El padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, ha comenzado este viernes, 27 de Febrero de 2015,en el Vaticano con las tradicionales predicaciones que hace en el tiempo de Cuaresma, dirigidas a la Curia Romana. En la meditación de esta mañana no ha participado el papa Francisco, debido a que estaba regresando de sus Ejercicios Espirituales en las afueras de Roma. (Zenit.org)
Primera Predicación de Cuaresma 2015
“LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO LLENA EL CORAZÓN Y LA VIDA”
Reflexiones sobre la “Evangelii gaudium” del papa Francisco
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap.
Me gustaría aprovechar la ausencia del Santo Padre, en esta primera meditación de Cuaresma, para proponer una reflexión sobre su Exhortación apostólica Evangelii gaudiun, que no me habría atrevido a hacer en su presencia. No se tratará, por supuesto, de un comentario sistemático, sino sólo de reflexionar juntos y asumir algunos de sus puntos clave.
1. El encuentro personal con Jesús de Nazaret
Escrita al concluir el Sínodo de los Obispos sobre la nueva evangelización, la exhortación presenta tres polos de interés que se entrelazan entre sí: el sujeto, el objeto y el método de la evangelización: quién debe evangelizar, qué se debe evangelizar, cómo se debe evangelizar. Sobre el sujeto evangelizador, el Papa dice que se compone de todos los bautizados:
“En virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28,19). Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea sólo receptivo de sus acciones. La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados” (n. 120).
Esta afirmación no es nueva. La había expresado el beato Pablo VI en la Evangelii nuntiandi, San Juan Pablo II en la Christifideles laici; Benedicto XVI había insistido sobre el papel especial reservado en ella para la familia 1. Incluso antes de esto, la llamada universal a evangelizar había sido proclamada por el decreto Apostolicam actuasitatem del Concilio Vaticano II. Una vez he escuchado a un laico americano comenzar así una intervención evangelizadora: "Dos mil quinientos obispos, reunidos en el Vaticano, me han escrito para que venga a anunciaros el Evangelio". Todos, por supuesto, tenían curiosidad por saber quién era este hombre. Y entonces él, que también era un hombre lleno de humor, explicó que los dos mil quinientos obispos eran los que estaban reunidos en el Vaticano para el Concilio Vaticano II y habían escrito el documento sobre el apostolado de los laicos. Él tenía toda la razón: ese documento no estaba dirigida a todos y nadie; estaba dirigido a todos los bautizados, y él lo tomó con razón como dirigido personalmente a él.
No es, por lo tanto, en este punto donde se tiene que buscar la novedad de la EG del papa Francisco. Él no hace más que reiterar lo que sus predecesores habían inculcado en varias ocasiones. La novedad debe buscarse en otra parte, en el llamamiento que dirige a los lectores al comienzo de la carta, y que constituye, creo, el corazón de todo el documento:
“Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él” (EG, n. 3).
Esto quiere decir que el objetivo final de la evangelización no es la transmisión de una doctrina, sino el encuentro con una persona, Jesucristo. La posibilidad de un encuentro cara a cara depende del hecho de que Jesús, resucitado, está vivo y quiere caminar al lado de cada creyente, así como realmente andaba con los dos discípulos en el camino a Emaús; es más, como estaba en sus corazones cuando regresaban a Jerusalén, después de recibirlo en el pan partido.
En el lenguaje católico “el encuentro personal con Jesús” nunca ha sido un concepto muy familiar. En lugar de encuentro “personal”, se prefería la idea del encuentro eclesial, que se lleva a cabo, es decir, a través de los sacramentos de la Iglesia. La expresión tenía, para nuestros oídos católicos, unas resonancias vagamente protestantes. El Papa no piensa evidentemente a un encuentro personal que sustituye al eclesial; sólo quiero decir que el encuentro eclesial debe ser también un encuentro libre, querido, espontáneo, no puramente nominal, legal o consuetudinario..
Para entender lo que significa tener un encuentro personal con Jesús, debemos echar un vistazo, por somero que sea, a la historia de la Iglesia. ¿Cómo se convertían en cristianos en los tres primeros siglos de la Iglesia? Con todas las diferencias de un individuo a otro y de un lugar a otro, esto ocurría después de una larga iniciación, el catecumenado, y era el resultado de una decisión personal, incluso también arriesgada por la posibilidad del martirio.
Las cosas cambiaron cuando el cristianismo se convirtió, inicialmente en una religión tolerada (edicto de Constantino en el 313) y después, en poco tiempo, en la religión favorecida, cuando no incluso la impuesta. A principios del siglo V, el emperador Teodosio II emitió una ley según la cual sólo los bautizados podían acceder a los cargos públicos. A esto se sumó el hecho de las invasiones bárbaras que en breve tiempo cambiaron por completo la disposición política y religiosa del imperio. Europa Occidental se convirtió en un conjunto de reinos bárbaros, con una población en algunos casos arriana, en la mayoría pagana.
En las regiones del antiguo imperio (sobre todo en oriente y en Italia centro meridional) ser cristianos ya no era una decisión del individuo, sino de la sociedad, más aún ahora que el bautismo se administraba casi siempre a los niños. En cuanto a los reinos bárbaros, en su interior regía la costumbre que la población seguía la decisión del jefe. Cuando, en la noche de Navidad del 498 o 499, el rey de los francos Clodoveo se hizo bautizar en Reims por el obispo de San Remigio, todo su pueblo lo siguió. (Esta es la razón por la que Francia ha tenido el título de “Hija primogénita de la Iglesia”). Así comenzó la práctica del bautismo en masa; mucho antes de la Reforma protestante estaba en marcha la norma: “Cuius regio eius et religio”: la religión del rey es también la del reino.
En esta situación, el énfasis no se pone más en el momento y la forma en que uno llega a ser cristiano, es decir, sobre cómo llegar a la fe, sino sobre las exigencias morales de la misma fe, sobre el cambio de costumbres; en otras palabras, sobre la moral. La situación, sin embargo, fue menos grave de lo que pueda parecernos hoy, ya que, con todas las contradicciones que sabemos, sin embargo, la familia, la escuela, la cultura y poco a poco también la sociedad ayudaban, casi espontáneamente, a absorber la fe. Por no hablar de que, desde el comienzo de la nueva situación, nacieron formas de vida, como la vida monástica y luego las diversas órdenes religiosas, en las que el bautismo era vivido en toda su radicalidad y la vida cristiana era el resultado de una decisión personal, a menudo heroica.
Esta situación llamada “de cristiandad” ha cambiado radicalmente y no es este el caso para detenerse a ilustrar los tiempos y las formas del cambio. Sólo tenemos que saber que ya no es como en los siglos pasados en los que se formaron la mayoría de nuestras tradiciones y de nuestra propia mentalidad. El advenimiento de la modernidad, comenzada con el humanismo, acelerada por la Revolución Francesa y la Ilustración, la emancipación del Estado de la Iglesia, la exaltación de la libertad individual y la autodeterminación y para finalizar la secularización radical en la que ha derivado, han cambiado profundamente la situación de la fe en la sociedad.
De ahí la urgencia de una nueva evangelización, es decir, de una evangelización que se mueva a partir de bases diferentes a las tradicionales, y teniendo en cuenta la nueva situación. Se trata básicamente de crear las oportunidades para que los hombres de hoy puedan tomar, en el nuevo contexto, la decisión personal libre y madura que los cristianos adoptaban al inicio cuando recibían el bautismo y que les convertía en cristianos reales y no sólo nominales.
2. ¿Cómo responder a las nuevas exigencias?
Naturalmente no somos los primeros en plantearnos el problema. Para no remontarnos todavía más atrás, recordemos el establecimiento, en 1972, del “Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos” (RICA) que propone una especie de camino catecumenal para el bautismo de los adultos. En algunos países con religión mixta, donde muchas personas piden el bautismo siendo adultos, esta herramienta ha demostrado ser muy eficaz.
¿Pero qué hacer con la masa de cristianos ya bautizados que viven como cristianos sólo de nombre y no de hecho, completamente ajenos a la Iglesia y a la vida sacramental? La respuesta a este problema ha surgido más de Dios mismo que de la iniciativa humana. Y son los movimientos eclesiales, grupos laicales y comunidades parroquiales renovadas, aparecidas después del Concilio. La contribución conjunta de todas estas realidades, a pesar de la gran variedad de estilos y la composición numérica, es que ellas son el contexto y el instrumento que permite a muchas personas adultas tomar una decisión personal por Cristo, tomarse en serio su bautismo, convertirse en sujetos activos de la Iglesia.
San Juan Pablo II veía en estos movimientos y comunidades parroquiales vivas “los signos de una nueva primavera de la Iglesia”. En la Novo millennio ineunte escribía:
“Tiene gran importancia para la comunión el deber de promover las diversas realidades de asociación, que tanto en sus modalidades más tradicionales como en las más nuevas de los movimientos eclesiales, siguen dando a la Iglesia una viveza que es don de Dios constituyendo una auténtica primavera del Espíritu 2”.
De la misma forma se ha expresado, en varias ocasiones, Benedicto XVI. En la homilía de la Misa crismal del Jueves Santo de 2012, ha dicho:
“Mirando a la historia de la época post-conciliar, se puede reconocer la dinámica de la verdadera renovación, que frecuentemente ha adquirido formas inesperadas en momentos llenos de vida y que hace casi tangible la inagotable vivacidad de la Iglesia, la presencia y la acción eficaz del Espíritu Santo”.
3. Porqué el evangelio llena de alegría el corazón y la vida del creyente.
Pero ahora volvamos a la carta del papa Francisco. Comienza con las palabras que han inspirado el título del documento: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”. Existe un vínculo entre el encuentro personal con Jesús y experimentar la alegría del Evangelio. La alegría del Evangelio, se experimenta sólo mediante el establecimiento de una relación íntima, de persona a persona, con Jesús de Nazaret.
Si no queremos que las palabras sean sólo palabras, tenemos que plantearnos a este punto una pregunta: ¿por qué el Evangelio sería una fuente de alegría? ¿La expresión es solamente un eslogan cómodo, o corresponde a la verdad? Más aún, ¿por qué el Evangelio se llama así: euangelion, o sea buena noticia, noticia bella, gozosa? La mejor manera para descubrirlo es partir desde el momento en el cual esta palabra aparece por primera vez en el Nuevo Testamento y precisamente en la boca de Jesús. Marcos al inicio de su Evangelio resume en pocas palabras el mensaje fundamental que Jesús iba predicando en las ciudades y pueblos en donde iba, después de su bautismo en el Jordán:
“Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo:El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 14-15).
A primera vista se diría que esta no es precisamente una noticia “gozosa”, una noticia alegre; suena más bien como una llamada de atención severa, un llamamiento austero al cambio. En este sentido este viene propuesto al inicio de la Cuaresma, en el Evangelio del primer domingo, y se acompaña con el rito de las cenizas en la cabeza: “¡Convertíos y creed en el Evangelio!”. Por eso es vital entender el verdadero sentido de este inicio del Evangelio.
Antes de Jesús, convertirse significaba siembre “volver atrás”, (como indica el mismo término usado en hebreo, para indicar esta acción, o sea el término shub); significaba volver a la alianza violada, mediante una renovada observancia de la ley. Dice el Señor por boca del profeta Zacarías: “convertíos a mi […], volved de vuestro camino perverso” (Zc 1, 3-4; cfr. también Jr 8, 4- 5).Convertirse tiene por lo tanto un significado principalmente ascético, moral y penitencial que se actúa cambiando la conducta de la propia vida. La conversión es vista como condición para la salvación; el sentido es: convertíos y seréis salvados; convertíos y la salvación llegará a vosotros.
Este es el significado predominante que la palabra conversión tiene en los labios de Juan el Bautista (cfr. Lc 3, 4-6). Pero en la boca de Jesús este significado cambia: no porque Jesús se divertía cambiando el sentido de las palabras, sino porque con él cambió la realidad. El significado moral pasa a un segundo plano (al menos en el inicio de la predicación), respecto a un significado nuevo, hasta ahora desconocido. Convertirse no significa más volver hacia atrás; significa más bien hacer un salto hacia adelante y entrar mediante la fe en el Reino de Dios que vino en medio de los hombres. Convertirse es tomar la decisión llamada “decisión del momento” delante de la realización de las promesas de Dios.
“Convertíos y creed” no significan dos cosas distintas y sucesivas, sino la misma acción: convertíos, o sea, creed; ¡convertíos creyendo! Lo afirma también santo Tomás de Aquino: “Prima conversio fit per fidem”, la primera conversión consiste en creer 3. Conversión y salvación se han intercambiado el lugar. No más: pecado – conversión – salvación
(Convertíos y seréis salvados; convertíos y la salvación vendrá a vosotros”), sino más bien: pecado – salvación – conversión. (“Convertíos porque sois salvados; porque la salvación ha venido a vosotros”). Los hombres no han cambiado, no son ni mejores ni peores que antes, es Dios el que ha cambiado y, en la plenitud del tiempo, ha enviado a su Hijo para que recibiéramos la adopción como hijos (cfr. Ga 4, 4).
Muchas parábolas evangélicas no hacen que reiterar este gozoso anuncio inicial. Una es la del banquete. Un rey hizo un banquete para las bodas de su hijo; en la hora establecida envió a sus siervos a llamar a los enviados (cfr. Mt 22, 1 ss.). Estos no había pagado antes el precio como se hace en las comidas sociales; no, el banquete es gratuito. Se trata solamente de aceptar o rechazar la invitación.Otra es la parábola de la oveja perdida. Jesús la concluye con las palabras: “Así, les dijo que hay más alegría delante de los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte”. (Lc 15,10). Pero, ¿en qué consiste la conversión de la oveja? Quizás en que ella haya regresado al rebaño por si misma? No, es el pastor que ha ido a buscarla y la ha llevado al rebaño cargada en su espalda.
San Pablo, en la carta a los romanos (3, 21 ss.), será el anunciador indómito de esta extraordinaria novedad evangélica, después que Jesús le hizo pasar esta experiencia dramática en su vida.Así recuerda el hecho que cambió el curso de su vida::
“Pero todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, [ser circunciso, judío, irreprensible por lo que se refiere a la observancia de la ley], lo tengo por pérdida, a causa de Cristo.Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unido a él, no con mi propia justicia –la que procede de la Ley– sino con aquella que nace de la fe en Cristo, la que viene de Dios y se funda en la fe” (Flp 3, 7-9).
Por esto el Evangelio se llama Evangelio y es fuente de alegría. Nos habla de un Dios que, por pura gracia, ha venido a nuestro encuentro en su Hijo Jesús. Un Dios que “amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Jn 3, 16).
Muchos recuerdan del Evangelio casi solo la frase de Jesús: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16, 24) y se convencen de que el Evangelio es sinónimo de sufrimiento y de negación de sí, y no de alegría. Pero profundicemos el discurso: “me siga” ¿dónde? ¿Al Calvario, a la muerte de cruz? No, en el Evangelio, esto constituye la penúltima etapa, nunca la última. Me siga, a través de la cruz, a la resurrección, a la vida, ¡a la alegría sin fin!
4.La fe y las obras y el Espíritu Santo
Pero ¿no reducimos así el Evangelio a una sola dimensión, la de la fe, descuidando las obras? ¿Y cómo conciliar la explicación apenas expuesta con otros pasajes del Nuevo Testamento donde la palabra conversión está dirigida a quien ha creído? A los apóstoles que le seguían desde hace tiempo Jesús les dijo un día: “Si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18, 3); Juan, en el Apocalipsis, repite a cada una de las siete iglesias el imperativo “convertíos” (metanoeson), donde el sentido inequívoco de la palabra es: ¡vuelve al fervor primitivo, sé vigilante, cumple las obras de antes, deja de acunarte en la ilusión de estar bien con Dios, sal de tu tibieza! (cfr. Ap 2-3).
La cosa se explica con una sencilla analogía con lo que sucede con la vida física. El niño ni puede hacer nada para ser concebido en el sentido de la madre; necesita del amor de dos padres que le dan la vida; pero una vez que viene al mundo debe formar sus pulmones, respirar, mamar, o de lo contrario la vida recibida se apaga. En este sentido se entiende la frase de Santiago: “La fe sin las obras está muerta (St 2, 26), en el sentido de que sin las obras la fe “muere”.
Este es también el sentido que la teología católico siempre ha dado a la definición paulina de la “la fe que obra por medio del amor” (Ga 5, 6). Uno no se salva por las buenas obras, pero no se salva sin las buenas obras: podemos resumir así lo que el concilio de Trento dice sobre este punto y que el diálogo ecuménico hace más y más ampliamente compartido entre los cristianos.
La exhortación apostólica del papa Francisco reflexiona esta síntesis entre fe y obra. Después de haber iniciado hablando de la alegría del Evangelio que llena el corazón, en el cuerpo de la cartarecuerda todos los grandes “no” que el Evangelio pronuncia contra el egoísmo, la injusticia, la idolatría del dinero, y todos los grandes “sí” que esto nos anima a decir al servicio del los otros, el compromiso social, a los pobres.
La exigencia de compromiso que el Evangelio implica, no atenúa la promesa de alegría con la que Jesús inaugura su ministerio y el Papa inicia su exhortación, es más, la refuerza. Esa gracia que Dios ha ofrecido a los hombres enviando a su Hijo al mundo, ahora, que Jesús ha muerto y resucitado y ha enviado al Espíritu Santo, no deja al creyente solo luchando con las exigencias de la ley de del deber; pero hace en él y con él, mediante la gracia lo que él puede. Le da “una inmensa alegría en medio de todas las tribulaciones” (2 Co 7, 4).
Es la certeza con la que el papa Francisco concluye su exhortación. El Espíritu Santo, recuerda,“viene en ayuda de nuestra debilidad” (Rm 8, 26) (EG, n. 280). Él es nuestro gran recurso. La alegría prometida por el Evangelio es fruto del Espíritu (Ga 5, 21), y no se mantiene si no gracias a un continuo contacto con él.
En un reciente encuentro con los líderes de las Fraternidades carismáticas, el papa Francisco usó el ejemplo de lo que sucede en la respiración humana 4. Tiene dos fases: está la inspiración con la que se recibe el aire y está la espiración con la que se expulsa el aire. Son, decía, un bonito símbolo de lo que debe suceder en el organismo espiritual. Nosotros inspiramos el oxígeno que es el Espíritu Santo mediante la oración, la meditación de la palabra de Dios, los sacramentos, la mortificación, el silencio; derramamos el Espíritu cuando vamos hacia los otros, en el anuncio de la fe y en las obras de la caridad.
El tiempo de cuaresma que acabamos de empezar, es, por excelencia, tiempo de inspiración. Hagamos, en este tiempo, respiraciones profundas; llenemos de Espíritu Santo los pulmones de nuestra alma y así, sin que nos demos cuenta, nuestro aliento olerá a Cristo. ¡Buena Cuaresma a todos!
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1 Benedicto XVI, Discurso a la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo para la Familia en 2011.
2 Novo millennio ineunte, 46.
3 Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-IIae, q. 113, a,4.
4 Discurso a los miembros de la "Catholic Fraternity of Charismatic Covenant Communities and Fellowships", Viernes, 31 de octubre de 2014.
Reflexiones del obispo de San Cristobal de Las Casas. 25 de febrero de 2015 (Zenit.org)
Obsesión por los pobres
Por Felipe Arizmendi Esquivel
VER
Quienes estamos cerca de tantas personas que sufren diversos tipos de pobreza, que sobreviven con lo mínimo, que carecen de recursos para médicos y medicinas, que no tienen acceso a mejores niveles de educación, que padecen desnutrición, que trabajan y trabajan y no salen de su marginación, sentimos la urgencia pastoral de hablar sobre la necesidad evangélica de luchar contra las injusticias y la exclusión, pues no podemos quedarnos indiferentes ante tanta desigualdad social que vemos a nuestro alrededor. Pero no faltan quienes automáticamente nos critican, nos descalifican, cierran su mente y su corazón, y dicen: Otra vez con lo mismo… ¿Por qué habla tanto de estas cosas? Ya lo contagiaron con la teología de la liberación... Ya lo hicieron cambiar… Antes no hablaba así…
Hay que reconocer que a veces, por insistir mucho en esto, damos la impresión de restarle importancia a otros puntos del mensaje evangélico, y de sacar el tema venga o no venga al caso. Con todo, pareciera que no le damos la centralidad que este asunto tiene para la Iglesia.
PENSAR
El Papa Francisco nos ha insistido mucho en la importancia de amar a los pobres, de darles el primer lugar en la Iglesia y en nuestra vida, de hacer lo que más podamos por ellos, no sólo en lo asistencial inmediato, sino en un cambio de estructuras que son excluyentes e injustas. Lo hizo desde que inició su servicio como pastor universal. Algunos se lo han tomado a mal y no ha faltado quien lo califique de marxista, de teólogo de la liberación, como si ésta fuera de por sí siempre heterodoxa. Sin embargo, su convicción no es demagógica, ni circunstancial, sino profundamente arraigada en la Palabra de Dios. Retomo sólo algunas de sus más recientes insistencias.
Durante su viaje a Filipinas, dijo en Manila: “Los pobres están en el centro del Evangelio, son el corazón del Evangelio. Si quitamos a los pobres del Evangelio, no se comprenderá el mensaje completo de Jesucristo… El gran peligro es el materialismo que puede deslizarse en nuestras vidas. Sólo si somos pobres, sólo si somos pobres nosotros mismos y eliminamos nuestra complacencia, seremos capaces de identificarnos con los últimos de nuestros hermanos y hermanas. Veremos las cosas desde una perspectiva nueva, en una sociedad acostumbrada a la exclusión social, a la polarización y a la desigualdad escandalosa” (16-I-2015).
Y lo ratificó en la entrevista que concedió a los periodistas, como es ya su costumbre, durante el vuelo de regreso: “Si quitamos a los pobres del Evangelio, no podemos comprender el mensaje de Jesús. Los pobres nos evangelizan. Déjate evangelizar por ellos, porque tienen valores que tú no tienes” (19-I-2015).
A los jóvenes exhortó: “Siempre hay alguien cerca de nosotros que tiene necesidades, ya sea materiales, emocionales o espirituales. No importa lo mucho o lo poco que tengamos individualmente; cada uno de nosotros está llamado a acercarse y servir a nuestros hermanos y hermanas necesitados. El mayor regalo que les podemos dar es nuestra amistad, nuestro interés, nuestra ternura, nuestro amor por Jesús. Quien lo recibe, lo tiene todo; quien lo da, hace el mejor regalo. Por favor, ¡haced más! Por favor, ¡haced más! Qué distinto es todo cuando sois capaces de dar vuestro tiempo, vuestros talentos y recursos a la multitud de personas que luchan y que viven en la marginación” (18-I-2015).
ACTUAR
¿Qué podemos hacer tú y yo por los pobres? Ante todo, evitar despreciarlos o menospreciarlos. No los hagamos desechos de la humanidad, aunque a veces sintamos el deseo instintivo de alejarnos de ellos, de deshacernos de su presencia. Son personas, como tú y yo. Tienen sentimientos, como los tenemos todos. Necesitan no sólo una moneda o un pan; sino ser escuchados, valorados, apreciados, respetados y tomados en cuenta. Darles unos minutos es más importante que darles algo material. Ponte en su lugar: si tú estuvieras en su lugar, ¿cómo querrías que te trataran? Así trátalos a ellos. Este es el camino de Jesús y es el camino de la Iglesia.
Aprovechemos la Cuaresma, para ser más hermanos de los pobres y de cuantos sufren.
Reflexión a las lecturas del domingo segundo de Cuaresma- B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 2º de Cuaresma B
El anuncio de la Pasión y Muerte del Señor desencadenó en los discípulos una profunda crisis, que iba a llegar a su punto culminante en aquellos días horribles en los que aquel anuncio se hace realidad en la Pasión y la Cruz.
Ellos tropezaron, como nosotros tantas veces, en la cuestión del sufrimiento: ¿Por qué Jesús, el Maestro, en quien tenían puesta toda su confianza y por quien lo habían dejado todo, tenía que sufrir y morir para después resucitar? El hecho de que el Mesías tuviera que ser desechado y morir era algo impensable, inaceptable para cualquier israelita de la época.
Entonces Jesús lleva a los tres predilectos, Pedro, Santiago y Juan, a lo alto de una montaña, y se transfigura delante de ellos; es decir, les muestra algo de la gloria que escondía su Humanidad. Porque la condición humana de Cristo, revela su grandeza divina, pero también la oculta. S. Marcos nos dice que “sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo”.
Y ¿por qué aparecen en la escena Moisés y Elías conversando con Él? S. Lucas añade: “Hablaban de su muerte que se iba a consumar en Jerusalén” (Lc 9, 31).
El Prefacio de la Misa de este Domingo, dice que Jesús “después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo, el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la Ley y los profetas, que la Pasión es el camino de la Resurrección”. En efecto, Moisés representa a la Ley y Elías, a los profetas. Por eso se dice, “de acuerdo con la Ley y los profetas…” Es decir, con todo el Antiguo Testamento.
El día de la Resurrección, por la tarde, Jesús reprocha a los dos discípulos que caminan hacia Emaús: “¿No sabíais que el Mesías tenía que padecer esto para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les enseñó lo que se refería a Él en toda la Escritura” (Lc 24, 26-28).
Los discípulos descubren, en lo alto de la montaña, que aquel que va a padecer, morir y resucitar “según las Escrituras”, no es un hombre como los demás. Algo había en Él más grandioso, más extraordinario. Y, por si fuera poco, se oye, desde la nube, la voz del Padre que les dice: “Éste es mi Hijo amado; escuchadlo”.
Los discípulos se abren al Misterio pero, entonces, no entendían nada y “discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos”. Pero todo esto dejó una huella profunda en el corazón de aquellos predilectos, que no olvidarán nunca. S. Pedro, por ejemplo, en su segunda carta, escribe: "Cuando os dimos a conocer el poder y la última Venida de nuestro Señor Jesucristo, no nos fundábamos en fábulas fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Él recibió de Dios Padre honra y gloria, cuando la sublime Gloria le trajo aquella voz: "Este es mi Hijo amado, mi predilecto”. Esta voz, traída del Cielo, la oímos nosotros en la Montaña Sagrada. Esto confirma la palabra de los profetas..."(2 Pe 1, 16-20).
¡Cuantas cosas aprendemos aquí! Pero, hay más… ¿Por qué en este segundo domingo de Cuaresma se nos presentan estos textos y no otros que tal vez, pudieran parecer, a primera vista, más adecuados? ¿Por qué cada año, se pone delante de nosotros, en el segundo domingo de Cuaresma, esta escena de la vida del Señor?
Porque a nosotros, los cristianos, en el tiempo de Cuaresma se nos van presentando poco a poco, día a día, en toda su crudeza, las exigencias de la vida cristiana, que pudieran resumirse en aquellas palabras del Señor, que se leen apenas comenzada la Cuaresma: "El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará” (Lc 9,23-25) (Jueves después Ceniza). Se nos recuerda, además, que nos preparamos en este tiempo de gracia, para que seamos capaces de renovar en la Noche Santa de la Pascua, nuestro Bautismo; pero de verdad; como si fuéramos bautizados de nuevo y comenzáramos de nuevo a ser cristianos.
En medio de todo esto, pueden surgir la duda, la rebeldía interior, la propia fragilidad, y también ciertos interrogantes, como éstos: ¿Por qué todo esto? ¿Y para qué? Y ¿por qué siempre tanta exigencia? ¿Por qué hay que tomarlo tan en serio? ¿Por qué hay que ir siempre contracorriente? ¿Y esto no podría ser de otra manera? Porque la Pascua es importante…, pero tanta preparación… Y tan en serio… Luego, miramos a los que siguen otros caminos y nos resultan envidiables porque nos engañamos pensando que son felices. Y, como los discípulos, podemos entrar también nosotros, en una especie crisis espiritual. Y entonces, también nosotros necesitamos subir a lo alto de la Montaña para acoger una vez más el Mensaje de la Transfiguración: Que la Pasión y la Muerte de Cristo no terminan en sí mismas; que son sólo camino, paso, Pascua. ¡La Pasión, en efecto, es el camino de la Resurrección! ¡Y no hay otro! Y nosotros, si queremos vida, dicha, alegría, si queremos ser felices en el tiempo y en la eternidad, aquí se nos revela el verdadero camino; ¡el único camino! ¡Dichosos nosotros que lo hemos encontrado!, mientras tantos lo siguen buscando, a veces de manera desesperada, en el afán desordenado de tener, de gozar, de poder.... Y no lo encuentran. Y sabemos que, por ese camino, no lo encontrarán nunca. Nosotros, por el contrario, bajamos de la Montaña sagrada con una energía y una ilusión nuevas, para continuar el camino de la Cuaresma.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO II DE CUARESMA B
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Recordamos en la primera lectura, el ejemplo de Abrahán: es el hombre de la fe y de la confianza absoluta en Dios. Él está dispuesto a desprenderse de su hijo amado, del hijo de la promesa.
Escuchemos la narración dramática del Génesis que culmina con el gozo desbordante de la recompensa.
SEGUNDA LECTURA
Si Abrahán estaba dispuesto a sacrificar a su Hijo, Dios Padre es el que entrega realmente a su Hijo, para nuestra salvación. Esto es lo que nos recuerda ahora S. Pablo.
TERCERA LECTURA
En el Evangelio de la Transfiguración, propio desde antiguo del segundo domingo de Cuaresma, se proclama solemnemente que, de acuerdo con la Ley y los Profetas, la Pasión es el camino de la Resurrección.
