Viernes, 30 de enero de 2015

Reflexión a las lecturas del domingo cuarto del Tiempo Ordinario B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 4º del T. Ordinario B

 

“¡Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo!”, decía la gente asombrada ante el milagro de la multiplicación de los panes y los peces (Jn 6,15). Pues de eso se trata este domingo: Jesús es “el Profeta” que tenía que venir, pero en Él la profecía llega a su plenitud porque Él es el Hijo de Dios, es decir, el que, hasta ahora había hablado a través de los profetas y ahora habla y actúa personalmente, con la autoridad de Dios. ¡Asombrosa diferencia! Y, cuando comienza a enseñar en la Sinagoga de Cafarnaún, enseguida la gente nota la diferencia: no habla como los escribas o maestros de Israel, que comentaban y explicaban allí los sábados la Sagrada Escritura,  sino con autoridad…

En la primera lectura de hoy contemplamos cómo Dios le dice a Moisés: “Suscitaré un profeta, entre tus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas”. Y siempre fue una realidad, en Israel, el ministerio de los profetas. Y ahora todo tiene su punto culminante en la Venida del mismo Dios. En el Evangelio de S. Mateo, nos encontramos con unas palabras muy extrañas, unas expresiones como éstas: “Habéis oído que se dijo a los antiguos… Pero yo os digo…”  (Mt 5,21). ¿Y quién se atreve a hablar así? Sólo Jesús, porque es el Hijo del Dios vivo.

En el salmo responsorial de este domingo, repetimos: “¡Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: no endurezcáis vuestro corazón!”. ¡Pues de eso se trata! Todos sentimos y sufrimos alguna vez “el silencio de Dios”; pero Él continuamente  nos habla, especialmente, a través de la Revelación. Y “cuando Dios revela, nos ha dicho el Vaticano II, hay que prestarle la obediencia de la fe” (D. V. 5). Este domingo es un día apropiado para revisar nuestra relación con el Dios que habla. “Cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura es Él quien habla”, nos ha enseñado también el Concilio (S. C. 7). Tendríamos que preguntarnos hoy si escuchamos la Palabra de Dios, si la leemos y la meditamos, si respondemos al Señor con una oración ferviente, que nos lleve a una vida comprometida y al apostolado; si nos conduce, en fin, a lo que S. Ignacio llamaba “el conocimiento interior de Cristo”.

¿Y quién puede decir que tiene una relación perfecta con el Señor? ¿Quién se atreve a decir que le habla y le escucha de un modo excelente, y que  ya no tiene que adelantar más? ¿No es, mas bien, verdad que todos tenemos que avanzar más y mejor en nuestra relación Él?

Pero, además de todo esto, tenemos que detenernos siquiera un momento más porque hay alguien que grita en la Sinagoga: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”. ¡Se trata de un endemoniado! El diablo, como vemos, tiene un conocimiento perfecto de Jesucristo. Sabe quién es y a lo que viene. ¡Y tiembla de miedo! Ese conocimiento no le sirve de nada. ¡Como el de tantos cristianos! Jesús le dice con firmeza: “Cállate y sal de él”. “El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: “¿Qué  es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen”. ¡También a nosotros nos impresiona todo eso!

Cuando tantos cristianos se alejan de la Iglesia, cuando tantos tienen una fe y una actividad apostólica tan marchita, cuando tantos dudan de Jesucristo, contemplamos hoy, impresionados, cómo se expresa aquel endemoniado.

Qué revelación más preciosa e importante nos hace el Evangelio de este domingo, en los comienzos de la Vida Pública: ¡Jesús habla  y  actúa con la autoridad de Dios!                                                              

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 18:17  | Espiritualidad
 | Enviar