Alocución de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz (21 de marzo de 2015) (AICA)
Jesucristo, fuente de la vida cristiana
Los textos de este domingo nos muestran cómo actúa Dios en nosotros a través de la vida de la gracia. La fuente es Dios que en Jesucristo llega a nosotros, no a la manera de un maestro que nos enseña una doctrina, que siempre permanece como algo exterior. Jesucristo inaugura una nueva relación entre Dios y el hombre. De esto nos habla el profeta Jeremías cuando anuncia los términos de la nueva Alianza a realizarse en Jesucristo: “pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones” (Jer. 31, 31-34). Esto significa que la voluntad de Dios se convierte en gracia, en don que actúa interiormente y mueve nuestro corazón. San Agustín en su búsqueda de la verdad lo expresaba diciendo: “Señor no me des un mandamiento (una ley), no tengo fuerzas para cumplirlo, dame tu gracia y después pídeme lo que quieras” (Confesiones). Esta es la novedad de la nueva Alianza, Dios actuando con su gracia en nosotros.
Esto no significa que el hombre no participa en la realización de su vida, sino que recibe de Jesucristo una fuerza que lo acompaña y lo hace partícipe de su misma vida. Dios no sustituye al hombre, le concede una gracia que lo sana, eleva y transforma. Es más, Dios necesita al hombre para que sea una presencia nueva en el mundo desde Jesucristo, que es: “el prototipo de la nueva humanidad. En Él, verdadera imagen de Dios (2 Cor. 4, 4), encuentra su plenitud el hombre creado por Dios a su imagen” (C.D.S.I. 431). Esta nueva vida se nos comunica como gracia por obra del Espíritu Santo. El hombre ha sido creado a “imagen y semejanza” de Dios, cuya imagen perfecta es su propio Hijo. Jesucristo es la verdad plena del hombre. Cuando lo predicamos no le estamos ofreciendo al hombre algo ajeno, sino el camino de su verdad plena como hijo de Dios.
Este camino de Jesús tiene su momento central “su hora”, en la Pascua, es decir, en su muerte y resurrección. Cuando se acerca este momento, él nos dice: “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere da mucho fruto” (Jn. 12, 23-24). Su “hora”, en la que va a ser glorificado, es porque vuelve junto a su Padre luego de haber cumplido su misión. Lo importante es la resurrección; la muerte es el camino no la meta. Este camino tiene un profundo sentido: “si el grano no muere, queda solo, si muere da mucho fruto”. El caso de Cristo es único, porque el que muere es el Hijo de Dios que ha venido a darnos la vida de Dios. Esto pertenece al misterio del plan de Dios que ha querido darnos su Vida como fruto de la Pascua de su Hijo. Pero también nos enseña a nosotros el camino de la humildad, el saber morir a nuestros orgullos, pequeñeces y vanidades, para vivir en la verdad y dar frutos de amor y solidaridad. Esta “hora” de Jesucristo la comenzaremos a vivir en la liturgia en la Semana Santa.
Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz