Domingo, 30 de noviembre de 2014

Catholic Calendar and Daily Meditation
Sunday, November 30, 2014


The First Sunday of Advent

Scripture for Sunday's Liturgy of the Word:

Isaiah 63:16b-17, 19b; 64:2-7
Psalm 80:2-3, 15-16, 18-19
1 Corinthians 1:3-9
Alleluia Psalm 85:8
Mark 13:33-37


A reflection on today's Sacred Scriptures:

Most people make resolutions on New Year's Day. And today is New Year's Day for the Church Year! It's a time to breathe a sigh of relief that we can wipe out all the mistakes of the past year, and start all over again! And what will be our resolve?

I have a few ideas: (1) Spend a few minutes every week discussing the Sunday readings with your spouse, other family member, or a friend. (2) Pray that God will give you inspiration to act on something that hits you as "right on target." (3) Remind all your friends that this is the season of Advent, NOT Christmas!

So what do the readings tell us this week? The first reading from the prophet Isaiah asks, "Why do you let us wander, O Lord?" Then later in the reading, the prophet takes hope in the mercy of God by saying, "We are the clay and you the potter; we are all the work of your hands." God is reminding us that He is totally in charge of His world, and that we need to give our full surrender to His plans for us, and His directions.

In the Second Reading, St. Paul tells the Corinthians that Christ will come soon, and we'd better make sure that we don't get careless about the right disposition for a Christian during every moment of his life. Of course, we can't be like a little child, always running to the window to spot Uncle Christopher's car in the driveway, making Mom a nervous wreck. But how the word "vigilant" fits Advent!

Jesus Himself, in today's Gospel, says to us,
"Be watchful! Be alert!
You do not know when the lord of the house is coming.
May he not come suddenly and find you sleeping."

Advent is a time for us to go about our business of obeying God's directions for living, being found frequently in prayer and good works. St. Francis de Sales was asked one time by a nervous parishioner: "What will I do, what will I do?" St Francis replied, "Do the next loving thing."

Isn't that great advice for preparing for the coming of the Lord, whether for the joy of Christmas, or the Lord's final coming for us at the judgment?

Happy "New" Year!

Msgr. Paul Whitmore | email: pwhitmore29( )yahoo.com

(c)2010 Reprints permitted, except for profit. Credit required.


Publicado por verdenaranja @ 22:13  | Espiritualidad
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Texto completo de la homilí­a de Santo Padre en la Catedral católica de Estambul. CIUDAD DEL VATICANO, 29 de noviembre de 2014 (Zenit.org)

 

 En el Evangelio, Jesús se presenta al hombre sediento de salvación como la fuente a la que acudir, la roca de la que el Padre hace surgir ríos de agua viva para todos los que creen en él. Con esta profecía, proclamada públicamente en Jerusalén, Jesús anuncia el don del Espíritu Santo que recibirán sus discípulos después de su glorificación, es decir, su muerte y resurrección.

El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Él da la vida, suscita los diferentes carismas que enriquecen al Pueblo de Dios y, sobre todo, crea la unidad entre los creyentes: de muchos, hace un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo. Toda la vida y la misión de la Iglesia dependen del Espíritu Santo; él realiza todas las cosas.

La misma profesión de fe, como nos recuerda san Pablo en la primera Lectura de hoy, sólo es posible porque es sugerida por el Espíritu Santo: «Nadie puede decir: “¡Jesús es el Señor!”, sino por el Espíritu Santo». Cuando rezamos, es porque el Espíritu Santo inspira la oración en el corazón. Cuando rompemos el cerco de nuestro egoísmo, salimos de nosotros mismos y nos acercamos a los demás para encontrarlos, escucharlos, ayudarlos, es el Espíritu de Dios que nos ha impulsado. Cuando descubrimos en nosotros una extraña capacidad de perdonar, de amar a quien no nos quiere, es el Espíritu el que nos ha impregnado. Cuando vamos más allá de las palabras de conveniencia y nos dirigimos a los hermanos con esa ternura que hace arder el corazón, hemos sido sin duda tocados por el Espíritu Santo.

Es verdad, el Espíritu Santo suscita los diferentes carismas en la Iglesia; en apariencia, esto parece crear desorden, pero en realidad, bajo su guía, es una inmensa riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa uniformidad. Sólo el Espíritu Santo puede suscitar la diversidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, producir la unidad. Cuando somos nosotros quienes deseamos crear la diversidad, y nos encerramos en nuestros particularismos y exclusivismos, provocamos la división; y cuando queremos hacer la unidad según nuestros planes humanos, terminamos implantando la uniformidad y la homogeneidad. Por el contrario, si nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca crean conflicto, porque él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia.

Los diversos miembros y carismas tienen su principio armonizador en el Espíritu de Cristo, que el Padre ha enviado y sigue enviando, para edificar la unidad entre los creyentes. El Espíritu Santo hace la unidad de la Iglesia: unidad en la fe, unidad en la caridad, unidad en la cohesión interior. La Iglesia y las Iglesias están llamadas a dejarse guiar por el Espíritu Santo, adoptando una actitud de apertura, docilidad y obediencia. Es Él quien armoniza la Iglesia. Me viene a la mente esa bella palabra de san Basilio, grande, ipse harmonia est, Él mismo es la armonía.

Es una visión de esperanza, pero al mismo tiempo fatigosa, pues siempre tenemos la tentación de poner resistencia al Espíritu Santo, porque trastorna, porque remueve, hace caminar, impulsa a la Iglesia a seguir adelante. Y siempre es más fácil y cómodo instalarse en las propias posiciones estáticas e inamovibles. En realidad, la Iglesia se muestra fiel al Espíritu Santo en la medida en que no pretende regularlo ni domesticarlo. Ytambién la Iglesia se muestra fiel al Espíritu Santo cuando deja de lado la tentación de mirarse a sí misma. Y nosotros, los cristianos, nos convertimos en auténticos discípulos misioneros, capaces de interpelar las conciencias, si abandonamos un estilo defensivo para dejarnos conducir por el Espíritu. Él es frescura, fantasía, novedad.

Nuestras defensas pueden manifestarse en una confianza excesiva en nuestras ideas, nuestras fuerzas – pero así se deriva hacia el pelagianismo –, o en una actitud de ambición y vanidad. Estos mecanismos de defensa nos impiden comprender verdaderamente a los demás y estar abiertos a un diálogo sincero con ellos. Pero la Iglesia que surge en Pentecostés recibe en custodia el fuego del Espíritu Santo, que no llena tanto la mente de ideas, sino que hace arder el corazón; es investida por el viento del Espíritu que no transmite un poder, sino que dispone para un servicio de amor, un lenguaje que todos pueden entender.

En nuestro camino de fe y de vida fraterna, cuanto más nos dejemos guiar con humildad por el Espíritu del Señor, tanto mejor superaremos las incomprensiones, las divisiones y las controversias, y seremos signo creíble de unidad y de paz, signo creíble de que nuestro Señor resucitado está vivo.

Con esta gozosa certeza, los abrazo a todos ustedes, queridos hermanos y hermanas: al Patriarca Siro-Católico, al Presidente de la Conferencia Episcopal, el Vicario Apostólico, Mons. Pelâtre, a los demás obispos y Exarcas, a los presbíteros y diáconos, a las personas consagradas y fieles laicos pertenecientes a las diferentes comunidades y a los diversos ritos de la Iglesia Católica. Deseo saludar con afecto fraterno al Patriarca de Constantinopla, Su Santidad Bartolomé I, al Metropolita Siro-Ortodoxo, al Vicario Patriarcal Armenio Apostólico y a los representantes de las comunidades protestantes, que han querido rezar con nosotros durante esta celebración. Les expreso mi reconocimiento por este gesto fraterno. Envío un saludo afectuoso al Patriarca Armenio Apostólico, Mesrob II, asegurándole mis oraciones.

Hermanos y hermanas, dirijámonos a la Virgen María, Madre de Dios. Junto a ella, que oraba en el cenáculo con los Apóstoles en espera de Pentecostés, roguemos al Señor para que envíe su Santo Espíritu a nuestros corazones y nos haga testigos de su Evangelio en todo el mundo. Amén.

© Copyright - Libreria Editrice Vaticana


Publicado por verdenaranja @ 19:53  | Habla el Papa
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S?bado, 29 de noviembre de 2014

Discurso del papa Francisco a las autoridades de Turquía en el Palacio Presidencial (Ankara, 28 de noviembre de 2014)

Señor Presidente,

Me alegra visitar su país, rico en bellezas naturales y en historia, plagado de huellas de antiguas civilizaciones y puente natural entre dos continentes y entre diferentes expresiones culturales. Esta tierra es bien querida por todos los cristianos por haber sido cuna de san Pablo, que fundó aquí diferentes comunidades cristianas; por haberse celebrado en esta tierra los siete primeros concilios de la Iglesia, y por la presencia, cerca de Éfeso, de lo que una venerable tradición considera la «Casa de María», el lugar donde la Madre de Jesús vivió durante unos años, y que es meta de la devoción de tantos peregrinos de todas las partes del mundo, no sólo cristianos, sino también musulmanes.

Pero las razones de la consideración y el aprecio por Turquía no se deben sólo a su pasado, a sus antiguos monumentos, sino también a la vitalidad de su presente, la laboriosidad y generosidad de su pueblo, el papel que desempeña en el concierto de las naciones.

Es para mí un motivo de alegría tener la oportunidad de continuar con ustedes un diálogo de amistad, estima y respeto, en la línea emprendida por mis predecesores, el beato Papa Pablo VI, san Juan Pablo II y Benedicto XVI, diálogo preparado y favorecido a su vez por la actuación del entonces Delegado Apostólico, Mons. Angelo Giuseppe Roncalli, después san Juan XXIII, y por el Concilio Vaticano II.

Necesitamos un diálogo que profundice el conocimiento y valore con discernimiento tantas cosas que nos acomunan, permitiéndonos al mismo tiempo considerar con ánimo lúcido y sereno las diferencias, con el fin de aprender también de ellas.

Es preciso llevar adelante con paciencia el compromiso de construir una paz sólida, basada en el respeto de los derechos fundamentales y en los deberes que comporta la dignidad del hombre. Por esta vía se pueden superar prejuicios y falsos temores, dejando a su vez espacio para la estima, el encuentro, el desarrollo de las mejores energías en beneficio de todos.

Para ello, es fundamental que los ciudadanos musulmanes, judíos y cristianos, gocen – tanto en las disposiciones de la ley como en su aplicación efectiva – de los mismos derechos y respeten las mismas obligaciones. De este modo, se reconocerán más fácilmente como hermanos y compañeros de camino, alejándose cada vez más de las incomprensiones y fomentando la colaboración y el entendimiento. La libertad religiosa y la libertad de expresión, efectivamente garantizadas para todos, impulsará el florecimiento de la amistad, convirtiéndose en un signo elocuente de paz.

El Medio Oriente, Europa, el mundo, esperan este florecer. El Medio Oriente, en particular, es teatro de guerras fratricidas desde hace demasiados años, que parecen nacer una de otra, como si la única respuesta posible a la guerra y la violencia debiera ser siempre otra guerra y otras de violencias.

¿Por cuánto tiempo deberá sufrir aún el Medio Oriente por la falta de paz? No podemos resignarnos a los continuos conflictos, como si no fuera posible cambiar y mejorar la situación. Con la ayuda de Dios, podemos y debemos renovar siempre la audacia de la paz. Esta actitud lleva a utilizar con lealtad, paciencia y determinación todos los medios de negociación, y lograr así los objetivos concretos de la paz y el desarrollo sostenible.

Señor Presidente, para llegar a una meta tan alta y urgente, una aportación importante puede provenir del diálogo interreligioso e intercultural, con el fin de apartar toda forma de fundamentalismo y de terrorismo, que humilla gravemente la dignidad de todos los hombres e instrumentaliza la religión.

Es preciso contraponer al fanatismo y al fundamentalismo, a las fobias irracionales que alientan la incomprensión y la discriminación, la solidaridad de todos los creyentes, que tenga como pilares el respeto de la vida humana, de la libertad religiosa – que es libertad de culto y libertad de vivir según la ética religiosa –, el esfuerzo para asegurar todo lo necesario para una vida digna, y el cuidado del medio ambiente natural. De esto tienen necesidad con especial urgencia los pueblos y los Estados del Medio Oriente, para poder «invertir el rumbo» finalmente y llevar adelante un proceso de paz exitoso, mediante el rechazo de la guerra y la violencia, y la búsqueda del diálogo, el derecho y la justicia.

En efecto, hasta ahora estamos siendo todavía testigos de graves conflictos. En Siria y en Irak, en particular, la violencia terrorista no da indicios de aplacarse. Se constata la violación de las leyes humanitarias más básicas contra los presos y grupos étnicos enteros; ha habido, y sigue habiendo, graves persecuciones contra grupos minoritarios, especialmente – aunque no sólo – los cristianos y los yazidíes: cientos de miles de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares y su patria para poder salvar su vida y permanecer fieles a sus creencias.

Turquía, acogiendo generosamente a un gran número de refugiados, está directamente afectada por los efectos de esta dramática situación en sus confines, y la comunidad internacional tiene la obligación moral de ayudarla en la atención a los refugiados. Además de la ayuda humanitaria necesaria, no se puede permanecer en la indiferencia ante lo que ha provocado estas tragedias. Reiterando que es lícito detener al agresor injusto, aunque respetando siempre el derecho internacional, quiero recordar también que no podemos confiar la resolución del problema a la mera respuesta militar.

Es necesario un gran esfuerzo común, fundado en la confianza mutua, que haga posible una paz duradera y consienta destinar los recursos, finalmente, no a las armas sino a las verdaderas luchas dignas del hombre: contra el hambre y la enfermedad, en favor del desarrollo sostenible y la salvaguardia de la creación, del rescate de tantas formas de pobreza y marginación, que tampoco faltan en el mundo moderno.

Turquía, por su historia, por su posición geográfica y por la importancia en la región, tiene una gran responsabilidad: sus decisiones y su ejemplo tienen un significado especial y pueden ser de gran ayuda para favorecer un encuentro de civilizaciones e identificar vías factibles de paz y de auténtico progreso.

Que el Altísimo bendiga y proteja Turquía, y la ayude a ser un válido y convencido artífice de la paz.

Francisco


Publicado por verdenaranja @ 21:32  | Habla el Papa
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I domingo de Adviento Por Mons. Enrique Díaz Diaz. SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 27 de noviembre de 2014 (Zenit.org)

¡Despierten!

Isaías 63, 16-17. 19; 64, 2-7: “Ojalá, Señor, rasgaras los cielos y bajaras”
Salmo 79: “Señor, muéstranos tu favor y sálvanos”
I Corintios 1, 3-9: “Él nos hará permanecer irreprochables hasta el fin”
San Marcos 13, 13-37: “Velen y estén preparados”

Si el oráculo de Isaías no hubiese sido escrito hace muchos siglos, pensaríamos que está describiendo las penurias y sufrimientos de nuestro país en los momentos actuales como una desgracia nacional. Un grito de auxilio brota del dolor y se dirige al Único que puede auxiliarlos en ese momento. La súplica se convierte en un deseo ardiente de la vuelta del Señor. Dios tiene que volver, no por deber sino por amor. Tras la petición de auxilio del profeta, se desgrana una confesión genérica de los pecados, los mismos ayer y hoy, personales y comunitarios. El pecado es general: una justicia convertida en un trapo asqueroso que conlleva la muerte interior del hombre y lo deja desnudo e impotente a merced de su propia culpa. “¿Por qué has permitido que nos alejemos de Ti y has dejado endurecer nuestro corazón?” El reconocimiento de la propia culpa, personal y nacional, es el inicio de la conversión y de la reconstrucción de un pueblo afligido y aniquilado. “Ojalá rasgaras los cielos y bajaras, estremeciendo las montañas con tu presencia”, suspira lleno del esperanza el profeta. El mismo suspiro y deseo que expresamos nosotros también, confiados no en nuestros propios recursos, sino sostenidos en el amor siempre fiel de nuestro Dios. También nosotros hoy exclamamos: “Señor, tú eres nuestro padre; nosotros somos el barro y tú el alfarero”. El pueblo suspira por la llegada del Señor de la paz, de la verdad, de la justicia.

El primer domingo de Adviento nos lanza a prepararnos y a estar atentos a la venida del Hijo del Hombre. En esta primera etapa hay un doble juego que nos impulsa a estar expectantes tanto por el último día, el día del juicio final, como por la venida en la carne del Verbo, Mesías, que viene a salvarnos. Tanto en la Encarnación como en la Parusía, el Dios que nos ama y esperamos, es un Dios sorprendente. Sorprendente porque no es ocasional ni episódico, sino es el “Dios con nosotros” que quiere estar en medio de nosotros, en el centro de nuestra existencia. Sorprendente porque puede llegar en cualquier momento: “al anochecer, a la medianoche, al canto del gallo o a la madrugada”. Sorprendente porque para acogerlo hay que vivir el hoy en plenitud. Sorprendente porque nos invita a discernir los signos de los tiempos, a andar por caminos de justicia. Sorprendente porque no viene ante todo a exigir, sino a dar, pues por Él “hemos sido enriquecidos en todo”. Sorprendente porque cuando todo parece perdido, enciende la luz de la esperanza.

El adviento es un tiempo de esperanza, de un dinamismo interior muy profundo que se desarrolla entre la expectación y la vigilancia, entre la búsqueda y el movimiento. Un llamado a superar la apatía, el estancamiento, la pasividad o la indiferencia, a despertar de nuestras somnolencias, iluminar y descubrir nuestras corrupciones. El pequeño ejemplo que nos ofrece el evangelio de este día es la última parte de las enseñanzas que ofrece Jesús a sus discípulos. Y esta última palabra de Jesús es una invitación a la esperanza y a una paciencia activa, pues con su venida al mundo, muerte y resurrección, han llegado los últimos tiempos. El desconocimiento del cuándo futuro no puede hacer disminuir la importancia del presente. En resumidas cuentas, lo que se necesita es despertar a los hombres, pues cada momento, cada instante, puede ser tiempo de Dios y no solamente tiempo mundano. Es precisamente la espera del “momento” final la que otorga este carácter divino-humano a la historia concreta de cada hombre. Así, la tarea del creyente es avivar la esperanza a la luz del futuro definitivo.

“¡Despierten!”, nos dice el Señor. Es el grito para todos los mexicanos azorados, paralizados ante tanta maldad. Porque no se puede estar atentos al tiempo de Dios en la inconsciencia; no se puede ser fiel a un Dios sorprendente ¡estando dormidos! Hay que estar alerta. No podemos delegar a nadie este encargo de vigilar y trabajar. Hay que estar siempre con el corazón abierto para recibirlo. Somnoliento, adormilado, el cristiano no se da cuenta de nada, llega la tormenta, destruye su casa y patrimonio, causa enormes daños, y él sólo acierta a decir ¿Por qué brota la corrupción? ¿Por qué tanta mentira y tantos crímenes?... La violencia, la inseguridad, los robos y secuestros nos angustian y mortifican, no estamos preparados para enfrentarlos, por todos lados nos invaden, a nosotros que vivíamos tan seguros, que descuidamos la educación para conseguir unos pesos más. La ambición de los bienes terrenos ha agotado nuestro interés y nuestro tiempo y nos hemos vuelto sordos a la voz de Dios. Han vulnerado nuestra casa y nuestras personas y ahora nos sentimos indefensos. ¿Cómo hacer para prepararnos a recibir al Señor?

Este tiempo de adviento es – o debería ser – una fuerte llamada que nos despierta y nos pone alertas para prepararnos a la venida del Señor. Es el aguijón que nos sacude para descubrir en cada momento la presencia irrepetible y única de nuestro Dios, aun en medio de las oscuridades que parecen ahogar la verdad. ¡Nuestro Dios está con nosotros! Vigilantes para recibir a Jesús, construimos no en la angustia del día final, sino en la espera enamorada de quien sabe llega la persona amada. Para descubrir a este Jesús que ya llega es preciso tener el oído fino, los ojos limpios y abiertos, el corazón expectante y comprometerse en el presente con lucidez, con perspectiva de plenitud y de futuro y la mirada fija en Él. ¿A qué me compromete personalmente? ¿Qué consecuencias ha tenido en nuestra vida espiritual, familiar, pastoral, social, el no estar vigilantes y atentos? ¿Cuáles son nuestros descuidos? ¿Qué podemos hacer para estar atentos a recibir a Jesús que ya llega? Contemplemos con ansia y deseo a este Jesús, Mesías, que se avecina. ¡Despertemos! Avivemos el anhelo de que ya esté presente en medio de nosotros.

Señor Jesús, que con tu llamado a despertar, nos recuerdas la urgencia de responder a tu amor, concédenos que en este Adviento, llenos de esperanza, hagamos presente tu Reino, que se manifieste con mayor claridad que Tú te haces “Dios con nosotros”, das sentido a nuestras vidas y las llenas de amor. Amén.


Publicado por verdenaranja @ 21:23  | Espiritualidad
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Viernes, 28 de noviembre de 2014

Reflexión a las lecturas del domingo primero de Adviento - B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 1º de Adviento B 

Este domingo se hace necesario un esfuerzo de adaptación a la Vida Litúrgica de la Iglesia, porque estos días, en medio del acontecer normal de nuestra existencia, se produce un hecho importante: termina un Año Litúrgico y comienza otro, que llamamos Ciclo II o B. Dejamos al evangelista S. Mateo, que nos ha acompañado en las celebraciones de este año, y acogemos con veneración y afecto, a San Marcos. Un nuevo Año Litúrgico, es decir, un nuevo recorrido por las distintas celebraciones de la Iglesia, constituye un gran don que Dios nos hace. Y hemos de acogerlo con ilusión y gratitud, y con los mejores deseos de aprovecharlo al máximo.

Y comenzamos por el Tiempo de Adviento, por nuestra preparación para la Navidad; porque esta fiesta hay que prepararla intensamente. Una fiesta que no se prepara, o no se celebra o sale mal. Y la Navidad es la segunda fiesta en importancia, después de la Pascua. Para ello, se nos van ofreciendo cada día, los medios oportunos, para que lleguemos a las celebraciones que se acercan, bien preparados,  bien dispuestos.  En la oración colecta del domingo III, decimos al Señor que la Navidad es “fiesta de gozo y salvación”, y que nos conceda celebrarla “con alegría desbordante”.

Comenzamos este Tiempo, recordando que siempre, de algún modo, estamos en Adviento, porque siempre estamos a la espera de la Venida Gloriosa del Señor, como  hemos venido recordando y celebrando las tres últimas semanas del Tiempo Ordinario, y continuaremos haciéndolo las dos primeras semanas de Adviento, concretamente, hasta el día 17 de Diciembre, en que comienzan “las ferias mayores”, la preparación inmediata para la Navidad.

En el Evangelio de este domingo, Jesucristo nos advierte que tenemos que vivir siempre a la espera, porque no sabemos cuándo vendrá; y porque, entonces, quiere encontrarnos en la tarea, que nos ha señalado. Jesús se vale de una comparación sencilla: un hombre se va de viaje y deja a cada uno de los criados su tarea,  encargándole al portero que permaneciera a en vela. De igual modo, como comentábamos el domingo pasado, el día de la Ascensión Jesucristo se marchó visiblemente al Cielo y volverá (Hch 1, 9-12). Hoy nos advierte que llegará inesperadamente, y puede encontrarnos dormidos. Y es que los acontecimientos importantes e, incluso, muchos  menos importantes de esta vida, tienen fecha: día y hora. Sin embargo, el acontecimiento más trascendental  de todos, no la tiene. De este modo, todas las generaciones cristianas  pueden tener la experiencia de estar a la espera del Señor. La Venida imprevista del Señor puede ser mañana o puede ser dentro de un millón de años. No lo sabemos. ¡Y hay tanta gente despistada, que no sabe nada de esto, ni le interesa! ¡Hay tanta gente dormida! “¿Simón duermes?” dijo el Señor a Simón Pedro, en el Huerto de los Olivos, cuando los discípulos, en lugar de velar en oración, dormían (Mc 14,37).  Lo mismo podría decir hoy, y, de hecho, lo dice de tantos cristianos, que somos, por naturaleza, “discípulos y misioneros” del Reino de Dios, y podemos andar dormidos.

Al comenzar este Tiempo, hacemos nuestra la súplica de aquellos israelitas, que acababan de llegar del destierro (1ª Lect.): “Ojalá rasgases el Cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia”.  De todos modos, S. Pablo nos advierte este domingo (2ª Lect.) que no carecemos de ningún don los que aguardamos “la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”.

Por todo ello, proclamamos en el salmo responsorial de hoy: “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”.

 

    ¡BUEN ADVIENTO! ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 13:08  | Espiritualidad
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PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO B

 MONICIONES 

PRIMERA LECTURA

El libro de Isaías nos presenta la lamentación del pueblo, que llega del destierro de Babilonia, y se encuentra con un país desolado; En esas circunstancias, acude al Señor reconociendo sus pecados y solicitando su misericordia. Escuchemos con atención y con fe.

 

SALMO RESPONSORIAL

También nosotros necesitamos la ayuda de Dios, especialmente, ahora, al comenzar un nuevo Año Litúrgico, por el tiempo de Adviento, que nos  prepara para la Navidad.

         

SEGUNDA LECTURA

          San Pablo nos recuerda que, mientras esperamos la Venida definitiva del Señor, hemos sido enriquecidos en todo. No carecemos de ningún don. Y Dios es fiel. No lo olvidemos.

 

TERCERA LECTURA

          El Evangelio de hoy es una fuerte llamada a permanecer vigilantes, aguardando la Venida del Señor.

          Aclamemos al Señor, que viene, con el canto del aleluya

 

COMUNIÓN

          El Señor, que vino a Belén y que ahora esperamos en su Segunda Venida, está realmente presente en medio de nosotros, aunque de manera invisible. Él nos sostiene en nuestra espera hasta que vuelva visiblemente, lleno de gloria. Es lo que experimentamos ahora, en la Comunión.


Publicado por verdenaranja @ 13:05  | Liturgia
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Jueves, 27 de noviembre de 2014

Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)


Domingo 1 de Adviento - Ciclo B 


Textos: Is 63, 16-17.19; 64, 2-7; 1 Co 1, 3-9; Mc 13, 33-37

 

Introducción: Desde hoy hasta el día del Bautismo del Señor, el domingo siguiente a la Epifanía, recorreremos con la fe y el amor seis semanas litúrgicas de “tiempo fuerte” en que celebramos la Buena Noticia: la venida del Señor. Adviento es un tiempo anual para contemplar la venida de Cristo al mundo, esperarla, desearla, prepararla en nuestras vidas y, en definitiva, a celebrarla. La venida histórica de Cristo, que conmemoramos en la Navidad, deja en nosotros el anhelo de una venida más plena. Por eso decimos que el Adviento celebra una triple venida del Señor: (1) la histórica, cuando asumió nuestra misma carne para hacer presente en el mundo la Buena Noticia de Dios; (2) la que se realiza ahora, cada día, a través de la Eucaristía y de los demás sacramentos, y a través de tantos signos de su presencia, comenzando por el signo de los hermanos, y de los hermanos pobres; (3) y finalmente, la venida definitiva, al final de los tiempos, cuando llegará a plenitud el Reino de Dios en la vida eterna. ¿Qué necesitamos? Estar atentos y vigilantes en la esperanza, preparar y limpiar el corazón, y acogerlo con alegría, como Juan Bautista, María y José. ¡Ven, Señor Jesús, y no tardes!


Idea principal: ¡Alertas! ¡Velad!

Síntesis del mensaje: Nuestro Amo, que se ha ido de viaje y a quien vemos con la fe, puede volver a casa en cualquier momento. Nosotros, servidores de este Amo, debemos estar preparados (evangelio) para recibirle cuando llegue y darle cuenta de la administración de sus bienes y dones (segunda lectura) que nos confió con tanta confianza y amor. No endurezcamos nuestro corazón, alejándonos de sus mandamientos y consignas dadas para la fiel administración de estos bienes (primera lectura).


Puntos de la idea principal:

En primer lugar, ¡alertas y velad!, preparémonos para la Parusía, que será la manifestación gloriosa del Señor al fin de los tiempos. ¡Maranatha, ven, Señor Jesús! Era el grito de los primeros cristianos, proclamando su fe y esperanza en Jesús resucitado junto con el deseo de que el Señor se mostrase públicamente como Rey de la Iglesia, de las naciones y del universo, como juez que da la victoria a los buenos y permite el derrumbe de los malos. La Iglesia, y nosotros con ella, espera este acontecimiento con impaciencia, anhela ansiosamente el Adviento final, la redención consumada, en retorno en gloria, el día del Señor, el fin del exilio y la entrada definitiva en la eternidad. La Iglesia-esposa nunca deja de suspirar por sus bodas eternas, nunca se cansa de anhelar su encuentro definitivo con el Esposo, tal como lo deja transparentar en los textos de la liturgia del Adviento: no tardes, ya se acerca, ya está ahí. ¿Con qué actitudes debemos prepararnos para este Adviento final? Con la esperanza gozosa, fijos nuestros ojos en la eternidad, agradecidos en el corazón por todos los bienes que Dios ha puesto en nuestras manos y con el esfuerzo en cuidarlos y hacerlos producir en obras de caridad, justicia, humildad y pureza (primera lectura).


En segundo lugar, ¡alertas y velad!, preparémonos para conmemorar un año más la Navidad y renovarla en nuestro corazón. ¿Con qué actitudes? Dado que la Navidad condensa en sí misma el pasado (Belén) y el futuro (parusía), tenemos que vivirla en la firmeza de la fe que nos llevará a la vigilancia y sobriedad (evangelio). Primero, firmes en la fe para no dejarnos llevar por el oleaje de las falsas ideologías y los errores del tiempo (ideología del género, manipulación del lenguaje genético, confusión doctrinal deliberada, proclive al inmanentismo y al mito del progreso indefinido y del paraíso en la tierra…) y no perder nunca de vista la patria definitiva. Y segundo, siendo sobrios y vigilantes para usar y no abusar de las cosas de este mundo, no echar raíces demasiado querenciosas en esta tierra, porque la figura de este mundo desaparece. Así pasaremos por los bienes temporales sin perder los eternos.


Finalmente, ¡alertas y velad!, preparémonos para descubrir la venida escondida de Cristo en ese pobre que encontramos en nuestro camino o que toca la puerta de nuestra casa; en ese hermano que nos hirió, en esa cruz de la enfermedad que se clavó en nuestro cuerpo, en esa noche oscura de nuestra alma cuando no vemos perspectiva en la vida o no sentimos a Dios. ¿Con qué actitudes prepararnos para descubrir la venida de Cristo aquí? Estemos con los ojos de buenos samaritanos abiertos, con el corazón sensible que capta como un sismógrafo los latidos del necesitado y con las manos abiertas a la caridad efectiva y generosa.


Para reflexionar: ¿Cómo debo vivir el Adviento? ¿Cómo ayudar a vivir el Adviento a mis familiares y amigos? ¿Qué regalo quiero llevar a Cristo en Navidad que le haga sonreír?


Para rezar: Ven, Señor Jesús, ven a nuestros corazones, re-naciendo en la fiesta de Navidad. Ven al fin de los tiempos, clausurando la historia del mundo con tu amor. Pero ven también ahora en la Eucaristía, en este sacramento que debemos celebrar “hasta que vuelvas”. Y cuando entres en nuestras almas deposita la semilla de la esperanza. Haz que no saquemos el pasaporte definitivo en este mundo transeúnte. Que tu Madre Santísima nos tome de la mano para no perdernos en este camino a la eternidad.


Publicado por verdenaranja @ 23:20  | Espiritualidad
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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo primero de Adviento- B


UNA IGLESIA DESPIERTA

 

Las primeras generaciones cristianas vivieron obsesionadas por la pronta venida de Jesús. El resucitado no podía tardar. Vivían tan atraídos por él que querían encontrarse de nuevo cuanto antes. Los problemas empezaron cuando vieron que el tiempo pasaba y la venida del Señor se demoraba.

Pronto se dieron cuenta de que esta tardanza encerraba un peligro mortal. Se podía apagar el primer ardor. Con el tiempo, aquellas pequeñas comunidades podían caer poco a poco en la indiferencia y el olvido. Les preocupaba una cosa: «Que, al llegar, Cristo no nos encuentre dormidos».

La vigilancia se convirtió en la palabra clave. Los evangelios la repiten constantemente: «vigilad», «estad alerta», «vivid despiertos». Según Marcos, la orden de Jesús no es sólo para los discípulos que le están escuchando. «Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: Velad». No es una llamada más. La orden es para todos sus seguidores de todos los tiempos.

Han pasado más de veinte siglos de cristianismo. ¿Qué ha sido de esta llamada de Jesús? ¿Cómo vivimos los cristianos de hoy? ¿Seguimos despiertos? ¿Se mantiene viva nuestra fe o se ha ido apagando en la indiferencia y la mediocridad?

¿No vemos que la Iglesia necesita un corazón nuevo? ¿No sentimos la necesidad de sacudirnos la apatía y el autoengaño? ¿No vamos a despertar lo mejor que hay en la Iglesia? ¿No vamos a reavivar esa fe humilde y limpia de tantos creyentes sencillos?

¿No hemos de recuperar el rostro vivo de Jesús, que atrae, llama, interpela y despierta? ¿Cómo podemos seguir hablando, escribiendo y discutiendo tanto de Cristo, sin que su persona nos enamore y trasforme un poco más? ¿No nos damos cuenta de que una Iglesia «dormida» a la que Jesucristo no seduce ni toca el corazón, es una Iglesia sin futuro, que se irá apagando y envejeciendo por falta de vida?

¿No sentimos la necesidad de despertar e intensificar nuestra relación con él? ¿Quién como él puede despertar nuestro cristianismo de la inmovilidad, de la inercia, del peso del pasado, de la falta de creatividad? ¿Quién podrá contagiarnos su alegría? ¿Quién nos dará su fuerza creadora y su vitalidad?

La Iglesia no puede olvidar hoy "la responsabilidad de la esperanza" pues ésa es la misión que ha recibido de Cristo. Antes que "lugar de culto" o "instancia moral", la Iglesia ha de entenderse a sí misma y vivir como "comunidad de la esperanza".

Una esperanza que no es una utopía más, ni una reacción desesperada frente a las crisis e incertidumbres del momento. 

Una esperanza que se funda en Cristo resucitado, en él descubrimos los creyentes el futuro último que le espera a la humanidad, el camino que podemos y debemos recorrer hacia su plena humanización y la garantía última frente a los fracasos, la injusticia y la muerte.

 

José Antonio Pagola

 

30 de Noviembre de 2014

I Domingo de Adviento (B)

Marcos 13,33-37


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Por segunda vez esta sección de ZENIT dedica expresamente un espacio a María. En esta ocasión para ensalzar la Medalla Milagrosa, festividad del día, que tanta devoción suscita en todo el mundo. Como es bien conocido, tiene su origen en las sucesivas apariciones de la Virgen a santa Catalina Labouré, y en las indicaciones que Ella le dio. El bien que viene reportando desde que comenzó a difundirse es inconmensurable. Ha dado lugar a numerosas conversiones. MADRID, 26 de noviembre de 2014 (Zenit.org)

Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa - 27 de noviembre

Por Isabel Orellana Vilches

Los hechos extraordinarios se produjeron en la capilla de la casa madre que poseen en París las Hijas de la Caridad –comunidad a la que pertenecía Catalina–, sita en la rue du Bac, número 140, y en la que había ingresado el 21 de abril de 1830. De modo que cuando ese mismo año comenzó a recibir las gracias de María, era una feliz novicia que había tenido la fortuna de asistir a la solemne traslación de las reliquias de su fundador, san Vicente de Paúl; éstas se encontraban en Nôtre-Dame y eran acogidas por los padres lazaristas en su capilla de la calle Sèvres. Él había sido quien en un sueño, aunque ella no había visto antes su efigie, le ayudó a dilucidar su vocación en un momento en el que dudaba acerca de la Orden en la que debía ingresar. 

Ya en los primeros meses de noviciado sus superiores apreciaron su piedad que sobresalía en medio de una inteligencia no especialmente brillante haciéndole pasar desapercibida. Su prudencia, la discreción que acompañaba a tantos rasgos de virtud, fueron también sus aliados para cumplir escrupulosamente la voluntad de la Virgen que no quiso que la noticia de sus apariciones vieran la luz en esos momentos. Catalina las confió únicamente a su confesor, el padre Aladel. La primera se produjo el 18 de julio de 1830 y lo que aconteció ese día, mientras la comunidad oraba, fue narrado por la religiosa al morir el sacerdote muchos años más tarde. Ella tan solo le sobrevivió unos meses. 

Esta inicial visión de la santa y las sucesivas son bien conocidas por la profusa difusión que se les ha dado desde el primer momento. Antes de que se produjeran, Catalina había sido favorecida con distintas apariciones en las que, además de ver a su fundador, vio a Cristo presente en el Santísimo Sacramento y como «Rey crucificado». Pero ella deseaba vivir la gracia de la aparición de María que había solicitado por mediación de su fundador. Así que ese día de 1830, camino de la medianoche, mientras se hallaba en su lecho escuchó que alguien pronunciaba su nombre. Era un niño vestido de blanco, de cuatro o cinco años, quien le avisó de que la Virgen la estaba esperando. En pos del pequeño, que desprendía «destellos», caminó hacia la capilla y percibió el crujir de una delicada prenda. El misterioso niño hizo la presentación: «He aquí la Santísima Virgen», que ella acogió turbada, de modo que aquél tuvo que repetir estas palabras. 

Sin salir de su asombro, la joven corrió a postrarse de rodillas ante la Virgen que la aguardaba sentada en un sillón junto al altar. Tuvo la inmensa gracia de poder apoyar sus manos sobre el halda de la Madre del cielo y de pasar junto a Ella lo que denominó el momento más feliz de su vida: «Sería imposible decir lo que experimenté. La Virgen me dijo cómo debía portarme con mi confesor y varias otras cosas». María le advirtió que Dios iba a confiarle una misión que le acarrearía tribulaciones, aunque las superaría buscando la gloria del Altísimo. En esa primera aparición ya le encomendó fundar la cofradía de las Hijas de María, indicación que fue materializada por el padre Aladel en 1840. 

El 27 de noviembre de ese mismo año 1830, a las 17:30 h., hallándose en oración en la capilla, nuevamente vio a la Virgen vestida de blanco en dos escenas encadenadas. En una de ellas la contempló sobre un globo dorado rematado con una cruz; bajo sus pies oprimía a una serpiente. Le dijo: «Esta bola representa al mundo entero, a Francia y a cada persona en particular». En la segunda Catalina observó que de sus manos abiertas, cuyos dedos estaban enjoyados con bellísimos anillos de piedras preciosas, brotaban unos rayos de fulgurante intensidad que se extendían por doquier. La Virgen explicó: «Estos rayos son el símbolo de las gracias que María consigue para los hombres». A continuación, apresada esta milagrosa aparición en un semicírculo, Catalina vio emerger la siguiente inscripción en letras de oro: «¡Oh María sin pecado concebida!, ruega pornosotros que recurrimos a ti». Una voz le instó: «Haz, haz acuñar una medalla según este modelo. Las personas que la lleven con confianza recibirán grandes gracias». 

El prodigio culminó al contemplar el reverso de la medalla conformada por la Virgen; apreció que estaba compuesta por una cruz sobre la letra «M», inicial de María. Abajo estaba clausurada por dos corazones, uno de ellos coronado de espinas y otro atravesado por una espada, símbolo de los Sagrados Corazones de Jesús y de María. En diciembre de ese mismo año mientras oraba de nuevo, pero en este caso detrás del altar, vio el cuadro de la medalla. Era la última ocasión en la que se produjo esta aparición: «Estos rayos son el símbolo de las gracias que la Virgen Santísima consigue para las personas que le piden… Ya no me verás más». 

Tal como vaticinó María, las pruebas llegaron enseguida. Su confesor, padre Aladel, fue el primero que no la creyó aconsejándole que se olvidara de ello. Pero, pasó el tiempo y el clamor interno para se cumpliera la petición de la Virgen persistía. El arzobispo de París, monseñor Quélen, tomó cartas en el asunto y concluyó reconociendo la autenticidad de los hechos. El padre Aladel acuñó la medalla, aunque faltaban algunos detalles. En la epidemia de cólera de 1832 la profusión que se hizo de la misma obró muchos milagros y conversiones. En 1846 el papa Gregorio XVI confirmó la veracidad de las apariciones. Catalina murió el 31 de diciembre de 1876.


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Texto completo de la audiencia general del miércoles 26 de noviembre de 2014 (Zenit.org)

Queridos hermanos y hermanas,

un poco feo el día ¿eh? Pero vosotros sois valientes. Esperemos rezar juntos hoy.

En el presentar la Iglesia a los hombres de nuestro tiempo, el Concilio Vaticano II tenía muy presente una verdad fundamental, que no hay que olvidar nunca: la Iglesia no es una realidad estática, quieta, un fin en sí mismo, sino que está continuamente en camino en la historia, hacia la meta última y maravillosa que es el Reino de los Cielos, del que la Iglesia en la Tierra es la semilla y el inicio.

Cuando nos dirigimos hacia este horizonte, nos damos cuenta que nuestras imaginación se para, descubriéndose capaz apenas de intuir el esplendor del misterio que sobrepasa nuestros sentidos. Y surgen en nosotros algunas preguntas espontáneas: ¿cuándo sucederá este paso final? ¿Cómo será la nueva dimensión en la que entrará la Iglesia? ¿Qué será entonces de la humanidad? ¿Y de la creación que le rodea? Pero estas preguntas no son nuevas, las habían hecho ya los discípulos a Jesús en aquel tiempo. ¿Cuando será esto? ¿Cuando será el triunfo del Espíritu sobre la creación...? Son preguntas humanas, preguntas antiguas. También nosotros hacemos estas preguntas.

La Constitución conciliar Gaudium et spes, frente a estas preguntas que resuenan desde siempre en el corazón del hombre afirma: "Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo, afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano". Esta es la meta a la que tiende la Iglesia, como dice la Biblia: es la "Nueva Jerusalén", el "Paraíso". Más que de un lugar, se trata de un "estado" del alma en el que nuestras esperanzas más profundas serán cumplidas de forma sobreabundante y nuestro ser, como criaturas y como hijos de Dios, alcanzará  la plena maduración. Seremos finalmente revestidos de la alegría,  de la paz y del amor de Dios de forma completa, sin ningún límite, y estaremos cara a cara con Él.  Es bonito pensar esto. Pensar en el cielo. Per todos nosotros nos encontraremos allí. Todos, todos... Es bonito, da fuerza al alma.

En esta perspectiva, es bonito percibir como hay una continuidad y una comunión de fondo entre la Iglesia celeste y la que aún está en camino en la tierra. Los que ya viven a los ojos de Dios pueden de hechos sostenernos e interceder por nosotros, rezar por nosotros. Por otro lado, también nosotros estamos siempre invitados a ofrecer obras buenas, oraciones y la misma Eucaristía para aliviar la tribulación de las almas que están aún en espera de la beatitud sin fin. Sí, porque en la prospectiva cristiana la distinción ya no está entre quien esta ya muerto y quien no lo está aún, ¡sino entre quién está en Cristo y quien no lo está! Este es el elemento determinante realmente decisivo para nuestra salvación y para nuestra felicidad.  

Al mismo tiempo, la Sagrada Escritura nos enseña que el cumplimiento de este diseño maravilloso no puede no interesar también todo lo que nos rodea y que ha salido del pensamiento y del corazón de Dios. El apóstol Pablo lo afirma de forma explícita, cuando dice que "también la misma creación, toda la creación, será la libertad de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios". Otros textos utilizan la imagen del "cielo nuevo" y de la "tierra nueva", en el sentido que todo el universo será renovado y será liberado una vez para siempre de todo rastro de mal y de la misma muerte.

Esta que se presenta,  como cumplimiento de una transformación que en realidad está ya en acto a partir de la muerte y resurrección de Cristo, es por tanto una nueva creación; no por tanto una aniquilación del cosmos y de todo lo que nos rodea, sino un llevar cada cosa a su plenitud de ser, de verdad y de belleza. Este es el diseño que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, desde siempre quiere realizar y está realizando.

Queridos amigos, cuando pensamos en estas realidades estupendas que nos esperan, nos damos cuanta de cuánto pertenecer a  la Iglesia sea realmente un don maravilloso, ¡que lleva inscrita una vocación altísima! Podamos a la Virgen María, Madre de la Iglesia, vigilar siempre nuestro camino y ayudarnos a ser, como Ella, signo alegre de confianza y de esperanza en medio de nuestros hermanos.


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Mi?rcoles, 26 de noviembre de 2014

Texto completo del discurso del Santo Padre al Consejo de Europa. (25 de noviembre de 2014 )(Zenit.org)  

Señor Secretario General, Señora Presidenta, Excelencias, Señoras y Señores

Me alegra poder tomar la palabra en esta Convención que reúne una representación significativa de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, de representantes de los países miembros, de los jueces del Tribunal Europeo de los derechos humanos, así como de las diversas Instituciones que componen el Consejo de Europa. En efecto, casi toda Europa está presente en esta aula, con sus pueblos, sus idiomas, sus expresiones culturales y religiosas, que constituyen la riqueza de este Continente. Estoy especialmente agradecido al Secretario General del Consejo de Europa, Sr. Thorbjørn Jagland, por su amable invitación y las cordiales palabras de bienvenida que me ha dirigido. Saludo también a la Sra. Anne Brasseur, Presidente de la Asamblea Parlamentaria. Agradezco a todos de corazón su compromiso y la contribución que ofrecen a la paz en Europa, a través de la promoción de la democracia, los derechos humanos y el estado de derecho.

En la intención de sus Padres fundadores, el Consejo de Europa, que este año celebra su 65 aniversario, respondía a una tendencia ideal hacia la unidad, que ha animado en varias fases la vida del Continente desde la antigüedad. Sin embargo, a lo largo de los siglos, han prevalecido muchas veces las tendencias particularistas, marcadas por reiterados propósitos hegemónicos. Baste decir que, diez años antes de aquel 5 de mayo de 1949, cuando se firmó en Londres el Tratado que estableció el Consejo de Europa, comenzaba el conflicto más sangriento y cruel que recuerdan estas tierras, cuyas divisiones han continuado durante muchos años después, cuando el llamado Telón de Acero dividió en dos el Continente, desde el mar Báltico hasta el Golfo de Trieste. El proyecto de los Padres fundadores era reconstruir Europa con un espíritu de servicio mutuo, que aún hoy, en un mundo más proclive a reivindicar que a servir, debe ser la llave maestra de la misión del Consejo de Europa, en favor de la paz, la libertad y la dignidad humana.

Por otro lado, el camino privilegiado para la paz --para evitar que se repita lo ocurrido en las dos guerras mundiales del siglo pasado-- es reconocer en el otro no un enemigo que combatir, sino un hermano a quien acoger. Es un proceso continuo, que nunca puede darse por logrado plenamente. Esto es precisamente lo que intuyeron los Padres fundadores, que entendieron cómo la paz era un bien que se debe conquistar continuamente, y que exige una vigilancia absoluta. Eran conscientes de que las guerras se alimentan por los intentos de apropiarse espacios, cristalizar los procesos y tratar de detenerlos; ellos, por el contrario, buscaban la paz que sólo puede alcanzarse con la actitud constante de iniciar procesos y llevarlos adelante.

Afirmaban de este modo la voluntad de caminar madurando con el tiempo, porque es precisamente el tiempo lo que gobierna los espacios, los ilumina y los transforma en una cadena de crecimiento continuo, sin vuelta atrás. Por eso, construir la paz requiere privilegiar las acciones que generan nuevo dinamismo en la sociedad e involucran a otras personas y otros grupos que los desarrollen, hasta que den fruto en acontecimientos históricos importantes.

Por esta razón dieron vida a este Organismo estable. Algunos años más tarde, el beato Pablo VI recordó que «las mismas instituciones que en el orden jurídico y en el concierto internacional tienen la función y el mérito de proclamar y de conservar la paz alcanzan su providencial finalidad cuando están continuamente en acción, cuando en todo momento saben engendrar la paz, hacer la paz». Es preciso un proceso constante de humanización, y «no basta reprimir las guerras, suspender las luchas (...); no basta una paz impuesta, una paz utilitaria y provisoria; hay que tender a una paz amada, libre, fraterna, es decir, fundada en la reconciliación de los ánimos». Es decir, continuar los procesos sin ansiedad, pero ciertamente con convicciones claras y con tesón.

Para lograr el bien de la paz es necesario ante todo educar para ella, abandonando una cultura del conflicto, que tiende al miedo del otro, a la marginación de quien piensa y vive de manera diferente. Es cierto que el conflicto no puede ser ignorado o encubierto, debe ser asumido. Pero si nos quedamos atascados en él, perdemos perspectiva, los horizontes se limitan y la realidad misma sigue estando fragmentada. Cuando nos paramos en la situación conflictual perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad, detenemos la historia y caemos en desgastes internos y en contradicciones estériles.

Por desgracia, la paz está todavía demasiado a menudo herida. Lo está en tantas partes del mundo, donde arrecian furiosos conflictos de diversa índole. Lo está aquí, en Europa, donde no cesan las tensiones. Cuánto dolor y cuántos muertos se producen todavía en este Continente, que anhela la paz, pero que vuelve a caer fácilmente en las tentaciones de otros tiempos. Por eso es importante y prometedora la labor del Consejo de Europa en la búsqueda de una solución política a las crisis actuales.

Pero la paz sufre también por otras formas de conflicto, como el terrorismo religioso e internacional, embebido de un profundo desprecio por la vida humana y que mata indiscriminadamente a víctimas inocentes. Por desgracia, este fenómeno se abastece de un tráfico de armas a menudo impune. La Iglesia considera que «la carrera de armamentos es una plaga gravísima de la humanidad y perjudica a los pobres de modo intolerable». La paz también se quebranta por el tráfico de seres humanos, que es la nueva esclavitud de nuestro tiempo, y que convierte a las personas en un artículo de mercado, privando a las víctimas de toda dignidad. No es difícil constatar cómo estos fenómenos están a menudo relacionados entre sí. El Consejo de Europa, a través de sus Comités y Grupos de Expertos, juega un papel importante y significativo en la lucha contra estas formas de inhumanidad.

Con todo, la paz no es solamente ausencia de guerra, de conflictos y tensiones. En la visión cristiana, es al mismo tiempo un don de Dios y fruto de la acción libre y racional del hombre, que intenta buscar el bien común en la verdad y el amor. «Este orden racional y moral se apoya precisamente en la decisión de la conciencia de los seres humanos de buscar la armonía en sus relaciones mutuas, respetando la justicia en todos».

Entonces, ¿cómo lograr el objetivo ambicioso de la paz? El camino elegido por el Consejo de Europa es ante todo el de la promoción de los derechos humanos, que enlaza con el desarrollo de la democracia y el estado de derecho. Es una tarea particularmente valiosa, con significativas implicaciones éticas y sociales, puesto que de una correcta comprensión de estos términos y una reflexión constante sobre ellos, depende el desarrollo de nuestras sociedades, su convivencia pacífica y su futuro. Este estudio es una de las grandes aportaciones que Europa ha ofrecido y sigue ofreciendo al mundo entero.

Así pues, en esta sede siento el deber de señalar la importancia de la contribución y la responsabilidad europea en el desarrollo cultural de la humanidad. Quisiera hacerlo a partir de una imagen tomada de un poeta italiano del siglo XX, Clemente Rebora, que, en uno de sus poemas, describe un álamo, con sus ramas tendidas al cielo y movidas por el viento, su tronco sólido y firme, y sus raíces profundamente ancladas en la tierra.6 En cierto sentido, podemos pensar en Europa a la luz de esta imagen.

A lo largo de su historia, siempre ha tendido hacia lo alto, hacia nuevas y ambiciosas metas, impulsada por un deseo insaciable de conocimientos, desarrollo, progreso, paz y unidad. Pero el crecimiento del pensamiento, la cultura, los descubrimientos científicos son posibles por la solidez del tronco y la profundidad de las raíces que lo alimentan. Si pierde las raíces, el tronco se vacía lentamente y muere, y las ramas – antes exuberantes y rectas – se pliegan hacia la tierra y caen. Aquí está tal vez una de las paradojas más incomprensibles para una mentalidad científica aislada: para caminar hacia el futuro hace falta el pasado, se necesitan raíces profundas, y también se requiere el valor de no esconderse ante el presente y sus desafíos. Hace falta memoria, valor y una sana y humana utopía.

Por otro lado --observa Rebora-- «el tronco se ahonda donde es más verdadero». Las raíces se nutren de la verdad, que es el alimento, la linfa vital de toda sociedad que quiera ser auténticamente libre, humana y solidaria. Además, la verdad hace un llamamiento a la conciencia, que es irreductible a los condicionamientos, y por tanto capaz de conocer su propia dignidad y estar abierta a lo absoluto, convirtiéndose en fuente de opciones fundamentales guiadas por la búsqueda del bien para los demás y para sí mismo, y la sede de una libertad responsable.

También hay que tener en cuenta que, sin esta búsqueda de la verdad, cada uno se convierte en medida de sí mismo y de sus actos, abriendo el camino a una afirmación subjetiva de los derechos, por lo que el concepto de derecho humano, que tiene en sí mismo un valor universal, queda sustituido por la idea del derecho individualista. Esto lleva al sustancial descuido de los demás, y a fomentar esa globalización de la indiferencia que nace del egoísmo, fruto de una concepción del hombre incapaz de acoger la verdad y vivir una auténtica dimensión social.

Este individualismo nos hace humanamente pobres y culturalmente estériles, pues cercena de hecho esas raíces fecundas que mantienen la vida del árbol. Del individualismo indiferente nace el culto a la opulencia, que corresponde a la cultura del descarte en la que estamos inmersos. Efectivamente, tenemos demasiadas cosas, que a menudo no sirven, pero ya no somos capaces de construir auténticas relaciones humanas, basadas en la verdad y el respeto mutuo. Así, hoy tenemos ante nuestros ojos la imagen de una Europa herida, por las muchas pruebas del pasado, pero también por la crisis del presente, que ya no parece ser capaz de hacerle frente con la vitalidad y la energía del pasado. Una Europa un poco cansada y pesimista, que se siente asediada por las novedades de otros continentes.

Podemos preguntar a Europa: ¿Dónde está tu vigor? ¿Dónde está esa tensión ideal que ha animado y hecho grande tu historia? ¿Dónde está tu espíritu de emprendedor curioso? ¿Dónde está tu sed de verdad, que hasta ahora has comunicado al mundo con pasión?

De la respuesta a estas preguntas dependerá el futuro del Continente. Por otro lado – volviendo a la imagen de Rebora – un tronco sin raíces puede seguir teniendo una apariencia vital, pero por dentro se vacía y muere. Europa debe reflexionar sobre si su inmenso patrimonio humano, artístico, técnico, social, político, económico y religioso es un simple retazo del pasado para museo, o si todavía es capaz de inspirar la cultura y abrir sus tesoros a toda la humanidad. En la respuesta a este interrogante, el Consejo de Europa y sus instituciones tienen un papel de primera importancia.

Pienso especialmente en el papel de la Corte Europea de los Derechos Humanos, que es de alguna manera la «conciencia» de Europa en el respeto de los derechos humanos. Mi esperanza es que dicha conciencia madure cada vez más, no por un mero consenso entre las partes, sino como resultado de la tensión hacia esas raíces profundas, que es el pilar sobre los que los Padres fundadores de la Europa contemporánea decidieron edificar.

Junto a las raíces – que se deben buscar, encontrar y mantener vivas con el ejercicio cotidiano de la memoria, pues constituyen el patrimonio genético de Europa –, están los desafíos actuales del Continente, que nos obligan a una creatividad continua, para que estas raíces sean fructíferas hoy, y se proyecten hacia utopías del futuro. Permítanme mencionar sólo dos: el reto de la multipolaridad y el desafío de la transversalidad.

La historia de Europa puede llevarnos a concebirla ingenuamente como una bipolaridad o, como mucho, una tripolaridad (pensemos en la antigua concepción: Roma - Bizancio - Moscú), y dentro de este esquema, fruto de reduccionismos geopolíticos hegemónicos, movernos en la interpretación del presente y en la proyección hacia la utopía del futuro.

Hoy las cosas no son así, y podemos hablar legítimamente de una Europa multipolar. Las tensiones – tanto las que construyen como las que disgregan – se producen entre múltiples polos culturales, religiosos y políticos. Europa afronta hoy el reto de «globalizar» de modo original esta multipolaridad. Las culturas no se identifican necesariamente con los países: algunos de ellos tienen diferentes culturas y algunas culturas se manifiestan en diferentes países. Lo mismo ocurre con las expresiones políticas, religiosas y asociativas.

Globalizar de modo original la multipolaridad comporta el reto de una armonía constructiva, libre de hegemonías que, aunque pragmáticamente parecen facilitar el camino, terminan por destruir la originalidad cultural y religiosa de los pueblos.

Hablar de la multipolaridad europea es hablar de pueblos que nacen, crecen y se proyectan hacia el futuro. La tarea de globalizar la multipolaridad de Europa no se puede imaginar con la figura de la esfera --donde todo es igual y ordenado, pero que resulta reductiva puesto que cada punto es equidistante del centro--, sino más bien con la del poliedro, donde la unidad armónica del todo conserva la particularidad de cada una de las partes. Hoy Europa es multipolar en sus relaciones y tensiones; no se puede pensar ni construir Europa sin asumir a fondo esta realidad multipolar.

