Pero quizás estaríamos regresando otra vez al nivel de los fariseos que sólo miran mandamientos. ¿Amar es un mandamiento? Más bien una experiencia, ¡la gran experiencia!, que todos debemos vivir. Si nos reconocemos y nos sentimos amados de Dios, los otros “mandamientos” brotan espontáneamente. Si decimos que amamos a Dios pero engañamos y destruimos al prójimo entonces, dice San Juan, somos unos mentirosos. Para amar al prójimo necesitamos encontrar la gran fuente de energía del amor.
Amarse uno mismo no tiene el sentido egoísta e individualista que le quiere dar el neoliberalismo. No se trata de encerrarse en sí mismo y ponerse como centro del universo, porque entonces todo se derrumba: el amor a Dios, el amor al prójimo y hasta el amor a sí mismo que se transforma en soberbia, orgullo y desprecio a los demás. Jesús añade un poco más porque el verdadero amor se aprende de Jesús. Antes de ser amor sacrificado, Él mismo había construido con su vida una cruz de dos maderos: uno vertical que va desde el suelo hacia el Padre; otro horizontal, el del amor a los hermanos, pero inseparablemente unidos. Por eso se atreve a decirnos: “Ámense como yo los he amado”. ¿Cómo estamos cumpliendo el mandamiento de Jesús? ¿Cómo vivimos la experiencia del amor?
Padre Bueno, que nos has amado desde toda la eternidad, concédenos experimentar de tal manera tu amor que cumplamos con alegría, tu mandamiento de amor a ejemplo de tu hijo Jesucristo. Amén.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo treinta del Tiempo Ordinario - A.
CREER EN EL AMOR
La religión cristiana les resulta a no pocos un sistema religioso difícil de entender y, sobre todo, un entramado de leyes demasiado complicado para vivir correctamente ante Dios. ¿No necesitamos los cristianos concentrar mucho más nuestra atención en cuidar antes que nada lo esencial de la experiencia cristiana?
Los evangelios han recogido la respuesta de Jesús a un sector de fariseos que le preguntan cuál es el mandamiento principal de la Ley. Así resume Jesús lo esencial: lo primero es “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser”; lo segundo es “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
La afirmación de Jesús es clara. El amor es todo. Lo decisivo en la vida es amar. Ahí está el fundamento de todo. Lo primero es vivir ante Dios y ante los demás en una actitud de amor. No hemos de perdernos en cosas accidentales y secundarias, olvidando lo esencial. Del amor arranca todo lo demás. Sin amor todo queda pervertido.
Al hablar del amor a Dios, Jesús no está pensando en los sentimientos o emociones que pueden brotar de nuestro corazón; tampoco nos está invitando a multiplicar nuestros rezos y oraciones. Amar al Señor, nuestro Dios, con todo el corazón es reconocer a Dios como Fuente última de nuestra existencia, despertar en nosotros una adhesión total a su voluntad, y responder con fe incondicional a su amor universal de Padre de todos.
Por eso añade Jesús un segundo mandamiento. No es posible amar a Dios y vivir de espaldas a sus hijos e hijas. Una religión que predica el amor a Dios y se olvida de los que sufren es una gran mentira. La única postura realmente humana ante cualquier persona que encontramos en nuestro camino es amarla y buscar su bien como quisiéramos para nosotros mismos.
Todo este lenguaje puede parecer demasiado viejo, demasiado gastado y poco eficaz. Sin embargo, también hoy el primer problema en el mundo es la falta de amor, que va deshumanizando, uno tras otro, los esfuerzos y las luchas por construir una convivencia más humana.
Hace unos años, el pensador francés, Jean Onimus escribía así: “El cristianismo está todavía en sus comienzos; nos lleva trabajando solo dos mil años. La masa es pesada y se necesitarán siglos de maduración antes de que la caridad la haga fermentar”. Los seguidores de Jesús no hemos de olvidar nuestra responsabilidad. El mundo necesita testigos vivos que ayuden a las futuras generaciones a creer en el amor pues no hay un futuro esperanzador para el ser humano si termina por perder la fe en el amor.
José Antonio Pagola
Red Evangelizadora BUENAS NOTICIAS
26 de Octubre de 2014
30 Domingo del Tiempo Ordinario A
Mt 22, 30-40
Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)
Domingo XXX Ciclo A
Textos: Ex 22, 20-26; 1 Tes 1, 5-10; Mateo 22, 34-40
Idea principal: El primer mandamiento es amar a Dios. El segundo, amar al prójimo.
Síntesis del mensaje: la pregunta de ese doctor de la ley a Jesús en el evangelio de hoy sobre cuál es el mandamiento más grande de la ley es muy oportuna, pues los judíos tenían centenares de preceptos: exactamente 365 “negativos” (empiezan con un “no…”) y 248 “positivos” (comienzan con un “debes…”). Toda sociedad organizada tiende a multiplicar con el tiempo sus leyes y normas, y a veces sin necesidad. Y hoy Jesús nos da la clave para ser cristianos: dos mandamientos que se reducen al amor; amar a Dios y amar al prójimo.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, el amor a Dios no consiste en sentir el vértigo de lo divino: el regusto espiritual en una comunión, dos emociones temblorosas, tres avemarías nocturnas, cuatro lágrimas, cinco procesiones…y nueve primeros viernes de mes. No. Amar a Dios es centrar mi vida en Dios: qué piensa Dios, qué dice Dios, qué quiere Dios…Y yo lo mismo. Qué me pide Dios a mí, ¡no al vecino!, ahora ¡sin darle largas!, ya, ¡sin hacerme el sordo! Y aquí está, obras, que eso es el amor. Amar a Dios es abandonar los ídolos y convertirnos al Dios vivo y verdadero, para servirlo (segunda lectura).
En segundo lugar, amar a los demás es centrar mi vida en los demás: una aceptación (son como son), un respeto (son lo que son), una transigencia (son como pueden), una tolerancia (no dan más de sí), un compromiso forajido por su pan, su justicia, su escuela, sus seguros, su libertad. Obras, y lo que no sean obras es pecado, egoísmo, cuento. Se trata, pues, de dar y darse, de negarse y abnegarse, de salir del yo y pasar al tú. Llegar a poder decir con honradez: “Te quiero”. No “me gustas”, cuya traducción honrada es “te deseo”, “te necesito”, “me apeteces”, “la cuenta que me tienes”, etc…que pertenecen al lenguaje zoológico e instintivo. Amar a los demás es cuidar a las viudas y a los huérfanos, dar dinero al pobre, cubrir al desnudo (primera lectura).
Finalmente, todo lo que no sea interpretar así el mandamiento del doble amor es un error, un egoísmo y un pecado. Es decir, firmar de pagano por la vida. Si amamos en estos dos vertientes, podremos decir con san Agustín: “Ama y haz lo que quieras. Si te callas, calla por amor; si perdonas, perdona por amor; ten la raíz del amor en el fondo de tu corazón: de esta manera solamente puede salir lo que es bueno” (Comentario a la Primera Epístola de S. Juan, 7). Y para aprender a amar tenemos que mirar a Cristo, expresión viva de este precepto del amor. Con su propia vida nos ha enseñado el mandamiento único de la caridad que tiene, como una moneda, las dos caras que ya hemos explicado: el amor a Dios y el amor al prójimo. Cristo amó ante todo a su Padre, en la aceptación y cumplimiento perfecto de su voluntad, entregando su vida para reparar la gloria de Dios conculcada por los hombres y así saldar nuestra deuda contraída, que era muy alta. Y amó a los hombres, haciéndose carne para salvarnos y perdonando de este modo nuestros pecados. “No hay otra causa de la Encarnación sino esta sola: nos vio derribados en tierra y que íbamos a padecer, oprimidos por la tiranía de la muerte, y se compadeció de nosotros” (San Juan Crisóstomo).
Para reflexionar: ¿puedo decir que amo a Dios sobre todas las cosas? ¿Cómo lo demuestro: sólo con palabras o también con obras, “pues obras son amores y no buenas razones”? ¿Puedo decir que amo al prójimo, mínimo como a mí mismo? ¿Puedo decir que amo al prójimo como Cristo lo ama? ¿Lo demuestro con mi paciencia, bondad, misericordia, donación, preocupación sincera por él, ayuda concreta?
Para rezar: Señor, que me deje amar por ti, para que después pueda amarte como te mereces y amar al prójimo, como tú lo amas. Perdóname tanto egoísmo en mi vida, que es lo contrario del amor. Que tome conciencia que al final de mi vida “me examinarán del amor”.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
Reflexión a las lecturas del domingo treinta del Tiempo Ordinario - A ofrecida por el sacerdote Don Juan Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 30º del T. Ordinario
Sigue la oposición, la conspiración contra Jesucristo, las preguntas “para ponerlo a prueba”. El Evangelio de hoy nos dice que unos fariseos “se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?”
A primera vista, no comprendemos la dificultad. Esta pregunta es muy fácil. La conocemos desde pequeños. Sin embargo, en la época de Jesús, la cuestión era realmente difícil: los rabinos contaban hasta 613 preceptos en la Ley y en sus interpretaciones. Y discutían acaloradamente, en las escuelas rabínicas, acerca del mandamiento principal de la Ley. Por tanto, para Jesús, señalar ese precepto, era muy arriesgado. Realmente, era una pregunta “para ponerlo a prueba”. Sin embargo, Él, Maestro supremo de todos, le dice: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.”
¡Asombroso! Cristo no sólo les señala cuál es el mandamiento principal y primero, sino que también les dice cuál es el segundo, en orden de importancia y, además, que estos dos mandamientos resumen la Ley entera y los profetas, es decir, todo el Antiguo Testamento.
Pero no podemos olvidar que Jesucristo está respondiendo a unos judíos, y acerca de la Ley de Moisés. Por eso dice: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Para los cristianos es diferente: hemos de amar al prójimo “como Jesucristo nos amó”. (Jn 13, 34).
Y, si esto es así, ya conocemos lo fundamental, lo más importante, el núcleo de nuestra vida cristiana: “el amor”. Nuestra tarea es amar. Se ha dicho que lo importante en la vida no es hacer cosas grandes y valiosas, sino el amor que ponemos en lo que hacemos, sea grande o pequeño. Por eso no es raro que el Papa Benedicto XVI centrara el programa de su Pontificado en esta frase: “Deus Cháritas est”. Dios es Amor.
Nuestra vocación, por tanto, es el amor, responder “al amor primero”.(1Jn 4, 19). Recordemos el gran descubrimiento de Santa Teresa del Niño Jesús: “Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia…” “En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo, y mi deseo se verá colmado.”
Si nos dijeran que lo que tenemos que hacer en la vida es hacer grandes estudios, todos no estaríamos capacitados para ello. Si nos dijeran que tenemos que dedicarnos a los negocios, muchos diríamos que no valemos para eso. Si nos dijeran que… Pero amar, lo que se dice amar, lo sabemos hacer todos, lo podemos todos. Por eso se suele comparar la vida cristiana con una cruz: ésta se compone de dos palos: uno vertical y otro horizontal. El vertical mira a Dios; el horizontal, a los hermanos. Si falta un palo, ya no hay cruz. Por eso la célebre discusión en la que uno dice que lo más importante es la relación con Dios, ir a Misa, frente al otro que dice que lo realmente importante es el amor al prójimo, ayudar a los pobres, no tiene sentido… Son necesarios los dos mandamientos, las dos cosas.
Y, como siempre, para los cristianos, Jesucristo es el modelo perfectísimo del verdadero amor. Nadie ha amado al Padre y a los hermanos como Él.
Y ¿no es el amor el que pone a la Iglesia, cada día, en “Pie de Misión”?
DOMINGO 30º DEL TIEMPO ORDINARIO A
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
El Señor se nos manifiesta ahora como defensor de los más débiles: el extranjero, el huérfano, la viuda, el pobre. Escuchemos.
SEGUNDA LECTURA
Continuamos hoy con la Lectura de la primera Carta a los cristianos de Tesalónica, una ciudad de Grecia, que comenzábamos el domingo pasado. Lo que S. Pablo dice de aquellos primeros cristianos, ¿podría decirlo también de nosotros?
TERCERA LECTURA
Jesús nos señala en el Evangelio, cuál es el núcleo, el resumen de toda la Ley y los profetas: amar a Dios y amar al prójimo.
Pero antes de escuchar el Evangelio, cantemos, de pie, el aleluya,
COMUNIÓN
Amar a Dios con todo el corazón y a nuestros hermanos como Jesucristo nos amó, no es siempre fácil. Por eso Jesucristo, el Señor, nos invita a esta Mesa Santa, y nos ofrece su Cuerpo y su Sangre como alimento y fuerza para que podamos amar a Dios y a nuestros hermanos como Él nos enseñó con su palabra y con su ejemplo.
Texto completo de la audiencia general del miércoles 22 de octubre de 2014. (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas, buenos días
cuando se quiere evidenciar cómo los elementos que componente una realidad están estrechamente unidos el uno al otro y formen una sola cosa, se usa a menudo la imagen del cuerpo. A partir del apóstol Pablo, esta expresión ha sido aplicada a la Iglesia y ha sido reconocida como su rasgo distintivo más profundo y más bello. Hoy, entonces, queremos preguntarnos: ¿en qué sentido la Iglesia forma un cuerpo? ¿Y por qué es definida 'cuerpo de Cristo'?
En el libro de Ezequiel se describe una visión un poco particular, impresionante, pero capaz de infundir confianza y esperanza en nuestros corazones. Dios muestra al profeta una extensión llena de huesos, separados los unos de los otros y resecos. Un escenario desolador imaginarse toda una llanura llena de huesos. Dios le pide invocar sobre ellos el Espíritu. Y en ese momento los huesos se mueven, comienzan a acercarse y a unirse, sobre ellos crecen primero los nervios y después la carne y se forma así un cuerpo, completo y lleno de vida.
¡Esta es la Iglesia! Pido, hoy que en casa lean la Biblia, el capítulo 37 del profeta Ezequiel, sin olvidarse de leer esto. Es precioso. Es una obra maestra, la obra maestra del Espíritu, el cual infunde en cada uno la vida nueva del Resucitado y nos pone uno junto al otro, uno al servicio y apoyando al otro, haciendo así de todos nosotros un solo cuerpo, edificado en la comunión y en el amor.
Sin embargo, la Iglesia no es solamente un cuerpo edificado en el Espíritu. ¡La Iglesia es el cuerpo de Cristo! Es extraño pero es así. Y no se trata sencillamente de un forma de hablar: ¡lo somos realmente! ¡Es el gran don que hemos recibido el día de nuestro Bautismo! En el sacramento del Bautismo, de hecho, Cristo nos hace suyos, acogiéndonos en el corazón del misterio de la cruz, el misterio supremo de su amor por nosotros, para hacernos después resurgir con Él, como nuevas criaturas. Así nace la Iglesia, y ¡así la Iglesia se reconoce cuerpo de Cristo! El Bautismo constituye un verdadero renacimiento, que nos regenera en Cristo, nos hace parte de Él, y nos une íntimamente entre nosotros, como miembros del mismo cuerpo, del cual Él es la cabeza.
La que surge entonces es una profunda comunión de amor. En este sentido, es iluminador como Pablo, exhortando a los mártires a "amar a las mujeres como al propio cuerpo", afirme: "Como también Cristo hace con la Iglesia, ya que somos miembros de su cuerpo". Que bonito si recordáramos más a menudo lo que somos, lo que ha hecho con nosotros el Señor Jesús. Somos su cuerpo, ese cuerpo que nada ni nadie puede arrancar de Él, y Él recubre con toda su pasión y su amor, precisamente como un esposo a su esposa.
Este pensamiento, sin embargo, debe hacer resurgir en nosotros el deseo de corresponder al Señor y de compartir su amor entre nosotros, como miembros vivos de su mismo cuerpo. En el tiempo de Pablo, la comunidad de Corinto encontraba muchos dificultades en este sentido, viviendo, como a menudo también nosotros, la experiencia de las divisiones, de las envidias, de las incomprensiones y de las marginaciones.
Todas estas cosas no van bien, porque en vez de edificar y hacer crecer la Iglesia como cuerpo de Cristo, la fracturan en muchas partes, la desmiembran. Y esto también sucede en nuestros días ¿no? Pensemos en las comunidades cristianas, en algunas parroquias, en nuestros barrios, ¡cuántas divisiones, cuántas envidas, cuánto se habla mal, cuánta incomprensión y marginación! Y esto ¿qué hace? Nos desmiembra entre nosotros. Es el inicio de la guerra. La guerra no comienzan en el campo de batalla. Las guerras comienzan en el corazón, con estas incomprensiones, divisiones, envidias, con esta lucha entre los otros. Y esta comunidad de Corintio era así. Eran campeones de esto.
El apóstol ha dado a los Corintos algunos consejos concretos que valen también para nosotros. No ser celosos, sino apreciar en nuestras comunidades los dones y las cualidades de nuestros hermanos. Pero los celos, 'pero mira, ese ha comprado un coche' y yo siento aquí los celos. 'Este ha ganado la lotería' y los celos. 'A este le va bien con esto' y otros celos. Esto desmiembra, hace mal, no se debe hacer. Porque los celos crecen, crecen y llenan el corazón. Y un corazón celoso, es un corazón ácido, un corazón que en vez de sangre parece que tiene vinagre, un corazón que nunca es feliz, un corazón que desmiembra la comunidad.
Pero ¿qué debo hacer? Apreciar en nuestras comunidades los dones y cualidades de los otros, de nuestros hermanos. Pero cuando me vienen los celos, que nos vienen a todos, todos, todos somos pecadores, cuando me vienen los celos decir: 'Gracias Señor porque le has dado esto a esa persona'
Apreciar las cualidades y contra las divisiones hacerse cercanos y participar en los sufrimientos de los últimos y de los más necesitados; expresar la propia gratitud a todos. Decir gracias, es un corazón bueno, un corazón noble, un corazón que está contento porque sabe decir gracias. Y pregunto, todos nosotros, ¿sabemos decir siempre gracias? Eh, no siempre, porque las envidias, los celos, nos frenan un poco.
Y, por último, este es el consejo que el apóstol Pablo da a los corintios y también debemos darnos nosotros unos a otros: no considerar a nadie superior a los otros. ¿Cuánta gente se siente superior a los otros? También nosotros decimos muchas veces decimos como ese fariseo de la parábola, 'te doy gracias Señor porque no soy como ese, soy superior'. Pero esto es feo, no hacerlo nunca. Y cuando te viene esto, acuérdate de tus pecados, de esos que nadie conoce. Vergüenza delante de Dios y decir 'Señor tu sabes quien es superior, yo cierro la boca'. Y esto hace bien.
Y siempre en la caridad considerarse miembros los unos de los otros, que viven y se donan en beneficio de todos.
Queridos hermanos y hermanas, como el profeta Ezequiel y como el apóstol Pablo, invocamos también nosotros al Espíritu Santo, para que su gracia y la abundancia de sus dones nos ayuden a vivir realmente como cuerpo de Cristo, unidos, como familia, una familia que es el Cuerpo de Cristo y como signo visible y bello de su amor.
(Traducción realizada por ZENIT)
Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (Domingo 19 de octubre de 2014 - Vigésimo noveno del tiempo ordinario) (AICA)
La esperanza es una sola
Los fariseos se reunieron entonces para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones. Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: "Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque tú no te fijas en la categoría de nadie. Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?". Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: "Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa? Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto". Ellos le presentaron un denario. Y él les preguntó: "¿De quién es esta figura y esta inscripción?". Le respondieron: "Del César". Jesús les dijo: "Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios" (San Mateo 22, 15-21).
¡Qué sintético y claro es Jesús! Es el hombre de los dos reinos, el del cielo y el de la tierra, en Él no hay dicotomías, tampoco hay fusión, no es una sola cosa. No puedo decir “porque sigo a Dios no me ocupo de lo ciudadano o de las cosas de la sociedad”, tampoco decir “sólo me ocupo de lo ciudadano, lo cívico, y no me ocupo de Dios”.
Esto quiere decir que no hay dos realidades, sino hay una sola y que hay una jerarquía, un orden establecido. No existen dos esperanza, por así decirlo, una terrena y la otra celestial. La esperanza es una sola pero mira la realidad de cada cosa. A través del compromiso cristiano uno anticipa la realidad terrestre.
Para llegar al cielo tengo que vivir bien en la tierra. Por eso no hay dicotomía, ni esquizofrenia, ni separación, pero sí hay un orden y una subordinación de jerarquías. Primero Dios y después la sociedad, la nación, las personas. Nunca Dios va a ser excusa para que uno vaya en contra de la sociedad o en contra del hombre. Todo lo contrario: la cercanía de Dios es la garantía de que uno respete a los hombres. La cercanía y el reconocimiento de Dios nos hacen vivir más plenamente. Podemos decirlo de esta manera: somos hijos de Dios pero hermanos entre nosotros, por lo tanto, para ser un buen hijo hay que ser un buen hermano.
