Mensaje que el papa Francisco ha enviado al obispo de Ávila, monseñor Jesús García Burillo, en el quinto centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús. 28 de marzo de 2015 (Zenit.org)
"A Monseñor Jesús García Burillo
Obispo de Ávila
Ávila
Vaticano, 28 de marzo de 2015
Querido Hermano:
Hoy mi corazón está en Ávila, donde hace quinientos años nació Teresa de Jesús. Pero no puedo olvidar tantos otros lugares que conservan su memoria, por los que pasó con sus sandalias desgastadas recorriendo caminos polvorientos: Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Duruelo, Toledo, Pastrana, Salamanca, Segovia, Beas de Segura, Sevilla, Caravaca de la Cruz, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria, Granada, Burgos y Alba de Tormes. Además, la huella de esta preclara Reformadora sigue viva en los cientos de conventos de carmelitas diseminados por todo el mundo. Sus hijos e hijas en el Carmelo mantienen ardiente la luz renovadora que la Santa encendió para bien de toda la Iglesia.
A esta insigne «maestra de espirituales», mi predecesor, el beato Pablo VI, tuvo el inédito gesto de conferirle el título de Doctora de la Iglesia. ¡La primera mujer Doctora de la Iglesia! Ella nos muestra al vivo lo secreto de Dios, donde entró «por vía de la experiencia, vivida en la santidad de una vida consagrada a la contemplación y, al mismo tiempo, comprometida en la acción, por vía de experiencia simultáneamente sufrida y gozada en la efusión de carismas espirituales extraordinarios» (Homilía en la Declaración del Doctorado de Santa Teresa, 27 septiembre 1970: AAS [1970] 592).
Nada de esto ha perdido su vigencia. Contemplación y acción siguen siendo su legado para los cristianos del siglo XXI. Por eso, cuánto me gustaría que pudiéramos hablar con ella, tenerla delante y preguntarle tantas cosas. Siglos después, su testimonio y sus palabras nos alientan a todos a adentrarnos en nuestro castillo interior y a salir fuera, a «hacerse espaldas unos a otros... para ir adelante» (Vida 7, 22). Sí, entrar en Dios y salir con su amor a servir a los hermanos. A esto «convida el Señor a todos» (Camino 19,15), sea cual sea nuestra condición y el lugar que ocupemos en la Iglesia (cf. Camino 5,5).
¿Cómo ser contemplativos en la acción? ¿Qué consejos nos das tú, Teresa, hoy?
En la hora presente, sus primeros interlocutores serían los religiosos y las religiosas, a los que la Santa animaría a comprometerse sin ambages: «No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia» (Camino 1,5), les decía a sus monjas. Ella hoy nos saca de la autorreferencialidad y nos impulsa a ser consagrados «en salida», con un modo de vida austero, sin “encapotamientos” ni amarguras: «No os apretéis, porque si el alma se comienza a encoger, es muy mala cosa para todo lo bueno» (Camino 41,5). En este Año de la Vida Consagrada, nos enseña a ir a lo fundamental, a no dejarle a Cristo las migajas de nuestro tiempo o de nuestra alma, sino a llevarlo todo a ese amistoso coloquio con el Señor, «estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8,5).
¿Y sobre los sacerdotes? Santa Teresa diría abiertamente: no los olviden en su oración. Sabemos bien que para ella fueron apoyo, luz y guía. Consciente como era de la importancia de la predicación para la fe de las gentes más sencillas, valoraba a los presbíteros y, «si veía a alguno predicar con espíritu y bien, un amor particular le cobraba» (Vida 8,12). Pero, sobre todo, la Santa oraba por ellos y pedía a sus monjas que estuvieran «todas ocupadas en oración por los que son defensores de la Iglesia y los predicadores y letrados que la defienden» (Camino 1,2). Qué hermoso sería que la imitáramos rezando infatigablemente por los ministros del Evangelio, para que no se apague en ellos el entusiasmo ni el fuego del amor divino y se entreguen del todo a Cristo y a su Iglesia, de modo que sean para los demás brújula, bálsamo, acicate y consuelo, como lo fueron para ella. Que la plegaria y la cercanía de los Carmelos acompañen siempre a los sacerdotes en el ejercicio del ministerio pastoral.
¿Y a los laicos? ¿Y a las familias, que en este año tan presentes están en el corazón de la Iglesia? Teresa fue hija de padres piadosos y honrados. A ellos dedica unas palabras elogiosas apenas comienza el Libro de la Vida: «El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser buena» (1,1). De joven, cuando aún era «enemiguísima de ser monja» (Vida 2,8), se planteó seguir el camino del matrimonio, como las chicas de su edad. Fueron muchos y buenos los laicos con los que la Santa trató y que le facilitaron sus fundaciones: Francisco de Salcedo, el “caballero santo”, su amiga Guiomar de Ulloa o Antonio Gaytán, a quien le escribe alabando su estado y pidiéndole que se alegre por ello (cf. Carta 386 2). Necesitamos hoy hombres y mujeres como ellos, que tengan amor a la Iglesia, que colaboren con ella en su apostolado, que no sean sólo destinatarios del Evangelio sino discípulos y misioneros de la divina Palabra. Hay ambientes a los que sólo ellos pueden llevar el mensaje de salvación, como fermento de una sociedad más justa y solidaria. Santa Teresa sigue invitando a los cristianos de hoy a sumarse a la causa del Reino de Dios y a formar hogares donde Cristo sea la roca en la que se apoyen y la meta que corone sus anhelos.
¿Y a los jóvenes? Mujer inquieta, vivió su juventud con la alegría propia de esta etapa de la vida. Nunca perdió ese espíritu jovial que ha quedado reflejado en tantas máximas que retratan sus cualidades y su talante emprendedor. Estaba convencida de que hay que «tener una santa osadía, que Dios ayuda a los fuertes» (Camino 16,12). Esa confianza en Dios la empujaba a ir siempre adelante, sin ahorrar sacrificios ni pensar en sí misma con tal de amar al prójimo: «Son menester amigos fuertes de Dios para sustentar a los flacos» (Vida 15,5). Así puso de manifiesto que miedo y juventud no se casan. Que el ejemplo de la Santa infunda valentía a las nuevas generaciones, para que no se les arrugue «el ánima y el ánimo» (Camino 41,8). Sobre todo, cuando descubran que merece la pena seguir a Cristo de por vida, como lo hicieron aquellas primeras monjas Carmelitas Descalzas que, en medio de no pocas contrariedades, abrieron las puertas del primer “palomarcico”, un 24 de agosto de 1562. De la mano de Teresa, los jóvenes tendrán valor para huir de la mediocridad y la tibieza y albergar en su alma grandes deseos, nobles aspiraciones dignas de las mejores causas. Me parece oírla ahora advertirles con su gracejo que si no tienen altas miras serán como «sapos», que caminan lenta y rastreramente, y se contentarán con «sólo cazar lagartijas», dando importancia a minucias en lugar de a las cosas que cuentan de verdad (cf. Vida 13,3).
Y, de modo especial, ruego a Santa Teresa que nos regale la devoción y el fervor que ella tenía a san José. Harto bien haría que los que pasan por la prueba del dolor, la enfermedad, la soledad, quienes se sienten agobiados o entristecidos recurrieran a este insigne Patriarca con el amor y la confianza con que lo hacía la Santa. Te confieso, querido Hermano, que a menudo le hablo a san José de mis preocupaciones y problemas y, como ella, «no me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer... A otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra -que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar-, así en el cielo hace cuanto le pide» (Vida 6,6). «Glorioso Patriarca San José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles... Muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder», dice una antigua oración inspirada en la experiencia de la Santa.
Querido Hermano, te pido, por favor, que reces y hagas rezar por mí y mi servicio al santo Pueblo fiel de Dios. Por mi parte, encomiendo a cuantos celebran este V Centenario a la intercesión de Santa Teresa, para que alcance del cielo todo lo que necesiten para ser de Jesús, como ella, y con la experiencia de su amor, puedan construir una sociedad mejor, en donde nadie quede excluido y se promueva la cultura del encuentro, del diálogo, de la reconciliación y la paz.
Que Jesús te bendiga y la Virgen Santa te cuide.
Fraternalmente,
Francisco"
Texto difundido por la diócesis de Ávila
Francisco escribe al superior general de la Orden de los Carmelitas Descalzos, padre Saverio Cannistrà, en el quinto centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús. 28 de marzo de 2015 (Zenit.org)
"Al Revdmo. P. Saverio Cannistrà
Prepósito general de la Orden de los Hermanos Descalzos
de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo
Querido Hermano:
Al cumplirse de los quinientos años del nacimiento de santa Teresa de Jesús, quiero unirme, junto con toda la Iglesia, a la acción de gracias de la gran familia del Carmelo descalzo –religiosas, religiosos y seglares– por el carisma de esta mujer excepcional.
Considero una gracia providencial que este aniversario haya coincidido con el año dedicado a la Vida Consagrada, en la que la Santa de Ávila resplandece como guía segura y modelo atrayente de entrega total a Dios. Se trata de un motivo más para mirar al pasado con gratitud, y redescubrir “la chispa inspiradora” que ha impulsado a los fundadores y a sus primeras comunidades (cf. Carta a los Consagrados, 21 noviembre 2014).
¡Cuánto bien nos sigue haciendo a todos el testimonio de su consagración, nacido directamente del encuentro con Cristo, su experiencia de oración, como diálogo continuo con Dios, y su vivencia comunitaria, enraizada en la maternidad de la Iglesia!
1. Santa Teresa es sobre todo maestra de oración. En su experiencia, fue central el descubrimiento de la humanidad de Cristo. Movida por el deseo de compartir esa experiencia personal con los demás, escribe sobre ella de una forma vital y sencilla, al alcance de todos, pues consiste simplemente en “tratar de amistad con quien sabemos nos ama” (Vida 8,5). Muchas veces la misma narración se convierte en plegaria, como si quisiera introducir al lector en su diálogo interior con Cristo. La de Teresa no fue una oración reservada únicamente a un espacio o momento del día; surgía espontánea en las ocasiones más variadas: “Cosa recia sería que sólo en los rincones se pudiera traer oración” (Fundaciones 5, 16). Estaba convencida del valor de la oración continua, aunque no fuera siempre perfecta. La Santa nos pide que seamos perseverantes, fieles, incluso en medio de la sequedad, de las dificultades personales o de las necesidades apremiantes que nos reclaman.
Para renovar hoy la vida consagrada, Teresa nos ha dejado un gran tesoro, lleno de propuestas concretas, caminos y métodos para rezar, que, lejos de encerrarnos en nosotros mismos o de buscar un simple equilibrio interior, nos hacen recomenzar siempre desde Jesús y constituyen una auténtica escuela de crecimiento en el amor a Dios y al prójimo.
2. A partir de su encuentro con Jesucristo, Santa Teresa vivió “otra vida”; se convirtió en una comunicadora incansable del Evangelio (cf. Vida 23,1). Deseosa de servir a la Iglesia, y a la vista de los graves problemas de su tiempo, no se limitó a ser una espectadora de la realidad que la rodeaba. Desde su condición de mujer y con sus limitaciones de salud, decidió –dice ella– “hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo” (Camino 1,2). Por eso comenzó la reforma teresiana, en la que pedía a sus hermanas que no gastasen el tiempo tratando “con Dios negocios de poca importancia” cuando estaba “ardiendo el mundo” (Camino 1,5). Esta dimensión misionera y eclesial ha distinguido desde siempre al Carmelo descalzo.
Como hizo entonces, también hoy la Santa nos abre nuevos horizontes, nos convoca a una gran empresa, a ver el mundo con los ojos de Cristo, para buscar lo que Él busca y amar lo que Él ama.
3. Santa Teresa sabía que ni la oración ni la misión se podían sostener sin una auténtica vida comunitaria. Por eso, el cimiento que puso en sus monasterios fue la fraternidad: “Aquí todas se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar” (Camino 4,7). Y tuvo mucho interés en avisar a sus religiosas sobre el peligro de la autorreferencialidad en la vida fraterna, que consiste “todo o gran parte en perder cuidado de nosotros mismos y de nuestro regalo” (Camino 12,2) y poner cuanto somos al servicio de los demás. Para evitar este riesgo, la Santa de Ávila encarece a sus hermanas, sobre todo, la virtud de la humildad, que no es apocamiento exterior ni encogimiento interior del alma, sino conocer cada uno lo que puede y lo que Dios puede en él (cf. Relaciones 28). Lo contrario es lo que ella llama la “negra honra” (Vida 31,23), fuente de chismes, de celos y de críticas, que dañan seriamente la relación con los otros. La humildad teresiana está hecha de aceptación de sí mismo, de conciencia de la propia dignidad, de audacia misionera, de agradecimiento y de abandono en Dios.
Con estas nobles raíces, las comunidades teresianas están llamadas a convertirse en casas de comunión, que den testimonio del amor fraterno y de la maternidad de la Iglesia, presentando al Señor las necesidades de nuestro mundo, desgarrado por las divisiones y las guerras.
Querido hermano, no quiero terminar sin dar las gracias a los Carmelos teresianos que encomiendan al Papa con una especial ternura al amparo de la Virgen del Carmen, y acompañan con su oración los grandes retos y desafíos de la Iglesia. Pido al Señor que su testimonio de vida, como el de Santa Teresa, transparente la alegría y la belleza de vivir el Evangelio y convoque a muchos jóvenes a seguir a Cristo de cerca.
A toda la familia teresiana imparto mi Bendición Apostólica.
Vaticano, 28 de marzo de 2015
FRANCISCUS"
Texto distribuido por la Sala de Prensa de la Santa Sede
© Copyright - Libreria Editrice Vaticana
Reflexiones del obispo de San Cristobal de las Casas. SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 27 de marzo de 2015 (Zenit.org)
Peregrinación, no marcha
Por Felipe Arizmendi Esquivel
VER
Una parroquia de nuestra diócesis (Simojovel) organizó una peregrinación hasta la capital del Estado, con el objetivo de hacer oración y penitencia, para pedir a Dios la conversión de quienes se benefician de la venta de alcohol, del trasiego de drogas y armas, de quienes abusan del poder político y económico y siguen oprimiendo al pueblo, lo cual provoca inseguridad, violencia y corrupción. Caminar cuatro días soportando cansancio, calor, hambre e inclemencias del tiempo, no es una evasión turística, ni una campaña electoral contra algún partido, sino un sacrificio, un via crucis, para orar para que el pueblo pueda vivir en paz y armonía social, sin atropellos a sus derechos.
Apoyamos esta peregrinación, porque ya se han hecho otras, tanto a nivel parroquial como diocesano, con peticiones y reclamos semejantes, y no se han visto resultados palpables. Si cierran dos o tres cantinas, autorizan muchas más, y el alcohol hace estragos en la vida de los pobres, para el beneficio económico de unos pocos. La inseguridad y la corrupción no se detienen. La ambición por el poder político y económico contamina todo. No podemos quedarnos con los brazos cruzados ante tanto daño que se causa al pueblo, sobre todo a los pobres.
PENSAR
El Papa Francisco es muy insistente en que la Iglesia no puede quedarse encerrada en los templos, esperando pasivamente que la gente se acerque a las celebraciones, sino salir, salir y salir, para curar tantas heridas que sufren los pobres. Dice: “La tarea evangelizadora implica y exige una promoción integral de cada ser humano. Ya no se puede decir que la religión debe recluirse en el ámbito privado y que está sólo para preparar las almas para el cielo… Por consiguiente, nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos... Una auténtica fe siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo... Todos los cristianos, también los Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor” (EG 182-183).
Nos enseña cómo con la oración también se pueden lograr cambios sociales y políticos: “¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres! Es imperioso que los gobernantes y los poderes financieros levanten la mirada y amplíen sus perspectivas, que procuren que haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos. ¿Y por qué no acudir a Dios para que inspire sus planes? Estoy convencido de que a partir de una apertura a la trascendencia podría formarse una nueva mentalidad política y económica que ayudaría a superar la dicotomía absoluta entre la economía y el bien común social” (EG 205).
Vale mucho su palabra a los obispos de Ucrania, que nos ilumina también al programar cómo hacer una peregrinación: “Sois plenamente ciudadanos de vuestro país y, por eso, tenéis el derecho de exponer vuestro pensamiento acerca de su destino. No en el sentido de promover una acción política concreta, sino en el de indicar y reafirmar los valores que constituyen el elemento unificador de la sociedad, perseverando en la búsqueda incansable de la concordia y del bien común, incluso frente a las graves y complejas dificultades” (20-II-2015).
ACTUAR
Que nuestras peregrinaciones sean eso, momentos de oración y sacrificio, no para ser vistos por la gente y por la prensa, sino para que nuestros clamores lleguen al corazón de Dios y nos ayude a que los corazones cambien y nuestros pueblos tengan Vida. Que las organizaciones que se unan, asuman el espíritu de la peregrinación y no la aprovechen para sus fines políticos o económicos.
Insistimos en que una peregrinación no degenere en marcha, en mitin, donde sólo se expresen inconformidades y denuncias contra los poderes políticos y económicos, sino que sea un acto fundamentalmente religioso, un tiempo de oración y que no falten las celebraciones eucarísticas.
Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández. 'Es una celebración para disfrutar en la fe de la hermosura y la belleza de la Iglesia santa'. CóRDOBA, 27 de marzo de 2015 (Zenit.org)
La Misa Crismal
Normalmente no entra en la piedad popular esta magna celebración anual de la Misa Crismal. Como si solo se tratara de los sacerdotes, que vienen a concelebrar con el obispo en una Misa “para ellos”. No. La Misa Crismal celebra la unción de toda la Iglesia y de cada miembro de la misma, partícipes del sacerdocio de Cristo.
En el calendario litúrgico, la Misa Crismal está situada en la mañana del jueves santo, a la que sigue la reconciliación de penitentes y en la tarde la Misa de la Cena del Señor. Por razones pastorales, es decir, para evitar la acumulación de celebraciones en un mismo día, la Misa Crismal se adelanta en casi todas las diócesis algún día antes. En Córdoba, la celebramos el martes santo a las 11:30 en la Santa Iglesia Catedral. Vienen casi todos los sacerdotes. Es una celebración preciosa, a la que estamos invitados todo el Pueblo de Dios.
¿Qué celebramos en la Misa Crismal? Celebramos la unción de Cristo que unge a su Iglesia con óleo de alegría, con el Espíritu Santo. Cristo ha sido ungido, más aún es el “Ungido” por el Espíritu Santo, empapado del amor del Padre, el Hijo amado en quien Dios tiene sus complacencias. Ungido, Cristo y Mesías son la misma palabra en español, griego y hebreo. A Jesús le llamamos “Cristo” precisamente por ser el Ungido del Padre, y sus discípulos son llamados “cristianos”, es decir, los ungidos por el mismo Espíritu que ungió a Jesús. Amados de Dios, envueltos de su amor, divinizados. La unción de Cristo tuvo lugar en el momento de la Encarnación y se hizo visible y manifiesta en el Bautismo del Jordán, donde el Espíritu Santo inundó a Cristo y le envió para anunciar la salvación a los pobres. Esa unción es significada y realizada por medio del santo Crisma, un perfume mezclado en el óleo, que transmite el buen olor de Cristo. La consagración del santo Crisma se realiza en esta celebración, llamada Misa Crismal.
En la Misa Crismal celebramos, por tanto, la condición sacerdotal de todo el Pueblo de Dios, de todos los miembros de este Cuerpo místico de Cristo, a los que el mismo Cristo hace partícipes de su unción espiritual en el bautismo y la confirmación. Sería una buena iniciativa pastoral que a esta Misa Crismal acudieran especialmente los que van a ser crismados (confirmados) a lo largo de este año. Que acudieran a la celebración de la que fluye como un rio de gracia la unción de Cristo para toda su Iglesia. ¡Ven Espíritu Santo! sobre este óleo perfumado para que todos los ungidos con él se conviertan en templon vivos de la gloria de Dios, testigos valientes de Jesucristo, ungidos y envueltos en el amor de Dios, hijos amados.
Y en la Misa Crismal también hacemos memoria del sacerdocio ministerial, de los que han sido o van a ser consagrados por el sacramento del Orden como sacerdotes del Señor para el servicio de su Iglesia. Este año serán seis nuevos presbíteros. Se trata de una nueva participación del sacerdocio de Cristo, para hacerle presente en su Iglesia como Cabeza, buen Pastor, Esposo y Siervo de su Iglesia. Las manos del sacerdote son ungidas con el santo Crisma para significar y realizar esa unción del alma por el Espíritu Santo, que los hace consagrados del Señor, ministros de nuestro Dios. Durante la Misa Crismal los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales, las promesas que hicieron ante Dios y ante la Iglesia de ser fieles al ministerio recibido. No han recibido sólo un encargo, han sido ungidos en su alma con el sello del Espíritu Santo, son sacerdotes para siempre y ninguna circunstancia podrá borrar esa consagración profunda. En la Misa de la Cena del Señor, escucharemos de labios de Cristo: “haced esto en memoria mía”, y eso lo cumplen continuamente los consagrados con el sacerdocio ministerial. Rezad por los sacerdotes, pedid que Dios nos envíe muchos y santos sacerdotes a nuestra diócesis, rezad por los seminaristas que se preparan a ello. Pedid que los sacerdotes ya consagrados se mantengan fieles en medio de las múltiples dificultades de nuestro tiempo. Y dad gracias a Dios por los sacerdotes que nos ofrecen los sacramentos, la Palabra, el testimonio de sus vidas entregadas y el pastoreo de la comunidad cristiana.
En la Misa Crismal, la Iglesia aparece toda hermosa, sin mancha ni arruga, la Esposa que Cristo ha purificado con el baño del agua y de la Palabra, nuestra Madre (cf Ef 5). Por eso, es una celebración a la que todos los fieles estamos invitados, es una celebración para disfrutar en la fe de la hermosura y la belleza de la Iglesia santa.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
Quinta predicación de cuaresma del padre Cantalamessa en presencia del Papa, 27 de marzo de 2015 (Zenit.org)
Con esta meditación concluimos nuestra vuelta de reconocimiento por la fe común de Oriente y Occidente, y la concluimos con lo que nos afecta más directamente, el problema de la salvación: es decir, como los ortodoxos y el mundo latino han comprendido el contenido de la salvación cristiana.
Es, probablemente, el campo en el cuál es más necesario, para nosotros latinos, dirigir la mirada a Oriente, para enriquecernos y en parte corregir nuestra manera difusa de concebir la redención realizada por Cristo. Tenemos la suerte de hacerlo en esta capilla donde la obra de Cristo y el misterio de la salvación ha sido representada por el arte del padre Rupnik, según la concepción que ha tenido de ello la Iglesia de Oriente y la iconografía bizantina.
Partimos de una conocida presentación de la distinta forma de entender la salvación entre Oriente y Occidente que se lee en el Dictionnaire de Spiritualité y que sintetiza la opinión dominante en los ambientes teológicos:
“El fin de la vida para los cristianos griegos es la divinización, el de los cristianos de Occidente es la santidad […]. El Verbo se ha hecho carne, según los griegos, para devolver al hombre la semejanza perdida con Dios en Adán y divinizarlo. Según los latinos, Él se ha hecho hombre para redimir a la humanidad […] y para pagar la deuda que se debe a la justicia de Dios”i.
Trataremos de ver donde se funda esta visión distinta y qué hay de verdad en la forma en la que se presenta.
1.Los dos elementos de la salvación en la Escritura
Ya en las profecías del Antiguo Testamento que anuncian “la nueva y eterna alianza” se nota la presencia de dos elementos fundamentales: uno negativo que consiste en la eliminación del pecado y del mal en general, y uno positivo que consiste en el regalo de un corazón nuevo y de un espíritu nuevo; en otras palabras, en el destruir las obras del hombre y en el reedificar, o restaurar, en él la obra de Dios. Un texto claro, en este sentido, es el siguiente de Ezequiel:
“Os rociaré con agua pura, y quedaréis purificados. Os purificaré de todas vuestras impurezas y de todos vuestros ídolos. Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo: os arrancaré de vuestro cuerpo el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que sigáis mis preceptos, y que observéis y practiquéis mis leyes. Habitareis en la tierra que yo di a vuestros padres. Vosotros seréis mi Pueblo y yo seré vuestro Dios” (Ez 36, 25-27).
Hay algo que Dios vendrá a quitar al hombre: la iniquidad, el corazón de piedra, y algo que vendrá a dar al hombre: un corazón nuevo, un espíritu nuevo. En el Nuevo Testamento estos dos componentes son evidentes. Desde el inicio del Evangelio, Juan Bautista presenta a Jesús como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” pero también como “el que bautiza en el Espíritu Santo” (Jn 1, 29, 33). En los sinópticos prevalece el aspecto de la redención del pecado. En ellos, Jesús se aplica, en más de una ocasión, la suerte del Siervo de Yahvé que toma sobre sí mismo y expía los pecados del pueblo (cfr. Is 52, 13 - 53,9); en la institución de la Eucaristía, Él habla de su sangre derramada “por la remisión de los pecados” (Mt 26,28).
Este aspecto también está presente en Juan, unido, precisamente, al tema del Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. En su Primer Carta, Jesús es presentado como “la víctima propiciatoria por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero” (1 Jn 2, 2). Sin embargo, el elemento positivo está más acentuado en Juan. Con el Verbo hecho carne, ha venido al mundo la luz, la verdad, la vida eterna y la plenitud de toda gracia (cfr. Jn 1, 16). El fruto principal de la muerte de Jesús no es la expiación de los pecados, sino en el don del Espíritu (cfr. Jn 7, 39; 19, 34).
En san Pablo vemos estos dos elementos en perfecto equilibrio. En la Carta a los Romanos, que podemos considerar la primera exposición razonada de la salvación cristiana, en primer lugar destaca lo que Cristo, con su muerte de cruz (Rm 3, 25), ha venido a eliminar del hombre y esto es: la muerte (Rm 5), el pecado (Rm 6) y la ley (Rm 7), y después, en el capítulo octavo, expone todo el esplendor de lo que Cristo, con su muerte y resurrección, ha procurado al hombre, y eso es el Espíritu Santo y con ello la filiación divina, el amor de Dios y la certeza de la glorificación final. Los dos elementos están presentes en el corazón mismo del Kerygma. Jesús, se lee, “ha muerto por nuestros pecados y ha resucitado por nuestra justificación” (Rm 4, 25), donde por “justificación” no se entiende solo la remisión de los pecados, sino lo que se dice después en el texto: gracia, paz con Dios, fe, esperanza, amor de Dios derramado en los corazones (Rm 5, 1-5).
Como siempre, en el pasaje de la Escritura a los Padres de la Iglesia, se asiste a una recepción distinta de estos dos elementos. Según la opinión común, resumida por Bardy en el texto citado, Oriente ha privilegiado el elemento positivo de la salvación: la deificación del hombre y el restauración de la imagen de Dios; Occidente ha privilegiado el elemento negativo, la liberación del pecado. La realidad es mucho más compleja, y solamente si se aclara se podrá facilitar la comprensión recíproca.
Primero vamos a corregir algunas generalizaciones que hacen parecer las dos visiones de la salvación más distantes entre ellas de lo que son en realidad. Sobre todo, no hay que sorprenderse si en el ámbito latino no encontramos algunos conceptos centrales para los griegos, como el de “divinización” y de “restauración de la imagen de Dios”. Estos no aparecen como tales en el Nuevo Testamento que es la única fuente común, también si representan una forma exquisitamente bíblica de entender la salvación. El mismo término theosis, divinización, suscitaba reservas por el uso que se hacía de el en el lenguaje pagano y en el de la Roma imperial (apotheosis).
Los latinos expresaron el efecto positivo del bautismo con el concepto paulino de la filiación divina. Según san Juan de la Cruz, en el alma cristiana, se cumplen, por gracia, las operaciones que suceden, por naturaleza, en la Trinidadii:una doctrina no alejada de la ortodoxa de la deificación, sino basada en la afirmación juaniana de la inhabitación de la Trinidad (Jn 14,23).
Otra observación. No es del todo verdad que la soteriología ortodoxa se resume en la visión ontológica de la divinización y la latina en la teoría jurídica de san Anselmo, de la expiación debida al pecado. La idea de sacrificio por el pecado, de redención, de pago de una deuda (incluso, en algunos casos, ¡de un rescate pagado al diablo!) está presente en san Atanasio, en san Basilio, en san Gregorio Niseno y en el Crisóstomo, no menos que en sus contemporáneos latinos. Para esto basta consultar una buena reconstrucción del pensamiento cristiano de los orígenesiii.Un texto entre los muchos es este de Atanasio que también es uno de los más decididos partidarios de la tesis de la divinización:
“Quedaba aún por pagar la deuda que todos debíamos, ya que todos estábamos condenados a muerte, y esta fue la causa principal de su venida entre nosotros. Es por esto que, después de haber revelado su divinidad con sus obras, le quedaba por ofrecer el sacrificio por todos, cediendo el templo de su cuerpo a la muerte por todos”iv.
Para estos antiguos Padres griegos, el misterio pascual de Cristo es aún parte integrante y camino a la divinización. Lo es aún en época bizantina. Para Nicolás Casabilas, existían dos muros que impedían la comunicación entre Dios y nosotros: la naturaleza y el pecado. “El primero fue eliminado por el Salvador con su encarnación, el segundo con la crucifixión, ya que la cruz destruye el pecado”v.
Solo en algún caso, vemos afirmarse en el interior de la Ortodoxia, la idea de una salvación del género humano realizada en raíz en la encarnación misma del Verbo, entendida como asunción no de una humanidad particular, sino como la naturaleza humana presente en cada hombre, a la manera del universal platónico. En un caso extremo, la divinización sucede incluso antes del bautismo. Escribe san Simeón el Nuevo Teólogo:
“Bajando de tu excelso santuario, sin separarte del seno del Padre, encarnado y nacido de la Virgen María, ya entonces me has remodelado y dado la vida, liberado de la culpa de nuestros primeros padres y preparado para subir al cielo. Entonces, después de haberme creado y poco a poco haberme hecho crecer, tu, también en tu santo bautismo de la nueva creación, me has renovado y adornado con el Espíritu Santo”vi.
Hasta aquí, por lo tanto, las diversas teorías sobre la salvación no son así netamente divididas entre Oriente y Occidente, como frecuentemente se querría hacer creer. En cambio donde la diferencia es neta y constante, desde el inicio hasta hoy, es en el modo de entender el pecado original y por lo tanto el efecto primario del bautismo. Los orientales no han entendido nunca el pecado original en el sentido de una verdadera “culpa” hereditaria, sino como la transmisión de una naturaleza herida e inclinada al pecado, como una pérdida progresiva de la imagen de Dios en el hombre, debida no solo al pecado de Adán, sino al de todas las generaciones siguientes.
Con el símbolo Niceno – Constantinopolitano todos profesan “un solo bautismo para la remisión de los pecados”, pero para los Orientales el bautismo no tiene principalmente la finalidad de quitar el pecado original (en los niños, esta finalidad no la tiene en absoluto), sino la de liberar al hombre de la potencia del pecado en general, recuperar la imagen de Dios perdida y insertar a la criatura en el Nuevo Adán que es Cristo. Esta diversa perspectiva se refleja, por ejemplo, en la imagen que se tiene de la Virgen María. En Occidente, ella es vista como la “Inmaculada”, es decir, concebida sin pecado (macula) original, hasta la definición dogmática de tal título; en Oriente, el título correspondiente es el de Panhagia, la Toda Santa.
2. Una comparación asimétrica
No tengo necesidad de detenerme mucho más sobre el modo occidental de concebir la salvación obrada por Cristo, porque esto nos es más familiar. Digamos solo que aquí se asiste a una singular paradoja. Aquel que fue, durante todo el cristianismo, el cantor por excelencia de la gracia, que mejor que todos ha puesto en evidencia su novedad respecto a la ley y su absoluta necesidad para la salvación, que ha identificado tal don con el Donador mismo que es el Espíritu Santo, ha sido también quien, por circunstancias históricas, ha contribuido mayormente a restringir su campo de acción.
La polémica con los pelagianos ha empujado a san Agustín a poner en evidencia, de la gracia, sobre todo su aspecto de preservación y de curación del pecado, la llamada gracia preveniente, adyuvante, sanante. Su doctrina del pecado original, como verdadera culpa hereditaria, transmitida en el acto de la generación sexual, ha hecho que el bautismo fuera visto principalmente como liberación del pecado original.
Ni Agustín ni otros después de él han callado nunca los otros bienes del bautismo: filiación divina, inserción en el cuerpo de Cristo, don del Espíritu y muchos otros magníficos dones. Sin embargo, el hecho es que, en el modo de administrarlo y en la opinión general, el aspecto negativo de liberación del pecado original siempre ha prevalecido sobre aquel positivo del don del Espíritu Santo (este último asignado más bien al sacramento de la confirmación). También hoy, si se le pregunta a un cristiano medio qué significa estar en “gracia de Dios” o vivir “en gracia”, la respuesta casi segura es: vivir sin pecados mortales en la conciencia.
Es el contragolpe inevitable de todas las herejías, el de empujar a la teología a concentrar momentáneamente el interés en un punto de la doctrina, en detrimento de la totalidad. Es un hecho normal que se nota en tantos momentos del desarrollo del dogma. Es aquel que empujó a algunos autores alejandrinos al límite del monofisismo para oponerse al nestorianismo, y viceversa. ¿Qué es lo que ha hecho la ruptura momentánea del equilibrio, en el caso de Agustín, tan diferente y tan duradera en el tiempo? La respuesta es sencilla: ¡su solitaria estatura y autoridad!
Hubo, después de él, quien propuso una explicación diferente y más cercana a la de los griegos, Juan Duns Escoto (1265 – 1308). La finalidad primaria de la Encarnación no fue para él la redención del pecado, sino la recapitulación de todo en Cristo, “en vista del cual todo ha sido creado” (Col 1, 15 ss.); la finalidad es la unión, en Cristo, de la naturaleza divina con la humanavii.La Encarnación, por lo tanto, hubiera existido incluso si Adán no hubiera pecado. El pecado de Adán solo ha determinado la modalidad de esta recapitulación, haciendo de ella una recapitulación “redentora”.
Pero la voz de Escoto permaneció aislada y solo recientemente ha sido revalorizada por los teólogos. Aquella que se impuso fue otra voz, que no reequilibraba el pensamiento de Agustín, sino que lo exasperaba. Hablo de Lutero, quien también ha tenido el mérito, para toda la cristiandad, de poner nuevamente la palabra de Dios, la Escritura, en el centro y por encima de todo, incluso de las palabras de los Padres, que siguen siendo palabras de hombres. Con él, la diferencia en comparación con Oriente, en el modo de entender la salvación, llega a ser realmente radical. A la teoría de la divinización del hombre se contrapone ahora la tesis de una justicia imputada extrínsecamente por Dios que deja también al bautizado como “justo y pecador” a la vez: pecador en sí mismo, justo a los ojos de Dios.
Pero dejemos de lado este ulterior desarrollo que merece un discurso aparte. Volviendo a la comparación entre Ortodoxia e Iglesia católica, hay que destacar un hecho que, a los ojos de algunos autores ortodoxos, ha hecho parecer en el pasado nuestra concepción de la salvación y de la vida cristiana, distinta, en casi todos los puntos, de la de ellos. Se trata de una asimetría de fondo presente en la confrontación. En Oriente, teología, espiritualidad y mística están unidas; no se concibe una teología que no sea también mística, es decir, experiencial. La reconstrucción de la posición ortodoxa está hecha teniendo en cuenta a teólogos, como los Capadocios, el Damasceno, Máximo el Confesor, pero también a movimientos espirituales, como los Padres del desierto, el hesicasmo, el monacato, el palamismo, la Filocalia, y autores místicos como Simeón el Nuevo Teólogo, Serafín de Sarov, y otros.
Desgraciadamente, esto no ha sucedido en Occidente donde, también en la enseñanza, la mística y la espiritualidad han ocupado, especialmente con la llegada de la Escolástica, un lugar distinto de la dogmática e, incluso, la mezcla de las dos cosas ha sido vista con recelo. La confrontación entre Oriente y el Occidente latino daría lugar a resultados muy diferentes y mucho menos conflictivos, si se tuviera en cuenta los muchos movimientos espirituales y autores místicos católicos, en los cuales la salvación cristiana no es teorizada, sino vivida.
En los tres libros, ya citados una vezviii,que más han contribuido a dar a conocer en Occidente la “teología mística” del Oriente cristiano, solo en uno se encuentran dos menciones (ambas tendencialmente negativas) de san Juan de la Cruz. Sin embargo, con el tema de la “noche oscura”, él, como varios otros en Occidente, se coloca en la línea de la visión de Dios en la tiniebla de san Gregorio Niseno. Ninguna mención se hace del monacato occidental, de san Francisco de Asís y de su espiritualidad positiva y cristocéntrica; de escritos místicos como la “Nube del no-conocimiento”, tan en sintonía con el apofatismo de la teología oriental. Pero esto, repito, es más culpa nuestra que de los autores orientales, si de culpa se puede hablar. Somos nosotros los que hemos obrado la nefasta separación entre teología y espiritualidad y no se puede pedir a los demás que hagan una síntesis que todavía ni siquiera nosotros hemos intentado hacer.
3. Una oportunidad para Occidente
Volvamos al juicio de Bardy por donde empezamos: Oriente, dice, tiene una visión más optimista y positiva del hombre y de la salvación; Occidente una visión más pesimista. Querría mostrar como, también en este caso, la regla de oro, en el diálogo entre Oriente y Occidente, no es la del aut – aut, sino la del et – et. Si la doctrina oriental, con su altísima idea de la grandeza y de la dignidad del hombre como imagen de Dios, ha puesto de manifiesto la posibilidad de la Encarnación, la doctrina occidental, con la insistencia en el pecado y la miseria del hombre, ha puesto de relieve su necesidad. Un discípulo tardío de Agustín, Blaise Pascal, observaba:
“El conocimiento de Dios sin el de nuestra miseria produce orgullo. El conocimiento de nuestra miseria sin el conocimiento de Dios produce desesperación. El conocimiento de Jesucristo constituye el punto medio, porque en Él encontramos a la vez a Dios y nuestra miseria”ix.
Para Agustín, San Anselmo, Lutero, la insistencia sobre la gravedad del pecadox era una forma diferente de poner de manifiesto la grandeza del remedio obtenido por Cristo. Acentuaban "la abundancia de pecado", para exaltar "la sobreabundancia de la gracia" (cfr. Rm 5, 20). En ambos casos, la clave de todo es la obra de Jesús, vista por los orientales, por así decirlo, desde la derecha y desde la izquierda por los occidentales. Las dos instancias eran legítimas y necesarias. Frente a la explosión de “mal absoluto” en la Segunda Guerra Mundial, alguien señaló que había traído el olvido de esta amarga verdad sobre el hombre, después de dos siglos de confianza ingenua en el progreso imparable del hombrexi.
¿Dónde está, entonces, la laguna señalada por nuestra soteriología, por la cual necesitamos, como ya dije, mirar hacia Oriente? Está en el hecho de que, de esta manera la gracia, por muy exaltada que sea, ha terminado, en la práctica, por ser reducida a su única dimensión negativa de remedio del pecado. Incluso el grito audaz del Exultet pascual: “¡Oh feliz culpa que nos mereció tal y tan grande Redentor!”, mirándolo bien, no sale de la perspectiva del pecado y la redención.
Es precisamente en este punto, gracias a Dios, que asistimos a un cambio que podríamos llamar de época. Todas las Iglesias de Occidente, o nacidas de ellas, desde hace más de un siglo, son atravesadas por una corriente de gracia que es el movimiento pentecostal y las diversas renovaciones carismáticas derivadas del mismo en las Iglesias tradicionales. No es, en realidad, un movimiento en el sentido corriente de este término. No tiene un fundador, una regla, una espiritualidad propia; tampoco tiene las estructuras de gobierno, sino solo para la coordinación y el servicio. Es, de hecho, una corriente de gracia que debería difundirse por toda la Iglesia y dispersarse en ella como una descarga eléctrica en la masa, y luego, al límite, desaparecer como un fenómeno en sí mismo.
No se puede ignorar por más tiempo, o considerar marginal, un fenómeno que, de manera más o menos profunda, ha llegado a cientos de millones de creyentes en Cristo en todas las denominaciones cristianas y decenas de millones solo en la Iglesia Católica. Recibiendo por primera vez, el 19 de mayo de 1975, a los responsables de la Renovación Carismática Católica en la Basílica de San Pedro, el beato Pablo VI, en su discurso, la definió como “una oportunidad (chance) para la Iglesia y para el mundo”.
El teólogo Yves Congar, en su ponencia en el Congreso Internacional de Pneumatología, celebrado en el Vaticano con ocasión del XVI centenario del Concilio Ecuménico de Constantinopla del 381, al hablar de los signos del despertar del Espíritu Santo en nuestra época, dijo:
“¿Cómo no situar aquí la corriente carismática, más conocida como la Renovación en el Espíritu? Se ha propagado como el fuego que corre sobre las malezas. Es mucho más que una moda... Por un aspecto, sobre todo, se asemeja a un movimiento de despertar: por el carácter público y verificable de su acción que cambia la vida de las personas... Es como un rejuvenecimiento, una frescura y unas nuevas posibilidades en el seno de la antigua Iglesia, nuestra madre”xii.
Lo que, en este momento, me gustaría destacar es un punto preciso: ¿en qué sentido y de qué forma se puede decir que esta realidad es una oportunidad para la Iglesia católica y las Iglesias nacidas de la Reforma? Esto es lo que pienso al respecto: permite remontar la pendiente y restituir a la salvación cristiana el rico y apasionante contenido positivo, que se resume en el don del Espíritu Santo. El fin principal de la vida cristiana aparece en verdad, como decía san Serafín de Sarov, “la adquisición del Espíritu Santo”xiii. San Juan Pablo II, en un discurso ante los responsables de la Renovación Carismática Católica, en 1998, dijo:
“El movimiento carismático católico, […] como un nuevo Pentecostés, ha suscitado en la vida de la Iglesia un extraordinario florecimiento de asociaciones y movimientos, particularmente sensibles a la acción del Espíritu. […] ¡Cuántos fieles laicos han podido experimentar en su vida la sorprendente fuerza del Espíritu y de sus dones! ¡Cuántas personas han redescubierto la fe, el gusto por la oración, la fuerza y la belleza de la palabra de Dios, traduciendo todo esto en un generoso servicio a la misión de la Iglesia! ¡Cuántas vidas han cambiado totalmente!”xiv
No digo que entre las personas que se identifican con esta “corriente de gracia” todos vivan estas características, pero sé por experiencia que todos, hasta los más sencillos, saben de que se trata y aspiran a conseguirlas en sus vidas. La misma imagen externa que se da de la vida cristiana es diferente: es un cristianismo alegre, contagioso, que no tiene nada del pesimismo sombrío que Nietzsche le reprochaba. El pecado no se trivializa porque uno de los primeros efectos de la venida del Paráclito en el corazón del hombre es el de “convencerlo del pecado” (cfr. Juan 16, 8). Lo sé yo que debo a una experiencia así mi sufrida y reluctante rendición a esta gracia, ¡hace treinta y ocho años!
No se trata de unirse a este “movimiento” - o a algún movimiento -, sino de abrirse a la acción del Espíritu, en cualquier estado de vida que uno se encuentre. El Espíritu Santo no es monopolio de nadie, mucho menos del movimiento pentecostal y carismático. Lo importante es no permanecer fuera de la corriente de gracia que atraviesa, bajo diversas formas, toda la cristiandad; ver en ella una iniciativa de Dios y una oportunidad para la Iglesia, y no una amenaza o una infiltración ajena al catolicismo.
Una cosa puede echar a perder esta oportunidad, y viene, por desgracia, desde su propio interior. La Escritura afirma la primacía de la obra santificadora del Espíritu sobre su actividad carismática. Basta leer de corrido 1 Corintios 12 y 13, sobre los diversos carismas y sobre la vía mejor de todas que es la caridad. Sería comprometer esta oportunidad, si el énfasis sobre los carismas, y en particular sobre algunos de ellos más llamativos, terminase por prevalecer sobre el esfuerzo de una vida auténtica “en Cristo” y “en el Espíritu”, basada en la conformación con Cristo y por tanto en la mortificación de las obras de la carne y la búsqueda de los frutos del Espíritu.
Espero que el próximo retiro mundial del clero, organizado en junio aquí en Roma, en preparación del 50º aniversario de la Renovación Carismática Católica en el 2017, sirva para reafirmar con fuerza esta prioridad, sin dejar de alentar por todos los medios el ejercicio de los carismas, tan útiles y necesarios, de acuerdo con el Concilio Vaticano II, “para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia”xv.
Dejemos que los hermanos ortodoxos disciernan si esta corriente de gracia está destinada sólo para nosotros, Iglesias de Occidente y nacidas de ellas, o si un nuevo Pentecostés es lo que incluso el Oriente cristiano, por otra razón, necesita. Mientras tanto, no podemos dejar de darles las gracias por haber cultivado y tenazmente defendido durante siglos un ideal de vida cristiana hermoso y rico, del cual toda la cristiandad se benefició, entre otras cosas mediante el instrumento silencioso del icono.
Hemos hecho nuestras reflexiones sobre la fe común de Oriente y Occidente, teniendo delante de nosotros, en esta capilla, la imagen de la Jerusalén celestial con santos ortodoxos y católicos reunidos en grupos mixtos, de tres en tres. Les pedimos que nos ayuden a realizar, en la Iglesia de aquí abajo, la misma comunión fraterna de amor que ellos viven en la Jerusalén celestial.
Agradezco al Santo Padre y a vosotros Venerables Padres, hermanos y hermanas, la amable atención y os deseo a todos una ¡Feliz Pascua!
i G. Bardy, en Dictionnaire de spiritualité, ascétique et mystique, III, Beauchesne, París 1937, col. 1389s.; cfr. sobre el tema también Y. Spiteris, Salvación y pecado en la tradición oriental, EDB, Bolonia 1999.
ii Juan de la Cruz, Cántico Espiritual A, verso 38
iii Cfr. J.N.D. Kelly, Early Christian Doctrines, Londres 1968, cap. 14.
iv Atanasio, De Incarnatione, 20
v N. Cabasilas, La vida en Cristo, III, 1 (PG 153, 572).
vi Simeón el Nuevo Teólogo, Himnos (SCh 196, 1973, 330 s.).
vii Duns Escoto, Reportationes Parisienses, III,d.7,q.4,§ 5 (ed. Wadding, vol. XI, p. 451).
viii V. Lossky, P. Evdokimov, J. Meyendorf, citados en la primera meditación
ix B. Pascal, Pensamientos, 527 (Brunschvicg); cfr. M. Pelikan, Jesus Through the Centuries, Harper and Row, Nueva York 1987, p. 73-76.
x Anselmo, Cur Deus homo, XXI: (Nondum considerasti quanti ponderis sit peccatum: “Todavía no has comprendido bien cuan grave es el pecado”).
xi W. Lippman, cit. por M. Pelikan, op. cit., p. 76.
xii Y. Congar, Actualité de la Pneumatologie, en Credo in Spiritum Sanctum, Libreria Editrice Vaticana, 1983, I, p. 17ss.
xiii Serafín de Sarov, Coloquio con Motovilov, en I. Gorainoff, Seraphim de Sarov, París 1996 ( ed. ital. Serafino di Sarov, Turín 1981, p. 178).
xiv Juan Pablo II, Discurso al Comité Nacional de Servicio y el Consejo Nacional de la Renovación en el Espíritu, 4 de abril de 1998.
xvLumen gentium, 12.
Texto completo de la catequesis del Papa en la audiencia del miércoles 25 de marzo de 2015 (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Buenos días pero no una bonita jornada ¿eh?
Hoy la audiencia se lleva a cabo en dos lugares diferentes, como hacemos cuando llueve: vosotros aquí en la plaza, y muchos enfermos en el Aula Pablo VI que siguen la audiencia a través de las pantallas gigantes. Ahora, como un gesto de fraternal cortesía, les saludamos con un aplauso. ¡Y no es fácil aplaudir con el paraguas en la mano! ¿Eh?
En nuestro camino de catequesis sobre la familia, hoy es una etapa un poco especial: será una parada de oración.
