Martes, 30 de diciembre de 2014

Reflexión a las lecturas de la fiesta de Santa María Madre de Dios, ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR".

Santa María, Madre de Dios

 

¡Hoy (el día 1 de Enero) todo se centra en el Año Nuevo! Pero hay además, otras cosas que llaman nuestra atención. Veamos:

El Nacimiento del Señor es una fiesta muy grande y “no cabe” en un solo día. Por eso, lo hemos venido celebrando toda la semana, hasta llegar a este día. Hoy es la Octava de la Navidad; con la de Pascua, son las únicas octavas de la Liturgia renovada por el Vaticano II. “Y a los ocho días, tocaba circuncidar al Niño”, dice el Evangelio de hoy. “Y le pusieron por nombre Jesús”, que quiere decir: “Yahvé salva” o “Salvador”. Así lo había anunciado el ángel a María y a José.

Aunque la Santísima Virgen está presente en toda la Navidad, los cristianos, desde los primeros siglos, han dedicado el día octavo a honrarla con el título de Madre de Dios. Es su fiesta más importante. No significa, por supuesto, que la Virgen María sea una “diosa”, que sea tan grande como Dios, que exista antes que Él, etc.  Se trata de que el Niño que se forma en su seno y da a luz, es el Hijo de Dios hecho hombre. Este es el título más grande e importante que podemos dar a María; y, en torno a su Maternidad divina, se sitúan y se entienden todos los privilegios y gracias singulares que Dios la otorga, y que están expresados en estas cuatro verdades de fe acerca de la Virgen María: la Maternidad Divina, la Concepción Inmaculada, la Virginidad perfecta y perpetua y la Asunción en cuerpo y alma al Cielo. 

En la segunda lectura de hoy, S. Pablo nos ayuda a situar a María en el  proyecto y en la realización de la obra de la salvación de Dios Padre, sobre toda la humanidad. Por eso, dice que envió a su Hijo, nacido de una mujer, “para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción”.  Ella es, por tanto, como “un puente” por donde llegó a nosotros  el Salvador; y su cooperación singular a la obra de la salvación, hace que sea también Madre de la Iglesia, Madre espiritual de todos y cada uno de los cristianos. De este modo, ella ocupa, al mismo tiempo, el lugar más alto y más próximo a nosotros: el más alto, como Madre de Dios; el más próximo, como Madre nuestra. Y eso hace que los cristianos nos acojamos siempre a su intercesión y que tratemos de amarla, imitarla, conocerla más y más…

Hoy comienza un Nuevo Año. ¡Cuántos interrogantes! Año de una crisis que continúa, a pesar de los avances, y, por tanto, año de especial esfuerzo y trabajo; año también de ilusiones y de esperanzas. Y lo comenzamos poniendo nuestra confianza en la intercesión y en la protección de la Madre de Dios. Implorando de ella, sobre todo, el don de la paz. En efecto, el primero de enero, desde hace mucho tiempo, es en la Iglesia, la Jornada Mundial de la Paz. Se ha dicho que la paz del corazón es el fundamento de toda paz verdadera, y que es el don más grande que podemos recibir de Dios en esta vida.

Que la Virgen, Madre de Dios, interceda con bondad por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

                                                                   ¡FELIZ AÑO NUEVO!


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SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

 MONICIONES 

PRIMERA LECTURA

          El texto del Antiguo Testamento que ahora escucharemos, era la fórmula de bendición que los sacerdotes de Israel recitaban sobre el pueblo, como final de los actos de culto. Para nosotros pueden significar una plegaria de Año Nuevo.

 

SALMO

          Unámonos a la oración del salmo, pidiendo la bendición del Señor, con el deseo ardiente de que todos los pueblos de la tierra le conozcan y le alaben.

 

SEGUNDA LECTURA

          Escuchemos con atención la segunda lectura. En ella se nos presenta a la Virgen María como Madre del Hijo de Dios, que nos trae la salvación.

 

TERCERA LECTURA

          Los pastores encuentran a María, a José y al Niño, acostado en el pesebre. A los ocho días, le ponen el nombre de Jesús que significa: Yahvé salva, Salvador. Que Él nos conceda salvación abundante a todos, en el Año que comenzamos.

Acojamos ahora su Palabra con el canto gozoso del aleluya.

 

COMUNIÓN

          En la Comunión vamos a recibir el Cuerpo de Cristo, que se formó en el seno bendito de la Virgen María.

          Ojalá que durante todo el año, que comenzamos, sepamos alimentarnos bien y con frecuencia de este Pan.

 


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Comentario a la liturgia dominical por el P. . Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

Ciclo B

Textos: Nm 6, 22-27; Gal 4, 4-7: Lc 2, 16-21

Idea principal: Hoy celebramos la solemnidad de Santa María, Madre de Dios y el día internacional de la paz.

Síntesis del mensaje: Fue el Papa Pablo VI quien trasladó al día 1 de enero la fiesta de la Maternidad divina de María, que antes caía el 11 de octubre. En efecto, antes de la reforma litúrgica realizada después del concilio Vaticano II, en el primer día del año se celebraba la memoria de la circuncisión de Jesús en el octavo día después de su nacimiento —como signo de sumisión a la ley, su inserción oficial en el pueblo elegido— y el domingo siguiente se celebraba la fiesta del nombre de Jesús.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, en este primer día del año ponemos a Santa María como intercesora, para que nos consiga la paz que necesitamos. Es el primer día del año y se lo dedicamos a Ella, a la Madre de Dios, a la Reina de la Paz, para que bendiga también todos nuestros esfuerzos y deseos de paz. La escena del Evangelio también nos trae sentimientos de paz. Volvemos a Belén, al pesebre, a contemplar “a María, a José, y al niño acostado en el pesebre”. Nos unimos a los pastores en este momento de adoración, contemplando esta escena, sintiéndonos parte de ella, como aquella gente sencilla que supo ver en aquel niño a todo un Dios que venía a nacer entre nosotros. También damos gloria a Dios, como los pastores, por haberle descubierto en nuestras vidas, por haber dejado que Dios nazca, un año más, en nuestros corazones. Ese niño llena nuestros corazones y nuestras vidas de paz, de su paz. “La paz os dejo, mi paz os doy”. Una paz verdadera y para siempre.

En segundo lugar, pedimos en este día que el Señor se fije en nosotros y nos conceda la paz. Es esta una oración que hacía todo buen israelita, y es una oración y un deseo que debemos hacer hoy nuestro todas las personas de buena voluntad. Queremos que el Señor conceda la paz, su paz, a todos nuestros familiares y amigos, y a todas las personas que quieran recibirla, al mundo entero. Hoy es la jornada mundial de la paz. ¡La paz de Dios! El salmo 84 nos dice que la justicia y la paz se abrazan, se besan. Queremos una paz que sea fruto de la justicia, no una paz impuesta violentamente por la fuerza de las armas o por la fuerza del dinero. No queremos la paz de personas que viven aplastadas por el poder político, o social, o económico. No queremos la paz de los cementerios. Queremos la paz de los cuerpos y de las almas, la paz material y la paz espiritual. Sabemos que esta paz de Dios no la podemos conseguir plenamente mientras vivamos en esta tierra, pero debemos aspirar cada día a acercarnos un poco más a ella. Tampoco la vamos a conseguir con nuestras solas fuerzas humanas, necesitamos la ayuda de Dios. Por eso, vamos a pedirle hoy a Dios que, por intercesión de su madre, Santa María, se fije en nosotros y nos conceda la paz.

Finalmente,este es un día para dar gracias a Dios. Gracias por todo lo que hemos vivido en este año que terminamos, gracias por lo que viviremos en el año que comienza, gracias por todo lo nuevo que aparece en nuestra vida. Le pedimos a Dios que todos los buenos deseos que tenemos y que nos decimos en el Nuevo Año sepamos hacerlos realidad. Hacemos nuestro propósito de favorecer todo lo que ayude a que haya más felicidad para todos, amigos y desconocidos. Este es nuestro deseo: "Paz y bien para todos".

Para reflexionar: ¿Cómo inicio el nuevo año: con esperanza y fe? ¿Con alegría y optimismo? ¿Dispuesto a generar la paz en mi familia y por donde vaya?

Para rezar: Porque Jesús, fue nacido de mujer, amamos y veneramos el nombre de esa mujer:María. Porque María, es espejo de la humanidad redimida, bendecimos y suspiramos, en este Año Nuevo, a la nueva Eva, a Aquella que nos ha dado tanto: aJesús. Para ser Madre de Dios y Madre nuestra, no dejó atrás su pobreza ni su sencillez, su obediencia y su ser maternal. ¡Bendecimos tu docilidad, María! Porque María, meditaba las cosas sagradas en lo más hondo de su corazón, bendecimos su memoria, su espíritu y su fe. ¡Bendita, Tú, María! Porque María, como el sol que amanece ilumina los rincones más oscuros de nuestra casa.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Lunes, 29 de diciembre de 2014

Texto completo del discurso del Santo Padre dirigido a miles de familias europeas, que han querido celebrar con el Pontífice argentino la fiesta de la Sagrada Familia, en el Aula Pablo VI el 28 de diciembre de 2014 (Zenit.org)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Antes que nada una pregunta y una curiosidad. Díganme: ¿a qué hora se han despertado hoy? ¿a las seis? ¿a las cinco? ¿y no tienen sueño? ¡Pero yo con este discurso los hare dormir!

Estoy contento de encontrarlos en ocasión de los diez años de la Asociación que reúne en Italia a las familias numerosas. ¡Se ve que ustedes aman a la familia y aman la vida! Y es bello agradecer al Señor por esto en el día en el cual celebramos la Sagrada Familia.

El Evangelio de hoy nos muestra a María y José que llevan al Niño Jesús al templo, allí encuentran a dos ancianos, Simeón y Ana, que profetizan sobre el Niño. Es la imagen de una familia “alargada”, un poco como son sus familias, donde las diversas generaciones se encuentran y se ayudan. Agradezco a Mons. Paglia, Presidente del Pontificio Consejo para la Familia, - especialista en hacer estas cosas – que ha deseado tanto este momento, y a Mons. Beschi, que ha fuertemente colaborado en hacer nacer y crecer su Asociación, surgida en la ciudad del beato Pablo VI, Brescia.

Han venido con los frutos más bellos de su amor. La maternidad y la paternidad son dones de Dios, pero recibir este don, maravillarse de su belleza y hacerlo resplandecer en la sociedad, esto es su tarea. Cada uno de sus hijos es una creatura única que no se repetir nunca más en la historia de la humanidad. Cuando se entiende esto, es decir que cada uno ha sido querido por Dios, ¡nos quedamos sorprendidos de cuanto grande es el milagro de un hijo! ¡Un hijo cambia la vida! Todos nosotros hemos visto – hombres, mujeres – que cuando llega un hijo la vida cambia, es otra cosa. Un hijo es un milagro que cambia una vida. Ustedes, niños y niñas, son propio esto: cada uno de ustedes es un fruto único del amor, vienen del amor y crecen en el amor. ¡Son únicos, pero no solos! Y el hecho de tener hermanos y hermanas les hace bien: los hijos y las hijas de una familia numerosa son más capaces de la comunión fraterna desde la primera fase de la infancia. En un mundo marcado frecuentemente por el egoísmo, la familia numerosa es una escuela de solidaridad y de convivencia; y estas actitudes luego son un beneficio para toda la sociedad.

Ustedes, niños y jóvenes, son los frutos del árbol que es la familia: serán frutos buenos cuando el árbol tiene buenas raíces – que son sus abuelos – y un buen tronco – que son sus padres – Decía Jesús que todo árbol bueno da frutos buenos y que todo árbol malo da frutos malos (cfr. Mt 7,17). La gran familia humana es como un bosque, donde los arboles buenos traen solidaridad, comunión, confianza, ayuda, seguridad, sobriedad feliz, amistad. La presencia de las familias numerosas es una esperanza para la sociedad. Y por esto es muy importante la presencia de los abuelos: una presencia preciosa sea por la ayuda práctica, sea sobre todo por el aporte educativo. Los abuelos cuidan en sí los valores de un pueblo, de una familia, y ayudan a los padres a transmitirlos a los hijos. En el siglo pasado, en muchos países de Europa, han sido los abuelos a transmitir la fe: ellos llevaban a escondidas al niño a recibir el bautismo y transmitían la fe.

Queridos padres, les estoy agradecido por el ejemplo de amor a la vida, que ustedes cuidan desde el concebimiento hasta el fin natural, a pesar de todas las dificultades y lo pesado de la vida, y que lamentablemente las instituciones públicas no siempre los ayudan a llevar adelante. Justamente ustedes recuerdan que la Constitución Italiana, en el artículo 31, exige una atención especial a las familias numerosas; pero esto no encuentra un adecuado reflejo en los hechos. Se queda en las palabras. Deseo pues, pensando también a la baja natalidad que de hace tiempo se registra en Italia, una mayor atención de la política y de los administradores públicos, a todo nivel, con el fin de dar la ayuda prevista para estas familias. Cada familia es célula de la sociedad, pero la familia numerosa es una célula más rica, más vital, y el ¡Estado tiene todo el interés de invertir en ella!

Sean bienvenidas las familias reunidas en Asociaciones – como esta italiana y como aquellas de otros países europeos, aquí representados – y sea bienvenida la red de asociaciones familiares capaces de estar presentes y visibles en la sociedad y en la política. San Juan Pablo II, en este sentido, escribía: «las familias deben crecer en la conciencia de ser protagonistas de la llamada política familiar y deben asumir la responsabilidad de transformar la sociedad: diversamente las familias serán las víctimas de aquellos males que se han limitado a observar con indiferencia» (Exh. Ap. Familiaris consortio, 44). El compromiso que las asociaciones familiares desarrollan en los diversos “foros”, nacionales y locales, es propio aquel de promover en la sociedad y en las leyes del estado los valores y las necesidades de la familia.

Bienvenidos también los movimientos eclesiales, en los cuales ustedes miembros de las familias numerosas están particularmente presentes y activos. Siempre agradezco al Señor al ver a papás y mamás de las familias numerosas, juntos a sus hijos, comprometidos en la vida de la Iglesia y de la sociedad. Por mi parte les acompaño con mis oraciones, y les encomiendo bajo la protección de la Sagrada Familia de Jesús, José y María. Y una bella noticia es que propio en Nazaret se está realizando una casa para las familias del mundo que van en peregrinación allá donde Jesús creció en edad, sabiduría y gracia. (cfr. Lc 2,40).

Rezo en especial por las familias más afectadas por la crisis económica, aquellas donde el papá o la mamá han perdido el trabajo, - y esto es duro – donde los jóvenes no logran encontrarlo; las familias heridas en sus sentimientos y aquellas tentadas a rendirse a la soledad y la división.

¡Queridos amigos, queridos padres, queridos jóvenes, queridos niños, queridos abuelos, buena fiesta a todos ustedes! Cada una de sus familias sea siempre rice de ternura y de la consolación de Dios. Con afecto los bendigo. Y ustedes, por favor, continúen a rezar por mí, que yo soy un poco el abuelo de todos ustedes. ¡Recen por mí! Gracias.

(Traducción de Radio Vaticano)

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Como cada domingo,  el 28 de diciembre de 2014, el papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro.  (Zenit.org)

 

"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este primer domingo después de Navidad, mientras estamos todavía inmersos en el clima gozoso de la fiesta, la Iglesia nos invita a contemplar la Santa Familia de Nazaret. El Evangelio hoy nos presenta a la Virgen y san José en el momento en el que, cuarenta días después del nacimiento de Jesús, se dirigen al templo de Jerusalén. Lo hacen en religiosa obediencia a la Ley de Moisés, que prescribe ofrecer al Señor al primogénito (cfr. Lc 2, 22-24).

Podemos imaginar esta pequeña familia, en medio a tanta gente, en los grandes atrios del templo. No resalta a la vista, no se distingue… ¡Y sin embargo no pasa inadvertida! Dos ancianos, Simeón y Ana, movidos por el Espíritu Santo, se acercan y se ponen a alabar a Dios por ese Niño, en el cual reconocen al Mesías, luz de las gentes y salvación de Israel (cfr. Lc 2, 22-38). Es un momento simple pero rico de profecía: el encuentro entre dos jóvenes esposos llenos de alegría y de fe por las gracias del Señor; y dos ancianos también ellos llenos de alegría y de fe por la acción del Espíritu. ¿Quién los reúne? Jesús. Jesús los reúne: los jóvenes y los ancianos. Jesús es Aquel que acerca a las generaciones. Es la fuente de aquel amor que une a las familias y a las personas, venciendo toda desconfianza, todo aislamiento, todo alejamiento. Esto nos hace pensar también en los abuelos: ¡Cuán importante es su presencia, la presencia de los abuelos! ¡Cuán precioso es su rol en las familias y en la sociedad! La buena relación entre los jóvenes y los ancianos es decisiva para el camino de la comunidad civil y eclesial. Y mirando a estos dos ancianos, estos dos abuelos --Simeón y Ana-- saludamos desde aquí, con un aplauso, a todos los abuelos del mundo.

El mensaje que proviene de la Sagrada Familia es sobre todo un mensaje de fe. En la vida familiar de María y José, Dios es verdaderamente el centro, y lo es en la persona de Jesús. Por eso la Familia de Nazaret es santa. ¿Por qué? Porque está centrada en Jesús.

Cuando los
padres y los hijos respiran juntos este clima de fe, poseen una energía que les permite afrontar pruebas también difíciles, como muestra la experiencia de la Sagrada Familia, por ejemplo en el acontecimiento dramático de la huida en Egipto. Una dura prueba...

El Niño Jesús con su Madre María y con san José son un icono familiar sencillo pero muy luminoso. La luz que ella irradia es una luz de misericordia y de salvación para el mundo entero, luz de verdad para todo hombre, para la familia humana y para cada familia. Esta luz que viene de la Sagrada Familia nos anima a ofrecer calor humano en aquellas situaciones familiares en las que, por diversos motivos, falta la paz, falta la armonía, falta el perdón. Nuestra concreta solidaridad no disminuya especialmente en relación a la familia que están viviendo situaciones muy difíciles por las enfermedades, la falta de trabajo, las discriminaciones, la necesidad de emigrar…

Que nuestra solidaridad concreta no falle, en especial a las familias que están pasando por las situaciones más difíciles, por las enfermedades, la falta de empleo, la discriminación, la necesidad de emigrar... Y aquí nos detenemos un poco y en silencio rezamos por todas estas familias en dificultad, tengan dificultades por las enfermedades, la falta de empleo, la discriminación, la necesidad de emigrar, tengan dificultades de entendimiento e incluso de desunión. En silencio oramos por todas estas familias... (Ave María).

Encomendamos a María, Reina y Madre de la familia, todas las familias del mundo, para que puedan vivir en la fe, en la concordia, en la ayuda recíproca, y para eso invoco sobre ellas la materna protección de Aquella que fue madre e hija de su Hijo".

Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus:

Angelus Domini nuntiavit Mariae...

Al concluir la plegaria, el Pontífice recordó en la oración a los pasajeros del avión malasio desaparecido y a los pasajeros de los barcos accidentados en el mar Adriático:

"Queridos hermanos y hermanas,

Mi pensamiento se dirige, en este momento, a los pasajeros del avión malasio desaparecido durante el viaje entre Indonesia y Singapur, así como a los pasajeros de los barcos --en tránsito en las últimas horas en las aguas del mar Adriático-- involucrados en algunos accidentes. Mi cercanía --con el afecto y la oración-- a los familiares, a los que viven con aprensión y sufrimiento estas situaciones difíciles y a los que participan en las operaciones de rescate".

A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Santo Padre:

"¡Hoy el primer saludo lo dirijo a todas las familias presentes! La Sagrada Familia os bendiga y os guíe en vuestro camino.

Os saludo a todos, romanos y peregrinos; en particular, a los numerosos chicos de la diócesis de Bérgamo y Vicenza que han recibido o están a punto de recibir la Confirmación. Saludo a las familias del Oratorio de la Catedral de Sarzana, a los fieles de San Lorenzo in Banale (Trento), a los monaguillos de Sambruson (Venecia), a los scouts de Villamassargia y a los empleados de la Fraterna Domus".

Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:

"Os deseo a todos un buen domingo. Os doy las gracias de nuevo por vuestras felicitaciones y por vuestras oraciones. Seguid rezando por mí. ¡Buena comida y hasta pronto!"

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Domingo, 28 de diciembre de 2014

Hijo de familia por Mons. Enrique Díaz Diaz. SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 27 de diciembre de 2014 (Zenit.org)

La Sagrada Familia

Génesis 15, 1-6; 21, 1-3: “Tu heredero saldrá de tus entrañas”
Salmo 104: “El Señor nunca olvida sus promesas”
Hebreos 11, 8. 11-12. 17-19: “La fe de Abraham, de Sara y de Isaac”
San Lucas 2, 22-40: “El Niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría”

Al coincidir el día de la Sagrada Familia y la fiesta de los Santos Inocentes, viene a nuestro corazón el recuerdo de tantas víctimas inocentes. Hemos tenido en los últimos días acontecimientos terribles ocurridos en el seno de la familia: violaciones, violencia, maltrato y hasta homicidios tristemente célebres a nivel nacional e internacional. Pero no son hechos aislados. Las estadísticas de la violencia familiar aparecen cada día en los noticieros y a todos nos indignan, pero ahí están. Nos vemos sumergidos en una ola de engaños, de narco, de drogas y alcohol, de miedos e inseguridades y quisiéramos refugiarnos en el cálido ambiente familiar. ¿Cálido? Sería el ideal y un sueño pero las estadísticas parecen contradecir nuestras esperanzas. La familia se ve cada día sacudida por los numerosos ataques, directos o indirectos, propiciados por una cultura que parece buscar una nueva forma de convivencia y dejar a un lado la tradicional familia mexicana. El alto número de divorcios, madres solteras, adolescentes embarazadas, violaciones y abusos, nuevas formas de parejas, parecen contradecir nuestros anhelos de familia. La violencia intrafamiliar, el abuso de los infantes, los abortos y eutanasias, los golpes e insultos, parecequequisieran acabar con lo que consideramos la base de toda persona. Es triste comprobar que el ochenta por ciento de las violaciones y del maltrato a infantes se da en el ámbito de los familiares más cercanos o quienes a ellos se asemejan. ¿A dónde va la familia? Innumerables mujeres de toda condición no son valoradas y quedan con frecuencia solas frente a la educación de los hijos. Son sometidas a muchas formas de exclusión y de violencia donde impera tanto el machismo como la opresión y la ganancia.

En el pasado Sínodo Extraordinario de la Familia se tocaron temas dolorosos buscando sanar, aceptar y construir. Frecuentemente apareció como modelo la familia de Jesús que hoy nos presenta San Lucas y nos permite descubrir los grandes valores que encierra esa familia. En un solo acontecimiento nos da grandes enseñanzas: se acercan, conforme a la costumbre y tradición judía, a la “presentación”; van padre y madre, los dos unidos, a ofrecer su Niño al Señor; juntos reciben las alabanzas y también los retos y compromisos que en su tarea como padres de Jesús tendrán que afrontar; sienten el ambiente acogedor de los dos ancianos que, movidos por el Espíritu, los confortan y animan en su misión y se cierra la narración con una escena familiar sencilla pero que presenta el ideal de toda familia: “El Niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con Él”. Sí, ése es el ideal de toda familia: que haya una pareja que camine y eduque juntos, que cada niño tenga la seguridad de su alimento y un ambiente sano para poder crecer; que cada niño tenga una escuela digna y segura para llenarse de sabiduría; que cada niño pueda ver en el amor conyugal de sus padres un reflejo del amor creador de Dios; que cada miembro de la familia se sienta respetado, querido y valorado dentro de ella porque ahí es donde se fortalece, se refugia y encuentra su paz. Es el ideal de la familia. ¿En qué se parecen nuestras familias a este ideal?

El Papa Francisco en días pasados nos acercaba a Nazareth donde Jesús pasó treinta años de su vida. Ese silencio y preparación en el hogar es un tesoro que no podemos ignorar. ¿Qué hizo Jesús treinta años encerrado en Nazareth? Aprendiendo, orando, trabajando, viviendo en comunión con José y María. Vivió como un “hijo de familia”. Hoy urge redescubrir el origen, el valor y el sentido de la familia, reflexionar sobre su ser y su quehacer para responder a una problemática nueva que nos aqueja. La familia debe vivir plenamente su vocación y misión tanto en la Iglesia como en la sociedad: es básica en el nacimiento, crecimiento, desarrollo y maduración de toda persona. No es añoranza de las antiguas y prolíficas familias de antaño, como si todo tiempo pasado fuera mejor, pero sí es el reclamo urgente de que las familias actuales, a pesar de la dispersión y de los trabajos de los padres, a pesar de las distancias y los problemas, se tienen que convertir en verdaderos “hogares”. La familia tiene que ser el lugar privilegiado donde podamos experimentar el amor de Dios, donde se aprendan los valores que sostendrán al individuo, donde se mama la verdad y el amor a la justicia, donde se aprenden las verdaderas relaciones de hermanos y de amistad. Difícil el reto, pero también es el único camino para fortalecer la dignidad y la verdadera formación de la persona. Si encontramos inspiración y modelo en la Familia de Nazaret, nuestras familias podrán vivir los valores humanos y cristianos para consolidar una experiencia de amor y ser fundamento para una sociedad más humana.

Los modelos caducos de familia tradicionalista, machista, encerrada, han quedado en el pasado. Con frecuencia se ha dicho que ahora se tiene que vivir una nueva forma familiar y será cierto si esta forma incluye el amor, la fidelidad y el respeto, si sabe inculcar los valores de la verdad y de la justicia, si puede hacer sentir amado y comprendido a cada uno de sus miembros. Nos quejamos del mundo exterior que influye en la familia, pero también influye en gran medida la responsabilidad y compromiso de cada uno de sus miembros. Hoy nos llegan dos retos muy fuertes: el exterior, que consiste en luchar por la dignidad y el respeto de cada familia, su derecho a una vivienda y alimentación digna, responder a sus necesidades más básicas, buscar oportunidades de educación, escuela y trabajo; pero también enfrentamos un reto al interior de la familia donde cada uno de sus miembros se comprometa a construir y a hacer de cada hogar un ambiente cálido lleno de amor que favorezca el crecimiento de las personas, donde se respire el amor de Dios. Creemos que la familia es imagen de Dios que en su misterio más íntimo no es soledad, sino comunidad; su modelo, motivación y último destino ¿Cómo están viviendo nuestras familias? ¿A dónde vamos? ¿Qué podemos hacer y a qué nos comprometemos en la familia? ¿Cuántas víctimas inocentes seguirán sufriendo a causa de nuestros egoísmos e incomprensiones?

Señor y Dios nuestro, cuida nuestras familias. Concédenos que hagamos de cada casa un hogar lleno de amor, diálogo y esperanza. Amén.


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S?bado, 27 de diciembre de 2014

Por su interés, ofrecemos a continuación el Mensaje de Navidad 2014 que su beatitud Fouad Twal pronunció durante la Misa del Gallo en la Iglesia de Santa Catalina, próxima a la Basílica de la Natividad. (ZENIT)

'El Niño de Belén nos recuerda el valor de la vida humana'                                                          

(Tras las palabras de bienvenida al Presidente de Palestina, al Primer Ministro, a los Cónsules Generales y a los fieles, Su Beatitud continúa con la homilía)

En Belén, los ángeles anunciaron la noticia a los pastores: “Que hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor.” (Lc. 2:11)  Este versículo nos revela un Salvador del cual tenemos tanta necesidad, y una salvación que abarca todos los aspectos de la vida, una salvación que nos saca de la situación difícil y alarmante. Los enfermos quieren ser sanados, los presos quieren ver la luz, los desempleados quieren encontrar trabajo y los refugiados están a la espera de volver a casa.

Los que padecen persecución por motivos de raza, color o religión tratan de liberarse de la opresión y la injusticia, los oprimidos buscan su independencia. En resumen, toda la humanidad observa y aspira por un futuro mejor. Jesús tiene todas las cualidades de un salvador, dado que Él hizo que la profecía de Isaías se hiciera realidad: “Los ciegos reciben la vista y los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres se le anuncia el Evangelio” (Mt. 11:5).

Es cierto que se puede hablar sobre la salvación económica, la salvación política y la salvación social. Pero lo más importante, hay que hablar de una salvación espiritual y moral, que son la base del progreso humano. De hecho, nuestros pecados y transgresiones son la causa de nuestro sufrimiento y el sufrimiento de los demás, con todas las consecuencias sociales y políticas. A menudo, somos víctimas de egoísmo, orgullo, pasiones, mentiras y viceversa …. La salvación se encuentra en el arrepentimiento, al pedir perdón, en la obtención de tal perdón y, finalmente, en la conversión. Además, Jesús anunció la misericordia del Padre y su voluntad de perdonar.

Dios quiere sanarnos de nuestras heridas y sobre todo de la arrogancia humana, el origen de todos los conflictos y de todas las guerras. Es Él quien nos enseñó que: “El más importante entre vosotros será siervo de los demás. Porque el que a sí mismo se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Mt. 23: 11-12). El remedio que el Niño nos trae es el de la humildad y la gentileza. Una bienaventuranza importante surge de estas dos virtudes: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad” (Mt. 5:5).

– Además de la humildad, el Niño de Belén nos recuerda el valor de la vida humana, creada a imagen y semejanza de Dios. Es verdaderamente doloroso saber que millones de niños sufren en el mundo, especialmente en Siria, Irak, el sur de Sudán, África Central, Nigeria y Afganistán, y no nos olvidemos de los niños de Gaza. Están sufriendo por razones absurdas, visto que ellos tienen el derecho a la dignidad, a una vida normal, a estar adecuadamente alimentados, a una vivienda, a la educación, a una familia que los ama y apoya.

Este maravilloso Niño nació en una familia feliz y unida para llamar nuestra atención, sobre la importancia de la institución de la familia, el núcleo de la sociedad y la primera escuela, donde se aprende a conocer a Dios y a practicar las virtudes. San Pablo describe brevemente virtudes domésticas: “Hermanos, les ruego que vivan de una manera digna del llamado que han recibido, siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor. Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz” (Efesios 4: 1-3).

El último Sínodo sobre la Familia, celebrado en Roma en octubre pasado, reafirmó la unidad e indisolubilidad del matrimonio. ¿Por qué? Por el bien de la pareja, para el conjunto de la sociedad y, sobre todo, del niño que tiene derecho a un desarrollo normal, emocional y psicológico.

Hermanos y hermanas,

En presencia del Misterio del Verbo encarnado que habita en nosotros, vamos a reflexionar sobre nuestra situación en Tierra Santa, en la que hoy descansa la mirada del mundo. El Señor ha reunido aquí los fieles de las tres religiones y los exhorta a que vivan en armonía. No se puede negar una memoria bíblica, inicialmente declarada por Dios sobre esta Tierra. Todos los fieles, judíos, musulmanes y cristianos, deben vivir juntos como iguales y con respeto mutuo. Jerusalén tiene una vocación universal de paz y felicidad. “Orad por la paz de Jerusalén … Haya paz  dentro de tus muros y prosperidad en tus palacios. Por amor de mis hermanos y de mis amigos diré ahora: Sea la paz en ti” (Salmos 122: 6-9)

Pero, en realidad esta Tierra Santa se ha convertido en una tierra de conflicto.

Hace cuatro meses, hemos vivido una tercera guerra consecutiva en Gaza, que dejó miles de víctimas en ambos lados. Peor aún, todos estos sacrificios parecen ser en vano, dado que no ha cambiado en nada el problema de fondo: Los israelíes continúan viviendo en el miedo y la inseguridad, mientras que los palestinos continúan exigiendo su independencia y libertad, y Gaza está esperando a ser reconstruida por la tercera vez. Esta guerra ha profundizado el odio y la desconfianza entre los dos pueblos y los ha llevado a un círculo vicioso de violencia y represalias. Esta violencia se ha extendido recientemente a los lugares de culto. El torbellino de la muerte sigue golpeando y agobiando!

Quiero hacer dos llamados desde este lugar. El primero es para la reconstrucción de Gaza y para la humanización de las condiciones de vida de sus habitantes. El segundo, también de carácter humanitario, se refiere al Valle Cremisan, bajo amenaza de ser tragado por una muralla que corre el riesgo de separación de 58 familias palestinas cristianas de sus tierras, en Beit Jala. Estas familias podrían perder el acceso directo a sus propiedades. En nombre de la justicia y de los principios morales y los valores, hago un llamado a las autoridades políticas pertinentes, para evitar que este muro sea construido.

Durante su peregrinación a Tierra Santa, Su Santidad, el Papa Francisco, se detuvo frente al muro que separa a Belén de Jerusalén; se inclinó y rezó. El mundo puede que olvide todos los lugares que el Papa Francisco visitó durante su visita, pero su breve parada ante el muro, no será olvidada. A través de sus oraciones, el Papa Francisco igualmente deseó derribar los muros inmateriales establecidos en los corazones y mentes: Los muros del odio, el miedo y la arrogancia.

Hermanos y hermanas,

En esta noche de Navidad, hablar de la paz no es suficiente; sobre todo hay que orar por la paz. Oremos por la paz de todo el mundo, para la reconciliación en el Medio Oriente, para los presos y detenidos políticos. Oremos por los refugiados, acogidos en nuestros países vecinos de Jordania y el Líbano. Oremos por los pobres y por los perseguidos por su fe y su raza. Por último, oremos por nuestros líderes políticos, para que el Señor les dé sabiduría y fuerza. Oremos unos por otros.

+ Fouad Twal
Patriarca Latino de Jerusalén

(Texto difundido por el Patriarcado Latino)


Publicado por verdenaranja @ 23:27  | Hablan los obispos
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En la fiesta de san Esteban, el primer mártir de la Iglesia, 26 de diciembre de 2014, el papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro. (Zenit.org)

"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy la liturgia recuerda el testimonio de san Esteban. Elegido por los Apóstoles, junto con otros seis, para la diaconía de la caridad --es decir, para asistir a los pobres, los huerfanos, las viudas-- en la comunidad de Jerusalén, se convirtió en el primer mártir de la Iglesia. Con su martirio, Esteban honra la venida al mundo del Rey de reyes, da testimonio de Él, ofreciéndole el don de su propia vida al servicio de los más necesitados. Y así nos muestra cómo vivir plenamente el misterio de la Navidad.

El Evangelio de esta fiesta muestra una parte del discurso de Jesús a sus discípulos cuando los envían a la misión. Dice, entre otras cosas: "Seréis odiados por todos a causa de  mi nombre. Pero el que persevere hasta el fin se salvará" (Mt 10, 22). Estas palabras del Señor no turban la celebración de la Navidad, sino que la despojan del falso revestimiento empalagoso que no le pertenece. Nos hacen comprender que en las pruebas aceptadas a causa de la fe, la violencia es derrotada por el amor, la muerte por la vida. Para acoger verdaderamente a Jesús en nuestra existencia y prolongar la alegría de la Noche Santa, el camino es precisamente el que indica este Evangelio. Es decir, testimoniar a Jesús en la humildad, en el servicio silencioso, sin miedo a ir contracorriente y pagar en persona. Y, si no todos están llamados, como san Esteban, a derramar su propia sangre, a todo cristiano se le pide, sin embargo, que sea coherente en cada circunstancia con la fe que profesa.Es la coherencia cristiana. Es una gracia que debemos pedir al Señor. Ser coherentes, vivir como cristianos. Y no decir 'soy cristiano' y vivir como pagano. La coherencia es una gracia que hay que pedir hoy.

Seguir el Evangelio es ciertamente un camino exigente --pero bello, ¡bellísimo!-- y el que lo recorre con fidelidad y valentía recibe el don prometido por el Señor a los hombres y a las mujeres de buena voluntad. Como cantaban los ángeles el día de Navidad: ¡paz, paz! Esta paz donada por Dios es capaz de serenar la conciencia de todos los que, a través de las pruebas de la vida, saben acoger la Palabra de Dios y se comprometen en observarla con perseverancia hasta el final (cfr. Mt 10, 22).

Hoy, hermanos y hermanas, rezamos de manera particular por cuantos son discriminados, perseguidos y asesinados por su testimonio de Cristo. Quisiera decir a cada uno de ellos: si lleváis esta cruz con amor, habéis entrado en el misterio de la Navidad, estáis en el corazón de Cristo y de la Iglesia.

Recemos también para que, gracias al sacrificio de estos mártires de hoy --son muchos, muchísimos-- se fortalezca en cada parte del mundo el compromiso para reconocer y garantizar concretamente la libertad religiosa, que es un derecho inalienable de toda persona humana.

Queridos hermanos y hermanas, os deseo que paséis serenamente las fiestas navideñas. Que san Esteban, diácono y primer mártir, nos sostenga en nuestro camino cotidiano, que esperamos coronar, al final, en la asamblea festiva de los santos en el Paraíso.

Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus:

Angelus Domini nuntiavit Mariae...

Al concluir la plegaria, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Pontífice:

"Queridos hermanos y hermanas,

os saludo en la alegría de la Navidad y renuevo a todos mi deseo de paz: paz en las familias, paz en las parroquias y comunidades religiosas, paz en los movimientos y en las asociaciones. 

Saludo a todas las personas que se llaman Esteban o Estefanía. ¡Muchas felicidades!

En estas semanas he recibido muchos mensajes de felicitación de Roma, y de otros lugares. No siéndome posible responder a cada uno, expreso hoy a todos mi sentido agradecimiento, especialmente por las oraciones. ¡Gracias de corazón! ¡El Señor os recompense con su generosidad!".

A continuación, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:

"Y no os olvidéis: coherencia cristiana, es decir, pensar, sentir y vivir como cristiano, y no pensar como cristiano y vivir como pagano. ¡Eso no! Hoy, pedimos a Esteban la gracia de la coherencia cristiana. ¡Coherencia cristiana! Y, por favor, seguid rezando por mí. No lo olvidéis.

¡Buena fiesta y buen almuerzo! Hasta pronto".

© Copyright - Libreria Editrice Vaticana

 


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Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú, para la Navidad 2014 (aica)

Navidad del Señor


Hoy es un Día Santo, nos ha nacido el Redentor del mundo, venid adorémosle

De mucha formas y con muchas imágenes describieron los Profetas la venida del Mesías muchos siglos antes de que esto aconteciera en la historia. "El pueblo que andaba en tinieblas vio una luz grande" (ls. 9,2). La luz que disipa las tinieblas del pecado, de la esclavitud y la opresión es el preludio de la venida del Salvador, portador de libertad, de la alegría y de la paz. "Nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo" (Ib. 6). La profecía sobrepasa la figura de un nuevo David enviado por Dios para liberar a su pueblo y se proyecta sobre Belén de Judá, iluminando el nacimiento, no de un Rey poderoso, sino del Dios fuerte hecho hombre. Él es el "niño" nacido para nosotros, es el Dios fuerte, niño que nos ha sido dado y sólo de Él decimos: "Maravilloso consejero, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz".

Cuando la profecía se hace historia en aquella noche santa, una luz intensa y una voz poderosa anuncia a las naciones este nacimiento. La estrella como una luz potente alumbra la tierra y el anuncio ya no viene de los Profetas sino del cielo al corazón y oídos de los pastores. Y se presentó un ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvía con su luz: "os traigo una buena nueva y una gran alegría, que es para todo el pueblo. Os ha nacido el Salvador, que es el Mesías, el Señor, que os fue anunciado desde antiguo" (Lc. 2, 9-11). El niño está vivo. Está en un pesebre envuelto en pañales. EI nuevo pueblo de Dios tiene a su Señor. ¡La espera ya ha culminado!

San Pablo nos dice que se hizo "uno de nosotros para enseñarnos a negar la impiedad y los deseos del mundo, para que vivamos con la bienaventurada esperanza en la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador (Tit. 2,11). Desde el nacimiento del Salvador los cristianos no debemos vivir encerrados en las realidades y esperanzas terrenas, sino abiertos a las esperanzas eternas, deseando encontrarnos un día con nuestro Dios y Señor. Todos nosotros celebramos el comienzo de una vida nueva, una vida en Cristo. Y esta vida es distinta a la que nos presenta el mundo. Es una vida abierta a Dios Nuestro Señor y a sus designios sobre el mundo. Solamente de esta manera nosotros podemos cambiar y puede cambiar el mundo.

La venida de Jesús -el recuerdo de la Navidad- no se trata de un mito sino de una realidad histórica y documentada. Las profecías se cumplieron, los evangelistas vivieron con Jesús, le escucharon y vieron las maravillas que hizo entre los hombres, pero ciertamente es necesario tener fe. Sin fe la Navidad se convierte en un festejo más, una fiesta comercial o en un día de vacaciones, en el cual comemos y bebemos, sin saber por qué. Especialmente los hombres y mujeres de hoy en su gran mayoría siguiendo la propuesta de muchos medios de comunicación y de la publicidad de los comercios, se han olvidado que la Navidad es la celebración del NACIMIENTO DE JESÚS.

Desde que Jesús nació en Belén, será siempre la dignidad del hombre la que está en juego, porque el Hijo de Dios al encarnarse se ha puesto al nivel del hombre. Dios se hace hombre, para levantar al hombre a la dignidad de "hijos de Dios", para que el hombre le conociera y para estar íntimamente cercano. Celebremos la Navidad con amor, con el amor de los hijos de Dios. No paganicemos esta fiesta sagrada de la Navidad. Renovemos la fe, pongamos la esperanza de un mundo mejor en manos de quien todo lo puede. Pidamos al Señor que cada corazón renazca en un corazón nuevo para nuestro bien y el de todos los hombres. Festejemos a Cristo que nace, Señor de la Vida y custodio de la misma.

Que la Virgen de la Dulce Espera nos lleve al encuentro de su Hijo en el pesebre de nuestro corazón.

Mons. Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú


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El santo padre Francisco, en la Solemnidad de la Natividad del Señor, 25 de diciembre de 2014, desde la Loggia Central de la Basílica Vaticana, ha impartido la bendición "Urbi et Orbi" y ha dirigido el tradicional mensaje navideño a los fieles presentes en la plaza de San Pedro, y a todos aquellos que lo han seguido a través de la radio, la televisión. (Zenit.org)



Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Navidad!
Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, nos ha nacido. Ha nacido en Belén de una virgen, cumpliendo las antiguas profecías. La virgen se llama María, y su esposo José.
Son personas humildes, llenas de esperanza en la bondad de Dios, que acogen a Jesús y lo reconocen. Así, el Espíritu Santo iluminó a los pastores de Belén, que fueron corriendo a la cueva y adoraron al niño. Y luego el Espíritu guió a los ancianos Simeón y Ana en el templo de Jerusalén, y reconocieron en Jesús al Mesías. «Mis ojos han visto a tu Salvador – exclama Simeón –, a quien has presentado ante todos los pueblos» (Lc 2,30).
Sí, hermanos, Jesús es la salvación para todas las personas y todos los pueblos.
Para él, el Salvador del mundo, le pido que guarde a nuestros hermanos y hermanas de Irak y de Siria, que padecen desde hace demasiado tiempo los efectos del conflicto que aún perdura y, junto con los pertenecientes a otros grupos étnicos y religiosos, sufren una persecución brutal. Que la Navidad les traiga esperanza, así como a tantos desplazados, prófugos y refugiados, niños, adultos y ancianos, de aquella región y de todo el mundo; que la indiferencia se transforme en cercanía y el rechazo en acogida, para que los que ahora están sumidos en la prueba reciban la ayuda humanitaria necesaria para sobrevivir a los rigores del invierno, puedan regresar a sus países y vivir con dignidad. Que el Señor abra los corazones a la confianza y otorgue la paz a todo el Medio Oriente, a partir la tierra bendecida por su nacimiento, sosteniendo los esfuerzos de los que se comprometen activamente en el diálogo entre israelíes y palestinos.

Que Jesús, Salvador del mundo, custodie a cuantos están sufriendo en Ucrania y conceda a esa amada tierra superar las tensiones, vencer el odio y la violencia y emprender un nuevo camino de fraternidad y reconciliación.

Que Cristo Salvador conceda paz a Nigeria, donde se derrama más sangre y demasiadas personas son apartadas injustamente de sus seres queridos y retenidas como rehenes o masacradas. También invoco la paz para otras partes del continente africano. Pienso, en particular, en Libia, el Sudán del Sur, la República Centroafricana y varias regiones de la República Democrática del Congo; y pido a todos los que tienen responsabilidades políticas a que se comprometan, mediante el diálogo, a superar contrastes y construir una convivencia fraterna duradera.

Que Jesús salve a tantos niños víctimas de la violencia, objeto de tráfico ilícito y trata de personas, o forzados a convertirse en soldados. Niño, tantos niños abusados. Que consuele a las familias de los niños muertos en Pakistán la semana pasada. Que sea cercano a los que sufren por enfermedad, en particular a las víctimas de la epidemia de ébola, especialmente en Liberia, Sierra Leona y Guinea. Agradezco de corazón a los que se están esforzando con valentía para ayudar a los enfermos y sus familias, y renuevo un llamamiento ardiente a que se garantice la atención y el tratamiento necesario.

Jesús Niño. Mi pensamiento va a todos los niños hoy asesinados y maltratados. Tanto a los que antes de ver la luz, privados del amor generoso de sus padres y enterrados en el egoísmo de una cultura que no ama la vida; como los niños desplazados por causa de la guerra y las persecuciones, abusados y explotados bajo nuestros ojos y nuestro silencio cómplice. Y a los niños masacrados bajo los bombardeos, también allí donde el Hijo de Dios ha nacido. Aún hoy su silencio impotente grita bajo la espada de tantos Herodes. Sobre su sangre acampa hoy la sombra de los Herodes actuales. Hay verdaderamente muchas lágrimas en esta Navidad junto con las lágrimas del Niño Jesús.

Queridos hermanos y hermanas, que el Espíritu Santo ilumine hoy nuestros corazones, para que podamos reconocer en el Niño Jesús, nacido en Belén de la Virgen María, la salvación que Dios nos da a cada uno de nosotros, a todos los hombres y todos los pueblos de la tierra. Que el poder de Cristo, que es liberación y servicio, se haga oír en tantos corazones que sufren la guerra, la persecución, la esclavitud. Que este poder divino, con su mansedumbre, extirpela dureza de corazón de muchos hombres y mujeres sumidos en lo mundano y la indiferencia. Que su fuerza redentora transforme las armas en arados, la destrucción en creatividad, el odio en amor y ternura. Así podremos decir con júbilo: «Nuestros ojos han visto a tu Salvador».

Con estos pensamientos, Feliz Navidad a todos.

© Copyright - Libreria Editrice Vaticana (Añadidos del Papa transcritos del audio por ZENIT)


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Viernes, 26 de diciembre de 2014

Reflexión a las lecturas del deomingo de la Sagrada Familia - B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"  

La Sagrada Familia B

 

Se ha dicho que una imagen vale más que mil palabras. Es lo que sucede este día, primer domingo después de Navidad, en el que celebramos la Fiesta de la  Sagrada Familia. ¡Cuánto nos dice, nos enseña, nos grita incluso, este hermoso cuadro que contemplamos!

En la oración colecta de la Misa de hoy decimos: “Dios, Padre nuestro, que has propuesto a la Sagrada Familia, como maravilloso ejemplo a los ojos de tu pueblo…” Cuánto bien nos hace siempre acercarnos a la Sagrada Familia en Belén, en su Huida a Egipto, en Nazaret, donde Jesús “iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios le acompañaba”, como leemos en el Evangelio de hoy.

Hace mucho tiempo que descubrí el secreto, la clave, de la unidad, armonía, bienestar…, de la Sagrada Familia: ¡la presencia de Dios en aquella casa! Porque allí no estaba el Hijo de Dios presente sólo físicamente, sino que estaba también en el corazón de la Virgen Madre y de S. José. Esta convicción ha permanecido invariable, durante mucho tiempo, en mi pensamiento, en mi corazón y en mis labios.

Cuando leemos el Evangelio constatamos que el Hijo de Dios no resuelve los problemas y dificultades de su familia “a golpe de milagros”, sino que les ofrece su ayuda para afrontarlos.

Recuerdo cómo se encienden y se agrandan los ojos de los novios, cuando, en su preparación para el matrimonio, les digo: “el éxito en el matrimonio no es algo que dependa sólo de que los novios sean buenos, de que tengan trabajo y una casa propia, ni siquiera, de que se conozcan bien y se comprendan. Todo eso está bien, muy bien. Pero lo fundamental en el Matrimonio Cristiano viene de arriba, de Dios, que, por el Sacramento del Matrimonio, les capacita para ser buenos esposos, y buenos padres. “Nuestra capacidad nos viene de Dios”, escribía S. Pablo (2Co 3,5).

Me impresionó algo que oí hace mucho tiempo: “Un matrimonio en el Nuevo Testamento, de suyo, no puede fracasar”. Lo entendemos perfectamente, cuando nos damos cuenta de lo que significa y supone la presencia y la acción de Dios en este Sacramento. El reto consiste en aprovechar a lo largo de toda la vida, la riqueza que encierra. Con frecuencia los nuevos esposos enseguida “se divorcian de Dios”, y detrás de eso, vienen todos los males, también el divorcio civil, porque “los que se alejan de ti se pierden”, leemos en los salmos (Sal 73, 27).

Tenemos que fijarnos, sobre todo, en las familias que marchan bien, que son muchas, y descubrir su diferencia, su clave, su secreto. No vale decir: “Eso depende de la suerte, es como una lotería”.

Los consejos que nos da S. Pablo en la segunda lectura, constituyen una llamada a vivirlos en familia, y una semilla de paz y bienestar familiar.

Hoy recordamos, además, que todos somos también miembros de otra familia, la Iglesia, la gran Familia de los hijos de Dios. Para ella vale el mismo mensaje. Urge, mis queridos amigos, cuidar e intensificar, en nuestras parroquias y comunidades, el espíritu familiar, fraterno, que debe caracterizarlas, si quieren ser auténticas y verdaderamente eclesiales. Para unos y para otros vale lo que hemos proclamado en el salmo responsorial de hoy: “Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos”. Las estrofas nos van presentando el resultado: una familia ideal.                 

                                                                  

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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DOMINGO SAGRADA FAMILIA (B)        

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

          En la Lectura que ahora escucharemos, la Palabra de Dios recoge la antigua sabiduría popular acerca de la vida de familia. Se trata de un canto y una exhortación a cumplir el cuarto Mandamiento de la Ley del Señor.

 

SALMO

          El salmo nos recuerda que el secreto del éxito y del bienestar de la vida familiar reside en vivir unidos al Señor y cumplir sus mandatos.

 

SEGUNDA LECTURA

          Las actitudes de los cristianos, en sus relaciones con los demás, es preciso vivirlas de una manera especial en la familia. S. Pablo nos ayuda hoy a concretarlas.

 

TERCERA LECTURA

          El Evangelio de la Presentación del Señor, nos sitúa en el templo de Jerusalén y luego, en Nazaret, donde el Niño Dios “iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios le acompañaba”.

          Pero, antes de escucharlo, aclamemos al Señor con el canto del aleluya.

 

COMUNIÓN

          En la Comunión recibimos a Jesucristo, el Hijo de María, concebido por obra del Espíritu Santo, y a quien llamaban el hijo del carpintero. Que Él nos ayude a ser en medio de nuestras familias y en medio de la Iglesia, la familia de los hijos de Dios, constructores de paz, concordia y alegría.


Publicado por verdenaranja @ 20:08  | Liturgia
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Texto de la homilía del papa Francisco en la misa de gallo.  24 de diciembre de 2014 (Zenit.org)


«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló» (Is 9,1). «Un ángel del Señor se les presentó [a los pastores]: la gloria del Señor los envolvió de claridad» (Lc 2,9). De este modo, la liturgia de la santa noche de Navidad nos presenta el nacimiento del Salvador como luz que irrumpe y disipa la más densa oscuridad. La presencia del Señor en medio de su pueblo libera del peso de la derrota y de la tristeza de la esclavitud, e instaura el gozo y la alegría.

También nosotros, en esta noche bendita, hemos venido a la casa de Dios atravesando las tinieblas que envuelven la tierra, guiados por la llama de la fe que ilumina nuestros pasos y animados por la esperanza de encontrar la «luz grande». Abriendo nuestro corazón, tenemos también nosotros la posibilidad de contemplar el milagro de ese niño-sol que, viniendo de lo alto, ilumina el horizonte.

El origen de las tinieblas que envuelven al mundo se pierde en la noche de los tiempos. Pensemos en aquel oscuro momento en que fue cometido el primer crimen de la humanidad, cuando la mano de Caín, cegado por la envidia, hirió de muerte a su hermano Abel (cf. Gn 4,8). También el curso de los siglos ha estado marcado por la violencia, las guerras, el odio, la opresión. Pero Dios, que había puesto sus esperanzas en el hombre hecho a su imagen y semejanza, aguardaba pacientemente. Dios Esperaba. Esperó durante tanto tiempo, que quizás en un cierto momento hubiera tenido que renunciar. En cambio, no podía renunciar, no podía negarse a sí mismo (cf. 2 Tm 2,13). Por eso ha seguido esperando con paciencia ante la corrupción de los hombres y de los pueblos. La paciencia de Dios, como es difícil entender esto, la paciencia de Dios delante de nosotros. 

A lo largo del camino de la historia, la luz que disipa la oscuridad nos revela que Dios es Padre y que su paciente fidelidad es más fuerte que las tinieblas y que la corrupción. En esto consiste el anuncio de la noche de Navidad. Dios no conoce los arrebatos de ira y la impaciencia; está siempre ahí, como el padre de la parábola del hijo pródigo, esperando de ver a lo lejos el retorno del hijo perdido.

Con paciencia, la paciencia de Dios. 

La profecía de Isaías anuncia la aparición de una gran luz que disipa la oscuridad. Esa luz nació en Belén y fue recibida por las manos tiernas de María, por el cariño de José, por el asombro de los pastores. Cuando los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento del Redentor, lo hicieron con estas palabras: «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». La «señal» es la humildad de Dios, la humildad de Dios llevada hasta el extremo. Es el amor con el que, aquella noche, asumió nuestra fragilidad, nuestros sufrimientos, nuestras angustias, nuestros anhelos y nuestras limitaciones. El mensaje que todos esperaban, que buscaban en lo más profundo de su alma, no era otro que la ternura de Dios: Dios que nos mira con ojos llenos de afecto, que acepta nuestra miseria, Dios enamorado de nuestra pequeñez.

Esta noche santa, en la que contemplamos al Niño Jesús apenas nacido y acostado en un pesebre, nos invita a reflexionar. ¿Cómo acogemos la ternura de Dios? ¿Me dejo alcanzar por él, me dejo abrazar por él, o le impido que se acerque? «Pero si yo busco al Señor» –podríamos responder–. Sin embargo, lo más importante no es buscarlo, sino dejar que sea él quien me encuentre y me acaricie con cariño. Ésta es la pregunta que el Niño nos hace con su sola presencia: ¿permito a Dios que me quiera mucho?

Y más aún: ¿tenemos el coraje de acoger con ternura las situaciones difíciles y los problemas de quien está a nuestro lado, o bien preferimos soluciones impersonales, quizás eficaces pero sin el calor del Evangelio? ¡Cuánta necesidad de ternura tiene el mundo de hoy! La paciencia de Dios, la ternura de Dios. 

La respuesta del cristiano no puede ser más que aquella que Dios da a nuestra pequeñez. La vida tiene que ser vivida con bondad, con mansedumbre. Cuando nos damos cuenta de que Dios está enamorado de nuestra pequeñez, que él mismo se hace pequeño para propiciar el encuentro con nosotros, no podemos no abrirle nuestro corazón y suplicarle: «Señor, ayúdame a ser como tú, dame la gracia de la ternura en las circunstancias más duras de la vida, concédeme la gracia de la cercanía en las necesidades de los demás, de la mansedumbre en cualquier conflicto».

Queridos hermanos y hermanas, en esta noche santa contemplemos el pesebre: allí «el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande». La vio la gente sencilla, dispuesta a acoger el don de Dios. En cambio, no la vieron los arrogantes, los soberbios, los que establecen las leyes según sus propios criterios personales, los que adoptan actitudes de cerrazón. Miremos al misterio y recemos, pidiendo a la Virgen Madre: «María, muéstranos a Jesús». 


Publicado por verdenaranja @ 20:05  | Habla el Papa
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Jueves, 25 de diciembre de 2014

Discurso completo del Papa Francisco a la Curia Romana por las felicitaciones navideñas

“Tú estás sobre los querubines, tu que has cambiado la miserable condición del mundo cuando te has hecho como nosotros” (San Atanasio).

Queridos hermanos, Al término del Adviento nos encontramos para los tradicionales saludos. En pocos días tendremos la alegría de celebrar la Navidad del Señor; el evento de Dios que se hace hombre para salvar a los hombres; la manifestación del amor de Dios que no se limita a darnos alguna cosa o a enviarnos algún mensaje o ciertos mensajeros, sino que se nos da a sí mismo; el misterio de Dios que lleva sobre sí mismo nuestra condición humana y nuestros pecados para revelarnos su Vida divina, su gracia inmensa y su perdón gratuito. Es la cita con Dios que nace en la pobreza de la gruta de Belén para enseñarnos el poder de la humildad. De hecho, la Navidad es también la fiesta de la luz que no viene acogida de la gente ‘elegida’ sino de la gente pobre y simple que esperaba la salvación del Señor.

Ante todo, quisiera desear a todos ustedes –colaboradores, hermanos y mujeres, representantes pontificios esparcidos por el mundo- y a todos sus queridos, una santa Navidad y un feliz Año Nuevo. Deseo agradecerles cordialmente por su compromiso cotidiano al servicio de la Santa Sede, de la Iglesia Católica, de las Iglesias particulares y del Sucesor de Pedro.

Puesto que somos personas y no números o denominaciones, recuerdo de manera especial aquellos que, durante este año, han terminado su servicio por razones de edad o por haber asumido otros roles, o porque han sido llamados a la Casa del Padre. También a todos ellos y sus familias van mis pensamientos y gratitud.

Deseo elevar con ustedes al Señor un profundo y sincero agradecimiento por el año que termina, por los acontecimientos vividos y por todo el bien que Él ha querido realizar generosamente a través del servicio de la Santa Sede, pidiéndole humildemente perdón por las faltas cometidas "en pensamientos, palabras, obras y omisiones".

Y partiendo de este pedido de perdón, desearía que nuestro encuentro y las reflexiones que voy a compartir con ustedes se conviertan, para todos nosotros, en un apoyo y un estímulo para un verdadero examen de conciencia para preparar nuestro corazón para la Navidad.

Pensando en este encuentro he recordado la imagen de la Iglesia como Cuerpo Místico de Jesucristo. Es una expresión que, como explicó el Papa Pío XII, "fluye y casi brota de lo que exponen con frecuencia las Sagradas Escrituras y los Santos Padres." En este sentido, San Pablo escribió: "Porque así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo" (1 Cor 12,12).

En este sentido, el Concilio Vaticano II nos recuerda que "en la estructura del cuerpo místico de Cristo existe una diversidad de miembros y oficios. Uno es el Espíritu, que para la utilidad de la Iglesia distribuye sus diversos dones con generosidad proporcionada a su riqueza y a las necesidades de los ministerios (1 Cor 12,1-11)." Por lo tanto, "Cristo y la Iglesia forman el "Cristo total" - Christus Totus -. La Iglesia es una con Cristo."

Es hermoso pensar en la Curia Romana como un pequeño modelo de la Iglesia, es decir, como un "cuerpo" que intenta seriamente y cotidianamente ser más vivo, más sano, más armonioso y más unido en sí mismo y con Cristo.

En realidad, la Curia Romana es un cuerpo complejo, compuesto de muchos Dicasterios, Consejos, Oficinas, Tribunales, Comisiones y numerosos elementos que no tienen todos la misma tarea, pero que se coordinan para poder funcionar en modo eficaz, edificante, disciplinado y ejemplar, a pesar de las diferencias culturales, lingüísticas y nacionales de sus miembros.

De todos modos, siendo la Curia un cuerpo dinámico, no puede vivir sin alimentarse y cuidarse. De hecho, la Curia - como la Iglesia - no puede vivir sin tener una relación vital, personal, auténtica y equilibrada con Cristo. Un miembro de la Curia que no se alimenta todos los días con aquel Alimento se convertirá en un burócrata (un formalista, un funcionalista, un simple empleado): una rama que se seca y muere lentamente y se tira lejos. La oración diaria, la participación regular en los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la reconciliación, el contacto diario con la Palabra de Dios y la espiritualidad traducida en caridad vivida son el alimento vital para cada uno de nosotros. Que sea claro a todos nosotros que sin Él no podemos hacer nada (cf. Jn 15, 8).

Como resultado, la relación viva con Dios nutre y refuerza también la comunión con los demás, o sea, cuanto más estrechamente adherimos a Dios, más estamos unidos entre nosotros, porque el Espíritu de Dios nos une y el espíritu maligno divide.

La Curia está llamada a mejorar, siempre mejorar y crecer en comunión, santidad y sabiduría para realizar plenamente su misión. Sin embargo, como cada cuerpo, como todo cuerpo humano, está expuesto a la enfermedad, al mal funcionamiento. Y aquí me gustaría mencionar algunas de estas enfermedades probables, enfermedades de la curia. Las enfermedades más frecuentes en nuestra vida de la Curia son las enfermedades y tentaciones que debilitan nuestro servicio al Señor. Creo que nos va a ayudar el "catálogo" de las enfermedades - como los Padres del Desierto, que hacían catálogos – de las que hablamos hoy: nos ayudará a prepararnos para el Sacramento de la Reconciliación, que será un bello paso para todos nosotros para prepararnos para la Navidad.

1. La enfermedad de sentirse “inmortal”, “inmune” o incluso “indispensable” descuidando los necesarios y habituales controles. Una Curia que no se autocrítica, que no se actualiza, que no trata de mejorarse es un cuerpo enfermo. Una ordinaria visita a los cementerios podría ayudarnos a ver los nombres de tantas personas, de las que cuales algunas tal vez creíamos que eran inmortales, inmunes e indispensables. Es la enfermedad del rico insensato del Evangelio que pensaba vivir eternamente (cfr. Lc 12, 13-21) y también de aquellos que se transforman en patrones y se sienten superiores a todos y no al servicio de todos. Esta deriva frecuentemente de la patología del poder, del ‘complejo de los Elegidos’, del narcisismo que mira apasionadamente la propia imagen y no ve la imagen de Dios impresa en el rostro de los otros, especialmente de los más débiles y necesitados. El antídoto a esta epidemia es la gracia de sentirnos pecadores y de decir con todo el corazón: ‘Somos siervos inútiles. Hemos hecho lo que teníamos que hacer’ (Lc 17,10).

2. Otra: es la enfermedad del ‘martalismo’ (que viene de Marta), de la excesiva laboriosidad: es decir de aquellos que se sumergen en el trabajo descuidando, inevitablemente, ‘la parte mejor’: sentarse al pie de Jesús (cfr Lc 10, 38-42). Por esto Jesús ha llamado a sus discípulos a ‘descansar un poco’, (cfr Mc 6,31) porque descuidar el necesario reposo lleva al estrés y a la agitación. El tiempo de reposo, para quien ha terminado la propia misión, es necesario, debido y va vivido seriamente: en el transcurrir un poco de tiempo con los familiares y en el respetar las vacaciones como momentos de recarga espiritual y física; es necesario aprender lo que enseña Eclesiastés que “hay un tiempo para cada cosa” (3,1-15).

3. También está la enfermedad de la ‘fosilización’ mental y espiritual. Es decir, aquellos que poseen un corazón de piedra y ‘tortícolis’ (At 7,51-60); de aquellos que, en el camino, pierden la serenidad interior, la vivacidad y la audacia y se esconden bajo los papeles convirtiéndose en ‘máquinas de prácticas’ y no ‘hombres de Dios’ (cfr. Eb 3,12). Es peligroso perder la sensibilidad humana necesaria para llorar con quienes lloran y alegrarse con aquellos que se alegran. Es la enfermedad de quienes pierden ‘los sentimientos de Jesús’ (cfr Fil 2,5-11) porque su corazón, con el pasar del tiempo, se endurece y se convierte en incapaz de amar incondicionadamente al Padre y al prójimo (cfr Mt 22, 34-40). Ser cristiano, de hecho, significa ‘tener los mismos sentimientos que fueron de Jesucristo’ (Fil 2,5), sentimientos de humildad y de donación, de desapego y de generosidad.

4. La enfermedad de la excesiva planificación y del funcionalismo. Cuando el apóstol planifica todo minuciosamente y cree que si hace una perfecta planificación las cosas efectivamente progresan, convirtiéndose de esta manera en un contador. Preparar todo bien es necesario, pero sin caer nunca en la tentación de querer encerrar o pilotear la libertad del Espíritu Santo que es siempre más grande, más generosa que cualquier planificación humana (cfr. Jn 3,8). Si cae en esta enfermedad es porque ‘siempre es más fácil y cómodo permanecer en las propias posturas estáticas e inmutables. En realidad, la Iglesia se muestra fiel al Espíritu Santo en la medida en que no tiene la pretensión de regularlo y de domesticarlo… -domesticar al Espíritu Santo- Él es frescura, fantasía, novedad.

5. La enfermedad de la mala coordinación. Cuando los miembros pierden la comunión entre ellos y el cuerpo pierde su armonioso funcionamiento y su templanza, se convierten en una orquesta que produce ruido porque sus miembros no colaboran y no viven el espíritu de comunión y de equipo. Cuando el pie dice al brazo: ‘no te necesito’ o la mano dice a la cabeza ‘mando yo’, causa malestar y escándalo.

6. La enfermedad del ‘Alzheimer espiritual’, es decir el olvido de la ‘historia de la salvación’, de la historia personal con el Señor, del ‘primer amor’ (Ap 2,4). Se trata de una disminución progresiva de las facultades espirituales que en un más o menos largo período de tiempo causa serias discapacidades a la persona haciéndola incapaz de desarrollar alguna actividad autónoma, viviendo en un estado de absoluta dependencia de sus concepciones, a menudo imaginarias. Lo vemos en aquellos que han perdido la memoria de su encuentro con el Señor; en quienes no tienen sentido deuteronómico de la vida; en aquellos que dependen completamente de su presente, de las propias pasiones, caprichos y manías, en quienes construyen a su alrededor muros y hábitos se convierten, cada vez más, en esclavos de los ídolos que han esculpido con sus propias manos.

7. La enfermedad de la rivalidad y de la vanagloria. Cuando la apariencia, los colores de la ropa o las medallas honoríficas se convierten en el primer objetivo de la vida, olvidando las palabras de San Pablo: ‘No hagan nada por rivalidad o vanagloria, sino que cada uno de ustedes, con humildad, considere a los otros superiores a sí mismo. Cada uno no busque el propio interés, sino también el de los otros (Fil 2,1-4). Es la enfermedad que nos lleva a ser hombres y mujeres falsos y a vivir un falso ‘misticismo’ y un falso ‘quietismo’. El mismo San Pablo los define ‘enemigos de la Cruz de Cristo’ porque se jactan de aquello que tendrían que avergonzarse y no piensan más que a las cosas de la tierra (Fil 3,19).

8. La enfermedad de la esquizofrenia existencial. Es la de quienes viven una doble vida, fruto de la hipocresía típica del mediocre y del progresivo vacío espiritual que licenciaturas o títulos académicos no pueden llenar. Una enfermedad que sorprende frecuentemente a los que abandonan el servicio pastoral, se limitan a las cosas burocráticas, perdiendo de esta manera el contacto con la realidad, con las personas concretas. Crean así un mundo paralelo, en donde ponen de parte todo lo que enseñan severamente a los demás e inician a vivir una vida oculta y a menudo disoluta. La conversión es muy urgente e indispensable para esta gravísima enfermedad (cfr Lc 15, 11-32).

9. La enfermedad de los chismes, de las murmuraciones y de las habladurías. De esta enfermedad ya he hablado en muchas ocasiones, pero nunca lo suficiente. Es una enfermedad grave, que inicia simplemente, quizá solo por hacer dos chismes y se adueña de la persona haciendo que se vuelva ‘sembradora de cizaña’ (como Satanás), y, en muchos casos casi ‘homicida a sangre fría’ de la fama de los propios colegas y hermanos. Es la enfermedad de las personas cobardes que, al no tener la valentía de hablar directamente, hablan a las espaldas de la gente. San Pablo nos advierte: hacer todo sin murmurar y sin vacilar, para ser irreprensibles y puros (Fil 2,14.18). Hermanos, ¡cuidémonos del terrorismo de los chismes!

10. La enfermedad de divinizar a los jefes: es la enfermedad de los que cortejan a los superiores, esperando obtener su benevolencia. Son víctimas del carrerismo y del oportunismo, honran a las personas y no a Dios (cfr Mt 23-8.12). Son personas que viven el servicio pensando únicamente en lo que deben obtener y no en lo que deben dar. Personas mezquinas, infelices e inspiradas solamente por el propio egoísmo (cfr Gal 5,16-25). Esta enfermedad podría golpear también a los superiores cuando cortejan a algunos de sus colaboradores para obtener su sumisión, lealtad y dependencia psicológica, pero el resultado final es una verdadera complicidad.

11. La enfermedad de la indiferencia hacia los demás. Cuando cada uno sólo piensa en sí mismo y pierde la sinceridad y el calor de las relaciones humanas. Cuando el más experto no pone su conocimiento al servicio de los colegas menos expertos. Cuando se sabe algo se posee para sí mismo en lugar de compartirlo positivamente con los otros. Cuando, por celos o por astucia, se siente alegría viendo al otro caer en lugar de levantarlo y animarlo.

12. La enfermedad de la cara de funeral. Es decir, la de las personas bruscas y groseras, quienes consideran que para ser serios es necesario pintar el rostro de melancolía, de severidad y tratar a los demás -sobre todo a los que consideran inferiores- con rigidez, dureza y arrogancia. En realidad, la severidad teatral y el pesimismo estéril son a menudo síntomas de miedo y de inseguridad de sí. El apóstol debe esforzarse para ser una persona cortés, serena, entusiasta y alegre que transmite felicidad en donde se encuentra. Un corazón lleno de Dios es un corazón feliz que irradia y contagia con la alegría a todos los que están alrededor de él: se ve inmediatamente. No perdamos, por lo tanto, el espíritu alegre, lleno de humor e incluso auto-irónicos, que nos convierte en personas amables, también en las situaciones difíciles. Qué bien nos hace una buena dosis de un sano humorismo. Nos hará muy bien rezar frecuentemente la oración de Santo Tomás Moro: yo la rezo todos los días, me hace bien.

13. La enfermedad de la acumulación: cuando el apóstol trata de llenar un vacío existencial en su corazón acumulando bienes materiales, no por necesidad, sino solo para sentirse al seguro. En realidad, no podremos llevar nada material con nosotros porque ‘el sudario no tiene bolsillos’ y todos nuestros tesoros terrenos –también si son regalos- no podrán llenar nunca aquel vacío, y lo harán más exigente y más profundo. A estas personas el Señor repite ‘tú dices soy rico, me he enriquecido, no tengo necesidad de nada. Pero no sabes que eres un infeliz, un miserable, un pobre, un ciego y desnudo… Sé pues celoso y conviértete’ (Ap 3,17-19). La acumulación pesa solamente y ralentiza el camino inexorable. Pienso en una anécdota: un tiempo, los jesuitas españoles describían a la Compañía de Jesús como la ‘caballería ligera de la Iglesia’. Recuerdo la mudanza de un joven jesuita, mientras cargaba el camión de sus posesiones: maletas, libros, objetos y regalos, y escuchó, con una sabia sonrisa, de un anciano jesuita que lo estaba observando: ¿Esta sería la caballería ligera de la Iglesia? Nuestras ‘mudanzas’ son signos de esta enfermedad.

14. La enfermedad de los círculos cerrados en donde la pertenencia al grupito se vuelve más fuerte de la pertenencia al Cuerpo y, en algunas situaciones, a Cristo mismo. También esta enfermedad comienza siempre de buenas intenciones, pero, con el paso del tiempo, esclaviza a los miembros convirtiéndose en un ‘cáncer’ que amenaza la armonía del Cuerpo y causa tanto mal –escándalos- especialmente a nuestros hermanos más pequeños. La autodestrucción o el ‘fuego amigo’ de las comilonas es el peligro más sutil. Es el mal que golpea desde dentro, y como dice Cristo, ‘cada reino dividido en sí mismo va a la ruina’ (Lc 11,17).

15. Y la última, la enfermedad del provecho mundano, del exhibicionismo, cuando el apóstol transforma su servicio en poder, y su poder en mercancía para obtener provechos mundanos o más poderes. Es la enfermedad de las personas que buscan infatigablemente el multiplicar poderes y por este objetivo son capaces de calumniar, de difamar y de desacreditar a los demás, incluso en periódicos y en revistas. Naturalmente para exhibirse y demostrarse más capaces que los demás. También esta enfermedad hace mucho daño al Cuerpo porque lleva a las personas a justificar el uso de cualquier medio para alcanzar tal objetivo, a menudo en nombre de la justicia y de la transparencia. Recuerdo un sacerdote que llamaba a los periodistas para decirles -e inventar- cosas privadas y reservadas de sus hermanos y parroquianos. Para él, lo que contaba era verse en las primeras páginas, porque así se sentía ‘poderoso y vencedor’, causando tanto mal a los otros y a la Iglesia. ¡Pobrecito!


Hermanos, estas enfermedades y tentaciones son naturalmente un peligro para cada cristiano y para cada curia, comunidad, congregación, parroquia, movimiento eclesial, y pueden golpear sea a nivel individual que comunitario.
Es necesario aclarar que es sólo el Espíritu Santo –el alma del Cuerpo Místico de Cristo, como afirma el Credo: ‘Creo… en el Espíritu Santo, Señor y vivificador’- quien cura cada enfermedad. Es el Espíritu Santo quien sostiene cada sincero esfuerzo de purificación y de cada buena voluntad de conversión. Es Él quien nos da a entender que cada miembro participa en la santificación del cuerpo y a su debilitamiento. Es Él el promotor de la armonía: ‘Ipse harmonia est’, dice San Basilio. San Agustín nos dice: ‘Hasta que una parte se adhiere al cuerpo, su curación no es desesperada; aquello que fue cortado, no puede curarse ni sanar’.
La curación es también fruto de la conciencia de la enfermedad y de la decisión personal y comunitaria de curarse soportando pacientemente y con perseverancia la curación. Por lo tanto, estamos llamados –en este tiempo de Navidad y para todo el tiempo de nuestro servicio y de nuestra existencia- a vivir ‘según la verdad en la caridad, tratando de crecer en cada cosa hacia Él, que es el jefe, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien compaginado y conectado, mediante la colaboración de cada empalme, según la energía propia de cada miembro, recibe fuerza para crecer en manera de edificar a sí mismo en la caridad (Ef 4, 15-16).
Queridos hermanos, Una vez he leído que los sacerdotes son como los aviones: sólo hacen noticia cuando caen, pero hay muchos que vuelan. Muchos critican y pocos rezan por ellos. Es una frase muy simpática y muy cierta, porque indica la importancia y la delicadeza de nuestro servicio sacerdotal, y cuánto mal podría causar un solo sacerdote que ‘cae’ a todo el cuerpo de la Iglesia. Por lo tanto, para no caer en estos días en los que estamos preparándonos a la Confesión, pidamos a la Virgen María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, curar las heridas del pecado que cada uno de nosotros lleva en su corazón y de sostener a la Iglesia y a la Curia de modo que sean sanos y re sanadores, santos y santificantes, a gloria de su Hijo y para nuestra salvación y del mundo entero. Pidamos a Él hacernos amar a la Iglesia como la ha amado Cristo, su hijo y nuestro Señor, y de tener la valentía de reconocernos pecadores y necesitados de su Misericordia y de no tener miedo a abandonar nuestra mano entre sus manos maternas.
Muchas felicidades por una santa Navidad a todos ustedes, a sus familias y a sus colaboradores. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias de corazón.


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El santo padre Francisco ha escrito una carta a los cristianos de Oriente Medio, con fecha del 21 de diciembre de 2014, cuarto domingo de Adviento. La ha difundido este martes, 23 de Diciembre,  la oficina de prensa de la Santa Sede.  (Zenit.org)

Queridos hermanos y hermanas
«¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación nuestra hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios!» (2 Co 1,3-4).

Fueron estas palabras del apóstol Pablo las que se me vinieron a la mente cuando pensaba dirigirme a vosotros, hermanos cristianos de Oriente Medio. Lo hago a las puertas de la Navidad, a sabiendas de que para muchos de vosotros las notas de los villancicos estarán mezcladas con lágrimas y suspiros. Sin embargo, el nacimiento del Hijo de Dios en nuestra carne humana es un misterio inefable de consolación: «Pues se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres» (Tt 2,11).

Por desgracia, nunca han faltado tribulación ni aflicción en Oriente Medio tanto en el pasado como recientemente. En los últimos meses se han agravado debido a los conflictos que afligen a la Región, pero especialmente por la actividad de una reciente y preocupante organización terrorista, de unas dimensiones nunca antes vistas, que comete todo tipo de abusos y prácticas inhumanas, golpeando especialmente a aquellos de vosotros que han sido brutalmente expulsados de sus tierras, en las que los cristianos están presentes desde la época apostólica.

Al dirigirme a vosotros, no puedo olvidarme de otros grupos religiosos y étnicos que sufren también la persecución y las consecuencias de estos conflictos. Sigo cada día las noticias del inmenso sufrimiento de tantas personas en Oriente Medio. Pienso especialmente en los niños, las madres, los ancianos, los desplazados y refugiados, los que pasan hambre, los que tienen que soportar la dureza del invierno sin un techo bajo el que protegerse. Este sufrimiento clama a Dios y apela al compromiso de todos nosotros, con la oración y todo tipo de iniciativas. Deseo hacer llegar a todos mi cercanía y solidaridad, así como la de la Iglesia, y dar una palabra de consuelo y esperanza.

Queridos hermanos y hermanas, que con valentía dais testimonio de Jesús en vuestra tierra bendecida por el Señor, nuestro consuelo y nuestra esperanza es Cristo. Por tanto, os animo a permanecer unidos a Él, como los sarmientos a la vid, seguros de que ni la tribulación, la angustia o la persecución podrán separarnos de Él (cf. Rm 8,35). Que la prueba que estáis atravesando fortalezca vuestra fe y fidelidad.

Rezo para que viváis la comunión fraterna a ejemplo de la primera comunidad de Jerusalén. La unidad querida por nuestro Señor es más necesaria que nunca en estos tiempos difíciles; es un don de Dios que interpela a nuestra libertad y espera nuestra respuesta. Que la Palabra de Dios, los sacramentos, la oración y la fraternidad, alimenten y renueven continuamente vuestras comunidades.

La situación en que vivís es una fuerte llamada a la santidad de vida, como así lo han atestiguado los santos y mártires de diversa pertenencia eclesial. Recuerdo con afecto y veneración a los Pastores y fieles a los que en los últimos tiempos se les ha pedido el sacrificio de la vida, a menudo por el mero hecho de ser cristianos. También pienso en las personas secuestradas, entre las cuales se encuentran algunos Obispos ortodoxos y sacerdotes de diversos ritos. ¡Ojalá puedan volver pronto sanos y salvos a sus casas y comunidades! Le pido a Dios que tanto sufrimiento unido a la cruz del Señor dé frutos abundantes para la Iglesia y los pueblos de Oriente Medio.

En medio de las enemistades y los conflictos, la comunión vivida entre vosotros, con fraternidad y sencillez, es un signo del Reino de Dios. Me alegro de las buenas relaciones y la cooperación entre los Patriarcas de las Iglesias orientales católicas y los Ortodoxos, así como entre los fieles de las diversas Iglesias. El sufrimiento que padecen los cristianos constituye una aportación inestimable a la causa de la unidad. Se trata del ecumenismo de la sangre, que requiere abandonarse confiadamente a la acción del Espíritu Santo.

¡Que podáis dar siempre testimonio de Jesús en medio de las dificultades! Vuestra presencia es valiosa para Oriente Medio. Sois un pequeño rebaño, pero con una gran responsabilidad en la tierra en que nació y se extendió el cristianismo. Sois como la levadura en la masa. Antes que cualquiera de las actividades de la Iglesia en el ámbito de educativo, sanitario o asistencial, tan valoradas por todos, la mayor riqueza para la región son los cristianos, sois vosotros. Gracias por vuestra perseverancia.

Vuestros intentos por colaborar con personas de otras religiones, con judíos y musulmanes, es otro signo del Reino de Dios. El diálogo interreligioso es tanto más necesario cuanto más difícil es la situación. No hay otro camino. El diálogo basado en una actitud de apertura, en la verdad y el amor, es también el mejor antídoto contra la tentación del fundamentalismo religioso, que es una amenaza para los creyentes de todas las religiones. El diálogo es a la vez un servicio a la justicia y una condición necesaria para la tan deseada paz.

La mayor parte de vosotros vive en un ambiente de mayoría musulmana. Podéis ayudar a vuestros conciudadanos musulmanes a presentar con discernimiento una imagen más auténtica del Islam, como quieren muchos de ellos, que repiten que el Islam es una religión de paz, que se puede armonizar con el respeto de los derechos humanos y favorecer la convivencia de todos. Será algo bueno para ellos y para toda la sociedad. La dramática situación que viven nuestros hermanos cristianos en Irak, y también los Yazidíes y los miembros de otras comunidades religiosas y étnicas, exige por parte de todos los líderes religiosos una postura clara y valiente, para condenar unánimemente y sin rodeos esos crimines, y denunciar la práctica de invocar la religión para justificarlos.

Queridos hermanos, casi todos vosotros sois ciudadanos nativos de vuestros países y, por lo tanto, tenéis el deber y el derecho de participar plenamente en la vida y crecimiento de vuestra nación. En la Región estáis llamados a ser constructores de paz, de reconciliación y desarrollo, a promover el diálogo, construir puentes, según el espíritu de las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3- 12), a proclamar el evangelio de la paz, dispuestos a colaborar con todas las autoridades nacionales e internacionales.

Deseo expresar mi especial reconocimiento y gratitud a todos vosotros, queridos hermanos Patriarcas, Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, que acompañáis con solicitud el camino de vuestras comunidades. ¡Qué preciosa es la presencia y actividad de los que se han consagrado totalmente al Señor y lo sirven en los hermanos, especialmente en los más necesitados, testimoniando su grandeza y su amor infinito! ¡Qué importante es la presencia de los Pastores junto a su rebaño, especialmente en los momentos de dificultad!

A vosotros, jóvenes, os mando un abrazo paternal. Rezo por vuestra fe, por vuestro crecimiento humano y cristiano, y para que vuestros mejores proyectos se cumplan. Y os repito: «No tengáis miedo ni vergüenza de ser cristianos. La relación con Jesús os hará disponibles para colaborar sin reservas con vuestros conciudadanos, con independencia de su afiliación religiosa» (Exh. ap. Ecclesia in Medio Oriente, 63).

A vosotros, ancianos, hago llegar mis sentimientos de aprecio. Sois la memoria de vuestros pueblos; espero que esta memoria sea semilla de crecimiento para las nuevas generaciones.

Me gustaría alentar a aquellos de vosotros que trabajan en las áreas tan importantes de la caridad y de la educación. Admiro el trabajo que estáis haciendo, especialmente a través de Cáritas y con la ayuda de otras organizaciones caritativas católicas de diferentes países, ayudando a todos sin distinción. A través del testimonio de la caridad, ofrecéis el apoyo más valioso a la vida social y también contribuís a la paz, de la que la Región está tan hambrienta como de pan. Pero también en el ámbito de la educación está en juego el futuro de la sociedad. Qué importante es la educación en la cultura del encuentro, del respeto de la dignidad de la persona y del valor absoluto de todo ser humano.

Queridos hermanos, aunque pocos en número, sois protagonistas de la vida de la Iglesia y de los países en los que vivís. Toda la Iglesia está con vosotros y os apoya, con gran afecto y estima por vuestras comunidades y vuestra misión. Vamos a seguir ayudándoos con la oración y otros medios disponibles.

