Reflexión a las lecturas del miércoles de ceniza ofrecidapor el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígbrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
MIÉRCOLES DE CENIZA
El Miércoles de Ceniza se nos hace un anuncio muy importante y alegre: dentro de cuarenta días, celebraremos la Pascua. Es, como sabemos, la fiesta más importante y gozosa del año. ¡Y hay que prepararla bien! Una fiesta que no se prepara, o no se celebra, o se celebra mal. Y eso es lo que sucede con frecuencia con estas celebraciones: la Semana Santa, la Pascua. Y hemos de centrarnos en todo: en el don de la gracia, y en todas las consecuencias prácticas que traen a nuestra vida, en cuanto a lo personal y a lo comunitario.
Me parece que este día deberíamos realizar una doble mirada: a la Pascua y a nosotros mismos. Al mirar a la Pascua, contemplamos el misterio central de nuestra fe. Al mirarnos a nosotros, nos vemos partícipes del misterio pascual, por el Bautismo y los demás sacramentos, y por el misterio mismo de la Iglesia, que nace de la Pascua, cuyo don más importante es el Espíritu Santo, que la puso y la pone siempre en marcha. Entonces, enseguida, constatamos la necesidad de la conversión, de un cambio en nuestra vida. ¿Quién puede decir que todo esto lo vive con perfección, en plenitud? Por eso en la oración de la Misa le pedimos al Señor mantenernos en “espíritu de conversión”, que es más que una simple conversión rutinaria, para cumplir con la Cuaresma. Por eso, se nos dice en una de las fórmulas de la celebración de este día: “Convertíos y creed el Evangelio”.
Con este anhelo de conversión comenzamos, nos adentramos en este santo tiempo, “vistiéndonos de saco y ceniza”, como hemos aprendido en la Iglesia. Hay devoción entre la gente de recibir hoy la ceniza. Hay que ayudarles a comprender que sin espíritu de conversión, no tiene sentido.
La primera lectura llama a la conversión a todo el pueblo de Dios: “Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión, congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos, congregad a los muchachos y niños de pecho…” S. Pablo nos advierte que el Tiempo de Cuaresma es un gran don de Dios. Y “no podemos echar en saco roto la gracia de Dios”, porque “ahora es el tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación”. Y somos, de alguna forma, “embajadores de Dios”, para anunciar la alegre noticia de “la Reconciliación con Dios y con la Iglesia”, a la que también ofendemos con nuestros pecados. Y es que sabe el Señor que somos perezosos muchas veces, a la hora de practicarla.
El Evangelio nos presenta la conversión en positivo. Y responde a esta pregunta fundamental: ¿Qué tenemos que hacer en la Cuaresma? “La práctica de la justicia”, que se expresa, en concreto, en “la limosna, la oración y el ayuno”, siguiendo el orden del texto. Son prácticas que tenemos que hacer de cara a Dios, no para que las vean los hombres. De lo contrario, nos dice el Señor: “ya han recibido su paga”.
¡Y porque la Cuaresma es todo esto, es un tiempo de esperanza!
Que la Virgen María, los ángeles y los santos vengan en ayuda de nuestra fragilidad.
¡BUENA CUARESMA!