El 25 de marzo en la Iglesia celebramos solemnemente la Anunciación, inicio del misterio de la Encarnación. El arcángel Gabriel visita a la humilde joven de Nazaret y le anuncia que concebirá y dará a luz al Hijo de Dios. Con este Anuncio, el Señor ilumina y refuerza la fe de María, como después hará también por su esposo José, para que Jesús pueda nacer en una familia humana. Esto es muy bonito: nos muestra profundamente el misterio de la Encarnación, así como Dios lo que ha querido, que comprende no solamente la concepción en el vientre de la madre, sino también la acogida en una verdadera familia. Hoy quisiera contemplar con vosotros la belleza de esta unión, de esta condescendencia de Dios; y podemos hacerlo recitando juntos el Ave María, que en la primera parte retoma precisamente las palabras que el ángel dirige a la Virgen. Rezamos juntos:
«Dios te salve María llena eres de gracia el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la ahora de nuestra muerte. Amén»
Y ahora un segundo aspecto: el 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación, en muchos países se celebra la Jornada por la Vida. Por esto, hace 20 años, san Juan Pablo II en esta fecha firmó la Encíclica Evangelium vitae. Para recordar tal aniversario hoy están presentes en la plaza muchos mienbros del Movimiento por la Vida. En la Evangelium vitae la familia ocupa un lugar central, en cuanto es el seno de la vida humana. La palabra de mi venerado predecesor nos recuerda que la pareja humana ha sido bendecida por Dios desde el principio para formar una comunidad de amor y de vida, en la que está confiada a la misión de la procreación. Los esposos cristianos, celebrando el sacramento del Matrimonio, se hacen disponibles a honrar esta bendición, con la gracia de Cristo, para toda la vida. La Iglesia, por su parte, se compromete solemnemente a cuidar de la familia que hace, como don de Dios para su misma vida, en las buenas y en las malas: la unión entre Iglesia y familia es sagrada e inviolable. La Iglesia, como madre, no abandona nunca a la familia, tampoco cuando está abatida, herida y mortificada de muchas formas. Ni siquiera cuando cae en el pecado, o se aleja de la Iglesia; siempre hará de todo para tratar de curarla y de sanarla, invitarla a la conversión y reconciliarla con el Señor.
Pues bien, si esta es la tarea, parece claro de cuánta oración necesita la Iglesia para ser capaz, en cada tiempo, para cumplir esta misión. Una oración llena de amor por la familia y por la vida. Una oración que sabe alegrarse con quien se alegra y sufrir con quien sufre.
Esto es lo que, junto con mis colaboradores, hemos pensado proponer hoy: renovar la oración por el Sínodo de los Obispos sobre la familia. Lanzamos de nuevo este compromiso hasta el próximo octubre, cuando tendrá lugar la Asamblea sinodal ordinaria dedicada a la familia. Quisiera que esta oración, como todo el camino sinodal, sea animada por la compasión del Buen Pastor por su rebaño, especialmente por las personas y las familias que por distintos motivos están “cansadas y agobiadas, como ovejas sin pastor”. Así, sostenida y animada por la gracia de Dios, la Iglesia podrá estar aún más comprometida, y aún más unida, con el testimonio de la verdad del amor de Dios y de su misericordia por las familias del mundo, ninguna excluida, tanto dentro como fuera del redil.
Os pido por favor que no falte vuestra oración. Todos - el Papa, los cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, fieles laicos - todos estamos llamados a rezar por el Sínodo. ¡Es necesario, no lo olvidéis! Invito a rezar también a los que se sienten alejados, o que ya no están acostumbrados a hacerlo. Esta oración por el Sínodo de la familia es por el bien de todos. Sé que esta mañana os han dado una imagen y que la tenéis entre las manos. Tal vez esté un poco mojada… Os invito a conservarla y llevarla con vosotros, así en los próximos meses podéis recitarla a menudo, con santa insistencia, como nos ha pedido Jesús. Ahora la recitamos juntos:
Jesús, María y José,
en vosotros contemplamos
el esplendor del amor verdadero,
nos dirigimos con fe a vosotros,
Santa Familia de Nazaret
haced nuestras familias
lugares de comunión y cenáculos de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas Iglesias domésticas.
Santa Familia de Nazaret,
que nunca más en las familias haya
violencia, cerrazón y división:
quien haya sido herido o escandalizado
conozca pronto el consuelo y la sanación.
Santa Familia de Nazaret,
que el próximo Sínodo de los Obispos
pueda volver a despertar en todos la conciencia
del carácter sagrado e inviolable de la familia
de su belleza en el proyecto de Dios.
Jesús, María y José,
escuchad, atended nuestra súplica. Amén.
Texto traducido por ZENIT
El arzobispo de San Salvador fue asesinado por odio a la fe el 24 de marzo de 1980. Será beatificado el próximo 23 de mayo en la capital
Óscar Arnulfo Romero nació en Ciudad Barrios, departamento de San Miguel, el 15 de agosto de 1917, día de la Asunción de la Virgen María. Su familia era humilde y con un tipo modesto de vida. Desde pequeño, Óscar fue conocido por su carácter tímido y reservado, su amor a lo sencillo y su interés por las comunicaciones. A muy temprana edad sufrió una grave enfermedad que le afectó notablemente en su salud.
En el transcurso de su infancia, en ocasión de una ordenación sacerdotal a la que asistió, Óscar habló con el padre que acompañaba al recién ordenado y le manifestó sus grandes deseos de hacerse sacerdote. Su deseo se convirtió en una realidad, ingresó al Seminario Menor de San Miguel y a pesar de las desaveniencias económicas que pasaba la familia para mantenerlo en el seminario, Óscar avanzó en su idea de entregar su vida al servicio de Dios y del pueblo.
Estudió con los padres Claretianos en el Seminario Menor de San Miguel desde 1931 y posteriormente con los padres Jesuitas en el Seminario San José de la Montaña hasta 1937. En el tiempo que estalló la II Guerra Mundial, fue elegido para ir a estudiar a Roma y completar su formación sacerdotal y seguramente su elección se debió a la integridad espiritual e inteligencia académica manifestada en el seminario.
Sacerdote
Fue ordenado sacerdote a la edad de 25 años en Roma, el 4 de abril de 1942. Continuó estudiando en Roma para completar su tesis de Teología sobre los temas de ascética y mística, pero debido a la guerra, tuvo que regresar a El Salvador y abandonar la tesis que estaba a punto de concluir.
Regresó al país en agosto de 1943. Su primera parroquia fue Anamorós en el departamento de La Unión. Pero poco tiempo después fue llamado a San Miguel donde realizó su labor pastoral durante aproximadamente veinte años.
El padre Romero era un sacerdote sumamente caritativo y entregado. No aceptaba obsequios que no necesitara para su vida personal. Ejemplo de ello fue la cómoda cama que un grupo de señoras le regaló en una ocasión, la cual regaló y continuó ocupando la sencilla cama que tenía.
Dada su amplia labor sacerdotal fue elegido Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador y ocupó el mismo cargo en el Secretariado Episcopal de América Central.
Obispo
El 25 de abril de 1970, la Iglesia lo llamó a proseguir su camino pastoral elevándolo al ministerio episcopal como Obispo Auxiliar de San Salvador, que tenía al ilustre Mons. Luis Chávez y González como Arzobispo y como Auxiliar a Mons. Arturo Rivera Damas. Con ellos compartiría su desafío pastoral y en el día de su ordenación episcopal dejaba claro el lema de toda su vida: “Sentir con la Iglesia”.
Esos años como Auxiliar fueron muy difíciles para Monseñor Romero. No se adaptaba a algunas líneas pastorales que se impulsaban en la Arquidiócesis y además lo aturdía el difícil ambiente que se respiraba en la capital. También fue nombrado director del semanario Orientación, y le dio al periódico un giro notablemente clerical. Este “giro” le fue muy criticado por algunos sectores dentro de la misma Iglesia, considerándolo un “periódico sin opinión”.
En El Salvador la situación de violencia avanzaba, con ello la Iglesia se edificaba en contra de esa situación de dolor, por tal motivo la persecución a la Iglesia en todos sus sentidos comenzó a cobrar vida.
Luego de muchos conflictos en la Arquidiócesis, la sede vacante de la Diócesis de Santiago de María fue su nuevo camino. El 15 de octubre de 1974 fue nombrado obispo de esa Diócesis y el 14 de diciembre tomó posesión de la misma. Monseñor Romero se hizo cargo de la Diócesis más joven de El Salvador en ese tiempo.
En junio de 1975 se produjo el suceso de “Las Tres Calles”, donde un grupo de campesinos que regresaban de un acto litúrgico fue asesinado sin compasión alguna, incluso a criaturas inocentes.
El informe oficial hablaba de supuestos subversivos que estaban armados; las ‘armas’ no eran más que las biblias que los campesinos portaban bajos sus brazos. En ese momento, los sacerdotes de la Diócesis, sobre todos los jóvenes, pidieron a Monseñor Romero que hiciera una denuncia pública sobre el hecho y que acusara a las autoridades militares del siniestro, Mons. Romero no había comprendido que detrás de las autoridades civiles y militares, detrás del mismo Presidente de la República, Arturo Armando Molina que era su amigo personal, había una estructura de terror, que eliminaba de su paso a todo lo que pareciera atentar los intereses de “la patria” que no eran más que los intereses de los sectores pudientes de la nación. Mons. Romero creía ilusamente en el Gobierno, éste era su grave error. Poco a poco comenzó a enfrentarse a la dura realidad de la injusticia social.
Los amigos ricos que tenía eran los mismos que negaban un salario justo a los campesinos; esto le empezó a incomodar, la situación de miseria estaba llegando muy lejos como para quedarse esperando a una solución de los demás. La situación se agudizó y las relaciones entre el pueblo y el gobierno se fueron agrietando.
Arzobispo de San Salvador
En medio de ese ambiente de injusticia, violencia y temor, Mons. Romero fue nombrado Arzobispo de San Salvador el 3 de febrero de 1977 y tomó posesión el 22 del mismo mes, en una ceremonia muy sencilla. Tenía 59 años de edad y su nombramiento fue para muchos una gran sorpresa, el seguro candidato a la Arquidiócesis era el auxiliar por más de dieciocho años en la misma, Mons. Arturo Rivera Damas: “la lógica de Dios desconcierta a los hombres”.
El 12 de marzo de 1977, se dió la triste noticia del asesinato del padre Rutilio Grande, un sacerdote amplio, consciente, activo y sobre todo comprometido con la fe de su pueblo. La muerte de un amigo duele, Rutilio fue un buen amigo para Monseñor Romero y su muerte le dolió mucho: “un mártir dió vida a otro mártir”.
Su opción comenzó a dar frutos en la Arquidiócesis, el clero se unió en torno al Arzobispo, los fieles sintieron el llamado y la protección de una Iglesia que les pertenecía, la “fe” de los hombres se volvió en el arma que desafiaría las cobardes armas del terror. La situación se complicó cada vez más. Un nuevo fraude electoral impuso al general Carlos Humberto Romero para la Presidencia. Una protesta generalizada se dejó escuchar en todo el ambiente.
En el transcurso de su ministerio Arzobispal, Mons. Romero se convirtió en un implacable protector de la dignidad de los seres humanos, sobre todo de los más desposeídos; esto lo llevaba a emprender una actitud de denuncia contra la violencia, y sobre todo a enfrentar cara a cara a los regímenes del mal.
Sus homilías se convirtieron en una cita obligatoria de todo el país cada domingo. Desde el púlpito iluminaba a la luz del Evangelio los acontecimientos del país y ofrecía rayos de esperanza para cambiar esa estructura de terror.
Los primeros conflictos de Monseñor Romero surgieron a raíz de las marcadas oposiciones que su pastoral encontraba en los sectores económicamente poderosos del país y unido a ellos, toda la estructura gubernamental que alimentaba esa institucionalidad de la violencia en la sociedad salvadoreña, sumado a ello, el descontento de las nacientes organizaciones político-militares de izquierda, quienes fueron duramente criticados por Mons. Romero en varias ocasiones por sus actitudes de idolatrización y su empeño en conducir al país hacia una revolución.
A raíz de su actitud de denuncia, Mons. Romero comenzó a sufrir una campaña extremadamente agobiante contra su ministerio arzobispal, su opción pastoral y su personalidad misma, cotidianamente eran publicados en los periódicos más importante, editoriales, campos pagados, anónimos, etc., donde se insultaba, calumniaba, y más seriamente se amenazaba la integridad física de Mons. Romero. La “Iglesia Perseguida en El Salvador” se convirtió en signo de vida y martirio en el pueblo de Dios.
Este calvario que recorría la Iglesia ya había dejado rasgos en la misma, luego del asesinato del padre Rutilio Grande, se sucedieron otros asesinatos más. Fueron asesinados los sacerdotes Alfonso Navarro y su amiguito Luisito Torres, luego fue asesinado el padre Ernesto Barrera, posteriormente fue asesinado, en un centro de retiros, el padre Octavio Ortiz y cuatro jóvenes más. Por último fueron asesinados los padres Rafael Palacios y Alirio Napoleón Macias. La Iglesia sintió en carne propia el odio irascible de la violencia que se había desatado en el país.
Resultaba difícil entender en el ambiente salvadoreño que un hombre tan sencillo y tan tímido como Mons. Romero se convirtiera en un “implacable” defensor de la dignidad humana y que su imagen traspasara las fronteras nacionales por el hecho de ser: “voz de los sin voz”. Muchas de los sectores poderosos y algunos obispos y sacerdotes se encargaron de manchar su nombre, incluso llegando hasta los oídos de las autoridades de Roma. Mons. Romero sufrió mucho esta situación, le dolía la indiferencia o la traición de alguna persona en contra de él. Ya a finales de 1979 Monseñor Romero sabía el inminente peligro que acechaba contra su vida y en muchas ocasiones hizo referencia de ello consciente del temor humano, pero más consciente del temor a Dios a no obedecer la voz que suplicaba interceder por aquellos que no tenían nada más que su fe en Dios: los pobres.
Uno de los hechos que comprobó el inminente peligro que acechaba sobre la vida de Mons. Romero fue el frustrado atentado dinamitero en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, en febrero de 1980, el cual hubiera acabado con la vida de Monseñor Romero y de muchos fieles que se encontraban en el recinto de dicha Basílica.
El domingo 23 de marzo de 1980 Mons. Romero pronunció su última homilía, la cual fue considerada por algunos como su sentencia de muerte debido a la dureza de su denuncia: “en nombre de Dios y de este pueblo sufrido... les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios, cese la represión”.
Asesinado en el Altar
Ese 24 de marzo de 1980 Monseñor Óscar Arnulfo Romero Galdámez fue asesinado de un certero disparo, aproximadamente a las 6:25 p.m. mientras oficiaba la Eucaristía en la Capilla del Hospital La Divina Providencia, exactamente al momento de preparar la mesa para recibir el Cuerpo de Jesús. Fue enterrado el 30 de marzo y sus funerales fueron una manifestación popular de compañía, sus queridos campesinos, las viejecitas de los cantones, los obreros de la ciudad, algunas familias adineradas que también lo querían, estaban frente a la catedral para darle el último adiós, prometiéndole que nunca lo iban a olvidar. Raramente el pueblo se reúne para darle el adiós a alguien, pero él era su padre, quien los cuidaba, quien los quería, todos querían verlo por última vez.
Tres años de fructífera labor arzobispal habían terminado, pero una eternidad de fe, fortaleza y confianza en un hombre bueno como lo fue Mons. Romero habían comenzado, el símbolo de la unidad de los pobres y la defensa de la vida en medio de una situación de dolor había nacido.
(Fuente: www.romeroes.com)
El Papa Francisco se dirigió el sábado, 23 de marzo de 2015, a la Iglesia de Jesús Nuevo en Nápoles, en donde encontró a un grupo de enfermos procedentes de varios hospitales de la ciudad, acompañados por voluntarios de asociaciones católicas y laicas. (Zenit.org)
"No es fácil acercarse a un enfermo. Las cosas más hermosas de la vida y las cosas más miserables son púdicas, se esconden. El amor más grande, uno trata de ocultarlo por pudor; y las cosas que muestran nuestra miseria humana, también tratamos de ocultarlas, por pudor. Por eso, para encontrar a un enfermo hay que ir donde él, porque el pudor de la vida lo esconde. Ir a visitar a los enfermos. Y cuando hay enfermedades de por vida, cuando estamos ante enfermedades que marcan toda una vida, preferimos ocultarlas, porque ir a buscar al enfermo es ir a encontrar la propia enfermedad, la que tenemos dentro. Es tener el valor de decirse a uno mismo: yo también tengo alguna enfermedad en el corazón, en el alma, en el espíritu, yo también soy un enfermo espiritual.
Dios nos creó para cambiar el mundo, para ser eficientes, para dominar la Creación: es nuestra tarea. Pero cuando nos enfrentamos a una enfermedad, vemos que esta enfermedad impide esto: ese hombre, esa mujer nacido o nacida de esa manera, o que su cuerpo se ha vuelto así, es decir 'no' --parece-- a la misión de transformar el mundo. Este es el misterio de la enfermedad. Solo podemos acercarnos a una enfermedad en espíritu de fe. Podemos acercarnos bien a un hombre, a una mujer, a un niño, a una niña, enfermos, solo si miramos a Auél que ha cargado sobre sus espaldas todas nuestras enfermedades, si nos acostumbramos a mirar a Cristo crucificado. Ahí está la única explicación de este "fracaso", de este fracaso humano, la enfermedad de por vida. La única explicación está en Cristo Crucificado.
A vosotros, enfermos, os digo que si no podéis entender al Señor, le pido al Señor que os haga entender en el corazón que sois la carne de Cristo, que sois Cristo Crucificado entre nosotros, que sois los hermanos muy cercanos a Cristo. Una cosa es mirar un crucifijo y otra cosa es mirar a un hombre, a una mujer, a un niño enfermos, es decir, crucificados en su enfermedad: son la carne viva de Cristo.
A vosotros, voluntarios, ¡muchas gracias! Muchas gracias por emplear vuestro tiempo acariciando la carne de Cristo, sirviendo a Cristo Crucificado, vivo. ¡Gracias! Y también a vosotros, médicos, enfermeros, os digo gracias. Gracias por hacer este trabajo, gracias por no convertir vuestra profesión en un negocio. Gracias a muchos de vosotros que seguís el ejemplo del Santo que está aquí, que ha trabajado aquí en Nápoles: servir sin enriquecerse por el servicio. Cuando la medicina se convierte en comercio, en negocio, es como el sacerdocio cuando actúa de la misma manera: pierde la esencia de su vocación.
A voi tutti cristiani di questa diocesi di Napoli, chiedo di non dimenticare quello che Gesù ci ha chiesto e che è anche scritto nel “protocollo” sul quale noi saremo giudicati: Sono stato ammalato e mi hai visitato (cfr Mt 25,36). Su questo saremo giudicati. Il mondo della malattia è un mondo di dolore. I malati soffrono, rispecchiano il Cristo sofferente: non bisogna avere paura di avvicinarsi a Cristo che soffre. Grazie tante per tutto quello che fate. E preghiamo perché tutti i cristiani della diocesi abbiano più coscienza di questo e preghiamo perché il Signore dia a voi e a tanti volontari la perseveranza in questo servizio di carezzare la carne sofferente del Cristo. Grazie.
A todos vosotros, cristianos de esta diócesis de Nápoles, os pido que no olvidésis lo que Jesús nos ha pedido y que también está escrito en el "protocolo" con el que seremos juzgados: Estaba enfermo y me visitaste (cfr. Mt 25, 36). Sobre esto seremos juzgados. El mundo de la enfermedad es un mundo de dolor. Los enfermos sufren, reflejan a Cristo sufriente: no debemos tener miedo de acercarnos a Cristo que sufre. Muchas gracias por todo lo que hacéis. Y rezamos para que todos los cristianos de la diócesis tengan más consciencia de esto y oramos para que el Señor os dé, a vosotros y a muchos voluntarios, perseverancia en este servicio de acariciar la carne sufriente de Cristo. Gracias".
Texto completo del ángelus del domingo 22 de marzo de 2015 (Zenit.org)
En este quinto domingo de cuaresma, el evangelista Juan atrae nuestra atención con un particular curioso: algunos 'griegos', de religió judía, llegados a Jerusalén para la fiesta de Pascua, se dirigen al apóstol Felipe y le dicen: “Queremos ver a Jesús”. En la ciudad santo en donde Jesús se ha dirigido por la última vez hay mucha gente. Están lo pequeños y simples, que han acogido festivamente al profeta de Nazaret, reconociendo el él enviado del Señor.
Están los sumos sacerdotes y los jefes del pueblo, que lo quieren eliminar porque lo consideran herético y peligroso. Se encuentran también personas, que como aquellos 'griegos', tienen curiosidad de verlo y saber más sobre su persona y las obras por él realizadas, la última de las cuales --la resurrección de Lázaro-- despertó mucha impresión.
“Queremos ver a Jesús”. Estas palabras como tantas otras en los evangelios, llevan más allá del episodio particular y expresan algo de universal; revelan un deseo que atraviesa las épocas y las culturas, un deseo presente en el corazón de tantas personas que han oído hablar de Cristo, pero aún no lo han encontrado. Yo deseo ver a Jesús, así siente el corazón de esta gente.
Respondiendo indirectamente, de manera profética a aquel pedido de poder verlo, Jesús pronuncia una profecía que desvela su identidad e indica el camino para conocerlo verdaderamente: “Ha llegado la hora que el Hijo del hombre sea glorificado”. ¡Es la hora de la cruz!, es la hora de la derrota de Satanás, príncipe del mal, y del triunfo definitivo del amor misericordioso de Dios.
Cristo declara que será “elevado de la tierra”, una expresión con un doble significado: “elevado” porque exaltado por el Padre en la Resurrección, para atraer a todos a sí y reconciliar a los hombres con Dios y entre ellos. La hora de la cruz, la más oscura de la historia, que es también el manantial de la salvación para todos aquellos que creen el él.
Prosiguiendo en la profecía sobre su Pascua, a esta altura inminente, Jesús usa una imagen simple y sugestiva, la del “grano de trigo” que, caído en la tierra, muere para producir su fruto. En esta imagen encontramos otro aspecto de la cruz de Cristo: el de la fecundidad. La cruz de Cristo es fecunda.
La muerte de Jesús es de hecho una fuente interminable de vida nueva, porque lleva en sí la fuerza generadora del amor de Dios. Sumergidos en este amor por el bautismo, los cristianos pueden volverse “granos de trigo” y frutificar mucho si como Jesús, “pierden la propia vida” por amor de Dios y de los hermanos.
Por esto a quienes también hoy “quieren ver a Jesús”, a quienes están a la búsqueda del rostro de Dios; a quien ha recibido una catequesis cuando era pequeño y nunca más la ha profundizado, que lleva la fe a tantos que aún no han encontrado a Jesús personalmente...; a todas estas personas nosotros podemos ofrecerles tres cosas, tres: el evangelio, el crucifijo, y el testimonio de nuestra fe, pobre pero sincera.
El evangelio: allí podemos encontrar a Jesús, escucharlo, conocerlo. El crucifico: signo del amor de Jesús que se ha donado por nosotros; y después, una fe que se traduce en gestos simples de caridad fraterna. Pero principalmente, en la coherencia de vida entre lo que decimos y lo que vivimos. Coherencia entre nuestra fe y nuestra vida, entre nuestras palabras y nuestras acciones.
El evangelio, el crucifijo y el testimonio. Qué la Virgen nos ayude a llevar estas tres cosas.
(El papa reza el ángelus).
Queridos hermanos y hermanas, a pesar del feo tiempo son tantos quienes vinieron, tienen coraje, también los maratonistas etas tienen coraje, les saludo con afecto.
Ayer estuve en Nápoles, en visita pastoral. Quiero agradecer la calurosa acogida de todos los napolitanos, tan buenos, muchas gracias.
“Hoy es la Jornada Mundial del Agua, promovida por las Naciones Unidas. El agua es el elemento más esencial de la vida, de nuestra capacidad para cuidarla y compartirle depende el futuro de la humanidad. Animo por lo tanto a la comunidad internacional a vigilar para que las aguas del planeta sean adecuadamente protegidas y nadie sea excluido o discriminado en el uso de este bien, que es un bien común por excelencia. Con san Francisco de Asís decimos: “Alabado seas mi Señor, por la hermana agua, la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta”.
Saludo a todos los peregrinos presentes, en particular al coro del 'Conservatorio Profesional de Música de Orihuela' (España), a los jóvenes del 'Collège Saint-Jean de Passy' de Paris. A los fieles de Hungría y a los grupos musicales del Cantón Ticino, en Suiza.
Saludo al Orden Franciscano Seglar de Cremona, a la UNITALSI de Lombardía, al grupo que lleva el nombre del obispo martir Oscar Romero, que será pronto proclamado beato; también a los fieles de Fiumicino, a los niños de la primera comunión de Sanbuceto, a los jóvenes de Ravena, Milán y Florencia que han recibido hace poco la Confirmación o están por recibirla.
Y ahora, repetiremos un gesto, que ha hicimos el año pasado. Según una antigua tradición de la Iglesia, en la Cuaresma se entrega el evangelio a quienes se preparan para el bautismo. Así hoy les ofrezco a quienes están en la plaza, un regalo: un evangelio de bolsillo.
Les será distribuido gratuitamente por algunas personas sin fija demora que viven en Roma. También en esto vemos un gesto muy lindo que le gusta a Jesús: los más necesitados son aquellos que nos regalan la palabra de Dios. Tomen este evangelio, para que uno pueda llevarlo en la cartera, en el bolsillo. Leerlo con frecuencia, un pasaje, un párrafo cada día, la palabra de Dios es luz para nuestro camino. Nos hará bien, hacedlo. Les deseo a todos un buen domingo. Y por favor, no se olviden de rezar por mi. Y “buon pranzo e arrivederci”».
Sugerengias para la celebración del tiempo pascual 2015 enviadas por la Delegación de Liturgia de la Diócesis de Tenerife.
PASCUA: DISCÍPULOS MISIONEROS DE LA ALEGRÍA
“El corazón humano desea la alegría. Cada familia, cada pueblo aspira a la felicidad. Pero, ¿cuál es la alegría que el cristiano está llamado a vivir y ser testigo? Es aquella que viene de la cercanía de Dios, de su presencia en nuestras vidas. Desde que Jesús entró en la historia, con su nacimiento en Belén, la humanidad recibió la semilla del Reino de Dios, como una tierra que recibe la semilla, promesa de la futura cosecha. ¡No se necesita buscar más en otra parte! Jesús vino a traer alegría a todos y para siempre. No se trata sólo de una alegría esperada o pospuesta al paraíso, sino de una alegría real y palpable ya ahora, porque Jesús mismo es nuestra alegría, es nuestra casa, con Jesús la alegría está en casa ¿sin Jesús hay alegría? No. Él está vivo, es el Resucitado, y obra en nosotros y entre nosotros, especialmente con la Palabra y los Sacramentos.
Todos nosotros bautizados de la Iglesia, estamos llamados a aceptar siempre nuevamente la presencia de Dios entre nosotros y ayudar a otros a descubrirla, o redescubrirla si es que se hubieran olvidado. Es una hermosa misión, como la de Juan el Bautista: orientar las personas a Cristo - ¡no a nosotros mismos! - Porque Él es la meta hacia la cual el corazón humano tiende cuando busca la alegría y la felicidad.
Aún San Pablo, en la liturgia de hoy, indica las condiciones para ser "misioneros de la alegría": orar con perseverancia, dar siempre gracias a Dios, entregarse a su Espíritu, buscar el bien y evitar el mal (cf. 1 Ts 5,17- 22). Si esto va a ser nuestra forma de vida, entonces la buena noticia podrá entrar en tantos hogares y familias y ayudar a la gente a redescubrir que en Jesús está la salvación. En Él es posible encontrar la paz interior y la fuerza para enfrentar cada día las diferentes situaciones de la vida, incluso la más pesada y difícil.
No se ha sentido nunca de un santo triste o una santa con la cara fúnebre, sería un contrasentido. El cristiano es una persona que tiene el corazón lleno de paz porque sabe poner su alegría en el Señor también cuando atraviesa momentos difíciles de la vida, tener fe no significa no tener momentos difíciles, sino tener la fuerza de afrontarlos sabiendo que no estamos solos y esta es la paz que Dios dona a sus hijos
(…) La Iglesia nos invita a ser testigos de que Jesús no es un personaje del pasado; Él es la Palabra de Dios que sigue iluminando el camino del hombre; sus gestos - los sacramentos - son la manifestación de la ternura, del consuelo y del amor del Padre para todo ser humano. La Virgen María, "Causa de nuestra alegría", nos tenga siempre dispuestos en el Señor, que viene a librarnos de tanta esclavitud interior y exterior.”
Papa Francisco. Ángelus 14-12-2014
EL SIGNO:
Proponemos que en un lugar destacado se coloquen y resalten los signos de la Pascua: el cirio bien adornado con flores, la Pila Bautismal bien adornada también y en un lugar visible a los fieles. El altar y el ambón resaltados con más velas y flores que de costumbre. Todo tiene que hablar de alegría, fiesta y sobre todo vida. El cartel del año pastoral en curso con el lema que coincide con el de la Pascua, nos puede servir puesto que estamos también en la recta final de la revisión del PDP y las propuestas para el nuevo.
Recomendamos que se haga durante todos los domingos la aspersión con el agua y se renueven solemnemente las promesas bautismales utilizando el formulario de preguntas y respuestas que ofrece la liturgia. Es una forma de insistir en la necesidad de ser discípulos misioneros.
Donde sea posible, al menos el domingo de Pascua y el de la octava, podríamos invitar a los fieles aunque pueda alargarse la celebración, a pasar a renovar la fe por la pila bautismal y tomando agua trazar sobre ellos la señal de la cruz. Es un buen momento para saludarles personalmente y felicitar la Pascua. Puede entregárseles también en ese momento, una flor signo del “buen olor de Cristo” que están llamados a dar como cristianos.
LOS MATERIALES:
Para ayudarnos en la preparación y vivencia de este tiempo se nos ofrece:
Para facilitarles el trabajo, el cartel del año pastoral, lo hemos entregado a la imprenta de Cáritas Diocesana para que puedan solicitarlas allí en gran formato. El cartel en tamaño poster pueden solicitarlo en la Vicaría de pastoral.
L A V I D A D E J E S U C R I S T O E N L O S D I S C Í P U L O S M I S I O N E R O S
CAPÍTULO 3
LA ALEGRÍA DE SER DISCÍPULOS MISIONEROS PARA ANUNCIAR EL EVANGELIO DE JESUCRISTO
101. En este momento, con incertidumbres en el corazón, nos preguntamos con Tomás: “¿Cómo vamos a saber el camino?” (Jn 14,5). Jesús nos responde con una propuesta provocadora: “Yo soy el Camino,la Verdadyla Vida” (Jn 14,6). Él es el verdadero camino hacia el Padre, quien tanto amó al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna (cf. Jn 3,16). Ésta es la vida eterna: “Que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y a Jesucristo tu enviado” (Jn 17,3). La fe en Jesús como el Hijo del Padre es la puerta de entrada ala Vida. Losdiscípulos de Jesús confesamos nuestra fe con las palabras de Pedro: “Tus palabras dan Vida eterna” (Jn 6,68); “Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16).
102. Jesús es el Hijo de Dios,la Palabrahecha carne (cf. Jn 1,14), verdadero Dios y verdadero hombre, prueba del amor de Dios a los hombres. Su vida es una entrega radical de sí mismo a favor de todas las personas, consumada definitivamente en su muerte y resurrección. Por ser el Cordero de Dios, Él es el Salvador. Su pasión, muerte y resurrección posibilita la superación del pecado y la vida nueva para toda la humanidad. En Él, el Padre se hace presente, porque quien conoce al Hijo conoce al Padre (cf. Jn 14,7).
103. Los discípulos de Jesús reconocemos que Él es el primer y más grande evangelizador enviado por Dios (cf. Lc 4,44) y, al mismo tiempo, el Evangelio de Dios (cf. Rm 1,3). Creemos y anunciamos “la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios” (Mc 1,1). Como hijos obedientes a la voz del Padre, queremos escuchar a Jesús (cf. Lc 9,35) porque Él es el único Maestro (cf. Mt 23,8). Como discípulos suyos, sabemos que sus palabras son Espíritu y Vida (cf. Jn 6,63.68). Con la
alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación.
3.1 La buena nueva de la dignidad humana
104. Bendecimos a Dios por la dignidad de la persona humana, creada a su imagen y semejanza. Nos ha creado libres y nos ha hecho sujetos de derechos y deberes en medio de la creación. Le agradecemos por asociarnos al perfeccionamiento del mundo, dándonos inteligencia y capacidad para amar; por la dignidad, que recibimos también como tarea que debemos proteger, cultivar y promover. Lo bendecimos por el don de la fe que nos permite vivir en alianza con Él hasta compartir la vida eterna. Lo bendecimos por hacernos hijas e hijos suyos en Cristo, por habernos redimido con el precio de su sangre y por la relación permanente que establece con nosotros, que es fuente de nuestra dignidad absoluta, innegociable e inviolable. Si el pecado ha deteriorado la imagen de Dios en el hombre y ha herido su condición, la buena nueva, que es Cristo, lo ha redimido y restablecido en la gracia (cf. Rm 5, 12-21).
105. Alabamos a Dios por los hombres y mujeres de América Latina y El Caribe que, movidos por su fe, han trabajado incansablemente en defensa de la dignidad de la persona humana, especialmente de los pobres y marginados. En su testimonio, llevado hasta la entrega total, resplandece la dignidad del ser humano.
3.2 La buena nueva de la vida
106. Alabamos a Dios por el don maravilloso de la vida y por quienes la honran y la dignifican al ponerla al servicio de los demás; por el espíritu alegre de nuestros pueblos que aman la música, la danza, la poesía, el arte, el deporte y cultivan una firme esperanza en medio de problemas y luchas. Alabamos a Dios porque, siendo nosotros pecadores, nos mostró su amor reconciliándonos consigo por la muerte de su Hijo en la cruz. Lo alabamos porque ahora continúa derramando su amor en nosotros por el Espíritu Santo y alimentándonos conla Eucaristía, pan de vida (cf. Jn 6,35).La Encíclica“Evangelio dela Vida”, de Juan Pablo II, ilumina el gran valor de la vida humana, la cual debemos cuidar y por la cual continuamente alabamos a Dios.
107. Bendecimos al Padre por el don de su Hijo Jesucristo, “rostro humano de Dios y rostro divino del hombre”44. “En realidad, tan sólo en el misterio del Verbo encarnado se aclara verdaderamente el misterio del hombre. Cristo, en la revelación misma del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre su altísima vocación”45.
108. Bendecimos al Padre porque todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incertidumbres, puede llegar a descubrir, en la ley natural escrita en su corazón (cf. Rm 2, 14-15), el valor sagrado de la vida humana, desde su inicio hasta su término natural, y afirmar el derecho de cada ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo. En el reconocimiento de este derecho, se fundamenta “la convivencia humana y la misma comunidad política”46.
109. Ante una vida sin sentido, Jesús nos revela la vida íntima de Dios en su misterio más elevado, la comunión trinitaria. Es tal el amor de Dios, que hace del hombre, peregrino en este mundo, su morada: “Vendremos a él y viviremos en él” (Jn 14,23). Ante la desesperanza de un mundo sin Dios, que sólo ve en la muerte el término definitivo de la existencia, Jesús nos ofrece la resurrección y la vida eterna en la que Dios será todo en todos (cf. 1 Cor 15,28). Ante la idolatría de los bienes terrenales, Jesús presenta la vida en Dios como valor supremo: “¿De qué le sirve a uno ganar el mundo, si pierde su vida?” (Mc ,36)47.
110. Ante el subjetivismo hedonista, Jesús propone entregar la vida para ganarla, porque “quien aprecie su vida terrena, la perderá” (Jn 12,25). Es propio del discípulo de Cristo gastar su vida como sal de la tierra y luz del mundo. Ante el individualismo, Jesús convoca a vivir y caminar juntos. La vida cristiana sólo se profundiza y se desarrolla en la comunión fraterna. Jesús nos dice “uno es su maestro, y todos ustedes son hermanos” (Mt 23,8). Ante la despersonalización, Jesús ayuda a construir identidades integradas.
111. La propia vocación, la propia libertad y la propia originalidad son dones de Dios para la plenitud y el servicio del mundo.
112. Ante la exclusión, Jesús defiende los derechos de los débiles y la vida digna de todo ser humano. De su Maestro, el discípulo ha aprendido a luchar contra toda forma de desprecio de la vida y de explotación de la persona humana48. Sólo el Señor es autor y dueño de la vida. El ser humano, su imagen viviente, es siempre sagrado, desde su concepción hasta su muerte natural; en todas las circunstancias y condiciones de su vida. Ante las estructuras de muerte, Jesús hace presente la vida plena. “Yo he venido para dar vida a los hombres y para que la tengan en plenitud” (Jn 10,10). Por ello, sana a los enfermos, expulsa los demonios y compromete a los discípulos en la promoción de la dignidad humana y de relaciones sociales fundadas en la justicia.
113. Ante la naturaleza amenazada, Jesús, que conocía el cuidado del Padre por las criaturas que Él alimenta y embellece (cf. Lc 12,28), nos convoca a cuidar la tierra para que brinde abrigo y sustento a todos los hombres (cf. Gn 1,29; 2,15).
3.3 La buena nueva de la familia
114. Proclamamos con alegría el valor de la familia en América Latina y El Caribe. Afirma el Papa Benedicto XVI que la familia “patrimonio de la humanidad, constituye uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos y caribeños. Ella ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente… La familia es insustituible para la serenidad personal y para la educación de sus hijos”49.
115. Agradecemos a Cristo que nos revela que “Dios es amor y vive en sí mismo un misterio personal de amor”50 y, optando por vivir en familia en medio de nosotros, la eleva a la dignidad de ‘Iglesia doméstica’.
116. Bendecimos a Dios por haber creado al ser humano varón y mujer, aunque hoy se quiera confundir esta verdad: “Creó Dios a los seres humanos a su imagen; a imagen de Dios los creó, varón y mujer los creó” (Gn 1,27). Pertenece a la naturaleza humana el que el varón y la mujer busquen el uno en el otro su reciprocidad y complementariedad51.
117. El ser amados por Dios nos llena de alegría. El amor humano encuentra su plenitud cuando participa del amor divino, del amor de Jesús que se entrega solidariamente por nosotros en su amor pleno hasta el fin (cf. Jn 13,1; 15,9). El amor conyugal es la donación recíproca entre un varón y una mujer, los esposos: es fiel y exclusivo hasta la muerte y fecundo, abierto a la vida y a la educación de los hijos, asemejándose al amor fecundo dela Santísima Trinidad52. El amor conyugal es asumido en el sacramento del Matrimonio para significar la unión de Cristo con su Iglesia, por eso, en la gracia de Jesucristo, encuentra su purificación, alimento y plenitud (cf. Ef 5, 25-33).
118. En el seno de una familia, la persona descubre los motivos y el camino para pertenecer a la familia de Dios. De ella recibimos la vida, la primera experiencia del amor y de la fe. El gran tesoro de la educación de los hijos en la fe consiste en la experiencia de una vida familiar que recibe la fe, la conserva, la celebra, la transmite y testimonia. Los padres deben tomar nueva conciencia de su gozosa e irrenunciable responsabilidad en la formación integral de sus hijos.
119. Dios ama nuestras familias, a pesar de tantas heridas y divisiones. La presencia invocada de Cristo a través de la oración en familia nos ayuda a superar los problemas, a sanar las heridas y abre caminos de esperanza. Muchos vacíos de hogar pueden ser atenuados por servicios que presta la comunidad eclesial, familia de familias.
3.4 La buena nueva de la actividad humana
3.4.1 El trabajo
120. Alabamos a Dios porque en la belleza de la creación, que es obra de sus manos, resplandece el sentido del trabajo como participación de su tarea creadora y como servicio a los hermanos y hermanas. Jesús, el carpintero (cf. Mc 6,3), dignificó el trabajo y al trabajador y recuerda que el trabajo no es un mero apéndice de la vida, sino que “constituye una dimensión fundamental de la existencia del hombre en la tierra”53, por la cual el hombre y la mujer se realizan a sí mismos como seres humanos54. El trabajo garantiza la dignidad y la libertad del hombre, es probablemente “la clave esencial de toda ‘la cuestión social’”55.
121. Damos gracias a Dios porque su palabra nos enseña que, a pesar de la fatiga que muchas veces acompaña al trabajo, el cristiano sabe que éste, unido a la oración, sirve no sólo al progreso terreno, sino también a la santificación personal y a la construcción del Reino de Dios56. El desempleo, la injusta remuneración del trabajo y el vivir sin querer trabajar son contrarios al designio de Dios. El discípulo y el misionero, respondiendo a este designio, promueven la dignidad del trabajador y del trabajo, el justo reconocimiento de sus derechos y de sus deberes, y desarrollan la cultura del trabajo y denuncian toda injusticia. La salvaguardia del domingo, como día de descanso, de familia
y culto al Señor, garantiza el equilibrio entre trabajo y reposo. Corresponde a la comunidad crear estructuras que ofrezcan un trabajo a las personas minusválidas según sus posibilidades57.
122. Alabamos a Dios por los talentos, el estudio y la decisión de hombres y mujeres para promover iniciativas y proyectos generadores de trabajo y producción, que elevan la condición humana y el bienestar de la sociedad. La actividad empresarial es buena y necesaria cuando respeta la dignidad del trabajador, el cuidado del medio ambiente y se ordena al bien común. Se pervierte cuando, buscando sólo el lucro, atenta contra los derechos de los trabajadores y la justicia.
3.4.2 La ciencia y la tecnología
123. Alabamos a Dios por quienes cultivan las ciencias y la tecnología, ofreciendo una inmensa cantidad de bienes y valores culturales que han contribuido, entre otras cosas, a prolongar la expectativa de vida y su calidad. Sin embargo, la ciencia y la tecnología no tienen las respuestas a los grandes interrogantes de la vida humana. La respuesta última a las cuestiones fundamentales del hombre sólo puede venir de una razón y ética integrales iluminadas por la revelación de Dios. Cuando la verdad, el bien y la belleza se separan; cuando la persona humana y sus exigencias fundamentales no constituyen el criterio ético, la ciencia y la tecnología se vuelven contra el hombre que las ha creado.
124. Hoy día, las fronteras trazadas entre las ciencias se desvanecen. Con este modo de comprender el diálogo, se sugiere la idea de que ningún conocimiento es completamente autónomo. Esta situación le abre un terreno de oportunidades a la teología para interactuar con las ciencias sociales.
3.5 La buena nueva del destino universal de los bienes y ecología
125. Con los pueblos originarios de América, alabamos al Señor que creó el universo como espacio para la vida y la convivencia de todos sus hijos e hijas y nos los dejó como signo de su bondad y de su belleza. También la creación es manifestación del amor providente de Dios; nos ha sido entregada para que la cuidemos y la transformemos en fuente de vida digna para todos. Aunque hoy se ha generalizado una mayor valoración de la naturaleza, percibimos claramente de cuántas maneras el hombre amenaza y aun destruye su ‘habitat’. “Nuestra hermana la madre tierra”58 es nuestra casa común y el lugar de la alianza de Dios con los seres humanos y con toda la creación. Desatender las mutuas relaciones y el equilibrio que Dios mismo estableció entre las realidades creadas, es una ofensa al Creador, un atentado contra la biodiversidad y, en definitiva, contra la vida. El discípulo misionero, a quien Dios le encargó la creación, debe contemplarla, cuidarla y utilizarla, respetando siempre el orden que le dio el Creador.
126. La mejor forma de respetar la naturaleza es promover una ecología humana abierta a la trascendencia que respetando la persona y la familia, los ambientes y las ciudades, sigue la indicación paulina de recapitular todas las cosas en Cristo y de alabar con Él al Padre (cf. 1 Cor 3, 21-23). El Señor ha entregado el mundo para todos, para los de las generaciones presentes y futuras. El destino universal de los bienes exige la solidaridad con la generación presente y las futuras. Ya que los recursos son cada vez más limitados, su uso debe estar regulado según un principio de justicia distributiva respetando el desarrollo sostenible.
3.6 El Continente de la esperanza y del amor
127. Agradecemos a Dios como discípulos y misioneros porque la mayoría de los latinoamericanos y caribeños están bautizados. La providencia de Dios nos ha confiado el precioso patrimonio de la pertenencia ala Iglesiapor el don del bautismo que nos ha hecho miembros del Cuerpo de Cristo, Pueblo de Dios peregrino en tierras americanas, desde hace más de quinientos años. Alienta nuestra esperanza la multitud de nuestros niños, los ideales de nuestros jóvenes y el heroísmo de muchas de nuestras familias que, a pesar de las crecientes dificultades, siguen siendo fieles al amor. Agradecemos a Dios la religiosidad de nuestros pueblos, que resplandece en la devoción al Cristo sufriente y a su Madre bendita, en la veneración a los Santos con sus fiestas patronales, en el amor al Papa y a los demás Pastores, en el amor ala Iglesiauniversal como gran familia de Dios que nunca puede ni debe dejar solos o en la miseria a sus propios hijos59.
128. Reconocemos el don de la vitalidad dela Iglesiaque peregrina en América Latina y El Caribe, su opción por los pobres, sus parroquias, sus comunidades, sus asociaciones, sus movimientos eclesiales, nuevas comunidades y sus múltiples servicios sociales y educativos. Alabamos al Señor porque ha hecho de este Continente un espacio de comunión y comunicación de pueblos y culturas indígenas. También agradecemos el protagonismo que van adquiriendo sectores que fueron desplazados: mujeres, indígenas, afroamericanas, campesinos y habitantes de áreas marginales de las grandes ciudades. Toda la vida de nuestros pueblos fundada en Cristo y redimida por Él, puede mirar al futuro con esperanza y alegría acogiendo el llamado del Papa Benedicto XVI: “¡Sólo dela Eucaristíabrotará la civilización del amor que transformará Latinoamérica y El Caribe para que además de ser el Continente de la esperanza, sea también el Continente del amor!”
Documento Aparecida, capítulo 3
ORACIÓN ANTE LA CRUZ
Ante tu cruz, Señor Jesús, permanecemos en silencio,
con el corazón en suspenso.
Te recordamos recorriendo Palestina
y acercándote a los pobres,
y abriendo los ojos de los ciegos,
y renovando las ilusiones,
y llamando a cambiar la vida y el mundo,
y anunciando el amor sin medida
de Dios el Padre.
Ante tu cruz
recordamos tu fidelidad hasta el fin,
tu entrega sin reservas.
Contemplando tu rostro,
que refleja el rostro dolorido de toda la humanidad,
y junto a María, tu madre,
te expresamos nuestro agradecimiento,
nuestro amor, nuestra fe.
Y con esta fe. Señor Jesús,
queremos seguirte,
porque creemos que tu camino
es el camino de la vida.
Creemos, Señor Jesús,
que tu amor ha vencido a la muerte
y ahora, resucitado,
estás con nosotros para siempre.
Míranos y danos tu gracia salvadora.
Señor Jesús.
CPL
ERelfexión a las lecturas del Domingo de Ramos - B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Poñero bajo el epígrafe "COS DEL DÍA DEL SEÑOR.
Domingo de Ramos B
El Domingo de Ramos, de tanto arraigo entre nosotros, es el pórtico de la Semana Santa. Cuántas gracias debemos dar al Señor, que nos concede el don inmenso de celebrar un año más, los días de la Pasión, Muerte y Resurrección de su Hijo Jesucristo, que culminan en la Pascua.
No sé si habrá en el mundo una fiesta que se celebre tanto: 40 días de preparación, la Cuaresma, y 50 de celebración, La Pascua y el Tiempo Pascual. Así es la fiesta principal de los cristianos. Y ya sabemos que una fiesta que no se prepara, o no se celebra o sale mal. Habrá personas que, en esta Semana Santa, lamenten que el clima espiritual no es muy grande, que debería haber más gente en las celebraciones, que el compromiso de vida y el testimonio cristiano, son un tanto débiles… Es normal, porque mucha gente no ha celebrado la Cuaresma o no la ha celebrado bien. Con todo, hemos de pedir a Dios, nuestro Padre, el gran don de aprovechar al máximo estos días santos.
No podemos olvidar que las fiestas de los cristianos tienen su centro en las celebraciones de la Iglesia y en el corazón de los fieles. Por tanto, estos días no podemos contentarnos con ir a esta o aquella Procesión. Y ya está. No, ¡hay que participar en las celebraciones de la Iglesia! Qué necesidad tenemos de que, poco a poco, vayamos comprendiendo el significado de las procesiones, que no tienen sentido sin conexión con los actos de culto de los cuales proceden o a los cuales introducen.
Una de las procesiones más hermosas es la del Domingo de Ramos, que forma parte de la Liturgia del día. En ella, no se trata sólo de recordar la Entrada de Jesús en Jerusalén, sino más bien, de actualizarla, revivirla, y de dar testimonio de que Jesús de Nazaret es el Mesías-Rey descendiente de David, el Hijo del Altísimo que viene “en nombre del Señor” y al que aclamamos diciendo: “¡Hosanna en el Cielo!”
Este día, los judíos llevaban a casa el cordero que se tenía que sacrificar en la Pascua; y este es el día en que entra en Jerusalén “el Cordero de la Pascua Nueva”.
En todas las celebraciones de este domingo, se recuerda y se celebra, de algún modo, la Entrada de Jesús en Jerusalén: con la Procesión, en torno a la Misa principal o, de una manera más sencilla, según convenga al mejor servicio de la comunidad que se reúne. A continuación, tiene lugar “la Misa de Pasión”, cuya lectura más importante es la Pasión del Señor según el evangelista de cada año; éste, la de S. Marcos. Así, el Domingo de Ramos nos centra en la Semana Santa: la Entrada triunfal de Cristo en Jerusalén prefigura su Resurrección gloriosa, que celebraremos, llenos de júbilo, el Domingo de Pascua; y la Misa de Pasión nos centra en la Cruz o, mejor, en la Pasión del Señor, que es el centro de la semana.