Que demos al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios pero hagámoslo con una jerarquía de valores, donde cada cosa tenga su lugar, sea bien estimada y ponderada. Pero tengamos en cuenta que en este tiempo, a la gente no le gusta la idea de la participación, ni de la filiación, ni de la paternidad, ni de la fraternidad.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
Avanzar en su clarificación a la luz de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia. (Zenit.org)
Simposio de teología india
Por Felipe Arizmendi Esquivel
VER
Se está llevando a cabo en nuestra diócesis el V Simposio de Teología India, sobre Revelación de Dios y Pueblos Originarios. Su objetivo general es proseguir el camino de profundización de los contenidos doctrinales de la Teología India, para avanzar en su clarificación, a la luz de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia. Este objetivo se inspira en lo que el Papa Benedicto XVI escribió, cuando era aún prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, al Cardenal Francisco Javier Errázuriz, entonces Presidente del CELAM (26 de julio de 2004). Este es un tema delicado y fronterizo, sobre el cual se ha procurado dialogar entre los impulsores de esta Teología y el Magisterio eclesial, siempre en comunicación con dicha Congregación.
Los objetivos específicos son: Compartir y dialogar los diferentes elementos de la Revelación en la Palabra de Dios y en sus diversas manifestaciones en las culturas originarias de América Latina. Avanzar en la clarificación de algunos puntos cuestionados de la revelación de Dios en los pueblos originarios. Celebrar la fe con expresiones propias de los pueblos originarios.
Los títulos de las conferencias son: Escritura: Palabra de Dios y Palabras indígenas. Manifestación de Dios en los cambios culturales de los pueblos originarios. Los nombres de Dios en los pueblos originarios. ¿Cómo descubro a Dios en la vida de mi pueblo? La Revelación en la Teología Católica, por un Delegado de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Dei Verbum y Verbum Domini en perspectiva indígena. ¿Revelación de Dios en las culturas originarias?Mi experiencia de Dios en la vida de mi pueblo. Revelación y pueblos originarios. Cuestiones disputadas. Caminos abiertos en la teología de la revelación. La Sagrada Escritura en la Vida de los pueblos originarios. Las Palabras de Dios en mi vida y en la vida y el martirio de mi pueblo.
Participan obispos delegados por sus conferencias episcopales, religiosas, laicos y sacerdotes de los diversos países latinoamericanos que tienen población indígena.
PENSAR
Este es un tema polémico, pues nos obliga a pensar con otras categorías y otros métodos, propios de los pueblos originarios, que contrastan con nuestra teología tradicional. Sin embargo, el Papa Francisco nos anima a abrirnos a otras culturas, para que en ellas se haga presente la plenitud de la revelación en Cristo.
Dice en Evangelii gaudium: “Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Denles ustedes de comer!» (EG 49).
“La gracia supone la cultura, y el don de Dios se encarna en la cultura de quien lo recibe” (EG 115). “El cristianismo no tiene un único modo cultural. En los distintos pueblos, que experimentan el don de Dios según su propia cultura, la Iglesia expresa su genuina catolicidad y muestra la belleza de este rostro pluriforme. Toda cultura propone valores y formas positivas que pueden enriquecer la manera de anunciar, concebir y vivir el Evangelio” (EG 116).
“No haría justicia a la lógica de la encarnación pensar en un cristianismo monocultural y monocorde. El mensaje revelado no se identifica con ninguna cultura y tiene un contenido transcultural. El mensaje que anunciamos siempre tiene algún ropaje cultural, pero a veces en la Iglesia caemos en la vanidosa sacralización de la propia cultura, con lo cual podemos mostrar más fanatismo que auténtico fervor evangelizador” (EG 117).
“Una sola cultura no agota el misterio de la redención de Cristo” (EG 118). “La teología tiene gran importancia para hacer llegar la propuesta del Evangelio a la diversidad de contextos culturales” (EG 133).
ACTUAR
Que el Espíritu nos guíe, para que seamos fieles a Jesucristo y a su Iglesia, en las diferentes culturas donde estamos sembrados. Que tengamos apertura, para descubrir y desarrollar allí su presencia, hasta su plena madurez en Cristo.
El papa Francisco ha presidido el domingo, 19 de Octubre de 2014, en la plaza de San Pedro, a las 10.30, la misa en ocasión de la clausura del Sínodo de los Obispo, sobre el tema "Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización con el rito de la beatificación del Siervo de Dios el Papa Pablo VI. (Zenit.org)
A continuación la homilía del Santo Padre:
Acabamos de escuchar una de las frases más famosas de todo el Evangelio: «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».
Jesús responde con esta frase irónica y genial a la provocación de los fariseos que, por decirlo de alguna manera, querían hacerle el examen de religión y ponerlo a prueba. Es una respuesta inmediata que el Señor da a todos aquellos que tienen problemas de conciencia, sobre todo cuando están en juego su conveniencia, sus riquezas, su prestigio, su poder y su fama. Y esto ha sucedido siempre.
Evidentemente, Jesús pone el acento en la segunda parte de la frase: «Y [dar] a Dios lo que es de Dios». Lo cual quiere decir reconocer y creer firmemente –frente a cualquier tipo de poder- que sólo Dios es el Señor del hombre, y no hay ningún otro. Ésta es la novedad perenne que hemos de redescubrir cada día, superando el temor que a menudo nos atenaza ante las sorpresas de Dios.
¡Él no tiene miedo de las novedades! Por eso, continuamente nos sorprende, mostrándonos y llevándonos por caminos imprevistos. Nos renueva, es decir, nos hace siempre “nuevos”. Un cristiano que vive el Evangelio es “la novedad de Dios” en la Iglesia y en el mundo. Y a Dios le gusta mucho esta “novedad”.
«Dar a Dios lo que es de Dios» significa estar dispuesto a hacer su voluntad y dedicarle nuestra vida y colaborar con su Reino de misericordia, de amor y de paz.
En eso reside nuestra verdadera fuerza, la levadura que fermenta y la sal que da sabor a todo esfuerzo humano contra el pesimismo generalizado que nos ofrece el mundo. En eso reside nuestra esperanza, porque la esperanza en Dios no es una huida de la realidad, no es un alibi: es ponerse manos a la obra para devolver a Dios lo que le pertenece. Por eso, el cristiano mira a la realidad futura, a la realidad de Dios, para vivir plenamente la vida –con los pies bien puestos en la tierra– y responder, con valentía, a los incesantes retos nuevos.
Lo hemos visto en estos días durante el Sínodo extraordinario de los Obispos –“sínodo” quiere decir “caminar juntos”–. Y, de hecho, pastores y laicos de todas las partes del mundo han traído aquí a Roma la voz de sus Iglesias particulares para ayudar a las familias de hoy a seguir el camino del Evangelio, con la mirada fija en Jesús. Ha sido una gran experiencia, en la que hemos vivido la sinodalidad y la colegialidad, y hemos sentido la fuerza del Espíritu Santo que guía y renueva sin cesar a la Iglesia, llamada, con premura, a hacerse cargo de las heridas abiertas y a devolver la esperanza a tantas personas que la han perdido.
Por el don de este Sínodo y por el espíritu constructivo con que todos han colaborado, con el Apóstol Pablo, «damos gracias a Dios por todos ustedes y los tenemos presentes en nuestras oraciones» Y que el Espíritu Santo que, en estos días intensos, nos ha concedido trabajar generosamente con verdadera libertad y humilde creatividad, acompañe ahora, en las Iglesias de toda la tierra, el camino de preparación del Sínodo Ordinario de los Obispos del próximo mes de octubre de 2015. Hemos sembrado y seguiremos sembrando con paciencia y perseverancia, con la certeza de que es el Señor quien da el crecimiento.
En este día de la beatificación del Papa Pablo VI, me vienen a la mente las palabras con que instituyó el Sínodo de los Obispos: «Después de haber observado atentamente los signos de los tiempos, nos esforzamos por adaptar los métodos de apostolado a las múltiples necesidades de nuestro tiempo y a las nuevas condiciones de la sociedad» (Carta ap. Motu proprio Apostolica sollicitudo).
Contemplando a este gran Papa, a este cristiano comprometido, a este apóstol incansable, ante Dios hoy no podemos más que decir una palabra tan sencilla como sincera e importante: Gracias. Gracias a nuestro querido y amado Papa Pablo VI. Gracias por tu humilde y profético testimonio de amor a Cristo y a su Iglesia.
El que fuera gran timonel del Concilio, al día siguiente de su clausura, anotaba en su diario personal: «Quizás el Señor me ha llamado y me ha puesto en este servicio no tanto porque yo tenga algunas aptitudes, o para que gobierne y salve la Iglesia de sus dificultades actuales, sino para que sufra algo por la Iglesia, y quede claro que Él, y no otros, es quien la guía y la salva». En esta humildad resplandece la grandeza del Beato Pablo VI que, en el momento en que estaba surgiendo una sociedad secularizada y hostil, supo conducir con sabiduría y con visión de futuro –y quizás en solitario– el timón de la barca de Pedro sin perder nunca la alegría y la fe en el Señor.
Pablo VI supo de verdad dar a Dios lo que es de Dios dedicando toda su vida a la «sagrada, solemne y grave tarea de continuar en el tiempo y extender en la tierra la misión de Cristo», amando a la Iglesia y guiando a la Iglesia para que sea «al mismo tiempo madre amorosa de todos los hombres y dispensadora de salvación».
Cudad del Vaticano (Agencia Fides) Con motivo de la Jornada Misionera Mundial que este año cae el domingo 19 de octubre, la Agencia Fides presenta come de costumbre, algunas estadísticas escogidas para ofrecer un cuadro panorámico de la Iglesia misionera en el mundo. L Las tablas se han extraído del último «Anuario Estadístico de la Iglesia» publicado ((actualizado al día 31 de diciembre de 2012) y conciernen a los miembros de la Iglesia, sus estructuras pastorales, las actividades en el campo sanitario, asistencial y educativo. Entre paréntesis está indicada la variación, aumento (+) o disminución (-) con respecto del año anterior, según la comparación efectuada por la Agencia Fides.
A día 31 de diciembre de 2012 la población mundial era igual a 7.023.377.000 personas, con un aumento de 90.067.000 unidades respecto al año anterior. El aumento global este año también incluye a todos los continentes: los aumentos más consistente, una vez más, son en Asia (+51.473.000) y África (+26.664.000), seguidos por América (+8.639.000), Europa (+2.977.000) y Oceanía (+314.000).
En la misma fecha del 31 de diciembre de 2012 el número de católicos era igual a 1.228.621.000 unidades con un aumento total de 15.030.00 personas con respecto al año anterior. El aumento interesa a todos los continentes y el más marcado es América (+6.509.000) y África (+4.920.000), seguidos por Asia (+2.403.000), Europa (+1.122.000) y Oceanía (+76.000).
El porcentaje de los católicos ha disminuido ligeramente de un 0,01%, situándole al 17,49%. Con respecto a los continentes, se han registrado aumentos en África (+ 0,12) y Asia (+ 0,01) las disminuciones se refieren a Europa (-0,01) y Oceanía (-0,02), África permanece estable.
Las estaciones misioneras con sacerdote residente son complesivamente 1.847 (65 más con respecto al año anterior) y registran aumentos en América (+31), Asia (+51) y Oceanía (+11); disminuciones en África (-23) y Europa (-5). Las estaciones misioneras sin sacerdote residente también han disminuido este año de 658 unidades,alcanzando el número de 130.795. Aumentan en África (+1.152) y Asia (+433), mientras disminuyen en América (-2.038), Europa (-4) y Oceanía (-201).
El número total de sacerdotes en el mundo ha aumentado de 895 unidades con respecto al año anterior, alcanzando una cuota de 414.313. Se señala una vez más una disminución notable en Europa (- 1.375) y en una medida más leve en América (-90) y Oceanía (-80), mientras que los aumentos se dan en África (+1.076) y Asia (+1.364).
también se confirma la tendencia a la disminución global de las religiosas, que este año ha sido aún más marcado (10.677), llegando en total al número de 702.529. Los aumentos son, otra vez, en África (+727) y Asia (+2.167), las disminuciones en América (4.288), Europa (-9.051) y Oceanía (232).
El número de Misioneros laicos en el mundo es de 362.488 unidades, con una disminución global de 19.234 unidades y aumentos por continentes en África (+324) y Europa (+71). Disminuciones en África (-578), América (-18.794) y Oceanía (-257).
Los Catequistas en el mundo han aumentado en total en 45.408 unidades, llegando a la cifra de 3.170.643. El único aumento consistente se registra en Asia (+61.913), mientras las disminuciones afectan a todos los demás continentes: África (-7.254), América (-4.090), Europa (-4.341), Oceanía (-820).
En el campo de la instrucción y la educación la Iglesia administra en el mundo 71.188 escuelas infantiles frecuentadas por 6.728.670 alumnos; 95.246 escuelas primarias con 32.299.669 alumnos; 43.783 institutos secundarios con 18.869.237 alumnos. Además sigue a 2.381.337 alumnos de las escuelas superiores y a 3.103.072 estudiantes universitarios. os institutos de beneficencia y asistencia administrados en el mundo por la Iglesia son en total: 115.352.
Las circunscripciones eclesiásticas dependientes de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (Cep) a fecha del 8 de octubre de 2014 son en total 1.109, La mayor parte de las circunscripciones eclesiásticas dependientes de Propaganda Fide se encuentran en África (507) y en Asia (476). Seguidas de América (80) y Oceanía (46).. (SL) (Agencia Fides 17/10/2014)
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El texto completo del Epecial:
http://www.fides.org/spa/attachments/view/file/STATISTICHE_Ottobre_2014_sp.doc
La alegría de Evangelizar por Mons. Enrique Díaz Diaz.
SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 16 de octubre de 2014 (Zenit.org)
Domingo Mundial de las Misiones
Isaías 56, 1. 6-7: “Mi templo será casa de oración para todos los pueblos”
Salmo 66: “Que todos los pueblos conozcan tu bondad”
I Timoteo 2, 1-8: “Dios quiere que todos los hombres se salven”
San Mateo 28, 16-20: “Vayan y hagan discípulos a todos los hombres”
Como una bocanada de viento fresco suenan las palabras del Papa Francisco motivando, exigiendo y ordenando una nueva actitud frente al Evangelio y a la misión evangelizadora. “Quiero invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría”. “Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal: la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Ojalá el mundo actual pueda recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradie el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo”. “Prefiero una Iglesia accidentada por salir, que podrida por encerrarse”. Son algunas de las palabras del Papa, como si quisiera empujar a todos los cristianos a una permanente misión llena de alegría y entusiasmo.
La misión evangelizadora brota espontánea y exigente del cristiano que se ha encontrado con Jesús. Quien ha encontrado a Jesús no puede permanecer indiferente o pasivo frente a la ingente multitud que sufre, llora y camina sin Jesús. Hoy interrumpimos la secuencia ordinaria de los domingos, para celebrar, en todo el mundo, el Domingo de las Misiones. La intención es tomar conciencia de nuestra responsabilidad en la tarea que tenemos como discípulos de Jesús, y de nuestro compromiso serio para que su Evangelio llegue a todas partes. ¿Por qué una misión de parte de los católicos? No se trata simplemente de buscar ganar más adeptos o ser una organización más poderosa. Sino que se busca con el testimonio contagiar y compartir la fe viva que hay en cada uno de nosotros. Si nos hemos enamorado de Cristo, si se ha metido en nuestra vida y nos ha subyugado con su proyecto del Reino, si hemos experimentado su amor grande por cada uno de nosotros, no podemos menos que anunciarlo y llevarlo a todas partes como un regalo que se ofrece gratuitamente, simplemente porque se tiene el corazón lleno de la alegría que produce seguir a Jesús.
Hoy contemplamos nuestro México desgastado por la incoherencia, por las injusticias, por el temor y la angustia con que se mira el futuro, y la tentación es el desaliento y el pesimismo. Y llegan hasta nosotros las palabras del Papa Francisco advirtiéndonos que esta actitud fatalista y derrotista es una de las peores tentaciones que nos pone el demonio. El Evangelio puede más que el mal y Cristo Resucitado ha vencido las tinieblas. El verdadero cristiano tiene fe a pesar de las dificultades. Cuando más fuerte crece el mal, más se nos exige ser coherentes y sembrar esperanza. A nosotros nadie nos ataca abiertamente, no somos perseguidos por nuestra fe, pero vivimos en medio de constantes amenazas a la verdadera vida y puede seguir creciendo el pesimismo. Hoy como cristianos tenemos que dar nuestra palabra de esperanza. La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son aquellos que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás. Hoy es día de la “misión”, es decir hoy es un día para recordar y vivir a plenitud la vida que Cristo nos ha regalado. Un tesoro tan grande no lo podemos mantener escondido. Quien verdaderamente ama no lo puede disimular, lleva la sonrisa en los labios.
“Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie”. Queremos expresar la alegría de ser discípulos del Señor y de haber sido enviados con el tesoro del Evangelio. Ser cristiano no es una carga sino un don: Dios Padre nos ha bendecido en Jesucristo su Hijo, Salvador del mundo. La alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del Reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde del camino, pidiendo limosna y compasión. La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios.
Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro empeño; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo con gozo no es una obligación sino una alegría. Ante una vida sin sentido, Jesús nos revela la vida íntima de Dios en su misterio más elevado, la comunión trinitaria: Dios es una familia y nos invita a participar plenamente de ella. Es tal el amor de Dios, que hace del hombre su morada: “Vendremos a él y viviremos en él”. Ante la desesperanza de un mundo sin Dios, que sólo ve en la muerte el término definitivo de la existencia, Jesús nos ofrece la resurrección y la vida eterna en la que Dios será todo en todos. Ante la idolatría de los bienes terrenales, Jesús presenta la vida en Dios como valor supremo y hace realidad las palabras proféticas de Isaías: “Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse”.
“Dios quiere que todos los hombres se salven” nos asegura San Pablo, por tanto la misión no es solamente pensar en los países lejanos donde todavía no se conoce a Jesús, aunque también esto debemos hacer y para ello debemos colaborar. La misión es llevar a Cristo a toda persona que lo necesite, al que está cercano, al que no ha experimentado su amor. El Papa Francisco insiste en que cerca de nosotros hay rincones y periferias que anhelan la presencia de Jesús y nosotros somos responsables de hacerlo presente en esos sitios y para esas personas. Hoy es día de las misiones: hoy es día de llevar a Jesús por todo nuestro mundo con nuestras palabras pero sobre todo con nuestras acciones. ¿Cómo lo estamos haciendo? ¿Alguien se ha convertido viendo nuestra vida y nuestra alegría de compartir y de anunciar?
Que la alegría de tu Evangelio, Señor, de tal manera inunde nuestros corazones que nos transformemos en discípulos misioneros que transmitan Vida Nueva a nuestros pueblos. Amén.
Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)
Comentario a la liturgia dominical
Domingo XXIX Ciclo A Textos: Isaías 45, 1, 4-6; 1 Tes 1, 1-5; Mateo 22, 15-21
Idea principal: Al César el tributo y a Dios el culto, que no al revés.
Resumen del mensaje: El evangelio no aparta a los cristianos de la política, sino que quiere que el cristiano participe con especial responsabilidad y testimonio de la construcción del bien común. Lo difícil para un cristiano es cómo fundamentar en el evangelio este compromiso, es decir, cómo unirlo al compromiso religioso para que no se perpetúe aquella nefasta separación entre fe y praxis, entre el tributo que debemos dar a Dios y el tributo que debemos dar a César. La Palabra de Dios nos ayuda hoy a este problema.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, la Palabra de Jesús afirma que el Reino de Dios y el del César no se excluyen, como pensaban los judíos. Ahora bien, Jesús deja bien claro que el poder político y militar son radicalmente relativizados, mientras que el Reino de Dios es absoluto. La pregunta que le hicieron los fariseos y herodianos no era una pregunta, sino un cepo lobero: si Jesús dice que no paguen al César, se juega la cabeza; pero si dice que paguen, se juega el prestigio y, con él, su campaña electoral por el reinado de los cielos. La pregunta era una hipocresía, una tentación. Tentación de idolatría. La moneda del tributo era el denario, que llevaba la inscripción “Tiberius divus et pontifex máximus” (Tiberio, dios y sumo pontífice). Y el segundo mandamiento del decálogo decía: “No esculpirás imagen alguna, nada que se parezca a lo que hay arriba en el cielo…” (Ex 20, 4; Dt 4, 15-20). Por eso Jesús: al César lo suyo, que es la obediencia a la autoridad, y lo suyo a Dios, que es la adoración. Velas, una y sólo a Dios. Nos previene del fanatismo, absolutización y sacralización de la política.