Al mismo tiempo, sigo instando a la Comunidad internacional para que venga en ayuda de vuestras necesidades y de las otras minorías que sufren; en primer lugar, promoviendo la paz a través de la negociación y la actividad diplomática, tratando de atajar y detener cuanto antes la violencia que ya ha causado demasiado daño. Reitero la más firme condena del tráfico de armas. Necesitamos en cambio proyectos e iniciativas de paz, para promover una solución global a los problemas de la Región. ¿Hasta cuándo tendrá que seguir sufriendo Oriente Medio por la falta de paz? No podemos resignarnos a los conflictos como si no fuera posible un cambio. En sintonía con mi peregrinación a Tierra Santa y el posterior encuentro de oración en el Vaticano con los Presidentes israelita y palestino, os invito a seguir orando por la paz en Oriente Medio. Que quien se vio obligado a abandonar sus tierras, pueda regresar y vivir con dignidad y seguridad. Que la asistencia humanitaria se incremente, siempre buscando el bien de la persona y de cada país, respetando su propia identidad, sin anteponer otros intereses. Que toda la Iglesia y la Comunidad internacional sean cada vez más conscientes de la importancia de vuestra presencia en la Región.

Queridos hermanas y hermanos cristianos de Oriente Medio, tenéis una gran responsabilidad y no estáis solos frente a ella. Por eso he querido escribiros para animaros y para deciros lo valiosa que es vuestra presencia y vuestra misión en esta tierra bendecida por el Señor. Vuestro testimonio me hace mucho bien. Gracias. Todos los días rezo por vosotros y vuestras intenciones. Os doy las gracias porque sé que vosotros, en vuestros sufrimientos, rezáis por mí y por mi servicio a la Iglesia. Realmente espero tener la gracia de ir en persona a visitaros y confortaros. Que la Virgen María, la Santísima Madre de Dios y Madre nuestra, os acompañe y proteja siempre con su ternura. A todos vosotros y a vuestras familias imparto la Bendición Apostólica con el deseo de que viváis la Santa Navidad en el amor y la paz de Cristo Salvador.

Vaticano, 21 de Diciembre de 2014, IV Domingo de Adviento.


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Mensaje de Navidad de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz (25 de diciembre de 2014) (AICA)

En Navidad celebramos la obra de Dios que no nos abandona, que se nos hace cercano en su Hijo para acompañarnos. Celebramos el sí definitivo de Dios al hombre. Esto nos mueve a gratitud y confianza, ya no caminamos solos. Descubrimos junto a nosotros una presencia que nos acompaña y nos abre nuevos horizonte. Navidad nos invita a mirar al mundo con nuevos ojos, porque nos enseña a llamar a Dios Padre y a ver en cada hombre a mi hermano. Navidad es el comienzo de lo nuevo, es el camino que Dios nos ofrece como don a nuestra libertad. El Señor llama a la puerta de nuestro corazón y espera: “si alguien oye mi voz y me abre, nos dice, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Apoc. 3, 20). Estamos ante el misterio del amor de Dios que llega a nosotros y nuestra libertad que decide.

Frente a la obra de Dios no podemos dejar de mirar la obra del hombre que, junto a las maravillas que crea su inteligencia cuando está orientada por el bien, la verdad y la belleza, eleva el nivel de la condición humana con el aporte de su bondad, investigación y trabajo; pero no podemos, sin embargo, dejar de ver con dolor esa otra obra del hombre que nos empobrece. ¡Qué lejos nos encontramos del mensaje de paz y amor de Navidad, cuando tenemos que hablar de esa realidad tan cercana que no corresponde a la dignidad del hombre! Me refiero al desprecio por la vida de mi hermano, que se expresa en la violencia y la inseguridad; al delito del narcotráfico y la trata de personas; al odio que cierra el camino al encuentro y la reconciliación; al egoísmo que nos aísla y debilita los lazos fraternos. ¡Cuánta responsabilidad personal y social nos cabe, cuando nos acostumbramos a convivir con estas realidades que ofenden al hombre y deterioran el nivel moral y cultural de la sociedad!

En Navidad se enciende una luz de esperanza que nos invita a proclamar su mensaje de verdad y de vida, de justicia y solidaridad, de reconciliación y de paz. Este mensaje necesita de protagonistas, de testigos, no de repetidores. Los invito a que nos acerquemos en cada familia, en cada hogar, a la intimidad del pesebre para decir juntos esa oración que nos ha acompañado durante estos años: Danos, Señor, la valentía de los hijos de Dios para amar a todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres y perdonando a los que nos ofenden, aborreciendo el odio y construyendo la paz. Concédenos la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda”. Es mi deseo compartir con ustedes la esperanza y el compromiso de este mensaje de Navidad para sentirnos más hermanos y construir juntos una Patria más fraterna.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


Publicado por verdenaranja @ 19:19  | Hablan los obispos
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Mi?rcoles, 24 de diciembre de 2014

Comentario a la liturgia dominical - Navidad por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)

Ciclo B Textos: Is 52, 7-10; Heb 1, 1-6; Jn 1, 1-18

Idea principal: El motivo profundo de nuestra alegría está aquí: El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.

Síntesis del mensaje: Navidad es el cumplimiento del viejo sueño de Dios: convivir con el hombre. Ya desde el Paraíso, cuando el Señor visitaba a nuestros primeros padres al caer de la tarde, así como en la tienda de reunión durante la travesía del desierto. Y luego en el Templo de Jerusalén, lugar privilegiado de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Siempre es el mismo intento: habitar entre los hombres. Y ahora ello llega a su plenitud: Dios planta su tienda en la historia. Es Emmanuel, es decir, Dios con nosotros. ¡Alegrémonos, porque hoy es Navidad!

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, por muy preocupados que estemos por los problemas de la vida -¡que los hay!-, y por negro que veamos el panorama social o eclesial -¡que ahí está y nos amenaza!-… escuchemos la voz de la Iglesia mensajera que anuncia esta gran noticia en la santa misa: Dios ha visitado a su pueblo y nos trae su consuelo y su paz (1ª lectura). Una paz sin límites, hecha de justicia y derecho. ¡Alegrémonos, porque hoy es Navidad, y con la Navidad recuperamos el sentido de la vida y la fuerza para afrontar esos problemas de la vida diaria, familiar y laboral, porque Dios en Cristo camina a nuestro lado, que para eso se hizo hombre! ¡Contagiemos el espíritu de la Navidad!

En segundo lugar, por muchas palabras que escuchemos de sirenas engañadoras que nos silban prometiéndonos la liberación material, el éxito fácil, la supresión del dolor y angustias, o palabras tentadoras del enemigo de nuestra alma para que claudiquemos en nuestra fe y confianza en Dios al ver tantos desmanes y desastres naturales y humanos… Dios Padre hoy pronunció su última y definitiva Palabra que es su Hijo. Y esa Palabra encarnada nos ha purificado de nuestros pecados y nos ha liberado de nuestras ataduras, muriendo voluntariamente por nosotros, revistiéndonos de la filiación divina (evangelio) para que llevemos una vida digna y noble (2ª lectura). ¡Alegrémonos, porque hoy es Navidad, y con la Navidad renace la esperanza que no defrauda y nos salva! ¡Contagiemos el espíritu de la Navidad!

Finalmente, por muchas y espesas tinieblas que nos quieren envolver por doquier –ideologías de cuño liberal, marxista, hedonista y pragmático- , hoy una Luz nos brilló (evangelio), y gracias a esta Luz podemos ver todo desde una nueva perspectiva, la perspectiva de la eternidad: las sanas y humanas alegrías, y también las tristezas y dolores; los éxitos conquistados a pulso y honestidad, y también los fracasos injustos; los trabajos bien remunerados, y también los despidos; la salud rebosante y la enfermedad que nos carcome; los momentos de plenitud radiante y los instantes de dudas y perplejidades; la aceptación entre nuestros amigos y familiares, y también el desengaño y olvido en que nos tienen prostrados. Todo desde la luz de Belén se ilumina, se esclarece, recobra sentido. ¿Por qué? Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para experimentar en su propia carne y redimir todas estas situaciones humanas. ¡Alegrémonos, porque hoy es Navidad, y con la Navidad renace la fe que disipa toda tiniebla del corazón y de la mente! ¡Contagiemos el espíritu de la Navidad!

Para reflexionar: ¿Vivo los siete días de la semana, las cuatro semanas del mes y los doce meses del año el espíritu de la Navidad: alegría, paz, victoria, liberación, justicia, filiación divina? ¿Quién quiere robarme el espíritu de la Navidad: este mundo anticristiano, el demonio tentador o mis pasiones bajas? ¿Qué le pediré hoy al Niño Dios que nace en Belén? ¿Y qué le ofreceré yo a cambio? ¿Contagio el espíritu de la Navidad?

Para rezar: Con toda la Iglesia recemos el gran pregón de Navidad y llenémonos de alegría profunda: “Os anunciamos, hermanos y hermanas, una buena noticia, / una gran alegría para todo el pueblo. / Escuchadla con corazón gozoso: / Habían pasado miles y miles de años / desde que, al principio, Dios creó el cielo y la tierra / e hizo al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza. / Miles y miles de años habían transcurrido / desde que cesó el diluvio / y el Altísimo hizo resplandecer el arco iris, / signo de alianza y de paz. / En el año 752 de la fundación de Roma; / en el año 42 del imperio de Octavio Augusto, / mientras sobre toda la tierra reinaba la paz, / en la sexta edad del mundo, / hace años, / en Belén de Judá, pueblo humilde de Israel, / ocupado entonces por los romanos, / en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada, / de Santa María la Virgen, esposa de José, / de la casa y familia de David, / nació Jesús, llamado Mesías y Cristo, / que es el Salvador que el pueblo esperaba. / Alegraos, hermanos. / Esta es la buena noticia del ángel: / "Os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor".

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


Publicado por verdenaranja @ 21:25  | Espiritualidad
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Comentario a la liturgia dominical - Nochebuena por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)

Ciclo B - Textos: Is 9, 1-3, 5-6; Tit 2, 11-14; Lc 2, 1-14

 

Idea principal: Las paradojas de Dios en esta Nochebuena.

Síntesis del mensaje: Dios hecho hombre. El Eterno descendió al tiempo. El Inabarcable e Infinito cabe en los brazos de María. La Palabra del Padre en silencio. El Inmensamente Rico recostado en un pesebre y envuelto en unos pañales. El Alimentador del género humano pendiente del pecho de María para no morir. El Fuego ardiente de caridad tiritando de frío en esa noche helada de invierno. El Deseado de las naciones rechazado; y como no había lugar para él en el mesón de este mundo humano, tuvo que nacer en una cueva de animales.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, ¿por qué y para qué de esta paradoja? Porque se cumplió el tiempo, el “kairós” pensado por Dios desde toda la eternidad para reconquistar al hombre caído y hacerle entrar en la luz (primera lectura). Y todo por pura benignidad de Dios, para convertirnos en pueblo suyo (segunda lectura), para devolverle su gloria y traer la paz tan deseada a toda la humanidad (evangelio). Paz con esa densidad bíblica: bienestar, prosperidad, desarrollo, alegría, justicia. Paz que es armonía entre hombre y hombre; entre hombre y cosmos; entre hombre y Dios. La paz es la definición misma de Cristo, “Príncipe de la paz”. Paz es vida, amor, salvación, donación. “No apaguemos la llama ardiente de esta paz encendida por Cristo” (François Mauriac).

En segundo lugar, ¿cómo fue esta paradoja? En la sencillez de los personajes: una doncella humilde y pura; un casto varón, justo y sin dinero; y un niño indefenso toda candor y ternura; unos pastores pobres sin poder, sin influencias ni títulos, que vivían a la intemperie y en vida seminómada. En la sencillez del lugar: no en la Jerusalén prestigiosa y religiosa, sino en la pequeña ciudad de Belén, lugar del pan; ese pan tierno de Jesús que necesitará cocerse durante esos años de vida oculta y pública, hasta llegar al horno del Cenáculo y Calvario; y llegará a nosotros misteriosamente en cada misa. En la sencillez de la cueva miserable de animales porque los humanos no le dieron posada. En la sencillez de la noche, sin estruendos de cohetes, bengalas y fuegos artificiales.

Finalmente,¿a cambio de qué esta paradoja? De que nuestros ojos le miren con ternura y le sonrían, y así de nuestros ojos caigan las escamas de nuestras miopías. De que nuestros labios le besen y queden así purificados, libres de mentiras y palabras indecentes. De que nuestros brazos le acojan, y queden bien fortalecidos para sostener al caído en el camino. De que nuestras manos le acaricien y se abran a la generosidad con los que sufren y estén necesitados. De que nuestra rodillas se doblen y le adoren en la oración como Dios y Señor. De que nuestra corazón sea un dulce mesón donde invitar a Jesús.

Para reflexionar: Con san León Magno reflexionemos: “No puede haber lugar para la tristeza, cuando nace aquella vida que viene a destruir el temor de la muerte y a darnos la esperanza de una eternidad dichosa. Que nadie se considere excluido de esta alegría, pues el motivo de este gozo es común para todos; nuestro Señor, en efecto, vencedor del pecador y de la muerte, así como no encontró a nadie libre de culpa, así ha venido para salvarnos a todos. Alégrese, pues, el justo, porque se acerca a la recompensa; regocíjese el pecado, porque se le brinda el perdón; anímese el pagano, porque es llamado a la vida”(Sermón I sobre la Natividad, 1-3).

Para rezar: Terminemos con esta oración: “Niño del pesebre, pequeño Niño Dios, hermano de los hombres. El alma se me llena de ternura y el corazón de dicha, cuando te veo así, pequeño, pobre y humilde, débil e indefenso, recostado en las pajas del pesebre.Enséñame, Jesús, a apreciar lo que vale tu dulce Encarnación. Ayúdame a comprender el profundo sentido de tu presencia entre nosotros. Haz que mi corazón sienta la grandeza de tu generosidad, la profundidad de tu humildad, la maravilla de tu bondad y de tu amor salvador. No te pido entender las paradojas de Belén sino de saborearlas con el corazón extasiado en fe y gratitud”.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Texto completo: Tercera Predicación de Adviento - Padre Raniero Cantalamessa.  22 de diciembre de 2014 (Zenit.org)

'La paz de Cristo reine en vuestros corazones' (Col 3, 15)

1. La paz fruto del Espíritu

Después de haber reflexionado sobre la paz como don de Dios en Cristo Jesús a toda la humanidad y de la paz como tarea en la que trabajar, nos queda hablar de la paz como fruto del Espíritu. San Pablo pone la paz en el tercer lugar entre los frutos del Espíritu: “El fruto del Espíritu, dice, amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia” (Ga 5, 22).

Qué son “los frutos del Espíritu”, lo descubrimos precisamente analizando el contexto en el que tal idea aparece. El contexto es el de la lucha entre la carne y el espíritu, es decir entre el principio que regula la vida del hombre viejo, lleno de concupiscencia y deseos mundanos, y el que regula la vida del hombre nuevo, conducido por el Espíritu de Cristo. En la expresión “frutos del Espíritu”, “Espíritu” no indica el Espíritu Santo en sí mismo, como el principio de la nueva existencia, o incluso “el hombre que se deja guiar por el Espíritu”.

A diferencia de los carismas, que son obra exclusiva del Espíritu, que los da a quien quiere y cuando quiere, los frutos son el resultado de una colaboración entre la gracia y la libertad. Son, por tanto, lo que entendemos hoy por virtud, si damos a esta palabra el sentido bíblico de un actuar habitual “según Cristo”, o “según el Espíritu”, más que el sentido filosófico aristotélico de un actuar habitual “según la recta razón”. Aún, a diferencia de los dones del Espíritu que son distintos en cada personas, los frutos del Espíritu son idénticos para todos. No todos en la Iglesia pueden ser apóstoles, profetas, evangelistas; pero todos indistintamente, del primero al último, pueden y deben ser caritativos, pacientes, humildes, pacíficos.

La paz fruto del Espíritu es por tanto distinta de la paz don de Dios y de la paz como tarea en la que trabajar. Indica la condición habitual (habitus), el estado de ánimo y el estilo de vida de quien, mediante el esfuerzo y la vigilancia, ha alcanzado una cierta pacificación interior. La paz fruto del espíritu es la paz del corazón. Y es de esta cosa tan bonita y tan deseada que hoy hablaremos. Esta es distinta de ser trabajadores de paz, pero sirve maravillosamente también a este fin. El título del mensaje del papa Juan Pablo II para la Jornada mundial de la paz de 1984 decía: “La paz nace de un corazón nuevo” y Francisco de Asís, mandando a sus hermanos por el mundo, les aconsejaba: “La paz que anunciáis con la boca, tenedla sobre todo en vuestros corazones”.1

2. La paz interior en la tradición espiritual de la Iglesia

El alcance de la paz interior o del corazón ha ocupado a lo largo de los siglos a todos los grandes buscadores de Dios. En Oriente, comenzando por los Padres del desierto, esto se ha concretizado en el ideal de la hesychia, del hesicasmo, o de la tranquilidad. Este ha osado proponerse y proponer a los otros una mirada altísima, si no incluso sobrehumana: restar a la mente todo pensamiento, a la voluntad todo deseo, a la memoria todo recuerdo, para dejar a la mente el único pensamiento de Dios, a la voluntad el único deseo de Dios y a la memoria el único recuerdo de Dios y de Cristo (la mneme Theou). Una lucha titánica contra los pensamientos (logismoi), no sólo los malos, sino también los buenos. Ejemplo extremo de esta paz obtenida con una guerra feroz, ha quedado en la tradición monástica el monje Arsenio, el cual, a la pregunta “¿qué debo hacer para salvarme?”, se sintió responder por Dios: “Arsenio, huye, estate en silencio y permanece en la tranquilidad” (a la carta, práctica l’hesychia)2.

Más tarde esta corriente espiritual dará lugar a la práctica de la oración del corazón, u oración ininterrumpida, aún ampliamente practicada en la cristiandad oriental y de la que “Relatos de un peregrino ruso” son la expresión más fascinante. Al inicio sin embargo no se identificaba con ella. Era una forma de alcanzar la perfecta tranquilidad del corazón; no una tranquilidad vacía y un fin en sí misma, sino una tranquilidad plena, parecida a la de los beatos, un comenzar a vivir en la tierra la condición de los santos en el cielo.

La tradición occidental ha perseguido el mismo ideal pero por otros camino, accesibles tanto para los que practican la vida contemplativa como para los que practican una vida activa. La reflexión comienza con Agustín. Él dedica un libro entero del De civitate Dei a reflexionar sobre las distintas formas de la paz, dando a cada una una definición que ha hecho escuela hasta nosotros, entre las cuales la de la paz como “tranquilillitas ordinis”, la tranquilidad del orden. Pero es sobre todo con lo que dice en las Confesiones que ha influido en el delinear el ideal de la paz del corazón. Él dirige a Dios, al inicio del libro, casi de pasada, una palabra destinada a tener una resonancia inmensa en todo el pensamiento sucesivo: “Tú nos has hecho para ti y nuestros corazón está inquieto hasta que no reposa en ti”3.Más adelante ilustra esta afirmación con el ejemplo de la gravedad.

“Nuestra paz está en su buena voluntad. El cuerpo, por su peso, tiende a su lugar. El peso no sólo impulsa hacia abajo, sino al lugar de cada cosa. El fuego tira hacia arriba, la piedra hacia abajo. Cada uno es movido por su peso y tiende a su lugar… Mi peso es mi amor; él me lleva doquiera soy llevado”4.

Hasta que estamos en esta tierra el lugar de nuestro descanso es la voluntad de Dios, el abandono a sus deseos. “No se encuentra descanso si no se consiente a la voluntad de Dios sin resistencia”5. Dante Alighieri resumirá este pensamiento agustiniano en su célebre verso: “En su voluntad está nuestra paz”6.

Sólo en el cielo este lugar de reposo será Dios mismo. Agustín termina, por eso, su tratamiento del tema de la paz con un apasionado elogio de la paz de la Jerusalén del cielo que vale la pena escuchar para inflamarnos también nosotros del deseo de ésta:

“Está después la paz final [...] En esa paz no es necesario que la razón domine los impulsos porque no estarán, pero Dios dominará al hombre, el alma espiritual el cuerpo y será tan grande la serenidad y la disponibilidad a la sumisión, como grande es la delicia del vivir y dominar. Y entonces en todos y cada uno está condición será eterna y se tendrá la certeza de que es eterna y por eso la paz de tal felicidad, o sea la felicidad de tal paz será el bien supremo”. 7

La esperanza de esta paz eterna ha marcado toda la liturgia de los difuntos. Expresiones como “Pax”, “In pace Christi”, “Requiescat in pace” son las más frecuentes en las tumbas de los cristianos y en las oraciones de la Iglesia. La Jerusalén celeste, con alusión a la etimología del nombre, es definitiva “beata pacis visio”8,beata visión de paz.

3. El camino de la paz

La concepción de Agustín de la paz interior como la adhesión a la voluntad de Dios encuentra una confirmación y una profundización en los místicos. El maestro Eckhart escribe:“Nuestro Señor dice: ‘Sólo tendréis paz en mí’ (cfr. Jn 16, 33). Cuanto más se penetra en Dios, más nos adentramos en la paz.El que tiene su yo en Dios tiene la paz, el que tiene su yo fuera de Dios no tiene la paz”9. No se trata, por lo tanto, sólo de cumplir con la voluntad de Dios, sino de no tener otra voluntad que la Dios, morir completamente a la propia voluntad. La misma cosa se lee, en forma de experiencia vivida, en Santa Ángela de Foligno: “Más adelante, la bondad de Dios me concedió la gracia de hacer de dos cosas una sola, tanto que no puedo querer otra cosa, sino lo que Él quiere. […] Ya no me hallo más ahora como solía hallarme, sino que fui conducida a una gran paz en la cual vivo con Él y estoy contenta de cualquier cosa”10.

Un desarrollo diferente, más ascético que místico, lo encontramos en san Ignacio de Loyola con su doctrina de la “santa indiferencia”.11Consiste en ponerse en un estado de disposición total a aceptar la voluntad de Dios, renunciando, desde el principio, a cualquier preferencia personal, al igual que una balanza dispuesta a inclinarse del lado donde el peso será mayor. La experiencia de paz interior se convierte así en el principal criterio en todo discernimiento. Hay que considerar que es conforme a la voluntad de Dios, la elección, que después de una prolongada ponderación y oración, viene acompañada por una mayor paz del corazón.

Ninguna corriente espiritual saludable, sin embargo, ya sea en Oriente o en Occidente, ha pensado nunca que la paz del corazón sea una paz barata y sin esfuerzo. Trató de argumentar lo contrario, en la Edad Media, la secta "del libre Espíritu" y en el siglo XVII, el movimiento quietista, pero ambos fueron condenados por la jerarquía y la conciencia de la Iglesia. Para mantener y aumentar la paz del corazón hay que domar, momento a momento, sobre todo al principio, una revuelta: la de la carne contra el espíritu.

Jesús lo había dicho de mil maneras: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo”,“quien quiera salvar su vida, la perderá; quien pierda su vida, la salvará” (cfr. Mc 8, 34 ss.).Hay una falsa paz que Jesús dice que vino a quitar, no a traer a la tierra(cfr. Mt 10, 34).Pablo traducirá todo esto en una especie de ley fundamental de la vida cristiana:

“Los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu, lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu, vida y paz, ya que las tendencias de la carne llevan al odio de Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden; así, los que viven según la carne, no pueden agradar a Dios... Si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis” (Rm 8, 5-13).

La última frase contiene una enseñanza importantísima. El Espíritu Santo no es la recompensa a nuestros esfuerzos de mortificación, sino el que los hace posibles y fructíferos; el no está sólo al final, sino también al comienzo del proceso: “Si, por el Espíritu, hacéis morir las obras de la carne, viviréis”. En este sentido se dice que la paz es fruto del Espíritu; es el resultado de nuestro esfuerzo, hecho posible por el Espíritu de Cristo. Una mortificación voluntarista y demasiado confiada de sí misma puede llegar a ser (y a menudo a llegado a ser) también ella una obra de la carne.

Entre los que han ilustrado a lo largo de los siglos, este camino a la paz del corazón, destaca por la practicidad y el realismo, el autor de la Imitación de Cristo. Él se imagina una especie de diálogo entre el Divino Maestro y el discípulo, como entre un padre y su hijo:

Maestro: “Hijo, ahora te enseñaré el camino de la paz y de la verdadera libertad”.

Discípulo:“Haz, Señor, lo que dices porque escucharlo es muy agradable para mí”.

Maestro: “Procura, hijo, hacer antes la voluntad ajena que la propia. Elige siempre tener menos y no más. Busca siempre el último lugar, y estar sometido a otros. Escoge y siempre reza para que la voluntad de Dios se cumpla íntegramente en ti. Así se ingresa en los términos de la paz y la quietud”.

Otro medio sugerido al discípulo es el de evitar la vana curiosidad:

“Hijo, no seas curioso: no te asumas inútiles esfuerzos. ¿Qué te importa esto o aquello? «Tú sígueme». (Jn 21, 22). ¿Qué te importa que aquella persona sea de tal hechura, o diversa, o aquella otra actúe o diga esto o aquello? Tú no deberás responder por los otros; al contrario rendirás cuentas sobre ti mismo. ¿De qué cosa por lo tanto te estás interesando? Sabes que yo conozco a todos, veo todo lo que sucede bajo el sol y sé la condición de cada uno: qué piensa cada uno, qué cosa quiere, qué tiene en vista su intención. Todo tiene que ser por lo tanto, puesto en mis manos. Y tú mantente en paz firme, dejando que los otros se agiten cuanto crean, y pongan agitación en torno de ellos: lo que él haya hecho y lo que haya dicho recaerá sobre él, porque, por lo que a mi se refiere, no me puede engañar”12.

4. “Paz porque en ti tiene confianza”

Sin pretender sustituir estos medios ascéticos tradicionales, la espiritualidad moderna pone su acento en otros medios más positivos para conservar la paz interior. El primero es la confianza y el abandono en Dios. “Tú le asegurarás la paz, paz porque en ti tiene confianza”, se lee en Isaías (23, 3). Jesús en el Evangelio motiva su invitación a no temer y a no estar en ansia por el mañana, con el hecho de que el Padre celeste conoce lo que necesitamos, él que nutre a los pájaros del cielo y viste a los lirios del campo (cfr. Mt 6, 5 ss).

Esta es la paz de la cual se volvió maestra y modelo Teresa del Niño Jesús. Un ejemplo heroico de esta paz que viene de la confianza en Dios ha sido también el mártir del nazismo Dietrich Bonhöffer. Mientras estaba en la cárcel y esperaba la ejecución capital, él escribió algunos versos que se convirtieron en un himno litúrgico en muchos países anglosajones:

De las fuerzas amigas maravillosamente envueltos

esperamos con calma el futuro.

Dios está con nosotros por la tarde y la mañana,

estará con nosotros cada nuevo día13.

Un escritor franciscano, Eloi Leclerc, en su libro La sabiduría de un pobre, cuenta como Francisco de Asís encontró la paz en un momento de profunda turbación. Estaba triste por la resistencia de algunos a su ideal y sentía el peso de la responsabilidad de la numerosa familia que Dios le había confiado. Partió de La Verna y viajó a San Damián para encontrar a Clara. Clara lo escuchó y para animarlo le dio un ejemplo.

“Supongamos que una de nuestras hermanas viniera a mi para disculparse de haber roto un objeto. Bueno, sin lugar a dudas le haría una observación y le daría como se acostumbra una penitencia. Pero si ella viniera a mi para decirme que ha incendiado el convento y que todo se ha quemado o casi, creo que en tal caso no tendría nada que decir. Me sentiría sorprendida por un hecho que es más grande que yo. La destrucción del convento es un hecho demasiado grande para que yo pueda estar profundamente turbada. Lo que Dios mismo ha construido no puede fundarse sobre la voluntad o el capricho de una criatura humana. El edificio de Dios se funda en bases mucho más sólidas”.

Francisco entendió la lección y respondió:

“El porvenir de esta gran familia religiosa que Dios me ha confiado es algo demasiado grande para que dependa de mí solo y me preocupe hasta el punto de estar turbado. Es también, sobre todo, asunto de Dios. Lo has dicho muy bien, pero ruega para que esta palabra germine en mi como una semilla de paz”14.

El Poverello regresó entre los suyos sereno, repitiéndose a sí mismo por el camino: “¡Dios existe, y esto basta! ¡Dios existe y esto basta!”. No es un episodio documentado históricamente, pero interpreta bien, en el estilo de los “Fioretti”, un momento en la vida de Francisco y contiene una lección importante.

Nos acercamos a la Navidad y me gustaría resaltar lo que creo que es el medio más eficaz de todos para preservar la paz del corazón y esto es la certeza de ser amados por Dios. “Paz en la tierra a los hombres que Dios ama”, literalmente: “Paz en la tierra a los hombres de (divino) beneplácito (eudokia)” (Lc 2, 14). La Vulgata traducía este término con "buena voluntad” (bonae voluntatis), entendiendo con esto la buena voluntad de los hombres, o los hombres de buena voluntad. Pero se trata de una malinterpretación, hoy reconocida por todos como tal, aunque por respeto a la tradición, en el Gloria de la Misa en latín se sigue diciendo todavía “y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Los descubrimientos de Qumrán han aportado la prueba definitiva. “Hombres, o hijos, de la benevolencia” son llamados, en Qumrán, los hijos de la luz, los elegidos de la secta15. Se trata, por tanto, de los hombres que son objeto de la benevolencia divina.

En los Esenios de Qumrán “el divino beneplácito” discrimina; son sólo los seguidores de la secta. En el Evangelio, “los hombres de la divina benevolencia” son todos los hombres sin excepción. Es como cuando uno dice “los hombres nacidos de mujer”; no quiere decir que algunos nacen de mujer y los otros no, sino sólo caracterizar a todos los hombres según su forma de venir al mundo. Si la paz se otorgara a los hombres por su “buena voluntad”, entonces sí que estaría limitada a unos pocos, a los que la merecen; pero dado que se concede por la buena voluntad de Dios, por la gracia, se ofrece a todos.

“Assueta vilescunt”, decían los latinos; las cosas repetidas a menudo se degradan, pierden mordiente, y esto sucede, por desgracia, también con las palabras de Dios. Tenemos que asegurarnos de que eso no ocurra, también en esta Navidad. Las palabras de Dios son como cables eléctricos. Si pasa la corriente, al tocarlos dan calambre; si no pasa la corriente, o si se usan guantes aislantes, se pueden tocar sin problemas, no dan ningún calambre. La potencia y la luz del Espíritu está siempre en acción, pero depende de nosotros recogerla, a través de la fe, el deseo y la oración. ¡Que fuerza y novedad contenían estas palabras: “Paz en la tierra a los hombres amados por el Señor”, desde que fueron proclamadas por la primera vez! Tenemos que recuperar un oído virgen, el oído de los pastores que las escucharon por primera vez y, “sin demora”, se pusieron en viaje.

San Pablo nos muestra un manera de superar todas nuestras ansiedades y encontrar cada vez la paz del corazón, a través de la certeza de que somos amados por Dios. Escribe:

“Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su proprio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas? […] ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? […] Pero en todo esto salimos más que vencedoresgracias a aquel que nos amó” (Rm 8, 31-37).

La persecución, los peligros, la espada no son una lista abstracta o imaginaria; son los momentos de angustia que ha experimentado, de hecho, en su vida; los describe ampliamente en la Segunda Carta a los Corintios (cfr. 2 Co 11, 23 ss). El Apóstol pasa ahora revisión en su mente y constata que ninguno de ellos es lo suficientemente fuerte para resistir la comparación con el pensamiento del amor de Dios. Implícitamente, el Apóstol nos invita a hacer lo mismo: a mirar nuestra vida, tal y como se presenta, a sacar a la luz los miedos y las razones de tristeza que se esconden allí, y que no nos permiten aceptarnos con serenidad a nosotros mismos: ese complejo, ese defecto físico o moral, ese fracaso, ese recuerdo doloroso; exponer todo eso a la luz del pensamiento de que Dios nos ama y concluir con el Apóstol: “En todas estas cosas, puedo ser más que vencedor, en virtud de aquel que me ha amado”.

De su vida personal, el Apóstol pasa, poco después, a ver el mundo a su alrededor. Escribe:

“Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados; ni lo presente ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor Nuestro” (Rm 8, 37-39).

Él observa “su” mundo, con las potencias que lo hacían entonces amenazante: la muerte con su misterio, la vida presente con sus seducciones, los poderes astrales o aquellos infernales que daban tanto terror al hombre antiguo. Estamos invitados, incluso en este caso, a hacer lo mismo: mirar, a la luz del amor de Dios, el mundo que nos rodea y que nos da miedo. Lo que Pablo llama la “altura” y la “profundidad” son para nosotros ahora lo infinitamente grande en la altura y lo infinitamente pequeño en la profundidad, el universo y el átomo. Todo está listo para aplastarnos; el hombre es débil y sólo en un universo mucho más grande que él y convertido, además, en aún más amenazador, como resultado de sus descubrimientos científicos, y ademas las guerras, las enfermedades incurables, hoy el terrorismo... Pero nada de esto nos puede separar del amor de Dios. ¡Dios ha creado el universo y lo mantiene firmemente en la mano! ¡Dios existe y esto basta!

Santa Teresa de Ávila, nos ha dejado una especie de testamento, que es útil repetirnos cada vez que tenemos que recobrar la paz del corazón: “Nada te turbe, nada te espante,todo se pasa,Dios no se muda;la pacienciatodo lo alcanza;quien a Dios tienenada le falta.Sólo Dios basta”.

Que el nacimiento del Señor, Santo Padre, Venerables padres, hermanos y hermanas, sea realmente para nosotros, como decía san León Magno, ¡“el nacimiento de la paz”!16 De las tres dimensiones de la paz: aquella entre el cielo y la tierra, aquella entre todos los pueblos y aquella en nuestros corazones.

_________________

Traducido por Zenit

1 Leyenda de los tres compañeros, 58 (Fuentes Franciscanas, n.1469)

2 Apophtegmata Patrum, Arsenio 1-3 (J.C. GUY, ed., I padri del deserto. Così dissero, così vissero, Milán 1997)

3 S. Agustín, Confesiones, I, 1.

4 Ib. XIII, 9.

5 S. Agustín, Adnotationes in Iob, 39.

6 Dante Alighieri, Paraíso, 3, v.85

7 S. Agustín, De civitate Dei, XIX, 27.

8 Himno del Oficio de la Dedicación de la Iglesia.

9 Maestro Eckhart, Sermones, 7 (Ed. J. Quint, Deutsche Werke, I,.Stuttgart 1936, p. 456).

10 El libro de la Beata Ángela, VII (ed. Quaracchi, 1985, p. 296).

11 Cfr. G. Bottereau, Indifference, en “Dictionnaire de Spiritualité , vol 7, coll.1688 ss

12  Imitación de Cristo, III, 23-24.

13 Von guten Mächten wunderbar geborgen /erwarten wir getrost, was kommen mag.

Gott ist mit uns am Abend und am Morgen / und ganz gewiss an jedem neuen Tag.

14 E. Leclerc, La sagesse d’un pauvre, Paris,Desclée de Brouwer,  22e éd. 2007

15  Cfr. Inni, I QH, IV, 32 s, (XI, 9).

16 S. León Magno, Sermo de Nativitate Domini, XXXVI, 5 (PL 54, 215).


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Martes, 23 de diciembre de 2014

Reflexión a las lecturas de la Natividad del Señor ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

La Natividad del Señor        

 

¡Por el camino del Adviento hemos llegado a la Navidad!

Nos disponemos, pues, a celebrar el Nacimiento de Jesús y sus primeras manifestaciones hasta llegar a su Bautismo, cuando va a iniciar su Vida Pública. ¡Es el Tiempo de Navidad! Recordamos y celebramos, por tanto, casi toda la vida del Señor.

Y no celebramos estos acontecimientos como si se tratara sólo del recuerdo de algo que sucedió hace mucho tiempo; porque el Misterio de la Liturgia de la Iglesia –del Año Litúrgico- hace posible que estos acontecimientos se hagan, de algún modo, presentes, de manera que podamos ponernos en contacto con ellos y llenarnos de la gracia de la salvación (Const. Lit, 102). Es lo que se llama el “hoy” de la Liturgia.

Y esto es muy importante  ¡Cambia por completo el sentido de la celebración!

El Papa S. León Magno (S. V), en una homilía de Navidad, decía: “Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador. Alegrémonos…” (Hom. Nav. I).

Y en la Misa de Medianoche, por poner otro ejemplo, repetimos, en el salmo responsorial: “Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor”.

Y lo tomamos tan en serio, que nos felicitarnos unos a otros por la “suerte” que hemos tenido, al haber encontrado a Jesucristo en nuestro camino, al haber sido acogidos por la Iglesia, que es Madre y Maestra, y al poder celebrar la llegada de la salvación.

¡Cuántas gracias debemos dar a Dios Padre, que nos concede, un año más, celebrar estas fiestas tan grandes y tan hermosas!

Éstas son fiestas de mucha alegría, como comentaba el Domingo 3º de Adviento. Alegría que, decía, radica en el corazón, y que es desbordante en manifestaciones externas, ya tradicionales. Alegría que debe ser mucho mayor que si nos hubiera tocado la lotería.

Es tan importante y real todo esto, que la Navidad nos exige un cambio de vida, y debe marcar un antes y un después en la vida de cada cristiano. Es lo que nos dice San Pablo en la segunda lectura de la Misa de Medianoche: “Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos y a llevar ya, desde ahora, una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo”.

Y nadie puede decir, por ningún motivo: “Se me estropeó la Navidad.” O también: “¿En estas circunstancias, cómo puedo celebrar la Navidad?” “¿Cómo vamos a felicitar la Navidad a un enfermo?”, me decía alguien, en una ocasión.

La Navidad nos encuentra cada año en una situación distinta. Y desde ahí, desde ese “lugar concreto”, tenemos que salir al encuentro del Señor que llega, que quiere llegar a cada uno de nosotros, sin ninguna excepción. Y esto se realiza, especialmente, en la Eucaristía de la Navidad, en la que el Señor viene a cada uno, en la Comunión. Es lo más parecido al Portal de Belén y al mismo Cielo.

Ya San León Magno, en la homilía que antes comentaba, decía: “Nadie tiene que sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo”.

En resumen, como los pastores, “vayamos a Belén a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor…”, para que podamos volver al encuentro con los hermanos, también como los pastores, “dando gloria y alabanza a Dios” por todo lo que hemos  visto y  oído. (Cfr. Lc 2, 15-20).      

¡FELIZ NAVIDAD!


Publicado por verdenaranja @ 21:28  | Espiritualidad
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MISA DE MEDIANOCHE DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR

 MONICIONES

 

PRIMERA LECTURA              

        El profeta anuncia el gozo inexpresable de la salvación, semejante al del labrador, que recoge una cosecha abundante y a la del guerrero, que reparte un rico botín. La victoria sobre el enemigo es obra de un Niño Rey, dado por Dios a los hombres. Escuchemos.

 

SALMO

El salmo que vamos a proclamar como respuesta a la Palabra de Dios, expresa la alegría de la  llegada del Salvador en esta noche santa. Proclamemos ahora todos esta gran alegría, cantando: “Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor”.

 

SEGUNDA LECTURA

        El apóstol extrae del acontecimiento de la venida del Señor, unas consecuencias prácticas fundamentales para la vida de los cristianos. Parecen expresamente inspiradas para el hombre de hoy.  Escuchemos con atención.

 

TERCERA LECTURA

Con una gran solemnidad S. Lucas nos guía hasta un pesebre de las afueras de Belén, donde nace Jesús, el Señor de la historia y del mundo entero. Los pobres y los sencillos, los pastores, son los primeros en llegar. ¡El cielo se une con la tierra! ¡Dios está en medio de nosotros!

Cantemos el aleluya al Señor Jesús, nacido para nuestra salvación.

 

OFRENDAS

        Como los pastores fueron a Belén llevando sus dones, llevemos ahora nosotros al altar, con generosidad y alegría, nuestra ofrendas para la Eucaristía.

 

COMUNIÓN        

En la Comunión, recibimos al mismo Señor Jesucristo que se encarnó en la Virgen María, y nació en Belén para nuestra salvación. Después de haber recibido el sacramento de la Penitencia en las celebraciones del Adviento, recibimos ahora la Comunión. Ésta es la mejor manera de celebrar la Navidad. Jesucristo viene a nosotros como vino un día a María, como nació un día en Belén. ¡Cada vez que un hombre recibe el Cuerpo del Señor es  Navidad!


Publicado por verdenaranja @ 21:24  | Liturgia
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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio de la Natividad del Señor - B 

EL ROSTRO HUMANO DE DIOS

El cuarto evangelio comienza con un prólogo muy especial. Es una especie de himno que, desde los primeros siglos, ayudó decisivamente a los cristianos a ahondar en el misterio encerrado en Jesús. Si lo escuchamos con fe sencilla, también hoy nos puede ayudar a creer en Jesús de manera más profunda. Solo nos detenemos en algunas afirmaciones centrales.

«La Palabra de Dios se ha hecho carne». Dios no es mudo. No ha permanecido callado, encerrado para siempre en su Misterio. Dios se nos ha querido comunicar. Ha querido hablarnos, decirnos su amor, explicarnos su proyecto. Jesús es sencillamente el Proyecto de Dios hecho carne.

Dios no se nos ha comunicado por medio de conceptos y doctrinas sublimes que solo pueden entender los doctos. Su Palabra se ha encarnado en la vida entrañable de Jesús, para que lo puedan entender hasta los más sencillos, los que saben conmoverse ante la bondad, el amor y la verdad que se encierra en su vida.

Esta Palabra de Dios «ha acampado entre nosotros». Han desaparecido las distancias. Dios se ha hecho «carne». Habita entre nosotros. Para encontrarnos con él, no tenemos que salir fuera del mundo, sino acercarnos a Jesús. Para conocerlo, no hay que estudiar teología, sino sintonizar con Jesús, comulgar con él.

«A Dios nadie lo ha visto jamás». Los profetas, los sacerdotes, los maestros de la ley hablaban mucho de Dios, pero ninguno había visto su rostro. Lo mismo sucede hoy entre nosotros: en la Iglesia hablamos mucho de Dios, pero nadie lo hemos visto. Solo Jesús, «el Hijo de Dios, que está en el seno del Padre es quien lo ha dado a conocer».