El Santo Hermano Pedro recordaba que su madre lloraba cuando se leía estos días, en casa, la Pasión del Señor. Y así sucedía a mucha gente en los siglos pasados.
¡No deberíamos olvidarlo!
Termino con el deseo ferviente de que, ante el don de Dios, que constituye la Semana Santa para todos y cada uno de nosotros, sepamos corresponder acogiendo al Señor en nuestro corazón, especialmente, por la recepción de los Sacramentos, y transmitiendo, de algún modo, su mensaje, con un testimonio de palabra y de vida cada día más convincente.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
En la Pasión, Jesús se nos presenta como el Siervo doliente del Padre, como se había profetizado. Es lo que vamos a escuchar en la primera lectura.
SALMO RESPONSORIAL
El sufrimiento se considera muchas veces como un abandono de Dios. Sin embargo, el cristiano le invoca desde lo profundo de su alma, sabiendo que Él le escucha y le ama, y, después de la dificultad, llegará de nuevo la dicha y la alegría.
SEGUNDA LECTURA
Escuchemos ahora, con atención y con fe, una síntesis preciosa de la vida de Cristo, que solemos recordar con frecuencia: Él no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se anonadó tomando la forma de siervo, hasta la muerte. Por lo cual fue exaltado y glorificado por su Resurrección.
TERCERA LECTURA
En el centro de nuestra asamblea de hoy, escuchamos ahora un fragmento del relato estremecedor de la Pasión de Jesús según San Marcos. Él muere en un acto supremo de amor y de fidelidad. De su Cruz nos viene la salvación y la vida. Por eso le aclamamos ahora, de pie, disponiéndonos a contemplar su entrega.
COMUNIÓN
En la Comunión recibimos a Jesucristo, aclamado hoy en la Ciudad Santa de Jerusalén. Abramos las puertas de nuestro corazón al Redentor, pobre, despreciado, crucificado un día, pero resucitado y glorioso ahora.
Pidámosle que nos ayude a aprovechar al máximo estos días santos.
Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)
Idea principal: Cruz y gloria van juntos en nuestra vida, como en la vida de Cristo.
Síntesis del mensaje: Entramos hoy en la “Semana Santa” o “Semana Mayor”, que es mitad cuaresma (hasta la Eucaristía del Jueves) y mitad Triduo Pascual (desde esa Eucaristía hasta la Vigilia Pascual y luego todo el domingo). Y entramos envueltos en una paradoja: procesión con hosannas y aplausos victoriosos y la pasión con llantos compartidos.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, la Cruz está ahí pendiente, como espada de Damocles, desde que nacemos hasta que morimos, porque somos seguidores de Cristo y la única señal del cristiano es la santa Cruz. Así aprendimos en el catecismo de nuestra infancia. El lema de los cartujos nos confirma que muchas cosas cambiarán, pero ahí está la Cruz siempre firme:“Stat Crux dum volvitur orbis” (la Cruz está constante y en pie, mientras el mundo cambia). Nuestro mundo es un bosque de cruces morales, físicas, afectivas…., diarias, personales, familiares, sociales, políticas…, nacionales, internacionales, planetarias. Y en cada una, un cristo: el prisionero sin esperanza, el revolucionario fracasado, el condenado por SIDA, el mártir de las estructuras opresoras sin poder revolucionarlas, la madre del drogadicto, el hijo abusado por un pedófilo, el moribundo por falso diagnóstico. Cruces y más cruces: los 15 millones y pico de leprosos; los 800 millones de analfabetos, los 1.500 millones sin derechos humanos, los 3.500 millones de hambrientos en un mundo hoy con 5.800 millones de inquilinos. La terrible historia de la cruz del sufrimiento humano: injusticia, desigualdad, miseria social, enfermedades, culpas, destino ciego, maldad absurda. Oleaje sin fin de sangre, sudor y lágrimas, dolor, tristeza y miedo, abandono, desesperación y muerte. Y, Tú, Cristo, ¿qué nos dices, qué haces? Sólo el Padre responde: “Mira a mi Hijo en la cruz, y atrévete a rezar gritando, pero no a blasfemar”.
En segundo lugar, pero esa Cruz es el Árbol de la Vida, del que pendió Cristo Redentor, Victorioso y Salvador. Cruz para llegar a la Gloria. Hay una cruz ciclópea y gris en California, alzada en las colinas de Los Ángeles: al amanecer por las montañas alarga su sombra sobre las playas mundanales de Malibú y, al marcharse el sol hacia Hawai, Samoa y Pago-Pago, proyecta su sombra perdonadora sobre los chalets de los dioses y diosas de Hollywood. Hay una cruz cobriza, clavada en la cumbre fronteriza de Suiza, Alemania y Austria –en el Zugspitze, 2.960 metros-, que en verano destella al sol y en invierno se abriga de hielo, y que allí señala a los alpinistas de la vida la última cumbre por conquistar: el cielo. El navegante portugués Vasco de Gama en 1498 hincó una cruz roja en las costas de Kenia, y cuando Francisco Javier la vio de camino a la India escribió a sus hermanos jesuitas de Roma: “En verla, sólo Dios sabe cuánta consolación recibimos, conociendo cuán grande es la virtud de la cruz, viéndola así sola y con tanta victoria entre tanta morería”. Sí, la cruz nos trae la victoria de Cristo sobre el pecado, el demonio y la muerte. Por eso podemos cantar “Hosannas”, aunque la cruz penda del techo de nuestra vida, porque la cruz es remedio y medicina, es alivio y consuelo, si la llevamos con Cristo. La cruz vendrá acompañada de Pascua, no lo olvidemos. Así leemos en la monición de entrada hoy, antes de la procesión: “recordando con fe y devoción la entrada triunfal de Jesucristo en la ciudad santa, le acompañemos con nuestros cantos, para que, participando ahora de su cruz, merezcamos un día tener parte en su resurrección y en su vida”. Hosannas cantamos cuando alguien se casa ante el altar del Señor, o una pareja tiene un niño, o ese matrimonio se reconcilia, o ese joven se gradúa con excelente nota o se ordena de sacerdote, o supera una operación complicada, o esa religiosa entra en el convento después de algunas dificultades o hace sus votos solemnes. Hosannas debemos entonar cuando un pecador vuelve a Dios o perdona a su enemigo.
Finalmente, comencemos esta Semana Santa con los mismos sentimientos de Cristo Jesús, como nos recomienda san Pablo en la segunda lectura de hoy. Llevemos nuestra cruz mirando de reojo a Cristo, que camina a nuestro lado, compartiendo su cruz con nuestros hermanos que también sufren y llevan su cruz, al igual que nosotros.
Para reflexionar: ¿Cómo llevo mi cruz? ¿A regañadientes y protestando, con paciencia y resignación, con amor y unida a Cristo?
Para rezar: Te saludo, oh cruz, mi única esperanza. En tu cruz, Señor, quiero poner mis astillas y mis pequeñas cruces, consciente de que a la Gloria llegaré a través de la cruz.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
Cuarta predicación de Cuaresma del padre Cantalamessa en presencia del Papa - texto completo. 20 de marzo de 2015 (Zenit.org)
Hoy meditaremos sobre la fe común de Oriente y Occidente en el Espíritu Santo y trataremos de hacerlo “en el Espíritu”, en su presencia, sabiendo, como dice la Escritura, que “antes que la palabra esté en mi lengua, tú, Señor, la conoces plenamente” (cfr. Salmo 139, 4).
1. Hacia un acuerdo sobre el Filioque
Durante siglos, la doctrina de la procesión del Espíritu Santo en el seno de la Trinidad ha sido el punto de mayor fricción y acusaciones recíprocas entre Oriente y Occidente, a causa del famoso “Filioque”. Trato de reconstruir el estado de la cuestión, para valorar mejor la gracia que Dios nos está haciendo de un acuerdo también sobre este problema espinoso.
La fe de la Iglesia en el Espíritu Santo fue definida, como se sabe, en el concilio ecuménico de Constantinopla del 381 con las siguientes palabras: “...y (creemos) en el Espíritu Santo que es Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, y con el Hijo recibe una misma adoración y gloria y que habló por los profetas”i. Mirándolo bien, esta fórmula contiene la respuesta a las dos preguntas fundamentales sobre el Espíritu Santo. A la pregunta “¿quién es el Espíritu Santo?”, se responde que es “Señor” (es decir, pertenece a la esfera del Creador, no de las criaturas), que procede del Padre y es, en adoración, igual al Padre y al Hijo; a la pregunta “¿qué hace el Espíritu Santo?”, se responde que “da la vida” (lo que resume toda la acción santificadora, interior y renovadora del Espíritu) y que “habló por los profetas” (lo que resume la acción carismática del Espíritu Santo).
A pesar de estos elementos de gran valor, es necesario decir, aún así, que el artículo refleja un estadio aún provisional, si no de la fe, al menos de la terminología sobre el Espíritu Santo. La laguna más evidente es que en ella no se atribuye aún explícitamente al Espíritu Santo el título de “Dios”. El primero en lamentar esta reticencia fue san Gregorio Nacianceno que por su cuenta rompió todos los preámbulos escribiendo: “Y bien, ¿el Espíritu es Dios? ¡Ciertamente! ¿Entonces es consustancial (homoùsion)? Cierto, si es verdad que es Dios”ii.Esta laguna se colmó, de hecho, en la práctica de la Iglesia, la cual, superados los motivos contingentes que la habían detenido hasta entonces, no dudó en atribuir al Espíritu Santo el título de “Dios” y definirlo “consustancial” con el Padre y el Hijo.
Esta no era la única “laguna”. También desde el punto de vista de la historia de la salvación, debía parecer extraño que la única obra atribuida al Espíritu fuera la de haber hablado “por los profetas”, quitando todas sus otras obras y sobre todo su actividad en el Nuevo Testamento, en la vida de Jesús. También en este caso, el completar la fórmula dogmática sucede espontáneamente en la vida de la Iglesia, como parece claro por esta epíclesis de la liturgia llamada de Santiago, donde se le atribuye al Espíritu también el título de consustancial (en cursiva las frases tomadas del símbolo):
“Manda… tu santísimo Espíritu, Señor y vivificador, que sentado contigo, Dios y Padre, y con tu Hijo unigénito; que reina, consustancial y coeterno. Él ha hablado en la Ley, en los Profetas y en el Nuevo Testamento; bajó en forma de paloma sobre nuestro Señor Jesucristo en el río Jordán, descansando en Él, y bajó sobre los santos apóstoles… el día santo de Pentecostés”iii.
Otro punto, el más importante, sobre el que la fórmula conciliar no decía nada, era la relación entre el Espíritu Santo y el Hijo y, en consecuencia, entre cristología y pneumatología. El único apunte en este sentido consistía en la frase “por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen” que probablemente se encontraba ya en el símbolo de fe que el concilio de Constantinopla adoptó como base de su credo.
Sobre este punto la integración del símbolo sucede de manera menos unívoca y pacífica. Algunos Padres griegos expresaron la relación eterna entre el Hijo y el Espíritu Santo, diciendo que el Espíritu Santo procede del Padre “a través del Hijo”, que es “imagen del Hijo”iv, que “procede del Padre y recibe del Hijo”, que es el “rayo” que se difunde del sol (el Padre) a través de su esplendor (el Hijo), la corriente que viene de la fuente (el Padre) a través del río (el Hijo)..
Cuando la discusión sobre el Espíritu Santo pasó al mundo latino, para expresar esta relación se acuñó la frase según la cual el Espíritu Santo procede “del Padre y del Hijo”. Las palabras “y del Hijo” en latín suenan Filioque, y de aquí el sentido con el que se ha sobrecargado esta palabra en las disputas entre oriente y occidente y las conclusiones manifiestamente exageradas que, a veces, se han tomado.
Quien formuló primero la idea de que el Espíritu Santo procede “del Padre y del Hijo” fue san Ambrosiov. Él no estaba influenciado por Tertuliano (que no conoce y no cita nunca), sino por las expresiones apenas recordadas que leía en sus fuente griegas habituales: san Basilio y también san Atanasio y Dídimo Alejandrino. Todos estos modos de expresarse destacaban una cierta relación, por lo no aclarado y misterioso, existente entre el Hijo y el Espíritu Santo, en su origen común en el Padre. Si “a través del Hijo” quiere decir algo, este “algo” es lo que Ambrosio (quien ignora, como todos los latino, la sutil distinción que existe en griego entre “provenir”, ekporeuesthai, y “proceder”, proienai) intentó expresar con la expresión “y del Hijo”.
San Agustín ha dado a la expresión “del Padre y del Hijo” (en él no está aún la expresión literal Filioque) la justificación teológica que ha caracterizado, a continuación, toda la pneumatología latina. Él usa expresiones muy matizadas y no coloca al Padre y al Hijo sobre la misma línea, en lo relacionado con el Espíritu Santo, como aparece en la bien conocida afirmación: “El Espíritu Santo primariamente procede del Padre (de Patre principaliter) y, por el don que el Padre hace al Hijo, sin ningún intervalo de tiempo, de ambos al mismo tiempo”vi.
Esta doctrina, además de muchos pasajes del Nuevo Testamento (“Todo lo que el Padre posee es mío”, “Él (el Paráclito) tomará de lo mío), era exigida por su concepción de las relaciones trinitarias como relaciones basadas en el amor. Ésta permitía también resolver una objeción que quedaba siempre sin respuesta: ¿qué parte de sí mismo no había expresado por entero aún el Padre en la generación del Hijo, para justificar una segunda operación trinitaria? ¿Qué distingue la procesión del Espíritu Santo de la generación del Verbo?
Quien acuñó la expresión literal Filioque para indicar la procesión “del Padre y del Hijo”, fue Fulgencio de Ruspe que, también en otros casos, ha endurecido fórmulas precedentes, aún elásticas, de la teología latinavii. Él silenció la aclaración de Agustín, según la cual el Espíritu Santo procede “principalmente” del Padre, e insiste sin embargo en decir que “procede del Hijo como (sicut) procede del Padre”, “enteramente (totus) dal Padre y enteramente del Figlio”, nivelando así las dos relaciones de origenviii. Es en esta versión indiferenciada que la doctrina de la procesión del Espíritu Santo del Padre y del Hijo entrará en las definiciones eclesiales, a partir del III Concilio de Toledo del 589ix.
Hasta que permaneció a este nivel, la cosa no despertó protestas por parte de los orientales. En el año 809 tuvo lugar en Aquisgrán, por deseo de Carlo Magno, un sínodo para patrocinar la introducción del Filioque en el símbolo Niceno - Constantinopolitano que se comenzaba, en algunas iglesias, a cantar en la Misa. El emperador, más que por convicciones personales teológicas, era movido por el deseo de dar una justificación también doctrinal a su política de emancipación del imperio de Oriente.
Al concluir el concilio, una delegación del emperador fue a Roma, a ver al papa León III, para que adhiriera a la causa del emperador. Sin embargo, a pesar de que compartía plenamente la doctrina del Filioque, el Papa consideraba inoportuna su introducción en el símbolo y mantuvo con firmeza su decisiónx. En esto él seguía la misma línea de actuación seguida por la Iglesia griega, donde había existido, como hemos visto, importantes integraciones y profundizaciones del artículosobre el Espíritu Santo, sin por ello tener que cambiar el texto del símbolo. Sin embargo, ante una nueva presión del emperador Enrique II de Alemania, en el 1014, el papa Benedicto VIII aceptó que la palabra Filioque fuera introducida también en la recitación litúrgica del credo, suscitando a continuación, las justas recriminaciones del oriente ortodoxo.
Hoy, en el clima de diálogo y mutua estima que se busca establecer entre Ortodoxos e Iglesia católica, este problema no parece ser un obstáculo insuperable para la plena comunión. Calificados representantes de la teología ortodoxa están dispuestos a reconocer, con ciertas condiciones, la legitimidad de la doctrina latina. Veamos como el teólogo Johannes Zizioulas expone tales condiciones:
“La regla de oro tiene que ser la interpretación que daba san Máximo Confesor de la pneumatología latina o sea: profesando la doctrina del Filioque, los hermanos occidentales no quieren introducir una segunda causa (aition) en Dios fuera del Padre, de otra parte el rol intermediario del Hijo en el origen del Espíritu no tiene que ser limitado a la divina economía, sino que se refiere también a la naturaleza divina. Si Oriente y Occidente están dispuestos en nuestro tiempo a ambos hacer suyos estos dos puntos de san Máximo, esto ofrecería una base suficiente para el acercamiento de las dos tradiciones”xi.
Con estas palabras se mantiene la posición ortodoxa de que el Padre es la única causa “no causada” de la procesión del Espíritu Santo: lo que no es incompatible con la posición anteriormente expuesta de Agustín; de otra parte se reconoce la validez del punto de vista de los latinos de atribuir al Hijo un rol activo en la procesión eterna del Espíritu Santo del Padre, aunque no se comparte su precisación “como de un solo principio” (tamquam ex uno principio).
El Catecismo de la Iglesia Católica habla, al respecto, de una “legítima complementariedad que si bien no se ha vuelto rígida, no impide la identidad de la fe en la realidad del misterio”xii. En la misma línea se expresa un documento del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, del 1995, solicitado por el papa Juan Pablo II y positivamente acogido por exponentes de la teología ortodoxaxiii. Como signo de esta voluntad de reconciliación, el mismo Juan Pablo II inició la práctica de omitir el añadido Filioque “y del Hijo”, en ciertas celebraciones ecuménicas en San Pedro y en otros lugares, en los que se proclamaba el credo en latín.
2. Hacia una nueva síntesis
Como siempre, cuando el diálogo es realizado realmente “en el Espíritu”, no se limita a allanar las dificultades del pasado, sino que abre nuevas perspectivas. La novedad más grande en la pneumatología actual no consiste solamente en encontrar un acuerdo sobre el Filioque, sino en partir nuevamente desde la Escritura en vista de una nueva síntesis más amplia y con una espectro de preguntas menos condicionado por la historia pasada.
De esta relectura, ya iniciada tiempo atrás, ha surgido un dato preciso: el Espíritu Santo, en la historia de la salvación, no es enviado solo por el Hijo, sino que también es enviado sobre el Hijo; el Hijo no es solo el que da al Espíritu, sino también el que lo recibe. El momento en el cual se pasa de una a otra fase de la historia de la salvación, de Jesús que recibe al Espíritu Santo a Jesús que envía al Espíritu, está constituido por el acontecimiento de la cruzxiv.
En el documento del Pontificio Consejo para la unidad de los cristianos, ya mencionado, encontramos un hermoso texto que resume todas estas intervenciones del Espíritu “sobre” Jesús: en el nacimiento, en el bautismo, en el ofrecerse en sacrificio al Padre (Hb 9,14), en su resurrecciónxv. Esta relación de reciprocidad que se encuentra en el plano histórico no puede dejar de reflejar, de alguna manera, la relación existente en la Trinidad. El mismo documento recordado llega a la siguiente conclusión:
“El rol del Espíritu en lo más íntimo de la existencia humana del Hijo de Dios brota de una relación trinitaria eterna para la cual el Espíritu, en su misterio de don de amor, caracteriza la relación entre el Padre fuente del amor y el Hijo predilecto”xvi.
¿Pero cómo concebir esta reciprocidad en el ámbito trinitario? Es este el panorama que se abre a la reflexión actual de la teología del Espíritu. La cosa que anima es que en esta dirección se están moviendo juntas, en un diálogo fraterno y constructivo, teólogos de todas las grandes Iglesias cristianas: ortodoxa, católica y protestante. Uno de los puntos clave en los que se movía (y por los que estaba condicionada) la reflexión de los Padres, y en particular de Agustín, fue la falta de reciprocidad entre el Espíritu Santo y las otras dos personas divinas. Podemos llamar, decían, al Espíritu Santo “Espíritu del Padre”, pero no podemos llamar al Padre “Padre del Espíritu”; podemos llamar al Espíritu Santo “Espíritu del Hijo”, pero no podemos llamar al Hijo “Hijo del Espíritu”xvii.
Este es el punto en el que se intenta hoy superar la dificultad. Es verdad que no podemos llamar a Dios “Padre del Espíritu”, pero lo podemos llamar “Padre en el Espíritu”; es verdad que no podemos llamar al Hijo “Hijo del Espíritu”, pero podemos llamarlo “Hijo en el Espíritu”. La preposición usada en la Escritura para hablar del Espíritu Santo no es “desde”, sino “en”; es “en el Espíritu” que Cristo grita Abba en la tierra (cfr. Lc 10, 21). Si admitimos que esto que sucede en la historia es un reflejo de lo que sucede eternamente en la Trinidad, tenemos que concluir que es “en el Espíritu” que el Hijo pronuncia su Abba eterno en la generación del Padrexviii. El teólogo ortodoxo Olivier Clément ha anticipado esta conclusión diciendo que “El Hijo nace del Padre en el Espíritu”xix.
De todo esto emerge un nuevo modo de concebir las relaciones trinitarias. El Verbo y el Espíritu proceden simultáneamente del Padre. Es necesario renunciar a toda idea de precedencia entre los dos, no solo cronológica, sino también lógica. Como única es la naturaleza que constituye las tres divinas Personas, también es única la operación que tiene su fuente en el Padre y que constituye al Padre “Padre, al Hijo “Hijo” y al Espíritu “Espíritu”. Hijo y Espíritu Santo no deben ser vistos uno después del otro, o uno al lado del otro, sino “uno en el otro”. Generación y procesión no son “dos actos separados”, sino dos aspectos, o dos resultados, de un único actoxx.
¿Cómo concebir y expresar este acto abismal del que florece, en conjunto, la rosa mística de la Trinidad? Estamos ante el núcleo más íntimo del misterio trinitario que se sitúa más allá de cualquier concepto y analogía humana. Muy sugestiva me parece la indicación ofrecida, a este propósito, por el mismo teólogo ortodoxo Olivier Clément. Él habla de una “unción eterna” del Hijo por parte del Padre mediante el Espírituxxi. Esta intuición tiene un sólido fundamento patrístico en la fórmula “ungente, ungido y unción” usada en la más antigua teología de los Padres. San Ireneo había escrito:
“En el nombre de 'Cristo' se suponen uno que ungió, el que fue ungido y la unción misma con que fue ungido. En efecto, lo ungió el Padre y el Hijo fue ungido, en el Espíritu Santo que es la unción”xxii.
San Basilio tomó literalmente esta afirmación, repetida a su vez por san Ambrosioxxiii. En el origen, se refería directamente a la unción histórica de Jesús en su bautismo del Jordán. Sucesivamente, esta unción fue considerada realizada al momento de la encarnaciónxxiv; pero ya en la época de los Padres se comenzó a volver hacia atrás. Justino, Ireneo, Orígenes habían hablado de una “unción cósmica” del Verbo, es decir, de una unción que el Padre confiere al Verbo en vista de la creación del mundo, en cuanto “por medio suyo el Padre ha ungido y dispuesto cada cosa”xxv.
Eusebio de Cesarea va aún más allá, viendo realizada la unción en el momento mismo de la generación: “La unción consiste en la generación misma del Verbo, por la cual el Espíritu del Padre pasa al Hijo, a manera de fragancia divina”xxvi. Más autorizada es la opinión de san Gregorio de Nisa que dedica un capítulo entero a ilustrar la unción del Verbo a través del Espíritu Santo, en su generación eterna del Padre. Él asume que el nombre “Cristo”, el Ungido, pertenece al Hijo desde la eternidad:
“El óleo de la alegría tiene el poder del Espíritu Santo, con el que Dios está ungido por Dios, así el unigénito está ungido por el Padre... Como el justo no puede ser a la vez injusto, así el ungido no puede no estar ungido. Ahora el que nunca está no-ungido, es ciertamente el ungido desde siempre. Y cualquiera tiene que admitir que el que unge es el Padre y el ungüento es el Espíritu Santo”xxvii.
La imagen de la unción (porque se trata siempre de una imagen) añade algo nuevo que no es expresado por la imagen más habitual de la espiración. En Occidente, es habitual repetir que el Espíritu se llama así porque es espirado y espira. En esta visión, el Espíritu Santo desempeña un papel “activo” sólo fuera de la Trinidad, ya que inspira las Escrituras, los profetas, los santos, etc., mientras que en la Trinidad tendría sólo la cualidad pasiva de ser espirado por el Padre y el Hijo.
Esta ausencia de un papel activo del Espíritu dentro de la Trinidad, considerada quizás la mayor laguna de la pneumatología tradicional, se supera de esta manera. De hecho, si se reconoce al Hijo un papel activo en relación con el Espíritu, expresado por la imagen de la espiración, también se reconoce un papel activo del Espíritu Santo en relación con el Hijo, expresado por la imagen de la unción. No se puede decir, del Verbo, que es “el Hijo del Espíritu Santo”, pero se puede decir de él que es “el Ungido del Espíritu”.
3. El Espíritu de verdad y el Espíritu de caridad
La renovada escucha de las Escrituras permite constatar, incluso desde otro punto de vista, la complementariedad de los dos pneumatologías, oriental y occidental. Se observó, en el ámbito del mismo Nuevo Testamento, un mayor énfasis, por parte de Juan, del "Espíritu de verdad" y, por parte de Pablo, del “Espíritu de caridad”xxviii.“Espíritu de verdad”, en el Cuarto Evangelio, es otro nombre del Paráclito (Jn 14, 16-17); los adoradores del Padre deben adorarlo “en Espíritu y en verdad”; él lleva “a toda la verdad”; su unción “da la ciencia y enseña todas las cosas” (1 Jn 2, 20.27). Para Pablo, sin embargo, el efecto principal del Espíritu es “derramar el amor” en los corazones; fruto del Espíritu es “amor, alegría y paz” (Ga 5, 21); el amor constituye “la ley del Espíritu” (Rm 8, 2), el amor es “el mejor camino”, el don del Espíritu Santo más grande de todos (cfr. 1 Co 12, 31).
Como sucedió con la doctrina sobre Cristo, también esta diferente acentuación sobre el Espíritu Santo permanece en la tradición, y, una vez más, Oriente refleja mayormente la perspectiva juaniana y Occidente la paulina. La pneumatología ortodoxa dio mayor relevancia al Espíritu luz, y la latina al Espíritu amor. Esta diversidad está clarísima, en todo caso, en las dos obras que más han influido en el desarrollo de sus respectivas teologías del Espíritu Santo. En el tratado Sobre el Espíritu Santo de san Basilio, no juega ningún papel el tema del Espíritu amor, mientras que desempeña uno central el tema del Espíritu “luz inteligible”xxix; en el tratado Sobre la Trinidad de san Agustín, no juega ningún rol el tema del Espíritu luz, mientras sabemos que desempeña uno central el del Espíritu como amor.
La luz, con los fenómenos que normalmente la acompañan (la transfiguración de la persona y su completa inmersión interior y exterior en la luz) es el elemento más constante entre los orientales, en la mística del Espíritu Santo. “¡Ven, oh luz verdadera!”, son las primeras palabras de una oración al Espíritu Santo de san Simeón el Nuevo Teólogoxxx.También la famosa “luz tabórica”, que tanta importancia tiene en la espiritualidad y la iconografía oriental, está íntimamente vinculada al Espíritu Santoxxxi. Un texto del oficio ortodoxo dice que, en el día de Pentecostés, “gracias al Espíritu Santo, el mundo entero recibió un bautismo de luz”xxxii.
Concluyo con un pensamiento de san Agustín sobre el Espíritu de amor que, aplicado en las relaciones entre las diversas Iglesias, haría dar un paso decisivo hacia la unidad de los cristianos. Comentando la doctrina de san Pablo en 1 Corintios 12, sobre los carismas, san Agustín hace esta reflexión. Al oír nombrar todos esos maravillosos carismas (profecía, sabiduría, discernimiento, sanaciones, lenguas), alguien podría sentirse triste y excluido, porque piensa que él no posee nada de todo esto. Pero cuidado, prosigue el santo,
“Si amas, no es poco lo que posees. En efecto, si amas la unidad, todo lo que de ella es poseído por alguien, ¡lo posees tú también! Destierra la envidia y será tuyo lo que es mío, y si yo destierro la envidia, es mío lo que tú posees. La envidia separa, la caridad une. Solo el ojo en el cuerpo tiene la facultad de ver, pero ¿acaso el ojo ve solo para sí mismo? No, él ve por la mano, por el pie y por todos los miembros... Solo la mano actúa en el cuerpo; pero ésta no actúa solo para sí, actúa también para el ojo. Si está a punto de recibir un golpe que no está dirigido a la mano sino al rostro, ¿dice quizás la mano: 'No me muevo, porque el golpe no está dirigido a mí'?”xxxiii.
Este es el secreto de por qué la caridad es “el camino más excelente” (1 Co 12, 31): me hace amar al cuerpo de Cristo, o a la comunidad en la que vivo, y en la unidad todos los carismas, no solo algunos, son “míos”. La caridad multiplica realmente los carismas; hace del carisma de uno el carisma de todos. Es suficiente con no hacer de sí mismos, sino de Cristo, el centro de interés; no querer “vivir para sí, sino para el Señor”, como dice el Apóstol (Rm 14, 7-8).
Aplicado a las relaciones entre las dos Iglesias, la oriental y la occidental, este principio conduce a mirar lo que cada una tiene diferente de la otra, no como un error o una amenaza, sino para regocijarse como un tesoro para todos. Aplicado a nuestras relaciones diarias, dentro de la misma Iglesia o de la comunidad en la que vivimos, ayuda a superar los sentimientos naturales de frustración, de rivalidad y de celos. “Bienaventurado aquel siervo -escribe san Francisco de Asís- que no se exalta (yo añado: y no se regocija) más del bien que el Señor dice y obra por medio de él, que del que dice y obra por medio de otro”xxxiv. Que el Espíritu Santo nos ayude a dirigirnos por este camino exigente, pero al que se le han prometido los frutos del Espíritu: el amor, el gozo y la paz.
i DS, 150.
ii Gregorio Nacianceno, Discursos, XXXI, 10 (PG 36, 144).
iii En A. Hänggi - I. Pahl, Prex Eucharistica, Friburgo, Suiza, 1968, p. 250.
iv Cfr. Atanasio, Cartas a Serapion I, 24 (PG 26, 585s.); Cirilo de Alejandría, Comentario sobre Juan, XI, 10 (PG 74, 541C); S. Juan Damasceno, Sobre la fe ortodoxa, I, 13 (PG 94, 856B).
v Ambrosio, Sobre el Espíritu Santo, I, 120 (“Spiritus quoque Sanctus, cum procedit a Patre et a Filio, non separatur”).
vi Agustín, La Trinidad, XV, 26,47.
vii Fulgencio de Ruspe, Epístolas, 14, 21 (CC 91, p. 411); De fid, 6.54 (CC 91A, pp.716.747) (“Spiritus Sanctus essentialiter de Patre Filioque procedit”); Liber de Trinitate, passim (CC 91A, pp. 633 ss).
viii Epístolas, 14, 28 (CC 91, p.420).
ix DS, 470. En el símbolo del I Concilio de Toledo del 400 (DS, 188), Filioque es un añadido posterior.
x Cfr. Monumenta Germaniae Historica. Concilia, t.II, p.II, 1906, pp. 235-244, y en PL 102, 971-976.
xi J. D. Zizioulas, The Teaching of the 2nd Ecumenical Council on the Holy Spiriti in historical and ecumenical perspective, en “Credo in Spiritum Sanctum”, vol. I, Libreria Editrice Vaticana 1983, p. 54.
xii CIC, n. 248.
xiii Cfr. Les traditions Grecque et Latine concernant la procession du Saint-Esprit, en “Service d’Information du Conseil Pontifical pour la promotion de l’unité des Chrétiens”, n. 89, 1995, pp. 87-91.
xiv Cfr. Juan Pablo II, Enc. Dominum et vivificantem, 13. 24. 41; Moltmann, El Espíritu de la vida, Queriniana, Brescia 1994, pp. 85 ss.
xv Les traditions..., cit., p.90.
xvi Les traditions..., cit., p. 90-91.
xvii Agustín, La Trinidad, V, 12, 13.
xviii Cfr. T. G. Weinandy, The Father’s Spirit of Sonship. Reconceiving the Trinity, Edimburgo 1995.
xix O. Clément, Les mystiques chrétiens des origines, París 1982 (trad. it. Alle fonti con i Padri, Città Nuova, Roma 1987, p. 70).
xx Cfr. Moltmann, op. cit., p. 90; Weinandy, op. cit., pp. 53-85.
xxi Cfr. O. Clément, op. cit. p.58.
xxii Ireneo, Contra las herejías, III, 18,3.
xxiii Basilio, Sobre el Espíritu Santo, XII, 28 (PG 32, 116C); S. Ambrosio, Sobre el Espíritu Santo, I, 3, 44.
xxiv Gregorio Nacianceno, Discursos, XXX, 2 (PG 36, 105B).
xxv Ireneo, Demostración de la predicación apostólica, 53 (SCh 62, p. 114); cfr. A. Orbe, La Unción del Verbo (Analecta Gregoriana, vol. 113), Roma 1961, pp. 501-568.
xxvi Orbe, op.cit., p. 578.
xxvii Gregorio de Nisa, Contra Apolinar, 52 (PG 45, 1249 s.).
xxviii Cfr. E. Cothenet, Saint-Esprit, DBSuppl, fasc. 60, 1986, col. 377.
xxix Basilio, Sobre el Espíritu Santo, IX, 22-23 (PG 32, 108 s.); XVI, 38 (PG 32, 137).
xxx Simeón el Nuovo Teólogo, Oración mística (SCh 156, p.150)
xxi Gregorio Palamas, Homilía I sobre la Transfiguración (PG 151, 433B-C).
xxxii Sinasario de Pentecostés, en Pentecostaire, Diaconie apostolique, Parma 1994, p.407.
xxxiii Agustín, Tratados sobre Juan, 32, 8.
xxxiv Francisco de Asís, Admoniciones XVII (FF, 166).
Morir para vivir por Mons. Enrique Díaz Diaz (Zenit.org)
Jeremías 31, 31-34: “Pondré mi ley en su mente y la grabaré en lo profundo de su corazón”
Salmo 50: “Crea en mí, Señor, un corazón puro”
Hebreos 5, 7-9: “Aprendió a obedecer y se convirtió en autor de salvación eterna”
San Juan 12, 20-33: “Si el grano de trigo sembrado en tierra muere, producirá mucho fruto”
¡Uffff! ¿Cómo explicar a Doña Tomasita los diferentes horarios del mundo? Hace unos días nada le hubiera preocupado, pero con la llegada de la luz empezó a ver televisión y a todas horas está siguiendo los programas católicos. Se queda asombrada al escuchar que en Roma ya son las doce del día y que el Papa Francisco se dispone a rezar el Ángelus, cuando acá apenas son ¡las cinco de la mañana! Después de mis inconsistentes explicaciones me responde: “No entiendo cómo sea eso, pero yo creo que Dios a todos nos mira sin diferencias de horarios y ni de tiempos. Todos estamos presentes para el amor de Dios”. Gran sabiduría de Doña Tomasita, ojalá todos aprendiéramos a vivir la hora del amor de Dios.
Jesús vive la hora de Dios: hora de entrega, hora de glorificación, hora de amor. Sabe lo que significa aceptar la voluntad del Padre a pesar del dolor. Y no es que Dios Padre sea un dios vengador que busque el sufrimiento de sus hijos, como alguien nos lo ha querido hacer creer, como si necesitara sangre, dolor y muerte para perdonar nuestros pecados. Pero Cristo no es un mesías de poder, de guerra y venganza, sino el Mesías de la entrega, del amor y del perdón. Es humano sentir miedo ante el dolor y ante la muerte y Jesús pasa por esta experiencia, de ahí su expresión, “Ahora que tengo miedo”, nos manifiesta su angustia que lo hace exclamar su petición al Padre: “Padre, líbrame de esta hora”, que le pidió “a gritos y con lágrimas”. Pero supera su temor por la fuerza que le da el Padre y por su decisión de amar hasta el extremo. Sabe que sólo así podrá ser juzgado y arrojado el príncipe de este mundo. Su “hora” es hora de Dios, para esta hora ha venido. Es el momento del Padre que Jesús hace suyo y hacia esta hora dirige toda su actividad. El significado de su hora, no es sólo de la muerte, sino también de su gloria y su triunfo. Ahí, en ese hecho que parece sólo un fracaso, se manifiesta la gloria de este Hombre, y, a través de Él, la gloria del Padre. Jesús hace coincidir su hora con la hora del Padre.
¡Qué dificultad para organizar y priorizar nuestro tiempo! Dividimos nuestra vida absurdamente y nos escudamos pensando que hay momentos oportunos para vivir en el horizonte de Dios y de su plan, y otros para darnos “gusto” viviendo al estilo del mundo. Hoy nos enseña Jesús que cada momento es un momento especial de gracia y que hay que vivirlo a plenitud, llenarlo todo con nuestro trabajo, nuestra entrega y nuestro corazón. No se pueden dejar “tiempos perdidos”, vacíos y huecos. Con un dinamismo de entrega total vivamos nuestra hora, aceptando el camino de la pasión para defender y dar la vida como lo hizo Jesús. Nadie puede desperdiciar absurdamente su vida, dejando las cosas en manos de los demás; nadie tiene derecho a dejar que su historia se escurra en la indiferencia. Su tiempo es también tiempo de Dios y así lo debe llenar de sentido. No podemos olvidar que nuestra vida tiene sentido cuando manifiesta la gloria de Dios, y que la gloria de Dios es que el hombre (todo hombre, mujer, niño, pobre) tenga vida.
¿Quién no quisiera dar vida a los demás? Seguramente todos, pero no todos estamos de acuerdo en que se necesita morir como el grano de trigo para poder ser fértil. Todos queremos iluminar, pero la vela para dar luz tiene que desgastarse e irse consumiedo poco a poco, y muchos le tenemos miedo al desgaste y sufrimiento. Todos queremos darle sentido y sabor a la vida de los demás, pero la sal para dar sabor tiene que deshacerse y volverse nada para penetrar en todo. Si se queda “encerrada” en si misma acaba por “salar” y descomponer el alimento. Todos queremos parecernos a Jesús, pero no siempre estamos dispuestos a seguirlo y a servir como Él nos enseña. Sólo hay un forma de dar fruto, de ser luz y de dar sabor: la entrega plena y sin condiciones. Pero nosotros le tenemos miedo al sacrificio y al esfuerzo. Nuestro mundo nos engaña haciéndonos esperar frutos fáciles, luces artificiales y sabores engañosos. Nos hemos creído lo que el mercado ofrece: la felicidad barata e individualista. Pero no es el camino de Jesús ni el verdadero camino del hombre. Esta actitud busca la felicidad de unos cuantos y para un breve tiempo. La verdadera felicidad va mucho más allá de la comodinería, se encuentra en la donación plena de nuestro tiempo y de nuestro corazón. Es hacer coincidir nuestra hora, nuestra intención y nuestros deseos con los deseos del Padre al mismo estilo de Jesús.
Morir para vivir es la lección fundamental de Jesús. El amor oblativo del que se da a sí mismo, hasta perderse, es la forma de alcanzar la plena felicidad. Las aparentes contradicciones de este evangelio nos llevan a reflexionar profundamente: ganar para perder, entregar para conservar, morir para vivir; ponen muy en claro cuál es el verdadero valor de un hombre y de un cristiano. Reflejan el tiempo y los intereses del mundo opuestos a los intereses y al tiempo de Dios. ¿A qué debemos morir, qué debemos entregar, qué necesitamos perder para hacer de nuestra hora, una hora de gracia, una hora de Dios?
En estos días de Semana Santa encontraremos la coincidencia del tiempo de Jesús con el tiempo de su Padre. Es la vivencia de su entrega y también de su glorificación. Será común ver las representaciones, los viacrucis, ceremonias, en nuestros pueblos, pero nosotros, ¿cómo vamos a acompañar a Jesús? ¿Estamos dispuestos a cargar su cruz? ¿Podemos ser grano que muere para dar vida, sal que se disuelve para dar sabor, candela que se deshace para dar luz? ¿Viviremos el tiempo de Dios o el tiempo de nuestro egoísmo e individualismo?
Ven, Señor, en nuestra ayuda, para que podamos vivir y actuar siempre con aquel amor que impulsó a tu Hijo a entregarse por nosotros, que aprendamos de Él a ser semilla, sal y luz. Amén.
Catequesis del Santo Padre durante la audiencia general del miércoles, 18 de marzo de 2015 (Zenit.org)
¡Queridas hermanas y hermanos, buenos días!
Después de haber pasado repasado las distintas figuras de la vida familiar -madre, padre, hijos, hermanos, abuelos-, quisiera concluir este primer grupo de catequesis sobre la familia hablando de los niños. Lo haré en dos momentos: hoy me dentendré sobre el gran don que son los niños para la humanidad. Es verdad. Gracias por aplaudir. Son el gran don de la humanidad, pero también son los grandes excluidos, porque ni siquiera les dejan nacer. Y la próxima semana sobre algunas heridas que lamentablemente hacen mal a la infancia. Me vienen a la mente los muchos niños que he encontrado durante mi último viaje a Asia: llenos de vida, de entusiasmo y, por otra parte, veo que en el mundo muchos de ellos viven en condiciones indignas. De hecho, por cómo son tratados los niños se puede juzgar a una sociedad. Pero no solo moralmente, también sociológicamente. Si un sociedad libre, o una sociedad esclava de intereses internacionales.
En primer lugar los niños nos recuerdan a todos que, en los primeros años de la vida, hemos sido totalmente dependientes de los cuidados y de la bondad de los otros. Y el Hijo de Dios no se ha ahorrado este paso. Es el misterio que contemplamos cada año, en Navidad. El pesebre es el icono que nos comunica esta realidad en la forma más sencilla y directa.
Es curioso, Dios no tiene dificultad a hacerse entender por los niños, y los niños no tienen problemas para entender a Dios. No por casualidad en el Evangelio hay algunas palabras muy bonitas y fuerte de Jesús sobre los “pequeños”. Este término, “pequeños”, indica a todas las personas que dependen de la ayuda de los otros, y en particular a los niños. Por ejemplo Jesús dice: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños”. Y también: “Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial”.
Por tanto, los niños son en sí mismos un riqueza para la humanidad y para la Iglesia, porque nos llaman constantemente a la condición necesaria para entrar en el Reino de Dios: la de no considerarse autosuficientes, sino necesitados de ayuda, de amor, de perdón. Y todos estamos necesitados de ayuda, amor y perdón. Todos. Los niños nos recuerdan otra cosa bonita, nos recuerdan que siempre somos hijos: también si uno se convierte en adulto, o anciano, también si se convierte en padre, se ocupa un puesta de responsabilidad, por encima de todo esto permanece la identidad de hijo. ¡Todos somos hijos! Y esto nos lleva siempre al hecho de que la vida no nos la hemos dado solos, sino que la hemos recibido. El gran don de la vida, es el primer regalo que hemos recibido. La vida. A veces corremos el peligro de vivir olvidándonos de esto, como si nosotros fuéramos los dueños de nuestra existencia, y sin embargo somos radicalmente dependientes. En realidad, es motivo de gran alegría escuchar que en cada edad de la vida, en cada situación, en cada condición social, somos y permanecemos hijos. Este es el principal mensaje que los niños nos dan, con su misma presencia. Solamente con la presencia recuerdan que todos nosotros y cada uno de nosotros somos hijos.
Pero hay muchos dones, muchas riquezas que los niños llevan a la humanidad. Recuerdo solo algunos. Llevan su modo de ver la realidad, con una mirada confiada y pura. El niño tienen una espontánea confianza en el papá y en la mamá, y tiene un confianza espontánea en Dios, en Jesús, en la Virgen. Al mismo tiempo, su mirada interior es pura, aún sin contaminar por la maldad, la duplicidad, lo que ensucia la vida que endurece el corazón. Sabemos que también los niños tienen el pecado original, que tienen sus egoísmos, pero conservan una pureza, una sencillez interior.
Los niños no son diplomáticos, dicen lo que sienten, dicen lo que ven, directamente. Y muchas veces ponen a sus padres en dificultad. ‘Esto no me gusta porque es feo’, también delante de las personas. Pero los niños dicen lo que piensan. No son personas dobles, aún no han aprendido esa ciencia de la duplicidad, que nosotros adultos hemos aprendido.
Los niños, además en su sencillez interior, llevan consigo la capacidad de recibir y dar ternura. Ternura es tener un corazón “de carne” y no “de piedra” como dice la Biblia. La ternura es también poesía: es “sentir” las cosas y los acontecimientos, no tratarlos como meros objetos, solo para usarlos, porque sirven.
Los niños tienen la capacidad de sonreír y de llorar. Algunos, cuando los tomo para besarles sonríen. Otros me en de blanco, creen que soy el médico y que voy a ponerles la vacuna y lloran, pero espontáneamente. Los niños son así. Reír y llorar, dos cosas que en nosotros grandes a menudo “se bloquean”, ya no somos capaces Y muchas veces nuestra sonrisa se convierte en una sonrisa de cartón, algo sin vida, una sonrisa que no es vivaz, también una sonrisa artificial, de payaso. Los niños sonríen espontáneamente, y lloran espontáneamente. Depende siempre del corazón. Nuestro corazón se bloquea y pierde a menudo esta capacidad de sonreír y llorar. Y entonces los niños pueden enseñarnos de nuevo a sonreír y a llorar. Debemos preguntarnos a nosotros mismos, ¿sonrío espontáneamente, con frescura, con amor o mi sonrisa es artificial? ¿Aún lloro, o he perdido la capacidad de llorar? Son dos preguntas muy humanas que nos enseñan los niños.
Por todos estos motivos Jesús invita a sus discípulos a hacerse como niños porque “a quien es como ellos pertenece el Reino de Dios”.
Queridos hermanos y hermanas, los niños llevan vida, alegría, esperanza, también disgustos, pero la vida es así. Ciertamente llevan también preocupaciones y a veces problemas; pero es mejor una sociedad con estas preocupaciones y estos problemas, que una sociedad triste y gris porque se ha quedado sin niños. Y cuando vemos que el nivel de nacimiento de una sociedad apenas llega al 1 por ciento, podemos decir que esta sociedad es triste, es gris porque se ha quedado sin niños.
Texto traducido y transcrito por ZENIT
Relfexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo de Ramos - B.
EL GESTO SUPREMO
Jesús contó con la posibilidad de un final violento. No era un ingenuo. Sabía a qué se exponía si seguía insistiendo en el proyecto del reino de Dios. Era imposible buscar con tanta radicalidad una vida digna para los «pobres» y los «pecadores», sin provocar la reacción de aquellos a los que no interesaba cambio alguno.
Ciertamente, Jesús no es un suicida. No busca la crucifixión. Nunca quiso el sufrimiento ni para los demás ni para él. Toda su vida se había dedicado a combatirlo allí donde lo encontraba: en la enfermedad, en las injusticias, en el pecado o en la desesperanza. Por eso no corre ahora tras la muerte, pero tampoco se echa atrás.
Seguirá acogiendo a pecadores y excluidos aunque su actuación irrite en el templo. Si terminan condenándolo, morirá también él como un delincuente y excluido, pero su muerte confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no excluye a nadie de su perdón.
Seguirá anunciando el amor de Dios a los últimos, identificándose con los más pobres y despreciados del imperio, por mucho que moleste en los ambientes cercanos al gobernador romano. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá también él como un despreciable esclavo, pero su muerte sellará para siempre su fidelidad al Dios defensor de las víctimas.
Lleno del amor de Dios, seguirá ofreciendo «salvación» a quienes sufren el mal y la enfermedad: dará «acogida» a quienes son excluidos por la sociedad y la religión; regalará el «perdón» gratuito de Dios a pecadores y gentes perdidas, incapaces de volver a su amistad. Esta actitud salvadora que inspira su vida entera, inspirará también su muerte.
Por eso a los cristianos nos atrae tanto la cruz. Besamos el rostro del Crucificado, levantamos los ojos hacia él, escuchamos sus últimas palabras… porque en su crucifixión vemos el servicio último de Jesús al proyecto del Padre, y el gesto supremo de Dios entregando a su Hijo por amor a la humanidad entera.
Es indigno convertir la semana santa en folclore o reclamo turístico. Para los seguidores de Jesús celebrar la pasión y muerte del Señor es agradecimiento emocionado, adoración gozosa al amor «increíble» de Dios y llamada a vivir como Jesús solidarizándonos con los crucificados.
José Antonio Pagola
Domingo de Ramos – B (Marcos 14,1–15,47)
Evangelio del 29/03/2015
Publicado el 23/ mar/ 2015
por Coordinador Grupos de Jesús
Carta pastoral del obispo deTenerife Monseñor Don Bernardo Álvarez Afonso con motivo del DÍA DEL SEMINARIO 2015.
¿Qué mandas hacer de mí?