El otro reto que quisiera mencionar es la transversalidad. Comienzo con una experiencia personal: en los encuentros con políticos de diferentes países de Europa, he notado que los jóvenes afrontan la realidad política desde una perspectiva diferente a la de sus colegas más adultos. Tal vez dicen cosas aparentemente semejantes, pero el enfoque es diverso. Esto ocurre en los jóvenes políticos de diferentes partidos. Y es un dato que indica una realidad de la Europa actual de la que no se puede prescindir en el camino de la consolidación continental y de su proyección de futuro: tener en cuenta esta transversalidad que se percibe en todos los campos. No se puede recorrer este camino sin recurrir al diálogo, también intergeneracional. Si quisiéramos definir hoy el Continente, debemos hablar de una Europa dialogante, que sabe poner la transversalidad de opiniones y reflexiones al servicio de pueblos armónicamente unidos.

Asumir este camino de la comunicación transversal no sólo comporta empatía intergeneracional, sino metodología histórica de crecimiento. En el mundo político actual de Europa, resulta estéril el diálogo meramente en el seno de los organismos (políticos, religiosos, culturales) de la propia pertenencia. La historia pide hoy la capacidad de salir de las estructuras que «contienen» la propia identidad, con el fin de hacerla más fuerte y más fructífera en la confrontación fraterna de la transversalidad. Una Europa que dialogue únicamente dentro de los grupos cerrados de pertenencia se queda a mitad de camino; se necesita el espíritu juvenil que acepte el reto de la transversalidad.

En esta perspectiva, acojo favorablemente la voluntad del Consejo de Europa de invertir en el diálogo intercultural, incluyendo su dimensión religiosa, mediante los Encuentros sobre la dimensión religiosa del diálogo intercultural. Es una oportunidad provechosa para el intercambio abierto, respetuoso y enriquecedor entre las personas y grupos de diverso origen, tradición étnica, lingüística y religiosa, en un espíritu de comprensión y respeto mutuo.

Dichos encuentros parecen particularmente importantes en el ambiente actual multicultural, multipolar, en busca de una propia fisionomía, para combinar con sabiduría la identidad europea que se ha formado a lo largo de los siglos con las solicitudes que llegan de otros pueblos que ahora se asoman al Continente.

En esta lógica se incluye la aportación que el cristianismo puede ofrecer hoy al desarrollo cultural y social europeo en el ámbito de una correcta relación entre religión y sociedad. En la visión cristiana, razón y fe, religión y sociedad, están llamadas a iluminarse una a otra, apoyándose mutuamente y, si fuera necesario, purificándose recíprocamente de los extremismos ideológicos en que pueden caer. Toda la sociedad europea se beneficiará de una reavivada relación entre los dos ámbitos, tanto para hacer frente a un fundamentalismo religioso, que es sobre todo enemigo de Dios, como para evitar una razón «reducida», que no honra al hombre.

Estoy convencido de que hay muchos temas, y actuales, en los que puede haber un enriquecimiento mutuo, en los que la Iglesia Católica – especialmente a través del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) – puede colaborar con el Consejo de Europa y ofrecer una contribución fundamental. En primer lugar, a la luz de lo que acabo de decir, en el ámbito de una reflexión ética sobre los derechos humanos, sobre los que esta Organización está frecuentemente llamada a reflexionar. Pienso particularmente en las cuestiones relacionadas con la protección de la vida humana, cuestiones delicadas que han de ser sometidas a un examen cuidadoso, que tenga en cuenta la verdad de todo el ser humano, sin limitarse a campos específicos, médicos, científicos o jurídicos.

También hay numerosos retos del mundo contemporáneo que precisan estudio y un compromiso común, comenzando por la acogida de los emigrantes, que necesitan antes que nada lo esencial para vivir, pero, sobre todo, que se les reconozca su dignidad como personas. Después tenemos todo el grave problema del trabajo, especialmente por los elevados niveles de desempleo juvenil que se produce en muchos países – una verdadera hipoteca para el futuro –, pero también por la cuestión de la dignidad del trabajo.

Espero ardientemente que se instaure una nueva colaboración social y económica, libre de condicionamientos ideológicos, que sepa afrontar el mundo globalizado, manteniendo vivo el sentido de la solidaridad y de la caridad mutua, que tanto ha caracterizado el rostro de Europa, gracias a la generosa labor de cientos de hombres y mujeres – algunos de los cuales la Iglesia Católica considera santos – que, a lo largo de los siglos, se han esforzado por desarrollar el Continente, tanto mediante la actividad empresarial como con obras educativas, asistenciales y de promoción humana. Estas últimas, sobre todo, son un punto de referencia importante para tantos pobres que viven en Europa. ¡Cuántos hay por nuestras calles! No sólo piden pan para el sustento, que es el más básico de los derechos, sino también redescubrir el valor de la propia vida, que la pobreza tiende a hacer olvidar, y recuperar la dignidad que el trabajo confiere.

En fin, entre los temas que requieren nuestra reflexión y nuestra colaboración está la defensa del medio ambiente, de nuestra querida Tierra, el gran recurso que Dios nos ha dado y que está a nuestra disposición, no para ser desfigurada, explotada y denigrada, sino para que, disfrutando de su inmensa belleza, podamos vivir con dignidad.

Señora Presidenta, señor Secretario General, Excelencias, Señoras y Señores,

El beato Pablo VI calificó a la Iglesia como «experta en humanidad». En el mundo, a imitación de Cristo, y no obstante los pecados de sus hijos, ella no busca más que servir y dar testimonio de la verdad. Nada más, sino sólo este espíritu, nos guía en el alentar el camino de la humanidad.

Con esta disposición, la Santa Sede tiene la intención de continuar su colaboración con el Consejo de Europa, que hoy desempeña un papel fundamental para forjar la mentalidad de las futuras generaciones de europeos. Se trata de realizar juntos una reflexión a todo campo, para que se instaure una especie de «nueva agorá», en la que toda instancia civil y religiosa pueda confrontarse libremente con las otras, si bien en la separación de ámbitos y en la diversidad de posiciones, animada exclusivamente por el deseo de verdad y de edificar el bien común. En efecto, la cultura nace siempre del encuentro mutuo, orientado a estimular la riqueza intelectual y la creatividad de cuantos participan; y esto, además de ser una práctica del bien, es belleza. Mi esperanza es que Europa, redescubriendo su patrimonio histórico y la profundidad de sus raíces, asumiendo su acentuada multipolaridad y el fenómeno de la transversalidad dialogante, reencuentre esa juventud de espíritu que la ha hecho fecunda y grande.

Gracias.


Publicado por verdenaranja @ 21:17  | Habla el Papa
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Texto completo del discurso del Santo Padre al Parlamento Europeo. (25 de noviembre de 2014) (Zenit.org)


Señor Presidente, Señoras y Señores Vicepresidentes, Señoras y Señores Eurodiputados,
Trabajadores en los distintos ámbitos de este hemiciclo, Queridos amigos

Les agradezco que me hayan invitado a tomar la palabra ante esta institución fundamental de la vida de la Unión Europea, y por la oportunidad que me ofrecen de dirigirme, a través de ustedes, a los más de quinientos millones de ciudadanos de los 28 Estados miembros a quienes representan. Agradezco particularmente a usted, Señor Presidente del Parlamento, las cordiales palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos los miembros de la Asamblea.

Mi visita tiene lugar más de un cuarto de siglo después de la del Papa Juan Pablo II. Muchas cosas han cambiado desde entonces, en Europa y en todo el mundo. No existen los bloques contrapuestos que antes dividían el Continente en dos, y se está cumpliendo lentamente el deseo de que «Europa, dándose soberanamente instituciones libres, pueda un día ampliarse a las dimensiones que le han dado la geografía y aún más la historia».1

Junto a una Unión Europea más amplia, existe un mundo más complejo y en rápido movimiento. Un mundo cada vez más interconectado y global, y, por eso, siempre menos «eurocéntrico». Sin embargo, una Unión más amplia, más influyente, parece ir acompañada de la imagen de una Europa un poco envejecida y reducida, que tiende a sentirse menos protagonista en un contexto que la contempla a menudo con distancia, desconfianza y, tal vez, con sospecha.

Al dirigirme hoy a ustedes desde mi vocación de Pastor, deseo enviar a todos los ciudadanos europeos un mensaje de esperanza y de aliento.

Un mensaje de esperanza basado en la confianza de que las dificultades puedan convertirse en fuertes promotoras de unidad, para vencer todos los miedos que Europa – junto a todo el mundo – está atravesando. Esperanza en el Señor, que transforma el mal en bien y la muerte en vida.

Un mensaje de aliento para volver a la firme convicción de los Padres fundadores de la Unión Europea, los cuales deseaban un futuro basado en la capacidad de trabajar juntos para superar las divisiones, favoreciendo la paz y la comunión entre todos los pueblos del Continente. En el centro de este ambicioso proyecto político se encontraba la confianza en el hombre, no tanto como ciudadano o sujeto económico, sino en el hombre como persona dotada de una dignidad trascendente.

Quisiera subrayar, ante todo, el estrecho vínculo que existe entre estas dos palabras: «dignidad» y «trascendente».

La «dignidad» es la palabra clave que ha caracterizado el proceso de recuperación en la segunda postguerra. Nuestra historia reciente se distingue por la indudable centralidad de la promoción de la dignidad humana contra las múltiples violencias y discriminaciones, que no han faltado, tampoco en Europa, a lo largo de los siglos. La percepción de la importancia de los derechos humanos nace precisamente como resultado de un largo camino, hecho también de muchos sufrimientos y sacrificios, que ha contribuido a formar la conciencia del valor de cada persona humana, única e irrepetible. Esta conciencia cultural encuentra su fundamento no sólo en los eventos históricos, sino, sobre todo, en el pensamiento europeo, caracterizado por un rico encuentro, cuyas múltiples y lejanas fuentes provienen de Grecia y Roma, de los ambientes celtas, germánicos y eslavos, y del cristianismo que los marcó profundamente,2 dando lugar al concepto de «persona».

Hoy, la promoción de los derechos humanos desempeña un papel central en el compromiso de la Unión Europea, con el fin de favorecer la dignidad de la persona, tanto en su seno como en las relaciones con los otros países. Se trata de un compromiso importante y admirable, pues persisten demasiadas situaciones en las que los seres humanos son tratados como objetos, de los cuales se puede programar la concepción, la configuración y la utilidad, y que después pueden ser desechados cuando ya no sirven, por ser débiles, enfermos o ancianos.

Efectivamente, ¿qué dignidad existe cuando falta la posibilidad de expresar libremente el propio pensamiento o de profesar sin constricción la propia fe religiosa? ¿Qué dignidad es posible sin un marco jurídico claro, que limite el dominio de la fuerza y haga prevalecer la ley sobre la tiranía del poder? ¿Qué dignidad puede tener un hombre o una mujer cuando es objeto de todo tipo de discriminación? ¿Qué dignidad podrá encontrar una persona que no tiene qué comer o el mínimo necesario para vivir o, todavía peor, el trabajo que le otorga dignidad?

Promover la dignidad de la persona significa reconocer que posee derechos inalienables, de los cuales no puede ser privada arbitrariamente por nadie y, menos aún, en beneficio de intereses económicos.

Es necesario prestar atención para no caer en algunos errores que pueden nacer de una mala comprensión de los derechos humanos y de un paradójico mal uso de los mismos. Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales, que esconde una concepción de persona humana desligada de todo contexto social y antropológico, casi como una «mónada» (μονάς), cada vez más insensible a las otras «mónadas» de su alrededor. Parece que el concepto de derecho ya no se asocia al de deber, igualmente esencial y complementario, de modo que se afirman los derechos del individuo sin tener en cuenta que cada ser humano está unido a un contexto social, en el cual sus derechos y deberes están conectados a los de los demás y al bien común de la sociedad misma.

Considero por esto que es vital profundizar hoy en una cultura de los derechos humanos que pueda unir sabiamente la dimensión individual, o mejor, personal, con la del bien común, con ese «todos nosotros» formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social.3 En efecto, si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al bien más grande, termina por concebirse sin limitaciones y, consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y de violencias.

Así, hablar de la dignidad trascendente del hombre, significa apelarse a su naturaleza, a su innata capacidad de distinguir el bien del mal, a esa «brújula» inscrita en nuestros corazones y que Dios ha impreso en el universo creado;4 significa sobre todo mirar al hombre no como un absoluto, sino como un ser relacional. Una de las enfermedades que veo más extendidas hoy en Europa es la soledad, propia de quien no tiene lazo alguno. Se ve particularmente en los ancianos, a menudo abandonados a su destino, como también en los jóvenes sin puntos de referencia y de oportunidades para el futuro; se ve igualmente en los numerosos pobres que pueblan nuestras ciudades y en los ojos perdidos de los inmigrantes que han venido aquí en busca de un futuro mejor.

Esta soledad se ha agudizado por la crisis económica, cuyos efectos perduran todavía con consecuencias dramáticas desde el punto de vista social. Se puede constatar que, en el curso de los últimos años, junto al proceso de ampliación de la Unión Europea, ha ido creciendo la desconfianza de los ciudadanos respecto a instituciones consideradas distantes, dedicadas a establecer reglas que se sienten lejanas de la sensibilidad de cada pueblo, e incluso dañinas.

Desde muchas partes se recibe una impresión general de cansancio y de envejecimiento, de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz. Por lo que los grandes ideales que han inspirado Europa parecen haber perdido fuerza de atracción, en favor de los tecnicismos burocráticos de sus instituciones.

A eso se asocian algunos estilos de vida un tanto egoístas, caracterizados por una opulencia insostenible y a menudo indiferente respecto al mundo circunstante, y sobre todo a los más pobres. Se constata amargamente el predominio de las cuestiones técnicas y económicas en el centro del debate político, en detrimento de una orientación antropológica auténtica.5 El ser humano corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje de un mecanismo que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado, de modo que – lamentablemente lo percibimos a menudo –, cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo se la descarta sin tantos reparos, como en el caso de los enfermos terminales, de los ancianos abandonados y sin atenciones, o de los niños asesinados antes de nacer.

Este es el gran equívoco que se produce «cuando prevalece la absolutización de la técnica»,6 que termina por causar «una confusión entre los fines y los medios».7 Es el resultado inevitable de la «cultura del descarte» y del «consumismo exasperado». Al contrario, afirmar la dignidad de la persona significa reconocer el valor de la vida humana, que se nos da gratuitamente y, por eso, no puede ser objeto de intercambio o de comercio. Ustedes, en su vocación de parlamentarios, están llamados también a una gran misión, aunque pueda parecer inútil: Preocuparse de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la «cultura del descarte». Cuidar de la fragilidad de las personas y de los pueblos significa proteger la memoria y la esperanza; significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad.8

Por lo tanto, ¿cómo devolver la esperanza al futuro, de manera que, partiendo de las jóvenes generaciones, se encuentre la confianza para perseguir el gran ideal de una Europa unida y en paz, creativa y emprendedora, respetuosa de los derechos y consciente de los propios deberes?

Para responder a esta pregunta, permítanme recurrir a una imagen. Uno de los más célebres frescos de Rafael que se encuentra en el Vaticano representa la Escuela de Atenas. En el centro están Platón y Aristóteles. El primero con el dedo apunta hacia lo alto, hacia el mundo de las ideas, podríamos decir hacia el cielo; el segundo tiende la mano hacia delante, hacia el observador, hacia la tierra, la realidad concreta. Me parece una imagen que describe bien a Europa en su historia, hecha de un permanente encuentro entre el cielo y la tierra, donde el cielo indica la apertura a lo trascendente, a Dios, que ha caracterizado desde siempre al hombre europeo, y la tierra representa su capacidad práctica y concreta de afrontar las situaciones y los problemas.

El futuro de Europa depende del redescubrimiento del nexo vital e inseparable entre estos dos elementos. Una Europa que no es capaz de abrirse a la dimensión trascendente de la vida es una Europa que corre el riesgo de perder lentamente la propia alma y también aquel «espíritu humanista» que, sin embargo, ama y defiende.

Precisamente a partir de la necesidad de una apertura a la trascendencia, deseo afirmar la centralidad de la persona humana, que de otro modo estaría en manos de las modas y poderes del momento. En este sentido, considero fundamental no sólo el patrimonio que el cristianismo ha dejado en el pasado para la formación cultural del continente, sino, sobre todo, la contribución que pretende dar hoy y en el futuro para su crecimiento. Dicha contribución no constituye un peligro para la laicidad de los Estados y para la independencia de las instituciones de la Unión, sino que es un enriquecimiento. Nos lo indican los ideales que la han formado desde el principio, como son: la paz, la subsidiariedad, la solidaridad recíproca y un humanismo centrado sobre el respeto de la dignidad de la persona.

Por ello, quisiera renovar la disponibilidad de la Santa Sede y de la Iglesia Católica, a través de la Comisión de las Conferencias Episcopales Europeas (COMECE), para mantener un diálogo provechoso, abierto y trasparente con las instituciones de la Unión Europea. Estoy igualmente convencido de que una Europa capaz de apreciar las propias raíces religiosas, sabiendo aprovechar su riqueza y potencialidad, puede ser también más fácilmente inmune a tantos extremismos que se expanden en el mundo actual, también por el gran vacío en el ámbito de los ideales, como lo vemos en el así llamado Occidente, porque «es precisamente este olvido de Dios, en lugar de su glorificación, lo que engendra la violencia».9

A este respecto, no podemos olvidar aquí las numerosas injusticias y persecuciones que sufren cotidianamente las minorías religiosas, y particularmente cristianas, en diversas partes del mundo. Comunidades y personas que son objeto de crueles violencias: expulsadas de sus propias casas y patrias; vendidas como esclavas; asesinadas, decapitadas, crucificadas y quemadas vivas, bajo el vergonzoso y cómplice silencio de tantos.

El lema de la Unión Europea es Unidad en la diversidad, pero la unidad no significa uniformidad política, económica, cultural, o de pensamiento. En realidad, toda auténtica unidad vive de la riqueza de la diversidad que la compone: como una familia, que está tanto más unida cuanto cada uno de sus miembros puede ser más plenamente sí mismo sin temor. En este sentido, considero que Europa es una familia de pueblos, que podrán sentir cercanas las instituciones de la Unión si estas saben conjugar sabiamente el anhelado ideal de la unidad, con la diversidad propia de cada uno, valorando todas las tradiciones; tomando conciencia de su historia y de sus raíces; liberándose de tantas manipulaciones y fobias. Poner en el centro la persona humana significa sobre todo dejar que muestre libremente el propio rostro y la propia creatividad, sea en el ámbito particular que como pueblo.

Por otra parte, las peculiaridades de cada uno constituyen una auténtica riqueza en la medida en que se ponen al servicio de todos. Es preciso recordar siempre la arquitectura propia de la Unión Europea, construida sobre los principios de solidaridad y subsidiariedad, de modo que prevalezca la ayuda mutua y se pueda caminar, animados por la confianza recíproca.

En esta dinámica de unidad-particularidad, se les plantea también, Señores y Señoras Eurodiputados, la exigencia de hacerse cargo de mantener viva la democracia de los pueblos de Europa. No se nos oculta que una concepción uniformadora de la globalidad daña la vitalidad del sistema democrático, debilitando el contraste rico, fecundo y constructivo, de las organizaciones y de los partidos políticos entre sí. De esta manera se corre el riesgo de vivir en el reino de la idea, de la mera palabra, de la imagen, del sofisma... y se termina por confundir la realidad de la democracia con un nuevo nominalismo político. Mantener viva la democracia en Europa exige evitar tantas «maneras globalizantes» de diluir la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría.10

Mantener viva la realidad de las democracias es un reto de este momento histórico, evitando que su fuerza real – fuerza política expresiva de los pueblos – sea desplazada ante las presiones de intereses multinacionales no universales, que las hacen más débiles y las trasforman en sistemas uniformadores de poder financiero al servicio de imperios desconocidos. Este es un reto que hoy la historia nos ofrece.

Dar esperanza a Europa no significa sólo reconocer la centralidad de la persona humana, sino que implica también favorecer sus cualidades. Se trata por eso de invertir en ella y en todos los ámbitos en los que sus talentos se forman y dan fruto. El primer ámbito es seguramente el de la educación, a partir de la familia, célula fundamental y elemento precioso de toda sociedad. La familia unida, fértil e indisoluble trae consigo los elementos fundamentales para dar esperanza al futuro. Sin esta solidez se acaba construyendo sobre arena, con graves consecuencias sociales. Por otra parte, subrayar la importancia de la familia, no sólo ayuda a dar prospectivas y esperanza a las nuevas generaciones, sino también a los numerosos ancianos, muchas veces obligados a vivir en condiciones de soledad y de abandono porque no existe el calor de un hogar familiar capaz de acompañarles y sostenerles.

Junto a la familia están las instituciones educativas: las escuelas y universidades. La educación no puede limitarse a ofrecer un conjunto de conocimientos técnicos, sino que debe favorecer un proceso más complejo de crecimiento de la persona humana en su totalidad. Los jóvenes de hoy piden poder tener una formación adecuada y completa para mirar al futuro con esperanza, y no con desilusión. Numerosas son las potencialidades creativas de Europa en varios campos de la investigación científica, algunos de los cuales no están explorados todavía completamente. Baste pensar, por ejemplo, en las fuentes alternativas de energía, cuyo desarrollo contribuiría mucho a la defensa del ambiente.

Europa ha estado siempre en primera línea de un loable compromiso en favor de la ecología. En efecto, esta tierra nuestra necesita de continuos cuidados y atenciones, y cada uno tiene una responsabilidad personal en la custodia de la creación, don precioso que Dios ha puesto en las manos de los hombres. Esto significa, por una parte, que la naturaleza está a nuestra disposición, podemos disfrutarla y hacer buen uso de ella; por otra parte, significa que no somos los dueños. Custodios, pero no dueños. Por eso la debemos amar y respetar. «Nosotros en cambio nos guiamos a menudo por la soberbia de dominar, de poseer, de manipular, de explotar; no la “custodiamos”, no la respetamos, no la consideramos como un don gratuito que hay que cuidar».11 Respetar el ambiente no significa sólo limitarse a evitar estropearlo, sino también utilizarlo para el bien. Pienso sobre todo en el sector agrícola, llamado a dar sustento y alimento al hombre. No se puede tolerar que millones de personas en el mundo mueran de hambre, mientras toneladas de restos de alimentos se desechan cada día de nuestras mesas. Además, el respeto por la naturaleza nos recuerda que el hombre mismo es parte fundamental de ella. Junto a una ecología ambiental, se necesita una ecología humana, hecha del respeto de la persona, que hoy he querido recordar dirigiéndome a ustedes.

El segundo ámbito en el que florecen los talentos de la persona humana es el trabajo. Es hora de favorecer las políticas de empleo, pero es necesario sobre todo volver a dar dignidad al trabajo, garantizando también las condiciones adecuadas para su desarrollo. Esto implica, por un lado, buscar nuevos modos para conjugar la flexibilidad del mercado con la necesaria estabilidad y seguridad de las perspectivas laborales, indispensables para el desarrollo humano de los trabajadores; por otro lado, significa favorecer un adecuado contexto social, que no apunte a la explotación de las personas, sino a garantizar, a través del trabajo, la posibilidad de construir una familia y de educar los hijos.

Es igualmente necesario afrontar juntos la cuestión migratoria. No se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio. En las barcazas que llegan cotidianamente a las costas europeas hay hombres y mujeres que necesitan acogida y ayuda. La ausencia de un apoyo recíproco dentro de la Unión Europea corre el riesgo de incentivar soluciones particularistas del problema, que no tienen en cuenta la dignidad humana de los inmigrantes,

favoreciendo el trabajo esclavo y continuas tensiones sociales. Europa será capaz de hacer frente a las problemáticas asociadas a la inmigración si es capaz de proponer con claridad su propia identidad cultural y poner en práctica legislaciones adecuadas que sean capaces de tutelar los derechos de los ciudadanos europeos y de garantizar al mismo tiempo la acogida a los inmigrantes; si es capaz de adoptar políticas correctas, valientes y concretas que ayuden a los países de origen en su desarrollo sociopolítico y a la superación de sus conflictos internos – causa principal de este fenómeno –, en lugar de políticas de interés, que aumentan y alimentan estos conflictos. Es necesario actuar sobre las causas y no solamente sobre los efectos.

Señor Presidente, Excelencias, Señoras y Señores Diputados:

Ser conscientes de la propia identidad es necesario también para dialogar en modo propositivo con los Estados que han solicitado entrar a formar parte de la Unión en el futuro. Pienso sobre todo en los del área balcánica, para los que el ingreso en la Unión Europea puede responder al ideal de paz en una región que ha sufrido mucho por los conflictos del pasado. Por último, la conciencia de la propia identidad es indispensable en las relaciones con los otros países vecinos, particularmente con aquellos de la cuenca mediterránea, muchos de los cuales sufren a causa de conflictos internos y por la presión del fundamentalismo religioso y del terrorismo internacional.

A ustedes, legisladores, les corresponde la tarea de custodiar y hacer crecer la identidad europea, de modo que los ciudadanos encuentren de nuevo la confianza en las instituciones de la Unión y en el proyecto de paz y de amistad en el que se fundamentan. Sabiendo que «cuanto más se acrecienta el poder del hombre, más amplia es su responsabilidad individual y colectiva».12 Les exhorto, pues, a trabajar para que Europa redescubra su alma buena.

Un autor anónimo del s. II escribió que «los cristianos representan en el mundo lo que el alma al cuerpo».13 La función del alma es la de sostener el cuerpo, ser su conciencia y la memoria histórica. Y dos mil años de historia unen a Europa y al cristianismo. Una historia en la que no han faltado conflictos y errores, pero siempre animada por el deseo de construir para el bien. Lo vemos en la belleza de nuestras ciudades, y más aún, en la de múltiples obras de caridad y de edificación común que constelan el Continente. Esta historia, en gran parte, debe ser todavía escrita. Es nuestro presente y también nuestro futuro. Es nuestra identidad. Europa tiene una gran necesidad de redescubrir su rostro para crecer, según el espíritu de sus Padres fundadores, en la paz y en la concordia, porque ella misma no está todavía libre de conflictos.

Queridos Eurodiputados, ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables; la Europa que abrace con valentía su pasado, y mire con confianza su futuro para vivir plenamente y con esperanza su presente. Ha llegado el momento de abandonar la idea de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe. La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa que mira, defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad.

Gracias.


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Martes, 25 de noviembre de 2014

Homilía monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas en la solemnidad de Cristo Rey (23 de noviembre de 2014) (AICA)

“Los liderazgos y la ética pública” 

Con la celebración de este domingo “Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo”, culminamos el año litúrgico y desde el próximo fin de semana empezaremos a prepararnos para celebrar la “Navidad”, el nacimiento de Jesús, en el llamado tiempo de adviento.

El Evangelio de este domingo (Mt. 25,31-46), nos propone un texto que nos habla del juicio final y nos señala quienes son los herederos del Reino y quienes están excluidos de él: “Entonces el Rey, dirá… Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo y me vistieron; enfermo y me visitaron; preso, y me vinieron a ver” (34-36). A los oyentes les asombró esta afirmación y el texto continúa diciendo: “… y el Rey les respondió: Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos lo hicieron conmigo” (40).

No es fácil captar el núcleo del cristianismo. Comprender que la centralidad de la caridad, la justicia y la misericordia son las “credenciales de ingreso” a este Reino que nos propone el Señor. Esta comprensión es indispensable para todo bautizado que se dispone a asumir este camino que queremos intensificar como discípulos y misioneros de Jesucristo. Debemos acentuar que estas “credenciales de ingreso” al Reino que son importantes para todos, lo son especialmente para aquellos que tenemos responsabilidades en la conducción ya sea como pastores, o bien como dirigentes sociales, políticos, económicos. Todos aquellos que debemos dar cuentas del bien o de los daños que provocamos desde nuestras tareas y compromisos.

Considero muy importante en relación a este tema de los dirigentes y del poder como servicio recordar en el contexto del bicentenario parte del documento de la Conferencia Episcopal Argentina, denominado: “Hacia un bicentenario en justicia y solidaridad”, en el mismo se señala que estilo de liderazgos necesitamos hoy: “En este tiempo necesitamos tomar conciencia de que «los cristianos, como discípulos y misioneros de Jesucristo, estamos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos». Para nosotros, este es el verdadero fundamento de todo poder y de toda autoridad: servir a Cristo, sirviendo a nuestros hermanos.

En un cambio de época, caracterizado por la carencia de nuevos estilos de liderazgo, tanto sociales y políticos, como religiosos y culturales, es bueno tener presente esta concepción del poder como servicio. Como Iglesia, este déficit nos cuestiona. En un continente de bautizados, advertimos la notable ausencia, en el ámbito político, comunicacional y universitario, de voces e iniciativas de líderes católicos, con fuerte personalidad y abnegada vocación, que sean coherentes con sus convicciones éticas y religiosas.