No lo hemos de olvidar. Solo Jesús nos ha contado cómo es Dios. Solo él es la fuente para acercarnos a su Misterio. ¡Cuántas ideas raquíticas y poco humanas de Dios hemos de desaprender y olvidar para dejarnos atraer y seducir por ese Dios que se nos revela en Jesús!

Cómo cambia todo cuando uno capta por fin que Jesús es el rostro humano de Dios. Todo se hace más simple y más claro. Ahora sabemos cómo nos mira Dios cuando sufrimos, cómo nos busca cuando nos perdemos, cómo nos entiende y perdona cuando lo negamos. En él se nos revela «la gracia y la verdad» de Dios.       

José Antonio Pagola

Natividad del Señor – B (Juan 1,1-18)

Evangelio del 25/12/2014


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Lunes, 22 de diciembre de 2014

El santo padre Francisco ha rezado en la mañana del IV Domingo de Adviento, 21 de Diciembre de 2014, el ángelus desde la ventana del estudio en el Palacio Apostólico con los fieles que se han reunido en la plaza de San Pedro. (Zenit.org)

Estas son las palabras del Papa al introducir la oración mariana:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

hoy, cuarto y último domingo de Adviento, la liturgia quiere prepararnos a la Navidad ya a las puertas, invitándonos a meditar el pasaje del anuncio del Ángel a María. El arcángel Gabriel revela a la Virgen la voluntad del Señor de que ella se convierta en madre de su Hijo unigénito: “Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo”. Fijamos la mirada sobre esta sencilla joven de Nazaret, en el momento en el que se hace disponible al mensaje divino con su “sí”; acogemos dos aspectos esenciales de su actitud, que es para nosotros modelo de cómo prepararse a la Navidad.

Sobre todo su fe, su actitud de fe, que consiste en el escuchar la Palabra de Dios para abandonarse a esta Palabra con plena disponibilidad de mente y de corazón. Respondiendo al Ángel, María dijo: ”Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”. En su “aquí estoy” lleno de fe, María no sabe en qué caminos se deberá aventurar, qué dolores deberá padecer, qué riesgos afrontar. Pero es consciente que es el Señor quien le pide y ella se fía totalmente de Él y se abandona a su amor. Esta es la fe de María.

Otro aspecto es la capacidad de la Madre de Cristo de reconocer el tiempo de Dios. María es aquella que ha hecho posible la encarnación del Hijo de Dios, “la revelación del misterio, que fue guardado en secreto desde la eternidad”. Ha hecho posible la encarnación del Verbo gracias precisamente a su “sí” humilde y valiente. María nos enseña a acoger el momento favorable en el que Jesús pasa en nuestra vida y pide una respuesta preparada y generosa. Y Jesús pasa. De hecho, el misterio del nacimiento de Jesús en Belén, sucedido históricamente hace más de dos mil años, se implementa, como evento espiritual, en el “hoy de la liturgia”. El Verbo, que encontró morada en el vientre virginal de María, en la celebración de la Navidad viene a llamar nuevamente al corazón de cada cristiano. Pasa y llama. Cada uno de nosotros es llamado a responder, como María, con un “sí” personal y sincero, poniéndose plenamente a disposición de Dios y de su misericordia. Cuántas veces Jesús pasa en Nuestra vida y cuántas veces nos manda un ángel. Y cuántas veces no nos damos cuenta porque estamos muy ocupados, sumergidos en nuestros pensamientos, en nuestros quehaceres, incluso en estos días en los preparativos de la Navidad, que no nos damos cuenta de él que pasa y llama a la puerta de nuestro corazón pidiendo acogida, pidiendo un sí como el de María. Un santo decía “tengo miedo de que el Señor pase”. ¿Sabéis por qué tenía miedo? Miedo de no darse cuenta, de dejarlo pasar. Cuando sentimos en nuestro corazón ‘quisiera ser más bueno, más buena, me arrepiento de esto que he hecho’ aquí está el Señor que llama, que hace sentir esto, las ganas de ser mejor, las ganas de estar más cerca de los otros, de Dios. Si tú sientes esto, párate. El Señor está ahí. Ve a rezar y quizá a la confesión a limpiar un poco la habitación. Eso hace bien. Pero recuerda bien, si tú sientes esas ganas de mejorar, es Él quien llama, no dejarlo pasar.

En el misterio de Navidad, junto a María está silenciosa la presencia de san José, como viene representado en todos los belenes --también en ese que podéis admirar aquí en la plaza de San Pedro. El ejemplo de María y de José  es para todos nosotros una invitación a acoger con total apertura de alma a Jesús, que por amor se ha hecho nuestro hermano. Él viene a llevar al mundo el don de la paz: “Paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”, como anunciaron a coro los ángeles a los pastores. El don precioso de la Navidad es la paz, y Cristo es nuestra verdadera paz. Y Cristo llama a nuestros corazones para darnos la paz. La paz del alma, abramos las puertas a Cristo.

Nos confiamos a la intercesión de nuestra Madre y de san José, para vivir una Navidad verdaderamente cristiana, libres de toda mundanidad, preparados a acoger al Salvador, el Dios-con-nosotros.

Estas son las palabras del Papa al finalizar el ángelus:

Queridos hermanos y hermanas,

os saludo a todos, fieles romanos y peregrinos venidos de distintos países; las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones.

En particular, saludo a los jóvenes del Movimiento de los Focolares, la Comunidad Juan XXIII, y los scouts AGESCI de Tor Sapienza (Roma). No olvidéis, el Señor pasa y si tú sientes las ganas de mejorar, de ser más bueno, es el Señor que llama a tu puerta. En esta Navidad el Señor pasa.

Deseo a todos un buen domingo y una Navidad de esperanza, con las puertas abiertas al Señor, de alegría y de fraternidad. Por favor rezad por mí. Buen almuerzo y ¡Hasta pronto!


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Catequesis para toda la familia por Eva Carreras del Rincón, Carmen Francisco. (Zenit.org)

¿Qué quiere decir oración colecta?

A veces, con el tiempo, las palabras se quedan congeladas y la mayoría desconocemos lo que significan.

Oración colecta.

Nunca me había detenido a pensar en su significado y me he dado cuenta de que es importante hacerlo si queremos ser conscientes de lo que hacemos y celebramos. He Buscado su significado en el diccionario de la Real Academia y he encontrado lo siguiente:
" colecta (Del lat. collecta).

1. f. Recaudación de donativos voluntarios, generalmente para fines benéficos.

2. f. derrama ( repartimiento de un gasto eventual).
3. f. Primera de las oraciones que dice quien celebra la misa, recogiendo las intenciones de los fieles.
4. f. Junta o congregación de los fieles en los templos de la primitiva Iglesia, para celebrar los oficios divinos.

La primera y la tercera están muy relacionadas.

Imaginemos que podemos juntar, recolectar, buscar y hacer un ramo con todas nuestras necesidades y también las de los demás.

Podemos llevar en el corazón algo especial que pedirle a Dios o darle las gracias muy contentos por eso que sabemos a conciencia.

Cuántos regalos nos hace Dios... y se los quiero agradecer porque parece que son más grandes de lo que yo puedo imaginar.

Ocurre que muchas veces tengo penas y problemas. Pero al ver el mar, alguien de mi familia que me quiere acompañar, mi interior que me empuja a levantarme, el sol, los animales... me consuelo y se lo necesito decir a mi Padre Dios; Que me siga ayudando con esperanza y respuestas a ese problema.

Durante esta parte de la misa ha llegado el momento en que el sacerdote va a recoger todas las intenciones de la Comunidad y presentárselas a Dios Padre.

Es tan importante que de pie, en silencio, nuestra oración se junte con la de los demás desde el corazón y el Sacerdote las presente como la bella Oración Colecta de los que estamos ahí.

¿Porqué no lo hablamos con nuestros hijos en casa o de camino a la Iglesia, y ponemos en común nuestras intenciones y peticiones?


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Domingo, 21 de diciembre de 2014

Catholic Calendar and Daily Meditation

Sunday, December 21, 2014

The Fourth Sunday of Advent


Scripture for Sunday's Liturgy of the Word:
http://new.usccb.org/bible/readings/122114.cfm


2 Samuel 7:1-5, 8b-12, 14a, 16
Psalm 89:2-3, 4-5, 27-29
Romans 16:25-27
Luke 1:26-38


A reflection on today's Sacred Scriptures:

In the First Reading today, God scolds King David for trying to build Him a house of gold, when for years, God says he has been perfectly satisfied to live in a tent, the Ark of the Covenant. In today's readings, God says, "Not yet!" Through the prophet, Nathan, God tells the King that He'll let Solomon build the Temple. Later, God is going to do something truly awesome. He is going to send His Son Jesus, and Jesus will be chosen for His Temple, a human person who is full of grace, obedience and love. Mary will be God's Temple!

How can this fulfill God's promise to David that He will place His Son, Jesus, someday on David's throne? Through the fact that Mary herself is a descendant of the House of David! God thinks of everything. God will come into the world through His Son, Jesus. He will be born in a stable, die on a cross, and only then find His permanent throne in that heaven from which He came!

The details are beautifully told in today's Gospel. God sends His Angel, Gabriel, to ask Mary if it will be all right with her. After a discreet inquiry as to how all of this will come about, Mary, queen that she is, returns a regal, simple, incredible answer, "I am the handmaid of the Lord." Then she adds on another sentence, "Let it be done to me according to your Word." "Fiat voluntas tua." May Your will be done, God. She doesn't worry anymore about the "how," because the angel has assured her that nothing is impossible with God, and as a matter of fact, God will be "on location" the whole time.

The meaning of Christmas is summed up in His name: Emmanuel, "God is with us," to destroy our fears and make us ambassadors of the Light. Advent has been all about waiting. And now we know what the waiting was all about: to live our lives, consoled in the midst of our frustration with war and corruption, as well as with our own personal failures. For God is with us, making sense of all the suffering, all the misery, helping us believe that we are in a much larger plan--waiting for Love to be born for the last time when all those prophecies we heard read to us in the last few weeks are brought to fulfillment. It's a question of that mysterious presence in our hearts that calls forth from us faith and hope and love. If we can only say a simple, unqualified "yes," life could be so simple, and God would be so pleased with us.

That's why it's so important that all of us confess our sinfulness before Christmas, and be absolved of anything that could keep Jesus out of our hearts. Advent ends this week, and Christmas is just around the corner, when Jesus will be born again in hearts that are prepared to receive Him. Will our hearts be ready?

Msgr. Paul Whitmore | email: pwhitmore29( )yahoo.com


c)2010 Reprints permitted, except for profit. Credit required.


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Reflexiones del obispo de San Cristóbal de las Casas, Felipe Arizmendi Esquivel. (Zenit.org)

Unidad no es sumisión

Por Felipe Arizmendi Esquivel

 VER

Estoy escribiendo con frecuencia sobre la unidad, porque me duele y me preocupa el sufrimiento de muchas personas y comunidades que no encuentran el camino para resolver sus diferencias religiosas, políticas, sociales y culturales. Hay desgarramientos internos, prejuicios, malos entendidos, chismes y desinformaciones. Los grupos y las personas se juzgan, se ofenden, se condenan y se excluyen. Son creyentes en el mismo Jesús y miembros de la misma Iglesia, pero su manera de entender y vivir la fe los confronta y se distancian; un diálogo sereno y pacífico parece imposible. Prevalecen las ideologías y se apaga el amor fraterno, que es lo definitivo en la vida.

Es doloroso y angustiante que algunos no toman en cuenta la Palabra de Dios y de la Iglesia, sino que se norman por los dictados de su organización, o por posturas de poder dentro de la misma comunidad eclesial. Piensan ser los únicos que poseen la verdad, los únicos que tienen la razón, los únicos buenos católicos, y cierran las puertas a los que van por senderos distintos; les ponen duras condiciones, normas y leyes, para que se sometan a quienes ostentan la dirección. Los quisieran aniquilar y que nunca más aparecieran. Y esto que sucede también en nuestras iglesias, se incrementa en los partidos políticos y en las organizaciones, sobre todo ahora que ya están en efervescencia las campañas preelectorales. Se quieren imponer el yo y los que son como yo, como si los demás no tuvieran los mismos derechos que yo.

PENSAR

Es muy ilustrativo lo que dijo el Papa Francisco, en Constantinopla, Turquía, al participar en una liturgia ecuménica con el Patriarca Ortodoxo Bartolomé I: “Condición esencial y recíproca para el restablecimiento de la plena comunión, que no significa ni sumisión del uno al otro, ni absorción, sino más bien la aceptación de todos los dones que Dios ha dado a cada uno, para manifestar a todo el mundo el gran misterio de la salvación llevada a cabo por Cristo, por medio del Espíritu Santo” (30-XI-2014). Quede claro: la plena comunión eclesial no es sumisión ni absorción del otro, sino su aceptación, con sus dones y diferencias.

Agregó el Papa: “Quiero asegurar a cada uno de ustedes que, para alcanzar el anhelado objetivo de la plena unidad, la Iglesia católica no pretende imponer ninguna exigencia, salvo la profesión de fe común y que estemos dispuestos a buscar juntos, a la luz de las enseñanzas de la Escritura y la experiencia del primer milenio, las modalidades con las que se garantice la necesaria unidad de la Iglesia en las actuales circunstancias. Dicha comunión será siempre fruto del amor ‘que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado’ (Rom 5,5), amor fraterno que muestra el lazo trascendente y espiritual que nos une como discípulos del Señor.

Encontrarnos, mirar el rostro el uno del otro, intercambiar el abrazo de paz, orar unos por otros, son dimensiones esenciales de ese camino hacia el restablecimiento de la plena comunión a la que tendemos. Todo esto precede y acompaña constantemente esa otra dimensión esencial de dicho camino, que es el diálogo teológico”.

ACTUAR

Cuando hay problemas, sentémonos a dialogar como hermanos. Seamos claros al exponer lo que pensamos, pero sobre todo humildes, para descubrir la verdad y lo bueno que dicen y hacen los demás. No empecemos con ofensas y descalificaciones, porque éstas endurecen el corazón y cierran la mente.

Cuando hay conflictos en la familia, es esencial el diálogo entre esposos, entre padres e hijos y entre hermanos. El diálogo nos ayuda a encontrar la verdad, para aclarar muchas cosas que a veces nos imaginamos sobre los otros, y que no son ciertas. Pero antes hay que saludarnos, perdonarnos, orar juntos, comer en paz y sin reproches, hacer a un lado el pasado y no estarlo reprochando a cada rato, ayudarnos.

Cuando hay divisiones en las comunidades, orar mucho al Espíritu Santo, autor de la armonía en la diversidad, y buscar estrategias de diálogos, con la ayuda de mediadores y conciliadores; antes, sanar el corazón, para encontrarnos en un ambiente de amor y de respeto.


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Viernes, 19 de diciembre de 2014

Reflexión a las lecturas del domingo cuarto de Adviento - B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñewro bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 4º de Adviento B

 

          El cuarto domingo de Adviento nos sitúa ante las puertas de la Navidad, y trata, cada año, de centrar los ojos y el corazón de toda la Iglesia en la Virgen María, la Madre del Señor. De ella aprendemos los cristianos la mejor forma de celebrar la Navidad. Nadie como ella, en efecto, ha sido capaz de acoger y vivir los Misterios que celebramos. Cómo desearíamos volver a ser niños y dejarnos coger de la mano de la Virgen María, Madre de la Iglesia, para que nos vaya acompañando a la hora de acercarnos a los distintos “pasos”  de la Navidad; para aprender de ella a buscar en nuestro corazón y en nuestra vida el mejor lugar para Jesucristo que viene; y luego, a  llevar por todas partes la Buena Noticia de la Navidad.

          El Evangelio de este domingo nos coloca ante el Misterio inefable de la  Encarnación. ¡Qué delicadas y escogidas son las palabras…, y los gestos! ¡Qué hermoso y esmerado resulta el conjunto! Y el texto de S. Lucas termina con esta sencilla expresión: “Y la dejó el ángel”. Pero entonces es cuando “el Verbo de Dios se hizo y carne habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14). Es “el misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora en la Sagrada Escritura”, como dice S. Pablo en la segunda lectura.

Jesucristo es el descendiente de David por antonomasia, que construirá el templo del Dios vivo, del que nos habla la primera lectura. Él será el templo verdadero y definitivo de Dios; constructor y templo al mismo tiempo.  Así llegará a su cumplimiento pleno la promesa del Señor a David.

          Los Santos Padres nos enseñan, además, que la Virgen María acogió a Jesucristo antes en su corazón -en su mente- que en su cuerpo. Es como una “doble Encarnación”. Espiritual una, corporal, la otra. La Encarnación corporal es un acontecimiento del todo original e irrepetible; la espiritual, en cambio, está al alcance de todos, y se puede alcanzar en mayor o menor grado. Y de eso se trata en la Navidad: de que el Señor venga más y mejor a nuestro corazón, para quedarse en nuestra vida. Es lo que decíamos el otro día recordando este villancico: “El Niño Dios ha nacido en Belén. Aleluya. Aleluya. Quiere nacer en nosotros también. Aleluya. Aleluya”.

Y esto se consigue, especialmente, a través de dos sacramentos: los de la Penitencia y de la Eucaristía. El sacramento de la Penitencia, o mejor, de la Reconciliación, debe ser el punto culminante de nuestra preparación de Adviento y hace posible que Jesucristo venga a nosotros; la Eucaristía es la Venida misma del Hijo de Dios a nuestro corazón, como vino a Nazaret o a Belén.

          Pero la celebración de la Navidad no termina en sí misma, sino que encierra la doble dimensión de la misión de la Iglesia, que es también Madre y Virgen: concebir al Hijo de Dios y darlo a luz al mundo. Y estas fiestas, con su ternura y su encanto, con su alegría y su asombroso e inefable mensaje, constituyen una ocasión privilegiada para llevar el anuncio de la Venida del Señor a los hermanos, al mundo entero.

                                                  ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR! ¡FELIZ NAVIDAD!


Publicado por verdenaranja @ 17:20  | Espiritualidad
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CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO B

 MONICIONES

 

 

PRIMERA LECTURA

Escuchamos ahora la promesa que el Señor hace al Rey David de consolidar su reino para siempre. Esta promesa se cumple, de manera definitiva en Jesucristo, como escucharemos después en el Evangelio: "El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin".

 

SEGUNDA LECTURA

          S. Pablo alaba al Padre por la manifestación del misterio escondido desde toda la eternidad, acerca de su Hijo Jesucristo, que nos ha dado.

 

TERCERA LECTURA

          El cuarto domingo de Adviento centra nuestra atención en la Virgen María. Ella ha sido la  que mejor acogió al Señor en su Venida. Escuchemos con atención y devoción en el Evangelio, el relato de la Anunciación.

 

COMUNIÓN

          La Comunión es la unión más grande con el Señor que podemos experimentar en la tierra. En ella pregustamos y tomamos parte de los bienes del Cielo. El Hijo de Dios, hecho hombre, viene a nosotros como vino a la Virgen María. El Cuerpo que se formó en la Virgen Santísima se nos ofrece ahora a todos, como alimento. Es lo más parecido al misterio de la Encarnación.

 


Publicado por verdenaranja @ 17:16  | Liturgia
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Jueves, 18 de diciembre de 2014

Texto completo de la audiencia general del miércoles 17 de diciembre de 2014 (Zenit.org)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Sínodo de los Obispos sobre la Familia, celebrado recientemente, ha sido la primera etapa de un camino que finalizará el próximo mes de octubre con la celebración de otra Asamblea sobre el tema "Vocación y misión de la familia en la Iglesia y en el mundo". La oración y la reflexión que tienen que acompañar este camino involucran a todo el Pueblo de Dios. Quisiera también que las habituales meditaciones de las audiencias de los miércoles formen parte de este camino común. Por lo tanto, he  decidido reflexionar con vosotros, en este año, precisamente sobre la familia, sobre este gran don que el Señor ha hecho al mundo desde el principio, cuando confirió a Adan y Eva la misión de multiplicarse y llenar la tierra. Aquel don que Jesús ha confirmado y sellado en su Evangelio.

La cercanía de la Navidad enciende sobre el misterio de la familia una gran luz. La encarnación del Hijo de Dios abre un nuevo inicio en la historia universal del hombre y de la mujer. Y este inicio sucede en el seno de una familia, en Nazaret. Jesús nació en una familia. Él podía venir especularmente, o como un guerrero, un emperador… No, no. Viene como un hijo de familia, en una familia. Por eso es importante mirar en el pesebre esta escena tan bella.

Dios ha querido nacer en una familia humana, que ha formado Él mismo. La ha formado en una aldea remota de la periferia del Imperio Romano. No en Roma, no en una gran ciudad, sino en una periferia casi invisible, de hecho, más bien con mala reputación. Lo recuerdan también los Evangelios, casi como una forma de decir: "De Nazaret, ¿puede salir alguna vez algo bueno?". Quizás, en muchas partes del mundo, nosotros mismos hablamos todavía así, cuando escuchamos el nombre de algún lugar periférico de una gran ciudad. Pues bien, precisamente de allí, de aquella periferia del gran Imperio, ha comenzado la historia más santa y más buena, ¡la de Jesús entre los hombres! Y allí estaba esta familia.

Jesús ha permanecido en esa periferia por treinta años. El evangelista Lucas resume este periodo así: “vivía sujeto a ellos, es decir a María y José. Pero uno dice: ¿pero este Dios que viene a salvarnos ha perdido treinta años, allí, en aquella periferia con mala reputación? ¡Ha perdido treinta años! Y Él ha querido esto. El camino de Jesús estaba en esa familia. La madre conservaba todas estas cosas en su corazón, y Jesús crecía en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres". No se habla de milagros o sanaciones, no ha hecho ninguna en aquel tiempo, no se habla de predicaciones, de muchedumbres que acuden; en Nazaret todo parece ocurrir "normalmente", según las costumbres de una pía y laboriosa familia israelí. Se trabajaba, la madre cocinaba, hacía todas las cosas de la casa, planchaba las camisas… Todas las cosas de las madres. El padre, carpintero, trabajaba, enseñaba al hijo a trabajar. Treinta años. '¡Pero que desperdicio, padre!' Pero nunca se sabe... Los caminos de Dios son misteriosos. ¡Pero lo que era importante allí era la familia! Y eso no era un desperdicio, ¿eh? Eran grandes santos. María, la mujer más santa, inmaculada, y José, el hombre más justo. La familia.

Ciertamente estaríamos enternecidos por el relato de cómo Jesús adolescente afrontaba las citas de la comunidad religiosa y los deberes de la vida social; al conocer cómo, cuando era un joven obrero, trabajaba con José; y luego su modo de participar en la escucha de las Escrituras, en la oración de los salmos y en tantas otras costumbres de la vida cotidiana. Los Evangelios, en su sobriedad, no refieren nada acerca de la adolescencia de Jesús y dejan esta tarea a nuestra afectuosa meditación. El arte, la literatura, la música han recorrida esta vía de la imaginación. Ciertamente, ¡no es difícil imaginar cuánto podrían aprender las madres de los cuidados de María por aquel Hijo! ¡Y cuánto podrían aprovechar los padres del ejemplo de José, hombre justo, que dedicó su vida a sostener y a defender al niño y a la esposa --su familia-- en los momentos difíciles! ¡Y no digamos cuánto podrían ser alentados los jóvenes por Jesús adolescente a comprender la necesidad y la belleza de cultivar su vocación más profunda y de soñar a lo grande! Y Jesús ha cultivado en aquellos treinta años su vocación por la cual el Padre lo ha enviado, ¿no? Dios Padre. Jesús jamás en aquel tiempo se ha desalentado, sino que ha crecido en valentía para seguir adelante con su misión.

Cada familia cristiana --como hicieron María y José--  puede antes que nada acoger a Jesús, escucharlo, hablar con Él, custodiarlo, protegerlo, crecer con Él; y así mejorar el mundo. Hagamos espacio en nuestro corazón y en nuestras jornadas al Señor. Así hicieron también María y José, y no fue fácil: ¡cuántas dificultades tuvieron que superar! No era una familia de mentira, no era una familia irreal. La familia de Nazaret nos compromete a redescubrir la vocación y la misión de la familia, da toda familia. Y como ocurrió en aquellos treinta años en Nazaret, así puede nos puede suceder también a nosotros: hacer que el amor sea normal y no el odio, hacer que la ayuda mutua sea algo común, no la indiferencia o la enemistad. Entonces, no es casualidad, que "Nazaret" signifique "Aquella que custodia", como María, que --dice el Evangelio-- "conservaba en su corazón todas estas cosas". Desde entonces, cada vez que hay una familia que custodia este misterio, aunque esté en la periferia del mundo, el misterio del Hijo de Dios, el misterio de Jesús que viene a salvarnos, está actuando. Y viene para salvar al mundo. (Y ésta es la grande misión de la familia, ¿eh? Hacer sitio a Jesús que viene, recibir a Jesús en la familia, en la persona de los hijos, del marido, de la mujer, de los abuelos, porque Jesús está allí. Acogerlo allí, para que crezca espiritualmente en esa familia. Que el Señor nos de esta gracia en estos últimos días antes de Navidad. Gracias.

Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT


Publicado por verdenaranja @ 22:39  | Habla el Papa
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Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (14 de diciembre de 2014 – Tercer domingo de Adviento) (AICA)

Adviento 3: Enderecemos el camino

Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: "¿Quién eres tú?". Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: "Yo no soy el Mesías". "¿Quién eres, entonces?", le preguntaron: "¿Eres Elías?". Juan dijo: "No". "¿Eres el Profeta?". "Tampoco", respondió. Ellos insistieron: "¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?". Y él les dijo: "Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías". Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: "¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?". Juan respondió: "Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia". Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba. (San Juan 1, 6-8. 19-28)



Juan es el Precursor, el que anuncia, el que vaticina, el que dice quién va a venir. Él no es la luz sino la voz, pero no es la Palabra ni la Luz misma; porque la Palabra y la Luz será Cristo, el Hijo de Dios. Juan es el Testigo porque sabe y con su presencia está anticipando, preparando. La misión de Jesús es preparada por la misión de Juan, el Precursor. Pero la voz del Precursor no es otra cosa que la voz de Jesús anticipada. Para escuchar esa voz es necesario internarse en el desierto, en el silencio.

Tenemos muchos ruidos, vivimos muy dispersos, atomizados por distintas cosas. Corremos, nos agitamos, vivimos ansiosamente muchas cosas deshilvanadas, desconectadas, casi perdiendo el sentido.

Será necesario tomar decisiones, darse cuenta y ser responsables de las consecuencias. Hoy en día no queremos ser responsables de las consecuencias. Las grandes maldades, los grandes errores, se comenten cuando se olvida de sembrar el bien dando lugar al mal en las pequeñas cosas. No se llega a lo malo grande si no se pasa por la permisión de los errores de las cosas pequeñas. Hay consecuencias.

Hay consecuencias en la educación: si hay una mala educación se incide en lo personal y en la familia. Si los padres no están presentes en los hijos también hay consecuencias. Si los padres no saben poner límites a sus hijos, en el presente y en el futuro, habrá consecuencias. Si en la sociedad los responsables de cada área, de cada realidad y de cada función, no son responsables es evidente que habrá consecuencias. Sigamos “sembrando vientos que vamos a cosechar tempestades”. A esta altura ya es importante darnos cuenta de las consecuencias. Debemos sacar los impedimentos, tomar decisiones y tener claridad para no confundirse ni confundir a los demás.

El Señor viene porque tiene piedad de nosotros. Cristo viene a nosotros porque tiene ternura, amor y misericordia, pero también viene para que nos purifiquemos, nos corrijamos, enderecemos el camino torcido que tomamos en nuestra vida, para re-andar, re-tomar, re-encausar, re-ordenar, volver a definir aquello que necesitamos.

Que la presencia de Cristo sea siempre alegría para todos nosotros, los pobres, los frágiles y los necesitados. Pero que también estemos llenos de esperanza. El Señor viene, recibámoslo.

Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


Publicado por verdenaranja @ 22:33  | Hablan los obispos
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Mi?rcoles, 17 de diciembre de 2014

Comentario a la liturgia dominical por el  P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (AICA)  (Zenit.org)

Domingo 4 de Adviento - Ciclo B -

Textos: 2 Sam 7, 1-5.8-12.14.16; Rom 16, 25-27; Lc 1, 26-38

Idea principal: Meditemos en el Misterio más importante de la historia: La Encarnación del Verbo de Dios en el seno de una muchacha llamada María de Nazaret.

Síntesis del mensaje: Acabamos de escuchar ese Misterio en el evangelio de hoy: ha sido concebido un niño, de madre soltera, ya desposada pero no casada. Y ese hijo no tiene padre. ¡Punto! Ha sido concebido un niño; el hijo es de otro. ¿Aborto? Pero la madre es mucha mujer, mucha madre y mucha creyente como para asesinar al hijo y el hijo es mucho hijo porque es el Hijo de Dios, que no se dejaría asesinar impunemente. Y ese hijo no tiene padre; ni conocido ni desconocido ni sospechado. Sencillamente no tiene padre. ¿Sorpresa? Además ni generación espontánea ni inseminación artificial ni niño probeta. Caso único de partenogénesis humana en la historia de la biología científica. ¡Punto! Creamos, admiremos, agradezcamos y adoremos el Misterio.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, tenemos que encajar este Misterio. La gente ha perdido el sentido de lo numinoso, de lo sagrado y de lo divino. Por eso hay tantos que rechazan los misterios. Curioso esto, pues esos mismos desayunan, comen, meriendan y cenan con misterios: la electricidad en el televisor, los átomos y moléculas, el amor y la vida. ¿Por qué comulga con estos misterios con minúscula y no se admira ante el gran Misterio de la Encarnación que tanta alegría debería darle, al saber que Dios quiere poner su tienda entre nosotros. En algunos que niegan este Misterio es porque no encaja en sus mentes compuestas solo de materia gris y dicen que es irracional; no encaja en sucorazón en dónde sólo cabe él solito como en el cuento del gigante egoísta del poeta irlandés Oscar Wilde; no encaja en su voluntad porque este misterio pide mucho cambio de vida y dicen que es fastidioso. María nos da ejemplo de cómo encajar ese Misterio: abriendo los oídos del alma, reflexionando con serenidad en lo que implicaba ese misterio y abriéndose con fe a ese Misterio dejándose poseer por él.

En segundo lugar, tenemos que creer este Misterio. Creer es mucho más que entender. Es más, es ir más allá del entender, fiándonos de la Palabra de Dios que no engaña, ni decepciona. Creer es tender el cheque en blanco a Dios para que escriba lo que Él quiera, porque siempre será para nuestra salvación y felicidad. María en esos segundos o minutos de silencio reflexivo de discernimiento antes de dar su “sí, creo” repasaría toda la historia de fidelidad de Dios en el Antiguo Testamento, desde Abraham hasta el último profeta…y se dejó invadir por una inmensa paz y contentamiento interior y una gran certeza, la fe en Dios. Nos dice san Agustín: “Llena de fe concibió a Cristo en su mente antes que en su seno, al responder: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí lo que dices» (Lc 1,35)”. Antes de habitar el Hijo de Dios en el seno de María, sin duda ya «moraba Cristo por la fe en el corazón» (Ef 3,17) de quien, por la fe, le «concibió antes en su mente que en su vientre virginal». «En el alma la fe, y en el vientre Cristo». Así «María fue más feliz por recibir la fe de Cristo que por concebir la carne de Cristo»«ya que nada habría aprovechado la divina maternidad a María, si no hubiese sido más feliz por llevar a Cristo en su corazón que en su carne».

Finalmente, tenemos que vivir este Misterio y según este Misterio. Lógicamente este Misterio no puede quedar sólo a nivel intelectual y afectivo. Tiene que invadir nuestra vida, tocar y transformar nuestra vida. San Juan Pablo II en su primer viaje a México en 1979 al tratar de la fe, vista en María, dijo: “Coherencia, es la tercera dimensión de la fidelidad. Vivir de acuerdo con lo que se cree. Ajustar la propia vida al objeto de la propia adhesión. Aceptar incomprensiones, persecuciones antes que permitir rupturas entre lo que se vive y lo que se cree: esta es la coherencia. Aquí se encuentra, quizás, el núcleo más intimo de la fidelidad…Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida. El  fiat de María en la Anunciación encuentra su plenitud en el fiat silencioso que repite al pie de la cruz. Ser fiel es no traicionar en las tinieblas lo que se aceptó en público”. Por eso, quien se abre a este Misterio de la Encarnación tiene que vivir las consecuencias de su fe: una fidelidad en las buenas y en las malas, en las duras y en las maduras.

Para reflexionar: ¿Ya encajé este Misterio o todavía tengo las puertas cerradas como narra la poesía del español José María Pemán sobre el posadero: “El Evangelio empieza ante una puerta/ de una fonda en Belén y un posadero./ -¿No habrá una habitación para esta noche?/ - Ninguna cama libre; todo lleno./ Y Dios pasó de largo. ¡Qué pena, posadero!”? ¿Ya creí en este Misterio en lo profundo de mi ser y me llena de alegría? ¿Estoy viviendo conforme este Misterio?

Para rezar: Por ser un Misterio incomprensible, me arrodillo y te adoro, Señor. Por ser un Misterio de inmensa belleza, me extasío y te agradezco, Señor. Por ser un Misterio inefable, te presto mi boca para llevar este Misterio por todas partes por donde yo vaya.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (13 de diciembre de 2014) (AICA)

Preparemos bien la Navidad

Tengo que empezar pidiéndoles disculpas de antemano porque voy a tratar un tema que en años anteriores he abordado varias veces y supongo que ustedes me siguen todos los años. Se trata de cómo tenemos que plantearnos la proximidad de la Navidad.

Lo hago nuevamente porque tengo la impresión de que ya en las primeras semanas de diciembre se produce una especie de aceleración. Estamos preocupados por tantas cosas (que son buenas, normales, naturales, pero que son secundarias). De tal manera se puede pensar que la Navidad queda absorbida en una especie de plural sospechoso que son “las fiestas.

Se suele decir que “vienen las fiestas”. Pero: ¿qué fiestas? Es verdad que no solamente celebramos Navidad; también celebramos el Año Nuevo y la venida de Los Reyes, pero la Navidad es la Navidad. Me parece que no puede ser “tragada” por las fiestas, sobre todo por nosotros los cristianos.

Tenemos que ir preparando nuestro corazón para recoger el mensaje propio de la Navidad: es la venida de Cristo. ¡Nada menos! Entonces debemos ir pensando desde ya cómo la vamos a celebrar.

Normalmente se hace una celebración en familia y muchas veces ese hecho es ocasión para reunir una familia por lo menos semi dispersa. Pero por otra parte la Navidad sin la Misa de Navidad no es completa, si es posible la Misa de Noche Buena. De lo contrario la Navidad pierde su sentido y su sabor propiamente cristiano.

Está bien que hay que preparar el arbolito, pero antes que el arbolito yo diría que hay que preparar el pesebre, porque el arbolito es muy lindo y tiene una tradición cristiana, pero según creo, propia de los países nórdicos, El pesebre en cambio es más cercano a nosotros, es latino y lo hemos heredado de España y de Italia.

Ustedes probablemente saben que hay obras maestras del pesebrismo. He visto algunas que me dejaron sorprendido. Parecen ciudades enteras y es interesante notar cómo alrededor de ese pesebre muchas veces tan sencillo, en la cunita del niño Dios parece que gira el mundo entero.

Este hecho es muy significativo desde el punto de vista de la doctrina católica, de la espiritualidad cristiana: quiere decir que la Navidad es el acontecimiento central de la historia si se lo piensa con una cabeza cristiana. Cristo es el centro de la historia, es nuestro Salvador y tenemos que pensar la Navidad desde esta perspectiva.

Otra cosa: ¿En qué medida, además, nosotros vamos a limpiar nuestro corazón para recibir al Señor? En el mensaje de Navidad hay un contenido de simplicidad. ¿Simplicidad qué quiere decir? Inocencia. Nosotros no somos inocentes, desgraciadamente. Hemos sido inocentes gracias al bautismo, pero después cuántas cosas se pusieron en el camino. La Navidad nos trae un mensaje de inocencia, un deseo de renovación, de pureza, también porque junto al niño Jesús está la Santísima Virgen. Y el bueno de San José.

Tenemos que pedirle a Ella, que es experta en las cosas de Dios, Ella que estuvo más cerca que nadie de Jesús, que nos ayude a preparar la Navidad. Insisto: no olvidemos a San José, un personaje silencioso, que a mí se me ocurre que lo era también como la Virgen, pero San José es especialmente silencioso porque guardaba ese segundo puesto discretamente. Pensemos lo que significaba para ese matrimonio recibir al Dios eterno, al Dios que creó el cielo y la tierra, al Verbo, que es como el pensamiento de Dios. Ellos lo hicieron con toda simplicidad y con todo amor.

Pues bien, algo de eso tiene que ocurrir en nuestra Navidad. No tengamos vergüenza, no tengamos miedo, introduzcamos en ese plural ambiguo de “las fiestas” la identidad propia de la Navidad.

Se los digo con tiempo y he querido adelantarme a la fecha para que, como yo trato de hacerlo, humildemente, ustedes también se preparen para entonces de modo que, anticipadamente, podemos desearnos una Feliz Navidad. Será feliz si resulta la consecuencia de esto que les vengo proponiendo.

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata


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Martes, 16 de diciembre de 2014

Declaración conjunta de los Obispos de varios continentes (América, Asia, África y Europa) que estaban presentes en el encuentro de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, COP20,  que se celebró en Lima (Perú) de 1 a 12 de diciembre de 2014. 

 

 

Nosotros, obispos católicos de todos los continentes, nos reunimos en Lima con motivo de la realización de la COP20, para unirnos a los esfuerzos de los líderes mundiales en su labor hacia Paris 2015, donde debe firmarse un acuerdo justo y legalmente vinculante sobre el clima.

En fidelidad a la opción evangélica por los pobres, trabajamos muy cercanamente con las comunidades más vulnerables y excluidas y no podemos estar ajenos a los problemas del clima que les están afectando.

Nuestro mensaje a los líderes mundiales y a todas las personas de buena voluntad se basa en la experiencia y sufrimiento de las comunidades pobres.

La Humanidad en el planeta Tierra está llamada a vivir en equidad, justicia, dignidad, paz y armonía, en medio del orden de la creación. La humanidad está llamada a tratar respetuosamente el orden de la creación que tiene un valor en sí misma. Nosotros, obispos católicos, reconocemos a la atmosfera, los bosques tropicales, los océanos y las tierras agrícolas como bienes comunes que requieren nuestro cuidado.

El cambio climático y la justicia climática hoy en día.

Reconocemos que se ha hecho mucho bien en la tierra debido a la correcta y responsable inteligencia, tecnología e industria de la humanidad, bajo el cuidado amoroso de Dios. Sin embargo, en las últimas décadas, muchas adversidades como el Cambio Climático están teniendo un efecto devastador sobre la misma naturaleza, con sus efectos en la seguridad alimentaria, la salud y la migración que impactan en un gran número de personas que sufren.

Presentamos una respuesta a lo que consideramos un llamado de Dios para actuar frente a la urgente y dañina situación producida por el proceso de calentamiento global. La responsabilidad por esta situación está en el sistema económico global dominante que es una creación humana. Se puede ver con objetividad los efectos destructivos de un orden financiero y económico basado en la primacía del mercado y del lucro, y que no coloca al ser humano y el bien común en el corazón de la economía; se tiene que reconocer las fallas del sistema y la necesidad de un nuevo orden financiero y económico. “Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser humano”. E.G. 58.

Notamos con gratitud que en nuestros tiempos, los Estados, las religiones, grupos de la sociedad civil e individuos a todos los niveles, reconocen cada vez más a la naturaleza como buena y expresan sus preocupaciones éticas al respecto. Por eso, esperamos una profunda discusión en la COP20 en Lima que asegure decisiones concretas en la COP21 que enfrenten el desafío climático y nos ubiquen en nuevos caminos de sostenibilidad.

Reconocemos que en coherencia con los principios realmente democráticos, los pobres y las naciones pobres, que son muchos y son los más afectados por las adversidades del cambio climático, son también agentes en el desarrollo de las naciones y de la vida humana en la tierra. También nos dan una voz de esperanza en nuestros tiempos en que tenemos que enfrentar crisis tales como el mencionado cambio climático. Deseamos que su participación adecuada, significativa y activa, anime a los tomadores de decisiones a desarrollar sistemas más variados, con enfoques modernos técnico –industriales.

Nosotros como obispos llamamos a todos los participantes a:

1. Tomar en cuenta no sólo lo técnico, sino muy especialmente las dimensiones ético-morales del cambio climático, como está indicado en el artículo 3 de la Convención Marco de la Naciones Unidas sobre Cambio Climático. (CMNUCC). / (Equidad, comunes pero diferenciadas responsabilidades y sus respectivas capacidades, medidas de precaución, derecho al desarrollo sostenible).

2. Adoptar un Acuerdo justo y legalmente vinculante, basado en los derechos humanos universales, en Paris en 2015.

3. Hacer los esfuerzos por que el aumento de la temperatura sea menor de 1.5. grados Celsius, para proteger a las comunidades que sufren ya de los impactos del cambio climático, tal como es el caso de las comunidades de las islas del Pacífico y de las regiones de costa.

4. Construir nuevos modelos de desarrollo y estilos de vida que sean compatibles con el clima y puedan sacar a la gente de la pobreza. Un punto central para esto es poner fin a la era de los combustibles fósiles, eliminando gradualmente emisiones de dichos combustibles fósiles y dando paso a fuentes de energía 100% renovables, con acceso a todos a una energía sostenible.

5. Asegurar que el Acuerdo de 2015 tenga un enfoque de adaptación que responda suficientemente a las necesidades inmediatas de las comunidades vulnerables y se construya sobre alternativas locales. Se debe asegurar que el 50% de los fondos públicos sean usados para responder a las necesidades de adaptación.

6. Reconocer que las necesidades de adaptación son contingentes en los avances de las medidas de mitigación. Los responsables del cambio climático tienen la responsabilidad de asistir a los más vulnerables para adaptar y gestionar las pérdidas y daños, y compartir la tecnología y conocimientos necesarios.

7. Adaptar hojas de ruta claras sobre cómo los países van a cumplir con la financiación previsible y adicional y establecer metodologías para una rendición de cuentas transparentes.