COMUNIÓN
Nuestra fe en la presencia real de Jesucristo en medio de nosotros, también nos debería hacer exclamar como a Pedro en la cima del Tabor: “Señor, ¡qué bien se está aquí!”.
Que Él nos ayude a seguirle por el camino que nos ha señalado, con la certeza de que experimentaremos ya en esta vida la felicidad que anhelamos.
Reflexión de José Antoni Pagola al evangelio del domingo segundo de Cuaresma - B
NO CONFUNDIR A NADIE CON JESÚS
Según el evangelista, Jesús toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, los lleva aparte a una montaña, y allí «se transfigura delante de ellos». Son los tres discípulos que, al parecer, ofrecen mayor resistencia a Jesús cuando les habla de su destino doloroso de crucifixión.
Pedro ha intentado incluso quitarle de la cabeza esas ideas absurdas. Los hermanos Santiago y Juan le andan pidiendo los primeros puestos en el reino del Mesías. Ante ellos precisamente se transfigurará Jesús. Lo necesitan más que nadie.
La escena, recreada con diversos recursos simbólicos, es grandiosa. Jesús se les presenta «revestido» de la gloria del mismo Dios. Al mismo tiempo, Elías y Moisés, que según la tradición, han sido arrebatados a la muerte y viven junto a Dios, aparecen conversando con él. Todo invita a intuir la condición divina de Jesús, crucificado por sus adversarios, pero resucitado por Dios.
Pedro reacciona con toda espontaneidad: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No ha entendido nada. Por una parte, pone a Jesús en el mismo plano y al mismo nivel que a Elías y Moisés: a cada uno su tienda. Por otra parte, se sigue resistiendo a la dureza del camino de Jesús; lo quiere retener en la gloria del Tabor, lejos de la pasión y la cruz del Calvario.
Dios mismo le va a corregir de manera solemne: «Este es mi Hijo amado». No hay que confundirlo con nadie. «Escuchadle a él», incluso cuando os habla de un camino de cruz, que termina en resurrección.
Solo Jesús irradia luz. Todos los demás, profetas y maestros, teólogos y jerarcas, doctores y predicadores, tenemos el rostro apagado. No hemos de confundir a nadie con Jesús. Solo él es el Hijo amado. Su Palabra es la única que hemos de escuchar. Las demás nos han de llevar a él.
Y hemos de escucharla también hoy, cuando nos habla de «cargar la cruz» de estos tiempos. El éxito nos hace daño a los cristianos. Nos ha llevado incluso a pensar que era posible una Iglesia fiel a Jesús y a su proyecto del reino, sin conflictos, sin rechazo y sin cruz. Hoy se nos ofrecen más posibilidades de vivir como cristianos «crucificados». Nos hará bien. Nos ayudará a recuperar nuestra identidad cristiana.
José Antonio Pagola
2 Cuaresma – B (Marcos 9,2-10)
Evangelio del 01/03/2015
Publicado el 23/ feb/ 2015
Ofrecemos a nuestros lectores un texto del Prof. Jose Luis Gutierrez, del Instituto de Liturgia Pontificia, de la Universidad de la Santa Cruz, sobre el origen y significado de la Cuaresma, que ZENIT ha acortado por motivos de espacio. ROMA, 24 de febrero de 2015 (Zenit.org)
El tiempo de cuaresma
El tiempo de cuaresma La celebración de la pascua de Cristo, centro de convergencia del decurso de la historia salvífica, constituye la fiesta primordial del año litúrgico.
De aquí que, cuando en el siglo II, la Iglesia comenzó a celebrar anualmente el misterio pascual de Cristo, advirtiera la necesidad de una preparación adecuada, por medio de la oración y el ayuno, según el modo prescrito por el Señor. Surgió así la piadosa costumbre del ayuno infrapascual del viernes y sábado previos al domingo de pascua.
La primitiva celebración de la pascua anual conoció la praxis de un ayuno el vienes y sábado previos al domingo de dicha conmemoración. A esta práctica podría aludir la Traditio Apostolica, documento de comienzos del siglo III, cuando exige que los candidatos al bautismo ayunen el viernes y transcurran la noche del sábado en vela.
Por otra parte, en el siglo III la Iglesia de Alejandría, de hondas relaciones con la sede romana, vivía ya una semana de ayuno previo a las fiestas pascuales.
De todos modos, como en otros ámbitos de la vida de la Iglesia, habrá que esperar hasta el siglo IV para encontrar los primeros testimonios de una estructura orgánica de este litúrgico. En la formación y desarrollo de la institución cuaresmal, influyeron las exigencias del catecumenado y de la disciplina penitencial canónica. Como el periodo de preparación intenso para recibir los sacramentos de iniciación o reconciliación se prolongaba durante seis semanas y duraba cuarenta días, recibió el nombre de quadragesima o cuaresma.
Hacia finales del siglo V, el miércoles y viernes previos al primer domingo cuaresmal comenzaron a celebrarse como si formaran parte del periodo penitencial. Dicho miércoles, los penitentes, por la imposición de la ceniza, ingresaban en el ordo regulado por la disciplina canónica. Cuando esa institución litúrgica desapareció, el rito se extendió a toda la comunidad de fieles: tal es el origen del miércoles de ceniza.
Con el correr de los siglos, se hizo perceptible un proceso de alargamiento del periodo cuaresmal. Tal praxis de anticipación del ayuno no es exclusivamente romana, pues se encuentra también en Oriente y en otras iglesias occidentales. Probablemente se trate de una práctica originada en la ascesis monástica. En cualquier caso, durante el siglo VI, la semana precedente al primer domingo de cuaresma se dedicaba en Roma, ya por entero, a la preparación pascual.
El significado teológico de la cuaresma es muy rico y profundo Toda la tradición occidental inicia la cuaresma con la proclamación del evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto: el periodo cuaresmal constituye, por ello, una experiencia de desierto, que como en el caso del Señor se prolonga durante cuarenta días.
Otros simbolismos bíblicos enriquecen el número cuarenta. Así, la cuarentena evoca la idea de preparación para la misión recibida por la propia vocación: cuarenta días de Moisés y Elías previos a su encuentro con Yahvé; cuarenta días empleados por Jonás para alcanzar la penitencia y el perdón; cuarenta días de ayuno de Jesús antes de comenzar su ministerio público... En este sentido, la cuaresma es un periodo de preparación para la celebración de las solemnidades pascuales mediante los sacramentos de iniciación o de reconciliación.
Por último, la cuarentena es una expresión de la historia presente antes de la definitiva llegada del Reino. Así lo manifiestan los cuarenta años de peregrinación del pueblo de Israel por el desierto del Sinaí. Pero si bien ninguno de los israelitas, ni siquiera Moisés, pudo superar la prueba y entrar en la tierra prometida, la Iglesia, en unión con Cristo, participará de su misterio pascual, compartiendo la experiencia de la victoria sobre la muerte y el pecado, para alcanzar al final de los tiempos la patria definitiva, el Reino de los cielos.
La reforma promovida por el concilio Vaticano II señala que la cuaresma posee una doble dimensión, bautismal y penitencial, y ha subrayado su carácter de tiempo de preparación para las solemnidades pascuales en un clima de atenta escucha de la palabra de Dios y oración incesante: «puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o preparación del bautismo y mediante la penitencia, dése particular relieve en la liturgia y en la catequesis litúrgica al doble carácter de dicho tiempo».
La primera tarea emprendida para llevar a cabo las intenciones conciliares consistió en devolver a la cuaresma su simplicidad original. De este modo, se suprimieron los domingos de septuagésima, sexagésima y quincuagésima y, también, el denominado tiempo de pasión, que comenzaba el quinto domingo cuaresmal. El nuevo calendario romano sitúa a la cuaresma como un periodo de seis semanas, comprendido entre el miércoles de ceniza y la Misa in cena domini de la tarde del jueves santo (6). Así, el periodo de preparación para la pascua queda constituido por un periodo de cuarenta días, con una estructura clara y homogénea.
El leccionario cuaresmal fue ampliado y mejorado. Las lecturas veterotestamentarias de los cinco primeros domingos recuerdan las grandes etapas del camino de la humanidad hacia la pascua de Cristo: las grandes alianzas, la posesión de la tierra prometida y el anuncio profético. El evangelio de los dos primeros domingos refleja, por otra parte, la tradición romana, que los ha reservado desde tiempo inmemorial a las tentaciones de Jesús en el desierto y a la transfiguración, según los textos de los sinópticos.
Para los tres domingos siguientes, el ciclo A ha quedado ligado al catecumenado, ya que incluye los evangelios de la catequesis bautismal: revelación de Jesús a la samaritana, curación del ciego de nacimiento, y resurrección de Lázaro. El ciclo B, por el contrario, se ocupa de la restauración del mundo en la nueva alianza sellada por la exaltación de Cristo en la cruz; mientras que el ciclo C invita a la conversión y a la penitencia, manifestando la misericordia de Dios.
La última semana del periodo cuaresmal ha gozado desde antiguo en la Iglesia de una particular relevancia: semana santa o gran semana. En su origen se encuentra el influjo de la liturgia jerosolimitana, la primera que historificó los acontecimientos que precedieron inmediatamente a la pasión de Cristo. En su transcurso, la Iglesia recuerda los últimos días de la vida del Señor. Inicia con el sexto domingo de cuaresma, más conocido como domingo de ramos en la pasión del Señor, que conmemora su entrada gloriosa en Jerusalén, como presagio de su triunfo pascual, y el anuncio de su pasión.
La doble denominación y contenido de la fiesta proviene del encuentro de dos celebraciones distintas, una romana (la pasión) y otra jerosolimitana (ingreso triunfal en la ciudad santa). El periodo cuaresmal concluye la mañana del jueves santo con la misa crismal que el obispo concelebra con su presbiterio. Esta misa manifiesta la comunión del obispo con sus presbíteros en el único e idéntico sacerdocio y ministerio de Cristo. Durante la celebración se bendicen los santos óleos y se consagra el crisma.
Este lunes 23 de febrero de 2015 los obispos de Paragüay presentaron además una oración, con motivo de la visita del sumo pontífice Francisco:
Oración por la visita del papa Francisco a Paraguay
Señor y Padre Nuestro, te damos gracias porque tu servidor el papa Francisco, sucesor del Apóstol Pedro nos visitará como mensajero del Evangelio de la alegría y de la paz.
Gracias Señor, porque el Papa viene a confirmarnos en la fe, la esperanza y el amor. Que su presencia nos anime y nos guíe a iniciar una nueva etapa evangelizadora, por un Paraguay renovado, más humano y cristiano, defensor y promotor de la vida en todas sus expresiones, donde brillen la justicia, la honestidad, el perdón, la fraternidad, la unidad y la paz, frutos del amor.
Envíanos tú espíritu Santo para que nos dispongamos a recibir el mensaje del Santo Padre y testimoniar sus enseñanzas con un corazón abierto, creyente y solidario. Protege y bendice siempre a tu Iglesia con el papa Francisco. Míranos con misericordia en este tiempo de su presencia entre nosotros.
Pedimos especialmente tus favores divinos para que muchos alejados de la fe puedan experimentar la plenitud de la esperanza y la alegría, que con nuestros hermanos y hermanas que habitan en las periferias humanas, reciban la luz del Evangelio en el encuentro con tu Hijo Jesucristo, camino, verdad y vida.
Por intercesión de María Santísima, derrama Señor el don de tu amor sobre nuestro país, nuestras familias y sobre cada uno de nosotros, tus hijos e hijas, por el Espíritu Santo que hemos recibido. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amen.
Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). BRASILIA, 24 de febrero de 2015 (Zenit.org)
Idea principal: ¿Por qué Dios nos hace subir tantos montes en la vida? ¿Qué hay detrás o arriba de esos montes?
Síntesis del mensaje: A lo largo de nuestra vida Dios nos hace subir diversos montes. Hoy a Abraham le hizo subir al monte Moria (1ª lectura). Hoy Cristo sube con sus íntimos al monte Tabor (evangelio). Dios hizo subir a su Hijo al Calvario y lo entregó por todos nosotros (2ª lectura). Es bueno que en Cuaresma reflexionemos en el sentido espiritual y teológico de los montes que Dios nos pide subir. En cada monte Dios exige algo y ofrece algo. Veamos.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, veamos algunos de los montes del Antiguo Testamento. A Abraham le hace subir al monte Moria (cf. Gn 22), donde le pide tomar a su hijo único, subir ese monte y sacrificar a ese hijo; le ofrece a cambio, su bendición y la fecundidad en la descendencia. A Moisés, Dios le hizo subir el monte Horeb (cf. Ex 3 y 4; 19 y 20) donde le pidió quitarse las sandalias, ir al faraón y liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto; y al mismo tiempo, Dios le ofrece la seguridad de su presencia y la promesa de la tierra prometida. Elías sube al monte Carmelo, y ahí Dios le pide echar en cara a quienes se hayan apartado de Dios y sirven a los baales o dioses falsos; también allí Elías pone a prueba y en ridículo a esos dioses falsos y manda matar a esos falsos profetas que los sirven. Dios le ofrece la seguridad en el triunfo y su poder y fuerza.
En segundo lugar, veamos los montes más importantes a los que Jesús nos invita a subir. Hoy Jesús sube al monte Tabor, donde manifiesta su gloria y da aliento a sus íntimos para afrontar el trago amargo de la Pasión y no se escandalicen de Él –a quien ven aquí con el rostro transfigurado- cuando le vean con el rostro desfigurado. Es una pregustación de lo que será el cielo. Y en unos días, el Padre celestial le hará subir a Jesús al monte Calvario para que rescate a la humanidad del pecado y nos conceda una nueva vida, a través de su muerte y resurrección. Y Jesús obedece y ofrece libremente su vida, aunque esto le suponga ver su cuerpo destrozado, su corazón traspasado y sus manos clavadas. Y aquí en este monte Calvario lanza sus siete palabras como último testamento.
Finalmente, en nuestra vida Dios nos hace subir esos montes, sin nosotros planearlo ni pedirlo. En el monte Moria Dios ha sido bien claro con nosotros: “Sacrifícame esos caprichos, esos deseos, esos sueños que tanto acaricias y amas”. En el monte Sinaí nos ha invitado a renovar su Alianza con nosotros una y otra vez para que le tengamos a Él como único Dios y Señor, y no seamos esclavos de nada ni de nadie. En el monte Carmelo nos pide dar muerte a nuestros vicios, malos hábitos, actitudes pecaminosas, afectos secretos e inconfesados, para ofrecerle todo nuestro corazón. En el monte Tabor nos llama a la intimidad con Él, para que entremos en su nube divina, contemplemos su rostro hermoso y nos enamoremos de Él, y escuchemos la voz del Padre. Y en el monte Calvario nos reclama morir con Cristo para resucitar a una vida nueva; ser grano de trigo que cae en tierra y muere para dar buen fruto; hacer la Voluntad de Dios y no la nuestra, y saciar su sed implacable.
Para reflexionar: ¿Qué montes he subido ya? ¿Qué montes me faltan por subir? ¿De cuál de ellos me he bajado porque era muy difícil y he preferido la llanura de la mediocridad y tibieza? ¿Ayudo a mis hermanos a subir estos montes, animándoles y consolándolos?
Para rezar: Señor, dame fuerzas para emprender el camino hacia el monte que Tú me indiques. Quita de mis pies los grilletes que me quieren atar a la llanura de la vida fácil. Renueva durante la subida mi alegría. Y estando en ese monte, doblega mis rodillas para que te adore, te escuche y bese tus manos benditas. Y que baje de ese monte con los ojos purificados, el corazón ardiente y la voluntad decidida a seguirte siempre y a todas partes.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
"Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
El miércoles pasado, con el rito de las Cenizas, ha comenzado la Cuaresma y hoy es el primer domingo de este tiempo litúrgico que se refiere a los cuarenta días transcurridos por Jesús en el desierto, después del bautismo en el río Jordán. San Marcos escribe en el Evangelio de hoy: “En seguida el Espíritu lo llevó al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía entre las fieras y los ángeles lo servían” (1, 12-13). Con estas descarnadas palabras el evangelista describe la prueba afrontada voluntariamente por Jesús, antes de iniciar su misión mesiánica. Es una prueba de la cual el Señor sale victorioso y que lo prepara a anunciar el Evangelio del Reino de Dios. Él, en aquellos cuarenta días de soledad, se enfrentó a Satanás “cuerpo a cuerpo”, desenmascaró sus tentaciones y lo venció. Y en Él hemos vencido todos, pero a nosotros nos toca proteger en nuestro cotidiano esta victoria.
La Iglesia nos hace recordar tal misterio al comienzo de la Cuaresma, porque ello nos da la perspectiva y el sentido de este tiempo, que es tiempo de lucha --en la Cuaresma se debe luchar-- un tiempo de lucha espiritual contra el espíritu del mal (cfr. Oración colecta del Miércoles de Ceniza). Y mientras atravesamos el ‘desierto’ cuaresmal, tenemos la mirada dirigida hacia la Pascua, que es la victoria definitiva de Jesús contra el maligno, contra el pecado y contra la muerte. He aquí entonces el significado de este primer domingo de Cuaresma: volver decididamente al camino de Jesús, el camino que conduce a la vida. Mirar a Jesús, qué ha hecho Jesús e ir con Él.
Y este camino de Jesús pasa a través del desierto. El desierto es el lugar en el cual se puede escuchar la voz de Dios y la voz del tentador. En el ruido, en la confusión, esto no se puede hacer; se escuchan sólo las voces superficiales. En cambio, en el desierto, podemos bajar en profundidad, donde se juega verdaderamente nuestro destino, la vida o la muerte. ¿Y cómo escuchamos la voz de Dios? La escuchamos en su Palabra. Por esto es importante conocer las Escrituras, porque de otra manera no sabemos responder a las insidias del maligno. Y aquí quisiera volver sobre mi consejo de leer cada día el Evangelio: cada día leer el Evangelio, meditarlo un poquito, diez minutos, y llevarlo también siempre con nosotros, en el bolsillo, en el bolso… Tener siempre el Evangelio a mano. El desierto cuaresmal nos ayuda a decir no a la mundanidad, a los ‘ídolos’, nos ayuda a hacer elecciones valientes conformes al Evangelio y a reforzar la solidaridad con los hermanos.
Entonces, entremos en el desierto sin miedo, porque no estamos solos, estamos con Jesús, con el Padre y con el Espíritu Santo. Es más, como sucedió con Jesús, es precisamente el Espíritu Santo el que nos guía en el camino cuaresmal, aquel mismo Espíritu descendido sobre Jesús y que nos ha sido donado en el Bautismo. La Cuaresma, por lo tanto, es un tiempo propicio que debe conducirnos a tomar siempre más conciencia de cuánto el Espíritu Santo, recibido en el Bautismo, ha obrado y puede obrar en nosotros. Y al final del itinerario cuaresmal, en la Vigilia Pascual, podremos renovar con mayor conciencia la alianza bautismal y los compromisos que de ella se derivan.
La Virgen Santa, modelo de docilidad al Espíritu, nos ayude a dejarnos conducir por Él, que quiere hacer de cada uno de nosotros una “nueva criatura”.
A Ella confío, en particular, esta semana de Ejercicios Espirituales que iniciará esta tarde y en la cual participaré junto con mis colaboradores de la Curia Romana. Rezad para que en este desierto, entre comillas, que son los Ejercicios podamos escuchar la voz de Jesús y también corregir tantos defectos que todos nosotros tenemos, y también hacer frente a las tentaciones que cada día nos atacan. Os pido, por lo tanto, que nos acompañéis con vuestra oración".
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Pontífice:
"Queridos hermanos y hermanas,
dirijo un cordial saludo a las familias, a los grupos parroquiales, a las asociaciones y a todos los peregrinos de Roma, de Italia y de diversos países.
Saludo a los fieles de Nápoles, Cosenza y Verona, y a los chicos de Seregno venidos para la profesión de fe".
El Obispo de Roma explicó también el contenido de un libro de bolsillo que regaló a los fieles que asistieron al Ángelus en la plaza de San Pedro:
"La Cuaresma es un camino de conversión que tiene como centro el corazón. Nuestro corazón se debe convertir al Señor. Por eso, en este primer domingo, he pensado en regalaros a quienes estáis aquí en plaza, un pequeño libro de bolsillo titulado “Custodia el corazón”. Es este.
Este libro recopila algunas enseñanzas de Jesús y los contenidos esenciales de nuestra fe, como por ejemplo los siete Sacramentos, los dones del Espíritu Santo, los diez Mandamientos, las virtudes, las obras de misericordia, etc.
Ahora lo distribuirán los voluntarios, entre los cuales hay muchas personas 'sin techo', que han venido en peregrinación. Y como siempre, también hoy aquí en la plaza, aquellos que están en necesidad son los mismos que nos traen una gran riqueza, la riqueza de nuestra doctrina, para custodiar el corazón.
Tomad un libro cada uno y llevarlo con vosotros, como ayuda para la conversión y el crecimiento espiritual, que parte siempre del corazón: allí donde se juega la partida de las elecciones cotidianas entre el bien y mal, entre la mundanidad y el Evangelio, entre la indiferencia y el compartir.
La humanidad necesita justicia, paz, amor y solo los podrán tener volviendo con todo el corazón a Dios, que es la fuente de todo esto. Tomad el libro, y leedlo".
Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:
"Os deseo a todos un buen domingo. Por favor, especialmente en esta semana de Ejercicios, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!"
(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)
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Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández. 'El demonio existe y mantiene una lucha sin cuartel, intentando continuamente apartarnos de Dios'. CóRDOBA, 21 de febrero de 2015 (Zenit.org)
Cuaresma: lucha contra Satanás
Por Mons. Demetrio Fernández
Hay quienes prefieren pensar que el demonio no existe, que es un mito o un “cuento chino” para asustar a las conciencias delicadas o para controlar a los pusilánimes. Peor para ellos. El demonio existe y mantiene una lucha sin cuartel, intentando continuamente apartarnos de Dios con engaños, mentiras y señuelos. El demonio a veces da la cara abiertamente y otras lo hace camuflándose. Es maestro de la mentira y tiene un arte especial para engañar a cualquiera. “Es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 4,44). Cuando quieres darte cuenta, ya te ha enredado, porque es más listo que nosotros.
Jesús, al comenzar su vida pública y su ministerio de predicación del Reino, después de haber sido ungido con por el Espíritu Santo en el bautismo, se retira al desierto para emprender una la lucha cuerpo a cuerpo contra Satanás. Por algo será. Con ello, Jesús nos está diciendo que esta lucha es una de las tareas más importantes que el hombre tiene que afrontar en la tierra, y llegada la cuaresma se nos invita a intensificar este aspecto de nuestra vida, la lucha contra Satanás.
Jesús lo venció en la fidelidad a la Palabra de Dios. La cuaresma es tiempo de oración más abundante, de escucha de la Palabra, de ajuste de nuestra vida a esa Palabra. Toma el evangelio de cada día, léelo, medítalo y te servirá de alimento cotidiano de la fe. “Quien no hace oración no necesita demonio que le tiente”, dice santa Teresa de Jesús. Jesús lo venció con el ayuno y la penitencia. “Este tipo de demonios sólo se expulsan con la oración y el ayuno” (Mc 9,29), recuerda Jesús a sus discípulos cuando encuentran una fuerte oposición al mensaje evangélico y se le resisten los demonios más duros. Jesús lo venció con la misericordia. Aparecen pasajes evangélicos en los que el demonio tenía prisioneros a los endemoniados, y Jesús se compadece de estos con su sola palabra y con todo su poder.
Si quitamos del Evangelio la lucha de Jesús contra Satanás, eliminaríamos una parte importante de su misión. Cuando nosotros no prestamos atención a este enemigo, él nos va comiendo terreno poco a poco hasta que logra apartarnos de Dios. Es curioso que en una época como la nuestra en que tanta gente vive apartada de Dios, considerándose así más liberados de toda dependencia, haya crecido notablemente el influjo del demonio de una manera directa o indirecta en tanta gente. Nuestra diócesis de Córdoba cuenta con algunos sacerdotes encargados por el obispo especialmente este ministerio: expulsar al demonio de quienes padecen posesión o influjo diabólico. Estos sacerdotes son exorcistas.
Una de las acciones del demonio y de nuestro egoísmo, y que el Papa denuncia en su mensaje de cuaresma de este año, es la globalización de la indiferencia. Son tantos y tan grandes los problemas que nos rodean, ante los cuales nuestro egoísmo y comodidad procura desentenderse, que la tentación más cómoda es pasar indiferentes ante tales problemas. El Papa nos alerta de este desafía de nuestro tiempo. Realmente no podemos arreglar los grandes problemas que nos rodean, pero sí podemos dar nuestra aportación, grande o pequeña. La cuaresma es tiempo de conversión, y ha de serlo especialmente en este campo: no pasar indiferentes ante las necesidades de los demás. “Cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia”, nos dice el Papa en este mensaje cuaresmal.
Oración, ayuno y misericordia: los tres pilares de la cuaresma que nos preparan para la Pascua. Poner a punto nuestra vida cristiana, desplegar todas sus virtualidades, aspirar sinceramente a la santidad que Dios pone a nuestro alcance, salir al encuentro del hermano que sufre y necesita mi atención, privarme de lo superfluo e incluso de lo necesario para compartir con los demás, intensificar la oración. Nos ponemos en camino hacia la Pascua, y la primera tarea es desenmascarar al demonio, como hizo Jesús retirándose al desierto al inicio de su ministerio.
Dios nos conceda a todos una santa cuaresma, que nos renueve profundamente y nos prepare a la Santa Pascua.
Con mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba.
El miércoles pasado, 18 de Febrero, Miércoles de Ceniza comenzó la Cuaresma. El Papa Francisco propone 15 sencillos actos de caridad que él ha mencionado como manifestaciones concretas del amor de Dios:
Carta pastoral del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra. 'Aprovechemos este tiempo de Cuaresma para volver al amor de Dios'. MADRID, 20 de febrero de 2015 (Zenit.org)
Cuaresma, tiempo de gracia que elimina la indiferencia
Por Mons. Carlos Osoro
Comenzamos la Cuaresma. Un tiempo de gracia que elimina de nuestra vida la indiferencia. Y un tiempo privilegiado para realizar una peregrinación interior hacia quien es la verdadera fuente de la misericordia. Nuestro Señor Jesucristo nos acompaña a través del desierto de las pobrezas de nuestra vida que nos hacen caminar por valles oscuros, tal y como nos dice el Señor: “el Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan” (cf. Sal 23). ¡Con qué ganas escucha hoy también el ser humano estas palabras del Señor! El hombre tiene hambre de amor. Un amor que colme su vida, que cuando se acerque a su existencia le llene de felicidad, de gozo y de capacidad para ser lo que es, salir de sí mismo e ir al nosotros.
¡El Señor oye el grito del hombre! Es un grito de hambre de amor. En su mensaje de Cuaresma, el Papa Francisco nos recuerda que “cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente”. Aprovechemos este tiempo de Cuaresma para volver al amor de Dios y encontrar respuestas para todos los pueblos y todos los hombres. Ofrezcamos este mensaje en esta Cuaresma: tenemos la oportunidad y la gracia que nos da al Señor de convertirnos a su favor, es decir, de dejarnos mirar por Él, de mirarlo a Él, y de mirar al hermano como Dios mismo nos mira a nosotros. Mirar con el mismo amor con el que Dios nos mira y que tan maravillosamente se nos ha manifestado en Cristo. Como nos dice el Apóstol: “nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero. Si alguno dice: Amo a Dios y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4, 19-20). Dios nos ama; amémosle nosotros y devolvamos ese amor a quienes nos rodean. Uno de los desafíos más urgentes de hoy es el de la globalización de la indiferencia; por eso, globalizar el amor de Dios es una respuesta que urge dar y que se ha de convertir en la gran propuesta que los discípulos de Cristo hacemos a todos los hombres. Caminemos acogiendo el amor de Dios en nuestra vida, llenándonos y llenando a los que nos rodean de ese amor. Un amor que puso un límite al mal: la misericordia. Así se ha manifestado el amor divino: es “la misericordia”, un amor capaz de extraer de cualquier situación un bien.
La Cuaresma nos recuerda que la vida cristiana es un combate sin pausa, en el que utilizamos las armas de la oración, el ayuno y la penitencia. Estas armas nos ayudan a morir a nosotros mismos y a vivir en Dios, a tomar conciencia de nuestro bautismo, a salir de nosotros para abrir el camino del abandono confiado al abrazo misericordioso de Dios. Os animo a vivir esta Cuaresma asumiendo en vuestra vida una estructura eucarística: “la Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús…; nos implicamos en la dinámica de su entrega” (Deus caritas est, 13). Y a descubrirla como un tiempo eucarístico en el que nos asomamos y entramos en comunión con el amor de Jesucristo, y aprendemos a difundirlo a nuestro alrededor con cada uno de nuestros gestos, con nuestras obras y con nuestras palabras.
En esta Cuaresma, os invito a vivir cuatro aspectos de la conversión: 1) Conversión a Jesucristo; 2) Conversión a su discipulado; 3) Conversión a la fraternidad y a la comunidad; 4) Conversión misionera y social.