Por eso, es fundamental generar y alentar un estilo de liderazgo centrado en el servicio al prójimo y al bien común. Todo líder, para llegar a ser un verdadero dirigente ha de ser ante todo un testigo. El testimonio personal, como expresión de coherencia y ejemplaridad hace al crecimiento de una comunidad. Necesitamos generar un liderazgo con capacidad de promover el desarrollo integral de la persona y de la sociedad. No habrá cambios profundos si no renace, en todos los ambientes y sectores, una intensa mística del servicio, que ayude a despertar nuevas vocaciones de compromiso social y político. El verdadero liderazgo supera la omnipotencia del poder y no se conforma con la mera gestión de las urgencias. Recordemos algunos valores propios de los auténticos líderes: la integridad moral, la amplitud de miras, el compromiso concreto por el bien de todos, la capacidad de escucha, el interés por proyectar más allá de lo inmediato, el respeto de la ley, el discernimiento atento de los nuevos signos de los tiempos y, sobre todo, la coherencia de vida.

Alentamos a los líderes de las organizaciones de la sociedad a participar en «la reorientación y consiguiente rehabilitación ética de la política». Les pedimos que se esfuercen por ser nuevos dirigentes, más aptos, más sensibles al bien común, y capacitados para la renovación de nuestras instituciones. Queremos reconocer con gratitud a quienes luchan por vivir con fidelidad a sus principios como así también a los educadores, comunicadores sociales, profesionales, técnicos, científicos y académicos, que se esfuerzan por promover una concepción integral de la persona humana. A todos ellos, les pedimos que no bajen los brazos, que reafirmen su dignidad y su vocación de servicio constructivo. Uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo es recuperar el valor de toda sana militancia” (20-23).

Es cierto que no es fácil esto que el Señor nos enseña este domingo, que la credencial de ingreso al Reino de Dios es la caridad, la justicia y la misericordia. Hoy, los argentinos y los misioneros necesitamos pedir el don de la fe y tener un corazón simple para entender este maravilloso llamado del Señor, invitándonos a todos, sobre todo a los que tenemos más responsabilidades a formar parte de este “Reino de Dios”.

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas


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Lunes, 24 de noviembre de 2014

Alocución de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz en la solemnidad de Cristo Rey (23 de noviembre de 2014) (AICA)

Solemnidad de cristo rey

Con la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, concluimos este domingo el año litúrgico. El próximo domingo iniciaremos el Tiempo de Adviento. Estamos ante un hecho que el mismo Señor lo afirma cuando Pilatos le vuelve a preguntar: “¿Entonces tú eres rey? Jesús respondió: Tú lo dices, yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo” (Jn. 18, 37). ¿Qué significa este reinado de Cristo? No podemos acercarnos a él desde los criterios de un Rey como conocemos en este mundo. Así lo dice el mismo Jesús: “Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí” (Jn. 18, 36). Sin embargo, su realeza, su reinado tiene consecuencias en este mundo. Esto es lo importante para comprender el significado y el alcance del reinado de Jesucristo.

El reinado de Jesucristo tiene su centro y su fuente en la Pascua, es decir, en su muerte y resurrección. Él ha venido a rescatar, a salvar al hombre y al mundo de la esclavitud del pecado. Este es el centro de la fe cristiana que lo participamos como una gracia. Este Reino, por otra parte, comienza ya en el tiempo presente, y sólo terminará cuando todo sea entregado al Padre y la historia de la humanidad concluya en el juicio final (cfr. 1 Cor. 15, 22-24). Desde la Pascua de Cristo ya vivimos este tiempo final que Él ha inaugurado, y que es para nosotros un hoy que nos compromete en nuestra vida personal y social. ¿Cuáles son las notas de este Reino? La liturgia de esta Fiesta de Cristo Rey lo describe como: “Reino de la verdad y la vida, Reino de la santidad y la gracia, Reino de justicia, del amor y la paz”. Como vemos tiene un contenido que debe orientar nuestra vida. Este Reino es posible, Cristo nos lo ofrece como un don y una tarea que nos compromete. No podemos pensar la vida cristiana sin la presencia de un Cristo vivo.

Esto nos permite ver y examinar nuestra vida presente, a la luz del discernimiento del juicio final como leemos en el evangelio: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino de Dios que les fue preparado, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron… Cuándo sucedió esto le preguntan, y el Señor responde: Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt. 25, 31- 46). La fe, que nos da la vida eterna como respondemos a la pregunta del bautismo, se vive en este mundo a través de la caridad. Así vivimos y construimos el Reino de Dios. Esperamos su plenitud, somos peregrinos de este Reino, pero ya lo vivimos en el encuentro con Jesucristo que nos compromete a una vida nueva. No caminamos detrás de una utopía, sino de una realidad con nos llena de gozo y de compromiso con nuestros hermanos.

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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Domingo, 23 de noviembre de 2014

Catholic Calendar and Daily Meditation

Sunday, November 23, 2014


The Solemnity of Our Lord Jesus Christ,
King of the Universe



Scripture for Sunday's Liturgy of the Word:
http://new.usccb.org/bible/readings/112314.cfm

Ezekiel 34:11-12, 15-17
Psalm 23:1-2, 2-3, 5-6
1 Corinthians 15:20-26, 28
Matthew 25:31-46


A reflection on today's Sacred Scriptures:

Today is the last Sunday of the Church year, the Solemnity of Christ our King. The readings sum up what we need to remember the most about living as a Catholic Christian, and how God (who is also our judge), will measure our success or failure in living with God for all eternally.

First, how does God like to think of Himself? Of all His titles, He wants to be known as a "shepherd" who guides and lead us all to His kingdom. The first reading, from the prophet Ezekiel, reveals God's displeasure with the ancient leaders of Israel. "I Myself will look after and tend My sheep." Tenderly He will watch out for our every need "twenty-four seven!" "I will rescue them from every place where they were scattered when it was cloudy or dark," He says. Further, this perfect Shepherd will seek out the lost, the injured, and the sick.

(No wonder our present Holy Father, Pope Francis, is so upset with clergy and laypeople, who think of their own comfort first and neglect to care for beggars and the crippled and the needy. He's upset when we don't think of them as equals, and as our brothers and sisters. What a King we have! How lovable and just!

The second reading, from St. Paul to the Corinthians, shows us how we are promised resurrection and a share in the treasures of heaven through the sufferings, death, and resurrection of Jesus, the Son of God. We could have no richer inheritance.

In the Gospel, we have all the guidelines spelled out for our "final exam." Jesus will say to us, "Inherit the kingdom prepared for you . . . for I was hungry and you gave Me food, I was thirsty and you gave Me drink, a stranger and you welcomed Me. . . ."

It all seems so simple. Anyone can share what they have, or take time out to visit a sick and lonely relative or acquaintance. If we welcome a stranger, then they can easily become our friend. All we have to do is to recognize Christ in everyone we meet.

What really great readings these are! How worthy they are to ponder over, to memorize and practice each day. If we do, we are promised Heaven in the company of the King Himself! Like the end of the Church year, it's the end of one journey and the beginning of the next!

Msgr. Paul Whitmore | email: pwhitmore29( )yahoo.com

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(c)2010 Reprints permitted, except for profit. Credit required.

 


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S?bado, 22 de noviembre de 2014

Descubrir tu rostro - Fiesta de Cristo Rey por Mons. Enrique Díaz Diaz. SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 20 de noviembre de 2014 (Zenit.org)

Ezequiel 34, 11-12. 15-17: “Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y machos cabríos”.
Salmo 22: “El Señor es mi pastor, nada me faltará”.
I Corintios 15, 20-26. 28: “Cristo le entregará el Reino a su Padre para que Dios sea todo en todas las cosas”.
San Mateo 25, 31-46: “Se sentará en su trono de gloria y apartará a los unos de los otros”.

“En la lucha por el poder no hay tregua: o friegas o te friegan”. Con rasgos de niño pero el rostro endurecido por una larga trayectoria de cuatro años metido en “la organización”, así se expresa el joven, con palabras agresivas e insultantes, como si quisiera ocultar sus miedos y frustraciones. “Empecé desde abajo y desde el inicio me dijeron que aquí no hay lugar ni para los débiles ni para los rajones. Y ya les he demostrado que tengo los tamaños para llegar hasta mero arriba”. Crímenes, drogas, estafas, secuestros, presiones, todo es pequeño para sentirse el “rey del mundo”. “Con dinero, poder y buenas armas, nadie me detiene y hago lo que quiero…” Son los sueños y ambiciones de un joven que apenas rebasa los 20 años pero se siente dueño del universo y no se detiene en los medios para lograr sus objetivos. ¿Será feliz?

¿Qué es lo más importante en la vida? ¿El poder, el dinero, la fuerza, la fama? Cristo nos conduce por otros caminos. Fuerte y cuestionador el Evangelio que este día parece ponernos en estado de alerta sobre nuestro objetivo final. Es el último domingo del año litúrgico, por tanto se le ha querido dar el sentido de plenitud, coronarlo con lo más importante y central de toda la enseñanza de Jesús, como si quisiera lanzarnos a una meta bien clara. La fiesta de Cristo Rey precisa y destaca qué es lo más importante del Evangelio y de la vida. Varias veces se le preguntó a Jesús cuál era el más importante de los mandamientos y ahora, en una descripción de juicio final, viene a señalar que todos los demás mandamientos no tienen ningún fundamento si no se descubre el amor a los más pequeños e insignificantes. Tan grandes e importantes son, que Jesús no duda en identificarse y señalar que el amor o el desprecio que se ha tenido con ellos, con Él mismo se ha tenido. La extrañeza y desconcierto de quienes han sido juzgados favorablemente o de quienes han sido condenados, puede darnos una idea de lo difícil que puede llegar a ser cumplir este mandamiento en aquel tiempo pero sobre todo en nuestro mundo actual.

¿Jesús asume la posición de juez y rey que condena? Curioso que en la visión final que nos presenta el mismo Jesús, la imagen de Juez se confunde continuamente con la de Pastor. Imponente la figura del Hijo del Hombre que separa y coloca en distintos sitios a las ovejas de los cabritos. Lo primero que nos enseña es que es un juez y un rey muy diferente a todos los reyes, jefes, actuales y pasados. Nos trae a la memoria las graves acusaciones que hacía Ezequiel en contra de los malos pastores que trasquilaban las ovejas, que las tragaban y maltrataban cuando estaban puestos para cuidarlas. Acusación grave y actual, donde se asume el poder para el propio beneficio y, amparado en las estructuras económicas, se olvida del bienestar de las mayorías. Por eso en la primera lectura, contrapone Ezequiel a esos malos pastores, el amor inconmensurable de un pastor que entrega su vida y sus cuidados a la oveja herida y débil. Pero también es muy claro su papel de acusación porque “yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y machos cabríos”.

Al final no importa el poder sino el servicio y el amor que se convierten en la clave decisiva para saber si somos fieles al Evangelio de Jesús. Son muy claros los parámetros sobre los cuales se nos juzgará. Si hemos contemplado y escuchado a Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que Él mismo ha querido identificarse. La página de este día no es una simple invitación a la caridad, ni siquiera un reconocimiento de las obras de misericordia; es el elemento fundamental con el cual comprueba la Iglesia su fidelidad como Esposa de Cristo. Si nos atenemos a las indiscutibles palabras del Evangelio, en la persona de los pobres hay una presencia especial de Jesús, que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos. ¿Cómo la estamos cumpliendo?

A veces nos hacemos ilusiones que con una misa o un rezo estaremos cumpliendo fielmente el Evangelio, pero es que la Eucaristía es señal del Banquete Celestial y si no se tiene el compromiso con los hermanos quedará hueca y vana, no hará hermandad, no tendrá su sentido pleno. El Papa Francisco constantemente nos sacude con expresiones que exigen una coherencia entre nuestra fe y nuestro compromiso cristiano: “De nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad…El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo «se hizo pobre» . Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres…Sin la opción preferencial por los más pobres, el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras”.

Concluye el año litúrgico. Miremos hacia atrás y reconozcamos si hemos descubierto el rostro de Jesús en los necesitados. Sus palabras también nos hablan del momento final: urge revisar muy bien nuestras vidas y examinar si tienen el sentido que Jesús nos pide para ser verdaderamente sus discípulos. ¿Hemos reconocido a Jesús? ¿Miramos su rostro en el rostro cansado y sin ilusión de los pobres? ¿Lo atendemos en las interminables filas de menesterosos que se mueven a nuestro lado? ¿Somos capaces de reconocer el rostro de Jesús en los más pequeños? Si no, estaremos errando nuestro discipulado y seguimiento de Jesús. No basta gritar ¡Viva, Cristo Rey! Tenemos que reconocerlo en donde Él nos dice que está más presente: en el pobre.

Señor Jesús que te has hecho herida, pobreza y necesidad en cada uno de los pequeños, ayúdanos a descubrir tu rostro, a amarlo y a cuidarlo. Amén


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Jornada Mundial de la Pesca - 21 de noviembre

El texto completo del Mensaje del Pontificio Consejo de la pastoral para los MIgrantes e itinerantes  (Zenit.org)

“Pescar es, de hecho, una de las actividades humanas más antiguas y arduas, y generalmente está mal pagada o recompensada. Las formas de pesca son casi tantas y tan variadas como el tipo de pescado que cogen. Como todos los marinos, los pescadores pasan la mayor parte del tiempo navegando y muy poco tiempo con su familia y, a causa de su estilo de vida, a menudo son marginados y privados del ministerio pastoral ordinario”. 

En la celebración anual del Día Mundial de la Pesca, el Apostolado del Mar (A.M.) Internacional quisiera llamar la atención sobre el sector pesquero que genera empleo y proporciona sustento a aproximadamente 58,3 millones de personas, de las cuales el 37 por ciento trabaja a tiempo completo.

 
En este día, desearía hacer un llamamiento a todos los A.M. nacionales y locales para que renueven su compromiso de establecer una presencia significativa en los puertos pesqueros y desarrollar programas específicos para que los pescadores y sus familias sean una parte integral de la comunidad cristiana local, brindándoles la oportunidad de expresarse y de expresar también sus necesidades sin sentirse excluidos. Y pide se cree conciencia en los países para que sea ratificado el Convenio sobre el trabajo en la pesca, lo que evitaría muchos de los abusos laborales que se registran en la actualidad. 

 La ratificación del Convenio sobre el trabajo en la pesca, 2007 (núm. 188)

La pesca viene siendo reconocida como una de las profesiones más peligrosa del mundo puesto que cada año provoca cientos de víctimas en el mar y muchos más afectados por los peligros laborales. Los pescadores son muy vulnerables a la explotación, al maltrato y se convierten en víctimas del tráfico de personas y del trabajo forzoso, como ha sido ampliamente difundido y documentado en los medios de comunicación.
Una vez ratificado, el Convenio sobre el trabajo en la pesca, 2007 (núm. 188), que fue adoptado durante la 96 Conferencia Internacional del Trabajo de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), será un instrumento útil al menos para mejorar estas circunstancias en el caso de que no lograra erradicarlas completamente, aportando una protección y beneficios adicionales. De hecho, los objetivos del Convenio son asegurar que todos los pescadores que se dediquen a la pesca comercial gocen de condiciones laborales decentes a bordo de los buques pesqueros en materia de alojamiento y alimentación, de protección de la seguridad y protección de la salud y de atención médica y seguridad social.
El Convenio entrará en vigor 12 meses después que diez Miembros, ocho de los cuales son Estados costeros, lo hayan ratificado. El 17 de abril de 2014, el Convenio sobre el trabajo en la pesca, 2007 (núm. 188) fue ratificado por Argentina, Bosnia y Herzegovina, Congo, Marruecos y Sudáfrica.


Es necesario que los A.M. de todo el mundo prosigan su labor de promoción, a escala regional y nacional, a favor de su ratificación. Es oportuno organizar reuniones, seminarios o talleres para presentar, explicar e informar a los agentes gubernamentales, a los pescadores y a las organizaciones de pescadores, la estructura y el contenido del Convenio y que éste sea ratificado. Hasta que no se alcance este objetivo, los pescadores seguirán siendo abusados, explotados y seguirán falleciendo en el mar.


Un nuevo enfoque para la pesca
Nuestros océanos y sus recursos están siendo objeto de una enorme presión. Según un informe de la Organización para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas (FAO) el 30 por ciento de las poblaciones mundiales de peces se hallan sobreexplotadas, agotadas o en recuperación de una situación de agotamiento.


Esto se debe a una serie de factores como: ejemplares no deseados (mamíferos marinos, aves marinas, tortugas, etc.) involuntariamente capturados en los artes de pesca; descartes como parte de la captura que se arroja al mar puesto que su comercialización está prohibida o no son comercialmente viables. La pesca, especialmente la pesca de arrastre, tiene también una repercusión directo en el hábitat en el que se desarrolla. A todo esto hay añadir los cambios climáticos, la pesca ilegal, no regulada y no declarada (INDNR), la contaminación y el empleo de dinamita y de cianuro.


Desde tiempos inmemoriales, la pesca ha sido una fuente de alimento para la humanidad y ha contribuido de forma significativa a las economías de las naciones pesqueras, empleando a millones de personas en todo el mundo y proporcionando alimentos a otros millones más. Sin embargo, hemos llegado a un punto crítico en el que es necesario practicar una pesca responsable y respetar la naturaleza; el riesgo es que en un plazo limitado de tiempo, muchas comunidades costeras que dependen de la pesca para su subsistencia y economía, perderán su fuente de sustento. Como nos recuerda el Papa Francisco: “Este es uno de los desafíos más grandes de nuestra época: convertirnos a un desarrollo que sepa respetar la creación (…) Este es nuestro pecado: explotar la tierra y no dejar que nos dé lo que tiene dentro, con la ayuda de nuestro cultivo”. 


Que la Santísima Virgen, menudo rezada e invocada con diferentes títulos por los pescadores y sus familias, extienda su maternal protección sobre todas las comunidades de pescadores y apoye a los capellanes y voluntarios que participan en este apostolado.


Viernes, 21 de noviembre de 2014

Reflexión a las lecturas del domingo treinticuatro del Tiempo Ordinario (Fiesta de Cristo Rey) ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 34º del T. Ordinario A

La Solemnidad de Cristo Rey Universo es una fiesta muy hermosa ¡Cuántas resonancias, cuantos “ecos” despierta en el corazón de todos nosotros y de todos los cristianos!

No es una fiesta muy antigua. Fue instituida el año 1925 por el Papa Pío XI, en un contexto social, político y eclesial, completamente distinto al nuestro. No podemos detenernos ahora en ello. La Reforma conciliar la ha colocado en el domingo 34º, el último, del Año Litúrgico. Hay que situarla, por tanto,  en el contexto en el que nos encontramos estas últimas semanas: la Venida Gloriosa del Señor.

Resumiendo mucho, podríamos decir que el Año Litúrgico termina como terminará la Historia: con la gloria y la grandeza de Cristo Rey del Universo. En efecto, sea cual sea el fin material de la Creación, esta Solemnidad viene a señalarnos con fuerza, que la Historia humana no terminará en una destrucción, en una catástrofe o en un fracaso, sino en la manifestación plena y gloriosa de Cristo Rey del Universo, y,  para nosotros, terminará en el gozo de un Encuentro eterno con Dios y con los hermanos. “Y su Reino no tendrá fin”, profesamos  en el Credo. Y a Santa Teresa le gustaba repetir: “Por siempre, siempre, siempre”. Por eso, me parece interesante  que, al llegar a este domingo, el último, hagamos un resumen de lo que se nos enseña estas tres últimas semanas: el domingo 32º, la parábola de las diez vírgenes, respondía a la pregunta: “¿Cuándo será la Venida del Señor?” Y el mismo Cristo nos respondía: “Velad, porque no sabéis el día ni la hora”.  El domingo pasado, a la luz de la parábola de los talentos, nos preguntábamos: “¿y qué tenemos que hacer mientras esperamos? La respuesta era: negociar con los talentos que se nos han confiado. Y este domingo, responde a otras dos preguntas: ¿Y cómo vendrá el Señor? ¿Y para qué vendrá? Veamos:

Hace ya mucho tiempo, Jesucristo vino pobre y humilde a Belén; entonces vendrá lleno de gloria.  El Evangelio de hoy nos dice: “Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre y todos los ángeles con Él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante Él todas las naciones”. Y en el Credo Apostólico decimos: “Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos”. Ya sabemos, pues, cómo vendrá y a qué vendrá. Aquel Día “terrible y glorioso” se nos examinará acerca de nuestra conducta, especialmente con los más necesitados: los hambrientos, los sedientos, los forasteros, los enfermos, los encarcelados… Nunca reflexionaremos bastante sobre la enseñanza y la advertencia que nos hace hoy el Señor: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”.  Y a la inversa.

Según eso, a unos dirá: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo…” Y a los otros: “Apartaos de mi, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles…” ¡Comprendemos aquí que Dios no puede ser indiferente ante el bien y el mal!

Por tanto, juzgar para Jesucristo no es sólo  ni, sobre todo, castigar. Todo lo contrario. El Señor viene, especialmente, a traer la recompensa, el salario, el premio, que corresponde a cada uno. Pero si alguien no ha querido seguir el camino señalado por el Evangelio, llegará adonde conduce ese camino, el que ha ido eligiendo libremente, en cada momento de su existencia. Y si eso es así, es lógico que deseen que vuelva el Señor, los que actúan conforme a su voluntad y  que la ignoren, la menosprecien o la teman, los que andan por otros caminos. Más todavía, son muchos los cristianos que tienen toda su esperanza en la recompensa divina de aquel Día. Escribía San Pablo: “Os anima esto (su vida de fe y caridad) la  esperanza de lo que Dios os tiene reservado en el Cielo” (Col 1, 3-6).

Como decía San Juan de la Cruz: “en el atardecer de la vida nos examinarán del amor”.


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DOMINGO 34 DEL TIEMPO ORDINARIO A

Cristo Rey del Universo   

 

MONICIONES

 

PRIMERA LECTURA

          El profeta nos presenta al Señor como un pastor que cuida de sus ovejas. Según la mentalidad de aquella sociedad primitiva, el pastor equivale al jefe o rey de la comunidad, que tiene también la misión de juzgar entre uno y otro.

 

SALMO RESPONSORIAL

Como respuesta ala Palabrade Dios que hemos escuchado, aclamemos al Señor como nuestro Pastor y nuestro Rey.

 

SEGUNDA LECTURA

S. Pablo nos presenta a Jesucristo como el nuevo Adán, vencedor, por su Resurrección, del pecado, del mal y de la muerte y que tiene que reinar hasta que “Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. El último enemigo aniquilado será la muerte”. El Reinado de Dios alcanzará, por tanto, su plena realización cuando Cristo vuelva de nuevo.

 

TERCERA LECTURA

Jesucristo nos recuerda en el Evangelio su segunda Venida en la que, como Pastor-Rey de toda la humanidad, nos juzgará según haya sido nuestra conducta con los más débiles de este mundo.

Aclamemos ahora con el aleluya al Señor y a su Reino.

 

COMUNIÓN

          Enla Comuniónrecibimos a Jesucristo, Rey del Universo y Pastor bueno de toda la humanidad, que nos ofrece su Cuerpo y su Sangre como alimento y fuerza para permanecer, como fieles seguidores suyos, entregados a la hermosa tarea de hacer el bien y de extender su Reino, mientras esperamos su Vuelta gloriosa.


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Jueves, 20 de noviembre de 2014

Texto completo de la catequesis del Santo Padre en la audiencia general del miércoles 19 de noviembre de 2014 (Zenit.org) :

"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Un gran don del Concilio Vaticano II ha sido el de haber recuperado una visión de Iglesia fundada en la comunión, y de hacer entendido de nuevo también el principio de  la autoridad y de la jerarquía en esta perspectiva. Este nos ha ayudado a entender mejor que todos los cristianos, en cuanto bautizados, tienen igual dignidad delante del Señor y están unidos por la misma vocación, que es la de la santidad. Ahora nos preguntamos: ¿en qué consiste esta vocación universal a ser santos? ¿Y cómo podemos realizarla?

En primer lugar debemos tener muy presente que la santidad no es algo que conseguimos nosotros, que obtenemos nosotros con nuestras cualidades y nuestras capacidades. La santidad es un don, es el don que nos hace el Señor Jesús, cuando nos toma consigo y nos reviste de sí mismo, nos hace como Él. En la Carta a los Efesios, el apóstol Pablo afirma que "Cristo ha amado a la Iglesia y se ha dado a sí mismo por ella, para hacerla santa". Así es, realmente la santidad es el rostro más bello de la Iglesia, el rostro más bello: es descubrirse de nuevo en comunión con Dios, en la plenitud de su vida y de su amor. Se entiende, por tanto, que la santidad no es una prerrogativa solamente de algunos: la santidad es un don que es ofrecido a todos, ningún excluido, por lo que constituye el carácter distintivo de cada cristiano.

Todo esto nos hace comprender que, para ser santos, no es necesario por fuerza ser obispo, sacerdote o religioso… No ¡Todos estamos llamados a ser santos! Muchas veces, antes o después, estamos tentados a pensar que la santidad está reservada solamente a los que tienen la posibilidad de despegarse de los quehaceres diarios, para dedicarse exclusivamente a la oración. ¡Pero no es así! Alguno piensa que la santidad es cerrar ojos, poner cara de estampita, así. No, no es esa la santidad. La santidad es algo más grande, más profundo que nos da Dios.

Es más, es precisamente viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio cristiano en las ocupaciones de cada día que estamos llamados a ser santos. Y cada uno en las condiciones y en el estado de vida en el que se encuentra. ¿Eres consagrado, consagrada? Sé santo viviendo con alegría tu donación y tu ministerio. ¿Estás casado? Sé santo amando y cuidando a tu marido o a tu mujer, como Cristo ha hecho con su Iglesia. ¿Eres un bautizado no casado? Sé santo cumpliendo con honestidad y competencia tu trabajo ofreciendo tiempo al servicio de los hermanos 'Pero padre, yo trabajo en una fábrica, yo trabajo como contable, siempre con los números, allí no se puede ser santo'. ¡Sí, se puede! Allí donde trabajas, puedes ser santo. Dios te da la gracia para ser santo Dios se comunica contigo, siempre, en cualquier lugar se puede ser santo. Abrirse a esta gracia que trabaja dentro y nos lleva a la santidad. ¿Eres padre o abuelo? Sé santo enseñando con pasión a los hijos y a los nietos a conocer y a seguir a Jesús. Y es necesaria mucha paciencia para esto, para ser buen padre, o un buen abuelo, una buena madre, una buena abuela, es necesaria mucha paciencia.  Y en esta paciencia viene la santidad, ejercitando la paciencia. ¿Eres catequista, educador o voluntario? Sé santo convirtiéndote en signo visible del amor de Dios y de su presencia junto a nosotros. Así es: cada estado de vida lleva a la santidad, siempre. En tu casa, en la calle, en el trabajo,  en la Iglesia, en ese momento, en el estado de vida que tienes se ha abierto el camino a la santidad. No os desaniméis de ir sobre este camino, es precisamente Dios quien te da la gracia. Y lo único que pide el Señor es que estemos en comunión con Él y al servicio de los hermanos

En este punto, cada uno de nosotros puede hacer un poco examen de conciencia. Y ahora podemos hacerlo, cada uno se responde así mismo, dentro, en silencio. ¿Cómo hemos respondido hasta ahora a la llamada del Señor a la santidad?  ¿Tengo ganas de hacerme un poco mejor, de ser más cristiano, más cristiana? Este es el camino a la santidad. Cuando el Señor nos invita a ser santos, no nos llama a algo pesado, triste. ¡Todo lo contrario! ¡Es la invitación a compartir su alegría, a vivir y a ofrecer con alegría cada momento de nuestra vida, haciéndolo convertirse al mismo tiempo en un don de amor por las personas que están cerca de nosotros. Si comprendemos esto, todo cambia y adquiere un significado nuevo, un significado hermoso, comenzando por las pequeñas cosas de cada día. Un ejemplo: una señora va al mercado a hacer la compra y encuentra a una vecina y empiezan a hablar y después llegan los chismorreos. Y esta señora dice, no, yo no hablaré mal de nadie. Esto es un paso a la santidad, esto te ayuda a ser más santo. Después en tu casa, el hijo te pide hablar un poco de sus cosas fantasiosas, 'estoy cansado, he trabajado mucho hoy'. Pero tú, acomódate y escucha tu hijo, que lo necesita, te pones cómodo, le escuchas con paciencia. Esto es un paso a la santidad. Después termina el día, estamos todos cansados, pero la oración, hacemos la oración. Eso es un paso a la santidad. Después llega el domingo, vamos a misa a tomar la comunión, a veces una cuando una confesión que nos limpie un poco. Y después la Virgen, tan buena, tan hermosa, tomo el rosario y la rezo. Esto es un paso a la santidad. Y tantos pasos a la santidad, pequeños. Después voy por la calle veo un pobre, un necesitado, me paro y le pregunto algo. Es un paso a la santidad. Pequeñas cosas. Son pequeños pasos hacia la santidad. Cada paso a la santidad nos hará personas mejores, libras del egoísmo y de la clausura en sí mismos, y abiertos a los hermanos y a sus necesidades.

Queridos amigos, en la Primera Lectura de san Pedro se nos dirige esta exhortación: "Cada uno viva según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros, como buenos administradores de una multiforme gracia de Dios. Quien habla, lo haga como con palabras de Dios; quien ejercita un oficio, lo haga con la energía recibida de Dios, para que en todo sea glorificado Dios por medio de Jesucristo".

¡Es esta la invitación a la santidad! Acojámosla con alegría, y apoyémonos los unos a los otros, porque el camino hacia la santidad no se recorre solos, cada uno por su cuenta no puede hacerlo, sino que se recorre juntos, en ese único cuerpo que es la Iglesia, amada y hecha santa por el Señor Jesús.

Vamos adelante con valentía en este camino de la santidad".


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Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú, para el 33º domingo del tiempo ordinario (16 de noviembre de 2014) (AICA)

“Respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más” (Mt. 25, 23)

  La liturgia de este domingo nos lleva a la consideración de la vigilancia cristiana. El Señor volverá en su gloria y no sabemos cuándo, pero sabemos que vendrá y debe encontrarnos con un corazón dispuesto a recibirlo, llenos de fe, de amor y con la esperanza puesta en Él. Y vendrá a preguntarnos sobre el amor. Por eso nuestras vidas, fundadas en Cristo como la razón de nuestra existencia, deben esperar al Señor, practicando el amor de Dios y las virtudes cristianas en todos los órdenes de la vida. Sería más fácil para nosotros si supiéramos cuándo vendría el Señor, de este modo Él podría encontrarnos con el corazón preparado y mientras tanto podríamos vivir inmersos solamente en los valores y placeres del mundo.

Si bien no podemos saber en qué momento, cuándo y de qué forma vendrá, tenemos la certeza de que, al final, vendrá (1 Tes. 5, 1-6). El mismo Apóstol San Pablo declara inútil el indagar acerca de cuándo vendrá el “Día del Señor” o sea, cuándo se efectuará el retorno glorioso de Cristo. Llegará de improviso “como un ladrón en la noche”, así lo dice el Señor (Mt. 24, 23). Si bien esto puede aplicarse a la Parusía, también puede decirse del fin de cada una de las personas. Sabemos que vendrá y le corresponde solamente a Dios el cuándo y el cómo. Por lo demás ni siquiera los signos violentos de la naturaleza o de la libertad del hombre, anuncian ni preceden esta llegada del Señor. Todo sucederá en el momento en que el Señor lo disponga según su voluntad. De aquí se sigue la necesidad de orar y vigilar a lo largo de nuestra vida, para que cuando esto suceda nos encuentre el Señor preparados.

¿En que debemos poner nuestra confianza entonces? ¿Cuál debe ser el sustento en nuestras vidas? Debemos confiar en los valores de la vida cristiana y la esperanza de que éstos nos conducirán a la gloria de Dios. El que piensa sólo en gozar de la vida como si nunca fuera a morir y sólo busca la paz y la seguridad humana, verá improvisamente sobrevenirle “la ruina”. Quien ha puesto su confianza en las ideas y fuerzas sólo humanas olvidándose de la presencia de Dios en la vida y en la historia, conocerá que todo su afán fue inútil. El que por el contrario -como hijo de la luz- no olvida en su caminar por la tierra que Dios es el Señor de vivos y de muertos y que debemos conducir nuestra vida con este sencillo y gran argumento: que esta vida es transitoria, es etapa previa de la vida terrena y por eso es necesario velar en espera del Señor viviendo aquí sus mandamientos. Quien así vive, no tendrá nada que temer.

El libro de los Proverbios compara la virtud de los hombres de la tierra a la de una mujer virtuosa que teme al Señor y contrapone a esta mujer con otra llena de hermosura y superficialidad, expuestas a la caducidad, mientras que sólo la virtud es el fundamento de la verdadera felicidad y objeto de alabanza a Dios. El virtuoso merecerá al fin de su vida, oír el elogio de Jesús: “bien siervo fiel, (…), pasa al banquete de tu Señor” (Mt. 25,21).

Este siervo fiel, dice el Evangelio, no derrocha su vida en pasatiempos vanos o en la ociosidad, sino que multiplica con amor inteligente los dones (talentos) recibidos de Dios. Cada uno de nosotros recibe dones que debemos trabajar con inteligencia y -sometidos a la gracia de Dios- multiplicarlos en la vida y hacerlos crecer. Entre ellos el don de la vida, a la que debemos proteger y cuidar, la capacidad de entender y querer, de amar y de obrar, la gracia, la caridad, y las virtudes que vienen de lo alto: la fe, la esperanza y el amor de Dios y el llamado personal de Dios a su servicio. A cada uno Dios otorga lo que necesitamos vivir para construir el mundo y salvarnos. No nos toca medir lo poco o lo mucho que cada uno ha recibido, sino hacerlos fructificar con inteligencia y libertad. Es falsa humildad no reconocer los dones que el Señor nos ha regalado y es pereza y ociosidad el dejarlos inactivos o dejarlos morir.

Es por eso que a quienes trabajan esos talentos -como dones de Dios y en la espera de Dios- el Señor los compensará ya en esta tierra y los invitará a pasar a su banquete eterno, a la comunión en su vida y felicidad eternas. Pidamos a María, nuestra madre, nos asista en una espera fructífera del Señor.

Mons. Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú


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Mi?rcoles, 19 de noviembre de 2014

Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)

Solemnidad de Cristo Rey

Textos: Ez 34, 11- 12.15-17; 1 Co 15, 20-26.28; Mt 25, 31-46

Idea principal: Cristo es Rey…pero muy distinto a nuestros reyes y jefes de estado.

Síntesis del mensaje: La Iglesia católica celebra hoy con gran júbilo la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, con la cual se cierra el año litúrgico. De este modo la liturgia conmemora, cada año, el misterio completo de la Redención del género humano, desde la espera de la venida del Salvador, o sea el Adviento, hasta la celebración del reinado universal y eterno de Jesucristo. Fiesta instituida por el papa Pío XI en 1925. “Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat”. Ahí están los vítores escritos con bronce triunfal en el obelisco de Heliópolis, hincado en la Plaza de san Pedro.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, Jesús habló muchas veces -90 sólo en el evangelio de san Mateo- de “el Reino de los cielos”. Y eso porque no podía decir lo que quería – “El Reino de Dios”-, y eso porque el judío tenía tal piedad, respeto y miedo a Dios que ni a mencionarlo se atrevía. Pero del título de rey, Jesús huía. Tras la multiplicación de los panes, los estómagos agradecidos quisieron nombrarle rey, pero Él puso tierra de por medio y se perdió en la montaña. De reyes, jefes de Estado, presidentes de naciones, políticos…Jesús tenía mala opinión; los llamó “tiranos” y “opresores” (cf. Mt 2025). Otro día, incitó a la gente contra su propio rey, Herodes: “Id y decid a ese zorro…” (Lc 13, 32). Cristo sólo una vez aceptó la corona, el cetro y el manto, y eso porque el manto era un trapo viejo, el cetro una caña rota y la corona era de espinas. Pilatos le sacó así en público: “Aquí tenéis a vuestro rey”.

En segundo lugar, el verdadero reinado Cristo lo quiere instaurar en la conciencia, en el corazón y en la vida de los hombres, de todo hombre. Ese es el único Cristo Rey, esa es la única victoria, reino e imperio que le importa al mundo, a la Iglesia y a Dios. Cristo quiere reinar en cada familia y poner su reinado de amor y paz, desterrando toda pelea, divisiones y egoísmo. Cristo quiere reinar en cada joven y poner su reinado de pureza y alegría, desterrando toda miseria y desenfreno moral. Cristo quiere reinar en cada comunidad eclesial y poner su reinado de unión, desterrando envidias, pujas, murmuraciones y ansias de protagonismo. Cristo quiere reinar en cada obispo, sacerdote, diácono y poner su reinado de servicio humilde, desterrando todo autoritarismo y ansias de carrerismo y ambiciones. Cristo quiere reinar en cada laico, aunque sea incrédulo, ateo, agnóstico. Cristo quiere reinar en cada asilo de ancianos y poner ternura y cuidado amoroso, desterrando la ideología del descarte. Cristo quiere reinar en cada hospital y poner paciencia, alivio e interés por el enfermo. Cristo quiere reinar en cada Parlamento y poner su reinado de justicia y de verdad, desterrando toda explotación, venganza y ansias de dominio. Cristo quiere reinar en cada nación, instaurando su libertad en este mundo que quiere enarbolar la bandera del liberalismo; venciendo, con la fe y el amor, el marxismo comunista que ha dejado millones de muertes y naciones enteras devastadas. Y ante este Nuevo Orden Mundial que nos quiere imponer (aborto, eutanasia, homosexualidad aprobada e incentivada, ingeniería genética sin límites…), Cristo quiere reafirmar su Reinado verdadero, ganado con su sangre bendita.

Finalmente,Cristo sobre todo quiere reinar en nuestra vida. Sobre nuestra mente, para que tengamos los criterios de Cristo. Sobre nuestra afectividad, para que nuestros amores sean los de Cristo. Sobre nuestra voluntad, para que nuestras decisiones sean como las de Cristo.

Para reflexionar: ¿Dejaremos reinar a Cristo en nuestra vida o preferimos ser nosotros rey de nuestras decisiones? ¿Qué ganamos si Cristo es nuestro Rey? ¿Qué perdemos si Él no es nuestro Rey?

Para rezar: Señor, quiero gritar como nuestros hermanos mártires de España y de México cuando eran torturados: “¡Viva Cristo Rey!”. Gracias, por haberme escogido como súbdito de tu Reino. Perdóname por las veces que seguí a otros reyes: el rey de copas del placer; el rey de espadas de la violencia; el rey de oro del dinero. Prometo en este día serte fiel hasta la muerte, con la ayuda de tu gracia.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Martes, 18 de noviembre de 2014

Alocución de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz para 37º domingo durante el año (16 de noviembre de 2014) (AICA) 

Los talentos son una tarea al servicio de la comunidad

El evangelio de este domingo nos habla de la diversidad de talentos como dones que hemos recibido, y de la exigencia de responder de acuerdo a ellos. La diversidad de talentos podría parecer que se niega la igualdad entre todos los hombres, sin embargo, en esta parábola el Señor nos da una enseñanza que debemos aprender y poner en práctica. La igualdad entre los hombres es lo primero y deriva de su dignidad personal, todos somos iguales. En este sentido es muy claro el Concilio Vaticano II, cuando afirma: “Hay que superar y eliminar, como contraria al plan de Dios, toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión” (G. S. 29, 2). Solo podemos hablar de diversidad de talentos en el hombre, desde la misma y única igualdad de naturaleza humana. ¿Cómo explicar las diferencias?

El hombre necesita de los demás, no dispone de todo lo que es necesario para su crecimiento integral. No somos islas, somos parte de una misma familia en la que estamos llamados a crecer desde nuestra diversidad. La solidaridad se convierte, así, en una realidad que nos compromete a acompañar a nuestros hermanos. En este sentido podemos hablar de diversidad de talentos, como un don que se convierte en una tarea. El Catecismo de la Iglesia Católica, al hablar de este tema nos dice: “Estas diferencias pertenecen al plan de Dios, que quiere que cada uno reciba de otro aquello que necesita, y que quienes disponen de “talentos” particulares comuniquen sus beneficios a los que los necesiten. Las diferencias alientan y con frecuencia obligan a las personas a la magnanimidad, a la benevolencia y a la comunicación. Incitan a las culturas a enriquecerse unas a otras” C. I. C. 1937). Esto nos hace comprender la riqueza del don, pero sobre todo su obligación moral como una tarea que debemos asumir.

Cuando la diversidad de talentos no se vive en el marco de una cultura de la solidaridad, y esto es común desgraciadamente en una cultura individualista, se viven en el mundo: “desigualdades escandalosas que afecta a millones de hombres y mujeres. Están en abierta contradicción con el Evangelio (de los talentos). Concluyo compartiendo la misma cita del Concilio: “La igualdad de las personas exige que se llegue a una situación de vida más humana y más justa. Pues la excesivas desigualdades económicas y sociales entre los miembros o pueblos de una única familia humana resultan escandalosas y se oponen a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y también a la paz social e internacional” (G.S. 29, 3). Debemos concluir, por ello, que: “El principio de solidaridad, expresado también con el nombre de “amistad” o “caridad social”, es una exigencia directa de la fraternidad humana y cristiana” (C.I.C 1939).

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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El domingo, 16 de Noviembre de 2014, el papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro.

Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice argentino les dijo: (Zenit.org)

"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo es la parábola de los talentos. Habla de un hombre que, antes de salir de viaje, convoca a sus siervos y les confía su patrimonio en talentos, monedas antiguas de un grandísimo valor. Ese amo confía al primer siervo cinco talentos, al segundo dos, al tercero uno. Durante la ausencia del amo, los tres siervos deben hacer rendir este patrimonio. El primer y el segundo siervo duplican cada uno el capital inicial; el tercero, en cambio, por miedo a perder todo, entierra el talento recibido en un hoyo. Al regreso del amo, los primeros dos reciben el elogio y la recompensa, mientras el tercero, que devuelve solamente la moneda recibida, es reprendido y castigado.

El significado de esto es claro. El hombre de la parábola representa a Jesús, los siervos somos nosotros y los talentos son el patrimonio que el Señor nos confía. ¿Cuál es el patrimonio? Su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre celeste, su perdón… en definitiva, tantas cosas, sus más preciosos bienes. Este es el patrimonio que Él nos confía. ¡No sólo para custodiar, sino para multiplicar! Mientras en el lenguaje común el término "talento" indica una notable cualidad individual – por ejemplo, talento en la música, en el deporte, etcétera –,  en la parábola los talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía para que los hagamos rendir. El hoyo excavado en el terreno por el "siervo malo y perezoso" (v. 26) indica el miedo del riesgo que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor. Porque el miedo de los riesgos en el amor nos bloquea. ¡Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte! No nos pide esto Jesús, sino que quiere que la usemos para provecho de los demás. Todos los bienes que hemos recibido son para darlos a los demás, y así crecen. Es como si nos dijese: 'Aquí está mi misericordia, mi ternura, mi perdón: tómalos y úsalos abundantemente'. Y nosotros ¿qué hemos hecho con ellos? ¿A quién hemos "contagiado" con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos animado con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? Son preguntas que nos hará bien hacernos. Cualquier ambiente, también el más lejano e impracticable, puede convertirse en un lugar donde hacer rendir los talentos. No existen situaciones o lugares excluidos a la presencia y al testimonio cristiano. El testimono que Jesús nos pide no está cerrado, está abierto, depende de nosotros.

Esta parábola nos estimula a no esconder nuestra fe y nuestra pertenencia a Cristo, a no sepultar la Palabra del Evangelio, sino a hacerla circular en nuestra vida, en las relaciones, en las situaciones concretas, como fuerza que pone en crisis, que purifica, que renueva. Así como el perdón, que el Señor nos dona especialmente en el Sacramento de la Reconciliación: no lo tengamos encerrado en nosotros mismos, sino dejémoslo que desate su fuerza, que haga caer los muros que nuestro egoísmo ha levantado, que nos haga dar el primer paso en las relaciones bloqueadas, retomar el diálogo donde no hay más comunicación… Y así sucesivamente. Hacer que estos talentos, estos regalos, estos dones que el Señor nos ha dado, sean para los demás, crezcan, den fruto, con nuestro testimonio.

Creo que hoy sería un bonito gesto que cada uno tomase el Evangelio en casa, el Evangelio de San Mateo, capítulo 25, versículos del 14 al 30, Mateo 25, 14-30, y leer esto, y meditarlo un poco: 'Los talentos, las riquezas, todo aquello que Dios me ha dado de espiritual, de bondad, la Palabra de Dios, ¿cómo hago para que crezcan en los demás? ¿O solamente los custodio en una caja fuerte?'. 

Y además el Señor no da a todos las mismas cosas y del mismo modo: nos conoce personalmente y nos confía aquello que es justo para nosotros; pero en todos, en todos hay algo parecido: la misma, inmensa confianza. Dios se fía de nosotros, ¡Dios tiene esperanza en nosotros! Y esto es igual para todos. ¡No le defraudemos! ¡No nos dejemos engañar por el miedo, sino correspondamos confianza con confianza! La Virgen María encarna esta actitud del modo más bello y más pleno. Ella ha recibido y acogido el don más sublime, Jesús en persona, y a su vez lo ha ofrecido a la humanidad con corazón generoso. A Ella pidámosle que nos ayude a ser "siervos buenos y fieles", para participar  “en el gozo de nuestro Señor”".

Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus:

Angelus Domini nuntiavit Mariae...

Al concluir la plegaria, el Pontífice se refirió a los incidentes ocurridos en los últimos días, en un barrio a las afueras de Roma:

"Queridos hermanos y hermanas,

en estos días en Roma ha habido tensiones bastante fuertes entre los residentes y los inmigrantes. Son hechos que ocurren en varias ciudades europeas, especialmente en las zonas periféricas marcadas por otras inconveniencias. Invito a las Instituciones, a todos los niveles, a asumir como una prioridad la que ya constituye una emergencia social que, de no abordarse con prontitud, y de manera adecuada, corre el riesgo de degenerar cada vez más. La comunidad cristiana se involucra de una manera concreta, para que no haya desencuentro sino encuentro. Los ciudadanos y los inmigrantes, con los representantes de las instituciones, pueden reunirse, también en una sala de la parroquia, y hablar juntos sobre la situación. Lo importante es no ceder a la tentación del desencuentro, rechazar toda violencia. Es posible dialogar, escucharse, planear juntos, y de esta manera superar la sospecha y el prejuicio y construir una convivencia cada vez más segura, pacífica e inclusiva".

También recordó en la oración a las víctimas de la carretera:

"Hoy se celebra la “Jornada mundial de las víctimas de la carretera”. Recordamos en la oración a cuantos han perdido la vida, deseando el empeño constante en la prevención de los accidentes de tráfico, así como un comportamiento prudente y respetuoso de las normas por parte de los automovilistas".

A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Santo Padre:

"Os saludo a todos, familias, parroquias, asociaciones y fieles particulares, que habéis venido de Italia y de tantas partes del mundo. De manera especial, saludo a los peregrinos procedentes de Murcia (España), Cagliari, Teramo, Gubbio y Lissone; al coro Amadeus de Villafranca, a la asociación "Acompañantes Santuarios Marianos en el Mundo" y a los chicos de Confirmación de Monte San Savino y de Torano Nuovo. Saludo a los empleados del Hospital Fatebenefratelli de Roma y al grupo de músicos del Teatro de la Opera de Roma.

Y no olvidar hoy, en casa, tomar el Evangelio de Mateo, San Mateo, capítulo 25, versículo 14, y leerlo. Y hacerse las preguntas que vengan".

Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:

"Os deseo a todos un buen domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buena comida y ¡hasta pronto!".


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Lunes, 17 de noviembre de 2014

Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas (Zenit.org)

Obispos y comunicación

Por Felipe Arizmendi Esquivel

VER

Más de un centenar de obispos mexicanos estamos reunidos en asamblea ordinaria, para reflexionar sobre la importancia de la comunicación al interior de la Iglesia y la comunicación para llevar el Evangelio por los modernos medios de la tecnología comunicacional. Varios expertos del país, de América Latina y del Pontificio Consejo para las Comunicaciones, nos están compartiendo sus puntos de vista al respecto. Se nos ha animado a no tener miedo para acceder a este “continente digital”, sino ser creativos y propositivos, pues de no hacerlo, seríamos irresponsables con nuestra misión evangelizadora.

Hemos dicho que, a nivel de nuestras diócesis, hay bastante presencia en los medios locales; pero es clara nuestra ausencia a nivel nacional. Y los medios forman o deforman las culturas, pueden ayudar a mejorar la vida o difunden actitudes más de consumo que de valores profundos y trascendentes. Las redes sociales pueden despertar un movimiento social para defender derechos, o provocar reacciones violentas que nadie puede controlar. Y allí deben estar presentes el Evangelio, la Iglesia, los valores del Reino de Dios: la paz, la verdad, el bien, la justicia y la reconciliación. Y esta no es tarea exclusiva de los obispos, sino de todos cuantos formamos la Iglesia, sobre todo los laicos bien convencidos de su fe.

PENSAR

Al respecto, dice el Papa Francisco: “Están apareciendo nuevas formas de conducta, que son resultado de una excesiva exposición a los medios de comunicación social. Eso tiene como consecuencia que los aspectos negativos de las industrias de los medios de comunicación y de entretenimiento ponen en peligro los valores tradicionales” (EG62).

“Vivimos en una sociedad de la información que nos satura indiscriminadamente de datos, todos en el mismo nivel, y termina llevándonos a una tremenda superficialidad a la hora de plantear las cuestiones morales. Por consiguiente, se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente y que ofrezca un camino de maduración en valores” (EG 64).

“Los ambientes rurales, por la influencia de los medios de comunicación de masas, no están ajenos a estas transformaciones culturales que también operan cambios significativos en sus modos de vida” (EG 73).

“Se impone una evangelización que ilumine los nuevos modos de relación con Dios, con los otros y con el espacio, y que suscite los valores fundamentales. Es necesario llegar allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de las ciudades” (EG 74).

ACTUAR

Estemos abiertos a las nuevas posibilidades que nos abren las tecnologías para la comunicación, no para hacernos propaganda proselitista, ni por otros intereses económicos, sino para comunicar el gran tesoro que hemos recibido, que es la persona de Jesús, su amor y su misericordia, su perdón y esperanza. En Jesús encontramos el camino para enfrentar cualquier problema, sea personal, familiar, comunitario, nacional y mundial.

Si los asesinos de los jóvenes de Ayotzinapa hubieran conocido bien a Jesús, más allá del catecismo que quizá aprendieron de niños, y si hubieran tenido una oportunidad de un encuentro vivo y personal con El, su conducta sería totalmente otra. Quien conoce a Jesús y se decide por El, nunca hará daño a nadie; todo lo contrario, tratará a los demás como hermanos, hijos del mismo Padre Dios.

Si los ladrones, extorsionadores, violentos, infieles, mentirosos, secuestradores, alcohólicos, drogadictos, tratantes de personas, agresores sociales, anárquicos, injustos, explotadores de migrantes, etc., conocieran a Jesús y su Evangelio, otra sería su forma de vivir, pues El nos enseña a amarnos, a respetarnos, a ayudarnos, a ser solidarios.

Si usted piensa que estos son consejos piadosos, le reto a que haga la prueba de acercarse a Jesús, por medio de su Palabra, por la oración, por los sacramentos, por la participación en grupos apostólicos y, sobre todo, por servicios a los pobres; verá que su vida cambiará por completo. Haga la prueba y “verá cuán bueno es el Señor”.


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Texto completo de la audiencia general del miércoles 12 de noviembre de 2014  (Zenit.org)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

hemos evidenciado en la catequesis precedente cómo el Señor continúa a pastar su rebaño a través del ministerio de los obispos, asistidos por los presbíteros y de los diáconos. Es en ello que Jesús se hace presente, en el poder de su Espíritu, y continúa sirviendo la Iglesia, alimentando en ella la fe, la esperanza y el testimonio en la caridad. Estos ministerios, constituyen por tanto, un gran don del Señor para cada comunidad cristiana y para toda la Iglesia, en cuanto que son un signo vivo de su presencia y de su amor. Hoy queremos preguntarnos: ¿qué se pide a estos ministros de la Iglesia, para que puedan vivir de forma auténtica y fecunda el propio servicio?

En las "Cartas pastorales" enviadas a sus discípulos Timoteo y Tito, el apóstol Pablo se detiene con atención sobre la figura de los obispos, los presbíteros y los diáconos. También sobre la figura de los fieles, de los ancianos, los jóvenes... Se detiene en una descripción de cada cristiano en la Iglesia, delineando para los obispos, presbíteros, y diáconos lo que son llamados y las prerrogativas que deben ser reconocidas en aquellos que son elegidos e investidos de estos ministerios.

Entonces, es emblemático como, junto a las dotes inherentes a la fe y la vida espiritual, que no pueden ser descuidadas, son en la vida misma, sean enumeradas algunas cualidades exquisitamente humanas: la acogida, la sobriedad, la paciencia, la mansedumbre, la fiabilidad, la bondad de corazón. Repito: la acogida, la sobriedad, la paciencia, la mansedumbre, la fiabilidad, la bondad de corazón. Es este el alfabeto, ¡es esta la gramática de base de cada ministerio! Debe ser la gramática de base de cada obispos, cada presbítero, cada diácono. Sí, porque sin esta predisposición bella y genuina para encontrar, conocer, dialogar, apreciar y relacionarse con los hermanos de forma respetuosa y sincera, no es posible ofrecer un servicio y un testimonio realmente alegre y creíble.

Después hay una actitud de fondo que Pablo recomienda a sus discípulos y, como consecuencia, a todos aquellos que son investidos por el ministerio episcopal, sean obispos, presbíteros, sacerdotes o diáconos. El apóstol exhorta a reavivar continuamente el don que ha sido recibido. Esto significa que debe estar siempre viva la conciencia de que no se es obispo, sacerdote o diácono porque se es más inteligente, más bueno o mejor que los otros, sino debido a la fuerza de un don, un don de amor otorgado por Dios, en el poder de su Espíritu, por el bien de su pueblo. Esta conciencia es realmente importante y constituye una gracia para pedir cada día. De hecho, un pastor que es consciente que el propio ministerio fluye únicamente de la misericordia y del corazón de Dios no podrá nunca asumir una actitud autoritaria, como si todos estuviera a sus pies y la comunidad fuera su propiedad, su reino personal.

La conciencia de que todo es don, todo es don, todo es gracia, ayuda a un Pastor también a no caer en la tentación de ponerse en el centro de atención y de confiar solamente en sí mismo. Son las tentaciones de la vanidad, el orgullo, de la suficiencia, la soberbia. Ay si un obispo, un sacerdote o un diácono pensaran saber todo, tener siempre la respuesta justa para cada cosa y no necesitar de nadie. Al contrario, la conciencia de ser él el primer objeto de la misericordia y de la compasión de Dios debe llevar a un ministro de la Iglesia a ser siempre humilde y comprensivo en la relacionado con los otros.

Aun en la conciencia de ser llamado a custodiar con valentía el depósito de la fe, él se pondrá en escucha de la gente. Es consciente, de hecho, de tener siempre algo que aprender, también de aquellos que pueden estar aún lejos de la fe y de la Iglesia. Con los propios hermanos, después, todo esto debe llevar a asumir una actitud nueva, comprometida con el compartir, la corresponsabilidad y la comunión.

Queridos amigos, debemos estar siempre agradecidos al Señor, porque en la persona y en el ministerio de los obispos, de los sacerdotes y de los diáconos continúa a guiar y a formar su Iglesia, haciéndola crecer a lo largo del camino de la santidad. Al mismo tiempo, debemos continuar rezando, para que los pastores de nuestras comunidades puedan ser imagen viva de la comunión y del amor de Dios. Gracias

Texto y audio traducido y transcrito por ZENIT


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Domingo, 16 de noviembre de 2014


Catholic Calendar and Daily Meditation

Sunday, November 16, 2014

Thirty-third Sunday in Ordinary Time


Scripture for Sunday's Liturgy of the Word:
http://new.usccb.org/bible/readings/111614.cfm

Proverbs 31:10-13, 19-20, 30-31
Psalm 128:1-2, 3, 4-5
1 Thessalonians 5:1-6
Matthew 25:14-30


A reflection on today's Sacred Scriptures:

Many of you will remember this song from the musical Godspell: "We Plough the Fields and Scatter." The refrain goes like this:

"All good gifts around us,
Are sent from heav'n above,
So thank the Lord,
O thank the Lord for all His love.
I really want to thank you, Lord!"


Stephen Schwartz really "lifted" it from an old German hymn. But how appropriate for this Sunday's readings which really warn us to use well the gifts God has given us, for the time is short before God will demand an accounting from us.

In the Gospel story about the king who goes on a long journey, then comes back suddenly, Jesus invites the Apostles to reflect on their own lives in terms of the "talents" they have each received. It's clear that he has given them to each in accordance with their own abilities. In the story, two of the servants promptly go out and double their value, while one, out of fear and timidity, just buries his one talent without any attempt to use it well. The moral is obvious: if we don't use God's gifts and share them, we will be punished at the end of our lives.

Why must we be so industrious and generous with God's gifts? Because, as followers of Jesus, we cannot just live for our own selfish enjoyment, for we are "children of the light" meant to spread the Good News, and help others to also live in the light. It's clear from St. Paul's preaching to the Thessalonians that no one knows just when the world will end. But the Lord's second coming is inevitable, and it will come suddenly, without warning.

It's a good Sunday to ask ourselves, "If the Lord should come today, how ready am I to 'turn in my chips' and give an accounting of my life? Will the Lord be pleased with how I have increased the gifts of light and grace He has given me? How generous have I been in sharing my light?"

- Msgr. Paul Whitmore | email: pwhitmore29( )yahoo.com


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Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (Domingo 9 de noviembre de 2014 - Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán) (AICA)

Templos vivos del Espíritu Santo

Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.
Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio".
Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.
Entonces los judíos le preguntaron: "¿Qué signo nos das para obrar así?". Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar". Los judíos le dijeron: "Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?". Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado. (San Juan 2, 13-22)                       



¿Por qué la Iglesia celebra hoy la dedicación a San Juan de Letrán? Porque es la primera Iglesia de Occidente y es el centro de Roma. En aquella ciudad murieron Pedro y Pablo, y allí se trasladó el centro de atención religiosa. Jesús nació en Jerusalén. Israel, y Pedro y Pablo confesaron y dieron su vida en Roma. Esta Iglesia, San Juan de Letrán, tiene dos patronos muy importantes: San Juan el Bautista y San Juan Evangelista.

La idea del Templo, lugar del encuentro con Dios, con uno mismo y con todos el Pueblo de Dios, no son las paredes sino el Espíritu que está presente en esos lugares y nunca se reduce al sitio porque, cada uno de nosotros los bautizados y confirmados, también somos templos del Espíritu Santo porque fuimos bautizados y santificados; somos santos por la presencia de Dios.

Dios es luz, por eso no tenemos derecho a permanecer en las tinieblas y nuestras obras no pueden ser de muertos sino de vivos, y nuestro compromiso no puede ser superficial sino rotundo, concreto, real.

Pidamos al Señor darnos cuenta que tenemos que vivir de acuerdo al Espíritu de Dios. Cristo ha edificado, Él es la piedra angular, es el Centro, Él tiene la primacía y no hay otro fuera de Él. Este Cristo está unido al Padre y con el Padre nos ha enviado al Espíritu Santo en Pentecostés, dando inicio a la Iglesia.

En ese Pentecostés, el Templo está sostenido por el Espíritu Santo. ¡Piedras vivas, no piedras muertas! ¡Piedras calientes, no piedras frías! Que cada uno de nosotros, cristianos, creyentes, podamos vivir de acuerdo al Espíritu que nos anima, nos ayuda a sostenernos y anunciar a Dios que está vivo y no muerto. Recordemos que somos Templos vivos del Espíritu Santo

Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


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Homilía monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el 32º domingo durante el año (9 de noviembre de 2014) (AICA)

“Maria de Loreto Madre de las Misiones”

Falta una semana para la peregrinación diocesana a Loreto. Hace meses venimos preparando este acontecimiento de nuestra Diócesis.

Durante estos años nuestro pueblo fue descubriendo la importancia que siempre ha tenido Loreto, donde esta nuestra “Madre de las Misiones”. Será un momento celebrativo donde manifestaremos que queremos profundizar nuestra condición de discípulos y misioneros de Jesucristo, el Señor. Me alegra saber que las comunidades, tanto parroquiales como educativas, movimientos y asociaciones han trabajado este tema en la reflexión, con el material de apoyo y sobre todo con la oración. Así nos encaminamos a celebrar esta nueva peregrinación el próximo domingo 16. Será un momento de fiesta donde tendremos presente a nuestros mártires de las Misiones, a San Roque González, a San Juan del Castillo y a San Alonso Rodríguez. Desde todas las comunidades de la Diócesis, laicos, consagrados y sacerdotes celebraremos en Loreto la Misa principal a las 9 horas. Por ser un acontecimiento diocesano y el único de estas características hemos suspendido todas las Misas de la Diócesis por la mañana. La Misa de Loreto será la única celebración.

Con esta celebración, desde Loreto profundizaremos nuestra memoria y lo vivido en la evangelización de la Iglesia en nuestra región de Misiones. La memoria nos permite ganar en identidad y en consistencia para encarar los desafíos pastorales de este nuevo siglo que estamos iniciando. También es una expresión de comunión. Como Pueblo de Dios celebraremos juntos y profundizaremos nuestra disposición a asumir nuestras “Orientaciones Pastorales” de nuestro Primer Sínodo Diocesano.

En nuestra Provincia podemos decir que tenemos una rica historia, iniciada hace tantos siglos y necesitamos recuperar la memoria. En nuestra tierra transitaron misioneros ejemplares y santos. Uno de ellos fue Antonio Ruiz de Montoya. Sus restos están en Loreto porque allí vivió y trabajo muchos años. El mismo dijo: “No permitan que mis huesos queden entre españoles, aunque muera entre ellos, procuren que vaya donde están los indios, mis queridos hijos, que allí donde trabajaron y se molieron han de descansar”. Realmente podemos afirmar que sus huesos, pero toda su persona tuvo que sufrir y sobrellevar momentos muy duros. Luego de trabajar mucho en la zona del Guayrá formando comunidades, recrudecieron los ataques bandeirantes. Hacia el 1631 llegaron a causar la ruina total de los pueblos que Ruiz de Montoya y sus compañeros habían fundado; muchos de sus pobladores fueron llevados como esclavos al Brasil. Fueron estos tiempos de duras pruebas para el Padre Montoya, pues vio sufrir y perecer a muchos de sus hijos espirituales y además tuvo que soportar la censura de otros misioneros que lo responsabilizaban de las calamidades consiguientes a la emigración.

La providencia trajo a nuestras tierras, en donde refundaron comunidades como nuestras actuales Loreto y San Ignacio Miní. En 1637 Ruiz de Montoya fue enviado a España junto a los procuradores de la Provincia Jesuítica del Paraguay para defender los derechos de los indígenas de las reducciones. Se manifestó entonces como un gran diplomático y político. Allí publicó sus obras de la lingüística y su famosa “Conquista Espiritual”.

Creo importante tener presente aquella increíble llegada de los indígenas y misioneros y Ruiz de Montoya a Loreto. Al celebrar a los Mártires y todos los misioneros, hombres y mujeres que se donaron, queremos tenerlo presente en la memoria, para fortalecernos ante los nuevos desafíos que debemos encarar en este inicio del siglo XXI. Es el mismo Espíritu Santo que los animó a ellos el que hoy nos anima a nosotros a dar nuestras vidas para que esta historia sea historia de salvación.
Nos encontramos en Loreto.

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas


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Mensaje al pueblo de Dios que los obispos de Bolivia han publicado al término de la Asamblea de la Conferencia Episcopal, el once de Noviembre de 2014.

Mensaje al Pueblo de Dios: “La Eucaristía, fuente de fraternidad” 

El camino eclesial 

Recordamos la invitación que el Señor nos hace a la celebración eucarística, especialmente cada Domingo. Todavía en nuestra Iglesia que está en Bolivia muchos no han descubierto la alegría de reunirse con los demás hermanos para celebrar juntos la Eucaristía, que nos llena de gozo y de fortaleza, nos hace Iglesia y nos ayuda a tener un corazón como el del Señor (cfr. Flp. 2,1-5). Pero mucho más la que celebramos cada Domingo, el día de la resurrección del Señor.

Muchos hermanos además, por falta de sacerdotes, se ven privados de la Misa Dominical. La falta de vocaciones sacerdotales es un cuestionamiento a nuestras familias cristianas, que no animan y hasta desaniman la vocación de los hijos. También cuestiona nuestro compromiso cristiano demasiado débil, desafía nuestra pastoral poco misionera y evangelizadora y nos invita a un testimonio coherente a los sacerdotes. Y, sobre todo, debe ser un estímulo para nuestros jóvenes, tantas veces metidos en una cultura materialista y falta de visión trascendente de la vida, que no les deja escuchar la llamada del Señor Jesús.

Esta situación debe promover la generosidad de todos los cristianos, para ser esa Iglesia en salida y evangelizadora, a la que nos anima el Santo Padre en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. 

Recordando el “Sínodo extraordinario de la familia”, que se ha celebrado recientemente en Roma, sentimos como Iglesia el dolor por los casos de matrimonios que, por no estar viviendo el ideal matrimonial que Cristo nos dejó, se encuentran en situaciones irregulares que les impiden la plena participación eucarística. Hemos reflexionado sobre la necesidad pastoral de acompañar a estos matrimonios y a sus familias y que sientan a la Iglesia como madre y a los hermanos como verdadera familia en la fe. 

También hay casos en nuestra sociedad boliviana, sobre todo de mujeres, abandonadas de forma injusta por sus parejas o que son víctimas de violencia y maltrato por parte de sus esposos o compañeros. Como Iglesia queremos mostrar cercanía fraterna con tantas personas que sufren en el seno de parejas inestables y de familias desestructuradas por la pobreza y el pecado, demandando solidaridad y justicia para las víctimas de estas situaciones de sufrimiento. 

El Santo Padre ha dedicado el año 2015 a la Vida Consagrada. Reconocemos y agradecemos la inmensa labor de los Consagrados, tanto en las obras de caridad como en el servicio pastoral y evangelizador, que alcanza hasta las periferias más recónditas. Los religiosos y religiosas son en nuestra Iglesia testimonio de una vida que ha tomado en serio el seguir a Cristo y vivir el Evangelio. Ellos nos están diciendo a todos con su vida que ser cristiano compromete; es perdón, es amor, es entrega generosa y compromiso sincero. En un contexto en el que vemos cómo algunos cristianos se dejan deslumbrar por propuestas de poder y cambian su sentir cristiano cuando “median la influencia, el poder o la mera figuración”, los religiosos son signos de coherencia y seguimiento radical de Cristo. Por eso, invitamos a orar por estos hermanos y hermanas y a pedir que el Señor nos conceda abundantes vocaciones para la vida religiosa. 

El Papa Francisco nos recuerda que la Eucaristía es necesaria para la misión y que la misión sin comunión fraterna no es posible. Que el Espíritu que realiza cada Eucaristía nos guíe en el trabajo de preparación al 5° Congreso Misionero Americano y 10° Misionero Latinoamericano, conocido por las siglas CAM 5- COMLA 10, que se realizarán en Santa Cruz en el año 2018. 

Las obras sociales en la sociedad Boliviana 

El generoso testimonio de los católicos y de otras instituciones sociales, sin fines de lucro, se ha traducido en numerosas obras sociales de ayuda a las personas más desposeídas. El sostenimiento de estas obras, por las nuevas imposiciones salariales y el creciente costo de vida, se encuentra amenazado. Con el presidente de la Conferencia Episcopal, pedimos a las autoridades del Estado Plurinacional que, al ser estos servicios sociales obligación del Gobierno, cumplan con su deber de sustentar estas obras de servicio a los más pobres.

Agradecemos la cercanía que el Papa Francisco ha querido mostrar al pueblo de Bolivia y a la Iglesia en ocasión de la participación del Sr. Presidente del Estado Plurinacional en el foro de los Movimientos Populares, cuando aceptó recibirle en privado expresando la confianza de que este gesto sirva para mejorar las relaciones con la Iglesia. Confiamos que este encuentro se traduzca en apertura coherente mediante un canal directo de diálogo con la Conferencia Episcopal, tal como hemos pedido en anteriores oportunidades. 

Los desafíos sociales 

Valoramos la creciente inclusión social que se ha dado en Bolivia para asegurar que el pan cotidiano sea repartido entre todos y que todos asumamos la responsabilidad por el bienestar común. Invitamos a continuar con estos esfuerzos para incluir a los más pobres y marginados que todavía claman ser atendidos. 

Nos unimos a la esperanza de una patria de progreso y justicia, manifestada por todos los bolivianos en las últimas elecciones. En el país se ha dado una muestra de cultura democrática; por eso, nos felicitamos como ciudadanos de Bolivia por el alto espíritu participativo demostrado. 

Ante la próxima contienda electoral, escuchando voces de la sociedad y aprendiendo de las anteriores elecciones, queremos recordar que es necesario garantizar siempre la igualdad de reglas, las mismas condiciones y oportunidades para todos. Una democracia sana exige que, especialmente, quien ocupa cargos públicos actúe en forma ética, transparente y sin abusos. 

Una auténtica democracia se basa en el respeto de la dignidad de la persona y de la institucionalidad; también requiere la independencia de Poderes, el estado de derecho y la verdadera libertad de expresión. En este sentido reiteramos el llamado a la construcción de una administración de justicia con transparencia, equidad e independencia del poder político. 

Pedimos a las autoridades locales, que serán elegidas en el año 2015, centrarse en la presentación de propuestas realistas y posibles de cumplir, de cara a la creación de fuentes de trabajo, que es una necesidad prioritaria en el país. Que haya verdaderos programas con propuestas y no discusiones ideológicas estériles y guerra sucia entre partidos. Que la inversión pública priorice la atención a las personas en los campos de salud, educación, obras de asistencia social y desarrollo productivo, buscando el verdadero progreso del pueblo. 

Recordamos a todo cristiano el deber de participar activamente en la construcción de una patria con justicia, sin violencia y en el que sean vencidos los males, como la corrupción, las desigualdades, las adicciones que esclavizan al ser humano, el narcotráfico y la falta de libertad. 

En la construcción de esta sociedad, la Eucaristía nos llena de firmeza y fortaleza para asumir todos estos desafíos con la alegría de discípulo. 

Entraremos pronto en el Adviento, tiempo de conversión profunda, esperanza gozosa y testimonio valiente. Celebrémoslo con la Virgen María que acompañó a su Hijo Jesús en el camino de la redención. Ella también nos acompañe y nos anime, con aquella actitud gozosa al ver crecer en ella al Dios encarnado, que realiza las promesas de salvación: Jesucristo “pan partido para la vida del mundo”. 

Cochabamba, 11 de noviembre de 2014. 

Los Obispos de Bolivia 


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S?bado, 15 de noviembre de 2014

Texto completo de las palabras del Papa el domingo 9 de Noviembre de 2014. (Zenit.org)

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Hoy la liturgia recuerda la dedicación de la Basílica de Letrán, catedral de Roma, que la tradición define "madre de todas las iglesia del Urbe e del Orbe". Con el término "madre" se refiere no tanto al edificio sagrado de la Basílica, sino a la obra del Espíritu Santo que en este edificio se manifiesta, fructificando mediante el ministerio del Obispo de Roma, en todas las comunidades que permanecen en la unidad con la Iglesia que él preside. Esta unidad presenta el carácter de una familia universal, y como en la familia está la madre, así también la venerada catedral de Letrán hace de "madre" a la iglesia de todas las comunidades del mundo católico. Con esta fiesta, por tanto, profesamos, en la unidad de la fe, el vínculo de comunión que todas las Iglesias locales, repartidas por el mundo, tienen con la Iglesia de Roma y con su Obispo, sucesor de Pedro.

Cada vez que celebramos la dedicación de una iglesia, se llama a una verdad esencial: el templo material hecho de ladrillos es signo de la Iglesia viva y operante en la historia, es decir, de este "templo espiritual", como dice el apóstol Pedro, del que Cristo mismo es "piedra viva, descartada por los hombres pero elegida y preciosa delante de Dios". Jesús, en el Evangelio de la liturgia de hoy, hablando del templo ha revelado una realidad impresionante. Es decir, el templo de Dios no es solamente un edificio hecho de ladrillos, es su cuerpo hecho de piedras vivas. En la fuerza del Bautismo, cada cristiano, forma parte del "edificio de Dios". Es más, se convierte en la Iglesia de Dios. El edificio espiritual, la Iglesia comunidad de los hombres santificados por la sangre de Cristo y del Espíritu del Señor resucitado, pide a cada uno de nosotros ser coherente con el don de la fe y cumplir un camino de testimonio cristiano. Y no es fácil, lo sabemos todos. La coherencia en la vida, entre la fe y el testimonio. Aquí debemos ir adelante y realizar en nuestra vida esta coherencia cotidiana. Este es un cristiano, no tanto por lo que dice, sino por lo que hace. Por la forma en la que se comporta, esta coherencia que nos da vida. Y es una gracia del Espíritu Santo que debemos pedir.

La Iglesia, al origen de su vida y de su misión en el mundo, no ha sido otra cosa que una comunidad constituida para confesar la fe en Jesucristo Hijo de Dios y Redentor del hombre, una fe que obra a través de la caridad. Van juntas ¿eh? También hoy la Iglesia es llamada a ser en el mundo la comunidad que, arraigada en Cristo por medio del Bautismo, profesa con humildad y valentía la fe en Él, testimoniándola en la caridad. Con esta finalidad esencial deben ser ordenados también los elementos institucionales, las estructuras y los organismos pastorales. Pero, para esta finalidad esencial, testimoniar la fe en la caridad. La caridad es la expresión de la fe. Y también la fe es la explicación y fundamento de la caridad.
La fiesta de hoy nos invita a meditar sobre la comunión de todas las Iglesias, es decir, esta comunidad cristiana, por analogía nos estimula a comprometernos para que la humanidad pueda superar las fronteras de la enemistad y de la indiferencia, a construir puentes de comprensión y de diálogo, para hacer del mundo entero una familia de pueblos reconciliados entre ellos, fraternos y solidarios. De esta nueva humanidad, la Iglesia misma es signo de anticipación, cuando vive y difunde con su testimonio el Evangelio, mensaje de esperanza y de reconciliación para todos los hombres.

Invocamos la intercesión de María Santísima, para que nos ayude a convertirnos, como ella, en "casa de Dios", templo vivo de su amor.


Publicado por verdenaranja @ 21:59  | Habla el Papa
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El Evangelio propio Comentario a la liturgia dominical por P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)


Domingo XXXIII - Ciclo A


Textos: Prov 31, 10-13.19-20.30-31; 1 Tes 5, 1-6; Mateo 25, 14-30

Idea principal: Dios nos da a cada quien unos talentos según nuestra capacidad: a uno, cinco; a un segundo, dos; y al tercero, uno. Talentos materiales y naturales, talentos humanos y espirituales.


Síntesis del mensaje: Ante esos talentos caben estas posturas: o hacerlos rendir con responsabilidad y tesón, o malgastarlos por frivolidad e infantilismo, o esconderlos por pereza y negligencia. Pero Cristo al final de los tiempos nos pedirá cuentas de la administración de esos talentos, destinados a producir, en unos el cien por ciento; en otros, el cincuenta o el veinte por ciento. En esto nos jugamos la santidad aquí y la salvación eterna allá.


Puntos de la idea principal:

En primer lugar, comentemos lo que son los talentos. Si vamos a la isla de Creta, por el mar Egeo, y visitamos el palacio rojo de Minos podremos encontrar en el museo los talentos: unos bloques planos, más o menos cuadrados y lobulados, de unos 45 centímetros de lado y peso de 26 a 36 kilos. No son moneda de bolsillo, sino peso de pago y que, según tiempos y culturas, fueron de oro, plata o bronce.Un talento era un peso. Equivalía a 21.000 gramos de plata. Para entender esto, si un denario equivalía a 4 gramos de plata, entonces un talento equivalía a 6.000 denarios. Un jornalero judío ganaba un denario en todo un día de trabajo (Mateo 20, 2). Si un jornalero quisiera ganar tan solo un talento, tendría que trabajar 6.000 días, o mejor dicho, ¡casi 20 años! Si hacemos los cálculos correctos, podremos entender que el siervo que recibió cinco talentos en realidad recibió un sueldo de 100 años, el que recibió dos recibió lo equivalente a un sueldo de 40 años y el que recibió uno solo estaba recibiendo el sueldo de 20 años de trabajo.


En segundo lugar, ¿qué tenemos que hacer con esos talentos espirituales, intelectuales, profesionales, deportivos, culturales…que Dios generosamente nos dio gratuitamente? En el evangelio se nos da la clave: negociar. Es decir, colocar el dinero en el banco, darlo a préstamo con interés, invertirlo en valores. A los dos criados que lo hicieron, el dueño les alabó, y echó fuera al que no lo hizo. ¿Qué hubiera hecho al que hubiese desperdiciado a tontas y a locas, o le hubiesen robado el talento por negligencia? No quiero ni pensarlo, pues se me pone la piel de gallina. Este evangelio aboga por el sistema “capitalismo -¡ojo!- espiritual”. El amo de la parábola es el Hijo de Dios que, antes de partir para su destino extranjero, que es el cielo, nos dejó una fortuna –la vida y una patria, la familia, la inteligencia, la voluntad, la afectividad, la sexualidad, los amigos, la salud, la fe, las virtudes teologales y cardinales, los sacramentos, el perdón, el amor, la justicia, el matrimonio, el sacerdocio o la vida religiosa, etc. ¡Y a negociar! Y, si no, de la parábola aprendamos que otros harán lo que nosotros dejamos de hacer y se cumplirá el evangelio: pasará la fortuna a otros para que negocien y, el que no, que se atenga a las consecuencias de su pereza, de su despilfarro y de su inconsciencia y superficialidad.


Finalmente, una cosa es el talento, la letra del evangelio y otra la música, que es el talante. Jesús estaba hablando a sus discípulos, pero estaban escuchando los fariseos. El fariseo era bien cumplidor: tenía 613 mandamientos y los cumplía, ¡vaya que sí! A rajatabla. Para talante inmovilista, el suyo. Pero Cristo pedía talante inversionista, creativo, esforzado. Y aquí viene la parte que nos pide Cristo ante esos talentos: nuestro ingenio para invertir honestamente en el banco de la voluntad esos talentos que Él nos dio gratuitamente y con tanto amor y esperanza. Negociar, emprender, comprometerse. Con riesgo y todo. Sin miedo al miedo de jugarse la salvación, que sólo se arriesga cuando, como condena Jesús en el evangelio, uno se apunta a conservador, prudente y segurón, vago y cobarde. Y así, de un evangelio, que a primer golpe de vista, parece capitalista, resulta que es un evangelio, no de talentos sólo, sino de talantes.


Para reflexionar: ¿Estoy haciendo rendir los talentos naturales y espirituales que Cristo me ha dado? ¿Tendré que escuchar de Él: “Servidor malo y perezoso”? ¿O escucharé, por el contrario: “Te felicito, servidor bueno y fiel”?


Para rezar: Señor, gracias por los talentos que me has dado, sin yo merecerlos. Perdóname si al presente he desperdiciado, malgastado o enterrado alguno de ellos. Dame voluntad, ingenio, talante y responsabilidad para de ahora en adelante invertirlos para Gloria tuya, bien de la humanidad y mi propia santificación.


Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Viernes, 14 de noviembre de 2014

Reflexión  a las lecturas del domingo treintitrés del Tiempo Ordinario - A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 33º  del T. Ordinario A

 

La parábola de los talentos despierta siempre nuestra atención e interés y nos llama al sentido de la responsabilidad ante los dones que hemos recibido de Dios. La parábola está situada en el contexto de la Venida Gloriosa del Señor, que cada año, por estas fechas, recordamos y celebramos. Y este año la escuchamos además, en el marco de la Jornada de la Iglesia Diocesana.

El Evangelio propio del domingo 32º A, es la parábola de las diez vírgenes, y responde a la pregunta: “¿Cuándo vendrá el Señor? La respuesta la da el mismo Jesucristo: “Velad porque no sabéis el día ni la hora.” Es lo mismo que nos advierte S. Pablo en la segunda lectura de hoy.

La parábola de los talentos de este domingo, responde a otra pregunta: “Y mientras llega el Día del Señor, ¿qué tenemos que hacer?” “Negociad mientras vuelvo”, leemos en San Lucas en un texto parecido (Lc 19,13).

El Evangelio nos explica que los empleados que habían recibido cinco y dos talentos, negociaron con ellos y consiguieron otro tanto. Por eso, cuando, después de mucho tiempo, vuelve su señor, recibieron la alabanza y la recompensa que merecían; pero el que había recibido uno y no negoció con él, es el que recibe la reprobación y el castigo.

Es interesante recordar que un talento equivalía a 6000 denarios, y un denario era lo que cobraba un obrero por un día de trabajo, de sol a sol. Los cinco talentos equivalía, por tanto, a unos 80 años de trabajo. Incluso, al que le dieron un talento, recibió lo que correspondía a 6000 días. Una cantidad muy importante.

El día de su Ascensión, Jesús se marchó “visiblemente” al Cielo, y dejó sus bienes, los tesoros de la salvación, a los apóstoles y, por ellos, a toda la Iglesia; y por la Iglesia, a cada uno de nosotros. Dice S. Pablo: “El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros” (Ef 1, 8). Junto a esos bienes nos ha dado numerosos dones en el orden de la naturaleza y de la gracia. De esos dones, unos son para nosotros, y otros son para los demás, para la comunidad, para la Iglesia. Son los llamados “carismas”. Este es un tema muy importante y muy poco conocido por el pueblo cristiano. Sin embargo, el Papa San Juan Pablo II, en la Jornada de la Juventud de Santiago (agosto 1989), decía a los jóvenes que era necesario conocer los dones que el Señor les había concedido para los demás, para la Iglesia. Escribía  San Pedro: “Que cada uno, con el don que ha recibido, se ponga al servicio de los demás, como buenos administradores de la múltiple gracia de Dios"(1Pe 4, 10).

Jesucristo volverá como nos ha dicho; y ese Día grande y glorioso, tendremos que darle cuenta  de la “administración” de los bienes que nos ha dejado.

Este domingo se nos recuerda todo eso y se nos urge realizar la tarea que nos ha sido confiada: anunciar el Evangelio al mundo entero, llevar los tesoros de la salvación a todos los seres humanos.

Por tanto, desdela Ascensiónhasta la segunda Venida de Cristo, es el tiempo del trabajo, de “negociar con los talentos”;  es “el tiempo de la Iglesia”, que ha recibido del Señor aquella misión. Y hemos de hacerlo con el interés, la ilusión y el sentido de la responsabilidad, de “la mujer hacendosa” de la primera lectura. Lo recordamos, especialmente, este domingo, en que celebramos el Día de la Iglesia Diocesana. En esta Jornada, la Iglesia nos parece como más cercana, más concreta, más familiar… Con nombres y números. ¡Como un edificio en construcción!

¡Feliz Día de la Iglesia Diocesana! ¡Feliz Día del Señor!


Publicado por verdenaranja @ 22:53  | Espiritualidad
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DOMINGO 33º DEL TIEMPO ORDINARIO A  

DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA

MONICIONES

 

 

PRIMERA LECTURA

          En este día de la Iglesia Diocesana, escucharemos, en la primera lectura, el elogio de una esposa ideal. Las circunstancias son distintas a las de la vida actual, pero no es difícil traducir su mensaje.

 

SALMO RESPONSORIAL

          El salmo es un canto al hombre que teme al Señor, es decir que le profesa un respeto filial, sigue sus enseñanzas y cumple sus mandatos.

 

SEGUNDA LECTURA

          Ni San Pablo ni nosotros sabemos cuándo vendrá el Señor. Por eso hemos de vivir sobriamente y vigilantes como auténticos hijos de la luz.

 

TERCERA LECTURA

          En el contexto de la Vuelta Gloriosa del Señor, vamos a escuchar este domingo en el Evangelio, la parábola de los talentos. Un texto muy apropiado para el Día de la Iglesia Diocesana.

Aclamemos ahora a Jesucristo, el Señor, con el canto del aleluya.

 

OFRENDAS

Nuestra colaboración económica es también necesaria en la vida dela Iglesia Diocesana.Hoy se nos invita a una especial generosidad.

 

COMUNIÓN

          Como miembros de una misma Iglesia, nos acercamos al Señor en la Comunión. Él nos ofrece su Cuerpo entregado y su Sangre derramada, como alimento y fuerza para que seamos capaces de llevar a cabo la tarea que Él nos ha señalado en su Iglesia.


Publicado por verdenaranja @ 22:48  | Liturgia
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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo treintitrés del Tiempo Ordinario - A

BÚSQUEDA CREATIVA 

 

A pesar de su aparente inocencia, la parábola de los talentos encierra una carga explosiva. Sorprendentemente, el “tercer siervo” es condenado sin haber cometido ninguna acción mala. Su único error consiste en “no hacer nada”: no arriesga su talento, no lo hace fructificar, lo conserva intacto en un lugar seguro.

El mensaje de Jesús es claro. No al conservadurismo, sí a la creatividad. No a una vida estéril, sí a la respuesta activa a Dios. No a la obsesión por la seguridad, sí al esfuerzo arriesgado por transformar el mundo. No a la fe enterrada bajo el conformismo, sí al trabajo comprometido en abrir caminos al reino de Dios.

El gran pecado de los seguidores de Jesús puede ser siempre el no arriesgarnos a seguirlo de manera creativa. Es significativo observar el lenguaje que se ha empleado entre los cristianos a lo largo de los años para ver en qué hemos centrado con frecuencia la atención: conservar el depósito de la fe; conservar la tradición; conservar las buenas costumbres; conservar; la gracia; conservar la vocación...

Esta tentación de conservadurismo es más fuerte en tiempos de crisis religiosa. Es fácil entonces invocar la necesidad de controlar la ortodoxia, reforzar la disciplina y la normativa; asegurar la pertenencia a la Iglesia... Todo puede ser explicable, pero ¿no es con frecuencia una manera de desvirtuar el evangelio y congelar la creatividad del Espíritu?

Para los dirigentes religiosos y los responsables de las comunidades cristianas puede ser más cómodo “repetir” de manera monótona los caminos heredados del pasado, ignorando los interrogantes, las contradicciones y los planteamientos del hombre moderno, pero ¿de qué sirve todo ello si no somos capaces de transmitir luz y esperanza a los problemas y sufrimientos que sacuden a los hombres y mujeres de nuestros días?

Las actitudes que hemos de cuidar hoy en el interior de la Iglesia no se llaman “prudencia”, “fidelidad al pasado”, “resignación”... Llevan más bien otro nombre: “búsqueda creativa”, “audacia”, “capacidad de riesgo”, “escucha al Espíritu” que todo lo hace nuevo.

Lo más grave puede ser que, lo mismo que le sucedió al tercer siervo de la parábola, también nosotros creamos que estamos respondiendo fielmente a Dios con nuestra actitud conservadora, cuando estamos defraudando sus expectativas. El principal quehacer de la Iglesia hoy no puede ser conservar el pasado, sino aprender a comunicar la Buena Noticia de Jesús en una sociedad sacudida por cambios socioculturales sin precedentes.

José Antonio Pagola

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
16 de noviembre de 2014
33 Tiempo ordinario(A)
Mateo 25,14-30


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Domingo, 09 de noviembre de 2014

La Dedicación de la Basílica de Letrán por Mons. Enrique Díaz Diaz. SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 08 de noviembre de 2014 (Zenit.org)

Más que piedras y cemento

 Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12: “Vi salir agua del templo: era un agua que daba vida y fertilidad”.
Salmo 45: “Un río alegra la ciudad de Dios”.
I Corintios 3, 9-11. 16-17: “Ustedes son el templo de Dios”.
San Juan 2, 13-22: “Jesús hablaba del templo de su cuerpo”.

El frío cala hasta los huesos y la pertinaz llovizna de fines de octubre hace más difícil el camino. Lodo, baches, piedras, distancia, no logran detener la numerosa muchedumbre que se congrega en Frontera Mexiquito. La alegría que traen en su corazón no la apaga nadie. A base de esfuerzo, privaciones y cooperación, han logrado construir su nueva ermita y hoy es la bendición. La sonrisa brota en todos los rostros, los cantos tzeltales se elevan alegres, la música tradicional y la rítmica danza se conjugan para dar realce a la ceremonia. No es un simple templo construido con el esfuerzo de todos, es la expresión de una fe viva que lucha por subsistir, por encarnarse en medio de la pobreza, por fortalecerse cada día. “Este templo, más que piedras y cemento, es el símbolo y la seña de la dignidad de cada uno de nosotros: vivimos lejos, pobres y olvidados, pero nosotros somos el templo de Dios”, dice el encargado de la ermita.

Hoy celebramos la fiesta de la Dedicación de la Basílica de san Juan de Letrán, la catedral del Obispo de Roma y la primera en antigüedad y dignidad entre todas las iglesias de Occidente. Es tan importante esta fiesta que rompe el ritmo de los domingos ordinarios y nos invita a reflexionar el sentido de la fundación y misión de la Iglesia, de los templos y su construcción, y del templo vivo que somos cada uno de nosotros. El verdadero nombre esta Iglesia es Basílica del Divino Salvador porque según la tradición, cuando fue nuevamente consagrada en el año 787, una imagen del Divino Salvador, al ser golpeada por un judío, derramó sangre. En recuerdo de ese hecho se le puso ese nuevo nombre. Pero se le sigue llamando y conociendo más como “De San Juan de Letrán” por las imágenes tanto de San Juan Bautista como de San Juan Evangelista que muestran y señalan a Jesús como Salvador e indican cuál debe ser la misión de la Iglesia. Llamó mucho la atención como el Papa Francisco a los pocos días de iniciado su pontificado, fue a tomar posesión su servicio como Obispo de Roma en esta Basílica.

¿Cómo es y cómo debe ser la Iglesia? El Papa Francisco humildemente reconoce que “La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar… comparar la imagen ideal de la Iglesia -tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como Esposa suya santa e inmaculada- y el rostro real que hoy la Iglesia presenta. Brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí”. ¿Estamos reflejando el rostro que quiere Jesús para su Iglesia?Las lecturas de este día nos ofrecen tres imágenes muy vivas para que nos examinemos si realmente estamos respondiendo al sueño de Jesús.

La primera nos la ofrece Ezequiel: una bella imagen del templo del que mana agua, que da vida y fertilidad por todos los rumbos, saneando los desiertos, haciendo prosperar la vida, dando fuerza y vigor a los árboles frutales y plantas medicinales. ¿Podremos reconocer en esta imagen a nuestra Iglesia? Son los sueños de Jesús: que su Evangelio lleve vida y verdadera prosperidad a todos los espacios, que sane a los enfermos, que haga dar frutos de justicia y de paz. Son los sueños también del Papa Francisco que propone una Iglesia de puertas abiertas, llena del Espíritu, que lleve en su corazón la alegría del Evangelio. Una Iglesia que contagie y que anime. Una Iglesia samaritana que vende las heridas, que reciba al que se ha equivocado. Una Iglesia madre que acoge con amor a todos sus hijos. Quizás nos falte mucho, pero esta Iglesia formada por pecadores y miserables, tiene la gran misión de dar vida con el Evangelio.

La segunda imagen es la expulsión de mercaderes. Duras las palabras de Jesús y más duros sus golpes que expulsan del templo a los comerciantes. En la actualidad uno de los graves problemas que tenemos es ver la religión como negocio y como ganancia: el mercadeo de las religiones. Se busca la religión más cómoda y que ofrezca más facilidades, la que menos comprometa, la que nos brinde más felicidad. Por desgracia tenemos que reconocer que muchas veces hemos caído en este comercialismo y no solamente de parte de sus ministros, sino que se ha ido haciendo una mentalidad que lo favorece. No importa tanto la relación con Dios, sino cumplir un rito; no nos interesa el encuentro con Jesús, sino una apariencia social de los sacramentos; no nos interesa un compromiso serio, sino solamente salir de los problemas y apuraciones. Así se multiplican novenas y devociones sin sentido y se abandona la vivencia profunda del Evangelio. Se “cumple” con obligaciones pero no se vive en relación con Cristo.

“El celo de tu casa me devora”, confirma San Juan tratando de justificar las acciones de Jesús. Y ciertamente Jesús tendrá celo del culto que se da a su Padre en los templos y buscará que hagamos de cada casa un lugar de encuentro e intimidad con Dios, que demos espacio a escuchar su Palabra y a vivir en la fraternidad. Pero indudablemente que se refiere también al templo de su cuerpo y al templo de cada uno de los hombres y mujeres. ¡Cuánto desprecio y manipulación de personas! Incontables crímenes y vejaciones a la dignidad de cada una de ellas. ¡No son tratadas como templos! Al mismos tiempo que debemos cuidar y respetar los templos debemos reconocer y respetar la dignidad de cada persona como templo de Dios. Así lo dice el prefacio de este día: “Porque en toda casa consagrada a la oración te has dignado quedarte con nosotros, para hacernos tú mismo templos del Espíritu Santo, que brillen, sostenidos por tu gracia, con el esplendor de una vida santa”

La tercera imagen son las palabras de San Pablo. En un mundo donde se ha desvalorizado la persona, donde se proclaman los derechos humanos solamente para después violarlos, resuenan fuertes sus palabras: “¿No saben acaso ustedes que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Quien destruye el templo de Dios, será destruido por Dios, porque el templo de Dios es santo y ustedes son ese templo”. Cómo nos debe doler el tráfico de personas, sobre todo de niños, la prostitución, la violación de los derechos humanos, sabiendo que cada uno de ellos es templo de Dios. Se ha mercantilizado a las personas, se les utiliza como material de intercambio, se les hace a un lado y se les desprecia en aras del progreso y del bienestar de unos cuantos. Es triste y muy lamentable la situación a la que hemos llegado: las ejecuciones, los secuestros, la venta de órganos y de personas.

¿Qué nos hacen pensar las lecturas de este día? ¿A qué nos comprometen? ¿Respetamos nuestros templos y a las personas como templos de Dios?

Padre Bueno, que has querido congregar a tu pueblo y llamarlo Iglesia, es decir, asamblea, concede a los que se reúnen en tu nombre, venerarte, amarte y seguirte, y, guiados por ti, alcanzar el Reino que les tienes prometido. Amén


Publicado por verdenaranja @ 19:16  | Espiritualidad
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Viernes, 07 de noviembre de 2014

Reflexión a las lecturas de  la fiesta de la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígreafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

La Dedicación de San Juan de Letrán

 

          Celebramos este domingo, la Dedicación o Consagración de la Iglesia de San Juan de Letrán. Esta Iglesia es la Catedral de Roma, la Catedral del Papa, que preside a toda la Iglesia en la caridad. Es normal que la celebremos en todo el mundo.

          Las lecturas de la Palabra de Dios nos animan a hacer una reflexión sobre la Iglesia, en vísperas de la Jornada de la Iglesia Diocesana, que celebraremos el próximo domingo.  ¡Me parece providencial esta coincidencia! Y es que necesitamos contemplar con frecuencia el Misterio de la Iglesia. ¡Cuántas cosas podríamos decir de ella!

          El Evangelio nos presenta la Expulsión de los mercaderes del templo de Jerusalén. Aquel hecho fue verdaderamente impresionante, espectacular. Una de las interpretaciones que se hace de este acontecimiento, es que Jesús quería indicar que aquel Culto, el del Antiguo Testamento, iba a terminar muy pronto. Dentro de unos días, con su Pasión, Muerte y Resurrección, iba a comenzar el Culto nuevo, el del Nuevo Testamento, centrado en su Cuerpo Resucitado. No en vano nos dice el Evangelio que en el momento de la muerte del Señor, “el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo”. (Mt 27, 51).

          San Pablo, en la 2ª lectura,  llama templo al conjunto de los cristianos: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” Templo, edificado sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús, la piedra angular. (Ef 2, 19-22)

¡Es ésta una imagen muy hermosa de la Iglesia! Un edificio o, mejor, un edificio en construcción, que se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Nosotros somos piedras vivas de ese edificio y en él tenemos que trabajar todos, de acuerdo a la “profesión” de cada uno. Y S. Pablo hoy nos advierte: “Mire cada uno cómo construye”. Es lo que se nos recuerda cada año, la fiesta de la Iglesia Diocesana.

          Y llamamos iglesias a los lugares donde se reúne la Iglesia (con mayúscula), el nuevo pueblo de Dios.

          La profecía de Ezequiel (1ª lect.),  nos presenta un templo, que representa a Cristo y a la Iglesia. De él brota un torrente de agua viva, que da salud y vida a todos los lugares donde llegue la corriente. ¡Hermosa imagen de la Iglesia!

           Recuerdo que cuando era pequeño e iba a la catequesis, un día el párroco preguntó a todos los niños reunidos, por dónde se entra a la Iglesia, y comenzamos a decir: por la puerta, etc. Hasta que un niño levantó la mano y dijo: “por el Bautismo”. El sacerdote le preguntó quién se lo había enseñado y dijo: “mi padre”. Aquello se grabó profundamente en nosotros. Pues de eso se trata, eso es lo que nos recuerda esta Jornada: que estamos dentro de la Iglesia, que tenemos que aprovechar su riqueza sobreabundante y que tenemos que colaborar en su crecimiento y desarrollo, de acuerdo a su triple misión: evangelización, culto y caridad. No podemos ver ni menos enjuiciar a la Iglesia desde fuera, como sucede en un partido de fútbol, en el que los espectadores protestan de todo: de los jugadores, del árbitro, de todo, menos de sí mismos, porque han pagado, han comprado la entrada. Cuando contemplamos a la Iglesia desde dentro, una Iglesia en la que estamos trabajando todos; que depende de lo que haga cada uno y de la gracia de Dios, la cosa cambia.

                                                                                        

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 22:59  | Espiritualidad
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DEDICACIÓN BASÍLICA DE SAN JUAN DE LETRÁN

 MONICIONES

 

PRIMERA LECTURA

          El profeta Ezequiel nos presenta la imagen de un templo, del que sale un torrente de agua, que lleva salud y vida adondequiera que llegue la corriente. Prefigura a Cristo y a la Iglesia. Escuchemos con atención.

 

SEGUNDA LECTURA

          “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?”, escuchamos en la segunda lectura. Es una visión hermosa de la Iglesia. Veamos como lo explica San Pablo,

 

TERCERA LECTURA

          La expulsión de los mercaderes del templo nos impresiona a todos. En adelante el Cuerpo de Jesucristo Resucitado, es el verdadero y único templo de Dios.

          Aclamemos al Señor con el canto del aleluya.

 

COMUNIÓN

          En la Comunión recibimos el Cuerpo de Cristo Resucitado, verdadero templo del Dios vivo. Démosle gracias por pertenecer a la Iglesia y pidámosle que nos ayude para que trabajemos en ella con intensidad, según la vocación y las posibilidades de cada uno.


Publicado por verdenaranja @ 22:54  | Liturgia
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Jueves, 06 de noviembre de 2014

Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)


Domingo 9 de noviembre - Dedicación de la Basílica de san Juan de Letrán. Ciclo A


Textos: Ez 47:1-2, 8-9, 12; 1 Corintios 3:9-11, 16-17; Juan 2:13-22

Idea principal: Somos templos vivos.


Síntesis del mensaje:Evidentemente, el templo es un lugar de encuentro del hombre con Dios, es el lugar consagrado a Dios donde los fieles se reúnen para darle culto. El templo es tan antiguo como el hombre. En todas las civilizaciones, en todas las culturas de las que tenemos noticia, aparece, con toda certeza, el templo. Es lógico. El hombre es un ser sociable y sensible: necesita colectiva y materialmente tener un lugar donde acercarse a Dios, un lugar en el que su Dios reciba culto y donde puede pacífica y serenamente hablar con él. San Juan, cuya fiesta celebramos en este domingo, es el primer gran templo cristiano construido en Roma por el emperador Constantino en el Laterano, después de las persecuciones, en el siglo IV; es la catedral del Papa como obispo de Roma. La Basílica de Letrán es la iglesia-madre de Roma, dedicada primero al Salvador y después también a San Juan Bautista. Fue consagrada por el papa Silvestre el año 324.


Puntos de la idea principal:

En primer lugar, la Basílica de San Juan de Letrán es símbolo de la unidad de todas las comunidades cristianas con Roma y nos recuerda que todos estamos construidos sobre el mismo cimiento de Jesucristo. Cada uno de nosotros participamos en la construcción de la iglesia. San Agustín recomienda: "Cuando recordemos la Consagración de un templo, pensemos en aquello que dijo San Pablo: ´Cada uno de nosotros somos un templo del Espíritu Santo´.Esta celebración fue primero una fiesta de la ciudad de Roma; más tarde se extendió a toda la Iglesia de rito romano, con el fin de honrar aquella basílica, que es llamada «madre y cabeza de todas las iglesias de la Urbe y del Orbe», en señal de amor y de unidad para con la cátedra de Pedro que, como escribió san Ignacio de Antioquía, «preside a todos los congregados en la caridad».


En segundo lugar,Dios está en todas partes y no solo en el templos que los hombres edifican. Sin embargo, ya desde el Antiguo Testamento Dios enseña a su pueblo la importancia de los lugares santos consagrados a El.Aquí, donde estamos reunidos ahora celebrando la Eucaristía, ¡cuántas cosas importantes han pasado! Seguramente que muchos de los presentes han sido bautizados en este templo, y han iniciado así su camino cristiano. Muchos también han recibido aquí la primera comunión y desde aquella primera vez han continuado participando cada domingo en la Misa. Quizá también han recibido aquí la confirmación, o han celebrado su matrimonio. Y más de una vez han venido a decir el último adiós, y a rezar, por algún pariente o amigo difunto. O han entrado aquí a rezar ante el sagrario. Este templo es una señal visible de todo esto y todas las iglesias nos recuerdan que Dios está presente en medio de los hombres y participa de todas nuestras vicisitudes.


Finalmente, todos nosotros hemos sido consagrados "templo de Dios" el día de nuestro bautismo. Por esa razón todo hombre merece respeto, estimación, valoración. "Si alguno destruye el templo de Dios, Él lo destruirá porque el templo de Dios es santo: ese templo son ustedes". Cada hombre y cada mujer son sagrados. No podemos convertir a nuestro hermano en esclavo o servidor nuestro, en alguien a quien no sabemos perdonar, comprender, ayudar. Nadie es un instrumento, un productor o un objeto de placer para nosotros. Cada hombre y cada mujer, sea barrendero o artista de cine, sea gobernante o un obrero sin trabajo, sea viejo o niño, sea un ejecutivo triunfante o un minusválido, sea una mujer llena de belleza o una mujer fea, sea un policía o un terrorista, todos son "sagrados", son templo de Dios. Merecedores de todo amor, de todo respeto, de toda comprensión.


Para reflexionar: Conservemos nuestra alma bella y limpia, como le agrada a Dios que sean sus templos santos. Así vivirá contento el Espíritu Santo en nuestra alma. El Templo es, en primer lugar, el corazón del hombre que ha acogido Su Palabra. Aunque rezar en casa debe ser una práctica diaria, no es suficiente. Jesús quiso salvarnos del pecado, no por separado, sino unidos como un pueblo. Por eso instituyó la Iglesia. Esta se congrega en el templo. 


Para rezar: Señor,que la Eucaristía de hoy nos haga vivir más intensamente los cimientos de nuestra fe. Que siempre que entremos en esta iglesia, o en cualquier otra iglesia, o siempre que pasemos por delante de la misma, se renueven estos cimientos. Sobre todo debemos dar frutos en el cumplimiento de los mandamientos, especialmente del mandamiento "nuevo" de la caridad que es el cimiento que sostiene a la Iglesia fundada por Cristo.


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Reflexión de José Antonio pagola al evangelio de la fiesta de Dedicación de la Iglesia de Letrán

¿CÓMO ES NUESTRA RELIGIÓN?

          El episodio de la intervención de Jesús en el templo de Jerusalén ha sido recogido por los cuatro evangelios. Es Juan quien describe su reacción de manera más gráfica: con un látigo Jesús expulsa del recinto sagrado a los animales que se están vendiendo para ser sacrificados, vuelca las mesas de los cambistas y echa por tierra sus monedas. De sus labios sale un grito: “No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”.

          Este gesto fue el que desencadenó su detención y rápida ejecución. Atacar el templo era atacar el corazón del pueblo judío: el centro de su vida religiosa, social y económica. El templo era intocable. Allí habitaba el Dios de Israel. Jesús, sin embargo, se siente un extraño en aquel lugar: aquel templo no es la casa de su Padre sino un mercado.

          A veces, se ha visto en esta intervención de Jesús su esfuerzo por “purificar” una religión demasiado primitiva, para sustituirla por un culto más digno y unos ritos menos sangrientos. Sin embargo, su gesto profético tiene un contenido más radical: Dios no puede ser el encubridor de una religión en la que cada uno busca su propio interés. Jesús no puede ver allí esa “familia de Dios” que ha comenzado a formar con sus primeros discípulos y discípulas.

          En aquel templo, nadie se acuerda de los campesinos pobres y desnutridos que ha dejado en las aldeas de Galilea. El Padre de los pobres no puede reinar desde este templo. Con su gesto profético, Jesús está denunciando de raíz un sistema religioso, político y económico que se olvida de los últimos, los preferidos de Dios.

          La actuación de Jesús nos ha de poner en guardia a sus seguidores para preguntarnos qué religión estamos cultivando en nuestros templos. Si no está inspirada por Jesús, se puede convertir en una manera “santa” de cerrarnos al proyecto de Dios que él quería impulsar en el mundo. La religión de los que siguen a Jesús ha de estar siempre al servicio del reino de Dios y su justicia.

          Por otra parte, hemos de revisar si nuestras comunidades son un espacio donde todos nos podemos sentir en “la casa del Padre”. Una comunidad acogedora donde a nadie se le cierran las puertas y donde a nadie se excluye ni discrimina. Una casa donde aprendemos a escuchar el sufrimiento de los más desvalidos y no solo nuestro propio interés.

          No olvidemos que el cristianismo es una religión profética nacida del Espíritu de Jesús para abrir caminos al reino de Dios construyendo un mundo más humano y fraterno, encaminado así hacia su salvación definitiva en Dios.

José Antonio Pagola

Red Evangelizadora BUENAS NOTICIAS
9 de Noviembre de 2014
Dedicación de la Iglesia de Letrán
Juan 2, 13.22

         


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Mi?rcoles, 05 de noviembre de 2014

A continuación el texto completo de la catequesis del Santo Padre durante la audiencia general del miércoles 05 de Noviembre de 2014 (Zenit.org) :

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hemos escuchado las cosas que el apóstol Pablo dice al obispo Tito. Pero, ¿cuántas virtudes debemos tener los obispos? ¿Hemos escuchado todos no? Y no es fácil, no es fácil porque nosotros somos pecadores pero nos confiamos en vuestra oración para que al menos nos acerquemos a estas cosas que el apóstol Pablo aconseja a todos los obispos. ¿De acuerdo? ¿Rezareis por nosotros?

Ya hemos tenido forma de subrayar, en las catequesis precedentes, como el Espíritu Santo colma siempre la Iglesia de sus dones, con abundancia. Ahora, en la potencia y en la gracia de su Espíritu, Cristo no deja de suscitar ministerios, para edificar las comunidades cristianas como su cuerpo. Entre estos ministerios, se distingue el episcopal. En el obispo, asistido por presbíteros y diáconos, está Cristo mismo que se hace presente y que continúa cuidando de su Iglesia, asegurando su protección y su guía.

En la presencia y en el ministerio de los obispos, de los presbíteros y de los diáconos podemos reconocer el verdadero rostro de la Iglesia: es la Santa Madre Iglesia Jerárquica. Y realmente, a través de estos hermanos elegidos por el Señor y consagrados con el sacramento del Orden, la Iglesia ejercita su maternidad: nos genera en el Bautismo como cristianos, haciéndonos renacer en Cristo; vigilia en nuestro crecimiento en la fe; nos acompaña a los brazos del Padre, para recibir su perdón; prepara para nosotros la mesa eucarística, donde nos nutre con la Palabra de Dios y el Cuerpo y la Sangre de Jesús; invoca sobre nosotros la bendición de Dios y la fuerza de su Espíritu, sosteniéndonos durante toda nuestra vida y envolviéndonos con su ternura y su calor, sobre todo en los momentos más delicados de la prueba, del sufrimiento y de la muerte.

Esta maternidad de la Iglesia se expresa en particular en la persona del obispo y en su ministerio. De hecho, como Jesús ha elegido los apóstoles y los ha enviado a anunciar el Evangelio y a pastar su rebaño, así los obispos, sus sucesores, son puestos a la cabeza de las comunidades cristianas, como garantes de su fe y como signo vivo de la presencia del Señor en medio de ellos. Comprendemos, por tanto, que no se trata de una posición de prestigio, de una carga honorífica. El episcopado no es un honor, es un servicio y esto Jesús lo ha querido así. No debe haber sitio en la Iglesia para la mentalidad mundana. La mentalidad mundana habla de 'este hombre ha hecho la carrera eclesiástica y se ha hecho obispo'. En la Iglesia no debe haber sitio para esta mentalidad. El episcopado es un servicio no un honor para presumir. Ser obispos quiere decir tener siempre delante de los ojos el ejemplo de Jesús que, como Buen Pastor, ha venido no para ser servido sino para servir y para dar su vida por sus ovejas. Los santos obispos -y hay muchas en la historia de la Iglesia, tantos obispos santos- nos muestran que este ministerio no se busca, no se pide, no se compra, sino que se acoge en obediencia, no para elevarse, sino para abajarse, como Jesús que "se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz". Es triste cuando se ve un hombre que busca este oficio, y que hace tantas cosas para llegar allí, y cuando llega allí no sirve, se pavonea, vive solamente por su vanidad.

Hay otro elemente precioso, que merece ser destacado. Cuando Jesús eligió y llamó a los apóstoles, los ha pensado no separados uno del otro, cada uno por cuenta propia, sino juntos, para que estuvieran con Él, unidos, como una sola familia. También los obispos constituyen un único colegio, recogido entorno al Papa, el cual es guardián y garante de esta profunda comunión, que estaba tanto en el corazón de Jesús y en el de sus mismos apóstoles. ¡Qué bonito es cuando los obispos, con el Papa, expresan esta colegialidad! Y buscan ser más, más, más servidores de los fieles, más servidores en la Iglesia. Lo hemos experimentado recientemente en la Asamblea del Sínodo sobre la familia. Pero pensemos en todos los obispos dispersos en el mundo que, aún viviendo en localidades, culturas, sensibilidades y tradiciones diferentes y lejanas entre ellos, de una parte a la otra. Un obispo me decía el otro día que para llegar a Roma eran necesarias, desde donde él estaba, más de 30 horas de avión. Tan lejano uno de otro se convierten en expresión de una unión íntima en Cristo, y entre sus comunidades. Y en la oración común eclesial todos los obispos se ponen juntos a la escucha del Señor y del Espíritu, siendo así capaz de prestar atención más profundamente al hombre y los signos de los tiempos.

Queridos hermanos, todo esto nos hace comprender porqué las comunidades cristianas reconocen en el obispo un don grande, y están llamadas a alimentar una sincera y profunda comunión con él, a partir de los presbíteros y los diáconos. No hay una Iglesia sana si los fieles, los diáconos y los presbíteros no están unidos al obispos. Esta Iglesia no unida al obispo es una Iglesia enferma. Jesús ha querido esta unión de todos los fieles con el obispos, también de los diáconos y los presbíteros. Y esto lo hacen en la conciencia que es precisamente en el obispo que se hace visible la unión de cada Iglesia con los apóstoles y con todas las otras comunidades unidas con su obispo y el Papa en la única Iglesia del Señor Jesús, que es nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica.

(Audio traducido y transcrito por ZENIT)


Publicado por verdenaranja @ 23:10  | Habla el Papa
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Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).  (Zenit.org)

Domingo XXXII Ciclo A

Textos: Sap 6, 12-16; 1 Tes 4, 13-18; Mateo 25, 1-13

 

Idea principal: Dado que es incierto el día en que llegará el Señor para pedirnos cuentas de nuestra vida es de prudentes y sabios vivir en vigilancia perenne ahora, con la lámpara de la fe encendida, llena del aceite de nuestra caridad o buenas obras.

Síntesis del mensaje: el año litúrgico se encamina a su término y la Palabra de Dios nos invita este domingo a dirigir la mirada de la fe hacia “las cosas últimas”. Es de sabios meditar en las cosas venideras (primera lectura). Esta dimensión del más allá (escatológica) tiene que estar siempre en nuestro presupuesto existencial: ¿tendremos a la hora de la muerte la lámpara de nuestra fe encendida, las cuentas exactas y saldadas, y con el aceite de la caridad a tope para alimentar la lámpara y no quedarnos a medio camino? Después de la muerte, ya no podemos llenar la lámpara.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, miremos a estas muchachas del evangelio de hoy. Son necias y desprevenidas. Por eso hacen cuatro cosas inútiles: ruegan a las otras que las salven –ya no es tiempo-, salen de noche a buscar vendedores –es absurdo-, llegan a puerta cerrada –obvio- y gritan –sin ser oídas-: “Señor, Señor, ábrenos”. ¿Resultado? “Noos conozco”. ¿Moraleja? Tenemos que estar preparados para esta segunda venida de Cristo y no estar perdiendo el aceite de nuestra lámpara durante el camino de la vida por negligencia, por estar jugando en el carrusel de la fortuna y a los dados del placer. Yo, como san Pablo, sí creo en la segunda venida (segunda lectura). Y por eso quiero estar preparado y despierto. Y quiero ayudar a otros a prepararse conmigo. De esta manera, cuando venga el Señor nos encontrará con la lámpara de la fe encendida, con el aceite de la caridad derramándose por esa lámpara, con la conciencia tranquila y con la paz en el alma esperando el abrazo de Dios.