En segundo lugar, ¿cómo se debe comportar entonces un cristiano, un discípulo de Cristo delante del reino del César, es decir, delante del Estado y del orden constituido? ¿Obediencia o libertad? Este es el dilema de siempre. El Nuevo Testamento resuelve este dilema: el discípulo de Cristo queda libre no sólo para resistir al Estado, sino también para obedecerle. El Estado no es un absoluto, un poder divino, como era antes de la venida de Cristo. Cristo modificó el concepto de poder y lo sustituye por el servicio. ¿Lo entienden hoy nuestros césares o gobernantes? El discípulo de Cristo puede aceptar el poder estatal en libertad, sin miedo de caer en Estado-latría, o sea en culto al estado o al emperador. Sólo dará su tributo al César cuando tiene conciencia de que será un compromiso justo para la transformación de la sociedad, cuando tiene conciencia de que su colaboración con las leyes, los votos y los impuestos será constructiva.
Finalmente, ¿cuándo es que un discípulo de Cristo debe decir “no” al poder estatal y resistirle? ¿Cuándo la libertad debe prevalecer sobre la obediencia? También el Nuevo Testamento responde: cuando está en juego la propia fe, es decir, cuando el Estado se desvía de los planos de Dios y se erige de nuevo como absoluto, como era antes de Cristo, y no permite más “dar a Dios lo que es de Dios”. No debemos dar nuestro voto a políticos vividores, insolventes, corrompidos y corruptores, golfos con dinero de nuestros impuestos, gobernantes prepotentes, totalitarios antidemócratas, que absolutizan al Estado. No demos nuestro voto a gobernantes que emiten o proponen leyes en contra del bien común, que atacan el matrimonio, a la familia, a la vida, a la libertad de enseñanza, a la propiedad privada, al hombre y a Dios. Esta situación se repite hoy, en algunos regímenes políticos, donde la Iglesia es forzada al silencio y el cristiano no puede –no debe- con toda su lealtad decir un “sí” incondicional a tal Estado. El cristiano se encuentra en un verdadero estado de persecución.
Para reflexionar: ¿Somos conscientes de que “dar a Dios lo que es de Dios” significa devolverle su absoluto poder legislativo, ejecutivo, judicial, que está por encima de todos los parlamentos, gobiernos, partidos y Estados del mundo? ¿Hemos devuelto a Dios el título de propiedad exclusiva de todos los bienes de la creación y nos contentamos con el título que tenemos, el de administradores de esos bienes, ejerciendo su función social: pan, trabajo, dinero, bienes…de Dios para todos? Pensemos en esta frase de san Agustín: “Deo, ait, reddendus est christianus amor, régibus humanus timor” (Lib I contra Epist Parm, c. 7: a Dios hay que darle el amor cristiano, a los reyes el temor humano).
Para rezar: Quiero rezar con Calderón de la Barca: “Al rey, la hacienda y la vida se ha de dar; pero el honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios”. Señor, ayúdame a darte mi adoración, y al estado, mi respeto, mi oración y mi sumisión en todo aquello que respete tu santa Ley. Pero cuando el estado me pida cosas en contra de tu santa Ley, dame la fuerza para decir “no”, aunque eso signifique la proscripción, la defenestración y el martirio.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
Reflexión a las lecturas del domingo veintinueve del Tiempo Ordinario - A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 29º del T. Ordinario A
Después de la Entrada de Jesús en Jerusalén, se va acrecentando la conjura, la oposición de unos y otros, hasta llevarle a la Cruz. Contemplamos en el Evangelio cómo algunos se acercan a Cristo con alguna pregunta capciosa para comprometerle y poder acusarle. Este domingo el Evangelio nos presenta ésta : “¿Qué opinas? ¿Es lícito pagar el tributo al César o no?”.
En tiempos de Jesús, Palestina se encontraba bajo la dominación de Roma. Ya sabemos que la inmensa mayoría de los judíos era contraria a esta situación. Muchos pensaban que, cuando viniera el Mesías, aquello se acabaría. Algunos, por el contrario, se aliaban con el dominador y cobraban los impuestos. Eran los publicanos.
Es fácil darnos cuenta de la dificultad que tiene la pregunta que le hacen a Jesucristo: si dice que sí hay que pagar el tributo al César, quedaba mal con los judíos que, como decía, anhelaban la libertad y la independencia de Roma; si decía que no había que pagar, aparecía como contrario a las autoridades romanas. El Señor se da cuenta de “su mala voluntad” y les dice: “¡Hipócritas! ¿Por qué me tentáis?” Y, al mismo tiempo, les da una respuesta sorprendente, llena de sabiduría humana y divina: “Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Esta respuesta de Jesucristo ha cruzado la historia, y ha entrado en el lenguaje común cuando se trata de la relación entre la religión y la política, que siempre despierta recelos y divergencias entre unos y otros. Y además, ¡cuántas enseñanzas entrañan estas palabras del Señor! Veamos:
“Pagadle al César lo que es del César”. Los apóstoles, siguiendo el ejemplo y las enseñanzas del Señor, decían a los cristianos que “toda autoridad viene de Dios”, y, por tanto, hay que obedecer sus disposiciones y contribuir al bien común, siempre que no entren en contradicción con los valores del Reino (Rom 13, 1). Que el gobernante es “un servidor de Dios para hacer justicia y castigar al que obra mal” (Rom 13, 4). Que hay que dar “a cada cual lo que se debe: a quien impuestos, impuestos, a quien tributo, tributo, a quien respeto, respeto, a quien honor, honor” (Rom 13,7). Y, en algunas ocasiones, piden a los cristianos que se haga oración por los que gobiernan (1Tim 2,1-4). Por tanto, los discípulos de Jesucristo nunca somos sospechosos de no dar a las autoridades la ayuda y consideración que merecen. ¡Y cuántas cosas nos recuerda la otra expresión: “Pagadle a Dios lo que es de Dios”! También tenemos deberes para con Dios. El deber más importante es reconocer a Jesucristo, como el Hijo de Dios, el Mesías, que tenía que venir. Y seguirle. Luego, debemos dar a Dios la adoración, la acción de gracias, la alabanza, que merece. A esta relación con el Padre del Cielo, la solemos llamar “virtud de la piedad”, que es la que regula las relaciones de familia, porque hemos sido constituidos, por el Bautismo, “miembros de la familia de Dios” (Ef 2,19).
Y Jesucristo es el maravilloso ejemplo de relación con Dios y con el César. Los cristianos tenemos que recordar siempre su advertencia: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás vendrá por añadidura” (Mt 6, 33).
El día del Domund nos anima a ponerlo en práctica.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 29º DEL TIEMPO ORDINARIO A
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Escucharemos ahora cómo Dios pone su confianza en un rey extranjero, Ciro. Así subraya que su poder se extiende por todas las naciones. Será Ciro el que libere al pueblo de Israel del destierro de Babilonia.
SEGUNDA LECTURA
La segunda Lectura de hoy es el comienzo de la primera Carta de S. Pablo a los cristianos de Tesalónica, que es, seguramente, el escrito más antiguo del Nuevo Testamento. Iremos escuchando textos de esta Carta hasta el último domingo del Año Litúrgico.
TERCERA LECTURA
Después de la Entrada de Jesús en Jerusalén se va acrecentando la conjura y la oposición, hasta llevarlo a la Cruz. Algunos le hacen preguntas capciosas para tener de qué acusarlo. Hoy escuchamos la que le hacen sobre el tributo al César.
Aclamémosle ahora con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
En la Comunión nos acercamos a Jesucristo. Pero ¡cuántas formas hay de acercarse a Él! En el Evangelio hemos contemplado cómo algunos se acercan a Jesús para tenderle una trampa. Veamos cómo nos acercamos nosotros a Él en la Comunión.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo vientiocho del Tiempo Ordinario - A
LOS POBRES SON DE DIOS
A espaldas de Jesús, los fariseos llegan a un acuerdo para prepararle una trampa decisiva. No vienen ellos mismos a encontrarse con él. Le envían a unos discípulos acompañados por unos partidarios de Herodes Antipas. Tal vez, no faltan entre estos algunos poderosos recaudadores de los tributos para Roma.
La trampa está bien pensada: “¿Es lícito pagar impuestos al César o no?”. Si responde negativamente, le podrán acusar de rebelión contra Roma. Si legitima el pago de tributos, quedará desprestigiado ante aquellos pobres campesinos que viven oprimidos por los impuestos, y a los que él ama y defiende con todas sus fuerzas.
La respuesta de Jesús ha sido resumida de manera lapidaria a lo largo de los siglos en estos términos: “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Pocas palabras de Jesús habrán sido citadas tanto como éstas. Y ninguna, tal vez, más distorsionada y manipulada desde intereses muy ajenos al Profeta, defensor de los pobres.
Jesús no está pensando en Dios y en el César de Roma como dos poderes que pueden exigir cada uno de ellos, en su propio campo, sus derechos a sus súbditos. Como todo judío fiel, Jesús sabe que a Dios “le pertenece la tierra y todo lo que contiene, el orbe y todos sus habitantes” (salmo 24). ¿Qué puede ser del César que no sea de Dios? Acaso los súbditos del emperador, ¿no son hijos e hijas de Dios?
Jesús no se detiene en las diferentes posiciones que enfrentan en aquella sociedad a herodianos, saduceos o fariseos sobre los tributos a Roma y su significado: si llevan “la moneda del impuesto” en sus bolsas, que cumplan sus obligaciones. Pero él no vive al servicio del Imperio de Roma, sino abriendo caminos al reino de Dios y su justicia.
Por eso, les recuerda algo que nadie le ha preguntado: “Dad a Dios lo que es de Dios”. Es decir, no deis a ningún César lo que solo es de Dios: la vida de sus hijos e hijas. Como ha repetido tantas veces a sus seguidores, los pobres son de Dios, los pequeños son sus predilectos, el reino de Dios les pertenece. Nadie ha de abusar de ellos.
No se ha de sacrificar la vida, la dignidad o la felicidad de las personas a ningún poder. Y, sin duda, ningún poder sacrifica hoy más vidas y causa más sufrimiento, hambre y destrucción que esa “dictadura de una economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano” que, según el papa Francisco, han logrado imponer los poderosos de la Tierra. No podemos permanecer pasivos e indiferentes acallando la voz de nuestra conciencia en la práctica religiosa.
josé Antonio Pagola
Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
19 de Octubre de 2014
29 del Tiempo Ordinario - A
Mt 22, 15-21
Palabras del párroco de Santa Úrsula Mártir en el municipio de Santa Úrsula, Tenerife, al concluir peregrinación con la imagen titular por los barrios durante los días 1 de Septiembre a 12 de Octubre de 2014 con motivo de la celebración del IV Centenario de la fundación de la parroquia.
La peregrinación ha llegado a su meta. La imagen de Santa Úrsula, nuestra Santa Patrona, después de recorrer durante mes y medio todos los barrios del municipio, ya está de nuevo en su templo. Ha devuelto, por así decirlo, en estos días la visita que durante tantos años los fieles le han hecho en su templo.
Empezábamos el 1 de Septiembre con un cierto temor pero llenos de esperanza porque es Dios quien mueve los corazones.
El peregrinar de nuestra Mártir nos ha hecho tomar conciencia que, en el devenir de estos años, “otros” han entrado casi sin querer a formar parte de la vida cotidiana de nuestro pueblo. Junto a la Virgen María en las advocaciones de “El Rosario” que veneramos en nuestro templo parroquial y la virgen de Fátima en el Farrobillo, nos hemos encontrado en el barrio de la Vera con San Clemente, padre apostólico y tercer papa después de San Pedro; en la Tosca de Ana María con San Joaquín y Santa Ana, que tuvieron la suerte de cuidar y tener en su hogar a la Madre de Dios; en Lomo de Hilo y Cantillo nos esperaba Santa Rita, cuyo secreto fue el amor como única fuerza que puede transformar nuestro corazón y el corazón de los semejantes; en la Corujera salía a recibirnos San Bartolomé Apóstol que reconoció a Jesucristo como Hijo de Dios y Mesías esperado; en la subida a Pino Alto nos acompañó la Cruz, signo de identificación de los cristianos; en Tamaide el Santo Hermano Pedro primer santo canario, que con el único equipaje de su fe y su confianza en Dios, surcó el Atlántico para atender a los pobres e indígenas de América; de nuevo nos precedía la Cruz, lugar de salvación, en el Tinglado; y por último, rodeados de cánticos y vivas, con San Luis, rey de Francia, padre de su pueblo y sembrador de paz y de justicia, avanzamos hasta su ermita en el lugar de El Calvario.
Ellos, los santos, pertenecen a esa “nube de testigos que nos envuelve” (He 12, 1-3). Son como lugar donde se comprende, se nutre y crece la Iglesia. Son el fruto más precioso del Evangelio. El Concilio Vaticano II enseña que “en la vida de los santos Dios manifiesta al vivo ante los hombres su presencia y su rostro; en ellos El mismo nos habla y nos ofrece un signo de su reino…” (Lumen Gentium VII, 50).
Como escribió Hans von Balthasar “los santos constituyen el comentario más importante del Evangelio y representan para nosotros una vía real de acceso a Jesús” y son, en palabras de Jean Guitton, como "los colores del espectro en relación con la luz, porque con tonalidades y acentos propios cada uno de ellos refleja la luz de la santidad de Dios”.
Es bueno tener a los santos como amigos en nuestro andar diario. Los santos no son solamente imágenes colocadas en las paredes de una iglesia, estáticas y sin vida y a los que hacemos fiesta una vez al año. Los santos también se mueven y lo hacen a través de nosotros. Toda persona que conozca en profundidad un santo, es decir, que se meta dentro de su vida y en su forma de seguir a Jesucristo no puede permanecer indiferente, no puede seguir como antes. Los santos son iconos de Jesús.
A través de Santa Úrsula y los demás santos, hemos podido constatar cómo Dios, es un Dios cercano, que se deja encontrar, que camina con nosotros, y que nos llama a vivir y a celebrar nuestra fe. Por eso hay algo muy importante que no ha faltado a lo largo de los días de peregrinación: la Eucaristía. Hemos podido meditar como la Eucaristía “debe ser el centro y la vida del cristiano”, pues sin duda que no podemos caminar con hambre bajo el sol. Tampoco ha faltado el rezo del Santo Rosario, es decir, la meditación de los principales misterios o hechos de la vida, muerte y gloria de Jesucristo y de su Santísima Madre.
Por eso al clausurar esta peregrinación con motivo del IV Centenario de la fundación de nuestra parroquia de Santa Úrsula Mártir os invito a dar gracias a Dios y a pedirle que siga haciendo de nuestra parroquia un lugar donde el ejemplo de la Virgen María y de los santos nos conduzca hasta él.
Sebastián García Martín, párroco
Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú, para el 28º domingo del tiempo ordinario (12 de octubre de 2014)
“Señor, tú eres el Dios de quien esperamos la salvación” (Is. 25, 9)
En este domingo la liturgia nos presenta la salvación con la figura de un banquete que se da a los hombres, una fiesta grande y maravillosa a la cual todos somos llamados, por el amor de Dios que no excluye a ninguno. Este festín está unido a la destrucción del dolor y de la muerte, pero se oculta a través de los siglos y se manifestará con la venida del Mesías, donde el Señor enjugará las lágrimas de todos. Pareciera que la destrucción del dolor y de la muerte será en los tiempos futuros, es decir más allá de esta vida. El profeta relata la salvación en los tiempos mesiánicos, cuando se cumplirán las promesas de la salvación y todos estamos destinados a ella (Is. 25,6-8), pero ciertamente, más allá de esta vida, encontrada la salvación en el Mesías. Es en este Mesías, después del dolor y de la muerte, cuando “ya no habrán más lágrimas, dolor y no habrá más muerte” (Ap. 21,4) y cuando veremos a Dios tal cual es, frente a frente y cuando realizadas todas nuestras expectativas de salvación, viviremos en el gozo y en la paz de Dios.
El Evangelio del día (Mt. 22,1-14), nos muestra la salvación a través de la imagen de una boda. Dios, el Señor nos invita a participar de las bodas de su Hijo. La parábola toma el aspecto humano en donde el rey, que es Dios, nos invita a las bodas de su hijo, que es el Mesías, y estas bodas se celebran como es habitual con un banquete y este banquete es la salvación que nos trae el Hijo de Dios hecho hombre. Los siervos enviados a invitar a las gentes, son los profetas y los apóstoles, los invitados que se niegan a venir al banquete son el pueblo judío y todos los que se niegan a responder al llamado del Señor. El evangelista continúa la temática del domingo anterior, en la parábola de los viñadores, en donde se les exigía el fruto de la vid. Aquí nada se exige sino que todo se da, es el amor y la bondad de Dios que se ofrece. Aquí vemos cómo los invitados rechazan el amor de Dios. Es lo que vemos habitualmente, el hombre convencido de que no necesita para nada el amor de Dios y que incluso lo niega porque no lo ve. Son reales las ganancias y las pérdidas en este mundo y el hombre tiene que luchar por las ganancias terrenas y atado a esta vida termina a veces rechazando la vida de Dios. No obstante Dios, el rey, insiste y manda a llamar a todos nuevamente y se llena la sala de fiestas que es la Iglesia, abierta a todos los hombres de la tierra y allí están buenos y malos, puros y pecadores (Ib.10).
Pero, debemos fijar la atención en lo que nos enseña la parábola: el estar invitado y haber entrado a la boda, no significa que ya tengamos la salvación definitiva. En este relato hay uno que no lleva el traje adecuado y es arrojado a las tinieblas. El Señor nos hace ver siempre que el grano de trigo crece con la cizaña, que hay buenos y malos también en el seno de la Iglesia. No basta participar de la vida de la Iglesia, sino que además hay que tener y vivir interiormente las disposiciones debidas y necesarias para la salvación. Y esas disposiciones internas son: vivir en fe, caridad y gracia. No podemos profesar que creemos en Jesucristo y hacer obras en las que Él esté ausente. No podemos cerrarnos en nosotros mismos o quedarnos en nuestros criterios mundanos excluyendo la caridad, impidiendo que llegue a otros el amor de Dios que edifica y transforma todo y a todos.
Es muy común decir que profesamos y servimos a Cristo, pero en el fondo del corazón nos servimos a nosotros mismos y si no hay conversión, la pertenencia a la Iglesia no servirá para la salvación sino para la condena. Es aquí donde entendemos la frase con la que cierra el evangelista la parábola del Señor: “porque muchos son los llamados pero pocos son los elegidos” (Ib.14). Para ser elegidos es necesario profesar los mandamientos del Señor, que se reducen a uno: “amar a Dios con todo el corazón y con toda el alma y al prójimo”. Y de este modo, profesando nuestra fe en Jesucristo y haciendo que nuestras obras hablen de Él, no solamente nos habremos ganado un lugar en la fiesta, sino que habremos sido vestidos -por la gracia y nuestra constancia- con un traje adecuado que nos habilite para participar en las bodas eternas.
Pidamos a María Santísima que interceda por nosotros ante el Señor para que ganemos un lugar en el cielo. Amén
Mons. Marcelo Raúl Martorell, obispo Puerto Iguazú
Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (11 de octubre de 2014) (AICA)
La necesidad de la subsidiariedad
Hoy quiero hablarles de uno de los principios fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia. Estos principios fundamentales son cuatro: la dignidad de la persona humana, el bien común, la subsidiaridad y la solidaridad.
Hoy, precisamente quiero hablarles de la subsidiaridad. Es un poco difícil de pronunciar esta palabra y hay que explicar bien que significa sobre todo si decimos que es un principio fundamental.
Voy a valerme del “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia” que es una publicación que como su título lo indica nos ofrece una síntesis, un resumen, de lo que la Iglesia viene enseñando en materia social por lo menos desde la Encíclica “Rerum Novarum”, de León XIII.
Ahora bien, observemos qué encontramos aquí acerca de la subsidiaridad. Dice: “Es una de las directivas más constantes y características de la Doctrina Social de la Iglesia, que propone tomar en cuenta y cuidar a la familia, a los grupos, a las asociaciones, las realidades territoriales locales, en suma aquellas expresiones asociativas de tipo económico, social, cultural, deportivo, recreativo, profesional, político, a las cuales las personas dan espontáneamente vida y que a su vez, hacen posible un verdadero crecimiento de la vida social. Este es el ámbito de la sociedad civil, allí se ejerce el principio de subsidiaridad.