— Ante el Día del Seminario 2015 —
Queridos diocesanos:
De nuevo, como hacemos siempre en torno a la fiesta de San José, estamos ante el Día del Seminario Diocesano. Este año 2015, serán los días 21 y 22 de marzo. En todas las misas rezaremos por los seminaristas y las vocaciones al sacerdocio y haremos la colecta para el sostenimiento del Seminario.
Agradecidos a Dios, como si estuviéramos ante una madre que espera el nacimiento de un hijo, miramos a nuestro Seminario con satisfacción, alegría y afecto, pues allí se van gestando quienes han de ser los futuros pastores de nuestra Iglesia. Aquellos que un día, entregando su vida por Cristo y por la salvación de los hermanos, han de presidir a los fieles cristianos en el amor, alimentarlos con la Palabra de Dios y fortalecerlos con los sacramentos.
Sí. El Seminario es como “un seno materno” en el que se van gestando los sacerdotes. Quienes sienten la vocación y quieren seguir al Señor, reciben la formación humana, espiritual, intelectual, apostólica y comunitaria necesaria para vivir y ejercer el ministerio sacerdotal. Solo después de un largo y riguroso proceso de maduración podrán los candidatos, responder con pleno conocimiento y libertad, a los compromisos personales y eclesiales que lleva consigo la “vocación sacerdotal”.
Esta vocación no tiene su origen en la propia voluntad o en el deseo y gusto de cada uno por ser sacerdote. Siempre es Dios quien llama primero y el que marca la pauta. Como les hizo ver Jesús a los apóstoles: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes” (Jn. 15,16). En la liturgia de la ordenación sacerdotal decimos que Cristo “con amor de hermano, elige a hombres de su pueblo santo, para que, por la imposición de manos, participen de su sagrada misión”.
El Papa Francisco se lo recordaba a los seminaristas de todo el mundo, en julio de 2013, durante el encuentro que tuvo con ellos en Roma: “Convertirse en sacerdote no es, ante todo, una elección nuestra. No me fío del seminarista que dice: «He elegido este camino». ¡No me gusta esto! No está bien. Más bien es la respuesta a una llamada y a una llamada de amor. Siento algo dentro que me inquieta, y yo respondo sí. En la oración, el Señor nos hace sentir este amor, pero también a través de numerosos signos que podemos leer en nuestra vida, a través de numerosas personas que pone en nuestro camino. Y la alegría del encuentro con él y de su llamada lleva a no cerrarse, sino a abrirse; lleva al servicio en la Iglesia”.
“En la oración el Señor nos hace sentir este amor”… Este es, por así decir, el “secreto de la vocación sacerdotal” y lo que explica que muchos adolescentes, jóvenes y adultos, muchas veces sobreponiéndose a sus gustos y deseos, responden con un “sí inicial” a la llamada que Dios les hace. En un primer momento, ese “sí” consiste en la decisión de ir al Seminario para discernir y verificar la autenticidad de ese “sentimiento interior”, en un ambiente de estudio, oración y vida comunitaria, bajo la guía del equipo de formadores. Luego, el tiempo y la maduración personal le permitirán decidir libremente de un modo definitivo.
Para que haya sacerdotes necesitamos tener seminaristas, pero para que haya seminaristas necesitamos jóvenes capaces de recibir, con fe y alegría, la llamada de Cristo al ministerio. La semilla de la vocación necesita un terreno fértil para poder germinar. Por eso nuestra atención debe, también, centrarse en los primeros “seminarios” de las vocaciones sacerdotales: la familia, la parroquia, la catequesis, los grupos y movimientos juveniles.
Normalmente, llegada cierta edad, le preguntamos a los chicos y chicas, ¿tú, que quieres ser de mayor? Las respuestas expresan inmediatamente sus gustos y deseos personales. Piensan que es algo que tiene que nacer de ellos. Su desconocimiento del sentido cristiano de la vida les impide reconocer que el centro de su vida no son ellos, sino “los otros” y, sobre todo, “el Otro”, Dios. La vida no se resuelve desde el “yo quiero” sino a partir del “que quieren los otros de mí” y, sobre todo, “que quiere Dios de mí”.
Expresiones tan frecuentes en la cultura actual, como, “soy libre y hago lo que quiero”, “soy dueño de mi vida y hago con ella lo que quiero”, “soy dueño de mi cuerpo y hago con él lo que quiero”, etc. nos están indicando hasta qué punto le puede resultar incomprensible a cualquier joven “el misterio de la vocación”, que siempre supone la conciencia de pertenencia a Dios y la disposición para decirle, como la Virgen María, “aquí estoy, hágase en mí según tú voluntad”. Sólo quien es capaz de estar “des-centrado de sí mismo” puede sentir y aceptar la llamada que Dios le hace al sacerdocio o a cualquier otra vocación específica en la Iglesia.
El lema elegido para el Día del Seminario de este año está inspirado en una expresión de Santa Teresa de Jesús, “¿Qué mandas hacer de mí?” Quiere situarnos en esta perspectiva de disponibilidad ante la voluntad de Dios. A un niño, adolescente o joven cristiano hay que educarle para que, ante la pregunta ¿tú, que quieres ser de mayor? pueda responder: “Lo que Dios quiera”. Y enseñarle qué, para saber lo que Dios quiere, hay que preguntárselo a Él, ¿Señor, que mandas hacer de mí? y pedírselo con entera disponibilidad y confianza en que lo que el Señor quiere de mi es lo mejor para mi vida. A semejanza de Cristo, la vida del ser humano se realiza en la obediencia a Dios Padre. En un hermoso verso, la Santa de Ávila, lo expresa así:
«Vuestra soy, para Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?»
Vuestra soy, pues me criastes,
vuestra, pues me redimistes,
vuestra, pues que me sufristes,
vuestra pues que me llamastes,
vuestra porque me esperastes,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Estamos celebrando los 500 años del nacimiento de Santa Teresa de Jesús. Ella lo tenía claro: «Vuestra soy, para Vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?». Esto es la expresión de una vida que se comprende como don del amor de Dios y ofrenda para él. Lo primero es reconocer que somos de Dios. No nos pertenecemos a nosotros mismos. “En la vida y en la muerte somos de Dios”, nos enseña San Pablo. “Tú, Señor, eres nuestro padre, nosotros somos la arcilla, y tú, nuestro alfarero: ¡todos somos la obra de tus manos!” (Is. 64,7). Y ante esa verdad, que es el principio y fundamento de la existencia humana, con su libertad el creyente una y otra vez, repite ¿qué mandáis hacer de mí?
También, ante la realidad de nuestro Seminario Diocesano, todos debemos preguntarle al Señor, con el corazón abierto y disponible, ¿qué mandáis hacer de mí? ¿Qué quieres que haga?, ¿qué debo hacer por el Seminario? Y responder en conciencia a su llamada con generosidad. Los católicos deben sentir el Seminario como algo propio y participar en su misión promoviendo la vocación sacerdotal, estimando, acompañando y animando a los seminaristas, orando... y, también, con la ayuda económica. Nos lo pide el Señor. Confío en la generosidad de cada uno y de todos.
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense
El santo padre Francisco se ha asomado a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para rezar el ángelus, el domingo 15 de marzo de 2015, con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro. (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
el Evangelio de hoy nos propone las palabras dirigidas por Jesús a Nicodemo: “Dios, amó tanto al mundo, que dio a su Hijo unigénito” (Jn 3, 16). Escuchando esta palabra, dirigimos la mirada de nuestro corazón a Jesús Crucificado y sentimos dentro de nosotros que Dios nos ama, nos ama de verdad, y ¡nos ama mucho! Esta es la expresión más sencilla que resumen todo el Evangelio, toda la fe, toda la teología: Dios nos ama con amor gratuito y sin límites. Así nos ama Dios.
Este amor Dios lo demuestra sobre todo en la creación, como proclama la liturgia, en la Oración eucarística IV: “Has dado origen al universo para infundir tu amor sobre todas tus criaturas y alegrarlas con el esplendor de tu luz”. Al origen del mundo está solo el amor libre y gratuito del Padre. San Ireneo, un santo de los primeros siglos, escribió: “Dios no creó a Adán porque necesitara del hombre, sino para tener alguno a quien donar sus beneficios” (Adversus haereses, IV, 14, 1). Así, el amor de Dios es así.
Así prosigue la Oración eucarística IV: “Y cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca”. Ha venido con su misericordia. Como en la creación, también en las etapas sucesivas de la historia de la salvación resalta la gratuidad del amor de Dios: el Señor elige a su pueblo no porque se lo merezca, y le dice así, “yo te he elegido precisamente porque eres el más pequeño entre todos los pueblos”. Y cuando vino “la plenitud del tiempo”, no obstante los hombres hubieron incumpliodo más de una vez la alienza, Dios, en vez de abandonarles, ha estrechado con ellos un nuevo vínculo, en la sangre de Jesús --el vínculo de la nueva y eterna alianza-- un vínculo que nada podrá romper nunca.
San Pablo nos recuerda: “Pero Dios, que es rico en misericordia --no olvidarlo nunca, es rico en misericordia-- por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo” (Ef 2,4). La Cruz de Cristo es la prueba suprema del amor de Dios por nosotros: Jesús no ha amado “hasta el extremo” (Jn 13,1), es decir, no solo hasta el último instante de su vida terrena, sino hasta el extremo límite del amor. Si en la creación el Padre nos ha dado la prueba de su amor inmenso dándonos la vida, en la Pasión de su Hijo nos ha dado la prueba de las pruebas: ha venido a sufrir y morir por nosotros. Y esto por amor. Así de grande es la misericordia de Dios, porque nos ama, nos perdona con su misericordia, Dios perdona todo y Dios perdona siempre.
María, Madre de misericordia, nos ponga en el corazón la certeza de que somos amados por Dios. Esté cerca de nosotros en los momentos de dificultad y nos done los sentimientos de su Hijo, para que nuestro itinerario cuaresmal sea experiencia del perdón, de acogida y de caridad.
IV Domingo de Cuaresma. SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 13 de marzo de 2015 (Zenit.org)
La cruz: signo hermoso del amor.
Por Mons. Enrique Díaz Diaz
II Crónicas 36, 14-16. 19-23: “La ira del Señor desterró a su pueblo; su misericordia lo liberó”
Salmo 136: “Tu recuerdo, Señor, es mi alegría”
Efesios 2, 4-10: “Muertos por los pecados, ustedes han sido salvados por la gracia”.
San Juan 3, 14-21: “Dios envió a su Hijo al mundo para que el mundo se salve por Él”
Era una imagen muy antigua pero los constantes retoques, la polilla y los descuidos, la habían transformado en una escultura agresiva, hiriente y ensangrentada hasta la exageración. El escultor con paciencia y sabiduría, con amor y delicadeza fue descubriendo primero la imagen original. Quitó capas de pintura embadurnada, lijó por aquí y por allá, y después, restaurando, retocando y afinando las líneas y los detalles, logró rescatar la bella imagen sobria, doliente pero amorosa, que despierta sentimientos, inspira amor y una profunda comprensión de Jesús en su entrega plena. ¡Cuántas añadiduras le hemos puesto a la imagen de Jesús! ¿Cómo descubrir su verdadera imagen?
Iniciamos este domingo con una lectura fuerte sobre la cólera de Dios y algunos se quedan allí, sin profundizar el verdadero sentido de Dios que ofrece la Escritura. Esto nos pasa con mucha frecuencia: nos forjamos imágenes deterioradas o parciales de Dios y con ellas vivimos. Cuando alguien dice no creer en Dios, le pregunto por qué y la respuesta invariablemente va dirigida a imágenes distorsionadas de Dios: castigador, injusto, lejano e inhumano. O bien, encuentra sus razones en la forma de vivir de algunos de los que nos decimos creyentes. Sin embargo es fácil descubrir en su corazón un deseo de verdad, de justicia y de preocupación por el bien común que lo llevan a rechazar lo que considera un atropello a la persona. El evangelio de este día, nos ilustra sobre la verdadera imagen de Dios, discutida entre un intelectual, un conocedor de la ley, como es Nicodemo, y Jesús que vive plenamente la experiencia de Dios, su Padre. Nicodemo acostumbraba visitar a Jesús “de noche”, que algunos juzgan por miedo o respeto humano a sus compañeros jefes de los judíos. Pero que también podría entenderse de alguien que viene “desde la noche” hacia la luz. Uno que a tientas, busca salir de las tinieblas o al menos está decidido a tener un poco de luz porque la que posee no le parece suficiente. Quizás pretendía discutir de teología y de leyes, pero Jesús prefiere hablar de vida y experiencia, y lo lleva al centro de su mensaje: “En verdad, en verdad te digo, si uno no nace de lo alto…” Un nacimiento nuevo, una nueva forma de vivir, una nueva forma de creer.
Jesús habla no del Dios del temor, sino de la experiencia amorosa: “Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único…”. El centro de toda nuestra fe y la gran noticia de toda la historia es que Dios ama al mundo. O como dice San Pablo: “Dios nos dio la vida en Cristo y por pura generosidad suya hemos sido salvados”. Con frecuencia olvidamos que el amor de Dios es universal y que alcanza a la humanidad entera, a nosotros y al mundo en que vivimos. Y con mayor frecuencia olvidamos también que el objeto de este amor es que el mundo tenga vida y que también cada uno de nosotros tengamos vida en plenitud. Creer no es asumir una serie de verdades, de dogmas o argumentos. Creer es experimentar el amor. No es el temor sino el amor. Si logramos experimentar este amor incondicional de Dios, nuestra vida se transforma en alegría y dinamismo. Es triste constatar que muchos de los creyentes de hoy, llevamos la fe como a rastras, pesadamente, y no somos capaces de descubrir y experimentar nuestra fe como fuente de vida auténtica. Nos conformamos con ir viviendo a medias. Ni el miedo, ni la condena, ni la muerte, ni el querer ganar con esfuerzo algo que no podemos, pertenece al querer de Dios. La voluntad de Dios es que tengamos vida en abundancia y vida verdadera.
Entonces, ¿por qué la cruz? ¿Qué sentido puede tener mirar a un crucificado en nuestra sociedad asediada por el placer, el confort y el máximo bienestar? La cruz habla de un amor golpeado pero victorioso; humillado pero rodeado de gloria; traicionado y siempre fiel. No olvidemos que el crucificado es un justo que lo ha hecho todo por amor. Cuando los cristianos adoramos la cruz no ensalzamos el sufrimiento, la inmolación ni la muerte; sino el amor, la cercanía y la entrega de un Dios que ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte hasta el fondo. El “ser levantado en alto” no es la expresión de un poder dominador, sino la consecuencia de una entrega plena al amor. El creyente encuentra su salvación “mirando” en dirección de la cruz de Cristo. Pero ser fiel al Crucificado no es buscar con masoquismo el sufrimiento, sino saber acercarse a los que sufren, solidarizándose con ellos hasta las últimas consecuencias. Descubrir la grandeza de la cruz no es encontrar un fetiche y unirnos en su dolor, sino saber percibir la fuerza liberadora que se encierra en el amor cuando es vivido en toda su profundidad. Por eso los Obispos en Aparecida nos recuerdan que Cristo ha venido para que todos los pueblos en Él tengan vida y vida plena.
La vida plena no es vida fácil y sin problemas: es vida con Jesús y sus opciones. No habrá vida plena mientras se consuman los niños de hambre con sus vientres abultados, aunque recemos mucho y tengamos muchas cruces en el pecho. No habrá vida plena mientras los campos y las selvas sean saqueados impunemente llenando las manos y las arcas de unos cuantos. No habrá vida plena mientras los bienes alcancen solamente para pocos, dejando a los muchos más, con las migajas y las sobras. De la cruz vivida con amor brota un compromiso serio: que nuestros pueblos tengan vida. Nos lanza a la lucha por una justicia verdadera y a abrir el corazón para compartir lo poco o mucho que tengamos a fin de que los demás puedan disfrutar un poco de vida. Sin la cruz del amor y del compartir, la plenitud de vida para todos sería sólo un sueño. Quizás hoy es urgente recordar, en medio de los pueblos maltratados, atemorizados y ensangrentados, que a una vida “crucificada”, vivida con el mismo espíritu de amor, fraternidad y solidaridad con que vivió Jesús, sólo le espera RESURRECCIÓN.
¿Cómo experimento en mi vida ese amor inmenso y siempre fiel de Dios? ¿A qué compromiso me lleva el contemplar la cruz de Jesús? ¿Qué estoy haciendo para que los que están cerca de mí y todos los pueblos tengan vida plena?
Dios nuestro, que en la cruz de tu Hijo Jesús has dejado el signo más hermoso del amor, enséñanos a vivir con tal entrega nuestra fe, que nos lleve a construir un mundo nuevo donde haya la vida plena que Tú quieres para todos los humanos. Amén
Texto completo de la tercera predicación del padre Raniero Cantalamessa. CIUDAD DEL VATICANO, 13 de marzo de 2015 (Zenit.org)
1. Pablo y Juan: Cristo visto desde dos ángulos
En nuestro esfuerzo por poner en común los tesoros espirituales de Oriente y Occidente, reflexionamos hoy sobre la fe común en Jesucristo. Tratamos de hacerlo como quien sabe hablar de uno que está presente, no de un ausente. Si no fuera por nuestra pesadez humana que lo impide, cada vez que pronunciamos el nombre de Jesús, debemos pensar que hay uno que se siente llamar por el nombre y se vuelve a mirar. También esta mañana Él está aquí con nosotros y escucha, esperemos con indulgencia, lo que diremos de Él.
Partimos de las raíces bíblicas en el discurso de Jesús. Ya en el Nuevo Testamento vemos delinearse dos caminos distintos para expresar el misterio de Cristo. El primero de ellos es el de san Pablo. Resumimos los pasajes peculiares de este camino, esos por los que se convertirá en un modelo o arquetipo cristológico, en el desarrollo del pensamiento cristiano. Este camino,
- primero, parte de la humanidad para alcanzar la divinidad de Cristo, de la historia para llegar a la preexistencia; es por tanto un camino ascendente; sigue la orden de manifestarse de Cristo, la orden con la que los hombres lo han conocido, no la orden del ser;
- segundo, parte de la dualidad de Cristo (carne y Espíritu) para llegar a la unidad del sujeto “Jesucristo nuestro Señor”;
- tercero, tiene en su centro el misterio pascual, es decir la obra, antes incluso que la persona, de Cristo. La gran curva entre las dos fases de la existencia de Cristo es la resurrección de los muertos.
Para convencerse de la rectitud de esta reconstrucción, basta releer el denso pasaje - una especie de credo embrional - con la que el apóstol inicia la Carta a los Romanos. El misterio de Cristo es resumido así:
“nacido de la estirpe de David según la carne,
y constituido Hijo de Dios con poder según el Espíritu santificador
por su resurrección de entre los muertos,
Jesucristo, nuestro Señor,” (Rm 1, 3-4).
También en el himno cristológico de Filipenses 2, se habla antes de Cristo en la condición de siervo y después, a partir de la resurrección, de Cristo exaltado como Señor. El sujeto concreto, también cuando define a Cristo como “imagen del Dios invisible” (Col 1, 15), para Pablo es siempre el Cristo de la historia, también si la idea de la preexistencia no está ausente en sus escritos.
Una mirada rápida hacia adelante permite ver cómo serán acogidos y desarrollados estos pasajes paulinos de Jesús, en las generaciones sub-apostólicas. Carne y Espíritu, que en el origen indicaban dos fases udos tiempos de la vida de Cristo - antes y después de la resurrección -, pasarán a indicar, ya en san Ignacio de Antioquía, los dos nacimientos de Jesús, “de María y de Dios”, y finalmente las dos naturalezas de Cristo. Escribe Tertuliano:
“El apóstol enseña aquí las dos naturalezas de Cristo. Con las palabras ‘nacido de la estirpe de David según la carne’, él diseña la humanidad; con las palabras ‘constituido Hijo de Dios según el Espíritu’, él indica la divinidad”[1].
A este camino ascendente del misterio de Cristo, se une, con Juan, un camino descendente. Podemos sintetizar así las características de este segundo camino.
- primero, parte de la divinidad, para llegar a la humanidad; el esquema está al revés: no más “carne - Espíritu”, sino “Logos - carne”; no antes lo humano, lo visible, y después lo divino y lo invisible, sino al contrario; Juan se coloca desde el punto de vista del ser, no del manifestarse a nosotros de Cristo, y según el ser está claro que la divinidad precede en él a la humanidad;
- segundo, es un camino que parte de la unidad y alcanza una dualidad de elementos: Logos y carne, divinidad y humanidad; en el lenguaje posterior: parte de las persona para alcanzar a las naturalezas.
- tercero, la gran división, el eje sobre el que gira todo, es la encarnación, no la resurrección o el misterio pascual.
De Cristo, interesa más la persona que la obra, el ser más que el actuar, comprendido el misterio pascual de muerte y resurrección. Este último sirve esencialmente para revelar quién es Jesús: “Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que Yo Soy” (Jn 8, 28). La existencia ante el Padre es constantemente antepuesta a su venida al mundo. Basta recordar las dos grandes afirmaciones del inicio del cuarto Evangelio para mostrar la validez de esta reconstrucción resumida:
“Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios […].
Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros”.
Se trazan así dos raíles en los que caminará toda la reflexión sucesiva de la Iglesia sobre Cristo. A pesar de las diferencias, hay una afinidad profunda y una comunicabilidad recíproca entre estos dos caminos, que se pueden recorrer en un sentido y en el otro. Para ambos, Pablo y Juan, en Jesucristo hay un elemento divino y un elemento humano, aún siendo el único sujeto. Para ambos él es el revelador y el redentor universal,aunque Juan insiste más sobre el revelador y Pablo más sobre el redentor. Para ambos, nuestra relación con Cristo está mediada y es posible por el Espíritu Santo. Es creyendo en Cristo, dicen ambos, que se recibe al Espíritu (Ga 3, 2; Jn 7, 39) y es recibiendo al Espíritu que se es capaz de creer en Cristo (1 Co 12, 3; Jn 6, 63).
Apenas se pasa a la época sucesiva, estos dos caminos tienden a consolidarse, dando lugar a dos modelos o arquetipos, y finalmente, en los siglos IV y V, a dos escuelas cristológicas. Las escuelas a las que me refiero son, una, la que por su mayor centro, Alejandría en Egipto, se llama Alejandrina y la otra la que, por la ciudad de Antioquía en Siria, es llamada Antioquena. La razón principal de su diferencia no es, como se ha pensado a veces, que los unos, los alejandrinos, se inspiran en Platón y los otros en Aristóteles, sino que los unos se inspiran preferentemente en Juan y los otros en Pablo.
Ninguno de los seguidores de uno u otro camino es consciente de elegir entre Pablo y Juan. Cada uno está seguro de estar de la parte de ambos, y esto es verdad. Sin embargo, el hecho es que las dos influencias son visibles y distinguibles, como dos ríos que, aún fluyendo juntos, continúan distinguiéndose por el color diferente de sus aguas. La diferencia entre las dos escuelas no es tanto que unos siguen a Pablo y otros a Juan, sino que algunos interpretaron a Juan a la luz de Pablo y otros interpretan a Pablo a la luz de Juan. La diferencia está en el esquema, o en la perspectiva de fondo que se adopta para ilustrar el misterio de Cristo.
En el debate entre estas dos escuelas, se puede decir que se han formado las líneas portadoras del dogma cristológico. La síntesis entre las dos instancias sucede, como se sabe, en el concilio ecuménico de Calcedonia en el 451, con la aportación determinante de Occidente, representado por san León Magno. Aquí la verdad de fondo, llevada adelante en Alejandría y reconocida en el concilio de Éfeso sobre la unidad de la persona de Cristo, es conjugada con la instancia fundamental de los antioquenos de la integra naturaleza humana de Cristo. Los dos caminos tradicionales son ambos reconocidos como válidos, para permanecer abiertas la una y la otra y comunicadas entre ellas.
La misma forma en la que se formula la definición de Calcedonia implementa este principio. El misterio de Cristo es formulado, en ella, dos veces y de dos formas distintas: primero, en la forma juaniana y alejandrina, partiendo de la afirmación de la unidad y alcanzando la afirmación de la distinción (“uno e idéntico Cristo, Señor e Hijo unigénito, en dos naturalezas”); después, de la forma paulina y antioquena, partiendo de la distinción de las naturalezas para alcanzar la afirmación de la unidad (“salvando las propiedades de cada una, las dos naturalezas se combinan para formar una sola persona e hipóstasis”). El mismo camino es recorrido sucesivamente en dos sentidos.
2. El rostro de Cristo en Oriente y Occidente
Nos preguntamos: ¿qué ha pasado después de Calcedonia, con las dos vías o los dos modelos fundamentales cristológicos elaborados por la Tradición? ¿Han desaparecido, nivelados, por la definición dogmática? A nivel teológico, desde entonces ha habido ciertamente una única fe en Cristo, común tanto en Oriente como en Occidente. San Juan Damasceno en Oriente[2] y santo Tomás de Aquino en Occidente han construido ambos su síntesis cristológica sobre Calcedonia. No ha habido, como sucedió con la Trinidad y el Espíritu Santo, diferencias doctrinales significativas entre la Ortodoxia y la Iglesia latina en la doctrina sobre Cristo.
Sin embargo, si ampliamos la mirada a otros aspectos de la vida de la Iglesia más allá de la teología dogmática, observamos que los dos modelos o arquetipos cristológicos de ningún modo se han perdido. Se han conservado y han dejado su huella, el primero en la espiritualidad ortodoxa y el segundo en la latina. En otras palabras, la Iglesia oriental ha privilegiado al Cristo juaniano y alejandrino y con él la centralidad de la encarnación, la divinidad de Cristo y la idea de la divinización; la Iglesia occidental ha privilegiado al Cristo paulino y antioqueno y con él la humanidad de Cristo y el misterio pascual.
No se trata evidentemente de una división rígida. Las influencias se han entrelazado y varían de un autor a otro, de una época a otra y de un ambiente a otro. Ambas Iglesias han creído - y con razón - valorizar de forma conjunta tanto a Juan como a Pablo, a pesar de que es admitido por todos que el Cristo de la tradición bizantina presenta rasgos diferentes al de la tradición latina.
Observemos algunos hechos que ponen de relieve esta diversidad, a partir del Cristo oriental. En el arte, la imagen más característica del Cristo ortodoxo es el Pantocrátor, el Cristo glorioso. Es el que la asamblea contempla frente a ella, en el ábside de las grandes basílicas. Está claro que incluso el arte bizantino conoce al crucificado, pero es también un crucificado con rasgos gloriosos y regios, donde el realismo de la pasión ya está transfigurado por la luz de la resurrección. Es por lo tanto el Cristo juaniano, para el que la cruz representa el momento de la “exaltación” (Jn 12, 32).
Del misterio de Cristo, sigue siendo colocado en primer plano el momento de la encarnación. Coherentemente, la salvación se concibe como una divinización del hombre gracias al contacto con la carne vivificante del Verbo. San Simeón el Nuevo Teólogo, por ejemplo, dice en una oración suya a Cristo:
“Bajando de tu excelso santuario, sin separarte del seno del Padre, encarnado y nacido de la Virgen María, ya entonces me has remodelado y dado la vida, liberado de la culpa de nuestros primeros padres y preparado para subir al cielo”[3].
Lo esencial ya ha sucedido con la encarnación del Verbo. La idea de la divinización regresa al primer plano, por el impulso de Gregorio Palamas y caracterizará “la cristología del último Bizancio”[4]. ¿Es ignorado tal vez el misterio pascual? Al revés, todo el mundo sabe la importancia excepcional que tiene la celebración de la Pascua en los ortodoxos. Pero he aquí, de nuevo, un signo revelador: del misterio pascual, el momento más valorado no es tanto el abajamiento cuanto la gloria; no es el Viernes Santo, sino el Domingo de Resurrección. Desde todos los punto de vista, prevalece la atención al Cristo glorioso y al Cristo “Dios”.
Estas características se encuentran en el ideal de la santidad que predomina en esta espiritualidad. La cumbre de la santidad se ve aquí en la transformación del santo en la imagen del Cristo glorioso. En la vida de dos de los santos más típicos de la Ortodoxia, san Simeón el Nuevo Teólogo y san Serafín de Sarov, nos encontramos con el fenómeno místico de la conformación al Cristo luminoso del Tabor y de la resurrección. El santo aparece casi transformado en luz.
Ahora demos un vistazo a algunos aspectos de la espiritualidad occidental. San Agustín escribe que, de los tres días que constituyen el Triduo Pascual, “el primer día, que significa la cruz, transcurre en la presente vida; los que significan la sepultura y la resurrección los vivimos en fe y en esperanza”[5]. Es decir: mientras estamos en esta vida, el Cristo crucificado nos es más cercano e inmediato que el resucitado.
De hecho, en el arte, la imagen característica de Cristo, en Occidente, es el crucificado. Es el que sobresale o se cuelga sobre el altar en las iglesias. La misma representación del crucificado, en un cierto momento, se separa del modelo glorioso, regio, y asume trazos realistas de verdadero dolor, e incluso espasmo. Es el crucificado paulino, que en la cruz se convirtió en “pecado” y “maldición” para nosotros (cf. Gal 3, 13).
Asume una gran relevancia, a partir de san Bernardo y luego con el franciscanismo, la devoción y la atención a la humanidad de Cristo y a los distintos “misterios” de su vida. La kénosis, o abajamiento, de Cristo ocupa un lugar prominente y con él el misterio pascual. En este contexto, encuentra su aplicación práctica el principio de la “imitación de Cristo”, que había estado en el centro de la teología antioquena. No en vano, el libro más famoso de espiritualidad, producido en la Edad Media latina, será precisamente La imitación de Cristo. En contra de cualquier intento de anular la humanidad de Cristo, para tender directamente a la unión con Dios, santa Teresa de Ávila afirmará que no hay una etapa de la vida espiritual en la que se puede prescindir de la humanidad de Cristo[6].
Los santos proporcionan, también aquí, una especie de respuesta práctica. ¿Cuál es, en Occidente, el signo de haber alcanzado la plenitud de la santidad? No es la conformación al Cristo glorioso de la Transfiguración, sino la conformación al Crucificado. La Ortodoxia no conoce casos de santos estigmatizados, mientras sí conoce, hemos visto, casos de santos transfigurados.
La Reforma protestante, en cierto modo, ha llevado al extremo algunos rasgos de este Cristo occidental, paulino, y de su misterio pascual. Ha elevado la “teología de la cruz” como criterio de toda teología, en controversia, a veces, con la “teología de la gloria”. Kierkegaard llegará a afirmar que, en esta vida, no podemos conocer a Cristo, si no en su abajamiento[7].
Es cierto que Lutero y los protestantes, en oposición a los excesos medievales de la imitación de Cristo, han afirmado que Cristo es ante todo un don que debe ser acogido con fe, más que un modelo a seguir con la imitación. Pero, incluso en este caso, ¿qué Cristo es visto como el “don” que debe ser acogido mediante la fe? No es el Logos que desciende y se hace carne, sino el Cristo pascual paulino, el Cristo “para mí”, no el Cristo “en sí mismo”.
Repito: cuidado con rigidizar estas distinciones; se convertirían en falsas y no históricas. Por ejemplo, la espiritualidad bizantina conoce todo un filón de santidad, llamado de los “locos por Dios”, en el que la asimilación a Cristo en su kénosis, está fuertemente acentuado. Con estas reservas, sin embargo, sigue habiendo una diferencia de énfasis innegable. Oriente ha caminado preferentemente sobre la vía inaugurada por Juan; Occidente sobre la inaugurada por Pablo. Pero ambos, fieles a Calcedonia, han sido capaces de abrazar, con su mirada, también al otro polo del misterio, manteniendo las dos vías comunicadas entre sí.
La gracia del momento presente es que se comienza a percibir la diversidad como una riqueza y no más como una amenaza. Un teólogo ortodoxo ha expresado este juicio: del Cristo latino, tomado aisladamente, puede derivar una concepción demasiado histórica, terrena y humana de la Iglesia, y del Cristo ortodoxo una concepción demasiado escatológica, desencarnada y no suficientemente atenta a su tarea histórica. Por ello concluía, “la auténtica catolicidad de la Iglesia no puede que englobar sea al Oriente que al Occidente”[8].
No es necesario, por lo tanto, eliminar o nivelar las diferencias que hemos indicado. Una vez reconocida la legitimidad y el carácter bíblico de los dos diversos enfoques, lo que es necesario es más bien el intercambio de dones, el respeto y la estima de la tradición de los otros. Es como si Dios hubiera hecho dos llaves para acceder a la plenitud del misterio cristiano y hubiera dado una a la cristiandad oriental, y otra a aquella occidental, de tal manera que ninguna de las dos pueda acceder a tal plenitud sin la otra.
En la ciudad de Colmar, en Alsacia, existe un famoso tríptico de Matthias Grünewald. En este cuando las dos alas del tríptico están cerradas, se ve representada la crucifixión; cuando están abiertas se ve, en el lado opuesto, la resurrección. La crucifixión es de un realismo impresionante: se ve a un Cristo espasmódico, con los dedos de las manos y de los pies retorcidos y extendidos como las ramas de un árbol seco; el cuerpo está como si hubiera sido arado, y tiene clavados espinas y clavos en cada parte. Es uno de esos cuadros de Cristo de los cuales Dostoevskij decía que, mirándolos durante mucho tiempo, “se puede incluso perder la fe”[9].
En la otra parte, el Resucitado aparece, en aquella pintura, sumergido en una luz fulgurante que apenas deja entrever los rasgos de un rostro humano. Si uno se detiene en este, corre el riesgo si no de perder la fe, seguramente de perder la confianza, porque este Cristo aparece lejos de su experiencia del dolor. Cuidado, por lo tanto, al dividir este tríptico, o al observarlo solamente por un lado. Es un símbolo eficaz de lo que debería suceder, a una escala más amplia, con el Cristo ortodoxo y el Cristo occidental. Estos deben mantenerse juntos.
3. Unidos por el amor a Cristo
Hasta aquí hemos procedido en lo indicado por los Padres y los testigos del pasado. Hemos recorrido, sobre todo, la historia de las respectivas posiciones entorno a la persona de Cristo. Pero no es esto lo que nos hará realmente progresar en la vía de la unidad; no será, en otras palabras, la sustancial unidad doctrinal y de fe en Cristo, por indispensable que sea; ¡será la unidad en el amor por Cristo! Lo que une en profundidad a ortodoxos y católicos y que puede hacer pasar a un segundo plano cada diferenciación, es un común, renovado amor por la persona de Jesús de Nazaret. No pero el Jesús del dogma, de la teología y de las respectivas tradiciones, sino Jesús resucitado y viviente hoy. El Jesús que es para nosotros un “tú” y no un “él”. Para usar una distinción querida por un teólogo ortodoxo contemporáneo, no el Jesús personaje, sino el Jesús persona[10].
En el cuerpo humano hay dos pulmones, dos ojos, dos pies, dos manos (todas metáforas usadas con frecuencia para describir las relaciones de sinergía entre Oriente y Occidente), ¡pero hay un solo corazón! También el corazón de la Iglesia tiene un solo corazón y este corazón tiene que ser el amor por Cristo. Escribe uno de los autores espirituales más queridos, y no solo por la Ortodoxia, Nicolás Cabasilas:
“Al Salvador le ha sido ordenado el amor humano desde el principio, como su modelo y fin, casi un cofre tan grande y ancho que es capaz de acoger a Dios. (…). El deseo del alma va únicamente al Cristo. Aquí que es el lugar de su reposo, porque él solo es el bien, la verdad, y todo lo que inspira el amor (eros)”[11].
Igualmente, en toda la espiritualidad monástica occidental, ha resonado la máxima de san Benito: “No anteponer absolutamente nada al amor por Cristo”[12]. Esto no significa restringir al horizonte del amor cristiano de Dios a Cristo; sino amar a Dios en la manera en la cual él quiere ser amado. No se trata de un amor mediado, casi por un poder, por el cual quien ama a Jesús “es como si” amara al Padre. No, Jesús es un mediador inmediato; amando a él se ama, ipso facto, también al Padre, porque él es “una cosa sola con el Padre” (Jn 10, 30). El cristiano puede, con todo derecho, aplicar a Cristo resucitado y vivo en el Espíritu, lo que Pablo decía de Dios a los atenienses: “En él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28).
Ya que estamos en el Año de la Vida Consagrada, querría dedicar a esta un pensamiento particular. Me permito de retomar a propósito algunas reflexiones que hacía, hace algún tiempo atrás, en esta misma sede, comentando la encíclica de Benedicto XVI “Deus caritas est”. En ella el entonces Sumo Pontífice afirma que amor de donación y amor de búsqueda, ágape y eros (este último entendido en su sentido noble, no en el vulgar) son dos componentes inseparables en el amor de Dios por nosotros y de nuestro amor a Dios. En este reconocimiento, Oriente se ha adelantado a Occidente[13], que ha permanecido por mucho tiempo prisionero de la tesis contraria, es decir sobre la incompatibilidad entre ágape y eros[14].
El amor sufre aún, en este campo, de una nefasta separación, no solo en la mentalidad del mundo secularizado, sino también en el lado opuesto, entre los creyentes y en particular entre las almas consagradas. En el mundo encontramos, muchas veces, un eros sin ágape; entre los creyentes muchas veces un ágape sin eros. El eros sin ágape es un amor romántico, a menudo pasional, hasta la violencia. Un amor de conquista que reduce fatalmente al otro en objeto del propio placer e ignora toda dimensión de sacrificio, de fidelidad y de donación de sí, en otras palabras el ágape.
El ágape sin eros nos parece como un “amor frío”, un amar “con la cabeza”, sin participación de todo el ser, más por imposición de la voluntad que por impulso íntimo del corazón. Un ajustarse a un molde preconstituido, en lugar de crear uno propio e irrepetible, como irrepetible es todo ser humano ante Dios. Los actos de amor dirigidos a Dios se parecen, en este caso, a aquellos de ciertos enamorados inexpertos que escriben a la amada cartas copiadas de un prontuario.
El amor verdadero e integral es como una perla escondida dentro las dos valvas de una concha que son eros y ágape. No se pueden separar estas dos dimensiones del amor sin destruirlo. Así se presenta el amor de Dios hacia nosotros, revelado por la Biblia. Este no es solo perdón, misericordia, donación de sí; es también pasión, deseo, celos; no es solo amor paterno y materno, sino también esponsal. Dios nos desea, parece casi que no pueda vivir sin nosotros. Así quiere Cristo que sea también el amor de los consagrados por él.
La belleza y la plenitud de la vida consagrada depende de la calidad de nuestro amor por Cristo. Sólo éste es capaz de defender de los bandazos del corazón. Jesús es el hombre perfecto; en él se encuentran, en un grado infinitamente superior, todas esas cualidades y atenciones que un hombre busca en una mujer y una mujer en un hombre. El voto de castidad no consiste en la renuncia a casarse, sino en preferir un tipo de esponsalicio a otro, en casarse con “el más bello entre los hijos del hombre”. “Casto – escribe san Juan Clímaco – es aquel que expulsa al eros con el eros”[15], el amor de un hombre o de una mujer con el amor de Cristo.
Concluyamos escuchando el himno más antiguo a Cristo, conocido fuera de la Biblia, todavía en uso en las vísperas de liturgia ortodoxa, y en las liturgias católica, anglicana y luterana. Se utiliza en el momento de encender las luces vespertinos y por lo tanto se llama “lucernario”:
¡Oh luz gozosa de la santa gloria del Padre inmortal,
celeste, santo, bienaventurado, Jesucristo!
Al llegar al ocaso del sol y, viendo la luz vespertina,
alabamos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Es digno cantarte en todo tiempo con voces armoniosas,
oh Hijo de Dios, que nos das la vida:
el universo proclama tu gloria.
[1] Tertuliano, Adv. Praxean, 27,11 (CCL 2, p.1199).
[2] Cfr. Juan Damasceno, De fide Orthodoxa III, (PG 94, 881 ss.) (trad. ital. Roma, Città Nuova 1998, pp.159-241).
[3] Simeón el Nuevo Teólogo, Himnos y oraciones (SCh 196, p.332).
[4] Cfr. J. Meyendorff, Cristología ortodoxa, Roma 1974, pp. 225.242.
[5] Agustín, Cartas, 55, 14, 24 (CSEL 34,1, p.195).
[6] Teresa de Ávila, Autobiografía, 22, 1 ss.
[7] Cfr. Kierkegaard, El ejercicio del cristianismo I-II (en Obras, editado por C. Fabro, Florencia 1972, pp.703 s.)
[8] P. B. Vasiliadis, en Ver a Dios. Encuentro entre Oriente y Occidente, EDB, Bolonia 1994, p.97.
[9] F. Dostoevskij, El idiota II, 4 (Garzanti, Milán 1982, I, p.269).
[10] J. D. Zizioulas, Du personnage à la personne, en L’etre ecclesial, Ginebra 1981, pp.23-56.
[11] N. Cabasilas, La vida en Cristo, II, 9 (PG 88, 560-561).
[12] Regla de S. Benito, 4 Prólogo.
[13] P. Evdokimov, La Ortodoxia, Bolonia 1965, p.161.
[14] Anders Nygren, Eros y ágape, Gütersloh 1937 (ed. ital. Bolonia, Il Mulino, 1971).
[15] San Juan Clímaco, La escalera del Paraíso, XV, 98 (PG 88, 880).
Carta pastoral del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra. 'El mayor pecado del ser humano es la insensibilidad y la dureza del corazón'
'Convertir el mundo en templo de Dios y del hombre'
Por Mons. Carlos Osoro
MADRID, 12 de marzo de 2015 (Zenit.org) - “Convertir el mundo en templo de Dios y del hombre”, es el título de la carta pastoral del Arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra, para esta semana. A continuación publicamos el texto íntegro de la misma:
Dios quiere transformar el mundo con nuestra conversión. Y nuestra verdadera conversión comienza con un deseo inmenso y profundo que implora perdón y salvación. De ahí la importancia de la oración cristiana, que es lo opuesto a la evasión de la realidad o a un intimismo consolador. La oración cristiana es fuerza de esperanza, es expresión máxima de la fe en un Dios que es Amor y que nunca abandona al hombre. La conversión es invitación a volver siempre a los brazos de Dios, a fiarnos de Él, a dejarnos regenerar por su Amor. Es una gracia, un don que abre el corazón a la bondad de Dios.
Impresionan siempre aquellas palabras del Evangelio: “Haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo…” (cf. Jn 2, 13-25). Es todo un gesto profético de verdadera provocación, que quiere desbaratar toda manipulación de Dios, que no tolera que se pudran el hombre y el templo. Por eso Jesús dice: “no convirtáis la casa de mi Padre en un mercado” (cf. Jn 2, 13-25). Esta actuación de Jesús nos está llevando más allá. El templo que Él quiere no es un templo construido por los hombres, sino por Dios. Cristo ha venido para enseñarnos a hacer de este mundo un templo de Dios, donde el hombre sea respetado y considerado desde la dignidad con que Dios mismo lo creó. Ha venido para devolver al ser humano su libertad, ofreciéndonos el camino que nos la regala y, así, poder ofrecerla con nuestra vida: “destruid este templo y en tres días lo levantaré… Él hablaba del templo de su cuerpo” (cf. Jn 2, 13-25).
Para convertir el mundo en templo de Dios y del hombre es necesario saber escuchar y obedecer a Dios. El secreto para tener un corazón que entienda es formarse un corazón capaz de escuchar. Urge tomar en serio escuchar a Dios, oír su Palabra y así, obedecer a Dios que, en Jesucristo, nos ha regalado el modo de ser y vivir del hombre verdadero, el modo de estar junto a los hombres. El mayor pecado del ser humano es la insensibilidad y la dureza del corazón, por eso convertirse a Cristo, hacerse cristiano es recibir un corazón de carne, sensible y con pasión por hacer que todos los hombres sean tratados como imagen y semejanza de Dios. Y, que así, el mundo se convierta en un templo.
Tres claves son necesarias para hacer de este mundo un templo de Dios y del hombre. Yo las llamo con estos nombres: regalar, ofrecer y cambiar. Son llaves que nos abren las puertas para estar presentes en este mundo: 1) salir para regalar la libertad; 2) salir ofreciendo el rostro de Cristo y 3) salir para cambiar el corazón del hombre:
1. Salir para regalar la libertad: es la libertad que Dios nos da y nos ofrece Jesucristo. Es la libertad que nos llama a eliminar cadenas, distancias, descartes, ataduras, es la libertad que nos da Cristo, que nada quita al hombre. Recuerdo aquellas palabras que el día 22 de octubre de 1978, al iniciar su ministerio, San Juan Pablo II nos dijo: “¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!”. Hablaba a los fuertes, a todos aquellos que tienen miedo de que Cristo pueda quitarles algo de su poder, a quienes no han entendido que si lo dejan entrar conocen su propia libertad y que la tienen que dar a los demás. Es la libertad que elimina el dominio de la corrupción, el quebrantamiento del derecho, la arbitrariedad generalizada en las cuestiones más importantes para la vida humana. Si dejamos entrar a Cristo dentro de nosotros, si nos abrimos a Él, no solamente no perdemos nada, sino que hacemos nuestra vida y la de los demás libre, bella y grande. Cristo no quita nada y lo da todo. Dejemos que nuestra vida la ocupe Cristo, que nos regala libertad. No nos dejemos robar la libertad que nos ha dado Jesucristo. Es esta libertad regalada la que, haciéndonos libres, desencadena libertad en aquellos con quienes nos encontremos. Globalicemos con nuestra vida esta libertad que nos ha sido regalada por Cristo.
2. Salir ofreciendo el rostro de Cristo: Jesucristo es la Verdad hecha Persona que atrae hacia sí al mundo. Su rostro es resplandor de Verdad. Sin Él perdemos la orientación, nos aislamos, nos reducimos a mirarnos a nosotros y a mirar solo por nuestros propios intereses. Sólo Él nos hace vivir y nos ayuda a realizarnos plenamente. Solo Él nos capacita para renovar la sociedad a través de la ley del Amor. Salgamos ofreciendo la Verdad, el rostro de Jesucristo. Cuando San Agustín se pregunta sobre lo que puede mover al hombre por encima de todo y en lo más íntimo de su ser, exclama: “¿Ama algo el alma con más ardor que la verdad?”. Para ofrecer el rostro de Cristo hay que tener un encuentro con Él. Como nos decía el Papa Benedicto XVI: “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1). Por ello, hay que salir al mundo y a encontrarnos con los hombres desde el encuentro con Cristo, ofreciendo su rostro.
3. Salir para cambiar el corazón del hombre: con Cristo se ha abierto de par en par la puerta entre Dios y los hombres. Él sigue llamando a las puertas del mundo, a las puertas del corazón de todos los hombres, para que el Dios vivo y verdadero que se nos ha revelado en Jesucristo pueda llegar a nuestro tiempo y cambiar nuestra vida. Os aseguro que la realidad del mundo no se sostiene sin Dios. La época moderna ha desarrollado la esperanza de la instauración de un mundo perfecto, que parecía lograrse gracias a los conocimientos de la ciencia y a una política fundada científicamente. El reino de Dios se ha querido reemplazar por la esperanza del reino del hombre. Hemos visto que esta esperanza de un reino del hombre se aleja cada vez más. Por eso, salir y ofrecer a Jesucristo, y ofrecer ese cambio del corazón que solamente Él realiza, es la mejor oferta que podemos hacer para mejorar el mundo y para hacer posible que se globalice todo lo que construye y cambia el corazón del hombre: el amor, la justicia, la paz, la fraternidad, la entrega, el servicio, la verdad, el don de sí mismo. Para que los demás sean lo que tienen que ser. Cristo rompe el hermetismo de un mundo construido por el hombre y que se cierra en sus propios egoísmos. El mundo es el templo donde los hombres viven como hijos de Dios y por eso como hermanos. Donde se manifiesta la gloria de Dios que es la gloria del hombre.
Con gran afecto os bendice:
+Carlos, Arzobispo de Madrid
Reflexiones del obispo de San Cristóbal de Las Casas. SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 12 de marzo de 2015 (Zenit.org)
Dignidad de las mujeres
Por Felipe Arizmendi Esquivel
VER
Hemos celebrado el día internacional de la mujer y nos alegra el progresivo lugar que van ocupando muchas mujeres en la familia, en la comunidad y en la Iglesia. En algunas de nuestras comunidades indígenas, las jóvenes salen a estudiar en la Universidad y ya no se casan tan chicas, ni sus padres las casan sin conocer al novio, como antes; las esposas de los diáconos permanentes toman más parte en celebraciones y servicios evangelizadores; hay más mujeres en grupos y organizaciones que luchan por el bien común. Unas, desde hace años han destacado.