Nuestro compromiso

Nosotros, obispos católicos, creemos que la Creación es un ofrecimiento de vida y un regalo para compartir el uno con el otro y que todos tienen la necesidad del “pan de cada día” que provea una seguridad alimentaria sostenible y nutrición para todos.

Nosotros, obispos católicos, nos comprometemos a desarrollar el sentido de gratuidad (cfr. Caritas in Veritate) para contribuir a un estilo de vida que nos libere del deseo de apropiación y nos permita ser respetuosos de la dignidad de la persona, en armonía con la Creación.

Nosotros, obispos, queremos acompañar el proceso político y buscar el diálogo para traer las voces de los pobres a la mesa de los tomadores de decisión.

Estamos convencidos que todo el mundo tiene la capacidad de contribuir a mitigar el cambio climático y elegir estilos de vida sostenibles.

 

Nosotros, obispos, hacemos un llamado a todos los católicos y gente de buena voluntad, a involucrarse en el camino a Paris como un punto de partida para una nueva vida en armonía con la creación y los limites planetarios.

Obispos firmantes de la Declaración:

Monseñor Salvador Piñeiro García-Calderón, Arzobispo de Ayacucho, Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana.

Monseñor Pedro Barreto Jimeno, Arzobispo de Huancayo, Presidente del Departamento Justicia y Solidaridad (CELAM).

Monseñor Sithembele Antón Sipuka, Obispo de Umtata, Sudáfrica, miembro del Comité del Symposium de Conferencias Episcopales del Africa y Madagarcar (SECAM).

Monseñor Theotonius Gomes, Obispo de Zucchabar, Bangladesh, miembro de la Federación de Conferencias Episcopales del Asia (FABC).

Monseñor Marc Stenger, Obispo de Troyes, miembro de la Conferencia Episcopal de Francia.

Monseñor Zanoni Demettino Castro, Arzobispo coadjutor de Feira de Santana, Brasil, miembro de la CNBB.

Monseñor Richard Alarcón Urrutia, Obispo de Tarma, Presidente de Caritas del Perú.

Monseñor Jaime Rodríguez, Obispo de Huánuco, Perú.

Monseñor Alfredo Vizcarra, Obispo del Vicariato Apostólico San Francisco Javier de Jaén, Perú.


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Alocución de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz (14 de diciembre de 2014) (AICA)

La alegría del Cristiano

En el camino de preparación de Adviento, tiempo de conversión y oración, la Iglesia nos habla de la alegría del cristiano: “Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús” (1 Tes. 5, 16-17). La alegría es signo de la presencia del Espíritu del Señor. La fuente de la alegría está en Dios, pero nace en nuestro interior como fruto de su Espíritu. Una alegría que no nace en el interior es pasajera, no tiene raíces, dura poco, vive a la espera de otras sensaciones, que también son breves. Por tener su fuente en Dios dice referencia al bien y a la verdad, y es expresión de belleza y de paz en una persona. La alegría cristiana nace de un encuentro vivo con Jesucristo.

Aquí nos ayuda la figura del Bautista que es nuestro mejor camino en este tiempo para el encuentro con Jesucristo. Luego de preguntarle los sacerdotes quién era él, y ¿qué dices de ti mismo?, Juan Bautista responde de una manera clara indicando su tarea de precursor pero, al mismo tiempo, señalando la presencia de Jesús: “en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen” (Jn. 1, 26). En medio de ustedes, es decir, Jesucristo no está lejos debemos reconocerlo. Para ello es necesario volver a esos lugares dónde él se encuentra. Tenemos que hablar de su Palabra, de la Iglesia, de los Sacramentos, pero también de esa otra presencia que nos puede parecer más oculta, sin embargo él nos espera en ella, me refiero al dolor, al que sufre, al pobre. Descubrir en los rostros sufrientes el rostro del Señor (Mt. 25, 31-46), es algo que nos desafía a una profunda conversión personal y eclesial. No lo olvidemos, son los preferidos del Señor.

La alegría cristina se alimenta del encuentro con Jesucristo. Desde él todo comienza a ser una realidad nueva y todo se convierte en fuente de paz y alegría. San Pablo les decía a los Corintios: “Todo es de ustedes, pero ustedes son de Cristo, y Cristo es de Dios” (1 Cor. 3, 22). Dirigir nuestra mirada hacia él y buscarlo dónde nos espera, es el mejor camino para vivir este Adviento como tiempo de preparación y de encuentro nuevo con él. ¡Qué desafío es escuchar esas palabras de Juan, “en medio de ustedes hay alguien a quien no conocen”! Puede ser que lo conozcamos, pero siempre podemos avanzar en el conocimiento de él. Hay un conocimiento que se va adormeciendo, va perdiendo entusiasmo, se va quedando en una fe que no comunica vida ni alegría. Cuando el cristiano pierde el horizonte de la santidad como camino al que está llamado, y se contenta con el cumplimiento de una vida buena pero gris, la alegría va desapareciendo. Que en Adviento recuperemos la alegría del encuentro con Jesucristo.

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor que está en medio de nosotros.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


Publicado por verdenaranja @ 20:39  | Hablan los obispos
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Lunes, 15 de diciembre de 2014

El santo padre Francisco rezó el domingo,  14 de diciembre de 2014, la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, que da hacia la plaza de San Pedro, en donde una multitud de varios miles de fieles y peregrinos le aguardaba.

En este III domingo de Adviento se encontraban también en la Plaza, cientos de niños de los 'Centros Oratorios Romanos' para la bendición que en esta fecha el Papa hace de las imágenes del Niño Jesús que irán en los pesebres de sus casas, escuelas, o parroquias.

El Santo Padre además, hizo llegar como regalo a los fieles y peregrinos allí reunidos, de un librito de oraciones, preparado por la Limosnería Apostólica y publicado por la Librería Editora Vaticana. Durante sus palabras de detuvo varias veces para comentar un cartel que un grupo de fieles llevava: 'Con Jesús la alegría es de casa',  (Zenit.org)

«Queridos hermanos y hermanas, queridos niños y jóvenes, buenos días.

Desde hace dos semanas el Tiempo de Adviento nos ha invitado a la vigilancia espiritual para preparar el camino al Señor, del Señor que viene. En este tercer domingo la liturgia nos propone otra actitud interior para vivir la espera del Señor, o sea la alegría. La alegría de Jesús, como dice ese cartel, la alegría de Jesús es de casa. O sea que nos propone la alegría del Jesús.

El corazón del hombre desea la alegría, todos nosotros aspiramos a la alegría,Cada familia, cada pueblo aspira a la felicidad. ¿Pero cuál es la alegría que el cristiano está llamado a vivir y testimoniar? Es la que viene de la cercanía de Dios, de su presencia en nuestra vida. Desde que Jesús entró en la historia, con su nacimiento en Belén, la humanidad ha recibido el germen del Reino de Dios, como un terreno que recibe la semilla, promesa de la futura cosecha. ¡No necesitamos buscar en otras partes! Jesús vino a traer la alegría a todos y para siempre.

No se trata de una alegría solamente esperada o desplazada al paraíso, 'aquí en la tierra estamos tristes pero en el paraíso estaremos alegres', no, no es esto. Pero una alegría ya real y que se puede sentir ahora, porque el mismo Jesús es nuestra alegría, es nuestra casa,

Como decía ese cartel vusetro, 'Con Jesús la alegría está en casa', repitamos esto, nuevamente: 'Con Jesús la alegría está en casa', y sin Jesús hay alegría? ¡No! Jesús está vivo, es el resucitado, y opera en nosotros, especialmente con al palabra y los sacramentos.

Todos nosotros bautizados, hijos de la Iglesia, estamos llamados a acoger siempre nuevamente la presencia de Dios en medio de nosotros y a ayudar a los otros a descubrirla, o a redescubrirla si la hubiéramos olvidado. Es una misión bellísima, similar a la de Juan el Bautista: orientar la gente a Cristo --no a nosotros mismos-- porque Él es la meta hacia la cual tiende el corazón del hombre cuando busca la alegría y la felicidad.

Nuevamente san Pablo en la liturgia de hoy nos indica las condiciones para ser “misioneros de la alegría”: rezar con perseverancia, dar siempre gracias a Dios, seguir su Espíritu, buscar el bien y evitar el mal. Si esto será nuestro estilo de vida, entonces la Buena Noticia podrá entrar en tantas casas y ayudar a las personas y familias a descubrir que en Jesús está la salvación. En Él es posible encontrar la paz interior y la fuerza para enfrentar cada día las diversas situaciones de la vida, mismo las más pesadas y difíciles.

Nunca se oyó de un tanto triste o de una santa con la cara fúnebre, nunca se ha oído, sería un contrasentido.

El cristiano es una persona que tiene el corazón colmo de paz, porque sabe poner su alegría en el Señor, incluso cuando atraviesa momentos difíciles en la vida.

Tener fe no significa no tener momentos difíciles, pero tener la fuerza de enfrentarlos sabiendo que no estamos solos. Y esta es la Paz que Dios dona a sus hijos.

Con la mirada dirigida a la Navidad que está cerca, la Iglesia nos invita a dar testimonio que Jesús no es un personaje del pasado: Él es la palabra de Dios que hoy sigue iluminando el camino del hombre, sus gestos, los sacramentos, son la manifestación de la ternura, de la consolación y del amor del Padre hacia cada ser humano. La Virgen María 'causa de nuestra alegría' nos vuelva siempre alegres en el Señor, que viene a liberarnos de tantas esclavitudes interiores y exteriores».

El Papa reza la oración de el ángelus. Y a continuación dice las siguientes palabras:

«Queridos hermanos y hermanas, me he olvidado comó esta frase, veamos: 'Con Jesús la alegría es de casa'. Todos juntos:'Con Jesús la alegría es de casa',

Saludo a los presentes, familias, grupos parroquiales y asociaciones que han venido aquí desde Roma, de Italia y desde tantas partes del mundo. En particular saludo a los peregrinos de Civitella Casanova, Catania, Gela, Altamura, y a los jóvenes de Frosinone.

Al saludar a los fieles polacos, me uno espiritualmente a sus compatriotas que hoy encienden la 'vela de Navidad', y reiteran el empeño de solidaridad, especialmente en este Año de la Cáritas que se celebra en Polonia.

Ahora saludo con cariño a los niños, que han venido para la bendición de los 'Niño Jesús', que organiza el Centro Oratorios Romanos. Felicitaciones, han sido muy buenos, llenos de alegría aquí en la plaza, felicitaciones. Y ahora lleven el nacimiento bendecido. Queridos niños, les agradezco vuestra presencia, y les deseo una feliz Navidad. Cuando rezarán en casa, delante del pesebre, les pido se acuerden también de mi, como yo me acuerdo de ustedes.

La oración es la respiración del alma: es importante encontrar momentos durante el día para abrir el corazón a Dios, también con simples y breves oraciones del pueblo cristiano. Por esto he pensado de hacerles hoy un regalo, a todos los que se encuentran aquí en la plaza, una sorpresa, un regalo. Un pequeño librito de bolsillo que recoge algunas oraciones, para los diversos momentos de la jornada y para las diversas situaciones de la vida. Es esto. Algunos voluntarios lo distribuirán. Tomen uno cada uno y llévenlo siempre con ustedes, como ayuda para vivir todo el día con Dios.

No olvidemos ese mensaje tan bello que han traido aquí con el cartel: 'Con la alegría Jesús es de casa'. Y a todos ustedes les deseo un cordialmente una 'buona domenica' y 'buon pranzo'. Y no se olviden, por favor, de rezar por mi. ¡Arrivederci! ¡Y tanta alegría!

(Traducido y ampliado con la transcripción del audio por ZENIT)


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Domingo, 14 de diciembre de 2014

Segunda predicación de Adviento por el Padre Raniero Cantalamessa, ofmcap, predicador de la Casa Pontificia: 'La paz como tarea' . 12 de diciembre de 2014 (Zenit.org)

Segunda meditaciónde Adviento 2014

“BIENAVENTURADOS LOS QUE TRABAJAN POR LA PAZ PORQUE SERÁN LLAMADOS HIJOS DE DIOS”

La paz como tarea

Después de haber meditado, en la primera predicación, sobre la paz como don de Dios, reflexionamos ahora sobre la paz como tarea y compromiso por el que trabajar. Estamos llamados a imitar el ejemplo de Cristo, convirtiéndonos en canales a través de los cuales la paz de Dios puede alcanzar a los hermanos. Es la tarea que Jesús indica a sus discípulos cuando proclama: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5, 9). El término eirenopoioi no significa los “pacíficos” (estos pertenecen a las bienaventuranzas de los mansos, de no violentos); significa más bien “pacificadores”, es decir, personas que trabajan por la paz.

1. La paz de Jesús es la de César Augusto

Jesús no nos ha exhortado sólo a ser trabajadores de paz, sino que nos ha enseñado también, con el ejemplo y la palabra, cómo se llega a ser trabajadores de paz. Dice a sus discípulos: “Les dejo la paz, les doy mi paz” (Jn 14, 27). En ese mismo tiempo, otro gran hombre proclamaba la paz al mundo. En Asia menor se ha encontrado una copia del famoso “Índice de las propias empresas” de César Augusto. En él, el emperador romano, entre las grandes empresas realizadas por él, pone también la de haber establecido la paz en Roma, un paz, ha escrito, “lograda entre victorias” (parta victoriis pax) [1].

Jesús revela que existe otro modo de trabajar por la paz. También la suya es una “paz fruto de victorias”, pero victorias sobre sí mismo, no sobre los otros, victorias espirituales, no militares. Sobre la cruz, escribe san Pablo, Jesús “destruyendo la enemistad en su persona” (Ef 2,16): ha destruido la enemistad, no el enemigo, la ha destruido en sí mismo, no en los otros.

El camino a la paz propuesto por el Evangelio no tiene sentido sólo en el ámbito de la fe; vale también en el ámbito político. Hoy vemos claramente que el único camino a la paz es destruir la enemistad, no el enemigo. Los enemigos se destruyen con las armas, la enemistad con el diálogo. He leído que alguno regañó un día a Abraham Lincoln por ser demasiado cortés con los propios adversarios políticos y le recordó que su deber de presidente era más bien destruirlos. Él les respondió:  “¿No destruyo quizá a mis enemigos cuando les hago mis amigos?”

Es la situación del mundo que reclama dramáticamente que se cambie el método de Augusto con el de Cristo. ¿Qué hay en el fondo de ciertos conflictos aparentemente insolubles, si no es precisamente la voluntad y la secreta esperanza de llegar un día a destruir al enemigo?

Lamentablemente, vale también para los enemigos lo que Tertuliano decía de los primeros cristianos perseguidos: “Semen est sanguis chritianorum”: la sangre de los cristianos es semilla de otros cristianos. También la sangre de los enemigos es semilla de otros enemigos; en vez de destruirlos, les multiplica.

“¡No podemos resignarnos --ha dicho el Papa en la reciente visita a Turquía, refiriéndose a la situación en Oriente Medio-- a la continuación de los conflictos, como si no fuera posible un cambio a mejor en la situación! Con la ayuda de Dios, podemos y debemos siempre renovar la valentía de la paz!” Un modo --a menudo el único que permanece-- de ser trabajadores de paz, es rezar por la paz. Cuando ya no es posible actuar sobre las causas secundarias, podemos siempre, con la oración, “actuar sobre la causa primera”. La Iglesia no se cansa de hacerlo cada día en la Misa con esa cuidada invocación: “Concédenos, Señor, la paz en nuestros días” da pacem Domine in diebus nostris.

Además de a la paz política, el Evangelio puede contribuir también a la paz social. Se repite a menudo la afirmación del profeta Isaías: “La paz es fruto de la justicia” (Is 32,17). La “Evangelii gaudium” pone, al respecto, el dedo en la llaga y denuncia, sin medias tintas, la que es hoy la mayor injusticia que obstaculiza la paz. Dice:

“La paz social no puede entenderse como un irenismo o como una mera ausencia de violencia lograda por la imposición de un sector sobre los otros. También sería una falsa paz aquella que sirva como excusa para justificar una organización social que silencie o tranquilice a los más pobres, de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios puedan sostener su estilo de vida sin sobresaltos mientras los demás sobreviven como pueden. Las reivindicaciones sociales, que tienen que ver con la distribución del ingreso, la inclusión social de los pobres y los derechos humanos, no pueden ser sofocadas con el pretexto de construir un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz. La dignidad de la persona humana y el bien común están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios”. [2]

2. Paz entre las religiones

Delante de los trabajadores de paz, se abre hoy un campo de trabajo nuevo, difícil y urgente: promover la paz entre las religiones. El Parlamento mundial de las religiones, en el encuentro de Chicago de 1993, lanzó esta proclamación: “No hay paz entre las naciones sin paz entre las religiones y no hay paz entre las religiones si no hay diálogo entre las religiones”.

El motivo de fondo que permite un diálogo leal entre las religiones es que “tenemos todos un único Dios”. El papa san Gregorio VII, en el año 1076, escribía a un príncipe musulmán del Norte de África: “Nosotros creemos y confesamos un sólo Dios, aunque si de forma distinta, cada día lo alabamos y veneramos como creador de los siglos y gobernador de este mundo” [3]. Es la verdad de la que también san Pablo inicia en su discurso el areópago de Atenas: “En Él todos vivimos, nos movemos y existimos” (cfr. Hch 17,28).

Tenemos, subjetivamente, ideas distintas sobre Dios. Para nosotros cristianos, Dios es “el Padre del Señor Jesucristo” que no se conoce plenamente sino no “a través de él”; pero objetivamente, sabemos bien que Dios no puede haber más que uno. Cada pueblo y lengua tiene su nombre y su teoría sobre el sol, algunas más exactas, otras menos, ¡pero sol hay sólo uno!

Fundamento teológico del diálogo es también nuestra fe en el Espíritu Santo. Como Espíritu de la redención y Espíritu de la gracia, Él es el vínculo de la paz entre los bautizados de las distintas confesiones cristianas; pero como Espíritu de la creación, o Espíritu creador, Él es un vínculo de paz entre los creyentes de todas las religiones e incluso entre todos los hombres de buena voluntad. “Toda verdad, por quien sea dicha -ha escrito santo Tomás de Aquino-, es inspirada por el Espíritu Santo”. Como este Espíritu creador guiaba hacia Cristo los profetas del Antiguo Testamento (1Pt 1,11), así nosotros los cristianos creemos que, en la forma conocida sólo por Dios, guía a Cristo y a su misterio pascual a las personas que viven fuera de la Iglesia” (cf. Gaudium et spes, 22).

Hablando de la paz entre las religiones, se debe dedicar un pensamiento en parte a la paz entre Israel y la Iglesia. También el Papa, en la “Evangelii gaudium”, dirige una atención particular a este diálogo y concluye con estas palabras:

“Si bien algunas convicciones cristianas son inaceptables para el Judaísmo, y la Iglesia no puede dejar de anunciar a Jesús como Señor y Mesías, existe una rica complementación que nos permite leer juntos los textos de la Biblia hebrea y ayudarnos mutuamente a desentrañar las riquezas de la Palabra, así como compartir muchas convicciones éticas y la común preocupación por la justicia y el desarrollo de los pueblos” (EG, 249).

Esa entre los judíos y los gentiles es, para Pablo, la primera paz que Jesús ha realizado en la cruz. Escribe en la Carta a los Efesios:

"Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro divisorio,la enemistad, anulando en su carne la Ley con sus mandamientos y sus decretos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo las paces, y reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad". (Ef 2, 14-16).

Este texto ha dado lugar, en la tradición cristiana, a dos representaciones iconográficas distintas y opuestas. En una, se ven a dos mujeres, ambas dirigidas hacia al crucifijo. Este es el caso del crucifijo de San Damián en Asís. En él, las dos mujeres a los lados de las manos del crucifijo - contrariamente a las explicaciones que se dan por lo general - no son dos ángeles (no llevan alas y son figuras femeninas); representan por el contrario, según la más genuina visión de la Carta a los Efesios, una la Sinagoga y la otra la Iglesia, unidas, no separadas, por la cruz de Cristo.

Para convencerse, basta comparar este icono con el de la escuela más tardía de Dionisij (s. XV), donde todavía se ven a dos mujeres, pero una, la Iglesia, empujada por un ángel a la cruz, la otra echada por un ángel fuera de ella.

La primera imagen representa el ideal y la intención divina, según lo expresado por san Pablo; la segunda representa como han ido, por desgracia, las cosas en la realidad de la historia. Una vez he mostrado a un rabino judío amigo mío las dos imágenes. Casi conmovido, ha comentado: "Tal vez la historia de nuestras relaciones habría sido diferente si, en lugar de la segunda, hubiera prevalecido la primera visión". La fidelidad a la historia nos obliga a decir que, si no ha sido así, por lo menos al principio, esto no ha dependido sólo de los cristianos.

Debemos regocijarnos y dar gracias a Dios de que hoy, al menos en espíritu, todos estamos a favor de la visión del crucifijo de San Damián y no al revés. Queremos que la cruz de Cristo sirva para volver a acercar a los judíos y a los cristianos, no para contraponerlos; que también la celebración de la cruz del Viernes Santo favorezca, en lugar de obstaculizar, este diálogo fraterno. 

3. Think globally, act locally

Un lema muy de moda hoy dice: “Think globally, act locally”: piensa globalmente, actúa localmente. Se aplica en particular a la paz. Hay que pensar a la paz mundial, pero actuar por la paz a nivel local. La paz no se hace como la guerra. Para hacer la guerra, se necesitan largos preparativos: formar grandes ejércitos, preparar estrategias, establecer alianzas y luego pasar al ataque compacto. Ay del que quisiera empezar primero, solo y separado; sería votado para una derrota segura.

La paz se hace exactamente al contrario: comenzando de inmediato, siendo los primeros, incluso uno solo, también con un simple apretón de manos. La paz se hace, decía el papa Francisco en una ocasión reciente, "artesanalmente". Como mil millones de gotas de agua sucia nunca harán un océano limpio, así miles de millones de personas sin paz y de familias sin paz nunca harán una humanidad en paz.

También nosotros, que estamos aquí reunidos, tenemos que hacer algo para ser dignos de hablar de paz. Jesús, escribe el Apóstol, ha venido a anunciar "la paz a los alejados y la paz a los cercanos" (Ef 2, 18). La paz con "los cercanos" a menudo es más difícil que la paz con "los alejados". ¿Cómo podemos nosotros, los cristianos, llamarnos promotores de la paz, si después nos peleamos entre nosotros? No me refiero, en este momento, a las divisiones entre católicos, ortodoxos, protestantes, pentecostales, es decir, entre las diversas confesiones cristianas; me refiero a las divisiones que a menudo existen entre los que pertenecen a nuestra Iglesia católica, debido a las tradiciones, tendencias o diferentes ritos.

Recordamos las palabras severas del Apóstol a los Corintios:

"Os exhorto, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que seáis unánimes en el hablar, y no haya entre vosotros divisiones; antes bien, estéis unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio. Porque, hermanos míos, estoy informado de vosotros, por los de Cloe, que existen discordias entre vosotros. Me refiero a que cada uno de vosotros dice: "Yo soy de Pablo", "Yo de Apolo", "Yo de Cefas", "Yo de Cristo". ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? (1 Co 1, 10-12).

El tema de la Jornada Mundial de la Paz de este año es "Fraternidad, fundamento y camino para la paz." Cito las primeras palabras del mensaje:

"La fraternidad es una dimensión esencial del hombre, que es un ser relacional. La viva conciencia de este carácter relacional nos lleva a ver y a tratar a cada persona como una verdadera hermana y un verdadero hermano; sin ella, es imposible la construcción de una sociedad justa, de una paz estable y duradera".

El texto apunta a la familia como el primer ámbito en el que se construye y se aprende a ser hermanos. Pero el mensaje también se aplica a otras realidades de la Iglesia: a las familias religiosas, a las comunidades parroquiales, al sínodo de los obispos, a la curia romana. "¡Vosotros sois todos hermanos!" (Mt 23, 8), nos ha dicho Jesús, y si esta palabra no se aplica dentro de la Iglesia, en el círculo más estrecho de sus ministros, ¿a quién se aplica?

Los Hechos de los Apóstoles nos presentan el modelo de una comunidad verdaderamente fraterna, "de acuerdo", es decir, con "un solo corazón y un alma sola" (Hch 4, 32). Por supuesto, todo esto no puede lograrse si no "por el Espíritu Santo". Lo mismo sucedió a los apóstoles. Antes de Pentecostés no eran un solo corazón y una alma sola; discutían a menudo sobre quién de ellos era el más grande y más digno de sentarse a la derecha y a la izquierda de Jesús. La venida del Espíritu Santo los transformó completamente; les descentró de sí mismos y les centró en Cristo.

Los Padres antiguos y la liturgia han entendido la intención de Lucas, de crear en la narración de Pentecostés, un paralelismo entre lo que sucede en Pentecostés y lo que había sucedido en Babel. Sin embargo, no siempre se aferra el mensaje contenido en este paralelismo. ¿Por qué en Babel todos hablan el mismo idioma y a un cierto punto nadie entiende más a los otros, mientras que en Pentecostés, a pesar de hablar idiomas diferentes (partos, elamitas, cretenses, árabes...), cada uno entiende a los apóstoles?

Sobre todo una aclaración. Los constructores de la torre de Babel no eran ateos que querían desafiar el cielo, sino hombres piadosos y religiosos que querían construir un tempo con terrazas sobrepuestas, llamadas zigurats, de las cuales aún quedan ruinas en Mesopotamia. Esto los vuelve más cercanos a nosotros de lo que nos imaginamos. ¿Cuál fue entonces su gran pecado? Estos inician la obra diciendo entre ellos:

“Vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos al fuego... Vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en el cielo, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la faz de la tierra” (Gn 11, 3-4).

Quieren construir un templo a la divinidad, pero no para la gloria de la divinidad; para convertirse en famosos; para crearse un nombre, no para hacer un nombre a Dios. Dios es instrumentalizado, tiene que servir a su gloria. También los apóstoles, en Pentecostés inician a construir una ciudad y una torre, la ciudad de Dios que es la Iglesia, pero no para hacerse un nombre, sino para darlo a Dios: “Les oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios” (Hch 2, 11). Están enteramente absorbidos por el deseo de glorificar a Dios, se han olvidado de sí mismos y de hacerse un nombre.

San Agustín ha tomado de aquí una idea para su grandiosa obra La Ciudad de Dios. Existen, dice, dos ciudades en el mundo: la ciudad de Satanás, que se llama Babilonia, y la ciudad de Dios, que se llama Jerusalén. Una está construida sobre el amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios, y la otra sobre el amor a Dios hasta el sacrificio de sí mismo. Estas dos ciudades son dos construcciones en obras hasta el final del mundo y cada uno tiene que elegir e cuál de las dos quiere dedicar su vida.

Cada iniciativa, también la más espiritual, como es, por ejemplo, la nueva evangelización, puede ser o Babel o Pentecostés. (También, naturalmente, esta meditación que yo estoy dando). Es Babel si cada uno con ella intenta hacerse un nombre; es Pentecostés si a pesar del sentimiento natural de lograr y recibir aprobación, se reitera constantemente la propia intención, poniendo la gloria de Dios y el bien de la Iglesia por encima de todos los deseos propios. A veces, es bueno repetir para sí mismo las palabras que un día Jesús pronunció delante de sus adversarios: “Yo no busco mi gloria” (Jn 8, 50).

El Espíritu Santo no anula las diferencias, no aplana automáticamente las divergencias. Lo vemos en lo que sucede en seguida después de Pentecostés. Antes surge la divergencia sobre la distribución de víveres a las viudas, después aquella más seria si, y con cuáles condiciones, acoger en la Iglesia a los paganos. Pero no vemos por ello formarse partidos o frentes entre ellos.

Cada uno expresa su propia convicción con respeto y libertad; Pablo va a Jerusalén a consultar a Pedro, y en otra ocasión no tiene temor de hacerle ver una incoherencia (cfr. Ga 2,14). Esto les permite, al concluir el debate de Jerusalén, anunciar el resultado a la Iglesia con las palabras: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros...” (Hch 15, 28).

Ha sido trazado así el modelo para cada asamblea de la Iglesia. Con una diferencia debida al hecho de que allí la encontramos en fase embrional, en la cual aún no han sido delineados claramente los diversos ministerios y no se ha tomado acto (no hubo ni el tiempo ni la necesidad), del primado otorgado a Pedro, al que le corresponde hacer la síntesis y decir la última palabra.

Mencioné a la Curia: ¡Que regalo para la Iglesia si ella fuera un ejemplo de fraternidad! Ya lo es, al menos, mucho más de lo que el mundo y sus medios de comunicación tratan de hacernos creer; pero puede llegar a serlo cada vez más. La diversidad de opiniones, hemos visto, no debe ser un obstáculo insalvable. Basta que, con la ayuda del Espíritu Santo, pongamos todos los días en el centro de nuestras intenciones a Jesús y el bien de la Iglesia, y no el triunfo de la propia opinión personal. San Juan XXIII, en la encíclica "Ad Petri Cathedram" de 1959, utilizó una frase famosa, de origen incierto, pero de perenne actualidad: “In necessariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus vero caritas”: en las cosas necesarias, unidad; en las cosas dudosas, libertad; y en todas, la caridad.

“Así pues, si hay una exhortación en nombre de Cristo, un estímulo de amor, una comunión en el Espíritu, una entrañable misericordia, colmad mi alegría, teniendo un mismo sentir, un mismo amor, un mismo ánimo, y buscando todos lo mismo. Nada hagáis por ambición, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando a los demás como superiores a uno mismo, sin buscar el propio interés sino el de los demás” (Flp 2, 1-4).

Son palabras dirigidas por san Pablo a su queridos fieles de Filipos, pero estoy seguro de que también expresan el deseo del Santo Padre, hacia sus colaboradores y todos nosotros.

Concluimos con la oración que la liturgia nos hace recitar en la Misa votiva por la paz: “Oh Dios, que llamas a tus hijos operadores de paz, haz que nosotros, tus fieles, trabajemos sin cansarnos para promover la justicia que sola puede garantizar una paz auténtica y duradera. Por Cristo Nuestro Señor. Amén”.

[1] Monumentum Ancyranum, ed. Th. Mommsen, 1883.

[2] Evangelii gaudium, 218.

[3] Cit. de M. Introvigne, Benedetto XVI e l’islam, un magistero da riscoprire, en “La nuova bussola quotidiana” del 12 de Agosto de 2014 (Diario online).

(Traducido por ZENIT del original en italiano)


Publicado por verdenaranja @ 19:07  | Espiritualidad
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S?bado, 13 de diciembre de 2014

Texto completo de la homilía del Papa en la misa de la Virgen de Guadalupe. Del 12 de diciembre 2014, en la basílica de San Pedro (Zenit.org)

«Que te alaben, Señor, todos los pueblos. Ten piedad de nosotros y bendícenos; Vuelve, Señor, tus ojos a nosotros. Que conozca la tierra tu bondad y los pueblos tu obra salvadora. Las naciones con júbilo te canten, porque juzgas al mundo con justicia (...)» (Sal 66).

La plegaria del salmista, de súplica de perdón y bendición de pueblos y naciones y, a la vez, de jubilosa alabanza, expresa el sentido espiritual de esta celebración Eucarística. Son los pueblos y naciones de nuestra Patria Grande latinoamericana los que hoy conmemoran con gratitud y alegría la festividad de su “patrona”, Nuestra Señora de Guadalupe, cuya devoción se extiende desde Alaska a la Patagonia. Y con Gabriel Arcángel y santa Isabel hasta nosotros, se eleva nuestra oración filial: «Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo...» (Lc 1,28).

En esta festividad de Nuestra Señora de Guadalupe, haremos memoria agradecida de su visitación y compañía materna; cantaremos con Ella su “magnificat”; y le confiaremos la vida de nuestros pueblos y la misión continental de la Iglesia.

Cuando se apareció a San Juan Diego en el Tepeyac, se presentó como “la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios” (Nican Mopohua); y dio lugar a una nueva visitación.

Corrió premurosa a abrazar también a los nuevos pueblos americanos, en dramática gestación. Fue como una «gran señal aparecida en el cielo ... una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies» (Ap 12,1), que asume en sí la simbología cultural y religiosa de los indígenas, y anuncia y dona a su Hijo a los nuevos pueblos de mestizaje desgarrado. Tantos saltaron de gozo y esperanza ante su visita y ante el don de su Hijo y la más perfecta discípula del Señor se convirtió en la «gran misionera que trajo el Evangelio a nuestra América» (Aparecida, 269). El Hijo de María Santísima, Inmaculada encinta, se revela así desde los orígenes de la historia de los nuevos pueblos como “el verdaderísimo Dios por quien se vive”, buena nueva de la dignidad filial de todos sus habitantes. Ya nadie más es siervo sino todos somos hijos de un mismo Padre y hermanos entre nosotros. Y siervos en el siervo.

La Santa Madre de Dios no sólo visitó a estos pueblos sino que quiso quedarse con ellos. Dejó estampada misteriosamente su sagrada imagen en la “tilma” de su mensajero para que la tuviéramos bien presente, convirtiéndose así en símbolo de la alianza de María con estas gentes, a quienes confiere alma y ternura. Por su intercesión, la fe cristiana fue convirtiéndose en el más rico tesoro del alma de los pueblos americanos, cuya perla preciosa es Jesucristo: un patrimonio que se transmite y manifiesta hasta hoy en el bautismo de multitudes de personas, en la fe, esperanza y caridad de muchos, en la preciosidad de la piedad popular y también en ese ethos de los pueblos que se muestra en la conciencia de dignidad de la persona humana, en la pasión por la justicia, en la solidaridad con los más pobres y sufrientes, en la esperanza a veces contra toda esperanza

Por eso, nosotros, hoy aquí, podemos continuar alabando a Dios por las maravillas que ha obrado en la vida de los pueblos latinoamericanos. Dios “ha ocultado estas cosas a sabios y entendidos, dándolas a conocer a los pequeños, a los humildes, a los sencillos de corazón” (cf. Mt 11,21).

En las maravillas que ha realizado el Señor en María, Ella reconoce el estilo y el modo de actuar de su Hijo en la historia de la salvación. Trastocando los juicios mundanos, destruyendo los ídolos del poder, de la riqueza, del éxito a todo precio, denunciando la autosuficiencia, la soberbia y los mesianismos secularizados que alejan de Dios, el cántico mariano confiesa que Dios se complace en subvertir las ideologías y jerarquías mundanas.

Enaltece a los humildes, viene en auxilio de los pobres y pequeños, colma de bienes, bendiciones y esperanzas a los que confían en su misericordia de generación en generación, mientras derriba de sus tronos a los ricos, potentes y dominadores.

El “Magnificat” así nos introduce en las “bienaventuranzas”, síntesis y ley primordial del mensaje evangélico. A su luz, hoy nos sentimos movidos a pedir una gracia, la gracia tan cristiana: que el futuro de América Latina sea forjado por los pobres y los que sufren, por los humildes, por los que tienen hambre y sed de justicia, por los compasivos, por los de corazón limpio, por los que trabajan por la paz, por los perseguidos a causa del nombre de Cristo, “porque de ellos es el Reino de los cielos”.

Sea la gracia de ser forjados por ellos, a los cuales hoy día el sistema idolátrico de la cultura del descarte los relega a la categoría de esclavos, de objetos de aprovechamiento o simplemente a desperdicio.

Y hacemos esta petición porque América Latina es el continente de la esperanza; porque de ella se esperan nuevos modelos de desarrollo que conjuguen tradición cristiana y progreso civil, justicia y equidad con reconciliación, desarrollo científico y tecnológico con sabiduría humana, sufrimiento fecundo con alegría esperanzadora. Sólo es posible custodiar esa esperanza con grandes dosis de verdad y amor, fundamentos de toda la realidad, motores revolucionarios de auténtica vida nueva.

Pongamos estas realidades y estos deseos en la mesa del altar, como ofrenda agradable a Dios. Suplicando su perdón y confiando en su misericordia, celebramos el sacrificio y victoria pascual de Nuestro Señor Jesucristo.

El es el único Señor, el “libertador” de todas nuestras esclavitudes y miserias derivadas del pecado. Él es la piedra angular de la Historia y fue el gran descartado.

Él nos llama a vivir la verdadera vida, una vida más humana, una convivencia de hijos y hermanos, abiertas ya las puertas de la «nueva tierra y los nuevos cielos» (Ap 21,1).

Suplicamos a la Santísima Virgen María, en su advocación guadalupana –a la Madre de Dios, a la Reina, a la Señora mía, a mi jovencita, a mi pequeña, como la llamó san Juan Diego, y con todos los apelativos cariñosos con los que se dirigen a Ella en la piedad popular–, le suplicamos que continúe acompañando, auxiliando y protegiendo a nuestros pueblos.

Y que conduzca de la mano a todos los hijos que peregrinan en estas tierras al encuentro de su Hijo, Jesucristo, Nuestro Señor, presente en la Iglesia, en su sacramentalidad, y especialmente en la Eucaristía, presente en el tesoro de su Palabra y enseñanzas, presente en el santo pueblo fiel de Dios, en los que sufren y en los humildes de corazón.

Y si este programa tan audaz nos asusta o la pusilanimidad mundana nos amenaza, que Ella nos vuelva a hablar al corazón y nos haga sentir su voz de madre, de madrecita, de madraza, ¿Por qué tienes miedo si yo estoy aquí que soy tu madre?

(Texto con añadidos del Papa, transcrito desde el audio por ZENIT)


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Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (7 de noviembre de 2014 – Segundo domingo de Adviento) (AICA)

Adviento 2: Prepararnos para el encuentro

Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios. Como está escrito en el libro del profeta Isaías: Mira, yo envío a mi mensajero delante de ti para prepararte el camino. Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos, así se presentó Juan el Bautista en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él, y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo: "Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo" (San Marcos 1, 1-8)

Estamos en este tiempo de preparación para recibir al Señor, que viene para que nosotros regresemos a Él. De allí la importancia de esta preparación para el encuentro. Uno debe preguntarse: “¿cómo nos preparamos en este tiempo de espera, de conversión, de definiciones, de decisiones?”, porque no podemos improvisar.

Hay mucha gente que improvisa y que vive de acuerdo a los efectos del momento, a los resultados mediáticos y a una terrible superficialidad. Debemos darnos cuenta que también nosotros tenemos que “allanar” nuestros caminos. A veces nuestro caminar es tortuoso, a veces oscuro, a veces pesado, a veces esclavizado con ciertas adicciones, egoísmos; y a veces estamos muy preocupados, agobiados. Por eso es importante poner empeño en la preparación para el encuentro.

No estamos nacidos para la esclavitud, para el egoísmo –aunque este egoísmo nos acompañe durante toda la vida-. Tenemos que encontrarnos para recibir a Aquél que viene, preparándonos convenientemente para vivir con intensidad la fuerza de recibir a Jesús, al Hijo de Dios y de María Virgen, al Mesías, al Enviado.

Así, encontrándolo pasaremos por la prueba de la purificación; porque tenemos que ser purificados para estar más livianos, más sueltos, más libres, con mayores vínculos. Con la fuerza de Él, que está presente en nosotros, debemos dar testimonio no de nosotros sino de Él. Saber que sólo por el amor nuestra obras tendrán valor de mérito y fecundarán nuestra actividad. Dios se encarna para que, por medio de la fe y la conversión, esté presente en nuestro pesebre personal.

Hagámosle lugar, ordenemos nuestras cosas, organicémonos de nuevo; prioricemos, demos valor a lo que tiene valor, alejémonos y dejemos de lado aquello que nos hace perder fuerza, vida, integridad, profundidad. Se los deseo de todo corazón.

Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


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Viernes, 12 de diciembre de 2014

Reflexión a las lecturas del domingo segundo de Adviento - B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epógrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

 Domingo 3º de Adviento B       

         

          El Domingo 3º de Adviento se conoce, desde antiguo, con el nombre de “Domingo Gaudete”, un término latino que significa “alegraos”.

          Las Navidades son unas fiestas muy alegres; hay muchos motivos de alegría: la familia que se reúne, las comidas, las felicitaciones, los adornos navideños, los regalos, los villancicos…  Todo eso está muy bien. Pero a nosotros, los cristianos, nos interesa señalar  cuál es “el motivo” de la alegría de la Navidad. Nos lo indica la oración colecta de este día: “… Concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante”. Hay, por tanto, un motivo de gozo característico de estas fiestas: una salvación tan grande que nos mueve a la “alegría desbordante”. ¡Ojalá que la experimentemos!

La primera lectura nos presenta al profeta Isaías, como mensajero de una buena noticia, que va a alegrar el corazón del pueblo desterrado. El salmo responsorial recoge el Cántico de júbilo de la Virgen María en casa de su prima Isabel; y todos vamos repitiendo: “Me alegro con mi Dios”.

San Pablo, en la segunda lectura, nos invita a la alegría: “Estad siempre alegres”.  ¡A pesar de las crisis de un tipo o de otro, a pesar de todo, siempre hay un motivo de gozo!     

En el Evangelio contemplamos a Juan el Bautista, que anuncia que el Mesías ha llegado, que está en medio de su pueblo y que él es la voz que prepara el camino. Por eso Juan es el mensajero de la verdadera alegría de la Navidad: la llegada del Salvador, ardientemente esperado. Lo contemplaremos hecho un Niño, que nace muy pobre en las afueras de Belén.  

Y llegamos a felicitarnos unos a otros por la “suerte” que hemos tenido, por la “lotería” que nos ha tocado, por la liberación obtenida.

          ¡Las felicitaciones no son “una rutina.” Tienen un gran sentido!

          Vemos, por tanto, que el motivo de la alegría de la Navidad no radica en cuestiones de tipo material o, simplemente, humano.  Se trata de un motivo de orden espiritual y sobrenatural, que se expresa a través de todas las realidades gozosas que señalábamos al principio. Por eso, como no tengamos cuidado, nos quedamos sin  la verdadera alegría de la Navidad.

           Tenemos que decirlo de un modo más concreto: si no conocemos a Jesucristo ni la salvación que nos trae, ¿de qué vamos a alegrarnos en las fiestas que se acercan? ¿Cómo va a celebrar con gozo la Navidad el que anda alejado de Dios, el que se resiste a la luz, el que no quiere dejar el mal y el pecado, si Él viene, precisamente, para arrancarnos del pecado y darnos la vida divina? ¿Cómo se va a alegrar estos días uno que no es capaz de valorar nada que no sea material, o que sustituye el Misterio asombroso de la Venida del Señor por unas simples “fiestas sin contenido”? ¿Por qué empeñarnos en celebrar unas navidades en paralelo a las navidades cristianas?  