Se trata entonces de proponer que estas expresiones originarias y espontáneas, libres de asociación civil sean verdaderamente promovidas. El Papa Pío XI, en la Encíclica “Quadragesimo Anno”, fue quien insistió mucho en esta realidad de cooperación entre todas las instituciones y de la promoción de la vida social a partir de la actividad de cada una.
Dice el Compendio: “el principio de subsidiaridad protege a las personas de los abusos de instancias sociales superiores; y reclama que estas últimas, las instancias superiores, ayuden a cada individuo y a los cuerpos intermedios a desarrollar sus propias competencias, a cumplir con sus funciones específicas.
Entonces con el Principio de Subsidiaridad se evitan muchos desvalores de la vida social, como por ejemplo formas de concentración, de burocratización, de asistencialismo, de presencia injustificada y excesiva del estado en el aparato público.
Nosotros conocemos desgraciadamente mucho de esto y en la actualidad existe una discusión fuerte en la Argentina acerca de si la intervención del Estado en muchas de las ocasiones es una intervención justa, si es necesaria o si en realidad se trata de un intervencionismo. Ustedes saben que esos ismos son muchas veces sospechosos.
Les sigo leyendo el Compendio. Dice: “la articulación pluralista de la sociedad y la representación de sus fuerzas vitales, la salvaguardia de los derechos humanos y de las minorías, la desconcentración burocrática y administrativa, el equilibrio entre la esfera pública y la privada, con el consiguiente reconocimiento de la función social del orden privado y una adecuada responsabilización del ciudadano en su tomar parte de la vida activa de la realidad política y social del país, esto es el ejercicio concreto de la subsidiaridad.
Entonces en muchas ocasiones el Estado tiene que realizar una función de suplencia, tiene que suplir lo que no se hace. Y aquí el Compendio dice, por ejemplo: cuando se dan “situaciones en los que hace falta que el Estado promueva la economía a causa de la imposibilidad por parte de la sociedad civil de asumir autónomamente la iniciativa, realidades de graves desequilibrios de injusticia social, la intervención pública, en este caso solamente, puede crear condiciones de mayor igualdad, de Justicia y de paz. Aquí es necesaria la intervención del Estado aunque hay cierta postura, fuertemente liberal, que no lo quiere reconocer. Pero el otro extremo es también muy peligroso porque puede conducir al totalitarismo.
A la luz del principio de subsidiaridad esta suplencia institucional del Estado no debe prolongarse o extenderse más allá de lo estrictamente necesario desde el momento que encuentra justificación, es decir cuando la situación es excepcional.
Yo no se si ha salido demasiado teórica esta intervención mía de hoy pero como les decía tiene que ver con problemas concretos de la Argentina., y aquí las posturas ideológicas muchas veces obnubilan la visión real de las cosas.
Entonces en cuanto a las instancias superiores, concretamente el Estado, la intervención debe ser justa, debe ser necesaria, no debe ser excesiva. Y aquí lo que se juega es la libertad, la libertad de la sociedad civil, la responsabilidad de los ciudadanos y esto es una apelación para que los ciudadanos no se queden con los brazos cruzados. Lo que se juega en definitiva es la dignidad de la persona humana.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata
El santo padre Francisco presidió el domingo, 12 de octgrubre de 2014, por mañana en la basílica de San Pedro, la santa misa en agradecimiento por la canonización de los santos canadienses san Francisco de Laval, obispo (1623-1708) y santa María de la Encarnación, Guyart Martin, religiosa y fundadora de la congregación de las Ursulinas de la Unión Canadiense. (1599-1672). (Zenit.org)
A continuación la homilía del Santo Padre después de la proclamación del Evangelio.
«Hemos escuchado la profecía de Isaías: "El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros …". Estas palabras, llenas de la esperanza de Dios, indican el futuro hacia el cual estamos en el camino. En este camino, los santos nos preceden y nos guían. Estas palabras también describen la vocación misionera.
Los misioneros son quienes, obedientes al Espíritu Santo, tienen el valor de vivir el Evangelio. También este Evangelio que acabamos de escuchar: "Salgan a los cruces los caminos", dijo el rey a sus siervos (Mt 22, 9). Los criados salieron y reunieron a todos los que encontraron, "malos y buenos" para llevarlos al banquete de las bodas del rey.
Los misioneros acogieron esta llamada: salieron a llamar a todos, en las encrucijadas del mundo; y así hicieron mucho bien a la Iglesia, ya que si la iglesia se detiene y se cierra, se enferma, se puede corromper, sea por los pecados que con la falsa ciencia separada de Dios, que es el secularismo mundano.
Los misioneros dirigieron su mirada hacia Cristo crucificado, recogieron su gracia y no se la han tenido para ellos. Al igual que San Pablo, hicieron todo para todos; han sido capaces de vivir en la pobreza y en la abundancia, en la saciedad o en el hambre; todo podían en Aquel que da la fuerza. Y con esta fuerza de Dios, tuvieron el coraje de "salir" por las calles del mundo con la confianza en el Señor que llama.
Esta es la vida del misionero o misionera, después puede terminar lejos de casa, lejos de su patria. Tantas veces, muchísimos asesinados, como sucedió en estos días con tantos hermanos y hermanas nuestros.
La misión evangelizadora de la Iglesia es esencialmente el anuncio del amor, de la misericordia y del perdón de Dios, revelado a los hombres en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo.
Los misioneros han servido a la misión de la Iglesia, partiendo el pan de la Palabra en favor de los más pequeños y lejanos, llevando a todos el don del amor inagotable que brota del corazón del mismo Salvador. Así eran san Francisco de Laval y santa María de la Encarnación.
Quiero dejarles hoy, queridos peregrinos canadienses, dos consejos tomados de la Carta a los Hebreos, pero que pensando a los misioneros le van a hacer mucho bien a sus comunidades.
El primero es este: "Acuérdense de sus jefes, quienes les anunciaron palabra de Dios. Considerando atentamente el resultado final de su vida, imítenlos en su fe”.
El recuerdo de los misioneros nos sostiene cuando sentimos la escasez de los obreros del Evangelio. Sus ejemplos nos atraen, nos empuja a imitar su fe. ¡ Son testimonios fecundos que generan vida!
El segundo es éste: "Traigan a la memoria esos primeros días: después de haber recibido la luz de Cristo, han tenido que soportar una lucha grande y penosa... No abandonen la franqueza a la cual está reservada una gran recompensa. Tienen solamente necesidad de perseverancia”. (10, 32,35-36).
Rendir honor a quienes han sufrido para traernos el Evangelio, significa llevarnos hacia adelante en la buena batalla de la fe, con humildad, mansedumbre y misericordia, en la vida de cada día. Y esto trae fruto.
Memoria de quienes nos precedieron, de quienes fundaron nuestra Iglesia, la Iglesia fecunda de Quebec, con tantos misioneros que fueron por todas partes. El mundo fue llenado de misioneros canadienses, como estos dos.
Ahora un consejo, que esta memoria no nos lleve a abandonar ni el coraje ni la franqueza, quizás, no quizás, no, pero seguramente: el diablo que es envidiosos, no tolera que una tierra sea tan fecunda en misioneros. Recemos Señor para que Quebec vuelva en este camino de la fecundidad, de haber dado a tantos misioneros.
Y estos dos, que han por así decir, fundado la Iglesia en Quebec, nos ayuden como intercesores. Que la semilla que ellos sembraron dé frutos, de nuevos hombres y mujeres llenos de coraje, de amplios horizontes, con el corazón abierto a la llamada del Señor. Hoy hay que pedir esto para vuestra patria y ellos desde el cielo serán nuestros intercesores. Que Quebec vuelva a ser esa fuente de buenos y santos misioneros.
Aquí está la alegría y la entrega de vuestra peregrinación: recordar a los testigos, a los misioneros de la fe en vuestra tierra. Esta memoria nos sostiene siempre en el camino hacia el futuro, hacia la meta, cuando “el Señor Dios enjugará las lágrimas de cada rostro...”;
“Alegrémonos, y exultemos por su salvación”».
Concluida la santa misa, el domingo 12 de Octubre de 2014, en la basílica de San Pedro en agradecimiento por la canonización de dos santos canadienses, el santo padre Francisco rezó el ángelus desde la ventana de su estudio que da a la plaza de San Pedro, delante de miles de peregrinos que allí se habían congregado. (Zenit.org)
A continuación las palabras del Papa, antes y después de la oración del ángelus.
« Queridos hermanos y hermanas. En el evangelio de este domingo, Jesús nos habla de la respuesta que se da a la invitación de Dios --representado por un rey-- a participar a un banquete nupcial.
La invitación tiene tres características fundamentales: la gratuidad, la amplitud, la universalidad. Los invitados son muchos, pero sucede algo sorprendente: ninguno de los elegidos acepta ir a la fiesta, tienen otras cosas que hacer, más aún, algunos muestran indiferencia y hasta fastidio. Dios es bueno hacia nosotros, nos ofrece gratuitamente su amistad, nos ofrece su alegría, la salvación, pero tantas veces no acogemos sus dones, ponemos en primer lugar nuestras preocupaciones materiales, nuestros intereses.
Algunos invitados incluso maltratan y asesinan a los siervos que llevan la invitación. No obstante la falta de adhesión de los llamados, el proyecto de Dios no se interrumpe. Delante del rechazo de los primeros invitados, él no se desanima, no suspende la fiesta pero repropone la invitación, ampliándola hasta más allá de los límites razonables y manda a sus siervos a las plazas y a los cruces de las rutas para reunir a todos aquellos que encuentren.
Se trata de gente común, pobres, abandonados y desheredados, más aún, 'malos y buenos', incluso los malos son invitados, sin distinción. Y la sala se llena con los 'excluidos'. El Evangelio, rechazado por alguno, encuentra una acogida inesperada en tantos corazones.
La bondad de Dios no tiene fronteras y no discrimina a nadie: por esto el banquete de los dones del Señor es universal, universal para todos. A todos le da la posibilidad de responder a su invitación, a su llamado, a su caminata; nadie tiene el derecho de sentirse privilegiado o de revindicar una exclusiva. Todo esto nos induce a vencer la costumbre de colocarnos cómodamente en el centro, como hacían los jefes de los sacerdotes y fariseos.
Esto no se debe hacer, tenemos que abrirnos a las periferias, reconociendo también que quien está en los márgenes, más aún, quien es rechazado y despreciado por la sociedad, es objeto de la generosidad de Dios. Todos estamos llamados a no reducir el Reino de Dios dentro de los límites de nuestra 'iglesita', nuestra 'iglesita pequeñita', esto no sirve, pero a dilatar la Iglesia a las dimensiones del Reino de Dios.
Entretanto hay una condición: vestir el hábito nupcial. O sea dar testimonio concreto de la caridad concreta a Dios y al prójimo.
Confiamos a la intercesión María Santísima los dramas y las esperanzas de tantos hermanos y hermanas nuestros; excluidos, débiles, rechazados, despreciados, incluso aquellos que son perseguidos por motivo de su fe. Invocamos su protección en los trabajos del sínodo de los obispos reunidos estos dias en el Vaticano».
Después de rezar la oración del ángelus:
«Queridos hermanos y hermanas, esta mañana en la ciudad de Sassari, ha sido proclamado beato el padre Francesco Zirano, de la Orden de los frailes menores conventuales: él prefirió ser asesinado antes que renegar a su fe. Demos gracias a Dios por este sacerdote mártir, heroico testimonio del Evangelio. Su fidelidad llena de coraje hacia Cristo ha sido un acto de gran elocuencia, especialmente en el actual contexto de despiadadas persecuciones contra los cristianos.
En este momento, nuestro pensamiento va a la ciudad de Génova, otra vez duramente golpeada por el aluvión. Prometo mi oración por la víctima y por todos los que han sufrido graves daños. La Virgen de la Guardia sostenga a la querida población genovesa en el empeño solidario, para que puedan superar esta dura prueba.
Recemos todos juntos a la Virgen de la Guardia. Ave María... María Madre, de la Guardia proteja a Génova.
Saludo a los peregrinos, especialmente a las familias y a los grupos parroquiales. En particular quiero saludar cordialmente al grupo de peregrinos canadienses, venidos a Roma con motivo de la canonización de san Francisco de Laval y santa María de la Encarnación. Que los nuevos santos susciten en el el corazón de los jóvenes canadienses el fervor apostólico.
Saludo al grupo del «Office Chrétien des personnes handicapées» que ha venido desde Francia; a las familias del Colegio Reinado del Corazón de Jesus, de Madrid; a los fieles de Segovia; a los polacos aquí presentes ;y a quienes han promovido especiales obras de caridad en ocasión de la Jornada del Papa.
Saludo al numeroso grupo de la 'Associazione Amici di San Colombano per l’Europa', que han venido en ocasión de la apertura del del XIV centenario de la muerte de San Colombano, gran evangelizador del Continente europeo.
Saludo a las Hijas de María Auxiliadora, que están participando al capítulo general; a los fieles de la parroquia de Santa María Inmaculada de Carenno; a los representantes de la diócesis de Lodi reunidos en Roma para la ordenación episcopal de su Pastor; y a los fieles de Bergamo y Marne».
Y el Papa deseó a todos un buen domingo y añadió: “Por favor les pido que recen por mí”. Y concluyó con su “Buon pranzo e arrivederci».
Homilía del Papa Francisco que ha dedicado por entero celebrada el domingo 12 de octubre, en la Basílica Vaticana, en agradecimiento por las canonizaciones equivalentes de dos misioneros canadienses.
We have heard Isaiah’s prophecy: "The Lord God will wipe away the tears from all faces…" (Is 25:8). These words, full of hope in God, point us to the goal, they show the future towards which we are journeying. Along this path the Saints go before us and guide us. These words also describe the vocation of men and women missionaries.
Missionaries are those who, in docility to the Holy Spirit, have the courage to live the Gospel. Even this Gospel which we have just heard: "Go, therefore, into the byways…", the king tells his servants (Mt 22:9). The servants then go out and assemble all those they find, "both good and bad", and bring them to the King’s wedding feast (cf. v. 10).
Missionaries have received this call: they have gone out to call everyone, in the highways and byways of the world. In this way they have done immense good for the Church, for once the Church stops moving, once she becomes closed in on herself, she falls ill, she can be corrupted, whether by sins or by that false knowledge cut off from God which is worldly secularism.
Missionaries have turned their gaze to Christ crucified; they have received his grace and they have not kept it for themselves. Like Saint Paul, they have become all things to all people; they have been able to live in poverty and abundance, in plenty and hunger; they have been able to do all things in him who strengthens them (cf. Phil 4:12-13). With this God-given strength, they have the courage to "go forth" into the highways of the world with confidence in the Lord who has called them. Such is the life of every missionary man and woman… ending up far from home, far from their homeland; very often, they are killed, assassinated! This is what has happened even now to many of our brothers and sisters.
The Church’s mission of evangelization is essentially a proclamation of God’s love, mercy and forgiveness, revealed to us in the life, death and resurrection of Jesus Christ. Missionaries have served the Church’s mission by breaking the bread of God’s word for the poor and those far off, and by bringing to all the gift of the unfathomable love welling up from the heart of the Saviour.
Such was the case with Saint François de Laval and Saint Marie de l’Incarnation. Dear pilgrims from Canada, today I would like to leave you with two words of advice drawn from the Letter to the Hebrews. Keeping missionaries in mind, they will be of great benefit for your communities.
The first is this: "Remember your leaders, those who spoke the word of God to you; consider the outcome of their way of life, and imitate their faith" (13:7). The memory of the missionaries sustains us at a time when we are experiencing a scarcity of labourers in the service of the Gospel. Their example attracts us, they inspire us to imitate their faith. They are fruitful witnesses who bring forth life!
The second is this: "Recall those earlier days when, after you had been enlightened, you endured a hard struggle with sufferings… Do not therefore abandon that confidence of yours; it brings a great reward. For you need endurance…" (10:32,35-36). Honouring those who endured suffering to bring us the Gospel means being ready ourselves to fight the good fight of faith with humility, meekness, and mercy, in our daily lives. And this bears fruit.
We must always remember those who have gone before us, those who founded the fruitful Church in Quebéc! The missionaries from Quebec who went everywhere were fruitful. The world was full of Canadian missionaries like François de Laval and Marie de l’Incarnation. So a word of advice: remembering them prevents us from renouncing candour and courage. Perhaps – indeed, even without perhaps – the devil is jealous and will not tolerate that a land could be such fertile ground for missionaries. Let us pray to the Lord, that Quebéc may once again bear much fruit, that it may give the world many missionaries. May the two missionaries, who we celebrate today, and who – in a manner of speaking – founded the Church in Québec, help us by their intercession. May the seed that they sowed grow and bear fruit in new courageous men and women, who are far-sighted, with hearts open to the Lord’s call. Today, each one must ask this for your homeland. The saints will intercede for us from heaven. May Quebéc once again be a source of brave and holy missionaries.
This, then, is the joy and the challenge of this pilgrimage of yours: to commemorate the witnesses, the missionaries of the faith in your country. Their memory sustains us always in our journey towards the future, towards the goal, when "the Lord God will wipe away the tears from all faces…".
"Let us be glad and rejoice in his salvation" (Is 25:9).
[01601-02.02] [Original text: Italian]
Vigilia de oración con motivo del domund 2014 publicada en la revista ILUMINARE nº 392 - OCTUBRE 2014 - SERVICIO DE PASTORAL MISIONERA, recibida en la parroquia con los materiales para su celebración.
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En esta vigilia de oración con motivo del DOMUND, queremos ahondar en la propuesta que nos hace Obras Misionales Pontificias para unirnos a los misioneros y misioneras que dan la vida en todo el mundo para difundir el mensaje del Evangelio. Frente a la búsqueda de placeres superficiales y alegrías pasajeras que, por desgracia, reina en muchos ambientes, los misioneros y misioneras son enviados por la Iglesia como manifestación del amor universal de Dios por todos sus hijos y signo elocuente de la alegría del Evangelio, que es para todos. Siguiendo su testimonio, en nosotros y en nuestras comunidades, “renace la alegría”.
Primera parte: «La alegría de Jesús»
Gesto. Se trae ante el altar la imagen del mundo.
Lectura. Lc 10,20-23
Comentario. El pasaje del Evangelio que hemos escuchado es el centro del Mensaje del papa Francisco para esta Jornada. En él se nos habla de la alegría de Jesús. Es una alegría que viene del Espíritu Santo, ya que consiste en ver cómo los “pequeños” conocen a Dios, “Señor de cielo y tierra”, como Padre de todos. El gozo de Jesús es ver cómo se realiza el plan del Padre, que todos vivamos como hermanos. Los discípulos de Jesús estamos llamados a hacer renacer esta alegría: ante un mundo que sufre por la falta de fraternidad, nuestra alegría debe ser en el Espíritu Santo, haciendo llegar el mensaje del Evangelio del reino de Dios a todos los hombres y pueblos. Para eso tenemos que hacernos “pequeños”, como lo fueron los primeros discípulos: personas normales y corrientes que, al encontrarse con Jesús, llegaron a ser sus apóstoles.
Segunda parte: «La alegría del cielo»
Gesto. Se expone el Santísimo Sacramento, mientras se entona el Pange Lingua u otro canto apropiado.
Lectura. Mt 11,28-30.
Comentario. Los discípulos vienen alegres por los éxitos cosechados en la misión; por eso, Jesús les ayuda a dirigir su alegría hacia aquello que es para siempre y que no es pasajero: “Jesús les advierte que no se alegren tanto por el poder recibido, cuanto por el amor recibido: «porque vuestros nombres están inscritos en el cielo» (Lc 10,20)” (Mensaje DOMUND 2014, 2). La alegría que da Jesús es para todos los que se sienten “cansados y agobiados”. Él se ha hecho “manso y humilde de corazón”, precisamente para acercarse a los más pequeños y a los que más sufren en este mundo a causa de su pequeñez: la soledad, la pobreza, la marginación, la persecución... En su amor hasta el extremo, instituye la Eucaristía para quedarse con nosotros. Como decía san Juan Pablo II, la Eucaristía es “el tesoro más valioso” que la Iglesia ha heredado de Cristo, porque es presencia viva suya y alimento en nuestra pobreza. Junto a Jesús en la Eucaristía, nuestra alegría está en el cielo; así Él nos convierte en testigos suyos.
Tercera parte: «Dios ama al que da con alegría» (2 Cor 9,7)
Gesto. Se expone el cartel del DOMUND al lado del mundo.
Lectura. 2 Cor 9,6-9.
Comentario. A todos, creyentes y no creyentes, nos impacta el testimonio de los misioneros y las misioneras. Ellos no son héroes; un héroe actúa movido por su propio ideal y voluntad.
