Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, oibspo de Puerto Iguazú para el tercer Domingo durante el año (25 de enero de 2015)
“El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca” (Mc. 1,14)
Juan fue arrestado y Jesús se dirigió a Galilea y predicaba diciendo “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Mc 1,14). Este es el núcleo de la predicación de Jesús y es el modo en que el evangelista Marcos presenta el comienzo de la actividad apostólica de Jesús. Ya no hay que esperar más, el Mesías ha llegado y está entre nosotros, es Jesús el Mesías que tanto esperó el pueblo de Israel.
Ha comenzado la culminación de la historia de salvación que durante tantos siglos motivó a Israel a creer y esperar, hoy aunque no totalmente, la misericordia de Dios se muestra de forma palpable en Jesús y podremos ver en el evangelio de Marcos como ese amor misericordioso, como en un escenario, se hace presencia viva en Jesús, que nos muestra y trae para la humanidad, un camino diferente, y por lo tanto una historia diferente; es la historia que realiza el camino de la fe y la conversión, que no sólo le da al hombre una visión diferente de la vida y del mundo hoy, sino que también lo prepara para un Reino final y pleno.
El camino de ese plan de salvación es la “conversión” que significa un cambio profundo de vida, desde las actitudes más simples y cotidianas, hasta las decisiones más profundas y significativas de la vida. Jesús nos invita a cambiar de forma de vivir, si estamos en pecado, abandonarlo y llevar una vida nueva, podemos ver que pasó en la vida de la “Cananea” o de “Nicodemo” o de los mismos discípulos del Señor. El paso de Jesús y sus palabras por la vida del hombre debe llevarnos siempre a la “conversión del corazón y ha de vivir una vida nueva.
Esta conversión y por consiguiente esta vida nueva, implican un dejar el pecado y luchar en contra de él, rechazando todo cuanto pueda alejarlo del amor de Dios y de su ley.
Es una conversión semejante a la que Dios exigió a los Ninivitas a través de Jonás que los exhortó a abandonar la “mala conducta” (Jo. 3,10). Pero, en la predicación de Jesús, la conversión no es más que la primera fase, el escalón primero de todo un plan. La segunda fase bien evidenciada por el evangelista Marcos es la “fe”, conviértanse y “crean en la Buena Noticia”, una “Buena Noticia” a la que hay que adherirse con todo el corazón y con toda el alma, una “palabra” que debe hacerse vida en la vida de los hombres. No puede considerarse ni aceptarse de forma teórica, como una lección que aprendemos, debe hacerse en el ser humano, carne de su carne.
En cada palabra pronunciada por Jesús, Dios derrama un torrente de gracia y de amor en el corazón del que la escucha, precisamente para que ella sea aceptada de otra forma en la vida del ser humano…ella penetra en la mente y el corazón como una espada de dos filos, convirtiéndose para él en “camino de vida”.
No puede el hombre, dice San Pablo, vivir y obrar con la mirada puesta solamente en las cosas de esta tierra y en la felicidad terrenal, (1Cor. 7,31). La conversión, lleva al cristiano a tener una mentalidad evangélica, capaz de suscitar, sentimientos nuevos, los de Cristo, “tened los mismos sentimientos de Cristo”, hábitos y comportamientos que no son “terrenos”, los que el mundo de hoy muestra al hombre de hoy, ellos son comportamientos y hábitos conformes con el evangelio de Cristo.
Esto es urgente, pues “el tiempo es corto”, es el que resta entre la venida hoy de Cristo y su venida final, en la que Dios nos preguntará por el “amor” a Dios y a las cosas de Dios, que son también el hombre y su vida.
Esto que leemos nos invita a una reflexión final, ¿Caminamos por el camino recto de la conversión y de la fe? ¿Hemos hecho nuestra la Palabra, que es Cristo, de forma tal que ya es parte fundamental de nuestra vida, en el esfuerzo cotidiano de gracia y amor que nos convierte en otros Cristos, transformadores de la vida y constructores de una nueva sociedad?
Que la Virgen Madre nos lleve a amar a Cristo de forma que lleguemos a confundirnos con él. Amén.
Mons. Marcelo Raùl Martorell, obispo de Puerto Iguazú