Sin embargo, falta mucho por avanzar. Por ejemplo, en un programa de radio que tengo, recibo con frecuencia mensajes como estos: Fui violada por mi papá durante 10 años. Ya lo dejé, pero ¿es pecado que abandone mi familia? Ya no podría vivir con ellos. ¿Qué puedo hacer? Un sobrino sólo se juntó con su pareja, pero los papás de ella pidieron dinero. ¿Qué decir sobre eso? Me enteré de una infidelidad por parte de mi esposo y somos casados por la iglesia; se me hace muy difícil volver a confiar en él. Dice que ha cambiado, pero no puedo creerle. ¿Qué puedo hacer? Me casé por la iglesia, pero me separé de mi esposo, porque tomaba y me pegaba. El ya tiene otra familia y yo ya me he confesado. ¿Puedo comulgar? ¿Debo dejar a mi esposo? Es un desobligado, no es responsable. ¿Qué hago? Estoy desesperada.
PENSAR
El domingo pasado, el Papa Francisco envió “un saludo a todas las mujeres que cada día tratan de construir una sociedad más humana y acogedora. Y un gracias fraterno también a las que de mil maneras testimonian el Evangelio y trabajan en la Iglesia. Y ésta es para nosotros una ocasión para reafirmar la importancia de las mujeres y la necesidad de su presencia en la vida. Un mundo donde las mujeres son marginadas es un mundo estéril, porque las mujeres no sólo traen la vida sino que nos transmiten la capacidad de ver más allá --ven más allá de ellas--, nos transmiten la capacidad de entender el mundo con ojos distintos, de sentir las cosas con corazón más creativo, más paciente, más tierno. ¡Una oración y una bendición particular para todas las mujeres!" (I-III-2015).
En días anteriores, dijo a los miembros del Consejo pontificio de la cultura: “Que las mujeres no se sientan huéspedes, sino plenamente partícipes en los varios ámbitos de la vida social y eclesial. La Iglesia es mujer, es la Iglesia, no el Iglesia. Este es un desafío que ya no se puede postergar.
Desde hace tiempo hemos dejado atrás, al menos en las sociedades occidentales, el modelo de subordinación social de la mujer al hombre, modelo secular que, sin embargo, jamás ha agotado del todo sus efectos negativos. También hemos superado un segundo modelo, el miedo a la pura y simple paridad, aplicada mecánicamente, y a la igualdad absoluta. Así, se ha configurado un nuevo paradigma, el de la reciprocidad en la equivalencia y en la diferencia. La mujer, pues, debería reconocer que ambos son necesarios porque poseen, sí, una naturaleza idéntica, pero con modalidades propias. Una es necesaria para el otro, y viceversa, para que se realice verdaderamente la plenitud de la persona… Vosotras, mujeres, sabéis encarnar el rostro tierno de Dios, su misericordia, que se traduce en disponibilidad para dar tiempo más que a ocupar espacios, a acoger en lugar de excluir. En este sentido, me complace describir la dimensión femenina de la Iglesia como un seno acogedor que regenera la vida.
Por lo tanto, las numerosas formas de esclavitud, de mercantilización, de mutilación del cuerpo de las mujeres, nos comprometen a trabajar para vencer esta forma de degradación que lo reduce a simple objeto para malvender en los diferentes mercados. En este contexto deseo atraer la atención sobre la dolorosa situación de tantas mujeres pobres, obligadas a vivir en condiciones de peligro, de explotación, relegadas al margen de las sociedades y convertidas en víctimas de una cultura del descarte” (7-II-2015).
ACTUAR
Hagamos cada quien lo que nos corresponde, para que las mujeres ocupen el digno lugar que Dios mismo les tiene asignado en la familia, en la sociedad y en la Iglesia.
Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (2º Domingo de Cuaresma, 8 de marzo de 2015) (AICA)
Cuaresma: Buscar a Dios, encontrarlo y testimoniarlo
El misterio central es que Cristo es el Templo, verdadero Dios y verdadero Hombre. En el Templo es donde se afirma la presencia de Dios. Ese Templo, Cristo, se ofrece, se entrega, muere y resucita; de ahí nuestra afirmación de que “en tres días” Él construirá el Nuevo Templo, con su propio cuerpo y con su propio espíritu.
Ahora bien, aquello que pasó en el tiempo de Israel, de todas las cosas que se dicen –los vendedores de bueyes, de palomas, de ovejas, los cambistas, en una especie de atrio donde se vendían esas cosas y se hacían intercambios– no es el problema material de esas descripciones; el problema es que, de alguna manera, suplantaban a Dios quedándose en ese tipo de comercio como única finalidad.
Esa realidad que Cristo critica, y nos hace discernir, pasa muchas veces también en nosotros porque en ocasiones nos acercamos a Dios a través de la Iglesia para “obtener algo”, para hacer un intercambio, un trueque: “yo doy pero vos me tenés que dar”, “yo te pido esto y te ofrezco aquello”. Sucede que de alguna forma, en lugar de confiar, de pedir, de alabar, de contemplar, de adorar, a veces uno quiere hacer un “negocio”, y creo que ahí nos equivocamos fuertemente. Porque Dios es el que nos traspasa y Él no tiene que someterse a nuestros criterios sino que somos nosotros que tenemos que someternos a su voluntad.
La Cuaresma es esto: discernir, pensar, reflexionar, retomar, ordenar y no quedarnos en cosas chiquitas, en cosas que de alguna manera justifiquen nuestra existencia, nuestra presencia, haciendo algo; quizás dando una limosna a un pobre, haciendo una oración, visitando el Templo, y con eso ¡ya está! ¡Ya cumplí! El cumplimiento, cumplo y miento. Cumplí pero no lo busco a Dios con todo el corazón y con toda el alma.
Que esta Cuaresma nos ayude a buscar a Dios, a encontrarlo y a dar testimonio de Él.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
Carta de monseñor Don Bernardo Álvarez Afonso, obispo de Tenerife, España, ante el Día del Seminario 2015.
¿Qué mandas hacer de mí?
— Ante el Día del Seminario 2015 —
Queridos diocesanos:
De nuevo, como hacemos siempre en torno a la fiesta de San José, estamos ante el Día del Seminario Diocesano. Este año 2015, serán los días 21 y 22 de marzo. En todas las misas rezaremos por los seminaristas y las vocaciones al sacerdocio y haremos la colecta para el sostenimiento del Seminario.
Agradecidos a Dios, como si estuviéramos ante una madre que espera el nacimiento de un hijo, miramos a nuestro Seminario con satisfacción, alegría y afecto, pues allí se van gestando quienes han de ser los futuros pastores de nuestra Iglesia. Aquellos que un día, entregando su vida por Cristo y por la salvación de los hermanos, han de presidir a los fieles cristianos en el amor, alimentarlos con la Palabra de Dios y fortalecerlos con los sacramentos.
Sí. El Seminario es como “un seno materno” en el que se van gestando los sacerdotes. Quienes sienten la vocación y quieren seguir al Señor, reciben la formación humana, espiritual, intelectual, apostólica y comunitaria necesaria para vivir y ejercer el ministerio sacerdotal. Solo después de un largo y riguroso proceso de maduración podrán los candidatos, responder con pleno conocimiento y libertad, a los compromisos personales y eclesiales que lleva consigo la “vocación sacerdotal”.
Esta vocación no tiene su origen en la propia voluntad o en el deseo y gusto de cada uno por ser sacerdote. Siempre es Dios quien llama primero y el que marca la pauta. Como les hizo ver Jesús a los apóstoles: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes” (Jn. 15,16). En la liturgia de la ordenación sacerdotal decimos que Cristo “con amor de hermano, elige a hombres de su pueblo santo, para que, por la imposición de manos, participen de su sagrada misión”.
El Papa Francisco se lo recordaba a los seminaristas de todo el mundo, en julio de 2013, durante el encuentro que tuvo con ellos en Roma: “Convertirse en sacerdote no es, ante todo, una elección nuestra. No me fío del seminarista que dice: «He elegido este camino». ¡No me gusta esto! No está bien. Más bien es la respuesta a una llamada y a una llamada de amor. Siento algo dentro que me inquieta, y yo respondo sí. En la oración, el Señor nos hace sentir este amor, pero también a través de numerosos signos que podemos leer en nuestra vida, a través de numerosas personas que pone en nuestro camino. Y la alegría del encuentro con él y de su llamada lleva a no cerrarse, sino a abrirse; lleva al servicio en la Iglesia”.
“En la oración el Señor nos hace sentir este amor”… Este es, por así decir, el “secreto de la vocación sacerdotal” y lo que explica que muchos adolescentes, jóvenes y adultos, muchas veces sobreponiéndose a sus gustos y deseos, responden con un “sí inicial” a la llamada que Dios les hace. En un primer momento, ese “sí” consiste en la decisión de ir al Seminario para discernir y verificar la autenticidad de ese “sentimiento interior”, en un ambiente de estudio, oración y vida comunitaria, bajo la guía del equipo de formadores. Luego, el tiempo y la maduración personal le permitirán decidir libremente de un modo definitivo.
Para que haya sacerdotes necesitamos tener seminaristas, pero para que haya seminaristas necesitamos jóvenes capaces de recibir, con fe y alegría, la llamada de Cristo al ministerio. La semilla de la vocación necesita un terreno fértil para poder germinar. Por eso nuestra atención debe, también, centrarse en los primeros “seminarios” de las vocaciones sacerdotales: la familia, la parroquia, la catequesis, los grupos y movimientos juveniles.
Normalmente, llegada cierta edad, le preguntamos a los chicos y chicas, ¿tú, que quieres ser de mayor? Las respuestas expresan inmediatamente sus gustos y deseos personales. Piensan que es algo que tiene que nacer de ellos. Su desconocimiento del sentido cristiano de la vida les impide reconocer que el centro de su vida no son ellos, sino “los otros” y, sobre todo, “el Otro”, Dios. La vida no se resuelve desde el “yo quiero” sino a partir del “que quieren los otros de mí” y, sobre todo, “que quiere Dios de mí”.
Expresiones tan frecuentes en la cultura actual, como, “soy libre y hago lo que quiero”, “soy dueño de mi vida y hago con ella lo que quiero”, “soy dueño de mi cuerpo y hago con él lo que quiero”, etc., nos están indicando hasta qué punto le puede resultar incomprensible a cualquier joven “el misterio de la vocación”, que siempre supone la conciencia de pertenencia a Dios y la disposición para decirle, como la Virgen María, “aquí estoy, hágase en mí según tu voluntad”. Sólo quien es capaz de estar “des-centrado de sí mismo” puede sentir y aceptar la llamada que Dios le hace al sacerdocio o a cualquier otra vocación específica en la Iglesia.
El lema elegido para el Día del Seminario de este año está inspirado en una expresión de Santa Teresa de Jesús, “¿Qué mandas hacer de mí?” Quiere situarnos en esta perspectiva de disponibilidad ante la voluntad de Dios. A un niño, adolescente o joven cristiano hay que educarle para que, ante la pregunta ¿tú, que quieres ser de mayor? pueda responder: “Lo que Dios quiera”. Y enseñarle que, para saber lo que Dios quiere, hay que preguntárselo a Él, ¿Señor, qué mandas hacer de mí? y pedírselo con entera disponibilidad y confianza en que lo que el Señor quiere de mí, es lo mejor para mi vida. A semejanza de Cristo, la vida del ser humano se realiza en la obediencia a Dios Padre. En un hermoso verso, la Santa de Ávila, lo expresa así:
«Vuestra soy, para Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?»
Vuestra soy, pues me criastes,
vuestra, pues me redimistes,
vuestra, pues que me sufristes,
vuestra pues que me llamastes,
vuestra porque me esperastes,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Estamos celebrando los 500 años del nacimiento de Santa Teresa de Jesús. Ella lo tenía claro: «Vuestra soy, para Vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?». Esto es la expresión de una vida que se comprende como don del amor de Dios y ofrenda para él. Lo primero es reconocer que somos de Dios. No nos pertenecemos a nosotros mismos. “En la vida y en la muerte somos de Dios”, nos enseña San Pablo. “Tú, Señor, eres nuestro padre, nosotros somos la arcilla, y tú, nuestro alfarero: ¡todos somos la obra de tus manos!” (Is. 64,7). Y ante esa verdad, que es el principio y fundamento de la existencia humana, con su libertad el creyente una y otra vez, repite ¿qué mandáis hacer de mí?
También, ante la realidad de nuestro Seminario Diocesano, todos debemos preguntarle al Señor, con el corazón abierto y disponible, ¿qué mandáis hacer de mí? ¿Qué quieres que haga?, ¿qué debo hacer por el Seminario? Y responder en conciencia a su llamada con generosidad. Los católicos deben sentir el Seminario como algo propio y participar en su misión promoviendo la vocación sacerdotal, estimando, acompañando y animando a los seminaristas, orando... y, también, con la ayuda económica. Nos lo pide el Señor. Confío en la generosidad de cada uno y de todos.
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense
Reflexión a las lecturas del domingo cuarto de Cuaresma B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo IV de Cuaresma B
San Juan XXIII llamó a la Iglesia “Madre y Maestra” en un documento memorable. Lo constatamos en este tiempo de Cuaresma: ¡Con cuánta preocupación, con cuánto cuidado, nos prepara la Iglesia, día a día, para la celebrar la Pascua! Este domingo nos invita a la alegría, porque esta gran Solemnidad se acerca. Es el domingo que, desde antiguo, se llama “Laetare”, “alegraos”. Y la alegría se multiplica hoy a la luz de la Palabra de Dios, que trata de poner delante de nuestros ojos, el amor inmenso, infinito, que Dios nos tiene. Cuando uno lee despacio la Sagrada Escritura, siente verdadero asombro al contemplar el afán, el interés, tan grande de Dios por salvar a los hombres, porque nos vaya bien, porque seamos felices; y todo ello culmina con la Venida del Hijo, no “para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”, como escuchamos en el Evangelio de hoy. Éste es el último eslabón y el más importante, de esa preciosa cadena de amor con la que el Señor nos “ata a su lado”. S. Alfonso pone en labios de Dios esta expresión: “Desde que existo, te amo”.
Como decía antes, se nos presenta hoy a Jesucristo, como aquel que ha venido a liberarnos del pecado y de todo mal, y para que tengamos vida y la tengamos en abundancia (Jn 10,10).
En la primera lectura contemplamos cómo, en medio de las infidelidades de su pueblo, Dios le envía avisos por medio de sus mensajeros, los profetas, “porque tenía compasión de su pueblo y de su Morada”; hasta que no hubo remedio, y llega la dura experiencia del destierro de Babilonia; y cómo se vale de un rey pagano, Ciro, para liberarlo y animarle a reconstruir el templo de Jerusalén.
S. Pablo resume esa historia de amor diciendo: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo -por pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el Cielo con Él”. ¡Impresionante! En otro lugar, el mismo Apóstol nos dice: “La prueba de que Dios nos ama es que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom 5, 8). Y ese es el tema de aquella conversación memorable de Jesús con Nicodemo que nos presenta el Evangelio y que estamos comentando. Dice también: “lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna”. Se trata de acoger “la vida eterna” que, iniciada en el tiempo, no termina jamás. A esa grandeza, a esa dicha inmensa, nos ha llamado el Señor. Pero eso no se impone a la fuerza, ya decía S. Agustín: “El que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. En concreto, se trata de hacer opción por la luz y no por las tinieblas, como nos advierte el Señor en ese texto. Y la historia de cada hombre es una lucha constante entre la luz y las tinieblas, que tiene repercusiones eternas. El Señor nos advierte que no se trata sólo de pensar rectamente, sino que la propia conducta influye en nuestro modo de pensar y actuar: “Todo el que obra mal detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.
Hasta hace algún tiempo, los párrocos teníamos el deber de visitar las escuelas de la parroquia. A mí me encantaba hacerlo. Recuerdo que, entre los parvulitos, había algunos niños, que se acercaban, contentos, a enseñarme algún dibujo. ¡Es que pensaban que les había salido bien! Por eso cuando leo este texto, me acuerdo de aquellos parvulitos.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO IV DE CUARESMA B
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
En estos domingos de Cuaresma, seguimos recordando las etapas principales del Antiguo Testamento. Hoy se nos recuerda las circunstancias que rodearon el destierro de los judíos a Babilonia, y el retorno a la tierra de Israel en tiempos de Ciro, rey de Persia.
SALMO RESPONSORIAL
El salmo es un bello cántico de lamentación por el destierro, lleno de añoranza por la patria que se ha dejado.
SEGUNDA LECTURA
San Pablo nos presenta una de sus páginas-síntesis del cristianismo: Dios nos ama y nos salva por Jesucristo, no por nuestros méritos, sino por su gran misericordia. Es necesario que practiquemos las buenas obras que nos ha enseñado.
TERCERA LECTURA
En la conversación con Nicodemo, Jesús nos habla del amor inmenso del Padre que nos ha dado a su Hijo para que el mundo se salve por medio de Él.
Aclamémosle ahora cantando.
COMUNIÓN
Nos acercamos a comulgar con la conciencia viva de que Dios nos ama. Él ha llegado al extremo de enviarnos a su Hijo, que murió en la Cruz, para salvarnos.
Los que participamos ahora en la Santa Misa, en el Misterio de su Muerte y Resurrección, hemos de sentirnos especialmente llamados a intensificar nuestra preparación para la Pascua.
Texto completo de la catequesis del Papa en la audiencia del miércoles 11 de marzo de 2015 (Zenit.org)
en la catequesis de hoy proseguimos la reflexión sobre los abuelos, considerando el valor y la importancia de su rol en la familia. Lo hago identificándome con estas personas, porque también yo pertenezco a esta franja de edad. Cuando fui a Filipinas, los habitante de Filipinas me saludaban diciendo ‘Lolo Kiko’, es decir, ‘Abuelo Francisco’. ‘Lolo Kiko’, decían.
Lo primero que es importante subrayar: es verdad que la sociedad tiende a descartarnos, pero ciertamente el Señor no. Él nos llama a seguirlo en cada edad de la vida, y también la ancianidad contiene una gracia y una misión, una verdadera vocación del Señor. No es aún el momento de “no remar más”. Este periodo de la vida es distinto a los anteriores, no hay duda; debemos también “inventarlo” un poco, porque nuestras sociedades no están preparadas, espiritual y moralmente, para darles su pleno valor.
Antes, en efecto, no era tan normal tener tiempo a disposición; hoy lo es mucho más. Y también la espiritualidad cristiana ha sido un poco tomada por sorpresa, y se trata de delinear una espiritualidad de las personas ancianas. ¡Pero gracias a Dios no faltan los testimonios de santos y santas ancianos!
Me emocionó mucho la “Jornada por los ancianos” que hicimos aquí en la plaza de san Pedro el año pasado, la plaza llena. Escuché historias de ancianos que se desviven por los otros. Y también historias de parejas y matrimonios que vienen y dicen, hoy hacemos 50 años, 60 años de matrimonio. Y digo, házselo ver a los jóvenes que se cansan pronto. El testimonio de los ancianos en la fidelidad. En esta plaza había muchos ese día.
Es una reflexión para continuar, en ámbito tanto eclesial como civil. El Evangelio viene a nuestro encuentro con una imagen muy bonita, co_nMovedora y alentadora. Es la imagen de Simeón y de Ana, de quienes nos habla el Evangelio de la infancia de Jesús, de san Lucas. Eran realmente ancianos, el “viejo” Simeón y la “profetisa” Ana que tenía 84 años. No escondía la edad esta mujer. El Evangelio dice que esperaban la venida de Dios cada día, con gran fidelidad, desde hacía muchos años. Querían verlo precisamente ese día, recoger los signos, intuir el inicio. Quizá estaban también un poco resignados, ya, a morir antes: esa larga espera continuaba sin embargo ocupando su vida, no tenían compromisos más importantes que este. Esperar al Señor y rezar. Y así, cuando María y José llegaron al templo para cumplir la disposición de la Ley, Simeón y Ana se movieron impulsados, animados por el Espíritu Santo. El peso de la edad y de la espera desapareció en un momento. Reconocieron al Niño, y descubrieron una nueva fuerza, para una nueva tarea: dar gracias y dar testimonio por este Signo de Dios. Simeón improvisó un bellísimo himno de júbilo. Ha sido un poeta en ese momento. Y Ana se convierte en la primera predicadora de Jesús: “hablaba del niño a quienes esperaban la redención de Jerusalén”.
¡Queridos abuelos, queridos ancianos, pongámonos en la estela de estos ancianos extraordinarios! Nos convertimos también nosotros un poco en poetas de la oración: tomemos gusto a buscar palabras nuestras, apropiemonos de esas que nos enseña la Palabra de Dios. ¡Es un gran don para la Iglesia, la oración de los abuelos y de los ancianos!
Es un gran don para la Iglesia la oración de los abuelos y los ancianos. La oración de los abuelos y los ancianos es un gran don para la Iglesia, un riqueza. Una gran inyección de sabiduría también para toda la sociedad humana: sobre todo para aquella que está demasiado ocupada, demasiado distraída. ¡Alguno debe también cantar, también por ellos, cantar los signos de Dios! Proclamar los signos de Dios. Rezar por ellos. Miremos a Benedicto XVI, que ha elegido pasar en la oración y en la escucha de Dios la última etapa de su vida. Es bonito esto. Un gran creyente del siglo pasado, de tradición ortodoxa, Olivier Clément, decía: “Una civilización donde no se reza más, es una civilización donde la vejez no tiene ya sentido. Y esto es aterrador, nosotros necesitamos antes que nada ancianos que recen, porque la vejez nos es dada para esto. Necesitamos ancianos que recen, porque la vejez es dada para esto. Es algo bello, algo bello esto, la oración de los ancianos.
Nosotros podemos dar las gracias al Señor por los beneficios recibidos, y llenar el vacío de la ingratitud que lo rodea. Podemos interceder por las esperas de las nuevas generaciones y dar dignidad a la memoria y a los sacrificios de las pasadas. Nosotros, los ancianos, podemos recordar a los jóvenes ambiciosos que una vida sin amor es árida. Podemos decir a los jóvenes asustados que la angustia del futuro puede ser vencida. Podemos enseñar a los jóvenes demasiado enamorados de sí mismos que hay más alegría en el dar que en el recibir. Los abuelos y las abuelas forman la “coral” permanente de un gran santuario espiritual, donde la oración de súplica y el canto de alabanza sostienen la comunidad que trabaja y lucha en el campo de la vida.
La oración, finalmente, purifica incesantemente el corazón. La alabanza y la súplica a Dios previene el endurecimiento del corazón en el resentimiento y en el egoísmo. ¡Qué feo es el cinismo de un anciano que ha perdido el sentido de su testimonio, desprecia a los jóvenes y no comunica una sabiduría de vida! ¡Sin embargo, qué bonito es el aliento que el anciano consigue transmitir al joven en búsqueda del sentido de la fe y de la vida! Es verdaderamente la misión de los abuelos, la vocación de los ancianos. Las palabras de los abuelos tienen algo especial para los jóvenes. Y ellos lo saben. Las palabras que mi abuela me dio por escrito el día de mi ordenación sacerdotal, las llevo aún conmigo siempre en el breviario. Y las leo a menudo y me hace bien.
Como quisiera una Iglesia que desafía la cultura del descarte con la alegría desbordante de un nuevo abrazo entre los jóvenes y los ancianos. Y esto es lo que hoy pido al Señor, este abrazo.
(Texto traducido y transcrito desde el audio por ZENIT)
Queridos hermanos y hermanas
Con la cuaresma nos introducimos en un tiempo de gracia para prepararnos a celebrar “la Pascua”, el misterio central de los cristianos. Durante estas semanas la liturgia nos ayudará a revisar nuestra condición de hijos e hijas de Dios, a renovar la fe, la esperanza y la caridad en el camino discipular y misionero al que estamos llamados todos los bautizados.
La liturgia es la fuente de espiritualidad principal que nos lleva a poner en práctica lo que creemos en la cotidianidad, con nuestro estilo de vida, criterios y opiniones. La gracia obra en la liturgia y la hace eficaz, si nosotros la hacemos espiritualidad y vida. La liturgia que en cambio es solo un ritual cumplido y que no replica en nuestras vidas, puede transformarse en un mero ritual pagano contradictorio con nuestra vocación bautismal.
En esta carta cuaresmal quiero subrayar la necesidad de integrar más algunos aspectos de la vida moral a nuestro examen de conciencia y confesión de la cuaresma. Muchas veces los sacerdotes al escuchar confesiones o recibir consultas de los fieles, en general nos encontramos con una gran cantidad de preocupaciones y arrepentimientos, dolores y heridas en el ámbito de la problemática de las relaciones humanas, que hacen referencia a lo afectivo, la sexualidad y problemáticas familiares, que por supuesto siempre son muy importantes en el corazón humano.
Esta reflexión cuaresmal nace de la preocupación pastoral por la frecuente ausencia de los pecados, interrogantes o inquietudes que planteamos en relación a la moral social, la caridad, temas ligados a la justicia, corrupción o faltas u omisiones en relación al bien común, la vida pública y ciudadana. Lamentablemente en una sociedad donde hay una gran mayoría de población que se manifiestan católicos cristianos, incluidos una gran cantidad de dirigentes con responsabilidades públicas y sociales, el flagelo de la corrupción estructurada crece en multiplicidad de niveles muchas veces de base, en organizaciones simples, o bien, en grandes estructuras y ámbitos claves de nuestras organizaciones nacionales, provinciales y locales.
Es importante advertir sobre la necesidad de un examen de conciencia cuaresmal para revisar nuestro seguimiento discipular y misionero a Cristo, el Señor, considerando que deberemos realizarlo no para castigarnos o ensimismarnos en enredos complicados, sino que deberemos hacerlo desde “el Amor de Dios”, y desde su misericordia, que implica en nosotros volver a la casa del Padre, arrepentidos de lo que está mal, y con la certeza que nuestro Padre Dios, nos espera con un abrazo, un beso y una Fiesta.
1. La dimensión social de la fe
Considero importante que recordemos aunque brevemente algunos fundamentos que son constitutivos de los contenidos de la dimensión social de nuestra Fe. El mismo Señor se identifica con nuestros hermanos más pobres señalándolos como un lugar clave para que nos encontremos con Él y practiquemos sus enseñanzas: “Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: ‘Vengan benditos de mi Padre y reciban en herencia el reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo y me vistieron; enfermo y me visitaron; preso y me vinieron a ver’. Los justos dirán: ‘Señor ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento, y te dimos de beber?’….y el Rey les responderá: ‘les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo’”…(Mt 25,34-40). También el Apóstol Santiago en su carta es contundente al referirse a la fe, la caridad y los pobres: “¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o hermana desnudo o sin el alimento necesario, les dice: ‘vayan en paz, caliéntense y coman’ y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras está completamente muerta.” (Sant. 2,14-17). Tanto en los textos del Antiguo Testamento como en el Nuevo se nos plantea la necesidad de una caridad practicada. Los Padres de la Iglesia desde los primeros siglos han señalado con radicalidad esta dimensión social de la fe. En el siglo IV San Gregorio de Niza realiza una catequesis sobre “el verdadero ayuno”, que nos puede ayudar a realizar nuestro examen de conciencia en este tiempo cuaresmal: “Existe un ayuno incorpóreo y una abstinencia inmaterial, que se refiere al alma, que es precisamente el abstenerse de hacer el mal, y por causa de este ayuno se nos ha prescripto que nos abstengamos de tomar alimentos. ¡Ayunen la maldad! ¡Repriman la codicia de bienes ajenos!, ¡absténganse de obtener ganancias injustas!, ¡maten de hambre la avaricia del dinero!, ¡no escondan en sus casas nada que haya sido obtenido por la fuerza y la rapiña! ¿De qué te aprovecha no acerques la carne a tu boca, si estas mordiendo a tu hermano con la maledicencia? ¿Qué utilidad obtienes si no comes de lo tuyo mientras estas arrebatando injustamente lo que es del pobre? ¿Qué piedad es esta, que mientras bebes solamente agua, planeas fraudes, y por la maldad estas sediento de sangre?... ¿qué utilidad tiene el ayuno del cuerpo si no limpias el alma?... carecerá de todo provecho este ayuno si no se adhiere fuertemente a la Justicia y se hace acompañar por ella.”
Al realizar nuestro examen de conciencia cuaresmal y revisar la dimensión de la caridad y la limosna podemos tomar un texto para meditar del Papa San Gregorio Magno en sus “Homilías sobre el Evangelio”(Libro II, homilía 20,3-4.10) de fines del siglo VI: “A los que no ambicionan las riquezas ajenas, pero con todo no distribuyen generosamente lo suyo, se les debe aconsejar que con mucha diligencia consideren que la tierra de la que ellos se proveen es común a todos los hombres, y da frutos para todos. Los que quieren exclusivamente para si lo que Dios le ha dado para todos deben ser considerados culpables”.
Todos estos textos bíblicos y patrísticos, nos deben ayudar como ciudadanos de este siglo XXI a que practiquemos con nuestro estilo de vida lo que confesamos con nuestra fe.
2. Aportes para el camino cuaresmal
Necesariamente en el tiempo cuaresmal y nuestra preparación para celebrar la Pascua, deberemos realizar una revisión de nuestra condición de cristianos. Para esto siempre será importante realizar un buen examen de conciencia y confesión que nos permitirá reconciliarnos con Dios, que siempre nos espera con un abrazo Paterno. En esta carta quiero subrayar la importancia que tienen algunos aspectos que implican la dimensión social y ciudadana de nuestra fe, sobre todo temas ligados a la moral social, la caridad y la justicia.
En este camino discipular tendremos que preguntarnos sobre la vinculación necesaria entre lo que celebramos en la liturgia y nuestra vida cotidiana, sobre todo el laicado que es la mayoría del pueblo de Dios. Siendo que los laicos por su vocación tienen la responsabilidad de transformar las realidades temporales, con su estilo de vida, opciones, criterios que siempre serán un aporte desde la fe para humanizar y generar valores en sus ambientes.
Es cierto que hay que valorar que en nuestro tiempo se subrayan “derechos” que son fundamentales de toda persona, y que lamentablemente muchos de ellos siguen siendo violentados. Pero también es cierto que no se subrayan suficientemente los “deberes” y responsabilidades sociales que tenemos por nuestra condición humana y ciudadana. En el cumplimiento de los “deberes” aún tienen mayor responsabilidad aquellos que cumplen roles dirigenciales en la sociedad. Lamentablemente esos pecados cometidos contra las responsabilidades sociales aparecen muy pocos en las confesiones, y por lo tanto se puede observar que están “el furgón de la cola” en los exámenes de conciencia, o peor aún, algunos ni siquiera consideran pecado aquello que daña a nuestros hermanos y que es fruto de la avaricia, la comisión u omisión de actos de injusticia o intolerancia. Lamentablemente las consecuencias de estos pecados sociales van generando estructuras de corrupción sumamente graves en todos los niveles causando esto una seria degradación moral, que se va estructurando y que en varias oportunidades, desde los distintos documentos eclesiales, hemos señalado esto como parte de la “crisis de la civilización” en este inicio del siglo XXI.
Todos sabemos sobre este deterioro moral, con el cual lamentablemente convivimos y muchas veces toleramos con indiferencia o somos protagonistas activos del mal… Sólo quiero señalar algunas situaciones que nos van dejando perplejos. Una de ellas es el flagelo de la droga que crece y se estructura con muchos silencios cómplices, y que va dañando a muchísimos niños, adolescentes, jóvenes y algunos no tan jóvenes. Es de observar que el negocio mortal de la droga crece en parte porque hay silencios graves en los poderes del Estado que tienen la principal responsabilidad en combatirlos. Esa tolerancia con formas de corrupción se dan es situaciones mucho más pequeñas en nuestros ambientes, trabajos, negocios, coimas, malversación de fondos, enriquecimiento ilícito, violación de las normas de tránsito…, no cuidar una plaza…, tirar plásticos en la calle…, todo esto y tanto más daña el bien común. Nuestras opciones concretas nos pueden colocar en situación de culpabilidad, o bien, en profetas, que por el testimonio dado nos permitan ser generadores de valores y esperanza.
3. Podemos cambiar y tener esperanza por el amor
En el camino de la vida espiritual es fundamental desde nuestra oración y la certeza del amor de Dios, discernir aquello que está bien y que está mal en un buen examen de conciencia. Seguramente uno de los mayores logros del demonio es confundir nuestro juicio y hacernos creer que lo que está mal, no lo es tanto. Habitualmente tratamos de justificarnos y adaptar el Camino que nos propone el Señor a nuestro obrar, aún cuando aquello que hagamos sea contrario al discipulado cristiano.
En estas reflexiones cuaresmales tratamos de integrar más algunos aspectos de la dimensión social de la fe a nuestro examen de conciencia. Quizá la pregunta que nos podemos hacer en un contexto donde hay tantas situaciones de corrupción instaladas como si esto fuera lo normal, es si es posible cambiar. ¿Podemos cambiar estos pecados sociales que “dañan” nuestra relación con los hermanos, sobre todo los más pobres y frágiles, así como al bien común?
Es bueno responder lo que creemos como cristianos a esta pregunta porque hace al contenido de nuestra fe. Obvio, la respuesta es sí podemos, podemos cambiar, porque tenemos la certeza de la esperanza en que la vida triunfa sobre la muerte. Es aquello que implica este tiempo de preparación hacia la pascua. Jesucristo, el Señor, el que se encarnó y se hizo uno de nosotros y se reveló, sufrió, murió y nos amó hasta el fin para redimirnos. El que murió, resucitó. El amor es dar la vida y es la clave para tener la certeza que el “Amor Pascual” es el que nos permite decir que todos podemos cambiar, potenciar lo bueno y vencer el mal que está en nosotros, y el mal que se va estructurando en nuestra sociedad. Es cierto que para esto es necesario apostar a la verdad y no auto engañarnos; discernir que está bien y que está mal, realizar acciones concretas que sean fruto de nuestra decisión. Esto siempre implicará una apuesta a abrirnos al amor de Dios, y al amor de nuestros hermanos.
En nuestra Diócesis, en este tiempo cuaresmal, desde hace muchos años realizamos un gesto concreto que es la colecta del 1%. Desde ya que no es una cuestión tanto económica, sino un gesto que tiene que nacer de la búsqueda de la conversión a Dios y a los hermanos. Como indicador proponemos el 1% del total de nuestros ingresos, como gesto de la comunión de bienes y de nuestro ayuno, como nos decía el Papa San Gregorio tan duramente: “Maten el hambre de la avaricia del dinero”. Con esta colecta que realizaremos como Pueblo de Dios, en nuestra Diócesis, tratamos de ayudar en el tema de la vivienda a muchos hermanos que están en la marginalidad y la exclusión.
La certeza de la esperanza Pascual, nos lleva a que desde la fe, creamos en que amar bien es posible. Nuestro tiempo necesita de varones y mujeres que amen pascualmente, para desterrar la injusticia, la violencia y el odio.
Conclusión
Prepararnos para celebrar la Pascua requiere que renovemos con alegría la certeza de que es posible vivir mejor. Tener la esperanza Pascual de un mundo, una Argentina, una Misiones en donde la dignidad humana sea realmente respetada, y la persona pueda ser sujeto de derechos y deberes para generar una cultura con valores.
En este contexto es necesario que los cristianos seamos conscientes que este tiempo cuaresmal es una nueva oportunidad que Dios nos regala a los Obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados y sobre todo al laicado, que es la mayoría del Pueblo de Dios, a internalizar la Pascua que celebramos y ser puentes de ese “Amor” para la humanidad.
Como Padre y Pastor de esta Iglesia de Posadas, les envío un abrazo fraterno y bendición, en Cristo, el Señor.
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (Zenit.org)
Idea principal: El pecado, nuestro pecado, además de romper la Alianza con Dios, es la causa de todas las desgracias personales, sociales, estructurales, eclesiales, familiares y mundiales. Pero la misericordia de Dios es más grande que nuestro pecado.
Síntesis del mensaje: Estamos prácticamente a mitad de la Cuaresma. Es bueno que también nosotros, débiles y volubles tal vez como los israelitas, nos espejemos en su historia para decidirnos a una seria conversión y enmienda de nuestros pecados para poder participar plenamente en la Pascua del Señor.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, somos pecadores. Ahí está la primera lectura de hoy donde Dios nos echa en cara con el látigo de su misericordia, como dijo el Papa Francisco domingo pasado, para que nos corrijamos y volvamos al buen camino, nuestras infidelidades, nuestra vida mundana, nuestros desmanes, nuestras burlas a los mensajeros y profetas que Él nos manda continuamente a través de su Palabra, del Papa, nuestro confesor, familiares, amigos. Cuaresma es tiempo de chequeo espiritual, de hacernos una resonancia magnética del alma y de nuestros afectos más íntimos para ver si no tenemos algún inicio de cáncer, diabetes, mal colesterol. Aún estamos a tiempo de tomar las medicinas y antibióticos necesarios para curarnos, de ponernos las vacunas que nos prevengan de fiebres altas y peligrosas. ¿Qué pecados acosan más nuestra vida? ¿Soberbia y sus crías: egoísmo, vanidad, orgullo, amor propio, dureza de juicio, impaciencia, autosuficiencia, rencor, deseo de venganza, imponer nuestras ideas, desaliento, juicios temerarios, indiferencia ante las necesidades de los demás, envidia, racionalismo, espíritu calculista, respeto humano, fariseísmo y mentira, rebeldía, caprichos y manías, individualismo? ¿O por el contrario, me acosa la sensualidad y sus crías: comodidad, flojera, sentimentalismo, búsqueda de lo fácil y placentero, abuso y descontrol de los sentidos, impureza y lujuria consentida y alimentada, glotonería, sueños mundanos, pusilanimidad, ociosidad, inconstancia, tibieza, apatía, abandono de la oración, falta de puntualidad a nuestros trabajos, pesimismo, insatisfacción, huida del sacrificio, gula, avaricia? Hagamos un serio chequeo y obremos en consecuencia, si queremos llegar preparados a la Pascua del Señor.
En segundo lugar, pecadores, sí, pero también redimidos, pues la misericordia, la generosidad y el amor de Dios son infinitos (2ª lectura). Esta redención no es mérito nuestro, sino pura gracia divina. El amor que Dios nos tiene en Cristo Jesús es previo a todos nuestros méritos y superior a todos nuestros deméritos. Ya en el Antiguo Testamento manifestó este amor, incluso cuando tuvo que castigar y corregir a su pueblo, y le sacó de la esclavitud de Egipto y más tarde le hizo volver de la cautividad. En la primera lectura escuchamos cómo Dios movió el corazón del rey Ciro -¿también moverá el de nuestros reyes, y presidentes y jefes de Estado?-, que permitió a los israelitas volver a Jerusalén para reedificar su nación y su Templo -¿también nuestros jefes de Estado respetarán nuestra religión y nos permitirán dar culto a Dios siempre y en todas partes y enseñar la ley de Dios y de la Iglesia en las escuelas, sin inmiscuirse en las cuestiones que a ellos no les competen y apoyando siempre lo que dignifica a la persona humana?-. Pero es sobre todo en el Nuevo Testamento donde Dios nos hizo experimentar su ternura y misericordia, pues “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único” y así todos se salven (evangelio).
Finalmente, redimidos, sí, pero en continua conversión, pues el tentador nos acecha día y noche para que volvamos al pecado. Tenemos que mirar a Cristo en la cruz para curarnos de las picaduras de las serpientes venenosas que nos atacarán día y noche (evangelio). Mirando la cabeza de Cristo en la cruz, coronada de espinas, sanarán y se purificarán nuestros malos pensamientos. Mirando el rostro desfigurado y abofeteado de Cristo en la cruz, sanarán nuestros deseos de vanidad ridícula. Mirando los ojos hinchados de Cristo en la cruz, nuestros ojos se cerrarán a indecencias. Mirando la boca reseca de Cristo, sabremos dominar nuestra gula y no empuñaremos la espada de los chismes y murmuraciones. Mirando las manos perforadas de Cristo en la cruz, desaparecerán nuestras ambiciones y deseos de tener y poseer. Mirando el costado perforado de Cristo en la cruz, nuestros odios se convertirán en perdón. Mirando las rodillas taladradas de Cristo en la cruz, crecerá nuestro deseo de arrodillarnos y orar sin cesar. Mirando los pies de Cristo clavados en la cruz, podremos reparar nuestros pecados por haber caminado por veredas de muerte. Mirando, en fin, todo el cuerpo de Cristo magullado y azotado, se nos quitarán las ganas de vivir en confort, comodidad, placeres y lujos.
Para reflexionar: ¿Qué pecados desfiguran la imagen de Dios en mi alma? ¿Me acercaré a la confesión antes de entrar en la Semana Santa, para pedir perdón a Dios por mis pecados?
Para rezar: Señor, piedad y misericordia: he pecado contra Ti. Señor, dame la gracia de la conversión. Señor, hazme partícipe de tu Pascua.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
Información enviada por Carlos Peinó Agrelo, peregrino. Cursillista. Ex-Notario Adjunto Tribunal Eclesiástico (Archidiócesis de Madrid, España) Causa de Canonización de Manuel Aparici. Colaborador en la redacción de la Positio super virtutibus, Ex-Vice Postulador de su Causa, etc.
MONS. SEBASTIÁN GAYÁ INICIADOR DEL MCC
Con este título ha aparecido en un diario español de tirada nacional
El jueves 18 de Diciembre de 2008 nos lo presentan como «INICIADOR del MOVIMIENTO DE CURSILLOS DE CRISTIANDAD». ¿Dónde? En la esquela mortuoria aparecida ese día en ABC, diario español de tirada nacional, de Madrid, España ¿Quién lo presenta? La esquela no lo dice. Sólo se lee:
MONSEÑOR SEBASTIÁN GAYÁ RIERA, INICIADOR DEL MOVIMIENTO DE CURSILLOS DE CRISTIANDAD
Con motivo del primer aniversario de su fallecimiento, se celebrará una Eucaristía el próximo lunes, día 22 de Diciembre, a las veinte horas, en la parroquia San Miguel de los Santos (Calle López de Hoyos, 39), de Madrid.
Las gestiones que he realizado para saber quien puso la esquela han sido infructíferas.
El Secretariado de Cursillos de Cristiandad de Madrid, también dedicó tiempo atrás un número especial a la memoria y despedida de su querido Sebastián con este título: «ESPECIAL SEBASTIAN» [1]. En la portada hay cuatro fotografías, una de ellas la de Mons. Gayá, y se lee: «Mons. Sebastián Gayá. Iniciador de los Cursillos de Cristiandad» [2]. En la página 8 pone el Cartel dela Peregrinación dela Juventud de Acción Católica de España a Santiago de Compostela en 1948.
El Secretariado y la FundaciónSebastiánGayá mantienen una colaboración muy estrecha, hasta el punto que la Fundacióntiene su domicilio social en el domicilio del Secretariado. «[…] Habréis percibido –escribe Jordi Girau, Vicepresidente de la Fundacióny Consiliario de Cursillos de Cristiandad de Madrid– la colaboración entre el Secretariado de Madrid y la Fundación.Setrata de dos organismos distintos pero complementarios e íntimamente hermanados […]» [3].
Ya en sus páginas interiores se lee:
* «[…] E iniciador de los Cursillos de Cristiandad […]» [4].
* «[…] ¡En Monte de Randa, en el Monasterio de San Honorato, en la isla familiar y amiga, la isla bendita, donde nació su obra […]! … » [5].
* «”Sebastián, tú que estás ya con el Padre, intercede ante Él por la unidad y comunión de este querido Movimiento que Tú iniciaste”» [6].
Por su parte, el Diario de Mallorca, Mallorca, de fecha 27 de Diciembre de 2007, jueves, al dar la noticia del fallecimiento de Mons. Gayá escribe: «[…] EFE. PALMA […]. Gayá era prelado de honor de Su Santidad e iniciador del Movimiento de Cursillos de Cristiandad […]» [7].
De iniciador del Movimiento de Cursillos de Cristiandad lo trata también Análisis Digital de fecha 5 de abril de 2008, si bien después en el texto escribe: «[…] El Cardenal Rouco Varela –en su homilía– prefirió ahondar más en el contexto histórico relativo a la primera mitad del siglo XX que a señalar datos biográficos de uno de los fundadores de los Cursillos de Cristiandad […]» [8].
Como iniciador del Movimiento lo presenta también Veritas.com, Agencia Católica de Noticias de España, en el encabezamiento de la noticia de su fallecimiento. Sin embargo, después en el texto se refiere a él como «[…] uno de los iniciadores del Movimiento de Cursillos de Cristiandad […]. Gestó, junto con Eduardo Bonnín y los demás iniciadores de Cursillos, el Método evangelizador que dio origen al Movimiento eclesial hoy extendido por los cinco continentes» [9].
Como uno de los iniciadores lo tratan también, entre otros:
Mons. Saiz Meneses, Obispo de Tarrasa y Presidente de la FundaciónSebastiánGayá, presidió las exequias de Don Sebastián Gayá en el Monasterio de San Honorato (Mallorca) 29 de Diciembre de 2007 [10]. «[…] Entre el numeroso pueblo fiel que asistió, se encontraba Don Eduardo Bonnín, que junto con Mons. Juan Hervás y Don Sebastián Gayá fueron los iniciadores del Movimiento Cursillos de Cristiandad, así como el patronato de la Fundación y miembros del Secretariado Nacional de Cursillos de Cristiandad» [11].
«Sebastián Gayá Riera –dijo en su homilía– ha desempeñado un singular papel en los orígenes y en toda la historia del Movimiento de Cursillos, como recoge el Estatuto del Organismo Mundial de Cursillos de Cristiandad aprobado por la Santa Sede (Pontificio Consejo para los Laicos, 30 de mayo de 2004, el cual cita dentro del grupo de los iniciadores del Movimiento, su nombre, junto a los del laico Eduardo Bonnín Aguiló y del Obispo Monseñor Juan Hervás Benet (Cf. Introducción, nº 3) […].
»Trabajó también en […]; pero especialmente se dedicó a diversos Centros Parroquiales de Acción Católica y al Centro Interparroquial Universitario […].
»En [Abril] 1944 Don Sebastián fundó la Escuelade Propagandistas del Consejo Diocesano de los Jóvenes de Acción Católica [12] de los que en 1947 fue nombrado Consiliario Diocesano […] [13]. Desde dicha Escuela y desde el Consejo Diocesano gestó, junto con Eduardo Bonnín y los demás iniciadores de Cursillos, el Método evangelizador que dio origen al Movimiento eclesial hoy extendido por los cinco continentes […]»[14].
En el Prólogo al libro de Don Sebastián «Etapas de un Peregrinar. Frutos del Espíritu», p. 10, Mons. Meneses escribe: «[…] Así, junto con Eduardo Bonnín y los demás iniciadores de Cursillos trabajó en la gestación del Método evangelizador que, conforme a su lema “Para Santiago Santos”. Después de Santiago: ¡Santos y Apóstoles!, ha dado origen a este Movimiento eclesial hoy extendido por los cinco continentes […]».
«[…] Por ser Monseñor Sebastián Gayá uno de los iniciadores de nuestro Movimiento de Cursillos de Cristiandad según reconoce el Estatuto del Organismo Mundial, y por el cariño que siempre le habéis demostrado, os comunico –escribe el Secretariado Nacional de Cursillos de Cristiandad de España– que, según los médicos que le atienden, su enfermedad ha entrado en una fase irreversible […]» [15].
«La víspera de Nochebuena –escribe KERYGMA– ha fallecido, en Mallorca, a los 94 años de edad, Sebastián Gayá, uno de los iniciadores del Movimiento de Cursillos de Cristiandad […]» [16]. En otro momento escribe: «Tiene lugar la muerte de Eduardo pocas semanas después del fallecimiento de Sebastián Gayá, otro de los iniciadores del Movimiento […]»[17].
[1] El título es PROA Especial Sebastián_web.cdr. Por su tamaño, 5,33 MB, no lo adjunto.
[2] En la cabecera de la primera página se lee: PROA Julio 1951-Núm. 152 y al pie de página de la misma: ETAPA II – ENERO - Boletín del Secretariado de Cursillos de Cristiandad de Madrid.
[3] En la cabecera de la primera página se lee: PROA Julio 1951-Núm. 152 y al pie de página de la misma: ETAPA II – ENERO - Boletín del Secretariado de Cursillos de Cristiandad de Madrid, p. 14.
[4] En la cabecera de la primera página se lee: PROA Julio 1951-Núm. 152 y al pie de página de la misma: ETAPA II – ENERO - Boletín del Secretariado de Cursillos de Cristiandad de Madrid, p. 4.
[5] Antonio Diufain (En la cabecera de la primera página se lee: PROA Julio 1951-Núm. 152 y al pie de página de la misma: ETAPA II – ENERO - Boletín del Secretariado de Cursillos de Cristiandad de Madrid, p. 11).
[6] Enrique Silvela, Secretario del Secretariado Nacional del MCC (En la cabecera de la primera página se lee: PROA Julio 195- Núm. 152 y al pie de página de la misma: ETAPA II – ENERO - Boletín del Secretariado de Cursillos de Cristiandad de Madrid, p. 10).
[7] http://www.diariodemallorca.es/secciones/noticia.jsp? pRef=1756_2_318356_Mallor…
[8] http://www.analisisdigital.com/Noticias/Noticias.asp?id=29500&idNodo=_3
[9] 26 de Diciembre de 2007. http://www.agenciaveritas.com/noticia.php?cd=AV07122603.