Son personas que se han entregado a Dios para seguir el mandato de Jesús de ir por todo el mundo a predicar la Buena Noticia. Ellos experimentan la alegría del Evangelio: la de seguir a Jesús, la de estar al lado de los más necesitados, la de compartir la fe, la de amar sin esperar recompensa... Es lo que irradian y lo que contagian; por eso su testimonio es atrayente.
En esta Jornada Mundial de las Misiones, pidamos al Señor que en nosotros y en nuestras comunidades cristianas renazca la alegría: la alegría del encuentro con Jesús, la alegría del dar y del darse, la alegría de sabernos enviados. Es esta alegría la que hará a nuestras comunidadesatractivas para todos; porque, como decía Benedicto XVI y recordaba el papa Francisco en Evangelii gaudium, “la Iglesia no crece por proselitismo sino «por atracción»” (n. 14).
Invitación a la oración comunitaria para pedir por la misión y los misioneros.
Bendición, reserva del Santísimo y canto final.
Juan Martínez Sáez, fmvd. Colaborados de OMP
Sugerencias para la homilía del Domund 2014 publicadas en el Guión Litúrgico de la revista ILUMINARE Nº 392 - OCTUBRE 2014 - SERVICIO DE PASTORAL MISIONERA recibida en la parroquia con los materiales para su celebración
La lectura del Evangelio de hoy nos coloca ante una de las afirmaciones más contundentes de Jesús: la distinción entre lo que es del César y lo que es de Dios. La Iglesia puede prestar una gran contribución para que en este mundo las relaciones entre las personas y los pueblos se rijan por la justicia en todos sus aspectos. En cualquier caso, la misión propia de la Iglesia va más allá, porque es manifestar el amor de Dios por todos sus hijos.
Precisamente la Jornada Mundial de las Misiones tiene como objetivo recordarnos que las relaciones que nos unen a los demás son de una profunda fraternidad en Cristo, que trasciende todas las fronteras y alcanza a todos los hijos de Dios. Como recuerda el Papa en el Mensaje para esta Jornada, la alegría más profunda de Jesús es constatar que sus discípulos participan de esta dinámica de conocer al Padre y de vivir como hermanos entre sí. Es la alegría del Evangelio que se revela a los más pobres y humildes, que la Iglesia debe testimoniar y realizar. Como decía Pablo VI, “evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda” (Evangelii nuntiandi, 14).
El papa Francisco dice: “Todos los discípulos del Señor están llamados a cultivar la alegría de la evangelización” (Mensaje DOMUND 2014, 4). A los cristianos se nos llama a ser discípulos de Jesús o, como san Pablo decía en la segunda lectura a los cristianos de Tesalónica, a que se nos reconozca por “vuestra fe, vuestro amor y vuestra esperanza”. El fruto no puede ser otro que la alegría que da creer en el Evangelio y que “nace del encuentro con Cristo y del compartir con los pobres” (ibíd.). Nuestras comunidades cristianas están llamadas, como recuerda el Papa en el Mensaje, a hacer renacer la alegría que viene de Jesucristo y que nos impulsa a evangelizar.
Recordemos de una manera muy especial a quienes gastan su vida al servicio del Evangelio en todos los lugares del mundo y seamos generosos con ellos. El Papa también nos lo recuerda con palabras de la Sagrada Escritura: “«Dios ama al que da con alegría» (2 Cor 9,7). La Jornada Mundial de las Misiones es también un momento para reavivar el deseo y el deber moral de la participación gozosa en la misión ad gentes” (Mensaje DOMUND 2014, 5). La manera en que el cristiano “da a Dios lo que es de Dios” consiste fundamentalmente en dar a sus hijos la oportunidad de conocerlo y amarlo.
Guión litúrgico para Domund 2014 publicado en la revista ILUMINARE Nº 392 - OCTUBRE 2014 - SERVICIO DE PASTORAL MISIONERAm recibida en la parroquia con los materiales para su celebración el 19 de octubre.
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Cada vez que los cristianos nos reunimos para celebrar el sacramento de la Eucaristía, nos convoca el Señor a abrir nuestra comunidad a todos nuestros hermanos y hermanas del mundo entero. Hoy, de una manera especial, puesto que celebramos el DOMUND, con el lema “Renace la alegría”, que nos invita a compartir la alegría del Evangelio con todos ellos.
En este día, además, se celebra en Roma la beatificación de Pablo VI. En numerosas intervenciones este pontífice hizo llamamientos apasionados a la alegría cristiana; recordemos, sobre todo, su famosa invitación “Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar” (Evangelii nuntiandi, 80), que el papa Francisco ha retomado muchas veces.
Pidamos hoy al Señor que, al escuchar su Palabra y al acogerle en la Eucaristía, nos conceda afianzarnos en la fe y en el amor mutuo; que esa fe y amor se extiendan hacia todos los hombres y pueblos; y que así podamos hacerles partícipes de la alegría de Dios: la de compartir el Evangelio de su Hijo Jesucristo.
Sugerencias para la homilía
La lectura del Evangelio de hoy nos coloca ante una de las afirmaciones más contundentes de Jesús: la distinción entre lo que es del César y lo que es de Dios. La Iglesia puede prestar una gran contribución para que en este mundo las relaciones entre las personas y los pueblos se rijan por la justicia en todos sus aspectos. En cualquier caso, la misión propia de la Iglesia va más allá, porque es manifestar el amor de Dios por todos sus hijos.
Precisamente la Jornada Mundial de las Misiones tiene como objetivo recordarnos que las relaciones que nos unen a los demás son de una profunda fraternidad en Cristo, que trasciende todas las fronteras y alcanza a todos los hijos de Dios. Como recuerda el Papa en el Mensaje para esta Jornada, la alegría más profunda de Jesús es constatar que sus discípulos participan de esta dinámica de conocer al Padre y de vivir como hermanos entre sí. Es la alegría del Evangelio que se revela a los más pobres y humildes, que la Iglesia debe testimoniar y realizar. Como decía Pablo VI, “evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda” (Evangelii nuntiandi, 14).
El papa Francisco dice: “Todos los discípulos del Señor están llamados a cultivar la alegría de la evangelización” (Mensaje DOMUND 2014, 4). A los cristianos se nos llama a ser discípulos de Jesús o, como san Pablo decía en la segunda lectura a los cristianos de Tesalónica, a que se nos reconozca por “vuestra fe, vuestro amor y vuestra esperanza”. El fruto no puede ser otro que la alegría que da creer en el Evangelio y que “nace del encuentro con Cristo y del compartir con los pobres” (ibíd.). Nuestras comunidades cristianas están llamadas, como recuerda el Papa en el Mensaje, a hacer renacer la alegría que viene de Jesucristo y que nos impulsa a evangelizar.
Recordemos de una manera muy especial a quienes gastan su vida al servicio del Evangelio en todos los lugares del mundo y seamos generosos con ellos. El Papa también nos lo recuerda con palabras de la Sagrada Escritura: “«Dios ama al que da con alegría» (2 Cor 9,7). La Jornada Mundial de las Misiones es también un momento para reavivar el deseo y el deber moral de la participación gozosa en la misión ad gentes” (Mensaje DOMUND 2014, 5). La manera en que el cristiano “da a Dios lo que es de Dios” consiste fundamentalmente en dar a sus hijos la oportunidad de conocerlo y amarlo.
Oración de los fieles
Abramos confiados nuestro corazón a Dios, para presentar en la oración las necesidades de la Iglesia y del mundo. Decimos: Dios, Padre nuestro, escúchanos.
Por el papa Francisco y los obispos, para que, como el beato Pablo VI, fomentenuna Iglesia fraterna, alegre y misionera. Roguemos al Señor.
Por los cristianos y las comunidades cristianas, para que renazca la alegría del encuentro con Jesús y de llevar el Evangelio a los demás. Roguemos al Señor.
Por los que no creen en Cristo, para que en el testimonio sereno y gozoso de laIglesia encuentren motivos para creer, esperar y amar. Roguemos al Señor.
Por las Iglesias jóvenes y en formación, para que se sientan confortadas por nuestra comunión fraterna y nuestra solidaridad. Roguemos al Señor.
Por los los misioneros y misioneras, para que su dicha sea imitar a Jesús, dándosea los demás en el servicio del Evangelio. Roguemos al Señor.
Por nosotros, para que la participación en la vida de la Iglesia abra nuestro corazóna la alegría del Evangelio, para ir en busca de nuestros hermanos. Roguemos al Señor.
Escucha, Padre de bondad, la oración que tu Iglesia te presenta en nombre de Jesucristo, que nos ha traído la alegría del Evangelio, y junto a Ti y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos.
Juan Martínez Sáez, fmvd. Colaborador de OMP
Presentación de la Campaña del DOMUND 2014 por monseñor Anastasio Gil, Director de la OMP en España, publicada en la revista misionera ILUMINARE , Nº 392 OCTUBRE 2014 - SERVICIO DE PASTORAL MISIONERA, recibida en la parroquia con los materiales para su celebración el 19 de Octubre.
DOMUND: Una nueva ocasión para nuestro compromiso misionero
El DOMUND es una ocasión para contemplar la misión de la Iglesia como familia de quienes se reconocen hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. Su celebración es cada año una nueva oportunidad para observar desde la perspectiva divina la humanidad como aquella mies que, según Jesús hizo ver a sus discípulos, está pronta para la siega; y que, a la vez, le oigamos advertir que esta mies es abundante, pero los obreros pocos. Ante este dilema, Él propone la respuesta: “Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os envío...” (Lc 10,2-3). Palabras imperativas para la oración y para la disponibilidad, que hace suyas el papa Francisco, a través la referencia a una Iglesia “en salida”. Es, por tanto, una nueva ocasión para implicarnos en el compromiso evangelizador de la Iglesia.
En efecto, Dios ha querido servirse de los hombres para la obra de la salvación del mundo. Todo nace de la llamada a la misión , como hizo el Señor desde el primer momento de su actividad evangelizadora: llamó a los que quiso para estar con Él y para enviarles a predicar (cf. Mc 3,13-15). También ahora sigue llamando a los que quiere, y la respuesta no se hace esperar por las numerosas vocaciones a la misiónque cada año parten de las comunidades cristianas. Unos son llamados a primera hora, y otros, a última; unos, para ir lejos, y otros, para estar cerca; unos, para colaborar desde la primera fila, y otros, desde la retaguardia; pero todos son llamados.
Contemplar la actividad misionera de la Iglesia en el mundo entero es uno de los argumentos fundamentales de su catolicidad y del sentido de filiación y fraternidad que subyace en el corazón de los discípulos misioneros. Entre estas vocaciones a la misión, es preciso destacar la que Dios deposita en el corazón de algunos laicos, que lo dejan todo para responder con prontitud. A ello se refiere Francisco cuando habla de que esta Jornada es la ocasión para incrementar la conciencia de las vocaciones misioneras y, especialmente, las laicales, ya que ellos, los laicos, “están llamados a desempeñar un papel cada vez más relevante en la difusión del Evangelio” (Mensaje Domund 2014, 4).
Jornada Mundial de las Misiones
Este panorama de generosidad y universalidad se puede vislumbrar con nítido atractivo en la Jornada Mundial de las Misiones. Pablo VI inició la costumbre de entregar a la Iglesia un Mensaje para esta Jornada; desde entonces hasta ahora, los papas nos invitan a tomar parte activa en este intercambio de dones espirituales y materiales entre los fieles. Es la certeza de que todos somos la familia de Dios, y en sus manos ponemos nuestros “panes y peces”, para que Él los bendiga y los reparta. Decía Pablo VI en su Mensaje de 1976: “Esta Jornada anual se propone sobre todo la formación de la conciencia misionera de todo el Pueblo de Dios, tanto de sus individuos como de las comunidades; el cultivo de las vocaciones misioneras; y el progresivo aumento de la cooperación, espiritual y material, a la actividad misionera en toda su dimensión eclesial”.
La Iglesia ha querido servirse de las Obras Misionales Pontificias al hacer suya aquella iniciativa de Paulina Jaricot de colaborar, mediante la plegaria y la aportación económica, con los misioneros. En cada uno de los 130 países en que están implantadas, ha sido nombrado un director nacional; este asume la responsabilidad de promover, en comunión con la respectiva Conferencia Episcopal, el carisma propio de estas Obras, a las que el santo padre Francisco considera como “el instrumento privilegiado en las manos del Papa” para hacer visible la cooperación entre todos los fieles (Discurso a los directores nacionales de OMP, 17-5-2013).
Cooperación entre las Iglesias
Cada año, miles de personas anónimas, comunidades, parroquias y centros educativos, residencias de mayores, hermandades y cofradías, instituciones civiles y privadas colaboran ayudando a los miles de misioneros españoles repartidos por el mundo. Como en una familia, cada uno aporta lo que tenga y quiera dar, y los responsables se encargan de distribuir según las necesidades. Así funcionan los Fondos Universales de Solidaridad que gestionan los Secretariados Generales de las OMP. Estas ayudas no se circunscriben a los aspectos materiales y económicos, sino que todo está dinamizado por la caridad evangélica, que favorece la fraternidad y la solidaridad como partes connaturales de la tarea misionera.
Del amor al hermano, en el cual el cristiano contempla el rostro de Dios,brota la fuerza de la misión de la Iglesia. Este amor conlleva salir de uno mismo para situarse en la vida del otro; en concreto, en el hermano misionero que ha pasado a la otra orilla para entregarse a los demás. Jornada del DOMUND, días en los que vivir con intensidad la oración y el sacrificio para sostener las manos generosas y los corazones ardientes de los misioneros que están en primera línea. Después, solo después, viene la ayuda económica por medio de donativos para el Domund.
Anastasio Gil
Director de OMP en España
XXVIII Domingo Ordinario por Mons. Enrique Díaz Diaz. SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 10 de octubre de 2014 (Zenit.org)
¡Tú eres el invitado!
- Isaías 25, 6-10: “El Señor preparará un banquete y enjugará las lágrimas de todos los rostros”
Salmo 22: “Habitaré en la casa del Señor toda la vida”
Filipenses 4, 12-14. 19-20: “Todo lo puedo en Aquel que me da fuerza”
San Mateo 22, 1-14: “Conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren”
Todo estaba preparado y ya se acercaba el gran día. La boda anunciada había alborotado a toda la comunidad y conforme a la costumbre, todos participaban y cooperaban. Los padrinos habían contratado la banda, se habían hecho las invitaciones con todos los rituales y ceremonias, los adornos ya colocados en la Iglesia y en la casa; las gallinas y los guajolotes, muertos y limpios, listos para ser cocinados, hasta una res habían matado. Todo estaba listo pero… ya la noche de la víspera, el novio intranquilo y preocupado llegó a la oficina parroquial a decir que la novia no se quería casar, que qué se podía hacer. “Si la novia no quiere, nada se puede hacer…” Y la novia, por inseguridades y temores, no quiso… y no hubo boda. Fiesta sí que hubo, había que comer, bailar y tomar… Una fiesta con un hueco en el corazón y con sabor amargo: la novia estaba ausente.
Hay invitados que no pueden faltar. Y cada persona, para Dios, es ese invitado. La parábola de este día recoge uno de los símbolos más usados por Jesús para expresar las características del Reino: el banquete y la fiesta. Así es el evangelio: un mensaje de alegría, de fiesta y de vida. Pero la parábola presenta aspectos que parecen excesivos y hasta chocan con nuestra mentalidad. La invitación siempre deja la posibilidad de aceptarla o rechazarla; en cambio en la narración, la negación provoca la ira del rey a tal grado que manda matar a los renuentes y quemar la ciudad. Por otra parte, quienes la rechazan se sienten tan ofendidos por la insistencia a la invitación que dan muerte a los mensajeros. Cuando por fin se realiza el banquete, tan largamente pospuesto, quien no lleva traje, es expulsado y arrojado a las tinieblas. La narración se sale de todo presupuesto y parece, en momentos, un exceso de violencia y de venganzas. Sin embargo, quienes así juzgan esta parábola no han captado el verdadero mensaje de Jesús. No quiere nunca la violencia ni la venganza, pero es de capital importancia esta comida compartida, este banquete festivo donde se quitará el velo de luto y la ignominia que padece el pueblo de Israel.
¿Cómo quedar fuera del banquete? La mesa, el pan compartido, están listos para todos y en primer lugar para los israelitas. Contrario a lo que dice San Pablo que Cristo, el Novio, es su centro: “Todo lo puedo unido a Aquel que me da fuerza”, hay quien se apoya en otros intereses. La finca propia es más importante que la invitación del rey a compartir los alimentos en la mesa común. El negocio individual avasalla y destruye la posibilidad de poner en común los bienes de la vida. También hoy los intereses y el usufructo personal impulsan a rechazar la invitación del Dios de la vida y de la comunidad. Se ahoga la posibilidad de construir una mesa común y se destruye la fraternidad. ¿Cuántas veces la ambición de unos pocos ha bloqueado las iniciativas de una lucha frontal contra el hambre? ¿Por qué no se avanza en los compromisos serios de la preservación del medio ambiente y de los bienes de la naturaleza? Los intereses egoístas y las ganancias de unas cuantas, pero poderosas, empresas internacionales se imponen sobre la necesidad y el clamor inmenso de muchos pueblos y seres humanos que luchan por un lugar en la mesa. A nivel internacional, pero también a nivel de pequeñas organizaciones y aun del ámbito familiar, con frecuencia prevalece la propia ganancia sin mirar el bien común.
La invitación universal que ya anunciaba Isaías, se concreta en este banquete. Pero a muchos les parece una cierta incongruencia el hecho de que si se ha salido a los caminos, si se ha buscado tanto a pobres como a ricos, cuando ha entrado un personaje sin el traje de fiesta, sea castigado tan fuertemente. ¿Es tan importante para Jesús un vestido que quien no lo lleve será excluido de su banquete mesiánico? ¿A qué traje se referirá? A partir de Jesús los pobres son no sólo los destinatarios privilegiados de la Buena Noticia, sino también los llamados a construir el Reino, a ser protagonistas. Pero si alguien se excluye, si alguien se viste diferente a la preferencia de Jesús, si alguien renuncia a las opciones radicales de Jesús, pierde el vestido que lo hace igual a los demás, el traje de la fraternidad. Todo esto significa que, desde Jesús, sólo tiene recto sentido de Dios aquel que acoge al pobre. Y esto, en las obras más que en las palabras, porque podemos revestirnos fácilmente de opciones y actitudes que quedan en meras ideologías y palabrería sin llegar a los hechos. “Cuanto hayas hecho a uno de estos pequeños…” Es el vestido que Jesús exige para poder decirnos: “Vengan benditos de mi Padre”.
Cuántas veces lo ha dicho el Papa Francisco: la Iglesia no es la reunión de los buenos, decentes y selectos. Su único privilegio es haber recibido una invitación, la más grande invitación, gratuita, para participar en el banquete. Quizás nuestra primera actividad como invitados sea la misma de los criados, salir a los caminos y encontrar a los que, buenos o malos, aún no tienen una mesa. No somos dueños ni de la casa ni de la mesa, no está en nuestras manos el rechazar o poner condiciones. Somos servidores empeñados en que la gran tarea de la liberación llegue a toda la humanidad. ¡Cuidado!, tenemos que ponernos el traje de fiesta, pero un traje que impregne nuestro interior, nuestro corazón y que llegue también hasta nuestras verdaderas opciones. Somos los principales protagonistas de este banquete, ¡no nos quedemos fuera!
Gracias. Padre amante, por invitarnos a tu banquete. Concédenos amarte en todos y servirte en cada uno, compartiendo la mesa de la vida, de los bienes, del Pan y de la Palabra. Amén.
Reflexión a las lecturas del domingo veintiocho del Tiempo Ordinario - A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DIA DEL SEÑOR"
Domingo 28º del T. Ordinario A
Durante algunos domingos nos hemos venido preguntando por qué tiene el Señor que prescindir del pueblo de Israel, al que había elegido con un infinito amor, y formar un nuevo pueblo. A este interrogante tan importante trata de responder Jesucristo con tres parábolas que presenta a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, y que estamos escuchando y comentando estos domingos. Hoy llegamos a la tercera.
Se trata de un rey que celebraba la boda de su hijo. Nunca compara Jesús su Reino a cosas pobres, tristes…, sino todo lo contrario. Hoy lo compara a unas bodas. Y ya sabemos cómo se celebraba una boda en Israel, en tiempos de Jesucristo. ¿Y qué boda está celebrando el Rey celestial? La de su Hijo Jesucristo. ¿Y con quién va a “desposarse”? Con toda la humanidad. Por eso, en el Evangelio, Jesucristo se llama a sí mismo “el novio”. (Mc 2,19). ¿Y quiénes estaban invitados? Todos los que pertenecían al pueblo de Israel. Y sucedió que mandó criados para avisar a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, y los convidados volvieron a hacer lo mismo. Es más, algunos llegaron al extremo de echarles mano y maltratarlos, hasta matarlos. ¿Y qué pasó? Que “el rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad”.