1) Conversión a Jesucristo: volvamos la vida a Dios tal como nos enseña Nuestro Señor Jesucristo, y como nos recuerda permanentemente la Palabra de Dios. Para ello, escuchemos y meditemos su Palabra, hagamos confesión sincera de nuestros pecados a través del Sacramento de la Penitencia, celebremos y adoremos la Eucaristía, demos la vida con lo que somos y tenemos a los demás. Con estas armas realizaremos la conversión a Jesucristo. ¿Qué implica esta conversión? Eliminar ídolos: “Vuestra fe en Dios se ha difundido por doquier, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la visita que hicimos: cómo os convertisteis a Dios, abandonando los ídolos, para servir al Dios vivo y verdadero” (1 Tes 1, 8b-9). Recordemos lo que les sucedió a Bernabé y a Pablo cuando curaron a un tullido en Listra y les querían tratar como si fuesen dioses y ofrecerles un sacrificio: “al oírlo los apóstoles Bernabé y Pablo, se rasgaron el manto e irrumpieron por medio del gentío, gritando y diciendo: hombres, ¿qué hacéis? También nosotros somos humanos de vuestra misma condición; os anunciamos esta Buena Noticia: que dejéis los ídolos vanos y os convirtáis al Dios vivo que hizo el cielo, la tierra y el mar y todo lo que contienen” (Hch 14, 15). Dios es el sentido último de todo. No podemos escapar a su presencia, ni perder la confianza en un Dios capaz de intervenir en la historia. ¿Qué estoy dispuesto a hacer por Aquel que me ama y desea que el amor que me tiene lo regale a todos los hombres?
2) Conversión a su discipulado: Sus palabras son claras: “nadie llega al Padre, sino por mí” (Jn 14, 6). “Separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 15). Conocer a Jesucristo y tener su vida es el mejor regalo que hemos recibido en nuestra vida. Seguir a Jesucristo es la raíz y la condición necesaria para toda conversión: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1).
3) Conversión a la fraternidad y a la comunidad: Es una dimensión constitutiva del encuentro con Jesucristo y de la conversión a Él. La entrega a Dios no es verdadera y se contradice objetiva, directa y gravemente si no es fraterna y comunitaria. Vivida en una comunidad real, que es diversa y rica en sensibilidades, pero complementaria con todas las vidas de quienes la forman, donde nadie es de Pablo o de Apolo, son todos de Cristo. Es así como es posible el anuncio del Evangelio. La conversión a la fraternidad y a la comunidad tiene que quitarnos todos los condicionamientos que la vida de gracia desarrolla de un modo luminoso y significativo, potenciando la fraternidad y extendiendo la comunión.
4) Conversión misionera y social: Dar a conocer al Señor es el mejor regalo que podemos hacer a los hombres y a la construcción de esta historia. Del encuentro con Jesucristo surge la fascinación; por eso vamos tras Él, seguimos sus pasos y sus huellas. Y de este encuentro surge también la admiración por el Señor, en la que está la raíz de una Iglesia que evangeliza atrayendo. Como lo hizo el Señor con los discípulos de Emaús, que en el camino no se dieron cuenta de quién era, pero cuando se iba a despedir experimentaban tal atracción por Él que le dijeron “quédate con nosotros”. Cuando se dieron cuenta de quién era, salieron corriendo en búsqueda de los otros discípulos para contarles que había resucitado. Solamente entenderemos bien las palabras de Jesús: “id por el mundo y anunciad el evangelio”, y las haremos vida siendo discípulos misioneros, si nos dejamos fascinar y entramos en la admiración hacia el Señor. Así iremos por el mundo dando rostro a Cristo y proponiéndole como Camino.
Con gran afecto, os bendice
+Carlos, Arzobispo de Madrid
Reflexión del obispo de San Cristobal de las Casas. 19 de febrero de 2015 (Zenit.org)
Amor o Indiferencia
Por Felipe Arizmendi Esquivel
VER
Este miércoles empezamos en todo el mundo la Cuaresma, que es un tiempo propicio para reorientar nuestra vida, para reafianzarnos en el camino del bien, o enderezar lo que estamos haciendo mal. Sin embargo, hay personas que se imaginan que nada está mal en sus vidas, y muchas otras a quienes nada les importa este tiempo cuaresmal.
En un programa de radio que tengo, en que me consultan sus dudas, una señora me preguntaba si era bueno su proceder, porque hace 18 años se casó por la Iglesia y, desde entonces, no se ha vuelto a confesar, pero sigue comulgando. Le decía que si su conciencia nada le reprocha, que pregunte a su familia y a sus vecinos, quienes le pueden ayudar a descubrir algunas posibles fallas y pecados.
¿Hay necesidad de conversión en nuestras familias y comunidades? ¿Va por buen camino nuestra patria, o hay algo que cambiar? Ahora que ya empezaron las campañas electorales de los partidos, todos ofrecen cambios y mejoras para la población, pero ¿hay confianza en ellos, o sólo se les usa para acomodarse en un puesto? Mucha gente va a los mítines a ver qué les regalan, no a analizar propuestas de gobierno.
Hay muchas cosas que están mal: asesinatos, desapariciones, robos, corrupción, envidias, mentiras, secuestros, extorsiones, etc., y de esto no podemos culpar sólo a los gobiernos, pues las familias, la sociedad y las mismas iglesias no estamos exentos de responsabilidad. Pero lo peor es la indiferencia hacia el sufrimiento de los demás. Nos preocupamos por estar bien y que a nuestra familia nada le falte, pero no nos interesa el dolor ajeno. Le echamos la culpa al gobierno y a los demás; nos imaginamos que nosotros nada tenemos que hacer en remediar las penas de los pobres y de los indefensos.
PENSAR
El Papa Francisco, en su mensaje para esta Cuaresma, nos dice: “Cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen... Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: Yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.El pueblo de Dios tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo.
En Cristo no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).
ACTUAR
Tú y yo, ¿qué podemos hacer para no contagiarnos de la indiferencia hacia los que sufren? El mismo Papa nos dice: “Cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.
Estamos saturados denoticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?
Podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.
Tener un corazón misericordioso que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia”.
Reflexión a las lecturas del domingo primero de Cuaresma - B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 1º de Cuaresma B
Estos días se nos hace un anuncio importante: dentro de unos 40 días celebraremos la Pascua, la fiesta más grande e importante de los cristianos, que tiene su eco en cada domingo del año. Y, si es la más importante, será la que más y mejor tenemos que preparar.
¿Y cómo prepararla? Las fiestas de la Iglesia tienen su centro en las celebraciones litúrgicas y en el corazón de los fieles. Se trata, por tanto, de una preparación fundamentalmente interior. Para ello seguimos el ejemplo de Jesucristo, que, al comienzo de su Vida Pública, “fue empujado por el Espíritu” al desierto, donde es tentado por el diablo, como leemos en el Evangelio de hoy. Allí se prepara para la misión que inmediatamente va a comenzar y que tiene enormes dificultades hasta terminar en la Cruz.
Como los grandes personajes de la Historia Santa, Jesús vendrá del desierto. ¡Siempre ha sido el desierto un punto de referencia en la vida de la Iglesia! Muchos cristianos, en los primeros siglos, se retiraban al desierto y allí se dedicaban a la oración y a la penitencia. Todos necesitamos de esa experiencia; y, si no podemos ir al desierto, de algún modo, tenemos que hacer desierto en nuestra vida, incluso en nuestra propia casa. ¡Por aquí se comienza a entrar en la Cuaresma! En efecto, sin un encuentro con Dios, que nos llama y nos habla, no hay Cuaresma posible. Y sin Cuaresma, es decir, sin preparación, no habrá una Semana Santa adecuada ni unas buenas Fiestas de Pascua. Esto suele suceder mucho. Por otra parte, esta experiencia de la Cuaresma nos servirá de punto de referencia para el resto del año, porque siempre necesitamos algunos espacios de desierto.
El Evangelio de hoy nos dice que Jesús “se deja tentar” por Satanás. La tentación es real: Jesús se siente verdaderamente tentado; pero vence al adversario, triunfa en la tentación. Esta victoria de Cristo prefigura el triunfo definitivo por su Resurrección, cuya celebración nos disponemos a celebrar. Cuando comenzamos nuestro itinerario cuaresmal, también con sus tentaciones y dificultades, ¡cuánto nos ayuda y nos anima contemplar la figura de Cristo Vencedor!
Me impresiona cada año cómo el Papa y toda la Curia Romana, se retiran a practicar los Ejercicios Espirituales, en la primera semana de Cuaresma. ¡Eso es tomar la Cuaresma en serio!
La primera lectura de hoy nos presenta la alianza del Señor con Noé al terminar el Diluvio; y en la segunda, S. Pedro nos dice que aquello prefiguraba el Bautismo, en el que el hombre consigue del Señor “una conciencia pura”. Con relación a este Sacramento, la Cuaresma se celebra de dos formas distintas: los adultos, que van a ser bautizados la Noche Santa de la Pascua, intensificando su preparación al Bautismo y a los demás sacramentos de Iniciación Cristiana; los que estamos ya bautizados, preparándonos para renovar en serio, en la Noche de la Pascua, nuestro Bautismo, como si comenzáramos de nuevo a ser cristianos. De un modo o de otro, la Cuaresma hay que celebrarla siempre en clave bautismal.
En resumen, el Evangelio de hoy nos da la clave fundamental para todo este tiempo. Es lo que anuncia Jesús en Galilea: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia”.
Por último, si alguien me preguntara: “¿qué me aconseja que haga en este tiempo de Cuaresma para llegar bien preparado a la Pascua?”, le contestaría sin ninguna duda: “seguir fielmente la Liturgia de cada día”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
PRIMER DOMINGO CUARESMA B
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Durante estas semanas de Cuaresma, escucharemos, en la primera lectura, diversos pasajes del Antiguo Testamento, que nos muestran algunos momentos más importantes, de la Historia de la Salvación. Esa Historia culmina en la Muerte y Resurrección de Jesucristo, es decir, en la Pascua. Hoy se nos narra la alianza que Dios establece con Noé después del Diluvio. Escuchemos con atención y con fe.
SEGUNDA LECTURA
Las aguas del Diluvio, nos dirá S. Pedro en esta segunda lectura, prefiguraban las aguas del Bautismo. Una misma agua puso fin al pecado y dio origen a una humanidad nueva.
El Bautismo es punto fundamental de referencia constante en el tiempo de Cuaresma.
TERCERA LECTURA
El Evangelio nos muestra a Jesús, tentado en el desierto y predicando la conversión en Galilea. Acojamos su Palabra con alegría y esperanza.
COMUNIÓN
La Eucaristía tiene un relieve especial en el tiempo de Cuaresma.
La Palabra de Dios que escuchamos, nos llama a la conversión. El Cuerpo del Señor que recibimos nos da fuerza sobreabundante para conseguirlo.
PARA COMPRENDER MEJOR LA CUARESMA DEL CICLO B
Cuaresma significa cuarenta días. Repetidamente la Biblia presenta la cuarentena –de días o de años- como período de preparación a un acontecimiento importante: los cuarenta días del diluvio universal, los cuarenta días de Moisés en el monte antes de sellar la Alianza, los cuarenta años de Israel por el desierto hasta llegar a la tierra prometida, los cuarenta días de Elías en su huida, el plazo de cuarenta días que Jonás dio a Nínive para su conversión, los cuarenta días de Cristo en el desierto, los cuarenta días entre la Resurrección y la Ascensión de Jesús.
Las lecturas dominicales del ciclo B están bien organizadas:
Las primeras lecturas del Antiguo Testamento presentan la Historia de la Salvación en sus grandes momentos, este año bajo la categoría de la Alianza: la Alianza con Noé (primer domingo), con Abrahán (segundo domingo), con Moisés y el pueblo en el Sinaí (tercer domingo), el castigo por la infidelidad de Israel (cuarto domingo), el anuncio de la nueva Alianza por Jeremías (quinto domingo) y la entrega del Siervo para la reconciliación universal (Ramos).
Los evangelios tienen una coherencia independiente: los dos primeros domingos nos presentan los temas clásicos de la tentación y la transfiguración, pero en Marcos; el domingo 3, 4 y 5 nos presenta una catequesis de la muerte victoriosa de Cristo, desde el evangelio de Juan; en el domingo de Ramos se nos leerá la Pasión de Cristo según san Marcos. El tema es el misterio de la Pascua de Cristo.
Las segundas lecturas no tienen continuidad entre sí. Son las consecuencias morales para nosotros de ese misterio pascual de Cristo.
Por tanto, dos temas fundamentales durante esta cuaresma según san Marcos: la Alianza y el misterio de la cruz de Cristo.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)
Idea principal: La Alianza que Dios ha hecho con nosotros es eterna y definitiva.
Síntesis del mensaje: La Alianza que pactó Dios en el Antiguo Testamento con la humanidad es universalista, estable, cósmica (1ª lectura). Con Cristo, esa Alianza será eterna, definitiva, nueva y totalmente purificadora y santificadora, y nos llama a llevar una vida digna (2ª lectura). Por eso, esa Alianza requiere de nosotros una vigilancia constante para ser fieles, pues Satanás estará detrás de nosotros, como hizo con Cristo, para que fallemos a Dios (evangelio).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, la Alianza en el Antiguo Testamento. El mundo de la Biblia, como todo mundo humano, conoce la experiencia del berit, principal término hebreo para decir alianza, relación de solidaridad entre dos contrayentes: individuos (Gén 21,32), cónyuges (Ez 16,8), pueblos (Jos 9), soberanos o súbditos (2Sam 5,3); para resolver disputas de propiedad, de vecindad, de proyectos en contraste entre ellos (Gén 21,32; 31,44; 2Sam 3,12-19). Antes que categoría religiosa, la alianza es una profunda experiencia humana de relación constructiva a muchísimos niveles privados y públicos, individuales y colectivos, no por juego, sino para regir el peso de la vida. Por este motivo tan existencialmente significativo y universal, la alianza no podía dejar de ser asumida por Dios, según el principio de la pedagogía divina, como símbolo y paradigma de su relación con el hombre, obviamente según las características específicas de tal proporción, única en sí misma. ¿Cuáles? Se trata de una relación entre partes infinitamente desiguales (Dios y el hombre); se trata de una relación totalmente no preestablecida, una relación querida con libre elección por parte de Dios, según su lógica de amor (Dt 4,37), donde más que contrato bilateral, es un juramento de Dios de elegirse el pueblo como aliado, por lo que es fácil el paso de alianza a testimonio o testamento de Dios. Última característica: la alianza de Dios se vale de sus servidores o ministros, los cuales, por su parte, se presentan como aliados por excelencia con Dios y a la vez solidarios con el pueblo, testigos ejemplares y creíbles en primera persona de cuanto anuncian a los demás.
En segundo lugar, la Alianza en el Nuevo Testamento realizada en Cristo y por Cristo. Por medio está la muerte sacrificial y victoriosa de Jesús, en cuyo contexto, durante la Última Cena, Jesús pronuncia por primera y última vez el término alianza: «Tomad y bebed... Este cáliz es la nueva Alianza sellada con mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22,20). La referencia está netamente relacionada con la sangre de la alianza sinaítica (cf Ex 24,8). Pero con el matiz fundamental de que se trata de una alianza verdaderamente nueva, osea, correspondiente al designio de Dios. De tal novedad, en estrecha e iluminadora confrontación con la antigua alianza, se mueve sobre todo la Carta a los hebreos, que usa el término 17 veces. Jesús es la alianza personificada: en Él se expresa la fidelidad de Dios y al mismo tiempo la fidelidad del hombre, para siempre. Gracias a Él el hombre recibe el corazón de una nueva criatura y el don del Espíritu (cf. Heb 8,10). También en la Última Cena Jesús afirma: «Os aseguro que ya no beberé más de este fruto de la vid hasta el día en que beba un vino nuevo en el reino de Dios» (Mc 14,25). Con estas palabras revela que la nueva alianza no es un acontecimiento estático, sino que viene a ser una incesante oferta que interpela a toda persona, aun a aquellas que no lo saben, hasta que el Reino llegue en plenitud. Entonces llegará a puerto esta singular relación de Dios con el hombre, sembrada en la creación, hecha visible en el pueblo de Israel, debilitada y rota por el pecado y finalmente, en Cristo, convertida en el gran proyecto realizado (cf. Ef 1,4-6).
Finalmente, nosotros entramos a formar parte de esa Alianza de Cristo el día de nuestro bautismo. Y toda la liturgia, todos los sacramentos, especialmente la eucaristía y el matrimonio, los demás signos sacramentales (el canto, los lugares de culto, el pan y el vino, el altar, otros símbolos...) son relacionados y contemplados dentro del misterio de la alianza sellada con la sangre de Cristo. Esta alianza nos exige una vida santa y una lucha contra el pecado.
Para reflexionar: ¿Vivo mi vida cristiana en clave de Alianza con Dios? ¿Mi matrimonio, mi consagración a Dios en la vida religiosa o sacerdotal…los vivo en clave de Alianza con Dios? ¿Qué hago para defender esa Alianza con Dios?
Para rezar: Señor, hazme fiel a tu Alianza. Perdona mis negligencias. Dame fuerzas para corresponder a esta tu Alianza de amor.
Texto completo de la catequesis del Papa en la audiencia del miércoles 18 de febrero de 2015 (Zenit.org)
En nuestro camino de catequesis sobre la familia, después de haber considerado el rol de la madre, del padre y de los hijos, hoy es el turno de los hermanos. “Hermano”, “hermana”, son palabras que el cristianismo ama mucho. Y, gracias a la experiencia familiar, son palabras que todas las culturas y todas las épocas comprenden.
La unión fraterna tiene un lugar especial en la historia del pueblo de Dios, que recibe su revelación en el vivo de la experiencia humana. El salmista canta la belleza de la unión fraterna, y dice así: “¡Qué bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos!” (Salmo 133, 1) Y esto es verdad, la fraternidad es bella. Jesucristo ha llevado a su plenitud también esta experiencia humana del ser hermanos y hermanas, asumiéndola en el amor trinitario y potenciándola así que va más allá de las uniones de parentesco y puede superar cualquier muro de extrañeza.
Sabemos que cuando la relación fraterna se estropea, se estropea esta relación entre hermanos, abre el camino a experiencias dolorosas de conflicto, de traición, de odio. El pasaje bíblico de Caín y Abel constituye el ejemplo de este éxito negativo. Después de la muerte de Abel, Dios pregunta a Caín: “¿Dónde está Abel, tu hermano?” (Gen 4, 9a). Es una pregunta que el Señor continúa repitiendo en cada generación. Y lamentablemente, en cada generación, no cesa de repetirse también la dramática respuesta de Caín: “No lo sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?” (Gen 4,9b). Cuando se rompe la unión entre los hermanos, se convierte en algo feo y también mala para la humanidad. Y también en la familia, ¿cuántos hermanos han peleado por pequeñas cosas, o por una herencia? Y después no se saludan más, no se hablan más, es feo. La fraternidad es algo grande. Pensar que los dos han vivido en el vientre de la misma madre durante nueve meses, vienen de la carne de la madre, y no se puede romper la fraternidad. Pensemos un poco, todos conocemos familias que tienen hermanos divididos, que se han peleado. Pensemos un poco y pidamos al Señor por estas familias, quizá en nuestra familia haya algunos casos, para que el Señor nos ayude a reunir a los hermanos, reconstituir la familia. La fraternidad no se debe romper, y cuando se rompe sucede esto que ha sucedido con Caín y Abel. Y cuando el Señor pregunta a Caín dónde está su hermano, “yo no lo sé, a mí no me importa mi hermano”. Esto es feo, es algo muy muy doloroso que escuchar. En nuestras oraciones, siempre recemos por los hermanos que se han dividido.
La unión de fraternidad que se forma en la familia entre los hijos, se lleva a cabo en un clima de educación a la apertura a los otros, es la gran escuela de libertad y de paz. En la familia entre hermanos se aprende la convivencia humana, cómo se debe convivir en sociedad. Quizá no siempre somos conscientes, ¡pero es precisamente la familia la que introduce la fraternidad en el mundo! A partir de esta primera experiencia de fraternidad, nutrida por los afectos y la educación familiar, el estilo de la fraternidad se irradia como una promesa sobre toda la sociedad y sus relaciones entre los pueblos.
La bendición que Dios, en Jesucristo, derrama sobre esta unión de fraternidad lo dilata de una forma inimaginable, haciéndole capaz de traspasar cualquier diferencia de nación, de lengua, de cultura e incluso de religión.
Pensad en qué se convierte la unión entre los hombres, también muy diferentes entre ellos, cuando pueden decir de otros: “¡Este es como mi hermano, es como una hermana para mí!” Es bonito esto, es bonito. La historia ha mostrado suficientemente, por otra parte, que también la libertad y la igualdad, sin la fraternidad, pueden llenarse de individualismo y de conformismo, también de interés.
La fraternidad en familia resplandece de forma especial cuando vemos la consideración, la paciencia, el efecto con el que se rodea al hermanito o la hermanita más débil, enfermo o que tiene alguna discapacidad. Los hermanos y las hermanas que hacen esto son muchísimos en todo el mundo, y quizá no apreciamos lo bastante su generosidad. Y cuando los hermanos son muchos en la familia, ahí he saludado una familia que tiene nueve, el más grande, la más grande ayuda al papá y la mamá a cuidar a los más pequeños y esto es bonito, este trabajo de ayuda entre los hermanos.
Tener un hermano, una hermana que te quiere es una experiencia fuerte, impagable, insustituible. De la misma forma sucede con la fraternidad cristiana. Los más pequeños, los más débiles, los más pobres deben enternecernos: tienen “derecho” de tomarnos el alma y el corazón. Sí, estos son nuestros hermanos y como tales debemos amarlos y tratarlos. Cuando esto sucede, cuando los pobres son como de casa, nuestra misma fraternidad cristiana retoma vida. Los cristianos, de hecho, van al encuentro de los pobres y débiles no por obedecer a un programa ideológico, sino porque la palabra y el ejemplo del Señor nos dicen que todos somos hermanos. Este es el principio del amor de Dios y de toda justicia entre los hombres.
Os sugiero una cosa, antes de terminar, me quedan pocas líneas, en silencio cada uno de nosotros, pensamos en nuestros hermanos y en nuestras hermanas. Pensamos, en silencio, y en silencio desde el corazón rezamos por ellos. Un instante de silencio. Con esta oración, les hemos llevado a todos, hermanos y hermanos, con el pensamiento, el corazón, aquí en la plaza para recibir la bendición.
Hoy más que nunca es necesario llevar de nuevo la fraternidad al centro de nuestra sociedad tecnocrática y burocrática: entonces también la libertad y la igualdad tomarán su justa entonación. Por eso, no privemos al corazón ligero de nuestras familias, por temor o por miedo, de la belleza de una amplia experiencia fraterna de hijos e hijas. Y no perdamos nuestra confianza en la amplitud de horizonte que la fe es capaz de sacar de esta experiencia iluminada por la bendición de Dios. Gracias
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo primero de Cuaresma - B
EMPUJADOS AL DESIERTO
Marcos presenta la escena de Jesús en el desierto como un resumen de su vida. Señalo algunas claves. Según el evangelista, «el Espíritu empuja a Jesús al desierto». No es una iniciativa suya. Es el Espíritu de Dios el que lo desplaza hasta colocarlo en el desierto: la vida de Jesús no va a ser un camino de éxito fácil; más bien le esperan pruebas, inseguridad y amenazas.
Pero el «desierto» es, al mismo tiempo, el mejor lugar para escuchar, en silencio y soledad, la voz de Dios. El lugar al que hay que volver en tiempos de crisis para abrirle caminos al Señor en el corazón del pueblo. Así se pensaba en la época de Jesús.
En el desierto, Jesús «es tentado por Satanás». Nada se dice del contenido de las tentaciones. Solo que provienen de «Satanás», el Adversario que busca la ruina del ser humano destruyendo el plan de Dios. Ya no volverá a aparecer en todo el evangelio de Marcos. Jesús lo ve actuando en todos aquellos que lo quieren desviar de su misión, incluido Pedro.
El breve relato termina con dos imágenes en fuerte contraste: Jesús «vive entre fieras», pero «los ángeles le sirven». Las «fieras», los seres más violentos de la creación, evocan los peligros que amenazarán siempre a Jesús y su proyecto. Los «ángeles», los seres más buenos de la creación, evocan la cercanía de Dios que bendice, cuida y defiende a Jesús y su misión.
El cristianismo está viviendo momentos difíciles. Siguiendo los estudios sociológicos, nosotros hablamos de crisis, secularización, rechazo por parte del mundo moderno… Pero tal vez, desde una lectura de fe, hemos de decir algo más: ¿No será Dios quien nos está empujando a este «desierto»? ¿No necesitábamos algo de esto para liberarnos de tanta vanagloria, poder mundano, vanidad y falsos éxitos acumulados inconscientemente durante tantos siglos? Nunca habríamos elegido nosotros estos caminos.
Esta experiencia de desierto, que irá creciendo en los próximos años, es un tiempo inesperado de gracia y purificación que hemos de agradecer a Dios. Él seguirá cuidando su proyecto. Solo se nos pide rechazar con lucidez las tentaciones que nos pueden desviar una vez más de la conversión a Jesucristo.
José Antonio Pagola
1 Cuaresma – B
Marcos 1,12-15
Evangelio del 22/02/2015
Publicado el 16/ feb/ 2015
por Coordinador Grupos de Jesús
Texto completo del Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud 2015. CIUDAD DEL VATICANO, 17 de febrero de 2015 (Zenit.org)
- Queridos jóvenes:
Seguimos avanzando en nuestra peregrinación espiritual a Cracovia, donde tendrá lugar la próxima edición internacional de la Jornada Mundial de la Juventud, en julio de 2016. Como guía en nuestro camino, hemos elegido el texto evangélico de las Bienaventuranzas. El año pasado reflexionamos sobre la bienaventuranza de los pobres de espíritu, situándola en el contexto más amplio del "sermón de la montaña". Descubrimos el significado revolucionario de las Bienaventuranzas y el fuerte llamamiento de Jesús a lanzarnos decididamente a la aventura de la búsqueda de la felicidad. Este año reflexionaremos sobre la sexta Bienaventuranza: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8).
1. El deseo de felicidad
La palabra bienaventurados (felices), aparece nueve veces en esta primera gran predicación de Jesús (cf. Mt 5,1-12). Es como un estribillo que nos recuerda la llamada del Señor a recorrer con Él un camino que, a pesar de todas las dificultades, conduce a la verdadera felicidad.
Queridos jóvenes, todas las personas de todos los tiempos y de cualquier edad buscan la felicidad. Dios ha puesto en el corazón del hombre y de la mujer un profundo anhelo de felicidad, de plenitud. ¿No notáis que vuestros corazones están inquietos y en continua búsqueda de un bien que pueda saciar su sed de infinito?
Los primeros capítulos del libro del Génesis nos presentan la espléndida bienaventuranza a la que estamos llamados y que consiste en la comunión perfecta con Dios, con los otros, con la naturaleza, con nosotros mismos. El libre acceso a Dios, a su presencia e intimidad, formaba parte de su proyecto sobre la humanidad desde los orígenes y hacía que la luz divina permease de verdad y trasparencia todas las relaciones humanas. En este estado de pureza original, no había "máscaras", subterfugios, ni motivos para esconderse unos de otros. Todo era limpio y claro.
Cuando el hombre y la mujer ceden a la tentación y rompen la relación de comunión y confianza con Dios, el pecado entra en la historia humana (cf. Gn3). Las consecuencias se hacen notar enseguida en las relaciones consigo mismos, de los unos con los otros, con la naturaleza. Y son dramáticas. La pureza de los orígenes queda como contaminada. Desde ese momento, el acceso directo a la presencia de Dios ya no es posible. Aparece la tendencia a esconderse, el hombre y la mujer tienen que cubrir su desnudez. Sin la luz que proviene de la visión del Señor, ven la realidad que los rodea de manera distorsionada, miope. La "brújula" interior que los guiaba en la búsqueda de la felicidad pierde su punto de orientación y la tentación del poder, del tener y el deseo del placer a toda costa los lleva al abismo de la tristeza y de la angustia.
En los Salmos encontramos el grito de la humanidad que, desde lo hondo de su alma, clama a Dios: «¿Quién nos hará ver la dicha si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?» (Sal 4,7).El Padre, en su bondad infinita, responde a esta súplica enviando a su Hijo. En Jesús, Dios asume un rostro humano. Con su encarnación, vida, muerte y resurrección, nos redime del pecado y nos descubre nuevos horizontes, impensables hasta entonces.
Y así, en Cristo, queridos jóvenes, encontrarán el pleno cumplimiento de sus sueños de bondad y felicidad. Sólo Él puede satisfacer sus expectativas, muchas veces frustradas por las falsas promesas mundanas. Como dijo san Juan Pablo II: «Es Él la belleza que tanto les atrae; es Él quien les provoca con esa sed de radicalidad que no les permite dejarse llevar del conformismo; es Él quien les empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien les lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en ustedes el deseo de hacer de su vida algo grande» (Vigilia de oración en Tor Vergata, 19 agosto 2000).
2. Bienaventurados los limpios de corazón…
Ahora intentemos profundizar en por qué esta bienaventuranza pasa a través de la pureza del corazón. Antes que nada, hay que comprender el significado bíblico de la palabra corazón. Para la cultura semita el corazón es el centro de los sentimientos, de los pensamientos y de las intenciones de la persona humana. Si la Biblia nos enseña que Dios no mira las apariencias, sino al corazón (cf. 1 Sam 16,7), también podríamos decir que es desde nuestro corazón desde donde podemos ver a Dios. Esto es así porque nuestro corazón concentra al ser humano en su totalidad y unidad de cuerpo y alma, su capacidad de amar y ser amado.