[10] Con él concelebró el obispo español emérito de Corocoro, Bolivia, Mons. López de Lama, y 16 sacerdotes.
[11] Bisbat de Terrassa, dissabte, 29/desembre/2007.
[12] Eduardo Bonnín era entonces Vicepresidente primero del Consejo Diocesano de los Jóvenes de Acción Católica de Mallorca y Vocal de Reconstrucción Espiritual, Vocalía creada por Manuel Aparici a nivel nacional al terminar la guerra.
[13] En dicho año Eduardo Bonnín era Presidente del Consejo y Vocal de Reconstrucción Espiritual. Había sido nombrado el 12 de diciembre de 1944 («Historia de los Cursillos de Cristiandad. Mallorca, 1944-2001». Colección: CURSILLOS DE CRISTIANDAD. Dirección: Jesús R. Valls. Fundación Cursillos de Cristiandad. LIBROSLIBRES. Primera edición: Abril 2002, p. 231).
[14] En la cabecera de la primera página se lee: PROA Julio 1951-Núm. 152 y al pie de página de la misma: ETAPA II – ENERO - Boletín del Secretariado de Cursillos de Cristiandad de Madrid, pp. 6 y 7.
[15] Su comunicado de fecha 23 de noviembre de 2006.
[16] KERYGMA, Boletín del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de España, Marzo-Abril 2008, p. 5.
[17] KERYGMA. Boletín del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de España, Enero-Febrero 2008, p. 6.
Información enviada por Carlos Peinó Agrelo. peregrino. Cursillista. Ex-Notario Adjunto Tribunal Eclesiástico (Archidiócesis de Madrid, España) Causa de Canonización de Manuel Aparici. Colaborador en la redacción de la Positio super virtutibus, Ex-Vice Postulador de su Causa, etc.
MONS. SEBASTIÁN GAYÁ Y MANUEL APARICI
«Permitidme en primer lugar –dice Mons. Saiz Meneses, Obispo de Tarrasa– recordar cuan importante es conocer y valorar los orígenes, la propia historia, las raíces. Conocer la historia de la familia que se transmite de generación en generación. El álbum familiar que se pasa de padres a hijos. Es éste un aspecto que se cuida sobremanera en determinadas instituciones eclesiales pero que se descuida un tanto en el MCC. Este conocimiento nos ayudará a amar más, a vivir con intensidad nuestro presente y afrontar el futuro con la esperanza puesta en el Señor».
En el Prólogo al libro de Mons. Saiz Meneses, Mons. García-Santacruz, entonces Obispo de Guadix y Consiliario del Secretariado Nacional del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de España (1993), escribe: «Es nuestro deseo que, junto a ésta, se realicen otras muchas publicaciones y también actos conmemorativos de la efemérides que nos ayuden a seguir bebiendo en nuestras fuentes más genuinas, que nos ayuden a profundizar en el carisma recibido, y a la vez, que nos empujen a actualizar el Cursillo y hacerlo eficaz en los nuevos tiempos y en los nuevos ambientes».
Haciendo uso de la amable invitación de Mons. García-Santacruz escribo estas líneas, al igual que escribí las anteriores, confiando en que te ayudarán a conocer mejor una parte de la historia de los Cursillos de Cristiandad.
De Don Sebastián Gayá escribe José Pacheco en KERYGMA :
«Director dela Escuelade Dirigentes de los Cursillos de Jefes de Peregrinos.
»En el Consejo Diocesano de Jóvenes de Acción Católica durante varios años casi todas las actividades se centraron en la preparación a Santiago en Agosto de 1948.
»En dicha preparación hubo un elemento clave (junto a los Cursillos de Adelantados y de Jefes de Peregrinos), los artículos aparecidos en la revista PROA bajo el título “Etapas de un peregrinar” firmado por Sebastián».
1. ¿Escuela de Dirigentes de los Cursillos de Jefes de Peregrinos?
Unas páginas antes que José Pacheco KERYGMA hablaba de Mons. Sebastián Gayá como «Director de la Escuela de Dirigentes» omitiendo «de los Cursillos de Jefes de Peregrinos»; Escuela que, según Guillermo Bibiloni, nació en Noviembre de 1945 en la VII Asamblea Diocesana .
La Escuela de Dirigentes y la Escuela de Propagandistas con dos Escuelas distintas. La primera, la de Dirigentes, nació, como acabos de ver en Noviembre de 1945, la segunda, la de Propagandistas, fue fundada por Mons. Gayá un año antes, en Abril de 1944, según Guillermo Bibiloni , el 12 de Octubre de ese mismo año, según Mons. Saiz Meneses .
2. En el Prólogo de «Etapas de un Peregrinar. Frutos del Espíritu» Mons. Saiz Meneses, Obispo de Tarrasa y Presidente de la Fundación Sebastián Gayá, escribe:
«Al leer de un tirón en los viejos ejemplares de la revista PROA la serie de artículos titulada Etapas de un Peregrinar publicada a la sazón por Don Sebastián Gayá, sorprende que aquel escuálido papel prensa de la posguerra haya resistido tanto tiempo sin arder y consumirse –¡tanto fuego contienen!– y, a la vez, se entiende por qué […]».
Si tan encendidas palabras de elogio dedica Mons. Saiz Meneses a aquel escuálido papel prensa de la posguerra que ha resistido tanto tiempo sin arder y consumirse –¡tanto fuego contienen¡– ¿qué palabras no se han dedicar entonces a aquel escuálido papel prensa de la anteguerra, guerra y posguerra que también ha resistido sir arder y consumirse –¡tanto fuego contienen!– en que se escribían, entre otros, LA FLECHA y SIGNO creados por Manuel Aparici?
El primer número de LA FLECHA apareció en Abril de 1932, y el último, en Mayo de 1936. Al mes siguiente, Junio de 1936, aparecía SIGNO que recoge la gloriosa gesta de aquella Juventud de héroes y mártires, de apóstoles y peregrinos presidida por Manuel Aparici, el gran Presidente Jacobeo.
Miguel Silva Tapia, todavía no era sacerdote, hizo su Tesis de Licenciatura en la Universidad de Navarra, Facultad de Teología, sobre «La Juventud de Acción Católica Española y la Revista LA FLECHA. Estudio histórico desde el Órgano Oficial de la JAC», Pamplona 2005.
«Manuel Aparici –dice en la Introducción– fue su promotor […] y su director a partir del segundo año de publicación. Por todo esto dedicamos un apartado a su persona, pues sin él, es difícil valorar la actuación del Consejo Central y la misma marcha de la Revista».
Al año siguiente, 2006, presentaba su tesis doctoral en la misma Universidad y Facultad sobre el mismo tema.
«A lo largo de este trabajo –escribe en la Introducción–, presentaremos un estudio sobre la espiritualidad de la Juventud de Acción Católica Española mediante una fuente primaria: el órgano oficial de la JACE de los años 1932 a 1936, LA FLECHA […].
»Asimismo, detenemos nuestra atención en la figura de Manuel Aparici Navarro […], quien fue el gran impulsor de la Juventud en la década 1930 […]. Por esto, dedicamos un apartado a su persona, pues sin él , es difícil valorar la […]» «pues el conocimiento de su persona –añade en el texto p. 119– es clave para la comprensión de la Juventud de Acción Católica de los años treinta, la marcha e impulso del Consejo Central, y la fundación y dirección de la revista».
Al mismo tiempo nos recuerda que la bibliografía sobre la Acción Católica Española es abundante.
Sin embargo, no vemos que los diferentes autores, voces grandes del Movimiento y otras muy autorizadas, amantes de la historia, hayan bebido en aquellos viejos ejemplares de LA FLECHA o de SIGNO –amén de otras muchas publicaciones, algunas de ellas creadas o promovidas por el Manuel Aparici–, testigo de la historia heroica, martirial, apostólica y peregrinante de aquella Juventud como cantaba su himno: «ser apóstol o mártir acaso/mis banderas me enseñan a ser» presidida por Manuel Aparici.
Su Diario Espiritual, documentos, escritos, etc. no han podido consultarlos ya que fueron entregados en su día por el Arzobispado de Madrid a la Asociación de Peregrinos de la Iglesia, la cual custodia todavía en su Capilla sus restos mortales que descansan en un arconcillo de cuero repujado desde hace más de 15 años, exactamente desde el 14 de Octubre de 1998., Sin embargo, por decisión de nuestro Señor Arzobispo Cardenal Don Antonio María Rouco Varela, tomada en la reunión del Consejo Arzobispal, sus restos serán trasladados en dicho osorio a la Parroquia de la Concepción, de la calle Goya, de Madrid, y será depositado en una hornacina que se va a preparar bajo el altar de la Capilla del Perpetuo Socorro.
3. Reconoce que «en el Consejo Diocesano de Jóvenes de Acción Católica durante varios años casi todas las actividades se centraron en la preparación a Santiago en Agosto de 1948» y que en esa «preparación hubo un elemento clave (junto a [cerca de, según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua] los Cursillos de Adelantados y de Jefes de Peregrinos) los artículos aparecidos en la Revista PROA bajo el título de Etapas de un Peregrinar» firmados por Sebastián».
Primero fueron los Cursillos de Adelantados y de Jefes de Peregrino creados por Manuel Aparici en 1940, al igual que los de Guías, de los que ya he hablado en documentos anterires, luego vendrían los artículos de don Sebastián.
En efecto, el primer Cursillo de Adelantados de Peregrinos se celebró en Mallorca en Abril de 1941 en el Santuario de Lluc (Mallorca), al que fue invitado Bonnín, pero no quiso asistir; el segundo, que se celebró en la Semana Santa de 1943 también en Lluc, asistió como un cursillista más; el tercero se celebró en la Semana Santa de 1945, también en Lluc. Eduardo asiste a este Cursillo como profesor y desarrolla el esquema del Estudio del Ambiente, el cuarto … .
El Primer Cursillo de Jefes de Peregrinos se impartió en 1942 , el segundo …
Ambos Cursillos –repito– fueron creados por Manuel Aparici en 1940 para dar honda base espiritual a los peregrinos a Santiago, tenían la misma finalidad y contenido, es decir el mismo plan: preparar a los jóvenes para Santiago, pero distintos destinatarios, profesores y fechas de impartición. Los dos se celebraban en régimen de internado, los de Adelantados en las vacaciones de Navidad impartidos por miembros del Consejo Superior y los de Jefes de Peregrinos en las de Semana Santa a organizar por los muchachos que habían hecho los Cursillos de Adelantados en sus respectivas Diócesis, en las que ellos repetían las explicaciones propias de seglares a muchachos con categoría de dirigentes de Centros o del Consejo Arciprestal.
Los de Adelantados de Peregrinos eran para dirigentes diocesanos o asimilados. Los de Jefes para dirigentes de Centros o del Consejo Arciprestal y los de Guías para jefes de decuria e instructores Parroquiales de Aspirantes.
El primer artículo de Don Sebastián apareció años después..
«Desde Diciembre de 1945 y hasta Diciembre de 1946 –se lee en la segunda página de Etapas de un Peregrinar. Frutos del Espíritu. Sebastián Gayá Riera– se publicaron en Proa, la revista de los jóvenes de Acción Católica dela Diócesis de Mallorca, una serie de artículos mensualmente. Bajo el título genérico de Etapas de un Peregrinar sirvieron de preparación, “norma y pauta, si pareciere bien, para las reuniones de estudio del mes”, en todas las parroquias de Mallorca, parala Peregrinación a Santiago de Compostela de 1948».
1. «Desde Diciembre de 1945 y hasta Diciembre de 1946».
Sin embargo, unas páginas más adelante, página 10, Mons. Saiz Meneses afirma en el Prólogo que los artículos «aparecieron publicados en PROA desde Diciembre de 1945 hasta Junio de 1946».
En la homilía en la Misa exequial que presidió por Don Sebastián en el Santuario de San Honorato, en Mallorca, el día 29 de Diciembre de 2007 diría «[…] a partir de Diciembre de 1946 hasta la peregrinación a Santiago […]» extremo éste que reitera Cursillos de Madrid en su sitio web: www.cursillosmadrid.org.documentaciom/CV .... (Curriculum vitae de Monseñor Sebastián Gayá Riera), lo que no tiene nada de extraño ya que el Secretariado Diocesano de Cursillos de Cristiandad de Madrid y la Fundación Sebastián Gayá mantienen una colaboración muy estrecha, hasta el punto que la Fundación tiene su domicilio social en el domicilio del Secretariado. «[…] Habréis percibido –escribe Jordi Girau, pbro., Vicepresidente de la Fundación y Consiliario de Cursillos de Cristiandad de Madrid– la colaboración entre el Secretariado de Madrid y la Fundación. Se trata de dos organismos distintos pero complementarios e íntimamente hermanados […]» .
2. Creemos que hay un error en el texto. Primero se afirma: «[…] sirvieron de preparación » y luego se dice «[…] si pareciere bien […]». Entendemos que lo se quería decir era que : «SIRVIERAN de preparación, SI PARECIERE BIEN, para las reuniones de estudio del mes, en todas las parroquias de Mallorca, para la Peregrinación a Santiago de Compostela de 1948», ya que en esos años era Consiliario de los Jóvenes de Acción Católica Don José Demeto, que fue sustituido en el cargo por cese por don Sebastián en Noviembre de 1947 con la llegada de Mons. Hervás a Mallorca.
La preparación para la Peregrinación a Santiago de Compostela se venía realizando desde años antes de la publicación de los artículos de Don Sebastián con los Cursillos de Adelantados, Jefes y Guías de Peregrinos creados por Manuel Aparici en 1940, como ya ha quedado dicho, y siguieron dándose después de la publicación de dichos artículos.
Habrás observado una cierta reiteración en los textos, que también observarás en los futuros; reiteración que se debe a que quienes escriben se repiten una y otra vez y al deseo de facilitarte la lectura de los mismos sin que tengas que ir a documentos anteriores. Espero y confío en tu compresión. Muchas gracias.
«Desdela Escuela–escribe Cursillos de Madrid – impulsó la preparación dela Juventudmallorquina parala Peregrinación Nacionala Santiago de Compostela de 1948, cuya representación de 700 jóvenes, la más numerosa a pesar de ser la más lejana de cuantas diócesis participaron, presidió como Delegado Episcopal. El clima de fervor alcanzado a lo largo de la preparación y vivido durante la peregrinación misma, fue el crisol donde se acendraron los Cursillos de Cristiandad, conforme al lema personal de Don Sebastián: “A Santiago santos”; desde Santiago: ¡Santos y apóstoles!, que desarrollaba el dela Acción Católicadel Siervo de Dios Don Manuel Aparici».
1. Tal afirmación –no tengo más remedio que volver a repetir– no tiene nada de extraño ya que el Secretariado Diocesano de Cursillos de Cristiandad de Madrid y la Fundación Sebastián Gayá mantienen una colaboración muy estrecha, hasta el punto que la Fundación tiene su domicilio social en el domicilio del Secretariado.
2. Conforme al lema personal de Don Sebastián: “A Santiago santos”; desde Santiago: ¡Santos y apóstoles!, que desarrollaba el de la Acción Católica del Siervo de Dios don Manuel Aparici».
Es decir, el lema personal de Don Sebastián desarrollaba el de la Acción Católica del Siervo de Dios Don Manuel Aparici.
El lema de la Acción Católica del Siervo de Dios Don Manuel Aparici era: «Para Santiago, santos», como reconoce en otro momento Don Sebastián que veremos seguidamente.
«[...] En aquellos años –le dice Bonnín a Mons. Cordes–, se hicieron famosas las expresiones: “En Santiago, santos” e “Ir en peregrinación no sirve de nada, ir de peregrinación con fe es abrir un camino”» . Sin embargo, a Eduardo Suárez le dice: «Para Santiago, santos» y “Peregrinar no es nada, peregrinar con fe es abrir camino» .
Las expresiones correctas son las que le dice Bonnín a Eduardo Suárez no las que le dice a Mons. Cordes.
La primera se debe a Antonio Rivera, «El Ángel del Alcázar», y la segunda a Manuel Aparici.
«Movido por las ideas de Manuel Aparici, Antonio Rivera en unos Ejercicios Espirituales escribió su propósito: «Para Santiago he de ser santo». Muerto Antonio Rivera, este grito –«¡Para Santiago, santos!»– fue el lema de los jóvenes peregrinos en los largos años de caminar en espíritu hacia Compostela».
Manuel Aparici insistía tanto a la Juventud de Acción Católica en esta idea de peregrinar porque peregrinar es el estilo propio de la vida cristiana y tal vez, también, el estilo de la vida española. Pero –les repetía– «peregrinar, no es nada; peregrinar con fe es abrir camino al Reino de Dios: en la propia alma y, como consecuencia, en la de los demás».
«La vida de Don Manuel la entiendo como una proyección de la esperanza en su actividad, en su deseo y trabajo por llevar los jóvenes a Cristo; más aún, asumió los sufrimientos de Cristo en esta labor de conquista de la juventud, que la materializó en su frase: “Peregrinar no es nada, peregrinar con fe es abrir camino”; pues entiendo que el que abre un camino espera encontrar lo que busca al final del mismo, y él buscaba la gloria del Padre».
«Peregrinar no es nada, peregrinar con fe es abrir camino. Este era su “ritornello” peregrinante» .
«Peregrinar –decía– no es nada; peregrinar con fe es abrir camino al Reino de Dios: en la propia alma y, como consecuencia, en la de los demás» .
En Santiago de Compostela, Año Santo de 1948, los Jóvenes de la Acción Católica Española quedaron ungidos peregrinos como el Apóstol, por Dios y por España, pues Santiago se hizo peregrino de España para cristianizarla por amor a Dios. Peregrinos, por tanto, por Dios y por España, trabajando sin tregua por hacer de ellos mismos, de sus Centros Parroquiales o especializados, de su Patria, de todo lo hispánico, Vanguardia de Cristiandad.
Tu obra, Manolo; tú eres el papá, exclamaría con inmenso gozo uno de los peregrinos al verle en Santiago.
Y así era. Aquel sacerdote, que había asistido silencioso y recogido a la magna y soñada peregrinación, era Manuel Aparici.
Y desde aquel año 1948 está vivo en Compostela y fuera de Compostela el recuerdo de Manuel Aparici y su obra.
A él se debe el estilo jacobeo que distingue a la Juventud Católica. El fue el que en aquel día de enero de 1936 exponía a Su Santidad el Papa Pío XI el ambicioso proyecto de reunir en Compostela a los jóvenes que hablan y rezan en español a uno y a otro lado del Atlántico. Pero él, en su humildad, les decía: «No fue vuestro Presidente quien convocó a peregrinar; fue Cristo quien llamó».
Y de nuevo, a la eterna peregrinación espiritual de todos los días. Porque hay mucho que peregrinar hasta dar todo el corazón a Dios y todas las almas a Jesucristo, hasta el Cielo. Que el «Capitán de Peregrinos» nos siga señalando el camino que lleva a las alegres moradas del Señor».
«[…] Hay que ver a la humanidad del siglo XX –escribía tres años después de la Peregrinación a Santiago en el Boletín de Dirigentes – como redimida por Cristo, y que por sus ignorancias, sus vicios y sus pecados, está a pique de perderse. Hay que verla como la amada por Cristo hasta la locura de la cruz, y después enfebrecido por la sed de su salvación que al Señor atormentó en el Calvario. Dar entonces el paso al frente y ofrecerse a Él como cooperador a sus obras, interponiendo como valedor al Patrón de España, repitiéndole las palabras de la ofrenda de 1941: “¡Apóstol Santiago! Hoy, hincada la rodilla ante el Señor, renovamos nuestro voto de los días heroicos. Queremos, como tú, ser peregrinos y apóstoles, abrirnos a la acción del Espíritu Santo para con su impulso caminar sobre las huellas de Cristo y, con la ayuda de María y de los Santos, llevar a todos los hermanos a la Casa del Padre”».
«Queremos, como tú, ser peregrinos y apóstoles».
El número especial de BORDON, Boletín de la Asociación de Peregrinos de la Iglesia, de Octubre de 2002, «Manuel Aparici Navarro, “Capitán de Peregrinos”, y los Cursillos de Cristiandad» recoge las siguientes manifestaciones de Don Sebastián, siendo Consiliario Diocesano de los Jóvenes de Acción Católica de Mallorca:
«[…] Durante años se fue viviendo la mística de la peregrinación del 48 a Santiago, hecha de búsqueda, de esfuerzo, de sacrificio. Con todo género de recursos naturales y sobrenaturales. “Para Santiago, santos”, era el santo y seña.
»Y la verdad es que aquella juventud –me refiero concretamente a la de Mallorca–, iba respondiendo con una generosidad impresionante. Desde Madrid llegaban los representantes del Consejo Superior de los Jóvenes con sus “Cursillos de Adelantados de Peregrinos”. Alternando con ellos se daban […] los “Cursillos de Jefes de Peregrinos”. La juventud se iba movilizando. Cada día era mayor la ilusión, cada día mayor la entrega. Tres mil y pico de jóvenes subimos una noche de abril hasta el Santuario de Santa María de Lluc. Y muy cerca de setecientos llegamos a Compostela. El clima espiritual que se vivía, nos hacía presentir que “aquello” no podía clausurarse cuando los peregrinos archiváramos nuestros bordones. Aquello sería sólo el prólogo; era mucho lo que se había vivido, para que todo se quedara en el recuerdo de un camino, siquiera fuera Santiago.
»El regreso de Compostela [...]. Se vivían unas horas preñadas de inquietudes y proyectos […].
»La Peregrinación sería el soporte histórico de toda una mentalidad hecha convicción, hecha vida. Existían unos criterios, unas fórmulas pastorales, unas inquietudes, unas técnicas y unas esperanzas que sonaban a Ultreya, a “más allá”.
»En aquellos cuatro meses que mediaron entre el retorno de los setecientos, después de aquel 29 de Agosto de 1948 y la tarde del 7 de Enero de 1949, cuando llegaban a San Honorato los 21 candidatos del primer Cursillos de Cristiandad, se habían intensificado los encuentros, los afanes y los compromisos».
El Cardenal Arzobispo de Madrid, que presidió el 4 de Abril de 2008 un funeral enla Catedraldela Almudenapor Don Sebastián, destacó en su homilía la «larguísima y prolongada vida de servicio ala Iglesiay amor al Señor», en un tiempo difícil, ya que «vivió su sacerdocio en tiempos dramáticos». «La primera mitad del siglo XX es un periodo en la historia de Europa y del mundo que podría calificarse como una carrera hacia la catástrofe dela II GuerraMundial». «¿Cómo no se daban cuenta de que una sociedad en la que la negación de Dios se había convertido en un lema explícito, eso iba a tener consecuencias en las realidades de este mundo?», se preguntó. En este momento fue cuandola Iglesia«respondió con la misión de los seglares». «Así nació el apostolado del siglo XX, el apostolado seglar». Fue un «momento en que no valían las medias tintas, donde había que comprometer la vida hasta el fondo».
En este ambiente surgela Acción Católica.«Muchos jóvenes se entusiasmaron con el ideal de vida cristiano marcado por la entrega apostólica», entre ellos Sebastián Gayá, «joven alimentado con la espiritualidad dela Acción Católicaque vive la tragedia dela Guerra Civilen los años más jóvenes de su vida». Esto marcó su itinerario de vida […]» .
Según el Sr. Cardenal Don Sebastián fue alimentado con la espiritualidad de la Acción Católica en los años más jóvenes de su vida, o sea con la espiritualidad de Manuel Aparici, Presidente Nacional de los Jóvenes de Acción Católica, porque decir Manuel Aparici era decir Acción Católica. En él está encerrada casi toda la historia y el espíritu de esa Juventud.
Manuel Aparici se anticipó en muchísimas cosas a las que después diría el Concilio Vaticano II: Doctrina y testimonio de vida, el papel del seglar en la Iglesia y en el mundo, el Ideal Peregrinante (en ocasiones se hablaba de mística peregrinante), el Ideal de santidad y apostolado, la adhesión a la Jerarquía, valoración de la vocación sacerdotal como algo fundamental en la Iglesia etc.
«[...] Su ejemplo personal supuso –afirma Mons. Mauro Rubio Repullés, testigo en su Causa de Canonización, amigo íntimo que le sucedió en la Consiliaría Nacional– no sólo el avance definitivo del apostolado seglar en España, sino que influyó en la aparición de numerosas vocaciones sacerdotales y religiosas en todo el país, y entre ellas la mía».
«Te confieso –le dice por su parte Sor Carmen Teresa de Jesús, también testigo, a Manuel Aparici– que, en el orden de la penetración sobre el apostolado seglar, nadie os ha superado a Herrera [Ángel, Cardenal] y a ti […]» .
Cuando el 22 de Mayo de 1937, en plena guerra, Don Sebastián es ordenado sacerdote, Manuel Aparici ya era una figura estelar como Presidente Nacional de los Jóvenes de Acción Católica, su alma y su vida, el gran Presidente Jacobeo, Capitán de Peregrinos, con su Ideal Peregrinante y Vanguardia de Cristiandad, y después una de las figuras más importantes de la Iglesia Española del siglo XX. El Cardenal Don Ángel Herrera Oria lo calificó de «Coloso de Cristo, de la Iglesia y del Papa».
Obediente y callado, «soporta la suprema humillación de la retaguardia que le impone el Cardenal Gomá, con la orden estricta del Papa y de la Jerarquía de hacer subsistir la Juventud de Acción Católica»
El domingo, 08 de marzo de 2015, el papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro. Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice argentino les dijo: (Zenit.org)
"Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
El Evangelio de hoy nos presenta el episodio de la expulsión de los vendedores del templo. Jesús "hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, con sus ovejas y sus bueyes", el dinero, todo. Este gesto suscitó una fuerte impresión, en la gente y los discípulos. Apareció claramente como un gesto profético, tan es así que algunos de los presentes preguntaron a Jesús, pero dinos: '¿Qué gesto nos muestras para hacer estas cosas? ¿Quién eres tú para hacer estas cosas? Muéstranos un signo de que tienes autoridad para hacerlas'. Buscaban una señal divina, prodigiosa que acreditase a Jesús como enviado de Dios. Y Él respondió: 'Destruid este templo y en tres días lo volveré a levantar'. Le replicaron: 'Este templo ha sido construido en cuarenta y seis años, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?'. No habían entendido que el Señor se refería al templo vivo de su cuerpo, que habría sido destruido con la muerte en la cruz, pero que habría resucitado al tercer día. Por eso, en tres días. "Cuando resucitó de entre los muertos --escribe el Evangelista-- sus discípulos recordaron que había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado Jesus".
En efecto, este gesto de Jesús y su mensaje profético se entienden plenamente a la luz de su Pascua. Aquí tenemos, según el Evangelista Juan, el primer anuncio de la muerte y resurrección de Cristo: su cuerpo, destruido en la cruz por la violencia del pecado, se convertirá en la Resurrección en el lugar de la cita universal entre Dios y los hombres. Y Cristo Resucitado es precisamente el lugar de la cita universal de todos, entre Dios y los hombres. Por eso su humanidad es el verdadero templo, donde Dios se revela, habla, se deja encontrar; y los verdaderos adoradores, los verdaderos adoradores de Dios, no son los custodios del templo material, los poseedores del poder o del saber religioso, son aquellos que adoran a Dios "en espíritu y verdad".
En este tiempo de Cuaresma nos estamos preparando para la celebración de la Pascua, cuando renovaremos las promesas de nuestro Bautismo. Caminemos por el mundo como Jesús y hagamos de toda nuestra existencia un signo de su amor por nuestros hermanos, especialmente los más débiles y los más pobres, nosotros construimos a Dios un templo en nuestra vida. Y de así lo hacemos 'encontrable' para tantas personas que encontramos en nuestro camino. Si somos testigos de este Cristo vivo, mucha gente encontrará a Jesús en nosotros, en nuestro testimonio. Pero, nos preguntamos, y cada uno de nosotros se puede preguntar, ¿el Señor se siente verdaderamente como en casa en mi vida? ¿Le permito que haga 'limpieza' en mi corazón y eche a los ídolos, o sea aquellas actitudes de codicia, celos, mundanidad, envidia, odio, aquella costumbre de hablar mal y 'despellejar' a los otros? ¿Le dejo hacer limpieza de todos los comportamientos contra Dios, contra el prójimo y contra nosotros mismos, como hoy hemos escuchado en la primera lectura? Cada uno se puede responder a sí mismo, en silencio en su corazón. ¿Permito que Jesús haga un poco de limpieza en mi corazón? 'Padre, tengo miedo de que me apalee'. Pero Jesús jamás apalea. Jesús hará limpieza con ternura, con misericordia, con amor. La misericordia es su manera de hacer limpieza. Dejemos, cada uno de nosotros, dejemos que el Señor entre con su misericordia --no con el látigo, no, con su misericordia-- a hacer limpieza en nuestros corazones. El látigo de Jesús con nosotros es su misericordia. Abrámosle la puerta para que haga un poco de limpieza.
Cada Eucaristía que celebramos con fe nos hace crecer como templo vivo del Señor, gracias a la comunión con su cuerpo crucificado y resucitado. Jesús conoce aquello que hay en cada uno de nosotros, y conoce también nuestro más ardiente deseo: el de ser habitados por Él, sólo por Él. Dejémoslo entrar en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestros corazones. Que María Santísima, que es la morada privilegiada del Hijo de Dios, nos acompañe y nos sostenga en el itinerario cuaresmal, para que podamos redescubrir la belleza del encuentro con Cristo, que es el único que nos libera y nos salva".
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Pontífice:
"Queridos hermanos y hermanas,
Doy una cordial bienvenida a los fieles de Roma y a todos los peregrinos procedentes de varias partes del mundo. Saludo a los fieles de Curitiba, Brasil; a los grupos parroquiales de Treviso, Génova, Crotone y L’Aquila, y a los de la zona de Domodossola; dirijo un pensamiento especial a los chicos de Garda que han recibido la Confirmación.
Durante esta Cuaresma, tratemos de estar más cerca de las personas que están viviendo momentos de dificultad: cercanos con el afecto, con la oración y con la solidaridad".
El Obispo de Roma dedicó también unas palabras a las mujeres:
"Y hoy, 8 de marzo, ¡un saludo a todas las mujeres! A todas las mujeres que cada día tratan de construir una sociedad más humana y acogedora. Y un gracias fraterno también a las que de mil maneras testimonian el Evangelio y trabajan en la Iglesia. Y ésta es para nosotros una ocasión para reafirmar la importancia de las mujeres y la necesidad de su presencia en la vida. Un mundo donde las mujeres son marginadas es un mundo estéril, porque las mujeres no sólo traen la vida sino que nos transmiten la capacidad de ver más allá --ven más allá de ellas--, nos transmiten la capacidad de entender el mundo con ojos distintos, de sentir las cosas con corazón más creativo, más paciente, más tierno. ¡Una oración y una bendición particular para todas las mujeres aquí presentes en la Plaza y para todas las mujeres! ¡Un saludo!"
Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:
"Os deseo a todos un buen domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!"
(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)
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Remitido por Carlos Peinó Agrelo, Peregrino. Cursillista. Ex-Notario Adjunto Tribunal Eclesiástico (Archidiócesis de Madrid, España) Causa de Canonización de Manuel Aparici. Colaborador en la redacción de la Positio super virtutibus, Ex-Vice Postulador de su Causa, etc.
LOS CURSILLOS DE CRISTIANDAD Y EL IDEAL PERERINANTE
Margarita Galmes Medina de Cursillos de Cristiandad, Mallorca, habla también de Manuel Aparici en términos altamente elogiosos.
«[…] Sin embargo desde Mallorca […] tenemos conciencia que nuestro querido amigo Manuel Aparici fue un gran Siervo de Dios y un gran apóstol […] y una bellísima persona que trabajó muy duro para que se transmitiera el mensaje de Cristo, mediante los Cursillos de Cristiandad … Manuel Aparici hizo mucho por los Cursillos y por los demás, para que pudieran conocer en Evangelio y a un Cristo Resucitado» [1]
En Julio de 1954, Núm. 188, PROA escribe bajo el título «De Santiago a Fátima»:
«Hace seis meses [¿años?] que la juventud hispana, y con ella la mallorquina, se dio cita junto al sepulcro del Apóstol de las Españas.
»El 25 de este mes, en quela Iglesia Universalconmemora la festividad de Santiago, Patrón Hispano y de una manera especial de nuestra Obra, cada uno de nosotros al recordar el tono peregrinante que nos caracteriza, debe apoyar sus palabras para conseguir el éxito espiritual y apostólico en la marcha a Fátima.
»Allí iremos también con cantos y rezos, con alegría y optimismo, a pedir ala Señora, como antes ya lo hicimos en Compostela, la ilusión, la santa ambición de dar el ritmo, el único ritmo que precisan los Apóstoles, a una vida que quiere cabalgar como Santiago, porque anhela dilatar más rápidamente el Reino de Dios, pero peregrinando también a su estilo porque esta es la única carrera que llevamos aprendida.
»Hemos de aprovechar esta conmemoración de la festividad santiaguesa y de la peregrinación compostelana como la oportunidad que se nos brinda, no sólo para renovar nuestro compromiso de antaño, sino para formular uno nuevo: Peregrinar en: Octubre a Fátima acompañados de los hermanos, para hacer real, exacta, concreta, la consigna de Cursillos que lleva grabada la “Guía del Peregrino”: Peregrinar es caminar con Cristo hacia el Padre, a impulsos del Espíritu Santo, con la ayuda de María llevando consigo a los hermanos».
Del Ideal Peregrinante ya he dicho algo en documentos anteriores. No obstante, estimo que también éste es un momento oportuno para volver sobre el particular de la mano de algunas voces muy autorizadas.
¡El tono peregrinante que caracteriza a los Cursillos de Cristiandad, escribe PROA! ¡Para hacer real, exacta, concreta la consigna de los Cursillos que lleva grabada la “Guía del Peregrino”: Peregrinar es … !
El tono peregrinante que caracteriza a los Cursillos de Cristianad …; es el tono peregrinante que dio Manuel Aparici ala Juventudde Acción Católica y que los Cursillos de Cristiandad hicieron suyo después, así como su definición de peregrinar, al igual que otros muchos elementos de los Cursillos de Adelantados, Jefes y Guías de Peregrinos creados por él en 1940, amén de otras muchas expresiones como verás por un próximo envío.
«[…] Y la divisa de todo aquel que ha hecho el Cursillo –escribe Carlos María San Martín– , la cual se estampa en la “Guía del Peregrino”, como resumen de la vida cristiana y apostólica que se compromete a llevar, dice así: “peregrinar es caminar por Cristo hacia el Padre, a impulsos del Espíritu Santo, con la ayuda de María y de todos los santos, llevando consigo a los hermanos”» [2].
El Cardenal de Tarragona «le dijo [al Santo Padre, Pablo VI, en la audiencia Papal con motivo de la I Ultreya Mundial en Roma en Mayo de 1966] que los cursillistas habían descubierto que la Gracia era el verdadero ideal y que la mayor gracia del hombre es la de ser peregrino de un eterno camino de santidad hacia el Padre, a impulsos del Espíritu Santo con la ayuda de María y de los santos, llevando consigo a los hermanos» [3].
Por otro lado, en «Vertebración de Ideas», p. 91, se lee: «En la línea avanzada de la catolicidad viva, hay, para cada uno de sus miembros activos, una definida y concreta posición de vanguardia; sentirse en ella, es sentirse a un tiempo peregrino de una verdadera y dinámica santidad […]».
Un día Manuel Aparici diría a los jóvenes de Acción Católica:
«Esta es la herencia que recibís: El compromiso rubricado con sangre de edificar la Vanguardiade Cristiandad –que recogen los Peritos Archivistas en su Informe– porque la Cristiandad es la porción del Cuerpo Místico que se desarrolla y crece con el tiempo, el Reino de Dios que, aun estando dentro de nosotros, se proyecta y aflora al exterior en la organización familiar, social, política e internacional. Y esto es la Acción Católica, ante todo y sobre todo vida, vida cristiana, de gracia o sobrenatural, que fluye de la cabeza a los miembros y, precisamente, porque es vida, y la vida es tendencia a la unidad, es unidad de todas las fuerzas católicas en torno al centro y fuente de vida que es el Papa y los Obispos. Y a España corresponde ir en Vanguardia en la empresa de rehacer la Cristiandad. Pero la consecución de este Ideal no es posible sino haciéndose cada joven de Acción Católica peregrino de un eterno camino de santidad» [4].
Hoy, los pueblos iberoamericanos aportan ala Iglesia Católicala mitad de sus fieles. Están, pues, llamados a ser Vanguardia dela Nueva Evangelización.
Con su respuesta al llamamiento del Papa Pío XI a una «Cristiandad ejemplar» y «su vocación hispana» –vocación comunitaria de los pueblos hispánicos al apostolado, para la salvación del mundo– Manuel Aparici puso en pie de marcha peregrinante a esa Juventud y supo despertar en varias generaciones de jóvenes un alto ideal de santidad y apostolado: el Ideal Peregrinante, como estilo de vida. Toda su vida y su obra está impregnada del Ideal Peregrinante. Y les enseñó a entender y a vivir la vida como una Peregrinación. Porque, para él, «peregrinar es caminar por Cristo al Padre, a impulsos del Espíritu Santo, con la ayuda de María y llevando consigo a los hermanos». Manuel Aparici había descubierto la vida como peregrinación.
El Ideal peregrinante hacia la santidad yla Vanguardiade Cristiandad lo concibió, lo definió con rigor, lo difundió con todas sus fuerzas, lo vivió apasionadamente y lo entregó, antes de irse al Seminario, ala Juventudde Acción Católica Española. Fue efectivamente su ideal.
Veinte años después de haber sido formulada esta definición por él, el Concilio Vaticano II proclamará en todos sus textos el carácter peregrinante dela Iglesiay la espiritualidad que de ella se deriva. «La comunidad cristiana –dice el Concilio– está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el Reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos». Y en otro lugar: «La Madrede Jesús antecede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios». Y lo repite incesantemente la sagrada Liturgia.
«De acuerdo a mi costumbre –se lee en la CartaMensualdel OMCC del mes de Noviembre de 2003, cuya sede estaba en Brasil– invito a los queridos hermanos, a recorrer conmigo un itinerario, como peregrinos que estamos marcados por la espiritualidad del MCC. Una espiritualidad peregrinante que nos despoja de las cosas inútiles, nos alivia del peso excesivo y […]».
Mons. Hervás, siendo Obispo de Ciudad Real, Director del Secretariado Nacional de Cursillos de Cristiandad de España, prologa el libro de Don Sebastián Gayá «Reflexiones para Cursillistas de Cristiandad» Serie ULTREYA, Secretariado Nacional de Cursillos de Cristiandad de España. En él escribe:
«ES UN LIBRO DE ESPIRITUALIDAD, de acuerdo con la naturaleza de los Cursillos de Cristiandad, que son un método basado en una espiritualidad bien conocida […]. ES UNA ESPIRITUALIDAD DE “SANTOS” […]. ES UNA ESPIRITUALIDAD DE RENOVACIÓN INTERIOR […]. ES UNA ESPIRITUALIDAD ECLESIAL […].
»ES UNA ESPIRITUALIDAD PEREGRINANTE, pues no puede ser otra cosa […]. Lo decían ya los jóvenes de Acción Católica en Mayo de 1948 […]. ES UNA ESPIRITUALIDAD, nos atrevemos a añadir, DE CRISTIANDAD. No asuste la palabra [que explica] … Sí, la espiritualidad de los Cursillos es la de una Cristiandad nueva, en la que “el Evangelio habrá que ponerlo, no en la superficie de la sociedad, sino en el fondo del alma de cada hombre […]. ¿No decíamos, en los primeros días de los Cursillos de Cristiandad, que era necesario que cada mente fuera un Evangelio, cada corazón un Sagrario, y que las rodillas debían ser las palancas que levantaran el mundo de su postración?» [5].
«[…] Continuar nuestro camino peregrinante –dice en otro momento Mons. Hervás– con la ayuda de María y de los santos del cielo, nuestros intercesores. ¿Y cómo no llevar con nosotros a los hermanos?» [6].
Mons. Hervás en la II Ultreya Nacional celebrada en Santiago de Compostela el 30 de Junio de 1965 «se refirió […] al sentido de peregrinación. Para obtener, como peregrinos, dijo, la gracia de seguir peregrinando, al estilo aprendido en el Cursillo de Cristiandad» [7].
Seguir peregrinando al estilo aprendido en el Cursillo de Cristiandad, o sea al estilo aprendido de Manuel Aparici.
«Y que en estas horas graves y transcendentes de la Iglesiay de la Historia–les decía Mons. Hervás a los cursillistas de Arequipa (Perú) desde Roma, el 3 de Noviembre de 1964–, no haya uno solo de entre vosotros que, por cobarde, quede rezagado en su afanoso peregrinar hacia los destinos eternos» [8].
«El discurso de Mons. Hervás, enla Ultreya [la IV Ultreya Nacional en Zaragoza en Mayo de 1973], se basó en la leyenda de la primera página de la “Guía del Peregrino”.
»”El verdadero cristiano –dijo entre otras cosas– está siempre de camino. Peregrina, va de paso en medio de las realidades de este mundo material, sin dejarse esclavizar por ellas, hacia la meta, que es Dios Padre” […].
»Siguió, luego, glosando la frase de la “Guía del Peregrino”: “Caminar por Cristo, con María, llevando con nosotros a los hermanos […]» [9].
II Ultreya Mundial en Méjico el 23 de Mayo de 1970. Misa presidida por Mons. Darío Miranda y concelebrada con 39 obispos y sacerdotes. En el momento de la homilía, las palabras del Papa, quien, entre otras cosas, decía: «Habéis llegado por todos los caminos, fieles a una concepción peregrinante de vuestro estilo ascético, para celebrar […] un encuentro fraternal de estudio y oración» [10].
«A los pies de la Virgen mejicana de Guadalupe, el domingo 24, se clausuraba la II Ultreya Mundial, en una misa concelebrada en el atrio de la Basílica de Tepeyac. “Las grandes etapas de los Cursillos han estado siempre presididas por la Señora –decía entonces Don Francisco Suárez –compañero de Eduardo en muchos de los viajes por el mundo– […]. La mirada de María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, seguirán iluminando la romería de quienes quieren seguir peregrinando por Cristo hacia el Padre, con la ayuda de María … llevando consigo a los hermanos”» [11].
«[…] Y al comprender que la amistad es la clave para la perseverancia en nuestro peregrinaje», dijo Kathy Nix, dirigente australiana, en su Ponencia impartida en el VII Encuentro Mundial del Movimiento de Cursillos de Cristiandad celebrado en Brisbane, Australia, del 20 al 24 de Noviembre de 2013.
«[...] Los cursillos nacen –afirma Jesús Valls en el prólogo al libro de Guillermo Bibiloni– para hacer un cristianismo fuerte y su fuerza les infunde un espíritu peregrino [...]» [12].
«[...] La vida es un peregrinaje –le dice Bonnín a Eduardo Suárez del Real–, y esta imagen no ha perdido validez. La pena insisto, es que algunos crean que ya han llegado» [13] … «Haber llegado es lo peor que le puede pasara a uno [...]. Oír decir esto es fatal [...]» [14] … «[…] Siempre me ha gustado lo de peregrinar, porque esta vida es un auténtico peregrinaje […]» [15].
Estamos de acuerdo con Eduardo que «la vida es un peregrinaje y que esta imagen no ha perdido validez». Pero hablar de «espíritu peregrino» -repito- es hablar de Manuel Aparici aunque no se le cite. ¿Por qué será? ¿Será por ignorancia o por … ? ¿No será qué … ?
«[…] Si después de estas palabras –añade Eduardo–, seguimos “encantados” con nuestros Cursillos, continuamos “instalados” en nuestras reuniones de grupo y “satisfechos” con las expresiones que cómo en nuestras Ultreyas y Clausuras, y de ahí no pasamos, no hemos comprendido el sentido profundo de nuestro peregrinar”» [16]. «Haber llegado es lo peor que le puede pasara a uno [...]. Oír decir esto es fatal [...]» [17].
Con motivo de la asistencia a la I UltreyaMundial, en Roma, el 28 de Mayo de 1966, Eduardo no puede olvidar las palabras que les dirigió Pablo VI. «Sus palabras –le dice Bonnín a Eduardo Suárez del Real–, no las puedo olvidar: “Cursillos de Cristiandad: es una palabra, acrisolada en la experiencia, acreditada en sus frutos, que hoy recorre con carta de ciudadanía los caminos del mundo. Y es ésta ya universal expresión el resorte mágico que en este día os convoca en Roma. ¿Para qué? Para actuar con ellos en vosotros el sentido peregrinante que da estilo a vuestro método [...]» [18].
Una vez más Manuel Aparici y su Ideal Peregrinante salen al encuentro de Eduardo y de los Cursillos de Cristiandad y esta vez por medio de S.S. Pablo VI: «para actuar con ellos en vosotros el sentido peregrinante que da estilo a vuestro método». Es decir, lo que da estilo a los Cursillos de Cristiandad, según el Santo Padre, es el sentido peregrinante; el sentido peregrinante de Manuel Aparici. Y Eduardo no puede olvidar estas palabras de Su Santidad.
Manuel Aparici siempre presente en los Cursillos de Cristiandad, aunque muchos cursillistas lo desconozcan por falta de información y otros, conociéndolo, silencien su nombre. ¿Por qué será? ¿Será por ignorancia o por … ? ¿No será qué … ?
O sea, que sin Manuel Aparici los Cursillos de Cristiandad no tendrían divisa para estampar en la «Guía del Peregrino» y tampoco habrían descubierto que la mayor gracia del hombre es la de ser peregrino de un eterno camino de santidad hacia el Padre, a impulsos del Espíritu Santo con la ayuda de María llevando consigo a los hermanos.
Estos son los hechos. No se trata de apreciaciones subjetivas, sino de hechos probados, incuestionables expuestos por los citados. Están en los libros.
«Nadie debe tenerle miedo a la verdad –decía el entonces Alcalde de Madrid (España), Excmo. Sr. Don Alberto Ruiz-Gallardón–, hoy Ministro de Justicia, si es la que ellos nos han contado. Si alguno está preocupado será aquel que ... » [19].
Carlos Peinó Agrelo
Peregrino. Cursillista. Ex-Notario Adjunto Tribunal Eclesiástico (Archidiócesis de Madrid, España) Causa de Canonización de Manuel Aparici. Colaborador en la redacción de la Positio super virtutibus, Ex-Vice Postulador de su Causa, etc.
[1] Su E-Mail de fecha 24 de Febrero de 2007.
[2] «Mons. Hervás. “El Obispo de los Cursillos”», p. 281 (en adelante OC).
[3] OC p. 118.
[4] Pp. 6504-9638.
[5 Secretariado Nacional de Cursillos de Cristiandad de España. Tercera Edición 1974.
[6] OC p. 131.
[7] OC p. 150.
[8] OC p. 306.
[9] OC p. 158.
[10 OC p. 131.
[11] OC p. 132.
[12] «Historia de los Cursillos de Cristiandad. Mallorca, 1944-2001». Colección: CURSILLOS DE CRISTIANDAD. Dirección: Jesús R. Valls. Fundación Cursillos de Cristiandad. LIBROSLIBRES. Primera edición: Abril 2002, p. 12 (en adelante HCC).
[13] «Eduardo Bonnín un aprendiz de cristiano». Colección: CURSILLOS DE CRISTIANDAD. Dirección: Jesús R. Valls. Fundación Cursillos de Cristiandad. LIBROSLIBRES. Segunda edición revisada: Marzo de 2002, p. 100 (en adelante EBAC) y HCC p. 145.
[14] EBAC p. 96.
[15] «Mi criterio sobre las II Ideas Fundamentales». Artículo de Eduardo puesto por FEBA en su página Web.
[16] OC p. 133.
[17] EBAC p. 96.
[18] EBAC pp. 116 y 117.
[19] Sara Medialdea en ABC, diario español de tirada nacional, de fecha 18 de Junio de 2011, p. 18.
Este sábado, , 07 de marzo de 2015, a las 11.30 horas, el papa Francisco ha recibido en la Plaza de San Pedro a los miembros de Comunión y Liberación, con motivo del 60 aniversario del nacimiento del movimiento y el décimo aniversario de la muerte de su fundador, Mons. Luigi Giussani. El Santo Padre ha dirigido a los presentes el discurso que publicamos a continuación: (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Les doy la bienvenida a todos ustedes y ¡les agradezco por su caluroso afecto! Dirijo mi cordial saludo a los cardenales y a los Obispos. Saludo a Don Julián Carrón, Presidente de su Fraternidad, y le agradezco por las palabras que me ha dirigido en nombre de todos; y le agradezco también, Don Julián, por aquella bonita carta que usted escribió a todos, invitándoles a venir. Muchas gracias.