          ¡He ahí la necesidad del Adviento, que nos ayuda a reflexionar sobre todas estas cosas! ¡Sin Adviento verdadero no habrá Navidad auténtica!

          Y hay otra alegría muy propia de la Navidad: la alegría de dar, de compartir.

Y lo más importante que tenemos que compartir es el nombre y la presencia de Jesucristo, que viene a salvarnos a todos.                                                                   

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

                             


Publicado por verdenaranja @ 18:37  | Espiritualidad
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DOMINGO III DE ADVIENTO B

 MONICIONES

 PRIMERA LECTURA

         

          Las lecturas de hoy son todas ellas una invitación a la alegría por la salvación que se acerca. El Espíritu del Señor que invade al profeta, descenderá también sobre Jesús, el Señor, como proclamará enla Sinagogade Nazaret. Él es “el Ungido por el Espíritu Santo”, es decir, el Mesías, que viene a proclamar la buena noticia de la salvación.

 

SALMO

Las palabras de júbilo del profeta resuenan en el cántico de la Virgen María, que ocupa el lugar del salmo, y que ahora nosotros proclamamos con alegría.

 

SEGUNDA LECTURA

          S. Pablo nos invita a vivir siempre alegres y a llevar una verdadera conducta cristiana, mientras esperamos la Segunda Venida del Señor.

         

TERCERA LECTURA

          “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”, nos dirá Juan el Bautista, en el Evangelio que vamos a escuchar. Que avancemos en su conocimiento y en su amor para vivir en la verdadera alegría.

 

COMUNIÓN

          Al acercarnos a Jesucristo en la Comunión, pidámosle que nos ayude a avanzar en su conocimiento y a valorar la salvación que nos ofrece, para que podamos experimentar y proclamar la verdadera alegría de la Navidad.

 


Publicado por verdenaranja @ 18:34  | Liturgia
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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo tercero de Adviento - B 

ALLANAR EL CAMINO HACIA JESÚS         

«Entre vosotros hay uno que no conocéis». Estas palabras las pronuncia el Bautista refiriéndose a Jesús, que se mueve ya entre quienes se acercan al Jordán a bautizarse, aunque todavía no se ha manifestado. Precisamente toda su preocupación es «allanar el camino» para que aquella gente pueda creer en él. Así presentaban las primeras generaciones cristianas la figura del Bautista.

Pero las palabras del Bautista están redactadas de tal forma que, leídas hoy por los que nos decimos cristianos, no dejan de provocar en nosotros preguntas inquietantes. Jesús está en medio de nosotros, pero ¿lo conocemos de verdad?, ¿comulgamos con él?, ¿le seguimos de cerca?

Es cierto que en la Iglesia estamos siempre hablando de Jesús. En teoría nada hay más importante para nosotros. Pero luego se nos ve girar tanto sobre nuestras ideas, proyectos y actividades que, no pocas veces, Jesús queda en un segundo plano. Somos nosotros mismos quienes, sin darnos cuenta, lo «ocultamos» con nuestro protagonismo.

Tal vez, la mayor desgracia del cristianismo es que haya tantos hombres y mujeres que se dicen «cristianos», en cuyo corazón Jesús está ausente. No lo conocen. No vibran con él. No los atrae ni seduce. Jesús es una figura inerte y apagada. Está mudo. No les dice nada especial que aliente sus vidas. Su existencia no está marcada por Jesús.

Esta Iglesia necesita urgentemente «testigos» de Jesús, creyentes que se parezcan más a él, cristianos que, con su manera de ser y de vivir, faciliten el camino para creer en Cristo. Necesitamos testigos que hablen de Dios como hablaba él, que comuniquen su mensaje de compasión como lo hacía él, que contagien confianza en el Padre como él.

¿De qué sirven nuestras catequesis y predicaciones si no conducen a conocer, amar y seguir con más fe y más gozo a Jesucristo? ¿En qué quedan nuestras eucaristías si no ayudan a comulgar de manera más viva con Jesús, con su proyecto y con su entrega crucificada por todos?. En la Iglesia nadie es «la Luz», pero todos podemos irradiarla con nuestra vida. Nadie es «la Palabra de Dios», pero todos podemos ser una voz que invita y alienta a centrar el cristianismo en Jesucristo. 

José Antonio Pagola

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
14 de Diciembre de 2014
3 de Adviento (B)


Publicado por verdenaranja @ 18:23  | Espiritualidad
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Jueves, 11 de diciembre de 2014

Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)

Domingo 3 de Adviento Ciclo B

Textos: Is 61, 1-2.10-11; 1 Tes 5, 16-24; Jn 1, 6-8.19-28

Idea principal: ¡Alegraos! La verdadera alegría en la vida es Jesús que con su nacimiento viene a disipar las tinieblas del pecado y envolvernos en su luz maravillosa.

Síntesis del mensaje: a este domingo la Iglesia lo llama “Domingo Gaudéte”, es decir, domingo del “Alegraos”. Recibe ese nombre por la primera palabra en latín de la antífona de entrada, que dice: Gaudéte in Domino semper: íterum dico, gaudéte (“Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres” Flp 4, 4.5). Las tinieblas que cubrían el Antiguo Testamento comenzaron a disiparse con la luz –tenue aún- de los profetas. Luego brilló la antorcha precursora –Juan-. Hasta que finalmente amaneció Cristo, Sol nacido de lo alto para iluminar a los que estaban sentados en las tinieblas de la muerte. La primitiva Iglesia nutrió su piedad en esta idea de Cristo-Luz. Y dicha piedad cristalizó en una fórmula del Concilio de Nicea inserta en el Credo: “Creo en un solo Señor Jesucristo…., Dios de Dios, Luz de Luz”. Y con su Luz vino la alegría (segunda lectura, evangelio).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, alegrémonos, porque se acerca nuestro Salvador y Libertador. ¿De qué nos salva? (1ª lectura). De las cadenas y grilletes a los que tal vez nuestra alma está atada y por eso no es libre para relacionarse en la oración humilde con ese Dios de la Salvación. De los miedos que nos paralizan y no nos dejan descubrir que ese Salvador es Padre y Amigo y Compañero de camino hacia la eternidad. De las tristezas que nos ahogan, que nos impiden sonreír al experimentar la ternura de ese Dios Libertador que viene con los despojos de su victoria en la mano después de una lucha terrible contra el enemigo de nuestra alma. De las falsas expectativas, ilusiones y guiños que nos hace este mundo y nuestros sueños fatuos, que nos pintan el seguimiento de Cristo como un camino de rosas, de éxitos y reconocimientos, cuando en realidad sabemos que debemos seguirle por un sendero de cruz, de esfuerzo, pero con Él a nuestro lado. De todo eso viene a salvarnos: de las falsas ideologías, de esperanzas disfrazadas, de sistemas socio-económicos esclavizantes e inhumanos, de nuestros ridículos e devoradores egoísmos, vanidades y ambiciones. Salvación completa, de cuerpo y alma y espíritu (segunda lectura).

En segundo lugar, alegrémonos porque vuelve a nacer el Sol de justicia que lanza su luz sobre nuestro mundo. ¿A dónde quiere llegar con su luz? A nuestra Iglesia en esta hora aciaga, pero al mismo tiempo entusiasmante y desafiadora, de su historia para que siga guardando con celo y cariño el depósito de la fe sin permitir elixiris dulces o brebajes extraños. A nuestro mundo que se ufana de sus conquistas científicas, al margen de Dios e incluso en contra de Dios; y lo único que está pretendiendo es ser luciérnaga para sí mismo. A nuestras familias hoy bombardeadas y cuyos escombros no nos permiten ver la belleza de esta iglesia doméstica. A nuestros jóvenes que se preparan para un matrimonio fiel y feliz, para que tengan la luz y el discernimiento para dar ese paso noble en el proyecto de vida matrimonial según los designios de Dios. A nuestros seminaristas y sacerdotes para que descubren o redescubran la hermosura de la vocación de entrega alegre y gozosa al Señor en el celibato por el Reino de los cielos, y no busquen otras compensaciones mundanas o álibis, que nunca les harán felices por llevar una vida doble y no acorde a su consagración a Dios en santidad de vida. A nuestros ancianos, para que la Luz de Cristo les llene de esperanza y consuelo en esta etapa dorada de su existencia y puedan vislumbrar la eternidad en el ocaso de su vida. A nuestros hermanos más pobres y desfavorecidos, para que esa Luz de Cristo entre en los corazones de todos los que puedan socorrerles material, espiritual, moral y psicológicamente. Y, en fin, la luz de Cristo quiere llegar a todos: niños, artistas, comunicadores, literatos; al igual que el sol manda sus rayos a todos, así Cristo. Sólo quien no abre la ventana quedará en la oscuridad.

Finalmente,alegrémonos porque  la Palabra de Dios se encarna y acampará entre nosotros. ¿Qué nos dirá esa Palabra? Dios es Amor y Padre. Bienaventurados los pobres, los mansos, los sufridos, los que tienen hambre y sed de la Voluntad de Dios, los puros, los misericordiosos, los pacificadores, los perseguidos. “Amaos unos a otros como Yo os he amado”, repartiendo el pan con el necesitado, enjugando las lágrimas del que llora, consolando al triste, animando al desalentado y perdonando al enemigo.

Para reflexionar: ¿Vivo alegre en mi vida cristiana? ¿Quién es la fuente de mi alegría? ¿He abierto de par en par las puertas de mi existencia a la luz de Cristo o tengo algunas ventanas cerradas donde no ha entrado todavía esta luz de Cristo? ¿Cuáles: afectividad, voluntad, sentimientos, éxitos, fracasos…?

Pararezar: Señor, lléname de tu alegría y de tu luz. Señor, que sea portador a mi alrededor de tu alegría y de tu luz. Que mi alegría sea honda y profunda, fundamentada en Ti.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Texto completo del mensaje del Santo Padre Francisco para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz que se celebra el 1 de enero 2015. (10 de diciembre de 2014) (Zenit.org)

'No esclavos sino hermanos'

1. Al comienzo de un nuevo año, que recibimos como una gracia y un don de Dios a la humanidad, deseo dirigir a cada hombre y mujer, así como a los pueblos y naciones del mundo, a los jefes de Estado y de Gobierno, y a los líderes de las diferentes religiones, mis mejores deseos de paz, que acompaño con mis oraciones por el fin de las guerras, los conflictos y los muchos de sufrimientos causados por el hombre o por antiguas y nuevas epidemias, así como por los devastadores efectos de los desastres naturales. Rezo de modo especial para que, respondiendo a nuestra común vocación de colaborar con Dios y con todos los hombres de buena voluntad en la promoción de la concordia y la paz en el mundo, resistamos a la tentación de comportarnos de un modo indigno de nuestra humanidad.En el mensaje para el 1 de enero pasado, señalé que del «deseo de una vida plena… forma parte un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer».(1)  Siendo el hombre un ser relacional, destinado a realizarse en un contexto de relaciones interpersonales inspiradas por la justicia y la caridad, es esencial que para su desarrollo se reconozca y respete su dignidad, libertad y autonomía. Por desgracia, el flagelo cada vez más generalizado de la explotación del hombre por parte del hombre daña seriamente la vida de comunión y la llamada a estrechar relaciones interpersonales marcadas por el respeto, la justicia y la caridad. Este fenómeno abominable, que pisotea los derechos fundamentales de los demás y aniquila su libertad y dignidad, adquiere múltiples formas sobre las que deseo hacer una breve reflexión, de modo que, a la luz de la Palabra de Dios, consideremos a todos los hombres «no esclavos, sino hermanos».

A la escucha del proyecto de Dios sobre la humanidad
2. El tema que he elegido para este mensaje recuerda la carta de san Pablo a Filemón, en la que le pide que reciba a Onésimo, antiguo esclavo de Filemón y que después se hizo cristiano, mereciendo por eso, según Pablo, que sea considerado como un hermano. Así escribe el Apóstol de las gentes: «Quizá se apartó de ti por breve tiempo para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido» (Flm 15-16). Onésimo se convirtió en hermano de Filemón al hacerse cristiano. Así, la conversión a Cristo, el comienzo de una vida de discipulado en Cristo, constituye un nuevo nacimiento (cf. 2 Co 5,17; 1 P 1,3) que regenera la fraternidad como vínculo fundante de la vida familiar y base de la vida social.
En el libro del Génesis, leemos que Dios creó al hombre, varón y hembra, y los bendijo, para que crecieran y se multiplicaran (cf. 1,27-28): Hizo que Adán y Eva fueran padres, los cuales, cumpliendo la bendición de Dios de ser fecundos y multiplicarse, concibieron la primera fraternidad, la de Caín y Abel. Caín y Abel eran hermanos, porque vienen del mismo vientre, y por lo tanto tienen el mismo origen, naturaleza y dignidad de sus padres, creados a imagen y semejanza de Dios.


Pero la fraternidad expresa también la multiplicidad y diferencia que hay entre los hermanos, si bien unidos por el nacimiento y por la misma naturaleza y dignidad. Como hermanos y hermanas, todas las personas están por naturaleza relacionadas con las demás, de las que se diferencian pero con las que comparten el mismo origen, naturaleza y dignidad. Gracias a ello la fraternidad crea la red de relaciones fundamentales para la construcción de la familia humana creada por Dios.
Por desgracia, entre la primera creación que narra el libro del Génesis y el nuevo nacimiento en Cristo, que hace de los creyentes hermanos y hermanas del «primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29), se encuentra la realidad negativa del pecado, que muchas veces interrumpe la fraternidad creatural y deforma continuamente la belleza y nobleza del ser hermanos y hermanas de la misma familia humana. Caín, además de no soportar a su hermano Abel, lo mata por envidia cometiendo el primer fratricidio. «El asesinato de Abel por parte de Caín deja constancia trágicamente del rechazo radical de la vocación a ser hermanos. Su historia (cf. Gn 4,1-16) pone en evidencia la dificultad de la tarea a la que están llamados todos los hombres, vivir unidos, preocupándose los unos de los otros».(2) 


También en la historia de la familia de Noé y sus hijos (cf. Gn 9,18-27), la maldad de Cam contra su padre es lo que empuja a Noé a maldecir al hijo irreverente y bendecir a los demás, que sí lo honraban, dando lugar a una desigualdad entre hermanos nacidos del mismo vientre.
En la historia de los orígenes de la familia humana, el pecado de la separación de Dios, de la figura del padre y del hermano, se convierte en una expresión del rechazo de la comunión traduciéndose en la cultura de la esclavitud (cf. Gn 9,25-27), con las consecuencias que ello conlleva y que se perpetúan de generación en generación: rechazo del otro, maltrato de las personas, violación de la dignidad y los derechos fundamentales, la institucionalización de la desigualdad. De ahí la necesidad de convertirse continuamente a la Alianza, consumada por la oblación de Cristo en la cruz, seguros de que «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia... por Jesucristo» (Rm 5,20.21). Él, el Hijo amado (cf. Mt 3,17), vino a revelar el amor del Padre por la humanidad. El que escucha el evangelio, y responde a la llamada a la conversión, llega a ser en Jesús «hermano y hermana, y madre» (Mt 12,50) y, por tanto, hijo adoptivo de su Padre (cf. Ef 1,5).


No se llega a ser cristiano, hijo del Padre y hermano en Cristo, por una disposición divina autoritativa, sin el concurso de la libertad personal, es decir, sin convertirse libremente a Cristo. El ser hijo de Dios responde al imperativo de la conversión: «Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hch 2,38). Todos los que respondieron con la fe y la vida a esta predicación de Pedro entraron en la fraternidad de la primera comunidad cristiana (cf. 1 P 2,17; Hch 1,15.16; 6,3; 15,23): judíos y griegos, esclavos y hombres libres (cf. 1 Co 12,13; Ga 3,28), cuya diversidad de origen y condición social no disminuye la dignidad de cada uno, ni excluye a nadie de la pertenencia al Pueblo de Dios. Por ello, la comunidad cristiana es el lugar de la comunión vivida en el amor entre los hermanos (cf. Rm 12,10; 1 Ts 4,9; Hb 13,1; 1 P 1,22; 2 P 1,7).


Todo esto demuestra cómo la Buena Nueva de Jesucristo, por la que Dios hace «nuevas todas las cosas» (Ap 21,5),(3)  también es capaz de redimir las relaciones entre los hombres, incluida aquella entre un esclavo y su amo, destacando lo que ambos tienen en común: la filiación adoptiva y el vínculo de fraternidad en Cristo. El mismo Jesús dijo a sus discípulos: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15,15).


Múltiples rostros de la esclavitud de entonces y de ahora
3. Desde tiempos inmemoriales, las diferentes sociedades humanas conocen el fenómeno del sometimiento del hombre por parte del hombre. Ha habido períodos en la historia humana en que la institución de la esclavitud estaba generalmente aceptada y regulada por el derecho. Éste establecía quién nacía libre, y quién, en cambio, nacía esclavo, y en qué condiciones la persona nacida libre podía perder su libertad u obtenerla de nuevo. En otras palabras, el mismo derecho admitía que algunas personas podían o debían ser consideradas propiedad de otra persona, la cual podía disponer libremente de ellas; el esclavo podía ser vendido y comprado, cedido y adquirido como una mercancía.
Hoy, como resultado de un desarrollo positivo de la conciencia de la humanidad, la esclavitud, crimen de lesa humanidad,(4)  está oficialmente abolida en el mundo. El derecho de toda persona a no ser sometida a esclavitud ni a servidumbre está reconocido en el derecho internacional como norma inderogable.
Sin embargo, a pesar de que la comunidad internacional ha adoptado diversos acuerdos para poner fin a la esclavitud en todas sus formas, y ha dispuesto varias estrategias para combatir este fenómeno, todavía hay millones de personas –niños, hombres y mujeres de todas las edades– privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud.
Me refiero a tantos trabajadores y trabajadoras, incluso menores, oprimidos de manera formal o informal en todos los sectores, desde el trabajo doméstico al de la agricultura, de la industria manufacturera a la minería, tanto en los países donde la legislación laboral no cumple con las mínimas normas y estándares internacionales, como, aunque de manera ilegal, en aquellos cuya legislación protege a los trabajadores.
Pienso también en las condiciones de vida de muchos emigrantes que, en su dramático viaje, sufren el hambre, se ven privados de la libertad, despojados de sus bienes o de los que se abusa física y sexualmente. En aquellos que, una vez llegados a su destino después de un viaje durísimo y con miedo e inseguridad, son detenidos en condiciones a veces inhumanas. Pienso en los que se ven obligados a la clandestinidad por diferentes motivos sociales, políticos y económicos, y en aquellos que, con el fin de permanecer dentro de la ley, aceptan vivir y trabajar en condiciones inadmisibles, sobre todo cuando las legislaciones nacionales crean o permiten una dependencia estructural del trabajador emigrado con respecto al empleador, como por ejemplo cuando se condiciona la legalidad de la estancia al contrato de trabajo... Sí, pienso en el «trabajo esclavo».
Pienso en las personas obligadas a ejercer la prostitución, entre las que hay muchos menores, y en los esclavos y esclavas sexuales; en las mujeres obligadas a casarse, en aquellas que son vendidas con vistas al matrimonio o en las entregadas en sucesión, a un familiar después de la muerte de su marido, sin tener el derecho de dar o no su consentimiento.
No puedo dejar de pensar en los niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad, para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o para formas encubiertas de adopción internacional.
Pienso finalmente en todos los secuestrados y encerrados en cautividad por grupos terroristas, puestos a su servicio como combatientes o, sobre todo las niñas y mujeres, como esclavas sexuales. Muchos de ellos desaparecen, otros son vendidos varias veces, torturados, mutilados o asesinados.


Algunas causas profundas de la esclavitud
4. Hoy como ayer, en la raíz de la esclavitud se encuentra una concepción de la persona humana que admite el que pueda ser tratada como un objeto. Cuando el pecado corrompe el corazón humano, y lo aleja de su Creador y de sus semejantes, éstos ya no se ven como seres de la misma dignidad, como hermanos y hermanas en la humanidad, sino como objetos. La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin.

Junto a esta causa ontológica –rechazo de la humanidad del otro¬– hay otras que ayudan a explicar las formas contemporáneas de la esclavitud. Me refiero en primer lugar a la pobreza, al subdesarrollo y a la exclusión, especialmente cuando se combinan con la falta de acceso a la educación o con una realidad caracterizada por las escasas, por no decir inexistentes, oportunidades de trabajo. Con frecuencia, las víctimas de la trata y de la esclavitud son personas que han buscado una manera de salir de un estado de pobreza extrema, creyendo a menudo en falsas promesas de trabajo, para caer después en manos de redes criminales que trafican con los seres humanos. Estas redes utilizan hábilmente las modernas tecnologías informáticas para embaucar a jóvenes y niños en todas las partes del mundo.

Entre las causas de la esclavitud hay que incluir también la corrupción de quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa para enriquecerse. En efecto, la esclavitud y la trata de personas humanas requieren una complicidad que con mucha frecuencia pasa a través de la corrupción de los intermediarios, de algunos miembros de las fuerzas del orden o de otros agentes estatales, o de diferentes instituciones, civiles y militares. «Esto sucede cuando al centro de un sistema económico está el dios dinero y no el hombre, la persona humana. Sí, en el centro de todo sistema social o económico, tiene que estar la persona, imagen de Dios, creada para que fuera el dominador del universo. Cuando la persona es desplazada y viene el dios dinero sucede esta trastocación de valores».(5) 


Otras causas de la esclavitud son los conflictos armados, la violencia, el crimen y el terrorismo. Muchas personas son secuestradas para ser vendidas o reclutadas como combatientes o explotadas sexualmente, mientras que otras se ven obligadas a emigrar, dejando todo lo que poseen: tierra, hogar, propiedades, e incluso la familia. Éstas últimas se ven empujadas a buscar una alternativa a esas terribles condiciones aun a costa de su propia dignidad y supervivencia, con el riesgo de entrar de ese modo en ese círculo vicioso que las convierte en víctimas de la miseria, la corrupción y sus consecuencias perniciosas.

Compromiso común para derrotar la esclavitud 
5. Con frecuencia, cuando observamos el fenómeno de la trata de personas, del tráfico ilegal de los emigrantes y de otras formas conocidas y desconocidas de la esclavitud, tenemos la impresión de que todo esto tiene lugar bajo la indiferencia general.
Aunque por desgracia esto es cierto en gran parte, quisiera mencionar el gran trabajo silencioso que muchas congregaciones religiosas, especialmente femeninas, realizan desde hace muchos años en favor de las víctimas. Estos Institutos trabajan en contextos difíciles, a veces dominados por la violencia, tratando de romper las cadenas invisibles que tienen encadenadas a las víctimas a sus traficantes y explotadores; cadenas cuyos eslabones están hechos de sutiles mecanismos psicológicos, que convierten a las víctimas en dependientes de sus verdugos, a través del chantaje y la amenaza, a ellos y a sus seres queridos, pero también a través de medios materiales, como la confiscación de documentos de identidad y la violencia física. La actividad de las congregaciones religiosas se estructura principalmente en torno a tres acciones: la asistencia a las víctimas, su rehabilitación bajo el aspecto psicológico y formativo, y su reinserción en la sociedad de destino o de origen.

Este inmenso trabajo, que requiere coraje, paciencia y perseverancia, merece el aprecio de toda la Iglesia y de la sociedad. Pero, naturalmente, por sí solo no es suficiente para poner fin al flagelo de la explotación de la persona humana. Se requiere también un triple compromiso a nivel institucional de prevención, protección de las víctimas y persecución judicial contra los responsables. Además, como las organizaciones criminales utilizan redes globales para lograr sus objetivos, la acción para derrotar a este fenómeno requiere un esfuerzo conjunto y también global por parte de los diferentes agentes que conforman la sociedad.

Los Estados deben vigilar para que su legislación nacional en materia de migración, trabajo, adopciones, deslocalización de empresas y comercialización de los productos elaborados mediante la explotación del trabajo, respete la dignidad de la persona. Se necesitan leyes justas, centradas en la persona humana, que defiendan sus derechos fundamentales y los restablezcan cuando son pisoteados, rehabilitando a la víctima y garantizando su integridad, así como mecanismos de seguridad eficaces para controlar la aplicación correcta de estas normas, que no dejen espacio a la corrupción y la impunidad. Es preciso que se reconozca también el papel de la mujer en la sociedad, trabajando también en el plano cultural y de la comunicación para obtener los resultados deseados.

Las organizaciones intergubernamentales, de acuerdo con el principio de subsidiariedad, están llamadas a implementar iniciativas coordinadas para luchar contra las redes transnacionales del crimen organizado que gestionan la trata de personas y el tráfico ilegal de emigrantes. Es necesaria una cooperación en diferentes niveles, que incluya a las instituciones nacionales e internacionales, así como a las organizaciones de la sociedad civil y del mundo empresarial.
Las empresas(6),  en efecto, tienen el deber de garantizar a sus empleados condiciones de trabajo dignas y salarios adecuados, pero también han de vigilar para que no se produzcan en las cadenas de distribución formas de servidumbre o trata de personas. A la responsabilidad social de la empresa hay que unir la responsabilidad social del consumidor. Pues cada persona debe ser consciente de que «comprar es siempre un acto moral, además de económico».(7) 
Las organizaciones de la sociedad civil, por su parte, tienen la tarea de sensibilizar y estimular las conciencias acerca de las medidas necesarias para combatir y erradicar la cultura de la esclavitud.

En los últimos años, la Santa Sede, acogiendo el grito de dolor de las víctimas de la trata de personas y la voz de las congregaciones religiosas que las acompañan hacia su liberación, ha multiplicado los llamamientos a la comunidad internacional para que los diversos actores unan sus esfuerzos y cooperen para poner fin a esta plaga.(8)  Además, se han organizado algunos encuentros con el fin de dar visibilidad al fenómeno de la trata de personas y facilitar la colaboración entre los diferentes agentes, incluidos expertos del mundo académico y de las organizaciones internacionales, organismos policiales de los diferentes países de origen, tránsito y destino de los migrantes, así como representantes de grupos eclesiales que trabajan por las víctimas. Espero que estos esfuerzos continúen y se redoblen en los próximos años.


Globalizar la fraternidad, no la esclavitud ni la indiferencia
6. En su tarea de «anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad»,(9)  la Iglesia se esfuerza constantemente en las acciones de carácter caritativo partiendo de la verdad sobre el hombre. Tiene la misión de mostrar a todos el camino de la conversión, que lleve a cambiar el modo de ver al prójimo, a reconocer en el otro, sea quien sea, a un hermano y a una hermana en la humanidad; reconocer su dignidad intrínseca en la verdad y libertad, como nos lo muestra la historia de Josefina Bakhita, la santa proveniente de la región de Darfur, en Sudán, secuestrada cuando tenía nueve años por traficantes de esclavos y vendida a dueños feroces. A través de sucesos dolorosos llegó a ser «hija libre de Dios», mediante la fe vivida en la consagración religiosa y en el servicio a los demás, especialmente a los pequeños y débiles. Esta Santa, que vivió entre los siglos XIX y XX, es hoy un testigo ejemplar de esperanza(10)  para las numerosas víctimas de la esclavitud y un apoyo en los esfuerzos de todos aquellos que se dedican a luchar contra esta «llaga en el cuerpo de la humanidad contemporánea, una herida en la carne de Cristo».(11) 

En esta perspectiva, deseo invitar a cada uno, según su puesto y responsabilidades, a realizar gestos de fraternidad con los que se encuentran en un estado de sometimiento. Preguntémonos, tanto comunitaria como personalmente, cómo nos sentimos interpelados cuando encontramos o tratamos en la vida cotidiana con víctimas de la trata de personas, o cuando tenemos que elegir productos que con probabilidad podrían haber sido realizados mediante la explotación de otras personas. Algunos hacen la vista gorda, ya sea por indiferencia, o porque se desentienden de las preocupaciones diarias, o por razones económicas. Otros, sin embargo, optan por hacer algo positivo, participando en asociaciones civiles o haciendo pequeños gestos cotidianos –que son tan valiosos–, como decir una palabra, un saludo, un «buenos días» o una sonrisa, que no nos cuestan nada, pero que pueden dar esperanza, abrir caminos, cambiar la vida de una persona que vive en la invisibilidad, e incluso cambiar nuestras vidas en relación con esta realidad.

Debemos reconocer que estamos frente a un fenómeno mundial que sobrepasa las competencias de una sola comunidad o nación. Para derrotarlo, se necesita una movilización de una dimensión comparable a la del mismo fenómeno. Por esta razón, hago un llamamiento urgente a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y a todos los que, de lejos o de cerca, incluso en los más altos niveles de las instituciones, son testigos del flagelo de la esclavitud contemporánea, para que no sean cómplices de este mal, para que no aparten los ojos del sufrimiento de sus hermanos y hermanas en humanidad, privados de libertad y dignidad, sino que tengan el valor de tocar la carne sufriente de Cristo,(12)  que se hace visible a través de los numerosos rostros de los que él mismo llama «mis hermanos más pequeños» (Mt 25,40.45).

Sabemos que Dios nos pedirá a cada uno de nosotros: ¿Qué has hecho con tu hermano? (cf. Gn 4,9-10). La globalización de la indiferencia, que ahora afecta a la vida de tantos hermanos y hermanas, nos pide que seamos artífices de una globalización de la solidaridad y de la fraternidad, que les dé esperanza y los haga reanudar con ánimo el camino, a través de los problemas de nuestro tiempo y las nuevas perspectivas que trae consigo, y que Dios pone en nuestras manos.

Vaticano, 8 de diciembre de 2014

(1)  N. 1.
(2)  Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2014, 2.
(3)  Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 11.
(4)  Cf. Discurso a la Asociación internacional de Derecho penal, 23 octubre 2014: L’Osservatore Romano, Ed. lengua española, 31 octubre 2014, p. 8.
(5)  Discurso a los participantes en el encuentro mundial de los movimientos populares, 28 octubre 2014: L’Osservatore Romano, Ed. lengua española, 31 octubre 2014, p. 3.
(6)  Cf. PONTIFICIO CONSEJO PARA LA JUSTICIA Y LA PAZ, La vocazione del leader d’impresa. Una riflessione, Milano e Roma, 2013.
(7)  BENEDICTO XVI, Cart. enc. Caritas in veritate, 66.
(8)  Cf. Mensaje al Sr. Guy Ryder, Director general de la Organización internacional del trabajo, con motivo de la Sesión 103 de la Conferencia de la OIT, 22 mayo 2014: L’Osservatore Romano, Ed. leng. española 6 junio 2014, p. 3.
(9)  BENEDICTO XVI, Carta. enc. Caritas in veritate, 5.
(10)  «A través del conocimiento de esta esperanza ella fue “redimida”, ya no se sentía esclava, sino hija libre de Dios. Entendió lo que Pablo quería decir cuando recordó a los Efesios que antes estaban en el mundo sin esperanza y sin Dios» (BENEDICTO XVI, Carta. enc. Spe salvi, 3).
(11)  Discurso a los participantes en la II Conferencia internacional sobre la Trata de personas: Church and Law Enforcement in partnership, 10 abril 2014: L’Osservatore Romano, Ed. leng. española 11 abril 2014, p. 9; cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 270.
(12)  Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24; 270.


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Texto completo de la audiencia general del miércoles 10 de diciembre 2014 (Zenit.org)

Queridos hermanos y hermanas,

hemos concluido un ciclo de catequesis sobre la Iglesia. Damos las gracias al Señor que nos ha hecho este camino redescubriendo la belleza y la responsabilidad de pertenecer a la Iglesia, de ser Iglesia todos nosotros. Ahora iniciamos una nueva etapa, un nuevo ciclo sobre el tema de la familia, que se inserta en este tiempo intermedio entre dos Asambleas del Sínodo dedicados a esta realidad tan importante. Por eso, antes de entrar en el recorrido sobre los distintos aspectos de la vida familiar, hoy deseo comenzar precisamente desde la Asamblea sinodal del pasado mes de octubre que tenía este tema: “Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la nueva evangelización”. Es importante recordar cómo se ha desarrollado y qué ha producido, cómo se ha desarrollado y qué ha producido.

Durante el Sínodo, los medios de comunicación han hecho su trabajo --había mucha expectativa, mucha atención-- y les damos las gracias porque lo han hecho también con abundancia, muchas noticias, muchas. Esto ha sido posible gracias a la Sala de Prensa, que cada día ha hecho un briefing. Pero a menudo la visión de los medios era un poco del estilo de las crónicas deportivas o políticas: se hablaba a menudo de dos equipos, a favor y en contra, conservadores y progresistas, etc. Hoy quisiera contar lo que ha sido el Sínodo.

En primer lugar he pedido a los Padres sinodales hablar con franqueza y valentía y escuchar con humildad. Decir todo lo que tenían en el corazón, con valentía. En el Sínodo no ha habido censura previa. No ha habido. Cada uno podía, es más, debía, decir lo que tenía en el corazón, lo que pensaba sinceramente. Pero, padre, esto dará discusión. Pues claro. Lo hemos escuchado cómo han discutido los apóstoles. Dice el texto, ha salido una fuerte discusión, pero gritaban entre ellos. Los apóstoles, sí, porque buscaban la voluntad de Dios sobre los paganos, si podían entrar en la Iglesia o no. Era algo nuevo.

Siempre cuando se busca la voluntad de Dios en una Asamblea sinodal hay distintos puntos de vista, y hay discusión, y eso no es feo. Siempre que se haga con humildad y ánimo de servicio a la Asamblea de los hermanos. Habría sido mala la censura previa. No, no. Cada uno tenía que decir lo que pensaba.

Después de la Relación inicial del cardenal Erdö, ha habido un primer momento, fundamental, en el que todos los Padres han podido hablar y todos han escuchado. Es edificante esa actitud de escucha que tenían los Padres.  Un momento de gran libertad, en el que cada uno ha expuesto su pensamiento con parresía y con confianza. En la base de las intervenciones estaba el “Instrumento de trabajo”, fruto de la consulta precedente de toda la Iglesia. Y aquí debemos dar gracias a la Secretaría del Sínodo por el gran trabajo que ha hecho, tanto antes como durante la Asamblea. Realmente han sido muy buenos.

Ninguna intervención ha puesto en discusión las verdades fundamentales del sacramento del matrimonio, ninguna intervención:  la indisolubilidad, la unidad, la fidelidad y la apertura a la vida. Esto no se ha tocado.

Todas las intervenciones han sido recogidas y así se ha llegado al segundo momento, es decir, un borrador, que se llama la Relación después de la discusión. También esta Relación ha sido preparada por el cardenal Erdö, articulada en tres puntos: la escucha del contexto y de los desafíos de la familia; la mirada fija en Cristo y el Evangelio de la familia; la confrontación con las perspectivas pastorales.

Sobre esta primera propuesta de síntesis se ha desarrollado la discusión en los grupos, que ha sido el tercer momento. Los grupos como siempre, estaban divididos por lenguas, porque es mejor así, se comunican mejor: italiano, inglés, español y francés. Cada grupo al final de su trabajo ha presentado una relación, y todas las relaciones de los grupos se han publicado en seguida. Todo se ha dado, había transparencia. Para que se supiera lo que pasaba.

En ese punto --es el cuarto momento-- una comisión ha examinado todas las sugerencias surgidas en los grupos lingüísticos y se ha hecho la Relación final, que ha mantenido el esquema precedente --escucha de la realidad, mirada al Evangelio y compromiso pastoral-- pero ha tratado de incorporar el fruto de las discusiones en los grupos. Como siempre, se ha aprobado también un Mensaje final del Sínodo, más breve y más divulgativo respecto a la Relación.

Este ha sido el desarrollo de la Asamblea sinodal. Alguno de vosotros puede preguntarme, ‘pero padre, ¿han discutido los Padres’  No se si han discutido, pero que han hablado fuerte sí, realmente ¿eh? . Y esta es precisamente la libertad que hay en la Iglesia. Todo ha sucedido ““cum Petro et sub Petro”, es decir, con la presencia del Papa, que es garantía de libertad y de confianza para todos, y garantía de la ortodoxia. Y al final con mi intervención di una lectura sintética de la experiencia sinodal.

Por tanto, los documentos oficiales salidos del Sínodo son tres: el Mensaje final, la Relación final y el discurso final del Papa. No hay otros.

La Relación final, que ha sido el punto de llegada de toda la reflexión, desde las diócesis hasta ese momento, ahora se ha publicado, ayer se ha publicada y se envía a las Conferencias Episcopales, que la discutirán en vista de la próxima Asamblea, la Ordinaria del 2015. Digo que ayer se ha publicado, se había publicado antes, pero ayer se ha publicado con las preguntas que se hacen a las Conferencias Episcopales, se convierte en Lineamenta del próximo Sínodo.  

Debemos saber que el Sínodo no es un parlamento, vienen representantes de esta Iglesia, de esta Iglesia… no es eso. Son representada sí, pero la estructura  no es parlamentaria, es totalmente diferente. El Sínodo es un espacio protegido para que el Espíritu Santo pueda trabajar; no ha habido confrontación entre facciones, como en el Parlamento que ahí es lícito, sino una confrontación entre obispos, que se ha dado después de un largo trabajo de preparación y que ahora proseguirá en otro trabajo, para el bien de las familias, de la Iglesia y de la sociedad. Es un proceso, es el camino sinodal normal. Ahora, esta Relatio vuelve a las Iglesias particulares y continúa en esas Igleeias, el trabajo de oración, reflexión, discusión fraterna para preparar la próxima Asamblea. Esto es el Sínodo de los Obispos. Lo confiamos a la protección de la Virgen, nuestra Madre. Que Ella nos ayude a seguir la voluntad de Dios tomando las decisiones que ayuden más y mejor a la familia. Os pido que acompañéis este recorrido sinodal, hasta el próximo, con la oración. Que el Señor nos ilumine, nos haga ir hacia la madurez de lo que debemos decir a todas las Igleias como Sínodo. En esto es importante vuestra oración.

Texto traducido y transcrito desde el audio por ZENIT


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Mi?rcoles, 10 de diciembre de 2014

Alocución de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz para el segundo domingo de Adviento (8 de diciembre de 2014) (AICA)

Preparar los caminos del señor 

En este segundo domingo de Adviento el evangelio nos muestra la figura de Juan el Bautista que se presenta, recordando la profecía de Isaías, como el mensajero enviado para preparar los caminos del Señor: "Mira, yo envío mi mensajero delante de ti para prepararte el camino. Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos" (Mc. 1, 1-8). Este texto se refiere, ante todo, a la venida histórica de Jesús como Mesías en Belén. Pero el Señor siempre está llegando, por ello siempre necesita de precursores que preparen su camino. Creo que a esta imagen tan rica del Bautista la debemos hacer realidad en nuestras vidas y en nuestras comunidades.

El que prepara el camino sabe que lo importante no es él, sino el Señor que viene. No es un auto referente, no habla de sí, ni pretende que las miradas se dirijan a él, sino, como dice el Bautista: "Es necesario que él crezca y yo disminuya" (Jn. 3, 30). Esta actitud de sincera humildad no niega la importancia del testimonio que se debe dar a través de la vida y la palabra, pero deja bien en claro cuál es el primer aspecto que debe tener quién asume la responsabilidad de preparar el camino del Señor. El precursor no es un protagonista que ocupa un lugar excesivo, es un testigo que habla, señala y sabe guardar silencio. Este saber disminuir nuestra presencia no es negar nuestras condiciones y la importancia de nuestra palabra, sino orientar la mirada hacia el Señor.

Otra actitud de quién se siente llamado a "preparar el camino", es la decisión de quitar todo aquello que impide un encuentro con el Señor. Me refiero a saber crear un clima de confianza donde la apertura sea posible. Hay muchos muros, trabas, desconfianza que nos aíslan y que hacen difícil abrirnos a un encuentro. La vida de quien se siente llamado a ser "precursor" de este encuentro con el Señor, debe ser testimonio de sinceridad, de cercanía, de saber compartir. ¡Cuántas distancias y prejuicios nos separan! El precursor, el que prepara el camino debe, además, sentirse enviado para una misión.

Cuando el cristiano no siente su presencia en el mundo como una carta de Dios para su hermano, su vida pierde el sentido de una misión y termina siendo una misión para sí mismo. Cuánto mal hace esa frase que nos lleva a ser objeto de nosotros mismos y que mucho se escucha: "pensá en vos, no pierdas tiempo con el otro". Esta actitud quiebra la relación con mi hermano. Detengámonos a contemplar la figura de san Juan Bautista, y tratar de acercarnos a ella para aprender a preparar "el camino del Señor", en nuestra vida y en nuestros ambientes, dar nuestro tiempo empezando por la familia y amistades.

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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Martes, 09 de diciembre de 2014

En el día de la Inmaculada Concepción de la Virgen María,  08 de diciembre de 2014, el santo padre Francisco rezó el ángelus desde la ventana de su estudio que da hacia la plaza de San Pedro, en donde decenas de miles de fieles y peregrinos le esperaban. Y les dirigió las siguientes palabras.  (Zenit.org)


«Queridos hermanas y hermanos, el mensaje de la fiesta fiesta de hoy, de la Inmaculada Concepción de la Virgen María se puede resumir con estas palabras: 'todo es gracia, todo es don gratuito de Dios y de su amor por nosotros'.

El ángel Gabriel llama a María 'llena de gracia', en ella no hay lugar para el pecado, porque Dios la ha elegido desde siempre madre de Jesús y la preservó de la culpa original. Y María corresponde a la gracia y se abandona diciéndole al Ángel: 'Hágase en mi según tu palabra'. No dice 'lo haré según tu palabra', sino 'Hágase en mi...' y el Verbo se hizo carne en su vientre. También a nosotros nos es pedido escuchar a Dios que nos habla y de acoger su voluntad: ¡según la lógica evangélica nada obra más y más es profundo que escuchar la Palabra del Señor! que viene del evangelio, de la Biblia, el Señor nos habla siempre

La actitud de María de Nazaret nos muestra que el ser está antes del hacer, y que es necesario dejar obrar a Dios para ser verdaderamente como Él nos quiere. Es Él quien hace en nosotros tantas maravillas.