En cuanto a la definición de limpio, la palabra griega utilizada por el evangelista Mateo es katharos, que significa fundamentalmente puro, libre de sustancias contaminantes. En el Evangelio, vemos que Jesús rechaza una determinada concepción de pureza ritual ligada a la exterioridad, que prohíbe el contacto con cosas y personas (entre ellas, los leprosos y los extranjeros) consideradas impuras. A los fariseos que, como otros muchos judíos de entonces, no comían sin haber hecho las abluciones y observaban muchas tradiciones sobre la limpieza de los objetos, Jesús les dijo categóricamente: «Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad» (Mc 7,15.21-22).
Por tanto, ¿en qué consiste la felicidad que sale de un corazón puro? Por la lista que hace Jesús de los males que vuelven al hombre impuro, vemos que se trata sobre todo de algo que tiene que ver con el campo de nuestras relaciones. Cada uno tiene que aprender a descubrir lo que puede "contaminar" su corazón, formarse una conciencia recta y sensible, capaz de «discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto» (Rm 12,2). Si hemos de estar atentos y cuidar adecuadamente la creación, para que el aire, el agua, los alimentos no estén contaminados, mucho más tenemos que cuidar la pureza de lo más precioso que tenemos: nuestros corazones y nuestras relaciones. Esta "ecología humana" nos ayudará a respirar el aire puro que proviene de las cosas bellas, del amor verdadero, de la santidad.
Una vez les pregunté: ¿Dónde está su tesoro? ¿en qué descansa su corazón? (cf. Entrevista con algunos jóvenes de Bélgica, 31 marzo 2014). Sí, nuestros corazones pueden apegarse a tesoros verdaderos o falsos, en los que pueden encontrar auténtico reposo o adormecerse, haciéndose perezosos e insensibles. El bien más precioso que podemos tener en la vida es nuestra relación con Dios. ¿Lo creen así de verdad? ¿Son conscientes del valor inestimable que tienen a los ojos de Dios? ¿Saben que Él los valora y los ama incondicionalmente? Cuando esta convicción de saparece, el ser humano se convierte en un enigma incomprensible, porque precisamente lo que da sentido a nuestra vida es sabernos amados incondicionalmente por Dios. ¿Recuerdan el diálogo de Jesús con el joven rico (cf. Mc 10,17-22)? El evangelista Marcos dice que Jesús lo miró con cariño (cf. v. 21), y después lo invitó a seguirle para encontrar el verdadero tesoro. Les deseo, queridos jóvenes, que esta mirada de Cristo, llena de amor, les acompañe durante toda su vida.
Durante la juventud, emerge la gran riqueza afectiva que hay en sus corazones, el deseo profundo de un amor verdadero, maravilloso, grande. ¡Cuánta energía hay en esta capacidad de amar y ser amado! No permitan que este valor tan precioso sea falseado, destruido o menoscabado. Esto sucede cuando nuestras relaciones están marcadas por la instrumentalización del prójimo para los propios fines egoístas, en ocasiones como mero objeto de placer. El corazón queda herido y triste tras esas experiencias negativas. Se lo ruego: no tengan miedo al amor verdadero, aquel que nos enseña Jesús y que San Pablo describe así: «El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca» (1 Co 13,4-8).
Al mismo tiempo que les invito a descubrir la belleza de la vocación humana al amor, les pido que se rebelen contra esa tendencia tan extendida de banalizar el amor, sobre todo cuando se intenta reducirlo solamente al aspecto sexual, privándolo así de sus características esenciales de belleza, comunión, fidelidad y responsabilidad. Queridos jóvenes, «en la cultura de lo provisional, de lo relativo, muchos predican que lo importante es "disfrutar" el momento, que no vale la pena comprometerse para toda la vida, hacer opciones definitivas, "para siempre", porque no se sabe lo que pasará mañana. Yo, en cambio, les pido que sean revolucionarios, les pido que vayan contracorriente; sí, en esto les pido que se rebelen contra esta cultura de lo provisional, que, en el fondo, cree que ustedes no son capaces de asumir responsabilidades, cree que ustedes no son capaces de amar verdaderamente. Yo tengo confianza en ustedes, jóvenes, y pido por ustedes. Atrévanse a "ir contracorriente". Y atrévanse también a ser felices» (Encuentro con los voluntarios de la JMJ de Río de Janeiro, 28 julio 2013).
Ustedes, jóvenes, son expertos exploradores. Si se deciden a descubrir el rico magisterio de la Iglesia en este campo, verán que el cristianismo no consiste en una serie de prohibiciones que apagan sus ansias de felicidad, sino en un proyecto de vida capaz de atraer nuestros corazones.
3. ... porque verán a Dios
En el corazón de todo hombre y mujer, resuena continuamente la invitación del Señor: «Busquen mi rostro» (Sal 27,8). Al mismo tiempo, tenemos que confrontarnos siempre con nuestra pobre condición de pecadores. Es lo que leemos, por ejemplo, en el Libro de los Salmos: «¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón» (Sal 24,3-4). Pero no tengamos miedo ni nos desanimemos: en la Biblia y en la historia de cada uno de nosotros vemos que Dios siempre da el primer paso. Él es quien nos purifica para que seamos dignos de estar en su presencia.
El profeta Isaías, cuando recibió la llamada del Señor para que hablase en su nombre, se asustó: «¡Ay de mí, estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!» (Is 6,5). Pero el Señor lo purificó por medio de un ángel que le tocó la boca y le dijo: «Ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado» (v.7). En el Nuevo Testamento, cuando Jesús llamó a sus primeros discípulos en el lago de Genesaret y realizó el prodigio de la pesca milagrosa, Simón Pedro se echó a sus pies diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador»(Lc 5,8). La respuesta no se hizo esperar: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres» (v. 10).Y cuando uno de los discípulos de Jesús le preguntó: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta», el Maestro respondió: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,8-9).
La invitación del Señor a encontrarse con Él se dirige a cada uno de ustedes, en cualquier lugar o situación en que se encuentre. Basta «tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él » (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 3).Todos somos pecadores, necesitados de ser purificados por el Señor. Pero basta dar un pequeño paso hacia Jesús para descubrir que Él nos espera siempre con los brazos abiertos, sobre todo en el Sacramento de la Reconciliación, ocasión privilegiada para encontrar la misericordia divina que purifica y recrea nuestros corazones.
Sí, queridos jóvenes, el Señor quiere encontrarse con nosotros, quiere dejarnos "ver" su rostro. Me preguntarán: "Pero, ¿cómo?". También Santa Teresa de Ávila, que nació hace ahora precisamente 500 años en España, desde pequeña decía a sus padres: «Quiero ver a Dios». Después descubrió el camino de la oración, que describió como «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Libro de la vida, 8,5). Por eso, les pregunto: ¿rezan? ¿saben que pueden hablar con Jesús, con el Padre, con el Espíritu Santo, como se habla con un amigo? Y no un amigo cualquiera, sino el mejor amigo, el amigo de más confianza. Prueben a hacerlo, con sencillez. Descubrirán lo que un campesino de Arsdecía a su santo Cura: Cuando estoy rezando ante el Sagrario, «yo le miro y Él me mira» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2715).
También les invito a encontrarse con el Señor leyendo frecuentemente la Sagrada Escritura. Si no están acostumbrados todavía, comiencen por los Evangelios. Lean cada día un pasaje. Dejen que la Palabra de Dios hable a sus corazones, que sea luz para sus pasos (cf. Sal 119,105). Descubran que se puede "ver" a Dios también en el rostro de los hermanos, especialmente de los más olvidados: los pobres, los hambrientos, los sedientos, los extranjeros, los encarcelados (cf. Mt 25,31-46).¿Han tenido alguna experiencia? Queridos jóvenes, para entrar en la lógica del Reino de Dios es necesario reconocerse pobre con los pobres. Un corazón puro es necesariamente también un corazón despojado, que sabe abajarse y compartir la vida con los más necesitados.
El encuentro con Dios en la oración, mediante la lectura de la Biblia y en la vida fraterna les ayudará a conocer mejor al Señor y a ustedes mismos. Como les sucedió a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), la voz de Jesús hará arder su corazón y les abrirá los ojos para reconocer su presencia en la historia personal de cada uno de ustedes, descubriendo así el proyecto de amor que tiene para sus vidas.
Algunos de ustedes sienten o sentirán la llamada del Señor al matrimonio, a formar una familia. Hoy muchos piensan que esta vocación está "pasada de moda", pero no es verdad. Precisamente por eso, toda la Comunidad eclesial está viviendo un período especial de reflexión sobre la vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo. Además, les invito a considerar la llamada a la vida consagrada y al sacerdocio. Qué maravilla ver jóvenes que abrazan la vocación de entregarse plenamente a Cristo y al servicio de su Iglesia. Háganse la pregunta con corazón limpio y no tengan miedo a lo que Dios les pida. A partir de su "sí" a la llamada del Señor se convertirán en nuevas semillas de esperanza en la Iglesia y en la sociedad. No lo olviden: La voluntad de Dios es nuestra felicidad.
4. En camino a Cracovia
«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8).Queridos jóvenes, como ven, esta Bienaventuranza toca muy de cerca su vida y es una garantía de su felicidad. Por eso, se lo repito una vez más: atrévanse a ser felices.
Con la Jornada Mundial de la Juventud de este año comienza la última etapa del camino de preparación de la próxima gran cita mundial de los jóvenes en Cracovia, en 2016. Se cumplen ahora 30 años desde que san Juan Pablo II instituyó en la Iglesia las Jornadas Mundiales de la Juventud. Esta peregrinación juvenil a través de los continentes, bajo la guía del Sucesor de Pedro, ha sido verdaderamente una iniciativa providencial y profética. Demos gracias al Señor por los abundantes frutos que ha dado en la vida de muchos jóvenes en todo el mundo. Cuántos descubrimientos importantes, sobre todo el de Cristo Camino, Verdad y Vida, y de la Iglesia como una familia grande y acogedora. Cuántos cambios de vida, cuántas decisiones vocacionales han tenido lugar en estos encuentros. Que el santo Pontífice, Patrono de la JMJ, interceda por nuestra peregrinación a su querida Cracovia. Y que la mirada maternal de la Bienaventurada Virgen María, la llena de gracia, toda belleza y toda pureza, nos acompañe en este camino.
Vaticano, 31 de enero de 2015
Memoria de San Juan Bosco
Texto completo, homilía del Papa en la misa con los nuevos cardenales. 15 de febrero de 2015 (Zenit.org)
«No podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado» (Mc 1, 45). Esto significa que, además de curar al leproso, Jesús ha tomado sobre sí la marginación que la ley de Moisés imponía (cf. Lv13,1-2. 45-46). Jesús no tiene miedo del riesgo que supone asumir el sufrimiento de otro, pero paga el precio con todas las consecuencias (cf. Is53,4).
La compasión lleva a Jesús a actuar concretamente: a reintegrar al marginado. Éstos son los tres conceptos claves que la Iglesia nos propone hoy en la liturgia de la palabra: la compasión de Jesús ante la marginación y su voluntad de integración.
Marginación: Moisés, tratando jurídicamente la cuestión de los leprosos, pide que sean alejados y marginados por la comunidad, mientras dure su mal, y los declara: «Impuros» (cf. Lv13,1-2. 45.46).
Imaginad cuánto sufrimiento y cuánta vergüenza debía sentir un leproso: físicamente, socialmente, psicológicamente y espiritualmente. No es sólo víctima de una enfermedad, sino que también se siente culpable, castigado por sus pecados. Es un muerto viviente, como «si su padre le hubiera escupido en la cara» (Nm12,14).
Además, el leproso infunde miedo, desprecio, disgusto y por esto viene abandonado por los propios familiares, evitado por las otras personas, marginado por la sociedad, es más, la misma sociedad lo expulsa y lo fuerza a vivir en lugares alejados de los sanos, lo excluye. Y esto hasta el punto de que si un individuo sano se hubiese acercado a un leproso, habría sido severamente castigado y, muchas veces, tratado, a su vez, como un leproso.
La finalidad de esa norma de comportamiento era la de salvar a los sanos, proteger a los justos y, para salvaguardarlos de todo riesgo, marginar el peligro,tratando sin piedad al contagiado. De aquí, que el Sumo Sacerdote Caifás exclamase: «Conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera» (Jn11,50).
Integración: Jesús revoluciona y sacude fuertemente aquella mentalidad cerrada por el miedo y recluida en los prejuicios. Él, sin embargo, no deroga la Ley de Moisés, sino que la lleva a plenitud (cf. Mt 5, 17), declarando, por ejemplo, la ineficacia contraproducente de la ley del talión; declarando que Dios no se complace en la observancia del Sábado que desprecia al hombre y lo condena; o cuando ante la mujer pecadora, no la condena, sino que la salva de la intransigencia de aquellos que estaban ya preparados para lapidarla sin piedad, pretendiendo aplicar la Ley de Moisés. Jesús revoluciona también las conciencias en el Discurso de la montaña (cf. Mt 5) abriendo nuevos horizontes para la humanidad y revelando plenamente la lógica de Dios. La lógica del amor que no se basa en el miedo sino en la libertad, en la caridad, en el sano celo y en el deseo salvífico de Dios, Nuestro Salvador, «que quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tm 2,4). «Misericordia quiero y no sacrifico» (Mt 12,7; Os6,6).
Jesús, nuevo Moisés, ha querido curar al leproso, ha querido tocar, ha querido reintegrar en la comunidad, sin autolimitarsepor los prejuicios; sin adecuarse a la mentalidad dominante de la gente; sin preocuparse para nada del contagio. Jesús responde a la súplica del leproso sin dilación y sin los consabidos aplazamientos para estudiar la situación y todas sus eventuales consecuencias. Para Jesús lo que cuenta, sobre todo, es alcanzar y salvar a los lejanos, curar las heridas de los enfermos, reintegrar a todos en la familia de Dios. Y eso escandaliza a algunos.
Jesús no tiene miedo de este tipo de escándalo. Él no piensa en las personas obtusas que se escandalizan incluso de una curación, que se escandalizan de cualquier apertura, a cualquier paso que no entre en sus esquemas mentales o espirituales, a cualquier caricia o ternura que no corresponda a su forma de pensar y a su pureza ritualista. Él ha querido integrar a los marginados, salvar a los que están fuera del campamento (cf. Jn10).
Son dos lógicas de pensamiento y de fe: el miedo de perder a los salvados y el deseo de salvar a los perdidos. Hoy también nos encontramos en la encrucijada de estas dos lógicas: a veces, la de los doctores de la ley,o sea, alejarse del peligro apartándose de la persona contagiada, y la lógica de Dios que, con su misericordia, abraza y acoge reintegrando y transfigurando el mal en bien, la condena en salvación y la exclusión en anuncio.
Estas dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar. San Pablo, dando cumplimiento al mandamiento del Señor de llevar el anuncio del Evangelio hasta los extremos confines de la tierra (cf. Mt 28,19), escandalizó y encontró una fuerte resistencia y una gran hostilidad sobre todo de parte de aquellos que exigían una incondicional observancia de la Ley mosaica, inclusoa los paganos convertidos. Tambiénsan Pedro fue duramente criticado por la comunidad cuando entró en la casa de Cornelio, elcenturión pagano (cf. Hch 10).
El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración. Esto no quiere decir menospreciar los peligros o hacer entrar los lobos en el rebaño, sino acoger al hijo pródigo arrepentido; sanar con determinación y valor las heridas del pecado; actuar decididamente y no quedarse mirando de forma pasiva el sufrimiento del mundo. El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero; el camino de la Iglesia es precisamente el de salir del propio recinto para ir a buscar a los lejanos en las “periferias” de la existencia; es el de adoptar integralmente la lógica de Dios; el de seguir al Maestro que dice: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan» (Lc 5,31-32).
Curando al leproso, Jesús no hace ningún daño al que está sano, es más, lo libra del miedo; no lo expone a un peligro sino que le da un hermano; no desprecia la Ley sino que valora al hombre, para el cual Dios ha inspirado la Ley. En efecto, Jesús libra a los sanos de la tentación del «hermano mayor» (cf. Lc 15,11-32) y del peso de la envidia y de la murmuración de los trabajadores que han soportado el peso de la jornada y el calor (cf. Mt 20,1-16).
En consecuencia: la caridad no puede ser neutra, indiferente, tibia o imparcial. La caridad contagia, apasiona, arriesga y compromete. Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita (cf. 1Cor 13). La caridad es creativa en la búsqueda del lenguajeadecuado para comunicar con aquellos que son considerados incurables y, por lo tanto, intocables. El contacto es el auténtico lenguaje que transmite, fue el lenguaje afectivo, el que proporcionó la curación al leproso. ¡Cuántas curaciones podemos realizar y transmitir aprendiendo este lenguaje! Era un leproso y se hay convertido en mensajero del amor de Dios. Dice el Evangelio: «Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho» (Mc 1,45).
Queridos nuevos Cardenales, ésta es la lógica de Jesús, éste es el camino de la Iglesia: no sólo acoger y integrar, con valor evangélico, aquellos que llaman a la puerta, sino ir a buscar, sin prejuicios y sin miedos, a los lejanos, manifestándoles gratuitamente aquello que también nosotros hemos recibido gratuitamente. «Quien dice que permanece en Éldebe caminar como Él caminó» (1Jn 2,6). ¡La disponibilidad total para servir a los demás es nuestro signo distintivo, es nuestro único título de honor!
En esta Eucaristía que nos reúne entorno al altar, invocamos la intercesión de María, Madre de la Iglesia, que sufrió en primera persona la marginación causada por las calumnias(cf. Jn8,41) y el exilio (cf. Mt 2,13-23), para que nos conceda el ser siervos fieles de Dios. Ella, que es la Madre, nos enseñe a no tener miedo de acoger con ternura a los marginados; a no tener miedo dela ternura y de la compasión; nos revista de paciencia para acompañarlos en su camino, sin buscar los resultados del éxito mundano; nos muestre a Jesús y nos haga caminar como Él.
Queridos hermanos, mirando a Jesús y a nuestra Madre María, os exhorto a servir a la Iglesia, en modo tal que los cristianos – edificados por nuestro testimonio – no tengan la tentación de estar con Jesús sin querer estar con los marginados, aislándose en una casta que nada tiene de auténticamente eclesial. Os invito a servira Jesús crucificado en toda persona marginada, por el motivo que sea; a ver al Señor en cada persona excluida que tiene hambre, que tiene sed, que está desnuda; al Señor que está presente también en aquellos que han perdido la fe, o que, alejados, no viven la propia fe; al Señor que está en la cárcel, que está enfermo, que no tiene trabajo, que es perseguido; al Señor que está en el leproso – de cuerpo o de alma -, que está discriminado. No descubrimos al Señor, si no acogemos auténticamente al marginado. Recordemos siempre la imagen de san Francisco que no ha tenido miedo de abrazar al leproso y de acoger aquellos que sufren cualquier tipo de marginación. En realidad, sobre el evangelio de los marginados, se descubre y se revela nuestra credibilidad.
Texto completo del Papa en la oración del ángelus. 15 de febrero de 2015 (Zenit.org)
«Queridos hermanos y hermanas, en este domingo el evangelista Marcos nos narra la acción de Jesús contra toda especie de mal, beneficiando a los que sufren en el cuerpo y en el espíritu: endemoniados, enfermos y pecadores... Él se presenta como aquel que combate y vence el mal en donde lo encuentre. En el Evangelio de hoy, esta lucha que realiza encuentra un caso emblemático, porque el enfermo es un leproso. La lepra es una enfermedad contagiosa y que no tiene piedad, que desfigura a la persona, y que era símbolo de impureza: el leproso tenía que permanecer siempre fuera de los centros habitados y señalar su presencia a quienes pasaban. Era marginado de la comunidad civil y religiosa. Era como un muerto ambulante.
El episodio de la curación del leproso se desarrolla en tres breves etapas: la invocación del enfermo, la respuesta de Jesús, las consecuencias de la curación prodigiosa. El leproso le suplica a Jesús, 'de rodillas' y le dice: 'Si quieres puedes purificarme'. A esta oración humilde y llena de confianza, Jesús responde con una actitud profunda de su ánimo: la compasión. La compasión es una palabra muy profunda que significa 'sufrir con el otro'.
El corazón de Cristo manifiesta la compasión paterna de Dios por aquel hombre, acercándose a él y tocándolo. Este particular es muy importante. Jesús 'tiende la mano, lo toca... y en seguida la lepra desaparece y Él lo purifica”. La misericordia de Dios supera cada barrera y la mano de Jesús toca al leproso. Él no pone una distancia de seguridad y no actúa delegando, sino que se expone directamente al contagio por nuestro mal. Y así justamente nuestro mal se vuelve el lugar del contacto: Él, Jesús, toma de nosotros la humanidad enferma y nosotros de Él su humanidad sana y que cura.
Esto sucede cada vez que recibimos con fe un sacramento: el Señor Jesús nos 'toca' y nos da su gracia. En este caso pensamos especialmente al sacramento de la Reconciliación, que nos cura de la lepra y del pecado.
Una vez más el evangelio nos muestra lo que hace Dios delante de nuestro mal: no viene a darnos una lección sobre el dolor; tampoco viene a eliminar del mundo el sufrimiento y la muerte; viene más bien a tomar sobre sí mismo el peso de nuestra condición humana, y a llevarla hasta el fondo, para liberarnos de manera radical y definitiva. Así Cristo combate el mal y el sufrimiento del mundo: haciéndose cargo y venciendo con la fuerza de la misericordia de Dios.
A nosotros, hoy, el evangelio de la curación del leproso nos dice que, si queremos ser verdaderos discípulos de Jesús, estamos llamados a volvernos unidos a Él, instrumentos de su amor misericordioso, superando cada tipo de marginación. Para ser 'imitador de Cristo', delante a un pobre o a un enfermo, no debemos tener miedo de mirarlo en los ojos, y de acercarnos con ternura y compasión. Y de tocarlo y abrazarlo. Con frecuenciapido a las personas que asisten a los otros, que lo hagan mirándolos a los ojos, y de no tener miedo de tocarlos. Que el gesto de ayuda sea también un gesto de comunicación. También nosotros tenemos necesidad de ser acogidos. Un gesto de ternura y de compasión. Y les pregunto: ¿Cuando se ayuda a los otros, los miran en los ojo, los acogen sin miedo de tocarlos, los acogen con ternura? Piensen sobre esto. Cómo se ayuda, a distancia o con ternura y cercanía?
Si el mal es contagioso, también el bien lo es. Por lo tanto es necesario que en nosotros abunde siempre más el bien. ¡Dejémonos contagiar por el bien!».
El Santo Padre reza el ángelus y después dirige las siguientes palabras:
«Queridos hermanos y hermanas, dirijo un deseode serenidad y de paz a todos de los hombres y mujeres que en el Extremo Oriente y en varias partes del mundo se preparan a celebrar el año santo lunar. Tales fiestas ofrecen a ellos la feliz ocasión de redescubrir y de vivir de manera intensa la fraternidad, que es el vínculo precioso de la vida familiar y base de la vida social. Este retorno anual a las raíces de la persona y de la familia puedan ayudar a aquellos pueblos a construir una sociedad en la que se tejen relaciones interpersonales que llevan al respeto, la justicia y la caridad.
Saludó también a todos ustedes, romanos y peregrinos, en particular a todos los que han venido con motivo del consistorio, para acompañar a los nuevos cardenales. Y agradezco a los países que han querido estar presentes en este evento enviando delegaciones oficiales.
Saludemos con un aplauso a los nuevos cardenales... (aplausos)
Saludo a los peregrinos españoles que provienen desde San Sebastián, Campo de Criptana, Orense, Pontevedra y Ferrol. A los estudiantes de Campo Valongo y Porto, en Portugal. Y a los de París; al “Foro de las Instituciones Cristianas ” de Eslovaquia; a los fieles de Buren (Holanda), y a los militares de Estados Unidos de paso en Alemania, y a la comunidad de los venezolanos residentes en Italia.
Saludo a los jóvenes de Busca, a los fieles de Leno, Mussoi, Monteolimpino, Rivalta sul Mincio y Forette di Vigasio.
Están también presentes muchos grupos de escolares y de catequistas de tantas partes de Italia.
Queridos les animo a ser ser testimonios con alegría y coraje de Jesús en la vida de cada día. Les deseo a todos un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mi». Y concluyó con su ya conocido «¡Buon pranzo e arrivederci!».
Reflexión a las lecturas del miércoles de ceniza ofrecidapor el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígbrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
MIÉRCOLES DE CENIZA
El Miércoles de Ceniza se nos hace un anuncio muy importante y alegre: dentro de cuarenta días, celebraremos la Pascua. Es, como sabemos, la fiesta más importante y gozosa del año. ¡Y hay que prepararla bien! Una fiesta que no se prepara, o no se celebra, o se celebra mal. Y eso es lo que sucede con frecuencia con estas celebraciones: la Semana Santa, la Pascua. Y hemos de centrarnos en todo: en el don de la gracia, y en todas las consecuencias prácticas que traen a nuestra vida, en cuanto a lo personal y a lo comunitario.
Me parece que este día deberíamos realizar una doble mirada: a la Pascua y a nosotros mismos. Al mirar a la Pascua, contemplamos el misterio central de nuestra fe. Al mirarnos a nosotros, nos vemos partícipes del misterio pascual, por el Bautismo y los demás sacramentos, y por el misterio mismo de la Iglesia, que nace de la Pascua, cuyo don más importante es el Espíritu Santo, que la puso y la pone siempre en marcha. Entonces, enseguida, constatamos la necesidad de la conversión, de un cambio en nuestra vida. ¿Quién puede decir que todo esto lo vive con perfección, en plenitud? Por eso en la oración de la Misa le pedimos al Señor mantenernos en “espíritu de conversión”, que es más que una simple conversión rutinaria, para cumplir con la Cuaresma. Por eso, se nos dice en una de las fórmulas de la celebración de este día: “Convertíos y creed el Evangelio”.
Con este anhelo de conversión comenzamos, nos adentramos en este santo tiempo, “vistiéndonos de saco y ceniza”, como hemos aprendido en la Iglesia. Hay devoción entre la gente de recibir hoy la ceniza. Hay que ayudarles a comprender que sin espíritu de conversión, no tiene sentido.
La primera lectura llama a la conversión a todo el pueblo de Dios: “Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión, congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos, congregad a los muchachos y niños de pecho…” S. Pablo nos advierte que el Tiempo de Cuaresma es un gran don de Dios. Y “no podemos echar en saco roto la gracia de Dios”, porque “ahora es el tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación”. Y somos, de alguna forma, “embajadores de Dios”, para anunciar la alegre noticia de “la Reconciliación con Dios y con la Iglesia”, a la que también ofendemos con nuestros pecados. Y es que sabe el Señor que somos perezosos muchas veces, a la hora de practicarla.
El Evangelio nos presenta la conversión en positivo. Y responde a esta pregunta fundamental: ¿Qué tenemos que hacer en la Cuaresma? “La práctica de la justicia”, que se expresa, en concreto, en “la limosna, la oración y el ayuno”, siguiendo el orden del texto. Son prácticas que tenemos que hacer de cara a Dios, no para que las vean los hombres. De lo contrario, nos dice el Señor: “ya han recibido su paga”.
¡Y porque la Cuaresma es todo esto, es un tiempo de esperanza!
Que la Virgen María, los ángeles y los santos vengan en ayuda de nuestra fragilidad.
¡BUENA CUARESMA!
MIERCOLES DE CENIZA
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Escuchemos ahora la voz del profeta que convoca al pueblo de Dios a la conversión y a la penitencia: "rasgad los corazones no las vestiduras”.
SEGUNDA LECTURA
La exhortación que nos hace el apóstol S. Pablo podemos aplicarla a este tiempo de Cuaresma que comenzamos: "No echéis en saco roto la gracia de Dios...""Os lo pedimos por Cristo: dejaos reconciliar con Dios".
TERCERA LECTURA
El Señor nos habla del espíritu con que hemos de realizar las prácticas cuaresmales, para que sea gratas al Padre del Cielo y provechosas para nosotros. Escuchemos con atención.
COMUNIÓN
En la Comunión nos encontramos con el Señor que, con su palabra y ejemplo, nos señala el camino de la Cuaresma. Que Él mueva nuestros corazones y nos ayude a prepararnos debidamente para la celebración del misterio pascual: su Muerte y Resurrección, por la salvación del mundo.
Discurso del Santo Padre en el Consistorio de la creación de cardenales. CIUDAD DEL VATICANO, 14 de febrero de 2015 (Zenit.org)
Queridos hermanos cardenales
El cardenalato ciertamente es una dignidad, pero no una distinción honorífica. Ya el mismo nombre de «cardenal», que remite a la palabra latina «cardo - quicio», nos lleva a pensar, no en algo accesorio o decorativo, como una condecoración, sino en un perno, un punto de apoyo y un eje esencial para la vida de la comunidad. Sois «quicios» y estáis incardinados en la Iglesia de Roma, que «preside toda la comunidad de la caridad» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Lumen gentium, 13; cf. Ign. Ant., Ad Rom., Prólogo).
En la Iglesia, toda presidencia proviene de la caridad, se desarrolla en la caridad y tiene como fin la caridad. La Iglesia que está en Roma tiene también en esto un papel ejemplar: al igual que ella preside en la caridad, toda Iglesia particular, en su ámbito, está llamada a presidir en la caridad.