Mi primer pensamiento va a su Fundador, Mons. Luigi Giussani, recordando el décimo aniversario de su nacimiento para el Cielo. Me siento agradecido a Don Giussani por varios motivos. El primero, más personal, es el bien que este hombre me hizo a mí y a mi vida sacerdotal, a través de las lecturas de sus libros y sus artículos. La otra razón es que su pensamiento es profundamente humano y llega hasta el más íntimo anhelo del hombre. Ustedes saben cuán importante era para Don Giussani la experiencia del encuentro: encuentro no con una idea, sino con una Persona, con Jesucristo. Así él educó a la libertad, guiando hacia el encuentro con Cristo, porque Cristo nos da la verdadera libertad. Hablando del encuentro, me viene a la mente “La vocación de Mateo”, aquel Caravaggio ante el cual me detenía por un largo rato en San Luis de los Franceses, cada vez que venía a Roma. Ninguno de los que estaba allí, incluido Mateo ávido de dinero, podía creer en el mensaje de aquel dedo que lo indicaba, el mensaje de aquellos ojos que lo miraban con misericordia y lo elegían para que lo siguiera. Sentía aquel estupor del encuentro. Es así el encuentro con Cristo que viene y nos invita.
Todo, en nuestra vida, hoy como en los tiempos de Jesús, comienza con un encuentro. Un encuentro con este Hombre, el carpintero de Nazaret, un hombre como todos y al mismo tiempo diferente. Pensemos en el Evangelio de Juan, allí donde cuenta el primer encuentro con los discípulos con Jesús. Andrés, Juan, Simón: se sintieron mirados profundamente, conocidos íntimamente, y esto generó en ellos una sorpresa, un estupor que, inmediatamente, les hizo sentir ligados a Él… O cuando después en la resurrección, Jesús le pregunta a Pedro: “¿Me amas? y Pedro responde ‘Sí’, aquel ‘sí’ no era el resultado de una fuerza de voluntad, no venía sólo de la decisión del hombre Simón: venía antes que nada de la Gracia, era el aquel ‘primerear’, aquel el preceder de la Gracia. Éste fue el descubrimiento decisivo para San Pablo, para San Agustín, y para muchos otros santos: Jesucristo es primero, siempre nos primerea Jesucristo nos precede; cuando nosotros llegamos, Él ya nos estaba esperando. Él es como la flor del almendro: es la flor que florece primero, y anuncia la primavera.
Y no se puede entender esta dinámica del encuentro que suscita el estupor y la adhesión sin la misericordia. Sólo quien ha sido acariciado por la ternura de la misericordia, conoce verdaderamente al Señor. El lugar privilegiado del encuentro es la caricia de la misericordia de Jesucristo hacia mi pecado. Es por esto, algunas veces, que ustedes me han escuchado decir que el lugar, el lugar privilegiado del encuentro con Jesucristo es mi pecado. Es gracias a este abrazo de misericordia que se sienten las ganas de responder y de cambiar, y que puede surgir una vida diferente. La moral cristiana no es el esfuerzo titánico, voluntarista, de quien decide ser coherente y lo logra, un tipo de desafío solitario ante el mundo. No. Esta no es la moral cristiana, es otra cosa. La moral cristiana es respuesta, es la respuesta conmovida ante una misericordia sorprendente, imprevisible, inclusive ‘injusta’, según los criterios humanos, de Uno que me conoce, que conoce mis traiciones y me quiere lo mismo, me estima, me abraza, me vuelve a llamar, espera en mí, se espera algo de mí. La moral cristiana no es no caer nunca, sino levantarse siempre, gracias a su mano que nos toma.
Y el camino de la Iglesia es también éste: dejar que se manifieste la gran misericordia de Dios. Dije, en días pasados, a los nuevos Cardenales: “El camino de la Iglesia es no condenar a nadie eternamente; es derramar la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con un corazón sincero; el camino de la Iglesia es precisamente el de salir de su propio recinto para ir a buscar a los lejanos en las ‘periferias’ de la existencia; es el de adoptar integralmente la lógica de Dios, que es aquella de la misericordia (Homilía 15 de febrero de 2015). También la Iglesia debe sentir el impulso alegre de convertirse en flor de almendro, es decir la primavera, como Jesús, para toda la humanidad.
Hoy ustedes recuerdan también los sesenta años del inicio de su Movimiento, “nacido en la Iglesia - como les dijo Benedicto XVI, - no por una voluntad organizativa de la Jerarquía, sino originado por un encuentro renovado con Cristo y así, podemos decir, por un impulso derivado últimamente del Espíritu Santo. (Discurso a la peregrinación de Comunión y Liberación, 24 de marzo de 2007: Enseñanzas III, 1 [2007], 557).
Después de sesenta años, el carisma original no ha perdido su frescor y vitalidad. Pero, recuerden que el centro no es el carisma, el centro es uno sólo, es Jesucristo. Cuando pongo en el centro mi método espiritual, mi camino espiritual, mi manera de ponerlo en práctica, me salgo del camino. Toda espiritualidad, todos los carismas en la Iglesia deben ser “descentrados”: ¡en el centro sólo está el Señor! Por eso cuando Pablo en su primera carta a los Corintios habla de carismas, de esta realidad tan hermosa de la Iglesia, del Cuerpo místico, termina hablando del amor, es decir, de aquello que viene de Dios, lo que es propio de Dios, y que nos permite imitarlo. No se olviden nunca de esto.
Y luego, ¡el carisma no se conserva en una botella de agua destilada! Fidelidad al carisma no quiere decir “petrificarlo” - es el diablo el que “petrifica” - no significa escribirlo en un pergamino y ponerlo en un cuadro. La referencia al legado que les ha dejado Don Giussani no puede reducirse a un museo de recuerdos, de decisiones tomadas, de normas de conducta. Comporta, en cambio, fidelidad a la tradición, y fidelidad a la tradición - decía Mahler – “significa tener vivo el fuego, no adorar las cenizas”.
Don Giussani no les perdonaría nunca que perdieran la libertad y se transformaran en guías de museo o adoradores de cenizas. ¡Mantengan vivo el fuego de la memoria de aquel primer encuentro y sean libres!
Así, centrados en Cristo y en el Evangelio, ustedes pueden ser los brazos, las manos, los pies, la mente y el corazón de una Iglesia “en salida”. El camino de la Iglesia es salir para ir a buscar a los lejanos en las periferias, para servir a Jesús en cada persona marginada, abandonada, sin fe, decepcionada por la Iglesia, prisionera de su propio egoísmo.
“Salir” también significa rechazar la ‘auto referencialidad’, en todas sus formas, significa saber escuchar a quien no es como nosotros, aprendiendo de todos, con sincera humildad. Cuando somos esclavos de la auto referencialidad, acabamos cultivando una “espiritualidad de etiqueta”: “Yo soy CL”; y caemos en las mil trampas que nos ofrece la autocomplacencia referencial, aquel mirarnos en el espejo que nos lleva a desorientarnos y a transformarnos en meros empresarios de una ONG.
Queridos amigos, me gustaría terminar con dos citas muy significativas de Don Giussani, una de los inicios y una del final de su vida.
La primera: “El cristianismo nunca se realiza en la historia como fijeza de posiciones que hay que defender, que se planteen ante lo nuevo como mera antítesis; el cristianismo es principio de redención, que asume lo nuevo, salvándolo" (Porta la Speranza. Primeros escritos, Génova 1967, 119).
La segunda del 2004: "No sólo nunca tuve la intención de “fundar" nada, sino que creo que el genio del movimiento que he visto nacer consiste en haber sentido la urgencia de proclamar la necesidad de volver a los aspectos elementales del cristianismo, es decir, la pasión del hecho cristiano como tal en sus elementos originales, y basta" (Carta a Juan Pablo II, 26 de Enero de 2004 con motivo de los 50 años de Comunión y Liberación).
Que el Señor los bendiga y la Virgen los custodie. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias.
Sacrilegios por Mons. Enrique Díaz Diaz. SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 06 de marzo de 2015 (Zenit.org)
Éxodo 20, 1-7: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto”.
Salmo 18: “Tú tienes palabras de vida eterna”.
I Corintios 1, 22-25: “Cristo es la fuerza y sabiduría de Dios”
San Juan 2, 13-35: “Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”
Dos fuertes reclamos hizo el episcopado mexicano en los últimos días de enero: por una parte su dolor e indignación por el grave sacrilegio cometido contra la catedral de Hermosillo. Expresaban: “El Episcopado Mexicano se une al dolor de la Arquidiócesis de Hermosillo por los reprobables actos vandálicos de que fue objeto su Catedral. Las connotaciones de lo sucedido manifiestan intolerancia y un triste desprecio al derecho humano fundamental de libertad de religión”. Casi en los mismos días, los obispos del Sur de México denuncian los graves crímenes y atropellos contra los migrantes, la trata de personas, las violaciones y el calvario interminable de quienes con ilusión se internan en nuestra patria. Reclaman con exigencia: “No a la indiferencia ante el drama de la migración”, “La Iglesia se siente urgida a actuar para responder a la palabra de Jesús: ‘era forastero y me diste hospedaje’. Partiendo del reconocimiento de la dignidad de todas las personas es urgente atender con especial cariño a los más débiles. Ellos son el rostro de Cristo. Ellos son templo de Dios”. Por una parte la catedral saqueada; por la otra, migrantes profanados: dos sacrilegios, dos “templos profanados” que claman justicia y reparación.
¿Vale más el dinero que la persona? Parecería que sí pues a pesar de todo el desconcierto económico, seguimos en la época del “mercado total” en el cual lo decisivo es ganar, adquirir prestigio y bienestar, acumular bienes. El mercado aparece como una nueva religión con su propio credo y sus mandamientos, con sus adoradores y sus sacrificios, con sus templos y sus ritos, con sus promesas de felicidad plena. Muy lejos quedan los mandamientos de Yahvé. El hombre moderno ha convertido el mercado en una religión y con frecuencia ha convertido las religiones en un mercado, donde se vende, se compra, se engaña, se gana y se pierde. Vivimos en una civilización que tiene como centro de pensamiento y criterio de actuación, el anhelo de ganar y tener dinero. El refrán gringo “el tiempo es dinero”, se ha metido, primero disimuladamente y después descaradamente, en nuestro corazón, hasta pervertir el sentido de la vida, del tiempo, de la persona; para tasarlo todo en signos monetarios. Por el dinero se es capaz de sacrificios, de renuncias, de cambio de criterios. Y se profana lo más sagrado: el “templo de Dios”
Cada persona es templo de Dios pero ahora se ha convertido en mercancía y se le compra y se le vende; hay mercaderes de niños y mercaderes de sexo; hay quien negocia con la vida, con los órganos humanos, con los sueños y los anhelos más profundos. Se presentan traficantes de droga que matan el alma y el cuerpo, que negocian con las armas y con las almas, que destruyen pueblos y asesinan familias en su loca ambición de más y más dinero. Se medra con el hambre y la sed, con las necesidades elementales de la persona. Se obtienen ganancias asesinando a inocentes y se destruyen los templos inocentes que apenas inician la vida. Todo se hace en aras de un nuevo dios llamado dinero, dólar o euro. Y esto no es lejos, se ha filtrado en nuestras familias, en los sencillos, en los gobernantes, entre amigos, entre conocidos, en el mismo hogar, templo sagrado de la familia y de la vida. Así se profana el templo material, pero se profana sobre todo el sagrado templo y recinto de Dios que es cada persona. Cuando se profana a cualquier persona, se atenta contra el mismo Dios.
Casi nunca imaginamos a Jesús enojado, pero hoy sucede. Algunos hasta les parece una escena que deberíamos quitar del evangelio para no escandalizar… pero debería ser todo lo contrario: reflexionar y descubrir si hoy Jesús también tendría que tomar su látigo y arrojar lejos a todos los que profanan y destruyen sus templos sagrados. No estamos acostumbrados a una imagen violenta de un Mesías golpeando a la gente con un azote en las manos, sin embargo, esta es la reacción de Jesús cuando hacemos de su casa no un lugar de oración y encuentro, sino un mercado donde se manipula lo sagrado y no se respeta lo divino. Y, sobre todo, esta es la reacción de Jesús cuando se pervierte y manipula mercantilmente la dignidad de la persona, cuando se le ve con signo de pesos, cuando se le convierte en un objeto más de negociación.
Juan coloca esta expulsión de los mercaderes del templo al inicio de su Evangelio, para presentarnos, desde el comienzo, el programa de Jesús: se inaugura un nuevo tiempo y un nuevo templo. Retoma el verdadero sentido de los mandamientos propuestos en el libro del Éxodo. Se adorará al Señor en un nuevo espíritu y con un nuevo corazón. Cristo mismo dice que es él es el templo que destruirán y que resucitará al tercer día. Y realmente ahora nos da la oportunidad de revisar a fondo nuestra vida y nuestro programa. Tendremos que ver si el interior de cada uno de nosotros se ha convertido en un santuario para Dios, donde se adora en justicia y en verdad, donde los valores son su amor y su misericordia, donde se acoge al hermano para compartir y servir. Es una invitación seria de Jesús, devorado por el celo de la Casa de su Padre, que nos exige respeto para su templo material y dignidad para el sagrado templo que es cada persona y que también somos cada uno de nosotros.
Reflexión profunda la de este día: ¿En qué basamos nuestra propia dignidad? ¿Nos hemos pervertido y corrompido por el dinero y la ambición? ¿Miramos a los hermanos como templos de Dios o nos hemos convertido en ladrones de su dignidad? ¿Qué nos dice hoy Jesús sobre nuestra manera de vivir y de relacionarnos con Dios y los demás? ¿Asistimos a las celebraciones para encontrarnos con el Padre y los hermanos, o sólo por ritualismo y costumbre?
Gracias, Padre Bueno, por hacer de nuestra humilde persona un templo que se llena de tu presencia. Concédenos sabiduría y amor para respetar y valorar cada templo viviente y hacer de tu casa un lugar de oración, de encuentro y de armonía. Amén
Texto completo de la segunda prédica de Cantalamessa con la presencia del Papa. 06 de marzo de 2015 (Zenit.org)
1. Poner en común lo que nos une
La reciente visita del papa Francisco en Turquía, que terminó con un encuentro con el patriarca ortodoxo Bartolomé, y sobre todo su exhortación a compartir plenamente la fe común del Oriente cristiano y el Occidente latino, me han convencido de la utilidad de usar las meditaciones cuaresmales de este año para satisfacer este deseo del Papa, que es también el de toda la cristiandad.
Este deseo de compartir no es nuevo. El Concilio Vaticano II, en la Unitatis redintegratio, instó a una consideración especial de las Iglesias orientales y sus riquezas (UR, 14). San Juan Pablo II, en su carta apostólica Orientale lumen de 1995, escribió:
“Dado que creemos que la venerable y antigua tradición de las Iglesias Orientales forma parte integrante del patrimonio de la Iglesia de Cristo, la primera necesidad que tienen los católicos consiste en conocerla para poderse alimentar de ella y favorecer, cada uno en la medida de sus posibilidades, el proceso de la unidad”1.
El mismo santo Pontífice ha formulado un principio que creo que es fundamental para el camino de la unidad: “la puesta en común de tantas cosas que nos unen y que son ciertamente más que las que nos separan”2. La Ortodoxia y la Iglesia católica comparten la misma fe en la Trinidad; en la Encarnación del Verbo; en Jesucristo, que es verdadero Dios y verdadero hombre en una persona, que murió y resucitó por nuestra salvación, que nos ha dado el Espíritu Santo; creemos que la Iglesia es su cuerpo animado por el Espíritu Santo; que la Eucaristía es “fuente y culmen de la vida cristiana”; que María es la Theotokos, la Madre de Dios; que tenemos como destino la vida eterna. ¿Qué puede ser más importante que esto? Las diferencias intervienen en la manera de entender y explicar algunos de estos misterios, así que son secundarias, no primarias.
En el pasado, las relaciones entre la teología oriental y la teología latina estuvieron marcadas por un notable tinte apologético y polémico. Se insistía sobre todo (en los últimos tiempos, tal vez con un tono más irenista) en lo que distingue y que cada uno creía tener diferente y más correcto que el otro. Es hora de invertir esta tendencia y dejar de insistir obsesivamente en las diferencias (a menudo basadas en una forzadura, si no en una deformación, del pensamiento del otro) y en su lugar juntar lo que tenemos en común y nos une en una única fe. Lo exige perentoriamente el deber común de proclamar la fe en un mundo profundamente cambiado, con preguntas e intereses distintos de los de la época en la que nacieron las diferencias, y que, en su gran mayoría, ya no entiende el sentido de muchas de nuestras finas distinciones y está a años luz de distancia de ellas.
Hasta el momento, en un esfuerzo por promover la unidad entre los cristianos, se impuso una línea que puede formularse como: “resolver primero las diferencias, y luego compartir lo que tenemos en común”; la línea que prevalece cada vez más en los ambientes ecuménicos es: “compartir lo que tenemos en común y luego resolver, con paciencia y respeto mutuo, las diferencias”.
El resultado más sorprendente de este cambio de perspectiva es que las mismas diferencias doctrinales reales, en lugar de parecernos un “error”, o una “herejía” del otro, comienzan a parecernos cada vez más a menudo como compatibles con nuestra propia posición y, a menudo, incluso como un necesario correctivo y enriquecimiento de la misma. Se ha tenido un ejemplo concreto, en otro frente, con el acuerdo de 1999 entre la Iglesia católica y la Federación Mundial de las Iglesias luteranas, respecto a la justificación por la fe.
Un sabio pensador pagano del siglo IV, Quinto Aurelio Símaco, recordaba una verdad que adquiere todo su valor cuando se aplica a las relaciones entre las diferentes teologías de Oriente y Occidente: “Uno itinere non potest perveniri ad tam grande secretum”3: “no se puede llegar a un misterio tan grande por uno solo camino”. En estas meditaciones trataremos de mostrar no sólo la necesidad, sino también la belleza y la alegría de encontrarnos en la cumbre para contemplar la misma maravillosa vista de la fe cristiana, aunque se haya alcanzado por vertientes diferentes.
Los grandes misterios de la fe, en los que vamos a tratar de verificar el acuerdo de fondo, a pesar de la diversidad de las dos tradiciones, son el misterio de la Trinidad, la persona de Cristo, el Espíritu Santo, la doctrina de la salvación. Dos pulmones, una única respiración: esta será la convicción que nos guiará en nuestro viaje de reconocimiento. El papa Francisco habla en este sentido de “diferencias reconciliadas”: no silenciadas o banalizadas, sino reconciliadas. Tratándose de simples predicaciones cuaresmales, es evidente que tocaré estos problemas complejos sin ninguna pretensión de exhaustividad, con una intención y una orientación práctica, más que especulativa.
Me dispongo a esta empresa con mucha humildad y casi de puntillas, sabiendo lo difícil que es despojarse de su propias categorías, para asumir las de los demás. Me consuela el hecho de que los Padres griegos, junto con los latinos, han sido durante años mi pan de cada día de estudio y muchos autores ortodoxos posteriores (Simeón el Nuevo Teólogo, Cabasilas, la Philokalia, Serafín de Sarov) han sido mi constante fuente de inspiración en el ministerio de la predicación, por no hablar de los iconos que son las únicas imágenes ante las cuales puedo rezar.
2. Unidad y trinidad de Dios
Comenzamos nuestro ascenso afrontando el misterio de la Trinidad, es decir a partir de la montaña más alta, el Everest de la fe4. En los primeros tres siglos de vida de la Iglesia, a medida que se iba explicitando la doctrina de la Trinidad, los cristianos se vieron expuestos a la misma acusación que ellos habían dirigido a los paganos: la de creer en más de una divinidad, de ser también ellos politeístas. Por eso el credo de los cristianos que, en todas sus distintas redacciones, durante tres siglos comenzaba con las palabras “Creo en Dios” (Credo in Deum), a partir del siglo IV, registra un pequeño, pero significativo añadido que ya no será omitido después: “Creo en un solo Dios” (Credo in unum Deum).
No es necesario rehacer aquí el camino que llevó a este resultado, podemos sin duda iniciar por la conclusión. Hacia el final del IV siglo se concluye la transformación del monoteísmo del Antiguo Testamento en el monoteísmo trinitario de los cristianos. Los latinos expresaban los dos aspectos del misterio con la fórmula “una sustancia y tres personas”, los griegos con la fórmula “tres hipostásis, una sola sustancia”. Después de un acalorado debate, el proceso se concluyó aparentemente con un acuerdo total entre las dos teologías: “¿Se puede concebir - exclamaba san Gregorio Nazianzeno - un acuerdo más pleno y decir más absolutamente que así la misma cosa, aún si con palabras distintas?”5.
Una diferencia, en realidad, permanecía entre las dos formas de expresar el misterio. Hoy en día es habitual expresarla así: los griegos y los latinos, en la consideración de la Trinidad, se mueven por lados opuestos; los griegos parten de las personas divinas, es decir, de la pluralidad, para alcanzar la unidad de naturaleza; los latinos, viceversa; parten de la unidad de la naturaleza divina, para alcanzar las tres personas. “El latino, ha escrito un historiador francés del dogma, considera la personalidad como una forma de la naturaleza; el griego considera la naturaleza como el contenido de la persona”6.
Yo creo que la diferencia se puede expresar también de otra forma. Ambos, latinos y griegos, parten de la unidad de Dios; sea el símbolo griego que el latino comienzan diciendo: “Creo en un solo Dios”. Solamente que esta unidad para los latinos es concebida aún como impersonal o pre-personal; es la esencia de Dios que se especifica después en Padre, Hijo y Espíritu santo, sin, naturalmente, ser pensada como preexistente a las personas. En la teología latina, el tratado “De Deo uno”, sobre Dios uno, siempre ha precedido el tratado “De Deo trino”, es decir sobre la Trinidad.
Para los griegos, sin embargo, se trata de una unidad ya personalizada, porque para ellos “la unidad es el Padre, del cual y hacia el cual se cuentan las otras personas”7. El primer artículo del credo de los griegos dice también “Creo en un solo Dios Padre omnipotente”, pero “Padre omnipotente” aquí no está separado de “un solo Dios”, como en el credo latino, sino que hace un todo uno con ello. La coma no está después de la palabra “Dios”, sino después de la palabra “omnipotente”. El sentido es: “Creo en un solo Dios que es el Padre omnipotente”. La unidad de las tres personas divinas es dada por ellos, del hecho de que el Hijo está perfectamente (sustancialmente) “unido” al Padre, como lo está también el Espíritu Santo al Hijo” 8.
Uno y otro modo de acercarse al misterio es legítimo, pero hoy se tiende cada vez más a preferir el modelo griego, en el que la unidad en Dios no es separable de la trinidad, sino que forma un único misterio y proviene de un único acto. En pobres palabras humanas, podemos decir lo que sigue. El Padre es la fuente, el origen absoluto del movimiento del amor. El Hijo no puede existir como Hijo si no recibe del Padre todo lo que es. “Es por causa del Padre - por el hecho de que el Padre existe - que existen también el Hijo y el Espíritu”, escribe Damasceno9.
El Padre es el único, también en el ámbito de la Trinidad, absolutamente el único, que no necesita ser amado para poder amar. Solo en el Padre se realiza la perfecta ecuación: ser es amar; para las otras personas divinas, ser es ser amado.
El Padre es relación eterna de amor y no existe fuera de esta relación. No se puede, por tanto, concebir al Padre en primer lugar como el ser supremo y sucesivamente reconocer en él una eterna relación de amor. Se debe hablar del Padre, como eterno acto de amor. El Dios único de los cristianos es por tanto el Padre; pero no concebido separadamente (¿cómo puede llamarse “padre”, si no porque tiene un hijo?), sino como el Padre siempre en acto de generar al Hijo y donarse a él con un amor infinito que les une a ambos y que es el Espíritu Santo. Unidad y trinidad de Dios surgen eternamente de un único acto y son un único misterio.
He dicho que hoy muchos, también en occidente, tienden a preferir el modelo griego (y yo mismo estoy entre estos); sin embargo debemos enseguida añadir que esto no significa renegar la aportación de la teología latina. Si, de hecho, la teología griega ha dado, por así decir, el esquema y la actitud justa para hablar de la Trinidad, el pensamiento latino le ha asegurado, con Agustín, el contenido de fondo y el alma, que es el amor.
Él funda su discurso de la Trinidad sobre la definición “Dios es amor” (1 Jn 4, 16), y ve en el Espíritu Santo el amor mutuo entre el Padre y el Hijo, según la tríada amante, amado, amor, que sus seguidores medievales explicitaron e hicieron casi canónica10. Sobre ella el teólogo Heribert Mühlen ha fundado recientemente su concepción del Espíritu Santo como el “Nosotros” divino, la koinonia personificada entre el Padre y el Hijo en la Trinidad, y, de forma distintas, entre todos los bautizados en la Iglesia11.
El primero de los orientales en valorar esta contribución de la teología latina fue san Gregorio Palamas que, en el siglo XIV, conoció finalmente en persona el tratado sobre la Trinidad de san Agustín. Escribió:
“El Espíritu del altísimo Verbo es como el amor inefable del Padre por su Verbo, generado de forma inefable; amor que este mismo Verbo e Hijo predilecto del Padre tiene, a su vez, por el Padre, en cuanto que posee al Espíritu que junto a él proviene del Padre y que descansa en él, en cuanto a él connatural”12.
La apertura de Palamas es retomada hoy, en otro contexto, por un conocido teólogo ortodoxo actual, cuando escribe: “La Expresión ‘Dios es amor’ significa que Dios ‘existe’ en cuanto Trinidad, como ‘persona’ y no como sustancia. El amor no es una consecuencia o una ‘propiedad’ de la sustancia divina… sino lo que constituye su sustancia”13. Me parece una explicación compatible con la definición que santo Tomás de Aquino, sobre la estela de Agustín, da de las personas divinas como “relaciones subsistentes”14.
La diferencia y la complementariedad de las dos teologías no se limita sin embargo solo a la forma de concebir el ser y las relaciones internas a la Trinidad. Aún con alguna excepción (entre los latinos, la de Agustín), es evidente que los griegos están más interesados a la Trinidad inmanente, fuera del tiempo, mientras los latinos están más interesados en la Trinidad económica, es decir como ésta se ha revelado en la historia de la salvación. Los unos según el genio propio, están más interesados en el ser y en la ontología, y los otros al manifestarse, es decir, a la historia. En esta luz, se comprende la costumbre de los latinos de iniciar el discurso sobre Dios con el tratado “Sobre Dios uno”, en vez de “Sobre Dios trino” y se entienden también los motivos que hay de mantener esta tradición, como riqueza para todos. En la historia de la salvación de hecho - lo veremos enseguida - la revelación del Dios uno ha precedido la del Dios trino.
El signo más evidente de esta diferencia de actitud son las dos formas distintas de representar la Trinidad en la iconología griega y en el arte occidental. El icono canónico de la ortodoxia, que tiene como su cumbre en Rublev, representa la Trinidad con las figuras de tres ángeles iguales y distintos, ubicados en torno a una mesa. Todo emana una paz y unidad sobrehumana. La historia de la salvación no es ignorada, como demuestra la referencia al episodio de Abrahán que acoge a los tres huéspedes, y la mesa eucarística entorno a la cual los tres están sentados, pero ésta permanece en el fondo.
En el arte occidental, desde la Edad Media en adelante, la Trinidad es representada de otra forma. Se ve al Padre que con los brazos extendidos toma los dos extremos de la cruz y, entre el rostro del Padre y el de Crucificado, asoma una paloma que representa el Espíritu Santo. Los ejemplos más conocidos son la Trinidad de Masaccio en Santa María Novella en Florencia y la de Dürer en el museo de Viena, pero se encuentran otros innumerables ejemplos, a nivel tanto popular como artístico. El Greco representa el Padre que rige en su seno el Hijo Jesús depuesto de la cruz bajo la paloma del Espíritu. Es la Trinidad como se ha revelado a nosotros en la historia de la salvación que tiene su vértice en la cruz de Cristo.
3. Dos caminos para mantener abiertos
Hagamos ahora un paso hacia adelante y busquemos la manera de ver cómo la fe cristiana tiene necesidad de tener abiertos y recorribles ambos caminos al misterio trinitario hasta aquí delineado. Dicho de manera esquemática. La Iglesia necesita acoger en plenitud el enfoque de la Ortodoxia a la Trinidad en su vida interior, o sea en la oración, en la contemplación, en la liturgia, en la mística: tiene necesidad de tener presente el enfoque latino en su misión evangelizadora ad extra.
No hay necesidad de demostrar el primer punto. A propósito, basta acoger con alegría y reconocimiento el riquísimo patrimonio de espiritualidad que viene de la tradición griega y bizantina y que varios teólogos ortodoxos, en tiempos recientes, han defendido y hecho accesible al público occidental15. Un texto de san Basilio expresa bien la orientación de fondo de la visión ortodoxa:
“El camino del conocimiento de Dios procede del único Espíritu, a través del único Hijo hasta el único Padre; inversamente, la bondad natural, la santificación según la propia naturaleza, la dignidad real se difunden del Padre, por medio del Unigénito, hasta el Espíritu”16.
En otras palabras, en el plano del ser o de la salida de las criaturas de Dios, todo parte del Padre, pasa por el Hijo y llega a nosotros en el Espíritu; en el orden del conocimiento o del regreso de las criaturas a Dios, todo comienza con el Espíritu Santo, pasa por el Hijo Jesucristo y vuelve al Padre. La perspectiva es siempre la trinitaria.
Explico en cambio por qué es necesario, hoy más que nunca, sea en Oriente que en Occidente, conocer y practicar también el enfoque latino del misterio de Dios uno y trino. San Gregorio Nazianzeno, en un texto famoso sintetiza así el proceso que ha llevado a la fe en la trinidad:
“El Antiguo Testamento anunció de manera explícita del Padre, mientras la existencia del Hijo fue anunciada de una manera más obscura. El Nuevo Testamento manifestó la existencia del Hijo, mientras hizo entrever la naturaleza divina del Espíritu Santo. Ahora el Espíritu está presente en medio de nosotros y nos concede de manera más indistinta la propia manifestación. No hubiera sido conveniente, cuando aún no era confesada la divinidad del Padre, proclamar abiertamente la del Hijo, ni habría sido seguro ponerse encima el peso de la divinidad del Espíritu Santo cuando no había sido aceptada la del hijo”17.
La misma pedagogía divina la vemos actuada por Jesús. Él dice a los apóstoles que no les puede revelar todo lo que sabe de sí mismo y del Padre suyo, porque ellos no habrían sido “capaces de cargar el peso” (Jn 16, 12).
Ahora, es verdad que nosotros vivimos en el tiempo en el cual la Trinidad se ha plenamente revelado y que por lo tanto tenemos que vivir constantemente bajo esta “luz trisolar”, como la llaman algunos Padres antiguos, sin perdernos en la contemplación de un Dios “ser supremo”, más cerca al Dios de los filósofos que a aquel revelado por Jesús. Pero ¿qué decir del mundo no creyente, secularizado que nos circunda y que de todos modos tienen que ser nuevamente evangelizado? ¿No está éste en las mismas condiciones del mundo antes de la venida de Cristo? ¿No tenemos que usar hacia él la misma pedagogía que Dios ha usado con la humanidad entera al revelarse?
Por lo tanto también nosotros tenemos que ayudar a nuestros contemporáneos a descubrir, antes de todo que Dios existe, que nos ha creado por amor, que es un padre bueno y se ha revelado a nosotros en la persona de Jesús. ¿Podemos honestamente comenzar nuestra evangelización hablando de las tres personas divinas? ¿No sería también esto, para usar la imagen de san Gregorio, poner en las espaldas de la gente un peso que no es capaz de soportar?
Hay que notar una cosa importante: El Padre que, según Gregorio Nazianzeno, se ha revelado primero en el Antiguo Testamento, no es aún “el Padre nuestro del Señor Jesucristo”, o sea un padre verdadero de un hijo verdadero; no es el Dios Padre de la Trinidad; esta revelación se realiza solamente con Jesús. Es aún el padre en sentido metafórico, en el sentido de “padre de su pueblo Israel” y, para los paganos, “padre del cosmos”, “padre celeste”. También para san Gregorio por lo tanto, la revelación sobre Dios ha comenzado con el “Dios uno”.
Hay un sentido por el cual la palabra “Dios” puede y tiene que ser usada para designar lo que las tres personas divinas tienen en común, o sea toda la Trinidad 18, sea con la Escritura que con los Padres antiguos, entendemos este elemento común como “naturaleza”, sustancia, o esencia (2 Pe 1, 4: “participantes de la divina naturaleza”, theia physis); sea como lo propone Johannes Zizioulas, lo entendemos como “ser en comunión”19.
La Iglesia tiene que encontrar el modo de anunciar el misterio de Dios uno y trino con categorías apropiadas y comprensibles a los hombres del propio tiempo. Así lo hicieron los padres de la Iglesia y los concilios antiguos, y es en esto, sobre todo, que consiste la fidelidad a ellos. Es difícil pensar que se pueda presentar a los hombres de hoy el misterio trinitario en los mismos términos de sustancia, hipóstasis, propiedad y relación subsistente, aunque la Iglesia no podrá nunca renunciar a usarlos en el ámbito de su teología y en los ámbitos de profundización de la fe.
Si hay algo en el lenguaje antiguo de los Padres, que la experiencia del anuncio demuestra que aún es capaz de ayudar a los hombres de hoy, si no a explicar al menos para que se hagan una idea de la Trinidad, esto es justamente el de Agustín que hace perno sobre el amor. El amor es por si mismo, comunión y relación; no existe amor excepto que entre dos o más personas. Cada amor es el movimiento de un ser hacia otro ser, acompañado por el deseo de unión. Entre las criaturas humanas esta unión es siempre incompleta y transitoria, aun en los amores más ardientes: solamente entre las personas divinas la unión se realiza en un modo de tal manera total que de los Tres, hace eternamente un solo Dios. Este es un lenguaje que también el hombre de hoy está en condiciones de entender.
4.Unidos en la adoración de la Trinidad
San Agustín nos sugiere la mejor manera para concluir esta reconstrucción de las dos vías de enfoque hacia el misterio de la Santísima Trinidad. Cuando se quiere cruzar un brazo de mar, dice, la cosa más importante no es quedarse en la costa y agudizar la vista para ver lo que hay en la orilla opuesta, sino subir a la barca que los lleva a aquella orilla. Así para nosotros la cosa más importante no es especular sobre la Trinidad, sino quedarnos en la fe de la Iglesia que es la barca que lleva a ella20.Nosotros no podemos abrazar el océano, pero sí podemos entrar en él; por más esfuerzos que hagamos no podemos abrazar con nuestra mente el misterio de la Trinidad, aunque podemos hacer algo más bello aún: ¡entrar en él!
Hay un punto en el que nos encontramos unidos y concordes, sin ninguna diferenciación entre Oriente y Occidente, y es el deber y la alegría de adorar a la Trinidad. Solamente en la adoración practicamos realmente, no solamente con palabras pero también en los hechos, el apofatismo, o sea aquella regla de humilde restricción al hablar de Dios, de decir no diciendo. Adorar a la Trinidad, según un espléndido oxímoron de san Gregorio Nazianzeno, es elevar a ella un “himno de silencio”21. Adorar es reconocer a Dios como Dios, y a nosotros mismos como criaturas de Dios. Es “reconocer la infinita diferencia cualitativa entre el Creador y la criatura”22;reconocerla sin embargo libremente, con alegría, como hijos y no como esclavos. Adorar dice el apóstol, es “liberar la verdad prisionera de la injusticia del mundo”(cfr. Rm 1, 18).
Concluyamos recitando juntos la doxología, que desde la más remota antigüedad, se eleva idéntica a la Trinidad, desde Oriente y desde Occidente: “Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén”.
1Orientale lumen, n. 1
2Tertio millennio adveniente, n. 16.
3 Q. A. Symmacus, Relatio de arae Victoriae, III,10, en “Monumenta Germaniae Historica”, Auctores antiquissimi Bd.6/1, rist. 1984.
4 Para una revisión crítica de las diferentes teologías de la Trinidad existentes hoy en las diversas Iglesias cristianas, cfr. Veli-Matti Kärkkäinen, The Trinity: Global Perspectives, Louisville, Kentucky, 2007.
5 Gregorio Nazianzeno, Oratio 42, 15 (PG 36, 476).
6 Th. De Régnon, Études de théologie positive sur la Sainte Trinité, I, París 1892, 433.
7 Gregorio Naz., Oratio. 42, 16 (PG 36, 4776).
8 Cfr. Gregorio de Nisa, Contra Eunomium 1,42 (PG 45, 464)
9 Juan Damasceno, De fide orthodoxa, I, 8 (PG 94, 824)
10 Agustín, De Trinitate,VIII, 9,14; IX, 2,2; XV,17,31; cfr. Ricardo de San Víctor, De Trin. III,2.18; S: Bonaventura, I Sent. d. 13, q.1.
11 Cf. H. Mühlen , Der Heilige Geist als Person. Ich - Du - Wir, Münster in W., 1963.
12 Gregorio Palamas, Capita physica, 36 (PG 150, 1145).
13 J. D. Zizioulas, Du personnage à la personne, in L’être ecclésial, Genève 1981, p. 38.
14 Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q.29, a. 4.
15 Cfr. V Lossky, La teología mística de la Iglesia de Oriente, Bolonia 1967 (ed. original Théologie mystique de l’Eglise d’Orient, París 1944; P. Evdokimov, La Ortodoxia, Bolonia 1965 (ed. original L’Orthodoxie, París 1959); J. Meyendorff, La teología Bizantina, Marietti 1984 (ed. original Byzantine Theology, Nueva York 1974).
16 Basilio de Cesarea, De Spiritu Sancto XVIII, 47 (PG 32 , 153).
17 Cfr. Gregorio Nazianzeno, Oratio 31 (Teologica II), 26; cfr. también Oratio 32 (Teologica III).
18 Agustín, La Trinidad, I,6,10: “El nombre 'Dios' indica toda la Trinidad, no sólo el Padre”.
19 J. Zizioulas, Being as Communion. Studies in Personhood and the Church, London, 1985.
20 Agustín, La Trinidad IV,15, 20; Confesiones, VII, 21.
21 Gregorio Nazianzeno, Carmi, 29 (PG 37, 507) (sigomenon hymnon).
22 Søren Kierkegaard, La enfermedad mortal.
Reflexión a las lecturas del domingo tercero de Cuaresma B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 3º de Cuaresma B
Uno de los signos de la llegada del Mesías, era la purificación del templo. Los responsables del templo habían permitido que los peregrinos que venían a Jerusalén, tuvieran a su alcance animales para los sacrificios y las ofrendas, y la posibilidad de cambiar sus monedas por las únicas que se admitían allí, “las monedas del templo”. Cuando Jesús llegó a Jerusalén y se encontró con esa situación, hizo un azote de cordeles y “los echó a todos del templo”.
Con frecuencia, no captamos la significación profunda que tiene este acontecimiento, que siempre nos impresiona y nos sobrecoge. Veamos:
Jesús sabía que aquel culto, con todas sus circunstancias, no era agradable al Padre y estaba a punto de terminar. Va a comenzar el culto nuevo, “en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23). Y quiere profetizarlo con este hecho. Es lógico que, enseguida, las autoridades del templo, le pidieran un signo, que le autorizara a obrar así. Jesús no se intimida ni se echa para atrás, sino que les señala el signo más importante de todos, el que lo ratifica y autentifica todo: su Muerte y su Resurrección. Por eso les dice: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Y el evangelista nos aclara que “Él hablaba del templo de su cuerpo”. Y cuando resucitó, los discípulos se acordaron de aquel signo profético y dieron fe a la Escritura y a la palabra de Jesús.
Los judíos esperaban que el Mesías construyera un templo nuevo. Helo aquí: la Humanidad santísima del Señor Resucitado. El culto nuevo, por tanto, no estará centrado ya en el templo de Jerusalén, sino en el Cuerpo de Cristo, muerto y resucitado. Jesucristo es, por tanto, el lugar de acceso seguro a la Divinidad. En este culto, el mismo Jesucristo es “Sacerdote, Víctima y Altar”. (Pr. Pasc. V). Con su Sangre queda ratificada la Nueva Alianza, que la Antigua prefiguraba, y de la que nos habla la primera lectura. Y, en su ausencia visible, este culto será realizado a través de la Iglesia, Cuerpo Místico de Jesucristo y, por lo mismo, templo del Dios vivo. Ahora ella, “columna y fundamento de la verdad” (1Tim 3, 23), es el único lugar de acceso al Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo.
Por eso, no se puede decir tan ligeramente: “Cristo sí, la Iglesia, no”. Ni tampoco podemos ir buscando una Iglesia casi celestial, como si la Iglesia que conocemos, y a la que tenemos la dicha de pertenecer, hubiera perdido su autenticidad y su capacidad de santificar. Ya el Vaticano II nos advirtió que esta Iglesia es santa y al mismo tiempo, necesitada siempre de renovación y reforma (L. G. 8), que tiene que comenzar por cada uno de nosotros. Es lo que han hecho siempre los mejores hijos de la Iglesia, los santos.
Por tanto, en adelante, el culto externo, si quiere ser auténtico, tiene que ser expresión y alimento del culto interior, del culto que radica, por un lado, en el Misterio Pascual, y, por otro, en el corazón, al que sólo Cristo conoce porque Él sabe “lo que hay dentro de cada hombre”.
En este tiempo de Cuaresma nos preparamos para celebrar la Pascua, que es el grandioso acontecimiento de la destrucción – construcción del verdadero templo del Dios vivo.
¡BUENA CUARESMA! ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR
DOMINGO III DE CUARESMA B
MONICIONES DOMINGO
PRIMERA LECTURA
En el monte Sinaí, Dios hace alianza con su pueblo, liberado de la esclavitud de Egipto. El cumplimiento de los diez mandamientos es la garantía de su libertad y de su bienestar. Escuchemos la promulgación solemne de los diez mandamientos de la Ley de Dios.
SALMO
Proclamemos en el salmo las grandezas de la Ley del Señor. “Sus mandatos son rectos y alegran el corazón”.
SEGUNDA LECTURA
Frente a los judíos que exigen signos, y a los griegos que buscan sabiduría, San Pablo predica a Jesucristo crucificado, fuerza y sabiduría de Dios, para los que creen en Él.
Escuchemos.
TERCERA LECTURA
Después de expulsar a los mercaderes del templo, Jesucristo anuncia proféticamente su Muerte y Resurrección, con la imagen de un templo reconstruido. Es el comienzo de un culto nuevo, en espíritu y verdad.
Acojamos al Señor cantando.
COMUNIÓN
En la Comunión recibimos a Jesucristo, que ha muerto y ha resucitado por nosotros, y en la santa Misa actualiza este Misterio de muerte y de vida, de cruz y de resurrección
Pidámosle que nos ayude a vivir siempre unidos a Él, mediante el cumplimiento fiel de sus mandatos.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo tercero de Cuaresma- B
UN TEMPLO NUEVO
Los cuatro evangelistas se hacen eco del gesto provocativo de Jesús expulsando del templo a «vendedores» de animales y «cambistas» de dinero. No puede soportar ver la casa de su Padre llena de gentes que viven del culto. A Dios no se le compra con «sacrificios».
Pero Juan, el último evangelista, añade un diálogo con los judíos en el que Jesús afirma de manera solemne que, tras la destrucción del templo, él «lo levantará en tres días». Nadie puede entender lo que dice. Por eso, el evangelista añade: «Jesús hablaba del templo de su cuerpo».
No olvidemos que Juan está escribiendo su evangelio cuando el templo de Jerusalén lleva veinte o treinta años destruido. Muchos judíos se sienten huérfanos. El templo era el corazón de su religión. ¿Cómo podrán sobrevivir sin la presencia de Dios en medio del pueblo?
El evangelista recuerda a los seguidores de Jesús que ellos no han de sentir nostalgia del viejo templo. Jesús, «destruido» por las autoridades religiosas, pero «resucitado» por el Padre, es el «nuevo templo». No es una metáfora atrevida. Es una realidad que ha de marcar para siempre la relación de los cristianos con Dios.
Para quienes ven en Jesús el nuevo templo donde habita Dios, todo es diferente. Para encontrarse con Dios, no basta entrar en una iglesia. Es necesario acercarse a Jesús, entrar en su proyecto, seguir sus pasos, vivir con su espíritu.
En este nuevo templo que es Jesús, para adorar a Dios no bastan el incienso, las aclamaciones ni las liturgias solemnes. Los verdaderos adoradores son aquellos que viven ante Dios «en espíritu y en verdad». La verdadera adoración consiste en vivir con el «Espíritu» de Jesús en la «Verdad» del Evangelio. Sin esto, el culto es «adoración vacía».
Las puertas de este nuevo templo que es Jesús están abiertas a todos. Nadie está excluido. Pueden entrar en él los pecadores, los impuros e, incluso, los paganos. El Dios que habita en Jesús es de todos y para todos. En este templo no se hace discriminación alguna. No hay espacios diferentes para hombres y para mujeres. En Cristo ya «no hay varón y mujer». No hay razas elegidas ni pueblos excluidos. Los únicos preferidos son los necesitados de amor y de vida. Necesitamos iglesias y templos para celebrar a Jesús como Señor, pero él es nuestro verdadero templo.
José Antonio Pagola
3 Cuaresma – B (Juan 2,13-25)
Evangelio del 08/03/2015
Publicado el 02/ mar/ 2015
por Coordinador Grupos de Jesús
Sobre el término 'mexicanización'. SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 04 de marzo de 2015 (Zenit.org)
¿Por qué se enojan tanto?
Por Felipe Arizmendi Esquivel
VER
Gran revuelo causó la expresión que usó el Papa Francisco, en un mensaje privado que envió por correo electrónico a un paisano suyo, en que le decía: “Ojalá estemos a tiempo de evitar la mexicanización. Estuve hablando con algunos obispos mexicanos y la cosa es de terror”. Con esto daba a entender que ojalá Argentina no cayera en las atrocidades que el narcotráfico ha causado en México, sembrando terror, violencia e inseguridad por todas partes.
Nuestra Secretaría de Relaciones Exteriores envió a la Santa Sede una nota diplomática de extrañamiento, pero ya se apaciguaron los ánimos y siguen las buenas relaciones. Sin embargo, el término usado por el Papa no debe extrañarnos. Hace años, hablábamos del peligro de que México se “colombianizara”, en el sentido de que nuestro país fuera invadido por el cáncer del narcotráfico, que azolaba a Colombia, dejando muerte, guerra, violencia e inseguridad en aquel querido país.
Por razones de servicio eclesial, yo tenía que viajar constantemente a Colombia y percibía cómo a los colombianos les dolía mucho y les incomodaba que se calificara a su país como el paraíso de los narcotraficantes, pero era un hecho comprobado. Hoy, por nuestra cercanía con Estados Unidos, el país donde más droga se consume, donde se trafica más con los enervantes, México se ha convertido en un paso arrollador de droga hacia ese país. Ese negocio tan macabro ha causado estragos en varios Estados de nuestra patria. En los territorios donde los “capos” dominan, imponen su ley, cobran impuestos como cuotas para poder vivir y trabajar, torturan, secuestran, violan, asesinan, decapitan a sus enemigos, los desintegran con sustancias químicas, los entierran en fosas clandestinas, corrompen a políticos y gobernantes, bajo amenaza de muerte para ellos y sus familias. En verdad, siembran terror.
México está contaminado, corroído y horrorizado por el narcotráfico. Su terrorífico poder nos ha invadido y se ha cimentado entre nosotros. Los obispos lo hemos denunciado varias veces; es explicable, entonces, que el Papa Francisco desee de todo corazón que su país no se “mexicanice”.
PENSAR
El 12 de noviembre de 2014, los obispos mexicanos expresamos: “¡Basta ya! No queremos más sangre. No queremos más muertes. No queremos más desparecidos. No queremos más dolor ni más vergüenza. Compartimos como mexicanos la pena y el sufrimiento de las familias cuyos hijos están muertos o están desaparecidos”.
Advertíamos que el problema social de violencia, narcotráfico, incertidumbre y corrupción no es nuevo, pues ya “en el año 2010, en la exhortación pastoral ‘Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna’, advertíamos sobre el efecto destructor de la violencia, que daña las relaciones humanas, genera desconfianza, lastima a las personas, las envenena con el resentimiento, el miedo, la angustia y el deseo de venganza; afecta la economía, la calidad de nuestra democracia y altera la paz.
Con tristeza reconocemos que la situación del país ha empeorado, desatando una verdadera crisis nacional. Muchas personas viven sometidas por el miedo, la desconfianza al encontrarse indefensas ante la amenaza de grupos criminales y, en algunos casos, la lamentable corrupción de las autoridades. Queda al descubierto una situación dolorosa que nos preocupa y que tiene que ser atendida por todos los mexicanos, cada uno desde su propio lugar y en su propia comunidad”.
ACTUAR
Lo que dijo el Papa nos cuestiona; pero, ¿qué hacer?
Reconocemos lo que nuestros gobernantes hacen por desarticular y finiquitar el gran poder económico, militar y político que tienen los narcotraficantes; sin embargo, todos hemos de asumir esta lucha, empezando por la educación humana y cristiana en la familia, porque allí es donde se aprenden los valores de la verdad, la justicia, el amor y la paz, y es allí también donde pueden germinar las semillas de la mentira, la idolatría del dinero fácil, la injusticia y la violencia. Salvemos a las familias, y salvaremos a México. Convirtámonos todos al camino de Jesús, escuchemos su Palabra y nos salvaremos todos.