Y todo esto, ¿qué significa? Lo que ya comentábamos el domingo pasado sobre una parábola muy parecida: los criados son los profetas, a quienes no hacían caso, y, a veces, los maltrataban y los mataban. Por tanto, es lógico que el Rey diga a los criados: “La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales”. Esto quiere decir que el Señor ha dejado al pueblo de Israel, por imposible, y ha formado otro pueblo, constituido no ya por judíos, sino por todos: judíos y gentiles; un pueblo que responda mejor a sus llamadas, a sus invitaciones. Es la Iglesia, a la que llamamos Esposa de Cristo. Y este pacto nupcial será ratificado con su Sangre, derramada en la Cruz. Es la Sangre de la “Alianza nueva y eterna”. San Pablo, escribiendo a los efesios, les dice: “Él se entregó a sí mismo por ella, (la Iglesia) para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la Palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada…”. (Ef 5, 25-27). Pero no se puede pertenecer a la Iglesia de cualquier manera. Dice la Parábola que “cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?” Y lo expulsó. No basta, como decía, con pertenecer a la Iglesia; hay que llevar el “vestido de fiesta”. El Vaticano II nos advierte que “no se salva el que no permanece en el amor, aunque esté incorporado a la Iglesia, pues está en el seno de la Iglesia, con el “cuerpo”, pero no con el “corazón”. (L. G. 14).
La celebración de estas bodas tendrá su punto culminante y definitivo en el Cielo, cuando el Jesús vuelva en su gloria. En efecto, El Espíritu y la Esposa dicen sin cesar: ¡Ven! (Ap 22,17). Entonces nos reunirá en torno a otra mesa, mucho más grande y más amplia, para el banquete definitivo, del que nos habla la primera lectura: “Aquel día se dirá: Aquí está nuestro Dios de quien esperábamos que nos salvara: celebremos y gocemos con su salvación…”
Y porque todo esto es y será así, proclamamos en el salmo responsorial de este domingo: “Habitaré en la casa del Señor, por años sin término”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 28º DEL TIEMPO ORDINARIO A
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
El Señor nos habla ahora del futuro, el que Él ha preparado para todos los hombres. Lo presenta bajo la imagen de un banquete espléndido donde no hay muerte, ni tristeza ni dolor. Escuchemos con atención y con fe.
SALMO
Como respuesta a la Palabra de Dios que hemos escuchado, proclamemos nuestra esperanza en el Señor. Ante las dificultades del camino, descansamos seguros en las manos del Padre, y decimos: "Habitaré en la casa del Señor, por años sin término”.
SEGUNDA LECTURA
Aunque con la fuerza de Dios S. Pablo se siente capaz de todo, agradece de corazón a los filipenses la ayuda que le han dado.
TERCERA LECTURA
Después de la Entrada de Jesús en Jerusalén, sitúa S. Mateo una serie de parábolas que denuncian el rechazo de Jesucristo por parte de los sumos sacerdotes y ancianos y la formación de un nuevo pueblo de Dios, la Iglesia. Hoy vamos a escuchar la tercera y última parábola, la de los invitados a las bodas del hijo del rey. Pero, antes de escuchar el Evangelio, cantemos de pie el aleluya.
COMUNIÓN
La Eucaristía es el gran Banquete, al que nos convoca el Señor, como a su pueblo elegido y amado, en marcha hacia el Banquete eterno del Cielo.
Aceptemos su invitación de cada domingo y participemos en Él con el traje de fiesta.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio Domingo 28 del Tiempo ordinario - A
12 de octubre de 2014
Jesús conocía muy bien cómo disfrutaban los campesinos de Galilea en las bodas que se celebraban en las aldeas. Sin duda, él mismo tomó parte en más de una. ¿Qué experiencia podía haber más gozosa para aquellas gentes que ser invitados a una boda y poder sentarse con los vecinos a compartir juntos un banquete de bodas?
Este recuerdo vivido desde niño le ayudó en algún momento a comunicar su experiencia de Dios de una manera nueva y sorprendente. Según Jesús, Dios está preparando un banquete final para todos sus hijos pues a todos los quiere ver sentados, junto a él, disfrutando para siempre de una vida plenamente dichosa.
Podemos decir que Jesús entendió su vida entera como una gran invitación a una fiesta final en nombre de Dios. Por eso, Jesús no impone nada a la fuerza, no presiona a nadie. Anuncia la Buena Noticia de Dios, despierta la confianza en el Padre, enciende en los corazones la esperanza. A todos les ha de llegar su invitación.
¿Qué ha sido de esta invitación de Dios? ¿Quién la anuncia? ¿Quién la escucha? ¿Dónde se habla en la Iglesia de esta fiesta final? Satisfechos con nuestro bienestar, sordos a lo que no sea nuestros intereses inmediatos, nos parece que ya no necesitamos de Dios ¿Nos acostumbraremos poco a poco a vivir sin necesidad de alimentar una esperanza última?
Jesús era realista. Sabía que la invitación de Dios puede ser rechazada. En la parábola de “los invitados a la boda” se habla de diversas reacciones de los invitados. Unos rechazan la invitación de manera consciente y rotunda: “no quisieron ir. Otros responden con absoluta indiferencia: “no hicieron caso”. Les importan más sus tierras y negocios.
Pero, según la parábola, Dios no se desalienta. Por encima de todo, habrá una fiesta final. El deseo de Dios es que la sala del banquete se llene de invitados. Por eso, hay que ir a “los cruces de los caminos”, por donde caminan tantas gentes errantes, que viven sin esperanza y sin futuro. La Iglesia ha de seguir anunciando con fe y alegría la invitación de Dios proclamada en el Evangelio de Jesús.
El papa Francisco está preocupado por una predicación que se obsesiona “por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia”. El mayor peligro está según él en que ya “no será propiamente el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas. El mensaje correrá el riesgo de perder su frescura y dejará de tener olor a Evangelio”.
José Antonio Pagola
12 de octubre de 2014
28 Tiempo ordinario
Mateo 22, 1-14
Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú, para el 27º domingo del tiempo ordinario (5 de octubre de 2014)
“Yo los elegí para que vayan y den fruto y ese fruto sea duradero”
Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento utilizan el tema de la viña para hablar del amor y de la unión de Dios con su pueblo, comparación que podía entenderse más en tiempos antiguos que actualmente, pues son pocos hoy los que tienen contacto con la viña, el viñador y los frutos de la vid. No obstante por medio de esta imagen quiso el Señor explicar el misterio de su amor, y por lo tanto goza de una real actualidad. Dios ama a su Pueblo, pero su Pueblo no le responde de la misma manera.
La primera lectura (Is. 5,1-7) describe la historia de Israel como la historia de una viña que Dios fue preparando a través del tiempo, la plantó, la cuidó y todo estaba preparado para una buena vendimia, pero la vid dio frutos agrios y no buenos frutos como esperaba obtener. Israel tiene que reflexionar sobre sí mismo y sobre la historia que Dios fue entretejiendo a lo largo de las generaciones. ¿Que pasó con Israel, la viña del Señor, que con amor fue sacado de la esclavitud y fue llevado a una tierra fértil, que había sido cuidado como a lo más hermoso y sin embargo dio frutos amargos? Y en la plenitud de los tiempos, ¿acaso Dios no lo amó de tal forma que le entregó la vida de su Hijo único en el sufrimiento de la cruz como prueba del amor infinito que tiene por su pueblo? Esta es la prueba total y final del amor de Dios por su pueblo y ¿cómo respondió este pueblo a su amor?
La parábola del Evangelio de hoy (Mt. 21,23-46) nos muestra cómo el Señor, incluso los alertó, les envió a sus criados, a los profetas; pero los viñadores -los jefes de Israel- los maltrataron, los aporrearon y finalmente los mataron. Y a su hijo, al final, también lo maltrataron y lo mataron. La herencia les será quitada y dada a otros pueblos. De ese nuevo pueblo provenimos y nos preguntamos: ¿obramos acaso nosotros de forma diferente? ¿Damos frutos de amor respondiendo al amor que el Padre nos tiene? ¿Somos más fieles que el pueblo antiguo? ¿Respondemos en la fe y en las obras al amor que Dios nos da cada día? ¿Somos un pueblo más fiel que el antiguo o queremos a toda costa dar frutos amargos en nuestra vida? ¿Nuestros pasos son frutos buenos de una vid cuidada con amor o son frutos malos que entregamos a las personas que nos rodean? ¿O es que siendo frutos malos les hacemos creer que son buenos, o quizás estamos ya tan corrompidos que no nos damos cuenta siquiera que son malos?
Todo el que está bautizado está llamado a ser viña del Señor y dar buen fruto, ante todo aceptando a Dios y a su voluntad, cumpliendo sus mandamientos, respondiendo en su vida al amor de Dios amándole y sirviéndole y también amando al prójimo y sirviendo al bien común, según sus mandatos. No nos olvidemos que la Palabra del Señor es eterna y cierta y que siempre se cumple, por lo tanto si damos frutos amargos, como respuesta al amor de Dios, seremos separados de ese amor (Ib.Is.43).
Hoy podemos ver cómo los hombres que rigen las naciones se apartan del amor a Dios engañando al pueblo con palabras y leyes falaces, creyendo que son modernos y auténticos pero que sólo darán frutos amargos para las futuras generaciones. Quienes hoy actúan así creen falsamente que les amarán más, que serán más respetados y que por esto los volverán a votar y no saben que sembrando la cultura de la muerte, aceptando lo que no es natural a la vida del hombre, quitando los derechos de la familia a la educación no hacen más que sembrar injusticia y corrupción y que con sus obras harán que la vid dé frutos amargos, que los sarmientos de la viña se conviertan en paja seca y sólo sirvan para cenizas.
San Pablo en la segunda lectura nos invita -frente a este estado de cosas- a recurrir frecuentemente a la oración, contemplando y meditando la Palabra de Dios y poniendo nuestro corazón en las obras del bien y del amor, como un compromiso de vida: “hermanos todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y sea merecedor de alabanza, debe ser el objeto de vuestro pensamiento” (Fil. 4,8).
Pidamos hermanos a María Santísima, madre de la pureza y la verdad, que nos ayude en la vida a dar frutos de amor, verdad y vida.
Mons. Marcelo Raúl Martorell, obispo Puerto Iguazú
Homilía monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el 27º domingo durante el año (5 de octubre de 2014) (AICA)
“Los pequeños y el Reino”
El texto del Evangelio de este domingo (Mt. 21, 33-46) presenta en forma de parábola la historia del Pueblo de Israel. La viña del Señor representa a su pueblo. Sus dirigentes no solo no dan los frutos que les correspondía al dueño de la viña, sino que matan a sus servidores y al mismo heredero. Este texto podemos leerlo aplicándolo a la vida de todo cristiano, sea laico, consagrado o sacerdote. El Reino de Dios es también una realidad que nos es dada a cada uno de nosotros. En efecto, la gracia de Dios que se nos otorga gratuitamente, la vocación cristiana, la fe, la revelación de la Palabra de Dios, la comunidad y los sacramentos, son algunos de los bienes que Dios nos ha confiado para que produzcamos frutos.
El próximo domingo 12 de octubre celebraremos en la “Jornada mundial de las Misiones” y como cada año el Papa Francisco nos envía un mensaje para nuestra reflexión. Durante estos domingos de octubre iremos tomando parte de este mensaje para rezar con dicho texto y desde su lectura discernir caminos que nos ayuden a mejorar la dimensión misionera de la Iglesia, que es su fundamental razón de ser.
El texto de este año toma el tema de la alegría como clave del anuncio. En su introducción nos dice: “Hoy en día todavía hay mucha gente que no conoce a Jesucristo. Por eso es tan urgente la misión ad gentes, en la que todos los miembros de la iglesia están llamados a participar, ya que la iglesia es misionera por naturaleza: la iglesia ha nacido “en salida”. La Jornada Mundial de las Misiones es un momento privilegiado en el que los fieles de los diferentes continentes se comprometen con oraciones y gestos concretos de solidaridad para ayudar a las iglesias jóvenes en los territorios de misión. Se trata de una celebración de gracia y de alegría. De gracia, porque el Espíritu Santo, mandado por el Padre, ofrece sabiduría y fortaleza a aquellos que son dóciles a su acción. De alegría, porque Jesucristo, Hijo del Padre, enviado para evangelizar al mundo, sostiene y acompaña nuestra obra misionera. Precisamente sobre la alegría de Jesús y de los discípulos misioneros quisiera ofrecer una imagen bíblica, que encontramos en el Evangelio de Lucas” (cf.10,21-23)…
Los discípulos estaban llenos de alegría, entusiasmados con el poder de liberar de los demonios a las personas. Sin embargo, Jesús les advierte que no se alegren por el poder que se les ha dado, sino por el amor recibido: «porque vuestros nombres están inscritos en el cielo» (Lc 10,20). A ellos se le ha concedido experimentar el amor de Dios, e incluso la posibilidad de compartirlo. Y esta experiencia de los discípulos es motivo de gozosa gratitud para el corazón de Jesús. Lucas entiende este júbilo en una perspectiva de comunión trinitaria: «Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo», dirigiéndose al Padre y glorificándolo. Este momento de profunda alegría brota del amor profundo de Jesús en cuanto Hijo hacia su Padre, Señor del cielo y de la tierra, el cual ha ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las ha revelado a los pequeños (cf. Lc 10,21). Dios ha escondido y ha revelado, y en esta oración de alabanza se destaca sobre todo el revelar. ¿Qué es lo que Dios ha revelado y ocultado? Los misterios de su Reino, el afirmarse del señorío divino en Jesús y la victoria sobre Satanás.
Dios ha escondido todo a aquellos que están demasiado llenos de sí mismos y pretenden saberlo ya todo. Están cegados por su propia presunción y no dejan espacio a Dios. Uno puede pensar fácilmente en algunos de los contemporáneos de Jesús, que Él mismo amonestó en varias ocasiones, pero se trata de un peligro que siempre ha existido, y que nos afecta también a nosotros. En cambio, los “pequeños” son los humildes, los sencillos, los pobres, los marginados, los sin voz, los que están cansados y oprimidos, a los que Jesús ha llamado “benditos”. Se puede pensar fácilmente en María, en José, en los pescadores de Galilea, y en los discípulos llamados a lo largo del camino, en el curso de su predicación.
Durante el mes de octubre rezaremos por el tema de las misiones y por las familias. Este domingo se está realizando el encuentro diocesano de la “infancia misionera” y de todos los niños en el polideportivo de Corpus. Todos estaremos unidos desde nuestras comunidades con nuestra oración, para que en el corazón de nuestros niños esté el gozo del encuentro con Jesús, y pediremos que el testimonio de los más pequeños nos inviten a tener la simplicidad y la inocencia que tienen los niños para que todos podamos comprender que el Reino de Dios les pertenece a los pobres de Espíritu.
Les envío un saludo cercano y hasta el próximo domingo
Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas
Texto completo de la audiencia general del miércoles 8 de octubre de 2014 (Zenit.org)
"Queridos hermanos y hermanas: en las últimas catequesis, hemos intentado alumbrar la naturaleza y la belleza de la Iglesia, y nos hemos preguntado que implica para cada uno de nosotros formar parte de este pueblo. Pueblo de Dios que es la Iglesia. No debemos olvidar que hay muchos hermanos que comparten con nosotros la fe en Cristo, pero que pertenecen a otras confesiones o a otras tradiciones diferentes de la nuestra. Muchos se han resignado con esta división, también dentro de nuestra Iglesia católica se han resignado, que a lo largo de la historia ha sido a menudo causa de conflictos y de sufrimientos, también de guerras, esto es una vergüenza.
También hoy las relaciones no están siempre marcadas por el respeto y la cordialidad... Pero, me pregunto ¿cómo nosotros nos ponemos frente a todo esto? ¿Estamos también nosotros resignados, o somos incluso indiferentes a esta división? ¿O creemos firmemente que se pueda y se deba caminar hacia la reconciliación y la plena comunión? La plena comunión, es decir, poder participar todos juntos del cuerpo y la sangre de Cristo.
Las divisiones entre los cristianos, mientras hieren a la Iglesia, hieren a Cristo. Y nosotros divididos hacemos una herida a Cristo. De hecho, la Iglesia es el cuerpo del que Cristo es la cabeza. Sabemos bien cuanto estaba en el corazón de Jesús que sus discípulos permanecieran unidos en su amor. Basta pensar en sus palabras que aparecen en el capítulo diecisiete del Evangelio de Juan, la oración dirigida al Padre en la inminencia de su Pasión: "Padre santo, cuídalos en tu nombre, los que me has dado, para que sean una sola cosa, como nosotros".
Esta unidad estaba ya amenazada mientras Jesús estaba aún entre los suyos: en el Evangelio, de hecho, se recuerda que los apóstoles discutían entre ellos quién era el más grande, el más importante. El Señor, sin embargo, ha insistido mucho en la unidad en el nombre del Padre, haciéndonos entender que nuestro anuncio y nuestro testimonio serán más creíbles cuanto más seamos capaces de vivir en común y querernos.
Es lo que sus apóstoles, con la gracia del Espíritu Santo, después comprendieron profundamente y se tomaron en serio, tanto que san Pablo llegará a implorar a la comunidad de Corintio con estas palabras: "Hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, yo los exhorto a que se pongan de acuerdo: que no haya divisiones entre ustedes y vivan en perfecta armonía, teniendo la misma manera de pensar y de sentir".
Durante su camino en la historia, la Iglesia es tentada por el maligno, que trata de separarla, y lamentablemente ha estado marcado por separaciones graves y dolorosas. Son divisiones que a veces han durado mucho tiempo, hasta hoy, por lo que resulta difícil reconstruir todas las motivaciones y sobre todo encontrar las posibles soluciones.
Las razones que han llevado a las fracturas y a las separaciones pueden ser las más diversas: desde las divergencias sobre principios dogmáticos y morales y sobre concepciones teológicas y pastorales diferentes, hasta motivos políticos y de conveniencia, hasta los debates por antipatías y ambiciones personales... Lo cierto es que de una forma u otra, detrás de estas laceraciones está siempre la soberbia y el egoísmo, que son causa de todo desacuerdo y que nos hacen intolerantes, incapaces de escuchar y aceptar a quien tiene una visión o una posición diferente de la nuestra.
Ahora, frente a todo esto, ¿hay algo que cada uno de nosotros, como miembros de la santa madre Iglesia, podemos y debemos hacer? Ciertamente no debe faltar la oración, en continuidad y en comunión con la de Jesús. La oración por la unidad de los cristianos. Y junto con la oración, el Señor nos pide una apertura renovada: nos pide no cerrarnos al diálogo y al encuentro, sino acoger todo lo válido y positivo que se nos ofrece también quien piensa distinto a nosotros o se pone en posiciones diferentes. Nos pide no fijar la mirada sobre lo que nos divide, sino más bien en lo que nos une, tratando conocer mejor y amar a Jesús y compartir la riqueza de su amor. Y esto comporta concretamente la adhesión a la verdad, junto con la capacidad de perdonarse, de sentirse parte de la misma familia cristina, considerarse el uno don para el otro y hacer juntos muchas cosas buenas, muchas obras de caridad.
Es un dolor pero hay divisiones, hay cristianos divididos, estamos divididos entre nosotros. Y todos tenemos algo en común. Todos creemos en Jesucristo el Señor, todos creemos en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y tercero, todos caminos juntos, estamos en camino. Ayudémonos el uno al otro.
'Pero tú piensas así, y él piensas así'. Pero en todas las comunidades hay buenos teólogos: que ellos discutan, que ellos busquen la verdad teológica, porque es un deber. Pero nosotros caminamos juntos, rezando el uno por el otro y haciendo obras de caridad. Y así hacemos la comunión en camino. Esto se llama ecumenismo espiritual, caminar el camino de la vida todos juntos en nuestra fe en Jesucristo el Señor.
Se dice que no se debe hablar de cosas personales pero no resisto la tentación. Estamos hablando de comunión, comunión entre nosotros. Y hoy estoy muy agradecido al Señor porque hace 70 años que he hecho la Primera Comunión. Hacer la primera comunión, todos nosotros, debemos saber que significa entrar en comunión con los otros, en comunión con los hermanos de nuestra Iglesia, pero también en comunión con todos los que pertenecen a comunidades diversas pero que creen en Jesús. Damos gracias a Dios todos por nuestro bautismo, damos gracias a Dios todos por nuestra comunión, para que esta comunión termine por ser de todos juntos.