Por eso creo que el «himno a la caridad», de la primera carta de san Pablo a los Corintios, puede servir de pauta para esta celebración y para vuestro ministerio, especialmente para los que desde este momento entran a formar parte del Colegio Cardenalicio. Será bueno que todos, yo en primer lugar y vosotros conmigo, nos dejemos guiar por las palabras inspiradas del apóstol Pablo, en particular aquellas con las que describe las características de la caridad. Que María nuestra Madre nos ayude en esta escucha. Ella dio al mundo a Aquel que es «el camino más excelente» (cf. 1 Co 12,31): Jesús, caridad encarnada; que nos ayude a acoger esta Palabra y a seguir siempre este camino. Que nos ayude con su actitud humilde y tierna de madre, porque la caridad, don de Dios, crece donde hay humildad y ternura.
En primer lugar, san Pablo nos dice que la caridad es «magnánima» y «benevolente». Cuanto más crece la responsabilidad en el servicio de la Iglesia, tanto más hay que ensanchar el corazón, dilatarlo según la medida del Corazón de Cristo. La magnanimidad es, en cierto sentido, sinónimo de catolicidad: es saber amar sin límites, pero al mismo tiempo con fidelidad a las situaciones particulares y con gestos concretos. Amar lo que es grande, sin descuidar lo que es pequeño; amar las cosas pequeñas en el horizonte de las grandes, porque «non coerceri a maximo, contineri tamen a minimo divinum est». Saber amar con gestos de bondad. La benevolencia es la intención firme y constante de querer el bien, siempre y para todos, incluso para los que no nos aman.
A continuación, el apóstol dice que la caridad «no tiene envidia; no presume; no se engríe». Esto es realmente un milagro de la caridad, porque los seres humanos –todos, y en todas las etapas de la vida– tendemos a la envidia y al orgullo a causa de nuestra naturaleza herida por el pecado. Tampoco las dignidades eclesiásticas están inmunes a esta tentación. Pero precisamente por eso, queridos hermanos, puede resaltar todavía más en nosotros la fuerza divina de la caridad, que transforma el corazón, de modo que ya no eres tú el que vive, sino que Cristo vive en ti. Y Jesús es todo amor.
Además, la caridad «no es mal educada ni egoísta». Estos dos rasgos revelan que quien vive en la caridad está des-centrado de sí mismo. El que está auto-centrado carece de respeto, y muchas veces ni siquiera lo advierte, porque el «respeto» es la capacidad de tener en cuenta al otro, su dignidad, su condición, sus necesidades. El que está auto-centrado busca inevitablemente su propio interés, y cree que esto es normal, casi un deber. Este «interés» puede estar cubierto de nobles apariencias, pero en el fondo se trata siempre de «interés personal». En cambio, la caridad te des-centra y te pone en el verdadero centro, que es sólo Cristo. Entonces sí, serás una persona respetuosa y preocupada por el bien de los demás.
La caridad, dice Pablo, «no se irrita; no lleva cuentas del mal». Al pastor que vive en contacto con la gente no le faltan ocasiones para enojarse. Y tal vez entre nosotros, hermanos sacerdotes, que tenemos menos disculpa, el peligro de enojarnos sea mayor. También de esto es la caridad, y sólo ella, la que nos libra. Nos libra del peligro de reaccionar impulsivamente, de decir y hacer cosas que no están bien; y sobre todo nos libra del peligro mortal de la ira acumulada, «alimentada» dentro de ti, que te hace llevar cuentas del mal recibido. No. Esto no es aceptable en un hombre de Iglesia. Aunque es posible entender un enfado momentáneo que pasa rápido, no así el rencor. Que Dios nos proteja y libre de ello.
La caridad, añade el Apóstol, «no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad». El que está llamado al servicio de gobierno en la Iglesia debe tener un fuerte sentido de la justicia, de modo que no acepte ninguna injusticia, ni siquiera la que podría ser beneficiosa para él o para la Iglesia. Al mismo tiempo, «goza con la verdad»: ¡Qué hermosa es esta expresión! El hombre de Dios es aquel que está fascinado por la verdad y la encuentra plenamente en la Palabra y en la Carne de Jesucristo. Él es la fuente inagotable de nuestra alegría. Que el Pueblo de Dios vea siempre en nosotros la firme denuncia de la injusticia y el servicio alegre de la verdad.
Por último, la caridad «disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites». Aquí hay, en cuatro palabras, todo un programa de vida espiritual y pastoral. El amor de Cristo, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, nos permite vivir así, ser así: personas capaces de perdonar siempre; de dar siempre confianza, porque estamos llenos de fe en Dios; capaces de infundir siempre esperanza, porque estamos llenos de esperanza en Dios; personas que saben soportar con paciencia toda situación y a todo hermano y hermana, en unión con Jesús, que llevó con amor el peso de todos nuestros pecados.
Queridos hermanos, todo esto no viene de nosotros, sino de Dios. Dios es amor y lleva a cabo todo esto si somos dóciles a la acción de su Santo Espíritu. Por tanto, así es como tenemos que ser: incardinados y dóciles. Cuanto más incardinados estamos en la Iglesia que está en Roma, más dóciles tenemos que ser al Espíritu, para que la caridad pueda dar forma y sentido a todo lo que somos y hacemos. Incardinados en la Iglesia que preside en la caridad, dóciles al Espíritu Santo que derrama en nuestros corazones el amor de Dios (cf. Rm 5,5). Que así sea.
VI Domingo Ordinario por Mons. Enrique Díaz Diaz. SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 13 de febrero de 2015 (Zenit.org)
Involucrarse
Levítico 13, 1-2. 44-46: “El leproso vivirá solo, fuera del campamento”
Salmo 31: “Perdona, Señor, nuestros pecados”
I Corintios 10, 31-11,1: “Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo”
Marcos 1, 40-45: “Se le quitó la lepra y quedó limpio”
Quizás nos suenen absurdas las palabras del Levítico condenando y separando al leproso de la comunidad: “El leproso vivirá solo, fuera del campamento”. Cuando una persona más lo necesita, más sola la dejamos. Aunque teóricamente todos rechazamos la discriminación, a cada momento se hace presente en medio de nosotros en forma disfrazada en unas ocasiones, justificada en otras, y con cinismo y burla muchas de las veces. En nuestra sociedad se multiplican las formas de discriminación: los migrantes son vistos no sólo como forasteros sino como verdaderos delincuentes y tema de seguridad; los enfermos de sida, los indígenas, las mujeres, los de diferente organización, los que no tienen trabajo, los que piensan distinto a nosotros, los que son de otros partidos… ¡como si no fuéramos todos hijos de Dios! Por desgracia las fronteras territoriales, de partidos o de pensamiento vienen a socavar y a destruir la fraternidad humana. Además se dan los casos de ciudadanos que están clasificados como en especie de categorías, de primera, segunda, tercera… y hay quien no alcanza ya a entrar en ninguna categoría, no es considerado ciudadano y no se le reconoce ningún derecho. Tenemos un miedo terrible al que es diferente y nos ponemos primeramente en una actitud defensiva frente a ellos, pero con frecuencia se pasa a una actitud de desprecio, agresiva y beligerante.
El Papa Francisco nos propone un camino frente al marginado, frente al leproso de nuestros días: “primerear”, involucrarse, acompañar, fructificar y celebrar. No es solamente tener compasión y dar migajas que tranquilicen nuestra conciencia: es acercarse e involucrarse con el marginado. Es la espiritualidad de Jesús frente a los pequeños y los pecadores. Su misión no es principalmente religiosa sino de curación, de dignificación, de humanización. La escena del leproso nos sirve para hacer visible esta espiritualidad de Jesús que rompe barreras y prejuicios. La lepra en Israel era una enfermedad que acababa con la dignidad y derechos de la persona. La enfermedad en sí misma ya trae pena y dolor. Además el leproso era excluido del pueblo para que no contaminara a la comunidad y se le prohibía la relación con los demás. La soledad, el rechazo y el oprobio, al ser marcado como amenaza para la vida del pueblo, acentuaban su sufrimiento. Era considerado como un muerto, impuro, contaminado, y se formaba una barrera entre él y la comunidad. Para colmo, él mismo tenía que ir proclamando su impureza y su separación. Tocar a un leproso implicaba quedar impura la persona que lo hacía y separarse de la comunidad. Igual que en nuestra sociedad, con muchos nuevos leprosos, que se preferiría tenerlos aislados y en el olvido. Nos escandalizan las actitudes del aquel tiempo y tenemos actitudes muy parecidas o peores.
Jesús se encarna para hacerse semejante a los hombres y rescatarlos. En esta escena rompe todo proceso discriminativo o humillante. “Primerea” y con su actitud crea esa empatía que permite que el leproso “se le acerque” y con confianza manifieste su necesidad. “Seinvolucra” con el marginado, porque su acción no es meramente una obra caritativa que aleja, sino una participación del mismo sufrimiento. Se pone junto a él, con la consecuencia de quedar también Jesús marginado. Lo “acompaña” en su marginación. La curación de la lepra es una señal mesiánica, signo claro de la llegada del Reino, al romper la raíz de la peor de las marginaciones. Es un signo preñado de humanidad: Jesús se mancha las manos con el dolor de la persona que sufre a pesar de las consecuencias religiosas y sociales que debe asumir. Sólo acercándose físicamente le puede mostrar la cercanía de Dios y la invalidez de las leyes rituales. Para Él, el amor está por encima de las leyes religiosas, sociales o morales. La indignación de Jesús es porque esas leyes atan, marginan y deshumanizan. Crean barreras y estorbos, a veces insuperables, que separan a las personas entre sí y también de Dios. ¿Cómo sentir el amor de Dios cuando los hombres no te quieren reconocer como persona?
El “fruto” de esta cercanía e involucramiento de Jesús siempre es salvación. Su mano extendida toca, cura y rompe barreras. Sólo cuando el hombre ha sanado tiene sentido la celebración y la fiesta, la participación plena en el templo. Toda esta espiritualidad de Jesús es para nosotros un signo que llama a compromisos y reflexiones. Por una parte no teme entrar en contacto con cada uno de nosotros, con la suciedad y podredumbre, con la miseria humana que vamos cargando. Esto nos alienta para acercarnos a Él a pesar de nuestro pecado e indignidad. Él que nos ama primero, nunca nos rechaza, Él siempre quiere sanarnos. Pero por otra parte, nos lanza también a nosotros a involucrarnos, a romper todas las barreras que hemos ido construyendo en torno a los modernos leprosos: ancianos, migrantes, enfermos, etc., y nos pide que caminemos junto a Él. Nos invita a “primerear” en su compañía y acercarnos a los leprosos de hoy que Él “quiere” seguir tocando, bendiciendo, curando y devolviendo la dignidad. Necesitamos quitar las barreras de nuestra mente y de nuestro corazón para abrirnos y hacernos sensibles y misericordiosos como Jesús. Que a través de nuestras manos siga tocando y acariciando; a través de nuestros ojos mirando con alegría y ternura; y a través de nuestro corazón uniendo, restaurando y humanizando.
¿A qué nos compromete hoy el Señor? ¿Qué podemos hacer para borrar las barreras de la discriminación y las fronteras que destruyen la hermandad?
Señor Jesús, mano amorosa del Padre, que sale al encuentro del necesitado, lo cura y vivifica, concédenos que nunca cerremos nuestra mano frente al hermano desamparado sino que nos involucremos y tendamos lazos de unión y de amor. Amén.
Reflexión sobre la XXXI Asamblea de la Asociación Mexicana de Institutos de Educación Superior de Inspiración Cristiana (AMIESIC), en San Luis Potosí. SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 12 de febrero de 2015 (Zenit.org)
Universidades por lo pobres
Por Felipe Arizmendi Esquivel
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Participé en la XXXI Asamblea de la Asociación Mexicana de Institutos de Educación Superior de Inspiración Cristiana (AMIESIC), en San Luis Potosí, donde se reunieron 42 rectores de universidades católicas e instituciones de educación media superior. Su objetivo fue reflexionar sobre su tarea en la lucha para erradicar la pobreza en México. Participé en nombre del episcopado mexicano, como responsable de la Dimensión de Pastoral de la Cultura.
Les felicité por su interés en educar para que los estudiantes pongan su corazón en los pobres, pero les decía que se enfrentan a una cultura estudiantil en la que lo que interesa es obtener un título para ganar dinero, tener bienes materiales, integrarse a empresas de amplio mercado y, en una palabra, ser parte del actual sistema económico, político y social, que de por sí es generador de inequidad, de exclusión, y por tanto de injusticia.
Les hacía estos cuestionamientos: ¿Cómo generar una mentalidad diferente? ¿Sus universidades preparan profesionistas para ser parte de ese sistema, para reforzarlo, o para buscar alternativas sociales, políticas y económicas distintas a las actuales, que sean más humanas? ¿Es posible educar una forma de pensar y de actuar conforme al Evangelio, en un mundo universitario que tiene otros valores? ¿Es posible ir a contracorriente?
Se me hizo muy significativo y esperanzador que el tema central de su asamblea fuera la pobreza, pues las estadísticas nos indican que ésta no disminuye considerablemente, sino que en algunas regiones y en unos grupos se degrada en miseria, al grado de que muchas personas carecen de atención adecuada para su salud, no tienen trabajo y se sienten obligados a emigrar, no tienen condiciones para una educación escolar, su vivienda no es digna de un ser humano, e incluso pasan hambre. Profesores, alumnos, padres de familia y personal de servicio de una institución superior de inspiración cristiana, no pueden permanecer indiferentes ante el drama de la pobreza, no sólo la económica, pues hay pobrezas culturales más hondas: el relativismo, el egoísmo, la falta de sentido, la indiferencia, la inmanencia, el tedio, la avaricia, el consumismo, la incapacidad de cercanía con los otros.
El asunto de la pobreza es particularmente sensible para algunos Estados de la República, como Oaxaca, Guerrero, Veracruz y Chiapas. En algunas comunidades no hay luz eléctrica, las mujeres deben ir a acarrear el agua a lugares distantes, hay clínicas o centros de salud, pero sin médicos ni medicinas, el campo es abandonado por su poca rentabilidad, y donde la emigración es una opción de vida o muerte. Los gobiernos, algunos empresarios, la Iglesia y algunas organizaciones sociales han puesto sus ojos en Chiapas y ciertamente ha habido avances, pero todavía falta mucho por hacer.
PENSAR
La Palabra de Dios, la vida de Jesús, el Magisterio social de la Iglesia y, actualmente, la insistencia machacona del Papa Francisco sobre el amor preferencial a los pobres, cuestionan nuestra conciencia y no nos pueden dejar pasivos, reduciéndonos a lamentos y críticas. Dar a los pobres el lugar que Dios les da y luchar por su liberación integral, no es comunismo o marxismo, ni es teología de la liberación condenada por la Iglesia, sino que es puro Evangelio, es lo más esencial del cristianismo, como consta particularmente en Mateo 25, 31-45. Seremos juzgados por el amor que hayamos manifestado a los que sufren, a los pobres, marginados, excluidos y descartados. Si una institución de educación superior no tiene esto en su ideario, en su misión y visión, en su pedagogía, no es plenamente de inspiración cristiana.
ACTUAR
Animamos a las universidades a sumarse a esta lucha contra las pobrezas. Los profesores tienen la gran misión de promover en los alumnos otra mentalidad, otras actitudes. Nosotros estamos dispuestos a participar en eventos, conferencias, retiros, pláticas, foros y acciones concretas, para poner nuestro granito de arena y juntos construir otro México, más incluyente y solidario. Se puede. Es lo que nos piden Jesús y su Iglesia.
Reflexión a las lecturas del domingo sexto del Tiempo Ordinario - B 0frecida por el sacerdote don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR
Domingo 6º del T. Ordinario B
La situación de aquel hombre que se acerca a Jesucristo era terrible. ¡Se trata de un leproso! Acabamos de escuchar en la primera lectura, lo que decía la Ley de Moisés acerca de los leprosos: era el leproso un hombre maldito ante Dios y ante los demás. Tenía que vivir “fuera del campamento”. Y tenía que estar gritando: “¡Impuro, impuro!”. Era una enfermedad contagiosa e incurable hasta hace relativamente poco tiempo. Alguna vez he tenido la ocasión de ver la película “Molokay, la Isla Maldita”. Se refería al Beato P. Damián, “el apóstol de los leprosos”. Con ella nos podíamos hacer una idea de la vida de los leprosos hace unos siglos.
El hecho es que aquel hombre tiene la suerte de poder acercarse a Jesús y, estando muy cerca de Él, suplicarle: “si quieres, puedes limpiarme”.
Y ¿cómo aquel leproso puede acercarse tanto a Jesús? Y ¿cómo es que le pide que le cure de la lepra si era una enfermedad incurable? ¿Y cómo llegó al convencimiento de que Jesús podía curarle? No lo sabemos. Dice el Evangelio que Jesús siente lástima de aquel hombre, extiende su mano y lo toca, diciéndole: “Quiero, queda limpio”.
Tocar a un leproso estaba prohibido por la Ley de Moisés; pero a Cristo no le importa quedar impuro ante la Ley. Él ha venido a traernos la Ley Nueva, la del amor.
El Evangelio continúa diciendo que Jesús le encarga severamente: “No se lo digas a nadie”. S. Marcos recoge con frecuencia expresiones como ésta por el temor de Jesucristo de que la gente entendiera mal su condición de Mesías. Pero ¡qué difícil es no hablar de Jesucristo cuando hemos sido “tocados” por Él! Por eso, el hombre curado, “cuando se fue, comenzó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo”.
Cuando vemos que se tambalea la práctica cristiana de mucha gente, cuando es tibio o frío el espíritu de tantos, cuando la dimensión apostólica de la vida cristiana está prácticamente ausente en muchos lugares y es cosa de pocos, ¿será que no nos hemos sentido “tocados” por el Señor?
¿Y por qué le dice que vaya a presentarse al sacerdote? Sencillamente, porque el sacerdote era el encargado de comprobar si se trataba de una verdadera curación, e integrarle o no, en la comunidad. Y aquel sacerdote tenía que reconocer que Cristo era capaz de curar la lepra. ¡Todo esto nos resulta impresionante!
¿Y ahora? Ya Los Santos Padres nos enseñaban que aquel poder extraordinario con el que Jesús realizaba tantas obras prodigiosas, ha pasado ahora a los sacramentos. Y en efecto, ¿qué es más difícil curar a un leproso o limpiar de todo pecado, por el sacramento de la Penitencia, a una persona que lleva 30 años sin confesarse y ha hecho de todo? Jesús nos decía que el que creyera en Él, haría “las obras que Él hacía y aún mayores” (Jn 14, 12). ¡Y Cristo “es el mismo ayer, hoy y siempre!” (Hb 13, 8). Es necesario que nos acerquemos a Él, como el leproso, con su misma fe, con su mismo convencimiento, para que cure nuestra lepra, la que sea, cada uno conoce la suya.
Ojalá que unos y otros podamos experimentar, en el acontecer de nuestra vida, lo que proclamamos hoy en el salmo responsorial: “Tú eres mi refugio; me rodeas de cantos de liberación”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 6º DEL T. ORDINARIO B
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
La situación de los leprosos en la época de Jesús, era terrible. Escuchémoslo en la primera lectura de hoy. De este modo nos preparamos para escuchar y entender el Evangelio.
SALMO
La lepra se considera una imagen del hombre frágil, enfermo, pecador. Cantemos ahora en el salmo al Señor, que nos acoge y nos perdona.
SEGUNDA LECTURA
S. Pablo nos resume hoy, en la segunda lectura, las actitudes básicas que deben mover la vida de un cristiano hasta el punto de poder decir: “Seguid mi ejemplo como yo sigo el de Cristo”. Escuchemos.
TERCERA LECTURA
Frente a aquellas leyes tan duras que regulaban la situación de los leprosos, como escuchábamos en la primera lectura, vamos a contemplar cómo actúa Jesús ante uno de aquellos enfermos. También Él tiene poder sobre la lepra. Aclamémosle ahora cantando el aleluya.
COMUNIÓN
La Comunión es un encuentro con Jesús, que siente lástima de aquel leproso, como nosotros debemos sentirla hoy de tantos hombres y mujeres que viven en las peores situaciones materiales y espirituales. Ojalá que podamos acercarnos a Él y decirle con la fe del leproso: “si quieres, puedes limpiarme”.
Texto completo de la catequesis del Papa en la audiencia del miércoles 11 de febrero de 2015 (Zenit.org)
Después de haber reflexionado sobre las figuras de la madre y del padre, en esta catequesis sobre la familia quisiera hablar sobre el hijo o, mejor, los hijos. Hago referencia a una bonita imagen de Isaías. Escribe el profeta: “Todos se han reunido y vienen hacia ti; tus hijos llegan desde lejos y tus hijas son llevadas en brazos. Al ver esto, estarás radiante, palpitará y se ensanchará tu corazón”. Es una imagen espléndida, una imagen de la felicidad que se realiza en la unificación entre padres e hijos, que caminan juntos hacia un futuro de libertad y de paz, después de un largo tiempo de privación y de separación, como ha sido ese tiempo, esa historia que estaban lejos de la patria.
De hecho, hay una estrecha unión entre la esperanza de un pueblo y la armonía entre las generaciones. Pero esto debemos pensarlo bien. Hay una unión estrecha entre la esperanza de un pueblo y la armonía entre las generaciones. La alegría de los hijos hace palpitar los corazones de los padres y reabre el futuro. Los hijos son la alegría de la familia y de la sociedad. No son un problema de biología reproductiva, ni una de tantas formas de sentirse realizado. Y mucho menos son una posesión de los padres. No, no. Los hijos son un don. Son un regalo. ¿Entendido? Los hijos son un don. Cada uno es único e irrepetible, y al mismo tiempo inconfundiblemente unido a sus raíces. Ser hijo e hija, de hecho, según el diseño de Dios, significa llevar en sí la memoria y la esperanza de una amor que se ha realizado a sí mismo encendiendo la vida de otro ser humano, original y nuevo.
Y para los padres cada hijo es uno mismo, diferente y diverso. Permitidme un recuerdo de familia. Yo recuerdo cuando a mi madre decía, nosotros éramos cinco, y ella decía: “Yo tengo cinco hijos”, pero “¿cuál es tu preferido?”, “yo tengo cinco hijos como cinco dedos. Si me golpean este me hace daño, si me golpean este me hace daño, me hacen mal los cinco. Todos son mios, pero todos diferentes como los dedos de una mano. Y así es la familia, la diferencia de los hijos, pero todos hijos.
A un hijo se le ama, no porque sea guapo, porque sea así o asá, sino porque es hijo. No porque piensa como yo o encarna mis deseos. Un hijo es un hijo: una vida generada por nosotros pero destinada a él, a su bien, al bien de la familia, de la sociedad, de la humanidad entera.
De aquí viene también la profundidad de la experiencia humana del ser hijo e hija, que nos permite descubrir la dimensión más gratuita del amor, que no termina nunca de sorprendernos. Es la belleza de ser amados antes, los hijos son amados antes de que lleguen. Cuántas veces me encuentro aquí a las madres que me enseñan su barriga y me piden la bendición porque son amados estos niños antes de venir al mundo. Esto es gratuidad, esto es amor. Son amados antes, como el amor de Dios, que nos ama siempre antes.
Son amados antes de haber hecho cualquier cosa para merecerlo, antes de saber hablar o pensar, incluso antes de venir al mundo. Ser hijos es la condición fundamental para conocer el amor de Dios, que es la fuente última de este auténtico milagro. En el alma de cada hijo, aún vulnerable, Dios pone el sello de este amor, que es la base de su dignidad personal, una dignidad que nada ni nadie podrá destruir.
Hoy parece más difícil para los hijos imaginar su futuro. Los padres --lo indicaba en las catequesis precedentes-- han hecho quizá un paso hacia atrás y los hijos se han convertido en más inciertos al dar sus pasos hacia adelante. Podemos aprender la buena relación entre las generaciones de nuestro Padre celeste, que nos deja libre a cada uno de nosotros pero nunca nos deja solos. Y si nos equivocamos, continúa siguiéndonos con paciencia sin disminuir su amor por nosotros. El Padre celeste no da pasos atrás en su amor por nosotros, nunca, siempre va adelante. Y si no puede ir adelante, nos espera pero nunca va atrás; quiere que sus hijos sean valientes y den sus pasos adelante.
Los hijos, por su parte, no deben tener miedo al compromiso de construir un mundo nuevo: ¡es justo para ellos desear que sea mejor que el que han recibido! Pero esto se hace sin arrogancia, sin presunción. De los hijos es necesario reconocer el valor, y a los padres se les debe honrar siempre.
El cuarto mandamiento pide a los hijos --¡y todos lo somos!-- honrar al padre y a la madre. Este mandamiento viene justo después de los que se refieren a Dios. Después de los tres mandamientos que se refieren a Dios, viene este cuarto. De hecho contiene algo de sagrado, algo que está en la raíz de cualquier otro tipo de respeto entre los hombres.
En la formulación bíblica del cuarto mandamiento se añade: “para que se alarguen tus días en el país que el Señor tu Dios te da”. La unión virtuosa entre las generaciones es garantía de futuro, y es garantía de una historia realmente humana. Una sociedad de hijos que no honran a los padres es una sociedad sin honor, cuando no se honra a los padres se pierde el propio honor. Es una sociedad destinada a llenarse de jóvenes ávidos y codiciosos.
Pero, también una sociedad avara de generación, que no ama rodearse de hijos, que los considera sobre todo un preocupación, un peso, un riesgo, es una sociedad deprimida. Pensemos en muchas sociedades que conocemos aquí en Europa, son sociedades deprimidas porque no quieren hijos, no tienen hijos, el nivel de nacimiento no llega al 1 por ciento.
¿Por qué? Cada uno que lo piense y responda. Si se mira una familia generosa de hijos como si fuera un peso, hay algo que no va bien. La generación de los hijos debe ser responsable, como enseña también la encíclica Humanae Vitae del beato Papa Pablo VI, pero tener más hijos no se puede convertir automáticamente en una elección irresponsable. Es más, no tener hijos es una elección egoísta. La vita rejuvenece y adquiere energías multiplicándose: ¡se enriquece, no se empobrece! Los hijos aprenden a hacerse cargo de su familia, maduran en el compartir sus sacrificios, crecen apreciando sus dones. La experiencia feliz de la fraternidad anima al respeto y el cuidado de los padres, a quienes debemos nuestro reconocimiento.
Muchos de vosotros aquí tenéis hijos. Y todos somo hijos. Hagamos algo, un minuto, no nos alargamos mucho. Cada uno piense en su corazón en sus hijos, si los tiene. Piense en silencio. Y todos pensamos en nuestros padres, y damos gracias a Dios por el don de la vida. En silencio, los que tienen hijos que piensen en ellos y todos pensamos en nuestros padres. (Momentos de silencio) Que el Señor bendiga a nuestros padres y bendiga a vuestros hijos.
Jesús, el Hijo eterno, hecho hijo en el tiempo, nos ayude a encontrar el camino de una nueva irradiación de este experiencia humana así de simple y así de grande que es ser hijos. En el multiplicarse de las generaciones hay un misterio de enriquecimiento de la vida de todos, que viene del mismo Dios. Debemos redescubrirlo, desafiando al prejuicio; y vivirlo, en la fe, en perfecta alegría.
Y digo qué bonito es, cuando paso entre vosotros, y veo a los papás y las mamás que alzan a sus hijos para ser bendecidos. Este es un gesto casi divino. Gracias por hacerlo.
(Texto traducido y desde el audio por ZENIT)
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo quinto del Tiempo Ordinario - B
DIOS ACOGE A LOS «IMPUROS»
De forma inesperada, un leproso «se acerca a Jesús». Según la ley, no puede entrar en contacto con nadie. Es un «impuro» y ha de vivir aislado. Tampoco puede entrar en el templo. ¿Cómo va a acoger Dios en su presencia a un ser tan repugnante? Su destino es vivir excluido. Así lo establece la ley.
A pesar de todo, este leproso desesperado se atreve a desafiar todas las normas. Sabe que está obrando mal. Por eso se pone de rodillas. No se arriesga a hablar con Jesús de frente. Desde el suelo, le hace esta súplica: «Si quieres, puedes limpiarme». Sabe que Jesús lo puede curar, pero ¿querrá limpiarlo?, ¿se atreverá a sacarlo de la exclusión a la que está sometido en nombre de Dios?
Sorprende la emoción que le produce a Jesús la cercanía del leproso. No se horroriza ni se echa atrás. Ante la situación de aquel pobre hombre, «se conmueve hasta las entrañas». La ternura lo desborda. ¿Cómo no va a querer limpiarlo él, que sólo vive movido por la compasión de Dios hacia sus hijos e hijas más indefensos y despreciados?
Sin dudarlo, «extiende la mano» hacia aquel hombre y «toca» su piel despreciada por los puros. Sabe que está prohibido por la ley y que, con este gesto, está reafirmando la trasgresión iniciada por el leproso. Sólo lo mueve la compasión: «Quiero: queda limpio».
Esto es lo que quiere el Dios encarnado en Jesús: limpiar el mundo de exclusiones que van contra su compasión de Padre. No es Dios quien excluye, sino nuestras leyes e instituciones. No es Dios quien margina, sino nosotros. En adelante, todos han de tener claro que a nadie se ha de excluir en nombre de Jesús.