En segundo lugar, miremos a Cristo, aquí presentado como Esposo, pues lo que allá tendremos y saborearemos serán las bodas eternas con nuestro Salvador y sus amigos que se mantuvieron fieles a la alianza. La metáfora de las bodas simboliza la relación de amor, de índole nupcial, que se entabla entre Dios y cada uno de nosotros. ¿Por qué este Esposo Cristo llega tarde, de improviso? ¿Por qué ese grito en la noche? Cristo abre la puerta a las muchachas sensatas que estaban despiertas y tenían todo preparado y entran en la fiesta de bodas. Y, tras ellas, la puerta se cierra. Pudieron ingresar porque llenaron de aceite sus frascos, y así impidieron que la caridad, que es la llama del alma, se extinguiera. No podemos dormir. Un automovilista no puede permitirse el lujo de conducir durmiendo; un médico no puede ausentarse de una operación delicada e irse a dormir; un piloto de avión no puede convertir su cabina en salón dormitorio. Un solo instante de sueño sería fatal para tales personas y causaría un desastre nunca justificable. Así en nuestra vida cristiana.

Finalmente, y a nosotros, ¿qué nos dice esta parábola tan aleccionadora? Justamente esto: primero que estamos en la vida para ir hacia la eternidad, es decir, ese encuentro con Cristo que está ya preparando ese banquete de bodas definitivo, pues aquí en la tierra el banquete de la Eucaristía es a través del signo y del velo del sacramento; no perdamos la ruta; segundo, que tenemos que llenar siempre la lámpara de nuestra fe con el aceite de la caridad y amor, pues sólo así Jesús nos reconocerá y daremos con la puerta en medio de la oscuridad del camino; finalmente, que si no hacemos esto entraremos desgraciadamente dentro del grupo de los necios y fatuos y seremos excluidos del banquete y escucharemos de Cristo: “Noteconozco”. Con esto, el Señor nos está alertando que junto con la posibilidad de la salvación final, existe la de la condenación eterna, que muchos hoy quieren negar, escudándose en este sofisma: “Dios es tan bueno, que no permitirá que ninguno se condene”. Dios es serio. “De Dios nadie se burla. Lo que el hombre siembre, eso cosechará” (cf. Gál 6, 7). Si estuvimos jugando con la lámpara de la fe comprando otras velas en el supermercado de las sectas, tal vez se quebrará. Quien no alimenta esa lámpara con la caridad, se apagará.

Para reflexionar: ¿Tengo preparadas las maletas para mi último viaje hacia Dios? ¿Cuido mi lámpara de la fe cristiana y católica, íntegra e incontaminada? ¿Llevo aceite de caridad de repuesto durante el trayecto hacia la eternidad?

Para rezar: Señor, hazme sensato. Señor, ayúdame para no tropezar durante el camino y dejar caer mi lámpara. Señor, que camine feliz y radiante durante el trayecto hacia Ti, ayudando a mis hermanos que me necesiten, repartiendo el aceite de mi fe y amor, antes de que sea ya tarde. ¡Ven, Señor Jesús!

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Martes, 04 de noviembre de 2014

Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús en la misa en conmemoración de los fieles difuntos (Cementerio de Lanús, 2 de noviembre 2014) (AICA)

Conmemoración de los fieles difuntos

Queridos hermanos:

Quiero reflexionar sobre dos temas que nos tocan a todos profundamente: en primer lugar la vida y luego el límite de la muerte.

Dos aguijones han golpeado permanentemente a la humanidad, el pecado y la muerte; dos azotes que fueron resueltos, diluidos, derrotados, transformados por el Señor Jesucristo. Estas dos realidades pesaban tanto a la humanidad que, el que vino por amor y misericordia, dio la vida para sacarnos estos dos flagelos. Cristo cargó sobre sus espaldas la ignominia, la porquería de los hombres, sacándolos para liberarnos del pecado y de la muerte. Por eso ya no tienen la última palabra. ¡La Palabra es vida, es resurrección, es gracia, es amistad, es luz, es ternura, es misericordia! El pecado fue diluido y la muerte ya no puede obrar despóticamente. Así, aquellos que han muerto, si creían y creyeron en el Señor, vivirán.

¿Qué nos da Cristo? ¿Qué nos trae Cristo además de liberarnos de esos dos flagelos? ¡Nos da la vida eterna!, ¡nos da lo absoluto!, ¡aquello que no tiene ocaso ni fin! Es algo original, estupendo, extraordinario, saber que donde Dios está es lo absoluto, lo único, lo eterno, lo “que no pasará jamás” y permanecerá por siempre y para siempre. Cristo nos trae lo eterno.

Mientras peregrinamos en este mundo vamos caminando hacia la madurez, hacia la plenitud, o vamos involucionando, perdiendo la madurez y la plenitud. Este es el camino que tenemos para alcanzar la madurez, para ser alcanzados por Cristo, para vivir lo eterno y definitivo que es Dios. Es un camino largo que no hay que demorarlo para poder alcanzar la madurez.

La vida de un creyente, de un cristiano, está en transformación, en un proceso. Mientras tenemos tiempo podemos hacer este proceso, esta maduración y esta transformación. Pero los caminos son casi dobles o ambiguos: madurez o inmadurez, plenitud o vaciamiento, eternidad o la nada. Tenemos que saber en qué camino queremos estar, en qué camino queremos seguir para vivir en serio como creyentes.

Hoy venimos a rezar por los difuntos, por aquellos que ya partieron, por aquellos que ya han definido su vida. Y nuestra oración, en Cristo y por Cristo, puede alcanzar aquellas almas que ya no están más en el tiempo pero que están en la cercanía o en la presencia de Dios. Por eso podemos rezar por nuestros queridos difuntos, por las almas del Purgatorio, por aquellos que tengan alguna pena que sanar; es así que por la caridad, por la oración, podemos alcanzarlos y llevarles este regalo.

La oración y la fe, no tienen límites ni fronteras; traspasan el tiempo y la contingencia de lo histórico llegando a aquellos que ya han partido, porque en Dios no hay tiempo, porque es eterno. Cuando rezamos por ellos lo hacemos por lo eterno, por lo absoluto. ¡Qué consuelo nos da Dios!

Fijémonos que tenemos un apetito tan infinito que no podemos dejar de gustar, de anhelar, de buscar, y el único capaz de saciar el corazón humano ¡es Dios! ¡Lo demás es figurita! Dios nos da esa paz, nos la regala, nos la concede por gracia, por su bondad; y podemos recibirla y estar siempre en actitud de agradecimiento.

También es cierto que la fe -que nos hace reconocer que Jesucristo es Dios de vivos y no de muertos- nos hace reconciliarnos y reconciliar con aquellos que ya han partido. Cristo es el bálsamo, el ungüento, para nuestras heridas. A los que han partido debemos dejarlos ir tranquilos y no vivir con el remordimiento, la nostalgia, la tristeza, la pena que no tiene consuelo, o la amargura, o ignorando todo para no sufrir. Tanto una cosa como otra, para mí, están equivocados.

Tenemos que saber ofrecer y dejar partir a nuestros queridos difuntos, para que en la fe ellos nos perdonen, si alguna vez los hemos ofendido. Y que también seamos capaces de perdonar si alguna vez ellos nos han ofendido.

Para vivir en paz, reconciliados, con serenidad, no hay otro camino en la vida humana de la historia de no vivir en paz. En paz con uno mismo, con los demás, con los vivos, con los difuntos, con todos. Esa paz no tiene precio, pero esa paz la pagó Cristo por nosotros. Él nos da la paz porque Él es la paz. ¡Qué consuelo!, ¡cuánta luz!, ¡cuánta ternura!, ¡cuánto amor!

Que seamos capaces de recibirlo y de vivir una vida en la que todavía tenemos tiempo, ¡pero no abusemos!, porque no sabemos cuánto tiempo tendremos, tanto en calidad como en cantidad de tiempo. ¿Quién sabe cuánto tiempo va a vivir? ¡Ninguno de nosotros! Pero ciertamente tenemos que ganar la vida y ¿saben cómo?: viviendo éste presente en la presencia de Dios, vivir aquí y ahora en Dios. Así, lo eterno ya ha comenzado y nadie nos lo va a quitar. Vivir en Dios, con los demás, con las personas, con la Iglesia, en el apostolado, en el servicio, en la fidelidad, en todo ¡vivir éste presente en la presencia de Dios!

Estoy convencido que las cosas hay que hacerlas en vida; las cosas hay que darlas en vida. En vida se reza, se ama, se sirve, se hace obra; en vida se es fiel, se entrega por Cristo, por la Iglesia y por los demás. Lo otro son palabras y “las palabras se las lleva el viento”, pero las obras permanecen para siempre.

¡Qué cosa hermosa es saber que Dios está tocando nuestra existencia! Y está tocando la existencia de nuestros seres queridos difuntos, que tiene más gloria haber vivido que no vivido y que sus nombres están anotados en el Libro, ante la presencia de Dios.

¡Qué cosa hermosa es saber que no somos un número, ni un olvido, ni una placa! Somos personas que participamos y vivimos en la presencia de Dios, aunque ya hayamos partido. Como decía muy bien “aunque hubiera muerto, quien cree en Mí, vivirá”, porque Dios es Dios de vivos y no de muertos.

Le damos gracias a Jesús porque rompió nuestra soledad, porque nos dio la vida eterna, porque tenemos y contamos con su amor, transformó nuestra existencia, nos iluminó; pero también le decimos “Señor, ya que contamos contigo, te pedimos que puedas contar con nosotros”

Se lo pedimos al Señor, por medio de la Virgen para que ella nos ayude a vivir el consuelo y la esperanza de saber que la vida en Dios no tiene ocaso y no tiene fin.

Que así sea.

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


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Lunes, 03 de noviembre de 2014

Alocución de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz (2 de noviembre de 2014) (AICA)

Conmemoración de todos los fieles difuntos

 Celebramos este domingo la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos. Lo hacemos desde la fe, ello no significa negar o suprimir el dolor por la ausencia de nuestros seres queridos, sino vivir con esperanza y confianza la verdad plena de todo hombre. La fe amplía el horizonte de nuestra mirada, porque nos hace ver desde Dios el sentido último de nuestra vida y el significado de nuestra presencia en el mundo. No somos algo más en la creación, sino personas únicas, amadas por Dios y con un destino de eternidad. ¡Qué real y pedagógica es la imagen que nos define como peregrinos! Caminamos con la certeza de una esperanza que se apoya en la palabra de Jesucristo. Él es fiel, y ha venido, precisamente, para que no caminemos en la obscuridad. Él nos muestra el camino, nos descubre el sentido pleno de nuestra vida. La fe no es algo ajeno a la vida del hombre, sino una luz que le da un sentido y lo acompaña en su caminar.

Esto nos ayuda a comprender por qué celebramos a los fieles difuntos. Podría parecer que no habría motivos para celebrar algo que nos ha entristecido. Sin embargo, es una celebración que tiene un profundo sentido humano y espiritual. San Pablo, cuando les habla a los cristianos de Tesalónica, les dice: “No queremos, hermanos, que vivan en la ignorancia acerca de los que ya han muerto, para que no estén tristes como quienes no tienen esperanza” (1 Tes. 4, 13). Les habla de no estar tristes, como quienes no tienen esperanza, por no conocer el sentido pleno de la verdad del hombre como hijo de Dios. Esto es lo propio de la fe. Dios no nos ha creado para la muerte sino para la vida, que hoy ya la estamos viviendo y va en camino a una plenitud. La muerte es un momento de nuestra vida, pero no la última palabra. Desde la resurrección de Jesucristo podemos decir con la confianza de san Pablo: “La muerte ha sido vencida. E interrogarla desde la certeza de la fe: ¿Dónde está muerte, tu victoria? ¡Demos gracias a Dios, concluye Pablo, que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo! (1 Cor. 15, 54-57).

Esta dimensión teológica y espiritual no nos debe hacer indiferentes frente a la realidad humana del dolor, al que debemos asumir y acompañar con nuestra presencia y oraciones. Es un signo de fe en este día acercarnos a rezar por nuestros fieles difuntos, tal vez yendo a un cementerio, visitando o llamando a los familiares que han perdido un ser querido. La fe no nos encierra en el dolor, nos hace partícipes de él, pero nos abre a una esperanza que se apoya en la certeza del amor de Dios que hemos conocido por Jesucristo. ¿Qué importante, por ello, es conservar la sabia costumbre de poner un crucifijo como señal de nuestra esperanza!

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


Publicado por verdenaranja @ 21:03  | Hablan los obispos
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En la conmemoración de los Fieles Difuntos, el papa Francisco rezó el domingo, 02 de noviembre de 2014,  la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro. (Zenit.org)

"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Ayer celebramos la solemnidad de Todos los Santos, y hoy la liturgia nos invita a conmemorar a los fieles difuntos. Estas dos fiestas están íntimamente relacionadas entre ellas, así como la alegría y las lágrimas encuentran en Jesucristo una síntesis que es el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza. Por un lado, en efecto, la Iglesia, peregrina en la historia, se regocija por la intercesión de los santos y beatos que la sostienen en la misión de anunciar el Evangelio; por otro lado, ella, como Jesús, comparte las lágrimas de los que sufren la separación de sus seres queridos, y como Él y gracias a Él se hace eco del agradecimiento al Padre que nos ha librado del dominio del pecado y de la muerte.

Entre ayer y hoy muchos hacen una visita al cementerio, que, como dice la misma palabra, es el "lugar de descanso", en la espera del despertar final. Es bello pensar que será Jesús mismo el que nos despierte. Jesús mismo ha revelado que la muerte del cuerpo es como un sueño del cual Él nos despierta. Con esta fe nos sostenemos --incluso espiritualmente-- ante las tumbas de nuestros seres queridos, de los que nos han amado y han hecho algún bien. Pero hoy estamos llamados a recordar a todos, también a aquellos que nadie recuerda. Recordamos a las víctimas de las guerras y de la violencia; muchos "pequeños del mundo" aplastados por el hambre y la miseria; recordamos a los anónimos que descansan en el osario común. Recordamos a los hermanos y hermanas asesinados por ser cristianos; y a cuantos han sacrificado sus vidas por servir a los demás. Confiamos al Señor especialmente a cuantos nos han dejado en este último año.
 
La tradición de la Iglesia siempre ha exhortado a rezar por los difuntos, en particular, ofreciendo la Celebración Eucarística por ellos: esta es la mejor ayuda espiritual que podemos dar a sus almas, particularmente a aquellas más abandonadas. El fundamento de la oración de sufragio se encuentra en la comunión del Cuerpo Místico. Como reitera el Concilio Vaticano II, "la Iglesia peregrina en la tierra, muy consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros días de la religión cristiana, ha honrado con gran respeto la memoria de los muertos" (Lumen gentium, 50).

La memoria de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios son testimonio de una confiada esperanza, radicada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre el destino humano, porque el hombre está destinado a una vida sin límites, que tiene su raíz y su cumplimiento en Dios. Dirigimos a Dios esta oración:

Dios de infinita misericordia, confiamos a tu inmensa bondad a cuantos han dejado este mundo para la eternidad, donde tú esperas a toda la humanidad, redimida por la sangre preciosa de Jesucristo, muerto en rescate por nuestros pecados.

No mires, Señor, tantas pobrezas, miserias y debilidades humanas con las que nos presentaremos ante el tribunal para ser juzgados para la felicidad o la condena.

Míranos con la mirada piadosa que nace de la ternura de tu corazón, y ayúdanos a caminar en el camino de una completa purificación.

Que ninguno de tus hijos se pierda en el fuego eterno, donde ya no puede haber arrepentimiento.

Te confiamos, Señor, las almas de nuestros seres queridos, y de las personas que han muerto sin el consuelo sacramental o no han tenido manera de arrepentirse ni siquiera al final de su vida.

Que nadie tenga el temor de encontrarte después de la peregrinación terrenal, en la esperanza de ser acogidos en los brazos de la infinita misericordia.

La hermana muerte corporal nos encuentre vigilantes en la oración y llenos de todo bien, recogido en nuestra breve o larga existencia.

Señor, que nada nos aleje de ti en esta tierra, sino que en todo nos sostengas en el ardiente deseo de reposar serena y eternamente.

Amén.

Con esta fe en el destino supremo del hombre, nos dirigimos a la Virgen, que ha padecido bajo la Cruz el drama de la muerte de Cristo y ha participado después en la alegría de su resurrección. Nos ayude Ella, Puerta del Cielo, a comprender siempre más el valor de la oración de sufragio por los difuntos. ¡Ellos están con nosotros! Nos sostenga en nuestra peregrinación diaria en la tierra y nos ayude a no perder jamás de vista la meta última de la vida que es el Paraíso. Y nosotros, con esta esperanza que nunca decepciona, ¡vamos adelante!"

Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus:

Angelus Domini nuntiavit Mariae...

Al concluir la plegaria, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Pontífice:

"Queridos hermanos y hermanas,

saludo a las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones y a todos los peregrinos venidos de Roma, Italia y muchas partes del mundo. En particular, saludo a los fieles de la diócesis de Sevilla (España), Case Finali en Cesena y los voluntarios de Oppeano y Granzette que hacen payaso terapia en los hospitales. Los veo allí. Seguid haciendo esto que hace tanto bien a los enfermos". 

Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:

"Os deseo un buen domingo, en la memoria cristiana de nuestros seres queridos fallecidos. No os olvidéis de rezar por mí. 

¡Buen almuerzo y hasta pronto!"


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Domingo, 02 de noviembre de 2014

Resucitaremos con Él por Mons. Enrique Díaz Diaz. SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 30 de octubre de 2014 (Zenit.org)

Todos los fieles difuntos

Sabiduría 3, 1-9: “Los aceptó como un holocausto agradable”
Salmo 26: “Espero ver la bondad del Señor”
I San Juan 3, 14-16: “Estamos seguros de haber pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos”
San Mateo 25, 31-46: “Vengan, benditos de mi Padre”

Recogiendo una tradición que viene de siglos, se renueva hoy la fuerte presencia de los que amamos y ya están en el más allá. En un ambiente de espiritualidad y misticismo, roto “sólo” por las impertinencias de los turistas, las alegatas de los borrachos, los ofrecimientos de los comerciantes y el interminable pasar de los curiosos, Doña Mariana vive su “noche de muertos”. El perfumado olor de las flores se mezcla con los exquisitos aromas de los alimentos y con la cera de miles de velas y veladoras. Doña Mariana deja que sus recuerdos y sus oraciones se unan a la belleza de los multicolores arcos y floreros que rodean la tumba de sus antepasados. Si bien su altar es pequeñito, ha dispuesto todo lo necesario para hacer presente a sus seres amados: calabaza, chayote, pan, dulces, atole... Tantas cosas que les gustaban a sus difuntos y que ahora les ofrece. Los siente muy cercanos, los vive y revive una y otra vez en una noche de comunión, de intimidad, de presencia. Para ella no están muertos, sólo un poco ausentes, y en esta noche platica, reza, llora y canta con ellos y por ellos. Es su “noche de muertos”. ¡No! Reclama con energía el Padre Toño. No es noche de muertos es la “Fiesta de las almas”, lo que celebramos los purépechas. Es la fiesta de los que creemos en la vida del más allá, es la fiesta de la resurrección que nunca han entendido quienes la miran desde fuera.

Siempre la inquietante pregunta del más allá. Los poetas, los filósofos, los artistas, todos los hombres se han planteado preguntas sobre uno de los más grandes misterios de la humanidad: la muerte. Es curioso, en una encuesta realizada entre jóvenes de ciudad, se encontró que era mayor el porcentaje de los que creen en la reencarnación que en la resurrección, aún diciéndose cristianos. Incluso, medio entre bromas y en serio, se convencen y se preguntan qué habrían sido en su vida anterior: un animal, una planta o alguna otra persona; y hay quienes se lo creen a pie juntillas, sin hacerse ningún cuestionamiento serio de lo que esto implica. Se olvidan de que una persona es única e irrepetible. Por el contrario, lo que hoy celebramos es nuestra fe en la vida eterna. Creemos que hay una vida más allá, a la que nos invita Jesús, que queremos compartir con Él y con todos nuestros hermanos. Esta certeza nos da esperanza para hacer nuestro camino y es una fortaleza grande para vivir la ausencia de quienes se han ido antes que nosotros. Ellos solamente se nos han adelantado en nuestro camino y ya nos esperan en el cielo.

Cristo nos ofrece una respuesta ante la muerte. Al tomar nuestra carne también ha querido tomar todas nuestras limitaciones. Ha caminado nuestros caminos, ha bajado por nuestras veredas y se ha hecho presente en nuestras vidas. También Él ha expresado su soledad y su dolor ante la muerte, ha llorado la ausencia de su amigo Lázaro y ha gritado de dolor ante la cercanía de su propia muerte: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”. Jesucristo real, carne frágil y mortal, se une a la humanidad hasta las últimas consecuencias. El Hijo de Dios se acerca tanto a nosotros que es depositado como un cadáver en la sombra del sepulcro. Pero no permanece en el silencio de la muerte y ni es vencido por la muerte, al contrario sale victorioso y triunfante en su Resurrección y nos espera en la casa del Padre. En la victoria de Cristo encuentra sentido nuestra muerte y nuestra esperanza en la vida futura, en la resurrección de nuestros hermanos y en la propia resurrección. Por eso en este día, aunque sentimos la nostalgia de los seres amados y extrañamos su presencia física en medio de nosotros, proclamamos con fuerza nuestra fe en la Resurrección de Jesús que es el primero entre todos nosotros y cuya vida plena esperamos compartir, y proclamamos también nuestra creencia en la resurrección de los muertos.

La resurrección de Jesús es el mensaje que primeramente predicaron los Apóstoles. Anuncian la inauguración del Reino de Dios y de la intervención divina en la historia humana, proclamando la muerte y resurrección de Jesús: “Y no hay salvación en ningún otro, pues no se nos ha dado a los hombres ningún otro nombre debajo del cielo para salvarnos” (He 4,12). Los verdaderos cristianos así expresan su esperanza y su seguridad en este acontecimiento que los sostiene y anima en los momentos más difíciles de la vida, en el dolor y la muerte. Así, al contemplar el rostro resucitado de Jesús, escuchamos las palabras que nos dice con cariño que no tengamos miedo, que en la casa de su Padre hay muchas moradas y que Él va a prepararnos un lugar donde viviremos junto a Él y a nuestros hermanos. Las palabras y el rostro de Jesús resucitado, nos alientan en el peregrinar por este mundo: “Si con Él morimos, reinaremos con Él”. De otra forma la muerte se hace incomprensible y absurda y termina en el polvo de un sepulcro.

La vida eterna es un regalo y un don pero tenemos la tarea de ir construyendo esa hermandad y ese “cielo” aquí en la tierra. Por eso en este día, también Jesús se nos presenta como el juez que nos da a conocer la condición fundamental para participar en su Reino: haber vivido como hermanos; haber compartido como hermanos, haber sido capaces de reconocerlo, amarlo y atenderlo, ¡sobre todo en los más pobres y pequeños! A veces se nos dice que la esperanza del cielo, es una enajenación que nos hace indiferentes ante las situaciones humanas; pero para Jesús es todo lo contrario. La mirada puesta en el cielo nos compromete a reconocerlo aquí en la tierra y sobre todo en los más necesitados: “Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron” Así la visión de la patria celestial al mismo tiempo que nos da esperanza, nos compromete fuertemente en la construcción de un reino más justo donde se pueda ver el rostro de Jesús en cada uno de los hombres y mujeres de nuestro mundo.

¿Cómo vivimos nosotros la muerte de nuestros seres queridos? Sintamos hoy la presencia cercana de Jesús que nos habla de ese Reino donde hay un lugar para todos. ¿Cómo vamos construyendo aquí, en medio de nosotros, ese Reino anunciado por Jesús? Reconozcámonos peregrinos, en busca de esa patria, que se tiene que construir con amor y esperanza.

Escucha, Padre Bueno, nuestras súplicas y haz que, al proclamar nuestra fe en la resurrección de tu Hijo, se avive también nuestra esperanza en la resurrección de nuestros hermanos y nuestro compromiso de construir la patria nueva. Amén.


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S?bado, 01 de noviembre de 2014

Reflexión a las lecturas del la Conmemoración de los Fieles Difuntos ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe" ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Conmemoración de los fieles difuntos

Estos días recordamos a los difuntos: ayer nos uníamos, con una inmensa alegría, a los que están en el Cielo. Hoy recordamos y oramos por los que están en el Purgatorio. Y mañana no es el día del Infierno, porque el Infierno no tiene día. “Perded toda esperanza los que entráis por esa puerta”, puso Dante en la puerta del Infierno.

Las celebraciones de estos días nos enseñan, por tanto, que el  destino de los difuntos es diverso: unos, en el Cielo, otros, en el Infierno, otros, en el Purgatorio.

En la segunda lectura, escuchábamos: “Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir premio o castigo, por lo que hayamos hecho mientras teníamos este cuerpo”. (2Co 5,1. 6-10)

Nos dice el antiguo Catecismo que el Purgatorio es “el lugar de sufrimiento donde se purifican antes de entrar en el Cielo, los que mueren en gracia de Dios, sin haber satisfecho por sus pecados”. Son formas humanas de hablar.  El Purgatorio no es, por tanto, una “puerta falsa” para entrar en el Cielo. Los que van al Purgatorio, han vivido y han muerto en comunión con Dios, pero no han satisfecho del todo, por sus pecados. Desde siempre, sabemos los cristianos que podemos y debemos ayudar a esos difuntos con nuestros sufragios: la oración, la Santa Misa, las obras de penitencia, el sacrificio y el dolor aceptados y ofrecidos al Señor, las indulgencias… En el pasado en nuestros pueblos, hubo una preocupación muy importante por los difuntos, las “ánimas del Purgatorio”. En nuestras Iglesias y archivos parroquiales se conservan pinturas y documentos que lo acreditan. Pensemos, por ejemplo, en los cuadros de ánimas, en torno a los cuales tenían lugar distintas oraciones y celebraciones por los difuntos; pensemos en los libros de las cofradías de ánimas de nuestras parroquias: cristianos que dedicaban algún tiempo y algunos medios, a meditar sobre los Novísimos y a recordar, orar y pedir oraciones por los que han muerto.

La 1ª lectura que hemos escuchado (Mac 12,43-46), valora y ensalza la obra de Judas, príncipe de Israel, diciendo que orar por los difuntos es una “idea piadosa y santa”; que es una expresión de fe en la resurrección: “si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos”. Por tanto, este día de difuntos es para los cristianos, una jornada de solidaridad, no material, sino espiritual. Tratamos de ayudar a nuestros hermanos difuntos que estén en el Purgatorio. Es un deber de caridad y gratitud rezar por ellos. De esta forma, secundamos el deseo, el anhelo del Señor, que quiere la salvación para todos los hombres, como hemos escuchado en el Evangelio (Jn 17,24-26): “Este es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria…” Este es un día apropiado para recordar una vez más, que debemos preocuparnos de la salvación de los hermanos, no sólo después de la muerte, sino, sobre todo, mientras viven y, de un modo especial, cuando se acerca la hora de la muerte. Y si nos preocupamos de pedir la salvación para los demás, hemos de darnos cuenta que tenemos que trabajar “con temor y temblor por nuestra propia salvación”. (Fil. 2,12).

Demos gracias al Señor en este día por el don de la fe, y pidámosle que derrame la abundancia de su misericordia sobre nuestros hermanos que han muerto, especialmente, sobre nuestros familiares, amigos y bienhechores, y que también ellos nos ayuden a nosotros, que peregrinamos por esta vida y que tanto necesitamos del  auxilio de Dios.

 

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 20:06  | Espiritualidad
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DOMINGO 31º DEL TIEMPO ORDINARIO A                

Conmemoración de los fieles difuntos                    

MONICIONES

 

PRIMERA LECTURA

          “Es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos”. La primera lectura,  tomada del segundo Libro de los Macabeos, alaba la obra de Judas, que manda a hacer sacrificios, en  el templo de Jerusalén, por los pecados de los caídos en la batalla, entre cuyas ropas se encontraron pequeños ídolos.

SALMO

Creemos en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro, porque nos fiamos de Dios, de su Palabra. Es lo que hacemos ahora en el salmo responsorial.

 

SEGUNDA LECTURA

          S. Pablo, con una gran claridad y seguridad, nos habla de nuestra fe en la vida futura, y nos ayuda a comprender que ello nos exige una manera característica de vivir y de morir.

 

TERCERA LECTURA

          Nuestra preocupación por la salvación eterna de nuestros difuntos, halla eco en el corazón misericordioso de Dios, que quiere que todos los hombres se salven. Él ha ido a prepararnos sitio, porque quiere que donde Él está, estemos también nosotros.

          Aclamémosle ahora con el canto del aleluya.

 

COMUNIÓN

          La muerte nos recuerda nuestra condición de peregrinos y, por tanto, de la necesidad que tenemos de alimentarnos con Cristo, Pan de vida, para no desfallecer por el camino. Pidamos al Señor que acoja, compasivo y misericordioso, a nuestros difuntos; y a nosotros nos ayude a dar testimonio en todas partes, de nuestra fe en la victoria definitiva sobre la muerte.

         


Publicado por verdenaranja @ 19:54  | Liturgia
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