María es receptiva, no pasiva. Así como a nivel físico recibe la potencia del Espíritu Santo, y después dona carne y sangre al Hijo de Dios que se forma en ella, así en el plano espiritual, acoge la gracia y corresponde a ella con la fe.

Por esto San Agustín afirma que la Virgen “ha concebido antes en el corazón que en su vientre”. Ha concebido primero la Fe y después al Señor. Este misterio de la acogida de la gracia, que en María por un privilegio único, no tenía el obstáculo del pecado, es una posibilidad para todos. San Pablo de hecho abre su carta a los Efesinos con estas palabras de alabanza: 'Bendito Dios, Padre del Señor nuestro Jesucristo, que nos ha bendecido con cada bendición espiritual en los cielos en Cristo”.

Así como María es saludada por santa Elisabeth como 'Bendita entre las mujeres', así también nosotros hemos sido 'bendecidos', o sea amados, y por lo tanto 'elegidos antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados.

María ha sido pre-servada, en cambio nosotros hemos sido salvados gracias al bautismo y a la fe. A todos entretanto, sea ella que nosotros, por medio de Cristo, “a alabanza del esplendor de su gracia', esa gracia de la cual la Inmaculada ha sido colma en plenitud'.

Delante del amor, delante de la misericordia, de la gracia divina derramada en nuestros corazones, la consecuencia que se impone es una sola: la gratuidad.

Nadie de nosotros puede comprar la Salvación, la Salvación es un don gratuito del Señor que viene del Señor, y habita dentro de nosotros. Así como hemos recibido gratuitamente, así gratuitamente estamos llamados a dar. A imitación de María que después de haber acogido el anuncio del Ángel, va a compartir el don de la fecundidad con su pariente Elisabeth.

Porque si todo nos ha sido donado, todo tienen que ser nuevamente donado. ¿De qué manera?Dejando que el Espíritu Santo haga de nosotros un don para los otros; que nos haga volver instrumentos de acogida.

El Espíritu Santo es don para nosotros y nosotros con la fuerza del Espíritu deberemos ser don para los demás; que nos haga volver instrumentos de reconciliación y de perdón. Si nuestra existencia se deja transformar por la gracia del Señor, porque la gracia del Señor nos transforma ¿Verdad?

No podemos retener la luz que viene de su rostro, pero la dejaremos pasar para que ilumine a los otros. Aprendamos de María, que ha tenido constantemente la mirada fija en el Hijo, y su rostro se ha vuelto 'el rostro de Cristo que más le asemeja'. Y a ella nos dirigimos ahora con la oración que recuerda el anuncio del Ángel».

El papa Francisco reza la oración del ángelus. Y después dirige las siguientes palabras:

«Queridos hermanos y hermanas, saludo a todos con afecto, especialmente a las familias y los grupos parroquiales. Saludo a los fieles de Rocca di Papa, al parroco, a los maratones, los ciclistas, y bendigo su flama. Saludo a los grupos de Felline (Lecce), a la asociación 'Completamente tuoi' y a los jóvenes de Carugate.

En esta fiesta de la Acción Católica Italiana, vive la renovación de la adhesión. Dirijo un pensamiento especial a todas las asociaciones diocesanas y parroquiales. La Virgen Inmaculada bendiga a la Acción Católica y la vuelva cada vez más, una escuela de santidad y de generoso servicio a la Iglesia y al mundo.

Hoy por la tarde iré a Santa María la Mayor para saludar a la Salus Populi Romani, y después a la Plaza de España, para renovar el tradicional homenaje de oración a los pies del monumento a la Inmaculada; será una tarde toda dedicada a la Virgen. Les pido de unirse espiritualmente a mi, en esta peregrinación, que expresa la devoción filial a nuestra Madre celeste. Y no se olviden: la salvación es gratuita, nosotros hemos recibido esta gratuidad, esta gracia, y tenemos que darla. Hemos recibido el don y tenemos que volver a darlo a los otros.

A todos les deseo buena fiesta y un buen camino de Adviento bajo la guía de la Virgen María. Por favor, por favor no se olviden de rezar por mi».

Y concluyó con sus ya conocidas palabras de despedida: "¡Buon pranzo e arrivederci!"

 


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En la fiesta de la Inmaculada, el Santo Padre reza en el principal santuario mariano de Roma y poco después encabeza el homenaje a la Inmaculada en 'Piazza di Spagna' (Zenit.org)

Tras la lectura del Evangelio, el Papa recitó la siguiente oración:

«Oh María, Madre nuestra,
hoy el pueblo de Dios en fiesta te venera Inmaculada,
preservada desde siembre del contagio del pecado.

Recibe el homenaje que te ofrezco en nombre
de la Iglesia que está en Roma y en el mundo entero.
Saber que tú, que eres nuestra madre,
que eres totalmente libre del pecado nos conforta.
Saber que sobre ti el mal no tiene poder, nos llena de esperanza y de fortaleza
en la lucha cotidiana que debemos realizar
en la lucha contra las amenazas del maligno.

Pero en esta lucha no estamos solos, no somos huérfanos,
porque Jesús, antes de morir en la cruz, nos ha dado a ti como madre.
Nosotros por lo tanto, a pesar de ser pecadores, somos tus hijos, hijos de la Inmaculada,
llamados a aquella santidad que en ti resplandece por la gracia de Dios desde el inicio.
Animados por esta esperanza,
nosotros hoy invocamos tu materna protección para nosotros,
para nuestras familias, para esta ciudad, para el mundo entero.

La potencia del amor de Dios, que te ha preservada del pecado original,
por tu intercesión libere a la humanidad de todo tipo de esclavitud espiritual y material,
y haga vencer, en los corazones y en los eventos, el designio de salvación de Dios.
Haced que también en nosotros, tus hijos, la gracia prevalga sobre el orgullo
y podamos volvernos misericordiosos como es misericordioso nuestro Padre Celeste.

En este tiempo que nos conduce a la fiesta de la Navidad de Jesús,
enséñanos a ir contracorriente:
a desvestirnos, abajarnos, donarnos, escuchar, hacer silencio,
a descentrarnos de nosotros mismos, para dejar espacio a la belleza de Dios,
fuente de la verdadera alegría.
¡Oh Madre nuestra Inmaculada, reza por nosotros!


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Lunes, 08 de diciembre de 2014

Palabra y Vida' del arzobispo de Barcelona por Cardenal Lluís Martínez Sistach. 07 de diciembre de 2014 (Zenit.org)

La Inmaculada, modelo de la Iglesia

En medio del tiempo de Adviento, que es camino hacia la Navidad, celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción de María. Contemplamos a la chica sencilla de Nazaret, elegida por Dios, llena de su gracia, liberada del pecado por ser madre del Salvador. 

La Iglesia ha tomado conciencia de que María había sido redimida desde su concepción. Fue el beato Pío IX, en 1854, quien proclamó el dogma de la Inmaculada, recogiendo una antigua tradición de fe de la Iglesia. Este dogma confiesa que "la bienaventurada Virgen María, desde el primer instante de su concepción, por una gracia y un favor singular de Dios todopoderoso, en virtud de los méritos de Jesucristo, fue preservada inmune de toda mancha de pecado original". 

La doctrina del pecado original, ligada con la de la redención de Cristo, nos hace ver con lucidez la situación del hombre y su obrar en el mundo. El Concilio Vaticano II nos dice que "una lucha ardua contra el poder de las tinieblas llena toda la historia universal. Inserto en esta pugna, el hombre tiene que luchar sin parar para adherirse al bien, y sólo puede obtener la unidad en sí mismo con la ayuda de la gracia de Dios”. 

El Vaticano II también nos presenta a María como el modelo de la Iglesia. María es signo de esperanza para la Iglesia y para el mundo. A pesar de la presencia abrumadora del mal en el mundo, tanto del mal físico como del mal moral, que podemos ver en los constante fallos morales, tanto en los personales como en los colectivos y en los estructurales -bajo la forma del llamado pecado estructural-, no debemos perder nunca la esperanza. 

Santa María, como madre de nuestro Salvador, es promesa de una victoria sobre el mal. Muchos padres y doctores de la Iglesia reconocen en la Mujer anunciada en el libro del Génesis -que deja constancia de la entrada del mal y de la muerte en el mundo- a la Madre de Cristo, la "nueva Eva". 

Termino con las palabras finales de mi carta pastoral para este curso: "Con el papa Francisco, le pedimos a María, la Madre del Evangelio viviente -que es Jesucristo-, que interceda para que la invitación del Papa a vivir toda la Iglesia una nueva etapa evangelizadora sea acogida por toda la comunidad eclesial. Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia, porque cada vez que imitamos a María volvemos a creer en el aspecto revolucionario de la ternura y del afecto. Esta dinámica de justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de María también un modelo eclesial para la evangelización”. María, como sabemos, corrió enseguida a ayudar a su prima Isabel que esperaba un hijo, Juan Bautista. Y en Caná de Galilea también corrió a ayudar a unos prometidos que se encontraban con una dificultad el día de su boda. 


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Como cada domingo, el papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro.07 de diciembre de 2014 (Zenit.org)

Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice argentino les dijo:

"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Este domingo marca la segunda etapa del Tiempo de Adviento, un tiempo estupendo que despierta en nosotros la espera del regreso de Cristo y el recuerdo de su venida histórica. La liturgia de hoy nos presenta un mensaje lleno de esperanza Es la invitación del Señor expresada por boca del profeta Isaías: "Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios" (40,1). Con estas palabras se abre el Libro de la Consolación, en el que el profeta dirige al pueblo en el exilio el anuncio gozoso de la liberación. El tiempo de tribulación ha terminado; el pueblo de Israel puede mirar con confianza al futuro: le aguarda finalmente el regreso a casa. Y por eso, la invitación a dejarse consolar por el Señor.

Isaías se dirige a gente que ha pasado por un período oscuro, que ha sufrido una prueba muy dura; pero ahora ha llegado el tiempo de la consolación. La tristeza y el miedo pueden dejar lugar a la alegría, porque el Señor mismo guiará a su pueblo en el camino de la liberación y la salvación. ¿Cómo se hará todo esto? Con el cuidado y la ternura de un pastor que cuida de su rebaño. De hecho, Él dará unidad y seguridad al rebaño, lo hará pastar, reunirá en su redil seguro a las ovejas dispersas, prestará especial atención a las más frágiles y débiles (v. 11). Esta es la actitud de Dios hacia nosotros sus criaturas. De ahí que el profeta invita a quien le escucha --incluyéndonos a nosotros, hoy-- a difundir entre el pueblo este mensaje de esperanza. El mensaje es que el Señor nos consuela, y dejar espacio al consuelo que viene del Señor.

Pero no podemos ser mensajeros de la consolación de Dios si nosotros primero no experimentamos la alegría de ser consolados y amados por Él. Esto sucede especialmente cuando escuchamos su Palabra, el Evangelio que tenemos que llevar en el bolsillo. No olvidaros de esto, ¿eh? El Evangelio, en el bolsillo, en el bolso, para leerlo continuamente. Y esto nos da consuelo. Cuando permanecemos en la oración silenciosa en su presencia, cuando nos encontramos con Él en la Eucaristía o en el Sacramento del Perdón. Todo esto nos consuela.

Dejemos entonces que la invitación de Isaías --"Consolad, consolad a mi pueblo"-- resuene en nuestro corazón en este tiempo de Adviento. Hoy se necesitan personas que sean testigos de la misericordia y de la ternura del Señor, que sacude a los resignados, reanima a los desalentados, enciende el fuego de la esperanza. ¡Él enciende el fuego de la esperanza! ¡Nosotros, no! Muchas situaciones requieren nuestro testimonio consolador. Ser personas alegres, consoladas. Pienso en aquellos que están oprimidos por sufrimientos, injusticias y abusos; a los que son esclavos del dinero, del poder, del éxito, de la mundanidad. Pobrecillos. Tienen consuelos falsos. No, el verdadero consuelo del Señor. Todos estamos llamados a consolar a nuestros hermanos, testimoniando que sólo Dios puede eliminar las causas de los dramas existenciales y espirituales. ¡Él puede hacerlo! ¡Es poderoso!

El mensaje de Isaías, que resuena en este segundo domingo de Adviento, es un bálsamo sobre nuestras heridas y un estímulo para preparar diligentemente el camino del Señor. El profeta, de hecho, habla hoy a nuestro corazón para decirnos que Dios olvida nuestros pecados y nos consuela. Si nos confiamos a Él con corazón humilde y arrepentido, Él derribará los muros del mal, llenará los hoyos de nuestras omisiones, allanará los baches de la soberbia y de la vanidad, y abrirá el camino del encuentro con Él. 

Es curioso, pero tantas veces tenemos miedo de la consolación, de ser consolados, es más nos sentimos más seguros en la tristeza y en la desolación. ¿Por qué? Porque en la tristeza nos sentimos casi protagonistas... En cambio, en la consolación, es el Espíritu Santo el protagonista. Es Él el que nos consuela, es Él el que nos da la valentía de salir de nosotros mismos, es Él el que nos lleva a la fuente de toda verdadera consolación, es decir, al Padre. Y esto es la conversión. Por favor, ¡hay que dejarse consolar por el Señor! ¡Consolar por el Señor!

La Virgen María es el "camino" que Dios mismo se ha preparado para venir al mundo. Encomendamos a ella la esperanza de la salvación y la paz para todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo".

Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus:

Angelus Domini nuntiavit Mariae...

Al concluir la plegaria, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Pontífice:

"Queridos hermanos y hermanas, saludo a todos, fieles de Roma y peregrinos venidos de Italia y otros países: a las familias, a los grupos religiosos, a las asociaciones. En particular, saludo a los misioneros y misioneras Identes. ¡Tan buenos! Que lo hacen tan bien; a los fieles de Bianzè, Dalmine, Sassuolo, Arpaise y Oliveri; a la comunidad de rumanos Cordenons - Pordenone; a la asociación "Porta Aperta" de Modena, a las familias de Polesine, a los chicos Petosino. Y deseo a todos un buen domingo".

A continuación, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:

"Por favor, hay que dejarse consolar por el Señor, ¡entendido!¡Dejarse consolar por el Señor! Y sin olvidarse de rezar por mí. Buena comida ¡hasta pronto! Y mañana, buen día de la Inmaculada. Que el Señor os bendiga".

 


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Domingo, 07 de diciembre de 2014

 Texto completo de la primera predicación de Adviento por el Padre Raniero Cantalamessa, ofmcap, predicador de la Casa Pontificia. CIUDAD DEL VATICANO, 05 de diciembre de 2014 (Zenit.org)

Primera predicación de Adviento 2014

“OS DOY MI PAZ” (Jn 14, 27)

La paz como don de Dios en Cristo Jesús

1. ¡Estamos en paz con Dios!

Si se pudiera escuchar el grito más fuerte que hay en el corazón de miles de personas, se oiría, en todas las lenguas del mundo, una sola palabra: ¡paz! La dolorosa actualidad de este tema, unida a la necesidad de dar de nuevo a la palabra paz la riqueza y la profundidad de significado que esta tiene en la Biblia, me ha empujado a dedicar a este tema la meditación de Adviento de este año. Nos ayudará, espero, a escuchar con oídos nuevos el anuncio navideño: "Paz en la tierra a los hombres que ama el Señor" y también a comenzar a vivir en nuestro interior el mensaje que la Iglesia, cada año, dirige al mundo en la jornada mundial de la paz.

Comenzamos escuchando el anuncio fundamental sobre la paz. Son palabras de Pablo en la Carta a los Romanos:

"Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios" (Rom 5, 1-2).

Aún recuerdo lo que sucedió el día que terminó, para Italia, la segunda guerra mundial. El grito de "¡Armisticio! ¡Paz!" rebotó desde la ciudad hasta el campo, de casa en casa. Era el final de una pesadilla; no más terror, no más bombardeos, no más hambre. Parecía que se volvía finalmente a vivir. Algo parecido debía provocar, en el corazón de los lectores, ese anuncio del apóstol: "¡Tenemos paz con Dios! ¡Se ha hecho la paz! ¡Una nueva era ha comenzado para la humanidad en su relación con Dios!". La suya se ha definido como "una época de angustia" [1]. Los hombres de aquel tiempo tenían la impresión nada infundada de una condena que pesaba sobre su cabeza; Pablo la llama "la cólera de Dios que se revela del cielo contra toda impiedad" (Rom 1, 18). De aquí, los ritos y cultos exotéricos de propiciación que pululaban en la sociedad pagana de aquella época.

Cuando hablamos de paz, somos llevados a pensar casi siempre a una paz horizontal: entre los pueblos, entre las razas, las clases sociales, las religiones. La palabra de Dios nos enseña que la paz primera y más esencial es la vertical, entre cielo y tierra, entre Dios y la humanidad. De ella dependen todas las otras formas de paz. Lo vemos en la narración misma de la creación. Hasta que Adán y Eva están en paz con Dios, hay paz dentro de cada uno de ellos, entre carne y espíritu (estaban desnudos y no sentían vergüenza), hay paz entre el hombre y la mujer ("carne de mi carne"), entre el ser humano y el resto de la creación. Apenas se rebelan contra Dios, todo entra en conflicto: la carne contra el espíritu (se dan cuenta que están desnudos), el hombre contra la mujer ("la mujer me ha seducido"), la naturaleza contra el hombre (espinas y cardos), el hermano contra el hermano, Caín y Abel.

Por este motivo pensé en dedicar la primera meditación a la paz como don de Dios en Cristo Jesús. En la segunda meditación hablaremos de la paz como tarea en la que trabajar y en la tercera de la paz como fruto del Espíritu, es decir de la paz interior del alma. Son los tres ámbitos de la paz evocados en un himno de la liturgia de las horas. "Paz en el cielo y la tierra, paz a todos los pueblos, paz en nuestros corazones" [2].

2. La paz de Dios prometida y donada

El anuncio de Pablo que acabamos de escuchar presupone que algo ha sucedido que ha cambiado el destino de la humanidad. Si ahora estamos en paz con Dios, quiere decir que antes no lo estábamos; si ahora "ya no hay ninguna condena" (Rom 8, 1), quiere decir que antes había una condena. Veamos qué es lo que ha producido tal cambio decisivo en las relaciones entre el hombre y Dios.

Frente a la rebelión del hombre - el pecado original - Dios no abandona la humanidad a su destino, pero decide un nuevo plan para reconciliarlo consigo. Un ejemplo banal, pero útil para entender, es lo que sucede hoy con los llamados navegadores instalados en el coche. Si a un cierto punto el conductor no sigue las indicaciones dadas por el navegador; gira, por ejemplo, a la izquierda en vez de a la derecha, el navegador en pocos instantes recalcula un nuevo itinerario, a partir de la posición en la que se encuentra, para alcanzar el destino deseado. Así ha hecho Dios con el hombre, decidiendo, después del pecado, su plan de redención.

La larga preparación comienza con las alianzas bíblicas. Son por así decir "paces separadas". Primero con personas individuales: Noé, Abraham, Jacob; después, a través de Moisés, con todo Israel, que se convierte en pueblo de la alianza. Estas alianzas, a diferencia de las humanas, son siempre alianzas de paz, nunca de guerra contra enemigos.

Pero Dios es Dios de toda la humanidad: "¿Acaso Dios es solamente el Dios de los judíos? ¿No lo es también de los paganos?", exclama san Pablo (Rom 3, 29). Estas alianzas antiguas por eso eran por sí mismas temporales, destinadas a ser extendidas un día a todo el género humano. De hecho, los profetas comienzan a hablar cada vez más claro de una "alianza nueva y eterna", de una "alianza de paz", (Ez 37, 26), que de Sión y de Jerusalén se extenderá a todas las gentes (cf. Is 2, 2-5).

Esta paz universal viene presentada como un regreso a la paz inicial del Edén, con imágenes y símbolos que la tradición hebrea interpreta en sentido literal y la cristiana en sentido espiritual:

"Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra"(Is 2,4). "El lobo habitará con el cordero y el leopardo se recostará junto al cabrito; el ternero y el cachorro de león pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá" (Is 11,6-7).

El Nuevo Testamento ve realizar todas estas profecías con la venida de Jesús. Su nacimiento es revelado a los pastores con el anuncio: "¡Paz en la tierra a los hombre que ama el Señor!" (Lc 2, 14). Jesús mismo afirma haber venido a la tierra para traer la paz de Dios: "Mi paz os dejo, dice; vi paz os doy" (Jn 14, 27). La tarde de la Pascua, en la cenáculo, quién sabe con qué divinas vibraciones, sale de su boca de resucitado la palabra ¡Shalom! ¡Paz a vosotros! Como en el anuncio del ángel en Navidad, esta no es sólo un saludo o un deseo, sino algo real que es comunicado. Todo el contenido de la redención estaba dentro de esa palabra.

La Iglesia apostólica no se cansa de proclamar a Cristo en la realización de todas las promesas de paz de Dios. Hablando del Mesías que nacería en Belén de Judá, el profeta Miqueas había preanunciado: "¡Y él mismo será la paz! (Mi 5,4); exactamente lo que la Carta a los Efesios afirmaba de Cristo: "Porque Él es nuestra paz" (Ef 2, 14). “El Nacimiento del Señor – dice san León Magno – es el nacimiento de la paz” [3].

3. La paz, fruto de la cruz de Cristo

Pero ahora nos hacemos una pregunta más precisa. ¿Es con su simple venida a la tierra que Jesús ha restablecido la paz entre el cielo y la tierra? ¿Es verdaderamente el nacimiento de Cristo "el nacimiento de la paz", o lo es también, y sobre todo, su muerte? La respuesta está en la palabra de Pablo de la que hemos partido: "Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Rom 5,1). ¡La paz viene de la justificación mediante la fe y la justificación viene del sacrificio de Cristo en la cruz! (cf. Rom 3, 21-26).

Por otra parte, la paz es el contenido mismo de la justificación. Esta no consiste sólo en la remisión (o, según Lutero, en la no-imputación) de los pecados, sino en algo puramente negativo, en un "quitar" algo que había; implica también y sobre todo un elemento positivo, un poner algo que no había: el Espíritu Santo, y con ello, la gracia y la paz.

Una cosa está clara: no se comprende el cambio radical sucedido en las relaciones con Dios, si no se comprende qué ha sucedido en la muerte de Cristo. Oriente y Occidente son unánimes al describir la situación de la humanidad antes de Cristo y fuera de Él. Por una parte, estaban los hombres que, pecando, había contratado con Dios una deuda y debían luchar contra el demonio que les retenía como esclavos: cosas que no podían hacer, estando en deuda infinita y prisioneros de Satanás del que deberían haberse librado. Por el otro lado estaba Dios que podía expiar el pecado y vencer a Satanás, pero no debían hacerlo, es decir no estaban obligados a hacerlo, no siendo Él el deudor. Era necesario que hubiera alguno que reuniera él mismo el que debía combatir y el que podía vencer, y esto es lo que ha sucedido con Cristo, Dios y hombre. Así se expresan, en términos muy cercanos, entre los griegos Nicola Cabasilas y entre los latinos san Anselmo de Aosta [4].

La muerte de Jesús en la cruz es el momento en el cual el Redentor cumple la obra de redención, destruyendo el pecado y trayendo su victoria sobre Satanás. En cuanto hombre, lo que cumple nos pertenece: “Cristo Jesús ha sido hecho por Dios para nosotros, sabiduría, justicia, santificación y redención” (1Cor 1, 30), ¡para nosotros! De otra parte, en cuando Dios, lo que Él opera tiene un valor infinito y puede salvar a “todos los que se acercan a Él”, (Hb 7, 25).

Recientemente ha habido una profundización del pensamiento sobre el sacrificio de Cristo. En 1972 el pensador francés René Girard lanzaba la tesis según la cual “la violencia es el corazón y el alma secreta de lo sagrado” [5]. En el origen, de hecho en el centro de cada religión, incluida la judía, está el sacrificio, el rito del chivo expiatorio que comporta siempre destrucción y muerte. Antes aún de esta fecha, aquel estudioso se había acercado al cristianismo y en la Pascua de 1959 había hecho pública su 'conversión', declarándose creyente y volviendo a la Iglesia.

Esto le permitió no detenerse en los estudios sucesivos, en el análisis del mecanismo de la violencia, pero a entender también como salir de la misma. Según él, Jesús desenmascara y quiebra el mecanismo que sacraliza la violencia, haciendo de si mismo el voluntario 'chivo expiatorio' de la humanidad, la víctima inocente de toda la violencia. Cristo, decía ya la Carta a los Hebreos, (Hb 9, 11-14), no vino con la sangre de otro, pero con la sangre propia. No ha hecho víctimas, pero se ha hecho víctima. No ha puesto sus pecados sobre los hombros de los otros -hombres o animales-; ha puesto los pecados de los otros en sus propios hombros: “El llevó nuestros pecados en su cuerpo en el madero de la cruz” (1 P 2, 24).

¿Es posible entonces seguir hablando de “sacrificio” de la cruz y, por lo tanto, de la misa como sacrificio? Por mucho tiempo el estudioso citado ha rechazado este concepto, reteniéndolo demasiado señalado por la idea de violencia, pero después, con toda la tradición cristiana, ha terminado por admitir la legitimidad, a condición, dice, de ver en el de Cristo, un tipo nuevo de sacrificio, y de ver en este cambio de significado “el hecho central en la historia religiosa de la humanidad” [6].

Todo esto nos permite entender mejor en que sentido en la cruz se realizó la reconciliación entre Dios y los hombres. Generalmente el sacrificio de expiación servía a aplacar a un Dios irritado por el pecado. El hombre ofreciendo a Dios un sacrificio, ofrece a la divinidad la reconciliación y el perdón. En el sacrificio de Cristo la perspectiva de vuelca. No es el hombre el que ejercita una influencia sobre Dios, para que se aplaque. Más bien es Dios el que actúa para que el hombre desista de la propia enemistad contra Él. “La salvación no inicia con una petición de reconciliación por parte del hombre, sino con la solicitud de Dios de reconciliarse con Él” [7]. En este sentido se entiende la afirmación del Apóstol: “Es Dios que ha reconciliado con sí el mundo en Cristo” (cf. 2 Cor 5, 19). Y más: “Mientras éramos enemigos, hemos sido reconciliados con Dios mediante la muerte de su Hijo” (Rom 5, 10).

4. “¡Recibid el Espíritu Santo!”

La paz que Cristo nos ha merecido con su muerte de cruz se vuelve activa y operante en nosotros mediante el Espíritu Santo. Por esto en el cenáculo, después de haber dicho a los apóstoles: “Paz a vosotros”, sopló sobre ellos y añadió, como en un solo viento: “¡Recibid el Espíritu Santo!” (Jn 20, 22).

En realidad la paz viene, sí de la cruz de Cristo, pero no nace de Ella. Viene más de lejos. En la Cruz Jesús ha destruido el muro del pecado y de la enemistad que impedía a la paz de Dios de derramarse en el hombre. El manantial último de la paz es la Trinidad. “¡Oh Trinidad bienaventurada, océano de paz!”, exclama la liturgia en un himno suyo. Según Dionisio Aeropagita, “Paz” es uno de los nombres propios de Dios [8]. Él es paz en sí mismo, como es amor y como es luz.

Casi todas las religiones politeístas hablan de divinidades en permanente estado de rivalidad y de guerra entre ellos. La mitología griega es el ejemplo más notable. En rigor del término no se puede hablar como Dios como fuente y modelo de paz, ni siquiera en el contexto de un monoteísmo absoluto y numérico. La paz de hecho, como el amor, no puede existir sino entre dos personas. Esta consiste en relaciones bellas, en relaciones de amor, y la Trinidad es justamente esta belleza y perfección de relaciones. La cosa que más impresiona cuando se contempla el ícono de la Trinidad de Rublev, es el sentido de paz sobrehumana que emana del mismo.

Cuando por lo tanto Jesús dice: “¡Shalon!” y “Recibid el Espíritu Santo”, él comunica a los discípulos algo de la “paz de Dios que supera toda comprensión” (Fil 4, 7). En este sentido, paz es un sinónimo de gracia y de hecho los dos términos han sido usados juntos, como una especie de binomio, al inicio de las cartas apostólicas: “Gracia y paz a vosotros de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”. (Rom 1, 7; 1 Ts 1, 1).

Cuando en la misa se proclama: “La paz esté con vosotros”, “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz” y, al final, “Id en paz”, es de esta paz como don de Dios de la que se habla.

5. “¡Dejarse reconciliar con Dios!”

Querría poner en vista ahora como teste don de la paz, recibido ontológicamente y de derecho en el bautismo, tiene que cambiar poco a poco, también de hecho y psicológicamente, nuestra relación con Dios.

El sentido llamamiento de Pablo: “Os suplicamos en nombre de Cristo: dejaos reconciliar con Dios” (2 Cor 5, 20) se dirige a los cristianos bautizados que viven desde hace tiempo en comunidad. No se refiere por lo tanto a la primera reconciliación y tampoco, evidentemente, a aquel que nosotros llamamos “el sacramento de la reconciliación”. En este sentido eso está dirigido a cada uno de nosotros y busquemos entender en que consiste.

Una de las causas, quizá la principal, de la alienación del hombre moderno de la religión y la fe es la imagen distorsionada que se tiene de Dios. Esta es también la causa de un cristianismo apagado, sin entusiasmo y sin alegría, vivido más como un deber que como un regalo. Pienso a como era la grandiosa imagen de Dios Padre en la Capilla Sixtina cuando la vi por primera vez, toda cubierta de una pátina oscura, y como es ahora, después de la restauración, con los colores brillantes y los contornos definidos, como salió del pincel de Miguel Ángel. Una restauración más urgentes de la imagen de Dios Padre debe tener lugar en los corazones de los hombres, incluidos nosotros los creyentes.

¿Cuál es de hecho la imagen "predefinida" de Dios (en el lenguaje de los ordenadores, que opera por defecto) en el inconsciente humano colectivo? Es suficiente, para averiguarlo, hacerse esta pregunta y presentarla también los demás: "¿Qué ideas, qué palabras, qué realidades surgen espontáneamente en ti, antes de cada reflexión, cuando dices: Padre nuestro que estás en los cielos... hágase tu voluntad?". Inconscientemente, se conecta la voluntad de Dios a todo lo que es desagradable, doloroso, a lo que, de una u otra manera, puede ser visto como la mutilación de la libertad y el desarrollo individual. Es un poco como si Dios fuera el enemigo de toda fiesta, alegría, placer.

Otra pregunta reveladora. ¿Qué nos sugiere la invocación Kyrie eleison, "¡Señor, ten piedad!", que puntea la oración cristiana y en algunas liturgias acompaña a la Misa de principio a fin? Se ha convertido sólo en la petición de perdón de la criatura que ve a Dios siempre en el proceso (y el derecho) de castigarlo. La palabra compasión se ha vuelto degradado tanto como para ser utilizada a menudo en un sentido negativo, como algo mezquino y despreciable "dar lástima", un espectáculo "lamentable". De acuerdo con la Biblia, Kyrie eleison debería traducirse: "Señor envía tu ternura sobre nosotros". Basta con leer cómo Dios habla de su pueblo en Jeremías: "Mi corazón se conmueve y siento por él gran ternura" (eleos) (Jer 31, 20). Cuando los enfermos, los leprosos y los ciegos gritan a Jesús, como en Mateo 9, 27: "¡Señor, ten piedad (eleeson) de mí!", no tienen intención de decir: "perdóname", sino "ten compasión de mí".

Dios es visto generalmente como el Ser Supremo, el Todopoderoso, el Señor del tiempo y de la historia, es decir, como una entidad que se impone al individuo desde fuera; ningún detalle de la vida humana se le escapa. La transgresión de su Ley introduce inexorablemente un desorden que exige una reparación. No pudiendo, esta, considerarse nunca la adecuada, surge la angustia de la muerte y del juicio divino.

Confieso que casi me estremezco al leer las palabras que el gran Bossuet dirige a Jesús en la cruz, en uno de sus discursos del Viernes Santos: "Te echas, oh Jesús, en los brazos del Padre y te sientes rechazado, sientes que es precisamente él quien te persigue, te golpea, te abandona bajo el peso enorme de su venganza... La cólera de un Dios airado: Jesús ora y el Padre, airado, no le escucha; es la justicia de un Dios vengador de los ultrajes recibidos; ¡Jesús sufre y el Padre no se aplaca!" [9]. Si así hablaba un orador de la altura de Bossuet, podemos imaginar a lo que se abandonaban los predicadores populares de la época. Así se comprende como se ha formado una cierta imagen "predeterminada" de Dios en el corazón del hombre.

¡Por supuesto, nunca se ha ignorado la misericordia de Dios! Pero sólo se le ha encomendado la tarea de moderar los rigores irrenunciables de la justicia. Es más, en la práctica, el amor y el perdón que Dios concede han llegado a depender del amor y el perdón que se da a los demás: si perdonas a quien te ofende, Dios, a su vez, podrá perdonarte. Ha surgido una relación de regateo con Dios. ¿No se dice que hay que acumular méritos para ganar el Paraíso? ¿Y no se concede gran relevancia a los esfuerzos que hay que hacer, a las misas que hay que encargar, a las velas que hay que encender, a las novenas que hay que hacer?

Todo esto, después de haber permitido que mucha gente en el pasado demostrara a Dios su amor, no puede ser arrojado a las ortigas, debe ser respetado. Dios hace brotar sus flores - y sus santos - en cualquier clima. No se puede negar, sin embargo, que existe el riesgo de caer en una religión utilitaria, del "do ut des". Detrás de todo esto está el supuesto de que la relación con Dios depende del hombre. Él no puede presentarse delante de Dios con las manos vacías, debe tener algo para darle. Ahora, es verdad que Dios dice a Moisés: "Nadie se presentará ante mí con las manos vacías" (Ex 23, 15; 34, 20), pero este es el Dios de la ley, todavía no el de la gracia. En el reino de la gracia, el hombre debe presentarse ante Dios realmente "con las manos vacías"; lo único que debe de tener "en sus manos" al presentarse ante él, es a su Hijo Jesús.

Pero veamos como el Espíritu Santo, cuando nos abrimos a él, cambia esta situación. Él nos enseña a mirar a Dios con unos ojos nuevos: como el Dios de la ley, por supuesto, pero aún más como el Dios del amor y de la gracia, el Dios "misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en el amor" (Ex 34, 6). Nos lo hace descubrir como un aliado y amigo, como aquel que "no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros" (¡es así como debe entenderse Rm 8, 32 años!); En resumen, como un Padre tiernísimo. entonces el sentimiento filial que se traduce espontáneamente en el grito: ¡Abba, Padre! Como quien dice: "Yo no te conocía, o te conocía sólo de oídas; ahora te conozco, sé quien eres; sé que me quieres de verdad, que me eres favorable". El hijo ha tomado el lugar del esclavo, el amor el del temor. Es así como verdaderamente nos reconciliamos con Dios, también en el plano subjetivo y existencial.

Repitamonos también, de vez en cuando, con la alegría íntima y la seguridad jubilosa del Apóstol: "¡Justificados por la fe, tenemos paz para con Dios!".

____________________________________________________

[1] E. R. Dodds, Paganos y cristianos en una época de angustia. Algunos aspectos de la experiencia religiosa, desde Marco Aurelio a Constantino, Florencia, La Nuova Italia 1993.
[2] Himno de Laudes del Tercer Domingo del Tiempo Ordinario.
[3] San León Magno, In Nativitate Domini, XXXVI, 5 (PL 54, 215).
[4] N. Cabasilas, Vida en Cristo, I, 5 (PG 150, 313); Cfr. Anselmo, Cur Deus homo?, II, 18.20; Tomás de Aquino, Summa theologiae, III, q. 46, art. 1 a 3.
[5] Cfr. R. Girard, La violence et le sacré, Grasset, París 1972.
[6] Cfr. R. Girard, El sacrificio, Milán 2004.
[7] G. Theissen - A. Merz; El Jesús histórico, Queriniana, Brescia 2003, p. 573.
[8] Pseudo Dionisio Areopagita, Nomi divini, XI, 1 s (PG 3, 948 s).
[9] J.B. Bossuet, Œuvres complètes, IV, París 1836, p. 365.

(Traducido por ZENIT del original en italiano)


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S?bado, 06 de diciembre de 2014

Reflexiones de Mons. Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas sobre el diálogo con otras religiones en su diócesis  (Zenit.org)

Pasos hacia la unidad

Por Felipe Arizmendi Esquivel

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Desde hace 22 años, los obispos locales y los líderes de bautistas, presbiterianos, adventistas, nazarenos, mormones, Buen Pastor y de otras denominaciones, instituimos el Consejo Interreligioso de Chiapas, cuyo objetivo es promover el crecimiento en la fe y en la experiencia espiritual con Jesucristo; promover el respeto y la fraternidad en la pluralidad y en el diálogo, a nivel de iglesias; colaborar en el proceso de pacificación de Chiapas; aportar acciones solidarias para la solución de los problemas, tales como libertad, justicia, tolerancia, derechos humanos, etc., particularmente en casos de desastres y contingencias, en la medida de nuestras posibilidades y como ministros de culto, y promover en forma conjunta los valores bíblicos, culturales y de desarrollo social. Nos reunimos cada cuatro meses, analizamos situaciones conflictivas por motivos religiosos y tratamos de darles seguimiento. Promovemos acciones evangelizadoras y de servicio a la comunidad en forma conjunta; por ejemplo, tendremos un programa televisivo, durante una semana, sobre valores cristianos propios de estas fechas navideñas, con los diversos miembros del Consejo.

Desde hace 14 años, con ocasión de Navidad, organizamos, en las cuatro ciudades más importante, un concierto interreligioso, que llamamos “Voces por la Paz”, en que participan coros de las diferentes iglesias y, al final, todos cantamos “Noche de Paz”. Además, de cuando en cuando organizamos momentos de oración interconfesional, sobre todo con ocasión de la semana de oración por la unidad de los cristianos. Es una pequeña semillita, pero que, al tiempo del Espíritu, da sus frutos.

Sin embargo, nuestro país se está fracturando por la contraposición radical de grupos, personas, organizaciones y partidos políticos. No hay convivencia social, ni respeto entre posturas diversas, sino enfrentamiento, descalificación, violencia y lucha despiadada contra quien no comulgue con nuestra ideología. La violencia social está a flor de piel.

PENSAR

Sobre estas realidades, dice el Papa Francisco: “Desde el comienzo hubo divisiones entre los cristianos, y aún hoy, por desgracia, sigue habiendo rivalidades y conflictos entre nuestras comunidades. Dicha situación debilita nuestra capacidad de cumplir el mandato del Señor de anunciar el Evangelio a todas las naciones. La realidad de nuestras divisiones afea la belleza de la única túnica de Cristo, pero no destruye completamente la profunda unidad generada por la gracia en todos los bautizados. Es cierto que la eficacia del anuncio cristiano sería mayor si los cristianos superaran sus divisiones y pudieran celebrar juntos los sacramentos y juntos difundir la Palabra de Dios y testimoniar la caridad. Me alegra saber que, en diversas partes del mundo, católicos y evangélicos han establecido relaciones de fraternidad y colaboración” (6-XI-2014).

El Papa resalta “el valor, en nuestro mundo atormentado, de un claro testimonio de unidad entre los cristianos y de una muestra explícita de estima, de respeto y, más precisamente, de fraternidad entre nosotros. Esta fraternidad es un signo luminoso y atrayente de nuestra fe en Cristo resucitado. En efecto, si como cristianos tratamos de responder de modo incisivo a las numerosas problemáticas y a los dramas de nuestro tiempo, es preciso hablar y actuar como hermanos, de tal modo que todos puedan reconocerlo fácilmente. También este es un modo -tal vez para nosotros el primero- de responder a la globalización de la indiferencia con una globalización de la solidaridad y de la fraternidad, que entre los bautizados deberá resplandecer de modo aún más nítido” (7-XI-2014).

Decía Pablo VI: “¿Cómo podemos anunciar de modo creíble el mensaje de paz que viene de Cristo, si entre nosotros continúa habiendo rivalidades y contiendas?” (EN 77).

ACTUAR

Eduquémonos y eduquemos para la fraternidad y la solidaridad, para el respeto entre todos, desde la familia, la escuela, los medios de comunicación y las iglesias. Todos somos corresponsables de la suerte de nuestro país.


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Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (30 de noviembre de 2014 - Primer domingo de Adviento) (AICA)

Estar vigilantes y prevenidos

Jesús dijo a sus discípulos: “tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento. Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela. Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos. Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: ¡Estén prevenidos!". (San Marcos 13, 33-37)


¡Qué verdad tan grande y no queremos darnos cuenta! Hacemos proyectos, proyectos y proyectos, sin embrago hay otros que viven sin proyectos, sin motivaciones, sin futuro, sin intenciones. Hay gente que no se levanta al día siguiente porque no tienen motivos para amanecer. La actitud de desear tanto como la de no esperar nada, son excesos y defectos de una actitud negativa.

Todos somos peregrinos, estamos en camino hacia lo eterno, hacia lo Absoluto, hacia Dios. De Dios venimos, con Dios caminamos y a Dios regresamos, pero esa preparación tendrá que despertar en nosotros una actitud de vigilancia, de estar prevenidos.

Vigilancia es para no dormirnos, no estar desatentos, no estar distraídos, para no ser superficiales, irresponsables, para no dejar supeditado al egoísmo o dejarnos llevar por el consumo de la vida, o por los placeres del mundo, o por las presiones de los demás. Hay que estar despierto, con el corazón atento y vigilante.

Hay que estar prevenidos porque podemos distraernos, podemos perder el objetivo, la finalidad. Por eso la Iglesia nos aconseja estar atentos a la conversión personal y conversión pastoral. Quien piense que no necesita convertirse personalmente, que ya está todo jugado, que ya alcanzó la madurez, se puede equivocar. Todos estamos en tensión y siempre tenemos que tener una capacidad para aprender, para reparar y poder cambiar las cosas.

Pidamos al Señor que nos de fuerzas para estar atentos, vigilantes y prevenidos, para buscar el fin y saber poner los medios. Que en este Adviento el Señor nos ayude a alcanzar la gracia de la conversión personal para modificar -en la estructura- la conversión pastoral. El nuevo modo de vivir y e le nuevo modo de estar presente en la Iglesia y en el mundo.

Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


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Viernes, 05 de diciembre de 2014

Reflexión a las lecturas del domingo segundo de Adviento - B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DIA DEL SEÑOR"

Domingo 2º de Adviento B

 

Hay un villancico que dice: “¡El Niño Dios ha nacido en Belén! Aleluya. Aleluya. ¡Quiere nacer en nosotros también! Aleluya. Aleluya”.