Seguirle a él significa no horrorizarnos ante ningún impuro ni impura. No retirar a ningún «excluido» nuestra acogida. Para Jesús, lo primero es la persona que sufre y no la norma. Poner siempre por delante la norma es la mejor manera de ir perdiendo la sensibilidad de Jesús ante los despreciados y rechazados. La mejor manera de vivir sin compasión.
En pocos lugares es más reconocible el Espíritu de Jesús que en esas personas que ofrecen apoyo y amistad gratuita a prostitutas indefensas, que acompañan a enfermos de sida olvidados por todos, que defienden a homosexuales que no pueden vivir dignamente su condición… Ellos nos recuerdan que en el corazón de Dios caben todos.
El gesto de Jesús es intencionado. No está pensando sólo en la curación del enfermo. Su actuación es una llamada a toda la sociedad. Hay que construir la vida de otra manera: los leprosos pueden ser tocados, los excluidos han de ser acogidos. No hemos de mirarlos con miedo sino con compasión. Como los mira Dios.
Jesús puede limpiar mi vida y puede hacerme conocer la verdadera alegría interior.
José Antonio Pagola
15 de febrero de 2015
6 Tiempo Ordinario (B)
Marcos 1, 40 - 45
Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)
Idea principal: La peor lepra en nuestra vida es la lepra del pecado que carcome nuestra alma, nos aparta de Dios, nos margina de los hombres y mata nuestras más nobles aspiraciones.
Síntesis del mensaje: Si no hubiera venido Cristo, todos seguiríamos leprosos. Y con la lepra la maldición. Y con la maldición, la condenación. Pero Cristo nos curó y nos cura mediante los sacramentos que realizan lo que significan. Y con Cristo, la salvación.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, en el tiempo bíblico la lepra –parece que llamaban así prácticamente a todas las enfermedades de la piel- era la enfermedad más temida y la que más reacción contraria producía. Causaba desfiguraciones y mutilaciones repulsivas. El Levítico por higiene y también porque atribuían este mal a los pecados de la persona, prescribía una marginación realmente dura. En tiempos de Jesús, al leproso se le echaba de casa a la calle, de la ciudad al campo y de la sociedad al sepulcro. Se le obligaba por ley a andar andrajoso y greñudo, alertar a gritos a los transeúntes y a morar en los sepulcros vacíos. Y todo porque era un enfermo de alto riesgo, que contagiaba al que tocaba, y un impuro legal sin derechos a la comunidad de culto, porque volvía impuro todo lo que tocaba. Un gran cristiano de nuestro tiempo, Raúl Follereau, luchó titánicamente por su erradicación, y aún ahora la Fundación Anesvad insiste incansable en concienciarnos sobre ella. Héroe indiscutible de esta enfermedad fue el Beato Damián, de Molokai, misionero contagiado de lepra cuidando a los leprosos. El bacilo de la lepra, conocido por el nombre de su descubridor, "Hansen", no ha sido descubierto hasta 1874. Pero ha sido una monja francesa, Sor María Zuzanne, la que encontró el suero eficaz para combatirlo, que lleva el nombre de su descubridora, "Microbacterium Marianum". Hoy la lepra está más controlada. Pero tiene como compañía otros males parecidos, como el sida, que invade grandes regiones del mundo.
En segundo lugar, en la Edad Media, el sacerdote se colgaba la estola al cuello, empuñaba el crucifijo en alto, metía al leproso en el templo y le celebraba el oficio de difuntos. Entonces los arquitectos de templos y catedrales dejaban unos orificios en las paredes, las mirillas de los leprosos, para que éstos pudieran asistir a la misa sin entrar en la iglesia. Luego, terminando la misa, se lo recluía en los lazaretos, hospitales inmundos donde pudieran tranquilamente morirse de asco. Y en la Edad Posmoderna, que es la nuestra, ¿qué hacemos con los leprosos de ayer que son los contagiados de sida hoy? El sida se contagia sólo de sangre a sangre: por las relaciones sexuales, por las trasfusiones, por las agujas de drogadictos contagiados y por la gestación de la madre al hijo. El sida comenzó sus andanzas por las naciones en 1981. En 1987 teníamos 5 millones de sidatas en el mundo; al año siguiente ya eran 10 millones. ¿Y hoy? Tenebroso y escalofriante. El sida es la peste negra al día, la que en 1384 vació los conventos de Marseille y Carcassone, diezmó a Europa, destruyó dos generaciones y dejó por terminar las torres de las catedrales de Colonia y Estrasburgo. El enfermo de sida de hoy es el leproso de ayer.
Finalmente, la peor lepra es la del pecado. Necesitamos que Cristo nos toque. Jesús ha tocado al leproso, que hacía muchos años que no había experimentado ni un solo contacto, desde que su madre le acariciaba cuando era niño. Ahora está sintiendo el cálido afecto del tacto de la mano todo bondad y ternura de Jesús, mientras toda una oleada de vida electrizó todo su cuerpo. Y se han cambiado los papeles: el leproso ha quedado limpio y Jesús, según la ley del Levítico, impuro: "El que toca al impuro queda contaminado, porque el impuro le transmite su impureza"(1,5). San Pablo relaciona la lepra con el pecado, y nos lo dice así: "Al que no conoció pecado, le hizo pecado en lugar nuestro, para que seamos justicia de Dios en El" (2 Cor 5, 21). Sí, la peor lepra es la del pecado. Lepra de mente, cuando pensamos cosas indignas. Lepra de los ojos, cuando miramos lo que no debemos. Lepra del corazón, cuando odiamos y deseamos el mal, o la mujer o el varón que no nos corresponde. Lepra de las manos, cuando nos peleamos o cuando no compartimos. Lepra de los pies, cuando transitamos por lugares tenebrosos. Y con esta lepra del pecado vienen todas las consecuencias: nos apartamos de Dios, nos alejamos de los hombres, matamos nuestra alma, y los demás males del mundo. ¿Y por qué Dios no manda de nuevo el Diluvio (Gn 6) o hace caer fuego sobre las nuevas Sodomas y Gomorras (Gn 19)? Tanto ama el Padre al mundo que hace a su Hijo leproso, para que los hombres sientan la calidez y la ternura de Dios en sus carnes.
Para reflexionar: ¿Qué lepra invade mi vida? ¿A qué espero para acercarme a Cristo para gritarle que me cure en la confesión? ¿Por qué no ayudo a otros hermanos leprosos para que se acerquen a Cristo?
Para rezar: Señor, si tú quieres, puedes limpiarme. Y si me curas, se lo contaré a todos los que me rodean, tenlo por seguro, Señor.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
Reflexión sobre el V domingo del tiempo ordinario por Mons. Enrique Díaz Diaz. 09 de febrero de 2015 (Zenit.org)
Un día ordinario
Job 7, 1-4. 6-7: “Se me han asignado noches de dolor”
Salmo 146: “Alabemos al Señor, nuestro Dios”
I Corintios 9, 16-19. 22-23: “¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio”.
San Marcos: “Curó a muchos enfermos de diversos males”
Apenas nos acomodamos en el taxi colectivo y se inició la charla. Completamente desconocidos los pasajeros, pero nos esperaban más de dos horas de camino entre Ocosingo y San Cristóbal y convenía salpicarlas de desenfadada conversación. Así nos enteramos de la vida y obras del joven chofer. En un día con dificultad alcanza a realizar dos viajes y ya son diez horas de carretera, topes, curvas, baches y enfrenones. A eso habrá que añadirle el tiempo de tediosa espera en cada una de las terminales. Por más que hago cuentas, no logró completar un salario digno para sustentar a su esposa y a su pequeño hijo, pero él continúa dialogando alegremente sobre la cuota que tiene que pagar al patrón, sobre los personajes que ha trasladado y sus sueños de convertirse en dueño de su propio taxi robándole horas a la noche en viajes especiales. ¿A qué horas come, cuándo está con su familia, cómo descansa, cuánto tiempo aguantará ese ritmo? ¿Cuáles son sus ideales? Mil preguntas se me ocurren al escuchar cómo vive un día el taxista.
El evangelio de este domingo nos invita a descubrir en pocas líneas los rasgos fundamentales de la vida de Jesús. Contemplando un día ordinario de su vida podremos descubrir su corazón: un día ordinario pero vivido de manera extraordinaria. San Marcos nos ofrece como un día “tipo”, en la vida de Jesús, lo que haría cada día, para que nosotros nos acerquemos a Él, lo acompañemos, nos dejemos impactar y tengamos un encuentro profundo con Él. Mirando cómo vive Jesús tendremos que cuestionarnos cómo vivimos nosotros y cómo damos plenitud a nuestro tiempo. Donde está Jesús hay vida, crece la vida y esto lo descubre quien lee y profundiza esta página de Marcos o todo su evangelio.
El primer rasgo que nos llama la atención es que comparte y dialoga, se acerca a los suyos. Comienza San Marcos diciendo que: “Fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés”. Es el Cristo que se ha encarnado y que viene a la “casa” de los hombres, que ha puesto su tienda en medio de ellos, que comparte sus esperanzas, sus anhelos y sus dificultades. Algunos, después de siglos, lo han querido reducir a imágenes y le piden que se quede solamente en sus templos, que no intervenga en la vida cotidiana, que no se salga de sus nichos, que ya cuando lo necesitemos, acudiremos a Él y le llevaremos una veladora. Pero Jesús no quiere quedarse encerrado, quiere compartir nuestras vidas y hacerse parte de nuestra historia. Quiere con su presencia y su amor influir en las decisiones de cada día, llenarlas de su amor y de su justicia, darle sentido a nuestra cotidianidad. ¿Lo dejaremos entrar en nuestras casas, en nuestras vidas, sin ocultarle nada, sin ponerle barreras, que pueda participar plenamente como uno de nosotros?¿Nos damos tiempo nosotros para dialogar con los cercanos?
Jesús no es de esas visitas incómodas e inútiles, su presencia es siempre salvadora. “La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre, y enseguida le avisaron a Jesús”. Al llegar Jesús a casa, se encuentra con el dolor y la enfermedad. Allí realiza la primera curación que nos relata Marcos. Da la salud a la suegra de Pedro como signo del Reino de vida que ha venido a anunciar, pero además lo hace en sábado, día de reposo y oración, que la legislación judía había convertido en camisa de fuerza prohibiendo todo tipo de trabajo. Así al mismo tiempo que sana, libera. Y si leemos con atención este pasaje descubrimos el modo de actuar de Jesús: se acerca, toma de la mano y levanta. Todo un proceso de salvación. Acercarse y ponerse a la altura del que está tirado; tomar de la mano, un gesto que significa más que muchas palabras; y levantar, que tiene un sentido cristológico muy profundo relacionado con la resurrección. Así es el actuar de Jesús. Pero además, después de curar, la antes enferma se pone a servir. Jesús quiere que el resultado inmediato de su liberación sea la actitud de servicio, madurez y disponibilidad frente a los demás. No ata ni hace dependientes a las personas, les otorga su don y les da, además, la plenitud de libertad para que, como Él, encuentren la verdadera felicidad en el servicio. ¿Tenemos tiempo nosotros para levantar al que sufre?
Jesús tiene tiempo para estar con los cercanos pero también para acercarse a todos los necesitados. San Marcos nos dice que al atardecer se acercaron a Jesús toda clase de personas necesitadas. Nos encontramos a Jesús que cura a los enfermos, acoge a los desvalidos, perdona a los pecadores, sana a los poseídos por espíritus malignos, y está siempre atento a los males y dolencias de los demás. Nos muestra a Jesús que difunde vida y restaura lo que está enfermo. Con su compasión y misericordia, atrae hacia Él la miseria de la humanidad: poseídos, enfermos, paralíticos, ciegos, sordos, marginados, personas que les falta vida. Y Jesús los acoge, los restaura, humaniza, libera y devuelve la alegría y la vida a todos. Su tiempo se llena de misericordia, de atención y de cercanía a quien más lo necesita. ¿Nosotros podemos dedicar espacio y atención a los demás?
La intensa actividad de Jesús tiene un soporte: su relación íntima con su Padre Dios. Por más ocupado que esté, por más urgente que sea la predicación y la atención a los necesitados, por más fuertes que sean las controversias, siempre habrá un momento para darle el primer lugar a su oración y su relación con su Padre Dios. Por eso lo encontramos de madrugada, en la oscuridad, apartado, haciendo oración y disfrutando del amor del Padre. Soledad y oración sostienen el ministerio de Jesús. Diálogo íntimo, confidencias amorosas constituyen parte esencial de su tarea. ¿En mi día ordinario hay un momento para Dios?
La misión de Jesús es predicar, dar testimonio, anunciar el Evangelio, es decir llevar Buena Nueva. Y anunciarlo a todas las gentes, a todas las naciones, pero sobre todo a los más pobres y necesitados. Su palabra no se puede reducir al pueblo de Israel, rompe las fronteras para construir con todos los hombres la gran familia de Dios. Para San Marcos la palabra de Jesús tiene una vital importancia y su anuncio es imprescindible. Así lo escuchábamos también de San Pablo que dice a los Corintios: “¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio”. Es lo que ha aprendido del Maestro y es lo esencial de todo cristiano.
Cristo llena de plenitud y vida cada momento del día. Quizás algunos de nosotros nos parezcamos más a Job que siente lo pesado y el sinsentido del trabajo cotidiano, renegamos de nuestras tareas, las vamos sobrellevando y no vivimos a plenitud, ni damos vida. Al contemplar el tiempo de Jesús tan lleno de sentido, también nosotros debemos reflexionar sobre nuestras actividades, su importancia y su valoración. ¿Qué tiempo y qué lugar les damos a la familia, al trabajo, a la oración, a los amigos, al anuncio del Reino?
Señor, que nos otorgas el don valioso de la vida y del tiempo, concédenos valorar cada una de nuestras acciones para que, a semejanza de las de Jesús, vayan encaminadas a mostrar tu amor y a construir tu Reino. Amén.
El santo padre Francisco rezó el domingo, 08 de febrero de 2015, desde la ventana de su estudio que da a la plaza de San Pedro, la oración del ángelus, delante de miles de fieles y peregrinos. A continuación las palabras que el Papa dijo antes y después de la oración mariana. (Zenit.org)
«Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
El evangelio de hoy nos presenta a Jesús que, después de haber predicado el sábado en la sinagoga, cura a tantos enfermos. Predicar y sanar: esta es la actividad principal de Jesús en su vida pública. Con la predicación él anuncia el Reino de Dios y con las curaciones demuestra que el mismo está cerca, está en medio de nosotros.
Cuando entra en la casa de Simón Pedro, Jesús ve que su suegra está en cama con fiebre; en seguida la toma por la mano, la cura y la hace levantar.
Después del ocaso, cuando ha terminado el sábado, la gente puede salir y llevarle a los enfermos, cura a una multitud de personas afligidas por enfermedades de todo tipo: físicas, psíquicas y espirituales. Jesús que vino en la tierra para anunciar y realizar la salvación de todo el hombre y de todos los hombres, él demuestra una particular predilección por aquellos que están heridos en el cuerpo y en el espíritu: los pobres, los pecadores, los endemoniados, los enfermos, los marginados. Él así se revela médico, sea de las almas que de los cuerpos, buen samaritano del hombre, es el verdadero salvador. Jesús salva; Jesús cura; Jesús sana.
Esta realidad, la curación de los enfermos por parte de Cristo nos invita a reflexionar sobre el sentido y el valor de la enfermedad. Sobre este tema nos invita también la Jornada Mundial del Enfermo, que celebraremos el próximo miércoles 11 de febrero, memoria litúrgica de la bienaventurada Virgen María de Lourdes.
Bendigo a las iniciativas preparadas para esta jornada, en particular la vigilia que se realizará en Roma durante la noche del 10 de febrero.
Aquí me detengo para recordar al presidente del Pontificio Consejo (de los Operadores Sanitarios, para los enfermos, para la salud, Mons. Zimowski, que se encuentra muy enfermo en Polonia. Una oración por él, por su salud, porque ha sido él quien ha preparado esta Jornada, y nos acompaña desde su sufrimiento en esta Jornada. Una oración por Mons. Zimowski.
La obra salvadora de Cristo, no se agota con su persona durante su vida terrena; ésta prosigue mediante la Iglesia, sacramento del amor y de la ternura de Dios hacia los hombres.
Al enviar en misión a sus discípulos, Jesús les confiere una doble misión: anunciar el Evangelio de la salvación y sanar a los enfermos. Fiel a esta enseñanza, la Iglesia siempre ha considerado la asistencia a los enfermos como parte integrante de su misión.
“Los pobres y los que sufren, los tendrán siempre”, advierte Jesús. Y la Iglesia continuamente les encuentra en la calle, considerando a las personas enfermas como una vía privilegiada para encontrar a Cristo, para acogerlo y servirlo.
Curar a un enfermo, acogerlo y servirlo es servir a Cristo, el enfermo es la carne de Cristo.
Esto sucede en nuestro tiempo, cuando a pesar de las diversas adquisiciones de la ciencia, el sufrimiento interior y físico de las personas despierta fuertes interrogantes sobre el sentido de la enfermedad y del dolor, y sobre el porqué de la muerte.
Son preguntas existenciales a las cuales la acción pastoral de la Iglesia debe responder a la luz de la fe, teniendo delante de los ojos al Crucifico, en el cual aparece todo el misterio de salvación de Dios padre, que por amor de los hombres no escatimó a su propio Hijo.
Por lo tanto cada uno de nosotros está llamado a llevar la luz del evangelio y la fuerza de la gracia a quienes sufren y a todos aquellos que los asisten, familiares, médicos, enfermeros, para que el servicio al enfermo sea realizado cada vez con más humanidad, con dedicación generosa, con amor evangélico, y con ternura.
La Iglesia Madre, a través de nuestras manos acaricias nuestros sufrimientos y cura nuestras heridas, y lo hace con ternura de madre.
Recemos a María, Salud de los Enfermos, para que cada persona en la enfermedad pueda experimentar, gracias a la solicitud de quien está a su lado, la potencia del amor de Dios y el confort de su ternura materna».
A continuación el Pontífice rezó el ángelus. Y después dirigió las siguientes palabras:
«Queridos hermanos y hermanas, hoy memoria litúrgica de santa Giuseppina Bakhita -la monja de Sudán que desde que era niña tuvo la dramática experiencia de ser víctima de la trata-, la Unión de los superiores y superioras de los institutos religiosos han promovido la Jornada de oración y de reflexión contra la trata de las personas.
Animo a proseguir, a todos los que están empeñados a ayudar a los hombres, mujeres y niños esclavizados, abusadosomo instrumento de trabajo o de placer, y frecuentemente torturados y mutilados.
“Deseo que todos aquellos que tienen responsabilidad de gobierno a que se ocupen con decisión para eliminar las causas de esta vergonzosa herida. Es verdad, es una herida indigna de una sociedad civilizada.
E invitó a “cada uno de nosotros a sentirse empeñado para ser voz de estos nuestros hermanos y hermanas, humillados en su dignidad. Recemos todos juntos a la Virgen, por ellos y por sus familiares”. (Ave María...)
Saludo a todos los peregrinos presentes, a las familias y grupos parroquales, a las asociacione. En aprticular a los fieles de Caravaca de la Cruz (España), de Anagni, Marcon, Quartirolo y Corato; y a los coros de la arquidiócesis de Modena-Nonantola, y a los jóvenes de Buccinasco.
A todos les desdeo un buen domingo. Y por favor no se olviden de rezar por mí. Y 'buon pranzo' y 'arrivederci'».
Catholic Calendar and Daily Meditation
Sunday, February 8, 2015
Fifth Sunday in Ordinary Time
Scripture for Sunday's Liturgy of the Word:
http://new.usccb.org/bible/readings/020815.cfm
Job 7:1-4, 6-7
Psalm 147:1-2, 3-4, 5-6
1 Corinthians 9:16-19, 22-23
Mark 1:29-39
A reflection on today's Sacred Scriptures:
The Book of Job is one of the most popular stories in all of world literature. It deals with the mystery of human suffering. Why does God allow suffering?
The whole book contains 42 chapters. Today's first reading gives us only three verses from Chapter 7 -- a passage in which Job, in the midst of intense, undeserved suffering, speaks as any modern person might speak when in near-despair.
To really understand why this work has satisfied the questions of millions of readers through the centuries, I strongly urge you to take up your Bible and read at least chapters one and two for background. In chapter four and following, the "preaching" of his three friends—Eliphaz, Bildad, and Zophar, as well as the young Elihu-can be tedious (they are trying to convince Job that he must have sinned terribly in his past).
But when God eventually comes on the scene in chapter 38, He says, "Who is this obscuring My designs with his empty-headed words?... Brace yourself like a fighter. Now it is My turn to ask questions! Where were you when I laid the earth's foundations? Tell Me, since you are so well informed!" Then Job, thoroughly humbled, says to God, "My words have been frivolous: what can I reply? I had better lay my finger on my lips. I have spoken once… I will not speak again… I will add nothing!"
Job learns in this story that our sufferings are not the result of our sins. Rather, we suffer so that the works of God may be shown forth in us. Suffering is still a mystery, but our trust in God's goodness and obedient acceptance of God's designs will bring us joyful salvation in God's heaven.
The second reading from Corinthians gives us the example of St. Paul who endured daily trials because he felt the compulsion of love, urging him to preach the Gospel until his last breath. His mission involved great suffering.
In the Gospel, Jesus heals Peter's mother-in-law, enjoys her cooking, and then works far into the night healing all in the village who came in crowds. His love for the Father then sends Him into many more towns and villages. Such a mission must have involved great physical exhaustion for Jesus, as well as the deep suffering He experienced from rejection by the religious leaders.
How about the suffering we endure? So much of it seems unfair and unmerited.
Only deep love for Jesus, who suffered so unjustly for our salvation, can help us endure our Cross. The examples of Job, of St. Paul and of Jesus can help us so much.
Msgr. Paul Whitmore | email: pwhitmore29( )yahoo.com
(c)2010 Reprints permitted, except for profit. Credit required.
Las propuestas de la Iglesia en el encuentro de obispos de la frontera sur de México. 05 de febrero de 2015 (Zenit.org)
Ante el drama de la migración
Por Felipe Arizmendi Esquivel
VER
Es una vergüenza nacional el mal trato que reciben tantos migrantes centroamericanos que pasan por nuestro país, en su intento por llegar a los Estados Unidos. Nos duelen tantas vejaciones que reciben, pues los extorsionan, los engañan, los secuestran, los obligan a trabajar para el tráfico de droga, los asesinan y les hacen casi imposible lograr su sueño. Nos preocupa en particular la trata de mujeres, pues las violan, las embarazan, las utilizan para negocios sucios y hasta para el crimen. Se les ha impedido usar el tren llamado “La Bestia”, pero ellos no se detienen y buscan caminos de extravío, donde se exponen a caer en redes de la delincuencia organizada y a ser más explotados por los llamados “coyotes o polleros”.
Chiapas tiene necesidad de mano de obra centroamericana para el corte de caña y del café, para el cultivo del plátano y para la pesca en alta mar. Sin su trabajo, se dañaría la economía local. Son necesarios. Afortunadamente, se han dado pasos para que tengan tarjetas temporales de empleo digno, con acceso a servicios de salud y a otras prestaciones, pero esto todavía se podría ampliar más. De igual modo, se les han concedido más pases locales, pero sólo para que estén en Chiapas, Campeche, Tabasco y Quintana Roo. A ellos les interesaría poder viajar por todo el país sin necesidad de visa, como lo hacen entre los países de Centro América, que tienen libre tránsito entre ellos.
Para dialogar sobre este fenómeno migratorio, nos reunimos en Tapachula obispos del Sur de México. Nuestro intento era que participaran también obispos de Guatemala, Honduras y El Salvador, pero fallaron las comunicaciones oportunas. Esperamos que en otra ocasión se pueda lograr. Intercambiamos informaciones, compartimos lo que se hace en las más de 70 casas que hay en todo el país para ofrecer a los migrantes alimento, hospedaje, salud, descanso, paz y apoyo jurídico, e hicimos algunas propuestas.
PENSAR
El Papa Francisco dijo: “La Iglesia abre sus brazos para acoger a todos los pueblos, sin discriminaciones y sin límites, y para anunciar a todos que Dios es amor. Desde el principio, la Iglesia es madre con el corazón abierto al mundo entero sin fronteras. Misión de la Iglesia es amar a Jesucristo, adorarlo y amarlo, especialmente en los más pobres y desamparados; entre éstos, están ciertamente los emigrantes y los refugiados” (3-IX-2014).
ACTUAR
En nuestro encuentro de obispos de la frontera sur, nos propusimos:
Sensibilizar a las comunidades creyentes para que sean solidarias con los migrantes, los aprecien como hermanos y no los califiquen a todos como delincuentes.
Reconocer como causas fundamentales de la migración la pobreza, la falta de trabajo y la violencia.
Alentar alternativas de trabajo en los propios países, sobre todo en el campo, para que los pobres no se sientan obligados a emigrar.
Insistir al gobierno de Estados Unidos que, en vez de gastar tantos millones de dólares en contener la migración, use esos recursos en apoyar la generación de empleos y de desarrollo digno en los países expulsores de migrantes.
Que el gobierno de nuestro país no atienda el fenómeno migratorio como asunto de seguridad nacional, sino como problema humano de integración, para que los discursos de fraternidad con esos países correspondan a la realidad.
Seguir proponiendo formas legales para que los migrantes centroamericanos puedan pasar con más seguridad entre nosotros; que se amplíen las cuotas para trabajadores temporales y los permisos de estancia legal en nuestro país.
Elaborar catequesis bíblicas y pastorales, para educar a nuestros grupos católicos en la solidaridad con los migrantes.
Seguir formando personal más capacitado para atenderlos en las Casas que ya tenemos para ellos.
Que su atención no se reduzca a esas Casas, sino que se involucre a toda la comunidad diocesana en esta pastoral de solidaridad fraterna.
Ver la posibilidad de elaborar un Carta Pastoral sobre Migración en forma conjunta con los obispos de Centro América, para fortalecer esta pastoral migratoria entre nuestros países.
Reflexion a las lecturas del domingo quinto del Tiempo Ordinario - B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Perez Piñero bajo el epigrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 5º del T. Ordinario B
¡Qué bien nos presenta S. Marcos la figura de Jesucristo! Cuánto nos enseña a nosotros, hombres y mujeres de esta época de la Nueva Evangelización, en la que tenemos que presentar a Jesucristo con “nuevo ardor, nuevos métodos, nueva expresión”; cuando tantos se van de la Casa del Señor, de la Iglesia, cuando tantos se alejan de Él, S. Marcos nos dice hoy que Pedro y sus compañeros, al encontrarle orando, le dicen: “Todo el mundo te busca”. ¿A qué se debe esta enorme diferencia?
Aquella gente había llegado a una doble conclusión: la primera es que tienen necesidad de muchas cosas, son pobres y enfermos muchos de ellos; la segunda es que Jesucristo, y sólo Él, puede ayudarles; a Él no se le resiste ningún mal. Por eso le buscan, le escuchan, le siguen. “Al anochecer, cuando se puso el sol, dice el Evangelio de hoy, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta”. Es la dura realidad del sufrimiento humano que nos presenta el Libro de Job en la primera lectura, y nos recuerda hoy la Campaña Contra el Hambre en el Mundo. Sin embargo, al hombre de nuestro tiempo se le hace muy difícil comprender la relación que existe entre la práctica religiosa y el progreso y el bienestar del hombre y de la sociedad, más aún, de toda la humanidad, y piensa que es capaz, por sí mismo, de edificar la ciudad terrena, de organizar sólo con sus medios y sus fuerzas, la vida de la sociedad en sus diversas dimensiones. Los falsos postulados del marxismo no desaparecieron del todo con la caída del Muro, porque, como escribía el Cardenal Ratzinger, aquello no fue el resultado de “una conversión”, sino “la constatación de un fracaso”.
Por aquel camino, se llega a pensar que Dios no hace falta; más todavía, que estorba; que no vale para resolver los problemas, a veces angustiosos, que afligen a la humanidad. Incluso, que la religión distrae a la gente de lo real, que es la lucha por su progreso y su bienestar y, además, nos agobia y hasta nos paraliza con sus pretensiones éticas y con su reproche moral. Por todo ello, uno de los objetivos fundamentales de la Nueva Evangelización consiste en ayudar a descubrir al hombre de nuestro tiempo, más allá de toda duda, su “radical necesidad de Dios”. Cuando el Vaticano II nos habla de los desequilibrios del mundo moderno, nos enseña que éstos hunden sus raíces en otro desequilibrio más profundo, que está situado en el corazón del hombre (G. Spes, 10); y nos advierte que “el porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar” (G. et Spes, 31). Y por aquí se comienza a comprender la necesidad de Dios. Ya el Libro de los Salmos nos advierte: “Los que se alejan de ti se pierden”(73,27). Y cuántas realidades humanas se van perdiendo en nuestros días, en que al hombre se le ocurrido alejarse de Dios. Más todavía, ¿no es la sociedad, la humanidad misma, la que está, tantas veces, en peligro de perderse? El mismo Libro de los Salmos nos advierte también que si “el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas” (127,1); que tantas cosas que nos preocupan e, incluso, nos agobian, Dios las “da a sus amigos mientras duermen” (127,2).
Que Dios vuelva a ocupar su puesto en el mundo y en la Historia fue el gran empeño del Papa Benedicto XVI. Por eso, el slogan de su último viaje a Alemania era: “Donde está Dios, allí hay futuro”.
En resumen, se trata estudiar y decidir, con sumo cuidado, cómo debe construirse el presente y el futuro del hombre y de la sociedad. “no vaya a ser que se repita el error de quién, queriendo construir un mundo sin Dios, sólo ha construido una sociedad contra el hombre" (Juan Pablo II. Mensaje Obispos de Europa).
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 5º DEL TIEMPO ORDINARIO B.
(CAMPAÑA CONTRA EL HAMBRE)
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
El lamento angustiado de Job, abatido por el sufrimiento, nos recuerda hoy el de tantos seres humanos torturados por el hambre y la miseria.
Escuchemos con atención y con fe.
SALMO
El salmo que ahora proclamamos, es un canto de alabanza al Señor, que no quiere el dolor ni el sufrimiento. El lucha con nosotros y a través de nosotros, contra el mal y nos sostiene en nuestras tristezas.
SEGUNDA LECTURA
La imagen de S. Pablo que nos ofrece la segunda lectura, puede representarnos hoy a tantos y tantos cristianos que trabajan y luchan por ayudar a los demás anunciándoles el Evangelio de la liberación integral de la persona.
Escuchemos.
TERCERA LECTURA
El Evangelio nos presenta a Jesucristo curando toda enfermedad y dolencia del pueblo y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Todo el mundo le busca.
COMUNIÓN
La Comunión nos une íntimamente a Jesucristo, a sus sentimientos y deseos de un mundo más humano y fraterno; y al mismo tiempo, nos ofrece la ayuda y la fortaleza que necesitamos, para que hagamos todo lo posible por conseguirlo.
Informacion recibida de Carlos Peinó Agrelo, peregrino. Cursillista. ex-Notario Adjunto Tribunal Eclesiástico (Archidiócesis de Madrid, España) Causa de Canonización de Manuel Aparici. Colaborador en la redacción de la Positio super virtutibus, ex-Vice Postulador de su Causa, etc.
MANUEL APARICI, «Capitán de Peregrinos»
CAUSA DE CANONIZACIÓN DEL CURSILLISTA
Manuel Aparici, Capitán de Peregrinos, Presidente Nacional de los Jóvenes de Acción Católica y, una vez ordenado sacerdote, Consiliario Nacional de los mismos, «una gloria y corona de la Diócesisde Madrid, singular y deslumbrante» [1], es una de las figuras más importantes de la Iglesia española en el siglo XX, «Coloso de Cristo, de la Iglesia y del Papa» como lo calificó el Cardenal Herrera Oria [2], humilde converso, apóstol infatigable y apóstol con vocación de crucificado, que él mismo pidió al Señor y éste le concedió; él, con su tesón, hizo revivir, y de qué modo, el Camino de Santiago; él anticipándose en muchísimas cosas al Concilio Vaticano II, dio el matiz peregrinante a esa Juventud; él fue el artífice y el alma de la magna peregrinación mundial juvenil a Santiago de Compostela el 28 de Agosto de 1948; él fue el creador en 1940 de los Cursillos de Adelantados, Jefes y Guías de Peregrinos para dar base espiritual honda a los jóvenes «adelantados» camino de Santiago [3], y después antecedente de los Cursillos de Cristiandad, los cuales recogen entre otros muchos elementos el espíritu peregrinante de Manuel Aparici; él ...
«La Iglesiaespañola -dice José Díaz Rincón- está en deuda con este santo apóstol, educador y generoso sin límites» [4] Y un año después aproximadamente escribe: «Hemos tenido la suerte, la gracia y el favor de tratar y de ser pastoreados por un santo excepcional, por su profunda espiritualidad, por su generosa entrega, por su cercanía de Dios, su competencia, su espíritu apostólico e incomparable Caridad y ternura» [5].
«A pesar de ser un hombre de su tiempo, su actualidad parala Iglesia no ha decrecido en esta difícil coyuntura [...]», afirman los Peritos Teólogos en su Informe. Y añaden: «Sí, Aparici, siendo hombre de su tiempo, es, a la vez, actual por la urgencia con que nuestra sociedad necesita de esa “Vanguardia de Cristiandad” que en aquellos años de guerra y postguerra él alentó».
«Sus ideales peregrinantes, de santidad y apostolado, del papel del seglar en la Iglesia, etc. son tan actuales hoy como lo fueron en su época», asegura, por su parte, InfoMadrid. Servicio Agencia Noticias Arzobispado de Madrid, Delegación de Medios de Comunicación Social. Oficina de Información en su número del 19 de marzo de 2002.
«Habrá que despertar –escribe José Luis López Mosteiro, testigo– en los de “ahora” el conocimiento de MANOLO como guía de santidad y habrá que entusiasmar a los mayores [...].obra y la fecunda experiencia de toda aquella época para el bien de la Iglesia» [6].
«En estos momentos de la Iglesia–decía Mons. Francisco Javier Martínez Fernández, siendo Obispo Auxiliar de Madrid, a la Asociaciónde Peregrinos de la Iglesiaen el acto de apertura de la Causade Canonización del Siervo de Dios– [7] son muy necesarios los testimonios de una vida seglar cristiana, que muestre la belleza de la fe en medio de la realidad cotidiana de los hombres. «Tenéis –dijo a los miembros de la Asociación de Peregrinos de la Iglesia en el acto de apertura de su Causa de Canonización– el deber de difundir su figura, su obra y la fecunda experiencia de toda aquella época para el bien de la Iglesia» [8].
Por su parte, estiman los testigos enla Causade Canonización que debe ponerse sobre el candelero una vida ejemplar digna de imitación y rica en enseñanzas. La vida de este gran varón cristiano y apostólico, heraldo de Cristo, bien merece la pena ser conocida y venerada por las nuevas generaciones, ya que sigue siendo una referencia sin ambigüedad, faro y modelo singular del apostolado seglar más genuino y ortodoxo, así como del sacerdocio más exigente.
Todos ellos se pronunciaron favorablemente a la introducción de la Causa. Estiman seriamente que su canonización será provechosa para la Iglesia: ejemplo para la juventud y para los sacerdotes y piden al Señor quiera llevarla adelante.
Los restos mortales del «Capitán», gran propagandista [9] y hombre de un gran entusiasmo, vitalidad y caridad sin límites, que fue decisivo en la vida de muchos jóvenes, descansan YA ENLA Basílica dela Concepción de Madrid a donde fueron traslados desdela Capilla de la sede dela Asociación de Peregrinos dela Iglesia, parte actora dela Causa de Canonización junto conla Archidiócesis de Madrid (España).
«Manuel Aparici (1902-1964) –escribe la Delegaciónpara la Religiosidad Popularde la Diócesisde Zamora, España, cuyo Delegado declara su interés en Aparici [10]– es uno de esos gigantes de la Iglesia española en los difíciles años de la primera mitad del siglo XX. Él pone en marcha e impulsa las Juventudes de Acción Católica, primero como presidente seglar (1934-1941), luego como sacerdote y consiliario nacional (1950-1959) hasta que su larga y penosa enfermedad se lo impida. De su fecundidad quedan muchas huellas (la revista ECCLESIA, los Cursillos de Cristiandad…), pero seguramente su “obra magna” fuera aquella peregrinación de jóvenes a Santiago del año 1948. Sus dos grandes consignas, la santidad (“pedir a los jóvenes santidad y hasta santidad heroica”) y el ideal peregrinante, se combinan en esta gran concentración: “Cien mil jóvenes santos a Santiago” será el lema. Sólo los chicos fueron 70.000, venidos de toda España, Hispanoamérica, Europa…; las chicas llegaron unos días más tarde. Con ellos, multitud de obispos y sacerdotes. Es el relanzamiento de las peregrinaciones jacobeas, y un antecedente ilustre de la visita de Juan Pablo II a Santiago e incluso de las JMJ.
»¿Tienen actualidad los ideales de Aparici? Basta asomarse al Camino para sospechar que sí».
Por su E-Mail de fecha 20 de Junio de 2011 me decía el Delegado: «La base ideológica de Aparici me parece ideal para el trabajo que desarrollamos en esta Delegación, que tienen grandes paralelismos con sus orientaciones. […]. Igualmente se le debiera reconocer su labor en la recuperación de las peregrinaciones jacobeas».
«[…] Con su muerte, el 28 de Agosto de 1964 tras nueve años de inmisericorde dolencia que lo tuvo recluido, inmóvil entre acerbos dolores, pero con fe acrecida y con su sonrisa característica en su relación con el prójimo, con su muerte, decimos, pareció olvidarse la Españaperegrinante y Vanguardia de Cristiandad por él impulsada. Pero veinticinco años después, el 19 de Agosto de 1989 [con ocasión de la IV JornadaMundial de la Juventud; peregrinación convocada y presidida por Juan Pablo II para impetrar y recibir de cara al “Tercer Milenio empuje apostólico para la recristianización de Europa y de sus respectivos países], una nueva y populosa peregrinación de jóvenes a Santiago de Compostela, de jóvenes de todo el mundo, por cientos de miles, multiplicando las decenas de miles de la de 1948, hasta entonces la mayor peregrinación llegada a Santiago, tan sobrepasada luego por la de 1989. Sobrepasada y presidida por el mismo Vicario de Cristo … Juan Pablo II. ¡Qué respuesta a la sed de Manuel Aparici …!» [11].
Precisamente en dicho mes se cumplían los veinticinco años de la muerte de Manuel Aparici y de la magna Peregrinación a Santiago en 1948, alma de la misma. Aunque tal vez no lo fuese, no pudo haber mejor acto conmemorativo de aniversario del “Adelantado y Capitán de Peregrinos”.
«Cierto es que también existe y crece otra juventud, por ventura y gracia de Dios. El Cardenal Rouco, Arzobispo de Madrid, acaba de explicar bellamente, en una Tercera de ABC (diario español de tirada nacional), que una riada juvenil nació en aquella Jornada con Juan Pablo II en Santiago de Compostela, hace ya cerca de veinte años; y nunca la olvidaremos quienes tuvimos la fortuna de vivirla. Resucitó entonces un hecho admirable: la gran peregrinación juvenil a la tumba del Apóstol que inventó un extraordinario líder de juventudes llamado Manolo Aparici […]» [12].
«[…] Con Juan Pablo II –dijo el señor Cardenal enla Homilíaenla Eucaristíade apertura dela XXVI JornadaMundial dela Juventud17 de Agosto de 2011, como podéis leer– se inicia un periodo histórico nuevo, ¡inédito! en la relación del Sucesor de Pedro con la juventud […].
»Sí, los jóvenes de las Jornadas Mundiales dela Juventudhan sido desde Santiago de Compostela y para siempre peregrinos dela Iglesia[…].
»En su llamada dirigida a vosotros, jóvenes del avanzado comienzo del Tercer Milenio, resuenan con nuevos y sugestivos acentos la misma solicitud paternal y el mismo amor que movió al Beato Juan Pablo II a instituir las Jornadas Mundiales dela Juventud[…].
»Juan Pablo II concebía las Jornadas Mundiales dela Juventudcomo un valiosísimo instrumento de la nueva evangelización. También, nuestro Santo Padre Benedicto XVI».
Manuel Aparici, con su palabra y ejemplo, como apóstol seglar y sacerdote, nos enseñó a hacer de nuestra vida una peregrinación: «Caminar por Cristo al Padre, a impulsos del Espíritu Santo, con la ayuda de María y llevando consigo a la hermanos». Veinte años después de que formulase esta definición, el Concilio Vaticano II, en todos sus documentos, proclama el carácter peregrinante dela Iglesia y la espiritualidad que de ella se deriva, y así lo proclama la liturgia.
«[...] Los cursillos nacen –afirma Jesús Valls, Presidente del Secretariado de Cursillos de Cristiandad de la Diócesisde Mallorca en el prólogo al libro de Guillermo Bibiloni–- para hacer un cristianismo fuerte y su fuerza les infunde un espíritu peregrino [...]»[13].
«[...] La vida es un peregrinaje –le dice Bonnín a Eduardo Suárez–, y esta imagen no ha perdido validez. La pena insisto, es que algunos crean que ya han llegado» [14].
Con motivo de la asistencia a la I UltreyaMundial, en Roma, el 28 de Mayo de 1966, Bonnín no puede olvidar las palabras que les dirigió Pablo VI. «Sus palabras –le dice a Eduardo Suárez–, no las puedo olvidar: “Cursillos de Cristiandad: es una palabra, acrisolada en la experiencia, acreditada en sus frutos, que hoy recorre con acta de ciudadanía los caminos del mundo. Y es ésta ya universal expresión el resorte mágico que en este día os convoca en Roma. ¿Para qué? Para actuar con ellos en vosotros el sentido peregrinante que da estilo a vuestro método [...]» [15].
Una vez más Manuel Aparici y su Ideal Peregrinante salen al encuentro de Bonnín y de los Cursillos de Cristiandad y esta vez por medio de S.S. Pablo VI: «para actuar con ellos en vosotros el sentido peregrinante que da estilo a vuestro método». Es decir, lo que da estilo a los Cursillos de Cristiandad, según el Santo Padre, es el sentido peregrinante; sentido peregrinante que Manuel Aparici infundió a sus amados jóvenes. Y Bonnín no puede olvidar estas palabras de Su Santidad.
Tenemos que seguir esperando y pidiendo al Señor por su pronta glorificación si esa es su Voluntad. Su voz, biografía y algunas publicaciones, tales como Manuel Aparici y los Cursillos de Cristiandad, etc. se encuentran en la página Web dela Asociaciónde Peregrinos dela Iglesia: www.peregrinosdelaiglesia.org.
Eduardo Bonnín pensó en él como líder a nivel nacional (España) y quizá a nivel mundial. Pero no pudo ser porque ya estaba muy enfermo, y, aún así, siguió impartiendo Cursillos de Cristiandad hasta que sus fuerzas se lo permitieron, prácticamente hasta su santa muerte. Recorrió toda España dando Cursillos.
«Ya sé –decía el Siervo de Dios en una de sus meditaciones para cursillistas de España y esto mismo se lo diría a los cursillistas de vuestra amada Diócesis y del mundo entero– que hay algunos que le amáis con pasión loca, que sabéis llorar junto a su cárcel del Sagrario y pedirle con los brazos en cruz su sed de almas. Ya sé que sois pocos, pero que al hacer de vuestra alma su Sagrario y de su Sagrario vuestra alma, sabéis qué con Él sois mayoría que arrolla, aplasta y salva. No cejéis en el empeño, amados cursillistas; vivamos juntos en Él, con Él y por Él, a la jineta, la gran aventura de hacer santa a toda la juventud de España: nos llamarán locos, mas ¡que importa!, si ya he dicho que su amor, de no ser divino, fuera loco. Vivamos en la luz de esos colores del iris que su paz infunde en muestras almas con los siete sagrados dones de su Espíritu; y Él, si quiere hacemos acueductos de Dios, irrigará el agua viva de su gracia, que en la ardiente presión de su sed santa lavará a la juventud de España» [16].
Recibe un cordial saludo DE COLORES hermano cursillista, peregrino de un eterno camino de santidad.
Carlos Peinó Agrelo
Peregrino. Cursillista. ex-Notario Adjunto Tribunal Eclesiástico (Archidiócesis de Madrid, España) Causa de Canonización de Manuel Aparici. Colaborador en la redacción de la Positio super virtutibus, ex-Vice Postulador de su Causa, etc.
P/S. El texto puede ser muy bien el texto breve de una conferencia donde se ofrezcan unas pinceladas sobre su figura.
[1] José Díaz Rincón, testigo (Su carta de fecha 14 de Diciembre de 2002).
[2] Mons. Mauro Rubio Repullés, testigo (C.P. pp. 462-482).
[3] Antonio García-Pablos y González-Quijano, testigo, que sucedió a Manuel Aparici enla Presidencia Nacional de los Jóvenes de Acción Católica, fue uno de los jóvenes que participó en el Cursillo de Adelantado de Peregrinos celebrado en 1940 enLa Coruña dirigido por Manuel Aparici ... Algo inolvidable (José Luis López Mosteiro, testigo. C.P. pp. 406-420).
[4] Su carta de fecha 13 de Julio de 2002.
[5] Su carta de fecha 10 de Diciembre de 2003.
[6] BORDÓN DE PEREGRINO, Boletín dela Asociación de Peregrinos dela Iglesia, Agosto 1994.
[7] Algunos Obispos fueron dirigidos suyos, otros lo tuvieron o lo tienen como modelo y muchos fueron amigos, algunos amigos muy entrañables.
[8] BORDÓN DE PEREGRINO, Boletín dela Asociación de Peregrinos dela Iglesia, Agosto 1994.
[9] Mons. Jacinto Argaya Goicoechea, siendo Obispo de San Sebastián.
[10] Religiosidadpopularzamora.blogspot.com/ y su E-Mail de fecha 20 de Junio de 2011.
[11] Manuel Vigil, testigo (Su escrito de fecha 15 de Julio de 1994).
[12] Carlos Robles Piquer en Alfa y Omega, Semanario Católico de Información, del 25 de Septiembre de 2008, p. 29, que editala Fundación San Agustín, Arzobispado de Madrid, España.
[13] «Historia de los Cursillos de Cristiandad. Mallorca, 1944-2001» (HCC), p. 12. Forma parte de la Colección: CURSILLOS DE CRISTIANDAD. Dirección: Jesús R. Valls. Fundación CURSILLOS DE CRISTIANDAD. Primera edición: Abril 2002.
11 «Eduardo Bonnín un aprendiz de cristiano», (EBAC) p. 100 y HCC p. 145. Forma parte dela Colección: CURSILLOS DE CRISTIANDAD. Dirección: Jesús R. Valls. Fundación CURSILLOS DE CRISTIANDAD. Segunda edición revisada: Marzo de 2002.
12. EBAC pp. 116 y 117.
13. A. Soto en PROA Núm. 189, de Abril de 1954, Órgano de los Cursillos de Cristiandad, Unión Diocesana de los Jóvenes de Acción Católica de Mallorca, Suplemento del Boletín oficial del Obispado, tomado de SIGNO, revista dela Juventudde Acción Católica de España creada por el Siervo de Dios en Junio de 1936.
Informaci´´on recibida de Carlos Peinó Agrelo, Peregrino. Cursillista. Ex-Notario Adjunto Tribunal Eclesiástico (Archidiócesis de Madrid, España) Causa de Canonización de Manuel Aparici. Colaborador en la redacción de la Positio super virtutibus, Ex-Vice Postulador de su Causa, etc.
MANUEL APARICI «Capitán de Peregrinos»
MURIÓ SANTAMENTE DANDO CURSILLOS
«Finalizado el Cursillo [de Toledo celebrado entre el 14 y 18 de Mayo de 1954, al que asistió Manuel Aparici] –escribe Bibiloni– Aparici escribió una carta al Obispo Hervás diciéndole: “Creo que el Señor nos ha deparado un instrumento magnífico. Sinceramente confieso que el cursillo de cristiandad perfecciona notablemente todos los anteriores. Me alegro extraordinariamente de haber vivido este cursillo, no sólo porque hay cosas que sólo viviéndolas pueden conocerse, sino porque así podré defenderlo de las censuras de que lo hacen objeto algunos que no fueron con el deseo de encontrar la verdad”. Palabras éstas últimas cargadas de significación [...]» [1].
El escrito revela la grandeza de alma de Manuel Aparici.
«[...] Mallorca –escribe en otro momento– no era el único foco de irradiación apostólica. También Ciudad Real, con el doctor Hervás destinado a aquella sede; Madrid, con el Consejo Superior de los Jóvenes de Acción Católica Española [su Consiliario Manuel Aparici] y la presencia de don Sebastián Gayá; Córdoba, con don Juan Capó allí radicado, contribuían a la difusión del nuevo método por los caminos del Viejo Continente» [2].
* Manuel Aparici «[...] Era un hombre muy abierto y simpático [...]» [3]. «[...] Era tal su prestigio y su talla humana y cristiana [...] que [...] cuando adoptó el sistema de «Cursillos de Cristiandad», nadie se opuso» [4]. «[...] Pude verle actuar con aquel fuego de alma que arrastraba» [5]. «[...] Le oí tantas veces recomendarme [...] los Cursillos de Cristiandad [...]» [6].
* «Sus “rollos” [...] eran de gran altura, aunque asequibles, y a todos impactaba el de Sacramentos [...]. De aquellos días guardo de memoria (el ejemplar se rompió hace muchos años) su dedicatoria del Libro de Preces o Guía del Peregrino: “No hay mayor alegría que ver la Gracia crecer en los hermanos, y la única tristeza es no ser santo” [...]» [7].
* «[...] Cuando explicaba el «Orden Sacerdotal» y «La Eucaristía» terminaba emocionado [...], palpábamos que le estallaba el corazón, porque las palabras le salían del alma, porque su convicción era profunda …; yo no puedo recordar aquellas expresiones del amor de Dios sin emocionarme constantemente» [8]. «[...]. Se quedó gravada profundamente en mi alma la fe y devoción tiernísima de don Manuel a Jesús Eucaristía. Se traslucía a ojos vista un alma santa» [9].
* «[...] En las noches de los Cursillos de Cristiandad delante del Santísimo, y en la capilla del Consejo Superior de los Jóvenes de Acción Católica era frecuente tener que entrar y darle en el hombro diciéndole: “don Manuel, deje de rezar que tenemos que empezar la reunión”. Yo lo vi muchas veces ensimismado ante el Sagrario [...]. En los Cursillos pasaba prácticamente toda la noche en oración [...]» [10].
* «[...] Fue Director de muchos [...] Cursillos[...], dedicándose intensamente, incluso durante su última enfermedad, mientras se lo permitieron sus fuerzas y en contra de las recomendaciones de los médicos.
»Durante este tiempo fui colaborador asiduo del Siervo de Dios en los Cursillos de Cristiandad, como Rector o Profesor de muchos; recorrimos toda España dando Cursillos [...]» [11].
* «[...] Cuando sufrió el infarto que lo postró, yo comenté con algunos amigos que bien pudo influir la presión emocional a la que estaba sometido constantemente en los Cursillos de Cristiandad, en los que muy frecuentemente se implicaba, convencido de que era el gran hallazgo apostólico [...]. Su habitación de enfermo (en su casa) seguía siendo considerada por todos como el centro de irradiación del espíritu de la Juventud de Acción Católica. Él no se lamentaba. Vivía una etapa distinta en su camino y la asumía con naturalidad, sin hacerse ilusiones sobre su restablecimiento [...]» [12].
* «Todo su cuerpo […] y toda su mente estaba dedicado a proyectar la imagen de Cristo en toda la juventud, para que todos tuviesen un corazón lleno de amor y entrega total como lo tenía él. Cuando lo veía postrado en la cama, enfermo, lleno de dolores, problemas de salud y pobreza, decía: “Para consumar el cáliz que había pedido beber y que el Señor le ofreció”» [13].
* «[...] Postrado [varios años] prácticamente, como estaba, dirigió diferentes Cursillos de Cristiandad, de dirigentes, de formación y apostolado, tanda de Ejercicios [...]. Estaba horas en oración, daba charlas, “rollos” o meditaciones sentado, recibía personalmente a la gente. No le vi ni una vez quejarse, ni perder el humor, la paciencia, exigir algo: comida, trato, dinero; esto le venía ancho siempre y a esas alturas se palpaba que le repugnaba literalmente» [14].
* «[...] Quemó su vida en los últimos años dando Cursillos de Cristiandad y promoviendo cuadros de dirigentes y militantes de la Juventud de Acción Católica [...]» [15].
* «Los que vivíamos en el entorno de don Manuel decíamos y comentábamos que realmente [...] era un santo, y esta fama era espontánea; y fueron testigos muchos jóvenes del resto de España a través de los Cursillos de Cristiandad» [16].
Un cordial saludo DE COLORES.
Carlos Peinó Agrelo
Peregrino. Cursillista. Ex-Notario Adjunto Tribunal Eclesiástico (Archidiócesis de Madrid, España) Causa de Canonización de Manuel Aparici. Colaborador en la redacción de la Positio super virtutibus, Ex-Vice Postulador de su Causa, etc.
[1] HCC p. 189.
[2] HCC p. 212.
[3] Salvador Sánchez Terán. Testigo (Copia Pública –C.P.- pp. 269-282)
[4] Cf. Rvdo. D. Antonio Garrigós Meseguer. Testigo (C.P. pp. 340-351).
[5] Julio Navarro Panadero. Testigo (C.P. p. 9850).
[6] R.P. Llanos, S.J. (C.P. p. 9855).
[7] J. Ramón García Lisbona. Testigo (C.P. pp. 9866-9868).
[8] José Díaz Rincón. Testigo (C.P. pp. 220-254).
[9] Rvdo. D. Jesús Rojo Cano. Testigo (C.P. p. 9854).
[10] Salvador Sánchez Terán. Testigo (C.P. pp. 269-282).
[11] Manuel Gómez del Río. Testigo (C.P.. pp. 377-392)
[12] Rvdo. D. Antonio Garrigós Messeguer. Testigo (C.P. 340-351).
[13] José María Maíz Bermejo. Testigo y médico cirujano que le operó (C.P. pp 82-94)
[14] José Díaz Rincón. Testigo (C.P. pp. 220-254).
[15] Salvador Sánchez Terán. Testigo (C.P. pp. 269-282).
[16] Miguel García de Madariaga . Testigo (C.P. pp. 183-200)
JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA
15 de febrero de 2015
MONICIÓN DE ENTRADA
Queridos hermanos:
Celebramos hoy la Jornada Mundial del Enfermo, bajo el lema “Salud y sabiduría del corazón. Otra mirada es posible con un corazón nuevo”. Con esta celebración, en España se da inicio a la campaña que concluirá con la celebración de la Pascua del Enfermo, el sexto domingo de Pascua.
El tema de este año remite a la recuperación de la mirada hacia la persona que sufre y la necesidad del compromiso de la fe viviendo las actitudes compasivas del corazón del Padre y del mismo Cristo con los enfermos.
También María fue esa mujer que guardaba todo en su corazón. Corazón maternal que sufrió por su Hijo, y vivió personalmente la pasión de Dios por todos los que sufrían. Que ella nos impulse a ver quién nos necesita y a comprometernos también nosotros en el mundo del sufrimiento, dando así testimonio de nuestra fe, con el corazón lleno de la sabiduría del Padre.
ENVÍO DE AGENTES DE PASTORAL DE LA SALUD
La misión de atender a los enfermos forma parte indispensable de la tarea encomendada por Jesús a su Iglesia, como cauce por el cual llega hasta ellos la Buena Noticia del Evangelio. Para llevar a cabo esta tarea, el Señor elige a miembros de su pueblo y los envía con esta misión a confortar, consolar y acompañar a quienes atraviesan por la circunstancia de la enfermedad propia o de un ser querido.
Vamos a proceder a continuación a la presentación y envío de los miembros de nuestra parroquia que se sienten llamados por Dios a desempeñar este valioso servicio.
(A continuación se nombra a los miembros del equipo de Pastoral de la Salud y se van colocando delante del altar)
Queridos hermanos: el vuestro es un servicio que nos corresponde realizar a todos los discípulos de Jesucristo, que hemos de descubrir la presencia del Señor en toda persona que sufre en su cuerpo o en su espíritu.
Sin embargo, vosotros, como miembros del equipo parroquial de Pastoral de la Salud, asumís este compromiso con una exigencia mayor. Vais a prestar una valiosa colaboración a la misión caritativa de la Iglesia y, en consecuencia, vais a trabajar en su nombre, abriendo a todos los hombres los caminos del amor cristiano y de la fraternidad universal.
Cuando realicéis vuestra tarea, procurad actuar siempre movidos por el Espíritu del Señor, es decir, por un verdadero amor de caridad sobrenatural. De este modo seréis reconocidos como auténticos discípulos de Cristo.
(El sacerdote, con las manos extendidas sobre ellos, pronuncia la siguiente oración de bendición)
Oremos:
Oh Dios, que derramas en nuestros corazones, por el Espíritu Santo, el don de la caridad, bendice + a estos hermanos nuestros, para que, practicando la caridad en la visita y atención de los enfermos, contribuyan a hacer presente a tu Iglesia en el mundo, como un sacramento de unidad y de salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Ahora, queridos hermanos, para mostrar vuestra disponibilidad a prestar este servicio en nuestra comunidad parroquial, os invito a recitar juntos esta oración que tenéis en vuestras manos, pidiendo la ayuda de Dios para llevar a cabo la misión que habéis recibido.
(Todos juntos recitan en voz alta la siguiente oración)
Señor, en mi vida me pregunto muchas veces
cómo actuarías Tú.
Te veo junto a los enfermos, cómo les ayudas
y cómo afrontas Tú el sufrimiento.
¡Cuánto me falta para parecerme a Ti!
Dame tu Espíritu, Señor.
Dame un corazón misericordioso como el tuyo.
Llénalo de esperanza cuando estoy enfermo
o cuando acompaño a quien lo está.
Ilumina mi mirada
para acercarme a los enfermos y sus familias
descubriendo sus necesidades,
pero también sus riquezas y recursos.
Y tú, María, que guardabas
todos los misterios de la vida en el corazón,
haz que yo guarde en el mío
las preciosas -y a veces dolorosas- experiencias
compartidas en medio del dolor,
y las transforme en vida.
(Terminada la oración, se retiran a su lugar y continúa la celebración con el Credo y la oración de los fieles)
ORACIÓN DE LOS FIELES
Elevemos nuestra oración a Dios, fuente de sabiduría, que revela sus misterios a los pobres y sencillos. Lo hacemos por mediación de María, salud de los enfermos, respondiendo:
R. Danos, Señor, la sabiduría del corazón.
Por la Iglesia: para que todas las personas puedan experimentar en ella la fuerza del corazón misericordioso del Padre. Oremos.
Por nuestro mundo, marcado por el sufrimiento en sus distintas formas, para que Tú, Padre, lo transformes y pongas en su corazón la sabiduría y el Amor de tu Hijo Jesús. Oremos.
Por nuestros hermanos enfermos: para que, experimentando el misterio de la cruz, sientan también la presencia cercana y maternal de la Virgen. Oremos.
Por las familias de los enfermos, los profesionales, los voluntarios y todos aquellos que les atienden y cuidan, tantas veces preciosos iconos de la caridad al lado del que sufre. Oremos.
Por todos los religiosos y religiosas consagrados al servicio de los enfermos y pobres: para que, como María en su visita a Isabel, sean imagen de la solicitud de Cristo por los hermanos que nos necesiten. Oremos.
Por nuestra comunidad cristiana: para que tenga siempre unos ojos atentos y un corazón sensible a las necesidades de quien sufre, y se convierta en encarnación de tu Corazón misericordioso. Oremos.
Escucha, Padre, nuestra oración y danos un corazón compasivo como el corazón de María, para que nos mostremos siempre atentos a las necesidades de nuestros hermanos que sufren. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Texto completo. En la audiencia general del miércoles, 04 de febrero de 2015, el Santo Padre prosigue con el ciclo de catequesis sobre la familia
Queridos hermanos y hermanas,
hoy quisiera desarrollar la segunda parte de la reflexión sobre la figura del padre en la familia. La semana pasada hablé del peligro de los padres “ausentes”, hoy quiero mirar más bien al aspecto positivo. También san José tuvo la tentación de dejar a María, cuando descubrió que estaba embarazada; pero intervino el ángel del Señor que le reveló el diseño de Dios y su misión de padre putativo; y José, hombre justo, “tomó consigo a su esposa” y se convirtió en el padre de la familia de Nazaret.
Toda familia necesita al padre. Hoy nos detenemos sobre el valor de este rol, y quisiera iniciar por algunas expresiones que se encuentran en el Libro de los Proverbios, palabras que un padre dirige al propio hijo y dice así: “Hijo mío, si tu corazón es sabio, también se alegrará mi corazón:
mis entrañas se regocijarán, cuando tus labios hablen con rectitud”. No se podría expresar mejor el orgullo y la conmoción de un padre que reconoce haber transmitido al hijo lo que cuenta de verdad en la vida, o sea, un corazón sabio. Este padre no dice: “Estoy orgulloso de ti porque eres igual a mí, porque repites las cosas que digo y que hago”. No, no dice eso. Le dice algo más importante, que podríamos interpretar así: “Estaré feliz cada vez que te vea actuar son sabiduría, y estaré conmovido cada vez que te escuche hablar con rectitud. Esto es lo que he querido dejarte, para que se convirtiera en una cosa tuya: la costumbre de escuchar y actuar, de hablar y juzgar con sabiduría y rectitud. Y para que tu pudieras ser así, te he enseñado cosas que no sabías, he corregido errores que no veías. Te he hecho sentir un afecto profundo y a la vez discreto, que quizá no has reconocido plenamente cuanto eras joven e incierto. Te ha dado un testimonio de rigor y de firmeza que quizá no entendías, cuando hubieras querido solamente complicidad y protección. Yo mismo he tenido que, en primer lugar, ponerme a prueba de la sabiduría del corazón, y vigilar en los excesos del sentimiento y del resentimiento, para llevar el peso de las inevitables comprensiones y encontrar las palabras justas para hacerme entender. Ahora, continúa el padre, cuando veo que tú tratas de ser así con tus hijos, y con todos, me conmuevo. Soy feliz de ser tu padre”. Y así, es lo que dice un padre sabio, un padre maduro.
Un padre sabe bien cuánto cuesta transmitir esta herencia: cuánta cercanía, cuánta dulzura y cuánta firmeza. Pero, ¡qué consolación y que recompensa se recibe, cuando los hijos rinden honor a esta herencia! Es una alegría que rescata cualquier fatiga, que supera cualquier incomprensión y sana cualquier herida.
La primera necesidad, por tanto, es precisamente esta: que el padre esté presente en la familia. Que esté cerca de la mujer, para compartir todo, alegría y dolores, fatigas y esperanzas. Y que esté cerca de los hijos en su crecimiento: cuando juegan y cuando se comprometen, cuando están preocupados y cuando están angustiados, cuando se expresan y cuando están callados, cuando osan y cuando tienen miedo, cuando dan un paso erróneo y cuando encuentran de nuevo el camino. Padre presente, siempre. Pero decir presente no es lo mismo que decir controlador. Porque los padres demasiados controladores anulan a los hijos, no les dejan crecer.
El Evangelio nos habla del ejemplo del Padre que está en los cielos --el único, dice Jesus, que pude ser llamado verdaderamente “Padre bueno”. Todos conocen esa extraordinaria parábola llamada del “hijo pródigo” o mejor “padre misericordioso” que se encuentra en el Evangelio de Lucas, en el capítulo quince. ¡Cuánta dignidad y cuánta ternura en la espera de ese padre que está en la puerta de casa esperando que el hijo vuelva! Los padres deben ser pacientes. Muchas veces no hay otra cosa que hacer que esperar. Rezar y esperar con paciencia, dulzura, generosidad y misericordia.
Un buen padre sabe esperar y sabe perdonar, desde lo profundo del corazón. Cierto, sabe también corregir con firmeza: no es un padre débil, sumiso, sentimentale. El padre que sabe corregir sin degradarse es el mismo que sabe proteger sin descanso. Una vez escuché en una reunión de un matrimonio decir a un padre, ‘yo algunas veces debo pegar un poco a los hijos, pero nunca en la cara, para no degradarlo’ ¡Que bonito! Tiene sentido de la dignidad. Debe castigar, lo hace justo y va adelante.
Si por tanto hay alguno que puede explicar hasta el fondo la oración de “Padre nuestro”, enseñada por Jesús, estos son precisamente quienes viven en primera persona la paternidad. Sin la gracia que viene del Padre que está en los cielos, los padres pierden valentía y abandonan el campo. Pero los hijos necesitan encontrar un padre que les espera cuando vuelven de sus fracasos. Harán de todo para no admitirlo, para no mostrarlo, pero lo necesitan: y el no encontrarlo abre en ellos heridas difíciles de sanar.
La Iglesia, nuestra madre, está comprometida con apoyar con todas sus fuerzas la presencia buena y generosa de los padres en las familias, porque ellos son para las nuevas generaciones cuidadores y mediadores insustituibles de la fe en la bondad, en la fe y en la justicia y en la protección de Dios, como san José.
Texto traducido y transcrito por ZENIT
Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)
Domingo 5 del Tiempo Ordinario Ciclo B
Textos: Job 7, 1-4.6-7; 1 Co 9, 16-19.22-23; Mc 1, 29-39
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Idea principal: Un día en la vida de Jesús de Nazaret profeta, misionero y apóstol.
Síntesis del mensaje: Cristo delante de todas las miserias materiales y espirituales del hombre se compadece, se acerca y trata de solucionarlas, si así es la voluntad de su Padre. En vez de deprimirse por tanto dolor y lágrima, Él se refugia en la oración, de donde saca la fuerza para salir al paso de todo sufrimiento humano (1ª lectura y evangelio) y darle sentido con su predicación (2ª lectura).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, de mañana rezaba. Hombre de oración. Prioridad en su vida: Dios su Padre. ¿Qué hacía en la oración? ¿Por qué y para qué rezaba? ¿A quién rezaba? ¿Cómo rezaba? Su intimidad con Dios, su amante identificación con su Padre es la fuente de la compasión y compromiso con los demás. Por ser una persona contemplativa también es una persona compasiva y misionera. En la oración Jesús abría su corazón a su Padre, le contaba los avances del Reino, le pedía fuerza y ternura para después derramarla por doquier. Allí en la oración solazaba su corazón herido por las ingratitudes de tantos hombres, cerrados a su Palabra y obstinados en el mal. A veces su oración era delicia, otras amargura, también desolación; pero siempre terminaba en luz y fuerza para el cumplimiento de su misión redentora.
En segundo lugar, después descansaba y crecía en sus lazos humanos y afectivos en la casa de Pedro, que también era la casa de Jesús. Hombre muy humano. Antes de salir a la predicación, comía y alimentaba sus afectos en casa de sus amigos íntimos. Con qué cariño y ternura trataría a la suegra de Pedro, que en ese día estaba enferma con fiebre. Cómo abriría su corazón a sus amigos, como lo hacía en la casa de Betania. Ahí reponía sus fuerzas físicas y psicológicas, pues era hombre al fin. Qué lejos está de Jesús ese comportamiento huraño, antisocial, avinagrado, escurridizo. Jesús era rico en afectos humanos, pero al mismo tiempo se sentía libre en su corazón y a su alrededor, y no atado a criaturas que tanto paz nos quitan, cuando a ellas nos apegamos.
Finalmente, en la tarde, predicaba en la sinagoga, curaba y expulsaba demonios, pues todos le buscaban. Hombre Dios, apóstol y médico. Jesús aparece como la respuesta de Dios a los males de este mundo, al dolor de estos corazones destrozados. Hoy cura a la suegra de Pedro y a otros varios enfermos, y libera de sus espíritus malignos a los posesos. ¡Cuánto tiempo emplea Jesús, a lo largo del evangelio, atendiendo a las personas que buscan, que sufren, que están desesperadas! Quiere una liberación integral y total, que incluye la curación de males físicos, psíquicos y espirituales. Es Maestro y Misionero, pero también Médico. Ahora bien, no acepta ser monopolizado por un grupo de personas, un pueblo, un área. Su misión es predicar el Reino más allá y en todas partes. “Sigamos a las villas vecinas para que pueda proclamar la Buena Nueva allá también”.
Para reflexionar: ¿Cuál de estos rasgos de la personalidad de Jesús me gustan más? ¿Mi vida se parece en algo a la de Jesús? ¿En qué? ¿Tengo compasión para acercarme al hermano que sufre y trato de curarlo? ¿O paso de largo, insensible e indiferente?
Para rezar: Señor, que sepa dar prioridad en mi vida a la oración, y de ahí, salga a remediar los males de mis hermanos. Que me haga cercano, próximo a mi hermano con afecto sincero, la ayuda desinteresada, una mano tendida, una cara acogedora, una palabra oportuna. Que me haga solidario de todos y que sepa acompañarlos en su via-crucis, sea cual sea.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo quinto de Tiempo Ordinario - B.
RETIRARSE A ORAR
En medio de su intensa actividad de profeta itinerante, Jesús cuidó siempre su comunicación con Dios en el silencio y la soledad. Los evangelios han conservado el recuerdo de una costumbre suya que causó honda impresión: Jesús solía retirarse de noche a orar.
El episodio que narra Marcos nos ayuda a conocer lo que significaba la oración para Jesús. La víspera había sido una jornada dura. Jesús «había curado a muchos enfermos». El éxito había sido muy grande. Cafarnaúm estaba conmocionada: «La población entera se agolpaba» en torno a Jesús. Todo el mundo hablaba de él.
Esa misma noche, «de madrugada», entre las tres y las seis de la mañana, Jesús se levanta y, sin avisar a sus discípulos, se retira al descampado. «Allí se puso a orar». Necesita estar a solas con su Padre. No quiere dejarse aturdir por el éxito. Solo busca la voluntad del Padre: conocer bien el camino que ha de recorrer.
Sorprendidos por su ausencia, Simón y sus compañeros corren a buscarlo. No dudan en interrumpir su diálogo con Dios. Solo quieren retenerlo: «Todo el mundo te busca». Pero Jesús no se deja programar desde fuera. Solo piensa en el proyecto de su Padre. Nada ni nadie lo apartará de su camino.
No tiene ningún interés en quedarse a disfrutar de su éxito en Cafarnaúm. No cederá ante el entusiasmo popular. Hay aldeas que todavía no han escuchado la Buena Noticia de Dios: «Vamos... para predicar también allí».
Uno de los rasgos más positivos en el cristianismo contemporáneo es ver cómo se va despertando la necesidad de cuidar más la comunicación con Dios, el silencio y la meditación. Los cristianos más lúcidos y responsables quieren arrastrar a la Iglesia de hoy a vivir de manera más contemplativa.
Es urgente. Los cristianos, por lo general, ya no sabemos estar a solas con el Padre. Los teólogos, predicadores y catequistas hablamos mucho de Dios, pero hablamos poco con él. La costumbre de Jesús se olvidó hace mucho tiempo. En las parroquias se hacen muchas reuniones de trabajo, pero no sabemos retirarnos para descansar en la presencia de Dios y llenarnos de su paz.
Cada vez somos menos para hacer más cosas. Nuestro riesgo es caer en el activismo, el desgaste y el vacío interior. Sin embargo, nuestro problema no es tener muchos problemas, sino no tener la fuerza espiritual necesaria para enfrentarnos a ellos.
José Antonio Pagola
5 Tiempo Ordinario - B (Marcos 1,29-39)
8 de febrero 2015
Como cada domingo, el papa Francisco rezó, el domingo 01 de Febrero de 2015, la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro. Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo les dijo: (Zenit.org)
"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El pasaje evangélico de este domingo (cfr. Mc 1, 21-28) presenta a Jesús que, con su pequeña comunidad de discípulos, entra en Cafarnaún, la ciudad en la que vivía Pedro y que en aquellos tiempos era la más grande de Galilea. Y Él entra en aquella ciudad.
El evangelista Marcos relata que Jesús, siendo aquel día un sábado, fue inmediatamente a la sinagoga y se puso a enseñar (cfr. v. 21). Esto hace pensar en la primacía de la Palabra de Dios, Palabra que hay que escuchar, Palabra que hay que acoger, Palabra que hay que anunciar. Al llegar a Cafarnaún, Jesús no posterga el anuncio del Evangelio, no piensa primero en la disposición logística, ciertamente necesaria, de su pequeña comunidad, no se detiene en la organización. Su preocupación principal es la de comunicar la Palabra de Dios con la fuerza del Espíritu Santo. Y la gente en la sinagoga permanece asombrada, porque Jesús "les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas" (v. 22).
¿Qué significa "con autoridad"? Quiere decir que en las palabras humanas de Jesús se sentía toda la fuerza de la Palabra de Dios, se sentía la misma autoridad de Dios, inspirador de las Sagradas Escrituras. Y una de las características de la Palabra de Dios es que realiza lo que dice. Porque la Palabra de Dios corresponde a su voluntad. En cambio, nosotros con frecuencia pronunciamos palabras vacías, sin raíz, o palabras superfluas, palabras que no corresponden a la verdad. En cambio la Palabra de Dios corresponde a la verdad, está unida a su voluntad y hace lo que dice. En efecto, Jesús, después de haber predicado, demuestra inmediatamente su autoridad liberando a un hombre, presente en la sinagoga, que estaba poseído por el demonio (cfr. Mc 1, 23-26).
Precisamente la autoridad divina de Cristo había suscitado la reacción de satanás, escondido en aquel hombre; Jesús, a su vez, reconoció inmediatamente la voz del maligno y "ordenó severamente: ¡Cállate y sal de este hombre!" (v. 25). Sólo con la fuerza de su palabra, Jesús libera a la persona del maligno. Y una vez más los presentes permanecen asombrados: "Pero este hombre, ¿de dónde viene? Da órdenes a los espíritus impuros, ¡y estos le obedecen!" (v. 27). La Palabra de Dios provoca asombro en nosotros. Tiene esa fuerza: nos asombra, bien.
El Evangelio es palabra de vida: no oprime a las personas, al contrario, libera a cuantos son esclavos de tantos espíritus malvados de este mundo: tanto el espíritu de la vanidad, el apego al dinero, el orgullo, la sensualidad… El Evangelio cambia el corazón, El Evangelio cambia el corazón, cambia la vida, transforma las inclinaciones al mal en propósitos de bien. ¡El Evangelio es capaz de cambiar a las personas! Por tanto, es deber de los cristianos difundir por doquier su fuerza redentora, llegando a ser misioneros y heraldos de la Palabra de Dios.
Nos lo sugiere también el mismo pasaje de hoy que concluye con una apertura misionera y dice así: "Su fama --la fama de Jesús-- se extendió inmediatamentee por todas partes, en los alrededores de Galilea" (v. 28). La nueva doctrina que Jesús enseña con autoridad es la que la Iglesia lleva al mundo, junto con los signos eficaces de su presencia: la enseñanza competente y la acción liberadora del Hijo de Dios se transforman en las palabras de salvación y los gestos de amor de la Iglesia misionera.
¡Acordaos siempre que el Evangelio tiene la fuerza de cambiar la vida! No os olvidéis de esto. Él es la Buena Nueva, que nos transforma sólo cuando nos dejamos transformar por ella. Por eso os pido siempre que tengáis un contacto cotidiano con el Evangelio, que leáis cada día un fragmento, un pasaje, que lo meditéis y también que lo llevéis con vosotros a todas partes: en el bolsillo, en el bolso… Es decir, que os alimentéiss cada día de esta fuente inagotable de salvación. ¡No os olvidéis! Leed un pasaje del Evangelio cada día. Es la fuerza que nos cambia, que nos trasforma: cambia la vita, cambia el corazón.
Invoquemos la materna intercesión de la Virgen María, Aquella que ha acogido la Palabra y la ha generado para el mundo, para todos los hombres. Que Ella nos enseñe a ser oyentes asiduos y anunciadores competentes del Evangelio de Jesús".
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, el Pontífice anunció un nuevo viaje apostólico a Bosnia y Herzegovina:
"Queridos hermanos y hermanas,
deseo anunciar que el sábado 6 de junio, si Dios quiere, voy a ir a Sarajevo, capital de Bosnia y Herzegovina. Os pido que desde este momento recéis para que mi visita a esas queridas poblaciones sea un estímulo para los fieles católicos, suscite fermentos de bien y contribuya a la consolidación de la fraternidad y de la paz, del diálogo interreligioso, de la amistad".
A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Santo Padre:
"Saludo a los presentes, llegados para participar en el IV Congreso Mundial organizado por Scholas Occurrentes, que se llevará a cabo en el Vaticano del 2 al 5 de febrero, sobre el tema "Responsabilidad de todos en la educación para una cultura del encuentro".
Saludo a las familias, las parroquias, las asociaciones y a todos los que han venido de Italia y de muchas partes del mundo. En particular, a los peregrinos del Líbano y Egipto, los estudiantes de Zafra y Badajoz (España); los fieles de Sassari, Salerno, Verona, Módena, Scano Montiferro y Taranto".
El Obispo de Roma se refirió también a la Jornada por la Vida en Italia:
"Hoy se celebra en Italia la Jornada por la Vida, que tiene como tema "Solidarios para la vida". Dirijo mi aprecio a las asociaciones, a los movimientos y a todos aquellos que defienden la vida humana. Me uno a los obispos italianos para solicitar "un renovado reconocimiento de la persona humana y un cuidado más adecuado de la vida, desde el concebimiento hasta su fin natural" (Mensaje para la 37 Jornada nacional para la Vida).
Cuando nos abrimos a la vida y se sirve a la vida, se experimenta la fuerza revolucionaria del amor y de la ternura (cfr. Evangelii gaudium, 288), inaugurando un nuevo humanismo: el humanismo de la solidaridad, el humanismo de la vida.
Saludo al Cardenal Vicario, a los docentes universitarios de Roma y a cuantos están comprometidos en promover la cultura de la vida".
Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:
"Os deseo a todos un buen domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!"
(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)
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IV Domingo Ordinario por monseñor Enrique Díaz Díaz. SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 30 de enero de 2015 (Zenit.org)
Autoridad que da vida
Deuteronomio 18, 15-20: “Les daré un profeta y pondré mis palabras en su boca”
Salmo 94: “Señor, que no seamos sordos a tu voz”
I Corintios 7, 32-35: “Vivan constantemente en presencia del Señor”
San Marcos 1, 21-28: “No enseñaba como los escribas, sino como quien tiene autoridad”
Quedé sorprendido por la forma de elección de la autoridad en aquella comunidad. Yo esperaba que, después de discusiones y enfrentamientos entre diferentes facciones, escogieran a uno de los líderes que más hablaban o más respetados. Pero la comunidad, reunida en pleno, después de unos momentos de deliberación, impusieron el cargo a Manuel, un jovencito que tenía apenas tres años de casado e iniciaba su vida familiar. Pronto me di cuenta que la autoridad no la tenía una persona, sino la comunidad y que Manuel sólo se había convertido en el servidor, representante y organizador de las tareas. A él, que parecía tan callado, todos le obedecían pero él también escuchaba a todos en especial a los más ancianos. Su servicio sólo duraría dos años pero exigía una entrega total aunque también contaba con la colaboración y el apoyo de todos. “Cuando la autoridad es para servir, nadie pelea por ser el mayor. La autoridad no se convierte en opresión ni en privilegio sino en servicio”, me comenta Dionisio, uno de los ancianos más respetados.
¿Cómo iniciará Jesús el anuncio del Reino entre los suyos? Las primeras acciones que nos narra San Marcos tienen dos dimensiones muy concretas: enseñar con autoridad y liberar de toda opresión. El lugar elegido es Cafarnaúm, pequeña ciudad a orillas del lago de Galilea, cruce de culturas, punto fronterizo y cosmopolita, que llegará a ser especialmente entrañable al convertirse en el centro de sus operaciones. Enseña en la sinagoga, en el lugar ordinario de la proclamación de la palabra de la Ley de Israel. Allí su palabra resuena novedosa y llena de autoridad. ¿Por qué dicen las gentes que enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas? No porque mande mucho o haga ostentación de sabiduría y de poder, sino porque “tiene en su boca las palabras de su Padre” que dan vida y salvación. Su autoridad brota de su entrega, de su servicio y de su amor. Su palabra anuncia Buena Nueva y toca el corazón. Los escribas saben mucho, enseñan bien la ley, pero una ley que esclaviza y que al endemoniado lo deja atado a su impureza. Jesús libera y sana, y da una nueva interpretación de la ley al hacer una curación en sábado. Jesús nos enseña que tiene autoridad porque da vida.
Quizás nunca como ahora sentimos ese vacío de autoridad y con asombro descubrimos niveles de corrupción insólitos, porque se aprovecha el puesto para el propio beneficio y porque se asocia con el crimen y la violencia. Asistimos hoy a una grave crisis de credibilidad de la autoridad y su palabra, en la vida política, social, económica, familiar y hasta religiosa. Y como se pierde la autoridad por no ir respaldada con hechos, se quiere imponer con gritos, amenazas, castigos y fuerza. Así encontramos desde padres que exigen obediencia “sólo porque yo mando”, hasta ejércitos que con muerte y destrucción hacen valer “la autoridad” de los poderosos, imponen silencio u obligan a desapariciones forzadas. A la luz de la autoridad de Jesús ¿qué tendríamos que replantearnos todos los que de algún modo tenemos autoridad? ¿Cómo pueden las palabras de un maestro, de un papá, de un sacerdote o de un gobernante estar llenas de autoridad? ¿Qué tendrían que atender quienes ostentan un cargo público? ¿Qué pueden aprender quienes en estos días se ofrecen como candidatos? ¿De verdad su intención es servir o servirse? Mientras nuestras palabras no vayan respaldadas por el amor y por hechos que den vida, quedarán huecas y vacías.
Hoy también hay demonios y quizás más temibles que en los tiempos de Jesús o al menos iguales porque la corrupción, la mentira y la ambición siempre se cuelan en el corazón. Para comprender mejor el milagro quizás debamos recordar que en aquellos tiempos toda enfermedad era vista como un castigo y como una obra del demonio y que su curación no solamente podía ser vista en términos de sanación física, sino como una verdadera liberación de un poder maligno. Todo mal y toda enfermedad esclavizan y atan a la persona y Cristo viene a liberar a la persona íntegra. Así que no siempre serán exorcismos los que haga Jesús pero todos sus signos son una liberación del mal y de la opresión. Como cristianos que intentamos seguir a Jesús hemos de traducir este “milagro” a nuestro tiempo y circunstancias. El reto en nuestros días es hacer “milagros” que, al igual que el de Jesús, humanicen, dignifiquen y liberen. Necesitamos expulsar los demonios de la pobreza, la mentira y de la corrupción, necesitamos sanar a nuestra sociedad de la ambición y del materialismo, necesitamos una lucha abierta contra las drogas, la violencia, la trata de personas y toda esclavitud. Necesitamos rehabilitar al hombre y hacerlo nuevo. Estas serían las palabras de autoridad que cada uno de nosotros tendría que pronunciar para proclamar que el Reino de Dios está entre nosotros.
En muchos espacios no se quiere escuchar a Jesús y se le teme a su palabra. Quizás a nosotros nos pase lo mismo que a los demonios que reconociendo la autoridad de Jesús le decían: “¿Qué quieres tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros?” Y ciertamente la palabra de Jesús es exigente y descubre el corazón, pero es la única que nos dará la verdadera vida y libertad. Purifica y sana, pero hemos de abrirle el corazón. En este día pensemos: ¿cómo estamos acogiendo esta palabra de Jesús? ¿En qué forma ejercemos la autoridad? ¿Qué “milagros” hacemos que dignifican a las personas y hacen creíble la presencia del Reino en medio de nosotros? Sin temores, con sinceridad y audacia, porque Cristo está con nosotros.
Padre Bueno, que nos has enviado a tu Hijo Jesús y le has dado toda autoridad para que nos conduzca a la vida en abundancia, concédenos acoger de tal modo su palabra que podamos traducirla en milagros cotidianos de amor. Amén.
Reflexión a la fiesta de la Presentación del Señor ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR".
LA CANDELARIA
El Evangelio de hoy nos presenta muy bien el contenido de esta Fiesta, que en Canarias es Solemnidad. Era éste un hecho normal para toda familia israelita: a los cuarenta días del nacimiento de un niño, era la purificación de su madre y, si era el primogénito, la presentación-rescate del niño, que, entonces, podía ser llevado a casa e integrado en la propia familia; porque "todo primogénito varón pertenece al Señor". Y se hacía este rito en recuerdo de la liberación de Egipto, cuando el Señor dio muerte a los primogénitos de los egipcios y salvó a los de los israelitas.
Tendríamos suficiente materia de reflexión con el comentario de aquellos ritos: La Entrada en el templo de Jerusalén del Mesías, la Purificación de María, la más santa, la más pura, y la Presentación-consagración-rescate de Cristo. Pero, en medio de todo esto, interviene el Espíritu Santo y aquello se convierte en algo distinto, extraordinario: Cristo es proclamado por el anciano Simeón, “gloria de Israel y luz de las naciones”; y, de este modo, nace en el siglo IV, un nuevo título de la Virgen: La Luz, la Candelaria; es decir, la que lleva en sus brazos a Cristo, Luz del mundo, como nos dirá el Señor en el Evangelio. Y se representa a la Virgen con un Niño y un cirio en sus manos.
Ya sabemos lo que significa en la Sagrada Escritura y en la vida de la Iglesia, el binomio luz-tinieblas. S. Pablo nos enseña que “toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz” (Ef 5, 9). Las tinieblas, por el contrario, significan maldad, ignorancia, pecado. La luz de Cristo llega a su punto culminante con la gloria de su Resurrección. Jesús, por su Misterio Pascual, nos traslada del reino de las tinieblas del pecado al reino de la luz, de la vida nueva de Jesucristo Resucitado. Y esa luz llega a cada uno de nosotros por el Sacramento del Bautismo, que por eso se llama el de nuestra iluminación. Y dice el Apóstol: "Antes erais tinieblas; ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz" (Ef 5, 8).
Por eso, hoy es también un día apropiado para renovar nuestro Bautismo y recordar que, la Luz de Cristo tiene que ser compartida: hay que anunciar y transmitir esa Luz.
En la Liturgia Oriental se subraya “el Encuentro” del Señor con su pueblo, representado en aquellos que le reciben y le acogen en el templo. El rito latino se centra más bien en el rito de la Presentación, que venimos comentando.
La primera lectura, nos recuerda la Entrada del Hijo de Dios en el templo de Jerusalén, como habían anunciado los profetas. Por eso el salmo es un cántico gozoso y glorioso, de ese acontecimiento. Y proclamamos: “El Señor, Dios de los Ejércitos, es el Rey de la gloria”.
La Carta a los Hebreos nos presenta la consagración que hace Cristo de sí mismo, al entrar en el mundo y enlaza el misterio de la Encarnación con el misterio de la Pascua.
Encomendemos a la Virgen, Patrona de Canarias, nuestras tierras, nuestros mares, nuestras gentes, el presente y el futuro de nuestras islas. Que la Virgen ruegue con bondad por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte, para que gocemos para siempre de la Luz eterna.
PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
En la primera lectura, el profeta anuncia la entrada del Señor en su templo santo de Jerusalén. Escuchemos con atención y con fe.
SEGUNDA LECTURA
La Carta a los Hebreos, que escuchamos en la segunda lectura, nos ayuda a reflexionar sobre el misterio de la Encarnación: El Señor se hace en todo igual a nosotros menos en el pecado para realizar la obra de la salvación.
TERCERA LECTURA
Escuchemos con atención y devoción el Evangelio. En él se nos narra el acontecimiento que hoy recordamos y celebramos.
COMUNIÓN
En la Comunión nos encontramos con el Señor en medio de su nuevo templo, que es la Iglesia. Ojalá lo acojamos con la fe y la alegría del anciano Simeón y lo proclamemos como él, luz del mundo, con palabras y obras.