Texto completo de la catequesis del Papa en la audiencia del miércoles 4 de marzo de 2015 (Zenit.org)
la catequesis de hoy y la del próximo miércoles estarán dedicadas a los ancianos, que, en el ámbito de la familia, son los abuelos. Hoy reflexionamos sobre la problemática condición actual de los ancianos, y la próxima vez, más en positivo, sobre la vocación contenida en esta edad de la vida.
Gracias a los progresos de la medicina la vida se ha alargado: la sociedad, sin embargo, ¡no se ‘ensanchado' a la vida! El número de los ancianos se ha multiplicado, pero nuestras sociedades no se han organizado lo bastante para hacerles sitio, con justo respeto y concreta consideración para su fragilidad y dignidad. Mientras somos jóvenes, se nos induce a ignorar la vejez, como si fuera una enfermedad de la que estar lejos; cuando después nos hacemos ancianos, especialmente si somos pobres, estamos enfermos o solos, experimentamos las lagunas de una sociedad programada en la eficiencia, que consecuentemente ignora a los ancianos. Y los ancianos son una riqueza, no se pueden ignorar.
Benedicto XVI, visitando un asilo, usó palabras claras y proféticas: “La calidad de una sociedad, quisiera decir de una civilización, se juzga también por cómo se trata a los ancianos y del lugar reservado para ellos en el vivir común” (12 novembre 2012). Es verdad, la atención a los ancianos hace la diferencia de una civilización. En una civilización, ¿hay atención al anciano? ¿Hay sitio para el anciano? Esta civilización irá adelante porque sabe respetar la sabiduría de los ancianos. En una civilización que no hay sitio para los ancianos, son descartados porque crean problemas, esta sociedad lleva consigo el virus de la muerte.
En Occidente, los estudiosos presentan el siglo actual como el siglo del envejecimiento: los hijos disminuyen, los ancianos aumentan. Este desequilibrio nos interpela, es más, es un gran desafío para la sociedad contemporánea. Incluso una cierta cultura del lucro insiste en el hacer aparecer a los ancianos como un peso, un “lastre”. No solo no producen, piensa, sino que son una carga: en conclusión, por ese resultado de pensar así, son descartados. Es feo ver a los ancianos descartados. Es pecado. No se osa decirlo abiertamente, ¡pero se hace! Hay algo vil en esta adicción a la cultura del descarte. Estamos acostumbrados a descartar gente. Queremos eliminar nuestro creciente miedo a la debilidad y la vulnerabilidad; pero haciéndolo así aumentan en los ancianos la angustia de ser mal tolerados y abandonados.
Ya en mi ministerio en Buenos Aires toqué con la mano esta realidad con sus problemas. “Los ancianos son abandonados, y no solo en la precariedad material. Son abandonados en la egoísta incapacidad de aceptar sus límites que reflejan nuestros límites, en las numerosas dificultades que hoy deben superar para sobrevivir en una civilización que no les permite participar, expresar su opinión, ni ser referente según el modelo consumista de ‘solamente los jóvenes pueden ser útiles y pueden disfrutar’. Sin embargo, estos ancianos deberían ser, para toda la sociedad, la reserva de sabiduría de nuestro pueblo. Los ancianos son la reserva de sabiduría de nuestro pueblo. ¡Con cuánta facilidad se pone a dormir la conciencia cuando no hay amor!” (Solo el amor nos puede salvar, Ciudad del Vaticano 2013, p. 83). Y sucede así. Yo recuerdo cuando visitaba asilos hablaba con cada uno y muchas veces escuché esto. ‘¿Cómo está usted?’ ‘Bien, bien’ ‘¿Y sus hijos, cuántos tiene? ‘Muchos, muchos’. ‘¿Vienen a visitarla?’ ‘Sí, sí, siempre, siempre, vienen’. ‘¿Cuándo vinieron la última vez?’ Y así, la anciana, recuerdo una especialmente, decía ‘en Navidad’. Estábamos en agosto. Ocho meses sin ser visitada por los hijos. Ocho meses abandonada. Esto se llama pecado mortal. ¿Entendido?
Una vez cuando era pequeño, la abuela nos contaba una historia de un abuelo anciano que al comer se ensuciaba porque no podía llevar la cuchara a la boca con la sopa. Y el hijo, o sea el Papa de la familia, había decidido separarlo de la mesa común. E hizo una mesa en la cocina donde no se veía para que comiera solo, y así, no quedaba mal cuando venían los amigos a comer o cenar. Pocos días después, llegó a casa y encontró a su hijo pequeño jugando con madera, el martillo, los clavos. Y hacía algo. Le dijo, ‘¿qué haces?’ ‘Hago una mesa papá’. ‘¿Una mesa, por qué?’ 'Para tenerla cuando te hagas anciano, y así puedes comer allí'. Los niños tienen más conciencia que nosotros.
En la tradición de la Iglesia hay una riqueza de sabiduría que siempre ha sostenido una cultura de cercanía a los ancianos, una disposición al acompañamiento afectuoso y solidario en esta parte final de la vida. Tal tradición está enraizada en la Sagrada Escritura, como demuestran por ejemplo estas expresiones del Libro del Eclesiástico: “No te apartes de la conversación de los ancianos, porque ellos mismos aprendieron de sus padres: de ellos aprenderás a ser inteligente y a dar una respuesta en el momento justo”.
La Iglesia no puede y no quiere conformarse con una mentalidad de impaciencia, y mucho menos de indiferencia y de desprecio, en lo relacionado con la vejez. Debemos despertar el sentido colectivo de gratitud, de aprecio, de hospitalidad, que hagan sentir al anciano parte viva de su comunidad.
Los ancianos son hombres y mujeres, padres y madres que han estado antes que nosotros sobre nuestro mismo camino, en nuestra misma casa, en nuestra batalla cotidiana por una vida digna. Son hombres y mujeres de lo cuales hemos recibido mucho. El anciano no es un extraño. El anciano somos nosotros: dentro de poco, dentro de mucho, pero inevitablemente, aunque no lo pensemos. Y si no aprendemos a tratar bien a los ancianos, así nos tratarán a nosotros.
Frágiles son un poco todos, los ancianos. Algunos, sin embargo, son particularmente débiles, muchos están solos, y marcados por la enfermedad. Algunos dependen de cuidados indispensables y de la atención de los otros. ¿Daremos por esto un paso atrás? ¿Les abandonaremos a su destino? Una sociedad sin proximidad, donde la gratuidad y el afecto sin contrapartida --también entre extraños-- van desapareciendo, es una sociedad perversa. La Iglesia, fiel a la Palabra de Dios, no puede tolerar estas degeneraciones. Una comunidad cristiana en la que proximidad y gratuidad no fueran consideradas indispensables, perdería su alma. Donde no hay honor para los ancianos, no hay futuro para los jóvenes.
Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). 03 de marzo de 2015 (Zenit.org)
Tercer domingo de Cuaresma - Ciclo B
Textos: Ex 20, 1-17; 1 Co 1, 22-25; Jn 2, 13-25
Idea principal: ¿A qué “mercaderes” debo expulsar en esta cuaresma que quieren traficar con mi alma y con mi cuerpo, templo de Dios?
Síntesis del mensaje: Dios en esta Cuaresma quiere purificar el templo de mi cuerpo, de mi alma y corazón, para poder celebrar conmigo su Pascua, es decir, el triunfo del pecado y la inyección de la gracia divina, haciéndome hombre nuevo.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Cristo tiene que entrar hoy con látigo en mano al templo de nuestra Iglesia y expulsar de ella a todos esos mercaderes que sólo buscan carrerismo, ambiciones, afán de protagonismo y vanidad, llenos de mundanidad en su mente y en su corazón, como tantas veces nos recuerda el Papa Francisco. Y así purificada, nuestra Iglesia sea una, santa, católica y apostólica, y sobre todo según el evangelio en mente, corazón y ritos. Y así nuestra Iglesia sólo busque la gloria de Dios y el bien de todas las personas, visitando las periferias existenciales, consolando a los tristes, ayudando y promocionando a los pobres con obras de caridad, perdonando a los pecadores. Sólo así nuestra Iglesia será facilitadora de la gracia, como dice el Papa Francisco, y no burocrática, controladora y obstaculizadora del encuentro del hombre con Dios. Y así en nuestra Iglesia habrá la comunión fraterna, dejando a un lado las envidias que carcomen, los celos que desgastan y las murmuraciones que nos matan. Sólo así nuestra Iglesia católica hará frente al desafío de la proliferación de nuevos movimientos religiosas, a donde muchos van encontrando lo que nosotros tal vez no les damos: acogida, cercanía, cariño, respeto, ternura y solución a sus problemas espirituales, humanos y materiales; y realizado todo sin buscar beneficios económicos o querer ejercer algún poder sobre esas pobres gentes (Evangelii Gaudium 70).
En segundo lugar, Cristo tiene que entrar hoy con látigo en mano al templo de nuestros Organismos Internacionales y nuestros Estados y expulsar de ellos a todos esos mercaderes que sólo buscan el propio provecho e interés financiero o de prestigio, queriendo condescender con todas las ideologías de moda; y no sólo condescender, sino también apoyarlas y promoverlas con dinero, en los medios de comunicación y desde los escaños de los Parlamentos. Sólo así, purificados por la sangre de Cristo, nuestros Estados serán constructores del bien común y buscarán medidas para ayudar a los pobres, garantizar la paz y la justicia. Sólo así, nuestros Estados sabrán que el dinero debe servir y no gobernar (Evangelii Gaudium 58). Sólo así, desaparecerán los males cristalizados en estructuras sociales injustas y podremos esperar un futuro mejor (Evangelii Gaudium 59). Sólo así nuestros Estados crearán el clima para la tolerancia verdadera, el respeto y el diálogo, más allá de toda diferencia en campo político, económico, filosófico o religioso, evitando todo tipo de discriminación, recelos y enfrentamientos con los que no comparten nuestros mismos valores y nuestra misma visión de la vida.
Finalmente, Cristo tiene que entrar hoy con látigo en mano al templo de nuestras familias, de nuestros corazones y expulsar de nosotros todo egoísmo, soberbia, lujuria, groserías, divisiones, ídolos (1ª lectura), y purificada nuestra alma, podamos rendir el culto debido a Dios y cumplir alegremente y por amor los mandamientos (1ª lectura). No nos avergonzaremos de la cruz de Cristo que es fuerza y sabiduría de Dios (2ª lectura).
Para reflexionar: ¿He dejado la puerta abierta del templo de mi alma para que entre Jesús y eche a todos esos mercaderes que tratan de traficar con mi fe, mi esperanza y mi caridad? ¿Ya tengo localizados esos mercaderes: sectas y propuestas mundanas, egoísmo y vanidad, orgullo y ambición, vida placentera y de lujo, comodidad y pereza, insensibilidad e indiferencia, tristeza y desilusión, depresión y escepticismo? ¿Tengo bien trancada mi puerta con el candado de la vigilancia y la coherencia en mi vida cristiana?
Para rezar: Señor, entra con tu látigo de amor y echa fuera a todos esos inquilinos que quieren robarme el patrimonio que Tú has regalado a mi alma desde el día del bautismo. Quiero vivir la santa Cuaresma con esa conciencia y necesidad de purificación para poder entrar y disfrutar de tu Pascua.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
LOS CURSILLOS DE PEREGRINOS FUERON UN LABORATORIO PARA CREAR ESOS OTROS, … LOS NUESTROS
«Os puedo asegurar algo más –dice Arsenio Pachón Gómez, del Secretariado Diocesano de Mallorca–. Incluso Eduardo quiso “que Aparici y la Acción Católica protagonizaran la consolidación del nuevo Movimiento … coincidente con la línea de Signo, la revista que inspiró Aparici … ”.
»En la AcciónCatólicacorrían otras brisas hasta el extremo de que Aparici le contestó a Eduardo “<<te aseguro que ya están lejos los tiempos en que Signo se escribía de rodillas>>”.
»Pero no hemos de obviar que los Cursillos de Peregrinos fueron un laboratorio para crear esos otros, … los nuestros … » [1].
1. Los Cursillos de Peregrinos (de Adelantados, Jefes y Guías) fueron creados por Manuel Aparici en 1940. Ambos Cursillos tenían la misma finalidad y contenido, es decir el mismo plan: preparar a los jóvenes para Santiago, pero distintos destinatarios, profesores y fechas de impartición. Los dos se celebraban en régimen de internado, los de Adelantados en las vacaciones de Navidad impartidos por miembros del Consejo Superior o Consejo Nacional y los de Jefes de Peregrinos en las de Semana Santa a organizar por los muchachos que habían hecho los Cursillos de Adelantados en sus respectivas Diócesis, en las que ellos repetían las explicaciones propias de seglares a muchachos con categoría de dirigentes de Centros o del Consejo Arciprestal. Los de Adelantados de Peregrinos eran para dirigentes diocesanos o asimilados. Los de Jefes para dirigentes de Centros o del Consejo Arciprestal y los de Guías para jefes de decuria e instructores Parroquiales de Aspirantes.
2. La «influencia real» de Manuel Aparici enla Acción Católica no podía ser inferior en1952 a la de 1949 por la sencilla razón de que en 1949 no estaba enla Acción Católica. Era entonces estudiante enla Universidad Pontifica de Salamanca, Facultad de Teología. Volvió ala Acción Católica en 1950 al ser nombrado Consiliario Nacional de los Jóvenes.
3. «Es en esta primavera, casi en verano de 1936, cuando Manuel Aparici, cuatro meses después de haber presentado al Santo Padre el proyecto de Peregrinación a Santiago en 1937, hace realidad uno de sus más fervientes deseos: Contar con un periódico para la juventud [2]. Así, el 6 de Junio de 1936, fundado por él, nace en Madrid SIGNO, con carácter quincenal, que tantos servicios prestó al catolicismo español. La dirección se la encargó a un joven valenciano, Emilio Attard, que había ido ala Escuela de Periodismo de EL DEBATE. Sin embargo, Manuel Aparici ha estado vinculado a SIGNO desde el número uno y ha permanecido a su lado. Era el inspirador en sus líneas doctrinales, pero dejaba una gran libertad a sus Directores. También fue un buen periodista que puso muchas veces su pluma al servicio de su ardor apostólico.
»Llegó a alcanzar una buena difusión. Incluso se veía a la venta en los quioscos de los periódicos.
»“Había en él una meta decidida de preparar espiritual y emocionalmente la peregrinación a Compostela en el próximo Año Santo Jacobeo de 1937. Desde el primer número adoptó, a modo de auspicio, el lema jacobeo medieval: “Y será. Porque Dios ayuda y Sant–Yago”.
»Casi al mismo tiempo se convoca a la Juventud de Acción Católica al III Congreso Nacional a celebrar en la misma fecha y lugar. Año más tarde SIGNO se encargaría de recordar el compromiso de la Juventud con el Apóstol. «No os intimide la persecución [la proximidad de momentos difíciles se advertía ya en los distintos editoriales de primera plana] –les decía Manuel Aparici a sus jóvenes– el Señor va delante de nosotros para prepararnos el gran día de Compostela» [3].
4. RECONOCE, al igual que Francisco Forteza, Eduardo Bonnín, etc. (a los que califica de «voces grandes») que los Cursillos de Peregrinos fueron un «LABORATORIO» para crear esos otros … los suyos, los Cursillos de Cristiandad ¿De no haber tenido ese «LABORATORIO» hubiesen podido crear los suyos?
Unas líneas más adelante escribe Arsenio:
«Fueron grandes protagonistas históricos del Movimiento [destaca en grado superlativo a Don Sebastián Gayá, a Don Juan Capó y a Mons. Hervás].
»Sin ellos, Cursillos de Cristiandad no hubieran crecido y, tal vez, no hubiera subsis-tido […].
»Todos los cursillistas del mundo debemos aplaudir, también con las dos manos, a estas tres ilustres personas … ».
Estoy plenamente de acuerdo con él que hemos de aplaudir a los tres citados con las dos manos ¿Y A MANUEL APARICI, NO? ¿Al que creó los Cursillos de Peregrinos que fueron un «LABORATORIO» para crear los de Cristiandad, los suyos, NO? ¿Por qué? ¿Crees que se puede despachar con dos palabras, y eso cuando se hace, al «LABORATORIO» de los Cursillos de Cristiandad, a Manuel Aparici? ¿No crees que para ser fieles a la verdad histórica y a la justicia para con el prójimo su nombre, su vida, su obra y espiritualidad, se han de destacar también en grado superlativo dando al César lo que es del César y a Dios lo que es Dios? Es decir, dando a Manuel Aparici lo que es de Manuel Aparici y a Eduardo Bonnín lo que es de Eduardo Bonnín, ambos apóstoles singulares e indiscutibles de la Iglesia de España.
Carlos Peinó Agrelo
Peregrino. Cursillista. Ex-Notario Adjunto Tribunal Eclesiástico (Archidiócesis de Madrid, España) Causa de Canonización de Manuel Aparici. Colaborador en la redacción de la Positio super virtutibus, Ex-Vice Postulador de su Causa, etc.
[1] Cursillos de Cristiandad. “LUZ Y SAL en el MUNDO”. ULTREYA REGIONAL USA: REGIÓN 11 (California-Nevada-Hawai), 9 de octubre de 2004. 60ª ANIVERSARIO “CARISMA FUNDACIONAL”.
[2] «Cuando cesé enla Secretaría del Consejo Central –declara Manuel Martínez Pereiro– no se había creado aúnla Rama de Hombres de Acción Católica, por lo que Manuel Aparici me pidió que siguiese colaborando enla Juventud para ayudar al Tesorero y sobre todo para iniciar el estudio de la publicación de un periódico quincenal dirigido ala Juventud. El momento era especialmente propicio porque se había asegurado plenamente la vida deLA FLECHA» (C.P. pp. 52-81).
[3] Página web dela Asociación de Peregrinos dela Iglesia: www.peregrinosdelaiglesia.org
VENERABLE MANUEL APARICI, PIONERO DE LOS CURSILLOS DE CRISTIANDAD
por José Díaz Rincón ex-miembro del Pontificio Consejo para los Laicos ytestigo en la Causa de Canonización del Siervo de Dios Manuel Aparici
Hacemos nuestras para este testimonio las palabras pronunciadas por el Rvdo. Don José Francisco Guijarro, Postulador de la Causa de Canonización del Siervo de Dios Manuel Aparici, para otro testimonio de José Díaz Rincón. Decía: «[...] Tiene un interés para nosotros este testimonio por quien ha sido miembro de un Discaterio Pontificio dedicado, precisamente, a lo que es la presencia, la acción y la misión de los laicos en la Iglesia. Aunque él ha formado parte como miembro del Consejo Pontificio con posterioridad a la vida y a la muerte de Manolo (de hecho el Consejo Pontificio se instituyó bastante después), sin embargo, esta perspectiva que le da a él el haber sido colaborador tan directo de la misión del Romano Pontífice sobre los laicos, le da a su testimonio un valor especial [...]».
NOTA ACLARATORIA DEL REMITENTE DEL ARTÍCULO: CARLOS PEINÓ AGRELO
Aunque José Díaz Rincón, testigo, se refiere a Manuel Aparici como “pionero de los Cursillos de Cristiandad” nunca afirma que éste creara los Cursillos de Cristiandad. Sólo dice que los Cursillos de Cristiandad nacieron de los Cursillos de Adelantados de Peregrinos creados por Manuel Aparici en 1940, al igual que los de Jefes y Guías, siendo éstos el ANTECEDENTE, LABORATORIO, de aquellos.
«[...] Me embarcó –dice el Rvdo. Don Julio Navarro Panadero, testigo– y participé una vez con él en aquellos Cursillos parecidos o más bien pioneros de los famosos Cursillos de Cristiandad posteriores y pude verle actuar con aquel fuego de alma que arrastraba» [1]. «La Causa de Canonización del Siervo de Dios Manuel Aparici, pionero de los Cursillos de Cristiandad, escribe por su parte Alfa y Omega, Semanario Católico de Información editado por la Fundación San Agustín, Arzobispado de Madrid, España [...]» [2].
TEXTO
«El Siervo de Dios Manuel Aparici Navarro –escribe José Díaz Rincón–, ¡coloso de Cristo, de su Iglesia y del Papa!, desde su fulgurante conversión y entrega a Cristo, a sus veinticinco años, en unos Ejercicios Espirituales ignacianos, a los que fue animado por su madre, asumió su responsabilidad cristiana como laico con una generosidad heroica y deslumbrante, militando enla Acción Católica, de la que fue Presidente Nacional dela Juventudde1934 a1941 –la etapa más dura del siglo XX en España– y, una vez ordenado sacerdote, Consiliario Nacional de esa misma Juventud desde1950 a1959, teniendo que cesar por grave enfermedad que el 28 de agosto de 1964 le abrió las puertas del Paraíso. Él fue el pionero de los Cursillos de Cristiandad.
»El 1 de Febrero de 1936 era recibido en audiencia especial por Su Santidad el Papa Pío XI –era la segunda vez que recibía a Manuel Aparici en audiencia especial– a quien le expuso el proyecto de la gran peregrinación juvenil de 100.000 jóvenes a Santiago de Compostela para 1937.
»Le dice: «Las almas huyen del Señor; por todas partes la apostasía y el materialismo aumenta; allí en España tenemos un sepulcro casi olvidado entre sombras de paganía; pero él guarda los restos de un Apóstol. ¡Padre! déjanos que convoquemos junto a sus cenizas a las Juventudes de Acción Católica de las Españas. Allí aprenderemos su lección. Y las Juventud de Acción Católica de la Hispanidad será un solo apóstol. Se llenará de tu angustia por las almas y se aplicará del todo a tu servicio».
»El Santo Padre acogió el proyecto con gran satisfacción, dándoles su bendición más paternal, amplia y generosa parala Peregrinacióny para el Congreso.
»Un año después de que el Papa le diera su bendición para tan ambicioso proyecto, el 14 de Marzo de 1937, éste promulgala Encíclica“Mit Brennender Sorge” por la que urgía una Cristiandad “ejemplo y guía para el mundo profundamente enfermo”.
»Puede pensarse: ¿Acaso el ofrecimiento de Manuel Aparici al Papa Pío XI, de hacer de las Juventudes Católicas del Mundo Hispánico un sólo apóstol, sugirió en la mente del Santo Padre la idea de una “Cristiandad ejemplar”?
»En todo caso, si entonces él aspiraba a que España y los pueblos hispanos formasenla Vanguardiade aquella Cristiandad ejemplar urgida por el Papa Pío XI, hoy, cuando la mitad de los fieles católicos son de habla hispana, constituye una exigencia el quela Comunidadcatólica iberoamericana se esfuerce por ser de verdad Vanguardia de nueva Evangelización, esa nueva Evangelización a que nos urge S.S. Juan Pablo II.
»Manuel Aparici vivió entusiasmado y volcado con la idea peregrinante como medio apostólico para “remar mar adentro” y alcanzar la santidad, a la que todos estamos llamados, como la suprema maravilla de la vida cristiana. Ofreció como consigna el vehemente deseo de uno de sus preclaros hermanos dirigentes, Antonio Rivera Ramírez, que decía: “Para Santiago, Santos”, y el mismo explicaba el sentido de esta peregrinación como alto ideal de santidad y apostolado, con una frase típicamente suya y que entre nosotros ha quedado como una definición de lo que es la vida cristiana: “Peregrinar es caminar por Cristo al Padre, a impulsos del Espíritu Santo, con la ayuda de María, llevando consigo a los hermanos”.
»Tal era la fuerza y la pasión que el Siervo de Dios puso en aquel ideal peregrinante, que toda su vida y su obra está impregnada de este ideal, y apoyado en él, como trampolín eficaz, supo hacer vibrar a toda la juventud, impulsando a la búsqueda de la inefable amistad con Cristo por medio de “la vida de Gracia consciente, creciente y comunicada” como meta del servidor de Cristo.
»En el mismo sentido, este gran apóstol seglar, utilizó la mística y la praxis peregrinante como pedagogía militante y llamada universal a la santidad, para “llevar almas de joven a Cristo inyectando en sus pechos la fe”, como rezaba el himno dela Juventud. Multiplicópor cinco los 20.00 jóvenes asociados ala Acción Católica, llegando a más de 100.000, y de los 400 centros parroquiales implantó más de 2.000 centros por toda la geografía hispana. Como “centinela dela Casade Israel” tocó a rebato llamando a la juventud a despertar del sueño en que yacía y estimularles a caminar con Cristo, invitando para que todos se pusieran en marcha hacia Santiago, como símbolo dela Jerusaléncelestial, los que pudiesen, personalmente, y todos espiritualmente. Por eso el eco dela Peregrinaciónfue inmenso, ya que todos los jóvenes nos sentimos llamados. Muchos pudieron asistir personalmente y muchos más aún lo hicimos espiritualmente ya que, por diversas causas no pudimos ir materialmente a Santiago, pero vibramos con la misma ilusión y el mismo ideal.
»El Siervo de Dios creó en 1940 y extendió por toda España los Cursillos de Adelantados de Peregrinos, con el fin de dar contenido, espiritual y apostólico, a la preparación de aquella peregrinación jacobea, movilizando a toda la juventud para dar a conocer a Cristo, proclamar su Evangelio, alcanzar la santidad y asumir un compromiso apostólico.
»Los contenidos de aquellos Cursillos de Adelantados de Peregrinos eran profundamente teológicos, cristológicos, eclesiales y antropológicos, con una pedagogía activa y festiva, de manera que cualquiera que participase le resultaban impactantes y muy positivos. Estos Cursillos propiciaron la incorporación de nuevos jóvenes a las filas dela Acción Católica.De estos Cursillos y de estos jóvenes, cuyo líder indiscutible era Manuel Aparici, nacieron los Cursillos de Cristiandad. El antecedente, por tanto, de los referidos Cursillos de Cristiandad son los Cursillos de Adelantados de Peregrinos.
»Enla Diócesisde Mallorca fue donde se iniciaron los Cursillos de Cristiandad. Se celebraron seis Cursillos de Adelantados de Peregrinos por dirigentes nacionales. Los Cursillos de Jefes de Peregrinos, también creados por Manuel Aparici, los dieron en aquella Diócesis los miembros del Consejo Diocesano.
»El sacerdote don Sebastián Gayá Riera, que en aquellos años era Consiliario Diocesano de los Jóvenes de Acción Católica de Mallorca, comenta sobre el resultado de aquellas experiencias: “La Juventudse iba movilizando, cada día era mayor la ilusión y entrega. Tres mil y pico jóvenes subimos una noche de abril hasta el Santuario de Santa María de Lluc, y muy cerca de setecientos llegamos a Compostela. El clima espiritual que se vivía, nos hacía presentir que “aquello” no podía clausurarse cuando los peregrinos archiváramos nuestros bordones, aquello sería sólo el prólogo; era mucho lo que se había vivido, para que todo se quedara en el recuerdo de un camino a Santiago”.
»Los Jóvenes de Acción Católica de Mallorca, que tenían un gran celo apostólico, fueron los que, partiendo de estos antecedentes, con el respaldo de su Obispo, Mons. Hervás –que se volcó con ilusión y generosidad sin límites sobre este proyecto y los bautizó con el nombre de Cursillos de Cristiandad– dieron el primero del 7 al 10 de Enero de 1949, a los cuatro meses de clausurada la Peregrinación, con 21 candidatos, resultando un exitazo. Siguieron dando otros Cursillos en aquellas Islas Baleares con idénticos resultados, llegando a ser la principal actividad de los Jóvenes de Acción Católica, como lo fue años más tarde del Consejo Superior, utilizando los Cursillos de Cristiandad como medio extraordinario de evangelización.
»Así llegaron hasta el Año Mariano de 1954, en el que siendo Consiliario Nacional de los Jóvenes de Acción Católica don Manuel Aparici, decidió traer los Cursillos ala Península, como respuesta pastoral a la crisis de la juventud de aquellos años, proponiéndose con este medio: a) Utilizarlos como medio evangelizador para toda la juventud: b) revitalizar el espíritu apostólico de los Jóvenes de Acción Católica y c) ofrecer ala Iglesiaen España una cantera de militantes en sus parroquias.
»Tuvo lugar el primer Cursillo de Cristiandad en la Península, que correspondía al número 99 de Palma de Mallorca, del 11 al 14 de Mayo de 1954, en la Casa de Ejercicios de Toledo, por estar muy cerca de Madrid. Participamos en aquel Cursillo los miembros del Consejo Superior de los Jóvenes de Acción Católica, un grupo numeroso de jóvenes muy diferentes, muchos de ellos apartados de la práctica religiosa y tres miembros del Consejo Diocesano de Toledo, del que un servidor era Presidente. Don Manuel Aparici actuó como Director Espiritual, junto al Consiliario de Mallorca el Rvdo Don Juan Capó y Don Eduardo Bonnín, de Rector seglar, que era Presidente Diocesano de Mallorca, con otros dirigentes de aquella Diócesis como “profesores” o “rollistas”, que así se llaman en el argot de este método.
»En aquellos años sólo se daban los Cursillos para jóvenes. Cuando el Dr. Hervás llegó de Obispo a Ciudad Real comenzaron a darse para hombres también y más tarde para mujeres y todos los miembros del Pueblo de Dios.
»Debo resaltar, como testimonio apostólico impresionante, que desde entonces, el Siervo de Dios Manuel Aparici se entregó de forma heroica dirigiendo estos Cursillos de Cristiandad por todas las Diócesis españolas. Le acompañé como dirigente seglar en varios Cursillos (75 en total) hasta que tuvo un grave infarto, del que no se recuperó, teniendo que dejarla Consiliaría Nacional, pero todo ese tiempo ya postrado en una silla de ruedas y con muchas dificultades y problemas, de lo que soy testigo, abrazando su cruz con el mismo gozo que vivía su fe, dando testimonio luminoso de Jesucristo y su Evangelio.
»Aunque el genial pionero de los Cursillos de Cristiandad, don Manuel Aparici, jamás pensó hacer de éstos un nuevo Movimiento, porque él los concebía como un instrumento pastoral, era lógico que el estilo peculiar de este método, por su clima emotivo, por su fuerza de arrastre, su argot, por las reuniones periódicas que propone, las “Ultreyas” (palabra heredada de la Peregrinación), por la formación de la Escuela de profesores y por sus slogans –repetidos sin cesar– desde primera hora tendía a ser un nuevo Movimiento con características propias, como así ha sido reconocido jurídicamente en la Iglesia Católica por el Decreto del Pontificio Consejo para los Laicos, del 30 de Mayo de 2004, reconociendo el Organismo Mundial de los Cursillos de Cristiandad y aprobando el Estatuto de dicho Organismo, de lo cual todos nos congratulamos. Por otro lado, esto es algo normal en la Acción Católica, ya que por su finalidad “todo el fin de la Iglesia”, por su eclesialidad y fecundidad apostólica, ha dado a luz montones de obras, instituciones, movimientos y realidades de todo tipo, ofreciéndoselos a la Iglesia Universal y a la Sociedad, sin que sean patrimonio propio.
»Tengo la certeza, por conocer al Siervo de Dios Manuel Aparici –con el que me dirigí durante 15 años hasta que por su grave enfermedad ya no pudo–, por su probada fidelidad y donación total a Jesucristo y a su Iglesia, que él gozará inconmensurablemente al ver desde el Cielo cómo su labor, respondiendo a la Gracia de Dios, ha dado como uno de sus frutos más preclaros el Movimiento de Cursillos de Cristiandad» (Escrito de fecha 16 de Diciembre de 2004).
Por otro lado, y al margen de su artículo: «Manuel Aparici pionero de los Cursillos de Cristiandad», os facilitamos «algunos recuerdos» de José Díaz Rincón sobre los Cursillos de Cristiandad no sin antes deciros que participó en el I Encuentro Internacional con los Movimientos de Espiritualidad, organizado por el Pontificio Consejo para los Laicos, por deseo expreso del Papa Juan Pablo II, del 12 al 18 de Abril del año 1980, para descubrirles y confiarles la misión apostólica. Entre los diversos Movimientos de Espiritualidad que participaron, lo hicieron los Cursillos de Cristiandad, cuya Delegación estaba compuesta por un grupo de laicos españoles y de América Latina, presididos por Mons. Capmany, Obispo Consiliario de Cursillos en España, y por el Sr. Arzobispo de la República Dominicana. Esta Delegación pidió ver al Papa en audiencia privada durante aquel Encuentro para interesarle por este método, que parece desconocía un poco, y pedirle su ayuda para dar cursillos en Polonia y Francia, que eran los únicos países de Europa que no se daban.
»Por supuesto yo participé como miembro del PCLP y en uno de los contactos que tuvimos con el Pontífice él me preguntó sobre mi impresión de los Cursillos, ya que sabía que había dado muchos. Le di mi opinión diciendo que era el mejor método de evangelización que yo conocía, sinteticé su historia, y lo que Don Manuel Aparici pensaba sobre éstos. Él estuvo muy interesado y quedó satisfecho. Mons. Capmany aportó alguna cosa y no comentamos más. Quedamos en hablar entre nosotros y algo hicimos allí en Roca di Papa, que es donde estábamos en la Casa de los Focolares, aunque me consta quedó muy interesado y algo perplejo» (Su escrito de fecha 1 de Junio de 2004).
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(1).Pertenece a la Acción Católica desde que cumplió los dieciséis años. Fue Presidente Parroquial de los Jóvenes de Acción Católica en El Romeral (Toledo) de 1947 a 1951. Fundador y Presidente del Centro de Tropa, para soldados de Acción Católica, de 1951 a 1953 en la Academia de Infantería de Toledo, en donde hizo el Servicio militar. Presidente Diocesano de los Jóvenes de Acción Católica de Toledo de 1954 a 1957. En esos años colaboró mucho con el Consejo Superior de los Jóvenes de Acción Católica especialmente en los Cursillos de Cristiandad siendo Consiliario Nacional Manuel Aparici. Presidente Diocesano del Movimiento Rural de Adultos de Acción Católica, que se constituyó en esa fecha a nivel nacional y se llamaba Apostolado Rural, de 1958 a 1969. Presidente Nacional del Movimiento Rural de Adultos de Acción Católica de 1969 a 1977. Vicepresidente de F.I.M.A.R.C. (Federación Internacional de Movimientos de Adultos Rurales Católicos) de 1972 a 1978. Miembro del Pontificio Consejo para los Laicos en Roma de 1984 a 1990. En la actualidad trabaja con su equipo apostólico en su Parroquia de El Buen Pastor de Toledo, colabora con la Comisión Diocesana en el Movimiento de Acción Católica General y en diversas estructuras pastorales de su propia Diócesis (Consejos Pastorales Arciprestal y Diocesano y otras), etc.
Conoció a Manuel Aparici en Marzo de 1950. Lo trató hasta su muerte en agosto de 1964 y desde mayo de 1954, hasta que ya no pudo, fue su director espiritual. Entonces le recomendó como nuevo director espiritual a don José Rivera del que le dijo: «Pepe está criado a mis pechos, aunque tú casi no le conoces ten confianza absoluta en él, es un sacerdote muy joven y muy santo».
(2).Rvdo. D. José Francisco Guijarro, Postulador de la Causa de Canonización y Presidente del Congreso Nacional celebrado los días 29 y 30 de Noviembre de 2003 con motivo del Centenario del Nacimiento del Siervo de Dios Manuel Aparici Navarro. Libro de Actas. Madrid. Noviembre 2003.
(3).Asistió a la apertura del Proceso Diocesano de Canonización del Siervo de Dios. Debe su vocación, su formación y su ejercicio sacerdotal a Manuel Aparici, como él mismo reconoció (Copia Pública 9836).
[1] Rvdo. Don Julio Navarro Panadero (Copia Pública p. 9850).
[2] De fecha 24 de Noviembre de 2005.
El papa Francisco rezó el domingo, o1 de Marzo de 2015, la oración del ángelus en la ventana de su estudio que da hacia la Plaza de San Pedro, donde se encontraban miles de personas, fieles y peregrinos. (Zenit.org)
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El domingo pasado la liturgia nos ha presentado a Jesús tentado en el desierto por Satanás, y victorioso sobre la tentación. A la luz del este Evangelio, hemos tomado nuevamente conciencia de nuestra condición de pecadores, pero también de la victoria sobre el mal ofrecida a todos los que toman el camino de conversión y como Jesús, quieren hacer la voluntad del Padre.
En este segundo domingo de cuaresma, la iglesia nos indica la finalidad de este itinerario de conversión, o sea la participación a la gloria de Cristo, en quien resplandece su rostro de Siervo obediente, muerto y resucitado por nosotros.
La página evangélica nos cuenta el evento de la Transfiguración, que se coloca en el ápice del ministerio público de Jesús. Él está en camino hacia Jerusalén, donde se cumplirán las profecías del 'Siervo de Dios' y se consumará su sacrificio redentor. Las multitudes no entienden esto, y delante a la perspectiva de un Mesías que contradice expectativas terrenas que ellos tienen, lo han abandonado. Ellos pensaban que el Mesías habría sido un liberador del dominio de los romanos, un liberador de la patria, y esta perspectiva de Jesús no les gusta y lo dejan.
También los apóstoles no entienden las palabras con las cuales Jesús anuncia la finalidad de su misión en la pasión gloriosa, no entienden. Jesús entonces toma la decisión de mostrarle a Pedro, Jacobo y Juan, una anticipación de su gloria. La que tendrá después de la Resurrección, para confirmarlo en la fe y animarlos a seguirlos en la vía de la prueba, en la vía de la cruz. Así en otro monte, inmerso en la oración, se transfigura delante de ellos: su rostro y toda su persona irradian una luz fulgurante. Los tres discípulos están asustados, mientras una nube blanca los envuelve y resuena desde lo alto --como en el bautismo en el Jordán-- la voz del Padre: 'Este es mi Hijo el amado: escuchadlo'.(Mc 9,7).
Y Jesús es el Hijo que se hizo Servidor, enviado al mundo para realizar a través de la cruz el proyecto de la salvación, para salvarnos a todos nosotros. Su plena adhesión a la voluntad del Padre, vuelve su humanidad transparente a la gloria de Dios, que es el Amor. Jesús se revela así, como la imagen perfecta del Padre, la irradiación de su gloria.
Es el cumplimiento de la revelación; por esto a su lado aparecen transfigurados Moisés y Elías, que representan la Ley de los profetas, significando que todo termina y comienza en Jesús, en su pasión y su gloria.
La voz de orden para los discípulos y para nosotros es esta: 'Escuchadlo'. Escuchen a Jesús. Es él el Salvador: seguidlo. Escuchar a Cristo, de hecho comporta asumir la lógica de su ministerio pascual, ponerse en camino con él, para hacer de la propia existencia un don de amor a los otros, en dócil obediencia con la voluntad de Dios, con una actitud de separación de las cosas mundanas y de libertad interior. Es necesario, en otras palabras, estar prontos a 'perder la propia vida', donándola para que todos los hombres sean salvados, y para que nos reencontremos en la felicidad eterna. (cfr Mc 8,35)
El camino de Jesús siempre nos lleva a la felicidad. No nos olvidemos: el camino de Jesús siempre nos lleva a la felicidad, habrá en medio una cruz o las pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad. Jesús no nos engaña. Nos prometió la felicidad y nos la dará si seguimos su camino.
Con Pedro, Jacobo y Juan, subimos también nosotros hoy, en el monte de la Transfiguración y nos detenemos en contemplación del rostro de Jesús, para recoger el mensaje y aplicarlo en nuestra vida; para que también nosotros podamos ser transfigurados por el amor.
En realidad el amor es capaz de transfigurar todo, el amor transfigura todo. ¿Creemos en esto?, ¿creemos en esto? ...Pero me parece que no tanto, de lo que escucho. ¿Creen que el amor transfigura todo? (los fieles responden: sí...) ha sí, escucho. Nos sostenga en este camino la Virgen María, que ahora invocamos con la oración del ángelus».
(Angelus domini...)
«Queridos hermanos y hermanas, lamentablemente no dejan de llegar noticias dramáticas desde Siria e Irak, relativas a violencias, secuestros de personas y abusos contra los cristianos y otros grupos. Queremos asegurar a los que son afectados por esta situación que no los olvidamos, sino que estamos cercanos a ellos y rezamos insistentemente para que lo antes posible se ponga fin a la intolerable brutalidad de la cual son víctimas.
Junto a los miembros de la Curia Romana he ofrecido con esta intención la última santa misa de los ejercicios espirituales que realicé el viernes pasado. Y al mismo tiempo pido a todos, de acuerdo a sus posibilidades, de preocuparse para aliviar los sufrimientos de los hermanos que están en la prueba, muchas veces solamente debido a la fe que profesan. Recemos por estos hermanos y hermanas que sufren debido a su fe en Siria y en Irak. Recemos en silencio... (instantes de silencio).
Deseo recordar también a Venezuela, que está viviendo nuevamente momentos de aguda tensión. Rezo por las víctimas, y en particular por el joven asesinado pocos días atrás en San Cristobal. Exhorto a todos a que rechacen la violencia, al respeto de la dignidad de cada persona y de la sacralidad de la vida humana. Y animo a que retomen un camino común para el bien del país, reabriendo espacios de encuentro y de diálogo sincero y constructivo. Confío esta querida Nación a la materna intercesión de Nuestra Señora de Coromoto”.
Dirijo un cordial saludo a todos: familias, grupos parroquiales, asociaciones, peregrinos de Roma y de Italia, y de los diversos países.
Saludo a los fieles que vienen de San Francisco, California, y a los jóvenes de las parroquias de Isola di Formentera. Saludo a los grupos de Fontaneto d’Agogna y Montello; a los bomberos de Tassullo; y a los jóvenes de Zambana.
Saludo cordialmente a los seminaristas de Pavía, juntos a su rector y al padre espiritual que han apenas terminado los ejercicios espirituales y que hoy regresan a su diócesis. Pidamos por ellos y para todos los seminaristas la gracias de volverse buenos sacerdotes.
Y a todos les deseo un buen domingo. No se olviden de rezar por mi. '¡Buon pranzo e arrivederci!'.
(texto transcrito desde el audio en italiano y traducido por ZENIT)
II Domingo de Cuaresma por Mons. Enrique Díaz Diaz. SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 28 de febrero de 2015 (Zenit.org)
En el camino de la noche
Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18: “Toma a tu hijo único… y ofrécemelo en sacrificio”
Salmo 115: “Siempre confiaré en el Señor”
Romanos 8, 31-34: “Dios nos entregó a su propio Hijo”.
San Marcos 9, 2-10: “Éste es mi Hijo amado”
Tremenda la prueba e incompresible la oscuridad en la que camina Abraham buscando cumplir la voluntad de Dios: “Toma a tu hijo único… y ofrécemelo en sacrificio”. Oscuridad y noche para los cristianos que viven el conflicto, acusados y condenados en los primeros pasos de la Iglesia como nos lo narra San Pablo. Doloroso e incomprensible el camino de la cruz que Cristo propone a sus discípulos. Oscuras e incomprensibles las situaciones de injusticia y de violencia que azotan a la humanidad: guerras, crímenes, corrupción, inequidad y hambre. ¡Cuánta oscuridad en la vida del creyente! Parece una noche interminable. Quisiéramos saltarnos el tiempo de la oscuridad y el dolor, y que pronto llegara la luz a nuestras vidas. Encontrarnos con el feliz final que salva la vida a Isaac y hace brincar de alegría a Abraham en la firmeza de su fe. Tener la plena seguridad de: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará en contra nuestra?”. O llenarnos de luz contemplando al Resucitado en el monte de la transfiguración. Pero no es tan simple, se necesita recorrer el camino de la noche para encontrar la luz, se necesita vivir la cruz para encontrar la resurrección.
Aunque los estudiosos aseguran que el episodio del sacrificio de Abraham es una explicación del camino que siguieron los pueblos nómadas para pasar del sacrificio humano a una comprensión más profunda del verdadero culto, siempre he admirado la fe de Abraham que veía desmoronarse todas sus esperanzas sacrificando a su propio hijo. Incomprensible exigencia y fe ciega en un Dios tremendo. Muchas veces he reclamado al Señor “su dureza de corazón y sus exigencias intransigentes” cuando se trata de seguir su camino. ¿Cómo puede ser Dios tan insensible para exigir el sacrificio del Hijo? Y hoy el Señor me responde en las palabras de San Pablo: “El que no nos escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, ¿cómo no va a estar dispuesto a dárnoslo todo junto con su Hijo?”. Más grande que “la fe ciega” de Abraham, mucho más grande que mis supuestos sacrificios y entregas, se nos presenta el amor incomprensible de un Dios que nos ama tanto hasta darnos a su propio Hijo. ¡No hay punto de comparación! Si pudiéramos experimentar vivamente ese amor, nuestros caminos tendrían más luz.
En este domingo, junto con los textos de Abraham y la excelente explicación de San Pablo a los Romanos, se nos ofrece la Transfiguración del Señor para iluminar no sólo nuestra cuaresma sino toda nuestra vida. Colocada en el centro del Evangelio de San Marcos, la transfiguración de Jesús se presenta como una de las escenas más importantes del Nuevo Testamento. Es como mirar la meta hacia donde se dirigen los pasos para no escatimar las dificultades del camino. San Marcos nos ayuda a descubrir, a través del descubrimiento de los discípulos, la identidad de Jesús y el sentido del propio camino. En este camino de descubrimiento no puede faltar la gran clave de interpretación para comprender el misterio de Jesús: su pasión y entrega amorosa como camino de la Resurrección que le otorga el Padre. Tras las crisis y las dudas que pueden asaltar a los discípulos al contemplar a un Mesías no triunfal sino triturado y despreciado, es el mismo Padre quien habla para confirmar a Jesús en el camino que ha elegido. Es como una nueva revelación parecida a la del Bautismo pero ahora dirigida también a los discípulos. No basta conocer y saber que Jesús es el Mesías, el contemplarlo se convierte en una norma de vida: “Ese es mi Hijo amado; escúchenlo”. Jesús así, transformado en Palabra del Padre, nos revela la grandeza de un amor que no conoce límites en su entrega. ¡Necesitamos escuchar esta Palabra! No ha escatimado entregar a su propio Hijo por amor a la humanidad. ¡Tanto nos ama el Padre! Es la luz que resplandece en el camino de la noche.
Así adquiere sentido el camino de oscuridad que nos podría parecer nuestra travesía terrenal: está suscitado, encaminado e iluminado por el amor infinito del Padre. Esta teofanía nos explica también el camino de la cuaresma: es el tiempo de recogimiento y silencio, de dolor y fortalecimiento, pero no para quedarse ocultos y sobreprotegidos desdeñando el compromiso diario que nos lleve a transformar la realidad. No podemos quedarnos contemplando al Hijo transfigurado, necesitamos encontrarlo en cada uno de los hermanos crucificados de nuestro tiempo. Después de contemplar a Jesús hay que descender al compromiso de cada día. El cristiano se tiene que abrir y romper las protecciones para salir a enfrentarse a un mundo de injusticias y sinsentido donde se lucha en medio de las tinieblas pero con la fe puesta en el amor del Padre que nos ilumina. El discípulo tiene el compromiso de romper sus capullos y no vivir entre algodones sino inmiscuirse en la vida diaria para transformarla, probar el amargo sabor de la incomprensión pero nunca perder el sentido de su actividad. Hay que arriesgarse para ver la luz, pero no volar sin sentido, a tontas y a locas, sino recordar cuál es el destino final que da orientación a nuestra vida: la muerte y resurrección de Jesús. Así enfrentaremos las actividades diarias y les daremos su justo valor.
Como lo ha reconocido el Papa Francisco cualquiera de nosotros puede verse sumido en un abismo de dudas y desalientos al contemplar tanto el proyecto personal, como la vida de la Iglesia o el desarrollo de la sociedad. Son tiempos de falta de ideales, de tensiones y guerras, de injusticias y corrupción, que pueden llevarnos a una desilusión y abatimiento. Nos hemos equivocado en esperar resultados fáciles e inmediatos sin tener presente la sabiduría y la paciencia de las contradicciones de la cruz. Pero el pesimismo y la derrota son tentaciones que nos paralizan y no podemos dejarnos atrapar en sus redes. Hoy el Señor Jesús nos llama a nosotros para que lo contemplemos y nos llenemos de esperanza, no en el triunfo fácil, no en la conquista victoriosa, sino en su mismo camino y enseñanza. Hay que darse todo para llegar a su victoria. Él es la Palabra amorosa del Padre que sostiene nuestro camino.
¿Cuál es mi actitud en los momentos de crisis y dificultad? ¿Recuerdo el amor del Padre que me envuelve y acaricia? ¿Cómo es mi compromiso con los hermanos después de haber contemplado a Cristo vivo y resucitado?
Padre Bueno, que nos mandas escuchar a tu amado Hijo, fortalece nuestra fe y purifica nuestros ojos, para que alegrándonos en la contemplación de tu gloria, nos comprometamos en la transformación de nuestro mundo. Amén.