Este es el objetivo de este Tiempo de Adviento y de la misma Navidad. El Vaticano II nos enseña que el Año Litúrgico realiza esa obra maravillosa: los que no vivíamos cuando sucedían los distintos acontecimientos, que ahora celebramos, podemos  ponernos, de algún modo, en contacto con ellos, y llenarnos de la gracia de la salvación (S. C. 102). Es lo que se llama “el hoy de la Liturgia”. 

Esta doctrina es muy importante. ¡Es un auténtico descubrimiento! A veces pensamos: “Si yo hubiera estado aquella noche en Belén…” “Y si hubiese sido uno de aquellos pastorcitos…” ¡Pues eso, de algún modo, es posible! ¡Lo podemos conseguir ahora, dentro de unas semanas! Y, porque tiene sus dificultades, nos dedicamos unas cuatro semanas -el Adviento- a intentarlo, mientras decimos: “El Señor va a venir; “el Señor va a nacer”; “¡Ven Señor, no tardes…!”  

Ya sabemos que, durante las primeras semanas de Adviento, nos preparamos para la Navidad, recordando y celebrando la esperanza de la Vuelta Gloriosa del Señor, de la que nos habla hoy San Pedro en la segunda lectura.

Y en este tiempo surgen, en medio de nuestras celebraciones, unos personajes que nos ayudan en la tarea: uno de ellos es el profeta Isaías, “el profeta de la esperanza”. Él anuncia la gran noticia de que el pueblo de Israel, desterrado en Babilonia, va a ser liberado, y hace falta preparar los caminos que, podrían estar intransitables, para que el pueblo de Dios pueda llegar a su patria. (1ª Lect.)

Este domingo centramos nuestra mirada en otro personaje del Adviento. Se trata de Juan el Bautista, que viene a preparar los caminos, como anunciaba el profeta. Y, entonces como ahora, no se trata de preparar unos caminos materiales, sino los caminos, tantas veces difíciles, de nuestro interior, de nuestro corazón. De este modo  podremos alcanzar nuestro objetivo: el encuentro con el Señor, su nacimiento espiritual en nosotros, la renovación de nuestra vida, el don de “la alegría espiritual…”, en medio de una sociedad triste, desencantada, en crisis…

S. Marcos subraya que el Bautista predicaba también con su ejemplo de vida, íntegra y austera, en el cumplimiento estricto de su misión. ¡Qué importante es siempre el testimonio de vida!

¡Y cómo reacciona aquella gente a la voz del Bautista! Nos dice el Evangelio que “acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán”. Constatamos que eso de confesar los pecados es algo muy antiguo.  Para los cristianos es uno de los momentos –no el único- del Sacramento de la Reconciliación. Este tiempo intenso de preparación debería tener su punto culminante en la celebración de este Sacramento unos días antes de la Navidad, para hacer posible y real la llegada del Señor a nosotros, su nacimiento en nosotros.

¡Qué importante es, mis queridos amigos, descubrir o redescubrir este sentido, un tanto desconocido u olvidado, de la Navidad!  La oración colecta de la Misa de hoy nos orienta en esa dirección. Dice: “Señor todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta Él con sabiduría divina para que podamos participar plenamente de su vida”. ¡Eso es la Navidad!                       

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 18:30  | Espiritualidad
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II DOMINGO DE ADVIENTO B

MONICIONES

 

PRIMERA LECTURA

          El pueblo de Israel vive desterrado en Babilonia; y anda desconcertado, sin ánimo ante el futuro. El profeta les habla de esperanza. Escuchemos con atención sus palabras como dirigidas a nosotros.

 

SALMO

          Como el pueblo de Israel, liberado del destierro, los cristianos creemos en la salvación que Cristo nos trae constantemente; pero anhelamos la salvación plena, total, que llegará a su punto culminante el Día de su Venida Gloriosa.

 

SEGUNDA LECTURA

          S. Pedro nos habla de la Segunda Venida del Señor y de la repercusión que este hecho debe tener en nuestra vida. Su intención no es hacer afirmaciones científicas sobre el fin del universo, sino transmitirnos unas enseñanzas religiosas con el ropaje literario propio de la época.

 

TERCERA LECTURA

          S. Marcos comienza su Evangelio presentándonos a Juan, el Bautista, el pregonero de la venida del Mesías, según nos había anunciado la profecía de Isaías.

Aclamemos a Cristo, el Señor, que viene, cantando el aleluya.

 

COMUNIÓN

          En la Comunión nos encontramos con Jesucristo, el Mesías, que ha venido, que vendrá, que está, aunque invisible, en medio de nosotros.

          Que Él nos ayude a preparar nuestro corazón y nuestra vida para que cada día sean menores los obstáculos que impidan que Él llegue con mayor plenitud, a cada uno de nosotros.


Publicado por verdenaranja @ 18:28  | Liturgia
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Jueves, 04 de diciembre de 2014

Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo segundo de adviento.


LA BUENA NOTICIA

 

Los primeros creyentes han visto en Jesús, antes que nada, una buena noticia. Así ha titulado su pequeño escrito el primer redactor cristiano que ha recogido los dichos y la actuación de Jesús: «Buena noticia de Jesús el Cristo, el Hijo de Dios».

Una buena noticia trata siempre de un acontecimiento feliz que no es todavía conocido, aunque en el fondo, el ser humano lo espera y lo busca.

Pero, ¿qué ha anunciado y ofrecido Jesús, que todavía no es conocido por los creyentes aunque éstos lo esperan y buscan? ¿Hay todavía algo que toda persona seguimos anhelando y que podemos encontrar una respuesta en Jesucristo?

La mayor originalidad de Jesús consiste en anunciar de manera convencida que con él comienza ya a realizarse una utopía que estaba siempre viva en Israel y que es tan vieja como el corazón de toda persona de buena voluntad: la desaparición del mal, de la injusticia, el dolor y la muerte. Lo que Jesús llamaba el reino de Dios.

Este es el anuncio de Jesús: algo nuevo se ha puesto en marcha en la historia. La humanidad no camina sola, abandonada a sus propios recursos. Hay Alguien empeñado en la felicidad última de cada uno de sus hijos. En el fondo de la vida hay Alguien que es bondad, acogida, liberación, plenitud: Dios, nuestro Padre.

Esto lo cambia todo. Comienza una situación nueva en la que se nos invita a comprender y vivir nuestra existencia de una manera nueva: construyendo el reino del Padre, es decir, construyendo una convivencia fraterna, hecha de justicia, verdad y paz.

La llamada del Bautista es clara: «Preparadle el camino al Señor». Dios comienza a ser algo real en nuestra vida cuando la vivimos de manera más humana. Empezamos a escucharle cuando escuchamos lo mejor que hay en nosotros.

Es de gran importancia tomar conciencia de que la fe es un recorrido y no un sistema religioso. Y en un recorrido hay de todo: marcha gozosa y momentos de búsqueda, pruebas que hay que superar y retrocesos, decisiones ineludibles, dudas e interrogantes. Todo es parte del camino: también las dudas, que pueden ser más estimulantes que no pocas certezas y seguridades poseídas de forma rutinaria y simplista.

Cada uno ha de hacer su propio recorrido. Cada uno es responsable de la «aventura» de su vida. Cada uno tiene su propio ritmo. No hay que forzar nada. En el camino cristiano hay etapas: las personas pueden vivir momentos y situaciones diferentes. Lo importante es «caminar», no detenerse, escuchar la llamada que a todos se nos hace de vivir de manera más digna y dichosa. Este puede ser el mejor modo de «preparar el camino del Señor».


José Antonio Pagola


Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
2º domingo de Adviento - B
7 de Diciembre de 2014


Publicado por verdenaranja @ 23:48  | Espiritualidad
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Texto completo de la audiencia general del miércoles 3 de diciembre de 2014.   (Zenit.org)

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

Pero, no parece una jornada muy buena, un poco fea. Pero vosotros sois valientes, pero 'al mal tiempo buena cara' y vamos adelante.

Esta audiencia se desarrolla en dos lugares distintos, como hacemos cuando llueve. Aquí en la plaza y los enfermos están en el Aula Pablo VI. Yo ya les he visto, les he saludado y ellos siguen la audiencia a través de las pantallas gigantes porque están enfermos y no pueden estar bajo la lluvia. Les saludamos desde aquí con un aplauso, todos.

Hoy quiero compartir con vosotros algunas cosas de mi peregrinación a Turquía del viernes al domingo pasado. Como pedí prepararlo y acompañarlo con la oración, ahora os invito a dar gracias al Señor por su realización y para que puedan surgir frutos de diálogo tanto en nuestras relaciones con los hermanos ortodoxos, como con los musulmanes, y en el camino hacia la paz entre los pueblos. Siento, en primer lugar, el deber de renovar la expresión de mi reconocimiento al presidente de la República, al primer ministro, al presidente de los Asuntos Religiosos y a las otras autoridades que me han acogido con respeto y han garantizado el buen orden de los eventos. Y esto es trabajo, y ellos han hecho este trabajo con gusto. Doy gracias fraternalmente a los obispos de la Iglesia católica en Turquía, el presidente de la Conferencia Episcopal, muy bueno, y le doy gracias por su compromiso con las comunidades católicas. También doy gracias al patriarca ecuménico, su santidad Bartolomé I, por su cordial acogida. El beato Pablo VI y san Juan Pablo II, que ambos fueron a Turquía, y san Juan XXIII, que fue delegado pontificio en esta nación, han protegido desde el cielo mi peregrinación, que ha tenido lugar ocho años después de la de mi predecesor, Benedicto XVI.

Esa tierra es querida por cada cristiano, especialmente por ser lugar de nacimiento del apóstol Pablo, por haber acogido los primeros siete concilios, y por la presencia cercana a Éfeso, de la "casa de María". La tradición dice que allí ha vivido la Virgen, después de la venida del Espíritu Santo.

En la primer jornada del viaje apostólico he saludado a las autoridades del país, en su mayoría musulmán, pero en cuya Constitución se afirma la laicidad del Estado. Y hablamos con las autoridades sobre la violencia. Es precisamente el olvido de Dios, y no su glorificación, lo que genera violencia. Por esto he insistido en la importancia de que los cristianos y musulmanes se comprometan juntos por la solidaridad, por la paz y la justicia, afirmando que cada Estado debe asegurar a los ciudadanos y a las comunidades religiosas una libertad de culto real.

Hoy, antes de ir a saludar a los enfermos, he estado con un grupo de cristianos y musulmanes que celebran una reunión organizada por el dicasterio del diálogo interreligioso, bajo la guía del cardenal Tauran. Y también ellos han expresado este deseo de ir adelante en este deseo de continuar adelante en este diálogo fraternal entre católicos, cristianos y musulmanes.

En el segundo día visité algunos lugares-símbolo de las distintas confesiones religiosas presentes en Turquía. Lo he hecho sintiendo en el corazón la invocación al Señor, Dios del cielo y de la tierra, Padre misericordioso de toda la humanidad. Centro de la jornada fue la celebración eucarística que reunió en la Catedral a pastores y fieles de distintos ritos católicos presentes en Turquía. Asistieron también el patriarca ecuménico, el vicario patriarcal armeno apostólico, el metropolita siro-ortodoxo y exponentes protestantes. Juntos invocamos al Espíritu Santo, el que hace la unidad de la Iglesia: unidad en la fe, unidad en la caridad, unidad en la cohesión interior. El Pueblo de Dios, en la riqueza de sus tradiciones y articulaciones, es llamado a dejarse guiar por el Espíritu Santo, en actitud constante de apertura, de docilidad y de obediencia.

Nuestro camino del diálogo ecuménico, y también de nuestra unidad, de la Iglesia católica, quien hace todo es el Espíritu Santo, a nosotros nos toca hacer, acoger, ir detrás de sus inspiraciones.

El tercer y último día, fiesta de san Andrés apóstol, ofreció el contexto ideal para consolidar las relaciones fraternas entre el Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, y el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, sucesor de apóstol Andrés, hermano de Simón Pedro, que ha fundado esa Iglesia. Renové con Su Santidad Bartolomé I el compromiso recíproco de proseguir en el camino hacia el restablecimiento de la plena comunión entre católicos y ortodoxos. Juntos hemos firmado una Declaración conjunta, un paso más de este camino. Fue particularmente significativo que este acto se haya realizado al final de la solemne Liturgia de la fiesta de san Andrés, a la cual he asistido con gran alegría, y a la que le siguió la doble Bendición impartida por el Patriarca de Constantinopla y del Obispo de Roma. La oración, de hecho, está en la base de todo diálogo ecuménico fructífero bajo la guía del Espíritu Santo. Que como he dicho es el que hace la unidad.

El último encuentro, esto ha sido bonito pero también doloroso, fue con un grupo de niños refugiados, acogidos por los Salesianos. Para mí era muy importante reunirme con algunos refugiados de las zonas de guerra de Oriente Medio, ya sea para expresarles mi cercanía y la de la Iglesia, como para subrayar el valor de la acogida, en la que también Turquía está muy comprometida. Doy las gracias una vez más a Turquía por la acogida de estos refugiados, y doy las gracias de corazón a los salesianos de Estambul. Estos salesianos trabajan con los refugiados, son buenos, también me reuní con otros padres, un jesuita alemán y otros que trabajan con refugiados. Pero ese oratorio salesiano de los refugiados es algo bonito y un trabajo escondido. Agradezco mucho a esas personas que trabajan con los refugiados. Y recemos por todos los refugiados y para que desaparezcan las causas de esta plaga dolorosa.

Queridos hermanos y hermanas. Dios omnipotente y misericordioso continúe protegiendo el pueblo turco, sus gobernantes y los representantes de las distintas religiones. Puedan construir juntos un futuro de paz, para que Turquía pueda representar un lugar de coexistencia pacífica entre religiones y culturas diferentes. Rezamos además para que, por intercesión de la Virgen María, el Espíritu Santo haga fecundo este viaje apostólico y favorezca en la Iglesia el fervor misionario, para anunciar a todos los pueblos, en el respeto y en el diálogo fraterno, que el Señor Jesús es verdad, paz y amor. Solo Él es el Señor. Gracias

Texto traducido por ZENIT


Publicado por verdenaranja @ 23:40  | Habla el Papa
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Mi?rcoles, 03 de diciembre de 2014

Texto completo del discurso del Santo Padre al III Congreso mundial de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades (día 22 de noviembre de 2014 en el Vaticano), (Zenit.org):

"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Les doy la bienvenida con mucho gusto, con motivo del Congreso que están celebrando con el apoyo del Consejo Pontificio para los Laicos. Agradezco al cardenal Rylko, también por sus palabras, y a Mons. Clemens. En el centro de su atención en estos días hay dos elementos esenciales de la vida cristiana: la conversión y la misión. Estas dos están íntimamente ligadas. De hecho, sin una verdadera conversión del corazón y de la mente no se anuncia el Evangelio, pero si no nos abrimos a la misión no es posible la conversión y la fe se vuelve estéril. Los Movimientos y las Nuevas Comunidades que ustedes representan están ya proyectados hacia la fase de madurez eclesial, que exige una actitud vigilante de conversión permanente, a fin de hacer siempre más vivo y fecundo el empuje evangelizador. Por lo tanto, me gustaría ofrecerles algunas sugerencias para su camino de fe y vida eclesial.

Ante todo es necesario preservar la frescura del carisma: ¡que no se arruine la frescura! ¡Frescura del carisma! Renovando siempre el "primer amor" (cf. Ap 2,4). Con el tiempo, de hecho, crece la tentación de contentarse, de endurecerse en esquemas tranquilizadores, pero estériles. La tentación de enjaular al Espíritu: ¡esta es una tentación! Sin embargo, "la realidad es más importante que la idea" (cf. Exhor. ap. Evangelii gaudium, 231-233); aunque una cierta institucionalización del carisma es necesaria para su propia supervivencia, no debemos engañarnos a nosotros mismos pensando en que las estructuras externas pueden garantizar la acción del Espíritu Santo. La novedad de sus experiencias no consiste en los métodos ni en las formas, la novedad, aunque también son importantes, está en la disposición a responder con renovado entusiasmo a la llamada del Señor: es este coraje evangélico el que ha permitido el nacimiento de sus movimientos y nuevas comunidades. Si las formas y métodos son defendidos en sí mismos se vuelven ideológicos, lejos de la realidad que está en continua evolución; cerrados a la novedad del Espíritu, terminarán sofocando al carisma mismo que los generó. Es preciso volver siempre a las fuentes de los carismas y encontrarán el impulso para afrontar los retos. Ustedes no han hecho una escuela de espiritualidad así; no han hecho una institución de espiritualidad así; no tienen un grupo... ¡No! ¡Movimiento! Siempre en camino, siempre en movimiento, siempre abierto a las sorpresas de Dios, que están en sintonía con la primera llamada del movimiento, con aquel carisma fundamental.

Otra cuestión se refiere a cómo acoger y acompañar a los hombres de nuestro tiempo, sobre todo a los jóvenes (cf. Exhor. ap. Evangelii gaudium, 105-106). Somos parte de una humanidad herida, - ¡debemos decir esto! - donde todas las agencias educativas, especialmente la más importante, la familia, tienen serias dificultades casi en cualquier parte del mundo. El hombre de hoy vive serios problemas de identidad y tiene dificultad para tomar sus propias decisiones; por ello tiene una disposición a dejarse condicionar, a delegar a otros las decisiones importantes de la vida. Es preciso resistir la tentación de sustituir la libertad de las personas y dirigirlas sin esperar a que maduren realmente. Cada persona tiene su tiempo, camina a su modo y debemos acompañar este camino. Un progreso moral o espiritual obtenido en base a la inmadurez de las personas es un éxito aparente, condenado a naufragar. ¡Más vale pocos, pero andando siempre sin buscar el espectáculo! La educación cristiana requiere más bien de un acompañamiento paciente que sabe esperar el tiempo de cada uno, como lo hace con cada uno de nosotros el Señor: ¡el Señor tiene paciencia con nosotros! La paciencia es la única vía para amar de verdad y llevar a las personas a una relación sincera con el Señor.

Otra indicación es aquella de nunca olvidar que el bien más precioso, el sello del Espíritu Santo, es la comunión. Se trata de la gracia suprema que Jesús nos ha conquistado en la cruz, la gracia que resucitado pide incesantemente para nosotros, mostrando sus llagas gloriosas al Padre: «Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21). Para que el mundo crea que Jesús es el Señor es preciso que vea la comunión entre los cristianos, pero si se ven divisiones, rivalidades y maledicencia, el terrorismo de los chismorreos, por favor... si se ven estas cosas, cualquiera que sea la causa, ¿cómo se puede evangelizar? Recuerden este otro principio: «La unidad prevalece sobre el conflicto» (cf. Exhor. ap. Evangelii gaudium, 226-230), porque el hermano vale mucho más que nuestras posiciones personales: por él Cristo derramó su sangre (cf. 1 Pe 1,18-19), ¡por mis ideas no ha derramado nada! La verdadera comunión, entonces, no puede existir en un movimiento o en una nueva comunidad, si no se integra en la comunión más grande que es nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica. El todo es superior a la parte (cf. Exhor. ap. Evangelii gaudium, 234-237) y la parte tiene sentido en relación al todo. Además, la comunión consiste también en afrontar juntos y unidos las cuestiones más importantes, como la vida, la familia, la paz, la lucha contra la pobreza en todas sus formas, la libertad religiosa y de la educación. En particular, los movimientos y las comunidades están llamados a trabajar juntos para ayudar a sanar las heridas causadas por una mentalidad globalizada que se centra en el consumo, olvidando a Dios y los valores esenciales de la existencia.

Para llegar a la madurez eclesial, por lo tanto, mantengan - repito - la frescura del carisma, respeten la libertad de las personas y busquen siempre la comunión. No olviden, sin embargo, que para lograr este objetivo, la conversión debe ser misionera: la fuerza para vencer las tentaciones y las deficiencias proviene de la profunda alegría de proclamar el Evangelio, que está a la base de todos sus carismas. De hecho, «cuando la Iglesia llama al compromiso de la evangelización, no hace otra cosa que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal» (cf. Exhor. ap. Evangelii gaudium, 10), la verdadera motivación para renovar la propia vida, porque la misión es participación en la misión de Cristo, que nos precede siempre y nos acompaña siempre en la evangelización.

Queridos hermanos y hermanas, ustedes ya han aportado muchos frutos a la Iglesia y al mundo entero, pero aportarán otros aún mayores con la ayuda del Espíritu Santo, que siempre suscita y renueva dones y carismas, y con la intercesión de María, no cesa de socorrer y acompañar a sus hijos. Vayan delante: siempre en movimiento... ¡No paren nunca! ¡Siempre en movimiento! Os aseguro mi oración y les pido que oren por mí - lo necesito realmente – mientras los bendigo de corazón.

(Aplausos)

Ahora les pido, todos juntos, recemos a la Virgen María, que ha probado esta experiencia de conservar siempre la frescura del primer encuentro con Dios, de ir adelante con humildad, pero siempre en camino, respetando el tiempo de las personas. Y luego también de no cansarse nunca de tener ese corazón misionero.

(Ave María)

Bendición".


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Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)

Domingo 2 de Adviento Ciclo B

Textos: Is 40, 1-5.9-11; 2 Pe 3, 8-14; Mc 1, 1-8

Idea principal: Juan Bautista es ejemplo de lo que él predica a todos nosotros y a toda la Iglesia: “Arrepentíos, haced penitencia y preparad los senderos para el Señor”.

Síntesis del mensaje: el domingo pasado Dios nos pedía estar alertas y velar. Hoy a través del profeta Isaías (1ª lectura) y Juan Bautista nos urge a preparar el camino de nuestro corazón para recibir a Cristo (evangelio). Esto supone una lucha contra el pecado y un inmenso trabajo por la santidad para llevar una vida sin mancha ni reproche (2ª lectura). San Juan Bautista al hablar así tan fuerte y convencido sacudió las columnas de la religión y los corazones de los hombres, y los nuestros. Entonces, los hombres y mujeres le abrían las cuentas corrientes de sus vidas -¿y nosotros?-, los sacerdotes de Jerusalén le abrieron un expediente -¿también nosotros?-, el rey Herodes le abrió las puertas de la mazmorra de Maqueronte y, a petición de una corista, le cortó la cabeza para no escuchar esos gritos ensordecedores, ¡ojalá que nunca nosotros!-. Cayó eliminado como un profeta.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, no podemos negar que este san Juan Bautista, que cada año nos sale al paso en el Adviento, es un “tipo raro” a los ojos de este mundo placentero, consumista, vividor y ambiciosamente competitivo. Vestía áspero como un camello, comía saltamontes a la parrilla del sol y miel silvestre, bebía agua del río, vivía soltero conventual y amanecía como le cogía la noche: rostro a tierra y en oración. Radical él. Y durante el día, a gritar para preparar los caminos al Señor. Sí, los caminos de la conciencia, para destiznarla de tanto hollín acumulado por el pecado. Sí, los caminos de la mente, para que se abra a los criterios de Dios, y no vaya por ahí destilando ideas liberales y opuestas a su Palabra salvífica en el campo de la moral familiar, sexual y doctrinal que rozan a ambigüedad, cuando no a herejía. Sí, los caminos de la afectividad, para que esa fuerza poderosa que tenemos ame a Dios sobre todas las cosas y al prójimo, por encima del egoísmo, los apegos y los cacareos turbios. Sí, los caminos de la voluntad, para que siempre elija en la libertad y amor lo que Dios pide para nuestra felicidad temporal y salvación eterna, aunque exija sacrificio, renuncia y tascar el freno al capricho y veleidad. ¡Gracias, Juan Bautista, por recordarnos esto en este tiempo de Adviento, aunque tu voz nos moleste y aturda!

En segundo lugar, aunque este Juan Bautista es en cierto sentido un “tipo raro”, sin embargo a los ojos de Cristo es amigo del Esposo y un grande profeta porque durante su corta vida sólo habló de las tres cosas que preocupan a los hombres y mujeres de todos los siglos, razas, culturas, religiones, continentes: primero, que somos malos; segundo, que tenemos que ser buenos; y tercero, que debemos reconciliarnos con Dios. ¡Poca cosa! ¿Predicamos los laicos, los curas, obispos y Papa estas verdades? Tres verdades: pecado, arrepentimiento y reconciliación. A esas dianas tiraba Juan Bautista la flecha. ¿A todos alcanzó el tiro certero de su flecha?

Finalmente, si hoy volviera este Juan Bautista con esos pelos, esa palabra afilada y esa vida, ¿no sería anacrónico? ¿Sería bien recibido, cuando no le interesa el dinero, ni el bienestar ni la comodidad ni el placer ni….? No tengo la menor duda de que, si hoy volviera y sentara cátedra de espartano por las orillas de cualquier río lugareño o rascacielos americano…sería un electroimán: a él marcharíamos todos. Porque bien miradas las cosas, si algo buscan los hombres hoy es la autenticidad y él fue auténtico; bravura, y él fue bravo; toque divino y él era un tocado de Dios; visionario de trascendencias divinas y él lo era. O tal vez me equivoco.

Para reflexionar: ¿Me reconozco pecador? ¿Estoy arrepentido de mis pecados de pensamiento, de palabra, de obra, de omisión…de mi niñez, adolescencia, juventud, edad madura y vejez…de mis pecados ocultos y desconocidos? ¿Acudiré en este Adviento al sacramento de la reconciliación para encontrarme con ese Padre lleno de misericordia y ternura para que me perdone, me purifique y así poder llegar lo menos indignamente preparado para la santa Navidad?

Para rezar: Señor, reconozco tu infinita misericordia. Señor, reconozco mis inmensos pecados y te pido que los perdones a través de tu ministro sagrado, empapándome con la sangre de tu Hijo Jesucristo. Sólo así, Señor, tendré mis caminos preparados para cuando tú vengas en esta Navidad y pueda yo abrirte mi puerta y puedas tú cenar conmigo y yo contigo.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]

 


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Martes, 02 de diciembre de 2014

Alocución de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz sobre el Adviento (29 de noviembre de 2014) (AICA)

Adviento

Iniciamos este domingo el tiempo de Adviento en preparación a la Navidad. Nos preparamos para celebrar con gratitud el nacimiento de Jesucristo que es el don mayor de Dios al hombre, a quién ama y no abandona. La liturgia nos irá acompañando en este tiempo para disponer el pesebre de nuestro corazón, de nuestras familias, para recibir con gozo al niño de Belén. El Señor, por otra parte, siempre está viniendo y siempre espera encontrar una puerta abierta por donde ingresar. El Señor viene, llama y espera, pero, nos dice: “si alguien oye mi voz y me abre entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap. 3, 20), leemos en el Apocalipsis. Dios nos ha creado libres y su venida es, por lo mismo, una invitación para caminar junto con nosotros. ¡Qué sepamos disponer la apertura de nuestro espíritu para que el Señor pueda ingresar en nuestras vidas!

¿Cómo vivir este tiempo de preparación para recibir al Señor? Ante todo, sólo es posible un clima de preparación cuando uno está a la espera de algo o de alguien. El que no vive a la espera no tiene capacidad de preparación, le resulta difícil, parecería que no tiene necesidad de un encuentro o de recibir algo. Se siente satisfecho. Este es un peligro constante en la vida de un cristiano, por ello necesitamos de un renovado espíritu de búsqueda y conversión. En esa búsqueda del Señor, a quien ya lo conocemos, descubrimos que él nos invita a un encuentro siempre nuevo. Aquí comienza un camino de conversión y crecimiento. Por otra parte, no podemos renunciar a algo sino no hemos encontrado primero ese tesoro que da un sentido nuevo a la vida (cfr. Mt. 13, 44). La renuncia al pecado es un aspecto central en la conversión, pero diría que no es lo primero sino que viene luego de haberlo descubierto al Señor.

Ahora bien: ¿cómo o dónde descubrimos al Señor para prepararnos a este encuentro? Les hablaría de tres realidades o lugares: La Palabra de Dios, la Oración y la Caridad. La Palabra es el primer lugar de encuentro con un Dios que habló. Acercarnos a los evangelios y leerlos con un corazón abierto es un camino seguro de encuentro con él. Luego la Oración, que surge como respuesta a esa palabra que el Señor me dirige. En ella comienza un diálogo único y personal con el Señor que va creando una disponibilidad interior, una sensibilidad para las cosas de Dios y para el cambio de vida. Y la Caridad que es servir a Jesucristo allí donde él nos espera, sea en el que sufre, en el enfermo, en el pobre. Volvamos a leer pausadamente el pasaje donde los discípulos le preguntan al Señor, ¿dónde te vimos?, y él responde: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt. 25, 40). Como vemos no es difícil descubrir y encontrarnos con el Señor.

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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Lunes, 01 de diciembre de 2014

Texto completo de la declaración conjunta del papa Francisco y del Patriarca Bartolomé I.   30 de noviembre de 2014 (Zenit.org)

Nosotros, el Papa Francisco y el Patriarca Ecuménico Bartolomé I, expresamos nuestra profunda gratitud a Dios por el don de este nuevo encuentro que, en presencia de los miembros del Santo Sínodo, del clero y de los fieles del Patriarcado Ecuménico, nos permite celebrar juntos la fiesta de san Andrés, el primer llamado y hermano del Apóstol Pedro. Nuestro recuerdo de los Apóstoles, que proclamaron la buena nueva del Evangelio al mundo mediante su predicación y el testimonio del martirio, refuerza en nosotros el deseo de seguir caminando juntos, con el fin de superar, en el amor y en la verdad, los obstáculos que nos dividen.

Durante nuestro encuentro en Jerusalén del mayo pasado, en el que recordamos el histórico abrazo de nuestros venerados predecesores, el Papa Pablo VI y el Patriarca Ecuménico Atenágoras, firmamos una declaración conjunta. Hoy, en la feliz ocasión de este nuevo encuentro fraterno, deseamos reafirmar juntos nuestras comunes intenciones y preocupaciones.

Expresamos nuestra resolución sincera y firme, en obediencia a la voluntad de nuestro Señor Jesucristo, de intensificar nuestros esfuerzos para promover la plena unidad de todos los cristianos, y sobre todo entre católicos y ortodoxos. Además, queremos apoyar el diálogo teológico promovido por la Comisión Mixta Internacional que, instituida hace exactamente treinta y cinco años por el Patriarca Ecuménico Dimitrios y el Papa Juan Pablo II aquí, en el Fanar, está actualmente tratando las cuestiones más difíciles que han marcado la historia de nuestra división, y que requieren un estudio cuidadoso y detallado. Para ello, aseguramos nuestra ferviente oración como Pastores de la Iglesia, pidiendo a nuestros fieles que se unan a nosotros en la común invocación de que «todos sean uno,... para que el mundo crea» (Jn 17,21).

Expresamos nuestra preocupación común por la situación actual en Irak, Siria y todo el Medio Oriente. Estamos unidos en el deseo de paz y estabilidad, y en la voluntad de promover la resolución de los conflictos mediante el diálogo y la reconciliación. Si bien reconocemos los esfuerzos realizados para ofrecer ayuda a la región, hacemos al mismo tiempo un llamamiento a todos los que tienen responsabilidad en el destino de los pueblos para que intensifiquen su compromiso con las comunidades que sufren, y puedan, incluidas las cristianas, permanecer en su tierra nativa. No podemos resignarnos a un Medio Oriente sin cristianos, que han profesado allí el nombre de Jesús durante dos mil años. Muchos de nuestros hermanos y hermanas están siendo perseguidos y se han visto forzados con violencia a dejar sus hogares. Parece que se haya perdido hasta el valor de la vida humana, y que la persona humana ya no tenga importancia y pueda ser sacrificada a otros intereses. Y, por desgracia, todo esto acaece por la indiferencia de muchos. Como nos recuerda san Pablo: «Si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26). Esta es la ley de la vida cristiana, y en este sentido podemos decir que también hay un ecumenismo del sufrimiento. Así como la sangre de los mártires ha sido siempre la semilla de la fuerza y la fecundidad de la Iglesia, así también el compartir los sufrimientos cotidianos puede ser un instrumento eficaz para la unidad. La terrible situación de los cristianos y de todos los que están sufriendo en el Medio Oriente, no sólo requiere nuestra oración constante, sino también una respuesta adecuada por parte de la comunidad internacional.

Los retos que afronta el mundo en la situación actual, necesitan la solidaridad de todas las personas de buena voluntad, por lo que también reconocemos la importancia de promover un diálogo constructivo con el Islam, basado en el respeto mutuo y la amistad. Inspirado por valores comunes y fortalecido por auténticos sentimientos fraternos, musulmanes y cristianos están llamados a trabajar juntos por el amor a la justicia, la paz y el respeto de la dignidad y los derechos de todas las personas, especialmente en aquellas regiones en las que un tiempo vivieron durante siglos en convivencia pacífica, y ahora sufren juntos trágicamente por los horrores de la guerra. Además, como líderes cristianos, exhortamos a todos los líderes religiosos a proseguir y reforzar el diálogo interreligioso y de hacer todo lo posible para construir una cultura de paz y la solidaridad entre las personas y entre los pueblos. También recordamos a todas las personas que experimentan el sufrimiento de la guerra. En particular, oramos por la paz en Ucrania, un país con una antigua tradición cristiana, y hacemos un llamamiento a todas las partes implicadas a que continúen el camino del diálogo y del respeto al derecho internacional, con el fin de poner fin al conflicto y permitir a todos los ucranianos vivir en armonía.

Tenemos presentes a todos los fieles de nuestras Iglesias en el todo el mundo, a los que saludamos, encomendándoles a Cristo, nuestro Salvador, para que sean testigos incansables del amor de Dios. Elevamos nuestra ferviente oración para que el Señor conceda el don de la paz en el amor y la unidad a toda la familia humana.

«Que el mismo Señor de la paz os conceda la paz siempre y en todo lugar. El Señor esté con todos vosotros» (2 Ts 3,16).

El Fanar, 30 de noviembre de 2014.

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Texto completo del discurso del Santo Padre en la Divina Liturgia en San Jorge. 30 de noviembre de 2014 (Zenit.org)

Santidad, queridísimo hermano Bartolomé.

Como arzobispo de Buenos Aires, he participado muchas veces en la Divina Liturgia de las comunidades ortodoxas de aquella ciudad; pero encontrarme hoy en esta Iglesia Patriarcal de San Jorge para la celebración del santo Apóstol Andrés, el primero de los llamados, Patrón del Patriarcado Ecuménico y hermano de san Pedro, es realmente una gracia singular que el Señor me concede.

Encontrarnos, mirar el rostro el uno del otro, intercambiar el abrazo de paz, orar unos por otros, son dimensiones esenciales de ese camino hacia el restablecimiento de la plena comunión a la que tendemos. Todo esto precede y acompaña constantemente esa otra dimensión esencial de dicho camino, que es el diálogo teológico. Un verdadero diálogo es siempre un encuentro entre personas con un nombre, un rostro, una historia, y no sólo un intercambio de ideas.

Esto vale sobre todo para los cristianos, porque para nosotros la verdad es la persona de Jesucristo. El ejemplo de san Andrés que, junto con otro discípulo, aceptó la invitación del Divino Maestro: «Venid y veréis», y «se quedaron con él aquel día» (Jn 1,39), nos muestra claramente que la vida cristiana es una experiencia personal, un encuentro transformador con Aquel que nos ama y que nos quiere salvar. También el anuncio cristiano se propaga gracias a personas que, enamoradas de Cristo, no pueden dejar de transmitir la alegría de ser amadas y salvadas. Una vez más, el ejemplo del Apóstol Andrés es esclarecedor. Él, después de seguir a Jesús hasta donde habitaba y haberse quedado con él, «encontró primero a su hermano Simón y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías” (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús» (Jn 1,40-42). Por tanto, está claro que tampoco el diálogo entre cristianos puede sustraerse a esta lógica del encuentro personal.

Así pues, no es casualidad que el camino de la reconciliación y de paz entre católicos y ortodoxos haya sido de alguna manera inaugurado por un encuentro, por un abrazo entre nuestros venerados predecesores, el Patriarca Ecuménico Atenágoras y el Papa Pablo VI, hace cincuenta años en Jerusalén, un acontecimiento que Vuestra Santidad y yo hemos querido conmemorar encontrándonos de nuevo en la ciudad donde el Señor Jesucristo murió y resucitó.

Por una feliz coincidencia, esta visita tiene lugar unos días después de la celebración del quincuagésimo aniversario de la promulgación del Decreto del Concilio Vaticano II sobre la búsqueda de la unidad entre todos los cristianos, Unitatis redintegratio. Es un documento fundamental con el que se ha abierto un nuevo camino para el encuentro entre los católicos y los hermanos de otras Iglesias y Comunidades eclesiales.

Con aquel Decreto, la Iglesia Católica reconoce en particular que las Iglesias ortodoxas «tienen verdaderos sacramentos, y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún con nosotros con vínculo estrechísimo» (n. 15). En consecuencia, se afirma que, para preservar fielmente la plenitud de la tradición cristiana, y para llevar a término la reconciliación de los cristianos de Oriente y de Occidente, es de suma importancia conservar y sostener el riquísimo patrimonio de las Iglesias de Oriente, no sólo por lo que se refiere a las tradiciones litúrgicas y espirituales, sino también a las disciplinas canónicas, sancionadas por los Santos Padres y los concilios, que regulan la vida de estas Iglesias (cf., nn. 15-16).

Considero importante reiterar el respeto de este principio como condición esencial y recíproca para el restablecimiento de la plena comunión, que no significa ni sumisión del uno al otro, ni absorción, sino más bien la aceptación de todos los dones que Dios ha dado a cada uno, para manifestar a todo el mundo el gran misterio de la salvación llevada a cabo por Cristo, el Señor, por medio del Espíritu Santo. Quiero asegurar a cada uno de vosotros que, para alcanzar el anhelado objetivo de la plena unidad, la Iglesia Católica no pretende imponer ninguna exigencia, salvo la profesión de fe común, y que estamos dispuestos a buscar juntos, a la luz de la enseñanza de la Escritura y la experiencia del primer milenio, las modalidades con las que se garantice la necesaria unidad de la Iglesia en las actuales circunstancias: lo único que la Iglesia Católica desea, y que yo busco como Obispo de Roma, «la Iglesia que preside en la caridad», es la comunión con las Iglesias ortodoxas. Dicha comunión será siempre fruto del amor «que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado» (Rm 5,5), amor fraterno que muestra el lazo trascendente y espiritual que nos une como discípulos del Señor.

En el mundo de hoy se alzan con ímpetu voces que no podemos dejar de oír, y que piden a nuestras Iglesias vivir plenamente el ser discípulos del Señor Jesucristo.

La primera de estas voces es la de los pobres. En el mundo hay demasiadas mujeres y demasiados hombres que sufren por grave malnutrición, por el creciente desempleo, por el alto porcentaje de jóvenes sin trabajo y por el aumento de la exclusión social, que puede conducir a comportamientos delictivos e incluso al reclutamiento de terroristas. No podemos permanecer indiferentes ante las voces de estos hermanos y hermanas. Ellos no sólo nos piden que les demos ayuda material, necesaria en muchas circunstancias, sino, sobre todo, que les apoyemos para defender su propia dignidad de seres humanos, para que puedan encontrar las energías espirituales para recuperarse y volver a ser protagonistas de su historia. Nos piden también que luchemos, a la luz del Evangelio, contra las causas estructurales de la pobreza: la desigualdad, la falta de un trabajo digno, de tierra y de casa, la negación de los derechos sociales y laborales. Como cristianos, estamos llamados a vencer juntos a la globalización de la indiferencia, que hoy parece tener la supremacía, y a construir una nueva civilización del amor y de la solidaridad.

Una segunda voz que clama con vehemencia es la de las víctimas de los conflictos en muchas partes del mundo. Esta voz la oímos resonar muy bien desde aquí, porque algunos países vecinos están sufriendo una guerra atroz e inhumana. Pienso con profundo dolor en las muchas víctimas del deshumano e insensato atentado que en estos días ha golpeado los fieles musulmanes que rezaban en la mezquita de Kano, en Nigeria. Turbar la paz de un pueblo, cometer o consentir cualquier tipo de violencia, especialmente sobre los más débiles e indefensos, es un grave pecado contra Dios, porque significa no respetar la imagen de Dios que hay en el hombre. La voz de las víctimas de los conflictos nos impulsa a avanzar diligentemente por el camino de reconciliación y comunión entre católicos y ortodoxos. Por lo demás, ¿cómo podemos anunciar de modo creíble el mensaje de paz que viene de Cristo, si entre nosotros continúa habiendo rivalidades y contiendas? (Pablo VI, Exhort. Ap., Evangelii nuntiandi, 77).

Una tercera voz que nos interpela es la de los jóvenes. Hoy, por desgracia, hay muchos jóvenes que viven sin esperanza, vencidos por la desconfianza y la resignación. Muchos jóvenes, además, influenciados por la cultura dominante, buscan la felicidad sólo en poseer bienes materiales y en la satisfacción de las emociones del momento. Las nuevas generaciones nunca podrán alcanzar la verdadera sabiduría y mantener viva la esperanza, si nosotros no somos capaces de valorar y transmitir el auténtico humanismo, que brota del Evangelio y la experiencia milenaria de la Iglesia. Son precisamente los jóvenes – pienso por ejemplo en la multitud de jóvenes ortodoxos, católicos y protestantes que se reúnen en los encuentros internacionales organizados por la Comunidad de Taizé – los que hoy nos instan a avanzar hacia la plena comunión. Y esto, no porque ignoren el significado de las diferencias que aún nos separan, sino porque saben ver más allá, saben ver más allá, son capaces de percibir lo esencial que ya nos une, que es mucho Santidad.

Queridísimo hermano, estamos ya en el camino hacia la plena comunión y podemos vivir ya signos elocuentes de una unidad real, aunque todavía parcial. Esto nos reconforta y nos impulsa a proseguir por esta senda. Estamos seguros de que a lo largo de este camino contaremos con el apoyo de la intercesión del Apóstol Andrés y de su hermano Pedro, considerados por la tradición como fundadores de las Iglesias de Constantinopla y de Roma. Pidamos a Dios el gran don de la plena unidad y la capacidad de acogerlo en nuestras vidas. Y nunca olvidemos de rezar unos por otros.

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