Queridos amigos, ¡vamos adelante ahora hacia la plena unidad! ¡La historia nos ha separado, pero estamos en camino hacia la reconciliación y la comunión! Y esto es verdad, esto debemos defenderlo. Todos estamos en camino hacia la comunión. Y cuando la meta nos puede parecer demasiado distante, casi inalcanzable y nos sentimos atrapados por la desesperación, nos aliente la idea de que Dios no puede cerrar los oídos a la voz del propio Hijo Jesús y no conceder su y nuestra oración, para que todos los cristianos sean realmente una sola cosa. Gracias".
Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)
Domingo XXVIII - Ciclo A
Textos: Isaías 25, 6-10; Filipenses 4, 12-14.19-20; Mateo 22, 1-1
Idea principal: ¡Venid todos a la boda, pero con el traje de gala, porque quiero entrar en amistad, diálogo e intimidad con vosotros!
Resumen del mensaje: La parábola de este domingo pone en escena a un rey que festeja con un grandioso convite las bodas de su hijo (evangelio), símbolo de la Encarnación del Verbo, el Hijo eterno del Padre, merced a la cual la naturaleza divina se desposó con la naturaleza humana para entrar en amistad, diálogo e intimidad con nosotros. Dios hizo dos invitaciones al pueblo elegido de Israel. Pero no aceptó, preocupado sólo por sus asuntos materiales. Apenado y humillado, Dios llama a otros, a los pobres y marginados de los banquetes oficiales, pero les pide el traje de gala. Y pensar que Dios había preparado platillos suculentos y vinos excelentes (1ª lectura). Platillos que después debemos compartir con los necesitados (2ª lectura).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, a Jesús le encantaba la comida con la gente. Por eso, acudía a banquetes. Por eso no nos extraña que compara el Reino a un Rey que preparó un banquete al que invita a todos. Las insistentes invitaciones del rey hoy a través de sus emisarios, que no son otros que los profetas, encuentran a sus destinatarios indiferentes, despreciando el honor que se les ha hecho, preocupados sólo por sus asuntos materiales: sus negocios, sus campos, su familia. Por haber sido cuidadosamente elegidos por el rey como comensales de la fiesta de bodas, se ve que eran de un cierto rango, que a los ojos del rey tenían cierto privilegio, lo cual también agrava notablemente su comportamiento, que llega al ultraje y a la misma muerte de los voceros reales que portan las invitaciones. ¡Qué ofensa y humillación infligida al rey! Excusas sin peso que podían hacer en otro día: “me espera mi campo…mi negocio”. Hasta echaron mano y mataron a los que llevaban las invitaciones del Rey. Se explica así el por qué en la parábola no se considera exagerada la reacción del monarca, el cual ordena que sus tropas hagan justicia a los asesinos e incendien su ciudad, casi como para borrar de la faz de la tierra todo recuerdo de tan horrible episodio.
En segundo lugar, apliquemos esta parábola a Dios. ¿Cómo se puede considerar diversamente el desprecio de los bienes divinos, el rechazo de un Dios que ofrece su propia vida al hombre? Me vienen a la memoria aquellas severas palabras de san Pablo: “No os hagáis ilusiones, con Dios no se puede jugar” (Gál 6, 7). No se pueden desdeñar impunemente los dones de Dios, y menos aún pretender que Dios renuncie a su plan salvífico universal, oponiéndole un muro de incomprensión y superficialidad. Excluirse de este plan indica sólo el fracaso del hombre y no de Dios. Es esto lo que quiere decir la parábola cuando muestra al rey que envía a sus siervos a las calles para recoger a cuantos encuentren, “buenos o malos”, y así llenar la sala del banquete, en sustitución de los “indignos”. Nadie puede impedir la fiesta de Dios. Nuestro olvido o indiferencia no pueden hacer que Dios no exista, ni impedir que realice, incluso sin nosotros, su plan de salvación.
Finalmente, ahora bien, a ese banquete hay que entrar con el traje de gala, es decir, la gracia santificante, que en el Apocalipsis se describe como “vestido de lino de las obras justas de los santos” (19, 8). Hay que tener la túnica blanca, la corona de palma o el olivo, y las sandalias y los pies limpios. Según el protocolo oriental, el rey no participaba en el banquete, sino que en cierto momento entraba en la sala, para recibir el obsequio y el agradecimiento de sus invitados. En Oriente, desde los remotos tiempos del rey Hammurabi (s. XVIII a.C.), los reyes solían regalar a sus huéspedes vestidos idóneos para la solemnidad de sus audiencias o para el privilegio de la comparecencia ante ellos. El hombre de la parábola que no tenía el vestido de fiesta fue porque no quiso proveerse del traje, lo que indica una falta de respeto no menos grave que la de aquellos que rechazaron la invitación del Rey. Fue también expulsado a la gehena eterna, el infierno. Ninguna interpretación podrá negar que Cristo amenazó con este castigo irreparable a quien hace vanos los dones de Dios, rechazando su gracia. Pero no olvidemos también que esta terrible parábola precede a las tres parábolas de la misericordia, ya que Dios amenaza con la intención de perdonar y corregirnos.
Para reflexionar: ¿Tomamos en serio las invitaciones de Dios o damos oídos sordos y preferimos nuestros negocios? ¿Tenemos siempre el traje de gala de la gracia de Dios en nuestra alma cada vez que nos relacionamos con Dios en la oración o en la Eucaristía? ¿Somos agradecidos con Dios por tanto amor y por invitarnos al Banquete de la misa cada domingo? Si hemos participado del banquete del Rey, ¿después llevamos algo e invitamos a nuestros hermanos o nos comemos todo a solas?
Para rezar: Gracias, Señor, por tantos banquetes que a diario me sirves. Perdóname que algunas veces desprecié esos banquetes, por preferir mis negocios. Ayúdame a no ensuciar nunca mi vestido de gala, es decir, la gracia santificante que tengo desde el bautismo. Que sepa compartir con mis hermanos esos regalos que tú me das gratuitamente.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
Texto completo de la homilía del Santo Padre en la misa de apertura de la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos. CIUDAD DEL VATICANO, 05 de octubre de 2014 (Zenit.org)
El profeta Isaías y el Evangelio de hoy usan la imagen de la viña del Señor. La viña del Señor es su «sueño», el proyecto que él cultiva con todo su amor, como un campesino cuida su viña. La vid es una planta que requiere muchos cuidados.
El «sueño» de Dios es su pueblo: Él lo ha plantado y lo cultiva con amor paciente y fiel, para que se convierta en un pueblo santo, un pueblo que dé muchos frutos buenos de justicia.
Sin embargo, tanto en la antigua profecía como en la parábola de Jesús, este sueño de Dios queda frustrado. Isaías dice que la viña, tan amada y cuidada, en vez de uva «dio agrazones» ; Dios «esperaba derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperaba justicia, y ahí tenéis: lamentos». En el Evangelio, en cambio, son los labradores quienes desbaratan el plan del Señor: no hacen su trabajo, sino que piensan en sus propios intereses.
Con su parábola, Jesús se dirige a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos del pueblo, es decir, a los «sabios», a la clase dirigente. A ellos ha encomendado Dios de manera especial su «sueño», es decir, a su pueblo, para que lo cultiven, se cuiden de él, lo protejan de los animales salvajes. El cometido de los jefes del pueblo es éste: cultivar la viña con libertad, creatividad y laboriosidad.
Pero Jesús dice que aquellos labradores se apoderaron de la viña; por su codicia y soberbia, quieren disponer de ella como quieran, quitando así a Dios la posibilidad de realizar su sueño sobre el pueblo que se ha elegido.
La tentación de la codicia siempre está presente. También la encontramos en la gran profecía de Ezequiel sobre los pastores, comentada por san Agustín en su célebre discurso que acabamos de leer en la Liturgia de las Horas. La codicia del dinero y del poder. Y para satisfacer esta codicia, los malos pastores cargan sobre los hombros de las personas fardos insoportables, que ellos mismos ni siquiera tocan con un dedo.
También nosotros estamos llamados en el Sínodo de los Obispos a trabajar por la viña del Señor. Las Asambleas sinodales no sirven para discutir ideas brillantes y originales, o para ver quién es más inteligente... Sirven para cultivar y guardar mejor la viña del Señor, para cooperar en su sueño, su proyecto de amor por su pueblo. En este caso, el Señor nos pide que cuidemos de la familia, que desde los orígenes es parte integral de su designio de amor por la humanidad. Todos somos pecadores. También nosotros podemos tener la tentación de «apoderarnos» de la viña, a causa de la codicia que nunca falta en nosotros, seres humanos. El sueño de Dios siempre se enfrenta con la hipocresía de algunos servidores suyos. Podemos «frustrar» el sueño de Dios si no nos dejamos guiar por el Espíritu Santo. El Espíritu nos da esa sabiduría que va más allá de la ciencia, para trabajar generosamente con verdadera libertad y humilde creatividad. Hermanos, para cultivar y guardar bien la viña, es preciso que nuestro corazón y nuestra mente estén custodiados en Jesucristo por la «paz de Dios, que supera todo juicio», como dice san Pablo. De este modo, nuestros pensamientos y nuestros proyectos serán conformes al sueño de Dios: formar un pueblo santo que le pertenezca y que produzca los frutos del Reino de Dios.
Texto completo de las palabras del Papa en la oración mariana del domingo 5 de Octubre de 2014 (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
esta mañana, con la concelebración eucarística en la Basílica de San Pedro, hemos inaugurado la Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos. Los padres sinodales, procedentes de todas las partes del mundo, junto conmigo, vivirán dos semanas intensas de escucha y de debate, fecundadas en la oración, sobre el tema "Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización".
Hoy la Palabra de Dios presenta la imagen de la viña como símbolo del pueblo que el Señor ha elegido. Como una viña, el pueblo requiere mucho cuidado, requiere un amor paciente y fiel. Así hace Dios con nosotros, y así somos llamados a hacer nosotros, Pastores. También cuidar de la familia es una forma de trabajar en la viña del Señor, para que produzca los frutos del Reino de Dios.
Pero para que la familia pueda caminar bien, con confianza y esperanza, es necesaria que esté nutrida por la Palabra de Dios. Por esto es una feliz coincidencia que precisamente hoy nuestros hermanos paulinos hayan querido hacer una gran distribución de la Biblia, aquí en la plaza y en muchos otros lugares. Damos las gracias a nuestros hermanos paulinos. Lo hacen en ocasión del centenario de su fundación, por parte del beato Giacomo Alberione, gran apóstol de la comunicación. Entonces hoy, mientras se abre el Sínodo por la familia, con la ayuda de los paulinos podemos decir: ¡Una Biblia en cada familia! ¡Una Biblia en cada familia! 'Pero padre, nosotros tenemos dos, tenemos tres'. 'Pero, ¿dónde las tenéis escondidas?' La Biblia no es para ponerla en una estantería, sino para tenerla a mano, para leerla a menudo, cada día, ya sea de forma individual o juntos, marido y mujer, padres e hijos, quizá en la noche, especialmente el domingo. Así la familia crece, camina, con la luz y la fuerza de la Palabra de Dios.
Esta es la Biblia que os darán los hermanos paulinos. Una para cada familia. Estad atentos, no seáis pícaros, tomadla con una mano, no con las dos. Con una mano para llevarla a casa.
Invito a todos a apoyar los trabajos del Sínodo con la oración, invocando la materna intercesión de la Virgen María. En este momento, nos unimos espiritualmente a los que en el Santuario de Pompeya, elevan la tradicional 'Súplica' a la Virgen del Rosario. ¡Que conceda la paz, a las familias y al mundo entero!
Angelus Domini…
Queridos hermanos y hermanas,
ayer en Estados Unidos fue proclamada beata sor María Teresa Demjanovich, de las Hermanas de la caridad de Santa Isabel. Damos gracias a Dios por esta fiel discípula de Cristo, que tuvo una intensa vida espiritual.
Hoy, en Italia se celebra la Jornada por la eliminación de las barreras arquitectónicas. Animo a todos los que trabajan por garantizar oportunidades de vida iguales para todos, independientemente de la condición física de cada individuo. Deseo que las instituciones y los ciudadanos particulares estén cada vez más atentos a este objetivo social importante.
Y ahora saludo cordialmente a todos vosotros, fieles romanos y peregrinos procedentes de Italia y de varios países. Saludo particularmente a los estudiantes llegados desde Australia y los de San Bonaventura Gymnasium Dillingen (Alemania), los jóvenes de Jordania, la Asociación San Giovanni de Matha y los fieles de la parroquia de San Pablo de Bérgamo, que les veo allí.
Saludo a todos los peregrinos que han llegado en bicicleta desde Milán en el recuerdo de Santa Gianna Beretta Molla, santa madre de familia, testigo del Evangelio de la vida, y les animo a seguir en sus iniciativas de solidaridad a favor de las personas más frágiles. Por favor no os olvidéis, rezad por el Sínodo, rezad a la Virgen para que custodie esta Asamblea Sinodal.
A todos os deseo buen domingo. Rezad por mí. Buen almuerzo ¡Hasta la vista!
Reflexiones del obispo de San Cristobal de las Casas. SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 03 de octubre de 2014 (Zenit.org)
Familias en situación difícil
Por Felipe Arizmendi Esquivel
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Durante esta semana, realizamos el VII Encuentro eclesial de las tres diócesis de la Provincia de Chiapas, con el objetivo de reflexionar los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la nueva evangelización, para seguir acompañando a las familias en situaciones difíciles, según el Evangelio y las exigencias de la realidad actual. Lo hacemos en sintonía con el Sínodo extraordinario de obispos de todo el mundo, que se lleva a cabo en Roma, convocado por el Papa Francisco. Nuestra guía es el Instrumentum laboris del mismo Sínodo,que contiene las respuestas de las iglesias de los cinco continentes a la encuesta que oportunamente se hizo sobre la situación de la familia en el contexto actual.
Abordaremos estos temas: El designio de Dios acerca del matrimonio y la familia. Conocimiento y recepción de la Sagrada Escritura y de los Documentos de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia.Evangelio de la familia y ley natural. La familia y la vocación en la persona de Cristo. La pastoral de la familia: las diversas propuestas actuales. Los desafíos pastorales de la familia. Las situaciones familiares difíciles. Las uniones entre personas del mismo sexo. Los desafíos pastorales acerca de la apertura a la vida.La Iglesia y la familia frente al desafío educativo, en general, y la educación cristiana en situaciones familiares difíciles.
Conoceremos la situación mundial de las familias y las respuestas pastorales que está dando la Iglesia, para intentar nosotros hacer un aterrizaje a nuestra realidad chiapaneca y sugerir algunas pistas de pastoral familiar para nuestras diócesis.
PENSAR
Al respecto, dice el Papa Francisco: “La familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales. En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros y donde los padres transmiten la fe a sus hijos. El matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno. Pero el aporte indispensable del matrimonio a la sociedad supera el nivel de la emotividad y el de las necesidades circunstanciales de la pareja. Como enseñan los Obispos franceses, no procede «del sentimiento amoroso, efímero por definición, sino de la profundidad del compromiso asumido por los esposos que aceptan entrar en una unión de vida total».
El individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que desnaturaliza los vínculos familiares. La acción pastoral debe mostrar mejor todavía que la relación con nuestro Padre exige y alienta una comunión que sane, promueva y afiance los vínculos interpersonales” (EG 66-67).
“Doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos. Sin embargo, también entre ellas encontramos constantemente los más admirables gestos de heroísmo cotidiano en la defensa y el cuidado de la fragilidad de sus familias” (EG 212).
ACTUAR
Salvemos la familia que se califica como tradicional, con un padre, una madre e hijos, con vínculos afectivos hacia los abuelos y los parientes cercanos, pero estemos atentos y con un corazón generoso, como el de Dios, para no juzgar y condenar otros estilos de familia que van apareciendo, sobre todo en ambientes urbanos: madres solas y abandonadas, abuelos que hacen de padres, separados, divorciados vueltos a casar, uniones libres e, incluso, sociedades de convivencia. Hay casos que no concuerdan con el plan de Dios sobre el matrimonio, pero no es la condenación y exclusión el camino pastoral de la Iglesia, sino la cercanía pastoral, para ofrecer un sendero de conversión y salvación. La actitud prevalente de Jesús es la misericordia. Así debemos ser en la Iglesia.
Catholic Calendar and Daily Meditation
Sunday, October 5, 2014
Twenty-seventh Sunday in Ordinary Time
Scripture for Sunday's Liturgy of the Word:
http://new.usccb.org/bible/readings/100514.cfm
Isaiah 5:1-7
Psalm 80:9, 12, 13-14, 15-16, 19-20
Philippians 4:6-9
Matthew 21:33-43
A reflection on today's Sacred Scriptures:
Those of us who live in upstate New York are finding more and more vineyards dotting the landscape. They are a most welcome sight. No wonder God used the image of a vineyard to describe the chosen people of Israel. In today's first reading, Isaiah uses a well-known Song of the Vineyard to describe how his friend (God) went to elaborate pains in constructing His vineyard, with ditches and a tower for protection, and a winepress for squeezing out the precious grape juice that would become delicious wine.
How disappointed God was when His vineyard produced only wild grapes, unfit for a good yield. All that work and loving care came to nothing! So God decided to tear down that vineyard and let it revert to pasture land. Even as Isaiah was prophesying, the Assyrians were pounding at the gates of Jerusalem, about to destroy the city.
Jesus in the Gospel uses that same image of a vineyard to describe Jerusalem in His time. He focused on the unfaithful people who, by their sin and failure to listen to the prophets, had brought God's anger down on them. Jesus' reference to the killing of the King's only Son was not lost on the Pharisees. They had already decided to kill this Jesus who claimed to be the Son of God. Jesus' words enraged them, and their hearts were further hardened against Him.
In the early days of America, trading companies and land agents, eager to bring Europeans to our shores, often described the new world as a "garden of the gods," rich in natural resources and opportunity. And so it was! It was very much like the Vineyard of today's Gospel. Today, not only preachers, but even the average citizen, are aware that greed, selfishness, indifference, as well as relativism in morals, are spoiling the garden.
October is Pro-Life month. Abortion and the culture of death are far from conquered. It is the worm killing the grapes in the vineyard, and spoiling the garden. We are even slow to compassion and action in regard to immigration reform at home and the massacre of Christians abroad. Yes, we are killing the garden. There is an axiom in law which states that the greater the person offended, the greater the offense itself. Since God Himself was the victim in today's parable, the offense against Him was beyond measure. Jesus directed the story at the Pharisees. Who does He direct it to in today's society?
We are the workers in God's Vineyard which the Lord has given us to tend. Are we working hard enough to stop what is killing the grapes?
October is also the month of the Rosary. Here is a powerful weapon that is ours to pray each day for a restoration of God's Garden that once produced such goodness and peace.
- Msgr. Paul Whitmore | email: pwhitmore29( )yahoo.com
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Reflexión a las lecturas del domingo veintisiete del Tiempo Ordinario - A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 27º del T. Ordinario A
Durante tres domingos, estamos escuchando unas parábolas en las que el Señor explica a los sumos sacerdotes y ancianos, y también a nosotros, por qué tiene que prescindir del pueblo elegido, el pueblo de Israel, y formar otro pueblo, la Iglesia. El domingo pasado, escuchábamos la primera: la Parábola de los dos hijos. Hoy, la de “los viñadores homicidas”. En ella se refiere Jesús al pasado de Israel, a la historia de infidelidad y maldades del pueblo de Dios, especialmente de su actitud con los profetas. Y también, de su actitud actual: no aceptan a Jesús como Mesías y, dentro de unos días, lo llevarán a la Cruz.
Para aquel propietario del Evangelio era algo ilusionante plantar una viña, cavar un lagar, construir la casa del guarda y arrendarla a unos labradores, que le dieran, a su tiempo, los frutos que le correspondían. Es una imagen de la constitución de Israel como pueblo de Dios. Bajo la forma de un poema precioso, nos presenta el profeta Isaías (1ª Lect.) la misma historia, con algunas variantes y limitándola, como es lógico, al Antiguo Testamento.
“Llegado el tiempo de la vendimia, sigue diciendo el Evangelio, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo”. De esta forma, Jesucristo les recuerda lo que habían hecho sus antepasados con los profetas que el Padre les enviaba.
Por último, el propietario “mandó a su hijo diciéndose: tendrán respeto a mi hijo. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: este es el heredero. Venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia. Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron”.
El hijo que envía el propietario representa a Jesucristo. Dentro de unos días, lo someterán a toda clase de tormentos, y lo sacarán fuera de la viña, y lo harán morir en una cruz en las afueras de Jerusalén.
El texto de la primera lectura pone en boca del Señor: “¿Qué más podía hacer por mi viña que yo no haya hecho? ¿Por qué, esperando que diera uvas, dio agrazones?” Y describe cómo va a abandonarla.
En el Evangelio Jesús encarga a los sumos sacerdotes y ancianos que pronuncien ellos mismos su sentencia, cuando les pregunta: “Y, ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? Le contestaron: “Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos”. A continuación, es Cristo el que pronuncia la sentencia. Es la enseñanza fundamental de la Parábola: “Se os quitará a vosotros el Reino de los Cielos y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos”. ¡Qué impresionante es todo esto! ¡Qué trágico resulta todo!
¿Y cómo se quedarían aquellos dirigentes de Israel, que entendían que la parábola iba por ellos? S. Marcos y S. Lucas dicen que quisieron detenerle, pero temieron a la gente y se fueron (Mc 12,12; Lc 20,19). ¿No nos explicamos ahora por qué tendrá el Señor que morir en una cruz?
¡Y “del costado de Cristo, dormido en la Cruz, nació el sacramento admirable de la Iglesia entera”! nos enseña el Vaticano II (S. C. 5). La Iglesia es, pues, el nuevo pueblo de Dios, la Viña Nueva de Cristo. Ella “va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la Cruz y la Muerte de Jesús hasta que Él vuelva”. (L. G. 8).
Los cristianos, por tanto, en el salmo responsorial de este domingo, nos referimos también a la Nueva Viña, “el Israel de Dios” que dice S. Pablo (Gál 6,16), cuando proclamamos: “La Viña del Señor es la Casa de Israel”.
Al mismo tiempo, tendríamos que hacer examen de nuestra vida, para ver qué fruto estamos dando, no sea que también nosotros, miembros de la Iglesia, seamos desheredados y apartados de la Viña.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 27º DEL T. ORDINARIO A
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
En el canto de la viña de Isaías que vamos a escuchar, el profeta nos recuerda, bajo la alegoría de un viñedo, los intensos cuidados de Dios por su pueblo escogido y su amarga queja por su respuesta.
SALMO
La Iglesia es la nueva Viña del Señor que confiesa y proclama los cuidados amorosos con que la ha rodeado el Viñador divino, al tiempo que pide el auxilio del Cielo para no repetir las infidelidades de la antigua viña, de Israel.
SEGUNDA LECTURA
Escuchemos con atención los sabios consejos que da el apóstol San Pablo, desde la cárcel, a los cristianos de Filipo.
TERCERA LECTURA
Continuamos este domingo escuchando la segunda de las parábolas, que tratan de explicarnos la infidelidad y torpeza del antiguo pueblo de Dios a lo largo de los siglos, y ahora, en que ha venido el Mesías. Como consecuencia, es necesario formar un nuevo pueblo, que presente al Señor los frutos a su tiempo.
Pero antes de escuchar el Evangelio, cantemos de pie, el aleluya.
COMUNIÓN
La Comunión es un gran don de Dios, que viene cargado de una gran responsabilidad: ¡hace falta dar fruto! Hemos de demostrar con obras de caridad, piedad y apostolado, lo que hemos recibido por la fe y el sacramento.
Texto completo de la audiencia general del miércoles 1 de octubre de 2014 (Zenit.org)
- Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
En esta semana, continuamos hablando de la Iglesia. Desde el inicio, el Señor ha colmado a la Iglesia de los dones de su Espíritu, haciéndola así siempre viva y fecunda, con los dones del Espíritu Santo. Entre estos dones, se distinguen algunos que resultan particularmente preciosos por la edificación y el camino de la comunidad cristiana: se trata de los carismas. En esta catequesis sobre la Iglesia queremos preguntarnos: ¿qué es exactamente un carisma? ¿Cómo podemos reconocerlo y acogerlo? Y sobre todo: ¿el hecho que en la Iglesia haya una diversidad y una multiplicidad de carismas, es visto en sentido positivo, como algo bonito, o como un problema?
En el lenguaje común, cuando se habla de "carisma", se entiende a menudo un talento, una habilidad natural. Se dice, "esta persona tiene un carisma especial para enseñar, tiene talento". Así, frente a una persona particularmente brillante y atractiva, se dice: "Es una persona carismática". ¿Qué significa? No lo sé, pero es carismática. Y así decimos, no sabemos qué decimos, pero decimos es carismática. En la prospectiva cristiana, sin embargo, el carisma es mucho más que una cualidad personal, de una predisposición de la que se puede estar dotado: el carisma es una gracia, un don concedido por Dios Padre, a través de la acción del Espíritu Santo. Y es un don que es dado a alguien no porque sea mejor que los otros o porque se lo ha merecido: es un regalo que Dios le hace, para que con la misma gratuidad y el mismo amor lo pueda poner al servicio de toda la comunidad, para el bien de todos.
Hablando un poco de forma humana se dice así: "Dios da esta cualidad, este carisma a esta persona, pero no para sí, sino para que esté al servicio de toda la comunidad". Hoy antes de llegar a la plaza he recibido muchos muchos niños discapacitados en el Aula Pablo VI, había muchos. Una asociación que se dedica al cuidado de estos niños. ¿Qué es? Esta asociación, estas personas, estos hombres, estas mujeres, tienen el carisma de cuidar a los niños discapacitados. Esto es un carisma.
Algo importante que se subraya enseguida es el hecho que uno no puede entender por sí mismo si tiene un carisma y cuál. Pero muchas veces nosotros hemos escuchado personas que dicen "yo tengo esta cualidad, sé cantar muy bien". Y nadie tiene el valor de decirle "mejor que estés callado porque nos atormenta a todos cuando tú cantas". Nadie puede decir "yo tengo este carisma". Es dentro de la comunidad que florecen y se desarrollan los dones de los que nos colma el Padre; y es en el seno de la comunidad que se aprende a reconocerlos como un signo de su amor para todos sus hijos. Cada uno de nosotros, entonces, está bien que se pregunte: "¿Hay algún carisma que el Señor ha hecho surgir en mí, que el Señor ha hecho surgir en mí, en la gracia de su Espíritu, y que mis hermanos, en la comunidad cristina, han reconocido y animado? ¿Y cómo me comporto yo en cuanto a este don: lo vivo con generosidad, poniéndolo al servicio de todos, o lo descuido y termino por olvidarlo? ¿O quizá se convierte en mí en motivo de orgullo, tanto como para quejarme siempre de los otros y pretender que en la comunidad se haga a mi manera? Son preguntas que debemos hacer. Si hay un carisma en mí, sea reconocido este carisma, de la Iglesia y si estoy contento con este carisma. O tengo un poco de celos del carisma de los otros. "Quiero tener ese carisma". El carisma es un don, solamente lo da Dios.
¡La experiencia más bonita es descubrir cuántos carismas diferentes y de cuántos de su Espíritu el Padre colma su Iglesia! Esto no debe ser visto como un motivo de confusión, de malestar: son todos regalos que Dios hace a la comunidad cristiana, para que pueda crecer en armonía, en la fe y en su amor, como un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo.
El mismo espíritu que da esta diferencia de Carismas da la unidad de la Iglesia, el mismo Espíritu. Frente a esta multiplicidad de carismas nuestro corazón se debe abrir a la alegría y debemos pensar: "¡Qué bonito! Tantos dones diferentes, porque somos todos hijos de Dios, y todos amados de una manera única". Ay, entonces, si estos dones se convierten en motivo de envidia o de división, de celos. Como recuerda el apóstol Pablo en su Primer Carta a los Corintios, en el capítulo 12, todos los carismas son importantes a los ojos de Dios y, al mismo tiempo, ninguno es insustituible. Esto quiere decir que en la comunidad cristiana necesitamos el uno del otro, y cada don recibido se realiza plenamente cuando es compartido con los hermanos, por el bien de todos. ¡Esta es la Iglesia! Y cuando la Iglesia, en la variedad de sus carismas, se expresa en comunión, no se puede equivocar: es la belleza y la fuerza del sensus fidei, de ese sentido sobre natural de la fe, que es donado por el Espíritu Santo para que, juntos, podamos todos entrar en el corazón del Evangelio y aprender a seguir a Jesús en nuestra vida.
Hoy la Iglesia celebra la fiesta Santa Teresa del Niño Jesús. Esta Santa que ha muerto a los 25 años amaba tanto la Iglesia, quería ser misionera, pero quería tener todos los carismas. Y decía "yo quiero hacer esto, esto, esto, todos los carismas quería". Ha ido a rezar, ha escuchado que su carisma era el amor. Y ha dicho esta bella frase "en el corazón de la Iglesia yo seré el amor" y este carisma lo tenemos todos. La capacidad de amar, pidamos hoy a Santa Teresa del Niño Jesús esta capacidad de amar tanto a la Iglesia, de amarla tanto y aceptar todos los carismas con este amor de hijos de la Iglesia, de nuestra Santa Madre Iglesia jerárquica.
Traducido por ZENIT
Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). BRASILIA, 30 de septiembre de 2014 (Zenit.org)
Domingo XXVII - Ciclo A -
Textos: Isaías 5, 1-7; Filipenses 4, 6-9; Mateo 21, 33-43
Idea principal: O uvas sabrosas o uvas agrias. Todo depende si estoy o no unido a Cristo verdadera Vid, pues yo soy sarmiento.
Resumen del mensaje: la viña es una imagen privilegiada para designar al pueblo de la antigua alianza (Israel) y al pueblo de la Nueva Alianza (Iglesia); por eso es el símbolo elocuente de la entera historia de la salvación. La primera lectura, el salmo y el evangelio de hoy están llenos de alusiones a la viña. La parábola de hoy es otra parábola muy intencionada, la de los trabajadores de la viña que no sólo no entregan al dueño los beneficios que le tocan, sino que maltratan y apalean a sus enviados y matan al hijo, para quedarse ellos con la viña y sus frutos.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, hay dos maneras de leer esta parábola de la viña: una en clave histórica o narrativa, y una en clave actual. Históricamente, la viña es el pueblo hebreo. Dios eligió libremente este pueblo, lo liberó de Egipto con mano fuerte y lo trasplantó con cariño en la tierra prometida como se trasplanta una vid. Aquí lo llenó de cuidados y mimos, como hace el viñador con su viña, o mejor, como hace el esposo con su esposa. La rodeó, la defendió de los enemigos y raposas. Pero, ¿qué pasó? La viña, en lugar de uva, produjo agrazones. En lugar de producir obras de justicia y fidelidad, se rebeló y le pagó a Dios con traiciones, desobediencias e infidelidad. Curioso: no se rebeló la viña, sino los viñadores. ¿Qué hará Dios? Isaías habla de destrucción de la viña (caída de Jerusalén y exilio). Jesús, no. Jesús dice que esa viña será dada a otro destinatario, la Iglesia o nuevo Pueblo de Dios. Dios es libre.
En segundo lugar, nosotros somos ese nuevo Pueblo de Dios a quien Jesús nos ha confiado esta viña suya, la Iglesia. La situación ha cambiado con Cristo. Ahora Él es la Vid verdadera y nosotros, los sarmientos. Sólo nos pide permanecer en Él por la oración y los sacramentos para dar mucho fruto. Dios no repudiará más la viña que es la Iglesia, porque esta viña es Cristo; la Iglesia es el cuerpo de Cristo. No habrá un tercer “Israel de Dios” después del pueblo hebreo y del cristiano. Pero si la vid está segura por el amor del Padre, no sucede lo mismo con los sarmientos individuales. Si no dan fruto, pueden ser apartados y tirados. Es el riesgo de nosotros, los cristianos de hoy, como individuos y como grupo.
Finalmente, si aplicamos ahora el mensaje a cada uno en particular, las consecuencias son bien serias. Dios nos dio todo. Nos plantó en la Iglesia, nos injertó en Cristo, nos podó con pequeñas o grandes cruces y nos alimentó. Por tanto, tiene todo el derecho de pedir los frutos. ¿Qué encontrará? ¿Hojas solamente? O peor, ¿ramos secos? La Eucaristía nos ofrece la posibilidad de reactivar nuestro bautismo en nosotros y también la circulación de aquella savia que proviene de la Vid. Si no damos fruto, ya sabemos el triste desenlace: nos tirará. Por eso nos manda de vez en cuando sus emisarios para alertarnos: amigos, catequistas, sacerdotes, luces, buenos ejemplos. Hagamos caso.
Para reflexionar: ¿Qué queremos ser: un sarmiento unido a Cristo, a su Palabra, a sus sacramentos, en estado de crecimiento y conversión, o un sarmiento estéril, rico sólo en pámpanos, es decir, un cristiano de palabra y no de hecho? ¿Qué damos: racimos jugosos o abrojos y espinas?
Para rezar: Señor, gracias por haberme hecho sarmiento de tu Viña. Señor, quiero que mi sarmiento esté fuerte y bien alimentado con la savia de tus sacramentos. Señor, que mi sarmiento dé frutos sabrosos de santidad y de virtudes, para que quien a mí se acerca pueda recibir el jugo de mi ejemplo positivo o de mi consejo acertado. No permitas, Señor, que mi sarmiento venga destruido por algún parásito que quiera meterse en sus “venas”.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (27 de septiembre de 2014) (AICA)
Ser buenos ciudadanos a favor del bien comun
Mis amigos, esta semana voy a hablarles de Aristóteles y de la política de Aristóteles; pero no se asusten, no es nada complicado. Aristóteles escribió una obra que se llama “Política” y allí, en el tercer libro, hace una distinción que es de lo más interesante. Dice Aristóteles que no es lo mismo la virtud en general -que hace buena a una persona, las virtudes de un hombre o una mujer de bien-, que las virtudes propiamente cívicas o políticas.
¿En qué sentido? Se llama virtud en general a las virtudes que tratamos nosotros de practicar; una persona es virtuosa cuando se trata de una persona de bien. Así pensaba Aristóteles y así tenemos que pensar nosotros también. Existen, por otra parte virtudes propias y específicas del hombre o la mujer en cuanto a ciudadano, en cuanto a miembros de la pólis. Política viene de allí de polis, que en griego significa ciudad. ¿Y cuáles son estas virtudes propias del ciudadano? Fundamentalmente, dice, es la prudencia. La prudencia y las otras que se llaman cardinales: la fortaleza, la templanza, la justicia; pero importa sobre todo la prudencia. La prudencia consiste en hacer equilibrio entre el bien y el mal, sino que es aquello que nos ayuda a elegir lo mejor, y lo mejor en cada momento.
La prudencia es una virtud eminentemente práctica. Aristóteles subraya especialmente que los gobernantes tienen que ser prudentes. A partir de esta distinción entre la virtud en general, la que hace al hombre bueno y la virtud propiamente cívica o política que hace al buen gobernante y al buen ciudadano, se pueden hacer varias combinaciones.
Por ejemplo, puede haber una sociedad en la cual la mayoría de la población es buena gente, poseen virtudes comunes, son personas honradas, y sin embargo carecen de virtudes cívicas. ¿Por qué? porque no participan debidamente de la vida social, no se preocupan por el bien común, porque no piensan seriamente en lo que van a hacer con su voto por ejemplo. ¡Qué cambios favorables, o que desastres se pueden realizar a través de ese medio en las sociedades democráticas!.
Podría darse también que en una sociedad la mayoría de la gente sea gente mala, gente moralmente reprochable pero que tengan, a lo mejor, la habilidad de votar bien, de elegir bien, son prudentes en esto, en los cívico. Es un poco raro que se den estos casos, especialmente cuando se trata de los que tienen responsabilidades importantes en la sociedad o están a cargo del gobierno. Esta es una hipótesis que quizás Aristóteles no se planteó.
¿Qué ocurre en un país cuando los gobernantes ni son buenas personas, porque llevan una vida moralmente reprochable, ni son buenos gobernantes porque carecen de prudencia?, Uno no puede ser verdaderamente justo si no es prudente. ¿Cómo podrían elegir bien a sus colaboradores? Sería grave también que en lugar de poner su carisma y su cargo al servicio de la sociedad se aprovechen de ello.
Los problemas que Aristóteles se planteaba, siglos antes de Cristo, son problemas reales de hoy en todo el mundo. La lección que podemos sacar de este planteo es la importancia de cultivar las virtudes propiamente cívicas; que uno no viva enroscado en sí mismo. El Papa Francisco lo llama, con una palabra un poco difícil, autorreferencialidad. Esto significa que uno está solo refiriéndose a si mismo. No le importa lo que pasa en su país, en la sociedad a la que pertenece. Mira todo desde afuera, encerrado en su egoísmo.
Lo propio del buen ciudadano, con mayor razón podríamos decir del buen cristiano, es, referirse a los demás, al interés de los demás. No buscar sólo el propio interés sino buscar lo que se llama en la gran tradición de la Doctrina Social de la Iglesia el bien común. Ya Aristóteles –y vuelvo a citarlo– hablaba del “bien común”.
“Si se buscara con mayor ahínco, con mayor lucidez, con perseverancia, el bien común, las cosas andarían mejor. Lo que pasa sobre los males sociales es precisamente el egoísmo. Y no se puede ser prudente si uno es egoísta. Es decir no puede ser uno verdaderamente objetivo y preocuparse de un modo serio, real, perseverante por el bien del prójimo y colaborar a que las cosas en la sociedad mejoren si uno es autorreferencial. Recojamos esto, también en la Argentina de hoy es necesario que haya mucha más gente, que no solamente sean buenas personas, sino que sean buenos ciudadanos y que se preocupen por el bien común”.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata
Reflexiones del obispo de San Cristóbal de las Casas. 29 de septiembre de 2014 (Zenit.org)
'Yo voy a ver qué me dan'
Por Felipe Arizmendi Esquivel
VER
Han empezado las campañas electorales, sobre todo para las presidencias municipales, aunque también se calientan motores para la gubernatura y otros puestos políticos. Aunque las leyes prohíben hacer campañas explícitas, se disfrazan de “informes” y de otras artimañas, pues lo importante es moverse, recorrer comunidades, reunirse con grupos, buscar aliados, hacer compromisos, todo ello con un sabor netamente electoral. La ley no lo permite, pero saben que si no buscan subterfugios y alternativas, se les van las oportunidades. ¡Cada quien sabe sus estrategias! Lo preocupante y poco noble es que se han corrompido las campañas haciéndolas consistir en regalar cosas a los pobres, como tratando de comprar su voto. Les regalan camisetas, gorras, cubetas, láminas, pollitos, refrescos, tamales y tantas otras cosas. Alguien se ingenió para preparar una o más vacas en barbacoa, y dio de comer a toda la gente que llegó al mitin. No faltan quienes regalan imágenes religiosas y hasta biblias (no católicas), con tal de atraer simpatizantes.
Comentando esto con un indígena y preguntándole por qué iba a un evento de estos con un candidato que yo sabía no le interesaba en lo más mínimo, me dijo: “Yo voy a ver qué me dan”. E iba con cualquier candidato. No le importaba escuchar planteamientos, comparar personas y programas, sino lograr que le regalaran algo, sea lo que fuere. ¿Eso es madurez cívica? Algunos incluso comparan quién da más, para quizá pensar en darle su voto, pero no porque sea la mejor opción para la comunidad, sino porque espera que le regalen más cosas. ¿Eso es educar al pueblo en conciencia política? ¿Ese es el ciudadano que queremos promover? Tan se ha degradado la política, que muchos piensan que si no es con estos métodos, no pueden obtener el puesto al que aspiran. Saben que si no regalan cosas, pocos les harían caso. Ya no importan los discursos, las ideologías partidistas, las consultas populares, los proyectos, sino recursos para regalar cosas.
A un conocido de otra entidad, para convencerlo de que aceptara la candidatura de un partido, una persona le ofreció un millón de pesos, y otro casi la mitad, como si fuera un obsequio generoso. Pero ese apoyo se lo cobraría con creces, si salía victorioso en la campaña, para recuperar su “inversión electoral”. ¿Esto es ennoblecer la política?
PENSAR
Dice el Papa Francisco“Si bien el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política, la Iglesia no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia. Todos los cristianos, también los Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor” (EG 183).
“La dignidad de cada persona humana y el bien común son cuestiones que deberían estructurar toda política económica, pero a veces parecen sólo apéndices agregados desde fuera para completar un discurso político sin perspectivas ni programas de verdadero desarrollo integral” (EG 203).
“¡Pido a Dios que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo! La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común. ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres! Es imperioso que los gobernantes y los poderes financieros levanten la mirada y amplíen sus perspectivas, que procuren que haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos. ¿Y por qué no acudir a Dios para que inspire sus planes? Estoy convencido de que a partir de una apertura a la trascendencia podría formarse una nueva mentalidad política y económica que ayudaría a superar la dicotomía absoluta entre la economía y el bien común social” (EG 205).
ACTUAR
Que el pueblo no se deje comprar, sino que analice la historia de los candidatos, sus cualidades, su experiencia de servicio comunitario, su estabilidad familiar, su coherencia religiosa, la fidelidad a su palabra, su proyecto.